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Cómo se Logra la Felicidad, según la Biblia

La filosofía que predomina en el mundo tiene como la gran meta la felicidad en la Tierra.

Hacer lo que uno quiera sobre la base de que “no me quiten la paz” y “no me estresen”.

Es así como la sociedad occidental actual nos pide que rindamos culto a esa felicidad.

Y que no juzguemos lo que piensan los demás.

Pero lamentablemente la experiencia es que se trata de una felicidad pasajera.

En cambio la Biblia contiene un minucioso plan para encontrar la felicidad duradera.

Lamentablemente este es el pensamiento que hoy predomina en las parroquias católicas.
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La mayoría de los fieles quieren “vivir su vida”, que no le quiten la paz y no estresarse; ese es su paraíso en la Tierra.

Por eso oímos:

“Padre no hable del infierno porque me quita la paz”.

“Padre no diga que un divorciado vuelto a casar está en pecado porque me estresa”.

“Padre no diga que los homosexuales llevan una vida desordenada (como dice el catecismo) porque cada cual hace su vida”.  

Y es así como los Padres ya no hablan del infierno, ni del divorcio, ni de la homosexualidad, para no quitarle la paz ni estresar a sus fieles.

  

¿QUE ES LA VERDADERA FELICIDAD?

La verdadera felicidad no consiste en honores académicos o logros en una carrera.

Tampoco consiste en adquirir una reputación de ídolo.

O en alcanzar la cima en una institución o en el estado.

Ni consiste en indulgencias sexuales o de conducta en general.

La verdadera felicidad es espiritual.

Y la primera condición es tener una vida moral sólida anclada en las virtudes.

La felicidad también está relacionada con la generosidad.

¿Acaso has conocido alguna persona verdaderamente feliz pero egoísta?

Y también está relacionada con Dios, porque sólo Dios puede hacernos genuinamente felices incluso en la Tierra.

Nuestra actitud para contactarnos con Dios podemos llamarla mantenerse en contacto con Dios, o vivir en la presencia de Dios, o tener conciencia de Dios, o volverse hacia Dios.

Esto significa nuestra decisión de permanecer unidos a Dios.

Y no estamos hablando de ninguna experiencia mística, sino de mantener la palabra de Dios y sus promesas.

Porque la promesa que hace Jesús es “si alguien Me ama mantendrá Mis palabras y Mi Padre lo amará y Nosotros acudiremos a él y haremos Nuestro hogar en él” (Juan 14:23).

Por lo tanto el secreto de la felicidad es esforzarse por hacer la voluntad de Jesucristo.

Porque luego Él nos complacerá en la Tierra con cosas que no podemos obtener de otra forma.

Es por eso que Joseph Ratzinger dice que el contrario a la felicidad es la pobreza.

Y que la pobreza más profunda no es la material sino la espiritual.

Es la incapacidad de gozar y la convicción de que la vida es absurda y contradictoria.

Esto produce la incapacidad de amar, generándose avaricia y devastando la vida personal y social de la persona; en definitiva haciéndola infeliz.

Jesús expuso un pormenorizado mapa de cómo se llega a la felicidad en su discurso sobre la bienaventuranzas y aquí vamos a descifrarlo.

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DIOS PROMETE LA FELICIDAD A QUIÉN LA DESEA

¿Qué es la felicidad? Es un estado de ánimo que se siente plenamente satisfecho por gozar de algo bueno que se desea.

¿Y qué nos hace felices? ¿Y esas cosas que nos hacen felices, nos dan felicidad plena o de un rato?

Si Dios es Dios, es pleno, si le faltara algo, entonces no sería Dios.

Por lo que la felicidad que Él propone no es aquella que dura un rato y luego se vuelve amarga, sino la que dura siempre, la plena, sobre la base del amor, la bondad, la misericordia…

Buscar la felicidad es complicado. No se le encuentra tan rápido, o bien encontramos “fantasmas” de ella.

Al venir a la tierra Cristo ha querido darnos los “tips” de la felicidad.

Las promesas que nos da son para que seamos felices en esta tierra y en la otra vida sobre una base permanente.

Las bienaventuranzas son el resumen y las llaves de nuestra felicidad.
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Entenderlas bien, transformándolas en nuestro lenguaje, nos dará un mejor entendimiento para vivir esa experiencia.

¿Cómo definimos una bienaventuranza? Es otra palabra para expresar felicidad.

El resumen del Evangelio de San Mateo nos centra en este tema de la felicidad.

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BIENAVENTURADOS LOS POBRES…

Dice el Evangelio escrito según San Mateo:

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (5, 3)

¿Los pobres de espíritu? ¿Quiénes son?

Y la promesa es el ¿Reino de los cielos?

El pobre de espíritu es un mendigo, es el que no tiene nada. Pero a diferencia de San Lucas, San Mateo dice de “espíritu”.

