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La Natividad de la Virgen María (Benedicto XVI)

La fiesta de la plenitud y el alivio. Cardenal J. Ratzinger. (SS. Benedicto XVI)

Una fiesta como la de la Natividad de la Santísima virgen María, por la época en que se celebra —es decir, cuando el tiempo, después de los calores estivales, se hace más suave, y cuando la uva y tantos otros frutos llegan a madurar— expresa muy bien dos conceptos: el de la «plenitud de los tiempos» (cf Gál 4,4; Ef 1,10; Heb 9,26) y el del alivio beneficioso aportado por el nacimiento de María.

Todo en el AT converge hacia el tiempo de la Encarnación, y en este punto comienza el NT. En ese momento de plenitud se inserta María, La Natividad de María —comenta san Andrés de Creta en la homilía sobre la segunda lectura del oficio de la fiesta (cf Sermón 1: PG 97, 810)— «representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo».

La liturgia de la fiesta de la Natividad de la Santísima virgen María reafirma en diversos tonos la idea de la plenitud de los tiempos: en la primera lectura del oficio se preanuncia el gran momento de la aparición de la íntima colaboradora de aquel que conseguiría la victoria definitiva sobre la serpiente infernal, aparición, por ello, destinada a iluminar a toda la iglesia.

El tema de la luz recurre constantemente en la Fiesta de la Natividad de la Santísima virgen María: «Por su vida gloriosa todo el orbe quedó iluminado» (segundo responsorio de las lecturas del oficio). «Cuando nació la Santísima Virgen, el mundo se iluminó» (segunda antífona de laudes). «De Ti nació el Sol de la justicia» (ant. del Benedictus). Y junto al tema de la luz, obviamente, el tema de la alegría. «Que toda la creación… rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día» (segunda lectura del oficio).

«Celebremos con gozo el nacimiento de María» (tercera ant. de laudes). «Tu nacimiento… anunció la alegría a todo el mundo» (ant. del Benedictus).

Plenitud de los tiempos, luz y alegría. Quizá se logre entender mejor lo que representa el nacimiento de la Virgen para la humanidad si se tiene en cuenta la condición de un encarcelado. Los días del encarcelado son largos, interminables… Cuenta los minutos de la última noche que transcurre en la cárcel. Después, finalmente, las puertas se abren: ¡ha llegado la hora tan esperada de la libertad! Esos minutos interminables, contados uno a uno, nos recuerdan las páginas evangélicas de la genealogía de Jesús. Unos nombres se suceden a otros con monotonía: «Abrahán engendró a lsaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá… Jesé engendró a David, el rey. David engendró a Salomón…» (Mt 1,2.6ab). Hasta que suena, finalmente, la hora querida por Dios: es la plenitud de los tiempos, el inicio de la luz, la aurora de la salvación: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo» (Mt 1 .16).

Significado litúrgico y comentario homilético actualizado

 

1. LA LITURGIA ESTABLECE UN PARALELISMO ENTRE CRISTO Y MARÍA

La liturgia no acostumbra celebrar el nacimiento terreno de los santos (la única excepción la constituye san Juan Bautista). Celebra, en cambio, el día de la muerte, al que llama dies natalis, día del nacimiento para el cielo. Por el contrario, cuando se trata de la Virgen santísima madre del Salvador, de aquella que más se asemeja a él, aparece claramente el paralelismo perfecto existente entre Cristo y su madre. Y así como de Cristo celebra la concepción el 25 de marzo y el nacimiento el 25 de diciembre, así de la Virgen celebra la concepción el 8 de diciembre y su nacimiento el 8 de septiembre, y como celebra la resurrección y la ascensión de Jesús, también celebra la Asunción y la realeza de la Virgen. San Andrés de Creta , refiriéndose al día del nacimiento de la Virgen, exclama: «Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario del Creador de todas las cosas, y la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor» (Sermón 1: PG 97,810).

 

2. LAS LECTURAS DE LA MISA

Las lecturas propuestas para la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María son: Mi/05/02-05; Rom 8 28-30; Mt 1,1-16,18-23. Expresan el trabajo de Dios, si así puede hablarse, para construir su templo, su morada, porque, según dice santa Matilde, Dios puso más cuidado en construir ese microcosmos que es María que en crear el macrocosmos que es el mundo entero. En María se pone de relieve, principalmente, el privilegio de la virginidad. La lectura de la carta a los Romanos (8,28-30) acentúa la predestinación divina y la colaboración del hombre al plan de Dios. La primera lectura y el evangelio acentúan en cambio la maternidad virginal a la que María está destinada para ser «digna Madre del Salvador».

a) María es «la virgen que concebirá» La profecía de Miqueas representa una de las profecías mesiánicas más conocidas. El profeta ha anunciado la ruina de los reinos del norte y del sur como castigo de sus pecados; pero en medio de las tinieblas he aquí que brilla una luz… ¡Siempre es así! Dios entregará a los hijos de Israel al poder de otro hasta que… El autor parece que se quiere hacer el misterioso, el enigmático, porque sabe que va a decir una cosa ya muy sabida: que de Belén de Éfrata «saldrá» el abanderado, el nuevo guía.

Verdaderamente, el autor piensa en Belén, patria de David, y en el Mesías, descendiente de David como si la historia se hubiese detenido y empezase otra vez con un nuevo David, el Mesías. Pero ya en los tiempos de Jesús (cf Mt 2,5-6) la expresión era entendida no sólo en el sentido teológico de un recomenzar la historia, sino en sentido geográfico verdadero y propio. Miqueas, de una manera que podría parecer cuando menos curiosa, presenta, más que al nuevo guía, a la mujer que lo va a dar a luz. Del guía dice que será un dominador que pastoreará con la gracia del Señor, y que su reino será un reino de paz universal. De la madre dice palabras más maravillosas todavía y envueltas en un cierto halo de misterio, pero que sus contemporáneos ya estaban en condiciones de comprender y valorar: «…hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz» (5,2). Es evidente que Miqueas, y con él sus destinatarios, pensarían en el célebre oráculo de la álmah de Is 7,14s pronunciado unos treinta años antes. El mismo Vat II reconoce «apertis verbis» que la profecía de Miqueas encuentra cumplimiento en María: «Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo nombre será Emmanuel» (cf Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23). «Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con Ella, excelsa hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de Ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne» (LG 55).

b) María es la «madre del Hombre nuevo» La segunda lectura esté tomada de Rm/08/28-30 y trata de la justificación que encuentra su culminación en la vida futura. En esta visión se inscribe el papel de la Virgen, destinada ab aeterno a ser la madre del Salvador, el alma colaboradora en toda la obra de la salvación. Hay que precisar que Pablo no separa nunca a Dios creador del Dios salvador, de modo que el hombre creatura está ligado al hombre que hay que salvar, y toda la creación, unida a su vez al hombre, está destinada asimismo a la salvación. La creación entera está sometida a la vanidad o caducidad en el sentido de que el hombre está llamado a dar significado y valor a la creación, y cuando el hombre no se sirve de ella según los planes de Dios, las creaturas, violentadas, gimen y sufren. La creación, por tanto, está sometida al destino del hombre y, por consiguiente, está fundamentada sobre la condición, o sea sobre la esperanza de la liberación del hombre, liberación futura. Se trata de un mundo nuevo en gestación en el actual, y que supera a éste en plenitud.

El hombre deberá salvarse con la creación y en la creación; su quehacer de salvarse, con la gracia de Dios, se refiere a su alma y a su cuerpo, más aún: a todas las creaturas. El esfuerzo del hombre consiste en mejorar el mundo; por eso aquellos que aman a Dios colaboran en ello activamente. Es un quehacer extraordinario y comprometido. Para conseguir realizarlo, el hombre debe ser una copia de la imagen del Hijo de Dios: debe asociarse con Cristo, transformarse en él, asumiendo sus directrices y sus comportamientos.

Como consecuencia de esta semejanza con Cristo se seguirá una relación de fraternidad, porque «Cristo es el primogénito entre muchos hermanos». En este punto Pablo pone en relación encadenada los diversos estadios de la iniciativa divina, considerándolos, sin embargo, más allá de la actuación en el tiempo; por eso usa siempre el aoristo: «… ha conocido…, ha predestinado…, ha llamado…, ha justificado…, ha glorificado…» (cf vv. 29-30).

En esta visión el nacimiento de la Virgen aparece íntimamente ligado a la salvación del hombre y de la creatura entera. María es verdaderamente la aurora de un mundo nuevo, mejor: del mundo nuevo tal como había sido pensado por Dios desde la eternidad. «Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra verdadera luz el misterio del hombre» (MC 57; GS 22).

c) «José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» . El relato evangélico (Mt/01/01-16/18-23) presenta una genealogía de Jesús a primera vista no necesaria, y refiere cómo José asume la paternidad legal de Jesús. Después de haber relatado lo referente al nombre del protagonista de su evangelio, Jesucristo, Mateo nos ofrece una demostración de la realidad singular del mismo con una genealogía voluntariamente artificiosa: el mismo número «14» (7 + 7) de los tres grupos en que subdivide la prehistoria de Cristo indica perfección y plenitud. En nuestro caso la perfección es la providencia especial de Dios en la disposición de la historia salvífica, que culmina en Cristo: historia presentada en sus orígenes, en sus momentos más importantes y en su coronamiento y plenitud.

Mateo se propone un fin teológico más que estrictamente histórico. De hecho, en la relación de nombres ofrecida por él han sido omitidos tres reyes entre Joram y Ozías; además se podría contar a Jeconías (vv. 11-12) por dos (ya que el mismo nombre griego puede traducir dos nombres afines: Joakín y Joiaquín). Por otra parte, Mateo acude a una especie de juego: citando a Asa, escribe Asaf, que, como es sabido, es autor de algunos salmos; igualmente en vez de Amón escribe Amós, que fue un célebre profeta, el profeta-pastor, que desde el reino de Judá fue a profetizar al reino de Israel. «¿No querrá decirnos con este pequeño juego que también los salmos y los profetas alcanzan su plenitud en Cristo?». El nacimiento de Cristo viene representado por Mateo como un hecho absolutamente milagroso: María concibió a Jesús sin recurso de varón, por obra del Espíritu Santo: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual (y no ¡de los cuales!) nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16).

Justamente aquí se inscribe el papel de la niña cuyo nacimiento hoy celebramos: ella es la Virgen, destinada por Dios a ser la madre y la válida colaboradora del Salvador. Y por eso, acercándose a su cuna, la iglesia pide como gracia suprema el don de la unidad y de la paz; paz que según los hebreos, es el conjunto de todos los bienes mesiánicos (shalom): «Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su nacimiento».(MEAOLO-G. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1466-1470)

 

3. NACIMIENTO/CELEBRAR

Esta fiesta destaca de la forma corriente de las festividades de los santos en la iglesia, en cuanto que ésta ordinariamente no celebra los natalicios, diferenciándose radicalmente en esto de lo que ocurría en el mundo antiguo, en el cual se celebraban con gran pompa los días natalicios de los poderosos -por ejemplo, de un césar o de un augusto- como días de «evangelio» o venturosos, como días de salvación. Sin embargo, la iglesia, en contra de ellos, sostiene que sería sencillamente precipitado el celebrar el día del nacimiento, puesto que existe mucha ambigüedad acerca de la vida de los hombres. A partir del nacimiento, no se sabe realmente nada sobre si esa vida será motivo para celebrarla o no: sobre si ese hombre se sentirá un día orgulloso y alegre de haber nacido; sobre si el mundo podrá mostrar alegría porque ha nacido ese hombre o si hubiera deseado lo contrario. Nosotros, los alemanes, tuvimos que celebrar, durante doce años, un nacimiento como la llegada del Fübrer o caudillo salvador, al cual, desde entonces, el mundo maldice como uno de los tiranos más sangrientos. La iglesia, en cambio, celebra el día de la muerte: solamente aquél que ante la muerte, con toda la seriedad de su juicio, puede agradecer la vida, solamente aquél cuya vida puede ser aceptada también del otro lado de la muerte, solamente la vida de ése se celebra.

De esta regla fundamental hay en la iglesia sólo tres excepciones, o mejor, una sola excepción a la que corresponden de una forma indisoluble otras dos que también se celebran. La excepción es Cristo. Sobre su nacimiento no aparece ninguna ambigüedad, sino que se escucha un cántico de alabanza: gloria a Dios en las alturas. El que, como Dios, se hizo hombre es aquél cuyo nacimiento sólo se apoya en el puro amor, el cual puede celebrarse ya en su nacimiento. Más aún: su nacimiento es en fin de cuentas el motivo de que nosotros los hombres tengamos «algo para reír», de que nosotros podamos celebrar fiesta y no necesitemos ya temer, de que la vida, como un todo, sólo sea un juego de la muerte e, incluso en sus momentos más fuertes, solamente una mancha sobre la alegría.

Por aquél que nació en Belén, y solamente por Él, se hizo la vida humana prometedora y llena de sentido. A Él pertenece Juan el Bautista, cuyo nacimiento también se celebra: él nació sólo para llevar delante la antorcha; el nacimiento de Jesús es el motivo interno y el comienzo de su nacimiento. La otra excepción es María, la madre, sin la cual no se podría dar el nacimiento de Jesús. Ella es la puerta, por la que él entró en el mundo, y esto no sólo de un modo externo: ella lo concibió según el corazón, antes de haberle concebido en el vientre, como dice muy acertadamente Agustín. El alma de María fue el espacio a partir del cual pudo realizarse el acceso de Dios a la humanidad. La creyente que llevó en sí la luz del corazón, trastocó, en oposición a los grandes y poderosos de la tierra, el mundo desde sus cimientos: el cambio verdadero y salvador del mundo sólo puede verificarse por las fuerzas del alma.

Homilía del Cardenal J. Ratzinger publicada en el libro publicado por «Sígueme» «El Rostro de Dios»

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Razones por las que María Santísima es Reina de Todo

1- Por ser la madre de Dios hecho hombre, El Mesías, El Rey universal. (Col 1, 16).

Santa Isabel, movida por el Espíritu Santo, hace reverencia a María, no considerándose digna de la visita de la que es «Madre de mi Señor» (Lc 1:43). Por la realeza de su hijo, María posee una grandeza y excelencia singular entre las criaturas, por lo que Santa Isabel exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (Lc 1:42).

El ángel Gabriel le dijo a María que su Hijo reinaría. Ella es entonces la Reina Madre.

Su reino no es otro que el de Jesús, por el que rezamos «Venga tu Reino». Es el Reino de Jesús y de María. Jesús por naturaleza, María por designio divino. La Virgen María es Reina por su íntima relación con la realeza de Cristo.

En 1 Reyes 2,19 vemos que la madre del Rey se sienta a su derecha.

De la unión con Cristo Rey deriva, en María Reina, tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión nace su poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del reino del Divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene origen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre (cfr. Pío XII, Enc. Mystici corporis , 29-VI¬1943).

2- Por ser la perfecta discípula que acompañó a Su Hijo desde el principio hasta el final, Cristo le otorga la corona. Cf. Ap. 2,10 En María se cumplen las palabras: » el que se humilla será ensalzado». Ella dijo «He aquí la esclava del Señor».

3- Por ser la corredentora.
El papa JPII, en la audiencia del 23-7-97 dijo que «María es Reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque (…) cooperó en la obra de la redención del género humano. (…). Asunta al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo».

Ella participa en la obra de salvación de su Hijo con su SI en el que siempre se mantuvo fiel, siendo capaz de estar al pie de la cruz (Cf. Jn 19:25)

María Santísima, reinando con su hijo, coopera con El para la liberación del hombre del pecado. Todos nosotros, aunque en menor grado, debemos también cooperar en la redención para reinar con Cristo.

4- Por ser el miembro excelentísimo de la Iglesia: por su misión y santidad.
La misión de María Santísima es única pues solo ella es madre del Salvador.

Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» -Génesis 3:15

 

CARACTERÍSTICAS DEL REINADO DE MARÍA SANTÍSIMA

El reino de Santa María, a semejanza y en perfecta coincidencia con el reino de Jesucristo, no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal: -«Reino de verdad y de vida, de santidad, de gracia, de amor y de paz» (cfr. Prefacio de la Misa de Cristo Rey).

a) Preeminencia: «su honor y dignidad sobrepasan todo la creación ; los ángeles toman segundo lugar ante tu preeminencia.» San Germán.

b) Poder Real: que la autoriza a distribuir los frutos de la redención. La Virgen María no solo ha tenido el más alto nivel de excelencia y perfección después de Cristo, pero también participa del poder de Su Hijo Redentor ejercita sobre las voluntades y mentes.

c) Inagotable eficacia de Intercesión con su Hijo y el Padre: Dios ha instituido a Maria como Reina del cielos y tierra, exaltada sobre todos los coros de ángeles y todos los santos. Estando a la diestra de su Hijo, ella suplica por nosotros con corazón de Madre, y lo que busca, encuentra, lo que pide, recibe».

d) Reinado de Amor y Servicio: Su reinado no es de pompas o de prepotencia como los reinos de la tierra. El reino de María es el de su Hijo, que no es de este mundo, no se manifiesta con las características del mundo. María tiene todo el poder como reina de cielos y tierra y a la vez, la ternura de ser Madre de Dios.

En la tierra ella fue siempre humilde, la sierva del Señor. Se dedicó totalmente a su Hijo y a su obra. Con El y sometida con todo su corazón con toda su voluntad a El, colaboró en el Misterio de la Redención. Ahora en el Cielo, ella continúa manifestando su amor y su servicio para llevarnos a la salvación.

 

RESPUESTA A LOS HERMANOS SEPARADOS

Hay quienes rechazan el reinado de María Santísima alegando que ella no puede ser reina ya solo Jesús es rey.

Estos hermanos no comprenden la naturaleza del Reino. El reino de María Santísima no es un reino aparte al de su Hijo. Es el mismo reino. Donde Jesús reina, María Su Madre reina también. Se trata de dos corazones eternamente unidos en el amor divino. Dios ha dispuesto que así fuese. María, lejos de quitarle al reinado de su Hijo, lo propicia. Ella es la mas sumisa, la mas fiel en el reino y por eso también la mas exaltada.

Lucas 1:48 «porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada»

La oración Colecta de la Memoria de Santa María Reina dice:
«Oh Dios, que nos han dado como Madre y como Reina, a la Madre de tu Unigénito; concédenos, por su intercesión, el po¬der llegar a participar en el Reino celestial de la gloria reservada a tus hijos».

De Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María www.corazones.org

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Realeza de María

por Filiberto Díaz Pardo

La realeza de Cristo es dogma fundamental de la Iglesia y a la par canon supremo de la vida cristiana.

Esta realeza, consustancial con el cristianismo, es objeto de una fiesta inserta solemnemente en la Sagrada Liturgia por el papa Pío XI a través de la bula Quas primas del 11 de diciembre de 1925. Era como el broche de oro que cerraba los actos oficiales de aquel Año Santo.

La idea primordial de la bula podría formularse de esta guisa. Cristo, aun como hombre, participa de la realeza de Dios por doble manera: por derecho natural y por derecho adquirido. Por derecho natural, ante todo, a causa de su personalidad divina; por derecho adquirido a causa de la redención del género humano por ÉI realizada.

Si algún día juzgase oportuno la Iglesia —decía un teólogo español en el Congreso Mariano de Zaragoza de 1940— proclamar en forma solemne y oficial la realeza de María, podría casi transcribir a la letra, en su justa medida y proporción, claro está, los principales argumentos de aquella bula.

Y así ha sido. El 11 de octubre de 1954 publicó Pío XII la encíclica Ad Coeli Reginam. Resulta una verdadera tesis doctoral acerca de la realeza de la Madre de Dios. En ella, luego de explanar ampliamente las altas razones teológicas que justifican aquella prerrogativa mariana, instituye una fiesta litúrgica en honor de la realeza de María para el 31 de mayo. Era también como el broche de oro que cerraba las memorables jornadas del Año Santo Concepcionista.

El paralelismo entre ambos documentos pontificios, y aun entre las dos festividades litúrgicas, salta a la vista.

La realeza de Cristo es consustancial, escribíamos antes, con el cristianismo; la de María también. La realeza de Cristo ha sido fijada para siempre en el bronce de las Sagradas Escrituras y de la tradición patrística; la de María lo mismo.

La realeza de Cristo, lo insinuábamos al principio, descansa sobre dos hechos fundamentales: la unión hipostática —así la llaman los teólogos y no acierta uno a desprenderse de esta nomenclatura— y la redención; la de María, por parecida manera, estriba sobre el misterio de su Maternidad Divina y el de Corredención.

Ni podría suceder de otra manera. Los títulos y grandezas de nuestra Señora son todos reflejos, en cuanto que, arrancando frontalmente del Hijo, reverberan en la Madre, y la realeza no había de ser excepción. La Virgen, escribe el óptimo doctor mariano San Alfonso de Ligorio, es Reina por su Hijo, con su Hijo y como su Hijo. Es patente que se trata de una semejanza, no de una identidad absoluta.

