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Aspectos sobre el Culto que debe darse a la Virgen María

¿DEBEMOS DAR CULTO A LA VIRGEN?
Sí, porque es la Madre de Dios y Madre espiritual de todos los cristianos.

¿RENDIMOS EL MISMO CULTO A DIOS QUE A LA VIRGEN?
No. A Dios, por ser el Supremo Señor de todo lo creado, le rendimos culto de adoración, llamado LATRIA. A la Virgen, en cambio, por su grandeza la veneramos con un culto especial, llamado de HIPERDULIA…

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¿POR QUÉ LLAMAMOS MEDIANERA A LA VIRGEN?
Aunque Jesucristo es el único mediador entre Dios y el hombre, no se excluye por eso la existencia de otra mediación secundaria y subordinada la de la Virgen María. La Virgen es medianera de todas las gracias, porque intercede por nosotros delante de su Hijo Divino, y porque nos lleva de la mano a la Patria Celestial.

¿ES NECESARIA LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN?
La devoción a la Virgen es necesaria para salvarnos, pero con necesidad moral, que se apoya en el querer de Dios que nos la dió como Madre.

¿QUÉ CARACTERÍSTICAS HA DE TENER NUESTRA DEVOCIÓN A LA VIRGEN?
Como buenos hijos suyos, hemos de venerarla, invocarla, imitarla y amarla.

¿CÓMO PODEMOS IMITARLA?
Imitamos a la Virgen a través de todas las virtudes, pues todas las vivió en el mayor grado posible.

¿DE QUÉ MANERA PODEMOS DIRIGIRNOS A LA SANTISIMA VIRGEN?
Además de las oraciones que la piedad de cada uno pueda componer, la Iglesia recomienda decir las siguientes: EL AVEMARIA, EL ANGELUS, EL REGINA COELI, LA SALVE, EL ACORDAOS, EL MAGNIFICAT, BENDITA SEA TU PUREZA, JACULATORIAS, y de manera especial porque Ella lo ha pedido, el rezo del Santo Rosario.

¿QUÉ ES EL SANTO ROSARIO?
El Santo Rosario es un conjunto de Avemarías y Padrenuestros en honor de la Virgen, estas oraciones suelen ir acompañadas de piadosas meditaciones acerca de los principales misterios de nuestra fe.

¿POR QUÉ SE LLAMA ROSARIO A ESTAS ORACIONES?
Se llama Rosario porque las oraciones que se enlazan con las meditaciones de los misterios (gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos) forman una corona de rosas que se ofrece a María Santísima.

¿CUÁL ES EL MES DEDICADO A LA VIRGEN DE UN MODO ESPECIAL?
El mes dedicado a la Virgen es el mes de mayo. Así lo ha dispuesto la Iglesia.

¿CUÁL ES EL DÍA DE LA SEMANA TRADICIONALMENTE DEDICADO A LA VIRGEN?
El día dedicado a la Virgen, por una tradición antiquísima, es el sábado. En este día podemos poner presente a Nuestra Madre de forma especial, ofreciéndole algún pequeño sacrificio y dirigiendo una oración en su honor, por ejemplo la Salve.

¿HEMOS DE PROPAGAR LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN?
Si, porque los buenos hijos hablan de su Madre, y porque la aman propagando su culto.

¿QUÉ DICE EL CONCILIO VATICANO II ACERCA DE LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN?
Advierte a todos los fieles de la Iglesia lo siguiente:
«QUE TENGAN MUY EN CONSIDERACION LAS PRÁCTICAS Y LOS EJERCICIOS HACIA ELLA RECOMENDADOS POR EL MAGISTERIO A LO LARGO DE LOS SIGLOS» (Const. Dogmática LUMEN GENTIUM n. 67).


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1ª Parte. VIRGEN MARIA. MARIA, MATER MUNDI.

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Apariciones y Visiones Catequesis sobre María Doctrina Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA REFLEXIONES Y DOCTRINA

El dogma María Corredentora, Medianera y Abogada pedido por Nuestra Señora de Todos los Pueblos

En las revelaciones de la Virgen María en Amsterdam a una humilde y sencilla mujer Holandesa, Ida Peerdeman (1906-1996), desde Marzo 25 de 1945 hasta Mayo 31 de 1959, pidió que la Iglesia Católica apruebe el Dogma de la santísima Virgen como Corredentora, Mediadora y Abogada.

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En el curso de estas revelaciones Nuestra Señora mencionó que ella deseaba ser conocida como “La Señora de Todos los Pueblos”. Ella pidió que se hiciera un dibujo de acuerdo a sus indicaciones (algo similar a la popular imagen en la medalla milagrosa) y que esta se distribuyera junto con una oración que ella le dictó a la visionaria.

Después de la definición dogmática de la Asunción por el Papa Pío XII el 1 de Noviembre de 1950, Nuestra Señora le dijo a Ida que esta definición tenía que preceder “último y mas grande dogma”: el de María Corredentora, Mediadora y Abogada, para los cuales la pintura y la oración iban a preparar el camino.

Nuestra Señora de todos los Pueblos abre entonces la vía al triple y último dogma mariano. La Señora de todos los Pueblos promete que este dogma traerá la verdadera paz al mundo.

El término “Corredentora” jamás pretende disminuir la preponderancia y la universalidad de la obra de mediación de Cristo, sino que se refiere a ella y también muestra la fuerza.

El término “Corredentora” tiene una larga tradición en la Iglesia. Se puede encontrar en los escritos de los Padres de la Iglesia, de santos y de papas. Edith Stein, Maximiliano Kolbe, Padre Pío, Madre Teresa y sor Lucía de Fátima lo han defendido fuertemente en los tiempos actuales. Juan Pablo II ha usado el término varias veces.

Los obispos holandeses resaltan que sólo Cristo es el Mediador entre Dios y el hombre (ver 1Tim 2,5). Todo lo que María da proviene de Él. Sin embargo Ella es también Corredentora porque fue de ayuda en la obra de redención y participó en ésta (ver Lc 1,38).

Mons. J.M. Punt lo expresó de la siguiente manera: “Esencialmente, cada ser humano está llamado a cooperar en la redención a través de Jesucristo, para completar –como escribe San Pablo- en nuestro cuerpo lo que le falta a su sufrimiento. Todas nuestras oraciones, sufrimientos y obras se vuelven redentoras en la medida en la cual el ser humano está unido a Cristo, en la fe y en la vida” (ver Salvifici Doloris No. 25, Papa Juan Pablo II). María tiene un puesto único en todo esto: su maternidad Divina la une en modo supremo con Él, desde el momento de su nacimiento hasta su muerte y más allá.

Concebida sin pecado, fue creada en la plenitud y la libertad original, así como Dios lo quería para el género humano. Por esto pudo responder en libre sumisión al amor y a la obra de redención de Dios en nombre de la humanidad. Como “Socia del Redentor”, estaba predestinada a seguir la misma vía de Cristo, perseverando hasta la cruz. (ver Jn 19,26-27).

Este papel de corredención y mediación de María no es una invención humana, es un plan de Dios, deseado por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Proclamando este dogma en un modo solemne, la Iglesia daría su libre consentimiento a la redención y glorificaría a Dios mismo reconociendo su plan de salvación.

Esta proclamación solemne haría posible a María revelar plenamente la preeminencia de sus títulos y de su maternidad universal y de conceder “gracia, redención y paz” a la humanidad y al mundo. Es la vía hacia una nueva “Caná”, que da a María la posibilidad de tocar el Corazón del Hijo y realizar una efusión única del Espíritu Santo en nuestros dramáticos tiempos. Es la puerta de la nueva evangelización y del verdadero ecumenismo en el Tercer Milenio.

Los primeros cuatro dogmas marianos se centran en la vida de María y en su Asunción al cielo. El quinto dogma quiere formular ahora su papel universal en el plan redentivo de Dios. “Pues una vez recibida en los cielos”, dice el Concilio Vaticano, “no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación”. (Ver Lumen Gentium No. 62).

Fue tan solo después de que los cuatro dogmas acerca de la persona de María [que ella es (1) Madre de Dios y (2) Siempre Virgen; que ella fue (3) Inmaculadamente Concebida y (4) Asunta al Cielo] fueran solemnemente propuestos por la autoridad magisterial de la Iglesia, que la escena estaría preparada para un dogma relativo a la función o rol de María en el trabajo de la salvación bajo el triple nombramiento de Corredentora, Mediadora y Abogada.

De acuerdo a estas revelaciones recibidas por Ida Peerdeman, la misma Virgen de manera efectiva afirmó que “el último y mas grande Dogma Mariano” ya es parte de la doctrina patrimonial de la Iglesia. Debe ser sacado a la luz y aclarado todavía mas por el trabajo de los teólogos y apropiado por toda la Iglesia.

Nuestra Señora también indicó que habría una lucha en este aspecto, pero ella nunca sugirió que el dogma sería definido en base a una revelación privada, aunque sea muy digna de crédito. Esto está totalmente de acuerdo con la sabiduría milenaria de la Iglesia. Por ejemplo, en su magistral encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús, Haurietis Aquas, el Papa Pío XII se esforzó en resaltar que la doctrina de la Iglesia sobre el Sagrado Corazón de Jesús no se origina a partir de las revelaciones a Santa Margarita Maria Alacoque, aun si estas hayan aportado el mayor ímpetu para la devoción en tiempos modernos. En lugar de eso, el Papa Pío XII con firmeza declaró que la doctrina y devoción de la Iglesia están basadas en las fuentes fundamentales de revelación: las Escrituras y la Tradición.

Los títulos de Corredentora, Mediadora y Abogada nos permiten visualizar el rol de María en nuestra salvación de una manera lógica y coherente: Es precisamente debido a la participación especial e íntima de Nuestra Señora en el trabajo de la redención (como Corredentora) que ella puede ser la distribuidora (Mediadora) de todas las gracias y la gran intercesora (Abogada) para sus hijos después del mismo Jesús (cf. Heb. 7:25; 1Jn 2:1) y el Espíritu Santo (cf. Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7).


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María Correndentora Mediadora y Abogada II – (1 de 6)

María Correndentora Mediadora y Abogada II – (2 de 6)

María Correndentora Mediadora y Abogada II – (3 de 6)

María Correndentora Mediadora y Abogada II – (4 de 6)

María Correndentora Mediadora y Abogada II – (5 de 6)

María Correndentora Mediadora y Abogada II – (6 de 6)

 

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Algunos antecedentes sobre la Corredención

«El Padre y el Hijo quieren enviar en este tiempo a María, la Señora de todos los Pueblos, como Corredentora, Medianera y Abogada» (31.05.1951).

Este pedido de la Virgen María recuerda el pedido de la consagración de mundo y Rusia al Sagrado Corazón en las apariciones de Fátima, que fue realizado mucho tiempo después y por diferentes Papas, aunque muchas veces en forma incompleta porque no participaron todos los Obispos como pedía María.

El hecho sucedió en Amsterdam (Holanda), donde la Santísima Virgen se apareció a la vidente Ida Peerdeman, desde 1945 a 1959. Esta aparición fue aprobada como de «origen sobrenatural» por el obispo José María Punt de Haarlem-Amsterdam (Holanda) el 31 de mayo del 2002 después de un estudio minucioso que duro más tres décadas.

Los mensajes de Amsterdam tienen un lugar único en la historia de las apariciones marianas, precisamente porque en nuestra época moderna María viene con su nuevo título de ‘Señora de todos los Pueblos’, y pide que sea proclamado el último dogma mariano.

 

AUN NO ES DOGMA EN LA IGLESIA

Cuando se habla de María Corredentora, Mediadora y Abogada, es importante saber que se trata de verdades reconocidas por la Iglesia en tanto doctrina.

Entonces este debate, entre Católicos, debería más bien analizar si el Santo Padre debiese proclamarlas dogmáticamente.

Quienes promueven el dogma de la Corredención no son simples teólogos aislados como pueden opinar algunos desinformados, muchos Cardenales y Obispos apoyan públicamente al movimiento Vox Populi que promueve este dogma.

La Madre Teresa de Calcuta por ejemplo, era una fuerte abogada del quinto dogma y de dicho movimiento, habiendo firmado la petición para el dogma.

 

SANTOS RECIENTES O EN PROCESO QUE INVOCARON A MARÍA COMO CO-REDENTORA

•San Padre Pio
•Sta. Francis Xavier Cabrini
•Sta. Gemma Galgani
•San. Maximiliano Kolbe
•San Leopold Mandic
•Sta. Teresa Benedicta de la Cruz
•San. Jose Maria Escriva
•Madre Teresa de Calcuta
•Siervo de Dios Juan Pablo II
•Hna Lucia de Fátima

 

CARDENALES DE VOX POPULI (*)

•Ernesto Cardenal Corripio Ahumada
•Luis Cardenal Aponte Martínez
•Francis Cardenal Arinze
•Paulo Evaristo Cardenal Arns
•Obando Cardenal Bravo
•Guiseppe Cardenal Caprio
•John Cardenal Carberry
•Mario Luigi Cardenal Ciappi
•Albert Cardenal Decourtray
•José Cardenal Freire Falcao
•Juan Francisco Cardenal Fresno
•Edouard Cardenal Gagnon
•Józef Cardenal Glemp
•Hans Hermann Cardenal Groër
•Henryk Roman Cardenal Gulbinowicz
•Franjo Cardenal Kuharic
•Juan Cardenal Landázuri Ricketts
•Emmanuel Cardenal Nsubuga
•Franjo Cardenal Kuharic
•Juan Cardenal Landázuri Ricketts
•Emmanuel Cardenal Nsubuga
•John Cardenal O’Connor
•Silvio Cardenal Oddi
•Maurice Michael Cardenal Otunga
•Antony Cardenal Padiyara
•António Cardenal Ribeiro
•Opillo Cardenal Rossi
•Pietro Cardenal Palazzini
•Raul Francisco Cardenal Primatesta
•Aurelio Cardenal Sabattoni
•Alexandre Cardenal José Maria dos Santos
•Jaime Cardenal Sin
•Alphonse Cardenal Stickler
•Joseph Cardenal Satowaki
•Christian Cardenal Tumi
•Paulos Cardenal Tzadua
•Corrado Cardenal Ursi
•Ricardo Cardenal Vidal

(*) Esta lista fue realizada por corazones.org en el 2002

«Cuando el dogma… sea proclamado, entonces la Señora de todos los Pueblos dará la verdadera paz al mundo» (31.05.1954).

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Estado de la Doctrina de la Corredención de María

El padre Jean Galot, S.J., hace una puesta al día panorámica sobre esta discusión.
Es Profesor de teología en la Universidad Gregoriana Pontificia de Roma, y conocido internacionalmente por sus amplios estudios bíblicos y teológicos, particularmente en el área de cristología. Colabora frecuentemente con L´Osservatore Romano…

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El título de María Corredentora es una polémica que atraviesa varios siglos, como todas las definiciones importantes en la Iglesia Católica, las cuales son largamente debatidas en tiempos históricos no humanos y la posición final va surgiendo de hecho por el uso y creencia de los fieles.

La manera de poder entender la cooperación que tuvo María en la redención ha sido objeto de muchas discusiones entre los teólogos. Algunos han expresado repugnancia u objeciones prematuras en contra de los términos «corredención» y «Corredentora». Esta corriente de oposición ha tenido como resultado una abstención por parte del concilio Vaticano II, que evadió esos términos en su exposición sobre la doctrina mariana, en el capítulo VIII de Lumen gentium (LG). De hecho, el concilio se abstuvo de querer determinar asuntos que al parecer no estaban suficientemente claros y que seguían siendo fuentes de controversia.

No hay razón para sorprenderse de controversias similares, que surgen en muchos sectores de la teología; en el pasado, éstos caracterizaron el desarrollo de la doctrina mariana. Basta con recordar el título de «Madre de Dios,» al que se opuso Nestorio antes de que fuera proclamado por el consejo de Efeso y cómo la Inmaculada Concepción provocó largas y animadas discusiones a lo largo de los siglos, antes de ser definido por Pío IX en 1854.

En cuanto a la corredención, algunos teólogos mantienen sus reservas o temores doctrinales de estado; pero podemos afirmar que, en términos generales, la cooperación de María al sacrificio redentor, encuentra cada ver mayor aceptación. Nos gustaría aclarar los puntos esenciales de esta doctrina, recordando los problemas teológicos que han causado las controversias y la solución que se les ha dado o que sería apropiado dárseles.

 

EL TÍTULO DE CORREDENTORA

La omisión del título Corredentora en la exposición conciliar sobre la doctrina mariana se vuelve mucho más significativa, en virtud de que la petición a favor de la definición de María como Corredentora de la raza humana, fue propuesta por alrededor de cincuenta de los padres. Sin embargo, en tanto se abstuvo de atribuir este calificativo a María, el concilio no rechazó para nada la idea de una cooperación en la obra de la redención. De hecho, subrayó la unión de la Madre con el Hijo en la obra de salvación, una unión que «se hace manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte» (LG, n.57). Esta cooperación podría llamarse corredención, dado que el término en sí mismo significa cooperación en la redención, sin más especificaciones.

El concilio habría estado en posibilidades de utilizarlo sin hacer mención de que alguna teología en particular lo había aprobado, como lo hizo con el título de «mediadora», que introdujo, además de otras designaciones, la de abogada, auxiliadora y benefactora, con objeto de no darle significados técnicos precisos (LG. n.62). Además, manifestó un apego definitivo a este título, cuando rechazó una enmienda que quiso eliminarlo, en virtud de la ambigüedad que podría tener ese término en relación con la mediación única de Cristo, y a la conveniencia ecuménica. Como compensación, rechazó cualquier uso del título Corredentora.

Si evadió este título fue porque el concilio fue acusado de sugerir que rol de María era demasiado similar al de Cristo, una especie de competencia o igualdad que es incompatible con la unicidad del Salvador. Ya en el siglo XVII, A. Widenfeld expresó por boca de la Virgen a sus «indiscretos devotos»: «No me llamen salvadora o Corredentora» para que nada le sea quitado a Dios.

En efecto, el término «salvadora» podría suscitar reservas y requeriría de una explicación basada en la naturaleza de la Madre del Salvador; pero el término «Corredentora» no presenta la misma dificultad, ya que expresa claramente una cooperación y no pone en peligro la acción soberana de Cristo.

Cuando apareció en un himno del siglo XV, fue señal de evolución con respecto al título de «redentora» que hasta ese momento fue atribuido a María como Madre del Redentor. Aquí hubo un progreso: «redentora» podría haber sugerido un rol paralelo o idéntico al de Cristo, mientras que «Corredentora» indicaba, en el himno, «aquella que sufrió con el Redentor».

Al principio, María era considerada, sobre todo, como la mujer que había dado a luz al Redentor; en virtud de esta maternidad, el origen de la obra de salvación se reconoció en ella y fue llamada «Madre de la salvación,» «Madre de la restauración de todas las cosas.»

Una reflexión doctrinal más detallada, había hecho entender cómo María no sólo era la Madre que había dado a luz al Redentor para la humanidad, sino también aquella que había participado muy especialmente de los sufrimientos de la pasión y del ofrecimiento del sacrificio. El título de Corredentora expresa esta nueva perspectiva: la asociación de la Madre en la obra redentora del Hijo.

Se debe hacer notar que este título no reta la absoluta primacía de Cristo, ya que en ningún momento sugiere una igualdad. Sólo Cristo es llamado el Redentor; Él no es Corredentor, sino simplemente Redentor. En su función como Corredentora, María ofreció su colaboración maternal en la obra de su Hijo, una colaboración que implica dependencia y sumisión, ya que sólo Cristo es el maestro absoluto de su propia obra.

La corredención asume una forma única en María, en virtud de su oficio de Madre. Sin embargo, debemos hablar de la corredención en un contexto mucho más amplio, con el objeto de incluir a todos los que están llamados a unirse en la obra de la redención.

En este sentido, todos están destinados a vivir como «corredentores,» y la Iglesia misma es Corredentora. A este respecto, no nos podemos olvidar de lo que afirma Pablo en cuanto a que somos partícipes de la senda redentora de Cristo: en el bautismo somos «sepultados con Cristo» (Rm. 6:4); en fe estamos ya «resucitados con» Él (Col. 2:13; 3:1); «Dios…nos vivificó juntamente con Cristo…y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús» (Ef. 2:5-6).

Esta participación es el resultado de la acción soberana del Padre, pero implica igualmente que nos involucremos personalmente. Siendo partícipes de esta nueva vida de Cristo, somos capaces de cooperar en la obra de salvación. San Pablo tenía una clara conciencia de su misión cuando dijo: «Somos colaboradores de Dios» (I Co. 3:9).

La afirmación es atrevida; sin embargo, el Apóstol no perdió su sentido de trascendencia divina y no quiso igualarse a Dios. Su actividad fue guiada por un designio divino. Llamando a Jesús Señor, lo reconoció como maestro absoluto de su vida y de su actividad, pero esta total dependencia no lo privó de estar consciente de que verdaderamente estaba cooperando con Dios. Si todos están llamados a ser cooperadores con Dios, según la expresión paulina, la «corredención» asume su extensión más amplia. El debate suscitado por la legitimidad del título «Corredentora,» nos ayuda a descubrir de mejor manera nuestra propia misión de corredención.

Algunos han hecho acusaciones de que con los privilegios Marianos se crea un surco entre la Madre de Jesús y nosotros; en realidad, esos privilegios están destinados, en el plan divino, a acercar a María con la humanidad, con el objeto de que la gracia tenga un despliegue más abundante.

Entretanto, la cooperación de María en la redención, con un carácter único y a un nivel sin igual, nos invita a acoger de manera más ardiente nuestra misión y nuestra responsabilidad en un mundo que necesita salvación. Si María no puede ser llamada la Corredentora, tampoco los Cristianos pueden ser considerados como corredentores. La condición que tiene toda la Iglesia en su misión Corredentora, vierte luz sobre María, el primer modelo de cada redención.

 

EL CARÁCTER ÚNICO DE CORREDENCIÓN

El carácter único de la corredención propio de María, se manifiesta sobre todo en su cooperación en el misterio de la encarnación. Con su cooperación, María ejercitó una influencia en toda la obra de salvación y en el destino de todos los seres humanos. Su corredención asume una extensión universal que la diferencía de cualquier otra.

Con objeto de poder entender de mejor manera esta diferencia, uno debe recordar la distinción que propuso Scheeben y que adoptaron muchos teólogos, entre la redención objetiva y la subjetiva.

La objetiva, indica la obra que adquirió todas las gracias de la salvación para la humanidad; esta obra llega a su cumplimiento con la muerte y la glorificación de Cristo. En virtud de la redención objetiva, podemos afirmar que todos los hombres han sido salvados, incluso aquellos que nacerán en el futuro, hasta el fin del mundo.

Sin embargo, la redención objetiva alcanza concretamente su efecto, solamente por medio de la redención subjetiva, esto es, por medio de la aplicación de los frutos del sacrificio redentor en las personas individuales. Esta aplicación se realiza en el curso de la historia en todos los hombres que viven sobre la tierra con la correspondencia de su libertad. Particularmente en los Cristianos, esto consiste en su crecimiento conforme a la gracia, lo cual es favorecido por los sacramentos y por su participación en la vida de la Iglesia. La gracia redentora penetra cada persona con objeto de transformarla, en la medida de su apertura y respuesta.

María cooperó de manera personal para que la gracia se incrementara en su vida. Asimismo, participó en el desarrollo de la comunidad primitiva; con su oración, su testimonio y acción, sostuvo la fortaleza de los primeros discípulos en su unión con Cristo y en su misión evangelizadora. Desde este punto de vista, ella ha sido Corredentora en el campo de la redención subjetiva y su corredención ha tomado la forma más pura y perfecta.

No obstante, su corredención se ejercita sobre todo en la obra de la redención objetiva. Con su cooperación maternal en el nacimiento del Salvador, María ha contribuido de una manera totalmente singular al don de la salvación para toda la humanidad. Ella es la única creatura que recibió el privilegio de cooperar en la ejecución de la redención objetiva: su consentimiento al plan divino era decisivo en el momento de la anunciación.

La afirmación de la corredención no se limita a iluminar el oficio maternal que ganó al Salvador para la humanidad, sino que también le atribuye a María una cooperación que tiene una relación directa en el sacrificio redentor. En tanto que la grandeza de la «Madre de Dios» ha sido afirmada desde los primeros siglos, ha sido necesario un tiempo más largo para tomar explícitamente en consideración su compromiso en el sacrificio redentor.

En el Este, un monje bizantino a finales del Siglo X, Juan el Geómetra, fue el primero en enunciar la participación de María en la pasión con una intención de redención. En Occidente, San Bernardo (+1153) subraya, en relación a la presentación de Jesús en el templo, el ofrecimiento que hizo María para nuestra reconciliación con Dios.

Su discípulo y amigo, Arnoldo de Chartres (+ después de 1156), al contemplar el sacrificio del calvario, discierne en la cruz «dos altares, uno en el corazón de María, el otro en el cuerpo de Cristo. Cristo inmoló su propia carne, María su propia alma». «Ambos ofrecieron igualmente a Dios el mismo holocausto». De esta manera, María «obtuvo con Cristo la meta común de la salvación del mundo». Arnoldo ha sido llamado protagonista de la corredención mariana, porque expresó claramente el elemento más específico que caracterizaría entonces la doctrina de la corredención: una cooperación en la redención objetiva, no sólo con la maternidad que obtiene al Salvador para la humanidad (cooperación llamada mediata o indirecta), sino también al asociarse en el ofrecimiento del sacrificio redentor (redención inmediata o directa).

Esta cooperación en la obra redentora encuentra un fundamento sólido en el Evangelio. De hecho, el mensaje de la anunciación no sólo ilustra a María sobre la personalidad de su Hijo, sino también sobre su obra mesiánica, por lo que su consentimiento implica sumisión al servicio de esta obra.

La presentación de Jesús en el templo toma un nuevo significado después de la profecía de Simeón, ya que María puede vislumbrar la espada que está destinada a perforar su alma: el gesto del ofrecimiento de su Hijo está orientado hacia un drama misterioso, al punto que aquí podemos ver delineado el primer ofrecimiento del sacrificio redentor, un ofrecimiento más específicamente materno. La presencia de María en el calvario, al lado de Cristo crucificado, manifiesta la voluntad de la Madre de unirse con la intención del Hijo, y de compartir su sufrimiento para el cumplimiento de su obra.

