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Presencia de Dios, Conversión y Apostasía

El siguiente es un trabajo del padre Horacio Bojorge SJ, publicado en Colección Sentir en la Iglesia N° 8, en Tacuarembó, en 1989.  

Conversión y Apostasía son términos correlativos. Si convertirse es volverse a, hacia, apostatar es apartarse de. Volverse a Dios es convertirse. Apartarse de Dios después de haberse convertido a Él, es apostatar.  

Convertirse y apostatar son dos acciones que sólo se entienden respecto de Dios; del Dios real, presente. Por eso para hablar de conversión y apostasía es necesario establecer lo que es la presencia de Dios, Dios presente. Esta presencia es la que anuncia el mensaje evangélico y por la cual merece el nombre de Buena Noticia. Parecería superfluo decirlo. Pero a veces las cosas más obvias son las que se tienen menos en cuenta, de modo que por obvias caen en el silencio y por fin en el olvido. A quienes estas cosas, por demasiado obvias, nunca les fueron dichas, se dirigen estas páginas.  

 

1. PRESENCIA DE DIOS

El Evangelio se llama así porque en el idioma griego en que fue escrito, la palabra euangélion quiere decir buena noticia. Lo que anuncia el Evangelio como buena noticia es la presencia de Dios. La venida de Dios en persona había sido anunciada por los profetas en el Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento, Jesucristo se presenta a sí mismo como la realización de esa venida preanunciada. Desde Jesucristo Dios se hace presente en persona, inaugurando así la nueva era de la historia humana: el Nuevo Testamento. Eso es lo que anunció Juan el Bautista y eso es lo que anunciamos en la Iglesia.

Anuncio de la venida de Dios en el Antiguo Testamento

Si tomamos como ejemplo el libro del profeta Isaías, encontramos en él numerosas frases que aluden a la venida de Dios y a una pre­sencia suya sin intermediarios. Citemos algunas:

-«Fue El su Salvador en todas sus angustias. No fue un mensajero ni un ángel, El mismo en persona los liberó» (63,9)

-«¡Ah! si rompieses los cielos y descendieses» (63,19)

-«Su presencia es pavorosa para los malos» (2,10.19-21)

-«Vendrá el Señor» (4,3); 

-«El Señor mismo” (7,14);

-«Al Rey Señor de los Ejércitos han visto mis ojos» (6,4);

-“Aguardaré al que esconde su rostro» (8,17);

-«la tierra se llenará de su conocimiento» (11,9);

«El volverá a mostrar su mano» (11,11);

-«He aquí a Dios mi salvador» (12,2);

-«Ahí tenéis a vuestro Dios» (25,9);

-«Ahí está vuestro, Dios, ahí viene el Señor con poder» (40,9-10);

-«No he dicho que me  busquen en vano» (45,19);

-«Con sus propios ojos ven el retorno del Señor» (52,8);

-«Me he dejado encontrar y hallar por quienes no me buscaban» (65,1);

-«Tú te haces el encontradizo» (64,4).

 Ante esta insistencia en el tema de la venida de Dios en persona, se explica que el libro de Isaías se abra con la famosa profecía: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no conoce … me ha dado la espalda» (Isaías 1,3-4).

Venida anunciada a Moisés

Esta venida de Dios en persona de la que habla Isaías es la misma que le había sido anunciada a Moisés en respuesta a su oración insis­tente: «habitaré en medio de vosotros… me pasearé en medio de vosotros» (Levítico 26,11-12). «Yo mismo iré contigo y te daré tranqui­lidad» -respondió Dios a la súplica de Moisés. Y Moisés le repitió: «Si no vienes Tú mismo, no nos hagas partir» (Éxodo 33,14-15).

Personalización

Los Salmos claman por esa manifestación de presencia y cercanía; por ejemplo: «haga brillar su rostro sobre nosotros!» (Salmo 67,2); «los rectos morarán en tu presencia» (Salmo 140,14).

Pero no sólo preanuncian la presencia de la encarnación ciertos textos aislados, aún siendo numerosos, tanto que no, podemos soñar con elencarlos aquí. Todo el Antiguo Testamento, en su conjunto ofrece no solamente el uso universal de los antropomorfismos, sino una per­sonalización gradual y creciente de los atributos divinos, como son su Palabra, Sabiduría, Justicia, Fidelidad, Amor, Nombre. En esos usos del Antiguo Testamento, han visto los hagiógrafos del Nuevo y ha visto la Iglesia, prenuncios de la Encarnación.

Un Dios que besa y abraza

Queremos poner un solo ejemplo, refiriéndonos a un texto que pasa generalmente inadvertido debido a las traducciones corrientes. El SaImo 85 (el que comienza con las palabras «Señor has sido propi­cio a tu tierra. . . «) es todo él una petición de esa Presencia benéfica, por a cual el salmista clarna y suspira: «Muéstranos tu amor y tu sal­vación» (v. 8); «quiero escuchar lo que dice Dios» (v. 9) La oración de deseo de presencia y encuentro, se transforma de pronto en una prolecía de la venida de DiGs en persona, a partir de¡ versículo décimo: «Su Gloria habitará en nuestra tierra…». Y continúa «Amor y Lealtad son encontrados; Justicia y Paz besan; Lealtad germina de la tierra; Justicia se asoma desde el cielo». Estos dos versículos (11-12) contie­nen una serie de nombres de atributos divinos personificados y con­vertidos en nombres de Dios. Las acciones que se atribuyen a estas personificaciones son elocuentes en el original hebreo. Los verbos en hebreo están en activa y pasiva y no tienen el sentido recíproco que sugieren algunas versiones castellanas: «amor y lealtad se encuentran, justicia y paz se besan»; como si los atributos se saludaran entre sí, o se ecnciliaran ideas opuestas o mal avenidas. Amor y Lealtad se encuentran, ha de entenderse en el sentido de son encontrados, en voz pasiva. Y este encuentro se expresa en hebreo con un verbo (pagash) que sólo se usa para el encuentro entre personas. Justicia y paz, besan, con un verbo en voz activa.

Esta traducción fiel y literal del hebreo que proponemos siguiendo la interpretación de la antigua versión siriaca Peshitta y comentaristas antiguos y modernos, muestra al salmista describiendo proféticamente la encarnación: el encuentro de Dios en persona con los hombres.

Justicia y Fidelidad, Amor y Lealtad, no son ideas, como tampoco Dios lo es. Son, Es Alguien. Alguien que uno se encuentra, que se toca, que te besa y te abraza: Presencia de Dios real y en persona.

 

1.2. JESUS: DIOS HECHO HOMBRE, DIOS PRESENTE

Estos antecedentes del Antiguo Testamento eran referencias indis­pensab!es para comprender ahora el contenido de la predicación de Jesús.

Tal como se nos narra en los evangelios, la predicación de Jesús es de una laconicidad impresiorlantemente y a la vez intrigantemente escueta. San Marcos la resume en su evangelio en dos versículos: «Marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: el

tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios se aproximó, convertíos y creed en el evangelio» (Marcos 1,14-15).

Jesús puede rermitirse ser tan breve porque lo que quiere no es tanto comunicar una doctrina, cuanto señalar una presencia. Dios está presente. Dios, en persona, está aquí. La proclamación de este aconte­cimiento es el evangelio: buena noticia, buena nueva.

«El tiempo se ha cumplido»: es decir, ha llegado la hora que anun­ciaban los profetas, el día que ellos llamaron «Día de Yavé». Dios mis­mo ha venido. Se ha hecho próximo: prójimo. Dios se aprojimó.

«El Reino Oe Dios», es una circunlocución por «Dios Rey». Esto puede comprenderse a la luz de lo que gritan quienes reciben a Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén. Recibiendo al Rey que viene le gritan: Bendito el Reino que viene…» (Marcos 11,9). Cuando viene el Rey, es su reinado el que llega junto con él. Por lo tanto, Rey y Reino son nombres intercambiables. Y en este caso son nombres de Dios, quien, como es sabido es llamado Rey (Cfr. Isaías 6,4; «Al Rey Yavé Sebaot han visto mis ojos»). Cuando Jesús anuncia que se ha aproximado el reino de Dios, está diciendo que Dios-Rey se ha apro­ximado. Por eso, la presencia de Dios, su Reino, podemos entenderla en el sentido de Realidad de Dios. «Reino de Dios», indica, como dicen los exegetas: 1) la realeza o dignidad regia de Dios;

2) el reinado o espacio de tiempo que abarca el gobierno de un rey;

3) el reino o estado, nación y territorio sobre el cual reina. Pero además de reino, reinado y realeza, la expresión Reino de Dios, designa a Dios-Rey mis­mo; a Dios en persona. Podríamos decir: la realidad de Dios, Dios mismo.

Pero no basta que Dios se haga presente. Su presencia debe ser advertida y reconocida por los hombres. Y para esto son necesarias do,s cosas que Jesús pasa a ímperar a continuación: «convertíos y creed». Jesús las exige porque son necesarias para reconocer la presencia de Dios. Dios está presente. ¿Quieres verlo? ¿Quieres reconocerlo? con­viértete y cree, La conversión y la fe merecen por lo tanto que nos de­tengamos un momento ante cada una de ellas y veamos porqué son ne­cesarias ante la Presencia de Dios.

 

2. LA CONVERSION Y LA FE

Conversión

Conversión se dice en griego metanoia, palabra que se suele tradu­cir como cambio de mente. Convertirse es en efecto cambiar de mente.

Cambiar nuestros pensamiento,3, pero renovar también la facultad misma de pensar. Cambiar los contenidos habituales de nuestra facultad de pensar: aprendidos, heredados, recibidos por tradición. Están en juego aquí -en primer lugar- todos aquellos contenidos mentales que se re­fieren a Dios. Ideas e imágenes relativas a Dios y a lo que podría ser su estar o hacerse presente entre los hombres.

Cuando Dios se hace presente, va a ser su realidad presente la que paute y se convierta en norma de toda idea. Debe abandonarse toda idea previa y volverse de las ideas de Dios, hacia la realidad de Dios. Metanoia es el término griego que traduce la palabra hebrea shub, volverse, con que se denota la conversión. Volverse, de las ideas, al Dios vivo. De los ídolos al Dios real, no imaginado. Los ídolos son materializaciones de ideas de Dios. La metanoia exige un volverse a la realidad de Dios, abandonando no sólo los ídolos sino también toda idea preconcebida. Especialmente las que impiden reconocerlo presen­te. La mente debe cambiar para abrir paso, concretamente, a la per­cepción de la encarnación y la presencia espiritual del Resucitado, cuya presencia percibe y afirma la fe. cristiana. Cuando la realidad de Dios se muestra, las ideas preconcebidas (concebidas antes de su manifes­tación) deben cambiarse a la medida y según la norma de la realidad del Dios que se muestra. Cuando Dios se muestra, las ideas acerca de él deben corregirse. El Ser de Dios tal como se muestra y elige mos­trarse ha de convertirse desde ahora en la norma de lo que el hombre sabe, piensa y dice acerca de Dios.

De lo contrario, pasa lo que pasó de hecho con Jesucristo: que los hombres no reconocen (re?conocen: no conocen de nuevo) a Dios presente y lo rechazan. No lo re?conocen debido a sus prejuicios acer­ca de Dios; a causa de sus ideas previas acerca de lo que Dios es; de lo que Dios debe ser, de lo que Dios puede ser; de lo que Dios debe hacer; de lo que puede o no puede hacer…

0 sea que el hombre, teniendo a Dios delante, si no cambia sus modos de pensar y sus ideas acerca de Dios y acerca de la manera de estar y de hacerse presente -si no amolda y somete su razón al hecho de la revelación- es capaz de desconocer a Dios presente. Por eso Jesús reclama: convertíos -metanoeite: cambiad de ideas y volveos a la realidad.

Volverse

Dijimos que la palabra griega metanoeite, traduce el hebreo shub: volverse. Shub tiene en hebreo el sentido de volverse para recorrer un camino en sentido contrario, o también el de volverse, darse vuelta, para mirar al que está a las espaldas.

El genio de la lengua hebrea, mucho más concreto, diríase que más material, que el de la lengua griega, obliga al hebreo a valerse de me­táforas y simbolismos, tomando sus términos de la realidad material para expresar las realidades espirituales. El verbo shub hebreo, ex­presa la acción de volverse atrás en el camino. Es una metáfora vial. El camino y el caminar son en hebreo, como son en inglés el way of life y en chino el Tao, símbolos de la manera de pensar y de vivir, sinónimos de la conducta (con tal de abarcar con la palabra conducta, no sólo el obrar exterior sino también los principios interiores de la acción). Camino podría traducirse bastante exactamente por Cultura.

