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Huida y permanencia de la Sagrada Familia en Egipto: visión de María Valtorta

Huida a Egipto. Enseñanzas sobre la última visión relacionada con la llegada de Jesús.

9 de Junio de 1944.

Mi espíritu ve la siguiente escena.

Es de noche. José está durmiendo en su modesto lecho, en su diminuta habitación. Su sueño es pacífico, como el de quien está descansando del mucho trabajo cumplido con honradez y diligencia.

Lo veo en la oscuridad de la estancia, oscuridad apenas interrumpida por un hilo de luz lunar que penetra por una rendija de la hoja de la ventana, que está sólo entornada, no cerrada del todo, como si José tuviera calor en esta pequeña habitación, o como si quisiera tener ese hilo de luz para saberse medir al amanecer y levantarse diligentemente. Está girado sobre uno de los lados, y sonríe mientras duerme, quién sabe ante qué visión que está soñando.

Pero su sonrisa se transforma en congoja. Emite el típico suspiro, profundo de quien está teniendo una pesadilla, y se despierta sobresaltado. Se sienta en la cama, se restriega los ojos, mira a su alrededor, y mira hacia la ventanita de la que proviene ese hilo de luz. Es plena noche; no obstante, coge la prenda de vestir que está extendida a los pies de la cama y, todavía sentado en el lecho, se la pone encima de la túnica blanca de manga corta que tenía sobre la piel.

Levanta las mantas, pone los pies en el suelo y busca las sandalias. Se las pone y se las ata. Se pone en pie y se dirige hacia la puerta que está frente a su cama; no hacia la que está lateral a la misma y que conduce al salón en que fueron recibidos los Magos.

Llama suavemente con la punta de los dedos: un casi insensible tic-tic. Debe haber oído que se le invita a entrar, pues abre con cuidado la puerta y la vuelve a entornar sin hacer ruido. Antes de ir a la puerta había encendido una lamparita de aceite, de una sola llama; por tanto, se ilumina con ella. Entra… En una habitacioncita sólo un poco más grande que la suya, con una cama pequeña y baja al lado de una cuna, ya ardía una lamparita: la llamita oscilante, en un rincón, parece una estrellita de luz tenue y dorada que permite ver sin molestar a quien esté dormido.

Pero María no está dormida, está arrodillada junto a la cuna. Tiene un vestido claro y está orando, y velando a Jesús, que duerme tranquilo. Jesús tiene la edad de la visión de los Magos. Es un niño de un año aproximadamente, un niño guapo, rosado y rubio, y está durmiendo, con su cabecita ensortijada hundida en la almohada y una manita bien cerrada junto a la garganta.

-¿No duermes? -pregunta José en voz baja denotando asombro -¿Por qué? ¿Jesús no está bien?.

-¡Oh, no! Él está bien. Yo estoy rezando. Luego me echaré a dormir. ¿Por qué has venido, José? Mientras habla, María sigue arrodillada donde estaba antes.

José, en voz bajísima para no despertar al Niño, pero en tono apremiante, dice:

-Tenemos que irnos de aquí enseguida, enseguida. Prepara el baulillo y un fardo con todo lo que puedas meter en ellos. Yo me encargo de preparar lo demás, llevaré lo más que pueda… Cuando empiece a clarear huimos. Lo haría incluso antes, pero tengo que hablar con la dueña de la casa….

-¿Y por qué esta huida?

-Después te lo explico mejor. Es por Jesús. Un ángel me ha dicho: «Toma al Niño y a la Madre y huye a Egipto». No pierdas tiempo. Yo ya empiezo a preparar todo lo que pueda.

No era necesario decirle a María que no perdiese tiempo. Apenas ha oído hablar de ángel, de Jesús y de huida, ha comprendido que un peligro se cierne sobre su Criatura, y de un salto se ha puesto en pie; su cara más blanca que un cirio, una mano contra el pecho, angustiada. Enseguida se ha puesto en movimiento, ágil, ligera, y ha empezado a colocar la ropa de vestir en el baulillo y en un fardo grande que ha extendido primero sobre su cama aún intacta. Sin duda está angustiada, pero no pierde las riendas; hace las cosas con rapidez pero no sin orden. De vez en cuando, pasando junto a la cuna, mira al Niño, que duerme ajeno a lo que está sucediendo.

-¿Necesitas ayuda? -pregunta cada cierto tiempo José, asomando la cabeza por la puerta entreabierta.

-No, gracias -responde siempre María.

Hasta que el fardo — que debe pesar bastante — no está lleno, no llama a José para que la ayude a cerrarlo y a quitarlo de encima de la cama. No obstante, José quiere hacerlo solo; coge el largo fardo y se lo lleva a su cuarto.

-¿Cojo también las mantas de lana? -pregunta María.

-Coge todo lo más que puedas; todo el resto lo perderemos. Toma todo lo que puedas. Nos servirá porque… ¡porque tendremos que estar fuera mucho tiempo, María!… -José está muy apenado al decir esto, y María… se puede uno hacer idea de cómo está; suspirando, dobla las colchas suyas y las de José, y éste las ata con una cuerda.

-Dejamos los bordados y las esterillas» dice mientras está atando las colchas -A pesar de que voy a tomar tres burros, no puedo cargarlos demasiado, pues el camino será largo e incómodo, parte entre montañas y parte por el desierto. Tapa bien a Jesús. Las noches serán frías, tanto en las montañas como en el desierto. He cogido los regalos de los Magos, porque en aquella tierra nos vendrán bien. Todo lo que tengo lo gasto para comprar los dos burros. Debo comprarlos, porque no podemos devolverlos. Voy ahora, antes de que amanezca. Sé dónde buscarlos. Tú termina de prepararlo todo – Y se marcha.

María recoge todavía algunos objetos. Observa a Jesús y sale, para volver con unos vestiditos que parecen todavía húmedos — quizás se lavaron el día antes —; los dobla y los envuelve en un pedazo de tela y los coloca junto con las otras cosas. Ya no queda nada más.

Se vuelve mirando a su alrededor y ve, en un rincón, un juguete de Jesús: una ovejita tallada en madera. La toma en sus manos… un sollozo entrecortado… un beso: la madera conserva las huellas de los dientecitos de Jesús, y las orejas de la ovejita están del todo llenas de mordisquitos. María acaricia ese objeto sin valor en sí, de una pobre madera clara, pero de mucho valor para Ella, ya que le habla del afecto de José por Jesús, y de su Niño. Lo pone también con las otras cosas encima del baulillo cerrado,.

Ahora ya sí que no queda nada. Sólo Jesús, que está en su cunita. María piensa que sería conveniente también preparar al Niño. Va donde la cuna y la mueve un poco para despertar al Pequeñuelo. Mas Él solamente refunfuña un poco; se da la vuelta y sigue durmiendo. María le acaricia delicadamente los ricitos. Jesús, bostezando, abre la boquita. María se inclina hacia Él y leo besa en la mejilla. Jesús termina de despertarse. Abre los ojos. Ve a su Mamá y sonríe, y tiende las manitas hacia su pecho.

-Sí, amor de tu Mamá. Sí, la leche. Antes que de costumbre… ¡De todas formas, Tú siempre estás preparado para mamar, corderito mío santo!

Jesús ríe y juguetea, agitando los piececitos por fuera de las mantas, y los brazos, con una de esas manifestaciones de alegría de los niños pequeños que tan bonitas son de ver. Hinca los piececitos contra el estómago de su Mamá, se curva en forma de arco y apoya su cabecita rubia en el pecho de Ella, y luego se echa bruscamente para atrás y se ríe agarrando con sus manitas las cintas que ciñen al cuello el vestido de María tratando de abrirlo. Con su camisita de lino, se le ve a Jesús guapísimo, regordete, rosado como una flor.

María se inclina. Así, inclinada, sobre la cuna como protección, llora y sonríe al mismo tiempo, mientras el Niño balbucea esas palabras, que no son palabras, de todos los niños pequeños, entre las cuales se oye nítida y repetidamente la palabra «mamá». La mira, asombrado de verla llorar. Alarga una manita hacia los brillantes hilos de llanto, que se la mojan al hacer la caricia. Primorosamente, vuelve a apoyarse en el pecho materno y en él se recoge enteramente, acariciándoselo con su manita.

María lo besa por entre el pelo y lo toma en brazos, se sienta y se pone a vestirlo: ya tiene el vestidito de lana, ya las diminutas sandalitas. Le da la leche. Jesús mama con avidez la leche buena de su Mamá, y, cuando ya le parece que por la parte derecha viene menos, va a buscar a la izquierda, y ríe al hacerlo, mirando a su Mamá de abajo arriba, para luego dormirse de nuevo — apoyado aún el carrillo rosado y redondo en el seno blanco y redondo — sobre el pecho de Ella.

María se levanta muy despacito y lo coloca sobre la manta acolchada de su cama. Lo tapa con su manto. Vuelve a la cuna y dobla las mantitas. Piensa en si conviene o no coger también el colchoncito. ¡Tan pequeño como es… se puede llevar! Lo pone, junto con la almohada, con las cosas que ya estaban encima del baulito. Y llora ante la cuna vacía. ¡Pobre Madre, perseguida en su Criatura!

José regresa.

-¿Estás preparada? ¿Está preparado Jesús? ¿Has cogido sus mantas y su camita? No podemos llevarnos la cuna, pero por lo menos que tenga su colchoncito. ¡Oh, pobre Pequeñuelo, perseguido a muerte!.

-¡José! -grita María agarrándose al brazo de José.

-Sí, María, a muerte. Herodes lo quiere muerto… porque tiene miedo de Él…

Esa fiera inmunda tiene miedo de este Inocente, por su reino humano. No sé lo que hará cuando comprenda que ha huido; pero para entonces nosotros ya estaremos lejos. No creo que se vengue buscándolo incluso en Galilea. Ya sería difícil para él descubrir que somos galileos; más difícil aún, saber que somos de Nazaret y quiénes somos exactamente. A no ser que Satanás le eche una mano en agradecimiento de sus fieles servicios. Mas… si eso sucede… Dios nos ayudará igualmente. No llores, María, que el verte llorar es para mí un dolor mucho mayor que el de tener que marchar al exilio.

-¡Perdóname, José! No lloro por mí, ni por los pocos bienes que pierdo. Lloro por ti… ¡Ya mucho te has tenido que sacrificar! Ahora, otra vez, te quedas sin clientes, sin casa… ¡Cuánto te cuesto, José!

-¿Cuánto? No, María. No me cuestas nada. Me consuelas. Siempre me consuelas. No pienses en el mañana. Tenemos el caudal que nos han dado los Magos. Nos servirán de ayuda al principio. Luego me buscaré un trabajo. Un obrero honrado y competente se abre camino enseguida. Ya lo has visto aquí. No me da abasto el tiempo para el cúmulo de trabajo.

-Sí, lo sé. Pero, ¿quién te va a aliviar tu nostalgia?

-¿Y a ti? ¿Quién te va a aliviar la nostalgia de esa casa que tanto amas?

-Jesús. Teniéndolo a Él, tengo todo lo que allí tenía.

-Y yo también teniendo a Jesús tengo ya esa patria que he esperado hasta hace pocos meses, y… tengo a mi Dios. Ya ves que no pierdo nada de lo que más amo. Basta con salvar a Jesús; si es así, todo nos queda. Aunque no volviéramos a ver este cielo, estos campos, o los aún más amados campos de Galilea, siempre tendremos todo porque lo tendremos a Él. Ven, María, que empieza a clarear. Llega el momento de saludar a la huésped y de cargar nuestras cosas. Todo irá bien. ‘

María se pone en pie, obediente. Se arropa en su manto; mientras tanto, José prepara un último bulto, se lo carga y sale.

María levanta delicadamente al Niño, lo arropa en un mantón y lo aprieta contra su pecho. Mira las paredes que durante meses la han hospedado y, rozándolas apenas, las toca con una mano. ¡Bendita esa casa, que ha merecido ser amada y bendecida por María!

Sale. Cruza la habitacioncita que era de José, entra en la estancia grande. La dueña de la casa, en lágrimas, la besa y se despide de Ella, y, levantando un borde del mantón, besa al Niño en la frente. Él duerme tranquilo. Bajan por la escalerita exterior.

Hay un primer claror de alborada que apenas permite ver. En la escasa luz se ven tres burros. El más fuerte lleva los enseres. Los otros van sólo con la albarda. José está manos a la obra para asegurar bien el baulillo y los paquetes en la albarda del primero. Veo, atados en un haz, y colocados encima del fardo, sus utensilios de carpintero.

Nuevos saludos y nuevas lágrimas. María se monta en su burrillo, mientras la patrona tiene a Jesús en brazos y lo besa una vez más; luego se lo devuelve a María. Monta también José, el cual ha atado su asno al que lleva los equipajes, para estar libre y poder así controlar el de María.

La huida comienza mientras Belén, que sueña todavía la fantasmagórica escena de los Magos, duerme tranquila, sin saber lo que le espera.

Y la visión cesa así.

Dice Jesús:

-Y también esta serie de visiones terminan así. Hemos ido mostrándote las escenas que precedieron, acompañaron y siguieron a mi Llegada; no por ellas mismas, que son muy conocidas, sino para aplicación, en ti y en los demás, del sentido sobrenatural que de ellas deriva, y dároslo como norma de vida.

Estas escenas son muy conocidas, aunque haya que decir que han sido alteradas por elementos que han ido superponiéndose con los siglos, debido siempre a ese modo de ver, humano, que, pretendiendo dar mayor gloria a Dios — y por ello queda perdonado —transforma en irreal lo que sería tan bonito dejar real. Porque ello no disminuye mi Humanidad ni la de María, de la misma manera que este ver las cosas en su realidad no ofende ni a mi Divinidad ni a la Majestad del Padre ni al Amor de la Trinidad santísima; antes bien, con ello resplandecen los méritos de mi Madre y mi perfecta humildad, y refulge la bondad omnipotente del eterno Señor.

El Decálogo es la Ley; mi Evangelio, la doctrina que os la hace más clara y más atractiva de seguirse. Serían suficientes esta Ley y esta Doctrina para obtener, de los hombres, santos.

Pero vuestra humanidad os pone tantas dificultades — humanidad que, verdaderamente, en vosotros sobrepuja demasiado al espíritu — que no podéis seguir estos caminos, y caéis, u os detenéis descorazonados. Os decís a vosotros mismos, y a quienes quisieran haceros caminar citándoos los ejemplos del Evangelio: «Pero Jesús, María, José… (y así todos los santos) no eran como nosotros. Eran fuertes; han sufrido, pero han sido inmediatamente consolados; fueron aliviados incluso de ese poco dolor que sufrieron; no sentían las pasiones… Eran seres que ya estaban fuera de la tierra».

¡Ese poco dolor!… ¡No sentían las pasiones!…

El dolor fue amigo fiel nuestro, con los más variados aspectos y nombres.

Las pasiones… No uséis mal la palabra, llamando «pasiones» a los vicios que os sacan del camino recto. Llamadlos sinceramente «vicios», y, además, capitales. No es que nosotros ignorásemos los vicios. Teníamos ojos y oídos, y Satanás hacía danzar ante nosotros y a nuestro alrededor estos vicios, mostrándonoslos en los viciosos con toda su carga de suciedad, o tentándonos con insinuaciones. Mas estas porquerías y estas insinuaciones, tendida como estaba la voluntad a querer agradar a Dios, en vez de producir lo que se había propuesto Satanás, producían lo contrario. Y cuanto más insistía él, más nos refugiábamos nosotros en la luz de Dios, por asco hacia las tinieblas fangosas que nos ponía ante los ojos del cuerpo y del espíritu.

Pero no hemos ignorado las pasiones en sentido filosófico entre nosotros.

Amamos la patria, y con ella a nuestra pequeña Nazaret, más que a cualquier otra ciudad de Palestina. Tuvimos afectos hacia nuestra casa, hacia los parientes y los amigos. ¿Por qué no íbamos a haberlos tenido? Pero no nos hicimos esclavos de los afectos, porque nada sino Dios debe ser señor; antes bien hicimos de ellos buenos compañeros nuestros.

Mi Madre gritó de alegría cuando, pasados aproximadamente cuatro años, volvió a Nazaret y puso pie en su casa, y besó esas paredes entre las cuales su «Sí» abrió su seno para recibir la Semilla de Dios. José saludó con alegría a los parientes, a los sobrinitos, crecidos en número y en edad. Gozó al verse recordado por sus conciudadanos y al ver que por sus dotes en el oficio lo buscaron enseguida. Yo fui sensible a la amistad. Sufrí por la traición de Judas como por una crucifixión moral. ¿Y qué?: ni mi Madre ni José antepusieron su amor a la casa, o a los familiares, a la voluntad de Dios.

Y Yo no escatimé palabras — si había que decirlas — que me habrían de acarrear el rencor de los hebreos o la animadversión de Judas. Yo sabía — y podría haberlo hecho — que bastaba el dinero para sujetarlo a mí; pero hubiera sido no a mí como Redentor sino a mí como rico. Yo, que multipliqué los panes, si hubiera querido, habría podido multiplicar el dinero; pero no había venido para proporcionar satisfacciones humanas. A nadie. Mucho menos a los que había llamado. Yo había predicado sacrificio, desapego, vida casta, puestos humildes. ¿Qué Maestro habría sido Yo, qué Justo, si hubiese dado dinero a uno para su sensualismo mental y físico, sólo porque ése hubiera sido el modo de sujetarlo a mí?

Para ser grandes en mi Reino hay que hacerse «pequeños». Quien quiera ser «grande» a los ojos del mundo no es apto para reinar en mi Reino; paja es para el lecho de los demonios. Porque la grandeza del mundo está en antítesis con la Ley de Dios.

El mundo llama «grandes» a quienes — con medios casi siempre ilícitos — saben conseguir los mejores puestos y, para hacerlo, hacen del prójimo escabel, y ponen su pie encima y lo aplastan; llama «grandes» a los que saben matar para reinar — matar moral o materialmente — y arrebatan puestos o se enseñorean de las naciones y se enriquecen desangrando a los demás, arrebatándoles la riqueza individual o colectiva. El mundo llama frecuentemente «grandes» a los delincuentes. No. La «grandeza» no está en la delincuencia, está en la bondad, la honradez, el amor, la justicia. ¡Observad qué venenosos frutos — recogidos en su malvado, demoníaco jardín interior — vuestros «grandes» os ofrecen!

Deseo hablar de la última visión, dejando de lado otras cosas, total, sería inútil, porque el mundo no quiere oír la verdad que le concierne. Esta visión da luz acerca de un detalle citado dos veces en el Evangelio de Mateo, una frase repetida dos veces: «¡Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto!»; «¡Levántate, toma al Niño y a su Madre y vuelve a la tierra de Israel!». Y has podido ver cómo en la habitación estaba María sola con el Niño.

La virginidad de María después del parto y la castidad de José sufren muchas agresiones por parte de quienes, siendo sólo lodo putrefacto, no admiten que uno pueda ser ala y luz. Desdichados, cuyo fauno está tan corrompido y cuya mente está tan prostituida a la carne, que son incapaces de pensar que uno como ellos pueda respetar a una mujer, viendo en ella el alma y no la carne; incapaces de elevarse a sí mismos viviendo en una atmósfera sobrenatural, tendiendo no a las cosas carnales, sino a las divinas.

Pues bien, a estos que combaten contra la suprema belleza, a estos gusanos incapaces de transformarse en mariposa, a estos reptiles cubiertos por la baba de su lujuria, incapaces de comprender la belleza de una azucena, Yo les digo que María fue virgen y siguió siéndolo, y que solo su alma se desposó con José, como también su espíritu únicamente se unió al Espíritu de Dios, y por obra de Éste concibió al Único que llevó en su seno: a mí, a Jesucristo, Unigénito de Dios y de María.