El concilio Vaticano II reconoció claramente esta cooperación. Al comentar la respuesta de María al mensaje del ángel, el Vaticano II afirmó que María «se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente» (LG. n. 56).

Esto es lo que acentúa su continua unión con Cristo al cooperar con su obra: «concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia». (ibid., n. 61).

Sin utilizar el término «Corredentora,» el concilio claramente enunció la doctrina: una cooperación de índole única, una cooperación maternal en la vida y obra del Salvador, que alcanza su ápice al participar del sacrificio en el calvario, y que está orientada a restaurar sobrenaturalmente a las almas. Esta cooperación está en los orígenes de la maternidad espiritual de María.

 

MARÍA FUÉ REDIMIDA PARA PODER SER CORREDENTORA

La cooperación de María en la redención objetiva plantea con un mayor enfoque el problema del único Salvador. Jesús mismo está considerado como el único Redentor, al declarar que el Hijo del Hombre vino a servir y «a dar su vida como rescate por muchos» (Mc. 10:45; Mt. 20:28). No hay otro rescate más que el de su propia vida; ninguna otra fuente de salvación, fuera de su sacrificio. Esta declaración encuentra un eco en la afirmación de la Primera Epístola a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1Tm 2:5-6).

Este último texto ha sido frecuentemente invocado con el objeto de excluir, tanto la corredención, como el título de mediadora aplicado a María. Algunos no dejan de mencionar esta afirmación sobre el único mediador, para combatir la doctrina mariana. No obstante, como lo ha subrayado el Vaticano II: «la mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente» (LG. n. 62).

En su misión de cooperación, María de ninguna manera entra en competencia con Cristo y tampoco se convierte en otra fuente de gracia junto a Él. Ella recibe del único Redentor su habilidad de cooperar, por lo que Cristo permanece siendo la única fuente. El concilio enuncia de manera más precisa esta verdad que es esencial para entender la doctrina de la corredención: la influencia que ejerce la Virgen para la salvación del hombre «fluye de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder» (LG. n. 60).

En la carta a Timoteo, es claro que el principio del único mediador no excluye otras mediaciones participativas, ya que el autor recomienda oraciones e intercesiones por todos los hombres, que es como decir, una mediación de intercesión fundada en la mediación de Cristo. Es más, recordemos que la afirmación del único mediador que se ofrece a sí mismo como rescate por todos simplemente transfiere, en términos consonantes al idioma griego, la palabra de Jesús acerca del Hijo del Hombre que ha venido para dar su propia vida como rescate por muchos.

Ahora bien, conforme enunciaba que su misión era aquella del único Salvador, Jesús deseaba que sus discípulos compartieran esta actitud de servicio y sacrificio. En este sentido, Él quería que ellos participaran de su misión. Su intención no era en lo absoluto excluir cualquier participación.

No obstante, la doctrina de participación en la redención objetiva, tenía que enfrentar otra objeción. ¿Cómo pudo María haber contribuido con la redención objetiva, cuando ella misma necesitaba ser redimida? Si ella cooperó con esta redención, fue porque sin ella, la redención no se había cumplido aún. Pero en el caso de que esta redención no se había cumplido aún, ella misma no podía beneficiarse de ella. Asimismo, la corredención supondría que la redención está en el acto de ser cumplida y que ya se ha realizado, algo que es contradictorio.

La contradicción desaparece cuando uno entiende la naturaleza particular de la redención ya prevista y que pertenece a la Corredentora. Es muy cierto que María tenía que ser rescatada para poder colaborar activamente en la obra de salvación. Debemos también añadir que esta condición de ser rescatada contribuye a darle un sentido a su cooperación: María se distingue de Cristo por su contribución en la obra, no sólo porque es simplemente una criatura y porque es mujer, sino también porque ha sido rescatada.

Su ejemplo nos ayuda a entender de mejor manera, que incluso aquellos que necesitan ser redimidos, están llamados a colaborar en la obra de la redención. Sin embargo, en María existe algo único: de acuerdo con la Bula que definió la Inmaculada Concepción, ella ha sido rescatada «de una manera más sublime.»

Esta distinción más elevada consiste sobre todo en el hecho de que María fue rescatada antes de que se efectuara la redención de toda la humanidad y con el objeto de que se efectuara con su cooperación. La primera intención del sacrificio redentor, según el plan divino, tenía que ver con el rescate de María, realizado con miras a nuestro rescate. Cristo redimió en primer término a su propia Madre, después, con su colaboración, al resto de la humanidad.

Por lo tanto, mientras ella fue asociada al sacrificio del calvario, María ya se había beneficiado, ante todo, de los frutos del sacrificio, y actuó en la capacidad de una criatura rescatada. Pero ella cooperó verdaderamente en la redención objetiva, en la adquisición de las gracias de la salvación para toda la humanidad.

Su redención fue comprada antes que la de otros seres humanos. María fue rescatada únicamente por Cristo, para que toda la humanidad fuera rescatada por Cristo con la colaboración de su Madre. Por ello, no existe contradicción: la corredención implica la redención prevista de María, pero no el cumplimiento previsto de la redención de la humanidad; expresa la situación única de la Madre quien, al haber recibido una gracia singular de su propio Hijo, coopera con Él para obtener la salvación de todos.

 

EL OFRECIMIENTO MATERNO DE MARÍA

¿Cómo puede uno cualificar con exactitud la actitud de María en el drama del calvario?.

Los primeros defensores de la corredención en Occidente, San Bernardo y Arnoldo de Chartres, definieron esta actitud como un ofrecimiento: María ofreció a su propio Hijo, o junto con su propio Hijo, ofreció un solo holocausto.

Pero al parecer, en el tiempo que se desarrollaba el concilio, la afirmación de un solo ofrecimiento provocó algo de resistencia. En el borrador que se sometió a los padres del concilio, se decía que María ofreció a la víctima que ella había engendrado, con Cristo y a través de Él; sin embargo, el texto ya revisado, se limitó a decir que María había consentido con amor a la inmolación de la víctima, porque el Vaticano II no quiso decidir sobre una cuestión que había sido objeto de recientes discusiones.

Más específicamente, algunos teólogos prefirieron hablar de aceptación en lugar de ofrecimiento. Un teólogo alemán, H.M. Köster, había publicado un trabajo que llamaba la atención, por la forma en que presentaba la cooperación de María como una simple aceptación de la obra redentora realizada por Cristo. Basando su punto de referencia en la teología de la Alianza, reconocía la necesidad de consentir con la obra de salvación, y afirmaba que, como representante de la humanidad, María había aceptado la obra llevada a cabo por Cristo, pero sin haberse asociado ella misma de manera activa. Deseaba evitar atribuir a María una acción que le habría podido quitar a Cristo la propiedad de ser el único Salvador; por lo tanto, se limitó a afirmar una causalidad receptiva.

Sin embargo, incluso una simple aceptación no podría haber sido asimilada en una mera pasividad o receptividad. La aceptación del mensaje del ángel implicaba para María un compromiso en la obra redentora. Más aún, la actitud de María no se limitó a la aceptación: en la presentación de Jesús en el templo, ofrece a su propio Hijo, sabiendo que este ofrecimiento la expone a una espada de sufrimiento. En el calvario ella muestra, con su deliberada presencia junto a la cruz de su Hijo, que ella quiere compartir su sacrificio. Jesús mismo acepta esta intención de participar en su obra, confiriéndole una nueva maternidad.

En tanto que el concilio se abstuvo de hablar de ofrecimiento con el objeto de no declararse por una opinión teológica en detrimento de otra, describe la participación de María en el drama de la pasión al declarar que, manteniéndose según el designio divino, «sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio» (LG. n. 58). El haber consentido con amor a la inmolación de la víctima, le proporcionó la unión más profunda con el sacrificio redentor, una participación significativa en el ofrecimiento.

No hay razón para temer afirmar este ofrecimiento, que no es una repetición inútil del ofrecimiento de Cristo ni tampoco compite con él. No pone en duda la unicidad del ofrecimiento supremo del Redentor; más bien, recibe su realidad de este.

María no hace más que ofrecer a su propio Hijo y ofrecerse ella misma y su dolor personal, y esto lo hace sólo a través de su propio Hijo. Más particularmente, el ofrecimiento con el que María se une al sacrificio redentor no es un ofrecimiento sacerdotal, que implicaría para la Madre una participación en el sacerdocio de Jesús. Es un ofrecimiento de madre muy particular y lo diferencía del ofrecimiento sacerdotal.

Al tener un carácter maternal, no es una copia del ofrecimiento de Cristo y tiene su propia raison d´être. Ofrece una contribución específica al aspecto humano del drama de la pasión. Esto también aclara la posición de la mujer con respecto al sacerdocio.

María no se ocupa del ministerio sacerdotal pero, en su capacidad como mujer, juega un papel importante e indispensable en la obra de la salvación. Está profundamente comprometida con el sacrificio redentor por derecho maternal y ofrece una cooperación tan necesaria a la obra sacerdotal de Cristo, que el Padre, en su soberano designio, requirió de esta presencia femenina para poder otorgar la salvación al mundo.

 

MÉRITO CORREDENTOR DE MARÍA

Totalmente asociada al sacrificio redentor, María está unida al mérito de Cristo. Con su ofrecimiento, el Redentor mereció la salvación de la humanidad. La oblación maternal de la Corredentora ha tenido por igual un valor universalmente meritorio, pero un valor que no puede quitarle mérito al propio efecto del sacrificio sacerdotal de Cristo.

El Salvador obtuvo para todos los hombres una sobreabundancia de gracias que no admite deficiencias y no puede necesitar un complemento. Por ello el problema: Si Cristo ha obtenido el mérito de todas las gracias, ¿cuál puede ser el objeto del mérito corredentor de María?.

Los estudios doctrinales que admiten una especie de fusión entre la cooperación de María y la actividad redentora de Jesús, evitan el problema de tal forma, que la Madre y el Hijo forman un sólo principio de eficacia salvífica, sin que sea necesario hacer una distinción entre la parte que le toca a uno y la parte del otro. Pero esta manera tan radical de concebir la asociación de María en la obra de Cristo es muy debatible, porque no puede reconocer a Cristo como el único Redentor de la humanidad y porque tiende a hacer de María una redentora unida al Redentor.

La mayoría de los teólogos que han reflexionado sobre la corredención, han buscado lo que podría distinguirse entre el mérito de María y el de Cristo. Afirmaron que María había merecido en virtud del mérito de congruo [di convenienza], lo que Cristo había merecido por el mérito de condigno [di condignità]. El mérito de condigno se basa, proporcionalmente, entre la acción meritoria y su objeto. Jesús, teniendo el poder de ser Salvador, mereció en estricta justicia (de condigno), la salvación de la humanidad, ya que hay una proporción entre el valor de su ofrecimiento redentor y los beneficios que se revirtieron sobre la humanidad.

No obstante, y de acuerdo con muchos teólogos, el mérito de María sólo podría ser de congruo [di convenienza]: en tanto que no está en proporción con la salvación de la humanidad, sin embargo ha sido elevado, por la intervención divina, a un nivel superior de eficacia, por lo que María pudo contribuir al merecimiento de la salvación eterna.

El principio se enuncia con frecuencia: «Todo lo que Cristo mereció en estricta justicia (de condigno), María lo mereció por benevolencia (de congruo),» un principio que también fue adoptado en una encíclica de Pío X, con una ligera modificación de perspectiva. A veces el mérito de María también ha sido llamado «supercongruo» en virtud de su excelencia excepcional.

Sin embargo, esta solución que se ha propuesto de manera común para indicar la distinción que existe entre el mérito de Cristo y el de María, enfrenta una dificultad fundamental: ¿no es superfluo un mérito que consiste en obtener, por medio de un título inferior, lo que otro mérito ya ha obtenido?. ¿Porqué habría uno de querer merecer lo que ya ha sido adquirido por el mérito de otros?. Todo lo que se ha merecido por Cristo en la obra de redención no debe — y no puede — constituir el objeto de otro mérito.

La dificultad puede superarse sólo si uno considera más atentamente en qué consiste el mérito de Cristo. Cristo ha merecido con su sacrificio, su glorioso triunfo; el primer objeto de su mérito, es su resurrección. Habiendo merecido su propia glorificación, mereció para la humanidad la gracia que se comunica por medio del poder del Salvador glorificado.

El mérito de María debe ser entendido a la luz de este mérito de Cristo. Con su participación en el sacrificio redentor, la Madre de Jesús mereció tener poder maternal para colaborar en la distribución de la gracia. Ella mereció la redención bajo un aspecto particular: la gracia que alcanza al hombre por medio de su mediación maternal. He aquí el objeto específico de su mérito. María merece apropiadamente la modalidad, en virtud de la cual la gracia asume un aspecto maternal con el objeto de ser comunicada a la humanidad. Por ello, se afirma la diferencia que existe entre su función y la de Cristo.

 

DE LA CORREDENCIÓN A LA MATERNIDAD DE LA GRACIA

Al reconocer la maternidad universal de María en el orden de la gracia como el objeto propio de su mérito en la cooperación del sacrificio redentor, uno evita las afirmaciones que se hacen de un mérito superfluo o algo que sea añadido o superlativo, y es llevado a discernir el valor que tiene la contribución de María en la obra de la salvación.

De manera más precisa, se hace posible proponer una solución que ofrezca una respuesta al conflicto doctrinal sobre la naturaleza del mérito, el conflicto entre aquellos que se limitan a atribuir a María un mérito de congruo [di convenienza], al subrayar con mayor claridad la primacía de Cristo, y aquellos que no dudan en afirmar un mérito de condigno [di condignità].

Por otro lado, es importante admitir la congruencia apropiada de la actividad Corredentora de María. Para la redención de la humanidad esta actividad no era necesaria y el plan divino de salvación habría podido prever de manera única, la acción redentora del Hijo de Dios hecho hombre sin requerir de la colaboración de su Madre. En virtud del sacrificio redentor, la humanidad habría recibido abundantemente las gracias de salvación merecidas por Cristo.

Pero el plan divino proporcionó la cooperación maternal de María, otorgando a la mujer una función esencial en la obra de salvación. Hubo aquí congruencia con la intención divina, al conferir a la mujer la plenitud de su dignidad, comprometiéndola plenamente al emprender la restauración del mundo. Esta intención fue manifestada en el oráculo del Protoevangelio, al anunciar la lucha entre la mujer y los poderes del mal.

Era apropiado que al asociar al hombre y a la mujer en el drama de la caída, correspondiera una asociación de la nueva Eva con el nuevo Adán. Desde esta perspectiva, el mérito corredentor de María puede dársele el calificativo de mérito de adecuación.

Por otro lado y con objeto de poder apreciar el valor de ese mérito, es también importante considerar las condiciones en las que alcanzó su propio objetivo. Uno debe preguntarse sobre todo, si la propiedad característica del mérito de estricta justicia [dicondignità], verifica la proporción que existe entre la actividad meritoria y el efecto obtenido. Esta proporción existe en María en virtud de su oficio de Madre de Dios, que le permite adquirir su función como Madre de todos los hombres en el orden de la gracia.

Como Madre de Dios, María posee una maternidad que está abierta hacia el infinito, y precisamente esta maternidad se convierte, con la corredención, en una maternidad universal que distribuye la gracia. Esta maternidad universal -y es correcto subrayar esto- no es simplemente la consecuencia inmediata de la maternidad divina, sino que es el fruto del sacrificio.

Lo mismo se dice en primera instancia de Cristo, quien no se convirtió en la Cabeza de la humanidad salvada, solamente en virtud de la encarnación, sino que por haberse humillado a sí mismo en obediencia de la cruz, mereció este glorioso poder como Salvador.

Analógicamente, ella que se convirtió en Madre de Dios en el misterio de la encarnación mereció, con su obediencia y su ofrecimiento materno, la maternidad espiritual sobre todos los hombres. Jesús mismo nos da a entender esta verdad cuando pronuncia las palabras en el calvario: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn. 19:26). Al darle a María como hijo al discípulo amado, Él le pide que acepte el cumplimiento del sacrificio: María debe aceptar perder a su propio y único Hijo, para poder recibir otro hijo. Como fruto de su unión con el sacrificio redentor, María se convierte en la Madre del discípulo, en una nueva maternidad que tipifica una maternidad universal.

Esto aclara la proporción que caracteriza el mérito de la Corredentora. Como Madre de Dios, María consintió perder a su propio Hijo, el Hijo de Dios, y recibió a cambio como hijos, a todos los hombres destinados a compartir la filiación divina de Jesús. Ella no mereció la gracia en su realidad fundamental, sino en la modalidad materna con la cual es comunicada a la humanidad.

Por lo tanto, su mérito corredentor, siendo un mérito de condigno [di condignità], tiene sólo un valor secundario con respecto al mérito de Cristo. Los cristianos no pueden olvidar que, si reciben el afecto y la ayuda maternal de María, se lo deben al sacrificio ofrecido en el calvario por la Madre del Redentor. María pagó un precio muy alto, el de la corredención, la maternidad que hace que la vida cristiana sea más segura y más regocijante.


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María Corredentora: respuesta a 7 objeciones comunes

El 23 de Diciembre del 2000, La revista New York Times publicó como artículo principal en su sección “Artes e Ideas” sobre el movimiento Vox Populi Mariae Mediatrici, que busca la definición papal de la Santísima Virgen María como Corredentora, Mediadora de todas las gracias y Abogada.

Aunque diversas en sus formulaciones, la mayoría de las objeciones a las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la Santísima Virgen como “Corredentora” caen sobre las mismas categorías básicas. Lo que aquí se presenta, es un resumen de las objeciones comunes tomadas principalmente de las publicaciones recientes, tanto Cristianas como seculares. Una respuesta resumida se presenta a cada objeción.Este artículo fue reimpreso de inmediato en un gran número de los principales periódicos de USA, renovando de esta manera un debate acalorado y bizarro en todo el país sobre el concepto de la Santísima Virgen como “Corredentora”, tanto adentro como afuera de los círculos pensantes de la Iglesia.

1ª. Objeción: El nombrar a María “Corredentora”, la pone en un mismo nivel con Jesucristo, el Hijo Divino de Dios, haciéndola algo como una cuarta persona de la Trinidad, una diosa o casi divina diosa, lo cual es una blasfemia para cualquier Cristiano verdadero.

El uso en la Iglesia Católica del título “Corredentora”, como está aplicado a la Madre de Jesús, de ninguna manera pone a María en un nivel de igualdad con Jesucristo el Divino Redentor. Hay una diferencia infinita entre la persona divina de Jesucristo y la persona humana de María. Más bien, la enseñanza papal ha usado el título “Corredentora”, para referirse a la participación excepcional de la Madre de Jesús con y supeditada a su divino hijo en la obra de la redención humana.

El término “corredentora” es adecuadamente traducido como “la mujer con el redentor”, o más literalmente como “la que re-adquirió con (el redentor)”. El prefijo “co” viene del término del Latín “cum”, que significa “con” y no “igual a”. Corredentora por tanto, como se aplica a María, se refiere a su cooperación excepcional con y supeditada a su divino hijo Jesucristo, en la redención de la familia humana, como está manifestado en la Escritura Cristiana.

Con el libre y activo “fiat” de María a la invitación del Ángel Gabriel para convertirse en la madre de Jesús, “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38), cooperó excepcionalmente con la obra de la redención al darle al Redentor su cuerpo, el que fuera el instrumento mismo de la redención humana. “Hemos sido santificados merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10:10), y el cuerpo de Jesucristo le es dado a través de la libre, activa y única cooperación de la Virgen María. En virtud de haber dado carne a la “Palabra hecha carne” (Jn 1:14), la que en turno redimió a la humanidad, la Virgen de Nazaret merece excepcionalmente el título de Corredentora. En las palabras de la extinta Madre Teresa de Calcuta: “Desde luego, María es Corredentora –le dio a Jesús su cuerpo, y su cuerpo es el que nos salvó”.1

La profecía de Simeón en el templo, en el Nuevo Testamento, también revela la sufriente y corredentiva misión de María en unión directa con su hijo Redentor en su unificada obra de la redención: “Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ¨Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- …” (Lc 2:34-35).

Pero la culminación del rol de María como Corredentora supeditada a su divino hijo se da al pie de la Cruz, donde el sufrimiento total del corazón de la madre es obedientemente unido a los sufrimientos del corazón del Hijo, en el cumplimiento del plan de redención del Padre (Cf. Ga 4:4).

Como un fruto de este sufrimiento redentor, María es dada por el Salvador crucificado como la madre espiritual de todos los pueblos “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!´. Luego dice al discípulo, ´Ahí tienes a tu madre!” (Jn 19:27). Como lo describió el Papa Juan Pablo II, María fue “Crucificada espiritualmente con su Hijo crucificado”2. Aun después de haber logrado la adquisición de las gracias de la redención en el Calvario, el rol corredentivo de María continúa en la distribución de esas gracias salvadoras a los corazones de la humanidad.

Los escritores Cristianos y Padres de la Iglesia primitiva explicaron la corredención Mariana con gran profundidad y simplicidad, en el primer modelo teológico de María como la “Nueva Eva”.

Esencialmente enunciaron que como Eva, la primera “madre de los vivientes” (Gn3:20) fue instrumental directamente con Adán el padre de la raza humana, en la pérdida de la gracia para toda la humanidad, así también María, la “Nueva Eva”, fue directamente instrumental con Jesucristo, a quien San Pablo llama el “Nuevo Adán” (Cf. 1 Co 15:45-48), en la restauración de la gracia para toda la humanidad. En palabras del Padre de la Iglesia del Siglo II, San Irineo: “Así como Eva, esposa de Adán, aún una virgen, se convirtió por su desobediencia en la causa de muerte para sí misma y para toda la raza humana, así también María, esposa pero también virgen, se convirtió por su obediencia en la causa de salvación para ella y para toda la raza humana”3.

A la luz de su excepcional y directa cooperación con el Redentor en la restauración de la gracia para la familia humana (Cf. Gn 3:15), María fue universalmente conocida en la Iglesia primitiva como la “Nueva Madre de los Vivientes”, y su corredención instrumental con Cristo fue también sintetizada en la expresión sucinta del Padre de la Iglesia del Siglo IV, San Jerónimo: “Muerte a través de Eva, vida a través de María”4.

A lo largo de toda de la Tradición Cristiana existen referencias explícitas sobre la corredención Mariana, como una participación excepcional de María con y supeditada a Jesucristo, en “re-adquirir” o redimir a la humanidad de la esclavitud de Satanás y del pecado. Por ejemplo, Modesto de Jerusalén, escritor de la Iglesia del siglo VII, declaró que a través de María somos “redimidos de la tiranía del demonio”5. San Juan Damaceno (Siglo VIII) la saluda diciendo: “Os saludo, a través de quien hemos sido redimidos de la maldición”6. San Bernardo de Clairvaux (Siglo XII) predica que, “a través de Ella, “el hombre fue redimido”7. El gran doctor Franciscano, San Buenaventura (Siglo XIII), sintetizó magistralmente la Tradición Cristiana en esta enseñanza: “Aquella mujer (entiéndase Eva), nos sacó del paraíso y nos vendió; pero ésta (María) nos trajo de nuevo y nos compró”8.

Aunque nunca hubo ninguna objeción en la mente de los padres y doctores de la Iglesia, de la total y radical dependencia de la participación de la Santísima Virgen en la obra divina y en los méritos de Jesucristo, sin embargo, la Tradición Cristiana primitiva no tuvo ningún reparo en enseñar y predicar la íntima participación sin paralelo de la mujer, María, en la re-adquisición o la redención de la raza humana de la esclavitud de Satanás. Así como la humanidad fue vendida por un hombre y una mujer, así también fue la voluntad de Dios que la humanidad fuese redimida por un Hombre y una mujer.

En sobre este rico fundamento Cristiano que los papas y santos del Siglo XX, han usado el título de Corredentora para referirse al rol excepcional de María en la redención humana, como ha sido ejemplificado en el uso contemporáneo de Corredentora para María por el Papa Juan Pablo II en cinco ocasiones durante su pontificado9.

“Corredentora”, como ha sido usado por los papas, no significa que María es una diosa igual a Jesucristo, al igual que la identificación que hace San Pablo de todos los Cristianos como “Colaboradores de Dios” (1 Co 3:9), no significa que todos los Cristianos son dioses igual al único Dios.

Todos los Cristianos son correctamente llamados a ser colaboradores o “corredentores” con Jesucristo (Cf. Col 1:24) en la recepción y cooperación con la gracia necesaria para la propia redención y la redención de otros –la redención personal subjetiva se hizo posible por la redención histórica objetiva o “readquisición” alcanzada por Jesucristo, el “Nuevo Adán”, el Redentor, y por María, la “Nueva Eva”, la Corredentora.

2ª. Objeción: El llamar a la Santísima Virgen María “Corredentora”, está contra el propio ecumenismo Cristiano, puesto que lleva a la división entre Católicos y otros Cristianos.

La objeción más comúnmente planteada y argumentada al uso de Corredentora (esto aún sin ninguna definición potencial de la doctrina), es su oposición percibida al ecumenismo Cristiano. Por lo tanto, debemos empezar con una definición precisa del auténtico ecumenismo Cristiano y su actividad apropiada correspondiente, como está entendido por la Iglesia Católica.

En su documento papal sobre ecumenismo, Ut Unum Sint, (“que todos sean uno” Jn 17:21), el Papa Juan Pablo II define el auténtico ecumenismo Cristiano en términos de oración “como el alma” y el diálogo “como el cuerpo” trabajando hacia la meta final de una verdadera y duradera unidad Cristiana10. Al mismo tiempo, el imperativo Católico de trabajar y esforzarse por la unidad Cristiana, no permite de ninguna manera la reducción o dilución de la enseñanza doctrinal Católica, ya que esto sería tanto la carencia de integridad Católica como concurrentemente desviarse en un diálogo con otros Cristianos no Católicos, sobre qué es lo que realmente cree la Iglesia Católica.

Tal como enseña claramente el Concilio Vaticano Segundo en términos del diálogo ecuménico: “Es de todo necesario que se exponga claramente toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña la pureza de la doctrina Católica y oscurece su sentido genuino y definido”11 .

