Cómo están deconstruyendo el legado que dejó Jesucristo a los apóstoles.

Cuando Jesucristo terminó su tarea visible en la Tierra dejó a los apóstoles la misión de construir la civilización cristiana.

Y poco a poco se fue construyendo, extendiendo por el mundo, siempre con la oposición del maligno.

Hasta que el maligno lanzó su gran proyecto del humanismo, donde el hombre adquiere las condiciones de un dios.

Y estableció una corriente para operar esto, el progresismo, para que diera sustento filosófico para deconstruir el cristianismo y construir un mundo sin Dios.

Una parte importante de esta estrategia fue sabotear al cristianismo desde adentro, infiltrando a la Iglesia, para terminar con el motor que sostenía la civilización cristiana.

Aquí hablaremos sobre cuáles fueron los tractores que llevan adelante el desmontaje de la civilización cristiana, y cómo el progresismo es la idea fuerza que rige este proceso, porque abraza lo nuevo, sin restricciones, como un valor en sí mismo.

Cuando Dios envió a Su hijo para limpiar a los hombres de la desobediencia de los primeros humanos a Dios, y así pudieran ganar de nuevo la posibilidad de vida eterna, también formó Su Iglesia.

La que sería encargada de crear una civilización, para que los seres humanos vivieran más en consonancia con los mandamientos de Dios, sobre la base de la doctrina del amor.

Y para que no apartaran su mirada del Dios que se había revelado.

Paso a paso esa civilización se fue construyendo y podemos leer en los Hechos de los Apóstoles cómo Dios auxiliaba a los primeros cristianos en la evangelización.

Esta civilización fue extendiéndose por la tierra, pero desde los primeros tiempos el maligno se las ingenió para desviarla, tentando a los cristianos con el poder y las guerras, el dinero y la explotación de otras personas, las herejías, las espiritualidades alternativas y los cismas, el mayor de los cuales fue producido por Lutero.

Hasta que en un momento el maligno lanzó su gran proyecto, el humanismo, la autodivinización del ser humano.

Y lo fue introduciendo de a poco en el mundo, primero alejando a la divinidad de los hombres.

Instruyó sobre un ser divino, por ejemplo el gran arquitecto del universo, que hizo todas las cosas, pero luego dejó todo en las manos de los seres humanos.

Lo que equivale a decir que no existe ningún dios que acompañe a cada ser humano y que sea protagonista en la historia humana.

La masonería cumplió este mandado. Su objetivo desde su fundación fue entorpecer a la Iglesia, que era la encargada de evangelizar el mundo.

Y desviarla hacia el humanismo, admitiendo públicamente que si bien hay un creador de todo, hoy los hombres están a cargo de todo

Mientras en los grados más altos dan un paso más, dicen sí a la existencia de un Dios creador pero no a Cristo.

Y llegan a considerar que la verdadera enseñanza divina no es la de Cristo y su doctrina del amor, sino la del ángel caído que vino a iluminar a los seres humanos para desembarazarse de la concepción del Dios que vino a presentar Jesucristo. 

Y por eso hemos visto cómo los masones intentaron infiltrar a la Iglesia desde sus comienzos.

Por ejemplo un caso típico fue la Instrucción Permanente Alta Vendita, donde un grupo masón identificado como los Carbonarios, llamaron por el 1850, a que jóvenes masones infiltraran los seminarios y las universidades, y les propone pautas de comportamiento.

Dice que al principio deben comportarse como topos, sin darse a conocer, presentándose con toda apariencia de hombres de alta moralidad. 

Y una vez que hayan establecido su reputación y obtenido la confianza, deben comenzar su tarea de socavar a la doctrina desde adentro.

La Iglesia condenó repetidamente a la masonería, desde su fundación formal en 1717, como incompatible con el catolicismo, por su desconocimiento de un Dios personal, por su impulso al secularismo, por predicar que la religión debe estar fuera del ámbito público y de la educación, y por su mandato de destruir a la Iglesia.

Ocho Papas condenaron explícitamente a los masones, pero poco a poco la oposición se fue moderando.

Hasta que en 1983 se quitó del nuevo Código de Derecho Canónico la mención explícita a la masonería como enemigo.

Aunque la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo que el juicio negativo de la Iglesia con respecto a la masonería permanece sin cambios, la membresía a las logias masónicas está prohibida.

¿Qué había pasado para que la declaración contra la masonería fuera sólo testimonial?

Había crecido la influencia de los modernistas dentro de la Iglesia, que buscaban redefinir la doctrina católica, precisamente en términos agradables a los masones.

Y su punto culminante fue la década de 1960 cuando Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II, donde se produjo una dura confrontación entre el catolicismo histórico y el modernismo.

