El ruido está en todas partes.
Música, radio, cuando viajamos, en el trabajo, en nuestros hogares, en la televisión.
Y no nos damos cuenta de ello porque nos engulle.
En cambio el silencio es una palabra a la vez atractiva y aterradora.
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Puede connotar paz y calma, o aislamiento aterrador.
PERO TAMBIÉN HAY UN RUIDO QUE NO ES SOLAMENTE ACÚSTICO
Podemos identificar nuestra época moderna como la época del ruido.
Un ruido que no solamente es acústico, sino que también es un conjunto de distracciones, la mayoría irrelevantes, qué no nos aportan nada sustancial.
Y especialmente nos alejan de la paz y el sosiego necesarios para poder mirar y escuchar las cosas con perspectiva.
La radio, la televisión, los computadores, los dispositivos móviles, están encendidos permanentemente donde quiera que vayamos.
Y estamos inundados hasta el cuello con información que un minuto después de recibirla no sabemos qué hacer con ella.
La mayoría de esta información pide de nosotros una atención y hasta una acción inmediata.
Por lo que nuestro pensamiento tiene que estar rechazando esos pedidos y requiere entonces un esfuerzo mental y emocional adicional.
No estamos hechos para este tipo de ruido sino para la conversación con nuestro creador.
En el silencio es dónde lo podemos encontrar y podemos hablar con Él.
En especial en la adoración al Santísimo Sacramento y en la Oración.
Ese encuentro nos transforma de una manera positiva, y en sentido contrario al que nos transforma el ruido invasivo que nos golpea diariamente.
Es por eso que los cristianos deben de ser especialmente contraculturales con respecto al ruido en términos genéricos.
Porque el ruido es un producto del mundo, mientras que el silencio es un producto del cielo, del que nosotros somos ciudadanos.
Esto no implica que nos separemos totalmente de la vida pública, la cultura, la política, las relaciones sociales con gente que no es cristiana, etc.
Los cristianos deben de estar comprometidos con la realidad.
Pero ese compromiso es independiente de la invasión de informaciones que nos golpean permanentemente.
Entonces debemos practicar la resistencia como forma de guerra espiritual.
Debemos cultivar la selectividad de los medios a los que nos exponemos.
Y guardar con mucho cuidado un espacio para la oración y la meditación en silencio.
En ese momento nos vamos a dar cuenta que las urgencias con que nos golpean algunas informaciones no son tales.
Y vamos a poder mirar la realidad que nos circunda con una perspectiva, diríamos, más celestial.
Porque el ruido está hecho para evitar que la gente medite sobre lo que sucede alrededor de ella.
El ruido es quizás la droga más embriagadora que está actuando en la sociedad moderna.
Y los que lo sabemos, debemos decirlo.
Pero en todo esto hay mucho de teoría, porque no todos los silencios son iguales ni los aceptamos de la misma manera.
¿SIEMPRE NOS SENTIMOS BIEN CON EL SILENCIO?
Si bien algunos podrían encontrar la idea de silencio atractiva, la verdad es que la mayoría de nosotros no nos sentimos muy bien en total silencio.
¿Alguna vez te sentaste solo en una habitación, sólo para oír sonidos de los que nunca antes te habías dado cuenta?
El tic-tac de un reloj.
El soplido de aire que se mueve a través de los conductos.
Todo es un poco desconcertante.
Pero quizás lo que más tememos sobre el silencio es estar a solas con nuestros propios pensamientos.
Cuando somos confrontados con un silencio absoluto, comenzamos a escuchar la loca y caótica carrera de los pensamientos que llenan nuestra mente.
Las ansiedades, los anhelos profundos, las preguntas dolorosas todas parecen burbujear hasta la superficie de nuestra conciencia y nos hacen sentir incómodos.
Tenemos miedo de esta confrontación con nuestro fuero interno, la lucha con la complejidad de nuestro corazón.
Así que nuestra tendencia natural es la de ahogar el silencio con ruido constante.
En el coche, encendemos la radio.
En el hogar los televisores funcionan constantemente no para que podamos verlos, sino como un reconfortante «ruido de fondo».
El tiempo libre es llenado con comprobaciones compulsivas de nuestros smartphones.
De todo excepto silencio.
Leer también:
- La Guerra de Demonio contra el Silencio para Aislarnos de Dios
- ¿Cómo puedo Escuchar a Dios que me Habla en la Oración?
EL SILENCIO Y LOS SANTOS
Empecemos de nuevo viendo las virtudes cristianas del silencio que dijmos al principio.
Innumerables santos lo han aconsejado como una práctica necesaria e indispensable para crecer en verdadera santidad.
«En el silencio y la tranquilidad el alma devota avanza en la virtud y aprende las verdades ocultas de la Escritura», dice Tomás de Kempis.
«Guárdate contra el mucho hablar«, aconseja San Doroteo de Gaza, «porque pone a volar los pensamientos devotos y de recogimiento en Dios.»