Juan Pablo II explica además: “En relación al estudio de las divergencias, el Concilio pide que se presente toda la doctrina con claridad. Al mismo tiempo, exige que el modo y el método de anunciar la fe católica no sea un obstáculo para el diálogo con nuestros hermanos y hermanas…La plena comunión deberá realizarse en la aceptación de toda la verdad, en la que el Espíritu Santo introduce a los discípulos de Cristo. Por tanto, debe evitarse absolutamente toda forma de reduccionismo o de fácil estar de acuerdo”12

Un exacto entendimiento, entonces, del ecumenismo desde la perspectiva Católica, es el mandato crítico de la Iglesia de orar, dialogar y trabajar en caridad y en verdad en la búsqueda de la verdadera unidad Cristiana entre todos los hermanos y hermanas en Cristo, pero sin ninguna componenda en presentar la totalidad de las enseñanzas doctrinales de la Iglesia. El Papa actual, tan personalmente dedicado a la auténtica unidad Cristiana, nuevamente afirma:
“La unidad querida por Dios sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada. En materia de fe, una solución de compromiso está en contradicción con Dios que es la Verdad. En el Cuerpo de Cristo que es ´camino, verdad y vida´ (Jn 14:6), ¿quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad?”13 .

Ahora apliquemos este entendimiento de ecumenismo al asunto de María Corredentora. El título Corredentora para María ha sido usado en repetidas enseñanzas papales, y la doctrina de la corredención Mariana, como la excepcional participación Mariana con y supeditada bajo Jesucristo en la redención de la humanidad, constituye la repetida enseñanza del Concilio Vaticano Segundo:
…(Ella) se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con El y bajo El, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón pues, los Santos Padres estiman a María no como un instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y la obediencia14.

Y más aún:
Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma15.

Y más delante:
(Ella)…concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, y padeciendo con su Hijo mientras El moría en la cruz, cooperó en forma de todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo, es nuestra madre en el orden de la gracia16.

De esta manera, no hay duda que la Corredención Mariana constituye la enseñanza doctrinal de la Iglesia Católica, y como tal, debe ser presentada en cualquier enunciamiento verdadero de la enseñanza Católica, la cual incluye críticamente el dominio del verdadero diálogo ecuménico.

Por tanto el expresar que el título y la doctrina de María Corredentora es en alguna manera contrario a la misión ecuménica de la Iglesia, es fundamentalmente malentender la misión ecuménica de la Iglesia misma. Una doctrina Católica completa, incluyendo la doctrina de la corredención Mariana, debe ser incluida para cualquier diálogo que busque la unidad Cristiana. Más aún, la intencionada ausencia de María Corredentora en el diálogo total ecuménico y en la totalidad de la misión ecuménica de la Iglesia, carecería de integridad y justicia para el ecumenismo Católico hacia los Cristianos no Católicos quienes han traído por su parte, presumiblemente, la totalidad de las enseñanzas del cuerpo eclesial de sus doctrinas a la mesa del diálogo. Regresando a la exhortación Cristiana de Juan Pablo II: “En el Cuerpo de Cristo que es ´camino, verdad y vida´ (Jn 14:6), ¿quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad?”17 .

De esta manera, el llamar a la Santísima Virgen María como “Corredentora” a la luz de la Escritura Cristiana y la Tradición Cristiana, no es de ninguna manera contraria al ecumenismo, sino más bien constituye un elemento esencial de la integridad Cristiana demandada por el ecumenismo, puesto que la Corredención Mariana constituye una enseñanza doctrinal de la Iglesia Católica.

De hecho, si la doctrina de la Corredentora constituye actualmente una fuente de confusión para algunos Cristianos, connotando para algunos una imagen de diosa u otros conceptos de exceso Mariano, entonces aparece más aún apropiado que un claro enunciamiento de esta doctrina sea dado a los hermanos y hermanas Cristianos en el diálogo ecuménico.

También hay el beneficio potencial de una definición papal formal, proveyendo la mayor claridad posible de la más alta autoridad Católica posible. En palabras del extinto Cardenal Juan O´Connors de New York: “Claramente, una definición papal formal sería enunciada en una terminología tan precisa, que otros Cristianos perderían su ansiedad de que nosotros no distinguimos adecuadamente entre la asociación excepcional de María con Cristo y el poder redentor ejercido por Cristo solo18”.

Otra perspectiva legítima ecuménica sobre la corredención Mariana y su subsecuente maternidad espiritual, es la que, como madre de todos los pueblos, María puede ser el medio principal de unidad Cristiana entre los hermanos y hermanas Cristianos divididos, en lugar de ser un obstáculo. El pastor Luterano, Rev. Dr. Charles Dickson, hace un llamado a los Cristianos Protestantes a re-examinar la defensa y devoción positiva Mariana documentada de muchos de sus fundadores como ha sido manifestada, por ejemplo, en palabras de Martín Lutero en sus Comentarios sobre el Magnificat: “Que la tierna Madre de Dios misma me procure el espíritu de sabiduría para que beneficiosa y profundamente exponga esta su canción… Que Cristo nos dé el correcto entendimiento…por medio de la intercesión y a favor de Su amada Madre María…”19. Lutero continúa llamando a María el “taller de Dios”, la “Reina del cielo”, y declara: “La Virgen María quiere decir, simplemente, que su alegría será cantada de una generación a otra de tal manera que nunca habrá un tiempo en el que Ella no sea glorificada”20.

Sobre el rol de la maternidad espiritual de María como un instrumento de la unidad Cristiana, el Dr. Dickson comenta más adelante:
En nuestro tiempo, aún estamos todavía presenciando las divisiones trágicas entre los Cristianos del mundo. Aún así, parados al borde de una nueva era ecuménica, María como el modelo de catolicidad o universalidad, resulta aún más importante. En el curso de muchos siglos desde los inicios de la Iglesia, desde el tiempo de María y los Apóstoles, la maternidad de la Iglesia fue una.

Esta maternidad fundamental no puede ser desvanecida, aunque ocurran las divisiones. María, a través de su maternidad, mantiene la universalidad del rebaño de Cristo. Y mientras la comunidad Cristiana entera vuelve hacia Ella, se incrementa la posibilidad de un renacimiento y de una reconciliación. Por tanto María, la madre de la Iglesia, es también una fuente de reconciliación entre sus hijos dispersos y divididos21.

3ª. Objeción: El llamar a la Madre de Jesús, “Corredentora” o su subsecuente rol como “Mediadora”, implica un role de mediación por alguien más que Jesucristo, pero las escrituras llanamente declaran en 1 Timoteo 2:5 “Porque hay un solo Dios,y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también”, y por tanto ninguna criatura puede ser correctamente un mediador.

La definición de “mediador” (en Griego, mesitis –“va en medio”), es una persona que interviene entre otras dos personas o partes con la meta de unir o reconciliar las partes. Aplicando este término a Jesucristo, San Pablo en verdad declara que hay un solo mediador entre las partes de Dios y la humanidad, nombrado el “hombre Cristo Jesús”. Por tanto, nadie llega a Dios Padre excepto a través de la única, perfecta mediación de Jesucristo.

Pero la pregunta permanece aún, ¿La única perfecta mediación de Jesucristo previene o más bien provee para que otros participen subsidiariamente de la única mediación de Jesucristo?

En otras palabras, ¿La única mediación exclusiva de Cristo previene a cualquier criatura de participar de esa esencial única mediación? o más bien, ¿su divina y humana perfección permite a otros el participar en su única mediación de una manera subsidiaria y secundaria?

Las Escritura Cristiana ofrece ejemplos similares a esta cuestión de la mediación donde los Cristianos están obligados a participar en algo que también es “único”, exclusivo y dependiente enteramente de la persona de Jesucristo.

La Filiación única de Jesucristo. Hay un solo verdadero hijo de Dios, Jesucristo, quien procede de Dios Padre (1 Jn 1-4). Pero todos los Cristianos son llamados a participar en la filiación única y verdadera de Jesucristo por medio de convertirse en “hijos adoptivos” en Cristo (cf 2 Co 5:17; 1 Jn 3:1; Ga 2:20), como una verdadera participación en la filiación de Cristo a través del bautismo el que permite a los hijos e hijas adoptivas también compartir en la herencia del Hijo único, la vida eterna.

Viviendo en el Cristo Unico. Todos los Cristianos son llamados a participar en la “vida única” de Jesucristo. Por la gracia se participa en la vida y en el amor de Jesucristo, y a través de El, en la vida y el amor de la Trinidad. Como San Pablo enseña: “y no vivo yo, sino Cristo quien vive en mí” (Ga 2:20), y Pedro (2 P 1:14) invita a los Cristianos a convertirse en “copartícipes de la naturaleza divina”, vivir en el Cristo único y por tanto vivir en la vida de la Trinidad.

El Sacerdocio único de Jesucristo. Todos los Cristianos también han sido llamados a participar en diferentes grados del sacerdocio único de Jesucristo. El libro de los Hebreos identifica a Jesucristo como el único “sumo sacerdote” (cf Hb 3:1; 4:14; 5:10) que ofrece en gran sacrificio espiritual de si mismo en el Calvario. Y aún más, las Escrituras invitan a todos los Cristianos, aunque en diferentes niveles de participación –ministerial (cf Hch 14:22) o real (1 P 2:9)- a participar en el sacerdocio único de Jesucristo en el ofrecimiento del “sacrificio espiritual”. Todos los Cristianos son instruidos a “ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios” (1 P 2:5, 2:9).

En todos estos casos, el Nuevo Testamento llama a los Cristianos a compartir en aquello que es uno y único de Jesucristo, el Alfa y Omega, en niveles verdaderos pero subordinados de participación.

Entonces, en referencia a Cristo el único Mediador (1 Tm 2:5), vemos el mismo imperativo Cristiano para que otros compartan o participen en la única mediación de Jesucristo, pero en una mediación secundaria enteramente dependiente sobre la única perfecta mediación de Jesucristo.

Entonces este asunto cristológico crucial debe ser preguntado de esta manera: ¿El tal compartir subordinado en la mediación única de Cristo obscurece la única mediación de Cristo, o más bien manifiesta la gloria de su única mediación?. Esto es fácilmente respondido al imaginar un mundo contemporáneo sin “hijos e hijas adoptivas de Cristo”, sin Cristianos compartiendo hoy en día en la vida única de Jesucristo por medio de la gracia, o sin ningún Cristiano ofreciendo sacrificios espirituales en el sacerdocio Cristiano. Tal ausencia de participación humana resultaría únicamente en el obscurecimiento de la única Filiación, del único Sumo Sacerdocio y de la Vida misma de la gracia en Jesucristo.

El mismo principio es válido referente a la participación en la mediación única de Jesucristo, de una manera dependiente y supeditada: A mayor participación humana en la mediación única de Cristo, mayor la perfección, poder y gloria de la única y necesaria mediación de Jesucristo que se manifiesta al mundo.

Más aún, la Escritura Cristiana ofrece muchos ejemplos de mediadores humanos instituidos por Dios, que cooperaron por iniciativa divina, en la unión de la humanidad con Dios. Los grandes profetas del Antiguo Testamento fueron mediadores ordenados por Dios, entre Yahvé y el pueblo de Israel, frecuentemente buscando el regresar al pueblo de Israel a la fidelidad hacia Yahvé (cf Is 1; Jr 1; Ez 2). Los Patriarcas del Antiguo Testamento Abraham, Isaac, Jacob y Moisés, entre otros, fueron por iniciativa de Dios los mediadores humanos para salvar la alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel (cf Gn12:2; 15:18; Ex 17:11). San Pablo identifica la mediación de Moisés de la ley para los Israelitas: “¿Para qué la ley? Fue promulgada por Dios a través de un mediador” (Ga 3:19-20). Y los ángeles, con cientos de actos mediatorios a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento, son mensajeros de Dios quienes median por la reconciliación entre Dios y la familia humana, antes y después de la venida de Cristo, el único Mediador (cf Gn 3:24; Lc 1:26; Lc 1:19).

Ahora, referente a María, la Escritura Cristiana también revela claramente la participación secundaria y subordinada de la Madre de Jesús en la única mediación de Jesucristo. El “sí” libre y activo de María a la invitación del ángel en la Anunciación, media al mundo a Jesucristo, el Redentor del mundo y el Autor de todas las gracias (cf Lc 1:38). Por esta participación excepcional en entregar al Redentor su cuerpo y al mediar la Fuente de todas las gracias al mundo, María puede correctamente ser llamada tanto “Corredentora” como “Mediadora” de todas las gracias, como la que comparte de manera excepcional en la única mediación de Cristo.

Esta participación excepcional Mariana en la mediación de Cristo, específica de la Redención de Jesucristo, es culminada en el Calvario. En la cruz, su sufrimiento espiritual unido al sacrificio redentor de su Hijo, como la Nueva Eva con el Nuevo Adán, conduce a los frutos universales espirituales de la adquisición de las gracias de la redención, las que en turno, llevan al don de la maternidad espiritual del corazón de Cristo Crucificado para cada corazón humano: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19:27). El don del Redentor de su propia madre como madre espiritual para toda la humanidad, conduce a la alimentación espiritual por parte de la Madre a todos sus hijos en el orden de la gracia. Esto constituye la distribución de las gracias del Calvario por María a sus hijos espirituales como Mediadora de todas las gracias, misma que perpetuamente continúa su compartir excepcional en la única mediación salvífica de Jesucristo.

Juan Pablo II explica el entendimiento Católico de esta participación excepcional Mariana en la mediación única de Jesucristo:
María entraba de manera muy personal en la única mediación entre Dios y los hombres ´que es la mediación del hombre Cristo Jesús…´(debemos) decir que por esta plenitud de gracia y de vida sobrenatural, estaba particularmente predispuesta a la cooperación con Cristo, único mediador de la salvación humana. Y tal cooperación es precisamente esta mediación subordinada a la mediación de Cristo. En el caso de María, se trata de una mediación especial y excepcional22.

Y en su comentario sobre l Timoteo 2:5 y la mediación maternal de María, Juan Pablo II declara aún más:
Recordamos que la mediación de María está esencialmente definida por su maternidad divina. El reconocimiento de su rol como mediadora es aún más implícito en la expresión “nuestra Madre”, que presenta la doctrina de la mediación Mariana poniendo el acento en su maternidad… Al proclamar a Cristo el único mediador (cf 1 Tm 2:5-6), el texto de la Carta de San Pablo a Timoteo excluye cualquier otra forma de mediación paralela, pero no la mediación subordinada. De hecho, antes de enfatizar la única exclusiva mediación de Cristo, el autor urge “que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres” (2:1). ¿No son acaso las oraciones una forma de mediación? En verdad, de acuerdo a San Pablo, la mediación única de Cristo está destinada a estimular otras formas de mediación dependientes ministeriales… De verdad, ¿No es acaso la mediación maternal de María sino un don del Padre para la humanidad?23 .

Por tanto, podemos ver que la participación de María en la única mediación de Cristo es excepcional y sin paralelo por ningún otro humano o participación angélica, y aún así, totalmente subordinada y dependiente sobre la única mediación de Jesucristo. Como tal, la mediación maternal de María manifiesta la verdadera gloria y poder de la mediación de Cristo como con ningún otro. Los títulos Marianos de Corredentora y Mediadora de todas las gracias (y también el de Abogada), de ninguna manera violan la prohibición de 1 Tm 2:5 contra toda forma de mediación paralela, autónoma o rival, sino que demuestran la excepcional y única participación maternal en aquella una, perfecta y salvífica mediación de Jesucristo.

En las palabras del erudito Anglicano de Oxford, Dr. John Macquarrie:
El asunto (de la mediación Mariana) no puede ser resuelto apuntando al peligro de la exageración y abuso, o por estar señalando textos aislados de la escritura, como el verso anteriormente citado de 1 Timoteo 2… o por el deseo de no decir nada que pudiera ofender a los compañeros del diálogo ecuménico. Entusiastas no pensantes quizá hayan elevado a María a una posición de virtual igualdad con Cristo, pero esta aberración no es una consecuencia necesaria del reconocimiento que quizá exista una verdadera lucha por la expresión en las palabras como Mediadora y Corredentora.

Todos los teólogos responsables estarán de acuerdo que el rol corredentor de María es subordinado y auxiliar al rol central de Cristo. Pero si ella tiene tal rol, entonces entre más claro lo entendamos, mejor. Y como otras doctrinas concernientes a María, no es solamente decir algo sobre ella, sino algunas veces más en general sobre la Iglesia como un todo, y aún como la humanidad como un todo.24

4ª. Objeción: El llamar a María una corredentora o decirle a los Cristianos en general “corredentores”, es el tener a un ser humano activamente participando en la redención, la que es divina o, más específicamente, una actividad “teándrica”, alcanzada por Jesucristo solo en sus naturalezas divina y humana, y por tanto prohibida por la Cristiandad. Tal cosa sería sólo en estimular el paganismo, puesto que pone a la persona humana de María, como una parte de la acción divina redentora que sólo Jesucristo puede lograr.

De muchas maneras, la respuesta a esta objeción puede ser encontrada en la misma evidencia fundamental de la Escritura Cristiana que responde a la objeción previa sobre cualquier forma de participación humana subordinada en la única mediación de Jesucristo (una mediación que incluye la redención). Pero ejemplifiquemos la objeción específica referente a la participación activa de María en el acto divino de la Redención.

La objeción completa a la participación activa de María como Corredentora en la redención alcanzada por Jesucristo, ha sido presentada de la siguiente forma. La actividad teándrica se refiere a una acción hecha por Jesucristo que es alcanzada a través de sus dos naturalezas, la divina y la humana. Puesto que el acto de la redención llevado a cabo por Jesucristo fue una actividad teándrica, y María fue meramente humana, sus acciones no fueron teándricas y por tanto no puede participar activamente en la redención. De aquí, que María no puede ser propiamente llamada “corredentora”, un término que significa que Ella “re-adquirió” a la humanidad con el Redentor.

Tampoco ninguno de los Cristianos pueden ser llamados “corredentores”, puesto que ninguna criatura puede participar en la actividad teándrica.

Para mejor responder a esta objeción, debemos regresar al significado etimológico esencial del término “corredentora”. El prefijo en Latín, cum, significa “con” (y no “igual a”). El verbo en Latín re(d)-emere significa, “re-adquirir”, y el sufijo –trix, significando “uno que hace algo”, es femenino.

En su forma completa, entonces, el término “corredentora” se refiere a la “mujer con el redentor”, o de una manera más literal, “la mujer que re-adquirió con (el Redentor)”.

Como es usado en la Iglesia Católica, el término corredentora expresa la participación activa y excepcional de María en la actividad divina y humana de la redención alcanzada por Jesucristo.

Nuevamente, radicalmente dependiente y subordinada a la acción teándrica redentora de Jesucristo, la perfección misma de esta redención divina y humana provee, en lugar de prohibir, varios niveles de verdadera y activa participación humana.

Aunque es legítimo el distinguir las acciones teándricas de las acciones humanas, va en contra de la Escritura Cristiana y de la Tradición Cristiana –tanto la antigua como la desarrollada-el rechazar la participación humana activa en la actividad teándrica de Jesucristo.

El participar activamente en una acción teándrica no requiere necesariamente, que el participante tenga también la naturaleza divina y la humana. Tal cosa es malentender la distinción entre “ser” poseyendo la esencia y el atributo específico como una parte de lo que se es, y “participar” compartiendo en la esencia y el atributo específico tal y como es poseído por el otro. Por tanto, María como una criatura humana puede compartir activamente en la acción teándrica redentora de Jesucristo, sin poseer ella misma la esencia de la divinidad como un atributo específico de su persona. De una manera similar, todos los Cristianos comparten de la naturaleza divina de Jesucristo (cf 2 P 1:4) sin ser por ello dioses; participan en la filiación de Jesucristo (cf Ga 4:4) sin ser divinamente engendrados; comparten en la mediación de Cristo (cf Ga 3:19, 1 Tm 2:1) sin ser el único Mediador divino y humano (1 Tm 2:5).

Una vez más, la Escritura Cristiana testifica a María su participación singular activa en la Redención de Jesucristo. Con el “fiat” libre y activo a la invitación del ángel Gabriel de ser la madre de Jesús, “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38), cooperó excepcionalmente en la obra de la redención al darle al divino Redentor su cuerpo, mismo que fue el instrumento mismo de la redención humana.

La profecía de Simeón revela la misión corredentora, sin paralelo, de María en unión directa con su hijo Redentor en su (de ellos) obra unificada de redención, “¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Lc 2:34-35). Y la culminación del rol de María como Corredentora con y supeditada a su divino Hijo, se da al pie de la Cruz, donde el sufrimiento total del corazón de la madre, es obedientemente unido a los sufrimientos del corazón del Hijo para el cumplimiento del plan de redención del Padre: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo! Luego dice al discípulo, ahí tienes a tu madre”. (Jn 19:27)

Los primeros escritores y Padres de la Iglesia explicaron la participación Mariana con y supeditada a Cristo en la “re-adquisición” de la familia humana de la esclavitud de Satanás y del pecado, en el primer modelo teológico de María como la “Nueva Eva”. Esos escritores antiguos testifican la unidad de la Redención alcanzada por Cristo y la corredención por María, enunciando que así como Eva, la primera “madre de los vivientes” (Gn 3:20) fue una causa instrumental con Adán el padre de la raza humana, en la pérdida de la gracia para toda la humanidad, así también María, la “Nueva Eva”, fue una causa instrumental con Jesucristo, el “Nuevo Adán” (cf 1 Co 15:45-48, 20-25) en el restablecimiento de la gracia para toda la humanidad.

En palabras de San Irineo: “Así como Eva, esposa de Adán, aún siendo virgen, se convirtió por su desobediencia en la causa de muerte para ella y para toda la raza humana, así también María, esposa pero siendo virgen, …se convirtió por su obediencia en la causa de salvación para sí misma y para toda la raza humana”25

A lo largo de la Tradición Cristiana primitiva y posterior, se encuentran enseñanzas explícitas de la participación activa de María con Jesucristo en la redención o “readquisición” de la humanidad, de la esclavitud de Satanás. Por ejemplo:
A través de María “somos redimidos de la tiranía del demonio”.
(Modesto de Jerusalén, Siglo VII)26;

“Salve vos, a través de quien somos redimidos de la maldición”.
(San Juan Damaceno, Siglo VIII)27;

“A través de ella, el hombre fue redimido”.
(San Bernardo de Clairvaux, Siglo XII)28;

“Aquella mujer (llámese Eva), nos sacó del Paraíso y nos vendió; pero ésta (María), nos trajo de nuevo y nos adquirió”29;
“Así como ellos (Adán y Eva) fueron los destructores de la raza humana, así éstos (Jesucristo y María) fueron sus reparadores”30;
“Ella (María), también mereció la reconciliación de toda la raza humana”31
“Ella pagó el precio (de la redención) como una mujer brava y amorosa –específicamente cuando Cristo sufrió en la cruz para pagar ese precio, y purgar, lavar y redimirnos- la Santísima Virgen estuvo presente, aceptando y estando de acuerdo con la divina voluntad”.
(San Buenaventura, Siglo XIII)32;

“Solamente a Ella le fue dado este privilegio, es decir una comunicación en la Pasión…y con objeto de hacerla una participante en los beneficios de la Redención, El quiso que fuera una participante en el castigo de la Pasión, de tal manera que se convirtiera la madre de todos a través de la re-creación…”
San Alberto el Grande –o pseudo Alberto- Siglo XIII)33;

“Dios aceptó su oblación como un sacrificio aceptable para la utilidad y salvación de toda la raza humana…El os predijo (María) toda vuestra pasión al haceros a partir de ahí, copartícipe de todos sus méritos y aflicciones, y vos cooperarías con él en el restablecimiento de la salvación del hombre” (John Tauler, Siglo XIV)34;

“…por ser la sufriente con el Redentor, por el pecador cautivo, serás Corredentora” (Siglo XIV)35;

Las enseñanzas Cristianas sobre la Corredentora continúan consistentemente desde la edad media hasta el período moderno36, como lo evidencia esta selección representativa de ejemplos:
“Se han unido santos y doctores en nombrar a nuestra Santísima Señora corredentora del mundo. No hay duda en la posibilidad de uso ilegal en el uso de tal lenguaje, porque existe una avasalladora autoridad para ello…”(Faber, Siglo XIX)37;

“Pensamos en todos los otros méritos extraordinarios, por los cuales Ella compartió con su Hijo Jesús en la redención de la humanidad…No sólo estuvo presente en los misterios de la Redención, sino que también estuvo envueltos en ellos” (Papa León XIII, Siglo XIX)38;

“A tal grado sufrió y casi murió con su Hijo sufriente y agonizante; de tal manera entregó sus derechos maternales a su Hijo por la salvación del hombre, y lo inmoló -hasta donde le fue posible- para calmar la Justicia de Dios, que podemos correctamente decir que Ella redimió a la raza humana junto con Cristo” (Papa Benedicto XV, Siglo XX)39;

“Por la naturaleza misma de su obra, el Redentor debía tener asociada a su Madre en su obra. Por esta razón, la invocamos bajo el título de Corredentora” (Papa Pío XI, Siglo XX)40;

“Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma”41;

“Crucificada espiritualmente con su Hijo crucificado (cf Ga 2:20), contempló con caridad heroica la muerte de su Dios…su papel como Corredentora no cesó con la glorificación del Hijo” (Papa Juan Pablo II, 1985)42;

“La cooperación de los Cristianos en la salvación se realiza después del acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente Ella fue asociada de ese modo al sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los hombres” (Papa Juan Pablo II)43;

Las enseñanzas de la Tradición Cristiana sobre el rol corredentivo excepcional de María, continúan dentro del tercer milenio con esta enseñanza papal reciente de Juan Pablo II, en donde la íntima participación de María en la muerte de su Hijo en el Calvario, es comparada con el ofrecimiento sacrificial del Antiguo Testamento hecho por Abraham (al igual que de su hijo mismo, ofrecido en obediencia de fe a Dios):
“La cima de esta peregrinación terrena en la fe es el Gólgota, donde María vive íntimamente el misterio pascual de su Hijo: en cierto sentido, muere como madre al morir su Hijo, y se abre a sí misma a la “resurrección” con una nueva maternidad respecto de la Iglesia (cf Jn 19:25-27). Ahí, en el Calvario, María experimenta la noche de la fe, similar a aquella de Moisés en el Monte Moria…”(21 de Marzo del 2001)44 .