¿Puede el espíritu ser pobre? ¿A qué se refiere?

Si un méndigo lo único que tiene es ponerse en la esquina para pedir.

¿Qué come? Come lo que le dan, vive de lo que le den.

Si se lo dan por darle, si se lo dan con malas caras o peor, este lo recibe, humilde, porque no tiene otra cosa para vivir que ello.

¿Cuánto más Dios que es bueno dará, si en Él confiamos y nos acercamos con humildad y confianza?

Entonces traslademos este ejemplo al espíritu; el hombre debe confiar en Dios, y pedirle, porque no somos nada, y Él lo es todo.

San Agustín dice que lo somos cuando oramos, San Luis María dice que lo que obtenemos es por la misericordia de Él.

Entonces ya tenemos la primera parte de la promesa: “Felices los que confían en Dios, los que se dejan llevar por Él”, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
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Porque ellos que se han dejado llevar y conducir por Él han creído, por esto mismo pasarán a gozar de lo que Él ha preparado.

Pero también la promesa no es sólo para el Cielo, sino la felicidad se inicia cuando te dejas conducir por el Todopoderoso en tu vida terráquea.

Iglesia del Monte de las Bienaventuranzas en Galilea
Iglesia del Monte de las Bienaventuranzas en Galilea

  

BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN…

San Mateo dice en el versículo 5:

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.”

¿Felices los que lloran? ¿A que llanto se refiere?

¿No nos recuerda los pasajes donde Jesús al ver a la mujer que está llorando le perdona los pecados?

¿No recibió consuelo la mujer que se acercó pidiendo perdón?

¡Ah! Entonces son los que lloran los pecados.

¿Y qué consuelo se recibe?

El sacramento de la penitencia.

“Felices los que se arrepienten de sus pecados, porque serán perdonados”.
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Esa es la meditación, el Resucitado dice a los apóstoles, y a los sucesores que son los obispos y posteriormente también los sacerdotes, representándolo a Él y a todos nosotros.

A los que les perdonen los pecados les quedarán perdonados y a los que no les perdonen les quedará sin perdonar.

Porque es promesa divina, hecha por Él mismo, “todo lo que ates será atado en el Cielo, todo lo que desates en la tierra será desatado en el Cielo”.

Cristo abre sus brazos para atraer a todos, Él es la misericordia.

Por ello esta bienaventuranza se relaciona mucho con la del versículo 7, del Evangelio de San Mateo: “Bienaventurados los misericordiosos porque obtendrán misericordia”.

Todos al ser pecadores, necesitan la misericordia del Todopoderoso.

Pero ¿cómo se obtiene?

Precisamente con las obras de misericordia; las corporales y las espirituales.

Santa Faustina nos insiste en el mensaje de la Divina Misericordia, sean misericordiosos para que Él sea misericordioso con nosotros.

Estas son las 14 obras, 7 espirituales y 7 corporales:

 

Obras Corporales de Misericordia

  • Dar de comer al hambriento
  • Dar de beber al sediento
  • Dar posada al necesitado
  • Vestir al desnudo
  • Visitar al enfermo
  • Socorrer a los presos
  • Enterrar a los muertos

  

Obras Espirituales de Misericordia

  • Enseñar al que no sabe
  • Dar buen consejo al que lo necesita
  • Corregir al que está en error
  • Perdonar las injurias
  • Consolar al triste
  • Sufrir con paciencia los defectos de los demás
  • Rogar a Dios por vivos y difuntos

Predicando

  

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS…

El versículo 4 del capítulo 5 del Evangelio de San Mateo, tiene esta bienaventuranza que parece no sonar tan acorde a lo que se acostumbra. “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.

En otras partes dice heredarán la tierra.

¿Qué tierra? ¿Mansos para heredar la tierra?

Mansos como los animales que se acostumbra poner en el establo para Navidad.

Mansos como estos animales que se dejan conducir.

“Vengan a mí los mansos y humildes de corazón…”.

Vengan los sencillos, los que se dejan conducir por Dios.

Porque si nos dejamos llevar por Él, Él nos tomará para ser parte del plan.

Si nos dejamos conducir, Dios promete que heredaremos la tierra.
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Aquí haremos grandes cosas, porque Él, nos toma en cuenta y allá arriba también tendremos parte con su Padre.

En otras palabras, hemos visto que quién confía, se arrepiente, es misericordioso, Dios lo recompensa.

Por eso al confiar y dejarnos conducir por Él, formaremos parte con Él.

La primera bienaventuranza parece ser el resumen de las otras.

Confiar y dejarnos llevar, dejarnos conducir.

pintura julio breff guilarte sermon del monte fondo

  

BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED…

El glorioso Patriarca y Patrón de la Iglesia Universal, San José, aparece en las primeras páginas del Evangelio de San Mateo.