Pero en el mundo bíblico, los caminos conducen hacia el Dios de Israel o hacia los dioses e ídolos de las naciones vecinas. Ser fieles a Dios implica seguirlo por el camino de una Alianza y una conducta. Apartarse tras dioses e ídolos extraños, es actuar según ideas y cos­tumbres ajenas. Volverse de los ídolos a Yavé es convertirse. La con­versión se expresará en términos de seguimiento de Dios. Y volverse de detrás de Yavé para seguir a los ídolos, será apostatar. Un par de ejemplos: «Recuerdo aquél seguirme tú por el desierto… ¿qué en­contraron tus padres en mí de torcído que se apartaron de mí y se fue­ron en seguimiento de la Vanidad y se hicieron idolos?»  (Jeremías 2,2-5) , «Vuelve, Israel apóstata» (Jeremías 3,1.11-14); «Si volvieras a mí, si quitaras tus monstruos abdomiables y de mí no huyeras» (Jeremías 4,1).

También en el Nuevo Testamento la metanoia será una invitación a un cambio de cultura: de la incredulidad a la fe. Por eso no deben extrañarnos luego las páginas evangélicas que reclaman con radicalis­mo el dejar padre, madre, heri?nanos (Marcos 10, 28-31 y paralelos) y no amoldarse a este mundo presente (Romanos 12,2).

Cuando Dios aparece, como Jesús lo anuncia, no hay instrumental cultural heredado que pueda servir. Corno dice Pedro? a los creyentes: habéis sido rescatados de vuestra manera vacía de vivír, recibida de vuestros padres» (1 Pedro 1, 17). Se reclama una nueva actitud, una vida nueva, recibida de Dios: la fe. Al hacerse El presente nos salva y al reconocerlo presente por la fe somos reengendrados.

Hermosamente ha tratado entre nosotros el tema de 1-9 vida cris­tiana como un camino, el Pbro. Dr. Miguel A. Barriola en su libro: «El Espíritu Santo y In Praxis cristiana. El tema M camino en la Teo­logía de San Pablo» (ITUMS, Montevideo, 1977).

Fe

La segunda actitud imperada por Cristo ante la presencia y proji­midad de Dios, es la fe. Pistéuete: creed, dice el texto griego.

Que Dios se muestre al hombre como hombre y le diga aquí estoy, es algo que nunca ha sucedido antes. La encarnación es un hecho his­tórico enteramente nuevo y único. Por eso comporta la división de la historia humana entre un antes y un después. Antes y después no sólo en la historia universal sino también en la historia misma de la reve­lación: Antiguo y Nuevo Testamento.

No, había un instrumental cultural y teológico adecuado para enfren­tarse por sí solo y sin fe, con ese modo de manifestación y de presen­cia enteramente nueva de Dios. Un modo que no reconocía antecedente histórico alguno, aunque a posterior¡ y desde el hecho, se lo pudiera reconocer en los preanuncios proféticos. Pero ni estos preanuncíos eran suficientes solos y por sí mismos, sin la fe. Israel era el pueblo de Dios y como tal, depositarío, de la revelación y de¡ conocimiento más sublime acerca de Dios. Pero ante el Dios encamado debía recibirlo con fe. Tampoco él poseía instrumentos aptos para verificar esa pre­sencia real de Dios en persona, aunque las Profecías y las metáforas bíblicas cobran, para quien cree en la encarnación de Dios en Cristo, una realidad impresionante y permiten comprenderlas e interpretarlas como descripciones previas del hecho.

Fe en el Encarnado

La situación del Dios hecho hombre, al cual los hombres no le creen, es dramática: «Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no vale» le dicen (Juan 8,13). Dios da testimonio de sí mismo y su testi­monio no vale. ¿Quién dará. pues testimonio de Dios?

La fe, es la actitud de! hombre que acepta la autoevildencia y el testimonio que de sí mismo da Dios, al presentarse en persona, en­carnado en Jesucristo. Es la autGridad que se le concede a Jesucristo por lo que es, hace y dice. Si bien es cierto que las profecías calzan en la realidad de Cristo, es la realidad de Cristo la que las autoriza y las muestra en su plena prolundidad inspirada. Pero al mismo tiempo, las excede. Las profecías hablaban de Cristo, pero no son ellas las que ¡e dan a Cristo la razón. Es Cristo el que las muestra dignas de fe. Es Cristo quien le da la razón a las profecías: Escudriñad las Escritu­ras ya que creéis que tenéis en ellas la vida eterna. Ellas hablan de mí… pero vosotros no queréis venir a mí (=no queréis creer) para tener vida» (Juan 5,39-40) Dios, el absoluto, aún en su situación de Verbo encarnado, no puede someterse a un criterio de verificación contingente por parte del hombre. La contingencia que asume, encar­nándose, se transforma ahora en normativa. Desde ella, Dios solicita la libertad del hombre para que, sin violencia, reconozca la evidencia espiritual, que aún mediando la encarnación, es la presencia de Dios.

El Juez de todas las creaturas, aún cuando asume la condición de una creatura, no puede ser juzgado por ninguna. Siendo Juez de todas por la autoevidencia de su amor, no coactivo, no violento. Sólo desde la libertad del amor, sólo desde la fe, puede ser reconocido. Por eso la fe es el camino. La fe es la aceptación de la autoevidencia de Dios, tal como se muestra en Cristo (y después de El en su Iglesia animada por el Espíritu). La fe es la certeza que se apoya en esa autoevidencia aceptada, de la múltiple presencia del resucitado: eclesial, ministerial, sacramental, eucarística, mística …

Ni las ideas, ni los conocimientos teológicos -y el pueblo de Israel tenía los más elevados conocimientos teológicos entre todas las culturas y pueblos de la época acerca de Dios- pueden sustituir la fe. A partir de sus ideas y de sus conocimientos teológicos, la élite intelectual y religiosa del pueblo de Israel, dice, ante el Dios que se autopresenta: «según nuestra ley, debe morir» (Juan 18,7). En otras palabras: «según nuestro mejor y leal saber y entender, según nuestra teología, éste debe morir».

Terrible decisión. Porque «éste», era Dios. En su juicio, el más alto tribunal teológico, mostraba, en su sentencia, qué necesitada de redención estaba la humanidad entera. Qué alejado estaba el hombre del conocimiento de Dios.

Ni las ideas, pues, ni los conocimientos teológicos, ni siquiera la visión y el tacto a lo Tomás incrédulo, son modos o instrumentos ade­cuados para captar, para reconocer la autoevidencia de Dios. ¿Qué dice Dios?: «Bienaventurados los que sin verme, creen» (Juan 20,29).

Fe en el Resucitado

La fe, era, en tiempos de la vida terrena y mortal de Jesucristo y sigue siendo, también ahora, el modo adecuado de captar su presen­cia real. No la del solo hombre, sino la del Hombre?Dios. Y la misma fe que se exigía durante su vida terrena, es el camino único y adecuado para reconocer ahora su presencia real, actual, de resucitado. Esa pre­sencia es espiritual: pneumática.

Para referirnos al modo de estar presente del resucitado, tene­mos que cambiar también nuestras ideas preconcebidas acerca de lo que es estar presente alguien.

La presencia de Jesucristo Resucitado es múltiple y adelantábamos ya los nombres de esa pluriformidad. Sacramental, en cada sacramen­to, pero particularmente en la Eucaristía. Ministerial, en los ministros ordenados para las acciones litúrgicas; en el obispo que visibiliza la unión, que gobierna e instruye; en el sacerdote que preside en nombre del obispo en ¡as comunidades la eucaristía. Litúrgica en la asamblea de los fieles orantes; mística en el interior de cada creyente; eclesial en su cuerpo místico; jerárquica en el Sucesor de Pedro y los de los Apóstoles; hablando en las Escrituras, pastoreando y enseñando en el magisterio. . . Una presencia múltiple, rnuitiforme y activa: «Yo estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20).

Así es Dios, así quiere estar presente, así quiere ser captado por la fe en su ser, su actuar y estar presente. Sin la fe, no tengo modo de reconocer su presencia y lo estoy desconociendo. Si quisiera en­contrarlo al margen de la fe, por otro camino, le estaría dictando un debe ser a partir de mi mentalidad, mis ideas, mi cultura, mi teología inconversas y por lo tanto aún irredentas y pre?evangélicas o post­cristianas y apostáticas.

Cambiar de modo de pensar: convertirse y creer, son, por lo tanto, dos acontecimientos correlativos. Están tan íntimamente imbricados que sin un cambio crítico de las propias ideas recibidas, la fe es im­posiblie o se hace, a la larga, insostenible.

Abraham: Conversión y fe como exilio crítico

Esta compleja dinámica espiritual que venimos bosquejando, está pre­figurada en la narración bíblica de la elección y ele la vocación de Abraham: «Yavé dijo a Abraham: vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré» (Génesis 12,1).

El relato bíblico no nos dice nada acerca del modo cómo Abraham experimentó la presencia de Dios; ni del modo cómo oyó su mensaje; ni de como Dios se lo comunicó y le habló. La comunicación, la elo­cución (Yavé dijo) es, como palabra dicha, como comunicación, algo que presupone una cierta forma de presencia. Pero a pesar del silencio del texto acerca del modo de presentarse Dios a Abraham, el mismo texto nos pone -aunque sea indirectamente- sobre la pista de una forma de presencia totalmente inusual e irreductible a lo que Abraham podía haber recibido por tradición de sus antepasados o haber tomado de la cultura circundante. Sin duda que Abraham había recibido de sus antepasados y de su patria cultural, ideas acerca de Dios: sus ante­pasados ?nos dice la Escritura? «servían a otros dioses» (Josué 24,14).

Pero la evidencia de Dios que tiene Abraham es ahora tal, que hace que este hombre cambie las evidencias del universo religioso que lo rodea, de las tradiciones que lo acunaron en el pasado y lo sostienen en el presente. Si advertimos bien, el relato bíblico nos muestía a Abraham no sólo emprendíendo una peregrinación, un viaje, un desplazamiento geográfico, sino también un exilio en el tiempo. Porque Dios lo induce a dejar las evidencias inmediatas y presentes, por una promesa; por algo futuro: «una tierra que yo te mostraré”.

Por algo tan incierto como es un futuro desconocido y una tierra que está por verse y cuya ubicación no se conoce, Abraham deja las certiclumbres en las que podría considerarse radicado. Esto podría lla­marse el exilio crítico de Abraham. El Exilio crítico de Abraham es una conversión, es un cambio de mente. Una metanola. Un volverse a Dios y dar la espalda al mundo en el que vive: con su economía, sus vinculaciones, su cultura y sus dioses. Se trata de un trastoca­miento de las evidencias por las cua!es uno opta y se rige. Es un trueque de un universo de certezas por otro. Y los dos componentes de este exilio, el espacial y el temporal, que nos revela el análisis del texto, nos a’ertan para advertir que, cuando decimos presencia, esta­mos in, plícando subconscienternente, esas dos coordenadas: la espa­cial (aquí-allá) y la temporal (ahora-después).

Dios se le hace preserte a Abraham en espacio y tiempo. Pero el Dios que se le autoevidencia, se autodefine como no atado a un determinado lugar y como Señor del futuro. Dios se le hace presente a Abraham en un lugar y le habla en un presente, es cierto. Pero tarn­bién se le hace presente como quien está en relación a un lugar lejano y aún desconocido y en relación a un tiempo no presente sino futuro.

(La palabra castellana presente, refieja precisamente esas dos coorde­nadas de espacio y tiempo. Hablamos del tiempo presente y de estar presente en un lugar).

Dios le habla a Abraham »aquí y ahora» de un «allá y un después». Y la fe, tal como se muestra en Abraham, Padre de todos los creyen­tes, se presenta ya desde el principio, unida a la conversión: al exilio crítico. Actitud adecuada del hombre ante la automanifestación de Dios.

 

3. LA APOSTASIA: ABANDONO DE LA FE Y RECONVERSION A LAS IDEAS

Estos análisis que hernos venido haciendo han preparado el terre­no para comprender mejor la naturaleza del fenómeno de la apostasia. Un fenómeno de todos los tiempos y también del nuestro, a pesar de ciertas reticencias para nombrarlo que quizás provengan de equívocos acerca de su verdadera naturaleza.

Comenzaremos relevando los datos de la Escritura acerca de la Apostasía. Esperamos que ello nos ayudará a ubicarnos como creyentes ante fenómenos oscuros del mundo y de los tiempos en que vivimos.