«El fundamento principal —decía Pío XII—, documentado por la Tradición y la Sagrada Liturgia, en que se apoya la realeza de María es, indudablemente, su Divina Maternidad. Y así aparecen entrelazadas la realeza del Hijo y la de la Madre en la Sagrada Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. El evangelio de la Maternidad Divina es el evangelio de su realeza, como lo reconoce expresamente el Papa; y el mensaje del arcángel es mensaje de un Hijo Rey y de una Madre Reina.

Entre Jesús y María se da una relación estrechísima e indisoluble —de tal la califican Pío IX y Pío XII—, no sólo de sangre o de orden puramente natural, sino de raigambre y alcance sobrenatural trascendente. Esta vinculación estrechísima e indisoluble, de rango no sólo pasivo, sino activo y operante, la constituye a la Virgen particionera de la realeza de Jesucristo. Que no fue María una mujer que llegó a ser Reina. No. Nació Reina. Su realeza y su existencia se compenetran. Nunca, fuera de Jesús, tuvo el verbo «ser» un alcance tan verdadero y sustantivo. Su realeza, al igual que su Maternidad, no es en Ella un accidente o modalidad cronológica. Más bien fue toda su razón de ser. Predestinóla el cielo, desde los albores de la eternidad, para ser Reina y Madre de Misericordia.

Toda realeza como toda paternidad viene de Dios, Rey inmortal de los siglos. Pero un día quiso Dios hacerse carne en el seno de una mujer, entre todas las mujeres bendita, para así asociarla entrañablemente a su gran hazaña redentora. Y este doble hecho comunica a la Virgen Madre una dignidad, alteza y misión evidentemente reales.

Saliendo al paso de una objeción que podría hacerse fácilmente al precedente raciocinio, escribe nuestro Cristóbal Vega que, si la dignidad y el poder consular o presidencial resulta intransferible, ello se debe a su peculiar naturaleza o modo de ser, por venir como viene conferido por elección popular. Pero la realeza de Cristo no se cimenta en el sufragio veleidoso del pueblo, sino en la roca viva de su propia personalidad.

Y, por consecuencia legítima, la de su Madre tampoco es una realeza sobrevenida o episódica, sino natural, contemporánea y consustancial con su maternidad divina y función corredentora. Con atuendo real, vestida del sol, calzada de la luna y coronada de doce estrellas viola San Juan en el capítulo 12 del Apocalipsis, asociada a su Hijo en la lucha y en la victoria sobre la serpiente, según que ya se había profetizado en el Génesis.

Y esta realeza es cantada por los Santos Padres y la Sagrada Liturgia en himnos inspiradísimos que repiten en todos los tonos el «Salve, Regina».

Hable por todos nuestro San Ildefonso, el capellán de la Virgen, cantor incomparable de la realeza de María, que, anticipándose a Grignon de Monfort y al español Bartolomé de los Ríos, agota los apelativos reales de la lengua del Lacio: Señora mía, Dueña mía, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas, Dominadora mía y Emperatriz.

Realeza celebrada en octavas reales, sonoras como sartal de perlas orientales y perfectas como las premisas de un silogismo coruscante, por el capellán de la catedral primada don José de Valdivielso, cuando, dirigiéndose a la Virgen del Sagrario, le dice:

Sois, Virgen Santa, universal Señora
de cuanto en cielo y tierra ha Dios formado;
todo se humilla a Vos, todo os adora
y todo os honra y a vuestro honrado;
que quien os hizo de Dios engendradora,
que es lo que pudo más haberos dado,
lo que es menos os debe de derecho,
que es Reina universal haberos hecho.

Los dos versos finales se imponen con la rotundidez lógica de una conclusión silogística.

En el 2º concilio de Nicea, VII ecuménico, celebrado bajo Adriano en 787, leyóse una carta de Gregorio II (715-731) a San Germán, el patriarca de Constantinopla, en que el Papa vindica el culto especial a la «Señora de todos y verdadera Madre de Dios».

Inocencio III (1198-1216) compuso y enriqueció con gracias espirituales una preciosa poesía en honor de la Reina y Emperatriz de los ángeles.

Nicolás IV (1288-1292) edificó un templo en 1290 a María, Reina de los Angeles.

Juan XXII (1316-1334) indulgenció la antífona «Dios te salve, Reina», que viene a ser como el himno oficial de la realeza de María.

Los papas Bonifacio IX, Sixto IV, Paulo V, Gregorio XV, Benedicto XIV, León XIII, San Pío X, Benedicto XV y Pío XI repiten esta soberanía real de la Madre de Dios.

Y Pío XII, recogiendo la voz solemne de los siglos cristianos, refrenda con su autoridad magisterial los títulos y poder reales de la Virgen y consagra la Iglesia al Inmaculado Corazón de María, Reina del mundo. Y en el radiomensaje para la coronación de la Virgen de Fátima, al conjuro de aquellas vibraciones marianas de la Cova de Iría, parece trasladarse al día aquel, eternamente solemne, al día sin ocaso de la eternidad, cuando la Virgen gloriosa, entrando triunfante en los cielos, es elevada por los serafines bienaventurados Y los coros de los ángeles hasta el trono de la Santísima trinidad, que, poniéndole en la frente triple diadema de gloria, la presentó a la corte celeste coronada Reina del universo… “Y el empíreo vio que era verdaderamente digna de recibir el honor, la gloria, el imperio, por estar infinitamente más llena de gracias, por ser más santa, más bella, más sublime, incomparablemente más que los mayores santos y que los más excelsos ángeles, solos o todos juntos, por estar misteriosamente emparentada, en virtud de la Maternidad Divina, con la Santísima Trinidad, con Aquel que es por esencia Majestad infinita, Rey de Reyes y Señor de Señores, como Hija primogénita del Padre, Madre ternísima del Verbo, Esposa predilecta del Espíritu Santo, por ser Madre del Rey Divino, de Aquel a quien el Señor Dios, desde el seno materno, dio el trono de David y la realeza eterna de la casa de Jacob, de Aquel que ofreció tener todo el poder en el cielo y en la tierra. El, el Hijo de Dios, refleja sobre su Madre celeste la gloria, la majestad, el imperio de su realeza, porque, como Madre y servidora del Rey de los mártires en la obra inefable de la Redención, le está asociada para siempre con un poder casi inmenso en la distribución de las gracias que de la Redención derivan…»

Por esto la Iglesia la confiesa y saluda Señora y Reina de los ángeles y de los hombres.
Reina de todo lo creado en el orden de la naturaleza y de la gracia.
Reina de los reyes y de los vasallos.
Reina de los cielos y de la tierra.
Reina de la Iglesia triunfante y militante.
Reina de la fe y de las misiones.
Reina de la misericordia.
Reina del mundo, y Reina especialmente nuestra, de las tierras y de las gentes hispanas ya desde los días del Pilar bendita. Reina del reino de Cristo, que es reino de “verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”. Y en este reino y reinado de Cristo, que es la Iglesia santa, es Ella Reina por fueros de maternidad y de mediación universal y, además, por aclamación universal de todos sus hijos.

En este gran día jubilar de la realeza de María renovemos nuestro vasallaje espiritual a la Señora y con fervor y piedad entrañables digámosla esa plegaria dulcísima, de solera hispánica, que aprendimos de niños en el regazo de nuestras madres para ya no olvidarla jamás:

«Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; Dios te salve».

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Explicación Teológica de por qué la Santísima Virgen es Reina

por Juan Gustavo Ruiz Ruiz

La razón por la que la Santísima Virgen María es Reina se fundamenta teológicamente en su divina Maternidad y en su función de ser Corredentora del género humano.

En el mundo entero se repite con frecuencia y resuena en muchos corazones el rezo de la Salve: Salve Regina…, Dios te salve Reina… Es el reconocimiento y la proclamación de su realeza. Verdaderamente María es Reina.

Ella nació Reina porque fue predestinada abaeterno para que lo fuera. Y fue predestinada para ser Reina porque fue elegida para la singularísima y trascendental misión de ser la Madre de Cristo Rey y Mediadora universal de todas las gracias.

 

¿QUÉ ES UNA REINA?

El término reina (rey) deriva del verbo latino regere, que significa ordenar las cosas a su propio fin. Por tanto, el rey (reina) tiene el oficio de regir o gobernar a la sociedad a su cargo para que ésta alcance su fin, con un verdadero primado de poder y excelencia (cfr. Santo Tomás de Aquino, De regimini principium, I,1)

El significado de la palabra rey (reina) tiene múltiples acepciones. Así, por ejemplo:

a) Se puede ser reina de tres formas: la que es reina en sí misma, la que es esposa del rey, y la que es madre del rey. En este caso, María es reina por los dos últimos títulos: por su relación con Dios y con Cristo.

b) También cabe considerar el reinado en diversos grados: El Rey Supremo del Universo, el rey que domina sobre otros reyes (Rey de reyes), y el rey de un reino determinado. En el primer sentido lo es Dios, en el segundo Cristo y, en el tercero, cualquiera que lo reciba por derecho de herencia, conquista o elección. Según estas consideraciones, María es Reina de reinas y también en cierto modo es reina por derecho de conquista.

c) Por último, también puede entenderse el término reina (rey) en sentido metafórico. Así, se da éste título a aquél o aquello que excede de un modo singular a sus semejantes. Por ejemplo, se dice rey al león, a un deportista, a la rosa reina de las flores, etc. En este sentido la Virgen María es Reina por su plenitud de gracia y la excelencia de sus virtudes. En las letanías del Rosario la llamamos: Reina de los Santos, de los Ángeles, de los Mártires, de las Vírgenes, de los Confesores, etc.

 

LA REALEZA DE CRISTO Y DE MARÍA

Entre Cristo y María hay un perfecto paralelismo que es la razón fundamental de su realeza. Por este motivo la Virgen María es Reina: por su íntima relación con la realeza de Cristo, pues éste lo es por derecho propio y aquella lo es por razón de cierta analogía.

Cristo es Rey tanto por derecho propio como por derecho de conquista. En el primer caso lo es como hombre y como Dios. Jesucristo en cuanto hombre, por su Unión Hipostática con el Verbo, recibió del Padre «la potestad, el honor y el reino» (cfr. Dan. 7,13?14) y, en cuanto Verbo de Dios, es el Creador y Conservador de todos cuanto existe, por lo mismo, tiene pleno y absoluto poder en toda la creación (cfr. Jn. 1,1ss). En el segundo caso es Rey por derecho de conquista en virtud de haber rescatado al género humano de la esclavitud en la que se encontraba, al precio de su sangre, mediante su Pasión y Muerte en la Cruz (cfr. 1 Pe. 1,18?19).

De la unión con Cristo Rey deriva, en María Reina, tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión nace su poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del reino del Divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene ori gen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre (cfr. Pío XII, Enc. Mystici corporis , 29 VI 1943).

 

FUNDAMENTO TEOLÓGICO DE LA REALEZA DE LA VIRGEN MARÍA

La razón por la que la Santísima Virgen María es Reina se fundamenta teológicamente en su divina Maternidad y en su función de ser Corredentora del género humano.

a) Por su divina Maternidad: Es el fundamento principal, pues la eleva a un grado altísimo de intimidad con el Padre celestial y la une a su divino Hijo, que es Rey universal por derecho propio.

En la Sagrada Escritura se dice del Hijo que la Virgen concebirá: «Hijo del Altísimo será llamado Y a El le dará el Señor Dios el trono de David su padre y en la casa de Jacob reinará eter¬namente y su reinado no tendrá fin» (Lc. 1,32?33). Y a María se le llama «Madre del Señor» (Lc. 1,43); de donde fácilmente se deduce que Ella es también Reina, pues engendró un Hijo que era Rey y Señor de todas las cosas. Así, con razón, pudo escribir San Juan Damasceno: «Verdaderamente fue Señora de to das las criaturas cuando fue Madre del Creador» (cit. en la Enc. Ad coeli Reginam, de Pío XII, 11?X?1954).

b) Por ser Corredentora del género humano: La Virgen María, por voluntad expresa de Dios, tuvo parte excelentísima en la obra de nuestra Redención. Por ello, puede afirmarse que el género humano sujeto a la muerte por causa de una virgen (Eva), se salva también por medio de una Virgen (María). En consecuencia, así como Cristo es Rey por título de conquista, al precio de su Sangre, también María es Reina al precio de su Compasión dolorosa junto a la Cruz.

La Beatísima María debe ser llamada Reina, no sólo por ra zón de su Maternidad divina, sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios sino tam bién nuestro Redentor, con cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina, no sólo por ser Madre de Dios sino tam bién, como nueva Eva, porque fue asociada al nuevo Adán» (cfr. Pío XII, Enc, Ad coeli Reginam).

 

NATURALEZA DEL REINO DE MARÍA

El reino de Santa María, a semejanza y en perfecta coincidencia con el reino de Jesucristo, no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal: ?»Reino de verdad y de vida, de santidad, de gracia, de amor y de paz» (cfr. Prefacio de la Misa de Cristo Rey).

a) Es un reino eterno porque existirá siempre y no tendrá fin (cfr. Lc. 1,33) y, es universal porque se extiende al Cielo, a la tierra y a los abismos (cfr. Fil. 2,10?11).

b) Es un reino de verdad y de vida. Para esto vino Jesús al mundo, para dar testimonio de la verdad (cfr. Jn. 18,37) y para dar la vida sobrenatural a los hombres.

c) Es un reino de santidad y justicia porque María, la llena de gracia, nos alcanza las gracias de su Hijo para que seamos santos (cfr. Jn. 1,12?14); y de justicia porque premia las buenas obras de todos (cfr. Rom. 2,5?6).

d) Es un reino de amor porque de su eximia caridad nos ama con corazón maternal como hijos suyos y hermanos de su Hijo (cfr. 1 Cor. 13,8).

e) Es un reino de paz, nunca de odios y rencores; de la paz con que se llenan los corazones que reciben las gracias de Dios (cfr. Is. 9,6).

Santa María como Reina y Madre del Rey es coronada en sus imágenes según costumbre de la Iglesia para simbo lizar por este modo el dominio y poder que tiene sobre todos los súbditos de su reino.

La oración Colecta de la Memoria de Santa María Reina dice: «Oh Dios, que nos han dado como Madre y como Reina, a la Madre de tu Unigénito; concédenos, por su intercesión, el poder llegar a participar en el Reino celestial de la gloria reserva da a tus hijos».

«La Virgen Inmaculada … asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial fue ensalzada por el Señor como Reina univer sal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muer te». (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).

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La Asunción de María en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia

Sabemos, por supuesto, que la Asunción de la Santísima Virgen no aparece relatada, ni mencionada en la Sagrada Escritura.

Veamos lo que nos dice el Padre Joaquín Cardoso, s.j. en su estudio sobre la Asunción: “Son muchos los Teólogos -y de gran renombre, por cierto- que han afirmado y creen haberlo probado que, implícitamente, sí se encuentra, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento la revelación de este hecho … Pues, si no hay una revelación explícita en la Sagrada Escritura acerca del hecho de la Asunción de María, tampoco hay ni la más mínima afirmación o advertencia en contrario, y por consiguiente, si la razón humana, discurriendo sobre alguna otra verdad cierta y claramente revelada, deduce legítimamente este privilegio de Nuestra Señora, tendremos necesariamente que admitirlo como revelado en la misma Sagrada Escritura de modo implícito”.

Existe, por cierto, un precedente autorizado por la Iglesia, de una verdad considerada como revelada implícitamente. Se trata del misterio de la Inmaculada Concepción, el cual el Papa Pío XI declaró como dogma, a finales del siglo XIX y reconoció esta verdad como revelada implícitamente al comienzo de la Escritura, en Génesis 3, 15, cuando Dios anunció que la Mujer y su Descendencia aplastarían la cabeza de la serpiente infernal. Y esto no hubiera podido suceder si María no hubiera estado libre de pecado original, pues de no haber sido así, hubiera estado sujeta al yugo del demonio.

Esto mismo hizo el Papa Pío XII en la definición del Dogma de la Asunción. La Asunción de la Virgen María al Cielo, que ha sido aceptada como verdad desde los tiempos más remotos de la Iglesia, es un hecho también contenido, al menos implícitamente en la Sagrada Escritura.

Los Teólogos y Santos Padres y Doctores de la Iglesia han visto como citas en que queda implícita la Asunción de la VirgenMaría, las mismas en que vieron a la Inmaculada Concepción, porque en ellas se revelan los incomparables privilegios de esa hija predilecta del Padre, escogida para ser Madre de Dios. Así quedaron estrechamente unidas ambas verdades: la Inmaculada Concepción y la Asunción.
 

He aquí algunas de las citas y de los respectivos razonamientos teológicos como nos los presenta el Padre Cardoso:
“Llena de gracia” (Lc. 1, 26-29) : Dios le había concedido todas las gracias, no sólo la gracia santificante, sino todas las gracias de que era capaz una criatura predestinada para ser Madre de Dios. Gracia muy grande es el de haber sido preservada del pecado original, pero también gracia el pasar por la muerte, no como castigo del pecado que no tuvo, sino por lo ya expuesto en capítulos anteriores y, como hemos dicho también, sin sufrir la corrupción del sepulcro. Si María no hubiera tenido esta gracia, no podría haber sido llamada llena (plena) de gracia. Esta deducción queda además confirmada por Santa Isabel, quien “llena del Espíritu Santo, exclamó: “Bendita entre todas las mujeres” (Lc. 1, 41-42).

“Pondré enemistad entre tí y la Mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza” (Gen. 1, 15), es, por supuesto, el texto clave.
Además, Cristo vino para “aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo” (Hb. 2, 14). “La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado” (1 Cor. 15, 55)

Todos hemos de resucitar. Pero ¿cuál será la parte de María en la victoria sobre la muerte? La mayor, la más cercana a Cristo, porque el texto del Génesis une indisolublemente al Hijo con su Madre en el triunfo contra el Demonio. Así pues, ni el pecado, por ser Inmaculada desde su Concepción, ni la conscupiscencia, por ser ésta consecuencia del pecado original que no tuvo, ni la muerte tendrán ningún poder sobre María.

La Santísima Virgen murió, sin duda, como su Divino Hijo, pero su muerte, como la de El, no fue una muerte que la llevó a la descomposición del cuerpo, sino que resucitó como su Hijo, inmediatamente, porque la muerte que corrompe es consecuencia del pecado.
“No permitirás a tu siervo conocer la corrupción” (Salmo 15). San Pablo relaciona esta incorrupción con la carne de Cristo. Y San Agustín nos dice que la carne de Cristo es la misma que la de María. Implícitamente, entonces, la carne de María, que es la misma que la del Salvador, no experimentó la corrupción.

Así el privilegio de la resurrección y consiguiente Asunción de María al Cielo se debe al haber sido predestinada para se la Madre de Dios-hecho-Hombre.

El Concilio Vaticano II, tratando ese tema en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, también relaciona el privilegio de la Inmaculada Concepción con el de la Asunción: precisamente porque fue “preservada libre de pecado original” (LG 59), María no podía permanecer como los demás hombres en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y la santidad perfecta ya desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo.

Pero oigamos también a nuestro Papa Juan Pablo II tratar el punto de la Asunción de María en la Sagrada Escritura.

En su Catequesis del 2 de julio de 1997 nos decía: “El Nuevo Testamento, aun sin afirmar explícitamente la Asunción de María, ofrece su fundamento, porque pone muy bien de relieve la unión perfecta de la Santísima Virgen con el destino de Jesús. Esta unión, que se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Salvador, en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo, en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de exigir una continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo”.

 

LA ASUNCIÓN DE MARÍA EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

Así tituló el Osservatore Romano la Catequesis del Papa Juan Pablo II del día Miércoles 9 de julio de 1997. Y en esa fuente tan importante y tan reciente, como son las palabras del Papa en ésta y en la Catequesis de la semana inmediatamente anterior (2-julio-97) nos apoyaremos casi exclusivamente para este Capítulo.

La perenne y concorde tradición de la Iglesia muestra cómo la Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la singular participación de María en la misión de su Hijo. Ya durante el primer milenio los autores sagrados se expresaban en este sentido, nos recordaba el Papa Juan Pablo II.

Además, la Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano, el cual al afirmar la llegada de María a la gloria celeste, ha querido también reconocer y proclamar la glorificación de su cuerpo.

Nos decía el Papa Juan Pablo II que el primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados “Transitus Mariae” , cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II y III. Nos informaba el Papa que se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de la fe del pueblo de Dios.

Algunos testimonios se encuentran en San Ambrosio, San Epifanio y Timoteo de Jerusalén. San Germán de Constantinopla (+733) pone en labios de Jesús, que se prepara para llevar a su Madre al Cielo, estas palabras: “Es necesario que donde yo esté, estés también tú, Madre inseparable de tu Hijo”.