Nuevamente, sin cuestionarse de la total y radical dependencia de la participación de María en la redención, sobre la obra y méritos divinos de Jesucristo, los padres y doctores de la Iglesia, junto con la Tradición Cristiana antigua y contemporánea, no dudan en enseñar sobre la activa participación de la mujer, María, con Jesucristo en la redención o “re-adquisición” teándrica de la humanidad de la esclavitud de Satanás y del pecado. Este compartir Mariano en la redención refleja las enseñanzas ancestrales de que así como la humanidad se perdió o fue “vendida” por un hombre y una mujer, así también fue la voluntad de Dios que la humanidad fuera redimida o “re-adquirida” por un Hombre y una mujer.

¿De qué manera, entonces, la participación de María como Corredentora en lo humano, difiere del llamado general de los Cristianos a participar en la redención de Jesucristo?

De verdad, la Escritura Cristiana llama a todos los Cristianos a “completar lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1:24). Esta enseñanza de San Pablo no está hablando de una participación de todos los Cristianos en la redención histórica y universal del Calvario, en donde Cristo adquirió las gracias de la Redención por su pasión y muerte (en ocasiones referido como “redención objetiva”). Si así fuera, esto sería inferir incorrectamente que algo está “faltando” en los méritos de los sufrimientos históricos y los concurrentes méritos salvíficos de Jesucristo, los que fueron por sí mismos infinitos e inagotables.

Más bien, la enseñanza de San Pablo se refiere al imperativo Cristiano a través de la libre cooperación, oración y sacrificio, de participar en la liberación y distribución de las gracias infinitas adquiridas por Jesucristo en el Calvario para la familia humana (teológicamente referida como la “redención subjetiva”). Así como cada corazón humano debe responder activamente en libertad a las gracias salvadores de Jesucristo por su propia redención subjetiva, así también los Cristianos son llamados a participar activamente en la liberación y distribución de las gracias de la redención también para otros, y, de esta manera, “completar” lo que San Pablo llama “faltante” en los sufrimientos de Cristo, a favor del cuerpo (místico) de Cristo. En este respecto, todos los Cristianos verdaderamente participan en la redención subjetiva, en esta distribución de gracias salvadoras como “colaboradores de Dios” (1 Co 3:9) o “corredentores”, para usar la expresión de los Papas del Siglo XX45.

La participación redentora de María difiere de este llamado general Cristiano a participar en la distribución de las gracias salvadoras en la redención subjetiva personal e individual, puesto que solo Ella también participó -una vez más- de manera subordinada y dependiente totalmente del Redentor, en la redención histórica y universal objetiva, como la Nueva Eva con y supeditada al Nuevo Adán. Esto es el porqué el título de Corredentora, en primer lugar, se refiere exclusivamente a María. Enunciado una vez más por Juan Pablo II en su Discurso de 1997, se diría que:
“La cooperación de los Cristianos en la salvación se realiza después del acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente Ella fue asociada de ese modo al sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los hombres” (Papa Juan Pablo II)43;

Por tanto, el título y la verdad de María Corredentora como es visto tanto en la Escritura Cristiana como en la Tradición Cristiana, subraya la legitimidad y riqueza espiritual de la participación humana activa en la acción redentora teándrica de Jesucristo. Para María Corredentora, esta participación en la redención constituye una participación tanto en la adquisición como en la distribución de las gracias redentoras; y para todos los otros Cristianos una participación y distribución de gracias redentoras como corredentores en Cristo. Tal y como fue sintetizado por el teólogo del Vaticano Jean Galot en la publicación oficial del Vaticano, L´Osservatore Romano:
El título (Corredentora) es criticado porque sugeriría una igualdad entre María y Cristo. Esta crítica no tiene fundamento…
45 Por ejemplo, Cf. Pío XI, Alocución Papal en Vicenza, 30 de Nov. De 1933. 46 Juan Pablo II, Audiencia General, 9 de Abril de 1997.

Corredención implica una subordinación a la obra redentora de Cristo, porque es sólo una cooperación y no una obra paralela o independiente. De aquí que una igualdad con Cristo es excluida…La palabra “corredención”, que significa “cooperación en la redención”, puede ser aplicada a cada Cristiano y a toda la Iglesia. San Pablo escribe: “Somos colaboradores de Dios” (1 Co 3:9)47 .

5ª Objeción: La idea de María como Corredentora y las enseñanzas sobre la corredención Mariana, son una creencia pía sostenida por algunos Católicos devotos, pero no es una enseñanza doctrinal de la Iglesia Católica. Sólo se le encuentra en algunos textos papales menores y ni ha sido enseñada oficialmente por el Magisterio, ni tampoco está doctrinalmente presente en las enseñanzas del Concilio Vaticano Segundo.

Para un miembro de la fe Católica, el asunto de si una posición teológica dada constituye una enseñanza auténtica de la Iglesia o no, se manifiesta esencialmente por su presencia (o ausencia de esta) en las enseñanzas de una autoridad reconocida de la Iglesia. La autoridad oficial de enseñanza de la Iglesia Católica, o también conocido como “Magisterio”, consiste de las enseñanzas oficiales del Papa y de los obispos en unión con él, bajo la guía general del Espíritu Santo.48

A pesar de que existe cierta jerarquía entre las expresiones de la autoridad pedagógica oficial Católica, desde el dogma definido en un concilio ecuménico o de una declaración infalible papal hecha ex cathedra, hasta las enseñanzas doctrinales de concilios ecuménicos generales, las cartas encíclicas y las enseñanzas papales más generales en los discursos papales, hay, al mismo tiempo una directiva general para los fieles Católicos que está asentada por el Concilio Vaticano Segundo, sobre la necesidad de un asentimiento de mente y corazón por lo manifestado en la mente del papa, aunque no esté hablando infaliblemente49. Y, ciertamente, todas las enseñanzas doctrinales constituyen una auténtica enseñanza doctrinal de la Iglesia Católica.

Apliquemos ahora este criterio de la doctrina oficial de la Iglesia, al tema del estatus doctrinal de la corredención Mariana.

De las bases mismas de las enseñanzas doctrinales del Concilio Vaticano Segundo, por sí solo, la certeza del estatus de la doctrina de la corredención Mariana es incuestionable. Vaticano II repetidamente enseña la participación única de María en la redención de Jesucristo:
…(Ella) se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con El y bajo El, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón pues, los Santos Padres estiman a María no como un instrumento pasivo, sino como libremente cooperando en la obra de la salvación del hombre a través de la fe y la obediencia;50

Y más adelante:

Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma.51

Y más adelante, por el Concilio:
(Ella)…concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, y padeciendo con su Hijo mientras El moría en la cruz, cooperó en forma de todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo, es nuestra madre en el orden de la gracia52 .

El teólogo del Vaticano, Fr. Jean Galot, S.J., confirma el estatus oficial Doctrinal de la corredención Mariana a la luz de las enseñanzas del Vaticano II:
Sin hacer uso del término “corredentora”, el Concilio claramente enunció la doctrina: una cooperación de tipo excepcional, una cooperación maternal en la vida y obra del Salvador, lo que alcanza su máximo en la participación en el sacrificio del Calvario, el cual está orientado hacia la vida sobrenatural para las almas…53

Y como fue articulado por Galot en el periódico oficial del Vaticano, L ´Osservatore Romano: “El Concilio Vaticano Segundo, mismo que evitó el utilizar este título debatido (Corredentora), sin embargo afirmó con vigor la doctrina que este implica…54

Más allá de cierta presencia doctrinal en el Vaticano II, la corredención Mariana, junto con el uso explícito del título “Corredentora”, en una enseñanza papal repetida cubriendo los siglos XIX hasta el XXI, lo que nuevamente asegura un estatus doctrinal auténtico dentro de la Iglesia. La corredención Mariana ha sido repetidamente enseñada en las encíclicas papales y en las enseñanzas generales, tal y como se refleja en las siguientes citas representativas de las enseñanzas papales oficiales:55
León XIII: “Cuando María se ofreció a si misma completamente a Dios junto con su Hijo en el templo, ya estaba compartiendo con El, la dolorosa expiación a favor de la raza humana. Es seguro, por tanto, que sufrió en lo más profundo de su alma con los sufrimientos más amargos y los tormentos de El. Finalmente, fue precisamente frente a los ojos de María que el sacrificio Divino, por el cual Ella había nacido y alimentado a la víctima, tuvo que ser consumado…vemos que estuvo Su Madre frente a la Cruz de Jesús, quien en un milagro de caridad, nos entregó para que nos recibiera como sus hijos, voluntariamente ofreciendo a su Hijo a la divina justicia, muriendo con El en su corazón, atravesada con la espada de dolor”56.

San Pío X: “Debido a la unión de sufrimientos y propósito existente entre Cristo y María, (Ella) mereció convertirse en la más valiosa Reparadora del mundo perdido, y por esta razón, la dispensadora de todos los favores que Jesucristo adquirió para nosotros por Su muerte y Su sangre…y debido a que fue escogida par Cristo para ser su compañera en la obra de la redención, nos merece -como dicen-de congruo, aquello que Cristo nos merece de condigno”…57 .

Benedicto XV: “El hecho de que Ella estuvo con su Hijo, crucificado y agonizante, fue de acuerdo al plan divino. Hasta tal punto entregó sus derechos maternales sobre su Hijo para la salvación del hombre, y lo inmoló –hasta donde la fue posible- para calmar la justicia de Dios, que podemos correctamente decir que redimió a la raza humana junto con Cristo”58 .

Pío XI: “O Madre del amor y de la misericordia quien, cuando vuestro dulcísimo Hijo estaba consumiendo la Redención de la raza humana en el altar de la cruz, permanecisteis de pie junto a El, sufriendo con El como la Corredentora…conserva en nosotros, os lo suplicamos, e incrementa día con día los frutos preciosos de Su Redención y la compasión de su Madre”59.

Pío XII: “Fue Ella quien, siempre de lo más íntimamente unida con su Hijo, como la Nueva Eva, lo ofreció en el Gólgota al Padre Eterno, junto con el sacrificio de su amor y derechos maternales, a favor de todos los hijos de Adán, avergonzados por la caída vergonzosa de este último”60.

Juan Pablo II: “En ella, los numerosos e intensos sufrimientos se cumularon en una tal conexión y relación, que si bien fueron prueba de su fe inquebrantable, fueron también una contribución a la redención de todos… fue en el Calvario donde el sufrimiento de María Santísima, junto al de Jesús, alcanzó un vértice ya difícilmente inimaginable en su profundidad desde el punto de vista humano, pero ciertamente misterioso y sobrenaturalmente fecundo para los fines de la salvación universal. Su subida al Calvario, su estar a los pies de la cruz junto con el discípulo amado, fueron una participación del todo especial en la muerte redentora del Hijo”61.

Juan Pablo II: “Crucificada espiritualmente con su Hijo crucificado (cf Ga 2:20), contemplaba con caridad heroica la muerte de su Dios, “consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima quien Ella misma había engendrado” (Lumen gentium, 58)”…Efectivamente, en el Calvario Ella se unió al sacrificio de su Hijo que tendía a la formación de la Iglesia…De hecho, el papel de María como Corredentora no cesó con la glorificación de su Hijo”62 .

Vemos por tanto, que tanto por el criterio de las enseñanzas de concilios ecuménicos, como por las repetidas enseñanzas papales a través de encíclicas e instrucciones generales, la enseñanza de la corredención Mariana, sin lugar a dudas, constituye una auténtica doctrina dentro de las enseñanzas del Magisterio.

En algunas ocasiones es objetado que el título específico de Corredentora sólo aparece en enseñanzas papales de menor importancia, y que por lo tanto no representan las enseñanzas doctrinales de la Iglesia. Esto sería el artificialmente separar el título de Corredentora de la doctrina teológica de la corredención, de la que el título está esencialmente ligado y del cual deriva.

El título se refiere a la función espiritual que María lleva a cabo en su cooperación única en la Redención, y por tanto, el separar el título de la doctrina es el desconectar inapropiada y peligrosamente el título de su fundamento doctrinal revelado y enseñado con autoridad. Sintetizando, la certeza doctrinal de la corredención Mariana, garantiza la certeza doctrinal de María Corredentora.

Mas aún, el uso repetido del título de Corredentora por el papa actual, en cinco diferentes ocasiones63, debería ser por sí mismo para los fieles Católicos, lo que quitara inmediatamente cualquier duda sobre la legitimidad doctrinal del título de Corredentora (ya sea personalmente o preferido por prudencia por el individuo Católico o no). No sea que, por otra parte, el que el Católico concluya contrariamente que el Papa Juan Pablo II ha usado repetidamente un título Mariano que es en sí mismo doctrinalmente erróneo, teológicamente defectuoso, o intrínsecamente sin un fundamento doctrinal Católico. Esto parece extraño al sentido completo de la aceptación religiosa en mente y voluntad, que debe ser dada a la mente manifiesta del papa en sus enseñanzas papales no infalibles64.

Resumiendo, a la luz tanto de las enseñanzas conciliares como de las papales, la corredención Mariana y su correspondiente título, María Corredentora, constituye una enseñanza doctrinal oficial de la Iglesia.

6ª Objeción: A un nivel teológico más especulativo, parece que María no puede participar en la adquisición de las gracias de la redención (o “redención objetiva”) como Corredentora, cuando ella misma necesitó ser redimida. Si Ella cooperó en la redención objetiva, es porque sin Ella, la redención objetiva no se hubiera alcanzado. Pero si la redención objetiva definitivamente fue lograda, entonces ella misma no puede ser beneficiada personalmente. Esto sería aceptar que al mismo tiempo que la redención objetiva está en el acto de ser alcanzada, ha sido ya alcanzada, lo cual sería una contradicción.

Esta aparente contradicción se quita con el entendimiento adecuado de cómo María recibió, lo que es llamado la “redención preservativa”, a la luz de los méritos avanzados de Jesucristo en la cruz.

Es verdad que María necesitaba ser “redimida”, para poder participar activamente en el proceso de la Redención como la compañera sin pecado, la Nueva Eva, con y supeditada a Jesucristo, el Nuevo Adán. El tener el pecado original o sus efectos, no le hubiera permitido a María estar completamente unida con el Redentor y en “enemistad” o completa oposición con Satanás y su semilla de pecado y sus efectos (Gn 3:15), en el proceso redentor o “re-adquisición” de la familia humana de Satanás, y el restablecer la gracia para la humanidad. Cualquier pecado de parte de María le hubiera atribuido una “doble-posición”, al estar en parte unida tanto al Redentor como a Satanás. Por eso María, como hija de Adán y Eva a causa de su humanidad, necesitó ser redimida en la forma de ser preservada del pecado y sus efectos, para poder llevar a cabo correctamente la tarea de Corredentora con el Redentor, en el proceso de la redención universal objetiva.

En la definición papal de la Inmaculada Concepción de María, hecha por el Beato Papa Pío IX en 1854, declara que María, desde el primer instante de su concepción fue liberada del pecado original y todos sus efectos, “en vista de los méritos de Jesucristo”65. Esto se refiere a la más alta o “manera más sublime” en que María fue redimida, más allá de todos los hijos de Adán y Eva. En la redención de María, ella no tuvo que sufrir la experiencia del pecado original y sus efectos, sino más bien a través de los méritos avanzados de Jesucristo en el Calvario, fue preservada de cualquier experiencia o efecto del pecado original, y es por esto redimida de una manera más sublime (y consecuentemente, por esta rezón, debe más por la redención a su Hijo que cualquier otra criatura redimida).

¿Cómo, entonces, específicamente la redención de María en la más alta forma de preservación de pecado decretada hasta permitirle participar históricamente en la redención objetiva? Esta manera más sublime de redención se da en el Calvario, en el hecho de que la primera intención del sacrificio redentor de Jesucristo, de acuerdo con el plan providencial de Padre, fue la de redimir a su propia madre (alcanzada en vistas a la redención y corredención, la que rescataría de Satanás y del pecado al resto de la familia humana).

Esta primera intención del Redentor de redimir a María, es en sí misma otra manifestación de la más grande y más sublime manera de la redención de María. Las gracias de esta primera intención del Redentor, son entonces aplicadas a María en el momento de su Inmaculada Concepción, permitiéndole ser entonces, la Corredentora sin pecado, la Nueva Eva histórica, en la redención objetiva histórica de Jesucristo en el Calvario. Jesucristo primero redimió a su propia madre en el Calvario(aplicado a ella en el momento de su concepción, preservándola de pecado), y luego con su activa corredención al resto de la humanidad.

Por tanto, no hay contradicción en el rol histórico de la Corredentora en la redención objetiva en el Calvario y en la necesidad personal de María de recibir las gracias de la redención. En virtud de su Inmaculada Concepción (gracias redentoras aplicadas a Ella en su concepción en vistas de los méritos futuros de Jesucristo en el Calvario), y como resultado de la primera intención del sacrificio redentor de Jesucristo, María fue capaz de participar excepcionalmente en la redención histórica del resto de la humanidad con su Hijo Redentor. Como el Padre Galot sintetiza:

La primera intención del sacrificio redentor estuvo comprometida de acuerdo al plan divino, con el rescate de María, alcanzado en vistas de nuestro rescate…Por tanto, mientras que estaba asociada en el sacrificio del Calvario, María también se benefició, por anticipado, de los frutos del sacrificio y actuó en la capacidad de criatura redimida. Pero Ella verdaderamente cooperó en la redención objetiva, en la adquisición de las gracias de salvación para toda la humanidad. Su redención fue comprada antes que la de otras criaturas humanas. María fue rescatada únicamente por Cristo, de tal manera que la humanidad pudiese ser rescatada con la colaboración de su madre…

Por tanto, no hay contradicción: la corredención Mariana implica la redención prevista de María, pero no el cumplimiento de la prevista redención de la humanidad; esto expresa la situación única de la madre, quien, mientras que recibía una gracia singular para ella misma de su Hijo, coopera con El en el logro de la salvación para todos67 .

Aún otras escuelas teológicas prefieren distinguir la noción general de la redención separada en dos categorías, la de “preservación” y la de “rescate”. Puesto que María nunca estuvo técnicamente bajo la atadura de la esclavitud de Satanás puesto que nunca experimentó el pecado, entonces el término “rescate” es menos apropiado para ella, puesto que infiere el regresar a alguien de una esclavitud previa. Por tanto, el término “preservación” o redención preservativa, quizá más precisamente distinga la excepcionalidad de la necesidad de María de ser redimida por Cristo primero como una hija de Adán y Eva, pero no infiere que haya estado bajo la esclavitud de Satanás del pecado, siendo ilustrativo de su más alta forma de redención preservativa y de su subsiguiente participación en el verdadero “rescate” del resto de la humanidad68.

¿Esta primordial intención de Jesucristo de redimir primero a su madre y después, como intención subsiguiente al resto de la humanidad, viola la “único sacrificio” de Jesucristo ofrecido por todos, como es discutido en Hebreos (cf Hb 10:10)? De ninguna manera, puesto que la redención permanece una, aunque sus intenciones y aplicaciones eficaces son duplicadas. El único sacrificio redentor de Jesucristo en el Calvario no constituye “dos redenciones”, sino una sublime redención con dos aplicaciones salvadoras: la primera aplicación afectando la Inmaculada Concepción de María y por tanto preparándola para ser la Corredentora en su cooperación con la redención objetiva; y la segunda, afectando la redención de la familia humana alcanzada junto con la Corredentora69.

En su homilía en la Fiesta de la Inmaculada Concepción dada en la Catedral de Krakow, el Cardenal Karol Wojtyla (el actual pontífice), sintetizó bien esta verdad Mariana: “para ser la Corredentora, primero fue la Inmaculada Concepción70.

7ª Objeción: Aún dando por válida la legitimidad de María Corredentora y su correspondiente doctrina de la corredención, no existen rezones substanciales o frutos para su definición papal en estos tiempos, y de hecho tal definición causaría serias divisiones dentro de la Iglesia.

Debe ser asentado desde el principio que tal posición referente a la potencial definición papal de María Corredentora, es ciertamente una posición aceptable para un número de fieles de la Iglesia Católica. Sin embargo, exploremos, en un formato de breve síntesis, algunas de las numerosas razones contemporáneas que han sido ofrecidas en el presente,
para soportar la oportunidad y consecuentes frutos positivos de una definición formal papal de María Corredentora.

1. Una mayor claridad teológica para un área de malentendido en el presente.

Cuando el Venerable Pío XI elevó la doctrina de la Iglesia de la Inmaculada Concepción a nivel de dogma en 1854, declaró que los frutos de tal definición serían el “llevar a la perfección” la doctrina, agregando una mayor claridad y luz para beneficio de todos:
La Iglesia trabaja duro para pulir las enseñanzas previas, para llevar a la perfección sus formulaciones, de tal manera que esos dogmas viejos de la doctrina celestial reciban prueba, luz y distinción, al mismo tiempo que mantengan su totalidad, integridad y su propio carácter…71

A la luz de la gran confusión contemporánea concerniente precisamente con lo que la Iglesia Católica quiere comunicar en la doctrina de la corredención Mariana (como ha sido evidenciado por el artículo de The New York Times y sus reacciones), parecería de lo más beneficioso el contar con una declaración precisa, formulada en base a las escrituras a la luz de la Tradición Cristiana, desde la más alta autoridad de la Iglesia Católica, asegurando su precisión doctrinal y su autenticidad.

2. Beneficios Ecuménicos en una expresión auténtica Católica del diálogo doctrinal

Más que la percepción de estar siendo contra el imperativo de trabajar por la unidad Cristiana, una formulación precisa de que creen los Católicos referente a María Corredentora, y al mismo tiempo que es lo que no creen (Vg.: igualdad con Jesucristo, divinidad de María, etc.), solamente serviría para un diálogo ecuménico auténtico basado en la integridad y verdad sobre lo que realmente es una enseñanza doctrinal Católica.

El extinto Cardenal John O´Connor de New York, se refirió a este fruto ecuménico potencial en su carta de apoyo para la definición papal de María Corredentora:
“Claramente, una definición papal formal sería enunciada en una tan precisa terminología, que otros Cristianos perderían su intranquilidad de que no sabemos distinguir adecuadamente entre la asociación excepcional de María con Cristo y el poder redentor ejercitado por Cristo solo”72 .

Tal definición ayudaría a evitar la tendencia peligrosa de presentar en un diálogo ecuménico sólo aquellos elementos doctrinales que los Cristianos comparten conjuntamente, antes que la difícil pero necesaria acción de compartir aquellos elementos doctrinales que los Cristianos no tienen en común.

Tal integridad en el intercambio doctrinal ecuménico, es críticamente necesaria para llegar eventualmente a una verdadera unidad Cristiana.

3. Desarrollo adecuado de una doctrina Mariana

Los cuatro Dogmas Marianos existentes, la Maternidad Divina (431), la Virginidad Perpetua (649), la Inmaculada Concepción (1854) y la Asunción (1950), se refieren a los atributos o cualidades de la vida terrenal de María, pero ninguno se refiere directamente a la Madre de Jesús en relación con la familia humana.

Es interesante anotar que históricamente sólo un mes después de la definición papal de la Asunción de María en Noviembre de 1950, el Congreso Mariológico Internacional formalmente pidió al Papa Pío XII la definición papal de la mediación universal de María, como una progresión lógica siguiendo a la definición de la Asunción73.

Después de que la vida y atributos de María han recibido sus respectivas “perfecciones de doctrina” en definiciones dogmáticas solemnes, así también, se vería apropiado que la prerrogativa celestial de María como madre espiritual de todos los pueblos en el orden de la gracia, inclusive en y fundada sobre su única corredención, que también recibiese su perfeccionamiento doctrinal en la forma de una definición dogmática.

4. Afirmación de la dignidad de la persona humana y la libertad humana

Uno de los líderes mundiales filósofos personalistas contemporáneos (de la escuela filosófica que se enfoca en la dignidad de la persona humana), Profesor Dr. Josef Seifert,74 argumenta que un dogma de María Corredentora constituiría una confirmación suprema de la dignidad y libertad de la persona humana:

Un dogma que declare a María Corredentora daría un testimonio único a la libertad total de la persona humana y del respeto de Dios por la libertad humana. Este dogma reconocería de manera última que una decisión libre de la persona humana de María, quien no iba a ser la Madre de Dios sin su libre fiat –una decisión que no fue exclusivamente causada por la gracia divina, sino también el fruto de su elección propia y personal- fue necesaria para nuestra salvación, o jugó una parte indispensable en la forma concreta de nuestra redención escogida por Dios.

En nuestra era, en la que la filosofía personalista fue desarrollada más profundamente que nunca antes en la historia de la humanidad, y en la que al mismo tiempo reinan terribles ideologías anti-personalistas, tal dogma sería correctamente percibido como una confirmación suprema de la dignidad de la persona humana.

En todo esto vería un valor y significado crucial y de este dogma al ser proclamado en nuestro tiempo, en el cual, una nueva conciencia de la dignidad personal ha emergido, al mismo tiempo que la persona humana ha sido humillada en acción y negada en teoría más que nunca antes.75

5. Reafirmación de la dignidad de la mujer

En la discusión contemporánea del feminismo y la naturaleza de la mujer, la proclamación papal de María Corredentora, subrayaría lo que podría ser propiamente identificado como el amor radical y respeto por la mujer por parte de Dios.

De acuerdo a la Escritura Cristiana, el plan completo providencial de Dios Padre de enviar a su Hijo para la redención del hombre estaba dependiente de la libre fiat de una mujer (cf Lc 1:38; Ga 4:4). Qué gran “confianza” tuvo Dios Padre en la mujer -en la persona de María- que hizo posible la venida del Redentor de toda la familia humana condicionada sobre el libre consentimiento de esta mujer.

Como el Dr. Seifert nuevamente lo anota:
Esta nueva declaración de la doctrina Tradicional, demostraría de nuevo por tanto, una verdad perpetua sobre María y sobre la mujer, una verdad que siempre ha sido sostenida por la Iglesia, aunque nunca clara e indudablemente declarada: La más grande acción del amor gratuito de Dios, la Redención de la humanidad y de nuestra salvación- es en cierto sentido real también la consecuencia de un acto libre de una mujer, y por tanto, también un don de una mujer para la humanidad76.