“Su marido, José, era hombre justo” así es descrito en el primer capítulo versículo 19; esa palabra “justo” se relaciona con esta promesa, con esta bienaventuranza.

“Felices los que tienen hambre y sed de justicia…”

Encontramos en el Evangelio de San Lucas con los que tienen necesidad de comer, más en San Mateo la idea es distinta.

En cuanto a que la promesa no se refiere a cosas, sino a actitudes, a quién hace la voluntad de Dios y quiere que se haga su voluntad.

Por eso al entender este versículo se nos vienen a la mente todos los santos, beatos y venerables.

Pero San José parece resaltar entre todos ellos.

Estaba prometido con la Virgen María, que aparece embarazada, y él prefiere pasar por el “malo” dejándola en secreto.

Dios interviene y le dice que la reciba.

Toda la vida de San José se resume en dejar la vida que él había planeado y hacer lo que Dios le manda.

Inmediatamente que se fue el ángel hizo lo que se le había mandado.

Dichoso porque quiso hacer y deseó la voluntad de Dios. “porque ellos serán saciados” dice la escritura.

Deseaba tanto hacer lo que Él quería, que en la tierra fue “saciado”.

Fue recompensado, de la manera menos esperada.

En la traducción que nosotros estamos leyendo, en realidad la meditación es: “Felices los que hacen y desean la voluntad de Dios, porque ellos formarán parte” del “proyecto divino”.

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BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN…

El Papa Francisco resumió esta promesa en la Jornada Mundial de la Juventud, recordando que los que tienen recta intención de no ofender a Dios, aquellos que le buscan, le encontrarán.

Aquellos que en su buen actuar disciernen el bien del mal y optan por el primero, tarde o temprano se toparán con Él.

“Felices los que actúan haciendo el bien, porque hallarán a Dios”.

“Háganse la pregunta con corazón limpio y no tengan miedo a lo que Dios les pida.

A partir de su “sí” a la llamada del Señor se convertirán en nuevas semillas de esperanza en la Iglesia y en la sociedad.

No lo olviden: La voluntad de Dios es nuestra felicidad.”

Así el Papa Francisco nos recuerda que nuestro corazón (todo nuestro yo), si está limpio de maldad, encontrará el gozo, porque como hemos visto solo Él es la felicidad.

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LA FELICIDAD LLEVA A LA PAZ…

En las bienaventuranzas se ha ido alumbrando el camino que un cristiano ha de seguir. Son 8 promesas, que resumen toda la predicación de Jesús.

En la Biblia muchas veces se encontrarán diversidad de dones que el Señor concede.

Pero hay que recordar que siempre los concede por su tierna bondad y misericordia.

El trayecto se ha iniciado con los pobres de espíritu, para recordar que debemos la confianza a Dios.
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Y para ello debemos ser mansos, dejándonos llevar por Él.
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Así al conducirnos nos daremos cuenta de su grandeza y de nuestra nada y lloraremos nuestras culpas.
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Porque siendo Él tan bueno, nos ha perdonado, y nosotros buscaremos irradiar ello a través de la misericordia.
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Y entonces será Él quien sea misericordioso con nosotros.

Es un círculo virtuoso que se inicia y empezaremos a querer más su voluntad y a hacerla.

Llegados a ese punto, haremos que nuestro corazón discierna entre lo bueno y lo malo, en la recta intención, en la “limpieza del corazón”, para llegar a ver a Dios.
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Al querer y buscarlo, al llegar a ser para nosotros el todo, también será nuestra paz.
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E irradiaremos la paz del Señor.
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Y entonces teniéndola entre nosotros podremos darla a los demás.

San Ambrosio dice:

“Cuando tengas toda tu alma limpia de toda culpa, procura que no nazcan disensiones ni disputas por tu culpa.

Empieza por tener paz en ti mismo y así podrás ofrecer la paz a los demás”.

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BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS…

San Jerónimo también recuerda que la promesa inicia con nosotros:

“Pero la cosa comienza por dentro: los pacíficos se llaman bienaventurados, porque primero tienen paz en su corazón y después procuran inculcarla en los hermanos en conflicto.

¿De qué te aprovechará el que otros estén en paz si en tu alma subsisten las guerras de todos los vicios?”

Porque la paz se inicia cuando se está sujeto a Dios.

Como todas las bienaventuranzas esta se relaciona con las anteriores y si no se inicia con el primer eslabón, es difícil llegar a este.

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BIENAVENTURADOS LOS PERSEGUIDOS…

Las últimas dos bienaventuranzas a simple vista parece que no se relacionan. Pero están estrechamente relacionadas.

“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

“Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.” San Mateo 5, 10-11.

La primera dice felices los que son perseguidos, por causa de la justicia.

¿Qué es lo justo?

Justo, en la concepción que se ha meditado, es el que hace lo que Dios manda.

Entonces son felices los que sufren persecución porque Dios les ha aguardado con el premio de Reino.
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Por eso se relaciona con la última, actuaron como el Señor manda, y por eso tendrán una gran recompensa.