No se trata de una tradición que haya florecido después, por un amoroso respeto hacia mi Bienaventurada Madre; se trata de una verdad conocida ya desde los primeros tiempos.

Mateo no nació siglos más tarde; era contemporáneo de María. Mateo no era un pobre ignorante que hubiera vivido en los bosques y que fuera propenso a creerse cualquier patraña. Era un funcionario de hacienda, como diríais ahora vosotros (nosotros entonces decíamos recaudador). Sabía ver, oír, entender, escoger entre la verdad y la falsedad. Mateo no oyó las cosas por referencias de terceros, sino que las recogió de labios de María, preguntándole a Ella, llevado de su amor hacia el Maestro y hacia la verdad.

Y no quiero pensar que estos que niegan la inviolabilidad de María piensen que Ella quizás pudo mentir. Mis propios parientes, si hubiera habido otros hijos, hubieran podido desmentir su testimonio: Santiago, Judas, Simón y José eran condiscípulos de Mateo. Por tanto éste hubiera podido fácilmente confrontar las versiones, si hubiese habido otras versiones. Y sin embargo Mateo nunca dice: «¡Levántate y toma contigo a tu mujer!». Dice: «¡Toma contigo a la Madre de Él!». Y antes dice: «Virgen desposada con José»; ‘José, su esposo».

Y que éstos no objeten que se trataba de un modo de hablar de los hebreos, como si decir «la mujer de» fuera una infamia. No, negadores de la Pureza. Ya desde las primeras palabras del Libro se lee: «… y se unirá a su mujer». Se la llama «compañera» hasta el momento de la consumación física del vínculo matrimonial, y luego se la llama «la mujer de» en distintos momentos y en distintos capítulos. Así se les llama a las esposas de los hijos de Adán; y a Sara, llamada «mujer de» Abraham: «Sara, tu mujer». Y también: «Toma contigo a tu mujer y a tus dos hijas», a Lot. Y en el libro de Rut está escrito: «La Moabita, mujer de Majlón». Y en el primer libro de los Reyes se dice: «Elcana tuvo dos mujeres»; y luego: «Elcana después conoció a su mujer Ana»; y también: «Elí bendijo a Elcana y a la mujer de éste». Y también en el libro de los Reyes está escrito: «Betsabé, mujer de Urías Eteo, vino a ser mujer de David y le dio a luz un hijo». Y ¿qué se lee en el libro azul de Tobías, lo que la Iglesia os canta en vuestras bodas, para aconsejaros que seáis santos en el matrimonio? Se lee: «Llegado Tobit con su mujer y con su hijo…»; y también: «Tobit logró huir con su hijo y con su mujer».

Y en los Evangelios, o sea, en tiempos contemporáneos a Cristo, en que, por tanto, se escribía con lenguaje moderno respecto a aquellos tiempos — por lo que no pueden sospecharse errores de trascripción — se dice, y precisamente lo dice Mateo en el capítulo 22: «…y el primero, habiendo tomado mujer, murió y dejó su mujer a su hermano». Y Marcos en el capítulo 10: «Quien repudia a su mujer…». Y Lucas llama a Isabel mujer de Zacarías, cuatro veces seguidas; y en el capítulo 8 dice: ‘Juana, mujer de Cusa».

Como podéis ver, este nombre no era un vocablo proscrito por quien estaba en las vías del Señor, un vocablo inmundo, no digno de ser proferido, y mucho menos escrito, donde se tratara de Dios y de sus obras admirables. Y el ángel, diciendo: «el Niño y su Madre», os demuestra que María fue verdadera Madre suya, pero no fue la mujer de José; siempre fue: la Virgen desposada con José.

Y ésta es la última enseñanza de estas visiones. Y es una aureola que resplandece sobre las cabezas de María y de José. La Virgen inviolada. El hombre justo y casto. Las dos azucenas entre las que crecí oyendo sólo fragancias de pureza.

A ti, pequeño Juan, te podría hablar sobre el dolor de María por su doble, brusca separación de la casa y de la patria. Pero no hay necesidad de palabras. Tú lo comprendes y ello te hace morir. Dame tu dolor. Sólo quiero esto. Es más que cualquier otra cosa que puedas darme. Es viernes, María. Piensa en mi dolor y en el de María en el Gólgota para poder soportar tu cruz.

Nuestra paz y nuestro amor quedan contigo.

 

LA SAGRADA FAMILIA EN EGIPTO. UNA LECCIÓN PARA LAS FAMILIAS.

25 de Enero de 1944 (12 de la noche).

La suave visión de la Sagrada Familia. El lugar está en Egipto. No tengo dudas de ello porque veo el desierto y una pirámide.

Veo una casucha de un solo piso, el bajo, toda blanca. Una pobre casa de una muy pobre gente. Las paredes están apenas revocadas y cubiertas de una mano de cal. La casita tiene dos puertas, una junto a la otra, que introducen en sus dos únicas habitaciones, en las que, por ahora, no entro. La casita está en medio de un pedazo de tierra arenosa rodeada por una protección de cañas hincadas en el suelo: una protección muy débil contra los ladrones; puede servir sólo como defensa contra algún perro o gato vagabundo. Claro, ¿a quién le van a venir ganas de robar donde se ve que no hay ni sombra de riqueza?

Esta poca tierra que el seto de cañas limita ha sido cultivada pacientemente como una pequeña huerta, a pesar de ser árida y poco fértil. Para hacer más tupido y menos escuálido el seto, han traído unas plantas trepadoras, que me parecen modestos convólvulos. Sólo en uno de los lados, hay un arbusto de jazmines en flor y una mata de rosas de las más comunes. En la huertecilla, en los pocos cuadros del centro, noto que hay unas modestísimas verduras, bajo un árbol dejado crecer libremente, que no sé qué clase de árbol es, y que da un poco de sombra al terreno soleado y a la casita. A este árbol está atada una cabrita blanca y negra, que está comiendo y rumiando las hojas de algunas ramas dejadas caer al suelo.

Allí cerca, sobre una estera extendida en el suelo, está el Niño Jesús. Me da la impresión de que tiene unos dos años, o dos años y medio como mucho. Está jugando con unos pedacitos de madera tallados, que parecen ovejitas o caballitos, y con unas virutas de madera de color claro, menos rizadas que sus bucles de oro. Con sus manitas regordetas está tratando de poner estos collares de madera en el cuello de sus animalitos.

Está tranquilo y sonriente. Muy guapo. Una cabecita toda de bucles de oro muy tupidos; piel clara y delicadamente rosácea; ojitos vivos, brillantes, de color azul intenso. La expresión, naturalmente, es distinta, pero reconozco el color de los ojos de mi Jesús (dos zafiros oscuros y bellísimos).

Viste una especie de larga camisita blanca, que será, sin duda, su túnica; con las mangas hasta el codo. Los pies, en este momento, al desnudo. Las diminutas sandalias están sobre la estera y juega también con ellas el Niño: mete en la suela sus animalitos, y tira de la correa de la sandalia, como si fuera un carrito. Son unas sandalias muy sencillas: una suela y dos correas, que salen: una, de la puntera; otra, del talón; la de la puntera tiene un punto en que se bifurca y una parte pasa por el ojo de la correa del talón para anudarse luego con la otra parte, formando un anillo en la garganta del pie.

Un poco separada — también a la sombra del árbol — está la Virgen. Está tejiendo en un tosco telar; mientras, vigila al Niño. Veo que las finas y blancas manos van y vienen entramando, y el pie, calzado con sandalia, mueve el pedal. La viste una túnica de color flor de malva, un violeta rosáceo, como el de ciertas amatistas. Tiene la cabeza descubierta, con lo cual puedo ver cómo sus cabellos rubios están separados en dos en la cabeza y peinados sencillamente con dos trenzas que a la altura de la nuca le forman un bonito moño. Las mangas de la túnica son largas y más bien estrechas. No lleva ningún adorno, aparte de su belleza y de su expresión dulcísima. El color del rostro, del pelo y de los ojos, la forma de la cara, son como siempre que la veo. Aquí parece jovencísima. Aparenta apenas veinte años.

En un momento dado se levanta; se inclina hacia el Niño y, cuidadosamente, le pone otra vez las sandalias y se las ata; lo acaricia y lo besa en la cabecita y en los ojitos. El Niño farfulla unas palabras y Ella responde, pero no entiendo las palabras. Luego vuelve a su telar, extiende sobre la tela y sobre la trama un paño, coge la banqueta en que estaba sentada y se la lleva a la casa. El Niño la sigue con la mirada, sin importunarla cuando Ella lo deja solo.

Se ve que el trabajo ha terminado y que empieza a caer la tarde. En efecto, el Sol baja hacia las arenas desnudas y un verdadero fuego invade el cielo detrás de la pirámide lejana.

María vuelve. Coge de la mano a Jesús para que se levante de la esterilla. El Niño obedece sin resistencia. Mientras su Mamá está re-cogiendo los juguetes y la estera y llevando esas cosas a casa, Él corre hacia la cabrita con un trotecillo de sus bien torneadas piernecitas, y le echa los bracitos al cuello. La cabrita bala y frota su morrito en los hombros de Jesús.

María vuelve. Tiene ahora un largo velo sobre la cabeza y una ánfora en la mano. Coge a Jesús de la manita y se encaminan los dos, rodeando la casa, hacia la otra fachada.

Yo los sigo, admirando la gracia de la escena: la ‘Virgen conformando su paso al del Niño, y el Niño a su lado dando saltitos o pasitos rápidos. Veo cómo se alzan y se posan los rosados talones, con la gracia propia de los pasos de los niños, sobre la arena del senderillo. Me doy cuenta de que su túnica no le llega a los pies, sino sólo hasta la mitad del muslo. Es primorosa, sencillísima, y está sujeta a la cintura por un cordoncito también blanco.

Veo que en la parte delantera de la casa el seto está interrumpido por una tosca cancilla; María la abre para salir al camino (un mísero camino al extremo de una ciudad — o pueblo —, donde el centro habitado termina en el campo abierto, que aquí está constituido de arena y alguna que otra casita, pobre como ésta, con alguna que otra mísera huerta).

No veo a nadie. María mira hacia el centro, no hacia el campo, como si esperara a alguien, luego se dirige a un pilón —

o pozo — que está a unos cuantos metros más arriba, sombreado en círculo por palmeras. Y veo que el terreno en ese lugar tiene hierba verde.

Veo que se acerca por el camino un hombre; no demasiado alto, pero robusto. Reconozco en él a José. Viene sonriente. Es más joven que cuando lo vi en la visión del Paraíso. Aparenta como mucho cuarenta años. Su pelo y barba son tupidos y negros; la piel, más bien tostada; los ojos, oscuros. Un rostro honesto y agradable, un rostro que inspira confianza.

Al ver a Jesús y a María acelera el paso. Trae sobre el hombro izquierdo una especie de sierra y una especie de cepillo de carpintero, y en la mano otras herramientas del oficio, no iguales que las de ahora, pero sí muy parecidas. Parece como si estuviera regresando de haber hecho algún trabajo en casa de alguno. Su vestido es de un color entre avellana y marrón; no muy largo — le llega sólo hasta un buen trozo por encima del tobillo —, con las mangas cortas, hasta el codo. Lleva a la cintura una correa de cuero — me parece —. Se trata de un vestido típicamente de trabajo. Calzan sus pies unas sandalias cruzadas a la altura del tobillo.

María sonríe y el Niño emite unos grititos de alegría mientras tiende hacia adelante su bracito libre. Cuando se encuentran los tres, José se inclina para ofrecerle al Niño un fruto — por el color y la forma, creo que es una manzana —. Luego le tiende los brazos y el Niño deja a su Mamá y se acurruca entre los brazos de José, e inclina su cabecita para apoyarla en la cavidad que forma el cuello de él. José besa a Jesús y Jesús besa a José. Una acción llena de afectuosa gracia.

Me he olvidado de decir que María, diligentemente, había cogido las herramientas de trabajo de José para que pudiera abrazar al Niño sin ningún estorbo.

Luego José, que se había acuclillado para ponerse a la altura de Jesús, se alza de nuevo. Coge sus herramientas con la mano izquierda y mantiene al pequeño Jesús estrechado contra su robusto pecho con la derecha; así, se encamina hacia la casa mientras María va a  la fuente a llenar su ánfora.

Entrado en el recinto de la casa, José baja al suelo al Niño, coge el telar de María y lo lleva a casa; luego ordeña a la cabrita. Jesús observa atentamente estas operaciones, como también la de encerrar a la cabrita en un cuartito hecho en uno de los lados de la casa.

Se pone la tarde. Veo el rojo del ocaso hacerse violáceo sobre la arena que parece temblar por el calor; y la pirámide parece más oscura.

José entra en la casa, en una habitación que debe ser taller, cocina y comedor al mismo tiempo. Se ve que el otro cuarto es el destinado al descanso; pero en él yo no entro. Hay una tenue lumbre encendida. Hay un banco de carpintero, una pequeña mesa, unas banquetas, unas repisas donde están los pocos platos y vasos que tienen y también dos lámparas de aceite. En uno de los rincones, el telar de María. Y… mucho, mucho orden y limpieza; es una morada pobrísima, pero está limpísima.

Quisiera hacer esta observación: en todas las visiones que tienen por objeto la vida humana de Jesús, he notado que, tanto El, como María, como José, como Juan, tienen siempre en orden y limpios el vestido y la cabeza; vestidos modestos, peinados sencillos pero de una limpieza que les hace aparecer señoriales.

María vuelve con el ánfora. Ha llegado rápido el crepúsculo. Cierran la puerta. Una lamparita, que José ha encendido y colocado sobre su banco, da claridad a la habitación; encorvado hacia éste, él sigue trabajando, en unas pequeñas tablas. Mientras tanto María prepara la cena. También la lumbre da claridad a la habitación. Jesús, con sus manitas apoyadas en el  banco y con la cabecita mirando hacia arriba, observa lo que hace José.

Luego se sientan a la mesa después de haber rezado. No se hacen — es natural — el signo de la cruz, pero rezan; José dirige la oración, María responde. No entiendo las palabras. Debe ser un salmo. Lo dicen en una lengua que me es totalmente desconocida.

Se sientan a cenar. Ahora la lamparita está encima de la mesa. María tiene a Jesús en su regazo y le da a beber la leche de la cabrita y moja en la leche unas rebanadas de un pan pequeño y de forma redondeada, de corteza y miga duras. Parece un pan hecho con centeno y cebada. Tiene mucho salvado, claro, porque es pan moreno. Entre tanto, José come pan y queso: una raja delgada de queso y mucho pan. Luego María sienta a Jesús en una banquetita que está a su lado y trae a la mesa unas verduras cocidas — creo que están hervidas y condimentadas en la forma en que normalmente hacemos nosotros — y, después de servirse José, también las come Ella.

Jesús mordisquea tranquilo su manzana, y descubre sonriendo sus dientecitos blancos. La cena termina con unas aceitunas o dátiles. No sé bien, porque, para ser aceitunas, son demasiado claras, pero, para ser dátiles, son demasiado duros. Vino, nada. Es una cena de gente pobre.

Pero tanta es la paz que se respira en esta habitación, que no podría dármela igual la visión de ningún pomposo palacio. ¡Y cuánta armonía!

Dice Jesús:  

-La lección, para ti y para los demás, está en las cosas que has visto. Es una lección de humildad, de resignación y de armonía. Sirva de ejemplo a todas las familias cristianas, y, de forma particular, a las que viven en este peculiar y doloroso momento.

Has visto una casa pobre; una casa pobre — y esto es lo doloroso — en un país extranjero.

Muchos, sólo por el hecho de ser unos fieles «pasables», que rezan y me reciben a mí bajo las especies eucarísticas, que rezan y comulgan por «sus» necesidades, no por las necesidades de las almas y para la gloria de Dios — porque es muy raro el que al orar no sea egoísta —, muchos, sólo por este hecho, esperan poder disfrutar de una vida material fácil al amparo del más mínimo dolor, de una vida próspera y feliz.

José y María me tenían a mí, Dios verdadero, como Hijo suyo, y, no obstante, no tuvieron ni siquiera ese mínimo bien de ser pobres en su patria, en el país donde se los conocía; donde, por lo menos, tenían una casita «suya» y al menos la preocupación del alojamiento no añadía angustia a las muchas otras, en el país en que, por ser conocidos, habría sido más fácil encontrar trabajo y proveer a las necesidades de la vida. Son dos expatriados precisamente por tenerme a mí. Un clima distinto, un país distinto — ¡y tan triste respecto a los dulces campos de Galilea! —, lengua distinta, costumbres distintas, allí, entre una gente que no los conocía y que, como es normal entre los pueblos, desconfiaban de expatriados y desconocidos.

Les faltaban los queridos y cómodos muebles de «su» casita, y esas otras muchas cosas, humildes pero necesarias, que allí había y que entonces no parecían tan necesarias, mientras que aquí, rodeados de esta nada, habrían parecido incluso bonitas (como lo superfluo que hace deliciosas las casas de los ricos). Sentían la nostalgia de la tierra y de la casa, y la preocupación de esas pobres cosas dejadas allí, de la huertecita que quizás ninguno cuidaría, de la vid y de la higuera y de las otras plantas útiles. Les apremiaba la necesidad de conseguir el alimento cotidiano, el vestido, el fuego todos los días; y la necesidad de atenderme a mí, un Niño, al cual no se le podía dar la comida que a sí mismo uno puede darse. Y tenían el corazón lleno de pesares: por las nostalgias, la incógnita del mañana, la desconfianza de la gente, reacia como es, especialmente en los primeros momentos, a acoger ofertas de trabajo de dos desconocidos.

Y a pesar de todo, ya has visto cómo en esta morada se respira serenidad, sonrisa, concordia; y cómo, de común acuerdo, se trata de embellecerla — incluso la mísera huertecita — para que se asemeje más a la que han dejado y para hacerla más confortable. Y cómo en ellos hay un solo pensamiento: hacerme esa tierra menos hostil, a mí, Santo; hacerme esa tierra menos mísera, a mí, que vengo de Dios. Es un amor de creyentes y de padres, que se manifiesta en mil cuidados, que van desde la cabrita — comprada con muchas horas extra de trabajo — hasta los juguetitos tallados en la madera que sobraba, o hasta esa fruta cogida sólo para mí, negándose a sí mismos un bocado.

¡Oh, amado padre mío de la Tierra, cuánto te ha querido Dios, Dios Padre en las Alturas; Dios Hijo, que se ha hecho Salvador, en la Tierra!

En esta casa no hay nerviosismos, caras largas o sombrías, como no hay tampoco el echarse en cara recíprocamente nada, y mucho menos a Dios, que no los ha colmado de bienestar material. José no acusa a María de ser causa de su incomodidad, como tampoco María acusa a José de no saberle dar un mayor bienestar. Se aman santamente, eso es todo, y, por tanto, su preocupación no es el propio bienestar, sino el del cónyuge. El verdadero amor no conoce egoísmo. El verdadero amor es siempre casto, aunque no sea perfecto en la castidad como el de los dos esposos vírgenes. La castidad unida a la caridad conlleva todo un bagaje de otras virtudes y, por tanto, hace, de dos que se aman castamente, dos cónyuges perfectos.

El amor de mi Madre y de José era perfecto. Por tanto era impulso de todas las virtudes, especialmente de la caridad para con Dios, que en todo momento era bendecido, a pesar de que su santa voluntad resultase penosa para la carne y para el corazón; era bendecido porque por encima de la carne y del corazón, en estos dos santos, vivía y dominaba más intensamente el espíritu, el cual magnificaba agradecido al Señor por haberlos elegido para ser los custodios de su eterno Hijo.

En aquella casa se hacía oración. Demasiado poco se reza en las casas ahora. Se levanta el día y desciende la noche, empezáis a trabajar y os sentáis a la mesa… sin un pensamiento para el Señor, que os ha permitido ver un nuevo día, que os ha permitido llegar a una nueva noche, que ha bendecido vuestros esfuerzos y ha concedido que éstos os fueran medio para obtener ese alimento, ese fuego, esos vestidos, ese techo que, sí, también le son necesarios a vuestra condición humana.