Y más adelante:
Este dogma expresaría la dignidad de la acción humana que excede en su actividad, la sublimidad y efectividad de las acciones de todos las criaturas angélicas y humanas: de todos los reyes y políticos, pensadores, científicos, filósofos, artistas y artesanos desde el principio hasta el fin del mundo…77

La completa revelación del rol revelado de María Corredentora podría ser ofrecida, a partir de aquí, como un fundamento ejemplar para un mejor entendimiento de la contribución excepcional del feminismo a la humanidad, y como tal, constituir una base antropológica fundamental para un auténtico feminismo Cristiano.

6. Re-énfasis en la necesidad Cristiana de cooperar con la gracia de Dios para la salvación

El erudito Anglicano de Oxford, Dr. J. Macquarrie, declara que el rol de María Corredentora provee una expresión concreta de la necesidad humana de cooperar libre y activamente con la gracia de salvación de Dios. Más aún, él ve la verdad Cristiana de María Corredentora como un correctivo para los teólogos que quitan tal dignidad de la persona, y en consecuencia, proponer una imagen indeseable de la misma Cristiandad. Como lo sintetiza el Dr. Macquarrie en la siguiente cita:

En algunas formas de enseñanza, es aún creído que los seres humanos pueden salvarse sin siquiera saber que se está dando la salvación. Todo esto se ha dado a través de la visión de la obra redentora de Cristo de una vez por todas. Es un hecho, aunque sea o no reconocido por todos. Para Barth, la Redención (subjetiva) es un acto puramente subjetivo, en que ha terminado, fuera de nosotros, sin nosotros, aún en contra de nosotros…

La Redención no es para él, algo que debe ser considerado como un proceso en marcha en el cual tenemos alguna parte, sino como un acto de Dios de una vez por todas, mucho antes de que naciéramos… Ahora, si uno coincide con este punto de Barth, entonces pienso, que uno tendría que decir en verdad, está tratando a los seres humanos como borregos o ganado, o aún como marionetas, no como seres únicos que son, seres espirituales hechos a imagen de Dios y entregado con una medida de libertad y responsabilidad… Es entendible que Feuerbach, Marx, Nietzche y toda la galaxia de pensadores modernos, llegaron a creer que el Cristianismo los alienaba de su humanidad genuina… Regresemos ahora a la consideración de María como Corredentora. Quizá debamos de reconocer que Bath y otros hayan estado en correcto en creer que el lugar dado a María en la teología Católica es un peligro a la doctrina de sola gratia (sólo la gracia), pero pienso, que este es el caso sólo cuando la doctrina de sola gratia es interpretada en su forma extrema, cuando esta doctrina se convierte a sí misma en un peligro a una visión genuinamente personal y bíblica del ser humano…un ser todavía capaz de responderle a Dios en la obra de seguir construyendo la creación.

Esta visión esperanzadora de la raza humana es personificada y guardado como reliquia en María. En los vistazos que tenemos en los evangelios de María, el permanecer al pie de la cruz junto con su Hijo, y sus oraciones e intercesiones con los apóstoles, son formas particularmente impactantes en las que María compartió y apoyó la obra de Cristo… Es María la que se ha convertido en un símbolo de la perfecta armonía entre la voluntad divina y la respuesta humana, por tanto que es Ella quien le da sentido a la expresión Corredentora78.

María Corredentora y su nueva proclamación serviría para proteger la libertad humana, dignidad y el imperativo humano de cooperar libremente con la gracia de la salvación.

7. El “Sufrimiento es Redentor” y la “Cultura de la Muerte”

Una definición solemne de María Corredentora sería una proclamación Cristiana al mundo de que el “sufrimiento es redentor”. El ejemplo Cristiano de la Corredentora manifiesta al mundo que el aceptar las cruces providencialmente permitidas en nuestra existencia humana, no es una pérdida sin valor que debe ser evitada a toda costa, incluyendo los males intrínsecos tales como la eutanasia y el aborto. Sino más bien que el soportar pacientemente todos las penalidades humanas, es de un valor sobrenatural cuando son unidos con los sufrimientos de Jesucristo, una participación en la distribución de las gracias redentoras del Calvario, tanto para nosotros como Aún el ejemplo del “si” de María a la vida prenatal en circunstancias que pudieron favorecer un juicio injusto y el ridículo entre la gente, en una muestra de un “si” corredentor que todos deberían decir en respuesta al caso de una vida nonata, independientemente de las circunstancias.

Juan Pablo II describe la actual “Cultura de la Muerte”, como un “clima cultural que falla en percibir cualquier sentido o valor al sufrimiento, que considera que el sufrimiento es un epítome de mal que debe ser eliminado a toda costa. Este es especialmente el caso en la ausencia de una visión que pudiera ayudar un entendimiento positivo del misterio del sufrimiento”79 .

El ejemplo concreto de María Corredentora ofrece a la Iglesia y al mundo, el mensaje positivo Cristiano de que el “sufrir es redentor” en todas las circunstancias posibles, desde la persecución Cristiana, hasta el cáncer terminal, el embarazo “no deseado”, y las cruces de la vida diaria ordinaria.

8. Unidad a través del carisma papal dentro de la Iglesia Católica

Desde la perspectiva Católica, el carisma (o don del Espíritu Santo) que es dado a San Pedro y a sus sucesores, los papas subsecuentes (cf Mt 16:15-20), es una fuente de unidad en doctrina y en vida para los miembros de la Iglesia.

Cuando el carisma específico de la infalibilidad papal es usado en el resguardo contra de un error por el Espíritu Santo en materia de fe y moral, tal ejercicio salvaguarda y adecuadamente refuerza la unidad Católica basada en la unidad de la fe, verdad y doctrina. El mismo beneficio de unidad que proviene con el ejercicio del carisma papal también se daría en el caso de la definición solemne de María Corredentora.

En algunas ocasiones es objetado que tal definición sobre la corredención Mariana, causaría división dentro de la Iglesia. Es imperativo ser claro en este punto: La verdad Cristiana une por su naturaleza, es sólo el rechazo de la verdad Cristiana el que divide. Lo mismo es válido para una potencial definición de María Corredentora.

El primer lugar, ya es una enseñanza doctrinal de la Iglesia y por esto mismo, debería ser aceptada por los fieles Católicos con una asentimiento religioso de mente y voluntad80. En segundo lugar, como ya fue declarado, un ejercicio del carisma papal de infalibilidad al servicio de la verdad Cristiana, guiada por el Espíritu Santo, traería consigo la gracia de la unidad de corazones, basados en la unidad de verdad y vida. Pero así como fue verdad para Jesucristo el “signo de contradicción» (cf Lc 2:35), así también sería verdad el rechazo de la verdad concerniente a la Madre del “Signo de
Contradicción”.

Por tanto, cualquier división dentro de la Iglesia en respuesta a una definición papal infalible de la doctrina de la Corredentora, no constituiría, ni sería correctamente percibido, como un componente verdadero y válido de la definición papal en sí misma, sino desafortunadamente sólo un rechazo.

9. Santos Modernos y la Corredentora

Un posible indicio de la madurez de la Doctrina sobre la Corredentora y su definibilidad, es el testimonio moderno y las enseñanzas sobre esta verdad Mariana dadas por un gran número de santos canonizados y beatos contemporáneos. La generosa apreciación de santos recientes sobre la corredención Mariana indica su madurez espiritual en los corazones de santidad heroica dentro del Cuerpo Místico.

Aquellos particularmente expresivos en su apreciación de la corredención Mariana, como doctrina Mariana y como un modelo de vida espiritual Cristiana, incluyen a Sta. Teresa de Liseux, Sn. Maximiliano Kolbe, Sn. Pío X, Sn. Francisco Javier Cabrini, Sta. Gemma Galgani, Sn. Leopoldo Mandic, B. Elizabeth de la Trinidad, Sta. Edith Stein, B. J. María Escrivá, B. Padre Pío, y otros más81.

Auque todavía no ha sido oficialmente beatificada la Madre Teresa, sin embargo, parece apropiado citar su carta de apoyo pidiendo la definición papal de María Corredentora: “La definición papal de María Corredentora, Mediadora de todas las gracias y Abogada, traerá grandes gracias a la Iglesia. Todo por Jesús a través de María”82.

10. Iniciación del Triunfo del Inmaculado Corazón profetizado en Fátima

Un gran número de autores y pensadores Marianos de todo el mundo83, también ven en la proclamación papal de María Corredentora, junto con los roles espirituales como Mediadora de todas las gracias y Abogada, lo que ha sido referido como la “iniciación” definitiva o la iniciación del Triunfo del Inmaculado Corazón de María, tal y como fue profetizado en la apari
ción de Nuestra Señora en Fátima, Portugal en 1917.

La noción particular del “Triunfo del Corazón Inmaculado”, viene de las palabras dadas por María en Fátima a los niños videntes, en las apariciones aprobadas por la Iglesia, las que después de profetizar tales eventos como el surgimiento del comunismo ateo, persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre, una potencial segunda guerra mundial y la aniquilación de varias naciones, entonces declaró: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”…84

El Triunfo del Corazón Inmaculado de María es desde entonces previsto como un dramático influjo de gracias sobrenaturales para el mundo, mediadas por medio de La Corredentora, Mediadora y Abogada, y conduciendo a un período de paz espiritual para la humanidad. El rol de la proclamación papal de María Corredentora en el Triunfo del Corazón Inmaculado de María, como fue profetizado, sería visto por algunos Marianos contemporáneos como el reconocimiento oficial del papa, como la más alta autoridad de la Iglesia, ejerciendo la libertad requerida por parte de la humanidad, para permitir que sea liberada la total potencia mediadora e intercesora de María Corredentora, Mediadora y Abogada, en la distribución de las gracias redentoras del Calvario para el mundo contemporáneo. Dios no fuerza sus gracias sobre nosotros, sino espera el consentimiento libre de la humanidad.

Con la definición papal oficial de María Corredentora dada por la máxima autoridad humana en libre voluntad a favor de la humanidad, este libre acto “liberará” a la Corredentora para distribuir completamente las gracias del Calvario en un nuevo derramamiento de gracias del Espíritu Santo para el mundo. Como fue explicado por el Ex-Embajador de las Filipinas en el Vaticano:

Hace dos mil años durante el Primer Adviento, el Espíritu Santo descendió sobre María, y cuando el poder del Altísimo la cubrió, concibió a Jesús, Hijo de Dios. Ahora, durante este Nuevo Adviento, es la Madre de Todos los Pueblos, Corredentora, Mediadora de todas las gracias y Abogada, la que acompañará a su Esposo para descender a nuestros corazones y a nuestras almas, y recrear en cada uno de nosotros –si damos nuestro fiat- la semejanza de Jesús…La proclamación del Quinto Dogma ya no es nuestra prerrogativa; es nuestro deber85 .

Como tal, la proclamación papal de María Corredentora efectuará una liberación histórica de gracias sobre el mundo, por el ejercicio pleno de la madre espiritual de todos los pueblos en su más generoso ejercicio de sus roles como Corredentora, Mediadora de todas las gracias y Abogada86 .

Conclusión

Se espera que se hayan dado algunas luces sobre las principales preguntas concernientes a la discusión presente en el tema de María Corredentora en sí misma, y, al menos como forma de introducción, en discutir el aspecto específico de una potencial definición papal sobre la doctrina de la Corredentora.

Referente a cualquier definición potencial futura de la Corredentora desde una perspectiva Católica, debería reinar finalmente la paz y la verdad en los corazones y mentes de los fieles, en la conducción por el pontífice de la Iglesia, en temas de fe y moral, independientemente de la diversidad presente de opiniones personales en este tema.

Desde la perspectiva general Cristiana, referente a la doctrina de María Corredentora y a otras doctrinas que actualmente nos dividen, mantengamos la fe en eventual cumplimiento de la oración de Jesucristo por la unidad Cristiana en la Ultima Cena: ”…para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, para que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17:21). Aparte de los avances y retrocesos temporales históricos, los Cristianos deben tener fe en la unidad final Cristiana de corazón, la que florecerá en unidad de mente, verdad y fe basada en el único Jesucristo, quien es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14:6).

Dr. Mar Miravalle Profesor de Teología y Mariología Universidad Franciscana de Steubenville 25 de Marzo del 2001

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1 Madre Teresa de Calcuta, Entrevista Personal, Calcuta, 14 de Agosto de 1993
2 Juan Pablo II, Mensaje Papal, 31 de Enero 1985, Guayaquil, Ecuador (O.R. 13 de Marzo 1985).
3 San Irineo de Lyons, Adversus haeresus, III, 22, énfasis del autor.
4 San Jerónimo, Epist. 22, 21.
5 Modesto de Jerusalén, Migne PG 86; 3287.
6 San Juan Damaceno, PG 86; 658.
7 San Bernardo de Cairvaux, Ser. III, Super Salve.
8 San Buenaventura, de don. Sp. 6;14., énfasis del autor.
9 Cf. Calkins: “Enseñanzas del Papa Juan Pablo II sobre la Corredención Mariana”, como se
encuentra en Miravalle, ed., María Corredentora Mediadora y Abogada: Bases Teológicas II, p.113
10 Cf. Juan Pablo II, Ut Unum Sint, 21, 28.
11 Concilio Vaticano Segundo, Unitatis Redintegratio, n.11.
12 Juan Pablo II, Ut Unum Sint, n.36.
13 Juan Pablo II, ibid, n. 18.
14 Concilio Vaticano Segundo, Lumen Gentium, n. 56.
15 Lumen Gentium, n. 58.
16 Lumen Gentium, n. 61.
17 Juan Pablo II, Ut Unum Sint, 18.
18 Juan Cardenal O´Connor, Carta de Apoyo a la Definición Papal de María como Corredentora,
Mediadora y Abogada. 14 de Febrero de 1994.
19 Martín Lutero, Comentario sobre el Magnificat, 1521, citado por el Dr. Charles Dickson, Un
Pastor Protestante Mira a María, 1996, Our Sunday Visitor Press, p. 41, 42.
20 Ibid
21 Dickson, Un Pastor Protestante Mira a María, p. 48-49.
22 Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 21, 39.
23 Juan Pablo II, Discurso Papal, Roma, 1 de Octubre, 1997, L´Osservatore Romano, 41.
25 San Irineo de Lyons, Adversus haeresus, III, 22, énfasis del autor.
24 J. Macuarrie, “María Corredentora y Disputas sobre la Justificación y la Gracia” en María Corredentora, Mediadora y Abogada, Fundamentos Teológicos II, p. 246
26 Modesto de Jerusalén, Migne PG 86; 3287.
27 San Juan Damaceno, PG 86; 658.
28 San Bernardo de Clairvaux, Ser. III, super Salve.
29 San Buenaventura, de don. Sp. 6:14., énfasis del autor.
30 San Buenaventura, Sermo III, de Assumptione, Opera Omnia, v.9.
31 San Buenaventura, Sent. III.
32 San Buenaventura, Collatio de donis Spitirus Santi 6, n.16.
33 San Alberto el Grande (o Pseudo-Alberto) Mariale, Q. 150.
34 John Tauler, Sermo pro festo Purifidcartionis Beate Mariae Virginis.
35 Oratione, St. Peter´s in Salzburg, in Analecta hymnica medii aevi, v.46, p.126.
36 Para un tratamiento más completo sobre la Corredentora a través de la Tradición Cristiana,
cf. J.B. Carol, De Corredemptione Beate Virginis Mariae, Typis Polyglottis Vaticanis, 1950,
cf J.B. Roschini, O.S.M., Maria Santissima Nella Storia Della Salvezza, 1969, v. II, p.171.
37 Fr. Fredrick Faber, Al Pie de la Cruz (Dolores de María), Reilly Co, 370.
38 Papa León XIII, Parta humano generi.
39 Papa Benedicto XV, Inter Sodalicia, 1918.
40 Papa Pío XI, Alocución a los Peregrinos de Vicenza, 30 de Nov. De 1933.
41 Concilio Vaticano Segundo, Lumen Gentium, n.58.
42 Juan Pablo II, Discurso Papal en Guayaquil, 31 de Enero de 1985 (ORE, 876).
43 Juan Pablo II, Audiencia General, 9 de Abril de 1997.
44 Juan Pablo II, Audiencia General, 21 de Marzo del 2001.
47 Galot, S.J., Maria Corredentrice en L´Osservatore Romano, 15 Sept. 1977 (Ed. Italiana)
48 Cf. Concilio Vaticano Segundo, Dei Verbum, II, nn. 9-10.
49 Cf. Concilio Vaticano Segundo, Lumen Gentium, n.25.
50 Concilio Vaticano Segundo, Lumen Gentium, n. 56.
51 Lumen Gentium, n. 58.
52 Lumen Gentium, n. 61.
53 Jean Galot, S.J., “Maria Corredentrice. Controversie e problemi dottrinali”, Civilta Cattolica, 1994,
III, 213-215.
54 “Maria Corredentrice”, L´Osservatore Romano, 15 de Septiembre de 1995, p. 4.
55 Para un tratamien
to más completo, cf. Schung y Miravalle, “María Corredentora en los Documentos
del Magisterio Papal”, en María Corredentora, Mediadora y Abogada, Fundamentos Teológicos I,
Queenship Pub. 1995; Calkins, “Enseñanzas del Papa Juan Pablo II sobre la Corredención”, en María
Corredentora, Mediadora y Abogada, Fundamentos Teológicos II, pp. 113-148.
56 Papa León XIII, Encíclica Jacunda Semper, 1884.
57 Papa San Pío X, Encíclica Ad diem illum, 1904.
58 Papa Benedicto XV, Carta Apostólica, Inter Sodalicia, 1918.
59 Papa Pío XI, Oración en la Clausura Solemne del Jubileo de la Redención, 28 de Abril, 1933.
60 Papa Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, 1943.
61 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Salvifici Doloris, n.25.
62 Juan Pablo II, Discurso Papal en Guayaquil, Ecuador, 31 de Enero de 1985.
63 Cf Para las cinco citas y comentarios, cf. Calkins, “Las Enseñanzas de Juan Pablo II sobre la Corredención Mariana”, María Corredentora…Fundamentos Teológicos II 64 Nuevamente, cf Lumen Gentium, n.25.
65 Beato Papa Pío IX, Bula Dogmática, Ineffabilis Deus, 8 de Diciembre de 1854.
66 Para un tratamiento extenso, cf. J.B. Carol, La Corredención de Nuestra Señora, en Mariología,
Vol. II, Bruce, 1958; Friethoff, Una Mariología Completa, Blackfriars Pub., Londres, 1985, p.182;
Galot, S.J., Maria: Mediatrice o Madre Universale? Civilta Cattolica, 1996, I, 232-244.
67 Galot, S.J., Maria Corredentrice: Controversie e problemi dottrinali, Civilta Cattolica, 1994, III, p.
68 Cf. Friethoof, op. cit.
69 Cf. J.B. Carol, op. cit.
70 Karol Cardenal Wojtyla, Homilía en la Fiesta de la Inmaculada Concepción, 8 de Dic. de 1973.
71 Beato Pío IX, Ineffabilis Deus, 8 de Diciembre de 1854, DS 2802.
72 John Cardinal O´Connor, Carta de Apoyo dirigida al Papa para pedir el Quinto Dogma, 14 de
Febrero de 1994.
73 Alma Socia Christi, Memorias del Congreso Internacional Mariológico en Roma, 1950, p.234.
74 El Dr. Josef Seifert es Rector de la Academia Internacional de Filosofía en Liechtenstein y
miembro del Consejo Pontificio por la Vida.
75 Seifert, María como Corredentora y Mediadora de todas las Gracias –Bases Filosóficas y
Personalistas de una Doctrina Mariana, en Maria Corredentora…Bases Teológicas II, p. 166.
76 Seifert, op. cit., p.168.
77 Ibid.
78 J. Macquarrie, “María Corredentora y Disputas sobre la Justificación…”op. cit. p.248, 255.
79 Juan Pablo II, Encíclica 1995, Evangelium Vitae, n.15.
80 Again, cf Lumen Gentium, n.25. 9 Santos Modernos y la Corredentora
81 Para un tratamiento más completo de la hagiografía sobre la Corredención Mariana, cf Stefano Minelli, FFI, “Hagiografía del Siglo Veinte sobre la Corredención Mariana”, en María al Pie de la Cruz, Actas del Simposio sobre la Corredención Mariana en Inglaterra, 1999.
82 Madre Teresa de Calcuta, Carta de Apoyo por el Quinto Dogma Mariano, 14 de Agosto, 1993.
83 Como ejemplo de tal pensamiento, cf en Miravalle, ed., Discernimientos Contemporáneos sobre un Quinto Dogma Mariano, Bases Teológicas III, Queenship Pub., 2000, los siguientes ensayos: Embajador Howard Dee, “Embajador de Nuestra Señora, Juan Pablo II, Fátima y el Quinto Dogma Mariano”; Dr. Bartholomew, “Un Científico Explora a María, Corredentora”; Calkins, “El Mensaje de Nuestra Señora de Todas las Naciones”.
84 Memorias de la Hna.. Lucia de Fátima, 13 de Julio de 1917.
85 Embajador Howard Dee: “Embajador de Nuestra Señora, Juan Pablo II y el Quinto Dogma Mariano”, en Discernimientos Contemporáneos, op. cit. p. 12-13. 86 Para un tratado extenso, cf. Miravalle, El Dogma y el Triunfo, Queenship Pub., 1998

 
 

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La Inmaculada Concepción de la Virgen María (Catequesis de Juan Pablo II)

Catequesis de Juan Pablo II (29-V-96)

1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación…
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Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3,15) como una fuente escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplastará la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta a la serpiente bajo sus pies.

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto, por consiguiente, no atribuye a María, sino a su Hijo la victoria sobre Satanás.

Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.

2. En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.

A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese período de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (AAS 45 [1953], 579).

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.

3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1).

La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual, cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12,5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la mujer-Madre de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12,2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19,25), donde participa, con el alma traspasada por la espada (cf. Lc 2,35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.

Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50,7; Jb 14,2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5,12.18). Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Cor 5,21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abundó el pecado» (Rm 5,20).

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.

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Teología de la Inmaculada Concepción

Como la exégesis ha enmarcado a la inmaculada en el amplio cuadro de la historia de la salvación, así la teología debe insertarla en la visión global del misterio cristiano. En efecto, desde el punto de vista histórico, la inmaculada concepción ha sido vista intuitivamente por los fieles en el amplio horizonte de los datos revelados, entre los cuales hay que enumerar la santidad de María, la redención operada por Cristo y el pecado original.

Al aislar la verdad mariana se corre el riesgo de no comprenderla, e incluso de darle una interpretación herética, como ocurrió a Pelagio y a Julián de Eclana, los cuales consideraron a María sin pecado, pero separándola del influjo del único mediador y alterando radicalmente el significado profundo de la inmaculada concepción en el sentido de la autosalvación.

Diversos motivos de orden teológico, ecuménico y pastoral (como el primado de la perspectiva cristocéntrica sobre la amartiológica, la exigencia de una formulación en términos más bíblicos y positivos, la instancia de proponer la fe en expresiones a tono con la cultura contemporánea…) mueven a una presentación actualizada de la inmaculada concepción. Sin rechazar nada del contenido del dogma definido, hay que encuadrarlo no solo en el conjunto de la vida de María, sino también armonizarlo con los diversos elementos de la historia de la salvación, y sobre todo con su centro vivo, que es Cristo.

 

SIGNO MANIFESTATIVO DEL AMOR GRATUITO DEL PADRE

Seria grave error presentar la inmaculada concepción ante todo como un privilegio o una excepción, como una condición totalmente diversa y aislada de todo el resto de la humanidad. Según la Escritura, cualquier acontecimiento ocurrido en el tiempo es una realización del plan divino de salvación trazado por el amor misericordioso y sabio del Padre «antes de la creación del mundo» (cf Ef 1,4).

También la inmaculada concepción forma parte del designio salvífico de Dios, del «único e idéntico decreto» -dirá en términos más jurídicos la bula Ineffabilis Deus- por el cual Dios dispuso la encarnación redentora. Todas las confesiones cristianas están de acuerdo -más allá de las afirmaciones bíblicas favorables a las tesis escotista o tomista de la encarnación de Cristo incluso sin darse el pecado de los hombres- acerca de la eterna elección salvífica de los hombres en Cristo, que históricamente comporta la victoria sobre el pecado.

Se trata para todos de elección gratuita: ninguna obligación por parte de Dios, ninguna pretensión por parte del hombre. Pero es un hecho que Dios realiza su alianza de amor superando la ruptura operada por el hombre; más aún, justamente entonces -afirma K. Barth- «la gracia se hace aún más fuerte, no es anulada, ni reducida, ni debilitada» cuando se hace redención y reconciliación.

También en el caso de María Dios sólo justifica gratuitamente, fiel a su proyecto de salvación, mediante un veredicto de gracia redentora en Cristo. Por encima del modo preservativo o liberativo de la redención, la salvación es ante todo un acto libre y soberano de Dios, que excluye toda autojustificación: «Todos… son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención, la de Cristo Jesús» (Rom 3,24). Puesto que en la inmaculada concepción no es cuestión de fe o de libre aceptación por parte de María respecto a la salvación, ésta constituye un signo luminoso de la gratuidad del amor de Dios, que actúa antes ya de la respuesta responsable de la criatura.

La Inmaculada proclama, a la cabeza de la falange de los salvados: Soli Deo gloria! La preservación del pecado y la plenitud de gracia no son fruto de su fe o libertad orientada a Dios, y tampoco de sus obras; éstas, al igual que cada uno de los actos de justificación, se inscriben en la elección salvífica del Padre, que decide desde la eternidad amar a los hombres gratuitamente más allá del pecado y de los méritos. La inmaculada concepción manifiesta la absoluta iniciativa del Padre y significa que «desde el comienzo de su existencia María estuvo envuelta en el amor redentor y santificador de Dios».

 

EXPRESIÓN PERFECTA DE LA REDENCIÓN OPERADA POR CRISTO

Relacionar el hecho de la inmaculada concepción con el designio salvífico de Dios significa enlazarlo necesariamente con Cristo, que es el punto focal de tal designio. Los textos bíblicos, sobre todo paulinos, hacen resaltar ya el primado de Cristo respecto a toda la creación (Col 1,15.17; Ef 1,10.21; Jn 1,1-3; Ap 1,8), ya su misión redentora y reconciliadora como cabeza de la iglesia (Col 1,18-20 Ef 1,3-14, Rom 8,3239; Ap 1,5-6), mostrando la solidez de las perspectivas exegéticas de F. Prat: «El centro está en Jesucristo. Todo converge hacia ese punto, todo proviene de aquí y todo conduce ahí. Cristo es el principio, el centro y el fin de todo… Todo intento de comprender un pasaje cualquiera abstrayendo de la persona de Jesucristo terminaría en un fracaso seguro».