Nos decía el Papa JPII que la misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. Un indicio interesante de esta convicción se encuentra en un relato apócrifo del siglo V, atribuido al pseudo Melitón. El autor imagina que Cristo pregunta a los Apóstoles qué destino merece María, y ellos le dan esta respuesta: “Señor, elegiste a tu esclava, para que se convierta en tu morada inmaculada … Por tanto, dado que, después de haber vencido a la muerte, reinas en la gloria, a tus siervos nos ha parecido justo que resucites el cuerpo de tu Madre y la lleves contigo, dichosa, al Cielo”.

¿Por qué citaba el Papa un libro apócrifo? Los apócrifos no tienen autoridad divina. Pero pueden tener autoridad humana, agregando, así, un testimonio que apoya la unanimidad a favor de la Asunción.

San Germán, en un texto lleno de poesía, sostiene que el afecto de Jesús a su Madre exige que María se vuelva a unir con su Hijo Divino en el Cielo: “Como un niño busca y desea la presencia de su madre, y como una madre quiere vivir en compañía de su hijo, así también era conveniente que tú, de cuyo amor materno a tu Hijo y Dios no cabe duda alguna, volvieras a El. ¿Y no era conveniente que, de cualquier modo, este Dios que sentía por ti un amor verdaderamente filial, te tomara consigo?”

En otro texto el mismo San Germán sostiene que “era necesario que la Madre de la Vida compartiera la Morada de la Vida”. Así integra la dimensión salvífica de la maternidad divina con la relación entre Madre e Hijo.

San Juan Damasceno subraya la relación entre la participación en la Pasión y el destino glorioso: “Era necesario que aquélla que había visto a su Hijo en la Cruz y recibido en pleno corazón la espada del dolor … contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre”.

Nos dice el Padre Cardoso que ya en los escritos del Siglo IV los historiadores eclesiásticos se refieren a la Asunción de María como de tradición antiquísima, que a causa de su unanimidad, no puede venir sino de los mismos Apóstoles y, por consiguiente, como de revelación divina, pues la revelación en que se funda la religión cristiana terminó, según enseña la Iglesia, con la muerte de San Juan.

Continúa diciéndonos que del Siglo V en adelante, no encontró un solo escritor eclesiástico, ni una sola comunidad cristiana que no creyera en la Asunción de María.

En el Siglo VII el Papa Sergio I promovió procesiones a la Basílica Santa María la Mayor el día de la Asunción, como expresión de la creencia popular en esta verdad tan gozosa.

Posteriormente se fue desarrollando una larga reflexión con respecto al destino de María en el más allá. Esto, poco a poco, llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa de la Madre de Jesús en alma y cuerpo, y a la institución en Oriente de las fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción de María.

La fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de la Madre del Señor después de su muerte, desde Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y, a partir del Siglo XIV, se generalizó.

El Papa Juan XXII en 1324 afirmaba que “la Santa Madre Iglesia pidadosamente cree y evidentemente supone que la bienaventurada Virgen fue asunta en alma y cuerpo”.

En la primera mitad de nuestro siglo, en víspera de la declaración del Dogma, constituía una verdad casi universalmente aceptada y profesada por la comunidad cristiana en todo el mundo.

Así, en Mayo de 1946, con la Encíclica Deiparae Virginis Mariae, Pío XII promovió una amplia consulta, interpelando a los Obispos y, a través de ellos, a los Sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre la posibilidad y la oportunidad de definir la Asunción corporal de María como Dogma de Fe. El recuento fue ampliamente positivo: sólo 6 respuestas de entre 1.181 manifestaban alguna reserva sobre el carácter revelado de esa verdad.

Citando ese dato, la Bula Munificentissimus Deus afirma: “El consentimiento universal del Magisterio ordinario de la Iglesia proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la Asunción corporal de la Santísima Virgen María al Cielo … es una verdad revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y fielmente por todos los hijos de la Iglesia”.

El Concilio Vaticano II, recordando en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia el misterio de la Asunción, atrae la atención hacia el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente porque fue “preservada libre de pecado original” (LG 59). María no podía permanecer como los demás hombre en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y la santidad perfecta ya desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo.

Y continuando con la Tradición Eclesiástica hasta nuestros días, tenemos toda la enseñanza del Papa Juan Pablo II que recogemos en este estudio.

Como dato curioso el Padre Cardoso anota uno adicional que es sumamente revelador y que él agrega a la unanimidad en la Tradición: el hecho de que no hayan reliquias del cuerpo virginal de María. Nos dice que ni siquiera los fabricantes de falsas reliquias -que los ha habido a lo largo de la historia de la Iglesia- se atrevieron jamás a fabricar una del cuerpo de María, pues sabían que, dada la creencia universal de la Asunción, no hubieran sido recibidas como auténticas en ninguna parte del mundo cristiano.

Fuentes: Bienaventurada.Com

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¿Murió la Santísima Virgen María?

Y si murió, ¿de que murió?.
Es sabido que la muerte no es condición esencial para la Asunción. Y es sabido, también, que el Dogma de la Asunción no dejó definido si murió realmente la Santísima Virgen.

Había para entonces discusión sobre esto entre los Mariólogos y Pío XII prefirió dejar definido lo que realmente era importante: que María subió a los Cielos gloriosa en cuerpo y alma, soslayando el problema de si fue asunta al Cielo después de morir y resucitar, o si fue trasladada en cuerpo y alma al Cielo sin pasar por el trance de la muerte, como todos los demás mortales (inclusive como su propio Hijo).

Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre el tema, nos recuerda que Pío XII y el Concilio Vaticano II no se pronuncian sobre la cuestión de la muerte de María. Pero aclara que “Pío XII no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios”. (JP II, 25-junio-97)

Sin embargo, algunos teólogos han sostenido la teoría de la inmortalidad de María, pero Juan Pablo II nos dice al respecto, “existe una tradición común que ve en la muerte de María su introducción en la gloria celeste”. (JP II, 25-junio-97)

Se refiere posiblemente a que, como afirma Antonio Royo Marín o.p., la Asunción gloriosa de María, después de su muerte y resurrección, reúne un apoyo inmensamente mayoritario entre los Mariólogos. (cfr. La Virgen María, A. Royo Marín, 1968).

Los argumentos en favor de la muerte de María los dividiremos: según la Tradición Cristiana (incluyendo el Arte Cristiano), según la Liturgia, según la razón teológica y por la utilidad de la muerte.

1. Según la Tradición Cristiana

Royo Marín afirma que el testimonio de la Tradición -dice que sobretodo a partir del Siglo II- es abrumador a favor de la muerte de María. Es su afirmación, aunque no da citas al respecto. (cfr. La Virgen María, A. Royo Marín, 1968).

Inclusive la misma Bula Munificentissimus Deus de Pío XII (sobre el Dogma de la Asunción), aunque no propone como dogma la muerte de María, nos presenta este dato interesantísimo sobre la muerte de María en la Tradición de la Iglesia: “Los fieles, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores … no encontraron dificultad en admitir que María hubiese muerto como murió su Unigénito. Pero eso no les impidió creer y profesar abiertamente que su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro y que no fue reducido a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino” (Pío XII, Bula Munificentissimus Deus #7, cf. Doc. mar. #801).

El Padre Joaquín Cardoso, s.j. edita en México en el Año de la declaración del Dogma un librito “La Asunción de María Santísima”. Y nos refiere lo siguiente sobre la muerte de María en la Tradición:

“Hasta el Siglo IV no hay documento alguno escrito que hable de la creencia de la Iglesia, explícitamente, acerca de la Asunción de María. Sin embargo, cuando se comienza a escribir sobre ella, todos los autores siempre se refieren a una antigua tradición de los fieles sobre el asunto. Se hablaba ya en el Siglo II de la muerte de María, pero no se designaba con ese nombre de muerte, sino con el de tránsito, sueño o dormición, lo cual indica que la muerte de María no había sido como la de todos los demás hombres, sino que había tenido algo de particular. Porque aunque de todos los difuntos se decía que habían pasado a una vida mejor, no obstante para indicar ese paso se empleaba siempre la palabra murió, o por lo menos `se durmió en el Señor’, pero nunca se le llamaba como a la de la Virgen así, especialmente, y como por antonomasia, el Tránsito, el Sueño”.

Son muchísimos los Sumos Pontífices que han enseñado expresamente sobre la muerte de María. Entre éstos, el Papa Juan Pablo II, quien en su Catequesis del 25 de junio de 1997, titulada por el Osservatore Romano “La Dormición de la Madre de Dios”, nos da más datos sobre la muerte de María en la Tradición:

Santiago de Sarug (+521): “El coro de los doce Apóstoles” cuando a María le llegó “el tiempo de caminar por la senda de todas las generaciones”, es decir, la senda de la muerte, se reunió para enterrar “el cuerpo virginal de la Bienaventurada”.

San Modesto de Jerusalén (+634), después de hablar largamente de la “santísima dormición de la gloriosísima Madre de Dios”, concluye su “encomio”, exaltando la intervención prodigiosa de Cristo que “la resucitó de la tumba” para tomarla consigo en la gloria.

San Juan Damasceno (+704), por su parte, se pregunta: “¿Cómo es posible que aquélla que en el parto superó todos los límites de la naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo inmaculado se someta a la muerte?”. Y responde: “Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, El muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección”.

No es posible, además, ignorar el Arte Cristiano, en el que encontramos gran número de mosaicos y pinturas que han representado la Asunción de María, tratando de hacernos ver gráficamente el paso inmediato de la “dormición” al gozo pleno de la gloria celestial, e inclusive algunos, del paso del sepulcro a la gloria, siendo asunta al Cielo.

2. Según la Liturgia

De acuerdo a Royo Marín, el argumento litúrgico tiene gran valor en teología, según el conocido aforismo orandi statuat legem credendi, puesto que en la aprobación oficial de los libros litúrgicos está empeñada la autoridad de la Iglesia, la cual iluminada por el Espíritu Santo, no puede proponer a la oración de los fieles fórmulas falsas o erróneas.

Y desde la más remota antigüedad, la liturgia oficial de la Iglesia recogió la doctrina de la muerte de María. Royo Marín refiere dos oraciones “Veneranda nobis…” y “Subveniat, Domine…” , las cuales estuvieron en vigor hasta la declaración del Dogma (1950) y recogen expresamente la muerte de María al celebrar al fiesta de su gloriosa Asunción a los Cielos. Las oraciones posteriores a la declaración del Dogma, por razones obvias, no aluden a la muerte.

Así decía la oración “Veneranda nobis”: “Ayúdenos con su intercesión saludable, ¡oh, Señor!, la venerable festividad de este día, en el cual, aunque la santa Madre de Dios pagó su tributo a la muerte, no pudo, sin embargo, ser humillada por su corrupción aquélla que en su seno encarnó a tu Hijo, Señor nuestro”.

El Padre Joaquín Cardoso, s.j. tiene esto que decirnos sobre la muerte de María en la Liturgia:

“La Iglesia, pues, tanto la Griega, como la Latina, creyeron siempre, no solamente como posible, sino como regla, en la muerte de María, y en las más antiguas Liturgias de ambas Iglesias se encuentra siempre la celebración y el recuerdo de la muerte de María, con el nombre de la Dormición, Sueño o Tránsito de Nuestra Señora. Porque eso sí: si creían que realmente la Virgen había muerto, indicaban con esa denominación, no usada comúnmente para todas las muertes, que la de la Virgen había tenido algún carácter especial y extraordinario, que es precisamente el de su resurrección inmediata y Asunción a los Cielos”.

“Y como dicen los críticos, aun protestantes … ya en el Siglo VI era absolutamente general la creencia en la Asunción de María, tal cual lo demuestran las antiquísimas liturgias de todas las Iglesias que tienen, al menos desde el siglo IV, establecida la Fiesta de la Dormición de María”.

3. Según la razón teológica

Iniciamos este aparte con Juan Pablo II: “¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte? Reflexionando en el destino de Maria y en su relación con su Hijo Divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre” (JP II, 25-junio-97).

Cristo, el Hijo de Dios e Hijo de María, murió. Y ¿puede ser la Madre superior al Hijo de Dios en cuanto a la muerte física?. Es cierto que la Santísima Virgen María, habiendo sido concebida sin pecado original (Inmaculada Concepción) tenía derecho a no morir. Pero, nos dice Juan Pablo II: “El hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino, no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación. ” (JP II, 25-junio-97)

Y Royo Marín remata este argumento de la siguiente manera: “Sin duda alguna, María hubiera renunciado de hecho a ese privilegio para parecerse en todo -hasta en la muerte y resurrección- a su Divino Hijo Jesús.”

El Padre Joaquín Cardoso, s.j. dice al respecto: “María Santísima nunca tuvo pecado, por el privilegio de Dios de su Inmaculada Concepción; por consiguiente, no estaba sujeta a la muerte, como no lo estaba Jesucristo; pero también Ella tomó sobre sí nuestro castigo, nuestra muerte”.

Y Juan Pablo II: “María, implicada en la obra redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo, pudo compartir el sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la humanidad”. (JP II, 25-junio-97)

4. Por la utilidad de la muerte

Dice Royo Marín que la muerte de María nos sirve de ejemplo y consuelo. María debió morir para enseñarnos a bien morir y dulcificar con su ejemplo los supuestos terrores de la muerte. Los recibió con calma, con serenidad, aún más, con gozo, mostrándonos que no tiene nada de terrible la muerte para aquéllos que en la vida han cumplido la Voluntad de Dios.

Y Juan Pablo II también habla al respecto: “La experiencia de la muerte enriqueció a la Virgen: habiendo pasado por el destino común a todos los hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con respecto a quienes llegan a la hora suprema de la vida”. (JP II, 25-junio-97)

 

¿DE QUÉ MURIÓ LA VIRGEN?

Royo Marín responde así a la pregunta ¿de qué murió María?: «»No parece que muriera de enfermedad, ni de vejez muy avanzada, ni por accidente violento (martirio), ni por ninguna otra causa que por el amor ardentísimo que consumía su corazón”

No creamos que esta afirmación de que el amor a Dios haya sido la causa del fallecimiento (¿o desfallecimiento?) de María, sea una ilusión poética, producto de una piedad ingenua y entusiasta para con la Santísima Virgen. No. Esta enseñanza se funda en testimonios de los Santos Padres, quienes dejaron traslucir con frecuencia su pensamiento sobre este particular.

El Padre Joaquín Cardoso, s.j. cita a San Alberto Magno: “Creemos que murió sin dolor y de amor”. Nos asegura, además, que a San Alberto siguen otros como el Abad Guerrico, Ricardo de San Lorenzo, San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio y otros muchísimos.”

Y veamos qué nos decía Juan Pablo II sobre las causas de la muerte de la Madre de Dios: “Más importante es investigar la actitud espiritual de la Virgen en el momento de dejar este mundo”. Entonces se apoya en San Francisco de Sales, quien considera que la muerte de María se produjo como un ímpetu de amor. En el Tratado del Amor de Dios habla de una muerte “en el Amor, a causa del Amor y por Amor” (JP II, 25-junio-99).

Royo Marín cita a Alastruey, quien en su Tratado de la Virgen Santísima afirma: “La Santísima Virgen acabó su vida con muerte extática, en fuerza del divino amor y del vehemente deseo y contemplación intensísima de las cosas celestiales”.

Es nuevamente Juan Pablo II quien aclara aún más este punto: “Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsilo de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en este caso la muerte pudo concebierse como una `dormición’”

Luego basándose en la Tradición para tratar este tema, el Papa nos aclara aún más este maravilloso suceso:
“Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo Divino, para compartir con El la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá experimentado, como San Pablo -y más que él- el deseo de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre”. (JP II, 25-junio-97)

Otro ilustre Mariólogo, Garriguet, también citado por Royo Marín, nos describe más detalles sobre la vida y la dormición de la Madre de Dios: “María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin temor, porque vivió sin pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego terrenal. Su muerte fue semejante al declinar de una hermosa tarde, como un sueño dulce y apacible; era menos el fin de una vida que la aurora de una existencia mejor. Para designarla la Iglesia encontró una palabra encantadora: la llama sueño o dormición de la Virgen”.

Pero es el elocuentísmo predicador francés del Siglo XVI-XVII, Bossuet, Obispo de Meaux, quien en su Sermón Segundo sobre la Asunción de María nos describe con los más bellos detalles qué significa morir de amor y cómo fue este maravilloso pasaje de la vida de la Madre de Dios:
“El amor profano es quejumbroso y está diciendo siempre: languidezco y muero de amor. Pero no es sobre este fundamento en el que me baso para haceros ver que el amor puede dar la muerte. Quiero establecer esta verdad sobre una propiedad del Amor Divino. Digo, pues, que el Amor Divino, trae consigo un despojamiento y una soledad inmensa, que la naturaleza no es capaz de sobrellevar; una tal destrucción del hombre entero y un aniquilamiento tan profundo en nosotros mismos, que todos los sentidos son suspendidos. Porque es necesario desnudarse de todo para ir a Dios, y que no haya nada que nos retenga. Y la raíz profunda de tal separación es esos tremendos celos de Dios, que quiere estar solo en un alma, y no puede sufrir a nadie más que a Sí mismo, en un corazón que quiere amor. (Amarás a Dios sobre todas las cosas. Si alguno ama a su padre o a su madre o a sus hermanos más que a Mí, no es digno de Mí).”

“Ya podemos comprender esta soledad inmensa que pide un Dios celoso. Quiere que se destruya, que se aniquile todo lo que no es El. Y, sin embargo, se oculta y no da a ninguno un punto de donde asirlo materialmente, de tal modo que el alma, desprendida por una parte de todo, y por otra, no encontrado aquí el medio de poseer a Dios efectivamente, cae en debilidades y desfallecimientos inconcebibles. Y cuando el amor llega a su perfección, el desfallecimiento llega hasta la muerte, y el rigor hasta perder la vida.”

“Y he aquí lo que da el golpe mortal: es que el corazón despojado de todo amor superfluo, es atraído con fuerza al solo Bien necesario, con una fuerza increíble y, no encontrándolo, muere de congoja. `El hombre insensato’ -dice San Pablo- `no entiende estas cosas y el sensual no las concibe; pero nosotros hablamos de la sabiduría entre los perfectos y explicamos a los espirituales los misterios del espíritu’. Digo, pues, que el alma, desprendida de todo anhelo de lo superfluo, es impulsada y atraída hacia Dios con una fuerza infinita, y es esto lo que le da la muerte; porque , de un lado, se arranca de todos los objetos sensibles, y por otro, el objeto que busca es tan inaccesible aquí, que no puede alcanzarlo. No lo ve sino por la fe, es decir: no lo ve; no lo abraza, sino en medio de sombras y como a través de las nubes, es decir, que no tiene de dónde asirlo. Y el amor frustrado se vuelve contra sí mismo y se hace a sí mismo insoportable.”

“Yo he querido daros alguna idea del amor de la Santísima Virgen durante los días de su destierro y la cautividad de su vida mortal. No, no; los Serafines mismos no pueden entender, ni dignamente explicar, con qué fuerza era atraída María a su Bien Amado, ni con qué violencia sufría su corazón en esta separación. Si jamás hubo algún alma tan penetrada de la Cruz y de este espíritu de destrucción santa, fue la Virgen María. Ella estaba, pues, siempre muriendo, siempre llamando a su Bien Amado con un anhelo mortal”.

“No busquéis, pues, almas santas, otra causa de la muerte de la Santa Virgen. Su amor era tan ardiente, tan fuerte, tan inflamado, que no lanzaba un suspiro que no debiera romper todas las ligaduras de esta vida mortal; no enviaba un deseo al Cielo que no hubiera debido arrastrar consigo su alma entera. Os he dicho antes, cristianos, que su muerte fue milagrosa, pero me veo obligado a cambiar de opinión: su muerte no fue el milagro, el milagro estuvo en la suspensión de esa muerte, en que pudiera vivir separada de su Bien Amado. Vivía, sin embargo, porque esa era la determinación de Dios, para que fuese conforme con Jesucristo su Hijo crucificado por el martirio insoportable de una larga vida, tan penosa para Ella, como necesaria para la Iglesia. Pero como el Divino Amor reinaba en su corazón sin ningún obstáculo, iba de día en día aumentándose sin cesar por el ejercicio, creciendo y desarrollándose por sí mismo, de modo que al fin llegó a tal perfección, que la tierra ya no era capaz de contenerla. Así, no fue otra causa de la muerte de María que la vivacidad de su amor”.

“Y esta alma santa y bienaventurada atrae consigo a su cuerpo a una resurrección anticipada. Porque, aunque Dios ha señalado un término común a la resurrección de todos los muertos, hay razones particulares que le obligan a avanzar ese término en favor de la Virgen María”. (Bossuet, citado por el Padre Joaquín Cardozo s.j. enLa Asunción de María Santísima).

