El mayor poder de curación dejado por Jesucristo.
En la hostia consagrada permanece el cuerpo y la sangre de Cristo real luego de la transubstanciación.
Como él prometió a los apóstoles luego de la última cena del jueves santo, cuando partió el pan y se los dio diciendo que era su cuerpo, y les dio de beber el vino diciendo que era su sangre, y lo remató pidiéndoles que en adelante hicieran eso.
Si en la hostia consagrada está Jesucristo mismo y lo ingerimos, debe tener entonces un poder fenomenal para nosotros. Aquí hablaremos sobre el poder sanador que tiene la eucaristía, como actúa, en quienes actúa y cómo prepararnos para potenciar su efecto.
Dios aplica su acción sanadora tanto a nuestra realidad material como a la inmaterial, o sea al alma y al espíritu.
En general los católicos tienen bien presente la necesidad de acudir a Dios para curar las dolencias físicas.
Esta es la razón por la que han proliferado en el mundo santuarios famosos por sus curaciones físicas, como por ejemplo Lourdes en Francia.
Y es por esta razón en muchos países se han creado santuarios réplicas exactas de la Gruta de Lourdes.
Pero la eucaristía tiene un gran efecto sanador.
Y hemos visto que muchas veces se la considera como un acto de adoración y de devoción, dejando en un limbo el efecto sanador de tomar la sagrada comunión.
Hay un conocimiento teórico de que la eucaristía tiene ese poder sanador espiritual y físico, pero parece que no es la primera reacción de un católico consumir la Eucaristía cuando se siente enfermo.
Sin embargo consumir la hostia consagrada es la fuente de sanación más importante que Jesucristo nos ha dejado.
Porque Cristo resucitado está presente en la hostia consagrada, un misterio enorme, que la Iglesia no puede explicar completamente.
Y de esto tenemos pruebas contundentes a través de los milagros eucarísticos, que señalan a través de estudios científicos, que escondido dentro de la hostia consagrada hay un ser humano con sangre AB positivo y a veces se manifiesta sangrando desde su herida en el miocardio o sea el músculo del corazón.
Y otra comprobación es la vida física de Santa Catalina de Siena y otros místicos, que se mantienen durante muchos años sin ninguna otra nutrición que la Santa Comunión.
¿Y por qué decimos que consumir la hostia consagrada es la fuente de sanación más importante?
Al comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo en la Eucaristía nos unimos a la persona de Cristo a través de su humanidad.
Él mismo dice que “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6:56).
Jesús mismo se nos da como comida y bebida.
Y al estar unidos a la humanidad de Cristo estamos al mismo tiempo unidos a su divinidad, a la vida celestial.
De modo que cuando recibimos a Cristo en la comunión, abrimos la puerta a la comprensión de lo que es el Cielo, aspiramos sólo al Cielo y ya recibimos su poder sanador.
Si asistimos a la eucaristía con fe, entonces comenzamos a sentir los efectos de la vida eterna en la tierra.
Y recordemos que la enfermedad entró en la tierra por el pecado original y que en el cielo no hay enfermedad física ni espiritual.
Por lo tanto, el sentir los efectos de la vida eterna mediante la Eucaristía, nos permite hacernos acreedores de la sanidad que tuvieron nuestros primeros padres en el Jardín del Edén, y que luego perdieron por la desobediencia a Dios.
¿Y quién te traslada al cielo y te cura?
El encuentro con el amor divino de Jesús.
Que lleva a la conversión del corazón, o sea el movimiento hacia Dios y el alejarse de lo que no es de Dios.
Es por este efecto de trasladarnos al cielo en el amor de Jesús, que en el sacramento de la unción de los enfermos la Iglesia pone como centro la eucaristía.
Y también la razón por la que hay en todas las parroquias grupos de ministros de la eucaristía, que llevan sistemáticamente la eucaristía a los enfermos que no pueden concurrir a misa.
Quienes están regidos por un protocolo y han sido formados con cursos para esa tarea.
El Concilio de Trento dice que “la sagrada comunión es un antídoto contra nuestras debilidades diarias”.
Santa Faustina Kowalska por ejemplo sufría problemas pulmonares y cuando recibió una vez la sagrada comunión experimentó su sanación.
El padre John Hampsch nos relata el caso de una mujer llamada Ann Mattingly que estaba sufriendo de un cáncer incurable durante siete años y estaba claramente a las puertas de la muerte.
Hizo una novena en honor al Santísimo Nombre de Jesús y al final de la novena recibió la Comunión.
Sabía que había llegado el momento crítico en que moriría o recuperaría la salud.