Jesús, dice que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

Por ello todas las promesas de la felicidad terminan con esta, porque no va ver otro amor, otra vida que no sea Él.

Y terminarán diciendo con San Pablo: “Ya no soy yo, es Cristo que vive en mí”.

Porque al principio iniciaste como tú, pero en ese proceso, en ese círculo de promesas, Dios te ha transformado, y tanto, que llegas a ser una nueva persona en Cristo, con todas tus cualidades y defectos pero transformado para Él.

Porque es Él que trabaja en ti, porque tú has hecho tu vida para Él.

Entonces los que se encontraron con Dios serán felices, porque no habrá otra cosa de mayor gozo que seguirle.

Por eso María Santísima ha de proclamar: “Mi alma proclama la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”.

Fuentes:


Enrique Alfaro, de Guatemala, Profesor de Arte y Teología

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Acerca de las Bienaventuranzas en general

Las Bienaventuranzas son el prólogo o el exordio del Sermón de la Montaña. Son promesas de felicidad y al mismo tiempo enigmas. Encienden nuestro deseo y despiertan nuestra intriga.

 

SERMON DEL MONTE1

 

Ellas son también, en cierta manera, como el resumen y la esencia cifrada de todo lo que Jesús enseña en el Sermón de la Montaña.

«El Sermón de la Montaña – y dentro de él las Bienaventuranzas – es el retrato más fiel de Jesucristo que podamos tener y, en consecuencia, es el modelo de vida más exacto que él mismo nos haya propuesto. Y también nos revela los rasgos que el Espíritu Santo quiere reproducir en nosotros. A fin de modelarnos y con-formarnos con la imagen y semejanza del Hijo de Dios.»

«El Sermón de la Montaña propone un programa de vida vivida en la fe en el Hijo de Dios y en un espíritu filial ante el Padre celestial.»

En el Sermón de la Montaña Jesús es el Maestro que:

-nos enseña

-a todos

-con el ejemplo de su vida y con sus palabras

-a vivir como Hijos de Dios

-y nos comunica las promesas del Padre

-viviendo como Él vivió, los que quieran ser sus discípulos aprenderán de él a vivir como Hijos de Dios.

De ese modo, el Padre cumplirá en ellos sus promesas, como antes las cumplió con Jesús. No es otra cosa lo que Jesús tiene para enseñarnos: vino a enseñarnos con su ejemplo y su palabra a vivir como Hijos de Dios. No vino a traer doctrinas esotéricas, sino esta única y divina sabiduría. Y esta sabiduría y vida divina de hijos, se ofrece a todos los hombres.

“Jesús – dijo Juan Pablo II – no se limitó a proclamar las Bienaventuranzas; también las vivió. Al repasar su vida, releyendo el Evangelio, quedamos admirados: el más pobre de los pobres, el ser más manso entre los humildes, la persona de corazón más puro y misericordioso es precisamente él, Jesús. Las Bienaventuranzas no son más que la descripción de un rostro, su Rostro. Al mismo tiempo, las Bienaventuranzas describen al cristiano: son el retrato del discípulo de Jesús, la fotografía del hombre que ha acogido el reino de Dios y quiere sintonizar su vida con las exigencias del Evangelio. A este hombre Jesús se dirige llamándolo «bienaventurado». La alegría que las Bienaventuranzas prometen es la alegría misma de Jesús: una alegría buscada y encontrada en la obediencia al Padre y en la entrega a los hermanos.”

La doctrina de Jesús no es diversa de su vida. Es su vida misma convertida en contenido de su enseñanza. Por eso, no hay mejor comentario para las palabras de la enseñanza de Jesús, cuando no entendamos lo que quiere decir, que observar su propia vida. Por ejemplo, si queremos saber qué significa «poner la otra mejilla» (Mt 5,39; Lc 6,29) tenemos que contemplar a Jesús en su Pasión, respondiendo al siervo del pontífice que acaba de golpearlo en el rostro: «si he hablado mal prueba en qué; y si no, ¿por qué me pegas?» (Juan 18, 23) Jesús pone la otra mejilla exponiéndose a un castigo mayor al pedir explicaciones. Lejos de una actitud de cobardía y achicamiento, Jesús muestra así su valentía, su coraje.

 

The Sermon on the MountFra Angelico, c. 1440

 

Para comprender el alcance y el significado de las Bienaventuranzas (Mateo 5, 1-12), el mejor camino es ver cómo las vivió Jesús y cómo se cumplieron en él lo que prometen.

¿Ideales imposibles? ¿Ley impracticable? ¿Mandamientos imposibles de cumplir? ¡No! ¡Promesas del Padre! ¡cumplidas en Jesús, en María, en los santos y ofrecidas a todos los que quieran vivir como el Hijo.

