El Adviento es la temporada que incluye los cuatro domingos anteriores a la Navidad.
El tiempo de Adviento marca el inicio del calendario litúrgico.
Y tiene tres actores principales.
Pero la principal figura es María, por eso es un tiempo mariano.
Siempre comienza a finales de noviembre o principios de diciembre.
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El 30 de noviembre o el domingo más cercano a esta fecha, la Iglesia Católica comienza el tiempo litúrgico de Adviento.
El Adviento termina el 24 de diciembre antes de la oración de la noche de Navidad.
La palabra «adviento» se deriva de la palabra latina «adventus», que significa «venida» o «llegada».
Durante este tiempo los fieles se preparan para la venida del Señor Jesús en tres formas:
En primer lugar, prepararse para la venida del Señor como Juez, ya sea en la muerte o en los tiempos finales.
En segundo lugar, prepararse para recibir la presencia real de nuestro Redentor en Navidad a través del Sacramento de la Sagrada Eucaristía.
En tercer lugar, prepararse para la llegada de la Navidad, el aniversario del nacimiento de la venida del Señor en este mundo como Dios encarnado.
¿CUÁLES SON LAS LECTURAS LITÚRGICAS DE LOS DOMINGOS DE ADVIENTO?
Cada uno de los cuatro domingos de Adviento tiene sus propias lecturas y características especiales:
Primer Domingo de Adviento: Las lecturas de miran hacia el «Final de los Tiempos» y la llegada del «Día del Señor» o la «Edad Mesiánica»; el Evangelio es un extracto del Discurso Apocalíptico de Jesús en uno de los evangelios sinópticos.
Segundo Domingo de Adviento: Las lecturas del Evangelio se centran en la predicación y el ministerio de Juan el Bautista como el precursor de Jesús, el que vino a «preparar el camino del Señor.»
Tercer Domingo de Adviento: Las lecturas del Evangelio seguirá centrándose en Juan el Bautista, mientras que la primera y segunda lecturas transmiten la alegría que los cristianos se sienten con la creciente cercanía de la encarnación y la salvación del mundo.
Cuarto Domingo de Adviento: Los Evangelios hablan de los acontecimientos que precedieron al nacimiento de Jesús, centrándose en la Virgen María.
¿CUÁLES SON LAS LECTURAS LITÚRGICAS ENTRE SEMANA EN TIEMPO DE ADVIENTO?
En realidad, hay dos conjuntos de lecturas entre semana para la temporada de Adviento:
Las lecturas para los días de semana hasta el 16 de diciembre son extractos de diversos capítulos de Mateo y Lucas; las primeras lecturas son en su mayoría desde el libro del profeta Isaías.
Las lecturas para los días de semana del 17 de diciembre al 24 de diciembre cubren Mateo 1 y Lucas 1, de forma secuencial; las primeras lecturas son seleccionados temáticamente de varios libros proféticos del Antiguo Testamento.
Los días de semana del 17 de diciembre al 24 de diciembre también hacen uso de las «antífonas de Adviento» no sólo durante la oración de la tarde en la Liturgia de las Horas, sino también en el verso Aleluya antes del Evangelio en la Misa.
EL TRÍO CENTRAL DEL ADVIENTO SON LA SANTÍSIMA VIRGEN, EL PROFETA ISAÍAS Y SAN JUAN BAUTISTA
Hay varios personajes de adviento, pero tres son los que sobresalen:
Isaías anuncia que va a venir el mesías en una impresionante profecía.
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San Juan Bautista es el encargado de señalar quien es el mesías.
El Profeta Isaías
Isaías tuvo una grandiosa visión del año 740 aC.
Ver aquí nuestro artículo para profundizar sobre el tema.
La visión fue la siguiente:
Dios está en el templo, sentado en un elevado trono; junto a él, los serafines cantan: “¡Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!”.
A esta voz, las puertas tiemblan y una humareda inunda el recinto. Isaías grita:
“¡Ay de mí, estoy perdido, porque siendo un hombre de labios impuros he visto con mis propios ojos al Señor de los ejércitos!”
San Juan Bautista
La profecía precursora de Jesucristo.
Ver aquí nuestro artículo para profundizar sobre el tema.