Y mientras comulgaba dijo: «¡Señor Jesús, tu santa voluntad será glorificada!»
Apenas pudo tragar la hostia, le llevó cinco o seis minutos.
Pero en el momento en que la tragó, todo el dolor la abandonó instantáneamente. Ella fue sanada de inmediato.
Se arrodilló y dio gracias a Dios, y cientos de visitantes entraron en su casa durante el resto del día para presenciar el milagro.
Ejemplo como éste hay miles y no tenemos espacio para relatarlos aquí.
A veces la curación es instantánea como en este caso y en otros lleva más tiempo o no se produce, porque todo depende del plan de Dios para esa persona.
Pero hay que tener en cuenta algo central.
Que para que la curación sea efectiva debes tener fe.
Piensa en el relato de Lucas capítulo 8 sobre la mujer hemorroísa que tocó el manto de Jesús y se sanó.
Y Jesús nos lo explica esto diciéndole a esta mujer, «hija tu fe te ha sanado, vete en paz»
Recuerda que mucha gente tocó a Jesús, pero solo a esta mujer se le manifestó el prodigioso poder sanador.
Por lo tanto hay tres cosas que puedes hacer para asegurarte de estar en posición correcta con Él.
Primero, creer que Él es Dios, que es omnipotente y sanador, y que tiene un plan de amor para tu vida.
Segundo, asegúrate de que tu fe en Cristo, su resurrección y Su inminente regreso es fuerte e inquebrantable.
Y tercero, asegúrate de arrepentirse de cualquier pecado, de cada palabra, de pensamiento y acción que pueda impedir que Su poder fluya a ti.
También ten en cuenta que la eucaristía es más que sanación física.
Cada vez que recibimos la Santa Comunión, según Santa Gertrudis, algo bueno le sucede a todos los seres en el cielo, en la tierra y en el purgatorio.
El santo Cura de Ars decía que una comunión bien recibida vale más que una pequeña fortuna dada a los pobres.
Cada vez que recibimos la comunión nuestra estancia en el purgatorio se acorta.
La Reina de la Paz de Medjugorje dijo que,
«Si ustedes supieran la gracia y los dones que reciben, ustedes se prepararían para la Eucaristía cada día durante una hora por lo menos»
Y Santa Teresa de Calcuta dijo que:
“Cuando nos fijamos en el crucifijo, entendemos lo mucho que Jesús nos amó. Y cuando nos fijamos en la Sagrada Hostia entendemos lo mucho que Jesús nos ama ahora”.
Todo esto nos debe poner en alerta para no recibir la comunión indignamente.
Recibir la comunión dignamente significa ir con la disposición correcta y en estado de gracia.
De esa forma recibimos el aumento de la gracia con su consumo.
Pero hay casos en que nuestro estado puede provocar el efecto contrario a la gracia.
En la primera carta a los Corintios, capítulo 11, San Pablo dice que los que reciben indignamente la eucaristía están consumiendo su propia condenación.
E incluso sugiere que estas personas pueden sufrir efectos tan devastadores como enfermedades y hasta la muerte.
De modo que el comulgante debe estar libre de pecado mortal para recibir dignamente la sagrada eucaristía.
Sin embargo la Iglesia dice que el que es consciente de un pecado mortal puede comulgar si existe una razón grave como el peligro de muerte, si es física o moralmente imposible confesarse y tiene una contrición perfecta de sus pecados, pero resuelve ir a la confesión lo antes posible.
Además debe tomarla en ayuno eucarístico, absteniéndose de cualquier alimento una hora antes, aunque esto es discrecional para las Conferencias Episcopales.
Esto no implica que puedas tomar agua, y no se exige el ayuno a los ancianos y enfermos, ni a los encargados de su cuidado.
La Eucaristía puede recibirse bajo la forma de las dos especies, el pan y el vino, o solamente bajo la especie del pan, en ambas formas actúa su efecto sanador.
Y respecto a recibir la comunión en la mano o en la boca, la posición de la Iglesia es que hay que hacerlo en la boca, pero admite que las Conferencias Episcopales lo permitan en la mano.
Bueno hasta aquí lo que te queríamos decir sobre el poder sanador de la eucaristía, o sea la ingesta de hostia consagrada, que se maximiza si se hace con fe y en estado de gracia.
Pero ten en cuenta que la curación es una gracia de Dios que depende del plan que tiene para tu vida.
Y me gustaría preguntarte si cuando has tenido una enfermedad piensas habitualmente que se puede curar con la comunión o eso mayormente se te olvida.
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