La necesidad de armonización entre la intuición de fe acerca de la santidad originaria de María y la verdad básica de la redención universal operada por Cristo la vio claramente Agustín, ofreciendo no la solución, sino el contexto teológico en el que insertar el dato mariano. Desde entonces, dado el peso de la autoridad agustiniana, la inmaculada concepción no se hubiera podido imponer a la conciencia de la iglesia más que a condición de presentarse como un caso de verdadera redención. En otros términos, el honor del Señor, primer argumento favorable a la inmaculada concepción, incluía no sólo la exención de María de toda culpa, sino también, antes aún, el dogma central del cristianismo: Jesucristo, único mediador y redentor.

Es justa, por tanto, la exigencia, advertida también en el campo del pecado original y desviada hacia la mariología con D. Fernández y A. de Villalmonte, de establecer como punto de partida de la teología de la inmaculada concepción no a Adán o el pecado, sino a Cristo. La prioridad de la perspectiva cristológica sobre la amartiológica implica el procedimiento a Christo ad Mariam, en el sentido de que, como afirma K. Rahner, «se puede comprender a María sólo partiendo de Cristo».

Si Cristo es el único mediador y redentor del mundo, si en su muerte y resurrección se ha producido de una vez para siempre e irrevocablemente la reconciliación de la humanidad con Dios (2cor 5,18-21), se sigue que él en su misterio pascual es el salvador también de su madre. La teología, elaborada en los siglos cristianos y que desembocó en la Ineffabilis Deus, precisa que María fue preservada del pecado original «en vista de los méritos de Jesucristo, salvador del género humano», y que ha sido por tanto «redimida del modo más alto»  (sublimiori modo redemptam).

La inmaculada concepción es un caso de redención anticipada y perfecta, en virtud del valor retroactivo del misterio pascual de Cristo y de su máxima aplicación a la madre del Señor. Lejos de ser excepción o negación de la universal necesidad de redención por obra de Cristo, la inmaculada concepción implica que María «está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados» (LG 53) y ha recibido, en su radical incapacidad de autosalvación, la gracia redentora más poderosa que se puede imaginar. Así lo entendió y expresó Duns Scoto en el argumento del perfecto mediador, que muestra la potencia salvífica de Cristo en cuanto que previene del pecado en vez de borrarlo una vez ocurrido. María «es la más grande perdonada; ha recibido una remisión tan plena que la puso al resguardo de toda culpa. La inmaculada concepción es el más grande perdón de Dios.

Siglos y siglos más tarde, santa Teresa de Lisieux llegará a ver como perdón también la ausencia del pecado actual. El inocente es aquel que ha sido perdonado en la eternidad de los pecados que no cometerá en el tiempo porque el amor divino los ha destruido. La razón última de la inmaculada concepción es el amor gratuito de Dios; el fundamento próximo de la misma es la prerrogativa de la madre de Jesús, que histórica y lógicamente incluye una santidad proporcionada a su unión íntima con el Hijo, Sin ser una exigencia ineludible, la ausencia de pecado en María desde el primer instante fue percibida por el sentido de los fieles como el único dato armonizable tanto con la santidad de Cristo como con la persona y misión de María.

Es más que conveniente que aquella que había de engendrar al Verbo de Dios según la naturaleza humana y acogerlo ejemplarmente en la fe, e incluso cooperar con él a la salvación de los hombres, estuviese del todo exenta de pecado.

No se trata de una cuestión temporal o de instantes, sino del misterio de la predestinación de María porque solamente ella, «en virtud de su misión y por sus cualidades personales, está situada exactamente en el punto en que Cristo inauguraba triunfante la definitiva redención de la humanidad. Por ello el dogma de la inmaculada concepción de la Virgen es un capítulo de la doctrina misma de la redención y su contenido constituye la manera más perfecta y radical de nuestra redención». Quedan por especificar los aspectos positivo y negativo incluidos necesariamente en la redención.

 

CREACIÓN EN LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO

Aun dentro de la diversidad de descripción del hecho salvífico, el NT entiende fundamentalmente la salvación como «participación que Dios hace de sí en Cristo y en el Espíritu». En particular, el Espíritu es la suma de todos los efectos de la redención, porque en él se realiza la comunión con el Padre y la nueva vida en Cristo (Jn 6,63 7,39; 16,7; 2Cor 5,15. 19). Él es el don más importante otorgado por el Padre y por el Hijo para hacer desaparecer la vida según la carne, y es el principio dinámico de la nueva vida en la gracia, en el amor y la libertad filial (Rm 8,1-17).

Esta óptica positiva de la salvación ha de tener la precedencia también cuando se trata de la inmaculada concepción. La bula Ineffabilis Deus, aunque define el dogma mariano en términos negativos, no ignora, sino que valoriza el aspecto positivo que supone: la plenitud de inocencia y de santidad que se deriva de la singular predilección divina hace de María una criatura «adornada de los resplandores de la perfectísima santidad».

Si es fácil comprender, observa L. Galot, el intento de la bula pontificia de definir de modo decisivo el objeto de la histórica controversia, esta presentación negativa del dogma adolece de la tendencia latina a caracterizar a María en relación al pecado y debe completarse con la perspectiva de los padres griegos, más favorable a poner de relieve la perfección de la Toda santa. Precisamente en esta linea se ha colocado el Vat II, que apela a los santos padres para presentar a María «inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura, enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular…» (LC 56).

Los padres citados, todos orientales, son Germán de Constantinopla, Anastasio de Antioquía, Andrés de Creta y Sofronio, que ensalzan la santidad de la llena de gracia, en esta misma linea se ha colocado, entre otros, el teólogo bizantino Nicolás Cabasilas, el cual llama a María «nueva tierra y nuevo cielo… que no ha heredado nada del antiguo fermento…, nueva pasta e inicio de una nueva estirpe». Por motivos ecuménicos de encuentro con los cristianos ortodoxos y por razones de fidelidad al concepto bíblico de salvación «debemos ver el misterio de María en su verdadera dimensión teológica: como un misterio de elección divina, de santidad, de plenitud de gracia y de fidelidad al plan de Dios».

Los mismos motivos empujan a estudiar a la Inmaculada en su relación con el Espíritu Santo, el cual se comunicó a María desde el comienzo de su existencia. En esta perspectiva se situó la cotidiana reflexión de san Maximiliano Kolbe (+ 1941), que afrontó el significado de la inmaculada concepción en un clima de oración y de consciencia del misterio. A la pregunta: «¿Quién eres, Inmaculada Concepción?», responde refiriéndose al Espíritu Santo, que es «una concepción increada, eterna, prototipo de cualquier concepción de vida en el universo…, una concepción santísima, infinitamente santa, inmaculada».

Puesto que María «está unida de modo inefable con el Espíritu Santo, por el hecho de ser su esposa, se sigue que la Inmaculada Concepción es el nombre de aquella en la cual él vive con un amor fecundo en toda la economía sobrenatural». El Espíritu Santo, por consiguiente, «mora en ella, vive en ella, y esto desde el primer instante de su «existencia»; pero esto ocurre de modo tan íntimo e inefable, que lleva al p. Kolbe a hablar de «casi encarnación» del Espíritu Santo en la Inmaculada. Esta audacia teológica -a diferencia de la hipótesis de L. Boff acerca de la unión hipostática del Espíritu Santo en María- se mantiene en la ortodoxia, ya que el p. Kolbe tiene cuidado de precisar: «En Jesús hay dos naturalezas (la divina y la humana) y una única persona (la divina), mientras que aquí hay dos naturalezas, y dos son también las personas, el Espíritu Santo y la Inmaculada, sin embargo, la unión de la divinidad con la humanidad supera cualquier comprensión».

La Inmaculada, en cuanto reflejo del Espíritu Santo, constituye una dimensión rica en desarrollo teológico: enlaza con el tema bíblico del corazón nuevo, con la catarsis de María tal como es presentada por la tradición oriental y occidental, con la respuesta de la Virgen en su vida moral y con la redención escatológica de María actuada por el Espíritu Santo.

 

INMUNIDAD DEL PECADO ORIGINAL

Lutero, en un sermón de 1527, afirmó que «ante todo debemos ver qué es el pecado original para comprender cómo la santa Virgen estuvo exenta de él». Hoy, en cambio, no solamente se propone justamente partir de Jesucristo para comprender a la Inmaculada, sino que se llega a negar la relación intrínseca que tiene con el pecado original y a exigir que tal prerrogativa mariana sea liberada de la ganga maculinista.

Semejante propuesta nos parece inaceptable porque desquicia el sentido obvio del dogma definido, reduce la historia plurisecular del mismo a una estéril o insignificante polémica y contrasta con la concepción bíblico-tradicional de la salvación, que implica reconciliación, justificación y liberación de la condición de pecado. No se puede, por tanto, vaciar los dos dogmas del pecado original (definido por el concilio de Trento) y de la inmaculada concepción (definido por Pio IX), ni considerarlos en una perspectiva de autonomía y separación.

Basándose en la analogía de le fe y en la unidad fundamental de los datos revelados los dos dogmas están directamente enlazados y deben ejercer su función de una recíproca verificación. Toda interpretación que anule o falsee uno u otro ha de considerarse a priori errada.

DIVERSAS TEORIAS

Sin lugar a dudas, las modernas teorías sobre el pecado original, surgidas bajo el impulso de los progresos científicos, exegéticos y teológicos, son generalmente reductivas. Sin embargo, contienen elementos válidos y estimulantes, que enriquecen y dan un carácter de actualidad al contenido de la inmaculada concepción Las expondremos brevemente, catalogándolas en una triple corriente y poniendo de manifiesto sus directas consecuencias con el dogma mariano.

a) Corriente evolucionista.

La visión evolutiva del universo impuesta por las ciencias repercute en la teología del pecado original, que está inserto en el movimiento del mundo hacia la perfección y la unificación. Puesto que el desorden físico y moral pertenece necesariamente al sistema evolutivo, «el pecado original, considerado en su fundamento cósmico (si no en su actualidad histórica en los primeros hombres), tiende a confundirse con el propio mecanismo de la creación, donde representa la acción de las fuerzas negativas de contraevolución (Theilhard de Chardin). Cristo, por el contrario, es el fin, el motor y el ambiente vital del universo: no sólo expía el pecado del mundo, sino que supera la resistencia a la ascensión espiritual inherente a la materia. Es el unificador y catalizador del máximo grado de ser.

Acerca de la presencia de la Inmaculada en este universo evolutivo, ni Teilhard de Chardin ni sus epígonos, como Huisboch y Lengsfeld, han avanzado una teoría sistemáticamente elaborada. Se encuentra en ellos algún punto significativo derivado de su visión teológica, p. ej., de Teilhard de Chardin, el cual saluda a María como «perla del cosmos» y habla de la Inmaculada en estos términos: «La inmaculada concepción para mí, es la fiesta de la acción inmóvil, quiero decir, la que se ejercita con la simple transmisión de la energía divina a través de nosotros…

En nuestro Señor todos los modos de actividad inferior y agitada desaparecen en esta sola y luminosa función de atraer, recibir y dejar pasar a Dios. Para ser activa de este modo y en este grado, la Virgen santa hubo de recibir su ser en el seno mismo de la gracia, puesto que ninguna justificación secundaria, por muy acelerada que fuera, hubiera podido sustituir a esta perfección constitutiva y nativa de una pureza que presidió la aparición misma del alma». La Inmaculada es considerada aquí en una óptica positiva, que no menciona siquiera el pecado; en compensación aparece ella como el antipecado, como la criatura incapaz de oponer resistencia o de ser una rémora a la acción divina. En virtud de su función de llevar a Dios a las esferas humanas, María es toda pureza y transparencia activa.

Valorando críticamente esta corriente evolucionista, hay que observar que no salva suficientemente ni el carácter libre del pecado ni la gratuidad de la salvación. Pecado y Cristo entran necesariamente en la evolución natural del fenómeno humano, en contra de la Escritura, que presenta el pecado como una anomalía que no hubiera debido existir, y la venida de Cristo redentor como un don gratuito de la iniciativa divina. No obstante, es válido cuanto afirma acerca del movimiento de crecimiento y unificación traído por Cristo; por lo cual también María inmaculada aparece como elemento no de freno, sino catalizador de la dirección positiva de la historia. Ella no se introduce en los callejones ciegos y abortivos de la involución, porque representa un impulso o un empuje que orienta el movimiento histórico hacia la justa dirección, que es Cristo.

b) Corriente sociológica.

Otros autores, como H. Rondel y sobre todo P. Schoonenberg, parten de la situación histórica marcada y gravada por los pecados desde los tiempos del homicidio de Abel hasta el rechazo de Jesús, con el cual se colma la medida de los padres (Mt 23 29-36; Lc 11,47-51). El pecado original es el estar situado en el «pecado del mundo» (Jn 1,29), es decir, una situación de perdición que hace imposible el amor de Dios sobre todas las cosas y la exención de los pecados personales. Es el influjo de los pecados históricos añadido al desorden de nuestra naturaleza. La admisión de este estar situados en el pecado va unida a la confesión de nuestra salvación en Jesucristo, en el cual «estamos redimidos de nuestras acciones pecaminosas y de nuestra actitud básica pecadora. Pero también lo estamos de un pecaminoso estar situados, de una sumisión al poder del pecado, aunque éste llegue a nosotros desde fuera… Desde nuestro origen estamos situados por la caída y la redención».

Schoonenberg no ofrece un tratado especifico sobre María, sino únicamente alguna alusión. Admite con el concilio tridentino que la universalidad del pecado original «deja espacio para la inmaculada concepción de María», que es una excepción a él. Presenta a la inmaculada concepción como no inserción en el pecado del mundo; pero inspirándose en el simul iustus et peccator, añade que «la idea de que uno puede venir ya al mundo en la salvación de Cristo puede aclarar al protestantismo el hecho de que aceptar la concepción inmaculada de María no significa necesariamente desconocer que María fue también redimida».

El influjo de la teoría de Schoonenberg se revela en el párrafo del catecismo holandés acerca de la inmaculada concepción: «María no conoció la culpa. Fue concebida inmaculada. Viviendo en un mundo de pecado, la tocó ciertamente el dolor, pero no su maldad. Es hermana nuestra en el dolor, pero no en la culpa. Ella venció enteramente al mal por el bien; victoria que debe naturalmente a la redención de Cristo».

La teoría de Schoonenberg es utilizable «no como alternativa de !a teología clásica, sino como una valorización de aspectos del misterio de la perdición y de la salvación, hasta ahora demasiado descuidados»; p. ej., el influjo ejercido por el mal ejemplo y por las estructuras cerradas a Dios, es decir, bíblicamente por el «pecado del mundo» (1Jn 2,15s, 5,19…). Ver en la Inmaculada la impermeabilidad al mal estructural es acertado, al menos si se lo considera como efecto de una gracia que la santifica desde el principio de su existencia.

La teoría de Schoonenberg aplicada a la Inmaculada no convence a causa de la ambigüedad con que se afirma el privilegio de María. Mientras que en el contexto de la universalidad del pecado la inmaculada concepción de María aparece como una excepción, en el contexto de la salvación deja de ser tal y se convierte en el paradigma de todo redimido: «La inmaculada concepción nos dice que la redención no es solamente una liberación del pecado, sino que es, sobre todo, una preservación del pecado, lo cual es importante para una doctrina de la gracia orientada hacia el futuro».

Parece que Schoonenberg coloca a la inmaculada concepción en el mismo plano del bautismo, en cuanto que también éste es una curación preventiva, que se conserva en una gracia nunca perdida (además de borrar el pecado en que el hombre está inserto). La crítica formulada por O’Connor y repetida por Alonso, que reprocha haber transformado la gracia de la inmaculada concepción de preservadora en protectora, no tiene en cuenta la interpretación articulada de Schoonenberg.

c) Corriente existencial.

Partiendo del agudo sentido de la libertad, propio de la época contemporánea, los autores contemplan el pecado original en armonía con el personalismo dialogal.

A. Vanneste, en una serie de estudios histórico-dogmáticos, llega a la conclusión de que «el pecado original es la necesidad que tiene el niño de ser liberado y salvado por Cristo, porque este niño ha rechazado ya virtualmente la gracia divina y por ello debe convertirse a Cristo».

Dada la universalidad del pecado actual, que hace históricamente pecadores a todos los hombres, hay que decir que ello depende de una culpa virtual, que los orienta hacia el pecado personal si no interviene la gracia. El pecado original es el pecado virtual, es decir, la condición de inevitable sujeción a la culpa en que se encuentran también los niños. En esta óptica «el privilegio de la inmaculad
a concepción se identifica con el de la inmunidad de todo pecado actual». María ha recibido una gracia poderosa que la ha preservado de modo completo y total de los pecados personales. Se trata de un verdadero milagro realizado por Cristo.

La posición de Vanneste es loable entre otras cosas por la conexión entre el pecado original y el actual, según las exigencias personalistas de la cultura. Pero no es aceptable la identificación del pecado original con el personal, bien porque anula la definición tridentina, bien porque no se ve cómo basta un pecado futuro para constituir pecadores: ¿puede Dios considerar al hombre pecador sólo por lo que hará?

En cuanto a María es justo poner de relieve su falta de pecado o impecabilidad, pero esto constituye una consecuencia de la inmaculada concepción, y no se identifica con ella. Con esta reducción, la inmaculada concepción «pierde su supuesto fundamental, y las controversias que duraron siglos aparecen como un error tragicómico».

Teniendo en cuenta los aspectos óntico, personal e histórico-comunitario, M. Flick y Z. Alszeghy definen el pecado original «la alienación dialogal de Dios y de los hombres, determinada por la falta de participación de la vida divina, que a su vez es producida por una libre iniciativa humana, precedente a toda toma de posición de cada uno de los miembros de la humanidad actual».

Por la valoración de los diversos elementos del pecado original, la teoría de Flick-Alszeghy se presenta como una de las más completas que se han elaborado recientemente. Se la clasifica en la perspectiva existencial porque su elemento central es el personalista, a saber: «la incapacidad de amar a Dios sobre todas las cosas y, consiguientemente, de evitar los pecados graves personales». Especificando más, M. Flick describe el pecado original como «una inevitable necesidad de pecar…; una disposición psicológica del hombre, que virtualmente contiene todos los pecados personales, los cuales, a causa de esto, se hacen inevitables»…; la pérdida de una virtualidad que bajo el impulso de la gracia hubiera podido llevar al hombre al desarrollo de sus facultades, no en oposición a Dios.

Desgraciadamente, Flick y Als zeghy no se detienen en todo el volumen en el dogma de la inmaculada concepción. Esta laguna sorprende, sobre todo si se piensa que ellos se proponían proceder adoptando «una de las principales reglas de la metodología teológica»: la analogía de la fe, que hace evitar el aislamiento del pecado original del resto del mensaje cristiano. La falta de verificación mariana priva al pecado original de una ulterior garantía e iluminación: por otra parte, la inmaculada concepción de María no ha recibido de estos autores una actualización que hubiera podido hacer surgir nuevos aspectos del misterio.

En el ámbito de esta teoría, la inmaculada concepción se presenta en todo caso como capacidad radical de dialogar con Dios y de opción fundamental derivada de la participación de la vida divina, recibida desde el principio mediante preservación del influjo deletéreo del pecado de la humanidad. En particular es importante subrayar la dimensión personalista, que hace ininteligible el pecado original sin relación al pecado personal; en este sentido, la inmaculada concepción es un privilegio dado por Dios con vistas a una vida santa e inmaculada, en consonancia con la misión de María en la historia de la salvación.

 

SÍNTESIS FINAL

Historia, teología, espiritualidad y cultura ofrecen varias pistas para una representación actualizada de la inmaculada concepción de María.

A pesar de la tardía explicitación del dogma, la argumentación pro Inmaculata encuentra su firme certeza en la definición de Pío IX, que, sostenida por el consenso de los obispos y de los fieles, corona una batalla secular.

La inmaculada concepción es, pues, un hecho eclesial, porque ha madurado en la conciencia de los creyentes a lo largo de los siglos cristianos y se ha impuesto en la iglesia superando obstáculos de orden teológico y la oposición de los más prestigiosos teólogos medievales. No se puede negar que la atribución de la concepción inmaculada a María armoniza con su maternidad divina y santa lo mismo que con su función de colaboradora en la obra del Hijo único redentor.

Por su intima comunión de vida y de destino con Cristo, María se ha visto rodeada desde el primer momento de su existencia por el amor del Padre, por la gracia del Hijo y por los esplendores del Espíritu. Consiguientemente, ha sido preservada de toda sumisión o connivencia con el mal, tanto interior como estructural.

La Inmaculada es un ejemplo de justificación por pura gracia, que sin embargo no permanece inerte en ella, sino que provoca una respuesta de fe total al Dios santo que la ha santificado. Ella manifiesta la plenitud y perfección del amor redentor de Cristo, porque muestra su eficacia retroactiva y preservativa. Precisamente por eso la Inmaculada no obstaculiza el movimiento de la historia hacia la unificación y la perfección en Cristo, sino que lo promueve, convirtiéndose a su vez en comunicadora de salvación.

La inmaculada concepción es el comienzo de un mundo nuevo animado por el Espíritu: es plenitud de amor, superávit de realidad cristiana, nostalgia del paraíso perdido y vuelto a encontrar. María «es el fruto no envenenado por la serpiente, el paraíso ya concretado en el tiempo histórico, la primavera cuyas flores no experimentarán ya el peligro de la contaminación y la putrefacción» (L. Boff).

En ella la iglesia encuentra su utopía, su imagen más santa después de Cristo, su ser y deber ser de «esposa inmaculada». El privilegio de María no la separa de la humanidad ni de la iglesia, porque la Inmaculada tiene una función tipológica para la comunidad cristiana y cada uno de sus miembros. La inmaculada concepción es un privilegio no aristocrático, sino popular y, en alguna manera, participable. Ciertamente, incluso dentro del esplendor del Espíritu, María permanece anclada en la tierra, en la historia, en la concreción de la condición humana.

Si se ha visto inmune del pecado y de la concupiscencia que conduce al mal, la Inmaculada no ha estado exenta de los sentimientos humanos más intensos y vitales, de los límites y condicionamientos culturales, del sufrimiento, del camino de la maduración y de la peregrinación en la fe. A diferencia de nosotros, pecadores, María bajo el influjo de la gracia ha puesto sus impulsos y tendencias al servicio de un proyecto santo.

S. DE FIORES NUEVO DICCIONARIO DE MARIOLOGIA Págs. 927-935

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¿La Iglesia Católica es Idólatra?

 

 

Quizá la acusación más repetida y trillada de parte del protestantismo hacia la Iglesia Católica es la de idolatría. “Los católicos adoran imágenes’ repiten hasta el cansancio, y hay que decir que dicho argumento a pesar de ser tan flojo, logra convencer a muchos católicos poco formados que desgraciadamente desconocen su fe, en parte por culpa propia y en parte por la nuestra como miembros de la Iglesia que somos.

IDOLATRÍA, ADORACIÓN Y VENERACIÓN

Según el diccionario de la Real Academia Española el significado de idolatría es:

Idolatría: Adoración que se da a los ídolos.

Donde a su vez, la palabra ídolo es definida como:

Ídolo: Imagen de una deidad, adorada como si fuera la divinidad misma.

Esta definición coincide con la composición de la palabra idolatría: Ídolo – Latría. Donde ídolo es aquello que toma el lugar de Dios, y latría significa culto de adoración.

Idolatría consiste en adorar algo o alguien diferente a Dios (ídolo), ya sea una persona o una cosa.

Según el diccionario de la Real Academia Española el significado de adorar es:

Adorar:
1.Reverenciar con sumo honor o respeto considerándolo como cosa divina.

2. Reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido.

De las definiciones anteriores podemos resumir que idolatría es adorar (considerar como Dios o como una deidad) a algo o alguien diferente de Dios. Los católicos profesamos que ni a los santos ni a las imágenes se les debe rendir adoración pues esta corresponde a Dios.

Venerar:
Respetar en sumo grado a una persona por su santidad, dignidad o grandes virtudes o a una cosa.
Mientras adorar es considerar como Dios a algo o a alguien, venerar es respetar en gran manera a algo o a alguien, no por ser Dios, sino por su relación con Dios. Podemos venerar a alguien por considerar que esta persona por su vida y virtudes es grata a Dios sin adorarla.

¿PERO NO ESTÁ PROHIBIDO HACER IMÁGENES?

Está prohibido adorar ídolos que es distinto. Las denominaciones protestantes interpretan fuera del contexto el mandamiento de Éxodo 20,4, como una prohibición a hacer imágenes.

“No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos”[1]

En el pasaje anterior todo lo subrayado es una sola prohibición. Dios prohíbe hacer imágenes para darle el lugar que solo a él le corresponde. Este mandamiento lo dio Dios no porque se tratara de algo malo en sí mismo, sino por causa de las circunstancias: los israelitas vivían en medio de pueblos paganos idólatras (creían que las estatuas eran dioses o tenían propiedades divinas, y por eso las adoraban) y tenían mucha tendencia a imitarlos. Para evitar que cayesen en el error de los paganos, Dios prohibió la representación de la divinidad por medio de pinturas o estatuas. En otros pasajes se puede observar dicha intención:

“No vayáis en pos de otros dioses, de los dioses de los pueblos que os rodean, porque un Dios celoso es Yahveh tu Dios que está en medio de ti. La ira de Yahveh tu Dios se encendería contra ti y te haría desaparecer de la haz de la tierra”[2]

“Pero si llegas a olvidarte de Yahveh tu Dios, si sigues a otros dioses, si les das culto y te postras ante ellos, yo certifico hoy contra vosotros que pereceréis”[3]

Estos pasajes dejan claro que la prohibición de hacer imágenes consistía en adorarlas o considerarlas como dioses, no hacerlas.

