Varios místicos han tenido visiones de la vida de la Santísima Virgen María en el Templo de Jerusalén.

Hay consenso entre los estudiosos cristianos que siendo María todavía muy niña, fue conducida por sus ancianos padres al templo de Jerusalén.

Y se quedó para ser consagrada al Señor y dedicarse a ocupaciones a las que se dedicaban las doncellas piadosas, que vivían en el recinto exterior del templo, recibiendo una educación cuidadosa y esmerada.

La Iglesia Católica celebra la Presentación de la Virgen María en el Templo, Consagración de María el 21 de noviembre.

Ella necesitaba estar protegida del mundo.

No porque su alma Inmaculada estuviera contaminada, sino porque su vida era una de servicio total a Dios.

Allí en el Templo viviría la vida que Dios quería para Ella, en completa rendición y en plena comunión con él.

Su pequeño Inmaculado Corazón anhelaba solo amar a Dios.

Era un curso que había sido decidido en su concepción.

En las habitaciones del recinto exterior del templo estaban los Sacerdotes y Levitas cuando les tocaba venir de sus pueblos a servir por turno en el templo de Jerusalén.

Y allí vivían también las doncellas dedicadas a Dios, y entre ellas, en su tiempo, la purísima María.

El templo constaba de grandes patios circulares rodeados de pórticos, quedando sólo cubierto y cerrado el oráculo, donde no entraba el pueblo.

El primero de los patios era el mayor, siendo la entrada pública hasta para los gentiles.

En el segundo era donde oraba el pueblo de Dios.

Y en el tercero sólo entraban los sacerdotes, sin que pasaran al reservado del Oráculo, el Santuario, en el que sólo penetraba una vez al año el gran sacerdote, y para ello precedido de gran preparación.

 

LA TRAMA DE LA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

La tradición asegura que los padres de la santísima Virgen María eran Joaquín y Ana.

Según las historias de las doce tribus de Israel, Joaquín era un hombre muy rico.

Él traía sus ofrendas al Señor diciéndose a sí mismo:

Esto de mi abundancia será para todo el pueblo, y esto que debo como ofrenda por el pecado será para el Señor Dios como propiciación para mí”.

Un año, cuando el gran el día del Señor se acercó, y los hijos de Israel llevaron sus ofrendas, Rubén se puso de pie y dijo:

“No está permitido que traigas tus ofrendas primero, porque no engendraste descendencia en Israel”.

Profundamente avergonzado, Joaquín se fue de la ciudad.

En el desierto levantó una tienda de campaña, diciendo:

“Yo ayunaré y haré penitencia hasta que el Señor me considere digno”.

Ana lloró al ver a su marido irse para el ayuno durante 40 días y noches.

Sola, fue al jardín y se sentó debajo del árbol de laurel.

Mirando hacia el cielo vio un nido de gorriones en el árbol y lágrimas brotaron en sus ojos.

¡Cómo anhelaba tener un hijo propio!

 Ana suplicó al Señor, diciendo

“¡Ay de mí! ¿A qué me comparo? No me comparo con esta tierra, porque aun la tierra produce su fruto en su tiempo y te bendice, Señor”.

Y he aquí, apareció un ángel del Señor, que decía:

Ana, el Señor Dios escuchó tu oración, y concebirás y darás a luz, y se hablará de tu descendencia en todo el mundo habitado”.

Ana dijo:

“… Si doy a luz, ya sea hombre o mujer, lo presentaré como un obsequio al Señor mi Dios, y será un siervo ministrante de él todos los días de su vida”.

Y luego dos ángeles vinieron diciéndole:

“He aquí que tu esposo Joaquín viene con sus rebaños”.

Ana corrió y le echó los brazos al cuello diciendo:

Ahora sé que el Señor Dios me ha bendecido mucho, porque he aquí que la viuda ya no es viuda, y la que fue estéril ha concebido”.

 

NACIMIENTO DE MARÍA Y HASTA LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO

Ana dio a luz a una hermosa niña.

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Joaquín juró que una vez que la niña cumpliera tres años sería enviada al Templo para ser educada, en agradecimiento al Señor.

Había tradición que ciertos judíos ofrecieran a sus hijos pequeños a Dios, criandolos en el Templo, donde residirían.

Allí el niño pequeño vivía una vida de servicio a los sacerdotes.

Serían educados en asuntos sagrados, orarían, trabajarían y adorarían a Dios.

Pero estos niños eran inusuales, tal vez incluso especiales, porque desde muy temprana edad mostraban profundas inclinaciones hacia la santidad.

Los padres y sacerdotes notarían en ellos actos nobles de devoción, dedicación y amor a Dios.

Esta vida en el Templo fomentaría tal devoción y protegería al niño de las influencias destructivas del mundo.

Una anécdota al respecto dice que cuando tenía seis meses su madre la puso de pie en el suelo para ver si podía pararse.

Caminando siete pasos llegó al seno de su madre.