Y por ser promesas del Padre a los que vivan como hijos, para comprenderlas hay que considerar atentamente cómo las vivió Jesús y cómo el Padre le cumplió las promesas.

De hecho, las Bienaventuranzas se oponen punto por punto a las normas de vida y a la jerarquía de valores corrientes por el que se rige, en la práctica, el “hombre de hoy” en el mundo moderno.

-a nuestro apetito de riquezas oponen la pobreza;

-a nuestros instintos de fuerza, de violencia y de dominación de los demás, oponen la mansedumbre;

-a nuestra hambre de autoafirmación y a nuestra sed de disfrutar, oponen el hambre y sed de justicia; y no de cualquier justicia, sino de la que supera la de los escribas y fariseos, es decir, la justicia de los hijos de Dios;

-a nuestra dureza de corazón, oponen la misericordia de Jesús y del Padre;

-a nuestra susceptibilidad e inclinación al conflicto, oponen el espíritu de paz;

-a nuestra vanidad y a nuestra dependencia de la opinión ajena, oponen la libertad de los hijos, que no buscan su propia gloria sino la del Padre.

¿Nos predica el Sermón de la Montaña una moral inaplicable en lo concreto? ¿Nos sitúa ante un ideal imposible? Parecería que en las Bienaventuranzas, Jesús se complaciera en poner la felicidad y la bienaventuranza en todo lo que nos repugna y nos asusta.

Lo que pasa es que vivir como hijos de Dios Padre es algo distinto que el modo de vivir del hombre natural y aún de la elevada justicia de los judíos piadosos. El hombre natural se inclina a poner la felicidad en el bienestar. Los escribas y fariseos en la guarda de los mandamientos. Lo que Jesús describe es un modo de vivir que, o bien se recibe de manos del Padre o es, en verdad, inalcanzable. Nadie puede alcanzarlo por sí mismo. Sería como darse el ser a sí mismo, sin intervención de un padre. La bienaventuranzas revelan que la felicidad no consiste en el bienestar sino en el amor de hijos al Padre y en recibirlo todo del Padre viviendo en su amor.

El Sermón de la Montaña sería una mora inaplicable y un ideal imposible si solamente nos ofreciera una ley como las demás: un texto, un código de conducta, una serie de mandamientos. Pero las Bienaventuranzas son principalmente promesas, ofertas, invitaciones. Promesas de la acción del Espíritu santo en el corazón del hombre.

Lo que tienen que hacer los que aspiran a vivir como hijos, es, antes que nada, creer en las promesas del Padre, cumplidas en Jesús y que Jesús nos hace en la Bienaventuranzas. Las Bienaventuranzas contienen las promesas y la revelación de lo que el Espíritu Santo quiere llevar a cabo en nuestras vidas, si nos prestamos a su acción por la fe y la caridad: hacernos vivir como Hijos del Padre. Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.

Las Bienaventuranzas son promesas de que a los que vivan como Jesús, el padre les dará lo mismo que dio a Jesús «El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo cargue su cruz y sígame… quien pierda su vida por mí y por el evangelio, ese la salvará.» (Marcos 9, 34-35) San Ignacio de Loyola propone la invitación de Jesús a seguirlo en estos términos «Quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria.»

Comentaremos una por una cada Bienaventuranza tratando de comprenderlas a la luz de la vida de Jesús, el Hijo de Dios. Cómo la vivió Jesús y cómo el Padre le cumplió la promesa que cada Bienaventuranza contiene.

Esto que publicamos es la Introducción del Libro sobre las Bienaventuranzas del padre Horacio Bojorge, que puede leerlo íntegro aquí.

Fuentes: Padre Horacio Bojorge sj

 

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Las ocho bienaventuranzas

Las solemnes bienaventuranzas (beatitudines, benedictiones) que marcan el inicio del Sermón de la Montaña, el primero de los sermones de Nuestro Señor en el Evangelio de San Mateo (5, 3-10).

 

Predicando

 

Cuatro de ellas reaparecen en una forma ligeramente diferente en el Evangelio de San Lucas (6, 22), de igual modo al comienzo de un sermón, y que discurren paralelamente a Mateo, 5-7, si no a otra versión del mismo. Y aquí se ilustran con la oposición de las cuatro maldiciones (24-26).

El relato más completo y el lugar más destacado que se da a las Bienaventuranzas en San Mateo están bastante de acuerdo con el alcance y la tendencia del Primer Evangelio, en el que el carácter espiritual del reino mesiánico – la idea suprema de las Bienaventuranzas – es continuamente destacado, en agudo contraste con los prejuicios judíos. La peculiarísima forma en la que Nuestro Señor manifestó sus bienaventuranzas las convierte, quizás, en el único ejemplo de sus dichos que puede ser calificado de poético – al ser inequívocamente claro el paralelismo de pensamiento y expresión, que es la característica más notable de la poesía bíblica.