Fue el precursor del Mesías y es uno de los personajes centrales de Adviento, ya que Isaías anunció al Mesías, el Bautista lo señaló y María la procreó en su cuerpo.
Juan el Bautista anuncia a Cristo no sólo con palabras, como los otros profetas, sino especialmente con una vida análoga a la del Salvador y además indicando quien es.
Juan el Bautista hace aún más concreto el mensaje de Isaías: él mismo prepara el camino al Señor, “predicando un bautismo de conversión”, anunciando la presencia de Uno que puede más que él, que bautizará con Espíritu Santo.
Gracias al anuncio misionero y a la preparación del nuevo camino al Señor “en el desierto”, cambia realmente el panorama espiritual del creyente..
LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA ES EL EJE DEL ADVIENTO
Con el nacimiento de Jesús mediante su madre María, comienza el “cielo nuevo y la tierra nueva”.
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Una realidad que muestra a María, la toda pura, sin mancha: ella es la Inmaculada (8 de diciembre).
Toda a preparación de Dios a su pueblo alcanza su culmen en la Santísima Virgen María, la escogida para ser la Madre del Redentor.
Ella fue preparada por el Señor de manera única y extraordinaria.
En la celebración de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María vemos a Nuestra Señora aplastando la cabeza de la serpiente.
Y ha sido preservada del pecado original heredado de nuestros primeros padres Adán y Eva, que se nos borra con el Bautismo.
Aunque no las consecuencias que es la concupiscencia y que en palabras del Apóstol San Pablo podríamos decir que “hago el mal que no quiero hacer y el bien que quiero hacer tanto me cuesta”.
La Virgen María fue la Madre del Primer Adviento que acabó en Belén hace veinte siglos.
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Y es también la Madre del Segundo Adviento que concluirá con el próximo retorno de Jesús en la gloria y nos invita a prepararle el camino.
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Lo mismo que Jesús vino la primera vez por María, vendrá de nuevo por medio de Ella.
LA PREFIGURACIÓN DE MARÍA YA ESTÁ EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El papel de la Virgen en la “Historia de la Salvación” es muy esencial, no accidental como dicen los protestantes.
En las primeras páginas del Génesis, el capítulo III donde nos narra la historia del pecado original.
Dios, una vez que Adán y Eva han pecado no nos abandona a nuestra propia suerte, sino que al momento nos promete un Salvador, cuando dice a la serpiente (el diablo):
“Pongo perpetua enemistad entre ti y la Mujer (la Virgen), entre tu linaje y el suyo, Ella (la Virgen) te aplastará la cabeza, mientras que tú no la dañaras en el talón”.
Este texto fundamental es lo que los Santos Padres de la Iglesia han llamado el protoevangelio, porque allí Dios ya nos presenta su plan salvador y en este plan la Virgen ocupa un papel esencial y principal.
Al respecto podemos recordar las Apariciones de la Medalla Milagrosa o de Guadalupe de México donde la Virgen aparece “aplastando la cabeza de la serpiente”.
Todo el Antiguo Testamento está lleno de imágenes y figuras que son representaciones de la Stma. Virgen:
– El pozo de Jacob
– La Zarza que arde sin consumirse en el Sinaí
– La vara de Moisés
– El Arca de la Alianza
– La Torre de David
Las Santas mujeres del Antiguo Testamento también representan a la Virgen:
– Sara
– Judit
– Rhut
– Rebeca
– Esther
– Abigail
ADVIENTO: EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
La historia de la salvación tiene en Cristo su punto culminante. Todo fue creado por Él y para Él, y todo se mantiene en Él.
En Él, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y la historia.
La encarnación por tanto es la revelación de Dios hecho hombre a través de María Santísima por obra del Espíritu Santo.
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Viene al mundo a través de Ella.
Así es que Dios interviene en la historia de la humanidad a través de la mediación materna de María.
Es a través de Ella que viene el Redentor al mundo.
Es Ella quien lo trae y presenta al mundo.
Y así seguirá ejerciendo este rol medianero aún en nuestros días.
Por eso, no podemos fijar la mirada en la Encarnación sin la contemplación de la Virgen Santísima.
