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Testimonio del Obispo Juan José Aguirre.
El obispo Juan José Aguirre dice: «… como estamos no podremos aguantar mucho tiempo.  Seleka ha llevado al país de la pobreza a la miseria y al caos generalizado. Decidimos quedarnos con la gente y dejarnos hurgar y robar hasta en nuestros armarios»

 

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Estamos recogiendo testimonios de las tropelías del comandante Abdala para que pueda un día, creo que aún lejano, dar con sus huesos y pagar sus deudas con este pueblo en el TPI.

¡Como un enorme tsunami! Así fue la llegada de los 500 rebeldes Seleka a Centroáfrica en el mes de diciembre de 2012. Casi todos son de la etnia Ngoula, musulmanes del norte del país, con la complicidad de las etnias musulmanas del sur del Chad y del Sudán y de unos 5.000 mercenarios de toda condición y calaña.

Llegaron a tomar el poder por la fuerza el 24 de marzo pasado, domingo de Ramos, y han llevado al país, de la pobreza donde estaba en 2012, a la espesa miseria de hoy, un engrudo entre un caos generalizado y una falta de liquidez acuciante.

Centroáfrica es ahora un país ingobernable. Los petrodólares prometidos no llegan porque el TPI (Tribunal Penal Internacional) está con ojo avizor. Para comprar el jugador Neymar no hay problemas. Cheque en blanco. Para subvencionar Centroáfrica lo piensan dos veces. Del poder corrupto y nepotista del general Bozize (hoy huido entre Camerún y su mansión en el Benín), que quería pero no podía, hemos pasado a ser pisoteados por una banda de rebeldes incompetentes acompañados por una miríada de salteadores de caminos.

Cuando conquistaron el centro del país y la capital Bangui, éstos estrictos seguidores de Mahoma, destrozaron las estructuras de aquel estado corrupto dirigido por un general adepto de una secta llamada «cristianismo celeste». También espantaron a las ONGs, que pusieron pies en polvorosa en pocas horas dejando sus coches escondidos (luego robados) y sus proyectos entre paréntesis.

Solo la Cruz Roja internacional y Médicos sin Fronteras soportaron el tirón aunque evacuaron todo «el personal no indispensable». Más tarde también ellos fueron asaltados. Pero antes que nada, la coalición Seleka saqueó sistemáticamente las misiones católicas, desde los garajes y las pediatrías hasta dineros y muebles.

Aguantamos el chaparrón y el concierto de obuses y metralla con cierta dignidad, aunque poblada de sombras, decidimos quedarnos con la gente y dejarnos hurgar y robar hasta en nuestros armarios antes de perder la vida, moviéndonos de puntillas para no toparnos en una curva con una patrulla de gente armada, algunos, auténticos mocosos, armados hasta los dientes, que se hacían pasar por comandantes aunque 4 meses antes eran solamente aprendices de pinchazos o simples muchachos de la calle.

Hoy día en Bangassou, varios meses después, estos indeseables, cruzados sus pechos por hileras interminables de balas calibre 12, campan por sus anchas y buscan con esmero algo que llevarse a la boca. Manda en plaza un comandante sudanés del Darfur, el Comandante Abdala, que dice estar aquí para pacificar este pueblo revuelto.

Llamar a mi gente «un pueblo revuelto» es como identificar el Valle de Ordesa con el bullicio de la feria. Nadie le escucha y todo el mundo le detesta. Negociamos con él a través de un intérprete, pues sólo conoce el árabe hablado y no sabe escribir y nos ha dado el permiso para empezar las clases en el colegio de la misión, recibir enfermos de sida en el centro Buen Samaritano, continuar el trabajo de construcción de la nueva maternidad, pasar las barreras con nuestro viejo camión lleno de arena sin pagar continuos peajes, organizar una peregrinación a un santuario mariano para pedir a la Virgen cordura (para ellos) y fortaleza (para nosotros), preparar una ordenación sacerdotal vivida por todos como un regalo que Dios nos concedía en medio de tanto desmán…

Hasta para que aterricen los aviones de la Cruz Roja hay que negociar con el «patrón de nuestras vidas.» Estamos recogiendo testimonios de sus tropelías para que pueda un día, creo que aún lejano, dar con sus huesos y pagar sus deudas con este pueblo en el TPI.

