Y que hicieron para sacárselo de encima.
La claridad y la potencia del pensamiento de Benedicto XVI ha sido un freno relativo para los que quieren reinterpretar el cristianismo dentro de la Iglesia.
Y para aquellos, que fuera de ella, quieren diluir la doctrina cristiana en el mundo.
Es por esta razón que ha sido tan atacado durante su carrera, especialmente durante su pontificado, y en última instancia llevado a renunciar a través de distintas operaciones.
Aquí hablaremos en qué puntos el pensamiento de Joseph Ratzinger fue un freno para los modernistas dentro de la Iglesia y para los enemigos del cristianismo fuera, y quienes fueron los que lo hostigaron hasta llevarlo a la renuncia como Papa
En otros videos hemos sugerido que Benedicto XVI fue una especie de impedimento que frenó el impulso modernista dentro de la Iglesia y un opositor de los que están en un proceso de cambiar la matriz cristiana del mundo.
Fue en nuestra época como el katejon que San Pablo dice que frena al anticristo.
Joseph Ratzinger fue un brillante teólogo, que defendió valientemente la doctrina católica en la época de confusión posconciliar y lo siguió haciendo hasta su muerte.
Se paró frente al mundo reivindicando la racionalidad del cristianismo frente a la irracionalidad de las nuevas filosofías de vida.
Y fue también un gran custodio de la fe, especialmente como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, como mano derecha de Juan Pablo II, cerrándole el paso a herejías, errores y teólogos desviados.
Y por eso le apodaron el “rottweiler de Dios”, enfrentado a las corrientes liberales que querían cambiar la Iglesia.
Y ya retirado, la estatura de su prédica mantuvo a raya a los modernistas.
Para Ratzinger el cristianismo no es una serie de doctrinas y mandamientos éticos y valores, sino el encuentro con Dios vivo.
Un Dios que es Amor, siguiendo la prédica de San Juan.
Porque a San Juan, ya siendo viejito y sin posibilidad de caminar, teniendo que ser llevado por sus discípulos en andas, cuando le preguntaban cuál fue el mensaje de Jesucristo él decía simplemente, que fue el amor; a eso se reducía todo.
Ratzinger enseñó que la principal decisión de Dios fue elegir libremente entrar en una relación de amor con los seres humanos.
Escribió que “Dios creó el universo para entrar en una historia de amor con la humanidad. Lo creó para que pudiera existir el amor”.
Y es más, dijo que la historia de la salvación no fue “un pequeño acontecimiento, en un pobre planeta, en la inmensidad del universo, sino el motivo de la creación”.
Contrariando el materialismo de figuras populares como el astrónomo Carl Sagan dijo que “todo ha sido creado para que pueda existir esta historia, del encuentro entre Dios y su criatura”.
En los últimos días de su pontificado Benedicto XVI describió la fe como “nada más que el toque de la mano de Dios en la noche del mundo, y así –en el silencio– oír la palabra y ver el amor”.
Ratzinger decía que reducir la fe a un sistema filosófico, a una arquitectura de ideas, a una lista de normas morales, acaba por olvidar que la fe cristiana es el encuentro con una Persona, con Jesucristo.
Esta forma de ver la fe, y la doctrina que surge de ella, es la que cultivaron los apóstoles y los padres de la Iglesia, porque fueron seguidores absolutos de lo que transmitió Jesús cuando caminó sobre la Tierra.
Ratzinger dijo también que la fe era razonable, no una emoción, y por lo tanto no entra en conflicto con la ciencia.
Enseñó que tanto la fe como la razón eran caminos hacia la verdad y que incluso por la sola razón podíamos conocer a Dios.
Y proclamó que la desconexión entre la fe y la razón degrada a las personas humanas de poseer la dignidad de seres creados a la imagen de Dios, reduciéndolas al estado de meras criaturas materiales.
Es a partir de aquí que Joseph Ratzinger previó los errores de nuestros días con claridad cristalina.
Y respondió a estos errores con esperanza cristiana y no con desesperación.
Fue profundamente profético cuando advirtió semanas antes de su nombramiento como Papa sobre “la dictadura del relativismo”, que dijo está paralizando muchas vidas en nuestro mundo moderno cada vez más irreligioso.
Vio el peligro de degradación de la fe operando tanto dentro como fuera de la Iglesia, dijo, “hoy en día, tener una fe clara basada en el Credo de la Iglesia a menudo se etiqueta como fundamentalismo”.
Y agregó, “que el relativismo, es decir, dejarse zarandear por aquí y por allá, llevado por el viento, parece la única actitud que puede hacer frente a los tiempos modernos”.
Sentenciando que, “estamos construyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y cuyo fin último consiste únicamente en el propio ego y los deseos”.