San Maximiliano Kolbe declara que, «El silencio es necesario, e incluso absolutamente necesario. Si el silencio es deficiente, entonces la gracia es insuficiente«.
A través de los siglos, muchas órdenes religiosas han puesto en práctica este consejo, con no pocos prescribiendo el silencio en diversos grados en sus reglas.
Quizás la más famosa y estricta de estas órdenes es la de los Cistercienses.
¿QUÉ TIENE DE ESPECIAL EL SILENCIO PARA LOS SERES HUMANOS?
Sin lugar a dudas, todos los grandes santos, místicos y maestros espirituales prescriben el silencio como un medio seguro a la santidad. ¿Pero por qué?
Es importante entender que el silencio, al igual que todas las herramientas de la vida espiritual, no es un fin en sí mismo.
Es un medio, un método para llegar a conocer a Jesucristo.
El silencio es necesario porque nuestros intelectos están heridos y fracturados por la Caída.
La comunión con Dios nuestro Creador se daba de forma natural y sencilla, de modo parecido a como vemos u oímos ahora.
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Estábamos constantemente conscientes de su presencia.
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Pero ahora, el pecado ha roto esta comunión y dañado nuestra capacidad de conocer a Dios en el nivel más profundo de nuestro ser.
Nuestro intelecto fracturado, una vez perfectamente en control, es ahora una tormenta caótica de pensamientos, sentimientos y emociones, como una nube de mosquitos inquietos en una cálida noche de verano.
Calmar la tormenta espiritual y emocional es increíblemente difícil, y la única manera de lograrlo es encarándola de frente.
Esto sólo se puede hacer cuando estamos lo suficientemente tranquilos para escuchar cuán caóticas son nuestras almas en realidad.
Esto puede ser aterrador, y preferiríamos no hacerlo, pero es absolutamente esencial para el progreso espiritual.
Por otra parte, el silencio es necesario para escuchar los susurros del Espíritu Santo y para recibir y conservar la gracia.
Dios no grita. Habla en voz baja, suave y calmadamente (1 Reyes 19: 11-12). Los impulsos del Espíritu Santo nunca se escuchan en el ajetreo y en ansiosa actividad, sino más bien en la quietud y en el silencio del corazón.
El silencio también nos ayuda a preservar las gracias que Dios nos envía.
Los buzos son cuidadosos y lentos con sus movimientos a fin de no malgastar innecesariamente sus preciosas reservas de oxígeno.
Del mismo modo, las almas santas hablan con cuidado y prudencia para preservar su reservorio de gracia.
TESTIMONIO IMPRESIONANTE SOBRE UNA SEMANA DE RETIRO EN SILENCIO TOTAL
Cuando nos hablan de experiencias como la que vamos a contar, empezamos a darnos cuenta que nuestra cultura está obsesionada con silenciar al silencio.
Al punto que muchas personas dicen que tienen el televisor encendido todo el día para estar acompañadas.
El blogger Alan Scott cuenta una experiencia maravillosa.
En el 2008 fue a un retiro de silencio durante una semana en una casa de retiro católica, un poco coaccionado, porque no tenía ganas de ir, pero lo comprometieron.
El primer recuerdo que le viene a la mente es lo nervioso que estaba en el viaje de ida, a pesar que se define como una persona introvertida.
Pero la idea de ningún sonido durante toda una semana la encontraba aterradora.
Al llegar debió entregar su teléfono celular, su ordenador portátil. No se permitía siquiera tener un libro excepto el que les dieron para leer: «La Imitación de Cristo».
Durante el retiro oraban en silencio, comían en silencio y sólo se podían comunicar a través de gestos con las manos y las notas escritas.
Él cuenta lo siguiente de esa experiencia:
El primer día quería mirar para todos lados.
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El segundo día me encontré con la desaceleración mental, y aun así luchando contra las distracciones en mi mente.
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El tercer día sentí como el desorden en mi mente estaba realmente empezando a disolverse.
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El cuarto día no quería hablar de nuevo.
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Al final de esa semana había desarrollado un profundo respeto y agradecimiento por el silencio, y la gracia que puede venir de él.
¿CUALES SON LAS ENSEÑANZAS QUE LE DEJÓ EL SILENCIO?
1 – Aprendió durante esa semana que el silencio puede ser bello, poderoso y curativo.
2 – Que cuando sólo se puede ‘hablar’ escribiendo una nota, se dice lo que es importante y uno se da cuenta que antes del retiro hablaba a menudo pero dijo poco.
3 – El silencio nos obliga a salir de nuestras zonas de confort y podemos ir dentro de nosotros mismos.
Y ¿qué encontramos allí?
A menudo son cosas que no queremos encontrar.
Pero es ahí donde comienza.
Sólo cuando descubrimos cosas sobre nosotros mismos que necesitan mejorar o cambiar, podemos empezar a dejar que Dios haga su obra en nosotros.