Siempre es «bueno» lo que viene de Dios, que es bueno. Aunque ello sea pobre y escaso, el amor le da sabor y sustancia; ese amor que os hace ver en el eterno Creador al Padre que os ama.

En aquella casa había frugalidad. La habría habido aunque el dinero no hubiera faltado. Se comía para vivir, no para gozo de la gula con la insaciabilidad de los comilones y los caprichos de los glotones, que se llenan hasta rebosar o desperdician dinero en alimentos caros sin pensar siquiera en quien escasea de comida o no la tiene, sin reflexionar en que si fueran moderados ellos muchos podrían ser aliviados de las dentelladas del hambre.

En aquella casa había amor por el trabajo. Este amor hubiera existido aunque el dinero hubiera abundado; porque, trabajando, el hombre obedece al mandato de Dios y se libera del vicio que, cual tenaz hiedra, aprieta y ahoga a los ociosos, que son como bloques de piedra inmóviles. Bueno es el alimento, sereno es el descanso, contento se siente el corazón, cuando uno ha trabajado bien y disfruta de su tiempo de reposo entre un trabajo y otro. El vicio, con sus múltiples facetas, no arraiga ni en la casa ni en la mente de quien ama el trabajo; al no arraigar el vicio, prospera el afecto, la estima, el respeto mutuo, y crecen los tiernos vástagos en un ambiente puro, viniendo a ser así a su vez origen de futuras familias santas.

En aquella casa reinaba la humildad. ¡Cuán vasta lección de humildad para vosotros, soberbios! María habría tenido, humanamente, miles de motivos para ensoberbecerse y para obtener que el cónyuge la adorase. Muchas mujeres lo hacen, y sólo por ser un poco más cultas, o de ascendencia más noble, o más acaudaladas que el marido. María es Esposa y Madre de Dios, y, sin embargo, sirve — no se hace servir — al cónyuge, y es toda amor para con él. José es la cabeza en esa casa; ha sido juzgado por Dios digno de ser cabeza de familia, de recibir de Dios al Verbo encarnado y a la Esposa del Espíritu Santo para custodiarlos. Y, con todo, se muestra solícito en aligerar a María de esfuerzos y labores, y se ocupa de los más humildes quehaceres que puede haber en una casa, para que María no se fatigue; y no sólo esto, sino que, como puede, en la medida de sus posibilidades, la alivia y se las ingenia para hacerle cómoda la casa y alegre de flores la pequeña huerta.

En aquella casa se respetaba el orden: sobrenatural, moral y material. Dios, como Señor supremo que es, recibe culto y amor: éste es el orden sobrenatural. José es el cabeza de familia, y recibe afecto, respeto y obediencia: orden moral. La casa es un don de Dios, como también el vestido y los enseres; en todas las cosas se manifiesta la Providencia de Dios, de ese Dios que proporciona la lana a las ovejas, plumas a los pájaros, hierba a los prados, heno a los animales, semillas y ramas a las aves; de ese Dios que teje el vestido del lirio de los valles. Casa, vestido, enseres: estas cosas hay que recibirlas con gratitud, bendiciendo la mano divina que las otorga, tratándolas con respeto, como don del  Señor; no mirándolas, porque sean pobres, con enfado; y sin maltratarlas abusando de la Providencia: éste es el orden material.

No has comprendido la conversación en dialecto nazareno, ni tampoco las palabras de la oración, pero las cosas que has visto han servido de gran lección. ¡Meditadla, vosotros, los que tanto sufrís ahora por haber faltado en tantas cosas a Dios, incluso en aquellas en que jamás faltaron los santos Esposos que me fueron Madre y padre!

Y tú regocíjate con el recuerdo del pequeño Jesús; sonríe pensando en sus pasitos infantiles. Dentro de poco le verás caminar bajo una cruz; entonces será una visión de llanto.

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PRIMERA LECCIÓN DE TRABAJO A JESÚS, QUE SE SUJETÓ A LA REGLA DE LA EDAD

21 de Marzo de 1944.

Veo aparecer, dulce como un rayo de sol en día lluvioso, a mi Jesús, pequeñuelo de unos cinco años aproximadamente, todo rubio y todo lindo con un sencillo vestidito azul celeste que le llega hasta la mitad de sus bien contorneados muslos.

Está jugando con la tierra en el pequeño huerto. Está haciendo montoncillos de tierra, y plantando encima ramitas, como si fueran bosques en miniatura; con piedrecitas marca los senderos. Luego intenta hacer un pequeño lago en la base de sus minúsculas colinas. Para ello coge un fondo de alguna pieza vieja de loza y lo entierra, hasta el borde; luego lo llena de agua con una botija que zambulle en un pilón usado como lavadero o para regar el huerto. Pero lo único que consigue es mojarse el vestido, sobre todo las mangas. El agua se sale del plato desportillado, y, tal vez, rajado, y… el lago se seca.

José ha salido a la puerta y, silencioso, se queda un tiempo mirando todo ese trabajo que está haciendo el Niño, y sonríe. En efecto, es un espectáculo que hace sonreír de alegría. Luego, para impedir que Jesús se moje más, le llama. Jesús se vuelve sonriendo, y, viendo a José, corre hacia él con sus bracitos tendidos hacia adelante. José, con el borde de su indumento corto de trabajo, le seca las manitas llenas de tierra y se las besa. Y comienza un dulce diálogo entre los dos.

Jesús explica su trabajo y su juego, así como las dificultades que había encontrado para llevarlo a cabo. Quería hacer un lago como el de Genesaret (por ello supongo que le habían hablado de él o que lo habían llevado a verlo). Quería hacerlo en pequeño, como entretenimiento. Aquí estaba Tiberíades, allí Magdala, allí Cafarnaúm. Esta era la vía que llevaba, pasando por Caná, a Nazaret. Quería botar al lago unas barquitas — estas hojas son barcas — e ir a la otra orilla. Pero, el agua se sale…

José observa y se interesa tomándolo todo con seriedad. Luego propone hacer él «mañana» un pequeño lago, no con el plato desportillado, sino con un pequeño recipiente de madera, bien estucado y empecinado, en el que Jesús podrá botar verdaderas barquitas de madera que José le va a enseñar a hacer. Precisamente en este momento le iba a traer unas pequeñas herramientas de trabajo, adecuadas para Él; para que pudiera aprender, sin mayor esfuerzo, a usarlas.

-¡Así te podré ayudar! -dice Jesús con una sonrisa.
-Así me podrás ayudar, y te harás un hábil carpintero. Ven a verlas.

Y entran en el taller. Y José le muestra un pequeño martillo, una sierra pequeña, unos minúsculos destornilladores, una garlopa como de juguete; todo ello puesto encima de un banco de carpintero recién hecho: un banco adecuado a la estatura del pequeño Jesús.

-¿Ves cómo se sierra? Se apoya este pedazo de madera así. Se coge la sierra así, y, con cuidado de no ir a los dedos, se sierra. Prueba tú…

Y empieza la lección. Y Jesús, rojo del esfuerzo y apretando los labios, sierra con cuidado, y luego alisa la tablita con la garlopa, y, a pesar de que esté no poco torcida, le parece bonita, y José le alaba y le enseña a trabajar, con paciencia y amor.

María regresa — estaba fuera de casa —, se asoma a la puerta y mira. Ninguno de los dos la ve porque están vueltos de espaldas. La Madre sonríe al ver el interés con que Jesús usa la garlopa, y el afecto con que José le enseña.

Pero Jesús debe sentir esa sonrisa. Se vuelve. Ve a su Mamá y corre hacia Ella con su tablita medio cepillada y se la enseña. María observa con admiración y se inclina hacia Jesús para darle un beso. Le pone en orden los ricitos despeinados, le seca el sudor de su cara acalorada, y, afectuosa, le escucha cuando Jesús le promete que le va a hacer una banquetita para que trabaje más cómoda.

José, erguido junto al minúsculo banco, apoyada su mano en uno de los lados, mira y sonríe.

He presenciado la primera lección de trabajo a mi Jesús. Y toda la paz de esta Familia santa está en mí.
Dice Jesús:
-Te he confortado, alma mía, con una visión de mi niñez, feliz dentro de su pobreza por haber estado rodeada del afecto de dos santos mayores cuales el mundo no tiene ninguno.

Se dice que José fue el padre nutricio mío. ¡Cierto es que, si bien no pudo, como hombre, darme la leche con que me nutrió María, sí se quebrantó a sí mismo trabajando para darme pan y confortación, y tuvo una dulzura de sentimientos de verdadera madre! De él aprendí — y jamás alumno alguno tuvo un maestro mejor — todo aquello que hace del niño un hombre; un hombre, además, que ha de ganarse el pan.

Si bien mi inteligencia de Hijo de Dios era perfecta, hay que reflexionar y creer que Yo no quise saltarme sin más la regla de la edad. Por eso, humillando mi perfección intelectiva de Dios hasta el nivel de una perfección intelectiva humana, me sujeté a tener como maestro a un hombre, a tener necesidad de un maestro. Y el hecho de haber aprendido con rapidez y buena voluntad no me quita el mérito de haberme sujetado a un hombre, como tampoco le quita a este hombre justo el de haber sido él quien nutrió mi pequeña mente con las nociones necesarias para la vida.

Esas gratas horas pasadas al lado de José (quien, como a través de un juego, me puso en condiciones de ser capaz de trabajar), esas horas, no las olvido ni siquiera ahora que estoy en el Cielo. Y cuando miro a mi padre putativo, veo nuevamente el huertecito y el humoso taller, y me parece ver a mi Madre asomándose con esa sonrisa suya que hacía de oro el lugar y dichosos a nosotros.

¡Cuánto deberían las familias aprender de estos esposos perfectos, que se amaron como ningunos otros lo hicieran!

José era la cabeza. Clara e indiscutible era su autoridad familiar; ante ella se plegaba reverente la de la Esposa y Madre de Dios; a ella se sujetaba el Hijo de Dios. Todo lo que José decidía, bien hecho estaba; sin discusiones, sin obstinaciones, sin resistencia alguna. Su palabra era nuestra pequeña ley. ¡Y, a pesar de ello, cuánta humildad tuvo! Jamás abusó de su poder, jamás dictaminó cosa alguna contra todo canon, simplemente por ser el jefe. La Esposa era su dulce consejera, y aunque Ella, en su profunda humildad, se considerase la sierva de su consorte, éste extraía, de su sabiduría de Llena de Gracia, la luz para conducirse en todo lo que acaecía.

Y Yo así fui creciendo, cual flor protegida por dos vigorosos árboles, entre estos dos amores que se entrelazaban por encima de mí para protegerme y amarme.

No. Mientras la edad me hizo ignorar el mundo, Yo no sentí nostalgia del Paraíso. Presentes estaban Dios Padre y el Divino Espíritu, pues María estaba llena de Ellos. Y los ángeles allí moraban, porque nada les hacía alejarse de esa casa. Y hasta podría decir que uno de ellos se había revestido de carne y era José, alma angélica liberada del peso de la carne, dedicada sólo a servir a Dios y a su causa y a amarlo como le aman los serafines. ¡Oh, la mirada de José!: pacífica y pura como la de una estrella ajena a toda concupiscencia terrena. Era nuestro descanso y nuestra fuerza.

Hay muchos que piensan que Yo no sufrí humanamente cuando la muerte apagó esa mirada de santo, esa mirada celadora presente en nuestra casa. Si bien, siendo Dios — y, como tal, conociendo la feliz ventura de José — no me apenó su partida (que tras breve estancia en el Limbo le había de abrir el Cielo), como Hombre sí lloré en esa casa privada de su amorosa presencia. Lloré por el amigo desaparecido. ¿Y es que, acaso, no debía haber llorado por este santo mío, en cuyo pecho, de pequeño, yo había dormido, y del cual había recibido amor durante tantos años?

Finalmente, pongo ante la consideración de los padres cómo sin contar con una erudición pedagógica José supo hacer de mí un hábil artesano. Apenas llegado Yo a la edad que me permitía manejar las herramientas, no dejándome saborear la ociosidad, me encaminó al trabajo, y se sirvió sobre todo de mi amor por María para estimularme a trabajar: hacer aquellos objetos que le fueran útiles a Mamá. Y así se inculcaba el debido respeto que todo hijo debería tener hacia su madre, y sobre este respetuoso y amoroso fulcro apoyaba la formación del futuro carpintero.

¿Dónde están ahora las familias en que a los pequeños se les haga amar el trabajo como medio para realizar algo grato a los padres? Los hijos, actualmente, son los déspotas de la casa. Se desarrollan indiferentes, duros, mezquinos para con sus padres, a quienes consideran a su servicio, como si fueran sus esclavos; no los aman, y de ellos reciben a su vez poco amor. En efecto, al mismo tiempo que hacéis de vuestros hijos unos déspotas caprichosos, os separáis de ellos desentendiéndoos vergonzosamente.

Padres del siglo veinte (ya veintiuno), vuestros hijos son de todos menos vuestros: son de la nodriza, de la institutriz, del colegio, si sois ricos; de los compañeros, de la calle, de las escuelas, si sois pobres. No son vuestros. Vosotras, madres, los generáis, nada más; vosotros, padres hacéis lo mismo. Y, sin embargo, un hijo no es sólo carne; es mente, es corazón, es espíritu. Creed, pues, que nadie tiene más deber y derecho que un padre y una madre de formar esta mente, este corazón, este espíritu.

La familia existe, debe existir. No hay teoría o progreso alguno que pueda válidamente demoler esta verdad sin provocar un desastre. Una institución familiar desmoronada sólo puede dar futuros hombres y mujeres cada vez más depravados, causa a su vez de calamidades crecientes. En verdad os digo que sería preferible que no os casarais más, que no engendrarais más sobre esta tierra, en lugar de tener estas familias menos unidas que un clan de monos, estas familias que no son escuela de virtud, de trabajo, de amor, de religión, sino un caos en que todos viven autónomamente, como engranajes desengranados que al final terminan por romperse.

Seguid, seguid destruyendo. Ya estáis viendo y sufriendo los frutos de vuestra acción quebrantadora de la forma más santa de la vida social. Seguid, seguid, si queréis. Pero luego no os quejéis de que este mundo sea cada vez más infernal, morada de monstruos devoradores de familias y naciones. ¿Así lo queréis? Pues sea así…»

Esto lo decía Jesús en 1944… ¿Qué diría ahora, en 2005, con tantísima corrupción, con tantísimos devaneos y divorcios en los matrimonios, que ya ni siquiera se casan sino que se juntan como los animales, y encima en uniones brutales de hombres con hombres y de mujeres con mujeres, queriendo incluso adoptar hijos, en estas uniones abominables (ante los ojos de Dios) para que éstos vivan la corrupción desde pequeños?…

 

MARÍA, MAESTRA DE JESÚS, JUDAS Y SANTIAGO.

Veo la habitación (ya en Nazaret) que habitualmente usan como comedor, la misma en que María teje o cose. Es la habitación contigua al taller de José, cuyo diligente trabajar se siente; aquí hay, por el contrario, silencio. María está cosiendo unas piezas de lana alargadas, ciertamente tejidas por Ella, que tienen aproximadamente medio metro de anchas y un poco más del doble de largas; creo entender que están destinadas a ser un manto para José.

Por la puerta abierta de la parte del huerto-jardín se ve el seto formado por unas matas de enredado ramaje de esas margaritas pequeñas de color azul-violeta que comúnmente se llaman «Marías» o «Cielo estrellado». Desconozco su exacto nombre botánico. Están florecidas. Por tanto, debe ser otoño. De todas formas, los árboles tienen todavía un follaje verde tupido y hermoso, y las abejas, desde dos colmenas adosadas a una pared soleada, vuelan zumbando, danzando y brillando al sol, de una higuera a la vid, de ésta a un granado lleno de redondos frutos, algunos de los cuales han estallado ya por exceso de vigor y muestran sus collares de jugosos rubíes, alineados en el interior de su verde-rojo cofre, de compartimentos amarillos.

Bajo los árboles. Jesús está jugando con otros dos niños de más o menos su misma edad. Son de pelo rizado, no rubios. Es más, uno de ellos es intensamente moreno: una cabecita de corderito negro que hace resaltar aún más la blancura de la piel de su carita redonda en que se abren dos ojazos de un azul tendente al violáceo; bellísimos. El otro es menos rizado y de un color castaño oscuro, tiene ojos castaños y coloración más morena, aunque con una tonalidad rosácea en los carrillos. Jesús, con su cabecita rubia, entre los otros dos, oscuros, parece ya aureolado de fulgor. Están jugando en concordia con unos pequeños carritos en los que hay… distintas mercancías:: piedrecitas, virutas, pedacitos de madera. Eran mercaderes, sin duda, y Jesús era el que compraba para su Mamá, a la que le lleva ora una cosa, ora otra; María, sonriendo, acepta los objetos comprados.

Pero después de un poco el juego cambia. Uno de los dos niños propone:
-¿Por qué no hacemos el Éxodo a través de Egipto? Jesús es Moisés; yo, Aarón; tú… María.
-¡Pero si yo soy chico!
-¡No importa! ¿Qué más da? Tú eres María y bailas ante el becerro de oro, que será aquella colmena.
-Yo no bailo. Soy un hombre y no quiero ser una mujer; soy un fiel, y no quiero bailar ante el ídolo.

Jesús interviene diciendo:
-Pues no hacemos este pasaje. Podemos hacer ese otro de cuando le eligen a Josué sucesor de Moisés. Así no está ese feo pecado de idolatría y Judas estará contento de ser hombre y sucesor mío. ¿Verdad que estás contento?
-Sí, Jesús. Pero entonces Tú tienes que morir, porque Moisés muere después. No quiero que Tú mueras; Tú, que siempre me quieres tanto».
-Todos morimos… Pero Yo antes de morir bendeciré a Israel, y, dado que aquí sólo estáis vosotros, en vosotros bendeciré a todo Israel.

Es aceptada la propuesta. Pero luego surge una cuestión: si el pueblo de Israel, después de tanto caminar; llevaba o no los carros que tenía al salir de Egipto. Hay disparidad de ideas.
Se recurre a María.
-Mamá, Yo digo que los israelitas tenían todavía los carros. Santiago dice que no. Judas no sabe a quién de los dos dar la razón. ¿Tú sabes si los tenían?
-Sí, Hijo. El pueblo nómada tenía todavía sus carros. En los descansos los reparaban. Montaban en ellos los más débiles. Se cargaba en ellos aquellos víveres o cosas que un pueblo tan numeroso necesitaba. Todas las demás cosas iban en los carros, menos el Arca, que la llevaban a mano.
La cuestión está resuelta.

Los niños van al final del huerto y, desde allí, entonando salmos, vienen hacia la casa. Jesús viene delante cantando salmos con su vocecita de plata. Detrás de Él vienen Judas y Santiago portando un pequeño carrito elevado al rango de Tabernáculo. Pero, dado que además de a Aarón y a Josué tienen que representar también al pueblo, se han quitado los cinturones y se han atado al pie los otros carros en miniatura, y así caminan, serios como si fueran verdaderos actores.

Hacen el recorrido de la pérgola, pasan por delante de la puerta de la habitación donde está María, y Jesús dice:
-Mamá, pasa el Arca, salúdala.
María se levanta sonriendo y se inclina ante su Hijo que, radiante, pasa, aureolado de sol.