Eso le llevó a profetizar en el 2005 lo que estamos viendo hoy, porque dijo que muy pronto no será posible afirmar que la no heterosexualidad, como enseña la Iglesia Católica, es un desorden objetivo en la estructura de la existencia humana.
Y el hecho de que la Iglesia esté convencida de no tener derecho a conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, será pronto considerado como algo irreconciliable con el espíritu de las leyes occidentales.
Fue en este punto que su forma de ver la fe entró en conflicto con las corrientes modernistas, que adquirieron real peso en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II.
Y este enfrentamiento es el debate central de la Iglesia hoy, por eso es tan clave la figura y el pensamiento de Ratzinger.
¿Está la Iglesia comprometida para siempre con la tradición de los evangelistas, los apóstoles, los mártires y los Padres de la Iglesia, o puede romper ese compromiso y descubrir otras fuentes de revelación?
O dicho de otro modo,
¿La Iglesia debe creer en la fe de los Apóstoles, los Mártires y los Padres de la Iglesia, o creer que el Espíritu Santo se está manifestando ahora en el espíritu de la época?
El Concilio Vaticano II marcó el comienzo de una reforma de la Iglesia ¿pero también de la forma de practicar la fe?
¿Significa que la tradición permanece o que a partir del Concilio Vaticano II hubo una ruptura con la tradición?
Benedicto XVI defendió con uñas y dientes que las resoluciones y reformas del Vaticano II deberían interpretarse con la lógica de continuidad con la tradición anterior de 20 siglos de la Iglesia.
En cambio los liberales modernistas sostienen que en el Concilio Vaticano II sucedió una ruptura con la tradición y hay una Iglesia nueva.
Este es el principal conflicto dentro de la Iglesia actualmente que llega hasta los temas de fe y no sólo de normas y costumbres.
¿Hay que conservar la fe de los apóstoles adquirida en la revelación del hijo de Dios, o se pueden agregar nuevas revelaciones del Espíritu Santo que corrijan las revelaciones iniciales de Jesucristo?
Es por esta razón que Benedicto XVI fue perseguido y hostigado en el interior de la curia vaticana hasta producir su renuncia como Papa.
Benedicto XVI estaba a favor de una Iglesia abierta al mundo, pero al mismo tiempo guardiana de las verdades eternas transmitidas por los apóstoles.
Mientras que los modernistas quieren una Iglesia aún más abierta al mundo, en cuya apertura hasta deban prescindir de parte de la fe de los apóstoles.
Por eso los enemigos lo llamaron oscurantista y tradicionalista.
Su presencia mantuvo a raya los desórdenes modernistas, cuya muestra la podemos ver en las propuestas del Camino Sinodal Alemán y que amenazan con expandirse a toda la Iglesia a través del Sínodo de la Sinodalidad.
En una entrevista concedida a la República, Monseñor Gänswein, secretario de Benedicto XVI hasta su muerte, sugirió que la renuncia de Benedicto XVI no estuvo fundada por mezquinas cuestiones de poder, sino por lo que defendía Benedicto XVI.
Monseñor Georg Gänswein dijo que la elección del cardenal Ratzinger como Papa fue el resultado de una lucha dramática entre el partido llamado ‘sal de la tierra’ en torno a los cardenales López Trujíllo, Ruini, Herranz, Rouco Varela y Medina, y el llamado grupo de San Galo, alrededor de los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini, Kasper, Lehmann y Murphy-O’Connor.
La agenda del cardenal jesuita Carlo Maria Martini, el líder del grupo opositor a la candidatura del cardenal Ratzinger, se basaba en la relajación de la enseñanza moral de la Iglesia, a través de la erosión de las encíclicas Humanae Vitae de Pablo VI y Veritatis Splendor de Juan Pablo II.
Y nuevos roles para la mujer dentro de la Iglesia, la ordenación de sacerdotes casados, y una iglesia de sínodo permanente.
Este enfrentamiento prosigue aún desaparecido Ratzinger.
Si triunfan los modernistas quizás veamos en un futuro a sacerdotes reducidos al rol de asistentes sociales y con el mensaje de la fe reducido a una visión política, o lo que es peor, arengando la agenda del poder político.
Una Iglesia que busque cada vez más agradar al mundo y reacia a ser fiel a la ley eterna de Dios.
Pero como previó el joven teólogo Joseph Ratzinger antes del Concilio Vaticano II, habrá una gran crisis en la Iglesia y su renacimiento será obra de un pequeño resto, que partirá de una Iglesia más pequeña, más pobre, casi de catacumba, pero también más santa, aparentemente insignificante, pero indomable.
Bueno, hasta aquí lo que queríamos informar sobre cómo Joseph Ratzinger fue el resguardo de la fe que Jesucristo legó a los apóstoles y sus enseñanzas lo siguen siendo hoy.
Y me gustaría preguntarte si crees que los que defienden la fe como Benedicto XVI son mayoría o minoría dentro de la Iglesia hoy.
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