Y Ana le dijo:

“Como el Señor es mi Dios, Él me ha enviado un niño milagroso”.

Entonces Ana la tomó y le dijo:

“Como el Señor mi Dios vive, no caminarás sobre esta tierra hasta que te lleve al Templo del Señor”.

Luego hizo un santuario en su habitación y prohibió que todo lo común y sucio pasara por allí.

Cuando la niña tenía tres años Joaquín dijo:

Llamemos a las inmaculadas hijas de los hebreos y dejemos que cada una prenda una antorcha y que se quemen para que la niña no retroceda y su corazón esté puesto del Templo del Señor”.

Así lo hicieron hasta que subieron al Templo.

 

LOS PROLEGÓMENOS A LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO

El hermano Damasceno dice de una manera terminante:

“Nace en casa de Joaquín y es conducida al templo, y en seguida plantada allí en la Casa de Dios.

Y nutrida allí por el Espíritu Santo, quedó constituida en asiento de todas las virtudes cual fructuosa oliva.

Como que había apartado de su mente de toda sensualidad de esta vida y de su cuerpo, conservando así con virginal pureza, no solamente su cuerpo, sino también su alma, cual correspondía a la que había de llevar a Dios en su seno”.

A los tres años, María es examinada por tres sacerdotes del Templo en Jerusalén, para determinar si ella es adecuada para una vida de servicio allí.

Los sacerdotes y los padres quedan asombrados por su humildad y determinación de vivir solo para Dios, a una edad tan joven.

Pero además, a diferencia de muchas de tres años, María parece tener seis o siete años.

Extremadamente contentos de aceptar a la niña santa, los sacerdotes se van.

Y Joaquín y Ana comienzan los preparativos para la partida de su hija.

Después de semanas y meses de enseñanza, aprendizaje y oración, la familia santa está lista para hacer su viaje.

Llegan a Jerusalén a la casa de San Zacarías, el futuro padre de San Juan Bautista.

Allí se les recibe cordialmente y se los refresca antes de dirigirse a una posada, donde se celebra una gran reunión de familiares y amigos.

Temprano a la mañana siguiente, Joaquín viaja con un grupo de hombres al Templo, llevando ofrendas de sacrificio.

Mientras tanto, Ana, acompañada de mujeres y niñas, lleva a su pequeña hija a una solemne procesión por la ciudad.

La pequeña María lleva una vela y está vestida de azul pálido, adornada con guirnaldas de flores.

Aparte de su belleza física, es su santidad lo que más impresiona a quienes la ven.

 

PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO

Al llegar a la primera puerta del Templo, la procesión se encontró con el padre de María, los sacerdotes y los otros hombres.

Al pasar por esta puerta exterior, María se ofreció a Dios.

Al hacerlo, escuchó una voz celestial que le decía estas hermosas palabras:

“Ven, Mi amada, Mi esposa, entra en Mi Templo donde te deseo que me ofrezcas alabanza y adoración”.

María mantuvo estas cosas en Su corazón, entre Su Amado y Ella misma.

Juntos, el grupo continuó su procesión por el patio del Templo, hasta que llegaron al pie de los quince escalones que conducen a la puerta principal del Templo.

Aquí Joaquín y Ana iban a ofrecer formalmente a su hija a Dios.

Un sacerdote levantó a María al primero de los quince escalones.

La niña entonces se volvió hacia sus padres, quienes la bendijeron solemnemente mientras el sacerdote le cortaba algunos mechones de cabello.

Por fin llegó el momento de que María subiera los escalones del Templo.

Un halo de luz rodeó a la niña bendecida y llena de alegría comenzó a subir.

Con solo tres años, estos pasos parecían enormes.

Pero la joven estaba decidida a emprender este viaje sin ayuda. Y así lo hizo.

Por lo tanto, el ritual de presentación se completó y María ingresó al Templo mismo.

Una vez dentro, los sacerdotes rezaron por ella y ella fue recibida por las otras jóvenes, que residían allí.

Luego se encontró con su maestra, la profetisa Ana.

Cuando llegó el momento de Joaquín y Ana para despedirse, estaban profundamente afligidos.

Después de intercambiar algunas palabras, muchos abrazos y una gran cantidad de lágrimas, se despidieron.

Al partir, Ana, conociendo el corazón de su hija, proféticamente anunció:

“El Arca de la Alianza está ahora en el Templo”.

Sus padres volvieron maravillados y alabando y glorificando al Señor Dios, que la niña no retrocedió.

Y con eso regresaron a Nazaret, dejando a su pequeña María con su vida especial con Dios.

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LA VIDA DE MARÍA EN EL TEMPLO

En la vida en el templo la niña pura iba educando su santo espíritu.

Ocupada en labores materiales unas horas y otras consagrándolas al estudio, distribuía el tiempo combatiendo el pernicioso influjo de la ociosidad, y no llegó a Ella ningún vicio.

San Ambrosio le atribuye una perfecta inteligencia de los libros sagrados y San Anselmo añade que poseyó a fondo el hebreo de Moisés.