Acto seguido Jesús trepa un poco por el lado del monte que limita la casa, o mejor, el huerto. Arriba de la gruta, erguido, dirige unas palabras a… Israel. Manifiesta los preceptos y las promesas de Dios, señala a Josué como caudillo, le llama a sí — Judas también sube arriba de la peña —, le anima y le bendice. Luego pide una… tabla (es la hoja ancha de una higuera) y escribe el cántico, y lo lee; no todo, pero sí una buena parte de él, y al hacerlo da la impresión de que realmente lo estuviera leyendo en la hoja. A continuación se despide de Josué, el cual le abraza llorando, y sube más arriba, justo hasta el borde de la peña. Allí bendice a todo Israel, es decir, a los dos niños que están prosternados en tierra, y luego se acuesta sobre la corta hierbecilla, cierra los ojos y… muere.

María se había quedado, sonriente, a la puerta, y, cuando lo ve echado en el suelo, rígido, grita:
-¡Jesús! ¡Jesús! ¡Levántate! ¡No estés así! ¡Mamá no quiere verte muerto!.
Jesús se levanta del suelo, sonríe, y va hacia Ella corriendo, y la besa. Se acercan lo mismo Santiago y Judas, y María los acaricia también.

-¿Cómo puede acordarse Jesús de ese cántico tan largo y difícil y de todas esas bendiciones? – pregunta Santiago.
María sonríe y responde sencillamente:
-Tiene una memoria muy buena y está muy atento cuando yo leo.
-Yo, en la escuela, estoy atento, pero con tanta lamentación me viene el sueño… Entonces, ¿no voy a aprender nunca?.
-Aprenderás. Tranquilo.

Llaman a la puerta. José atraviesa con paso rápido huerto y habitación, y abre.
-¡La paz sea con vosotros, Alfeo y María!
-Y con vosotros. Paz y bendición.

Es el hermano de José con su mujer. Un rústico carro tirado por un robusto burro está parado en la calle.
-¿Habéis tenido buen viaje?
-Sí, bueno. ¿Y los niños?
-Están en el huerto con María.

Ya los niños venían corriendo a saludar a su mamá. También María está viniendo, trayendo a Jesús de la mano. Las dos cuñadas se besan.
-¿Se han portado bien?
-Sí, muy bien, y han sido muy cariñosos. ¿La familia está toda bien?
-Todos están bien. Nos han dado recuerdos para vosotros. De Caná os mandan muchos regalos: uvas, manzanas, queso, huevos, miel. Y… José, he encontrado exactamente lo que tú querías para Jesús. Está en el carro, en aquella cesta redonda.

La mujer de Alfeo, sonriendo, se curva hacia Jesús, que la está mirando con unos ojos maravillados, abiertísimos; y le besa en esos dos pedacitos de azul y dice:
-¿Sabes lo que he traído para ti? Adivina.
Jesús piensa, pero no adivina. Probablemente lo hace a propósito, para que José tenga la alegría de dar una sorpresa. En efecto, José entra trayendo consigo una cesta redonda. La deposita en el suelo a los pies de Jesús, desata la cuerda que está sujetando la tapadera, la levanta… y una ovejita toda blanca, un verdadero copo de espuma, aparece, dormida sobre un heno muy limpio.
-¡Oh! -exclama Jesús con estupor y beatitud, mientras hace ademán de echarse hacia el animalito, pero… no, se vuelve y corre a donde José, que aún está agachado, y lo abraza y lo besa dándole las gracias.

Los primitos miran con admiración al animalito, que ahora está despierto y alza su rosado morrito y bala buscando a su mamá. Sacan de la cesta a la ovejita y le ofrecen un manojo de tréboles. Ella come, mirando a su alrededor con sus mansos ojos.
Jesús repite una y otra vez: -¡Para mí! ¡Para mí! ¡Padre, gracias!.
-¿Te gusta mucho?
-¡Oh, mucho! Blanca, limpia… una cordera… ¡oh! -y le echa sus bracitos al cuello a la ovejita, pone su cabeza rubia sobre la cabecita, y se queda así, satisfecho.
-También os he traído a vosotros otras dos -dice Alfeo a sus hijos -Pero son de color oscuro. Vosotros no sois ordenados como lo es Jesús y, si hubieran sido blancas, las tendríais mal. Serán vuestro rebaño, las tendréis juntas, y así vosotros dos, golfos, no estaréis ya más por ahí por las calles tirando piedras.

Los dos niños van corriendo al carro para ver a estas otras dos ovejas, más negras que blancas.
Jesús por su parte se ha quedado con la suya. La lleva al huerto, le da de beber, y el animalito le sigue como si lo conociera desde siempre. Jesús la llama. Le pone por nombre «Nieve». Ella responde balando jubilosa.

Los llegados ya están sentados a la mesa. María les sirve pan, aceitunas y queso. Trae también un ánfora de sidra o de agua de manzanas, no lo sé; veo que es de un color dorado muy claro.

Los niños juegan con los tres animales y ellos se ponen a conversar. Jesús quiere que estén las tres ovejas, para darles a las otras también agua y un nombre:
-La tuya, Judas, se llamará «Estrella», por el signo ese que tiene en la frente; y la tuya «Llama», porque tiene un color como el de ciertas llamas de brezo lánguido.
-De acuerdo.
-Espero haber resuelto así la historia de las peleas entre muchachos – dice Alfeo -Tu idea, José, ha sido la que me ha iluminado. Dije: «Mi hermano quiere una cordera para Jesús, para que juegue un poco. Yo me llevo dos para esos golfos, para que estén un poco tranquilos y no tener siempre problemas con otros padres por cabezas o rodillas rotas. Un poco la escuela y un poco las ovejas, lograré tenerlos quietos. Por cierto, este año tendrás que mandar tú también a Jesús a la escuela. Ya es tiempo.
-Yo no voy a mandarlo jamás a Jesús a la escuela -dice María con tono resoluto. Resulta insólito oírla hablar así, y además antes que José (!).
-¿Por qué? El Niño tiene que aprender, para que a su debido tiempo sea capaz de afrontar el examen de la mayoría de edad…».
-El Niño sabrá; pero no irá a la escuela. Está decidido.
-Pues serías la única que actuara así en Israel.
-Pues seré la única, pero actuaré así. ¿No es verdad, José?
-Así es; Jesús no tiene necesidad de ir a la escuela. María se ha formado en el Templo y es una verdadera doctora en el conocimiento de la Ley. Será su Maestra. Es también mi deseo.
-Le estáis mimando demasiado al muchacho.
-Eso no puedes decirlo. Es el mejor de Nazaret. ¿Lo has visto alguna vez llorar o cogerse alguna pataleta o negarse a obedecer o faltar al respeto?
-No. Pero un día será así si lo seguís mimando.
-Tener al lado a los hijos no es mimarlos; es quererlos, con mente cabal y buen corazón. Nosotros amamos así a nuestro Jesús, y, dado que María es una mujer más instruida que el maestro, será Ella la Maestra de Jesús.

-Y cuando sea hombre, tu Jesús será una mujercita temerosa hasta de las moscas.
-No lo será. María es una mujer fuerte y sabe educarle virilmente; y yo no soy ningún mezquino, y sé dar ejemplos viriles. Jesús es un niño sin defectos físicos ni morales. Por tanto se desarrollará recto y fuerte en el cuerpo y en el espíritu. Estate seguro de esto, Alfeo. No dejará mal a la familia. Y, además, ya lo he decidido y es suficiente.
-Lo habrá decidido María. Tú sólo….
-¿Y si así fuera? ¿No es acaso bonito que dos personas que se aman estén en la disposición de tener el mismo pensamiento y la misma voluntad, porque mutuamente abrazan el deseo del otro y lo hacen propio? Si María desease estupideces, yo le diría que no, pero lo que pide son cosas llenas de sabiduría, y yo las apruebo y hago mías. Nosotros nos amamos como el primer día… y lo seguiremos haciendo mientras vivamos, ¿verdad, María?
-Sí, José. Y aún en el caso — y ojalá no suceda jamás — de que uno de los dos muriese y el otro no, nos seguiríamos amando.
José le acaricia a María la cabeza, como si fuera una hija pequeña, y Ella a su vez lo mira con ojos serenos y amorosos.

La cuñada interviene diciendo:
-Tenéis realmente razón. ¡Si yo fuera capaz de enseñar!… En la escuela nuestros hijos aprenden el bien y el mal; en casa, sólo el bien. Pero yo no sé hacerlo… Si María…
-¿Qué quieres, cuñada? Habla libremente. Tú sabes que te quiero y que me siento contenta cada vez que puedo satisfacerte en algo.
-No, yo lo que pensaba… era… Santiago y Judas son sólo un poco mayores que Jesús. Ya van a la escuela… ¡pero, para lo que saben!… Por el contrario, Jesús ya sabe muy bien la Ley… Yo quisiera… bueno, ¿si te pidiera que los tuvieras también a ellos cuando enseñas a Jesús? Creo que ganarían en bondad y en conocimientos. Al fin y al cabo son primos y sería justo que se quisieran como hermanos.., ¡Qué feliz me sentiría!.
-Si José y tu marido quieren, yo por mí estoy dispuesta. Hablar para uno o para tres es igual. Repasar la Escritura es motivo de gozo. Que vengan.
Los tres niños, que habían entrado despacito, han oído estas palabras y están a la espera del veredicto.
-Te harán desesperar, María -dice Alfeo.
-¡No! Conmigo siempre se portan bien. ¿Verdad que os vais a portar bien si yo os enseño?
Los dos niños acuden a su lado corriendo, uno a la derecha, el otro a la izquierda. Le ponen los brazos en torno a los hombros apoyando en ellos sus cabecitas, y hacen promesas de todo el bien posible.
-Déjalos que prueben, Alfeo, y déjame probar también a mí. Yo creo que no quedarás descontento de la prueba. Que vengan todos los días desde la hora sexta hasta la tarde. Será suficiente, créelo. Conozco el arte de enseñar sin cansar. A los niños hay que tenerlos cautivados y distraídos al mismo tiempo. Hay que comprenderlos, amarlos y ser amados para conseguir de ellos. Y vosotros me queréis, ¿no?

La respuesta es dos fuertes besos.
-¿Lo ves?
-Ya lo veo. Sólo me queda decirte: «Gracias». Y Jesús ¿qué va a decir cuando vea a su mamá entretenida en otros? ¿Tú qué dices, Jesús?
-Yo digo: «Bienaventurados los que le prestan atención y levantan su morada junto a la de Ella». Como con la Sabiduría, dichoso aquel que es amigo de mi Madre. Me gozo viendo que aquéllos a quienes amo son sus amigos.
-¿Quién pone tales palabras en labios de este Niño? – pregunta Alfeo asombrado.
-Nadie, hermano, nadie de este mundo.
La visión cesa en este momento.
Dice Jesús:
-Y María fue Maestra mía, de Santiago y de Judas. Y éste es el motivo por el cual hubo entre nosotros amor fraternal, además de por el parentesco; por la ciencia y por haber crecido juntos, como tres sarmientos con un único palo como soporte: la Madre mía. Que en verdad mi dulce Madre era doctora como nadie en Israel. Sede de la Sabiduría, de la verdadera Sabiduría, Ella nos instruyó para el mundo y para el Cielo. Digo que «nos instruyó», porque yo fui alumno suyo no en modo distinto de mis primos. Y el «sello» colocado sobre el misterio de Dios fue mantenido contra las pesquisas de Satanás, mantenido bajo la apariencia de una vida común.

 

PREPARATIVOS PARA LA MAYORÍA DE EDAD DE JESÚS Y SALIDA DE NAZARET

Veo a María encorvada hacia una batea, o, mejor, un barreño de barro, mezclando algo que despide vapor en el aire frío y sereno que llena el huerto de Nazaret.
Debe ser pleno invierno. Lo deduzco del hecho de que, menos olivos, todos los árboles están deshojados y exhaustos. Arriba, un cielo tersísimo y un sol que aun siendo radiante no logra templar la tramontana que hay, que sopla y hace chocar unas con otras las desnudas ramas u ondular las ramitas entre grises y verdes de los olivos.

La Virgen María lleva un vestido tupido de color marrón casi negro, que la cubre enteramente. Se ha colocado delante una tela basta, a manera de mandil, para protegerlo. Saca de la tina el palo conque estaba removiendo el contenido. Veo que del palo caen gotas de un bonito color bermejo. María observa, se moja un dedo con las gotas que caen, y prueba el color en el mandil. Parece satisfecha.
Entra en la casa y vuelve a salir con muchas madejas de blanquísima lana, y las echa, una a una, en la tina, con paciencia y cautela.

Mientras está haciendo esto, entra su cuñada — que viene del taller de José — María de Alfeo. Se saludan. Se hablan.
-¿Queda bien? -pregunta María de Alfeo.
-Espero que sí.
-Me aseguró esa gentil que se trata de la misma tinta y del mismo sistema de teñir que utilizan en Roma. Si me lo dio es porque se trataba de ti y por haber hecho aquellas labores. Ella dice que no hay quien borde como tú, ni siquiera en Roma. Debes haber perdido la vista haciéndolas…
María sonríe y hace un movimiento de cabeza como diciendo:
-¡Son cosas sin importancia!.
La cuñada mira las últimas madejas de lana antes de pasárselas a María, y exclama:
-¡Qué bien las has hilado! Son hilos tan finos y uniformes que parecen cabellos. Tú todo lo haces bien… y ¡qué rápida! ¿Estas últimas serán más claras?.
-Sí, para la túnica; el manto es más oscuro.
Las dos mujeres se ponen a trabajar juntas: primero, en la tina; luego sacan las madejas, ya de un lindo color purpúreo, y corren veloces a sumergirlas en el agua helada que llena el pilón, colocado bajo la fina vena que mana y cae produciendo notas de risitas apenas perceptibles. Aclaran una y otra vez y luego extienden las madejas sobre unas cañas aseguradas a los árboles de unas ramas a otras.
-Con este viento se secarán bien y rápido -dice la cuñada.
-Vamos donde José. Hay lumbre. Debes estar helada -dice María Stma. -Has sido buena conmigo ayudándome. He acabado pronto y con menos esfuerzo. Gracias.
-¡Oh! ¡María! ¿Qué no haría yo por ti! Estar a tu lado es motivo siempre de gozo. Además… todo este trabajo es por Jesús. Y, ¡es tan encantador tu Hijo!… Ayudándote a ti para la celebración de su mayoría de edad, me parecerá sentirme yo también madre suya.
Y las dos mujeres entran en el taller, lleno de ese olor a madera cepillada que es típico de los talleres de carpintero.

Y la visión sufre una interrupción… para continuar después, en el momento de la partida de Jesús para Jerusalén a los doce años.
Su figura es bellísima. Está tan desarrollado, que parece un hermano menor de su joven Madre (ya le llega a María a los hombros); su cabeza, rubia y ensortijada, de melena hasta más abajo de las orejas — ya no tiene el pelo corto, como en los primeros años de su vida — parece un casco de oro repleto de relucientes bucles laborados.
Va vestido de rojo, un bonito rojo de rubí claro: una túnica que le llega hasta los tobillos dejando ver sólo los pies, calzados con sandalias; es una túnica suelta, de mangas largas y amplias. En el cuello, en los bordes de las mangas y en la base, grecas tejidas con colores sobrepuestos, muy bonitas…

Veo el momento en que Jesús entra, acompañado de su Madre, en el — digámoslo así — comedor de la casa de Nazaret.
Jesús tiene doce años. Es un muchacho alto, bien formado, fuerte, aunque no gordo; parece, por su complexión, más adulto de lo que realmente es; le llega ya a su Madre a la altura de los hombros. Su rostro es todavía redondeado y rosado, es todavía el rostro de Jesús niño, rostro que, con el paso del tiempo, con la edad juvenil y viril, se habrá de alargar, y tomará un cromatismo indefinido, una tonalidad como la de ciertos alabastros delicados que tienden apenas al amarillo-rosa.
Sus ojos — también sus ojos — son todavía ojos de niño. Son grandes y miran bien abiertos, con una chispa de alegría perdida en la seriedad de la mirada. Pasado el tiempo, ya no estarán tan abiertos… Los párpados descenderán hasta medio cerrar los ojos, para velarle al Puro y Santo el exceso de mal que hay en el mundo. Solamente en los momentos de los milagros, o cuando ponga en fuga a los demonios o a la muerte, o para curar las enfermedades y los pecados; solamente entonces los abrirá, y centellearán, aún más que ahora. Pero, ni siquiera entonces tendrán esta chispa de alegría mezclada con la seriedad… La muerte y el pecado estarán cada vez más cerca y más presentes, y, con ambos, el conocimiento — con su faceta humana — de la inutilidad del sacrificio a causa de la voluntad contraria del hombre. Sólo en rarísimos momentos de alegría, por estar con los redimidos, y especialmente con los puros — generalmente niños — brillarán de júbilo estos ojos santos y buenos.

Ahora, estando con su Madre, en su casa, y con San José frente a Él, sonriéndole con amor, y con esos primitos suyos que le admiran, y con su tía, María de Alfeo, que le está acariciando, se siente feliz. Mi Jesús tiene necesidad de amor para sentirse feliz, y en este momento lo tiene.
Está vestido con una túnica suelta, de lana, de color rojo rubí claro, suave, perfectamente tejida, fina y compacta al mismo tiempo. En el cuello, por la parte de delante, en la base de las mangas largas y amplias, y en la base de la túnica, que llega hasta abajo dejando apenas ver los pies calzados con sandalias nuevas y bien hechas — no las usuales suelas sujetas al pie con unas correas —, tiene una greca, no bordada, sino tejida en un color más oscuro sobre el color rubí de la túnica. Deduzco que debe ser obra de su Madre, porque la cuñada la admira y alaba.

Su bonito pelo rubio tiene ya una tonalidad más cargada que cuando era un niño pequeño, con reflejos cobrizos en los aros de los bucles que terminan bajo las orejas; ya no son esos ricitos cortos y vaporosos de la infancia, pero tampoco es la melena de la edad adulta, ondulada, que termina a la altura de los hombros en delicada forma tubular; de todas maneras ya tiende a ésta, en color y forma.
-He aquí a nuestro Hijo -dice María levantando con su mano derecha la izquierda de Jesús. Parece como si se lo quisiera presentar a todos y confirmar la paternidad del Justo, que sonríe. Y añade: -Bendícelo, José, antes de partir para Jerusalén. No fue necesaria la bendición para su inicio en la escuela, primer paso en la vida; hazlo ahora que Él va al Templo para ser declarado mayor de edad. Y bendíceme también a mí. Tu bendición… (María contiene el llanto) lo fortalecerá a Él y me dará fuerza a mí para separarme de Él un poco más…
-María, Jesús será siempre tuyo. La fórmula no lesionará nuestras mutuas relaciones. Yo no te voy a disputar a este Hijo, amado nuestro. Ninguno merece como tú el guiarlo en la vida, ¡oh Santa mía!
María se inclina, toma la mano de José y la besa: es la esposa, y ¡qué respetuosa y amante de su consorte!

José acoge este signo de respeto y de amor con dignidad, mas luego alza esa misma mano y la deposita sobre la cabeza de su Esposa diciéndole:
-Sí. Te bendigo, Bendita, y a Jesús contigo. Venid, mis únicos tesoros, honor y finalidad míos -José se muestra solemne: con los brazos extendidos y las palmas vueltas hacia abajo sobre las dos cabezas inclinadas, igualmente rubias y santas, pronuncia la bendición: «El Señor os guarde y os bendiga, tenga misericordia de vosotros y os dé paz. El Señor os dé su bendición». Y luego dice: -En marcha. La hora es propicia para el viaje.

María coge un manto, amplio, de color granate oscuro, y en elegantes pliegues lo dispone sobre el cuerpo de su Hijo. ¡Y cómo lo acaricia al hacerlo!
Salen. Cierran. Se ponen en marcha. Otros peregrinos van en la misma dirección. Fuera del pueblo, las mujeres se separan de los hombres. Los niños van con quien quieren. Jesús se queda con su Madre.
Los peregrinos caminan — la mayoría entonando salmos — por las campiñas llenas de hermosura en el más jubiloso tiempo de primavera. Frescos prados, tiernos cereales, frescos follajes en los árboles poco ha florecidos; hombres cantando por los campos y por los caminos, cantos de pájaros en celo entre las frondas; límpidos arroyos, espejo de las flores de las orillas; corderitos saltarines al lado de sus madres… Paz y alegría bajo el más hermoso cielo de abril.
La visión cesa así.