El texto de San Mateo dice lo siguiente:

Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. (Versículo 3)
Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. (Versículo 4)
Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. (Versículo 5)
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados (Versículo 6)
Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos obtendrán misericordia. (Versículo 7)
Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. (Versículo 8)
Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios. (Versículo 9)
Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. (Versículo 10)

 

CRÍTICA TEXTUAL

En lo que respecta a la crítica textual, el pasaje no ofrece dificultad seria. Sólo en el versículo 9, la Vulgata y muchas otras autoridades antiguas omiten el pronombre autoi, ipsi; probablemente es una omisión meramente accidental. Cabe, también, una seria duda crítica, si el versículo 5 no debería ser colocado antes del versículo 4. Sólo la relación etimológica, que en el original se supone ha existido entre los “pobres” y los “mansos”, nos hace preferir el orden de la Vulgata.

 

PRIMERA BIENAVENTURANZA

La palabra pobre parece representar un ‘anyâ arameo (hebreo ’anî), encorvado, afligido, miserable, pobre; mientras que manso es más bien sinónimo de la misma raíz, ‘ánwan (hebreo, ‘ánaw), que se inclina, humilde, manso, gentil. Algunos eruditos agregan también a la primera palabra un sentido de humildad; otros piensan en los “mendigos ante Dios” que reconocen humildemente su necesidad de ayuda divina. Pero la oposición a los “ricos” (Lucas, 6, 24) apunta especialmente a la significación común y obvia, que, sin embargo, no debe limitarse a la necesidad y angustia económica, sino que puede abarcar el conjunto de la dolorosa condición del pobre: sus escasos bienes, su dependencia social, su indefensa exposición a la injusticia de los ricos y los poderosos. Aparte de la bendición del Señor, la promesa del reino celestial no se otorga por la condición externa actual de tal pobreza. Los bienaventurados son pobres “de espíritu”, que por su propia voluntad están dispuestos a soportar por amor de Dios esta dolorosa y humilde condición, incluso aunque realmente sean ricos y felices; mientras que, por otro lado, los realmente pobres pueden no alcanzar esta pobreza “de espíritu”.

 

SEGUNDA BIENAVENTURANZA

Puesto que la pobreza es un estado de humilde sujección, el “pobre de espíritu”, está próximo al “manso”, sujeto de la segunda bienaventuranza. Los anawim, los que humilde y mansamente se inclinan ante Dios y el hombre, “heredarán la tierra” y poseerán su herencia en paz. Esta es una frase tomada del Salmo 36 (versión hebrea, 37),11, donde se refiere a la Tierra Prometida de Israel, pero aquí en las palabras de Cristo, es por supuesto sólo un símbolo del Reino de los Cielos, el reino espiritual del Mesías. No pocos intérpretes, sin embargo, entienden “la tierra”. Pero pasan por alto el significado original del Salmo 36, 11, y a no ser que, por un expediente inverosímil, tomen la tierra también como símbolo del reino mesiánico, sería difícil explicar la posesión de la tierra de manera satisfactoria.

 

sermon del monte

 

TERCERA BIENAVENTURANZA

Los “que lloran” en la Tercera Bienaventuranza se oponen en Lucas (6, 25) a la risa y a la alegría mundana de similar carácter frívolo. Los motivos del llanto no derivan de las miserias de una vida de pobreza, abatimiento y sometimiento, que son las mismos de la bienaventuranza del versículo 3, sino más bien los de las miserias que el hombre piadoso sufre en sí mismo y en otros, y la mayor de todas el tremendo poder del mal por todo el mundo. A tales dolientes el Señor Jesús les trae el consuelo del reino celestial, “la consolación de Israel”(Lucas, 2, 25) predicha por los profetas, y especialmente por el Libro de la Consolación de Isaías (11-66). Incluso los judíos tardíos conocían al Mesías por el nombre de Menahem, el Consolador. Estas tres bienaventuranzas, pobreza, abatimiento y sometimiento son un elogio de lo que ahora se llaman virtudes pasivas: abstinencia y resistencia, y la Octava Bienaventuranza nos lleva de nuevo a la enseñanza.

 

CUARTA BIENAVENTURANZA

Los otros, sin embargo, piden una conducta más activa. Lo primero de todo, “hambre y sed” de justicia: un deseo fuerte y continuo de progreso en perfección moral y religiosa, cuya recompensa será el verdadero cumplimiento del deseo, el continuo crecimiento en santidad.

 

QUINTA BIENAVENTURANZA

A partir de este deseo interior se debe dar un paso más hacia la acción por las obras de “misericordia”, corporales y espirituales. Por medio de éstas los misericordiosos logran la misericordia divina del reino mesiánico, en esta vida y en el juicio final. La maravillosa fertilidad de la Iglesia en obras e instituciones de misericordia corporal y espiritual de toda clase muestra el sentido profético, por no decir el poder creativo, de esta sencilla palabra del Maestro divino.