Fenómenos cuya verdadera naturaleza no se comprende y son motivo

de escándalo y de tropiezo para nuestra propia fe. Me refiero a una serie de fenómenos que pueden reducirse al denominador común que define la apostasía: apartarse de Dios, abandonando la fe para volver­se a las ideas.

Después de resumir la doctrina de la Escritura acerca de la apos­tasía, analizaremos algunos aspectos o vertientes de esa síntesis ini­cial apuntando reflexiones sobre esos fenómenos actuales.

La Apostasía según las Sagradas Escrituras

Encuentro en la Escritura tres puntos o enseñanzas más importan­tes acerca de la Apostasía.

1) La Apostasía tiende a permanecer anónima y a no manifestarse; 2) la Apostasía se mantiene en el anonimato mediante mecanismos de impostura, haciéndose pasar por fe y piedad; 3) Dios y sólo Dios puede provocar su manifestación o descubrir sus ficciones.

Puestas estas tres tesis, recorramos algunos textos de las que ellas surgen.

Apostasía según San Pablo

San Pablo nos dice que ha pasado «peligros entre falsos hermanos» (2 Corintics 11,26; Gálatas 2,4). Habla de los que «tienen las aparien­cias de la piedad, pero niegan su eficacia» (2 Timoteo 3,5). Pone en guardia contra los falsos maestros, doctores, ministros o apóstoles; a este género parecen pertenecer los que «con suaves palabras y lison­jas seducen los corazones de los sencillos» (Romanos 16,18). Estos son muchos, a juzgar por el pasaje de la Segunda Carta a los Corin­tios 2,17: «no somos como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios». (Así traduce la Biblia de Jerusalén. La expresión griega: hoi pólloi, puede traducirse también como los más o los muchos). En la misma carta, Pablo los denuncia a éstos como: «unos falsos apóstoles, unos operarios engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo». (Corintios 11,13). Y desentraña la razón teológica de este hecho: «Y nada tiene de extraño (que ellos actúen como impostores) ya que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Por tanto, no es (cosa) grande que también los ministros de él se disfracen de ministros de justicia» (2 Corintios 11,14-15),

Pablo pone en guardia a Timoteo contra una falsa ciencia que ha apartado a los que la profesaban, de la verdadera fe: «¡Oh Timoteo! guarda el depósito. Evita Ias locuacidades profanas y las objeciones de la falsa ciencia; algunos que se jactaban de ella se extraviaron de la fe» (1 Timoteo 6,20).

Por fin, en una de sus primeras cartas y uno de los escritos cronológicamente más antiguos del Nuevo Testamento, Pablo se refiere al «Hombre de la Apostasía» (2 tesalonicenses 2,3). Esta expresión la entendemos como un epíteto. U Hombre de la Apostasía es un tipo de hombre, un modelo cultural Así como se habla del Hombre de hoy, o del Hombre de la civilización técnica, o del Hombre de los viajes a la luna, el Hombre de ciencia, el Hombre de negocios. Así como existen esas categorías humanas, así existe para San Pablo «el Hom­bre de la Apostasía», el apóstata típico.

A este tipo de hombre lo define y lo caracteriza San Pablo como alguien que usurpa el lugar de Dios y se hace rendir el culto debido a Dios. Es la humanidad que se autodiviniza. Autodivínización que no necesariamente hay que imaginarse en forma grotesca, sino que puede suceder por mecanismos sutiles de impostura, ya que, por definición, esta apostasía no es reconocible hasta que Dios no provoca su mani­festación o desenmascaramiento (2 Tesalonicenses 2,3-12).

San Juan

En sus siete cartas a las Iglesias, Juan pone en guardia a los fie:es que parecen estar satisfechos consigo mismo, revelándoles sus conductas desagradables a Dios: su decaimiento del amor primero, su tolerancia indebida respecto de abusos y herejías (Apocalipsis, capí­tulos 2 y 3).

San Juan habla en su Primera Carta, “de los que no eran de los nuestros, pero estaban entre nosotros» y que, finalmente, salieron de entre nosotros para que se manifestara que no todos son de los nuestros» (11 Juan 2,19). No somos todos los que estamos. Con lo cual Juan nos invita a la humildad y no a la suspicacia. Pues parece ser en efecto, que los que se han ido de la comunidad han salido con pre­textos de mayor conocimiento de Dios, mayor santidad y pureza; de ser mejores que la comunidad eclesial.

Evangelios

Ya en los Evangelios, Jesús mismo advierte que la cizaña y el trigo crecen mezclados y que es necesario que sea así (Mateo 13,24-30), que los peces buenos y ma!os se arrastran en la misma red hasta el tiempo de separarlos por el juicio (Mateo 13,47-50).

Jesús habla de los lobos vestidos de piel de oveja y pone a sus discípulos en guardia contra ellos (Mateo 7,15); sabe que los envia como ovejas entre lobos (Mateo 10,16). Jesús habla de los árboles que sólo pueden conocerse al tiempo de dar fruto (Mateo 7,16-20); pues los impostores y usurpadores, los falsos hermanos o falsos apóstoles no se reconocen por lo que dicen, sino por lo que hacen. Su lenguaje, por ser hipócrita, es ocultador y engañoso.

Carta a los Hebreos

La Carta a los Hebreos merece una mención especial entre los demás escritos del Nuevo Testamento. Toda ella obedece al intento de poner en guardia a una comunidad otrora fervorosa y esforzada hasta el heroísmo martirial, contra una insidiosa y solapada forma de incredulidad que comienza a afectarla insensiblemente. El autor no acude a la denuncia acre ni al reproche duro, pero, como médico que diagnostica, describe el mal oculto: una indiferencia incipiente, entre fieles otrora tan fervorosos que, por la fe y por su solidaridad con los perseguidos, habían perdido hasta sus bienes y se habían expuesto heroicamente a peligros de muerte. Ahora, sin embargo están en tren de desertar sus asambleas y deslizarse insensiblemente en una apos­tasía práctica, anónima, escondida aún, pero ya incoada.

Ángel de Luz

La tendencia de la apostasía es a mantenerse oculta. Ella no se hace abierta y desembozada en virtud de un dinamismo propio. Se mantiene anónima revistiéndose de «ángel de luz». Para mantenerse oculta, sus mecanismos son los de la usurpación y la impostura. La falsificación puede ser burda. Pablo se ve obligado a autenticar de propia mano una de sus cartas (2 Tesalonicenses 3,17). Por lo visto ya tan tempranamente corrían cartas falsas atribuidas a él.

Pero la falsificación puede ser mucho más sutil e indetectable. Puede revestir (=disfrazarse de) las formas de la fe y de la piedad. Ese es propiamente el engaño del Anticristo.

Anticristo

El nombre de Anticristo (1 Juan 2,18-22) no significa -ni solamen­te, ni en primer lugar- aquél o aquéllos que se oponen abiertamente a Cristo, mediante la persecución frontal y desembozada. No designa tanto al perseguidor abierto, a lo Nerón, o como el judaísmo oficial de la primera época cristiana. El Anticristo es más bien y primariamen­te, un opositor por impostura. Es el que se hace pasar por Cristo.

El peligro de engaño es tanto más grande cuanto mayor es el pa­recido. «Mírad que nadie os engañe. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo Yo soy, y engañarán a muchos» (Marcos 13,5; Lu­cas 21,8); «vendrán muchos diciendo Yo soy el Cristo» (Mateo 24,4). «Entonces, si aguno os dice: mira, el Cristo ahí, míralo allí, no lo creáis. Pues surgirán falsos cristos y falsos profetas y realizarán seña­les y prodigios con el propósito de engañar, si fuera posible, a los ele­gidos. Vosotros pues, estad sobre aviso, mirad que os lo he predicho» (Marcos 13,21-23; Mateo 24,23-24).

La capacidad de disimulación, impostura y engaño, es tan grande que sería capaz de embaucar a los elegidos, si no fuera por una par­ficular asistencia e intervención divina. En la cual -dicho sea de paso- se manifiesta su presencia.

Este anticristo, no es un individuo en particular. Se trata de un tipo de hombre, como ya hernos dicho. Es un cierto tipo cultural que diviniza lo humano y apela al lcriguaje y a las formas religiosas cris­tianas, pues tiene un deliberado propósito de engañar a los creyentes sin inquietarlos en lo posible. El punto focal de este engaño es -notémoslo de paso- precisamente el lugar y la forma de presencia de Cristo y de Dios: »miradlo aquí, o allí»,

La trampa

Los textos que hemos aducido señalan también que la manifestación o desenmascaramiento de la apostasía, es una obra divina. El embau­cador podría engañar incluso a los elegidos, si Dios no lo impidiese. Pero Dios desenmascara la impostura, desenquista la apostasía anóni­ma, poniéndole el nombre y provocando la separación, llegado el mo­mento. Dios hace esto con su juicio, con su venida, con el soplo de su boca (2 Tesalonicenses 2,7-8). En una palabra, con su presencia.

En el pasaje citado de la carta a los Tesalonicenses, Pablo se refiere a un obstáculo que impide la revelación o desenmascaramiento de la apostasía anónima. Cuando el obstáculo sea quitado de en medio -explica Pablo- el Sin Ley (en griego: hoánomos) será descubierto (2 Tesalonicenses 2,7-8). El obstáculo -acerca del que discuten los intérpretes- es a mi parecer, obviamente, una trampa. Así puede tra­ducirse en efecto la palabra griega hokatejon: lo que retiene, el lazo, la atadura, la trampa. El obstáculo tramposo que impide al creyente descubrir el engaño y contra el cual sólo está protegido por: «el amor de la verdad» (2,10).

San Juan dice que Dios hizo que algunos salieran para que se revelara que no todos los que están son de los nuestros. De suyo habrían tendido a permanecer dentro. incluso con la pretensión de ser precisamente ellos los auténticos creyentes, frente al resto de la co­munidad joánica, de la cual Dios, finalmente, los hizo salir.

San Pablo, explica que Dios permite esta seducción; «A los que se han de condenar pcr no haber aceptado el amor de la verdad, que los hubiera salvado, Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira» (2 Tesalonicenses 2,10-11). En este texto, Pablo opone la fe de los creyentes, que aman a Cristo, por un lado, con la gnosis de los que aman ideas en sustitución de Cristo, por otro lado.

En este sentido, la trampa más engañosa es la de las ideas cristianas, erigidas en sustituto de la fe. Esta sustitución la ha expresado con ingenua trasparencia y franqueza David Friedrich Strauss: «Esta es la lleve de toda Cristología: que como sujeto de los predicados que la Iglesia le atribuye a Cristo, se coloque una idea, en lugar de un individuo» ( … ) «¿Qué puede tener todavía de especial un individuo? Nuestro tiempo quiere una Cristología que lo lleve desde el hecho a la Idea, desde el individuo a la Especie. Una dogmática que se quede en Cristo como individuo no es ¡una dogmática sino una prédica» (Das Leben Jesu, kritisch bearbeitet. Tübingen 1836, págs. 734 y 738). Pero cuando se sustituye la presencia y la realidad de Dios, por la idea de] Dios real y presente, el hGmbre es el dueño de sus ideas de Dios. Y ya no el Dios?presente el Dueño del Hombre.

 

4. APOSTASIA: CONCEPTO JURIDICO Y CONCEPTO BIBLICO

Concepto jurídico

El Código de Derecho Canónico define la apostasía: «apostasía es el rechazo total de la fe crístiana» (Canon 751) y la enumera entre los delitos contra la religión y la unidad de la Iglesia castigados por excomunión latae sententiae (Canon 1364).

El derecho canónico distinaue netamente la apostasía de la here­jía. Herejía es la «negación pertinaz después del bautismo de una ver­dad que ha de creerse». Apostasía es el rechazo total de la fe.

La noción teológica

Teológicamente, el distingo canónico ya no es suficiente. Según Santo Tomás, al que niega una de las verdades o artículos del credo, aunque afirme las demás, ya no lo hace por fe, sino por opinión. Por lo tanto el hereje, es un apóstata anónimo. (Ver: Suma Teológica Parte Segunda-Segunda, Cuestión 5, Art. 3). Respondiendo a una pri­mera objeción, Santo Tomás se expresa así: «diremos que los demás artículos de la fe, en los que no yerra el hereje, no los admite del mismo modo que el fiel, esto es adhiriéndose en absoluto a la primera verdad, para lo cual necesita el hombre ser ayudado por el hábito de la fe; sino que admite las cosas que son de fe por su propia voluntad y juicio». Y en el cuerpo del artículo: Es notorio también que aquél que se adhiere a la dectrina de la Iglesia como a regla infalible, asien­te a todas las cosas que la Iglesia enseña, pues de otra manera, si de las cosas que ésta enseña admitiera las que quiere y rechazara otras que no quiere, no se adheriría ya a la doctrina de la Iglesia como a re­gla infalible, sino a su propia voluntad. Y de este modo, es evidente que el hereje, que tenazmente no cree en un artículo de la fe, no está dispuesto a seguir en todos los demás la doctrina de la Iglesia; pero sí no lo cree obstinadamente, ya no es hereje, sino estará solamente en el error. Por lo cual es evidente que tal hereje acerca de un artículo no tiene fe (ni formada ni informe) en los demás artículos, sino cierta opinión, conferme su propia voluntad».

