Más libertad de decisión a las iglesias locales.
El vaticanólogo Sandro Magister hace una observación aguda sobre la intención del papa Francisco de conceder más autonomía a las conferencias episcopales nacionales. Según sale de «Evangelii gaudium», y en ésto se distingue mayormente del magisterio de los anteriores Papas.
En la exhortación apostólica «Evangelii gaudium» dada a conocer públicamente la semana pasada, el papa Francisco ha dado a entender que quiere distinguirse de los Papas que lo han precedido en el ejercicio del primado del Papa como respecto a los poderes de las conferencias episcopales.
Respecto al rol del Papa, Jorge Mario Bergoglio reconoce en Juan Pablo II el mérito de haber abierto el camino hacia una nueva forma de ejercicio del primado. Pero lamenta que «hemos avanzado poco en este sentido» y promete proceder con más decisión hacia una forma de papado «más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a la necesidad actual de la evangelización».
Pero más que sobre el rol del Papa – tema sobre el cual Francisco permanece impreciso y así hasta ahora ha actuado concentrando en sí el máximo de las decisiones – es sobre los poderes de las conferencias episcopales que la «Evangelii gaudium» permite presagiar un giro.
Escribe el Papa, en el parágrafo 32 del documento:
“El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden ‘desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta’. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera”.
En una cita, Francisco remite a un Motu proprio de Juan Pablo II, del año 1998, respecto precisamente a «la naturaleza teológica y jurídica de las conferencias episcopales»:
Pero si se lee ese documento, se descubre que éste reconoce a las conferencias episcopales una función exclusivamente práctica, cooperativa, de simple cuerpo auxiliar intermedio entre el colegio de todos los obispos del mundo junto al Papa por un lado – única «colegialidad» declarada y teológicamente fundada – y el obispo particular con autoridad sobre su diócesis por el otro lado.
Sobre todo, el Motu proprio «Apostolos suos» limita fuertemente esa «auténtica autoridad doctrinal» que el papa Francisco dice querer conceder a las conferencias episcopales. Prescribe que si precisamente quieren emitir declaraciones doctrinales, lo deben hacer con aprobación unánime y en comunión con el Papa y el conjunto de la Iglesia, o al menos con una «mayoría calificada» con el previo control y autorización de la Santa Sede.
Un peligro contra el cual Motu proprio «Apostolos suos» pone en guardia es que las conferencias episcopales emitan declaraciones doctrinales contradictorias entre sí y con el magisterio universal de la Iglesia.
Otro riesgo que quiere conjurar es que se creen separaciones y antagonismos entre Iglesias particulares nacionales y Roma, como aconteció en el pasado en Francia con el «galicanismo» y como sucedió entre los ortodoxos con algunas Iglesias nacionales autocéfalas.
Ese Motu proprio lleva la firma de Juan Pablo II, pero debe su instalación a quien era su prefecto de la doctrina digno de confianza: el cardenal Joseph Ratzinger.
Y Ratzinger – se sabía – era desde hacía tiempo muy crítico de los superpoderes que algunas conferencias episcopales se habían atribuido, sobre todo en algunos países, entre los cuales se contaba su Alemania.
En su entrevista-bomba de 1985, editada con el título «Informe sobre la fe», Ratzinger se opuso resueltamente a que la Iglesia Católica se convirtiera en «una especie de federación de Iglesias nacionales».
Más que «un decidido relanzamiento del rol del obispo» querido por el Concilio Vaticano II, las conferencias episcopales nacionales – acusaba – habían «sofocado» a los obispos con su pesadas estructuras burocráticas.
Y también:
«Resulta muy bonito decidir siempre conjuntamente «, pero «la verdad no puede ser creada como resultado de votaciones», ya sea porque » el espíritu de grupo, quizá la voluntad de vivir en paz, o incluso el conformismo, arrastran a la mayoría a aceptar las posiciones de minorías audaces decididas a ir en una dirección muy precisa”, o porque «la búsqueda del punto de encuentro entre las varias tendencias y el esfuerzo de mediación dan lugar muchas veces a documentos anodinos y depreciados».
Juan Pablo II y luego Benedicto XVI juzgaban modesta la calidad promedio de los obispos del mundo y de la mayor parte de las conferencias episcopales. Actuaron entonces en consecuencia, haciendo ellos mismos de guías y de modelo, y en algunos casos – como en Italia – interviniendo resueltamente para cambiar el liderazgo y las direcciones de la marcha.
Con Francisco las conferencias episcopales podrían, por el contrario, ver que se les reconocería una mayor autonomía. Con los previsibles contragolpes del cual Alemania es fresco ejemplo, donde obispos y cardenales de primer nivel están enfrentándose públicamente sobre las cuestiones más diversas, desde los criterios de administración de las diócesis hasta la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, en este último caso anticipando y forzando soluciones sobre las que está llamado a debatir y decidir el doble sínodo de los obispos del 2015 y del 2015.
Fuentes: Sandro Magister, Signos de estos Tiempos