La batalla silenciosa que se libra dentro de la Iglesia.

Se está librando una batalla en las sombras.

Una batalla por la fe, por la verdad, por el alma de la Iglesia que fundó Jesucristo.

Desde los albores del cristianismo, las fuerzas del mal han conspirado para destruirla.

Judas, el traidor, abrió el camino. Y ahora, en los últimos tiempos, su obra continúa.

La confusión que reina y los disensos son sólo la parte visible.

Hay un plan maestro para debilitar la Iglesia desde adentro, desviando su verdadera esencia y desafiando sus enseñanzas más sagradas.

Aquí te llevaremos a dar una recorrida que te mostrará cómo la Iglesia fue infiltrada por los enemigos, para que dejara de cumplir su misión.

Y cómo a pesar eso ha resistido los embates.

¡Encontrarás muchas respuestas a tus interrogantes!

A mediados del siglo XIX, Dios reveló al Beato Carmelita padre Francisco Palau que la Iglesia Católica estaba siendo infiltrada y que, dentro de poco tiempo, Judas el Traidor, estaría en el poder.

Escuchó al demonio decir, «nuestra obra, la hemos desarrollado con mucha cautela desde Judas, el Traidor, hasta esta fecha, encubriendo el plan con que fue concebida, y que con sumo placer ahora hemos consumado».

El Beato Palau entonces comenzó a rezar, pidiendo a Dios que impidiera eso, y sin embargo, escuchó al propio Dios decir, «escucha, deja que el diablo y el impío completen el misterio de la iniquidad que él inició dentro del propio santuario con Judas, el Traidor».

De modo que Dios le reveló que habría una guerra atroz, la más peligrosa que la iglesia haya tenido que enfrentar.

¿Y cómo intentarían destruir a la Iglesia?

Fundamentalmente a partir de tres frentes.

Primero, destruir la noción del primer mandamiento, amarás a Dios por sobre todas las cosas, abandonando el amor a Dios y viviendo solamente el mandamiento del amor al prójimo. 

Segundo, destruir el sacerdocio y la misa, transformándola en un simple banquete conmemorativo, como una cena protestante, en que el sacerdote deje de ser el ministro que representa a Cristo, para ser simplemente un presidente de una asamblea.

Y tercero, nivelar la verdad con el error y confundir a las personas sobre aquello que es verdadero y revelado por Dios, y aquello que es simplemente humano y hasta herético.

El trabajo de Judas lo tomaron las logias y las sociedades secretas en la Edad Media, cuando los judíos talmudistas, que odian el catolicismo y que trabajan con el sistema financiero, comenzaron a tener más libertad para instalar centros financieros y pudieron financiar el proceso revolucionario.

Primero en los países bajos y después en Inglaterra.

Y segundo, comenzaron a instalar las sociedades secretas, formadas por gnósticos, muchos de ellos disidentes de los templarios.

La orden de los templarios fue la primera infiltrada por los talmudistas y por los herejes albigenses.

Cuando éstos fueron derrotados, muchos de ellos resultaron aceptados como monjes templarios.

Y fueron tomando cargos importantes hasta comenzar a controlar la orden.

Y en parte por eso fue disuelta por Clemente V.

Pero estos grupos lograron guardar la fortuna de la orden y continuaron viviendo secretamente en muchos países de Europa, donde fueron acogidos para que pudieran seguir desarrollando sus ritos y manteniendo sus doctrinas gnósticas.

Y así fueron centrales para el desarrollo de la masonería y el proyecto del nuevo orden mundial, que implicaba la destrucción del cristianismo.?

Y también se infiltraron dentro de la Iglesia en general.

Hay numerosos llamados de las logias a infiltrar la iglesia.

La más célebre es la Instrucción Permanente Alta Vendita de 1859, que sostiene que en pocos años el joven clero infiltrado gobernaría la Iglesia y serían llamados a elegir a un Pontífice, que estará necesariamente imbuido de los principios masónicos.

Estuvieron a punto de tomar el poder en la elección del Papa en 1903, cuando el cardenal Giuseppe Rampolla, conocido por sus vínculos con las sociedades secretas y su orientación hacia el catolicismo liberal, obtuvo la mayoría de votos en el cónclave para suceder a León XIII.