Guilaine, estaba con su hijo en su cabaña, cuando llegaron tres soldados fingiendo buscar armas. A otras dos mujeres más talluditas que estaban a su vera no les hicieron caso. Un musulmán mestizo, de cabellos rizados y fuego en el bajo vientre, la obligó a entrar en la casa mientras el niño berreaba afuera y abusó de ella hasta que se hartó. Nos lo contó una tarde soleada de mayo, tranquilamente sentada en nuestra veranda añadiendo que no había hecho ningún drama de aquella sórdida historia. Sólo pedía que se hiciera justicia y se lamentaba (perdonad la ingenua crudeza) que le había destrozado las únicas bragas que tenía.

Patrón del pueblo es el que tiene licencia para violar las mujeres que le dé la gana aún en presencia de sus maridos (que no era el caso) para dejar claro quién ha marcado el terreno como hacen los sabuesos.

Cerca de Bangassou, en Ouango, éstos fieles musulmanes atentos a no perderse la oración matinal de los viernes en la mezquita, el 21-22 de abril 2013, no sólo abusaron de las mujeres sino que además quemaron 900 cabañas, casas de ladrillo y graneros. Además hubo 10 asesinatos. Siempre para demostrar quién tiene la vara de mando y quienes tienen que cerrar la boca.

Nosotros predicamos cada domingo en la catedral a Cristo expoliado. Insistimos que no todos los musulmanes son Seleka, que no todos los Seleka son tan pervertidos, que también hay católicos y protestantes degenerados, que Dios no duerme, que un día El mismo hará justicia, que nos han robado 28 coches y 3 motos pero no nos han robado la fe, que Jesús, nuestro modelo, pasó por el «fracaso» del Viernes Santo para abrir el camino de la Victoria con su Resurrección.

Un pastor protestante me contaba ayer que al fin y al cabo Mahoma está muerto y enterrado, no sabemos ni donde, y Jesús está vivo y sigue vivo para darnos vida. Esto sí que lo dice El mismo: «que ha venido para darnos vida, y dárnosla en abundancia» (Jn 10,10).

He estado toda la semana yendo por las tardes a Tokoyo, la segunda parroquia de Bangassou, a unos 6 Km de la catedral, con el auto de San Fernando, porque el único coche que nos había quedado, el de la misión de Ouango donde quemaron las casas del barrio católico, lo tiene para su uso privado nuestro comandante en plaza, que lo ha pintado de verde chillón y dice que le sirve para perseguir a los ladronzuelos de Bangassou y poner orden entre sus vasallos.

En esta situación que os he descrito estamos hoy. Cuando en España estáis a una semana de empezar el verano, nosotros estamos aún instalados en el ojo de la tormenta, en la ladera caliente de un volcán en erupción. Nos preguntamos: ¿Cuándo saldremos del agujero? ¿Hasta cuándo seguiremos bajo el mando de estos mentecatos?

Tanta gente y tantos organismos en España quieren ayudarnos a reconstruir los proyectos dañados de Bangassou. Desde Manos Unidas hasta Ayuda a la Iglesia que sufre, desde quien organiza un desfile o un concierto hasta quien es subvencionado para correr un maratón o saltar en paracaídas. La Fundación Bangassou no para de inventar cosas.

Pero nos preguntamos: ¿Cuándo querrá el Señor sacarnos de este atolladero? Porque si seguimos al mando de estos indeseables, todo lo que reconstruyamos nos lo volverán a saquear. Sólo nos consuela la fe de la gente con la que vivimos, las familias de la parroquia o nuestros vecinos, que se echan a llorar cuando nos ven caminando todo el día por las empinadas veredas del barrio de la catedral hasta el orfanato y cita ese salmo que dice: «Porque Tu Señor, en los momentos de tribulación, estabas a mi lado, porque he hecho de Ti mi refugio y mi escudo» (Ps 90)

Ojalá que los países vecinos encuentren una solución o que la Unión Africana intervenga con mano segura y después de la tempestad venga la calma. Porque así, como estamos hoy, no podremos durar mucho tiempo.

Fuentes: Juan José Aguirre 11 junio 2013, Bangassou (República Centroafricana) para Periodista Digital, Signos de estos Tiempos

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