Propiamente: apostasía oculta, anónima.

Recuperación pastoral del concepto de apostasía

Adviértase cómo el concepto jurídico, juscanónico, de apostasía no se recubre con su noción teológica y tampoco con su descripción bíblica.

El concepto juscanánico de Apostasía es mucho más restringido que el concepto bíblico y no da razón de toda su verdad teológica. El Derecho Canónico, en efecto, se refiere a la apostasía abierta y declarada. A su momento terminal. A la etapa en la cual la intervención medicinal de Dios ha abierto el abceso y ha provocado la manifesta­ción en el foro externo, poniéndola como problema disciplinar del que el derecho canónico puede ocuparse.

Pero como problema pastoral, la apostasía merece atención (como lo muestra la Carta a los Hebreos) desde mucho antes de ese grado terminal definible canónicamente en el fuero externo, como delito pa­sible de penas canónicas. A esa altura, la medicina penal canónica llega algo tarde con el remedio.

En cambio, la doctrina bíblica acerca de la apostasía, tal como la hemos explorado y esbozado, rápidamente a través de los textos, po­sibilita una clínica pastoral, enseñándonos acerca de la naturaleza, las formas y ¡as causas. Si queremos manejarnos pastoralmente con el fenómeno de la apostasía, se impone recuperar la doctrina bíblica y hacerla operativa. No sólo para enfrentar el problema de almas aisla­das, sino para comprender fenómenos culturales y de la entera civili­zación actual en la coyuntura de nuestros tiempos.

La recuperación de ese saber bíblico nos es absolutamente nece­saria para orientarnos en la coyuntura actual del catolicismo. Para orientarnos en la metamorfosis de las ideologías que operan a menudo por impostura.

Una de las dificultades mayores la constituyen las formas nuevas de las idolatrías: las Ideo-latrías, o adoración de las ideas. A ese or­den de criptoreligiones modernas pueden adscribirse las Ideologías.

Por desviaciones imperceptibles y ocultas es posible «oponerse a Cris­to en nombre de Cristo» como advertía el entonces Cardenal Wojtyla, hoy Juan Pablo II, en Signo de Contradicción: «Esta oposición a Cristo que se simultanea con un apelar a El, procedente incluso de aquellos que se llaman sus discipulos, es un síntoma característico de los tiempos que vivimos» (p. 254).

Culto de la Presencia Real

Así como las ideologías se caracterizaron en otro tiempo por su acción desde fuera de la Iglesia y en oposición a ella, hoy en día, lo que les es más característico es que han creado formas rniméticas que les permiten morar sin mayor problema en los ámbitos eclesiales y obrar desde dentro de la Iglesia en las forrrias de impostura y seduc­ción de las que nos precaven las Escrituras.

Hay, por supuesto, muchas formas de apostasía anónima. No es desconocida la de un formalismo, incluso moral, litúrgico, piadoso y eclesíal. Es que, en el fondo, las ideologías son también formalism os Formalismo e ideología se tocan. Idea y forma, se dicen en griego con la misma palabra: eidós. Y de ella deriva la palabra idolatría, cuya ver­sión moderna son las ideolatrías. La adoración de ¡as formas conoce dos vertientes: una exterior, que adora formas vacías de interioridad; la segunda interior, que adora ideas, o sea formas interiores sin rela­ción a la presencia real.

La Fe y el Culto católico no es una liturgia de ideas, ni siquiera puede reducirse a la liturgia de la palabra. Es un culto de la Presencia Real. Apartarse de e!la para volverse a la idea es una de las formas de la apostasía

Un fenómeno primitivo

La Segunda carta a los Tesalonicenses, escrita probablemente ape­nas quince o veinte años después de la muerte del Señor, ya contiene -como vimos- una doctrina perfectamente desarrollada acerca de la apostasia anónima, así como de sus modos y de sus motivos teológicos.

En una Iglesia tan joven como la de Tesalónica y en una carta que se le dirige casi enseguida de su fundación, ya aparece ínsito el peli­gro de la apostasia anónima. Esto sugiere que se trata de un hecho que, a juzgar también por los dichos de Jesús, pertenece y es inheren­te al hecho del ser creyente y al vivir en Iglesia.

Hay que notar también que el lugar teológico de la doctrina pau­lina sobre la apostasía, es el de la doctrina acerca de la Venida de Jesucristo. Esa Venida (en griego: parousía), está naturalmente rela­cionada con la doctrina acerca del modo de presencia del Resucitado. A este respecto estaban circulando, por lo visto, doctrinas que inquie­taban a los creyentes y se le btribuían a Pablo.

Fue la pesadilla de San Pablo en sus comunidiades, el triste hecho de que, apenas fundadas, se veían expuestas a la invasión de ministros que tironeaban y tergiversaban el evangelio predicado por Pablo. La doctrina sobre la apostasía anónima formaba parte del anuncio mismo del evangelio de Pablo: «¿No os acordáis que ya os dije estas cosas cuando estuve entre vosotros?» (2 Tesalonicenses 2,5).

Resistencia a nombrarla

Siendo la apostasía un hecho temprano en la Iglesia primitiva y que parece pertenecer a la vicisitud histórica de la revelación y de la fe, hay una cierta resistencia a usar la palabra. Creemos sin embargo que hay que recuperarla para nuestros diagnósticos pastorales y nues­tra acción pastoral.

La palabra apostasía pertenece al género de las palabras quemadas por los abusos, del lenguaje o de la disciplina. Palabras cuyas conno­taciones negativas, imponen una autocensura dentro del ámbito lin­güistico eclesial (y extraeclesial) debido a su íntima asociación con el recuerdo de abusos. Pero antes de que se prestara a abusos, la pa­labra apostasía estaba en el Nuevo Testamento para ser entendida en el Espíritu Santo y sirvió a los cristianos para su vida.

Monseñor Pablo Galimbertí, examinó el fenómeno en su estudio: ¿Oue Pasa cuando nos apartamos de Dios? (Colección «Sentir en la Iglesia», 3, Montevideo, 1983).

Para algunas sensibilidades aún marcadas por resabios de otros tiempos, sólo escuchar la palabra apostasía puede ocasionarles una reacción alérgica e inducirlos a suponer fácilmente intención agresiva o polémica en quien la usa. Exponerse a ello no ha de impedir la buena conciencia de quien acude a ella como un instrumento lingüístico váli­do y apto para fines pastorales.

En el Uruguay

Dada la peculiar situación de los creyentes en el Uruguay, y dada la precocidad histórica, así como la celeridad, del proceso de laiciza­ción en el Uruguay, no es de extrañar encontrar en autores católicos uruguayos una peculiar percepción del fenómeno de la apostasía, ya en su forma larvaria de apatia, indiferencia o tibieza. Precursores de las observaciones de Monseñor Galimberti son los testimonios de otros agudos observadores de la realidad religiosa uruguaya. Valga un par de ejemplos.

Un laico uruguayo, Dimas Antuña, decía en 1942: «No se trata de apostasías alocadas ni de vicios que degraden … El que se desentiende de las virtudes teologales no tiene por qué ceder, por eso, en las vir­tudes morales y políticas … creyentes sin fe, cristianos sin Cristo. . . ¿dónde está nuestro bautismo?» (El Testimonios, Ed. San Rafael, Bs. As. 1945, p. 149). Otro laico uruguayo, Horacio Terra Arocena, es­cribía a sus amigos en una carta-testamento-espiritual que está aún inédita: «Afirmo como un hecho la apostasía de la civilización occiden­tal … pero no es el mundo lo que alarma, sino la indiferencia y la insensible adaptación de los cristianos…»

Apostasía anónima y criptorelígiones laicas

«Es posible que el hombre no quiera renunciar a la religión ni siquiera cuando está empeñado en abandonarla, y que, por lo tanto, quiera conservar su forma cuando ya ha abandonado o traicionado su esencia» dice Bernhard WeIte en su Filosofía de la Religión (Herder 1982, pp. 253-254).

Pero también inversamente, es posible que el hombre no quiera llamar dios al que él adora y que -por lo tanto- practique una relí­gión no confesada, una criptoreligión. Observa otro filósofo de la religión, Albert Lang, en su Introducción a la Filosofía de la Religión, que: «Muchos no se dan cuenta, o mejor, quieren ocultarse a sí mismos el hecho de que, una vez negada la adhesión a la antigua fe, han ve­nido a ser esclavos de una religión de sustitución» (Club de Lectores, Bs. As. 1967, p. 171). Según este mismo autor: «la descristianización y la secularización de la vida -que comenzaron con el lluminismo-­ ( … ) de ninguna manera han conducido fuera de la órbita de lo reli­gioso… sino al contrario sólo a un cambio dentro del ámbito de la fe. En realidad, el hombre moderno se ha «apartado» (comillado nuestro) extremadamente de su religión originaria, pero ha caído en cambio en formas variadas y múltiples, en el dominio de los sucedáneos de la religión-, se ha puesto al servicio, no de Dios, sino de un ídolo al que tributa culto y devoción» (Obra citada, pp. 170-171).

La doctrina bíblica nos permite ir más allá que estos filósofos y adelantarnos a prever el próximo paso, en que las religiones sucedá­neas, de sustitución o criptoreligiones, quieran volver a revestirse del lenguaje y los simbolismos cristianos. Y hasta presentarse como la verdadera y auténtica presencia de Cristo.

El enfriamiento de la caridad

Lo característico de estos tiempos, según la Escritura, es el en­friamiento de la caridad (Mateo 24,12). Esto tiene lugar cuando Jesu­cristo ya no importa y el hombre impío (desde Judas a nosotros). Es capaz de cambiarlo por treinica valores, o por treinta ideas, aunque sean valores e ideas «cristianos». En esto descubrimos que Judas era un arquetipo. El prototipo del discípulo que considera que lo que alguien le hace a Jesucristo -derramar sobre él el perfume costoso­ es un derroche.

Cuando Cristo ya no cuenta como prójimo, ha tenido lugar el enfriamiento de la caridad de que habla Mateo y del que se queja San Pablo: “todos buscan su interés y no el de Cristo» (Filipenses 2,21). Cuando Cristo ya no cuenta como prójimo, ha habido enfriamiento de la caridad, aunque se esgrima el amor a los demás prójimos como pretexto. Precisamente, en sacar a Dios de su condición de prójimo, que él ha querido asumir al encarnarse, consiste la negativa a recono­cerle su realidad y presencia: la negativa a creer.

Formas de apostasía

Existencialmente las causas y las formas de la apostasía son múl­tiples. Monseñor Galimberti ha esbozado una tipología en el estudio antes citado.

Históricamente, muchas veces la apostasía sobrevino a causa de la persecución. La cobardía ante la oposición desembocó en abandono de la fe, de la Iglesia y de Dios.

En la actualidad, a pesar de las metamorfosis de la persecución, ella sigue siendo muchas veces la causa de la apostasía. Hay una apostasía que podría llamarse juvenil, en la que predominan las cau­sales de respeto humano. Hay una apostasía intelectual por conversión a las criptoreligiones científicas. La ambición profesional da lugar a veces a la apostasía de los profesionales, sobre todo de los que se mueven en ambientes donde no se reconocen los principios cristianos de conducta. Hay apostasías debidas al bienestar y al tren de vida de los ambientes sociales mundanos y adinerados. Así corro por el extre­mo opuesto, apostasías por rebeldía existencial, ante el infortunio, el venir a menos o la enfermedad.

Uno de los componentes de la doctrina sobre la apostasía es la vergüenza. Avergonzarse de Cristo y de su evangelio ante los hombres o de los que sufren por permanecerle fieles en un mundo adverso (Marcos 8,38; 2 Tirnoteo 1,8-12) es comienzo u ocasión de apostasía.