Ella es instrumento de la Encarnación, su SÍ ha sido fundamental. San Bernardo dijo:
“Nunca la historia del hombre dependió tanto, como entonces, del consentimiento de la criatura humana”.
No podemos vivir plenamente el Adviento sin dirigir la mirada al primer personaje que lo vive.
Ella ha sido preparada por Dios para esperar, para abrir el camino al Salvador.
FE, ESPERANZA, CARIDAD EN MARÍA
El Adviento de la Virgen María está marcado por las tres grandes virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.
La Fe De La Virgen María
La Fe es la virtud por la cual creemos firmemente en las verdades que Dios ha revelado.
La fe es una virtud infusa, dada por Dios directamente en el alma. Pero debe ser alimentada y hacerla madurar a través con nuestros actos de obediencia y confianza.
Creer siempre implica una renuncia a lo propio para aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras.
La Virgen Santísima, tuvo una fe ejemplar.
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No ha existido criatura alguna que pueda compararse a la fe de Ella, porque requirió de ella una fe heroica capaz de poder responder en plenitud al llamado que siempre viviría.
Según el Evangelista San Lucas, la Virgen María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe.
La Fe De María En La Anunciación
El saludo: “Ave, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1,18), requiere fe pues el ángel le presentaba una identidad de la que ella no estaba consciente.
Es por eso que leemos que María se turbó ante aquellas palabras, porque el ángel la invita a darse cuenta de lo privilegiada y lo sublime que era la elección de Dios hacia ella.
Solo la fe le permite aceptar lo que el ángel le dice que es en el plan de Dios: La llena de gracia. Le lleva a aceptar con humildad el misterio de su propio ser, ya que es situada en un lugar singular para una criatura humana.
Y también Fe para creer que su Hijo sería llamado hijo del Altísimo.
El Dios hecho hombre, la Palabra encarnada.
La pregunta de María: “¿y cómo será esto pues no conozco varón?” no es una duda, o falta de fe, sino que María, que aparentemente había hecho un voto de virginidad y aunque estaba desposada con José, no intentaba romper su voto.
Y es por eso que ella debía oír de Dios como se daría esta concepción siendo ella virgen, ya que humanamente su maternidad era imposible.
Este camino de la imposibilidad es el que Dios elige para demostrar que en realidad para Él todo es posible.
La fe se convierte para María en la única medida para abrazar su propio misterio y a su mismo hijo, como un don que Dios le ha dado para el bien de todos.
Las palabras con que la Virgen María da su asentimiento: “Hágase en mí según su palabra”, nos revelan la consciente aceptación de su función.
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Esta respuesta solo la pudo dar un corazón lleno de fe.
“He aquí la esclava del Señor” es una profunda confesión de humildad y obediencia, la confianza total en la palabra de Dios, porque no encontrará obstáculo en el corazón de María, para aceptar de manera absoluta la palabra creadora (“la Palabra se hizo carne”).
Ella creía tanto en la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno virginal.
San Agustín dijo, “Ella concibió primero en su corazón (por la fe) y después en su vientre”.
Cuando María dijo: “Hágase en mí según tu Palabra”, dio su consentimiento no solo a recibir al Niño, sino a todo lo que conllevaba el ser la Madre del Salvador.
Este consentimiento de María pone de relieve la calidad excepcional de su acto de fe.
En el Cántico del Magníficat: Isabel dice a la Virgen María: “Bienaventurada por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc. 2:45), e inmediatamente después María responde a ese reconocimiento de su fe, con el cántico del Magníficat.
“Miró con bondad la humillación de su sierva”
“En adelante me felicitaran todas las generaciones”
“El poderoso ha hecho grandes cosas en mi”
“Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen”
María, Peregrina En La Fe Según El Vaticano II
En el documento conciliar Lumen Gentium capitulo VII, la Iglesia nos habla acerca de la fe de María Santísima.
1) Itinerario de Fe: Siguiendo a María a través de las diversas etapas de su itinerario terreno, se pone de manifiesto su constante y radical confianza en Dios.
A pesar de que esto es fruto de la gracia, es al mismo tiempo obra de la colaboración propia de María con el plan de Dios.