Por lo cual los documentos que surgieron del Concilio fueron muy negociados, y lo suficientemente interpretables como para darle a los modernistas la posibilidad de imponer poco a poco el llamado «espíritu del concilio» en las parroquias.

El que no fue más que la interpretación modernista del Concilio.

A tal punto fue el enfrentamiento, que Pablo VI en el discurso de clausura del Concilio tuvo que admitir que en el concilio «la religión del Dios que se hizo hombre se ha encontrado con la religión del hombre que se hace Dios»

La interpretación en clave modernista del espíritu del concilio produjo una gran crisis de las vocaciones religiosas, enorme cantidad de abandono de sus vocaciones de sacerdotes, monjes y monjas, vaciamiento de los templos.

Y fue tal el desconcierto que Pablo VI en 1972 reconoció la gravedad de los daños producidos diciendo, «esperábamos una floreciente primavera y sobrevino un crudo invierno», «por alguna rendija el humo de Satanás se ha introducido en la Casa de Dios».

Los masones habían proclamado su deseo de cumplir el objetivo de la Revolución Francesa de destruir la Iglesia Católica.

Y después del Concilio, el modernista Cardenal Suenens exclamó triunfalmente que «el Vaticano II es la Revolución Francesa en la Iglesia».

Los modernistas, con el apoyo de los medios de comunicación seculares, interpretaron que la verdad se derivaba del consenso de los hombres y no de la palabra de Dios.

De ahí el concepto de una Iglesia Sinodal que promovió el modernista Cardenal Martini, que implica que los temas importantes de doctrina se decidan colegiadamente entre los obispos y los laicos, por ejemplo el tema de la sexualidad humana, el matrimonio, etc.

Pero hay algo más, la investigación del arzobispo Edouard Gagnon sobre la masonería dentro de la Iglesia, confirmó que el arquitecto de la Nueva Misa, el arzobispo Annibale Bugnini, era masón. 

Y reveló que el hombre responsable de nombrar a los obispos del mundo desde 1972 hasta 1984, el cardenal Sebastiano Baggio, también era masón.  

La correlación de fuerzas entre los que concebían una religión católica en que Dios buscaba al hombre y le daba sus mandatos, y los que proponían una religión en la que el hombre interpretaba a Dios, había cambiado, esto últimos, los modernistas, cada vez se hicieron más importantes. 

Esta es la génesis del progresismo dentro de la Iglesia, un progreso en la deconstrucción de la civilización cristiana que trabajosamente se fue realizando desde la iglesia primitiva.

¿Y qué pretenden los progresistas hoy?

Los progresistas católicos desean alterar la fe histórica de acuerdo con el espíritu de la época.

En contraposición, los católicos históricos creen que el espíritu de la época debe ser impugnado por la verdad eterna e inmutable del Evangelio cristiano.

Aquellos que creen en una forma relativa, progresista y modernista del cristianismo descartan el elemento milagroso de la religión, creen que la Iglesia y las Escrituras son meramente accidentes artificiales de la historia.

Y creen que la iglesia debe adaptarse completamente a las necesidades de la sociedad moderna. 

Los progresistas ven a la iglesia como un agente de cambio social y que la principal tarea de los cristianos es ser activistas políticos, de medio ambiente, etc., o sea más como una ONG. 

Y en el otro lado están los que creen que el evangelio de Jesucristo es revelado por Dios para la salvación de las almas y que por ahí está la transformación del mundo. 

Estos cristianos históricos creen que las escrituras son inspiradas por Dios y que el evangelio no puede ser cambiado por la cultura en ningún tiempo. 

Son cristianos clásicos porque creen en la vieja historia de una humanidad pecadora y un Dios misericordioso, que dio a su propio Hijo para la salvación del mundo.

Mientras que los progresistas sostienen que las historias que cuenta la Biblia son relatos piadosos para llevar a la gente a ser buena, que es lo que quiere un Dios que es incognoscible por los hombres.

Y este progresismo tiene su correlato en la sociedad global, para hacer su parte en la deconstrucción de la civilización cristiana.

Y se llega a tal nivel de deconstrucción que por ejemplo la Universidad de Cambridge acaba de lanzar un nuevo curso titulado «descolonización del oído».

En que trata cómo el imperio y el patriarcado afectaron nuestra comprensión de lo que constituye música y también cómo géneros como la ópera son representaciones racializadas de la música.

O los sucesivos ataques contra la educación escolar en la casa, el homeschooling, que lo ven como una forma de impedir que el gobierno eduque a los niños cristianos para prepararlos para ocupar su lugar en la sociedad laica.

Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre cuál fue la génesis y el cometido del progresismo dentro de la iglesia y la sociedad toda, para eliminar los vestigios de la civilización cristiana.

Y me gustaría preguntarte en qué cosas ves actuar a los progresistas en la Iglesia y el mundo.

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