 

JESÚS EXAMINADO EN SU MAYORÍA DE EDAD EN EL TEMPLO

El Templo en días de fiesta. Muchedumbre de gente entrando o saliendo por las puertas de la muralla, o cruzando los patios o los pórticos; gente que entra en esta o en aquella construcción sita en uno u otro de los distintos niveles en que está distribuido el conjunto del Templo.
Y también entra, cantando quedo salmos, la comitiva de la familia de Jesús; todos los hombres primero, luego las mujeres. Se han unido a ellos otras personas, quizás de Nazaret, quizás amigos de Jerusalén, no lo sé.

José, después de haber adorado con todos al Altísimo desde el punto en que se ve que los hombres podían hacerlo — las mujeres se han quedado en un piso inferior —, se separa, y, con su Hijo, cruza de nuevo, en sentido inverso, unos patios; luego tuerce hacia una parte y entra en una vasta habitación que tiene el aspecto de una sinagoga (!) — ¿Es que había sinagogas en el Templo? —; habla con un levita, y éste desaparece tras una cortina de rayas para volver después con algunos sacerdotes ancianos. Creo que son sacerdotes; son, eso sí, no cabe duda, maestros en cuanto al conocimiento de la Ley y tienen por eso como misión examinar a los fieles.

José presenta a Jesús. Antes ambos se habían inclinado con gran reverencia ante los diez doctores, los cuales se habían sentado con majestuosidad en unas banquetas bajas de madera. José dice:
-Éste es mi hijo. Desde hace tres lunas y doce días ha entrado en el tiempo que la Ley destina para la mayoría de edad. Mas yo quiero que sea mayor de edad según los preceptos de Israel. Os ruego que observéis que por su complexión muestra que ha dejado la infancia y la edad menor; os ruego que lo examinéis con benignidad y justicia para juzgar que cuanto aquí yo, su padre, afirmo, es verdad. Yo lo he preparado para este momento y para que tenga esta dignidad de hijo de la Ley. Él sabe los preceptos, las tradiciones, las decisiones, conoce las costumbres de las fimbrias y de las filacterias, sabe recitar las oraciones y las bendiciones cotidianas. Puede, por tanto, conociendo la Ley en sí y en sus tres ramas, Halasia, Midrás y Haggadá, guiarse como hombre. Por ello, deseo ser liberado de la responsabilidad de sus acciones y de sus pecados. Que de ahora en adelante quede sujeto a los preceptos y pague en sí las penas por las faltas respecto a ellos. Examinadlo.
-Lo haremos. Acércate, niño. ¿Tu nombre?
-Jesús de José, de Nazaret.
-Nazareno… Entonces, ¿sabes leer?
-Sí, rabí. Sé leer las palabras escritas y las que están encerradas en las palabras mismas.
-¿Qué quieres decir con ello?
-Quiero decir que comprendo el significado de la alegoría o del símbolo celado bajo la apariencia; de la misma forma que no se ve la perla pero está dentro de la concha fea y cerrada.
-Respuesta no común, y muy sabia. Raramente se oye esto en boca de adultos, ¡así que fíjate tú, oírselo a un niño, y además, por si fuera poco, nazareno!….
Se ha despertado la atención de los doctores y sus ojos no pierden de vista un instante al hermoso Niño rubio que los está mirando seguro; sin petulancia, sí, pero también sin miedo.
-Eres honra de tu maestro, el cual, ciertamente, era muy docto.
-La Sabiduría de Dios estaba recogida en su corazón justo.
-¿Estáis oyendo? ¡Dichoso tú, padre de un hijo así!.
José, que está en el fondo de la sala, sonríe y hace una reverencia.
Le dan a Jesús tres rollos distintos y le dicen:
-Lee el que está cerrado con una cinta de oro.
Jesús lo desenrolla y lee. Es el Decálogo. Pero, leídas las primeras palabras, un juez le quita el rollo y dice:
-Sigue de memoria.
Jesús sigue, tan seguro que parece como si estuviera leyendo. Y cada vez que nombra al Señor hace una profunda reverencia.
-¿Quién te ha enseñado a hacer eso? ¿Por qué lo haces?
-Porque es un Nombre santo y hay que pronunciarlo con signo interno y externo de respeto. Ante el rey, que lo es por breve tiempo, se inclinan los súbditos, y es sólo polvo, ¿ante el Rey de los reyes, ante el altísimo Señor de Israel, presente, aunque sólo visible al espíritu, no habrá de inclinarse toda criatura, que de Él depende con sujeción eterna?
-¡Muy bien! Hombre, nuestro consejo es que pongas a tu Hijo bajo la guía de Hil.lel o de Gamaliel. Es nazareno… pero
sus respuestas permiten esperar de Él un nuevo gran doctor.
-Mi hijo es mayor de edad. Hará lo que Él quiera. Yo, si su voluntad es honesta, no me opondré.
-Niño, escucha. Has dicho: «Acuérdate de santificar las fiestas, teniendo en cuenta que el precepto de no trabajar en día de sábado fue dicho no sólo para ti, sino también para tu hijo y tu hija, para tu siervo y tu sierva, e incluso para el jumento». Entonces, dime: si una gallina pone un huevo en día de sábado, o si una oveja pare, ¿será lícito hacer uso de ese fruto de su vientre, o habrá que considerarlo como cosa oprobiosa?
-Sé que muchos rabíes — el último de los cuales, en vida aún, es Siammai — dicen que el huevo puesto en día de sábado va contra el precepto. Pero Yo pienso que hay que distinguir entre el hombre y el animal, o quien cumple un acto animal como dar a luz. Si le obligo al jumento a trabajar, yo, al imponerme con el azote a que trabaje, cumplo también su pecado. Pero, si una gallina pone un huevo que ha ido madurando en su ovario, o si una oveja pare en día de sábado — porque ya está en condiciones de nacer su cría —, entonces no. Tal obra, en efecto, no es pecado, como tampoco lo son, a los ojos de Dios, ni el huevo puesto ni el cordero parido en sábado.
-¿Y cómo puede ser eso, si todo trabajo, cualquiera que fuere, en día de sábado, es pecado?
-Porque el concebir y generar corresponde a la voluntad del Creador y están regulados por leyes dadas por Él a todas las criaturas. Pues bien, la gallina no hace sino obedecer a esa ley que dice que después de tantas horas de formación el huevo está completo y ha de ponerse; y la oveja lo mismo, no hace sino que obedecer a esas leyes puestas por Aquel que todo hizo, el cual estableció que dos veces al año, cuando ríe la primavera por los campos floridos y cuando el bosque se despoja de su follaje y el frío intenso oprime el pecho del hombre, las ovejas se emparejasen para dar luego leche, carne y sustanciosos quesos en las estaciones opuestas, en los meses de más arduo trabajo por las mieses, o de más dolorosa escasez a causa de los hielos. Pues entonces, si una oveja, llegado su tiempo, da a luz a su criatura, ¡oh, ésta bien puede ser sagrada incluso para el altar, porque es fruto de obediencia al Creador!.
-Yo no seguiría examinándole. Su sabiduría es asombrosa y supera a la de los adultos.
-No. Se ha declarado capaz de comprender incluso los símbolos. Oigámoslo.
-Que antes diga un salmo, las bendiciones y las oraciones.
-También los preceptos.
-Sí. Di los midrasiots.
Jesús dice sin vacilar una letanía de «no hagas esto… no hagas aquello… ». Si nosotros debiéramos tener todavía todas estas limitaciones, siendo rebeldes como somos, le aseguro que no se salvaría ninguno…
-Vale. Abre el rollo de la cinta verde.
Jesús abre y hace ademán de leer.
-Más adelante, más.

Jesús obedece.
-Basta. Lee y explica, si es que te parece que haya algún símbolo.
-En la Palabra santa raramente faltan. Somos nosotros quienes no sabemos ver ni aplicar. Leo: cuarto libro de los Reyes, capítulo veintidós, versículo diez: «Safan, escriba, siguiendo informando al rey, dijo: ‘El Sumo Sacerdote Jilquías me ha dado un libro’. Habiéndolo leído Safan en presencia del rey, éste, oídas las palabras de la Ley del Señor, se rasgó las vestiduras y dio…».
-Sigue hasta después de los nombres.
-«…esta orden: ‘Id a consultarle al Señor por mí, por el pueblo, por todo Judá, respecto a las palabras de este libro que ha sido encontrado; pues la gran ira de Dios se ha encendido contra nosotros porque nuestros padres no escucharon, siguiendo sus prescripciones, las palabras de este libro’…».
-Basta. Este hecho sucedió hace muchos siglos. ¿Qué símbolo encuentras en un hecho de crónica antigua?
-Lo que encuentro es que no hay tiempo para lo eterno. Y Dios es eterno, y nuestra alma, como eternas son también las relaciones entre Dios y el alma. Por tanto, lo que había provocado entonces el castigo es lo mismo que provoca los castigos ahora, e iguales son los efectos de la culpa.
-¿Cuáles?
-Israel ya no conoce la Sabiduría, que viene de Dios; y es a Él, y no a los pobres seres humanos, a quien hay que pedirle luz; pero la luz no se recibe sin justicia y fidelidad a Dios. Por eso se peca, y Dios, en su ira, castiga.
-¿Nosotros ya no sabemos? ¿Qué dices, niño? ¿Y los seiscientos trece preceptos?
-Los preceptos existen, pero son palabras. Los sabemos, pero no los ponemos en práctica. Por tanto, no sabemos. El símbolo es éste: todo hombre, en todo tiempo, tiene necesidad de consultar al Señor para conocer su voluntad, y debe atenerse a ella para no atraer su ira.
-El niño es perfecto. Ni siquiera la celada de la pregunta insidiosa ha confundido su respuesta. Que sea conducido a la verdadera sinagoga.
Pasan a una habitación de mayores dimensiones y más pomposa. Aquí lo primero que hacen es rebajarle el pelo. José recoge los rizos. Luego le aprietan la túnica roja con un largo cinturón dando varias vueltas en torno a la cintura; le ciñen la frente y un brazo con unas cintas, y le fijan con una especie de bullones unas cintas al manto. Luego cantan salmos, y José alaba al Señor con una larga oración, e invoca toda suerte de bienes para su Hijo.
Termina la ceremonia. Jesús sale acompañado de José. Vuelven al lugar de donde habían venido, se unen de nuevo con los varones de la familia, compran y ofrecen un cordero, y luego, con la víctima degollada, van a donde las mujeres.
María besa a su Jesús. Es como si hiciera años que no lo viera. Lo mira — ahora tiene indumento y pelo más de hombre
— lo acaricia… Salen y todo termina.

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Foros de la Virgen María María del Rosario de San Nicolás: Argentina MENSAJES Y VISIONES

Mensajes de Navidad de la Virgen en San Nicolás

PREPARÁNDONOS A LA NAVIDAD 

Mensajes a la vidente Gladys Quiroga de Motta

07-12-86
«Mis queridos hijos, en la Novena de este mes: Orad, id preparando vuestros corazones para recibir Navidad.
Benditos los que lo hagáis. ¡Esta Madre tiene tanto para daros, Amor, Gracia y Bendición!.
¡Venid, ved a la Madre, venid, ved a su Niño!.
Alabado sea mi Divino Hijo.»

09-12-87
«Mi amada hija: Dios, obra maravillas en sus criaturas. Así obró en Mí, Su Espíritu, al engendrar a Mi Hijo, Mi Unico Hijo, a quien acuné en Mi Purísimo Seno Maternal, durante nueve meses.
Este Hijo, que, como aquella noche en Belén, quiere ser hoy, recibido con humildad, pero también, con el amor que son capaces de dar los hombres.
En esta novena, deben prepararse los corazones; en la oración, en la confesión y en la Santa Comunión, para recibir debidamente, al Hijo de Dios.
Es ésta, la hora de demostrar el hombre, el amor a Cristo y de entregarse, por amor a Cristo.
Amén, amén.
Que este mensaje, llegue a todos tus hermanos.»

7-12-87
«Hija: Mi Corazón de Madre, latió siempre junto a Mi Amado Hijo, desde el momento mismo de la Anunciación. Mi Corazón, se inundó de dicha, el Día de Su Nacimiento, aún cuando su cuna, fue un pesebre en un pobre establo.
Mi Corazón, lo acompañó en Su predicación a sus discípulos, porque donde se encontraba Mi Hijo, estaba Mi Corazón de Madre.
Mi Corazón, se sobrecogió de dolor, cuando lo vi muerto en la Cruz; Mi pobre Corazón se angustia hoy, por las almas que se pierden, que permanecen ajenas al pedido de conversión, que hace Cristo Jesús a los hombres.
En todo momento estuve con El y como El, pido amor a los corazones.
Sí, que lo amen, con verdadera humildad y con sincero amor.
Amén, amén.»

10-12-88
«En esta novena: Preparaos para recibir a mi Niño, haciendo de vuestros corazones, pesebres, donde Mi Hijo, sea acunado con amor.
En la humildad, se prepara el corazón; en la humildad, se aprende a ser hijo de Dios.
A semejanza de vuestra Madre, adorad a Jesús, amad a Jesús.
Que las ofensas, la indiferencia hacia Cristo, sean aplacadas con la oración.
No están los hombres abandonados de Dios, sino Dios, abandonado de los hombres. Amén. Amén. Sea ésto, profundamente meditado.»

 

PREPARARNOS EN LA ORACIÓN, LA CONFESIÓN Y LA SANTA COMUNIÓN

La Virgen María en su mensaje del 9/12/87 nos dice que «deben prepararse los corazones; en la oración, en la confesión y en la Santa Comunión, para recibir debidamente, al Hijo de Dios».

Con respecto a la oración la Santísima Virgen nos dice:

08-07-88
Veo a la Santísima Virgen. Me dice: «Gladys, muchos se preguntarán de mi insistente pedido de oración. Te diré: La oración, ayuda al cristiano a meditar, lo saca de la prisa con que anda por el mundo y lo hace ir de prisa hacia Dios. Hace que profundice en el corazón y lo detiene en Dios, para que pueda escuchar a Dios. En la oración, el sediento de Dios, apaga su sed; el débil se fortalece y el orgulloso se vuelve humilde. Es que en la oración el alma se pone en presencia de Dios. Deben mis hijos crecer en oración y crecerán en amor a Dios. Amén, amén.»

El Sacramento de la Reconciliación, confesión, es fundamental para la vida del cristiano. Cuando nos vamos olvidando de este sacramento vamos perdiendo la noción de pecado. Volvamos a darle la gran importancia que tiene esta fuente de gracia y de divina misericordia. María nos dice:

03-11-84
«Hijos míos, el Señor se presenta ante vosotros de manera que podáis pedir, confiar en El y entregaros a El. Sería inútil si no fuera así, por eso os llevo a la Iglesia. Allí debéis volcar cualquier opresión, que padezca vuestro corazón en una confesión, donde quedará vuestra alma tan pura, que sentiréis que Cristo Jesús habita en ella. Para esto sirve la Iglesia, por esto es necesario acudir a ella, ahí está el Señor.
Gloria a Dios.»

La importancia de la Santa Comunión nos la explica la misma Madre del Cielo:

15-09-84
«Amados hijos valorad la Santa Misa, todo buen cristiano debe obligarse a participar de la Sagrada Cena, en la Santa Misa diaria o por lo menos una vez en la semana. Es en ese momento en el que mi adorado Hijo os transmite el Amor al Padre y la salvación eterna. Es también, donde podéis recordar que Cristo Jesús se ofrece, en obediencia absoluta a Dios Padre y confiando plenamente en El. Un gran ejemplo que debéis imitar, os invito a que os hagáis un deber comulgar, mas un deber con un gran amor hacia el Señor…»

09-06-85
«En la mañana la Virgen me dice: En la Santa Misa, no sólo se recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo simbólicamente, Cristo Jesús está presente y se ofrece verdaderamente. Que todos mis hijos vean en la Comunión al Salvador, que sientan esa íntima comunicación con Cristo y que Cristo entra en ellos. Hijos, apreciad también el tesoro incalculable que pone a vuestro alcance el Señor…«

 

MARÍA NOS CUENTA EL NACIMIENTO DE JESÚS

23-12-84
«Vosotros recordáis el nacimiento de mi adorado Hijo con amor, con mucho más amor lo recuerdo Yo, que nació de mis entrañas, sin saber el dolor que me esperaba y sin conocer su gran Cruz.
Con todo mi sufrimiento jamás dude del Amor de Dios, jamás me sentí desamparada, porque me hizo comprender, que a pesar del pecado del hombre, de las ofensas del hombre hacia Dios, El no lo abandona, por el contrario, dio en Cristo su respuesta de Amor, de eterno Amor.
Hijos míos, tenéis que recibir al Señor, cuando vuestro corazón sienta que llega, no lo rechacéis.
A Navidad la deberéis llevar siempre dentro vuestro, ya que es la llegada del Salvador, de vuestra salvación.
Aleluia.
Quiera Dios haceros ver en profundidad su Amor.»

23-12-85
Veo a la Santísima Virgen y me dice, muy suavemente: «Hija, hoy te revelaré el nacimiento de mi amado y dulcísimo Hijo.
Salió de mi vientre, de la misma manera que fue introducido, quiero decir, sin ser tocado.
Nació impulsado por el Espíritu del Señor Todopoderoso. No sentí ningún dolor, sólo sentí que mi vientre se abría y se cerraba, mas fue sólo una sensación, porque no me quedó rastro alguno, quedando Yo intacta como antes.
Ese fue su maravilloso nacimiento, por la Gracia de Dios Padre.
Amén.»

04-10-86
«¡Hija, no sabes cuántos padecimientos sufrimos con mi esposo José! Tan pobres de amigos y de abrigos para cobijarnos, sólo nos acompañaba la intemperie y luego, ese establo que se convirtió en cuna para mi Hijo y asilo para nosotros.
Esa noche, que se perfilaba triste y silenciosa, fue para José y para Mí, la más hermosa; también lo sería para el mundo, ya que ahí nacía el Salvador de los hombres, el Justo entre los justos y el Señor por sobre todo.
Ora mi querida hija, para que el mundo lo conozca, porque a pesar de todo, de los siglos, no es conocido el Señor y mientras esto no ocurra, padecerá el hombre.
Tristre fin se procura éste, siendo que Dios tiene reservado para el cristiano, un hermoso despertar, un comienzo de vida nueva con Cristo y en Cristo.
Alabado siempre sea el Señor.»

  

MENSAJES DE NOCHEBUENA

24-12-83
«Hoy vosotros, la familia cristiana, celebráis la venida del Mesías; eso me llena de gozo, pero más sería mi alegría, al saber que todos los días de vuestra vida, de aquí en más, os acordaréis del Señor. El sabe de vuestras necesidades y en su justa medida; dad vuestra vida por El como El dio la suya por el mundo. Benditos sean los que están con el Señor.
Leed: Salmo 18, 3-4; Salmo 86, entero.»

24-12-84
«Vuestra relación con Dios la debéis mantener siempre en una total armonía. Pobres los hijos que no deseen hacerlo, sus corazones son semejantes a piedras.
Entended, mi boca habla para que entendáis, quiero que este día, en que la generosidad de Dios se ofrece, lo aprovechéis para purificar vuestros espíritus.
Gloria al Altísimo.»