Cultura de la apostasía

Los creyentes vivimos inmersos en un mundo que viene aposta­tando desde hace cuatro siglos. En una cultura postcristiana y por lo tanto apóstata que viene creando refinados métodos e instrumentos de inducir a la apostasía. Métodos intelectuales, filosofías, supersti­ciones, múltiples sucedáneos para apartar del Dios de la revelación cristiana no sólo a las personas, sino a los pueblos, las naciones, estados y culturas. Esta cultura apóstata y apostatogénica, está en condiciones de suministrar la apostasía indolora. Es capaz de ofrecer al que se aparta del culto cristiano verdadero, al que se aparta de la relación con Cristo y de la piedad y el amor cristianos, un certificado de autenticidad cristiana. Nada de traumas dramáticos, ni escandalosos.

Cuando la apostasía llega a suceder en esta forma anónima e im­perceptible y a la vez masiva, creo que se impone el deber pastoral de poner sobre el tapete el tema de la apostasía. Y es eso lo que, dentro de mis modestas posiblidades, he querido hacer.

5. DOCUMENTO: ENTREVISTA DE CÉSAR DI CANDIA A EDUARDO GALEANO.

Publicada en el semanario Búsqueda Montevideo, Uruguay), Jueves 22 de Octubre 1987, página 32-33. El re­portaje aparece bajo el título «Eduardo Galeano: Tengo fe en el oficio de escribir, la certeza de que es posible hacerlo sin venderse ni alqui­larse». Trascribimos a continuación fragmentos.

-Yo te conozco a partir de tus veinte años pero no sé nada de tí de los veinte hacia atrás. Presumo, por lo que he oído, que no tuvis­te infancia muy feliz.

-Te diría que no es cierto. En un librito mío que anda por ahí «Días y noches de amor y de guerra» hay algunas evocaciones de la infancia que no son tristes sino jubilosas. Yo tuve una infancia vulgar y silvestre, salvo el hecho de que fue muy marcada por el misticismo. Era un católico fervoroso y solía ir mucho más allá de lo que se supo­nía debía ser. Mis padres eran católicos los dos pero nunca pensaron que yo me lo iba a tomar tan en serio.

-¿A qué se debía esa exacerbación religiosa?

-Quizás a una necesidad de trascendencia, no sé bien a qué motivo. En la pared de atrás de mi cama se mezclaba la imagen de Jesús con la de los jugadores de Nacional y dentro de mí coexistían ambas pasiones. A veces, cuando todos dormían, me ponía a rezar sobre piedritas como forma de penitencia. En esa época yo estaba se­guro que iba a ser cura. Lo curioso es que el mismo tiempo era un niño normalísimo. Futbolero como todos los niños uruguayos. Vivíamos en el barrio La Mondiola, una zona denominada así que quedaba entre Pocitos y el Buceo, más o menos donde está hoy Pocitos nuevo. Ahora está muy construida pero entonces tenía grandes espacios vacíos que eran de libertad y de combate porque andábamos siempre organizados en bandas y reventándonos a golpes entre nosotros.

-¿Cuánto te duró la crisis mística?

-Hasta los trece años. A esa edad perdí a Dios, como si hubie­ra tenido un agujerito en el bolsillo y se me hubiera caído. Sin embargo esa especie de búsqueda medio desesperada de respuestas para ciertas interrogantes siguió sobre todo en la adolescencia.

-¿Hiciste la primera Comunión? Porque si voy a serte franco, no te veo con el trajecito azul y la cinta en el brazo.

-Por supuesto, con mis dos hermanos. Además no fue solo una ceremonia ritual. Yo creía fervientemente en todo eso. Todavía me indignan las misas sin Dios, la gente que cumple con el ceremonial sin creer de verdad.

-¿Colegio católico?

-No. Fui al Erwy School hasta segundo año de liceo. Después no estudié más nada.

-En la época era el típico colegio de la burguesía.

-Mi hogar fue clase media venida a menos.

-Clase media tirando a un cuarto como dice Quino.

 -Sí (se ríe). En casa había una situación económica mala, pero con algunos fulgores de viejos proceratos. Por el lado de los Hughes se supone que soy medio pariente de Leandro Gómez y por el lado de los Muñoz, se supone que soy medio pariente de Rivera. Mi familia era como una especie de museo de glorias pasadas. Sin ir más lejos el edificio donde hoy está el Museo Romántico ahí en la calle 25 de Mayo, era la casa de mis bisabuelos. Nunca quise volver a ella porque prefería guardarla dentro de mí tal como había quedado en la memo­ria. Un mundo de estatuas y gobelinos, una cama muy alta donde vi agonizar a mi bisabuela con rodajas de papas en la frente, que era lo que se usaba para el dolor de cabeza y la fiebre (se ríe).

-El apellido Hughes siempre ha pertenecido a la más rancia aristocracia nacional.

-Sí, pero papá venía de una rama pobre. En todas las familias hay árboles que tienen ramas más floridas que otras. Papá no tuvo económicamente mucha suerte. Yo alcancé a vivir algunos de los días más felices de mi infancia cabalgando en pelo por la estancia «La Paz» que había sido poderosa pero la que cuando la conocí no era más que un casco medio abandonado con una capilla a la que se entraba con una llave enorme. Yo iba a la capilla a escondidas y me quedaba horas recibiendo la luz de los vitrales y escuchando el canto de los pájaros en medio de los pastos que lo invadían todo.

-¿Dónde quedaba la estancia «La Paz»?

-En Paysandú, cerca del arroyo Negro. Era un viejo estableci­miento familiar, ya en decadencia.

  • Ni Dios, ni secundaría

Me dijiste que abandonaste los estudios en segundo año de liceo.

-Empecé a trabajar. En realidad no me gustaba estudiar.

-Así que junto con la pérdida de Dios, perdiste contacto con la enseñanza.

-Más o menos coincidió con un período de convulsiones, de cam­bios. Y empecé a trabajar. Trabajé en mil cosas. Fui mensajero, dibujan­te de letras, obrero en una fábrica de insecticidas, cobrador, taquígrafo.

www.horaciobojorge.org/

 

 

Horacio Bojorge nació en Montevideo en 1934, de padres católicos pero no practicantes. Fue a la escuela y al liceo laicos del Estado uruguayo. Como liceal militó en la Acción Católica de Estudiantes. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1953. Cursó las Humanidades Clásicas en Padre Hurtado, Chile, cuando era aún palpable la impronta espiritual del recién fallecido beato (1955-56). Se licenció en Filosofía en el Colegio Máximo, San Miguel (1959). Enseñó Idioma Español y Literatura en el Colegio Sgdo. Corazón, Montevideo (1960-62). Completó sus estudios en Europa en los años del Concilio y postconcilio. Se licenció en Teología en la Facultad Canisianum, Maastricht, Holanda (1966) y ordenóse allí de sacerdote, en la basílica de San Servasio (1965). Pasó a Roma y se licenció en Sagrada Escritura en el Pontificio Inst. Bíblico (1969). Visitó Tierra Santa en 1967.

Enseñó Escritura en el Seminario Arquidiocesano del Uruguay (1970-79) y en el Instituto Mater Ecclesiae para formación de religiosas (1970-82). Fué profesor invitado en Sâo Leopoldo y Asunción. Fué miembro activo de la Soc. Argentina de Profs. de Sgda. Escritura (SAPSE). Es socio de la Novi Testamenti Studiorum Societas (Londres). Profesor emérito de Sagrada Escritura en la Fac. de Teol. del Colegio Máximo (San Miguel) y de Cultura y lenguas bíblicas en el Departamento de Filología Clásica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad de la República (Montevideo).

Es autor de un método para el aprendizaje rápido del hebreo bíblico. Ha publicado numerosos libros, artículos y reseñas en diversas revistas, entre las cuales, Revista Bíblica (Arg.) y Stromata. Fue corresponsal del Internationale Zeitschriftenschau f. Bibelwissenschaft (Tübingen). Hizo periodismo de Iglesia en revistas extranjeras, como Hechos y Dichos y El Ciervo. Estuvo ligado, en nuestro medio, al consejo de redacción de Víspera hasta su cierre por el gobieno de facto.

Ha escrito diversos libros: “La Figura de María a través de los evangelistas” (1975) (3 ediciones castellanas y traducciones al portugués, inglés, holandés, japonés, coreano). “Los Salmos. Introducción y salmos comentados” (1976) (Premio ensayo del Ministerio de Cultura del Uruguay, y aprobado por el Consejo Nacional de Enseñanza Secundaria como obra de consulta para los liceos). “Signos de su Victoria” (1983) (teología bíblica de la vida religiosa); “Siguiendo a Cristo por el camino de José” (1985); “Aspectos bíblicos de la Teología del Laicado”. Los más recientes y exitosos han sido “En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia. Ensayo de Teología Pastoral” (19992) y “Mujer ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia”(1999). Se encuentran en prensa: “Pecados y Virtudes. El lazo se rompió y volamos” y “Teologías deicidas”.

Desempeña toda clase de ministerios sacerdotales entre los fieles -predicación de retiros y novenas, confesiones, dirección espiritual, formación bíblica – en casas religiosas, contemplativas o activas, y en parroquias del interior del Uruguay, de algunas Provincias Argentinas y del Paraguay.

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La Apostasía y su Consecuencias

El padre Andrés García Torres, nos envió un precioso material escrito por él en el año 2005, donde analiza la presencia del maligno detrás de la Gran Apostasía actual, las consecuencias que tiene para los apostatas y la condenación eterna en el infierno que supone.

Este tema es especialmente actual en España, donde hay un movimiento que impulsa a que los bautizados concurran a la parroquia donde se les sumistró el sacramento y abdiquen del mismo por escrito.

En primer lugar vamos a definir o a indicar lo que es la apostasía. El Código de Derecho Canónico (libro de leyes de la Iglesia), en su canon 751 nos dice: “Apostasía es el rechazo total de la fe cristiana”.

Este rechazo se hace de una manera libre y voluntariamente. El apóstata rechaza todas las verdades de fe en absoluto. El apóstata por lo tanto no es católico, ni tal siquiera cristiano.

La Iglesia castiga la apostasía con la excomunión latae sententiae (Canón 1364).

La apostasía es un pecado que va contra el primer mandamiento de la ley de Dios. Es por lo tanto uno de los pecados que van contra la religión y la unidad de la Iglesia.

En consecuencia podemos afirmar que es un pecado terrible ya que son los pecados que van directamente contra Dios.

Es un pecado de soberbia y por lo tanto se puede clasificar como un pecado Satánico. No es un pecado en el que uno obra por debilidad, sino por una soberbia contumaz contra la Ley de Dios y de la Iglesia.

Por lo mismo el apóstata se pone en un peligro serio y grave de eterna condenación.

 

CONSECUENCIAS DE LA EXCOMUNIÓN

El apóstata al quedar excomulgado no puede participar en la celebración de la Santísima Eucaristía o en cualquier otra ceremonia de culto Divino.

No puede celebrar los sacramentos o sacramentales (agua bendita, recibir la bendición, recibir la exequias católicas, etc.), recibir los Sacramentos…

Como vemos el apóstata queda en una situación espiritual terrible.

Con palabras duras pero ciertas el apóstata se ha cerrado a la gracia Divina. Pone un óbice al Espíritu Santo que impide que obre en su alma. Y se ha abierto a la influencia nefasta del Maligno que tiene un poder especial sobre su alma, e incluso sobre su cuerpo. Como vamos a demostrar en otra parte de este trabajo.

Dentro de la historia de la Iglesia tenemos el caso de Juliano el Apóstata que ha pasado a la historia como persona que “luchó” contra Cristo. Su vida y su muerte se puede resumir en la frase que le ha hecho célebre al morir herido en una batalla: “al fín me venciste Galileo”.

 

SOBRE LA GRAN APOSTASÍA

La Iglesia en todos los momentos esta esperando la Segunda Venida de Jesús. Especialmente en el tiempo de Adviento lo recordamos, sobre todo en la primera parte del Adviento. De hecho el grito de la Iglesia de siempre es “Ven Señor Jesús”.

Jesús no nos ha dicho ni el día ni la hora en que El vendrá por segunda vez para recapitular todas las cosas en El.

Pero sí nos ha dado unas señales. Estas señales aparecen claramente en la Sagrada Escritura, especialmente en los Evangelios y en algunos de los libros del Nuevo Testamento. La Tradición de la Iglesia y su Magisterio nos la resumen en las siguientes señales:

1º El Evangelio se habrá predicado en todos los lugares de la tierra.
2º La Gran Apostasía.
3º Aparición del Anticristo.
4º Conversión del pueblo Judío.

Todo esto ira acompañado por señales en el sol y la luna, (como nos recuerdan los Evangelios, sobre todo en los últimos Domingos del Tiempo Ordinario). También habrá terremotos y desgracias naturales junto con anuncios de guerras y otras catástrofes.