FUENTE: homilia.org

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¿Dónde y cómo fue la Asunción de la Virgen María?

Como por Tradición Apostólica sabemos que la Asunción tuvo lugar en el sepulcro de María, podemos concluir que la Asunción tuvo lugar en el mismo sitio donde Jesús fue apresado antes de su Pasión y Muerte; es decir, en el Huerto de Getsemaní, donde oró así al Padre la noche antes de morir: “Padre, si es posible que pase de Mí esta prueba, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”

Tomemos la opinión del Teólogo Antonio Royo Marín, o.p., la cual aparece en su libro La Virgen María, Teología y Espiritualidad Marianas, editado por B.A.C. en 1968.

En el momento mismo en que el alma santísima de María se separó del cuerpo -que en esto consiste la muerte- entró inmediatamente en el Cielo y quedó, por decirlo así, el alma incandescente de gloria, en grado incomparable, como correspondía a la Madre de Dios y a la elevación de su gracia. Su cuerpo santísimo, mientras tanto, fue llevado al sepulcro por los discípulos del Señor.

Una antigua tradición, fundada en el argumento de la Madre también debe parecerse en esto a su Hijo, nos señala que el cuerpo de María estuvo en el sepulcro el mismo tiempo que el de Cristo. Es decir, que poco tiempo después de haber sido sepultado, el cuerpo santísimo de la Santísima Vírgen resucitó también como el de Jesús.

La resurrección se realizó sencillamente volviendo el alma al cuerpo, del que se había separado por la muerte. Pero como el alma de María, al entrar de nuevo a su cuerpo virginal, no venía en el mismo estado en que salió de él, sino incandescente de gloria, comunicó al cuerpo su propia glorificación, poniéndolo también al nivel de una gloria incomparable.

Teológicamente hablando, la Asunción de María consiste en la resurrección gloriosa de su cuerpo. Y, en virtud de esa resurrección, comenzó a estar en cuerpo y alma en el Cielo. Por cierto Royo Marín contradice una diferenciación que se ha hecho con frecuencia entre la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y la Asunción de su Madre al Cielo, como si la Ascensión fue hecha por el Señor por su propio poder y la Asunción de María requiriera de la ayuda de los Angeles, para Ella poder ascender.

Nos dice que el traslado material a un determinado lugar -si es que el Cielo es un lugar, además de un estado- lo hizo María por sí misma, sin necesidad de ser llevada por los Angeles. Esto sucedió en virtud de una de las cualidades de los cuerpos gloriosos, que es la agilidad.

Para entender lo que es esta cualidad nos apoyaremos en el mismo autor, quien nos describe en su libroTeología de la Salvación, al referirse a las cualidades de los cuerpos gloriosos de los resucitados, en qué consiste la agilidad:
“En virtud de esta maravillosa cualidad, los cuerpos de los bienaventurados podrán trasladarse, cuando quieran, a sitios remotísimos, atravesando distancias fabulosas con la velocidad del pensamiento. Sin embargo, este movimiento, aunque rapidísimo, no será instantáneo … pero será tan vertiginoso que será del todo imperceptible”.

La diferencia, entonces, entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María radica en que Cristo hubiera podido ascender al Cielo por su propio poder, aun antes de su muerte y gloriosa resurrección, mientras que su Madre no hubiera podido hacerlo antes de que hubiera tenido lugar su propia resurrección.

Sin duda alguna, nos dice Royo Marín, irían con Ella todos los Angeles del Cielo, aclamándola como su Reina y Señora, como bien lo han descrito poetas y pintado pintores, pero sin necesidad de ser llevada o ascendida por Angeles, pues ella sola se bastaba con la agilidad de su cuerpo santísimo, ya glorificado por su gloriosa resurrección.

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La misión encomendada a la Santísima Virgen María en los Últimos Tiempos

En el punto culminante de la revelación sobre los últimos tiempos, Dios manifiesta la misión encomendada a la Santísima Virgen María (Apocalipsis: 11:15-19; 12: 1-2 y 10):

“Tocó el séptimo Ángel. Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: «Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos». Y los veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: «Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra». Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el Arca de su Alianza en el Santuario, y se produjeron relámpagos, y fragor, y truenos, y temblor de tierra y fuerte granizada.

Y una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz (…) Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: «Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo…»”.

A lo largo de toda la historia de la Iglesia hubo quienes se ocuparon de recordar y destacar que María Santísima es “el Gran Signo de Dios sobre la tierra”.

Entre aquellos que han enseñado y predicado la misión providencial de la Madre de Dios se destaca San Luís Maria Grignion de Montfort.

Este enamorado de María nació en 1673 y murió en 1716; fue un valiente defensor de la fe católica, un predicador elocuente de la Cruz y del Rosario, un devoto esclavo de Jesús en María y un propagador infatigable de la esclavitud mariana.

En su admirable Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, el santo misionero anuncia, con acentos de profeta, que pronto el Reino de Jesús por María se establecerá en las almas:

[113] “Hoy me siento más que nunca animado a creer y esperar aquello que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace muchos años, a saber, que tarde o temprano, la Santísima Virgen tenga más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca y que, por este medio, Jesucristo, reine como nunca en los corazones.”

[114] “Preveo claramente que muchas bestias rugientes llegan furiosas a destrozar con sus diabólicos dientes este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo o sepultar, al menos, estas líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre, a fin de que no sea publicado. Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica. Pero, ¡qué importa! ¡Tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, la formación de un escuadrón de aguerridos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida, en los tiempos como nunca peligrosos que van a llegar! «¡Qué el lector comprenda!» «¡Entiéndalo el que pueda!»”

La profecía concerniente al Tratado de la Verdadera Devoción se cumplió al pie de la letra: en efecto, sólo en 1824 el manuscrito fue recuperado del fondo de un cofre donde se hallaba enterrado.

El oráculo debe cumplirse también respecto de la extensión del Reino de María…

¿Qué tiempo ha sido más peligroso para la Iglesia y para las almas que el nuestro? Por todas partes el error y la mentira llevan a cabo una batalla sacrílega contra la Verdad.

Pero, contra la apostasía generalizada, la piedad y la devoción marianas se desarrollan, y las palabras de la Sagrada Escritura cobran una tangible realidad: “Un Gran Signo apareció en el cielo”.

Sí, vivimos en plena época de actividad mariana. La Santísima Virgen María está intentando con su intervención forzar a sus hijos a rectificar el camino de apostasía emprendido por la humanidad.

Algunos intérpretes ven en el Arca de la Alianza a la Santísima Virgen María (Foederis Arca) visible en la tierra en los últimos tiempos. Puede significar sus apariciones, su devoción aumentada, la definición dogmática de sus glorias, privilegios y prerrogativas… o mejor, todo ello junto.

 

MANIFESTACIÓN DE MARÍA, LOS ÚLTIMOS TIEMPOS Y LA PARUSÍA

Según la tesis de San Luís Maria Grignion, la manifestación de la Santísima Virgen estaba reservada para los últimos tiempos, como él lo afirma claramente en el Tratado de la Verdadera Devoción:

[49] “Por María ha comenzado la salvación del mundo y por María debe ser consumada. María casi no ha aparecido en el primer advenimiento de Jesucristo… Pero, en el segundo María debe ser conocida y revelada mediante el Espíritu Santo, a fin de hacer por Ella conocer, amar y servir a Jesucristo”.

[50] “Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos”.

San Luís María pone estos últimos tiempos en relación con la Parusía o Segunda Venida de Nuestro Señor:

[50] “Dios quiere, pues, revelar y manifestar a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos (…) porque Ella es la aurora que precede y anuncia al Sol de Justicia, Jesucristo, y por lo mismo, debe ser conocida y manifestada, si queremos que Jesucristo lo sea (…) porque Ella es el camino por donde vino Jesucristo a nosotros la primera vez y lo será también cuando venga la segunda, aunque de modo diferente (…) porque María debe resplandecer más que nunca en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia (…) porque María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces «como un ejército en orden de batalla» sobre todo en estos últimos tiempos, porque el diablo sabiendo que le queda poco tiempo y menos que nunca para perder a las gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los demás.”

Estos últimos tiempos están relacionados por el Santo con la plena manifestación de la Santísima Virgen y con el Anticristo, y no con una época más remota; en efecto, San Luís dice:

[51] “Es principalmente de estas últimas y crueles persecuciones del diablo, que aumentarán todos los días hasta el reinado del Anticristo, de las que se debe entender esta primera y célebre predicción y maldición de Dios, lanzada en el paraíso terrenal contra la serpiente: «Yo pondré enemistades entre tí y la mujer, y tu raza y la suya; ella misma te aplastará la cabeza y tú pondrás asechanzas a su talón»” (Gén. 3:15)

Cuando el Santo escribía estas cosas pensaba que ocurrirían próximamente, y no como algo perdido en la lejanía de los tiempos venideros de la historia; podemos confirmarlo en el texto siguiente:

[47] “He dicho que esto acontecerá especialmente hacia el fin del mundo y muy pronto”

La Verdadera Devoción marial tiene una connotación apocalíptica esencial; separarlas equivale a adulterar el mensaje de San Luís y a desnaturalizar la esclavitud mariana.

San Luís María comienza su Tratado relacionando sin ninguna duda el Reino de Jesucristo y su Parusía con la devoción a la Santísima Virgen:

[1] “Por la Santísima Virgen Jesucristo ha venido al mundo y también por Ella debe reinar en él”

[13] “La divina María ha estado desconocida hasta aquí, que es una de las razones por qué Jesucristo no es conocido como debe serlo. Si, pues, como es cierto, el conocimiento y el Reino de Jesucristo llegan al mundo, ello no será sino continuación necesaria del conocimiento y del Reino de la Santísima Virgen, que lo dio a la luz la primera vez y lo hará resplandecer la segunda”

San Luís María precisa, pues, la connotación íntima entre los últimos tiempos y la devoción mariana: la manifestación de la Virgen María es para el santo un hecho que señala claramente los tiempos apocalípticos, los últimos, de los cuales nos hablan las Sagradas Escrituras.

Ahora bien, todas las apariciones marianas a partir del siglo XIX constituyen un mensaje celeste para advertirnos de que estamos indudablemente en los últimos tiempos, en el fin de los tiempos, que presagian la Segunda Venida de Jesucristo.

A partir de 1830, en París, asistimos a una serie de apariciones de Nuestra Señora; este hecho prueba, de manera irrefutable, que nos encontramos en los últimos tiempos descriptos por el Apocalipsis que, como indica San Luís María, están reservados para la verdadera devoción mariana.

Con la aparición de La Salette, en 1846, Nuestra Señora deja un mensaje netamente apocalíptico, en el cual se anuncia el eclipse de la Iglesia y la perdida de la fe, incluso en Roma, que no sólo perderá la fe, sino que llegará a ser la sede del Anticristo.

 

FÁTIMA Y EL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

El secreto de Fátima, comunicado a los tres videntes el 13 de julio de 1917, concluye por una promesa que nos establece en una gran esperanza. En efecto, la Virgen Inmaculada anuncia que el terrible combate de los últimos tiempos llega a una etapa crucial en 1960, pero que terminará por la victoria final de su Corazón Inmaculado.

Si bien la conclusión del Secreto no anuncia de una manera explícita que el triunfo del Corazón Inmaculado será de orden universal, todo el contexto lo implica indudablemente. El Secreto tiene, en efecto, de una punta a la otra, un alcance mundial.

En el texto, la palabra “mundo” se repite cuatro veces:

Es “en el mundo” que Dios quiere establecer la devoción al Corazón Inmaculado de María.

Si no obedecen a los pedidos de Nuestra Señora, es “el mundo” que será castigado por Dios a causa de sus crímenes.

Es “a través del mundo” que Rusia expandirá sus errores.

Es finalmente “al mundo” que será dado un cierto tiempo de paz.

Por lo tanto, cuando Nuestra Señora anuncia solemnemente “Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará”, se trata de un triunfo universal.

El culto de este dulce y tierno Corazón Inmaculado preparará la instauración del Reino glorioso del Sagrado Corazón de Jesús en toda la tierra.

Esto es lo que enseña, con claridad y fuerza, San Luís María Grignion de Montfort, el profeta de la victoria de María en el gran combate de los últimos tiempos, cuya inminencia prevé.

El santo asocia, no solamente la manifestación y el conocimiento de María a la Segunda Venida de Nuestro Señor, sino también que ésta tiene por finalidad hacer reinar a Jesucristo sobre la tierra:

[158] “Y si mi amable Jesús viene, en su gloria, por segunda vez a la tierra (como es cierto) para reinar en ella, no elegirá otro camino para su viaje que la divina María, por la cual tan segura y perfectamente ha venido por primera vez. La diferencia que habrá entre su primera venida y la última, es que la primera ha sido secreta y escondida, la segunda será gloriosa y resplandeciente; pero ambas serán perfectas, porque las dos serán por María. ¡Ay! He aquí un misterio incomprensible: «Hic taceat omnis lingua» (Calle aquí toda lengua)”

Esta idea la encontramos también en el número 13, que ya hemos citado:

[13] “Si, pues, como es cierto, el conocimiento y el Reino de Jesucristo llegan al mundo, ello no será sino continuación necesaria del conocimiento y del Reino de la Santísima Virgen, que lo dio a la luz la primera vez y lo hará resplandecer la segunda”

En su libro El Secreto de María, el Santo pone magistralmente la devoción mariana en relación con la Segunda Venida y el Reino de Cristo:

[58] “Así como por María vino Dios al mundo la vez primera en humildad y anonadamiento, ¿no podría también decirse que por María vendrá la segunda vez, como toda la Iglesia lo espera, para reinar en todas partes y juzgar a los vivos y a los muertos? Cómo y cuándo, ¿quién lo sabe? Pero yo bien sé que Dios, cuyos pensamientos se apartan de los nuestros más que el cielo de la tierra, vendrá en el tiempo y en el modo menos esperados de los hombres, aun de los más sabios y entendidos en la Escritura Santa, que está en este punto muy oscura”.

[59] “Pero todavía debe creerse que al fin de los tiempos, y tal vez más pronto de lo que se piensa, suscitará Dios grandes hombres llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María, por los cuales esta divina Soberana hará grandes maravillas en la tierra, para destruir en ella el pecado y establecer el reinado de Jesucristo, su Hijo, sobre el corrompido mundo; y por medio de esta devoción a la Santísima Virgen, que no hago más que descubrir a grandes rasgos, empequeñeciéndola con mi miseria, estos santos personajes saldrán con todo”.

El pensamiento del Santo es claro y su expresión también: por María llegará el Reino de Jesús, al fin de los tiempos, después de su Parusía.

Para San Luís Maria el triunfo es por la Parusía y por intermedio de la Virgen. Basta recordar lo que dice insistentemente:

[13] “Si, pues, como es cierto, el conocimiento y el Reino de Jesucristo llegan al mundo, ello no será sino continuación necesaria del conocimiento y del Reino de la Santísima Virgen, que lo dio a la luz la primera vez y lo hará resplandecer la segunda”.

San Luís María identifica Parusía y Reino de Cristo.

Recordemos la Oración abrasada, que es eminentemente apocalíptica:

“Acordaos, Señor, de esta Comunidad en los efectos de vuestra justicia. Es tiempo de hacer lo que habéis prometido hacer. Vuestra divina ley es transgredida; vuestro Evangelio abandonado; los torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y hasta arrastran a vuestros servidores; toda la tierra está desolada; la impiedad está sobre el trono; vuestro santuario es profanado, y la abominación está hasta en el lugar santo. ¿Dejaréis todo, así, en el abandono, justo Señor, Dios de las venganzas? ¿Llegará a ser todo, al fin, como Sodoma y Gomorra? ¿Os callaréis siempre? ¿No es preciso que vuestra voluntad se haga en la tierra como en el cielo, y que venga vuestro reino? ¿No habéis mostrado de antemano a algunos de vuestros amigos una futura renovación de vuestra Iglesia? ¿No deben los judíos convertirse a la verdad? ¿No es eso lo que la Iglesia espera? ¿No Os claman justicia todos los santos del cielo: vindica? ¿No Os dicen todos los justos de la tierra: Amen, veni Domine? Todas las criaturas, hasta las más insensibles, gimen bajo el peso de los innumerables pecados de Babilonia, y piden vuestra venida para restablecer todas las cosas”

Es totalmente claro que el triunfo debe venir por la intervención de Jesucristo en su Parusía.

Esto excluye el triunfo antes de la Parusía; porque, además, el triunfo es el Reino de Cristo sobre la tierra, después de la Segunda Venida.

El Santo identifica en sus escritos Parusía – Triunfo – Reino.

Quien no comprenda que San Luís enseña esto, no comprende nada sobre la doctrina del Santo.

 

LA PROMESA DEL TRIUNFO UNIVERSAL DEL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

El mensaje de Fátima nos enseña que en el momento de la gran apostasía será la devoción a la Santísima Virgen, y más precisamente la práctica de la reparación a su Corazón Inmaculado, que los purificara a todos del veneno del error y de las seducciones de Satán, y que los conducirá a Dios.

El Padre Maximiliano Kolbe, sin saber nada, aparentemente, de las apariciones de Fátima, conocía la misión que Dios ha confiado a la Virgen Inmaculada en el combate apocalíptico:

“Nuestra época es la época de la Inmaculada. La serpiente levanta la cabeza sobre toda la tierra; pero la Inmaculada va a aplastarla por victorias decisivas, bien que él no cesa de acechar a su talón.
Bajo el estandarte de la Inmaculada se librará una gran batalla, y nosotros haremos ondular sus estandartes en las fortalezas del Príncipe de tinieblas.
Entonces las herejías y los cismas se extinguirán, y los pecadores empedernidos, gracias a la Inmaculada, volverán a Dios, a su Corazón lleno de amor, y todos los paganos se harán bautizar.
De este modo se cumplirá lo que Santa Catalina Labouré
(a quien la Inmaculada reveló la Medalla Milagrosa) había previsto, es decir, que la Inmaculada será la «Reina del mundo entero» y «de cada uno en particular»”.

El Reverendo Padre Emmanuel escribía en diciembre 1880:

“Muchas veces usted habrá escuchado que se dice que «un día sigue a otro día sin que se parezcan»; pues bien, yo le digo que «muchas veces las horas se parecen sin que se sigan».
Debemos ante todo velar, como en aquella «hora» de la cual habla Jesús. Un cierto día, a una cierta hora, las tinieblas reinaban sobre la tierra, y hombres de tinieblas llevaban a cabo obras de tinieblas… Nuestro Señor les dijo: «Esta es vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas».
Aquella hora pasó hace ya muchos siglos y, sin embargo, la hora presente tiene con ella muchas semejanzas.
Aquella fue la hora de la traición, esta es la hora de la mentira. La hora presente es la hora en que la fe se calla. Cuando la palabra pertenece a la mentira, la verdad permanece en silencio.
Las tinieblas de la hora presente nos hacen desear vivamente los esclarecimientos de la luz de arriba, y nada aparece. El sol está lejos de nosotros, la luna está velada, las estrellas están eclipsadas y puede ser que caigan del cielo; es la noche.
Puede ser que usted me pregunte: «¿Qué hace, mientras tanto Nuestra Señora de la Santa Esperanza?»
Ella relee su historia en un viejo libro, el libro de Job. Allí leemos estas palabras: «Lámpara despreciada por los ricos, preparada para el tiempo establecido» (12: 5).
«Lámpara». Nada más necesario en las horas de tinieblas. Demos gracias a Dios que nos ha proporcionado una lámpara para las horas trágicas que atravesamos.
«Lámpara despreciada». No tenida en cuenta, desconocida.
«Despreciada por los ricos». Incluso hay algunos que no se atreven a pronunciar su Nombre.
«Preparada». Ella espera… aguarda la hora marcada.
«Preparada para el tiempo establecido». Ese tiempo no es este tiempo, aquella hora no es esta hora. Esta hora pasará, y aquella hora llegará.
Debemos tener paciencia respecto de esta hora presente, y tenemos que obtener esperanza para aquella otra futura, que no tardará en llegar.
Seamos, más que nunca, fieles hijos de Nuestra Señora de la Santa Esperanza.”

Por lo tanto, mientras la noche de la “desorientación diabólica” se espesa, las palabras de la Virgen María resplandecen en nuestro cielo como una estrella: “Al fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”

La serpiente infernal será irreversiblemente derribada, su cabeza aplastada.

 

PROMESA IRREVOCABLE, INCONDICIONAL

De este modo, Nuestra Señora no nos ha dado una vaga e incierta promesa de victoria final, sino que ha indicado con precisión los acontecimientos maravillosos que suscitarán y establecerán el Reino Universal de su Corazón Inmaculado.