24-12-85
Estaba yo rezando una decena del Santo Rosario, cuando llego al Gloria veo a la Santísima Virgen sola.
Siento su voz acompañándome en la oración, en actitud de súplica con sus manos juntas, mirando hacia abajo, rezando lentamente, al mismo ritmo que yo.
Luego me dice:
«Sí hija mía, así se debe orar, sin prisa, meditando. Es corto todo el tiempo para glorificar a Dios, entonces, alabadlo sin descanso.
Bendito el Señor del universo.»

24-12-86
«Acompañadme en esta Santa Noche con vuestra oración, recordad conmigo el nacimiento de mi amado Jesús.
Humilde nacimiento, mas no carente de amor, ya que con mi esposo José le dábamos todo nuestro amor, desde ese momento y para siempre.
Hijos míos, entregad con vuestra oración, también vuestro corazón.
Aleluia.»

24-12-87
«Digo a mis hijos: Adorad conmigo a Mi Niño, permaneced juntos conmigo en esta Nochebuena, orando, no permitiendo que nada se interponga entre El y vosotros.
Prometed amarlo, hoy y siempre y recibiréis la Bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Gloria al Salvador.»

24-12-88
«Hija mía: Ya estáis en espera de la llegada de Mi Niño y así como estoy Yo, junto a vosotros, así los quiero juntos Conmigo en esta Noche de Júbilo, Noche de Amor y de Paz.
Fueron las nuestras, horas de la más Dulce Espera, en ese crudo invierno.
El frío nos traspasaba a José y a Mí; estábamos despojados de toda comodidad; pequeño era nuestro equipaje, muy escaso nuestro abrigo.
En ese pobre ambiente Nació Jesús, pero en una deliciosa Paz.
En los primeros momentos, envuelto en unos pañales y un Sayal, fue colocado por Mí, en el Pesebre, luego lo acuné entre Mis brazos.
A El, le bastaba tan sólo Mi calor Maternal.
Fue allí Adorado por primera vez por José y por su Madre.
Nació pobre pero rico en Amor, porque grande es el Amor que encierra Su Corazón.
Hija, crudo es el invierno para muchas almas, para aquellas que se han rebelado contra Dios.
Es por eso que pido a todas las almas: Oración para reparar las graves ofensas que a El, le son inferidas.
Gloria al Salvador.»

24-12-89
«Velad Conmigo, en esta Noche tan importante para la humanidad.
Velad Conmigo, y junto a José, mi esposo que, ante cada rechazo, ante cada puerta que se cerraba, más unidos nos encontrábamos.
Frente a tanto hermetismo, frente a tanta frialdad, Nació Mi Niño, contando sólo con nuestro Calor, con nuestro Amor. Es por eso que pido hoy: Velad Conmigo junto a Mi Hijo, Adorándolo, respondiendo con amor, al Amor de Jesús.
Mi Corazón de Madre, no sabe de rencores, no sabe de soberbia, sólo sabe de Amor. Amor hacia los que se rebelan; Amor hacia los corazones aún endurecidos y cerrados.
No quiero hielo en los corazones, quiero amor. El Corazón de Jesús, reclama amor.
Las Glorias sean al Salvador.
Predícalo a todos tus hermanos.»

25-12-84
«Hijos míos, abrid vuestros ojos y levantad la mirada, que aquí está vuestra Madre. Quien descubra mi Corazón en El se verá reflejado.
Que el Espíritu del Señor os acompañe eternamente, rogad para que así sea.»
Veo una antorcha, la llama es rosada y alrededor celeste.
La Virgen me dice: «Hija, ya mi llama no se extinguirá, porque es la llama del Amor. Amén. Amén.»

25-12-85
«Hijos míos: Recibid este día jubilosamente.
Id haciendo crecer a Jesús dentro de vuestros corazones, con infinito amor, con ese infinito Amor que El siente por vosotros.
Os lo pido.
Gloria al Señor.»

25-12-86
«Celebrad con esperanza, con fe y con alegría este día.
Uníos a esta Madre; que éste mi gozo sea vuestro gozo, que junto a María despertéis, que junto a María reviváis, que el Mensaje de María no se diluya y en vosotros, mi amor quedará encendido.
Mi dulce y adorado Hijo alumbrará a este mundo en tinieblas.
La Madre os lo dice.
Amén, amén.»

25-12-88
«Es éste, un día de regocijo y de bienestar espiritual.
El Amor de Cristo, alcanza a todos los hombres; recibidlo con la oración por El, esperada.
Contra el desprecio, El, da Amor; contra la blasfemia, El, da Amor; contra la injusticia, El, da Amor.
Combatid también vosotros con Cristo, dando amor a manos llenas.
Vino Jesús al mundo por Amor y Su Segunda Venida será también por Amor, para Gloria Suya.
Abrid vuestros corazones y dejadlo entrar.
Aleluia.
Hazlo conocer hija mía.»

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Foros de la Virgen María María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

Visión del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo: visión de María Valtorta

Esta visión de María Valtorta es del 6 de junio de 1944.

Veo el interior de este pobre albergue rocoso que María y José comparten con los animales. La pequeña hoguera está a punto de apagarse, como quien la vigila a punto de quedarse dormido. María levanta su cabeza de la especie de lecho y mira. Ve que José tiene la cabeza inclinada sobre el pecho como si estuviese pensando, y está segura que el cansancio ha vencido su deseo de estar despierto…

¡Qué hermosa sonrisa le aflora por los labios! Haciendo menos ruido que haría una mariposa al posarse sobre una rosa, se sienta, y luego se arrodilla. Ora. Es una sonrisa de bienaventurada la que llena su rostro. Ora con los brazos abiertos no en forma de cruz, sino con las palmas hacia arriba y hacia adelante, y parece como si no se cansase con esta posición. Luego se postra contra el heno orando más intensamente. Una larga plegaria.

José se despierta. Ve que el fuego casi se ha apagado y que el lugar está casi oscuro. Echa unas cuantas varas. La llama prende. Le echa unas cuantas ramas gruesas, y luego otras más, porque el frío debe ser agudo. Un frío nocturno invernal que penetra por todas las partes de estas ruinas. El pobre José, como está junto a la puerta llamemos así a la entrada sobre la que su manto hace las veces de puerta debe estar congelado. Acerca sus manos al fuego. Se quita las sandalias y acerca los pies al fuego. Cuando ve que éste va bien y que alumbra lo suficiente, se da media vuelta. No ve nada, ni siquiera lo blanco del velo de María que formaba antes una línea clara en el heno oscuro. Se pone de pie y despacio se acerca a donde está María.

« ¿ No te has dormido? » le pregunta. Y por tres veces lo hace, hasta que Ella se estremece, y responde: « Estoy orando. »
« ¿ Te hace falta algo? »
« Nada, José. »
« Trata de dormir un poco. Al menos de descansar. »
« Lo haré. Pero el orar no me cansa. »
« Buenas noches, María. »
« Buenas noches, José».

María vuelve a su antigua posición. José, para no dejarse vencer otra vez del sueño, se pone de rodillas cerca del fuego y ora. Ora con las manos juntas sobre la cara. Las mueve algunas veces para echar más leña al fuego y luego vuelve a su ferviente plegaria. Fuera del rumor de la leña que chisporrotea, y del que produce el borriquillo que algunas veces golpea su pesuña contra el suelo, otra cosa no se oye.

Un rayo de luna se cuela por entre una grieta del techo y parece como hilo plateado que buscase a María. Se alarga, conforme la luna se alza en lo alto del cielo, y finalmente la alcanza. Ahora está sobre su cabeza que ora. La nimba de su candor.

María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí!.Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Sólo Ella puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo sólo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese.

Su vestido azul oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color de miosotis, sus manos y su rostro parecen tomar el azulino de un zafiro intensamente pálido puesto al fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las hace brillantes.

La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María; absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo. Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está para darse, se anuncia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que aumentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incienso, que bajan como una avenida, que se esparcen cual un velo…

La bóveda, llena de agujeros, telarañas, escombros que por milagro se balancean en el aire y no se caen; la bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real. Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos, cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una lagartija que está entre dos piedras, parece un collar de esmeraldas que alguna reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más hierba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece una cabellera suelta.

El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo… ¿qué es ahora? Un cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y perfumes.

La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescencia, la Virgen… y de ella emerge la Madre.

Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve Sus manitas gorditas como capullo de rosa, y Sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo Su boquita que parece una fresa selvática y que enseña una lengûita que se mueve contra el paladar rosado; que mueve Su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no sobre Su cabecita, sino sobre Su pecho, donde palpita Su corazoncito, que palpita por nosotros… allí donde un día recibirá la lanzada. Se la cura de antemano Su Mamita con un beso inmaculado.

El buey, que se ha despertado al ver la claridad, se levanta dando fuertes patadas sobre el suelo y muge. El borrico vuelve su cabeza y rebuzna. Es la luz la que lo despierta, pero yo me imagino que quisieron saludar a su Creador, creador de ellos, creador de todos los animales.

José que oraba tan profundamente que apenas si caía en la cuenta de lo que le rodeaba, se estremece, y por entre sus dedos que tiene ante la cara, ve que se filtra una luz. Se quita las manos de la cara, levanta la cabeza, se voltea. El buey que está parado no deja ver a María. Ella grita: « José, ven. »

José corre. Y cuando ve, se detiene, presa de reverencia, y está para caer de rodillas donde se encuentra, si no es que María insiste: « Ven, José», se sostiene con la mano izquierda sobre el heno, mientras que con la derecha aprieta contra su corazón al Pequeñín. Se levanta y va a José que camina temeroso, entre el deseo de ir y el temor de ser irreverente.

A los pies de la cama de paja ambos esposos se encuentran y se miran con lágrimas llenas de felicidad.

« Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre» dice María.
Y mientras José se arrodilla, Ella de pie entre dos troncos que sostienen la bóveda, levanta a su Hijo entre los brazos y dice: « Heme aquí. En Su Nombre, ¡ oh Dios! te digo esto. Heme aquí para hacer Tu Voluntad. Y con El, yo, María y José, mi esposo. Aquí están Tus siervos, Señor. Que siempre hagamos a cada momento, en cualquier cosa, Tu Voluntad, para gloria Tuya y por amor Tuyo. »

Luego María se inclina y dice: « Tómalo, José» y ofrece al Pequeñín.
« ¿ Yo? ¿ Me toca a mí? ¡ Oh, no! ¡ No soy digno! »

José está terriblemente despavorido, aniquilado ante la idea de tocar a Dios.
Pero María sonriente insiste: « Eres digno de ello. Nadie más que tú, y por eso el Altísimo te escogió. Tómalo, José y tenlo mientras voy a buscar los pañales. »

José, rojo como la púrpura, extiende sus brazos, toma ese montoncito de carne que chilla de frío y cuando lo tiene entre sus brazos no siente más el deseo de tenerlo separado de sí por respeto, se lo estrecha contra el corazón diciendo en medio de un estallido de lágrimas: « ¡ Oh, Señor, Dios mío! » y se inclina a besar los piececitos y los siente fríos. Se sienta, lo pone sobre sus rodillas y con su vestido café, con sus manos procura cubrirlo, calentarlo, defenderlo del viento helado de la noche.

Quisiera ir al fuego, pero allí la corriente de aire que entra es peor. Es mejor quedarse aquí. No. Mejor ir entre los dos animales que defienden del aire y que despiden calor. Y se va entre el buey y el asno y se está con las espaldas contra la entrada, inclinado sobre el Recién nacido para hacer de su pecho una hornacina cuyas paredes laterales son una cabeza gris de largas orejas, un grande hocico blanco cuya nariz despide vapor y cuyos ojos miran bonachonamente.

María abrió ya el cofre, y sacó ya lienzos y fajas. Ha ido a la hoguera a calentarlos. Viene a donde está José, envuelve al Niño en lienzos tibios y luego en su velo para proteger Su cabecita. «¿ Dónde lo pondremos ahora?» pregunta.

José mira a su alrededor. Piensa… « Espera » dice. « Vamos a echar más acá a los dos animales y su paja. Tomaremos más de aquella que está allí arriba, y la ponemos aquí dentro. Las tablas del pesebre lo protegerán del aire; el heno le servirá de almohada y el buey con su aliento lo calentará un poco. Mejor el buey. Es más paciente y quieto. »

Y se pone hacer lo dicho, entre tanto María arrulla a su Pequeñín apretándoselo contra su corazón, y poniendo sus mejillas sobre la cabecita para darle calor. José vuelve a atizar la hoguera, sin darse descanso, para que se levante una buena llama. Seca el heno y según lo va sintiendo un poco caliente lo mete dentro para que no se enfríe.

Cuando tiene suficiente, va al pesebre y lo coloca de modo que sirva para hacer una cunita. « Ya está » dice.
« Ahora se necesita una manta, porque el heno espina y para cubrirlo completamente … »
« Toma mi manto » dice María.
« Tendrás frío. »
« ¡ Oh, no importa! La capa es muy tosca; el manto es delicado y caliente. No tengo frío para nada. Con tal de que no sufra Él. »

José toma el ancho manto de delicada lana de color azul oscuro, y lo pone doblado sobre el heno, con una punta que pende fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está ya preparado.

María, con su dulce caminar, lo trae, lo coloca, lo cubre con la extremidad del manto; le envuelve la cabecita desnuda que sobresale del heno y la que protege muy flojamente su velo sutil. Tan solo su rostro pequeñito queda descubierto, gordito como el puño de un hombre, y los dos, inclinados sobre el pesebre, bienaventurados, lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los pañales y del heno han calmado Su llanto y han hecho dormir al dulce Jesús.

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Foros de la Virgen María María de Jesús de Agreda MENSAJES Y VISIONES

Visiones y Revelaciones relacionadas con el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo: visión de María de Agreda

MÍSTICA CIUDAD DE DIOS DE MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA.

451. Volvió la gran Reina del cielo con la respuesta a San José y le declaró la Voluntad del Altísimo de que le obedeciese y acompañase en su jornada a Belén. Conque el santo esposo quedó lleno de nuevo júbilo y consuelo, y reconociendo este gran favor de la mano del Señor, le dio gracias con profundos actos de humildad y reverencia, y hablando a su divina esposa, la dijo: Señora mía, y causa de mi alegría, de mi felicidad y dicha, sólo me resta dolerme en este viaje de los trabajos que en él habéis de padecer, por no tener caudal para vencerlos y llevaros con la comodidad que yo quisiera preveniros para la peregrinación…

Pero deudos y conocidos y amigos hallaremos en Belén de nuestra familia, que yo espero nos recibirán con caridad, y allí descansaréis de la molestia del camino, si lo dispone el Altísimo, como yo vuestro siervo lo deseo.
-Era verdad que el santo esposo José lo prevenía así con su afecto, mas el Señor tenía dispuesto lo que él entonces ignoraba; y porque se le frustraron sus deseos sintió después mayor amargura y dolor, como se verá. No declaró María santísima a San José lo que en el Señor tenía previsto del misterio de su divino parto, aunque sabía no sucedería lo que él pensaba, pero antes bien animándole, le dijo: Esposo y señor mío, yo voy con mucho gusto en vuestra compañía y haremos la jornada como pobres en el nombre del Altísimo, pues no desprecia Su Alteza la misma pobreza, que viene a buscar con tanto amor. Y supuesto será su protección y amparo con nosotros en la necesidad y en el trabajo, pongamos en ella nuestra confianza. Y vos, señor mío, poned por su cuenta todos vuestros cuidados.
 
452. Determinaron luego el día de su partida, y el santo esposo con diligencia salió por Nazaret a buscar alguna bestezuela en que llevar a la Señora del mundo; y no fácilmente pudo hallarla, por la mucha gente que salía a diferentes ciudades a cumplir con el mismo edicto del emperador. Pero después de muchas diligencias y penoso cuidado halló San José un jumentillo humilde, que si pudiéramos llamarle dichoso, lo había sido entre todos los animales irracionales, pues no sólo llevó a la Reina de todo lo criado, y en ella al Rey y Señor de los reyes y señores, pero después se halló en el nacimiento del niño (Is 1, 3) y dio a su Criador el obsequio que los hombres le negaron, como adelante se dirá (Cf. infra n. 485). Previnieron lo necesario para el viaje, que fue jornada de cinco días; y era la recámara de los divinos caminantes con el mismo aparato que llevaron en la primera peregrinación que hicieron a casa de San Zacarías, como arriba se dijo, libro ni, capítulo 15, número 196, porque sólo llevaban pan y fruta y algunos peces, que era el ordinario manjar y regalo de que usaban. Y como la prudentísima Virgen tenía luz de que tardaría mucho tiempo en volver a su casa, no sólo llevó consigo las mantillas y fajos prevenidos para su divino parto, pero dispuso las cosas con disimulación, de manera que todas estuviesen al intento de los fines del Señor y sucesos que esperaba; y dejaron encargada su casa a quien cuidase de ella mientras volvían.
  
 453. Llegó el día y hora de partir para Belén, y como el fidelísimo y dichoso San José trataba ya con nueva y suma reverencia a su soberana esposa, andaba como vigilante y cuidadoso siervo inquiriendo y procurando en qué darla gusto y servirla, y la pidió con grande afecto le advirtiese de todo lo que deseaba y que él ignorase para su agrado, descanso y alivio, y dar beneplácito al Señor que llevaba en su virginal vientre. Agradeció la humilde Reina estos afectos santos de su esposo, y remitiéndolos a la gloria y obsequio de su Hijo santísimo, le consoló y animó para el trabajo del camino, con asegurarle de nuevo el agrado que tenía Su Majestad de todos sus cuidados, y que recibiesen con igualdad y alegría del corazón las penalidades que como pobres se les seguirían en la jornada. Y para darle principio se hincó de rodillas la Emperatriz de las alturas y pidió a San José le diese su bendición. Y aunque el varón de Dios se encogió mucho y dificultó el hacerlo por la dignidad de su esposa, pero ella venció en humildad y le obligó a que se la diese.

Hízolo San José con gran temor y reverencia, y luego con abundantes lágrimas se postró en tierra y la pidió le ofreciese de nuevo a su Hijo santísimo y le alcanzase perdón y su divina gracia. Con esta preparación partieron de Nazaret a Belén, en medio del invierno, que hacía el viaje más penoso y desacomodado. Pero la Madre de la vida, que la llevaba en su vientre, sólo atendía a sus divinos efectos y recíprocos coloquios, mirándole siempre en su tálamo virginal, imitándole en sus obras y dándole mayor agrado y gloria que todo el resto de las criaturas juntas.
  
 
Doctrina que me dio la Reina Santísima María
 
454. Hija mía, todo el discurso de mi vida y en cada uno de los capítulos y misterios que vas escribiendo conocerás la divina y admirable providencia del Altísimo y su paternal amor para conmigo, su humilde sierva. Y aunque la capacidad humana no puede dignamente penetrar y ponderar estas obras admirables y de tan alta sabiduría, pero debe venerarlas con todas sus fuerzas y disponerse para mi imitación y para la participación de los favores que el Señor me hizo. Porque no han de imaginar los mortales que sólo en mí y para mí se quiso mostrar Dios santo, poderoso y bueno infinitamente; y es cierto que si alguna y todas las almas se entregasen del todo a la disposición y gobierno de este Señor, conocieran luego con experiencia aquella misma fidelidad, puntualidad y suavísima eficacia con que disponía Su Majestad conmigo todas las cosas que tocaban a su gloria y servicio y también gustaran aquellos dulcísimos efectos y movimientos divinos que yo sentía con el rendimiento que tenía a su santísima voluntad, y no menos recibieran respectivamente la abundancia de sus dones, que como en un piélago infinito están casi represados en su divinidad. Y de la manera que si al peso de las aguas del mar se les diese algún conducto por donde según su inclinación hallasen despedida, correrían con invencible ímpetu, así procederían la gracia y beneficios del Señor sobre las criaturas racionales si ellas diesen lugar y no impidiesen su corriente. Esta ciencia ignoran los mortales, porque no se detienen a pensar y considerar las obras del Altísimo.
 