Me haría interminable si fuera explicando cada uno de los puntos. Pero me voy a referir especialmente al punto 2º la Gran Apostasía que es el que nos interesa.

 

¿CÓMO SERÁ Y CUANDO ESTA APOSTASÍA?

Jesucristo en su Evangelio cuando habla de su segunda venida se hace una pregunta; pregunta que la hace para nuestro discernimiento: “¿Cuándo venga el Hijo del Hombre, encontrará fe en la tierra?”.

San Pablo nos dice que vendrán unos tiempos en los que la verdadera doctrina será rechazada, despreciada y los que la sigan perseguidos.

El Nuevo Testamento nos dice que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. No os dejéis llevar por doctrinas complicadas y extrañas”.

¿Hoy vivimos estos tiempos? La respuesta clara es que sí.

Vemos como lo antinatural se quiere presentar como natural. Claro caso tenemos en la homosexualidad. Lo que es un desequilibrio causado por el pecado original, se quiere presentar como algo normal. Se tacha con el tópico y la etiqueta de homófogo al que afirma; siguiendo la moral natural y católica; que las practicas homosexuales son en sí intrínsecamente malas y perversas, por ser inmorales y contrarias al orden natural, impuesto por Dios y escrito en el corazón del hombre.

Esto ha llevado a que los colectivos de homosexuales y lesbianas sean los que están especialmente propagando, como nunca se ha hecho hasta ahora, la apostasía.

Varios miles de petición de apostasía formal se han presentado en los obispados de España.

Nunca en la historia de la Iglesia se ha conocido otro hecho similar. Al menos de una manera programada, formal y sabiendo lo que se hace.

Esta actitud entra dentro del entramado del Principio de la Iniquidad, de rechazar a Cristo y su Iglesia y esto de una manera sistemática en las almas; que produce consecuencias espirituales terribles.

Este puede ser un indicio de que estamos en los “últimos tiempos” y de que la Venida de Cristo es inminente.

Pero yo no soy persona apta para decir esto, sólo digo una opinión que someto en todo al juicio de la Santa Madre Iglesia Católica. Por ella Jesucristo actúa y nos habla, por medio del Papa y de los obispos en comunión con él. Yo sólo manifiesto una opinión mía que en cualquier caso no es más que una mera opinión fruto de la observación.

En un sentido más amplio la Gran Apostasía consiste en que los pueblos que han sido cristianos, dejaran de serlo. Incluso perseguirán a Cristo en sus miembros que es la Iglesia.

Hoy vemos como esta persecución se da cuando se desprestigia a la Iglesia y a sus pastores tachándolos de oscurantistas e integristas. O de ser contrarios al progreso. Y esto porque estos grupos con mucho poder mediático llaman progreso a lo que es la destrucción de la familia, de la persona, en definitiva del ser humano.

La Iglesia presenta la liberación integran del hombre. Libre cuanto más mejor de sus pasiones. Estos grupos llevan al hombre a la mayor esclavitud. Le someten a las lacras del sexo, de la droga, de la prostitución, de la promiscuidad, etc.

 

¿QUIÉN ESTÁ TRAS ESOS INTENTOS FORMALES DE APOSTASÍA?

Sin duda una persona ingenua dirá: es una rabieta que ciertos grupos han cogid
o contra la Iglesia y ya se les pasará. Esto puede tener algo de cierto. Pero no es la causa última de esta campaña de apostatar.

La causa última creo que la explica muy bien el punto 395 del Catecismo de la Iglesia Católica, cuando al hablar de la Caída de los Angeles, termina con este texto, que es del Papa Juan Pablo II y que pronunció en unas preciosas catequesis sobre los Angeles en el año 1987. Dice así:

“Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura. No puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños – de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física – en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero “nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom. 8,28).

Podíamos analizar detenidamente esto texto que no tiene desperdicio. Sólo caer en la cuenta de la idea que nos apunta la Iglesia: el poder del Diablo causa graves daños, sobre todo de orden espiritual. Ese intento de apartarnos de la fe, y concretamente de Jesucristo y su Iglesia. ¿No es esto lo que consigue con los apóstatas?

Invito a que medites profundamente esto texto.

 

CONSECUENCIAS PARA EL ALMA DE LA RESOLUCIÓN FORMAL DE APOSTATAR

El que usando mal de su libertad y de su libre albedrío. De una manera formal quiere apostatar, lleva su alma a la perdición y también su cuerpo como vamos a ver.

En el momento de la muerte del ser humano se produce ese encuentro con Jesucristo. Ese Juicio Particular. El alma se encuentra sola con Dios. Dios que es Padre Misericordioso, pero Juez Justo. Nos juzga sobre nuestras obras y sobre nuestra fe.

Si nosotros hemos libremente rechazado el nombre de Cristiano y por un acto formal de apostasía hemos dicho NO A CRISTO. Irremisiblemente Dios nos juzga para una condenación eterna.

El catecismo de la Iglesia Católica en el punto 1021 nos dice:
“La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo”

Y sigue en el 1022:
“Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (Purgatorio). Bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo. Bien para condenarse inmediatamente para siempre en el Infierno”.

A este respecto vamos a ver lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el Infierno.

Trata de este estado en el número 1033:
“Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infiernos”.

El apóstata libremente ha rechazado la gracia de Dios, como ya hemos dicho antes. Le ha dicho a Dios: no quiero saber nada contigo…

El punto 1034 nos presenta el mismo testimonio de Jesús sobre el Infierno:
“Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apagara” (Mt 5, 22.29) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se pierde a la vez el alma y el cuerpo (Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad…, (apóstatas y pervertidores viciosos), y los arrojarán al horno ardiendo (Mt 13, 41 – 42), y que pronunciará la condena: “¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno¡”. (Mt, 25, 14).

 

IMPRESIONANTES ESTOS RELATOS

En el punto 1035 el catecismo cita el testimonio de la misma Iglesia:
“La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno”. La pena principal de infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira”.

Terribles palabras para nuestra consideración. No nos lo podemos tomar “en broma”.

En el punto 1036 el catecismo nos da una preciosa advertencia y un consejo:
“Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del Infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.

Al apostatar formalmente, estamos cometiendo una terrible irresponsabilidad de consecuencias espirituales para el alma incalculables. Y lo peor quien promueve esto y lleva a otros a esa situación…

Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; más ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida¡; y pocos son los que la encuentran” (Mt 7, 13 – 14).

A ti homosexual y lesbiana que lees este trabajo… No te das cuenta como el Señor te está llamando a la conversión, a volver a El. Te animo a que vivas tu vida ofrecida al Señor en pureza y castidad. Esa es la puerta estrecha que te llevará a la vida y te hará santo. Lo otro te sumergirá en la peor de las situaciones morales y acabará con tu cuerpo y con tu alma en los más profundo del Infierno. Podemos decir incluso, que el Diablo “te presentará” el día del Juicio tu apostasía firmada por ti como prueba de tu actitud.

En el punto 1037 el catecismo nos dice que Dios a nadie predestina al Infierno. Para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios, y persistir en esa aversión hasta el final (la apostasía que has firmado).

Termino este capítulo citando el punto 393 del catecismo de la Iglesia Católica, cuando habla de esta situación irreversible del condenado:

“Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles apóstatas no pueda ser perdonado. “No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte” (San Juan Damasceno).

 

TAMBIEN EL CUERPO

Antes hablábamos de que para el cuerpo la condenación eterna, consecuencia de la apostasía también tiene unas propiedades.

Serán inmortales, vivirán en estado de integridad material y sin deformidad física ni enfermedad, pero tendrán cualidades opuestas a las cuatro propias de los cuerpos gloriosos (Impasibilidad, belleza, luminosidad y sutileza).

Serán incorruptibles: Apoc. 9,9 “en aquellos días buscarán los hombres la muerte y no la hallarán, desearán morir y la muerte huirá de ellos”. Tendrán pasibilidad, podrán sufrir “irán al suplicio eterno” (Mateo, 24,46). Como su alma está voluntariamente apartada de Dios y privada de su propio fin, sus cuerpos no serán espirituales, sino que, más bien su alma será carnal. Sus cuerpos graves y pesados, insoportables al alma”, “
sufrirán daños…” serán además “opacos y tenebrosos”.

Realmente impresionante estas palabras que nos hacen temblar de espanto al escucharlas. Es impresionante meditar en el Infierno y en su Eternidad. Como gozoso es meditar en el Cielo y en su Gloria. Por eso como dice san Pablo: los sufrimientos de ahora, no son nada en comparación de la gloria que se nos va a manifestar.

Creo que una imagen vale más que mil palabras. Os invito a acudir al mismo testimonio que Jesús nos da en los Evangelios sobre el Infierno cuando lo define como el “lugar del fue inextinguible”, “la gehena”, “donde será el llanto y el crujir de dientes”, o cuando dice “apartaos de mí malditos de mi Padre, id al fuego eterno preparado para el Diablo y sus angeles”.

¡Qué mejor testimonio que el mismo de Cristo¡ Sus parábolas también nos hablan de estar preparados: con las lámparas encendidas como las vírgenes, pues no sabemos a que horá va a llegar el Hijo del Hombre. O el mayordomo. O el ladrón. O el banquete de bodas, etc.

Invito a leer tres testimonios impresionantes de santos beatificados y canonizados por la Iglesia a los cuales el Señor les mostró el Infierno.

1º Santa Teresa de Jesús. Está gran santa Española, doctora de la Iglesia. Reformadora del Carmelo. La Santa más grande de la Iglesia Católica. Cumbre y cima de la mística. En el capítulo XXXII del “Libro de su Vida” nos relata con unas palabras impresionantes la visión que tuvo del Infierno.

2º San Juan Bosco en uno de sus sueños. Este santo de los jóvenes, gran pedagogo y formador. Quedó vivamente impresionado con esta visión, donde describe el estado del Infierno con una viveza que estremece y hace temblar.

3º Los pastorcitos de Fátima. En la tercera aparición del 13 de julio de 1917 la Virgen les mostró el infierno donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer la Devoción al Inmaculado Corazón de María. Lucía dice que los niños quedaron espantados y si no hubiera sido porque la Virgen estaba con ellos hubieran muerto de espanto.

Esta visión del infierno causó tal impresión en los niños, que ellos se tomaron muy en serio el consejo de la Virgen, de ofrecer siempre que tuvieran ocasión algún sacrificio para evitar que los pecadores fueran a ese lugar. Y los niños llegaban a atarse una cuerda al cuerpo fuertemente. La Señora les indicó que para dormir se la quitaran. En verano pasaban una sed terrible para evitar que muchas almas fueran al Infierno.

Podríamos citar otros muchos testimonios de grandes santos, pero con estos creo que es suficiente.

Y ahora que has apostatado piensa bien y medita: ¿Cómo se encuentra mi alma en este momento? ¿Si ahora muriera donde iría?

Reflexiona: Estoy en el tiempo de la Misericordia. Con la muerte llega el tiempo de la Justicia de Dios.

Conclusión a la que puedes y debes llegar: Por un placer pasajero, momentáneo y efímero voy a pasar toda una Eternidad condenado.

Quiero apuntar aquí, como siguiendo la doctrina cristiana, se nos dice: La cuantía de la pena de cada uno de los condenados es diversa según el diverso grado de su culpa. El mismo San Agustín “Doctor de la Gracia” y gran pensador cristiano nos dice: “La desdicha será más soportable a unos condenados que a otros. La Justicia exige que la magnitud del castigo corresponda a la gravedad de la culpa”.

Si te condenas más te valdría no haber nacido. En el Infierno por toda una Eternidad se maldice la hora en que fuiste concebido, la hora en que uno vino a este mundo. Se maldice a las personas que te hicieron perderte: tus colegas homosexuales y lesbianas. Las asociaciones, etc. El Infierno es una Eterna Maldición. Con las penas de daño y de sentido: la privación de Dios que es la esencial y peor y los tormentos propios de los condenados físicos y morales.

 

¿CÓMO VOLVER A LA IGLESIA?

Si este artículo te ha conmovido. Si ha sido un toque a tu conciencia en la actitud en la que te encuentras te diré como salir de esta situación.

El apóstata no puede ser absuelto por un sacerdote ordinario. Te aconsejo que te dirijas al Canónico Penitenciario que confiesa en la Catedral de tu diócesis, al Vicario General o a tu obispo diocesano para que el te absuelva del pecado y de la pena. Es un pecado reservado, es decir, no tiene la facultad cualquier sacerdote para perdonarte.

En el obispado te indicarán lo que tienes que hacer para “entrar de nuevo” en la Iglesia TABLA DE SALVACIÓN, que has abandonado. Tendrás que renunciar al acto formal de apostasía también de una manera formal y es conveniente que el obispo te reciba por un rito prescrito por la Santa Madre Iglesia.