Sí, esta hora llegará, y nosotros podemos adelantarla respondiendo plenamente, por lo que toca a nuestra parte, a los pedidos de Nuestra Señora: la recitación cotidiana del Rosario y de las oraciones enseñadas por el Ángel y por la Virgen María; práctica de la Comunión reparadora de los Primeros Sábados; porte del Escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo como signo de nuestra consagración a su Corazón Inmaculado.

Concluyamos con San Luís María:

[217] “El alma de María estará en ti para glorificar al Señor y su espíritu su alborozará por ti en Dios, su Salvador, con tal que permanezcas fiel a las prácticas de esta devoción. «Que el alma de María more en cada uno para engrandecer al Señor, que el espíritu de María permanezca en cada uno para regocijarse en Dios».
¡Ay! ¿Cuándo llegará ese tiempo dichoso, dice un santo varón de nuestros días, ferviente enamorado de María, cuándo llegará ese tiempo dichoso en que Santa María sea restablecida como Señora y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su excelso y único Jesús?
¿Cuándo respirarán las almas a María como los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en la tierra, donde el Espíritu Santo al encontrar a su Esposa como reproducida en las almas vendrá a ellas con abundancia de sus dones y las llenará de ellos, especialmente del de sabiduría, para realizar maravillas de gracia. ¿Cuándo llegará, hermano mío, ese tiempo dichoso, ese siglo de María, en el que muchas almas escogidas y obtenidas del Altísimo por María, perdiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se transformarán en copias vivientes de la Santísima Virgen, para amar y glorificar a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará cuando se conozca y viva la devoción que yo enseño: «Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariæ!» «¡Señor, a fin de que venga tu reino, que venga el reino de María!»”

Fuente: Es la hora de María

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Al Final Mi Inmaculado Corazón Triunfará


corazonCuando hablamos de triunfo simultáneamente hablamos de batalla. Triunfar significa ganar una batalla.

La Virgen Santísima en esta gran batalla que libramos hoy, batalla a la que el Santo Padre Juan Pablo II, le llama la cultura de la muerte, que no solo incluye la destrucción de la vida humana, sino también la destrucción del alma, nos ofrece su Corazón como refugio seguro, pero a la vez, nos indica que en estos tiempos en particular, Dios ha querido que el triunfo sea adquirido por Ella: “dile a todo el mundo, que grandes gracias vienen a través del Corazón Inmaculado de María” y “que Dios ha confiado al Inmaculado Corazón, la paz y la conversión del mundo”.(Beata Jacinta).

Cuando Lucia, pregunta a Jesús, porque la conversión de Rusia será fruto de la Consagración de esta al Inmaculado Corazón, el Señor respondió: «Porque quiero que se vea claro que ese triunfo es del Inmaculado Corazón de María y así se extienda el culto y la devoción al Inmaculado Corazón junto a la devoción a Mi Sagrado Corazón».

La Virgen Santísima nos habla en Fátima de una batalla que se libra en estos tiempos que incluye la perdida generalizada de la fe, perdida de muchas almas, guerras, destrucción, pero después de todo la peor guerra es la de la perdida de la fe, pues el Señor nos dice: “no tengan miedo a los que matan el cuerpo, sino a los que matan el alma”.

La peor muerte es la del alma que pierde la fe, se aleja de Dios, de su amor y sus mandatos, se hunde en una vida de pecado, corriendo el riesgo de la condenación eterna, o sea de la muerte eterna.

 

¿Por qué la Santísima Virgen batalla contra el mal?

Desde el inicio de las Escrituras (Genesis 3) hasta el final (en Apocalipsis 12), se nos revela a la Santísima Virgen en enemistad y en batalla contra Satanás, sus secuaces y sus obras.

Genesís 3,15- “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza, mientras acechas tu su calcañar”. Apocalipsis 12: “un gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza…. Apareció otra señal: un dragón rojo….. quiere devorar a su Hijo en cuanto naciera…. Y la mujer huyo al desierto… El dragón persiguió a la mujer, pero se le dieron a la mujer las dos alas del águila grande para volar al desierto…. Entonces despechado contra la mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús”.

La Virgen Santísima juega un papel importantísimo en la batalla espiritual desde la rebelión de Lucifer. Cuando Dios creó a Lucifer (la estrella de la mañana- portador de luz) creó a una magnífica criatura que participaba de su libertad y poder. Cuando Lucifer y sus ángeles se rebelaron con un grito “no serviré”, fue precisamente por el anuncio del futuro evento de la Encarnación: Dios se haría hombre nacido de mujer por el poder del Espíritu Santo. Dios reveló su plan que salvaría al hombre del pecado. Los ángeles tendrían que servir al Dios hecho hombre, a su Madre y a todos los redimidos. Esto lo consideró una humillación y se rebeló junto con sus seguidores, fueron expulsados del cielo. Satanás se hizo desde ese momento portador de oscuridad, rebelión, mentira, orgullo y soberbia. Enemistado con Dios para siempre, enemistado con la mujer que traería al mundo al Dios hecho hombre y enemistado con todos los seguidores de Cristo de quienes Ella es Madre espiritual.

“En el designio salvifico, el misterio de la Encarnación constituye el cumplimiento sobreabundante de la promesa hecha por Dios a los hombres después del pecado original, después de aquel pecado cuyos efectos pesan sobre toda la historia del hombre en la tierra. Viene al mundo el Hijo, el “linaje de la mujer” que derrotará el mal del pecado desde su misma raíz. La victoria del Hijo de la mujer no sucederá sin una dura lucha, que penetrará toda la historia humana. “La enemistad” anunciada en el comienzo es confirmada en el Apocalipsis, libro de las realidades últimas de la Iglesia y del mundo. María, está situada en el centro mismo de aquella “enemistad” de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación… En esta historia María, sigue siendo una señal de esperanza futura» (S.S Juan Pablo i.e., a.m. #11) .

La Virgen Santísima es la respuesta de Dios a Lucifer. Ella es la nueva estrella de la mañana que nos trae la luz verdadera, la portadora de la salvación, de la Palabra encarnada, el Arca de la Alianza. La gran señal que apareció en el cielo vestida del sol: revestida de la luz de Cristo. Con la luna bajo sus pies (luna que simboliza el tiempo, bajo sus pies).

Ella tiene autoridad, ejerce dominio sobre el tiempo, es su patrona. Ella aunque vivió en el tiempo, es superior a las vicisitudes del tiempo y no es condicionada por el, o sea, tiene el poder dado por Dios, para aplastar las batallas que se dan en los tiempos específicos). Coronada: partícipe del poder real de su Hijo (Ella es reina de cielos y tierra). Con doce estrellas: simboliza el triunfo de la Iglesia en María.

La respuesta de María: «he aquí la esclava del Señor» respuesta perfecta al grito de Lucifer: «no serviré».

La respuesta de María a Isabel (alabanza, humildad, servicio y misericordia) oposición directa a Satanás que busca su gloria propia, su autonomía. Que es orgulloso, egoísta y lleno de odio y acusación.

Por la cooperación perfecta de María al plan salvífico de Dios desde la Anunciación hasta la Cruz, ella con su “fíat”, participa de ese “aplastar la cabeza de Satanás”. Y la descendencia de María, que es Cristo y el talón que son los hijos espirituales de María, aplastan la cabeza de la serpiente, o sea, la raíz del pecado: el orgullo.

La raíz de la batalla es el pecado. María, tiene poder sobre el demonio y vence su obra destructora, al Ella haber sido creada Inmaculada en virtud de la futura redención de su Hijo. Ella por ser Inmaculada, no tuvo nunca pecado original ni personal, o sea, Satanás nunca tuvo poder sobre ella, ni su mente, ni corazón, ni acciones. Es por eso, que nuestra Madre, nos llama con urgencia a la conversión auténtica, a la renuncia al pecado, indiferencia, incredulidad y rebeldía que hay en el hombre de hoy…. Ella siempre batalla como buena Madre en esta hora decisiva para la humanidad, hora en que se juega la salvación eterna de tantas y tantas almas, incluso de la nuestra.

¿No son todas las apariciones de la Virgen, intervenciones directa de Nuestra Madre, en un momento para prevenir y proteger a la Iglesia y a la humanidad de los peligros que la falta de conversión pueden ocasionar con consecuencias trágicas? ¿No son las apariciones de la Virgen, interferencias a las obras y trampas del demonio, renovando la fe y la oración? Ella siempre se coloca, como buena Madre en la defensa de sus hijos, entre el demonio y los hombres, para contrarrestar los efectos oscuros y pecaminosos de su acción diabólica.

Si en toda la historia de la Iglesia, hemos visto estas intervenciones evidentes e interferencias de la Santísima Virgen en defensa de sus hijos, batallando y triunfando contra el demonio, en estos últimos siglos, la hemos estado viendo intervenir como nunca antes. Esto se entiende a la luz de lo que dijo San Luís de Montfort: a medida que pase el tiempo la batalla se intensificará.

San Luís María Grignion de Montfort: “Dios ha hecho una enemistad irreconciliable que durará y crecerá hasta el fin del mundo y es entre María, su Santísima Madre y el demonio; entre los hijos y servidores de la Virgen, y los hijos y súbditos de Lucifer; de modo que el más terrible de los enemigos de Satán que Dios ha suscitado es María, su Santísima Madre, a la que dió, desde el mismo paraíso terrestre, aunque todavía no estuviese más que en su idea, tanto aborrecimiento a este enemigo de Dios, tanto arte para descubrir la malicia de esta antigua serpiente, tanta fuerza para vencer, abatir y aplastar a este orgulloso monstruo, que la teme más que a todos los ángeles y todos los hombres, y en cierto sentido más que al mismo Dios

 

El enemigo mas terrible que ha suscitado Dios contra Satanás es María. ¿y porqué?

1-Porque Satanás, que es tan orgulloso, sufre infinitamente mas al verse vencido y castigado por una sencilla y humilde esclava de Dios, y la humildad de la Virgen lo humilla mas que el poder divino.

2-Porque Dios ha concedido a María un poder grande contra los demonios. (lo vemos en exorcismos, en obras marianas). Este poder es por su inmaculada concepción y porque nunca pudo el demonio hacerla participar en el reino de la oscuridad a través del pecado.

3-Lo que Lucifer perdió por orgullo lo ganó María con su humildad. Lo que Eva perdió por la desobediencia, lo ganó María por su obediencia. Eva al obedecer a la serpiente, se hizo causa de perdición para sí y para todos sus hijos; María al permanecer siempre fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para sí y para todos sus hijos y servidores consagrándonos al Señor.

María descubrirá siempre la malicia de la infernal serpiente y sus tramas infernales, desvanecerá sus diabólicos consejos y librará a sus fieles servidores, hasta el fin de los tiempos, de sus crueles garras. El poder de María sobre todos los demonios resplandecerá particularmente en los últimos tiempos en que Satanás pondrá acechanzas a su calcañar, es decir, a los humildes esclavos y a los pobres hijos que María suscitará para hacer guerra al infierno”. (Tratado de la verdadera devoción # 52 y 53)

 

¿Es necesario el triunfo del Inmaculado Corazón?

Satanás es el príncipe de este mundo, al ser un ángel poderoso, ha tenido poder sobre las sociedades, naciones y eventos. Ese poder fue roto por la muerte y resurrección de Nuestro Señor y esa salvación esta disponible a nosotros, la Iglesia. Tenemos la victoria, en Cristo, pero la batalla por acoger y vivir esta victoria continua en cada generación hasta el final de los tiempos. Es precisamente en esta batalla de la humanidad de hoy, de los hijos de Dios y de la Iglesia, contra Satanás y sus secuaces, que la Virgen Santísima viene en nuestro auxilio como capitana de las grandes batallas de Dios, para ayudarnos a alcanzar la victoria que en su corazón es plena y real.

Aparición en Fátima el 13 de Julio de 1917: “visteis el infierno a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que les voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz….. habrán guerras, hambre y persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla vendré a pedir la Consagración de Rusia a mi Inmaculado CORAZÓN y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz, si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas….. De pronto el horizonte se presenta sombrío….y después surge un rayo brillante de luz y de esperanza: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará.“

En este mensaje de Fátima, nuestra Señora ha querido despertarnos la conciencia de que estamos en una batalla que envuelve naciones, sociedades y reinos, y cada individuo que en ellos reside. “No podemos negar la existencia de fuerzas en la sociedad que actúan con hostilidad hacia la Iglesia. Todas estas cosas manifiestan la obra sutil del príncipe de este mundo y del misterio de la iniquidad aún en nuestros días”. (Sínodo de obispos, 1985- Final Relatio #14)

La clave de la estrategia de Satanás en nuestros tiempos ha sido el ateísmo, la corrupción de la fe y la secularización total de la humanidad. Gradualmente, Rusia, como lo anunció la Virgen en Fátima, ha esparcido sus errores, no solo a nivel político, sino y más importante, esparciendo a nivel espiritual, su ateísmo, materialismo y secularismo humanista, reduciendo al hombre a la sola creencia en el mundo visible, y en desear ponerlo bajo su control sin necesidad de Dios. También, la Iglesia, la fe y las Escrituras han estado bajo ataque directo de una “religión conformada con el mundo” (no hablo de sus técnicas, sino de la doctrina) o “de imposturas religiosas”, “falsos conceptos de la religión”, “falsos conceptos de Iglesia”. “Muy frecuentemente los hombres engañados por el Maligno, se hicieron necios en sus razonamientos y trocaron la verdad de Dios por la mentira, sirviendo a la criatura en lugar del creador” (Lumen Gentium #16)

Podemos deducir con claridad que la batalla mayor de estos tiempos que encierra todas las que se libran hoy es: CRISIS DE FE. Tenemos una crisis de fe: porque no se cree en Dios, ni en su Palabra, una falta de obediencia a Dios que se ha revelado a sí mismo y que ha revelado también la Verdad. Falta de fe, que se traduce en una vida cuyo fin es terreno, no celestial; y también se niegan los valores sobrenaturales. En la Carta Apostólica de Su Santidad Juan Pablo II, Tertio Millennio Adveniente, leemos: “De hecho, no se puede negar que la vida espiritual atraviesa en muchos cristianos un momento de incertidumbre que afecta no solo la vida moral, sino incluso a la oración y a la misma rectitud teologal de la fe. Esta, ya probada por el careo con nuestro tiempo, está a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisís de obediencia al Magisterio de la Iglesia”.(# 36)

El Santo Padre nos está diciendo que nuestra fe está siendo probada en estos tiempos porque el error ha entrado en todas las áreas de nuestra vida: espiritual, moral y doctrinal. Debido a esta crisís de fe, las mentes se han oscurecido y las conciencias están desorientadas y confundidas. El pecado ya no se llama por su nombre, y es por esto que vemos tanto caos, orgullo intelectual, rebeldía, búsqueda de la verdad fuera de Dios y definiendo la verdad de acuerdo a la interpretación personal de cada uno y a las circunstancias. Hay también una fascinación por lo oculto y por el movimiento de la Nueva Era. Y toda esta confusión también podemos observarla, incluso, algunas veces en los círculos religiosos.

Es por esto que es necesario el triunfo de su Inmaculado Corazón, porque cuando la Iglesia libra una batalla como la de nuestros tiempos, la Madre viene en auxilio, a socorrernos y llevarnos al desierto (Apocalipsis 12: escondernos en su corazón, alimentándonos con su fe firme, su disposición a la Palabra, su obediencia a la revelación de Dios. Formándonos con su mediación maternal, con sus enseñanzas, sus direcciones y consejos. Y cuidándonos del maligno, defendiéndonos en esta guerra por nuestras almas, manteniéndonos cerca guardados en su corazón, donde el demonio no puede entrar, ni robarnos. “No tengas miedo, mi Inmaculado Corazón será tu refugio y tu camino seguro para llegar a Dios” (La Virgen a Lucía)

Es evidente, que en estos tiempos, y podría decir que de forma urgente, es necesaria una poderosa victoria de la Santísima Virgen sobre el mal: el triunfo del Inmaculado Corazón, triunfo de la gracia sobre el pecado, de la luz sobre las tinieblas, de la verdad sobre el error, de la santidad sobre la corrupción, de la paz sobre la guerra y la violencia.“Es necesario el triunfo del Inmaculado Corazón de María para salvar la humanidad, mostrando a Jesús, fruto bendito de su vientre” (S.S.Juan Pablo II: Ángelus, 8 de Julio de 1984).

S.S. Juan Pablo II cita al Cardenal August Hlond, que al morir dijo: “la victoria si llega llegará por medio de María”. Mientras entraba en los problemas de la Iglesia universal, al ser elegido Papa, llevaba en mí una convicción semejante: que también en esta dimensión universal, la victoria, si llega, será alcanzada por María. Cristo vencerá por medio de Ella, porque El quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo futuro estén unidas a Ella” (Cruzando el Umbral de la Esperanza, página 236)

El triunfo del Inmaculado Corazón, es también el triunfo de la Iglesia. “Traerá la nueva primavera de la Iglesia» que el Santo Padre nos habla en Tertio Milenio Adveniente: «resurgir la fe, brillará la Iglesia, triunfará el Corazón de Cristo”.

 

¿En qué consiste este triunfo?

La reconquista espiritual de todo el mundo. O sea, que nuestros corazones regresen a su Hijo, que vuelvan a pertenecerle a El, y su Corazón Inmaculado es el camino seguro y, perfecto para llegar al Corazón de Cristo. Ella, como madre nuestra, quiere hacer todo lo posible, para regresarnos al camino de su Hijo, por llevarnos a Él, por revelarnos al único Salvador y Señor. Ella quiere enseñarnos el camino que hemos perdido: el amor, la fe, la conversión, la vida de los sacramentos, los valores morales, los valores familiares, la obediencia y fidelidad a Dios y a sus mandamientos.

”La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, para así poder devolverlos a Dios. Es por ello que debemos reconocerla por lo que ella es y someternos a ella y a su reinado, el cual es todo amor y ternura” (San Maximiliano Kolbe)

Siempre debemos pensar en el triunfo de la Santísima Virgen en término de destrucción del pecado, de sus estructuras y de las consecuencias del pecado. Precisamente se trata del triunfo del Corazón Inmaculado, porque la batalla se libra en el corazón de los hombres, que se han endurecido, se han alejado de Dios y han dado cabida a la oscuridad y al pecado, al mundo, la carne y el demonio. Ella, en cuyo Corazón se vive en plenitud el triunfo Redentor de Cristo, nos quiere hacer participes de esa victoria, manifestando a cada uno de nosotros y a las naciones todas, el triunfo de Su Corazón, el triunfo de la gracia sobre el pecado, del amor sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia, de la fe renovada por el Espíritu Santo sobre el ateísmo, de la amorosa devoción sobre la indiferencia y la frialdad, de la verdad de la revelación sobre la mentira, las herejías y falsa religión.

 

¿Cómo se dará este triunfo? ¿Cuáles son los medios?

“Las palabras de Fátima, con el fin del siglo, parecen acercarse a su cumplimiento” (JPII).

Este triunfo va abriéndose paso a través de diversos actos significativos y se realizará en la historia a través de nuestra respuesta a la obra de nuestra Madre en estos tiempos, a nuestra fiel obediencia a sus peticiones y direcciones. Además, se dará por el sacrificio de los apóstoles de los tiempos modernos (los hijos de María, los amantes y adoradores de la Eucaristía, los fieles al Papa), que siguiendo las huellas de los doce después de Pentecostés, con su mismo espíritu de entrega hasta el martirio por la fe, de sangre si tal fuere el designio de la misericordia de Dios, o por lo menos moral, se mantendrán firmes en su testimonio de oración, penitencia, amor, paz, fidelidad a la verdad en la difícil hora presente.

 

¿Cuando y de qué manera?

Quizás esto pertenece a la tercera parte del secreto, que a su tiempo se patentizará mejor. No sabemos exactamente el como ni el cuando, pero sabemos los medios que la Santísima Virgen nos esta dando para que promovamos y aceleremos este triunfo. En el mismo mensaje de Julio 13, Ella nos lo dice: “para impedirla (batalla espiritual y crisís de fe) vendré a pedir la Consagración de Rusia a mi Inmaculado CORAZÓN y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá una era de paz”

1- Consagración y Reparación.

Consagración que es entregarnos, confiarnos al Corazón de Nuestra Madre. Dejarnos formar, moldear, guiar y enseñar por Ella. Es llenarnos de sus disposiciones interiores y participar de sus gracias. Es guardarnos dentro de Ella, para ser protegidos en esta ardua lucha que libramos contra las fuerzas del mal.

Es pertenecerle a Nuestra Santísima Madre, es ser reclamados como cosa y posesión suya, lo cual debilita el poder de Satanás sobre nosotros que quiere perdernos, alejarnos de Dios y condenarnos.

Sabemos que las almas que se entregan a Ella completamente y sin reservas llegan a comprender mucho mejor quien es el Señor Jesús y los misterios de Dios. La Madre de Dios no puede llevarnos a ningún lugar excepto a Nuestro Señor, a Su Iglesia y a Su Magisterio. Los apóstoles de estos tiempos, se forman en el Inmaculado Corazón, igual que después de la resurrección, durante esa persecución, los apóstoles estaban con María Santísima.