Otro pasaje que lo deja muy claro es el siguiente:

“Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna el día en que Yahveh os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a pervertiros y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea: figura masculina o femenima, figura de alguna de las bestias de la tierra, figura de alguna de las aves que vuelan por el cielo, figura de alguno de los reptiles que serpean por el suelo, figura de alguno de los peces que hay en las aguas debajo de la tierra. Cuando levantes tus ojos al cielo, cuando veas el sol, la luna, las estrellas y todo el ejército de los cielos, no vayas a dejarte seducir y te postres ante ellos para darles culto. Eso se lo ha repartido Yahveh tu Dios a todos los pueblos que hay debajo del cielo”[4]

DIOS MANDA A HACER IMÁGENES

Una prueba evidente de que Dios no prohibió en sí, la fabricación de imágenes la tenemos en la misma Biblia. Veamos varios ejemplos:

Dios mandó a hacer figuras de querubines sobre el arca de la alianza:

“Harás un arca de madera de acacia de dos codos y medio de largo, codo y medio de ancho y codo y medio de alto… Harás, además, dos querubines de oro macizo; los harás en los dos extremos del propiciatorio: haz el primer querubín en un extremo y el segundo en el otro. Los querubines formarán un cuerpo con el propiciatorio, en sus dos extremos. Estarán con las alas extendidas por encima, cubriendo con ellas el propiciatorio, uno frente al otro, con las caras vueltas hacia el propiciatorio”[5]

El templo de Salomón estaba lleno de imágenes de querubines:

“El cedro del interior de la Casa estaba esculpido con figuras de calabazas y capullos abiertos; todo era cedro, no se veía la piedra. Había preparado un Debir al fondo de la Casa en el interior para colocar en él el arca de la alianza de Yahveh… Hizo en el Debir dos querubines de madera de acebuche de diez codos de altura. Un ala del querubín tenía cinco codos y la otra ala del querubín cinco codos: diez codos desde la punta de una de sus alas hasta la punta de la otra de sus alas. El segundo querubín tenía diez codos, las mismas medidas y la misma forma para los dos querubines. La altura de un querubín era de diez codos y lo mismo el segundo querubín. Colocó los querubines en medio del recinto interior; y las alas de los querubines estaban desplegadas; el ala de uno tocaba un muro y el ala del segundo querubín tocaba el otro muro, y sus alas se tocaban en medio del recinto, ala con ala. Revistió de oro los querubines. Esculpió todo en torno los muros de la Casa con grabados de escultura de querubines, palmeras, capullos abiertos, al interior y al exterior…los dos batientes eran de madera de acebuche; esculpió sobre ellos esculturas de querubines, palmas y capullos abiertos, y los revistió de oro, poniendo láminas de oro sobre los querubines y las palmeras. Hizo lo mismo en la puerta del Hekal: los montantes de madera de acebuche que ocupaban la cuarta parte; Esculpió querubines, palmeras, capullos abiertos y embutió oro sobre la escultura”[6]

Eso sin contar las figuras de animales que tenía el templo de Salomón:

“Hizo el Mar de metal fundido que tenía diez codos de borde a borde; era enteramente redondo, y de cinco codos de altura; un cordón de treinta codos medía su contorno. Debajo del borde había calabazas todo en derredor; daban vuelta al Mar a largo de treinta codos; había dos filas de calabazas fundidas en una sola pieza. Se apoyaba sobre doce bueyes, tres mirando al Norte, tres mirando al Oeste, tres mirando al Sur y tres mirando al Este; el Mar estaba sobre ellos, quedando sus partes traseras hacia el interior”[7]

“En la cima de la basa había un soporte de medio codo de altura completamente redondo; y en la cima de la basa, los ejes y el armazón formaban un cuerpo con ella. Grabó sobre las tablas querubines, leones y palmeras… y volutas alrededor”[8]

¿Era olvidadizo Salomón? ¿O quizá no conocía el mandamiento que prohibía imágenes? Otro ejemplo lo vemos cuando Dios mismo le mandó hacer a Moisés una imagen de una serpiente de bronce:

“Envió entonces Yahveh contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel. El pueblo fue a decirle a Moisés: «Hemos pecado por haber hablado contra Yahveh y contra ti. Intercede ante Yahveh para que aparte de nosotros las serpientes,» Moisés intercedió por el pueblo. Y dijo Yahveh a Moisés: «Hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá.» Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida”[9]

Este ejemplo es muy claro, ya que esta imagen de la serpiente de bronce solamente fue destruida cuando el pueblo comenzó a adorarla mucho después.

Los protestantes suelen objetar que se puede hacer imágenes cuando Dios manda a hacerlas, pero Dios no manda al hombre a cometer un acto que es moralmente malo. De allí que Dios en ninguna circunstancia manda a blasfemar o a adorar algún ídolo.

¿Y LA GENUFLEXIÓN NO ES IDOLATRÍA POR SER SÍMBOLO DE ADORACIÓN?

Es frecuente escuchar a estos argumentos, que el católico si adora las imágenes porque se arrodilla ante ellas. Sin embargo en la Biblia estar de rodillas puede tener varios significado.

Se puede estar de rodillas para adorar

“Cuando Pedro entraba salió Cornelio a su encuentro y cayó postrado a sus pies. Pedro le levantó diciéndole: «Levántate, que también yo soy un hombre.»”[10]

“Yo, Juan, fui el que vi y oí esto. Y cuando lo oí y vi, caí a los pies del Angel que me había mostrado todo esto para adorarle. Pero él me dijo: «No, cuidado; yo soy un siervo como tú y tus hermanos los profetas y los que guardan las palabras de este libro. A Dios tienes que adorar.»”[11]

En los dos últimos pasajes, ambos hombres, Cornelio y Juan se pusieron de rodillas con intención de adoración, y por eso su gesto es reprobado. El texto aclara que Juan cayo a sus pies “para adorarle», a lo que el ángel responde: “A Dios tienes que adorar».

Se puede estar de rodillas para venerar

Pero estar de rodillas también puede hacerse como una muestra de veneración y respeto, como lo vemos en otros pasajes en que este acto no es reprobado, por ejemplo cuando el Rey Salomón se arrodilla ante su madre y nadie entendió que por eso él la adoraba.

“Entró Betsabé donde el rey Salomón para hablarle acerca de Adonías. Se levantó el rey, fue a su encuentro y se postró ante ella, y se sentó después en su trono; pusieron un trono para la madre del rey y ella se sentó a su diestra”[12]

Abdías se arrodilló ante Elías y este no le corrige porque era por respeto también:

“Estando Abdías en camino, le salió Elías al encuentro. Le reconoció y cayó sobre su rostro y dijo: ¿Eres tú Elías, mi señor?»”[13]

Ante Eliseo también se pusieron de rodillas:

“Habiéndole visto la comunidad de los profetas que estaban enfrente, dijeron: «El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo.» Fueron a su encuentro, se postraron ante él en tierra”[14]

Daniel se arrodillo ante el ángel Gabriel:

“Mientras yo, Daniel, contemplaba esta visión y trataba de comprenderla, vi de pronto delante de mí como una apariencia de hombre, y oí una voz de hombre, sobre el Ulay, que gritaba: «Gabriel, explícale a éste la visión.» El se acercó al lugar donde yo estaba y, cuando llegó, me aterroricé y caí de bruces. Me dijo: «Hijo de hombre, entiende: la visión se refiere al tiempo del Fin.» Mientras él me hablaba, yo me desvanecí, rostro en tierra. El me tocó y me hizo incorporarme donde estaba”[15]

Las mujeres se arrodillaron frente a ángeles en el sepulcro:

“No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?”[16]

Existen muchos más ejemplos adicionales en toda la Escritura en donde postrarse significa solamente un acto de veneración y en donde en ningún momento se censura como acto idolátrico[17].

A pesar de esto, los protestantes suelen citar los primeros pasajes donde la genuflexión lleva implícito un acto de idolatría, pero nunca estos. ¿Puede ser consecuente una interpretación de la Escritura que construye su doctrina de pasajes aislados e ignora el resto?

CONCLUSIÓN

Tan seguro de que amanecerá mañana es que los protestantes seguirán utilizando la trillada acusación de idolatría para para confundir a católicos poco formados y atraerlos a su grupo religioso. Es en parte responsabilidad de nosotros y de nuestros pastores por nuestras fallas a la hora de transmitir la fe integra y sin contaminación. Si usted pregunta a algún amigo católico si las imágenes se adoran y no sabe responder, ya sabe que allí hay alguien que necesita ser evangelizado y con urgencia. No es en este sentido falso el viejo adagio: “Católico ignorante, seguro protestante”

NOTAS:
[1] Éxodo 20,3-4
[2] Deuteronomio 6,14-15
[3] Deuteronomio 8,19
[4] Deuteronomio 4,15-19
[5] Éxodo 25,10.18-20
[6] 1 Reyes 6,18-19.23-29.32-33.35
[7] 1 Reyes 13,23-25
[8] 1 Reyes 13,35-36
[9] Números 21,6-9
[10] Hechos 10,25-26
[11] Apocalipsis 22,9
[12] 1 Reyes 2,19
[13] 1 Reyes 18,7
[14] 2 Reyes 2,15
[15] Daniel 8,15-18
[16] Lucas 24,4-5
[17] A este respecto puede consultar: Génesis 33,3.6.7; 48,12; 49,8; Éxodo 18,7; Josué 5,14; 1 Crónicas 21,21; 29,20; 1 Reyes 1,16.23.31; 2,13.19; 18,7; 2 Reyes 1,13; 2,15; 4,27.37; 1 Samuel 24,9; 25,23.41; 28,14; 2 Samuel 1,2; 9,6; 14,4.33; 16,4; 18,28; 24,19;

Fuentes: José Miguel Arráiz para Info Católica

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Como es el culto católico


Una de las mejores formas de identificar a un católico o a un protestante, es observando su actitud con respecto al CULTO RELIGIOSO. La presencia de un cuadro, estampa o medallita con una Cruz, una imagen de la Virgen María o de algún santo, identifican a un católico.

La ausencia de imágenes no identifica de inmediato a un protestante, pero si una persona parece fuertemente opuesta al uso de imágenes, hay mucha probabilidad de que sea protestante.

¿QUÉ ES EL CULTO?

El concepto en general de culto, sin detallar mucho, es una actitud conductual de mantener a una cosa, objeto o persona, en un grado más alto al que tenemos los dadores del culto.
El hecho de “dar culto”, significa que consideramos al receptor del culto por encima de nosotros en ciertos aspectos, y digno de recibir honra, admiración y devoción popular.

¿CÓMO ES EL CULTO CATÓLICO?

Los católicos tenemos cinco tipos de culto:
1.– LATRIA ABSOLUTA: Es el culto dado solamente a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
2.– LATRÍA RELATIVA: Es el culto dado a imágenes y/o reliquias de Dios (Padre, Hijo, Espíritu Santo, Santísima Trinidad y Especies de la Eucaristía)
3.– HIPERDULÍA: Es el culto a la Santísima Virgen María.
4.– DULÍA ABSOLUTA: Es el culto reservado a los ángeles y a los santos.
5.– DULÍA RELATIVA: Es el culto a las imágenes y a las reliquias de santos.

Cuando uno trata estos temas con sectarios, con evangélicos, o con etcéteras, se topa con una inquietante cuestión: la idolatría.

¿QUÉ ES LA IDOLATRÍA?

Sin meternos en cuestiones etimológicas, podemos saber qué es exactamente la idolatría: Es el culto de LATRIA que damos a alguien (o algo) que no es Dios. Como sabemos que el culto de LATRIA está reservado únicamente a Dios, si damos dicho culto látrico a otro y otra que no sea Dios, estamos cometiendo el pecado de idolatría.

La idolatría es un pecado grave, pues implica NEGAR el carácter único de Dios, para atribuírselo a personas o cosas creadas: Es comparar a la Creatura con el Creador, comparación inaceptable bajo cualquier concepto.

Dios condena la idolatría en numerosos pasajes de la escritura: Deuteronomio 13, 2-19; Números 25, 1-5; Éxodo 20, 3-5; 1Reyes 16, 32-33; Jueces 2, 11-15; Jueces 10, 6-7; 1Juan 5, 21; Apocalipsis 13, 4-9, etc.

¿HAY IDOLATRÍA EN LA IGLESIA CATÓLICA?

Seamos honestos, y respondamos honradamente a la pregunta: En la doctrina oficial de la Iglesia Católica no hay enseñanzas idolátricas, es decir, no hay a nivel doctrinal idolatría ninguna; la Iglesia hace énfasis en las distinciones de culto:
Numerales del Catecismo de la Iglesia Católica:
Desviaciones de culto (2111, 2113, 2581)
Adoración a Dios (347, 1121, 1123, 2083, 2135)
Culto a María (971)
Culto a las imágenes (2131, 2132, 2141)
Culto a los santos (61, 956, 957, 2683)

Existen cantos y oraciones católicas que aparentemente contienen idolatría; sin embargo no son más que una expresión de devoción, porque la idolatría no está en las simples palabras, está en la actitud.

Por ejemplo, imaginemos que en un templo católico está expuesto el Santísimo (El mismo Cristo), y a los lados del templo hay una imagen de un San Antonio de Padua.

Ahora imaginemos que llega un católico, y en vez de arrodillarse ante el Santísimo, y en vez de adorar a Cristo, pasa de largo, va derecho al santito, e inclina su cabeza y le da un beso con los dedos, reza devotamente al santo durante diez minutos, luego se persina y se va… ¡Sin voltear a ver al Santísimo!

¡Eso SI es Idolatría!

Es importante que los fieles católicos no caigan en dichas actitudes, porque precisamente esto es lo que motiva la crítica de las sectas, y hacen bien, porque debemos demostrar con nuestra actitud, que no somos idólatras, y así matamos dos pájaros de un tiro:

1: Agradamos a Dios, quien prohibe la idolatría
2: Les quitamos a las sectas una carta de la mano, que usan ahora para acusar de idólatras a los católicos.

Invitación: A todos los fieles católicos que lean esto, los invito a que cuando recen al momento de bendecir los alimentos, ya sea desayuno, comida o cena, invoquen al Señor Jesucristo; cuando pasen frente a una Iglesia, no dejen de hacer la Señal de la Cruz, a la vez que invoquen a Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, cuando entren a un templo católico, antes de visitar al santo de su devoción, se inclinen ante el altar, recen un Padre Nuestro, y den gracias a Dios porque les permita vivir un día más, al momento de acostarse, récenle a Él primero, y después si gustan pueden hacer una oración a María, o a algún santo.

En los días patronales de algún Santo, no olviden asistir a Misa, aparte de la fiesta, y dedicar a Dios la alegría de ese día, aunado al recuerdo del santo patrón, aparte de leer vidas de santos, advocaciones de María, lean la Sagrada Biblia, en especial los Cuatro Evangelios, Palabra de Dios y doctrina cristiana por excelencia. Recen el Rosario, pero tengan bien presentes los Padres Nuestros del principio de cada misterio, y hagan énfasis, en su corazón, en las palabras del Ave María: ruega por nosotros, y en las posteriores letanías lauretanas: Reina de los Ángeles, ruega por nosotros, Arca de la Alianza, ruega por nosotros, Estrella de la mañana, ruega por nosotros. Y al pronunciar estas palabras, recuerden que es a DIOS, a quien le va a rogar la Virgen María por nosotros.

En pocas palabras, el fiel católico debe tener presente a Dios primero, siguiendo el primer mandamiento, y luego a María y a los santos, porque Dios es el Alfa y el Omega, el primero y el último (Apocalipsis 22, 13)

¿POR QUÉ HACER LA SEÑAL DE LA CRUZ AL PASAR FRENTE A UN TEMPLO?

El Civismo nos manda saludar a la bandera colocando nuestra mano empalmada sobre el pecho, y los militares lo hacen sobre la frente. Al hacer el juramento a la bandera extendemos el brazo, y para cantar el Himno Nacional nos ponemos de pie.

Del mismo modo, al pasar frente a un templo, recordamos que ahí está Cristo, es un templo suyo, para Él, y donde viene Él en cada Misa, y ahí están en el altar y las imágenes que lo representan y nos recuerdan su presencia continua en el mundo (Mateo 28, 20), es un lugar sagrado, y por lo tanto, igual le hacemos el saludo, tanto frente a las Iglesias como en los nichos donde se suelen colocar imágenes de la Virgen, de Santos, o Cruces, cruces en el camino, cruces en la cima de las montañas, ¡Vemos las manifestaciones de la fe cristiana en todas partes!, y por lo tanto, las saludamos con respeto, dedicando el honor del saludo a Dios nuestro Señor.

Del mismo modo en que al saludar a la bandera dedicamos el honor a la Patria, y no a la telita en sí de que está hecha la bandera, del mismo modo, al saludar a una Cruz, un templo, una imagen, dedicamos el saludo a Dios, no a la piedra del templo, al metal de la cruz o al barro de la imagen.

Reflexionemos ahora sobre los tipos del culto católico, las diferencias en cuanto a concepto, las diferencias en cuanto a la actitud personal, y las bases bíblico-patrísticas de cada culto.

CONCEPTO DEL CULTO DE LATRÍA

El culto de Latría está reservado única y exclusivamente a Dios, es decir, rendimos Latría a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo, esto incluye el culto de Latría a la hostia consagrada, porque es el mismo Cristo, bajo las especies de Pan y Vino en la Sagrada Eucaristía.
La palabra simple que distingue al culto de Latría, es la palabra Adoración.

Dicha Adoración, conceptualmente incluye:
1.– Reconocer a Dios como único Dios
2.– Reconocer a Dios como único Salvador
3.– Reconocer a Dios como único Redentor, en la persona de Cristo
4.– Reconocer a Dios como único Infinito
5.– Reconocer a Dios como único Perfecto
6.– Reconocer a Dios como Camino, Verdad y Vida
7.– Reconocer a Dios como único Omnisciente
8.– Reconocer a Dios como lo más grande que ha sido, que es y que será
9.– Reconocer a Dios como único Omnipresente
10.– Reconocer a Dios como La fuente de Amor, Paz y Bondad
11.– Reconocer a Dios como el único a quien debemos amor por encima de todas las cosas
12.– Reconocer a Dios como el único que merece una sumisión absoluta y total de Pensamiento, Palabra y Obra
13.– Reconocer que todo poder existente, tiene su origen en Dios, y que sin Él no hay nada
14.- Diré, finalmente, que Dios debe ser para nosotros lo que fue para los antiguos aztecas, Ipalnemohuani, Tloque Nahuaque, Teyocoyani e Ilhuicahua, esto es: «Aquel por Quien vivimos», «Señor que está cerca de todo», «Creador de las personas» y «Dueño de los cielos y de la tierra».

A la respuesta de qué es el culto de latría, la respuesta es: Es el culto de Adoración debido única y exclusivamente al Dios Trinitario en quien creemos.

¿Qué actitud identifica al culto de Latría?

Según lo que reconocemos sobre Dios, debemos obrar en consecuencia.
Ya mencionamos antes que debemos tomar en cuenta que al ser el primero y el último, debemos fijarnos en Dios antes que en todo lo demás. Debemos nombrar a Dios primero que a nadie, en la Misa se saluda en nombre de Dios, y luego se hacen alusiones a María y a la comunión de los santos. Si tenemos que celebrar un onomástico, un cumpleaños, una graduación, pensar antes que nada en darle gracias a Dios y ofrecerle la satisfacción y dicha de nuestra celebración. Cuando oremos, poner a Dios en primer lugar, no es malo hacer procesiones por la Virgen o por un santo, pero antes y después debemos tener presente a Cristo y pedirle bendiga nuestro festejo.

Una buena costumbre es persinarnos o santiguarnos frecuentemente, pero teniendo conciencia de lo que significa, para lo cual es bueno repetir en un susurro la fórmula: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, AMÉN”. Cuando asistamos a un Rosario, o a una Misa Patronal, siempre persinarnos primero y tener en mente a Cristo antes que a nadie, en pocas palabras, ponerlo al principio de la fila, para obedecer lo que Él dijo sobre sí mismo: “Yo soy el primero y el último”.

Después de un accidente o susto grave, y ya recuperados, agradecer primero a Dios, y después a la Virgen o al santo bajo cuya devoción le pedimos intercediera ante Dios por nosotros. En pocas palabras, agradecer primero al Señor, y luego al mensajero intercesor, como en un intento fallido de robo se agradece primero al policía, y luego a quien llamó al policía.
Sólo poniendo a Dios antes que nadie en nuestras vidas, estaremos cumpliendo el primer mandamiento: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”; según el cual podemos amar a otras personas, otras cosas, otros ideales, pero Dios debe estar por encima de todo esto.

La Latría en la Biblia y la Tradición

El Padre (Yahvé), reclama Adoración en Éxodo 7, 8 y 9 en general, observemos que antes de cada plaga, Dios mandaba a Moisés a que conminara al Faraón a dejar salir al pueblo (de Israel), a rendirle culto a Él. Evidentemente es el Padre quien reclama adoración en Lucas 4, 8, en Deuteronomio 12, 4-31, y en general, en todos los casos del libro de los Jueces, donde Yahvé castiga a los israelitas justamente por el pecado de idolatría.

El Hijo (Cristo) aceptó las adoraciones que se le hacían en Mateo 28, 9 y 17, en Juan 5, 23, reclama para sí una Adoración Látrica, debida a Dios, en señal de que por Su Divinidad la merece: “Para que todos honren al Hijo como honran al Padre”, San Pablo lo refuerza en Filipenses 2, 10: “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos”, y en Hebreos 1, 6.

Al Espíritu Santo no se le adora directamente en la Biblia, precisamente porque no habla ni toma cuerpo, como el Padre, que habla, y Cristo, que se hace cuerpo, pero desde el momento en que es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, merece la misma adoración que el Padre y el Hijo, por sus dotes divinas.

En el Martyrium Policarpi (156), se hace precisamente distinción entre la Adoración (a Cristo=Dios), y la veneración debida a los mártires, y especifica que se trata de cultos diferentes. Los apolinaristas sostuvieron que adorar a Cristo sería sarcolatría (adoración de la carne), y antropolatría (adoración del hombre), pero los Santos Padres especifican que la carne está inseparablemente unida al Logos Divino, y por eso se le tributa la adoración, del mismo modo que se atribuye reverencia al vestido de un rey por el rey que se viste con él.

¿QUÉ ES LA LATRÍA RELATIVA?

Se le llama así al culto tributado a las imágenes y reliquias de Cristo como el sudario de Turín, y es un culto que incluye cuidado de la imagen o reliquia, respeto y devoción en cuanto a mantenerla segura, protegida, y exponerla al culto popular. La imagen o reliquia no merece el culto por sí misma, y por eso el culto es relativo. Merece el culto por Cristo, quien sí merece y recibe culto absoluto.

CONCEPTO DEL CULTO DE DULÍA

El culto de Dulía (Absoluta) está reservado a los ángeles y a los santos, es decir, rendimos culto de Dulía a los ángeles, arcángeles, querubines, serafines, etc., a los santos canonizados por la Iglesia, entre ellos los Apóstoles, Papas, Reyes, a los beatos, beatificados oficialmente por la Iglesia, y si bien existe un culto de Dulía privado (a personas que conocimos y que nos fueron muy queridas), el culto oficial es el público, a todos los que la Iglesia reconoce formalmente como santos y beatos, en ambos géneros.
La palabra simple que distingue el culto (absoluto y relativo) de Dulía, es Veneración.

Dicha Veneración conceptualmente incluye:
1.– Respeto profundo
2.– Considerar al santo como una persona de grandes cualidades humanas
3.– Considerar al santo como buen seguidor y amigo de Dios
4.– Amarlos, (obviamente sin confrontar el primer mandamiento)
5.– Pedirles intercedan ante Dios por nosotros
6.– Creer en la buena disposición de los santos hacia nosotros, y hacia las almas del santo purgatorio (comunión de los santos)
7.– Deseo de seguir el ejemplo del santo, imitar sus cualidades y procurar hacernos santos como él/ella
8.– Festejar en una fecha determinada a un santo o santa, como expresión de honor y honra hacia ellos por ser héroes de la fe
9.– Saludar las imágenes de los santos, como signo de devoción y para vivificar la comunión de los santos

A la respuesta de qué es el culto de Dulía, respondemos: Es el culto de Veneración debido a los ángeles y a los santos, héroes y paladines de la fe cristiana.

¿Qué actitud identifica al culto de Dulía?

El culto de Dulía a los santos, a diferencia del culto látrico, no es obligatorio en la práctica, sólo es obligatorio en la doctrina. En otras palabras, un católico no está obligado a venerar a los santos, pero sí está obligado a reconocer como válida la veneración a los mismos.

La actitud consiste en tener a un santo o santa, o varios, de nuestra devoción, es decir, “el santo de nuestra devoción”, como popularmente se le llama; y consiste en pedir específicamente a ese santo interceda ante Dios por nosotros, hacernos especialmente amigos de dicho santo, admirarlo y seguir su ejemplo, poniendo en práctica virtudes como la obediencia, la paciencia, la piedad, el estudio, que vimos en aquel santo o santa.

Saber, en el mundo y en nuestra travesía por él, que tenemos amigos y hermanos que ruegan a Dios por nosotros (lo que llamamos La Comunión de los Santos), y unen sus súplicas a las nuestras, para mayor honra y gloria de Dios.

La Dulía en la Biblia y la Tradición

La Biblia, al ser anterior a la existencia de santos cristianos, no menciona específicamente culto a humanos, sin embargo, sí da testimonio del culto dado específicamente a los ángeles, y de la intercesión de los amigos de Dios ya muertos.

En Josué 5, 14, aparece Josué “adorando” al “jefe del ejército de Yahvé”, es decir, adorando a un ángel, es evidente que el culto, al no ser reprobado por el mismo ángel, era veneración en la actitud, porque de lo contrario, el propio ángel hubiera reprendido a Josué. En una ocasión, un ángel reprendió a San Juan Evangelista, quien quiso adorarlo, y le explicó que sólo a Dios se debe de adorar (Apocalipsis 22, 8-9). En Daniel 8, 17; el profeta se inclina ante un ángel, y este no lo reprende por esto (porque la actitud era venerar, no adorar). En Tobías 12, 16; Tobías y su padre se postran ante el arcángel Rafael, y éste no los reprende, sólo los tranquiliza, esto denota que la actitud de Tobías y su padre no fue de adoración, sino de veneración. Cuando se es algo ignorante en la fe, se siente una sola actitud de adoración al postrarse de rodillas, es por eso que San Pedro se opone a dicha adoración por parte del centurión Cornelio (Hechos 10, 26)

La veneración a los ángeles se debe por sus privilegios de ver a Dios en persona, y puesto que los santos también ven a Dios cara a cara (1Juan 3, 2; Colosenses 3, 4), merecen también dicha veneración.

