Por qué no forman Otra Iglesia los Alemanes del Camino Sinodal [y el Vaticano no los expulsa] 

La historia detrás de los Sínodos para cambiar la Doctrina de la Iglesia.

El Camino Sinodal Alemán no es más que la consecuencia de la influencia que adquirieron los progresistas en la Iglesia, a partir del Concilio Vaticano II.

Que, como no pudieron cambiar radicalmente a la iglesia hace 60 años, como querían, propusieron que las diócesis estuvieran en asamblea permanente.

Para de esa forma introducir los cambios desde abajo.

Aquí hablaremos sobre cómo han trabajado los modernistas dentro del Concilio y después él, por qué razones no se van de la Iglesia a pesar de que no están en comunión con la doctrina histórica de la Iglesia, y queda sobrevolando por qué el Vaticano no los expulsa como herejes.

En teoría, la “sinodalidad» es un intento loable de aumentar la participación de los obispos en el gobierno de la Iglesia y la injerencia de los laicos. 

Pero hoy vemos que hay quienes lo están usando como un medio para alterar las doctrinas establecidas de la Iglesia.

Y lo hacen de manera sorprendentemente similar, a la que los progresistas hicieron inmediatamente después del Concilio del Vaticano II, y también en Holanda en los años ’70.

El Concilio Vaticano II, convocado hace 60 años, trató de completar los asuntos pendientes del Concilio Vaticano I, que había definido el dogma de la infalibilidad papal.

Pero tuvo que interrumpir más deliberaciones debido a la guerra franco-prusiana.

El Vaticano I nunca fue cerrado “oficialmente”, dejando el dogma de la infalibilidad papal que consideraba al Papa como un Zar.

Mientras que los obispos eran una especie de administradores de sucursales con muy poca autoridad propia. 

Nueve décadas después, el Concilio Vaticano II optó por proponer la autoridad compartida entre el Papa y los obispos. 

Volviendo a la doctrina más antigua de que los obispos tienen su autoridad por derecho divino, producto de su consagración como obispos, y no por delegación papal.

El objetivo fue limitar la centralización papal exagerada, manteniendo al mismo tiempo al papado como la autoridad suprema de la Iglesia.?

Pero unido a esto, el Concilio Vaticano II fue el escenario de un combate entre los progresistas, que querían cambiar radicalmente la Iglesia, y los conservadores.

Y debido a las negociaciones, los documentos aprobados no tuvieron la precisión quirúrgica de Concilios anteriores.

Sin embargo, los documentos conciliares no articularon una visión teológica progresista a ultranza.

Y por eso los progresistas pasaron al Plan B, afirmando que los documentos reales del Vaticano II en realidad no importaban como textos.

No importaba lo que los textos realmente decían. Lo importante era el proceso de cambio que habían iniciado.

Así nació lo que se llama el «espíritu del Concilio». 

Consideraron al Concilio como el evento que inició una ruptura profunda con todo lo que vino antes, y que había comenzado una era radicalmente nueva en la Iglesia.

Atribuyeron esta acción al movimiento del Espíritu Santo, que dijeron nos “sorprende” con «cosas nuevas.»

Y estigmatizaron a los que se oponían a este proceso como fundamentalistas católicos, que estaban en una oposición farisaica y “rígida” a la revolución maravillosa que estaba siendo anunciada por el Espíritu Santo, según ellos.

El éxito que tuvieron en esa maniobra de hacer creer que el Concilio Vaticano II adoptó un espíritu revolucionario en la Iglesia, también fue abonado por el contagio de la revolución cultural de los años ‘60, y su difusión por los grandes medios de comunicación.

Así fue como los progresistas se adueñaron de la interpretación de las resoluciones del Concilio.

Y fue divulgado como una mera plataforma de lanzamiento para el proyecto de adaptación cultural a la ideología dominante en la sociedad.

Pero ya en la propia década de 1970 se vieron los efectos desastrosos de la aplicación del Espíritu del Concilio, con gran cantidad de sacerdotes y religiosos que abandonaron su vocación, la paralización de las misiones, la caída en picada de las vocaciones religiosas y el vaciamiento de los templos.