 

SEXTA BIENAVENTURANZA

Según la terminología bíblica, la “limpieza de corazón” (versículo 8) no puede encontrarse exclusivamente en la castidad interior, ni siquiera, como muchos eruditos proponen, en una pureza general de conciencia, como opuesta a la pureza levítica, o legal, exigida por escribas y fariseos. Cuando menos el lugar adecuado de tal bienaventuranza no parece estar entre la misericordia (versículo 7) y la pacificación (versículo 9), ni detrás de la virtud aparentemente de más alcance del hambre y sed de justicia. Pero frecuentemente en el Antiguo y Nuevo Testamento (Gén., 20, 5; Job, 33,3; Sal., 23 (hebr., 24), 4; 72 (hebr., 73), 1; I Tim., 1, 5; II Tim., 2, 22) el “corazón puro” es la simple y sincera buena intención, el “ojo sano” de Mt., 6, 22, y opuesto así a los inconfesables fines de los fariseos (Mt., 6, 1-6, 16-18; 7, 15; 23, 5-7, 14). Este “ojo sano” o “corazón puro” es más que todo lo precisado en las obras de misericordia (versículo 7) y celo (versículo 9) en beneficio del prójimo. Y se pone de manifiesto a la razón que la bienaventuranza, prometida a esta continua búsqueda de la gloria de Dios, consistirá en la “visión” sobrenatural del propio Dios, la última meta y finalidad del reino celestial en su plenitud.

 

SÉPTIMA BIENAVENTURANZA

Los “pacíficos” (versículo 9) son no sólo los que viven en paz con los demás sino que además hacen lo mejor que pueden para conservar la paz y la amistad entre los hombres y entre Dios y el hombre, y para restaurarlas cuando han sido perturbadas. Es por esta obra divina, “una imitación del amor de Dios por el hombre” como la llama San Gregorio de Nisa, por la que serán llamados hijos de Dios, “hijos de su Padre que está en los cielos” (Mt., 5, 45).

 

OCTAVA BIENAVENTURANZA

Cuando después de todo esto a los piadosos discípulos de Cristo se les retribuya con ingratitud e incluso “persecución” (versículo 10) no será sino una nueva bienaventuranza, “pues suyo es el reino de los cielos”.

Así, mediante una inclusión, no infrecuente en la poesía bíblica, la última bienaventuranza vuelve a la primera y a la segunda. Los piadosos, cuyos sentimientos y deseos, cuyas obras y sufrimientos se presentan ante nosotros, serán bienaventurados y felices por su participación en el reino mesiánico, aquí y en el futuro. Y, visto lo que los versículos intermedios parecen expresar, en imágenes parciales de una bienaventuranza sin fin, la misma posesión de la salvación mesiánica. Las ocho condiciones requeridas constituyen la ley fundamental del reino, la auténtica médula y tuétano de la perfección cristiana. Por su profundidad y amplitud de pensamiento, y su relación práctica sobre la vida cristiana, el pasaje puede ponerse al mismo nivel que el Decálogo en el Antiguo Testamento, y que la Oración del Señor en el Nuevo, y supera ambos por su belleza y estructura poética.

Aparte de los comentarios sobre San Mateo y San Lucas, y las monografías sobre el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas se tratan en ocho homilías de SAN GREGORIO DE NISA, P.G., XLIV, 1193-1302, y en otro de SAN CROMACIO, P.L., XX, 323-328. De diversos sermones patrísticos sobre una sola bienaventuranza se da cuenta en P.L., CXXI (Index IV) 23 y ss.

Fuentes: John P. Van Kasteren para Enciclopedia Católica

 

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Las Bienaventuranzas de la Virgen de Nazaret

La Virgen María es el espejo de las bienaventuranzas y del perfecto seguimiento de Jesús. La fidelidad plena a la palabra de Dios, en cada momento de su vida, es la causa de su bienaventuranza.

 

 

No es bienaventurada simplemente por ser la madre del Mesías sino porque ha escuchado la palabra de Dios y la ha puesta en práctica (Lc 11, 28). Su vida entera es una floración de las bienaventuranzas.

El Magnificat, es el autorretrato psicológico de las bienaventuranzas. Es el cántico del alma henchida de agradecimiento que, en la austeridad de una vida sencilla, pone su dicha en sentirse la predilecta de Yavé. El Magnificat celebra la pobreza de María, la predilección de Dios por los hambrientos, los humildes, los pobres; la fidelidad a Dios. Cantar el Magnificat de nuestra Señora nos abre caminos de esperanza, pero sólo si, con un corazón pobre como el suyo, estamos abiertos a la acción del todopoderoso y a las necesidad de los hombres. La Virgen, en este canto anticipa la predicación de las bienaventuranzas. Al igual que Jesús, es la única vez que se propone a sí misma como modelo, al referirse a la pobreza.