Dice el padre Ribadeneyra sobre la infancia en el templo la Santísima Virgen:

“Allí aprendió muy perfectamente a hilar lana y lino y seda y Holanda.

A coser y labrar los ornamentos sacerdotales y todo lo que era menester para el culto del templo.

Y después para servir y vestir a su precioso Hijo, y para hacerle la túnica inconsútil, como dice Eutimio.

Aprendió asimismo las letras hebreas y leía a menudo con mucho cuidado, y meditaba con grande dulzura las Divinas Escrituras, las cuales, con su alto y delicado ingenio, y con la luz soberana del cielo que el Señor le infundía, entendía perfectamente.

Nunca estaba ociosa: guardaba silencio: sus palabras eran pocas y graves, y cuando era menester.

Su humildad era profundísima, la modestia virginal, y todas las virtudes tan en su punto y perfección, que atraía a sí los ojos, y robaba los corazones de todos, porque más parecía una niña venida del cielo, que criada acá en la tierra.

Ayunaba mucho, y con recogimiento, soledad, silencio y quietud se disponía a la contemplación y unión con Dios, en la cual fue eminentísima.

Y el Señor la visitaba y la regalaba con sus resplandores y ardores divinos…”

Un día, Zacarías, el sumo sacerdote que supervisaba la educación de María, estaba discutiendo las Escrituras con un pequeño grupo de hombres santos.

La niña se sentó junto a ellos, porque ya era una gran favorita de estos venerados ancianos.

“El Señor nos hizo para servirlo”, declaró Zacarías.

“Y es todo bondad”, dijo María en voz baja.

Sorprendido el anciano sacerdote la miró y se dijo a sí mismo mientras los demás intercambiaban sonrisas,

“La pequeña no tiene miedo y sin embargo es todo ternura”.

“Eres sabia para alguien tan joven”, dijo Zacarías

“El Señor debe amarnos mucho por habernos dado este paraíso terrenal para cuidar”, dijo María

Cuando terminaba sus quehaceres, en las horas restantes de cada día, ella salía sola más allá de las puertas del Templo.

Allí distribuía comida y ropa a los pobres y ancianos que venían en busca de caridad.

Con el tiempo, las otras chicas siguieron su ejemplo, y el Templo se hizo famoso por su generosidad.

También respecto de su educación en el templo dice el abate Orsini:

“Después de haber cumplido su primer deber, María y sus jóvenes compañeras volvían a sus ocupaciones habituales.

Unas hacían dar vueltas en sus ágiles dedos a un huso de cedro, otras matizaban la púrpura, el jacinto y el oro sobre los velos del templo, que sembraban con ramilletes de flores.

Mientras algunas otras, inclinadas sobre un telar sidonio, se aplicaban a ejecutar los variados dibujos de esos magníficos tapices que valieron los elogios de todo Israel a la mujer fuerte y que el mismo Homero ha celebrado.

La Virgen se aventajaba a todas las muchachas de su pueblo en esas hermosas obras tan apreciadas de los antiguos.

San Epifanio nos enseña que ella se distinguía en el bordado y en el arte de trabajar sobre lana, lino y oro.

Su habilidad sin igual en hilar el lino de Pelusa se conserva aún tradicional en Oriente.

Y los cristianos occidentales, para perpetuar su memoria, han dado el nombre de hilo de la Virgen a esas randas brillantes de blancura y de un tejido casi vaporoso, cual se observan en el hondo de los valles durante las húmedas mañanas del otoño.

Por este motivo fue, que las graves y puras esposas de los primeros fieles, en el momento de doblar su cabeza al yugo del himeneo, vinieron por largo tiempo a deponer sobre el altar de la Reina de los Ángeles una rueca ceñida de cintillas de púrpura y cargada de una lana sin mancha”.

Y agrega,

“Estando en el templo, con encendido deseo y amor de la virginidad que el Espíritu Santo le inspiraba, hizo voto de guardarla perpetuamente.

Fue la primera que hizo esta manera de voto, y alzó la bandera de la virginidad.

Y con su ejemplo incitó a tantos y tan grandes escuadrones de purísimas doncellas para que la alcanzasen, y por no perderla perdieron su vida.

Y por esto se llama Virgen de las Vírgenes, como maestra y capitana de todas ellas”.

Un día, mientras ella lavaba la frente de una niña tan enferma de fiebre que no se esperaba que sobreviviera a la noche, María escuchó el canto angelical.

Miró a su paciente, preguntándose si la niña también lo había escuchado.

No, su amiga dormía pacíficamente por primera vez en días.

Al tocar la frente de la niña, María se dio cuenta de que la fiebre había pasado.

Seguramente fue un milagro: la niña se recuperaría, tal como María rezó para que así fuera.

“María”, dijo una voz de repente, “el Señor ha considerado conveniente traerte a este mundo sin la mancha del pecado.

Y usas Su buen favor para ayudar a otros. Al hacerlo, lo honras mucho”.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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