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Los padres de la Iglesia nos enseñan que María no fue un instrumento pasivo en manos de Dios, sino que cooperó en la obra salvación del hombre con fe y obediencia libres.
San Ireneo dijo, “creyendo y obedeciendo se hizo causa de salvación para si misma y para todo el género humano”.
“Lo atado por la incredulidad de Eva lo desató María mediante su fe.
El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María” (Lumen Gentium # 56)
2) La fe de María es modelo para la Iglesia: pues igual que María, la Iglesia tiene su propio itinerario, y es la fe la que guiara a la Iglesia por todos los instantes de su vida.
La fe de María fue la más perfecta: las verdades sublimes le fueron presentadas y ella las acepto con prontitud y con constancia.
Ella fue llamada a tener una fe difícil.
Pues es verdad que Dios hizo en ella “cosas grandes” (Lc. 1:49), pero no debemos olvidar que esto requirió que ella estuviera a la altura de esa dura tarea.
La Esperanza de la Virgen María
La esperanza es una virtud teologal nacida de la fe; la espera es una actitud vital nacida de la esperanza y del amor.
“Esperar en” es tener esperanza; “esperar o aguardar a” es anhelar al que es objeto de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.
Por esto es que nadie espera si no cree.
La esperanza se funda en un atributo de Dios; su bondad y su fidelidad a las promesas; la espera se refiere a un encuentro personal con el amado.
María esperó, en primer lugar, que, con la gracia de Dios, podía ser esposa virgen.
María espera también, contra toda esperanza natural, que sin intervención humana se depositase en su seno la semilla de la vida, la encarnación del Verbo.
María advierte la angustia y la duda de su esposo San José al conocer de su embarazo.
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Ella pudo sencillamente manifestar a José el misterio que a Ella se le había revelado, con lo cual sus angustias hubieran desaparecido.
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Pero ella prefería esperar en el plan perfecto de Dios y repetir como en el salmo 74: “Alzate, Oh Dios, y defiende tu causa”.
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Por eso María callaba, oraba y esperaba en Dios.
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Y por su espera, un ángel se le aparece en sueños a José y le revela que María concibió por obra del ES y que el fruto de sus entrañas virginales seria el Salvador del mundo.
Esperando a Dios
Ya antes de que el arcángel la visitara en Nazaret, María esperaba como fiel israelita, con fe mesiánica, la venida del Redentor.
Si las Escrituras nos dicen que Simeón “esperaba la consolación de Israel” y que José de Arimatea “esperaba el reino de Dios”, podemos imaginarnos como María (la Inmaculada) esperaba ardientemente al Mesías.
Desde el momento que María dio su consentimiento al anuncio del ángel, Ella espera ver con sus propios ojos la plenitud de la promesa hecha por el ángel.
Es María quien inicia el Adviento, y es de Ella de quien la Iglesia aprende a esperar, a permanecer en ese estado de expectación.
A partir de aquel momento de la anunciación empezó en María una nueva espera.
Ya estaba llena de Dios por dentro; pero quería estarlo también por fuera.
Por eso María esperaba con tan firme esperanza.
Y a medida que se acercaba el día y la hora, aumentaba en María, el ansia y el deseo de la llegada del Mesías.
“Los fieles, considerando el amor inefable con que la Virgen madre esperó a su Hijo, están invitados a tomarla como modelo y a prepararse a salir al encuentro del Salvador que viene, velando en oración y cantando su alabanza” (misal romano prefacio de Adviento)
La Caridad de la Virgen María
La espera de María no era egoísta, no se basaba en la expectación simplemente de su hijo, sino del Mesías, el Salvador del mundo, quien venía por amor a los hombres a salvarlos.
Es por esto que desde el principio hasta el final, María tendrá siempre una disposición interior de caridad y pobreza: nunca poseyendo al hijo sino entregándolo.
Ella esta consciente que vendrá para el mundo y no para que ella lo posea.
La espera de María, el adviento de María, es también una preparación al sufrimiento.
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Una preparación para el rechazo, el establo, la pobreza, el martirio de los niños, la huida a Egipto sin saber cuándo regresarían.
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Para la perdida de Jesús en el templo hasta encontrarlo, para la separación a la hora de entrar en su vida pública.