Te aconsejo mucha oración ante el Santísimo Sacramento, para que Jesús Médico Divino te sane… Acude a la Virgen con el Rosario diario. Encomiéndate a los Santos y a los Angeles. De una manera especial a San Miguel Arcángel y al Angel Custodio que Dios ha puesto a tu lado.

Pido que el Espíritu Santo te de luz y gracia.
Con mi afecto y bendición.


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Apostasías en la Iglesia, máximo pecado

Este es un material del sacerdote español José María Iraburu, que ha publicado originalmente en junio del 2009 en su blog llamado Reforma o Apostasía.

  

APOSTASÍAS EN LA IGLESIA

Herejía, apostasía y cisma. Dice el Código de Derecho Canónico que «se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos» (c. 751). Según esto, pudiera pensarse que en no pocas Iglesias descristianizadas la mayoría de los bautizados son herejes o apóstatas o cismáticos o las tres cosas a la vez. Pero vayamos por partes y precisando más.

La definición de la apostasía viene ya sugerida por la etimología del término: ap-oikhomai, apartarse, alejarse. Recordemos que el sacramento del Bautismo lleva consigo una apotaxis, una ruptura del cristiano con Satanás y su mundo, y una syntaxis, una adhesión personal a Cristo y a su Iglesia. Pues bien, por la apostasía el bautizado se separa de Dios y de la Iglesia.

En este sentido, Santo Tomás entiende la apostasía como «algo que entraña una cierta separación de Dios (retrocessionem quandam a Deo)». Por la apostasia a fide se renuncia a la fe cristiana, por la apostasia a religione se abandona la familia religiosa en la que se profesó con votos perpetuos, por la apostasia ab ordine se abandona la vida sacerdotal sellada por el Orden sagrado. Y «también puede uno apostatar de Dios oponiéndose con la mente a los divinos mandatos [pero a pesar de ello] todavía puede el hombre permanecer unido a Dios por la fe. Ahora bien, si abandona la fe, ya se retira o aleja de Él totalmente. Por eso la apostasía en sentido absoluto y principal es la de quien abandonó la fe, y se llama apostasía de perfidia» (STh II-II,12,1).

Herejía y apostasía. Es, pues, apóstata aquel que abandona totalmente la fe cristiana después de haberla recibido en el bautismo. Según esto, ¿el que abandona la fe parcialmente, es decir, solo en algunos dogmas concretos, es hereje, pero no apóstata? No hay en esta cuestión, que yo sepa, enseñanza del Magisterio apostólico. Pero creo que acierta Suárez cuando afirma que la herejía es una especie de la apostasía, y que consiguientemente, en el fondo, todos los herejes son apóstatas (De fide, disp. XVI, sec.V,3-6). Como veremos en seguida, ése parece ser el pensamiento de Santo Tomás.

Veamos la cuestión en alguien concreto. ¿Lutero fue solamente hereje o también apóstata? Sabemos bien que Lutero destroza todas las convicciones fundamentales de la Iglesia: los dogmas, negando su posibilidad; la fe, devaluándola a mera opinión personal; las obras buenas, negando su necesidad; la Escritura, desvinculándola de Tradición y Magisterio; la vida religiosa profesada con votos, la ley moral objetiva, el culto a los santos y a la Virgen, el Episcopado apostólico, el sacerdocio y el sacrificio eucarístico, y todos los sacramentos, menos el bautismo…

Pero Lutero, ante todo y sobre todo, destroza la roca que sostiene todo el edificio de la Iglesia, ya que estando los cristianos «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús» (Ef 2,20), niega la fe en la divina autoridad apostólica del Papa y de los Obispos, sucesores de los apóstoles. Por eso todo el mundo de la fe se le viene abajo. No estamos, pues, solamente ante la herejía, o ante un conjunto innumerable de herejías; más propiamente parece que estamos ante la apostasía. Lo explico más.

Fe católica y opinión personal. La fe teologal cristiana es algo esencialmente diferente de la opinión personal que un hombre pueda formarse considerando en libre examen la Escritura revelada. Como enseña el Catecismo, «por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios… La Sagrada Escritura llama “obediencia de la fe” a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26)».

La fe cristiana es, por tanto, una «obediencia», por la que el hombre, aceptando ser enseñado por la Iglesia apostólica, Mater et Magistra, se hace discípulo de Dios, y así recibe Sus «pensamientos y caminos», que son muy distintos de los pensamientos y caminos de los hombres (Is 55,8). Así lo enseña Santo Tomás:

«El objeto formal de la fe es la verdad primera revelada en la Sagrada Escritura y en la doctrina de la Iglesia. Por eso, quien no se conforma ni se adhiere, como a regla infalible y divina, a la doctrina de la Iglesia, que procede de la verdad primera, manifestada en la Sagrada Escritura, no posee el hábito de la fe, sino que las cosas de fe las retiene por otro medio diferente», es decir, por la opinión subjetiva. No puede dar más de sí el libre examen protestante.

«Es evidente que quien presta su adhesión a la doctrina de la Iglesia, como regla infalible, asiente a todo lo que ella enseña. De lo contrario, si de las cosas que sostiene la Iglesia admite unas y en cambio otras las rechaza libremente, no da entonces su adhesión a la doctrina de la Iglesia como a regla infalible, sino a su propia voluntad. Por tanto, el hereje que pertinazmente rechaza un solo artículo no se halla dispuesto para seguir en su totalidad la doctrina de la Iglesia. Es, pues, manifiesto que el hereje que niega un solo artículo no tiene fe respecto a los otros, sino solamente opinión, según su propia voluntad» (STh II-II, 5,3).

Santo Tomás, por tanto, si no le entiendo mal, enseña que todos los herejes son apóstatas de la fe católica. Lo que enseñará más tarde Suárez de modo explícito. Y Lutero no era sólamente hereje, era también apóstata.

Apostasía explícita o apostasía implícita. Se da una apostasía explícita cuando un cristiano declara abiertamente que rechaza la fe católica, o cuando públicamente se adhiere a otra religión, o cuando por palabras o acciones se declara ateo. Pero también se da una apostasía implícita, pero cierta, real, cuando un cristiano, sin renunciar expresamente a su fe, incluso queriendo mantener socialmente su condición de cristiano, por sus palabras y obras está afirmando claramente que se ha desvinculado del mundo de la fe, es decir, de la Iglesia.

Un ejemplo. Si un cristiano durante muchos años no va a Misa, y no tanto por simple desidia, sino por su manifiesta convicción –bien conocida por sus familiares y amigos– de que la Eucaristía no es propiamente necesaria, al menos para todos los cristianos, está negando abiertamente la fe católica y rechazando el mandamiento de Dios y de la Iglesia. Parece que en este supuesto puede apreciarse una apostasía implícita. Ésta, en cambio, no se da propiamente en aquel cristiano que, manteniendo la fe en la Eucaristía y en su necesidad, vive sin embargo durante muchos años distante de ella por negligencia, por las presiones del mundo en que vive, por su condición de pecador público o por otros motivos.

Preguntas peligrosas. Vamos adelante, sin inhibiciones. ¿Hoy en la Iglesia católica, en nuestras parroquias, serán quizá apóstatas, explícitos o implícitos, una gran parte de los bautizados? ¿Y en nuestros Seminarios y Facultades no serán también apóstatas una parte no exigua de los docentes de teología? Quedan, con el favor de Dios, muchos post por delante en este blog, y no es cuestión de adelantarse en los comentarios a numerosas cuestiones que han de ser analizadas con orden, precisión y cuidado. Pero tampoco los comentarios, por ser prematuros, si se producen, van a causar perjuicios excesivos.

Hacerse preguntas como éstas, ya se comprende, resulta hoy sumamente peligroso. Por eso la inmensa mayoría de cristianos, incluidos muchos Pastores sagrados, lo evitan. Pero aquí, con el favor de Dios, no vamos a ponernos límites a la hora de buscar la verdad de la santa Iglesia católica, para afirmarla con toda la lucidez y fuerza que el Señor nos dé. La reforma más fundamental y urgente, la que nos puede librar de una apostasía siempre creciente, es la metanoia, es decir, «el cambio de mente». Y éste no puede producirse si, cerrándonos a ciertas cuestiones, no le dejamos al Espíritu Santo «conducirnos hacia la verdad completa» (Jn 16,13).

 

LA APOSTASÍA, EL MÁXIMO PECADO

Judas es el primero de todos los apóstatas. Él creyó en Jesús, y dejándolo todo, le siguió (en Caná «creyeron en Él sus discípulos», Jn 2,11). Pero avanzando el ministerio profético del Maestro, y acrecentándose de día en día el rechazo de los judíos, el fracaso, la persecución y la inminencia de la cruz, abandonó la fe en Jesús y lo entregó a la muerte.

La apostasía es el mal mayor que puede sufrir un hombre. No hay para un cristiano un mal mayor que abandonar la fe católica, apagar la luz y volver a las tinieblas, donde reina el diablo, el Padre de la Mentira. Corruptio optimi pessima. Así lo entendieron los Apóstoles desde el principio:

«Si una vez retirados de las corrupciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, su finales se hacen peores que sus principios. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados. En ellos se realiza aquel proverbio verdadero: “se volvió el perro a su vómito, y la cerda, lavada, vuelve a revolcarse en el barro”» (2Pe 2,20-22). De los renegados, herejes y apóstatas, dice San Juan: «muchos se han hecho anticristos… De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros» (1Jn 2,18-19).

La apostasía es el más grave de todos los pecados. Santo Tomás entiende la apostasía como el pecado de infidelidad (rechazo de la fe, negarse a creer) en su forma máxima, y señala la raíz de su más profunda maldad:

«La infidelidad como pecado nace de la soberbia, por la que el hombre no somete su entendimiento a las reglas de la fe y a las enseñanzas de los Padres» (STh II-II,10, 1 ad3m). «Todo pecado consiste en la aversión a Dios. Y tanto mayor será un pecado cuanto más separa al hombre de Dios. Ahora bien, la infidelidad es lo que más aleja de Dios… Por tanto, consta claramente que el pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral» (ib. 10,3). Y la apostasía es la forma extrema y absoluta de la infidelidad (ib. 12, 1 ad3m).

Las mismas consecuencias pésimas de la apostasía ponen de manifiesto el horror de este pecado. Santo Tomás las describe:

«“El justo vive de la fe” [Rm 1,17]. Y así, de igual modo que perdida la vida corporal, todos los miembros y partes del hombre pierden su disposición debida, muerta la vida de justicia, que es por la fe, se produce el desorden de todos los miembros. En la boca, que manifiesta el corazón; en seguida en los ojos, en los medios del movimiento; y por último, en la voluntad, que tiende al mal. De ello se sigue que el apóstata siembra discordia, intentando separar a los otros de la fe, como él se separó» (ib. 12, 1 ad2m).

El fiel cristiano no puede perder la fe sin grave pecado. El hábito mental de la fe, que Dios infunde en la persona por el sacramento del Bautismo, no puede destruirse sin graves pecados del hombre. Dios, por su parte, es fiel a sus propios dones: «los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rm 11,29). Así lo enseña Trento, citando a San Agustín: «Dios, a los que una vez justificó por su gracia, no los abandona, si antes no es por ellos abandonado» (Dz 1537). Por eso, enseña el concilio Vaticano I, «no es en manera alguna igual la situación de aquellos que por el don celeste de la fe se han adherido a la verdad católica, y la de aquellos que, llevados de opiniones humanas, siguen una religión falsa. Porque los que han recibido la fe bajo el magisterio de la Iglesia no pueden jamás tener causa justa para cambiar o poner en duda esa misma fe» (Dz 3014).

Hubo apóstatas ya en los primeros tiempos de la Iglesia. Como vimos, son aludidos por los apóstoles. Pero los hubo sobre todo con ocasión de las persecuciones, especialmente en la persecución de Decio (249-251). Y a veces fueron muy numerosos estos cristianos lapsi (caídos), que para escapar a la cárcel, al expolio de sus bienes, al exilio, a la degradación social o incluso a la muerte, realizaban actos públicos de idolatría, ofreciendo a los dioses sacrificios (sacrificati), incienso (thurificati) o consiguiendo certificados de idolatría (libelatici). Y en esto ya advertía San Cipriano que «es criminal hacerse pasar por apóstata, aunque interiormente no se haya incurrido en el crimen de la apostasía» (Cta. 31).