Muy a menudo el ruido es un medio por el que huimos de nosotros mismos.
4 – El silencio nos permite avanzar dentro de nosotros mismos y encontrar un remedio para el estrés y la ansiedad.
Nos podemos relajar más fácilmente si las cosas están tranquilas.
Podemos apartarnos de la confusión y el caos del mundo y descubrir muchas cosas en nuestras vidas por las que podemos estar agradecidos.
5 – El silencio también nos ayuda a centrarnos en lo importante.
Sólo cuando podemos encontrar silencio es que podemos estar más en sintonía con la voz de Dios que habla dentro de nosotros y nos guía con la forma de responder a las situaciones que se presentan en nuestras vidas.
6 – El silencio también nos enseña que la sencillez y la alegría son compañeros cercanos.
Cuanto más silencio tiene una persona en su vida, más pueden darse cuenta y disfrutar de los placeres simples de la vida, sin todas las distracciones del mundo.
7 – El silencio nos ayuda a darnos cuenta de que unas simples palabras pronunciadas desde un alma que está en sintonía con Dios tienen mucho más poder que horas de charla.
8 – A medida que creas silencio sustrayendo el ruido, no llenas el espacio vacío con un tipo diferente de distracción o desorden.
CÓMO PRACTICAR EL SILENCIO EN NUESTRA VIDA DIARIA
Te puedes preguntar ahora cómo sería posible para un lego con un empleo y tal vez una familia el practicar la virtud del silencio en la vida diaria.
¡Sé que mi esposa no apreciaría que comenzara hacerle señales monásticas con la mano en lugar de hablar con ella!
Pero aunque la práctica del silencio por un laico pueda parecer diferente de la monástica, aún es posible e incluso recomendable.
El blogger Alan Scott recomienda que en nuestra vida diaria hagamos la prueba de pasar en silencio sólo por un momento.
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Que a continuación lo intentemos de nuevo, pero más largo.
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Y otra vez y otra vez.
Pero en lugar de dejar que tu mente se llene con desorden, tratar de centrarse en Dios dentro del espacio tranquilo que resulta del silencio.
Esto nos permite hablar con Él, escucharlo, reunidos allí en el silencio.
Es probable que Dios no hable con palabras reales, pero sabrás cuando Él ha hablado a través de pensamientos, inspiraciones, impresiones, etc.
Te sorprenderá lo mucho que realmente hay allí en el silencio mismo si sólo das el primer paso.
Aquí están algunas otras sugerencias prácticas.
Primero: el modo de practicar el silencio es abstenerse de discursos frívolos, darse cuenta de que «cuando las palabras son muchas, no faltan las transgresiones» (Proverbios 10:19).
Es decir, no hablar por hablar. Los medios sociales alientan a decir lo que sea.
En Facebook se ve gente quejándose de uñas encarnadas, discutiendo sobre sus problemas digestivos, o publicando declaraciones crípticas que demandan su atención; cuando no, agrediendo directa y descaradamente ¿vale la pena?.
Si estás tentado a participar en este tipo de discurso, no lo hagas. Habla sólo cuando tengas algo importante que decir.
En segundo lugar, podemos practicar el silencio mediante la restricción de la lengua cuando deseamos quejarnos.
El quejarse es lo contrario de gratitud, y de hecho es un pecado.
Es muy fácil quejarse de una comida, una persona grosera, o el clima.
Pero ¿contribuye esto al bienestar de alguien?
Cerrar la boca a menos que se tenga algo loable que decir.
En tercer lugar, podemos practicar el silencio, absteniéndonos de compartir nuestra opinión sobre cualquier tema imaginable.
Cada vez que surge una crisis en el escenario nacional o mundial, parece que todo el mundo en todas partes declara inmediatamente su opinión infalible sobre el asunto.
Pero la verdad es que muchos de nosotros no entendemos muy bien estos eventos, y el mundo no está en necesidad de más comentarios.
Guarda tu opinión para ti mismo y serás considerado el más prudente.
Por último, podemos guardar silencio cuando deseemos criticar a los demás.
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¡Qué fácil es hacer notar los defectos de los demás!
Y es aún más fácil repetir estos errores, ciertos o falsos, a los demás, desgarrando a las personas y perjudicando su reputación aunque sólo sea para hacernos sentir mejor.
Es difícil mantener el silencio cuando sentimos el impulso de criticar, pero también es vivificante
«La lengua esta puesta entre nuestros miembros, como un mundo de maldad«, dice Santiago.
Las palabras tienen poder, aunque sea invisible, y lo que decimos hará eco en la eternidad.
Si bien no somos monjes de clausura, podemos aprender a practicar el silencio en el estado en que Dios nos ha llamado.
Restringiendo nuestras lenguas con sabiduría para que podamos escuchar la voz de Cristo y llegar a mejor conocerlo.
Esto que podemos hacer a nivel personal también debemos hacerlo en la misa.
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