Ponernos el servicio de Ella: «Deseamos ser perfectos instrumentos de la Inmaculada y ser totalmente guiados por Ella, en perfecta obediencia»(San Maximiliano Kolbe).

Es importante, mas que nunca, darla a conocer y hacer que muchos la amen y se consagren a Ella. “Jesús quiere utilizarte para darme a conocer y hacerme amar” (La Virgen Santísima a Lucía)

La Consagración no es simplemente una oración o un acto de devoción, es un compromiso, un estilo de vida, de obediencia, humildad, servicio incondicional, apertura a los demás, capacidad de silencio, purificación, etc.

Todo acto de consagración, atrae y actualiza el triunfo del Inmaculado Corazón. El acto de Consagración del mundo según JUAN PABLO II, se ordena al triunfo final del Corazón Inmaculado, profetizado en Fátima. Porque cuando nos consagramos la aceptamos como Madre, Maestra y Reina, y la invitamos a ejercer toda su misión espiritual en nosotros. Podríamos deducir que el triunfo del Inmaculado Corazón se ha ido tejiendo poco a poco con una serie de eventos cruciales para la vida de la Iglesia de este siglo: apariciones, movimientos marianos, consagraciones, JUAN PABLO II y la Consagración de 1984, la caída de las estructuras políticas marxistas que impedían la libertad de fe y religión, el Año Mariano, la beatificación de los niños de Fátima, la renovación de consagración del mundo y la Iglesia en Octubre del 2000.

De manera a veces, extraordinaria, pero generalmente de formas mas sutiles, estamos viendo la intervención clara y directa de Nuestra Madre renovando la fe enfriada y confundida, llamándonos a la vida de oración, penitencia, amor y adoración a la Eucaristía, Reparación, sacramentos, rezo del Santo Rosario y fidelidad a la fe de la Iglesia.

Junto con la consagración, la reparación. El 10 de Diciembre de 1925, se le apareció a Sor Lucía, la Santísima Virgen con el niño Jesús. Le dijo el niño: “ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas, que los hombres ingratos le clavan sin cesar; sin que haya nadie que haga un acto de reparación para arrancárselas.”

Inmediatamente dijo la Santísima Virgen: «Mira hija mía, mi corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú al menos procura consolarme».

Elementos de la Comunión Reparadora de los primeros sábados:
1- Rezo del Santo Rosario meditado (adentrarnos en los misterios de Nuestra Redención)

2-Sacramento de la Reconciliación y examen de conciencia (estrategia de conversión y arrepentimiento)

3-Recibir la comunión en reparación por nuestros pecados y los pecados del mundo y las ofensas a su Corazón Inmaculado.

4-Adoración al Santísimo Sacramento (estar ante la presencia de Cristo para adorarle, amar, creer, por los que no lo adoran, aman, y creen). La reparación atrae misericordia.

 

2. El Santo Rosario

En cada una de las apariciones de Fátima, Ella pide “recen el rosario”, ¿por qué? Arma poderosa contra la crisís de fe. “Es la fe contenida en una mano”. Todos los misterios principales de nuestra salvación y Redención están contenidos en los misterios del rosario (Profundizar la fe en espíritu de oración).

Grandes Batallas se han vencido con el Rosario: Santo Domingo, Lepanto (octubre 7, 1571); Brasil (1964); El Papa Pío IX: “denme un ejercito de personas que rezan el rosario y conquistare el mundo”.

Después de cada decena se nos ha pedido recitar: «Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, conduce todas las almas al cielo, especialmente las que mas necesitan de tu misericordia”.

Las grandes batallas de Dios en su pueblo, las ha librado la Virgen María, viniendo en nuestro auxilio y dirigiéndonos en medio de la tribulación: (Juan/Cruz) (Santiago con Pilar) (Guadalupe) (Covadonga) (Lepanto) (Polonia) (Rusia)… Como el pilar o columna de Genesís 13, 21-22, de nube durante el día, y la columna de fuego durante la noche precedía a los israelitas en el desierto para enseñarles el camino, y nunca dejó de ocupar su lugar en frente del pueblo, la Virgen Santísima es el nuevo pilar o columna, que se revela a Santiago y le deja un pilar en los inicios del cristianismo, y también revelada en tiempos mas recientes en el sueño de San Juan Bosco. Ella va delante de la Iglesia y de cada uno en tiempos de confusión y batalla, llevándonos seguros al Corazón de Jesús.

Ella siempre intervendrá en la historia de los hombres. Dios le ha dado poder para ello. La historia de Ester: En Fátima la Virgen trajo un detalle particular en su vestido: una estrella. Esto nos hace comprender la misión esencial de la Santísima Virgen en esta aparición. Ester significa estrella. Para ello vamos al libro de Ester: la reina interviene para salvar al pueblo de la trampa y exterminio del enemigo. El enemigo mas bien es exterminado, logra el favor del Rey, quien reversa toda la acción del enemigo hacia el mismo.

 

El triunfo del Inmaculado Corazón es progresivo y se va dando paso a paso

Hemos visto como fruto de la consagración del mundo y Rusia, la caída de las estructuras políticas que impedían la fe. Pero, esto no significa que el mundo de hoy es un mundo creyente. En 1991: cuando el Santo Padre visita Fátima: “Estoy conciente que el espíritu detrás del comunismo no está muerto, y se corre el peligro de remplazar el marxismo con otra forma de ateísmo, que exaltando la libertad tiende a destruir las raíces de la moralidad humana y cristiana. Las nuevas condiciones de los pueblos y de la Iglesia son todavía peligrosas e inestables. Por eso Madre, revela tu amor a cada uno de tus hijos y a las naciones, pues te necesitamos”.

Que nos quiere decir el Santo Padre: que la Santísima Virgen ha logrado ya la primera etapa de la batalla, derrumbar un sistema estructurizado con poder político, pero todavía hay mucho que derrumbar, todos los errores que esparcío el materialismo, insubordinación, rebeldía, violencia, opresión, ateísmo, un mundo sin Dios, sin apertura a sus misterios, disensión de la verdad, secularismo. O sea, falta alcanzar que cese la crisis de fe y sus consecuencias, dentro de la Iglesia y en el mundo, en los corazones, en las familias y en las naciones enteras. En este mismo mensaje de Fátima: “Portugal no perderá la fe”…. y después viene el secreto….que significa que hay naciones que sí la perderán? Falta vencer todavía la crisis de fe: Con esta victoria, se cumplirá la totalidad de la promesa: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará” y vendrá un tiempo de paz.

“La actual crisís mundial y la interna de la Iglesia, en el fondo pondrán de manifiesto una gran verdad oculta a los ojos: la de la humanidad que se sentirá impotente para resolverla por sí misma, a pesar de la técnica y el progreso. Entonces en el fondo de su pobreza, sentirá la necesidad de unirse a Dios a modo de exigencia vital. Tal será el momento decisivo para el triunfo del Inmaculado Corazón.”

Ahora bien, el fruto de este triunfo será la era de paz. ¿Porqué era de paz? Porque al triunfar su corazón, ella la Reina de la paz nos hará partícipes de la paz que en su corazón reside. Paz que es fruto de su total comunión de amor con Cristo, paz que recibe de Él por la unidad perfecta de ambos corazones. Paz que ella posee por su perfecta armonía con la voluntad de Dios y sus designios.

 

Trabajar por ese triunfo

“Aquellos que se entregan completamente a la Inmaculada arderán con un amor tan poderoso que les hará prender ese fuego a todo lo que esta a su alrededor y causar que muchas almas ardan con ese mismo amor. Así conquistarán el mundo entero y cada alma en particular para la Inmaculada. Esto lo harán lo mas pronto posible.” (San Maximiliano Kolbe)

La consagración personal y la vivencia auténtica: derrumba las estructuras de pecado que existen en nuestros corazones. Primero, tenemos que hacer que ella triunfe en nuestros corazones y así va a ir triunfando en la sociedad.

“Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Virgen Santísima, y por ella, para el Sagrado Corazón de Jesús. Esas almas llegarán a amar al Sagrado Corazón mucho mejor y mas profundamente de lo que lo han hecho hasta ahora. A través de su amor incendiará el mundo y lo consumirá” (San Maximiliano Kolbe).

Creo que debemos reconocer la seriedad del momento, y cuanto depende de nuestra respuesta la hora que vivimos. Su Inmaculado Corazón triunfará, que bello sería sabernos instrumentos aunque sea pequeñísimos de ese triunfo. En Fátima (la última noche): “vayan y sean apóstoles de mi Inmaculado Corazón».

O sea, debemos responder al llamado de Nuestra Madre, a los medios que nos da para alcanzar el triunfo de su Corazón Inmaculado, y debemos mas que nunca darla a conocer, hacerla amar y utilizar los medios que ella nos da para nuestra conversión y la era de paz.

Ana Catalina Emmerick (mística del principio del siglo XIX) nos dice: “Vi volar por la superficie del cielo un Corazón resplandeciente de una luz roja, del cual partía una estela de rayos blancos que conducían a la llaga del Costado de Jesús. Esos rayos atraían a ellos un gran número de almas, que a través del Corazón y la estela luminosa, entraban al Costado de Jesús. Se me explicó que ese Corazón era el de María”.

Por Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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La Teología del Corazón de María

Tanto la devoción al corazón de María como al de Jesús parecen presentarse como obsoletas. Muchos se han pronunciado sosteniendo su decadencia derivada de su irracionalidad y banalidad; sin embargo, no todos comparten esta tesis.

Somos conscientes de la problemática que encierra la mariología. Por una parte, su puesto dentro de la teología. Por otra, su método. Respecto a lo primero, nos hemos podido obsesionar por una ciencia mariológica autónoma. Esta tentación ya ha sido superada y optamos por su inserción en la teología.

Por esta vía mariología y teología se ven mutuamente enriquecidas. Respecto a lo segundo, hemos podido observar estudios que van desde el más puro racionalismo histórico a la mejor de las especulaciones. En este punto, optamos por un camino intermedio que pueda conjugar la seguridad de unos datos con la reflexión madura de la fe.En esta línea se mueven estas páginas. (1)

Este breve artículo tiene la finalidad de evocar algunas ideas sobre el corazón de María que grandes maestros ya expusieron en su día (2) y pueden resultar una aportación a la teología de hoy.

La perspectiva desde la que abordamos el estudio es trinitaria. Podíamos haberlo hecho desde la Cristología o la Eclesiología tal como lo propuso el Concilio. Para nuestro estudio nos resulta más interesante tener como telón de fondo la riqueza que encierra la trinidad de Personas desde su mutua relación y compenetración. El corazón afecta a las personas en cuanto a su identidad y su diferencia.

Por último, no podemos olvidar una doble problemática a tener en cuenta. Por un lado, el peligro que supone reducir la mariología a un principio fundamental como es el corazón (4). Por otro, las dificultades que entraña el uso de la analogía y la metáfora en teología. En este punto, S. de Fiores, recogiendo algunas opiniones de autores como G. Vodopivec, P. Ricoeur o C. Molari, escribe que “al afirmar y negar al mismo tiempo, la metáfora corre el riesgo de conducir a la ingenuidad ontológica, que confunde el plano histórico con el plano de referencia, o bien se limita a la afirmación quitando la verdad de la negación” (5). A pesar de estas y otras dificultades bien merece el intento un esfuerzo por presentar las posibilidades de una teología del corazón de María.

 

1. Significado de la metáfora corazón

Se hace obligado comenzar analizando el significado de la metáfora corazón. Podría realizarse desde muchos puntos de vista (literario, filosófico, histórico,…) Nosotros nos ceñimos al campo teológico. De esta manera, nuestra investigación se centra en la Escritura, la tradición y la teología actual. Tres puntos de apoyo necesarios para encontrar algunas ideas básicas.

1.1. En la Escritura

La palabra corazón es muy usada. Más allá de su sentido propio (corazón orgánico) se utiliza en sentido metafórico. Su riqueza polisémica hace de ella un reto. En este caso es referida tanto a entes materiales como espirituales. Indica aspectos tan variados como los sentimientos, valores, impulsos, personalidad, inteligencia, totalidad-unidad…

Hay algunos sentidos de la palabra corazón que aparecen como novedosos en algunos libros de la Escritura, pero en líneas generales el contenido de esta metáfora es similar en el A.T. y en el N.T. Para encontrar el significado de la palabra corazón hemos querido partir de los sujetos a quienes es referida para intentar encontrar un sentido distinto a la mera acumulación de significados. De esta manera, la metáfora corazón es referida tanto a Dios como a los hombres e incluso a la naturaleza y a los animales, aunque fundamentalmente el término pertenece a Dios y por participación al hombre.

1.1.1. Dios tiene corazón

El dato de la Escritura es claro: Dios tiene corazón. David es elegido rey según el corazón de Dios (1S 13, 14; Hch 13, 22). Las acciones de Dios brotan de su corazón (1Cro 17, 19). Yahvéh realiza los designios de su corazón (Jr 23, 20; 30, 24), habla en su corazón (Gn 8, 21) e incluso es capaz de indignarse en su corazón (Gn 6, 6).

El corazón sólo le pertenece a Dios pero ha querido compartirlo con el hombre (Jr 7, 17; Ba 2, 31). Él conoce el corazón de todos los hombres (1R 8, 39; 2Cro 6, 30) porque ha formado el corazón a cada uno (Sal 33, 15). De esta manera, Dios sondea el corazón humano y sólo él lo conoce (Si 42, 18; Sal 17, 3; 44, 22; Jdt 8, 14). Y cuando Dios mira a una persona no se fija en las apariencias sino en el corazón (1S 16, 7).

1.1.2. El hombre tiene corazón

Desde la Escritura podemos afirmar que el corazón es en el hombre lo más importante e íntimo. Mirando al corazón del hombre podemos descubrir:
a) La personalidad y las características de una persona: inteligente (1R 3, 12; Jb 37, 24; Mt 13, 15), inquieta (2R 6, 11), soberbia (2R 14, 10; Jr 49, 16; Lc 1, 66), débil
(2Cro 13, 17), generosa (2Cro 29, 31), torpe (Sal 4, 3), firme (Sal 27, 14), torcida (Pr 11, 20; 12, 8), intranquila (Is 35, 4), perfecta (Is 38, 3), incrédula (Hb 3, 12), pervertida (Pr 17, 20), alegre (Jn 16, 22; Hch 2, 26), sencilla (Hch 2, 46; Ef 6, 5; Col 3, 22).

b) La causa y fundamento de todas las acciones de la persona (1Cro 17, 2; Hch 5, 4). El corazón es el que mueve a la persona (Ex 25, 2; 35, 21) y el que dicta lo que se debe hacer (1S 14, 7; 2S 7, 3). Es el lugar donde se decide (1Cro 28, 2; Ne 5, 7), se piensa (2Cro 1, 11; Est 7, 5), se medita (Pr 16,9; Lc 2, 19), se ora (2M 15, 27; Sal 30, 13), donde se peca y se maldice a Dios (Jb 1, 5), se cometen injusticias (Sal 58, 3; Mt 15, 19). Del corazón sale lo bueno y lo malo (Lc 6, 45).

c) Es la forma y el lugar donde se establece el diálogo entre el hombre y Dios. A Yahvéh se le busca con todo el corazón (Dt 4, 29; 6, 5; 2Cro 22, 9; Sal 119, 2; 2Tm 2, 22), y encontrado se le ama con todo el corazón (Dt 13, 4; Mt 22, 37; Mc 12, 30) y se le entrega el corazón entero (1R 11, 4). El resultado es que Yahvéh fortalece a los que tienen en él todo el corazón (2Cro 16, 9), y esto conlleva que el corazón viva más allá de la vida y de la muerte (2Cor 7, 3). La fe del hombre se ratifica en el corazón (Rm 10, 9).

Podemos encontrar señalados de forma especial el corazón de Jesús y de María en cuanto personas concretas:
– El corazón de Jesús. Él mismo se define como manso y humilde de corazón (Mt 11, 29) y hace referencia al corazón en los sentidos ya aludidos. Se cree en el corazón de Cristo (Flp 1, 8).

– El corazón de María. María aparece como aquella que guarda las palabras y los hechos de Jesús en su corazón y los medita (Lc 2, 19; 2, 52). Incluso puede verse reflejado el sufrimiento de María (6) (Lc 2, 35).

-El corazón de los profetas. La palabra del profeta surge del corazón (Jr 23, 26).

1.1.3. El pueblo tiene corazón

En la Escritura encontramos que se habla al corazón de Jerusalén (Is 40, 2), se le reprende (Ez 14, 5), incluso se le recrimina que pueda ser traidor y rebelde (Jr 5, 23). El corazón del pueblo puede volverse al Señor (1R 12, 27) y es el lugar donde se conservan las enseñanzas de Yahvéh (1Cro 29, 18).

1.1.4. El cielo y el mar tienen corazón

Se hace referencia al lugar más profundo, a aquello que proporciona misterio e inmensidad (Ex 15, 8; Dt 4, 11; Ez 27, 4; 27, 25-26; Jon 2, 4).

1.2. En la Tradición

Aunque la metáfora corazón ha estado presente a lo largo de toda la tradición cristiana, la devoción al corazón de Jesús y de María y su teología se pospuso algunos siglos. Referido al corazón de María (7) tenemos muchos testimonios, entre otros, Orígenes (s. II-III) que entiende la espada que atraviesa el corazón referida a la pasión de Cristo, San Gregorio Taumaturgo (s. III) que presenta el corazón de María como el recipiente de todos los misterios divinos o Aurelio Prudencio Clemente (s. IV-V) que es el primero en exponer la doble concepción de Cristo en el corazón y en las entrañas de María. Los primeros datos sobre la devoción al corazón de María no los encontramos hasta el siglo VIII, algo que llama la atención frente a las primeras advocaciones marianas en los siglos III-IV.

S. Bernardo de Claraval (s. XII) va a profundizar en el significado del corazón. Éste es visto como aquel que concentra y distribuye todas las gracias divinas, aquel que contiene y desarrolla la maternidad espiritual y que al tiempo es corredentor. Junto a esta idea, presenta el corazón de María en íntima unión al corazón de Jesús, pudiendo hablarse de la comunión de los corazones. Esta unidad le lleva a afirmar que la muerte que Jesús realiza en su cuerpo María la lleva a cabo en su corazón.

Estas ideas permiten considerar a S. Bernardo como un precursor importante de lo que presentaremos como teología del corazón de María. Otros autores respaldan estas mismas ideas como Hugo de San Victor (s. XII) o Ricardo de San Lorenzo (s. XIII).

Años más tarde, santa Gertrudis (s. XIII) aporta la relación que se establece entre el corazón de María y las tres Personas de la Santísima Trinidad. Se consolida ahora la devoción al corazón de María y de Jesús. Esta unidad de los sagrados corazones será presentada con una claridad asombrosa por san Pedro Canisio (s. XVI), afirmando que el corazón de María es el corazón de Jesús y que no pueden entenderse el uno sin el otro.

Pero el gran interprete y estudioso del corazón es san Juan Eudes. En su obra El corazón admirable, presentada en doce volúmenes, ofrece el significado del corazón de María, los medios para la devoción, así como el fundamento en los corazones de la Santísima Trinidad.

El corazón es entendido como interioridad, haciendo referencia al fondo mismo del ser, al centro, al origen, que es al tiempo algo dinámico. Se convierte así en centro de referencia de la persona entera. Este núcleo dinámico está sustentado por el amor, un amor que tiende a difundirse. Tampoco olvida san Juan Eudes la dimensión sacramental del corazón en cuanto misterio que se oculta y se revela.

J.Mª. Alonso sintetiza estas ideas afirmando que el corazón es “el centro, la sustancia, el ápice, la punta viva del alma; el alma misma tiene corazón… es el lugar del encuentro de Dios con el hombre: en él tiene que operarse la metanoia, la renovación interior; y en él tiene que producirse la única y verdadera transformación: la deificación por la presencia trinitaria” (8).

Toda esta riqueza semántica de la realidad del corazón que señala san Juan Eudes hace que en 1672 se instituya la fiesta del corazón de Jesús, pocos años antes de que tuvieran lugar las revelaciones de Paray-le-Monial de santa Margarita María de Alacoque. El reconocimiento público y oficial de la devoción y culto al corazón de María tardará en llegar, debatiéndose entre un pueblo exigente y un magisterio cauteloso. Tras distintos eventos que van desde la aparición de una imagen misteriosa de María mostrando su corazón, pasando por las revelaciones a Sr. Dufriche-Desgenettes en la parroquia Notre-Dame des Victoires en París, y la fundación de la archicofradía que conseguirá la consagración del mundo al corazón de María, hasta las grandes revelaciones de Fátima en 1917, se aprueba la fiesta del corazón de María y se eleva a rito doble de segunda clase, con oficio y misa propios para toda la iglesia latina, señalando su fecha el 22 de agosto, octava de la asunción.