Pero providencialmente Francisco José I de Austria lo vetó, basándose en el derecho de exclusiva que algunos monarcas católicos tenían para vetar a un candidato al papado. 

Y fue elegido San Pío X, quien lanzó una fuerte campaña contra los modernistas y los masones.

Pío X condenó el modernismo con su célebre encíclica «Pascendi».

Advirtió que los jóvenes seminaristas de su época ya tenían tendencias a la destrucción del catolicismo, tal como había sido legado a los apóstoles.

Y dijo que ya no estamos ante adversarios disfrazados de ovejas, sino ante enemigos declarados y descarados dentro de nuestra misma casa.

Que estando de acuerdo con los adversarios de la Iglesia, tienen el propósito de destruir la fe.

Y hubo que esperar medio siglo más para que los liberales dieran un paso firme más, para hacerse cargo de la Iglesia.

En 1960 el Papa tendría que haber revelado el Tercer Secreto de Fátima, donde hay una clara advertencia de las consecuencias de abandonar el mensaje evangélico de Jesús, según todas las versiones del texto que andan por ahí.

En cambio, el recién elegido Juan XXIII hizo varios movimientos que abrieron las puertas a los que querían cambiar el catolicismo desde adentro.

Primero, citó al Concilio Vaticano II, pero no sobre las bases que había dejado Pío XII de condena a las herejías, como había sido la tradición de todos los concilios anteriores.

Sino que el Concilio Vaticano II abriría la Iglesia al mundo.   

Abogó por un nuevo orden para la unidad de la humanidad, argumentó que para que la ciudad terrenal sea llevada a la semejanza de la ciudad celestial.

Una expresión muy valorada por los masones, porque lleva al humanismo.

Instauró la nueva política de no condenar a los herejes dentro de la Iglesia, con lo que bajarían sus defensas ante los ataques del enemigo.

De modo que el camino hacia la unidad no pasaba, por alentar a quienes están fuera del redil a renunciar a sus errores, y aceptar la verdad inmutable de la Iglesia Católica. 

Sino que la unidad se lograría eliminando todos los obstáculos católicos a esa unidad: enseñanzas sobre el pecado, el sacrificio, la moralidad, los sacramentos, etc.

¿Y cuál fue el resultado?

Que en el Concilio Vaticano II se produjo un gran enfrentamiento entre los modernistas y los que querían mantener la tradición.

Y como resultado se incorporó en sus principales documentos, la mayoría de las peticiones de los modernistas, de forma camuflada.

El teólogo dominico Yves Congar se regocijaría luego al afirmar que, con el Vaticano II «la Iglesia ha hecho su pacífica revolución de octubre», aludiendo a la revolución bolchevique de 1917 en Rusia.

Y el otro dominico Edward Schillebeeckx, fue aún más explícito, diciendo que el Vaticano II fue una especie de confirmación del peso de los teólogos condenados, apartados de la enseñanza y enviados al exilio antes, porque su teología triunfó en el Concilio.

Mientras el alto dignatario de la Gran Logia de Francia, Yves Marsaudon, concluyó con júbilo, «todo masón digno de ese nombre no podrá menos que alegrarse por los resultados irreversibles del Concilio».

¿Y ante esto que debemos hacer?

Estar informados para que no nos engañen, difundir esto para abrir los ojos de otros hermanos.

Y orar y hacer sacrificios para que el Señor acorte el tiempo de esta prueba, para que menos hermanos caigan en el error.

Porque en definitiva conocemos la promesa de que Dios no permitirá que la Iglesia se destruya totalmente.

Bueeeno, hasta aquí hemos visto cómo los enemigos de la Iglesia que fundó Jesucristo se han ido organizando para destruirla desde adentro. 

Que es una prueba que Jesucristo ha dejado pasar para purificarla.

Y que debemos ocupar nuestro lugar en la batalla, difundiendo lo que sucede, orando y rogando misericordia al Señor. 

Y me gustaría preguntarte si actualmente estás viendo avanzar esa infiltración de la que hablamos, o piensas que está más o menos igual que desde el Concilio.

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