Los primeros cristianos veneraban como santos a los mártires, muchos de ellos canonizados oficialmente después.

El testimonio más antiguo del culto a los santos está en el Martyrium Polycarpi, (hacia el 156), donde el autor dice: “A este (Cristo), lo adoramos por ser el Hijo de Dios; y a los mártires los amamos con razón como discípulos e imitadores del Señor, por su adhesión eximia a su rey y maestro”.
Testimonios de la celebración del aniversario del mártir, lo dan Tertuliano (De corona mil.3), y San Cipriano (Ep. 39, 3), y hacen énfasis en que en el aniversario de la muerte del mártir se celebraba el sacrificio eucarístico.

San Jerónimo defiende contra Vigilancio el culto e invocación a los santos (Ep. 109, 1 y Contra Vigil. 6); San Agustín refuta las objecciones de idolatría, proponiendo como fin de dicho culto el imitar el ejemplo de los mártires, aprovecharse de sus méritos y valerse de su intercesión (Contra Faustum XX 21).

San Hipólito de Roma se dirige a los tres compañeros de Daniel diciendo: “Os suplico que os acordéis de mí, para que también yo consiga con vosotros la suerte del martirio” (In Dan. II 30), Orígenes enseña que “a los que oran como conviene, no sólo les acompaña en su oración el Sumo Sacerdote (Jesucristo), sino también los ángeles, y las almas de los que durmieron en el Señor”, se basa en 2MAcabeos 11, 15-16 para probarlo (De orat. II; cif. Exhort. Ad mart.20 y 38; In lib. Iesu Nave hom. 16, 5; In Num.hom.26); cf. San Cipriano, Ep 60, 5. En las inscripciones sepulcrales paleocristianas se invoca a menudo a los mártires y a otros fieles difuntos que se suponía en la gloria, para que intercedan por los vivos y por los difuntos (almas del santo purgatorio).

LA INTERCESIÓN DE LOS QUE YA MURIERON

Aquí sí vamos a detenernos a reflexionar un poco. Los no-católicos atacan la doctrina de intercesión de los santos, reconociendo la intercesión de los vivos, quienes ruegan ante Dios por otros, pero sí impugnan la intercesión de quienes ya no están vivos, e impugnan los pasajes bíblicos que sostienen la Comunión de los Santos, porque dichos muertos “estaban muertos”, hasta ser reconciliados con Dios por la Pasión de Cristo.

Al respecto se necesita citar a la Biblia, demos algunos textos: En Lucas 9, 30, se ve a Moisés y Elías conversando con Jesús, y resulta que este episodio; la Transfiguración, es anterior a la Pasión de Cristo. Por lo tanto, Moisés y Elías no estaban muertos, sino que sus almas ya estaban en un estado que la Iglesia admite como inferior al cielo, llamándolo “seno de Abraham”, lugar al que fueron los justos antes de la Redeción Consumada en la Cruz.

Esto lo asegura el mismo Dios en Jeremías 15, 1, donde Dios habla de castigar a los malvados, y menciona que “aunque se le pusieran por delante Moisés y Samuel”, no tendría piedad de ese pueblo. Es decir, queda claro que Moisés (intercesor en Éxodo 32, 11), y Samuel (intercesor según Salmo 99, 6 y 1Samuel 12, 18-19), tenían la posibilidad de interceder ante Dios en tiempos de Jeremías y en un futuro, puesto que el libro es profético.

Pero dejándonos de “posibilidades”, hay aparte episodios donde realmente se da la intercesión de los santos:
En 2Macabeos 15, 11-16, vemos como Judas Macabeo tiene un sueño “digno de toda fe”, donde se ve al sacerdote Ozías y al profeta Jeremías, ya muertos, intercediendo ante Dios por los judíos, y la intercesión de los ángeles y los santos la respaldan Tobías 12, 12 y Apocalipsis 5, 8; y 8, 3. Dicha intercesión por nosotros demuestra que es lícito invocarlos.

CONCEPTO DEL CULTO DE HIPERDULÍA

El culto de Hiperdulía es el culto especial que se tributa a la Santísima Virgen María, y básicamente la definición conceptual es la misma que la del culto de Dulía Absoluta. Sin embargo, se diferencia en que a la Virgen debemos amarla más, respetarla más, y confiar más en ella por su especial gracia ante Dios, en pocas palabras, la Hiperdulía no es mas que Dulía “en mayor grado”.

Las palabras simples que identifican el culto de Hiperdulía son Veneración Especial.

Dicha Veneración Especial, superior a la Dulía, tiene razón de ser por las creencias católicas sobre la Virgen María, tales como son:
1.– El ser Madre de Dios (esto le da mayor preeminencia que cualquier santo o santa)
2.– El haber sido concebida sin pecado original (le da una pureza mayor a la de cualquier otra criatura de Dios)
3.– Haber sido Virgen toda su vida (Mayor pureza merece mayor honra y respeto)
4.– Haber sido asunta al cielo en cuerpo y alma (Este especial privilegio proviene de lo que se llama Plena Redención, como glorificación del cuerpo y el alma)

¿Qué actitud identifica al culto de Hiperdulía?

Bueno, al igual que en el caso de los santos, respetándola y amándola en nuestras obras, palabras y pensamientos, debemos pedirle con mucha fe que interceda ante Dios por nosotros, recemos el Rosario, esa hermosa oración mariana que vivifica la comunión de los santos, y por ende la de María con nosotros, como nuestra Madre amorosa.

A María se le cantan las mañanitas, se le da el pésame en el Viernes Santo, se le rezan el Rosario, el Salve y el Angelus, recordando que por ella vino nuestro Salvador Jesucristo, y por esto no es malo (como enseñan los protestantes), tenerla en alta estima y venerarla y honrarla, como honramos cada uno a nuestra madre terrenal.

Por ejemplo, ya vimos que hay que poner a Dios en primer lugar, y no estaría mal poner a María en segundo lugar, en la fila, en nuestras creencias y corazones, porque ella nos ama y ruega por nosotros, ¡Viva María!

La Hiperdulía en la Biblia y la Tradición

El culto de veneración a María lo enseña el ángel Gabriel en Lucas 1, 28: “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”, del mismo modo que lo confirma Santa Isabel (Lucas 1, 42-43): “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, ¿y de dónde a mí viene a verme la madre de mi Señor?”.

María profetizó que se le daría culto en Lucas 1, 48: “Porque a puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones”, e igualmente, una mujer del pueblo empezó con el cumplimiento de esta profecía, en Lucas 11, 27: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron” (texto impugnado debido a las posteriores palabras de Cristo: «dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan»). Tiene sus puntos débiles, pues Cristo nunca niega la bienaventuranza de María -proclamada por Sta. Isabel llena del Espíritu Santo-, pero su respuesta evita la desviación del tema, es más necesario aprender a seguir la Palabra de Dios que venerar a María.

En los tres primeros siglos de la religión cristiana, el culto a María estaba íntimamente unido al de Cristo, en alusiones a la Sagrada Familia, principalmente. En el Siglo IV los himnos de San Efrén son himnos de alabanza a María, San Gregorio Nacianceno da testimonio de la invocación a María cuando la virgen cristiana Justina “imploró a María que la ayudase en el peligro que corría su virginidad” (Or. 24, 11). San Epifanio (403), enseña contra la secta coliridiana, quienes idolatraban a María: “A María hay que venerarla. Mientras al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo se les debe tributar adoración, a María no hay que adorarla” (Haer. 79, 7). San Ambrosio y San Jerónimo ponen a María como modelo de virginidad e invitan a imitarla (veneración) (Ambr, De virginibus II, 2, 6-17, Jerónimo en Ep. 22, 38; 107, 7)

Tomó auge en la Cristiandad el culto a María por ser solemnemente reconocida en el concilio de Éfeso (431), la maternidad divina de María que defendiera San Cirilo de Alejandría. En lo sucesivo se ensalzó a María en sermones y en himnos; se levantaron iglesias, y se introdujeron festividades en su honor, la Anunciación, la Purificación, la Asunción y el Nacimiento de María. El pleno desarrollo del culto mariano llegó en la Edad Media, hasta ser impugnado por los reformadores.

CONCEPTO DEL CULTO DE DULÍA RELATIVA

El culto de Dulía Relativa está reservado a las sagradas imágenes y reliquias religiosas, es decir, representaciones pictóricas de Dios, de la Virgen, de los ángeles y los santos, a las reliquias, principalmente de los santos, como cuerpos incorruptos, ropas, cabellos, objetos personales, o reliquias de Cristo, como el famoso Sudario de Turín.

La palabra simple que identifica el culto de Dulía Relativa es Veneración.

Dicha Veneración, conceptualmente incluye:
1.– Cuidado especial de la imagen o reliquia, no permitir que se maltrate, guardarla en un lugar seguro.
2.– En el caso de las imágenes, restaurarlas si se van deteriorando, para conservarlas mejor.
3.– Exposición pública, esto es opcional, sobre todo para los templos o capillas que tienen la advocación de algún santo o santa.
4.– Saludos por parte de los fieles, ya sea persinándose o besando la imagen o reliquia, dedicando el honor de dicho saludo al santo, y dedicando la feliz comunión de los santos para gloria de Dios.
5.– Utilización de la imagen como representación de dicho paladín de la fe
6.– Respeto a las reliquias, por cuyo medio material se han valido santos para interceder ante Dios y lograr así un milagro.
7.– Utilizar imágenes y reliquias como apoyo psicológico secundario, para reforzar la devoción y sentir una presencia más personal por parte del santo o santa.

¿Qué actitud identifica al culto de Dulía Relativa?

Según los puntos antes mencionados, debemos cuidar y estimar a las imágenes y reliquias; al rendirles un culto simplemente respetuoso, y además relativo, podemos inclinarnos ante las imágenes, pero teniendo en mente que a quien veneramos finalmente no es a la imagen, sino al santo representado por la misma. Podemos besar las imágenes y las reliquias, dedicando nuestra actitud al santo, representado ya sea en reliquia o en imagen.

La Dulía Relativa en la Biblia y la Tradición

Antiguamente, el culto a las imágenes era pagano y látrico, y por lo tanto, era realmente idolatría, de modo que Yahvé condenó dicho culto idolátrico a las imágenes en Éxodo 20, 4; pero por otro lado, aprueba la construcción y culto normal (dulía), a imágenes en Éxodo 25, 18, donde se menciona que en el Arca de la Alianza se construyeron dos querubines de oro. En Números 21, 8; vemos como Yahvé manda a Moisés fabricar una serpiente de bronce, para que, viéndola, se curaran quienes eran mordidos por víboras.

En 1Reyes 6, 23-30 y 1Reyes 7, 23-26, vemos como el Rey Salomón, construyendo su templo, erige imágenes, sin violar el mandamiento dado en el Decálogo del Éxodo.

La Biblia no enseña culto como tal, hacia las reliquias, pero sí enseña la importancia de las mismas y su valor religioso. Los israelitas, durante el éxodo de Egipto, se llevaron consigo los huesos de José (Éxodo 13, 19); Eliseo obró un milagro usando el manto de Elías (2Reyes 2, 13); un muerto resucitó al entrar en contacto físico con los huesos de Eliseo (2Reyes 33, 21); en Hechos 19, 11-12, dice que Dios obraba milagros no comunes por medio de Pablo, cuyos mandiles y pañuelos usaban los cristianos de Efeso para alejar las enfermedades y los malos espíritus.

El culto cristiano sólo reconoció la veneración a las imágenes una vez vencido el paganismo gentilicio, antes de esto, los primeros cristianos daban un uso didáctico a las imágenes, la veneración en sí, con velas, incienso y reverencias, se desarrolló en las iglesias griegas desde el siglo V al siglo VII. Los iconoclastas de los dos siglos posteriores lo consideraron como un retorno al paganismo, pero contra ellos defienden San Juan Damasceno (749), los patriarcas de Constantinopla Germán (733) y Nicéforo (829), y el abad Teodoro de Estudión (826); todos ellos insisten en el carácter relativo del culto y hacen notar el valor pedagógico de las imágenes sagradas.

El alto aprecio que sentían los cristianos primitivos hacia los mártires, trajo consigo la veneración a las reliquias de los mismos. El Martyrium Polycarpi refiere que los cristianos de Esmirna “recogieron los huesos del obispo mártir, más valiosos que las piedras preciosas y más estimables que el oro, y los depositaron en un lugar conveniente” (18, 2), el autor menciona que allí se reunirán en el natalicio del martirio. San Jerónimo defiende contra Vigilancio el culto las reliquias, nuevamente sale a considerar las diferencias entre cultos de latría y de dulía, e identifica como relativo el culto dado a las reliquias. (Ep. 109, I; C. Vigil. 4 s) Teodoreto de Ciro (Graec. Affect. Curatio 8); San Juan Damasceno, De fide orth. IV 15; S.th. III 25, 6).

Como cristianos, es nuestro deber Amar a Dios por encima de todas las cosas, y limitar cada culto a lo que corresponde; es cierto que se llegan a dar excesos en cuanto al culto, aunque se requiere de manifiesta confesión para saber si una persona está «idolatrando» o simplemente venerando.

Quien pretenda «decidir» que los católicos «adoran imágenes»… requeriría de un estudio de todos «los católicos» que vayan implicados en su acusación.

Y tampoco se requiere mucha Psicología para entender que puede haber grados distintos de Amor, de Respeto y de Culto: No estamos obligados a decidir entre la Idolatría o la Indiferencia.

Fuentes: Conoceréis la Verdad

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¿Por qué tenemos imágenes los católicos?

 

Es absolutamente falso que los católicos adoremos imágenes. Decirlo es ignorancia o malicia. Los católicos adoramos solo a Dios.

Entonces, ¿porque tenemos imágenes?

Estas son solo representaciones artísticas de Jesús, de María o de los santos. Nunca se adora la imagen. Como una esposa guarda la foto de su esposo, el cristiano utiliza el arte para representar a los que están en el cielo.  La foto del esposo no es una necesidad para la esposa poder recordarlo. Es tan solo un signo que facilita el recuerdo. El cristiano tampoco necesita imágenes para orar. Tan solo son una ayuda para elevar los sentidos. El hombre siempre ha usado pintura, figuras, dibujos, esculturas, etc., para darse a entender o explicar algo. Estos medios sirven para ayudarnos a visualizar lo invisible; para explicar lo que no se puede explicar con palabras.

Santo Tomás de Aquino explica en su Summa Teológica:

El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imágen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imágen. (Summa theologiae, II-II, 81, 3, ad 3.)

¿LA BIBLIA PROHÍBE LAS IMÁGENES?

Cuando el hombre cayó por el pecado y perdió la intimidad con Dios, comenzó a confundir a Dios con otras cosas y a darles culto como si fueran dioses. Este culto se representaba frecuentemente con esculturas o imágenes idolátricas. La prohibición del Decálogo contra las imágenes se explica por la función de tales representaciones idolátricas.

El Primer Mandamiento: Puesto que no visteis figura alguna el día en que el Señor os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea… (Dt 4:15-16) (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #2129s.)

Los Israelitas eran una minoría rodeada por pueblos idólatras.  Dios quiso protegerlos de esas prácticas pero ellos frecuentemente caían. Los profetas, especialmente Oseas, Jeremías y Ezequiel hablaron en nombre de Dios para prohibir la idolatría y se llevaron a cabo muchas reformas para purificar las malas prácticas (cf. 2 R 23: 4-14).

Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento, Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado.

Ejemplos de imágenes permitidas por Dios en el AT:
La serpiente de bronce
 (cf. Nm 21,4-9; Sb 16,5-14; Jn 3,14-15)

QUERUBINES, BUEYES Y OTRAS IMÁGENES EN EL TEMPLO

Dios ordena poner grandes estatuas de querubines junto al Arca de la Alianza. Estas obviamente no eran para idolatría sino como símbolo de la adoración de los ángeles invisibles allí presentes. Inspiraban temor de Dios.

 «Harás, además, dos querubines de oro macizo; los harás en los dos extremos del propiciatorio: haz el primer querubín en un extremo y el segundo en el otro. Los querubines formarán un cuerpo con el propiciatorio, en sus dos extremos. Estarán con las alas extendidas por encima, cubriendo con ellas el propiciatorio, uno frente al otro, con las caras vueltas hacia el propiciatorio.» Ex 25, 18-20

«En el interior de la sala del Santo de los Santos hizo dos querubines, de obra esculpida, que revistió de oro». -II Crónicas 3,10

TAMBIÉN EN LAS PAREDES DEL TEMPLO

«Revistió la Sala Grande de madera de ciprés y la recubrió de oro fino, haciendo esculpir en ella palmas y cadenillas» II Crónicas 3:5

«esculpió querubines sobre las paredes». II Crónicas 3,7

«Debajo del borde había en todo el contorno unas como figuras de bueyes, diez por cada codo, colocadas en dos órdenes, fundidas en una sola masa. Se apoyaba sobre doce bueyes; tres mirando al norte, tres mirando al oeste, tres mirando al sur y tres mirando al este. El Mar estaba sobre ellos, quedando sus partes traseras hacia el interior. -II Crónicas 4,3-4

«Las dos columnas; las molduras de los capiteles que coronaban las columnas; los dos trenzados para cubrir las dos molduras de los capiteles que estaban sobre las columnas; las cuatrocientas granadas para cada trenzado» -II Crónicas 4,12.

Obviamente estas imágenes no eran idolátricas sino símbolos que inspiraban al culto al verdadero Dios creador de todas las cosas.

LAS IMÁGENES Y LOS CRISTIANOS

Las primeras comunidades cristianas representaban al Salvador del mundo con imágenes del Buen Pastor; mas adelante aparecen las del Cordero Pascual y otros iconos representando la vida de Cristo. Las imágenes han sido siempre un medio para dar a conocer y transmitir la fe en Cristo y la veneración y amor a la Santísima Virgen y a los Santos. Testigo de todo esto son las catacumbas donde aún se conservan imágenes hechas por los primeros cristianos. Estas imágenes dan testimonio de su fe y del uso de las imágenes. La que ves a la derecha es la Virgen con el Niño y un profeta. Es de la catacumba de Santa Priscila, principio del siglo III.

EL HIJO DE DIOS, AL ENCARNARSE, INAUGURÓ UNA NUEVA ECONOMÍA DE GRACIA

Algunos objetan que la Iglesia cambió la enseñanza del Antiguo Testamento. No es cierto. Más bien es Jesucristo mismo quien tomó lo antiguo y le dio una interpretación más perfecta en su propia Persona.

Mientras antes de Cristo nadie podía ver el rostro de Dios, ahora en Cristo, Dios se hizo visible. Antes de Jesús las imágenes con frecuencia representaban a ídolos, se usaban para la idolatría. En la plenitud de los tiempos, el verdadero Dios quiso encarnarse y así tener imagen humana. Jesucristo es la IMAGEN visible del Padre.

Nos dice el Catecismo # 476:

 «Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede «pintar» la faz humana de Jesús (Ga 3,2). En el séptimo Concilio Ecuménico (Cc de Nicea II, en el año 787:DS 600-603) la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas.

Juan 14:9 «Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»?»

El uso cristiano de las imágenes no es contrario al Primer Mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, el honor dado a una imagen se remonta al modelo original. El que venera una imagen venera en ella la persona que en ella está representada. El honor tributado a las imágenes sagradas es una veneración respetuosa, no una adoración, que sólo le corresponde a Dios.

Fundándose en el misterio del Verbo Encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en 787,  permitió la institución de imágenes (Este concilio no instauró el uso de las imágenes, que como vimos se remonta al comienzo del cristianismo, mas bien afirmó la práctica)

LAS IMÁGENES DE LA VIRGEN SANTÍSIMA Y DE LOS SANTOS

La Iglesia Católica venera a los santos pero no las adora. Adorar algo o alguien fuera de Dios es idolatría. Hay que saber distinguir entre adorar y venerar.  San Pablo enseña la necesidad de recordar con especial estima a nuestros precursores en la fe.   Ellos no han desaparecido en la nada sino que nuestra fe nos da la certeza del cielo donde los que murieron en la fe están ya victoriosos EN CRISTO.

La Iglesia respeta las imágenes de igual forma que se respeta y venera la fotografía de un ser querido. Todos sabemos que no es lo mismo contemplar la fotografía que contemplar la misma persona de carne y hueso. No está, pues, la tradición Católica contra la Biblia. La Iglesia es fiel a la auténtica interpretación cristiana desde sus orígenes.

No es sorprendente que algunos persistan en acusar a la Iglesia sin querer entender razones. Ya ocurrió así con los fariseos hace 2000 años. Acusan a Jesús y sus discípulos por sus prácticas sin querer ver la realidad. Acudían a El con muchas preguntas torcidas, acusándolo de romper la ley, hasta de ser del demonio (Cf. Jn 8). Las explicaciones de arriba solo servirán para los hermanos que sinceramente preguntan porque tienen dudas y quieren entender. Con gusto les podemos explicar lo que los cristianos siempre hemos creído y practicado.

Fuentes: Padre Jordi Rivero para Corazones

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Idolatría en la Iglesia Católica video de charla de Fernando Casanova

 

 

El Dr. Fernando Casanova teólogo y ex ministro evangelico pentecostal nos habla del tema de la supuesta idolatría en la Iglesia Católica y explica el culto a las imágenes y donde está fundamentado en la biblia.

“Si te atienes al contexto, el Señor no está haciendo una prohibición total, tajante y absoluta a todas las imágenes, sino a las imágenes en cuanto a ídolos”.

 

 


 


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El Amor Generoso y Providente del Padre, Catequesis de Juan Pablo II

Audiencia del miércoles 24 de marzo de 1999

1. Prosiguiendo nuestra meditación sobre Dios Padre, hoy queremos reflexionar en su amor generoso y providente. «El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina Providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 303). Podemos tomar como punto de partida un texto del libro de la Sabiduría, en el que la Providencia divina se pone de manifiesto actuando en favor de una barca en medio del mar: «Es tu providencia, Padre, quien la guía, pues también en el mar abriste un camino, una ruta segura a través de las olas, mostrando así que de todo peligro puedes salvar, para que hasta el inexperto pueda embarcarse» (Sb 14, 3-4).

En un salmo se halla también la imagen del mar, surcado por las naves y en el que viven animales pequeños y grandes, para recordar el alimento que Dios proporciona a todos los seres vivos: «Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes» (Sal 104, 27-28).

2. La imagen de la barca en medio del mar representa muy bien nuestra situación frente al Padre providente, el cual, como dice Jesús, «hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45). Sin embargo, frente a este mensaje del amor providente del Padre surge espontánea la pregunta: ¿cómo se puede explicar el dolor? Y es preciso reconocer que el problema del dolor constituye un enigma ante el cual la razón humana queda desconcertada. La Revelación divina nos ayuda a comprender que Dios no lo quiere, puesto que entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. Gn 3, 16-19). Lo permite para la salvación misma del hombre, sacando bien del mal. «Dios todopoderoso (…), al ser sumamente bueno, no permitiría nunca que cualquier tipo de mal existiera en sus obras, si no fuera suficientemente poderoso y bueno como para sacar bien del mismo mal» (san Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 11, 3: PL 40, 236). A este respecto, son significativas las palabras tranquilizadoras que dirigió José a sus hermanos, los cuales lo habían vendido y ahora dependían de su poder: «No fuisteis vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios (…). Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso» (Gn 45, 8; 50, 20).

Los proyectos de Dios no coinciden con los del hombre; son infinitamente mejores, pero a menudo resultan incomprensibles para la mente humana. Dice el libro de los Proverbios: «Del Señor dependen los pasos del hombre: ¿cómo puede el hombre comprender su camino?» (Pr 20, 24). En el Nuevo Testamento, san Pablo enuncia este principio consolador: «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8, 28).

3. ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a esta providente y clarividente acción divina? Desde luego, no debemos esperar pasivamente lo que nos manda, sino colaborar con él, para que lleve a cumplimiento lo que ha comenzado a realizar en nosotros. Debemos ser solícitos sobre todo en la búsqueda de los bienes celestiales. Éstos deben ocupar el primer lugar, como nos pide Jesús: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia» (Mt 6, 33). Los demás bienes no deben ser objeto de preocupaciones excesivas, porque nuestro Padre celestial conoce cuáles son nuestras necesidades; nos lo enseña Jesús cuando exhorta a sus discípulos a «un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 305): «Vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. Que por todas esas cosas se afanan las gentes del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis de ellas necesidad» (Lc 12, 29-30).

Así pues, estamos llamados a colaborar con Dios, mediante una actitud de gran confianza. Jesús nos enseña a pedir al Padre celestial el pan de cada día (cf. Mt 6, 11; Lc 11, 3). Si lo recibimos con gratitud, espontáneamente recordaremos también que nada nos pertenece, y debemos estar dispuestos a donarlo: «A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames» (Lc 6, 30).

4. La certeza del Amor de Dios nos lleva a confiar en su Providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Poesías, 30).

La Escritura nos brinda un ejemplo elocuente de confianza total en Dios cuando narra que Abraham había tomado la decisión de sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios no quería la muerte del hijo, sino la fe del padre. Y Abraham la demuestra plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el holocausto, se atreve a responderle: «Dios proveerá» (Gn 22, 8). E, inmediatamente después, experimentará precisamente la benévola Providencia de Dios, que salva al niño y premia su fe, colmándolo de bendición.

Por consiguiente, es preciso interpretar esos textos a la luz de toda la Revelación, que alcanza su plenitud en Jesucristo. Él nos enseña a poner en Dios una inmensa confianza, incluso en los momentos más difíciles: Jesús, clavado en la Cruz, se abandona totalmente al Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Con esta actitud, eleva a un nivel sublime lo que Job había sintetizado en las conocidas palabras: «El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Jb 1, 21). Incluso lo que, desde un punto de vista humano, es una desgracia puede entrar en el gran proyecto de amor infinito con el que el Padre provee a nuestra salvación.

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