1.3. En la teología actual

Presentamos las ideas de dos teólogos que han hablado del corazón: K. Rahner y J.Mª Alonso. Los presento porque llegan a unas conclusiones similares en el tema que estudiamos, a pesar de que uno se centra en el corazón de Jesús, y el otro, en el corazón de María, y que siguen un método distinto de trabajo: el primero, parte del concepto de persona humana para llegar a la categoría divina del amor (corazón) y, el segundo, parte de la categoría divina del amor (corazón) para llegar a la persona humana.

El corazón para K. Rahner es una protopalabra. Es una de esas palabras “que unifican como por conjuro, que concitan la realidad, que se apoderan de nosotros y nacen del corazón” (9). La palabra corazón, propia del hombre, hace referencia, en primer lugar, a la unidad y al centro más íntimo de la persona; en segundo lugar, al núcleo desde donde emergen las decisiones; y en tercer lugar, al amor como realidad última del hombre y como experiencia de Dios.

Como unidad y como centro más íntimo de la persona, K. Rahner afirma que el corazón es el “centro o intimidad original, fundamental y unificadora de su realidad una (intimidad que es tan corpóreo-espiritual como la totalidad del hombre)” (10). Se hace referencia a lo más original y personal del hombre, anterior al cuerpo y al alma. J. Mª. Alonso reconoce también la idea de unidad y vida interior para el corazón-símbolo (11) pero no da tanta importancia al aspecto físico del corazón (12). El corazón físico para éste queda reducido a mero motivo sensible para que el hombre ascienda de lo material a lo espiritual. Pese a las pequeñas diferencias, puede entenderse el corazón como el núcleo original que hace al hombre tomar conciencia de sí como realidad unificada.

Como núcleo desde donde emergen las decisiones, K. Rahner afirma que el corazón es configurador de los comportamientos de la persona. Sólo los hombres tienen corazón (los animales tienen músculo cardíaco) y de éste nacen todos sus comportamientos, “nacen de un punto central común e íntimo que los reúne a todos y les acuña el último sentido” (13). También J.Mª. Alonso se muestra conforme con esta idea al presentar el corazón en “cuanto principio radical que puede emitir sus actos de amor” (14).

Como lugar de amor y experiencia de Dios, K. Rahner afirma que “el hombre aprende que lo más íntimo de la realidad personal es el amor y que el amor es, de hecho lo más íntimo en la experiencia del corazón del Señor” (15). Y en ese amor, que es lo más íntimo en el hombre, es donde aparece la experiencia y encuentro con Dios como fundamento y origen de ese amor. El corazón se convierte en el lugar en el que el hombre limita con Dios y se vuelve a Él (16), se produce el paso de lo individual a lo infinito (17), “es el lugar en el que el misterio del hombre pasa a ser el misterio de Dios” (18). J. Mª. Alonso, sin ser tan claro y esquemático, presenta el corazón como el amor divino que se da a la persona y que exige correspondencia. Se trata de una relación con lo divino que nace y se realiza desde el corazón.

 

2. Fundamentos de una teología del corazón

Después de los datos presentados, se nos presenta el reto de intentar una teología que tenga como núcleo último el corazón. Vamos a proponer ver reflejadas brevemente estas ideas en la imagen de Dios y posteriormente en la mariología, tema éste último que nos ocupa.

2.1. El corazón de Dios y el corazón del hombre

¿Es posible afirmar que Dios tiene corazón? Sin ningún reparo puede decirse que Jesús tuvo corazón en cuanto hombre. Su personalidad, sus acciones, sus sentimientos, su relación con el Padre, su amor hacia los hombres… todo ello nacía del corazón como ese centro original y fundante de su persona. Y en este centro original no caben distinciones entre lo humano y lo divino, engloba ambas dimensiones en una realidad sin confusión ni división. En este sentido, podríamos encontrar una primera justificación.

Algunos autores, como S. Juan Eudes, han querido ver tres corazones en la trinidad de Personas divinas. Afirma que “el primer corazón que reside en la santísima Trinidad, es el Hijo de Dios, que es el corazón del Padre,… El segundo es el Espíritu Santo, que es el corazón del Padre y del Hijo. El tercero, es el amor divino, uno de los atributos de la esencia divina, que constituye el corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; tres corazones que vienen a constituir tan sólo un único y mismo corazón, con el que las tres divinas Personas se aman entre sí con amor tan grande como se merecen, amándonos igualmente a nosotros con una caridad incomparable” (19).

A nuestro modo de ver, este planteamiento tiene su acierto en cuanto explica y salva la unidad y la diversidad de Personas en Dios. No obstante, nos parece algo forzado hablar en Dios de tres corazones distintos que a su vez forman un solo corazón. Pensamos que puede ser más rico entender en Dios un solo corazón referido al Espíritu Santo.

La pregunta podría ser: ¿qué es lo que hace al Padre ser Padre y al Hijo ser Hijo? ¿Cuál puede ser ese centro (corazón) en Dios que le dé unidad y al tiempo diferencia? Es preciso encontrar en Dios un núcleo de donde provengan sus acciones, sus sentimientos, la identidad y diferencia en sus personas. Esta breve reflexión nos lleva a presentar al Espíritu Santo como el corazón en Dios. Este Corazón en Dios es el que hace el Padre sentirse Padre y al Hijo sentirse Hijo. Este Corazón es el que hace a Dios salir de sí mismo en su Hijo (20) y actuar. Así, puede pensarse como fundamento último del Corazón (Espíritu) el amor de Dios como fuerza propia (21). En Dios, Corazón y Espíritu se identifican en cuanto el Espíritu es portador de personalidad, de relación, de actividad… De esta forma, puede entenderse que el relato de la anunciación transcurra todo él transido por el Corazón de Dios lo mismo que la resurrección.

El Corazón de Jesús participa del Corazón divino. La relación entre el Padre y el Hijo no puede ser otra que a través del Corazón. De este Corazón Jesucristo hará partícipes a toda la humanidad. Es participación del amor y de la actividad de Dios, incluso participación del ser mismo de Dios en su núcleo más personal. Esta pequeña reflexión que parte de los datos presentados en la Escritura, nos lleva a plantear la relación del hombre con Dios en el Corazón.

Dos preguntas surgen al hilo de esta reflexión. Por una parte, la diferencia entre el corazón de Jesús y el nuestro, y por otra, aclarar la diferencia entre el corazón y el Espíritu. En Jesús el corazón humano está inundado todo él por el Espíritu. Participa de forma plena y directa del ser (identidad) del Padre por ser su Hijo y tener en común el mismo amor y dinámica propia trinitaria. El corazón del ser humano está también todo él transido del Espíritu de Dios pero no de forma directa sino participativa, por nuestro ser hijos de adopción. De este modo, el corazón del hombre tiene, por una parte, los rasgos propios de la personalidad, cualidades y dones de cada uno, y por otra, el fundamento que les da vida y que subyace a toda la persona: el amor de Dios que es su presencia. Así, el hombre participa de Dios al indagar en su corazón, y será responsabilidad suya actuar desde el corazón con la fuerza y dinámica de Dios. Si el corazón es lo más íntimo del hombre, allí actúa el Espíritu.

Encontrar una diferencia entre el Espíritu y el corazón se hace difícil. En Dios Padre no habría diferencia. La diferencia se encuentra en el corazón del hombre, por su materialidad. El corazón del hombre participa del corazón de Dios (el Espíritu) pero cada hombre tiene una personalidad propia que le lleva a tener un corazón distinto al de Dios. Se puede hablar de participación pero no de identidad. Aquí puede recordarse que el corazón nos presenta ese núcleo original del hombre, ese límite en el que el hombre toca con lo divino y le humaniza.

El hombre no ha sido abandonado por Dios. Tiene corazón. “Las criaturas no han sido abandonadas por su creador como restos de un inmenso naufragio en la arena de la historia, sino que son avocadas e instaladas en el corazón mismo de Dios” (22).

Después de estas breves ideas cabe la posibilidad de pensar en una teología que pueda tener como punto de referencia el corazón. Esto puede realizarse en cualquiera de las áreas teológicas: cristología, escatología, moral… Nosotros lo vamos a intentar desde el área de la mariología.

2.2. El corazón de María

Dios obra en todos los corazones y de forma especial en el corazón de María al llevar a cabo su obra de redención. Dios Padre ha preparado el corazón de María para ser digna morada de su Hijo. El corazón de María participa del corazón de Dios. María concibió primero en su corazón (mente) y después en su vientre (23). La presencia trinitaria se encuentra ya en María antes de la concepción, y estará en ella en y durante la misma por su corazón (24).

Desde este primer punto ya tendría sentido hablar del corazón de María. Sin embargo, tenemos que ir más allá. El corazón de María nos presenta no sólo la relación con Dios, la identidad, sentimientos y pensamientos de la Virgen sino su amor hacia nosotros (25). Así, cabe ver en el corazón de María la mejor fotografía de ella. Es aquí donde debe centrarse nuestra atención para descubrir el fundamento último de la vida de María y de los dogmas marianos.

 

3. Definición y posibilidades de una teología del Corazón de María

La historia de la devoción al corazón de María ha hecho mucho hincapié en ser la forma y la esencia de todas las devociones marianas. Su fundamento invade la realidad de cualquier devoción al centrarse en el amor que lleva a María a darse a Dios y a los hombres. El corazón la Virgen concentra su entrega personal. Por esta razón, se ha querido pensar en el corazón de María como la devoción que es capaz de dotar de sentido, profundidad y purificación al resto de las devociones.

Algo así queremos presentar a la hora de hablar de la teología. El corazón de María puede ser aquella forma y esencia que dé sentido, profundidad y purificación a toda la mariología.

3.1. La teología del corazón de María

En 1944 J.Mª. Alonso escribe un artículo definiendo la teología del corazón de María: “una mariología que tenga por objeto material el mismo de la mariología; y por razón formal el corazón de María” (26). No duda en ver el corazón como un método:

“Pero esto supuesto, decimos que la doctrina teológica del corazón de María puede reducir todas las verdades teológicas a la unidad, llamándolas a su centro. Esta doctrina ofrece la función personal, íntima, espiritual y sobrenatural de la Virgen. Nos presenta toda su vida interior tal como es dirigida y poseída por el Espíritu Santo desde el principio de la concepción inmaculada. Ahora bien: si se consideran bajo esta luz todas las verdades mariológicas nos hallamos con un método y un principio con los cuales puede iluminarse toda la mariología” (27).

Se trata de encontrar en la metáfora corazón explicación y profundidad al misterio de María, un principio constructor y unificador de toda la mariología. Para ello tenemos que ver en el corazón dos aspectos importantes (28) que nos ayudan a comprender esta idea. Por una parte, vemos reflejado en el corazón de María un aspecto pasivo o estático del amor de la Virgen, formado por todas las excel
encias de María en cuanto le han venido dadas gratuitamente por Dios (predestinación, maternidad divina, inmaculada concepción, virginidad,…), por otra, el aspecto activo o dinámico del amor de la Virgen, donde se incluyen todas las acciones libres y espontáneas meritorias de María (la aceptación de cada uno de los privilegios, el fiat de la encarnación, una vida entregada a Dios,…).

De esta forma, haciendo uso de la analogía y la metáfora, el corazón se convierte en método y forma que tiene como peculiar llamar a toda la mariología a su centro y explicarla desde ahí.

Centrándonos en las verdades y fundamentos mariológicas nos damos cuenta que la metáfora corazón es capaz de dar explicación y profundidad a las mismas. Si partimos de la predestinación de María por parte de la Trinidad (aspecto pasivo del amor de la Virgen) nos damos cuenta que es llamada a ser Madre, y esta función sólo tiene su origen en el Corazón, en el Amor. La confesión realizada en el concilio de Éfeso encuentra su fundamento en el corazón de María, lugar en donde se realiza el designio divino. María acepta ser madre en el corazón (aspecto activo del amor de la Virgen) concibiendo primero en su corazón (mente) y después en su seno. Maternidad divina y espiritual nacen del único centro posible en María.

La realidad virginal desde el corazón da un horizonte mucho más rico, profundo y amplio. El P. García Paredes presenta muy bien esta idea afirmando que: “La virginidad biológica que no corresponda a la virginidad del corazón es mutilación, esterilidad, pura negatividad. (…) Si la virginidad de María aparece en un primer momento como un escandaloso testimonio de pobreza y de impotencia, profundizando más allá en ella, se descubre la acción del Espíritu que injerta en el corazón de la Virgen una fuerza de genuino amor de entrega a Dios y a los hombres” (29). Esta idea no significa omitir la virginidad física. Se trata de ver la virginidad desde una explicación más convincente y amplia. Desde la profundidad y riqueza que nos da el corazón, podemos encontrar otro modo de comprensión. Nos centraríamos no tanto en el aspecto físico sino en su significado más propio de dedicación o consagración de María a Dios desde el primer instante de la vida de María (aspecto activo de su amor). J.Mª. Alonso quiere ver en este tema la integridad no tanto de una parte del cuerpo cuanto la integridad del corazón que abarca la persona entera (30).

Si tomamos el dogma de la inmaculada concepción percibimos en la definición presentada en la encíclica Ineffabilis Deus una fórmula negativa. Retomar este dogma a la luz del corazón de María nos hace ver a la persona de María inundada por la Gracia ya desde su nacimiento. El corazón de María ha sido habitado de manera especial por la Trinidad (aspecto pasivo del amor de la Virgen) y esto la ha llevado a vencer el pecado y vivir plenamente para el Señor (aspecto activo del amor de la Virgen). Desde la concepción de la Virgen su corazón ha quedado plenamente dedicado y entregado a Dios en sus tres Personas.

El dogma de la asunción tiene más dificultades para poder ser explicado. Los mismos teólogos no se ponen de acuerdo sobre muchas cuestiones como la muerte de María, la realidad cuerpo-alma en el cielo… J.Mª. Alonso ha querido ver en en el corazón la muerte de María en cuanto lugar en donde ella sufrió y compadeció (31). Al tiempo, se descubre el corazón María tan íntimamente unido al corazón del Hijo que sólo se puede pensar que lo acontecido en el Hijo sucedió también en María. No obstante, él mismo es consciente de la dificultad del mismo cuando afirma que “no es fácil a la teología católica disipar las obscuridades del misterio. Éste hunde sus raíces en un contexto escatológico que tampoco se revelará hasta el final de los tiempos” (32).

Otros aspectos de mariología, como la corredención y la mediación, también pueden ser vistas desde la metáfora corazón. La redención entendida en sentido objetivo sólo le confiere a Jesucristo, visibilizada en su vida sacrificial, desde su nacimiento hasta su muerte en cruz. María participa en la redención de Cristo, por el fiat primero (objetivo) y todos los demás fiat que María realizó junto a su Hijo. En el corazón, María es redimida y colaboradora al tiempo en la obra de la redención. Su mediación en cuanto madre, nace, por una parte, de su ser vínculo entre Dios y los hombres en la persona de Jesucristo, por otra, de su intercesión como madre espiritual de los hombres. Ambos aspectos han de ser vistos desde un corazón maternal invadido por el amor que es presencia divina.

Esta teología cordimariana podría incluso ayudar a comprender la figura de María en el ámbito ecuménico. Somos conscientes de la división que conlleva pensar en el aspecto activo del amor de la Virgen. María colabora en la obra de la redención desde su corazón. Sin embargo, puede ser enriquecedor en el diálogo ecuménico una visión de la Mariología desde la metáfora corazón en cuanto síntesis y exposición del misterio de María.

3.2. Toma de conciencia de la teología del corazón de María

Estas ideas han acompañado a lo largo de los siglos la devoción al corazón de María. Sin embargo, la acentuación excesiva de la devoción al corazón de María condujo a cierto olvido de la teología que subyacía a ésta.

Aunque es algo cuestionable, queremos considerar el año 1944 como la toma de conciencia de la teología del corazón de María. Se trata de un año denso por sus acontecimientos. En 1942 se difunden las dos primeras partes del llamado secreto de Fátima, situación ésta que dará lugar al interés de muchos mariólogos por estas revelaciones del corazón de María. En 1944 se produce, por una parte, la consagración del mundo entero al inmaculado corazón de María por Pío XII, por otra, el reconocimiento de la fiesta del corazón de María con misa y oficio propio para toda la iglesia latina. Estos datos dan como resultado la toma de conciencia de la teología del corazón de María por un grupo de teólogos que se reúnen en Fátima para celebrar la IV asamblea nacional de mariología. Estudiarán la teología del corazón de María desde las distintas ciencias teológicas (33).

3.3. Posibilidades de la teología del corazón de María

Después de la presentación resumida de la teología del corazón de María cabe exponer, también con brevedad, las posibilidades que nos aporta una mariología estudiada desde este punto de vista. Son consecuencias que deben ser tenidas en cuenta en el futuro de la teología y especialmente de la mariología.

3.3.1. La teología se ve iluminada y enriquecida desde el símbolo corazón

La palabra corazón no es una moda de la teología del momento. Se encuentra presente a lo largo de la Escritura y ha sido usada en todos los tiempos. Se trata de una palabra que ha sido pronunciada en todas las culturas y lenguas y que pertenece a lo más íntimo del ser humano, aquello que llama a la unidad. La palabra corazón hace referencia al “centro original y más íntimo de la totalidad anímico-corporal de la persona” (34). El corazón se convierte en centro “originario y dinámico” del hombre. Es una palabra incluida en el ámbito de la sacramentalidad, del misterio que se desvela, de lo oculto que se manifista. Al tiempo que se oculta se manifiesta. En este sentido K. Rahner la definido el corazón como una protopalabra, “palabras que unifican como por conjuro, que concitan la realidad, que se apoderan de nosotros y nacen del corazón” (35).

Junto a estos significados no podemos olvidar la característica principal que es el amor. En el fondo del corazón se encuentra el amor como presencia de Dios, siendo al tiempo lugar de encuentro de Dios con el hombre, lugar de personalización, y centro dinámico de nuestras acciones.

A partir de la palabra corazón, puede forjarse una teología que concite lo humano y lo divino a la unidad, al amor, al misterio. Tanto en su aplicación a la cristología, a la soteriología, mariología… la metáfora corazón es capaz de enriquecer y llevar a la teología a límites insospechados.

3.3.2. Redescubrimiento y valoración de la teología del corazón de María

La metáfora corazón de María ha olvidado su función de misterio, y tomada parcialmente por muchos predicadores (36), ha sido reducida a un sentido material¬devocional. Parecía, y aún lo parece, que éste terminaría su existencia como si fuera el final de una devoción más. La falta de sentido y explicación del mismo, le han hecho caer en ridículo y olvido.

La teología del corazón de María está todavía por redescubrir y aplicar su sentido más profundo y rico. 1944 no puede ser olvidado tan fácilmente. El corazón de María condensa toda la persona de María en su ser amada por el Dios trinitario, siendo al tiempo manifestación de su amor y entrega personal a Dios y a los hombres.

3.3.3. El corazón de María, razón formal de la mariología. Unidad frente a pluralidad

La pluralidad de las devociones y de las ideas en general, no pueden ser entendidas como algo negativo. El problema se encuentra cuando una realidad concreta se explica desde la diversidad de sus partes sin tener en cuenta el núcleo fundamental de la realidad en sí. Algo parecido ha sucedido en mariología. La persona de María ha sido muy pensada, primero, desde perspectivas muy distintas (cristológica, eclesiológica, trinitaria…); después, desde títulos, dogmas, apariciones… Puede decirse que, en general, la mariología se ha estudiado desde la pluralidad de títulos, dogmas, virtudes…, olvidando fundamentar toda la realidad mariana en algo nueclear que fundamentara todos estos estudios parciales. Bien es cierto, que un intento de ello fue fundamentar toda la mariología en la maternidad de María. Pero, casi siempre, la tendencia ha sido la dispersión en el pensamiento y en los estudios.

Por eso, nuestra propuesta es una llamada a la unidad frente a la pluralidad, a buscar una metáfora que sea capaz de dar la unidad que necesita la mariología.

La tradición ha propuesto ver la devoción al corazón de María como la forma de todas las devociones marianas, como aquella que contiene lo esencial y nuclear de todas ellas. Así se consigue unas devociones con sentido y centradas en los límites racionales-espirituales de lo que son. Y, dejemos claro, que no se trata de quitar todas las devociones marianas dejando en su lugar la cordimariana. Se trata de que todas las devociones encuentren su verdadero sentido y significado en el corazón de María. Del mismo modo, es necesario redescubrir la teología del corazón de María como aquella teología capaz de dar sentido y profundidad a la mariología, una teología que explica y unifica toda la mariología.