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Para recorrer al lado de su hijo el camino de la cruz.
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Para esperar la Resurrección, para separarse de el en su Ascensión y esperar por el momento en que se reunieran en el cielo.
Toda esta esperanza de María la prepara para oír a Simeón quien le anunció que, por su unión a la misión redentora de Cristo, ella participaría de sus persecuciones, hasta el punto de que “una espada traspasaría su alma” (Luc. 2,35).
Ella no se atemorizó ante esta profecía, puso en Dios su esperanza y, cuando llegaron las horas sombrías de Egipto, de Jerusalén y del Calvario, sostenida por la gracia del Señor, vio siempre que era verdad que Dios no desampara a los que esperan en El.
Y esta fe y esperanza de María que fluyen tan abundantemente de su caridad, la preparan para la gran noche del alumbramiento, la noche de Navidad, cuando el hijo de Dios y de María, nace en un establo de Belén en medio de vicisitudes, negaciones, rechazo, pobreza…
CANTANDO LAS GLORIAS DE LA MADRE QUE ENCARNÓ A DIOS
“Rampa de amor, dulcísima vereda” te ha cantado el poeta.
Y no es el único. Cientos, miles, han cantado de tus glorias Madre, Mujer única, Favorecida de Dios,
Verdaderamente creada a imagen y semejanza del Altísimo.
La Iglesia Católica te ha llamado de tantas maneras, María, y no son suficientes aún.
Eres Arca de la Alianza, Torre de David, Madre Amable y Admirable, Reina del Cielo y de la Tierra por voluntad de la Santísima Trinidad.
Y todo ha sido por virtud de tu “Fiat”.
Tu sí Madre, no sólo dio lugar a la Encarnación de Dios Hijo en tu vientre.
Tu dijiste Sí a la Redención, dijiste Sí a la Pasión.
Dijiste Sí al Calvario.
Dijiste Sí a la Resurrección.
Aceptaste, como siempre lo hiciste, dejar a tu Hijo solo en la tumba, cuando tú sabías que El resucitaría.
Imagino Madre, la fuerza que habrán tenido que hacer los discípulos que lo colocaron en el sepulcro para sacarte de él.
Imagino la fuerza con la que tú te resististe: yo me voy a quedar con Él. Quiero quedarme con Él. No lo voy a dejar solo aquí.
Porque Él va a resucitar.
Y como, sin escucharte, te habrán obligado, con mil razones que para ti no valían, a salir de él.
Finalmente aceptaste, porque era tu Hijo el que se quedaba solo, pero también eran tus hijos los que te abrigaban, te envolvían, querían cuidarte, abrazarte, consolarte.
¡Qué poca fe la suya y qué grande la tuya!
Te hubieras quedado por amor y también saliste por amor. Eras su Madre por deseo y orden de tu Hijo y debías velar por ellos, pobres criaturas desvalidas.
A todo eso dijiste Sí, Madre, cuando el Arcángel te visitó.
Todo esto es lo que guardaste y estás guardando ahora, que aún lo esperas, dentro de tu corazón.
Y cuantas cosas más habrás de guardar durante los años que estés junto a Él.
Ya viene, Madre, ya viene. Queremos esperarlo contigo, queremos recibirlo contigo, amarlo como lo amas tú.
Queremos seguirlo, en Su Camino de Verdad y de Vida, para poder llegar con Él a ese lugar maravilloso donde no habrá más llanto ni dolor.
Gracias, Madre, por ser la mejor de las criaturas, la que nos da el ejemplo sencillo y a la vez difícil, de cómo ser Sus discípulos hasta la muerte.
Fuentes:
- http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a7_sp.html
- http://es.wikipedia.org/wiki/Virtudes_teologales
- http://www.franciscanos.org/virgen/rambla.html
- http://es.wikipedia.org/wiki/Anunciaci%C3%B3n
- http://es.wikipedia.org/wiki/Encarnaci%C3%B3n
- http://www.franciscanos.org/oracion/canticomagnificat.htm
- http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html
- http://es.wikipedia.org/wiki/Adviento
María de los Ángeles Pizzorno de Uruguay, Escritora, Catequista, Ex Secretaria retirada
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