La Iglesia asigna a los apóstatas penas máximas, pero los recibe cuando regresan por la penitencia. Siempre la Iglesia vio con horror el máximo pecado de la apostasía, hasta el punto que los montanistas consideraban imperdonables los pecados de apostasía, adulterio y homicidio, y también los novacianos estimaban irremisible, incluso en peligro de muerte, el pecado de la apostasía. Pero ya en esos mismos años, en los que se forma la disciplina eclesiástica de la penitencia, prevalece siempre el convencimiento de que la Iglesia puede y debe perdonar toda clase de pecados, también el de la apostasía (p. ej., Concilio de Cartago, 251). San Clemente de Alejandría (+215) asegura que «para todos los que se convierten a Dios de todo corazón están abiertas las puertas, y el Padre recibe con alegría cordial al hijo que hace verdadera penitencia» (Quis dives 39).

La Iglesia perdona al hijo apóstata que hace verdadera penitencia. Siendo la apostasía el mayor de los pecados, siempre la Iglesia evitó caer en un laxismo que redujera a mínimos la penitencia previa para la reconciliación del apóstata con Dios y con la Iglesia. De hecho, como veremos, las penas canónicas impuestas por los Concilios antiguos a los apóstatas fueron máximas.

Y siguen siendo hoy gravísimas en el Código de la Iglesia las penas canónicas infligidas a los apóstatas. «El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latæ sententiæ» (c. 1364,1). Y «se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento, 1º a los notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos» (c. 1184).

El ateísmo de masas es hoy un fenómeno nuevo en la historia. El concilio Vaticano II advierte que «el ateísmo es uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo» (GS 19a). «La negación de Dios o de la religión no constituyen, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presentan no rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. En muchas regiones esa negación se encuentra expresada no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia y de la misma legislación civil» (ib. 7c). Y eso tanto en el mundo marxista-comunista, más o menos pasado, como en el mundo liberal de Occidente. Pero se da hoy un fenómeno todavía más grave.

La apostasía masiva de bautizados es hoy, paralelamente, un fenómeno nuevo en la historia de la Iglesia; la apostasía, se entiende, explícita o implícita, pública o solamente oculta. El hecho parece indiscutible, pero precisamente porque habitualmente se silencia, debemos afrontarlo aquí directamente. Vamos, pues, derechos al asunto. Imagínense ustedes a un profesor católico de teología –imagínenlo sin miedo, que no les va a pasar nada–, que, en un Seminario o en una Facultad de Teología católica, después de negar la virginidad perpetua de María, los relatos evangélicos de la infancia, los milagros, la expulsión de demonios, la institución de la Eucaristía en la Cena, la condición sacrificial y expiatoria de la Cruz, el sepulcro vacío, las apariciones, la Ascensión y Pentecostés, afirma que Jesús nunca pretendió ser Dios, sino que fue un hombre de fe, que jamás pensó en fundar una Iglesia, etc. Y pregúntense ustedes, si les parece oportuno: ¿estamos ante un hereje o simplemente ante un apóstata de la fe? Y tantos laicos, sacerdotes y religiosos –todos ellos bien ilustrados–, que reciben y asimilan esas enseñanzas ¿han de ser considerados como fieles católicos o más bien como herejes o apóstatas? La pregunta, deben ustedes reconocerlo, tiene su importancia. ¿O no?

Fuente http://infocatolica.com/blog/reforma.php/empezamos-bien

 

 

José María Iraburu, sacerdote (Pamplona, 1935-), estudió en Salamanca y fue ordenado sacerdote (Pamplona, 1963). Primeros ministerios pastorales en Talca, Chile (1964-1969). Doctorado en Roma (1972), enseñó Teología Espiritual en Burgos, en la Facultad de Teología (1973-2003), alternando la docencia con la predicación de retiros y ejercicios en España y en Hispanoamérica, sobre todo en Chile, México y Argentina. Con el sacerdote José Rivera (+1991) escribió Espiritualidad católica, la actual Síntesis de espiritualidad católica. Con él y otros establecieron la Fundación GRATIS DATE (1988-). Ha colaborado con RADIO MARIA con los programas Liturgia de la semana, Dame de beber y Luz y tinieblas (2004-2009).

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La ley musulmana de Apostasía

En el occidente la libertad religiosa, incluyendo la libertad que tiene cada persona para cambiar de religión, es algo que es asumido como algo natural. Pero en el Islam, la gente no puede cambiar la fe musulmana por otra. La ley sharia establece que los hombres adultos que dejen su fe deben merecen la muerte. La mayoría de los estudiosos musulmanes del pasado y del presente, sostienen que la apostasía en el Islam es un crimen prescripto por Dios y que merece la pena de muerte.

De la misma manera, para la mayoría de los musulmanes hoy, la apostasía conlleva a consecuencias horribles. En 2007 un estudio que se realizó entre musulmanes británicos, dio como resultado que un 36% de los entrevistados, de edades entre 16 y 24 confirmaron que cualquiera que deje la fe islámica debería ser castigado con la pena de muerte. Aún para los musulmanes moderados y seculares, la apostasía significa traición a su propia comunidad. Los apostatas son vistos como traidores, quienes traen profunda vergüenza a sus familias y comunidades. Esto explica el por qué tan pocas voces se levantan en defensa de aquellos acusados de este delito.

 

UNA DEFINICIÓN MÁS AMPLIA

De acuerdo a la ley islámica y la tradición, la apostasía (irtidad) siempre ha estado asociada al concepto de incredulidad, blasfemia, herejía (todos combinados bajo el termino kufr ) los cuales se usan alternativamente. En un sentido, kufr es la principal categoría, mientras que apostasía, blasfemia y herejía son sus subcategorías. Aunque en español los términos apostasía, blasfemia y herejía son diferentes términos, en árabe kafir se usa a menudo para describir a un apostata, un blasfemo o un hereje, y todas las categorías están estrechamente asociadas en la mente de los musulmanes, y usadas alternativamente.

Aunque el término ?apostata? (murtadd) se usa comúnmente para un musulmán quien oficialmente se ha convertido a otra fe, individuos que se consideran buenos musulmanes también pueden ser acusados de incredulidad, blasfemia, herejía, apostasía por razones tales como escepticismo, ateísmo y por no obedecer a la ley sharia debidamente. Algunas autoridades tienen una lista de 300 actos por los cuales se puede llamar a una persona kafir, dando así innumerables razones para denunciar a otro musulmán como infiel, exponiéndolos a la pena de muerte. Este proceso se conoce como takfir. En muchos casos, múltiples cargos de apostasía, blasfemia, incredulidad, herejía, insultar Islam y Mahoma, se presentan contra el acusado, dando a los jueces mayor flexibilidad de decidir cual categoría define su delito y se aseguran que él reciba la pena por dicho acto delictivo.

Una característica de estas acusaciones es la forma en la que la policía y sistema de justicia las  aceptan, es decir sin pedir prácticamente ninguna evidencia o con muy poca.

 

LA BASE LEGAL DE LA LEY DE APOSTASÍA EN EL ISLAM

La sharia se basa en el Corán y el ejemplo de Mahoma, tal como está registrado en las tradiciones hadith. En los primeros siglos del Islam, estas fuentes fueron desarrolladas por consenso (ijma) y analogía (qiyas) en reglas y regulaciones recopiladas en las varias escuelas de la ley sharia.

De acuerdo a la ley criminal de la sharia, el estado debe imponer castigos obligatorios /(hudud) en caso de delitos específicos que supuestamente se cometen en contra de Dios y Sus derechos. Estos delitos hudud pueden comprender una categoría aparte en la ley penal de la sharia, siendo los únicos que pueden ejecutar castigos ordenados por Dios, los cuales no pueden ser cambiados por los seres humanos. La apostasía (irtidad) está incluida en la lista de los delitos hudud, en tres de las escuelas de leyes islámicas.

 

EL CORÁN Y EL HADITH

Considerando el consenso de unanimidad en considerar la pena de muerte para los adultos varones que se convierten en apostatas es sorprendente descubrir que el Corán mismo, del cual deriva la ley sharia, no establece claramente el castigo que merecen dichas personas.

La apostasía es nombrada 13 veces en el Corán, pero el énfasis de estos versículos se da en el castigo de Dios a los apostatas en la vida venidera. Aquí tenemos algunos ejemplos:

…pero si alguno deja a Dios y lo rechaza, Dios lo castigará con un poderoso castigo. (88:23-24)

Cualquiera que después de haber aceptado la fe en Alá proclama no creer, excepto bajo presión, su corazón permanece firme en la fe, pero aquellos que se abren su pecho a la incredulidad, la ira de Alá y los suyos traerá un horrible castigo ( 16:106)

…y cualquiera que abandone su fe y muera así, sus obras no llevarán fruto en esta vida ni en la venidera; sino serán compañeros del fuego y morarán allí. (2:217).

Ya que el Corán es tan ambiguo, el hadith es la fuente principal para que la sharia justifique la pena de muerte a los apostatas. Por ejemplo: Ikrima narró: Algunos de Zanadiq (musulmanes herejes) fueron traídos a Alí y él los quemó. Ibn Abbas oyó esto y dijo:

?Si yo hubiera estado en su lugar no los habría quemado porque su apóstol lo prohíbe diciendo ? No castigues a nadie con el castigo de !lá (fuego)?. Yo los hubiera matado con la declaración del apóstol de Alá ?quienquiera que cambie su religión (islámica), mátalo? (Bukhari, Vol. 9, libro 84, Nro 57).

También el hadith promete un premio especial en el paraíso para cualquiera que mate a un apostata.

 

OTROS CASTIGOS PARA LA APOSTASÍA 

La sharia también establece otros tipos de castigos para apostatas. Estos incluyen confiscación de propiedades, separación de sus esposos e hijos, pérdida de su herencia e imposibilidad de entierro en un cementerio musulmán.

En la práctica la pena de muerte no se implementa comúnmente en la actualidad en países musulmanes, pero se les niega todo derecho civil a los apostatas.

 

SHARIA EN ESTADOS MUSULMANES MODERNOS 

Aunque la mayoría de los estados musulmanes han ratificado tratados internacionales de derechos humanos, ellos limitan su validez agregando que los tratados deben estar sujetos a la autoridad de la sharia. Los derechos humanos y la igualdad para todos ante la ley no coinciden con la sharia, que discrimina en temas de religión y sexo.

Muchos países  musulmanes tenían constituciones seculares cuando se independizaron, pero han sufrido un proceso de ?islamización? desde entonces.

Muchos han declarado Islam la religión oficial, y muchos han declarado que la sharia es la fuente primaria de su ley. Muchos países musulmanes tienen dos sistemas legales funcionando en forma paralela: el sistema occidental secular y el sistema islámico de la sharia. Aunque la mayoría de los estados con una constitución escrita y un sistema mezclado garantiza la libertad religiosa y la igualdad entre todos los ciudadanos, en la práctica un musulmán que rechaza su fe, a menudo un musulmán que deja su fe, es tratado como culpable y traidor punible de la pena de muerte, aún que no haya un castigo descrito en la constitución o el sistema legal.

En algunos países, el sistema legal ha adoptado a la sharia que habilita a cargos oficiales dentro de los juzgados, en contra de los convertidos del Islam. (Estas leyes de apostasía y blasfemia también habilitan al gobierno detenga arbitrariamente a cualquiera que no sea bien visto por musulmanes militantes).

Aunque los juicios en contra aquellos que rechazan el Islam son pocos, la apostasía se castiga con la pena de muerte en Afganistán, Irán, Mauritania, Arabia Saudita, Sudan y Yemen. También se la considera ilegal en las Cómodos, Egipto, Kuwait, Malasia y las Maldives.

Si bien no existen provisiones legales para castigar la apostasía, el estado o autoridades locales pueden acosar a los convertidos, arrestándolos por variados pretextos, como ofensas contra el orden público, o acusándolos de otros delitos. Estas prácticas también ayudan a evitar la atención de los medios de comunicación del occidente.

Aunque los sistemas legales no están interesados en este tipo de causas, o no se animan a ejecutarlas por temor a que el occidente repruebe dichas sentencias, individuos o grupos de la sociedad pueden actuar para hacer cumplir la sharia. Los líderes musulmanes y mulahs pueden emitir fatwas demandando la muerte del acusado; y familias pueden usar la fuerza y la violencia en contra del convertido, las cuales muchas veces terminan en muerte ya que deben vengar la vergüenza que dicha conversión trajo a toda la familia. En algunos contextos, una multitud de personas se pueden levantar y atacar al presunto apostata. El musulmán es celoso de su religión y toma personalmente el hecho de asesinar al acusado, creyendo que están dando un servicio a Dios y al Islam.

Fuente: Intercede

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