3.3.4. Se abre un posible diálogo con las iglesias cristianas respecto a la mariología

Se hace difícil un diálogo ecuménico sobre la persona de María especialmente a raíz de los dos últimos dogmas definidos en la iglesia católica. El diálogo se complica cuando intentamos escuchar la pluralidad de tendencias en cada una de las iglesias, y su evolución en los temas marianos. A pesar de todas las dificultades disponemos de una base común: el consensus quinquesaecularis. Todos compartimos la profesión de fe desde Nicea a Calcedonia. Esto nos hace unirnos en lo fundamental respecto a María: la maternidad.

Nosotros pensamos que una visión de la mariología centrada en la unidad, proporcionada por la metáfora corazón, puede ayudar al diálogo ecuménico en este tema. La afirmación de una concepción, primero, en su corazón y después en su seno puede ser aceptada tanto por orientales como por protestantes. Se podría ver con normalidad el aspecto pasivo del amor de la Virgen reflejado en el corazón. El problema lo encontramos al pensar en el aspecto activo del amor de María. La colaboración de María desde el corazón resultaría difícil de resolver.

La virginidad y la inmaculada concepción explicadas de forma positiva desde el corazón pueden ser un punto de encuentro. La iglesia ortodoxa, así como la anglicana, no ponen demasiados obstáculos a la profesión de la virginidad. Algo más en algunos sectores de la iglesia protestante contemporánea, aunque bien es cierto que Lutero, Calvino y Zinglio no tuvieron problemas en aceptarla pese a sus diferencias. Profesar el corazón virgen como digna morada del Hijo y como entrega generosa de María podría ser una respuesta válida. Respecto a la inmaculada, en líneas generales podemos decir que ni ortodoxos, ni anglicanos, ni protestantes aceptan esta profesión tal como lo hace la iglesia católica. Lo que aceptan es la necesidad de que Jesús nazca de una madre preparada para tal destino. De esta forma, puede proponerse el corazón, desde su identidad anterior al cuerpo y al alma y la inhabitación divina, como aquella realidad que la lleva a vivir siempre en gracia. Vemos así el lado positivo de la definición acercándonos a la iglesia ortodoxa (toda santa) y a algunos protestantes más modernos como K. Barth.

Otro punto interesante sería el aspecto devocional tan criticado por algunas iglesias protestantes. Quizá la devoción al corazón de María como síntesis y fundamento del resto de las devociones puede ayudar a comprender y explicar muchas de éstas.

Cabría añadir más posibilidades pero hemos creído suficientes las presentadas. Son puntos importantes que bien merecen la pena su reflexión y estudio con más tiempo y dedicación.

 

Conclusión

La metáfora corazón sigue siendo un reto para aquel que la estudia. Es una palabra misteriosa que revela y oculta al mismo tiempo. Un sacramento. Muchos han querido devaluar y maltratar una palabra sagrada. A todas horas podemos escuchar esa palabra en la calle, medios de comunicación y en cualquier lugar por raro que nos parezca. Sin embargo, la metáfora corazón debe ser recuperada en su sentido más profundo teniendo el compromiso de proferirla con prudencia y veracidad. “La hemos de utilizar sin prodigarla” (37), para que no se convierta en una de las muchas palabras desgastadas de nuestro lenguaje religioso.

La palabra corazón seguirá siendo un manantial de verdad. Con palabras de María Zambrano, “contra ello (el corazón) toda razón queda sin razón alguna, mientras la verdad se le acerca como prometida. Sólo como prometida, que no admite tan pronto ser desposada, que aguarda aún” (38).

La teología, vista desde la metáfora corazón, adquiere una nueva comprensión y amplitud. Así lo hemos querido presentar aplicada a la mariología. La teología del corazón de María nos ofrece una visión rica y complexiva de la mariología. Estas ideas que hemos presentado a modo de introducción necesitarán en adelante un desarrollo y un estudio más profundo. Basten estas páginas para sacar a la luz un proyecto que quedó en el espíritu de unos grandes maestros.

(1) Cf. ALONSO J.Mª., Inmaculado Corazón, en Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988, 942; ID., Culto al Sagrado Corazón de Jesús, “Ilustración del Clero” 49 (1956)
(2) Entre otros, puede señalarse al gran promotor de la devoción cordimariana S. Juan Eudes o, posteriormente, los exponentes de la IV Asamblea Nacional de Mariología como José Mª Bover, Máximo Peinador o Joaquín Mª Alonso.
(3) Cf. GROSSO L., La tierra donde acontece la teofanía del Amor: hacia una teología fundamental del corazón de María, “EphMar” 48 (1998) 231-260; ID., “Trono de la sabiduría”: hacia una teología fundamental del corazón de María, “EphMar” 48 (1998) 533
-548; CAMPO VILLEGAS G., María y su corazón, “EphMar” 49 (1999) 141-143.
(4) Cf. U. VON BALTHASAR, Teodramática, III. Las personas del drama: El hombre en Cristo, Madrid 1993, 272.
(5) FIORES DE, S., María en la teología contemporánea, Salamanca 1991, 603.
(6) No todos comparten esta interpretación. Algunos piensan que la espada que atraviesa el corazón es referida a la división que se producirá con motivo de rechazar o acoger la Palabra (Cf. GARCÍA PAREDES J.C.R., Mariología, Madrid 1995, 110-112; FRANQUESA P., La figura de María en Lucas, en A. APARICIO (Dir.), María del Evangelio, Madrid 1994, 251-256).
(7) Para realizar un estudio completo de ello puede consultarse a BOVER J.Mª., Origen de la devoción al corazón de María, “EstMar” 4 (1944) 59-171.
(8) ALONSO J.Mª., El corazón de María en san Juan Eudes, vol I, Madrid 1958, 86.
(9) RAHNER K., Escritos de teología, vol III. Vida espiritual-sacramentos, Madrid 1961,
(10) Ibid., 363.
(11) Sobre el objeto del corazón, J.Mª. Alonso aborda una cuestión nominativa. No le convence el título de corazón simbólico. Separa demasiado los dos contenidos de la palabra: por una parte, el corazón físico en sí mismo, y por otra, el amor representado bajo el símbolo cordial. Para lograr una mayor claridad y unidad en el término opta por la expresión corazón-símbolo.
(12) Cf. ALONSO J.Mª., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956)
(13) RAHNER K., Escritos de teología, vol. III. Vida espiritual-sacramentos, Madrid 1961,
(14) ALONSO J.Mª., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956)
(15) RAHNER K., Escritos de teología, vol. III. Vida espiritual-sacramentos, Madrid 1961,
(16) Cf. Ibid., 359.
(17) Cf. Ibid., 362.
(18) ID., Escritos de teología, vol VII. Escritos pastorales, Madrid 1961, 521.
(19) EUDES J., El corazón admirable de la Madre de Dios, libro I, cap. 2, nº 2.
(20) Cf. DURRWELL F-X., Nuestro Padre. Dios en su misterio, Salamanca 1992, 30.
(21) Cf. Ibid., 134-135.
(22) GONZÁLEZ DE CARDEDAL O., Raíz de la esperanza, Salamanca 1995, 60.
(23) “Christum prius mente quam ventre concipiens” (S. AGUSTÍN, PL 38, 1074).
(24) ALONSO J.Mª., El corazón de la Inmaculada, “Verdad y vida” 15 (1975) 343.
(25) ID., Sobre una teología al corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956) 35.
(26) ALONSO J.Mª., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956)
(27) ID. El corazón de la inmaculada, “Verdad y vida” 15 (1975) 350.
(28) Cf. ID., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956) 44.
(29) GARCÍA PAREDES J.C.R., María la mujer consagrada, Madrid 1979,159.
(30) Cf. ALONSO J.Mª., El corazón de la inmaculada, “Verdad y vida” 15 (1975) 339.
(31) ID., El corazón de María en la teología de la reparación, “EphMar” 27 (1977)
(32) ID., ¿La asunción desmitologizada?, “EphMar” 26 (1976) 349.
(33) Ejemplos de esta toma de conciencia los encontramos en: BOVER J.M., Origen de la devoción al corazón de María, “EstMar” 4 (1945) 148; PEINADOR M., El corazón de María en los evangelios, “EstMar” 4 (1945) 57-58; ALONSO J.Mª., El corazón de María en San Juan Eudes, vol. I, Madrid 1958, 213; ID., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956) 15.
(34) RAHNER K., Escritos de teología, vol. III. Vida espiritual-sacramentos, Madrid 1961,
(35) Ibid., 358.
(36) Cf. ALONSO J.Mª., La consagración al corazón de María, acto perfectísimo de la virtud de la religión. Una síntesis teológica, (Introducción a la obra de CANAL J.Mª., La consagración a la Virgen y a su corazón, 2 vols., col. Cor Mariae, Madrid 1960), vol. I,
(37) RAHNER K., Escritos de teología, vol VII. Escritos pastorales, Madrid 1969, 527.
(38) ZAMBRANO M., Claros del bosque, Barcelona 1988, 72.

Pablo Brogeras Martínez
 
 

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Consagración a María riesgos y sentido

El término consagración con relación a María, se ha generalizado en los últimos siglos y en nuestro tiempo ha sido revivido incluso por los Papas, tres de los cuales han renovado la consagración del mundo por medio del Inmaculado Corazón de María, según la petición de Lucía, la vidente de Fátima.

Esto evidencia que la Virgen María tiene un rol en el plan de salvación, como lo revela toda la tradición católica. ¿Dónde se originan entonces los problemas? Un experto mariólogo, responde a algunas de las objeciones más frecuentes y aclara conceptos.

 

I. ALGUNAS OBJECIONES TEOLÓGICAS

Se habla mucho y de modo inapropiado de “consagración a María”. Se dice: ella nos consagra, y se añade: a ella nos consagramos. Los teólogos oponen a este lenguaje las siguientes serias objeciones:

Primera objeción. – Dios solo consagra, o sea, se hace presente en nosotros, diviniza nuestra existencia, nuestra vida.

Esto es cierto y no debemos olvidarlo: toda consagración es un don gratuito de Dios, que inicia por obra suya y por obra suya se concluye, porque sólo él puede vencer la inercia de nuestra naturaleza humana y elevarnos a su vida divina. Juan Pablo II no ha ignorado esta objeción, pero la ha tomado y resuelto en el sentido que Jesús le ha dado en la Última Cena: “Yo me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados” (Jn 17, 19).

El versículo nos recuerda que, a rigor de términos, no hay más que una consagración: la de Jesucristo. Al nacer entre los hombres él ha consagrado su humanidad mediante la unción de su misma divinidad, y tal consagración realizada en el interior del mundo creado, es un principio de consagración para el mundo entero: radicalmente consagrado mediante Él y llamado a entrar en su consagración.

Segunda objeción. – La segunda objeción afirma que para el hombre existe una sola consagración: el Bautismo. A través de este sacramento Dios nos consagra a Él imprimiendo en nosotros un carácter indeleble.

Esta consagración, ¿no resultaría ofuscada al hablar de otras consagraciones, decayendo así en el particularismo, como una más?. No, porque las consagraciones votivas tienen una función precisa en la Tradición de la Iglesia, en particular la consagración religiosa de los tres votos. Dado que el término consagración es análogo, la “consagración religiosa” es relativa. Esta no tiene más objetivo que el de realizar más perfectamente la consagración del Bautismo. Dígase lo mismo de la consagración a María o mediante María.

La predicación cristiana y el mismo Grignion de Montfort no han cesado de subrayarlo con la máxima claridad: consagrarse es abrirse activa y generosamente a la consagración de Dios.

Una ayuda pastoral para despertar la respuesta del cristiano. – Tales actualizaciones o consagraciones votivas no dejan de ser importantes, pues el drama de la Iglesia es que muchos bautismos hacen de los bautizados muertos-nacidos: Dios ha realizado su obra de consagración, pero sin respuesta por parte del bautizado; y la consagración fundamental no ha pasado a sus vidas.

El gran problema de nuestro destino y de la misma Iglesia, consiste en que la consagración gratuitamente dada por Dios se haga recíproca. Que pase de inerte a viviente; de votiva a efectiva: que penetre toda nuestra vida. Ese es también, según la teología, el sentido de la consagración religiosa mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia. Tiene la función de actualizar, de realizar la consagración del Bautismo.

Esa es también la función de las consagraciones mediante María. Digo “de las” consagraciones, porque pueden asumir varias formas: la de Montfort, a Jesús a través de María; la que fue pedida a los videntes de Fátima, a través del Corazón Inmaculado de María, etc.

Por tanto, hablar de consagraciones implica necesariamente hablar de Dios, hablar del Espíritu Santo.

 

II. LA LIBRE COOPERACIÓN DEL HOMBRE

Tercera objeción. – ¿Por qué se habla de consagrarse, dado que sólo Dios consagra? El hecho es que Dios no hace nada en nosotros sin nosotros.

Nos consagra sólo si se lo pedimos, con nuestro consentimiento y nuestra cooperación. Dios ha hecho todo (como Causa primera, creadora), pero nos llama a hacer todo con él, a nuestro nivel, como causa segunda, libre y necesaria. La obra de nuestra consagración, donada enteramente por él, es enteramente desarrollada por nosotros, por nuestra libertad.

Con todo, la verdad es que el vocablo “consagrar” no tiene el mismo significado cuando se dice que Dios nos consagra (o sea, nos transforma) que cuando hablamos de consagrarnos (acoger libremente y vivir ardientemente esta gracia de Dios). Esta cooperación libre es decisiva e indispensable. Es la mayor libertad.

Cuarta objeción. – ¿Es posible consagrar a otros, sin su libre adhesión?. Consagrar a Rusia (u otra nación) según la petición de Fátima, ¿no es tal vez una pretensión mágica y una prepotencia frente a la libertad de otros hombres, o incluso una violación de los derechos humanos? Es evidente que un don no puede darse sin la libre acogida de los interesados, que es decisiva. Tales “consagraciones” tienen como intención y objetivo ayudar a aquellos que en esos países son ya consagrados en medio de todas las pruebas y persecuciones que soportan, a fin de que la luz y el don que ellos viven se extiendan a sus compatriotas “sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte”. Son pues una oración, una intercesión, una apelación al don generoso de Cristo que se ha consagrado para consagrar consigo a todos los hombres.

Quinta objeción. – ¿Por qué se habla de consagración a María, si sólo existe la posibilidad de consagrarse a Dios?

La objeción es válida. De hecho “consagración” significa pertenencia total, y una de las fórmulas de consagración acentúa, tal vez paradójicamente, la radicalidad de ese don de sí al decir: “Me consagro como esclavo de amor”.

La fórmula es desconcertante, porque la esclavitud es un mal. Hacerse esclavos de una criatura sería una alineación, un servilismo: un desprecio a los derechos del hombre y a la autonomía humana.

El sentido verdadero de la “esclavitud mariana”. – Pero la objeción se desvanece si a la consagración se le da el sentido que le daba el apóstol Pablo, quien con tanta insistencia se llamaba “esclavo de Cristo” (Rm 11, 1; y también en el prólogo de muchas de sus cartas). La objeción está superada porque siendo Dios Creador, consagrarse a Él no significa alienarse, sino reconocer la verdad: nuestra condición de criaturas, pues a Dios se lo debemos todo, incluida la existencia y la misma libertad, que él crea justamente como libertad capaz de unirse a Él y decidirse por el bien, o alejarse de Él y del bien. Admitir tal verdad significa descubrir al mismo tiempo el Principio y el Término divino de nuestra existencia. Significa descubrir la verdad más profunda y la fuente misma de nuestra libertad, tan a menudo dominada por las ilusiones terrenas. Significa encontrar el camino de la única felicidad que vale la pena en este mundo y que conduce a la eternidad feliz. Es compartir la misma libertad de Dios…

Con relación a estas verdades fundamentales es posible situar la función de María en las consagraciones.

Y aunque tal función está referida esencialmente a Dios, es importante porque Dios mismo ha dado a la Virgen María un lugar inigualable en el plan de la redención.

Fuente: Giuseppe Daminelli, en revista Madre di Dio, Nº 5, Milán, San Paolo, mayo de 2002.
 
 

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María en el Protoevangelio

Catequesis de Juan Pablo II (24-I-96)

1. «Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venida de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y se interpretan a la luz de la plena revelación ulterior, iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, Madre del Redentor» (Lumen gentium, 55)…

Con estas afirmaciones, el concilio Vaticano II nos recuerda cómo se fue delineando la figura de María desde los comienzos de la historia de la salvación. Ya se vislumbra en los textos del Antiguo Testamento, pero sólo se entiende plenamente cuando esos textos se leen en la Iglesia y se comprenden a la luz del Nuevo Testamento.

En efecto, el Espíritu Santo, al inspirar a los diversos autores humanos, orientó la Revelación veterotestamentaria hacia Cristo, que se encarnaría en el seno de la Virgen María.

2. Entre las palabras bíblicas que preanunciaron a la Madre del Redentor, el Concilio cita, ante todo, aquellas con las que Dios, después de la caída de Adán y Eva, revela su plan de salvación.

El Señor dice a la serpiente, figura del espíritu del mal: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gn 3,15).

Esas expresiones, denominadas por la tradición cristiana, desde el siglo XVI, Protoevangelio, es decir, primera buena nueva, dejan entrever la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes de la humanidad.

En efecto, frente al pecado, según la narración del autor sagrado, la primera reacción del Señor no consistió en castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva de salvación y comprometerlos activamente en la obra redentora, mostrando su gran generosidad también hacia quienes lo habían ofendido.

Las palabras del Protoevangelio revelan, además, el singular destino de la mujer que, a pesar de haber precedido al hombre al ceder ante la tentación de la serpiente, luego se convierte, en virtud del plan divino, en la primera aliada de Dios.

Eva fue la aliada de la serpiente para arrastrar al hombre al pecado. Dios anuncia que, invirtiendo esta situación, él hará de la mujer la enemiga de la serpiente.

3. Los exegetas concuerdan en reconocer que el texto del Génesis, según el original hebreo, no atribuye directamente a la mujer la acción contra la serpiente, sino a su linaje. De todos modos, el texto da gran relieve al papel que ella desempeñará en la lucha contra el tentador: su linaje será el vencedor de la serpiente.

¿Quién es esta mujer? El texto bíblico no refiere su nombre personal, pero deja vislumbrar una mujer nueva, querida por Dios para reparar la caída de Eva: ella está llamada a restaurar el papel y la dignidad de la mujer, y a contribuir al cambio del destino de la humanidad, colaborando mediante su misión materna a la victoria divina sobre Satanás.

4. A la luz del Nuevo Testamento y de la tradición de la Iglesia sabemos que la mujer nueva anunciada por el Protoevangelio es María, y reconocemos en «su linaje» (Gn 3,15), su hijo, Jesús, triunfador en el misterio de la Pascua sobre el poder de Satanás.

Observemos, asimismo, que la enemistad puesta por Dios entre la serpiente y la mujer se realiza en María de dos maneras.

Ella, aliada perfecta de Dios y enemiga del diablo, fue librada completamente del dominio de Satanás en su concepción inmaculada, cuando fue modelada en la gracia por el Espíritu Santo y preservada de toda mancha de pecado.

Además, María, asociada a la obra salvífica de su Hijo, estuvo plenamente comprometida en la lucha contra el espíritu del mal.

Así, los títulos de Inmaculada Concepción y Cooperadora del Redentor, que la fe de la Iglesia ha atribuido a María para proclamar su belleza espiritual y su íntima participación en la obra admirable de la Redención, manifiestan la oposición irreductible entre la serpiente y la nueva Eva.

5. Los exegetas y teólogos consideran que la luz de la nueva Eva, María, desde las páginas del Génesis se proyecta sobre toda la economía de la salvación, y ven ya en ese texto el vínculo que existe entre María y la Iglesia.

Notemos aquí con alegría que el término mujer, usado en forma genérica por el texto del Génesis, impulsa a asociar con la Virgen de Nazaret y su tarea en la obra de la salvación especialmente a las mujeres, llamadas, según el designio divino, a comprometerse en la lucha contra el espíritu del mal.

Las mujeres que, como Eva, podrían ceder ante la seducción de Satanás, por la solidaridad con María reciben una fuerza superior para combatir al enemigo, convirtiéndose en las primeras aliadas de Dios en el camino de la salvación.

Esta alianza misteriosa de Dios con la mujer se manifiesta en múltiples formas también en nuestros días: en la asiduidad de las mujeres a la oración personal y al culto litúrgico, en el servicio de la catequesis y en el testimonio de la caridad, en las numerosas vocaciones femeninas a la vida consagrada, en la educación religiosa en familia…

Todos estos signos constituyen una realización muy concreta del oráculo del Protoevangelio, que, sugiriendo una extensión universal de la palabra mujer, dentro y más allá de los confines visibles de la Iglesia, muestra que la vocación única de María es inseparable de la vocación de la humanidad y, en particular, de la de toda mujer, que se ilumina con la misión de María, proclamada primera aliada de Dios contra Satanás y el mal.

 
 

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