Lo que llevó a decir a Pablo VI que se creía que luego del Concilio vendría un día de sol, mientras vino un día de nubarrones oscuros, y que por alguna grieta había entrado el maligno al Vaticano. 

Sin embargo, los revolucionarios siguieron optimistas, e interpretaron los desastres que vinieron a la Iglesia, diciendo que la Iglesia no había sido lo suficientemente sinodal y no había sido suficientemente radical en los cambios.  ?

Y en 1970 hubo un precursor holandés del Camino Sinodal que vemos en Alemania hoy.

En aquella oportunidad, la escritora católica Ida Friederike Görres, amiga de Joseph Ratzinger, escribió una carta a su amigo el Padre Paulus Gordan, cuando un sacerdote le trajo materiales de la Iglesia de Holanda. 

Dijo, no poder entender por qué en Roma, no declaraban que los holandeses estaban en Cisma.

Y luego argumentó por qué en Holanda, aquellos que esencialmente han dejado la Iglesia, no muestran entusiasmo para irse de ella.

Dijo, “Seguramente los caballeros holandeses son lo suficientemente inteligentes como para saber que, oficialmente separados, se hundirían en el abismo de la insignificancia, mientras que de esta manera, ellos siguen desempeñando un papel espléndido haciendo lo que les conviene”.

Mientras que Joseph Ratzinger usó también la Iglesia en Holanda a principios de la década de 1970, como uno de sus estudios de caso. 

Después de una visita a Holanda, se podían ver seminarios vacíos, órdenes religiosas sin novicios, sacerdotes y religiosos que daban la espalda a su vocación a montones, la desaparición de la confesión, la disminución dramática de la asistencia a Misa.

Pero la sorpresa de Ratzinger fue el predominio del optimismo entre ellos.

Y Ratzinger exploró tres hipótesis para este optimismo frente al inequívoco colapso. 

Una era que el optimismo posiblemente podría ser simplemente una tapadera detrás de la cual acechaba la desesperación que estaban tratando de superar. 

Una segunda hipótesis, fue que podría ser algo peor.

Posiblemente este optimismo fuera el método ideado por aquellos que desean la destrucción de la Iglesia.

Y bajo el disfraz de la reforma querían, sin mucho alboroto, construir una Iglesia totalmente diferente, una Iglesia a su gusto.

Y mantener de su lado a los ingenuos. 

Y su tercera hipótesis fue que este optimismo era simplemente una variante de la fe liberal en el progreso continuo, el sustituto burgués de la esperanza.

Y concluyó que probablemente los tres tipos de optimismo estaban trabajando allí.

Como probablemente estén trabajando en Alemania.

El optimismo y el amor por la atención de los medios de comunicación, se muestran nuevamente hoy entre los entusiastas del Camino Sinodal en Alemania. 

Mientras año tras año, más y más alemanes abandonan la Iglesia, en el Camino Sinodal son más optimistas que nunca. 

Se entusiasman con un futuro de ordenación de mujeres, permitiendo el divorcio, extendiendo el sacramento del matrimonio a parejas del mismo sexo, permitiendo no heterosexuales en los seminarios, etc. 

Y todo el tiempo “hacen lo que les conviene” no lo que le conviene a la Iglesia.  

Lo que se está exhibiendo en Alemania ha derramado indignación, porque están adoptando un conjunto de puntos de vista heréticos, cada vez con más descaro.

Y nos preguntamos, ¿Por qué estas personas que persiguen la destrucción están tan llenas de optimismo? 

¿Cuándo será suficiente para que el Vaticano declare abiertamente que son cismáticos? 

¿Y por qué esta gente que odia tanto a la Iglesia permanece en ella? 

Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre de dónde viene y hacia donde apunta el Camino Sibnodal Alemán y también el de la Iglesia Universal.   

Y me gustaría preguntarte por qué piensas que el Vaticano no expulsa de la Iglesia a los del Camino Sinodal Alemán.  

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