455. De ti quiero que la estudies y escribas en tu pecho, y que asimismo aprendas de mis obras el secreto que debes guardar de tu interior y lo que en él tienes, y la pronta obediencia y rendimiento a todos, anteponiendo siempre el parecer ajeno a tu dictamen propio. Pero esto ha de ser de manera que para obedecer a tus superiores y padre espiritual has de cerrar los ojos, aunque conozcas que en alguna cosa que te mandan ha de suceder lo contrario, como sabía yo que no sería lo que mi santo esposo José esperaba sucedería en la jornada de Belén. Y si esto te mandase otro inferior o igual, calla y disimula y ejecuta todo lo que no fuere culpa o imperfección. Oye a todos con silencio y advertencia para que aprendas. En hablar serás muy tarda y detenida, que esto es ser prudente y advertida. También te acuerdo de nuevo, que para todo lo que hicieres pidas al Señor te dé su bendición, para que no te apartes de su divino beneplácito. Y si tuvieres oportunidad, pide también licencia y bendición a tu padre espiritual y maestro, porque no te falte el gran merecimiento y perfección de estas obras, y me des a mí el agrado que de ti deseo.
 
 
La jornada que María santísima hizo de Nazaret a Belén en compañía del santo esposo José, y los Ángeles que la asistían
 
 456. Partieron de Nazaret para Belén María purísima y el glorioso San José, a los ojos del mundo tan solos como pobres y humildes peregrinos, sin que nadie de los mortales los reputase ni estimase más de lo que con él tienen granjeado la humildad y pobreza. Pero, ¡Oh admirables sacramentos del Altísimo, ocultos a los soberbios e inescrutables para la prudencia carnal! No caminaban solos, pobres ni despreciados, sino prósperos, abundantes y magníficos: eran el objeto más digno del eterno Padre y de su amor inmenso y lo más estimable de sus ojos, llevaban consigo el tesoro del cielo y de la misma divinidad, venerábanlos toda la corte de los ciudadanos celestiales y reconocían las criaturas insensibles la viva y verdadera arca del Testamento, mejor que las aguas del Jordán a su figura y sombra cuando corteses se dividieron para hacerle franco el paso a ella y a los que la seguían (Jos 3, 16). Acompañáronlos los diez mil Ángeles que arriba dije, núm. 450; fueron señalados por el mismo Dios para que sirviesen a Su Majestad y a su santísima Madre en toda esta jornada; y estos escuadrones celestiales iban en forma humana visible para la divina Señora, más refulgentes cada uno que otros tantos soles, haciéndola escolta, y ella iba en medio de todos más guarnecida y defendida que el lecho de Salomón con los sesenta valentísimos de Israel (Cant 3, 7) que ceñidas las espadas le rodeaban. Fuera de estos diez mil Ángeles asistían otros muchos que bajaban y subían a los cielos, enviados del Padre eterno a su Unigénito humanado y a su Madre santísima, y de ellos volvían con las legacías que eran enviados y despachados.
457. Con este real aparato oculto a los mortales caminaban María santísima y San José, seguros de que a sus pies no les ofendería la piedra (Sal 90, 12) de la tribulación, porque mandó a sus Ángeles el Señor que los llevasen en las manos de su defensa y custodia. Y este mandato cumplían los ministros fidelísimos, sirviendo como vasallos a su gran Reina, con admiración de alabanza y gozo, viendo recopilados en una pura criatura tantos sacramentos juntos, tales perfecciones, grandezas y tesoros de la divinidad, y todo con la dignidad y decencia que aun a su misma capacidad angélica excedía. Hacían nuevos cánticos al Señor, contemplándole sumo Rey de gloria descansando en su reclinatorio de oro (Cant 3, 10), y a la divina Madre, ya como carroza incorruptible y viva, ya como espiga fértil de la tierra prometida (Lev 23, 10) que encerraba el grano vivo, ya como nave rica del mercader (Prov 31, 14), que le llevaba a que naciera en la «casa del pan» (Belén), para que muriendo en la tierra (Jn 12, 24) fuese multiplicado en el cielo. Duróles cinco días la jornada; que por el preñado de la Madre Virgen, ordenó su Esposo llevarla muy despacio. Y nunca la soberana Reina conoció noche en este viaje; porque, algunos días que caminaban parte de ella, despedían los Ángeles tan grande resplandor como todas las iluminarías del cielo juntas cuando al mediodía tienen su mayor fuerza en la más clara serenidad. Y de este beneficio y de la vista de los Ángeles gozaba San José en aquellas horas de las noches; y entonces se formaba un coro celestial de todos juntos, en que la gran Señora y su esposo alternaban con los soberanos espíritus admirables cánticos e himnos de alabanza, conque los campos se convertían en nuevos cielos. Y de la vista y resplandor de sus ministros y vasallos gozó la Reina en todo el viaje, y de dulcísimos coloquios interiores que tenía con ellos.
 
458. Con estos admirables favores y regalos mezclaba el Señor algunas penalidades y molestias que se ofrecían a su divina Madre en el viaje. Porque el concurso de la gente en las posadas, por los muchos que caminaban con la ocasión del imperial edicto, era muy penoso e incómodo para el recato y modestia de la purísima Madre y Virgen y para su esposo, porque como pobres y encogidos eran menos admitidos que otros y les alcanzaba más descomodidad que a los muy ricos; que el mundo, gobernado por lo sensible, de ordinario distribuye sus favores al revés y con acepción de personas. Oían nuestros santos peregrinos repetidas palabras ásperas en las posadas a donde llegaban fatigados, y en algunas los despedían como a gente inútil y despreciable, y muchas veces admitían a la Señora de cielo y tierra en un rincón de un portal, y otras aun no le alcanzaba; y se retiraban ella y su esposo a otros lugares más humildes y menos decentes en la estimación del mundo; pero en cualquiera lugar, por contentible que fuese, estaba la corte de los ciudadanos del cielo con su Rey supremo y Reina soberana, y luego todos la rodeaban y encerraban como un impenetrable muro, con que el tálamo de Salomón estaba seguro y defendido de los temores nocturnos Cant 3, 8). Y su fidelísimo esposo San José, viendo a la Señora de los cielos tan guarnecida de sus ejércitos divinos, descansaba y dormía, porque ella también cuidaba de esto, para que se aliviase algo del trabajo del camino. Y ella se quedaba en coloquios celestiales con los diez mil ángeles que la asistían.
 
459. Aunque Salomón en los Cantares comprendió grandes misterios de la Reina del cielo por diversas metáforas y similitudes, pero en el capítulo 3 habló más expresamente de lo que sucedió a la divina Madre en el preñado de su Hijo santísimo y en esta jornada que hizo para su sagrado parto; porque entonces fue cuando se cumplió a la letra todo lo que allí se dice del lecho de Salomón, de su carroza y reclinatorio de oro, de la guarda que le puso de los fortísimos de Israel que gozan de la visión divina y todo lo demás que contiene aquella profecía, cuya inteligencia basta haberla apuntado en lo que se ha dicho para convertir toda mi admiración al sacramento de la sabiduría infinita en estas obras tan venerables para la criatura. ¿Quién habrá de los mortales tan duro que no se ablande su corazón, o tan soberbio que no se confunda, o tan inadvertido que no se admire de ver una maravilla compuesta de tan varios y contrarios extremos? ¡Dios infinito y verdaderamente oculto y escondido en el tálamo virginal de una doncella tierna llena de hermosura y gracia, inocente, pura, suave, dulce, amable a los ojos de Dios y de los hombres, sobre todo cuanto el mismo Señor ha criado y criará jamás! ¡Esta gran Señora, con el tesoro de la divinidad, despreciada, afligida, desestimada y arrojada de la ciega ignorancia y soberbia mundana! Y por otra parte, en los lugares más contentibles, ¡amada y estimada de la beatísima Trinidad, regalada de sus caricias, servida de sus Ángeles, reverenciada, defendida y amparada de su grande y vigilante custodia! ¡Oh hijos de los hombres, tardos y duros de corazón (Sal 4, 3), qué engañosos son vuestros pesos y juicio, como dice Santo Rey David (Sal 61, 10)), que estimáis a los ricos, despreciáis a los pobres, levantáis a los soberbios y abatís a los humildes, arrojáis a los justos y aplaudís a los vanos! Ciego es vuestro dictamen, y errada vuestra elección, conque os halláis frustrados en vuestros mismos deseos. Ambiciosos que buscáis riquezas y tesoros y os halláis pobres y abrazados con el aire, si recibierais al Arca verdadera de Dios, recibierais y consiguierais muchas bendiciones de la diestra divina, como Obededón (2 Sam 6, 11), pero porque la despreciasteis, os sucedió a muchos lo que a Oza (2 Sam 6, 7), que quedasteis castigados.
 
460. Conocía y miraba la divina Señora entre todo esto la variedad de almas que había en todos los que iban y venían y penetraba sus pensamientos más ocultos y el estado que cada una tenía, en gracia o en pecado, y los grados que en estos diferentes extremos tenían; y de muchas almas conocía si eran predestinadas (al Cielo) o réprobas [precitas – Dios quiere que todos se salven y da gracia suficiente para salvación a todos. Los que se condenen, se condenen por su propia culpa ya que no hay predestinación al infierno], si habían de perseverar o caer o levantarse; y toda esta variedad le daba motivos de ejercitar heroicos actos de virtudes con unos y por otros; porque para muchos alcanzaba la perseverancia, para otros eficaz auxilio con que se levantasen del pecado a la gracia, por otros lloraba y clamaba al Señor con íntimos afectos, y por los réprobos, aunque no pidiese tan eficazmente, sentía intensísimo dolor de su final perdición. Y fatigada muchas veces con estas penas, más sin comparación que con el trabajo del camino, sentía algún desfallecimiento en el cuerpo, y los santos Ángeles, llenos de refulgente luz y hermosura, la reclinaban en sus brazos, para que en ellos descansase y recibiese algún alivio. A los enfermos, afligidos y necesitados consolaba por el camino, sólo con orar por ellos y pedir a su Hijo santísimo el remedio de sus trabajos y necesidades; porque en esta jornada, por la multitud y concurso de la gente, se retiraba a solas sin hablar, atendiendo mucho a su divino preñado, que ya se manifestaba a todos. Este era el retorno que la Madre de misericordia daba a los mortales por el mal hospedaje que de ellos recibía.
 
461. Y para mayor confusión de la ingratitud humana, sucedió alguna vez que, como era invierno, llegaban a las posadas con grandes fríos de las nieves y lluvias -que no quiso el Señor les faltase esta penalidad— y era necesario retirarse a los mismos lugares viles donde estaban los animales, porque no les daban otro mejor los hombres; y la cortesía y humanidad que les faltaba a ellos, tenían las bestias, retirándose y respetando a su Hacedor y a su Madre, que le tenía en su virginal vientre. Bien pudiera la Señora de las criaturas mandar a los vientos, a la escarcha y a la nieve que no la ofendieran, pero no lo hacía por no privarse de la imitación de Cristo su Hijo santísimo en padecer, aun antes que él saliese de su virgíneo vientre, y así la fatigaron algo estas inclemencias en el camino. Pero el cuidadoso y fiel esposo San José atendía mucho a abrigarla, y más lo hacían los espíritus angélicos, en especial el príncipe San Miguel, que siempre asistió al lado diestro de su Reina, sin desampararla un punto en este viaje, y repetidas veces la servía, llevándola del brazo cuando se hallaba algo cansada. Y cuando era voluntad del Señor la defendía de los temporales inclementes y hacía otros muchos oficios en obsequio de la divina Señora y del bendito fruto de su vientre, Jesús.
 
462. Con la variedad alternada de estas maravillas llegaron nuestros peregrinos, María santísima y San José, a la ciudad de Belén el quinto día de su jornada a las cuatro de la tarde, sábado, que en aquel tiempo del solsticio hiemal ya a la hora dicha se despide el sol y se acerca la noche. Entraron en la ciudad buscando alguna casa de posada, y discurriendo muchas calles, no sólo por posadas y mesones, pero por las casas de los conocidos y de su familia más cercanos, de ninguno fueron admitidos y de muchos despedidos con desgracia y con desprecios. Seguía la honestísima Reina a su esposo, llamando él de casa en casa y de puerta en puerta, entre el tumulto de la mucha gente. Y aunque no ignoraba que los corazones y las casas de los hombres estarían cerrados para ellos, con todo eso por obedecer a San José quiso padecer aquel trabajo y honestísimo pudor o vergüenza que para su recato, y en el estado y edad que se hallaba, fue de mayor pena que faltarles la posada. Discurriendo por la ciudad llegaron a la casa donde estaba el registro y padrón público, y por no volver a ella se escribieron, y pagaron el fisco y la moneda del tributo real, con que salieron ya de este cuidado. Prosiguieron su diligencia y fueron a otras posadas, y habiéndola buscado en más de cincuenta casas, de todas fueron arrojados y despedidos; admirándose los espíritus soberanos de los altísimos misterios del Señor, de la paciencia y mansedumbre de su Madre Virgen y de la insensible dureza de los hombres. Con esta admiración bendecían al Altísimo en sus obras y ocultos sacramentos, porque desde aquel día quiso acreditar y levantar a tanta gloria la humildad y pobreza despreciada de los mortales.
 
463. Eran las nueve de la noche cuando el fidelísimo San José lleno de amargura e íntimo dolor se volvió a su esposa prudentísima, y la dijo: Señora mía dulcísima, mi corazón desfallece de dolor en esta ocasión viendo que no puedo acomodaros, no sólo como vos lo merecéis y mi afecto lo deseaba, pero ningún abrigo ni descanso, que raras veces o nunca se le niega al más pobre y despreciado del mundo. Misterio sin duda tiene esta permisión del cielo, que no se muevan los corazones de los hombres a recibirnos en sus casas. Acuerdóme, Señora, que fuera de los muros de la ciudad está una cueva que suele servir de albergue a los pastores y a su ganado. Lleguémonos allá, que si por dicha está desocupada, allí tendréis del cielo algún amparo cuando nos falta de la tierra.
– Respondióle la prudentísima Virgen: Esposo y señor mío, no se aflija vuestro piadosísimo corazón, porque no se ejecutan los deseos ardentísimos que produce el afecto que tenéis al Señor. Y pues le tengo en mis entrañas, por él mismo os suplico que le demos gracias por lo que así dispone. El lugar que me decís será muy a propósito para mi deseo. Conviértanse vuestras lágrimas en gozo con el amor y posesión de la pobreza, que es el tesoro rico e inestimable de mi Hijo santísimo. Este viene a buscar desde los cielos, preparémosele con júbilo del alma, que no tiene la mía otro consuelo, y vea yo que me le dais en esto. Vamos contentos a donde el Señor nos guía.
—Encaminaron para allá los Santos Ángeles a los divinos esposos, sirviéndoles de lucidísimas antorchas, y llegando al portal o cueva, la hallaron desocupada y sola. Y llenos de celestial consuelo, por este beneficio alabaron al Señor, y sucedió lo que diré en el capítulo siguiente. Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
 
464. Hija mía carísima, si eres de corazón blando y dócil para el Señor, poderosos serán los misterios divinos que has escrito y entendido para mover en ti afectos dulces y amorosos con el Autor de tantas y tales maravillas, en cuya presencia quiero de ti que desde hoy hagas nuevo y grande aprecio de verte desechada y desestimada del mundo.
Y dime, amiga, si en recambio de este olvido y menosprecio admitido con voluntad alegre, pone Dios en ti los ojos y la fuerza de su amor suavísimo, ¿Por qué no comprarás tan barato lo que vale no menos que infinito precio? ¿Qué te darán los hombres cuando más te celebren y te estimen? ¿Y qué dejarás si los desprecias? ¿No es todo mentira y vanidad? ¿No es una sombra fugitiva y momentánea que se les desvanece entre las manos a los que trabajan por cogerla?
Pues cuando todo lo tuvieras en las tuyas, ¿Qué hicieras en despreciarlo de balde? Considera bien cuánto menos harás en arrojarlo por granjear el amor del mismo Dios, el mío y de sus Ángeles; niégalo todo, carísima, y de corazón; y si no te despreciare el mundo tanto como debes desearlo, desprecíale tú a él y queda libre, expedita y sola, para que te acompañe el todo y sumo bien y recibas con plenitud los felicísimos efectos de su amor y con libertad le correspondas.
 
465. Es tan fiel amante mi Hijo santísimo de las almas, que me puso a mí por maestra y ejemplar vivo para enseñarlas el amor de la humildad y el eficaz desprecio de la vanidad y soberbia. Y también fue orden suya que para su grandeza y para mí, su sierva y Madre, faltase abrigo y acogida entre los hombres, dando motivo con este desamparo para que después las almas enamoradas y afectuosas se le ofrezcan, y obligarse con tan fina voluntad a venir y estar en ellas; como también buscó la soledad y la pobreza, no porque para sí tuviese necesidad de estos medios para obrar las virtudes en grado perfectísimo, sino para enseñar a los mortales que éste era el camino más breve y seguro para lo levantado del amor divino y unión con el mismo Dios.
 
466. Bien sabes, carísima, que incesantemente eres enseñada y amonestada con la luz de lo alto, para que olvidada de lo terreno y visible te ciñas de fortaleza (Prov 31, 17) y te levantes a imitarme, copiando en ti, según tus fuerzas, los actos y virtudes que de mi vida te manifiesto. Y éste es el primer intento de la ciencia que recibes para escribirla, porque tengas en mí este arancel y de él te valgas para componer tu vida y obras al modo que yo imitaba las de mi Hijo dulcísimo. Y el temor que te ha causado este mandato, imaginándole superior a tus fuerzas, le has de moderar y cobrar ánimo con lo que dice mi Hijo santísimo por el Evangelista San Mateo (Mt5, 48): Sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial. Esta voluntad del Altísimo que propone a su Iglesia santa no es imposible a sus hijos, y si ellos de su parte se disponen, a ninguno le negará esta gracia, para conseguir la semejanza con el Padre celestial, porque esto les mereció mi Hijo santísimo; pero el pesado olvido y desprecio que hacen los hombres de su redención impide que se consiga en ellos eficazmente su fruto.
 
467. De ti, hija mía, quiero especialmente esta perfección y te convido para ella por medio de la suave ley del amor a que encamino mi doctrina. Considera y pesa con la divina luz en qué obligación te pongo, y trabaja para corresponder a ella con prudencia de hija fiel y solícita, sin que te embarace dificultad o trabajo alguno, ni omitir virtud ni acción de perfección por ardua que sea. Ni te has de contentar con solicitar tu amistad con Dios y la salvación propia, pero si quieres ser perfecta a mi imitación y cumplir con lo que enseña el Evangelio, has de procurar la salud de otras almas y la exaltación del santo nombre de mi Hijo y ser instrumento en su mano poderosa para cosas fuertes y de su mayor agrado y gloria.
 
 
Nace Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea
 
 468. El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres, era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres, como queda dicho en el capítulo pasado.

Era este lugar tan despreciado y contentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con los adornos de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48) , que para los rectos de corazón había de nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la noche -símbolo de las del pecado- que ocupaban todo el mundo.

469. Entraron María santísima y San José en este prevenido hospicio, y con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban pudieron fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo deseaban, con gran consuelo y lágrimas de alegría. Luego los dos santos peregrinos hincados de rodillas alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio, que no ignoraban era dispuesto por los ocultos juicios de la eterna Sabiduría.
De este gran sacramento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en santificando con sus plantas aquella felicísima cuevecica, sintió una plenitud de júbilo interior que la elevó y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano a todos los vecinos de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían ocasionado tanto bien como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda de unos peñascos naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y tal que los hombres la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales, pero el eterno Padre la tenía destinada para abrigo y habitación de su mismo Hijo.
 