Las bienaventuranzas son una especie de autobiografía psicológica de María. Entre los santos, testigos de Cristo que estuvieron con él, la santísima Virgen es la que, por su sencillez de su corazón, nos arrastra como nadie a vivir el Espíritu de las bienaventuranzas, al ser ella la primera bienaventurada.

 

LA PRIMERA BIENAVENTURANZA

Su vida, como la nuestra, fue eminentemente humana, y también ella estuvo sometida a la misma clase de situaciones sociales opresoras, desesperanzadoras y, con frecuencia, difíciles en que todo ser humano se encuentra situado de vez en cuando.

La futura Reino de los Cielos, trabajaba como una mujer más en el medio rural en que vivía; sin que nada de lo que ella realizaba pudiera predecir la grandeza de su destino. Solícita en sus labores, modesta en sus dichos, firme en poner a Dios, y no a los hombres, por guía de sus acciones. La Virgen fue consciente de su pequeñez e insignificancia. Vivió la pobreza del espíritu; vivió la aceptación de esta humilde condición, según el espíritu de los pobres de Yavé, de los que María es la más sublime expresión.

 

LA SEGUNDA BIENAVENTURANZA

María resplandeció en mansedumbre y dulzura. Esta mansedumbre-dulzura no era pasividad sino creadora. Ella es el arquetipo ideal de la mansedumbre, acogedora de la gracia divina; en ella, el abandono se vuelve creador tan profundamente que el Hijo de Dios nace de su carne, en su carne.

 

LA TERCERA BIENAVENTURANZA

Las lágrimas y el sufrimiento están en el mismo centro del misterio de María, como había profetizado Simeón (Lc 2, 35). Era natural que llorara ante la pérdida del niño en el templo; natural, también, llorar al pie de la cruz. María participa en todo el drama de la pasión de su Hijo, no sóla como persona histórica, sino representando misteriosamente a la Iglesia, y a través de ella, a toda la humanidad creyente en la historia de la salvación.

 

virgen con el nino

 

LA CUARTA BIENAVENTURANZA

Como los pobres soportan la carencia de muchas cosas, María también experimentó en su vida sensaciones ingratas y dolorosas. Sintió profundamente el hambre y sed de justicia, de la santidad, de oir la palabra de Dios, guardándola en su corazón (Lc 2, 19. 51). Ante la voluntad de Dios que le propone el ángel, pronuncia su «hágase», que es la manera bíblica de expresar su sumisión total. Deseo, ansia de que se cumpla la voluntad de Dios; no una aceptación resignada sino un gozo impaciente de que se haga lo que el Señor desea.

 

LA QUINTA BIENAVENTURANZA

El corazón maternal de María está lleno de misericordia. Ella fue la discípula más fiel de su Hijo. Amor y ternura en Belén; compasión dolorosa en la calle de la Amargura y al pie de la cruz.

 

LA SEXTA BIENAVENTURANZA

María es la limpia de corazón. La llamamos la Virgen. Ese es su nombre: simplicidad. sin doblez, autenticidad, limpieza, transparencia. En su corazón anidaron los más puros y nobles sentimientos. Ya su primera palabra nos introduce en el misterio de su virginidad.

 

LA SÉPTIMA BIENAVENTURANZA

¡Shalom! paz, era el saludo con el que María comunicaba la paz (Lc 1, 40). Su porte sereno, su equilibrio afectivo, su alma virgen, su confianza plena en Dios, su abandono total, le daba esa elegancia serena y espiritual, que es la expresión de toda paz; todas sus palabras son indicios de esta bienaventuranza.

Al soñar con un mundo mejor, ponemos nuestra confianza en ella, la bienaventurada Virgen, Reina de la Paz.

 

LA OCTAVA BIENAVENTURANZA

Antes de que Jesús muriese en la cruz, antes de que la cruz se hiciese cristiana, María ya participaba de ella a lo largo de toda su vida. Desde las dudas de José hasta el pie de la cruz, en silencio y amor, la madre se identificaba con su Hijo.

La vida de la Virgen es siempre una invitación a la santidad, que está en la vida ordinaria, en las cosas pequeñas (Rom 10, 8). Nos enseña el camino de nuestra perigrinación en un continuo crecimiento. María es, ante todo, aquella mujer que ha descubierto a Dios y le ha aceptado; ha recibido su don y en ese don ha fundado su existencia: contemplativa, activa, entregada. Es modelo armonioso de bienaventurada única e irrepetible en la obra de salvación.

Siempre la figura de la Virgen se mantiene en el centro de la experiencia vital de los creyentes. Es la mujer que vive en la cercanía del misterio. Ella nos lo hace presente. ella es madre y hermana nuestra, modelo actual, perenne, de todos los creyentes.

Fuente: Orden de Predicadores del Perú, Provincia San Juan Bautista

 

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