470. Los espíritus angélicos, que como milicia celestial guardaban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y humana que tenían, se le manifestaban también al santo esposo José, que en aquella ocasión era conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena, viendo tan adornado y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo, como para aliviar y animar su corazón y levantarle más para los sucesos que prevenía el Señor aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y Emperatriz del cielo, que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar, determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y propiciatorio sagrado, porque ni a ella le faltase ejercicio de humildad, ni a su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal ocasión podía prevenirle por adorno de su templo.
 
471. El santo esposo José, atento a la majestad de su divina esposa, que ella parece olvidaba en presencia de la humildad, la suplicó no le quitase a él aquel oficio que entonces le tocaba y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora. Y porque estando los Santos Ángeles en forma humana visible-parece que, a nuestro entender, se hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la humildad de su Reina-, luego con emulación santa ayudaron a este ejercicio o, por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron toda aquella caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió fuego con el aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se llegaron a él para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del cielo y tierra con la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo.
 
472.Dieron gracias al Señor,como acostumbraban, después de haber comido; y deteniéndose un breve espacio en esto y en conferir los misterios del Verbo humanado, la prudentísima Virgen reconocía se le llegaba el parto felicísimo. Rogó a su esposo San José se recogiese a descansar y dormir un poco, porque ya la noche corría muy adelante. Obedeció el varón divino a su esposa y la pidió que también ella hiciese lo mismo, y para esto aliñó y previno con las ropas que traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para servicio de los animales que en ella recogían. Y dejando a María santísima acomodada en este tálamo, se retiró el santo José a un rincón del portal, donde se puso en oración. Fue luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suavísima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis altísimo, do se le mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva dichosa; porque no volvió a sus sentidos hasta que le llamó la divina esposa. Y este fue el sueño que allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en el paraíso (Gen 2, 21).
 
473. En el lugar que estaba la Reina de las criaturas fue al mismo tiempo, movida de un fuerte llamamiento del Altísimo con eficaz y dulce transformación que la levantó sobre todo lo criado y sintió nuevos efectos del poder divino, porque fue este éxtasis de los más raros y admirables de su vida santísima. Luego fue levantándose más con nuevos lumines y cualidades que la dio el Altísimo, de los que en otras ocasiones he declarado, para llegar a la visión clara de la divinidad. Con estas disposiciones se le corrió la cortina y vio intuitivamente al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que todo entendimiento angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente entender. Renovóse en ella la noticia de los misterios de la divinidad y humanidad santísima de su Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de nuevo se le manifestaron otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto del divino pecho. Y yo no tengo bastantes, capaces y adecuados términos ni palabras para manifestar lo que de estos sacramentos he conocido con la luz divina; que su abundancia y fecundidad me hace pobre de razones.
 
474. Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar dignamente en el servicio, obsequio, educación del Verbo humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta petición hizo la divina Madre con humildad profundísima, como quien entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cual era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio: que le tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras.
 
475. Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y verdadera.
 
476. Otras circunstancias y condiciones de este divinísimo parto, aunque todos los fieles las suponen por milagrosas, pero como no tuvieron otros testigos más que a la misma Reina del cielo y sus cortesanos, no se pueden saber todas en particular, salvo las que el mismo Señor ha manifestado a su santa Iglesia en común, o a particulares almas por diversos modos. Y porque en esto creo hay alguna variedad, y la materia es altísima y en todo venerable, habiendo yo declarado a mis Prelados que me gobiernan lo que conocí de estos misterios para escribirlos, me ordenó la obediencia que de nuevo los consultase con la divina luz y preguntase a la Emperatriz del cielo, mi madre y maestra, y a los Santos Ángeles que me asisten y sueltan las dificultades que se me ofrecen, algunas particularidades que convenían a la mayor declaración del parto sacratísimo de María, Madre de Jesús, Redentor nuestro. Y habiendo cumplido con este mandato, volví a entender lo mismo, y me fue declarado que sucedió en la forma siguiente:
 
477. En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de Justicia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada y consagrada; porque no dividió, sino que penetró el virginal claustro, como los rayos del sol, que sin herir la vidriera cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que nacen comúnmente enredados los otros niños y están envueltos en ella en los vientres de sus madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde pudo nacer y originarse el error que se ha introducido de lo contrario. Basta saber y suponer que en la generación del Verbo humanado y en su nacimiento, el brazo poderoso del Altísimo tomó y eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de la generación humana, para que el Verbo hecho hombre verdadero, verdaderamente se llamase concebido, engendrado y nacido como hijo de la sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás condiciones que no son de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual, pero otras muchas que no derogan a la sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos términos de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria para que la Reina del cielo se llame Madre verdadera y Cristo Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella. Porque ni estos efectos del pecado o naturaleza eran necesarios para la verdad de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en mayor excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a entrambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que la divina diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se extendió con su poder a todo lo que en pura criatura fue posible.
 
478. Conforme a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese virgen en concebir y parir por obra del Espíritu Santo, quedando siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este privilegio la naturaleza, pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular excelencia; y porque no estuviese y careciese de ella, se la concedió el poder de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o piel que los demás, pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legítima Madre, y por esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la naturaleza este parto otras pensiones y tributos de menos pureza que contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como consiguiente al milagroso modo de nacer, que fuese privilegiado y libre de todo lo que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza; y aquella túnica secundina no se había de corromper fuera del virginal vientre, por haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la sangre y sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le comunican al divino cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima, como diré luego. Y el milagro con que se había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del vientre, se pudo obrar mejor quedándose en él, sin salir fuera.
 
479. Nació, pues, el niño Dios del tálamo virginal solo y sin otra cosa material o corporal que le acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque la divinidad y sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del alma santísima redundase y se comunicase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer, participando los dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para penetrar el claustro virginal y dejarle ileso en su virginal integridad, porque sin estos dotes pudiera Dios hacer otros milagros: que naciera el niño dejando virgen a la Madre, como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa, III, q. 28 a. 2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista de aquel objeto divino la prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con que había de tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había sido informada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la experiencia que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus ojos purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza.
 
480.El sagrado Evangelista San Lucas dice(Lc 2, 7) que la Madre Virgen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el Sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros presentaron a los ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto sucedió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella el corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y transformada en él. Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el Príncipe celestial a su feliz Madre, y la dijo: Madre, asimílate a mí, que por el ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de gracia más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y hombre por imitación perfecta.

-Respondió la prudentísima Madre: Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus ungüentos.- Aquí se cumplieron muchos de los ocultos misterios de los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen pasaron otros de los divinos coloquios que allí se refieren, como: Mi amado para mí y yo para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10). Atiende qué hermosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué hermoso eres, dilecto mío (Cant 1, 14-15); y otros muchos sacramentos que para referirlos sería necesario dilatar más de lo que es necesario este capítulo.

481. Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo dilectísimo juntamente la fueron patentes los actos interiores de su alma santísima unida a la divinidad, para que imitándolos se asimilase a él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la divina Señora la presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que decía: Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande agrado y complacencia (Mt 17, 5).
-Y la prudentísima Madre, divinizada toda entre tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo: Eterno Padre y Dios altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag 2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava fiel vuestra divina voluntad.
-Oyó luego una voz que le decía: Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como madre y reverencíale como a tu verdadero Dios.—Respondió la divina Madre: Aquí está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la humilde criatura tenga en sus manos y alimente con su leche a su mismo Señor y Criador.
 
482. Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios suspendió el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria de su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su Madre purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo: Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid enhorabuena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10). Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi insuficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea con vos.
—Luego se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo: Altísimo Criador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano con misericordia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo es de que se aplaque con vuestro Hijo y mío. Descanse ya la justicia, y magnifíquese vuestra misericordia, pues para esto se ha vestido el Verbo divino la similitud de la carne del pecado (Rom 8, 3) y se ha hecho hermano de los mortales y pecadores. Por este título los reconozco por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por ellos. Vos, Señor poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin merecerlo, porque esta dignidad es sobre todos merecimientos de criaturas, pero debo a los hombres en parte la ocasión que han dado a mi incomparable dicha, pues por ellos soy Madre del Verbo humanado pasible y Redentor de todos. No les negaré mi amor, mi cuidado y desvelo para su remedio. Recibid, eterno Dios, mis deseos y peticiones para lo que es de vuestro mismo agrado y voluntad.
 
483. Convirtióse también la Madre de Misericordia a todos los mortales, y hablando con ellos dijo: Consuélense los afligidos, alégrense los desconsolados, levántense los caídos, pacifíquense los turbados, resuciten los muertos, letifíquense los justos, alégrense los santos, reciban nuevo júbilo los espíritus celestiales, alíviense los profetas y patriarcas del limbo y todas las generaciones alaben y magnifiquen al Señor que renovó sus maravillas. Venid, venid, pobres; llegad, párvulos, sin temor, que en mis manos tengo hecho cordero manso al que se llama león; al poderoso, flaco; al invencible, rendido. Venid por la vida, llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que para todos le tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce bien de mi alma, dadme licencia para que reciba de vos aquel deseado ósculo de todas las criaturas. — Con esto la felicísima Madre aplicó sus divinos y castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que las esperaba como Hijo suyo verdadero.
 
484. Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre. Y como la beatísima Trinidad asistía con especial modo al nacimiento del Verbo encarnado, quedó el cielo como desierto de sus moradores, porque toda aquella corte invisible se trasladó a la feliz cueva de Belén y adoró también a su Criador en hábito nuevo y peregrino. Y en su alabanza entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico: Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis (Lc 2, 14). Y con dulcísima y sonora armonía le repitieron, admirados de las nuevas maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia, gracia, humildad y hermosura de una doncella tierna de quince años, depositaría y ministra digna de tales y tantos sacramentos.
 
485. Ya era hora que la prudentísima y advertida Señora llamase a su fidelísimo esposo San José, que, como arriba dije (Cf. supra n. 472), estaba en divino éxtasis, donde conoció por revelación todos los misterios del sagrado parto que en aquella noche se celebraron. Pero convenía también que con los sentidos corporales viese y tratase, adorase y reverenciase al Verbo humanado, antes que otro alguno de los mortales, pues él solo era entre todos escogido para despensero fiel de tan alto sacramento. Volvió del éxtasis mediante la voluntad de su divina Esposa, y restituido en sus sentidos, lo primero que vio fue el niño Dios en los brazos de su virgen Madre, arrimado a su sagrado rostro y pecho. Allí le adoró con profundísima humildad y lágrimas. Besóle los pies con nuevo júbilo y admiración, que le arrebatara y disolviera la vida, si no le conservara la virtud divina, y los sentidos perdiera, si no fuera necesario usar de ellos en aquella ocasión. Luego que el santo José adoró al niño, la prudentísima Madre pidió licencia a su mismo Hijo para asentarse, que hasta entonces había estado de rodillas, y administrándole San José los fajos y pañales que traían, le envolvió en ellos con incomparable reverencia, devoción y aliño, y así empañado y fajado, con sabiduría divina le reclinó la misma Madre en el pesebre, como el Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7), aplicando algunas pajas y heno a una piedra, para acomodarle en el primer lecho que tuvo Dios hombre en la tierra fuera de los brazos de su Madre. Vino luego, por voluntad divina, de aquellos campos un buey con suma presteza, y entrando en la cueva se juntó al jumentillo que la misma Reina había llevado; y ella les mandó adorasen con la reverencia que podían y reconociesen a su Criador. Obedecieron los humildes animales al mandato de su Señora y se postraron ante el niño y con su aliento le calentaron y sirvieron con el obsequio que le negaron los hombres. Así estuvo Dios hecho hombre envuelto en paños, reclinado en el pesebre entre dos animales, y se cumplió milagrosamente la profecía: que conoció el buey a su dueño y el jumento al pesebre de su señor, y no lo conoció Israel, ni su pueblo tuvo inteligencia (Is 1, 3). Doctrina de la Reina María santísima.
 
486. Hija mía, si los mortales tuvieran desocupado el corazón y sano juicio para considerar dignamente este gran sacramento de piedad que el Altísimo obró por ellos, poderosa fuera su memoria para reducirlos al camino de la vida y rendirlos al amor de su Criador y Reparador. Porque siendo los hombres capaces de razón, si de ella usaran con la dignidad y libertad que deben, ¿quién fuera tan insensible y duro que no se enterneciera y moviera a la vista de su Dios humanado y humillado a nacer pobre, despreciado, desconocido, en un pesebre entre animales brutos, sólo con el abrigo de una madre pobre y desechada de la estulticia y arrogancia del mundo? En presencia de tan alta sabiduría y misterio, ¿quién se atreverá a amar la vanidad y soberbia, que aborrece y condena el Criador de cielo y tierra con su ejemplo? Ni tampoco podrá aborrecer la humildad, pobreza y desnudez, que el mismo Señor amó y eligió para sí, enseñando el medio verdadero de la vida eterna. Pocos son los que se detienen a considerar esta verdad y ejemplo, y con tan fea ingratitud son pocos los que consiguen el fruto de tan grandes sacramentos.
 
487. Pero si la dignación de mi Hijo santísimo se ha mostrado tan liberal contigo en la ciencia y luz tan clara que te ha dado de estos admirables beneficios del linaje humano, considera bien, carísima, tu obligación y pondera cuánto y cómo debes obrar con la luz que recibes. Y para que correspondas a esta deuda, te advierto y exhorto de nuevo que olvides todo lo terreno y lo pierdas de vista y no quieras ni admitas otra cosa del mundo más de lo que te puede alejar y ocultar de él y de sus moradores, para que desnudo el corazón de todo afecto terreno, te dispongas para celebrar en él los misterios de la pobreza, humildad y amor de tu Dios humanado. Aprende de mi ejemplo la reverencia, temor y respeto con que le has de tratar, como yo lo hacía cuando le tenía en mis brazos; y ejecutarás esta doctrina cuando tú le recibas en tu pecho en el venerable Sacramento de la Eucaristía, donde está el mismo Dios y hombre verdadero que nació de mis entrañas. Y en este Sacramento le recibes y tienes realmente tan cerca, que está dentro de ti misma con la verdad que yo le trataba y tenía, aunque por otro modo.

488. En esta reverencia y temor santo quiero que seas extremada, y que también adviertas y entiendas, que con la obra de entrar Dios sacramentado en tu pecho te dice lo mismo que a mí me dijo en aquellas razones: Que me asimilase a él, como lo has entendido y escrito. El bajar del cielo a la tierra, nacer en pobreza y humildad, vivir y morir en ella con tan raro ejemplo y enseñanza del desprecio del mundo y de sus engaños, y la ciencia que de estas obras te ha dado, señalándose contigo en alta y encumbrada inteligencia y penetración, todo esto ha de ser para ti una voz viva que debes oír con íntima atención de tu alma y escribirla en tu corazón, para que con discreción hagas propios los beneficios comunes y entiendas que de ti quiere mi Hijo santísimo y mi Señor los agradezcas y recibas, como si por ti (Gal 2, 20) sola hubiera bajado del cielo a redimirte y obrar todas las maravillas y doctrina que dejó en su Iglesia santa.

 

Cómo los santos Ángeles evangelizaron en diversas partes el nacimiento de nuestro Salvador, y los pastores vinieron a adorarle

489. Habiendo celebrado los cortesanos del cielo en el portal de Belén el nacimiento de su Dios humanado y nuestro Reparador, fueron luego despachados algunos de ellos por el mismo Señor a diversas partes, para que evangelizasen las dichosas nuevas a los que según la divina voluntad estaban dispuestos para oírlas. El santo príncipe Miguel fue a los santos padres del limbo y les anunció cómo el Unigénito del Padre eterno hecho hombre había ya nacido y quedaba en el mundo y en un pesebre entre animales, humilde y manso cual ellos le habían profetizado.

Y especialmente habló a los santos Joaquín y Ana de parte de la dichosa Madre, porque ella misma se lo ordenó, y les dio la enhorabuena de que ya tenía en sus brazos al deseado de las gentes y prenunciado de todos los profetas y patriarcas. Fue el día de mayor consuelo y alegría que en su largo destierro había tenido toda aquella gran congregación de justos y santos. Y reconociendo todos al nuevo Hombre y Dios verdadero por autor de la salud eterna, hicieron nuevos cánticos en su alabanza y le adoraron y dieron culto. San Joaquín y Santa Ana, por medio del paraninfo del cielo San Miguel, pidieron a María su hija santísima que en su nombre reverenciase al niño Dios, fruto bendito de su virginal vientre, y así lo hizo luego la gran Reina del mundo, oyendo con extremado júbilo todo lo que el santo Príncipe le refirió de los padres del limbo.
 
490. Otro Ángel de los que guardaban y asistían a la divina Madre fue enviado a Santa Isabel y su hijo San Juan Bautista, y habiéndoles anunciado la nueva natividad del Redentor, la prudente matrona con su hijo, aunque era tan niño y tierno, se postraron en tierra y adoraron a su Dios humanado en espíritu y verdad (Jn 4, 23). Y el niño que estaba consagrado para su precursor fue renovado interiormente con nuevo espíritu más inflamado que el de Elías, causando estos misterios en los mismos Ángeles nueva admiración y alabanza. Pidieron también San Juan Bautista y su madre a nuestra Reina, por medio de los Ángeles, que en nombre de los dos adorase a su Hijo santísimo y los ofreciese de nuevo a su servicio; y todo lo cumplió luego la Reina celestial.
 
491. Con este aviso despachó luego Santa Isabel un propio a Belén y con él envió un regalo a la feliz Madre del niño Dios, que fue algún dinero, lienzo y otras cosas para abrigo del recién nacido y de su pobre Madre y esposo. Fue el propio con solo orden que visitase a su prima y a San José y que atendiese a la comodidad y necesidad que tuviesen, y de esto y su salud trajese nuevas ciertas. No tuvo este hombre más noticia del sacramento que sólo lo exterior que vio y reconoció, pero admirado y tocado de una fuerza divina volvió renovado interiormente y con júbilo admirable contó a Santa Isabel la pobreza y agrado de su deuda y del niño y San José, y los efectos que de verlo todo había sentido; y en el corazón dispuesto de la piadosa matrona fueron admirables los que obró tan sincera relación. Y si no interviniera la voluntad divina para el secreto y recato de tan alto sacramento, no se pudiera contener para dejar de visitar a la Madre Virgen y al niño Dios recién nacido. De las cosas que les envió tomó alguna parte la Reina, para suplir en algo la pobreza en que se hallaba, y lo demás distribuyó con los pobres; que de éstos no quiso le faltase compañía los días que estuvo en el portal o cueva del nacimiento.
 
492. Fueron también otros Ángeles a dar las mismas nuevas a San Zacarías, a San Simeón y Santa Ana la Profetisa, y a otros algunos justos y santos, de quienes se pudo fiar el nuevo misterio de nuestra redención; porque hallándolos el Señor dignamente prevenidos para recibirle con alabanza y fruto, parecía como deuda a su virtud no ocultarle el beneficio que se concedía al linaje humano. Y aunque no todos los justos de la tierra conocieron entonces este sacramento, pero en todos hubo algunos efectos divinos en la hora que nació el Salvador del mundo, porque todos los que estaban en gracia sintieron interior júbilo, nuevo y sobrenatural, ignorando la causa en particular. Y no sólo hubo mutaciones en los ángeles y en los justos, sino en otras criaturas insensibles, porque todas las influencias de los planetas se renovaron y mejoraron. El sol apresuró mucho su curso, las estrellas dieron mayor resplandor, y para los Reyes magos se formó aquella noche la milagrosa estrella (Mt 2, 2) que los encaminó a Belén; muchos árboles dieron flor y otros frutos, algunos templos de ídolos se arruinaron y otros ídolos cayeron y salieron de ellos demonios. Y de todos estos milagros, y otros que fueron manifiestos al mundo aquel día, daban diferentes causas los hombres desatinando en la verdad. Sólo entre los justos hubo muchos que con impulso divino sospecharon o creyeren que Dios había venido al mundo, aunque con certeza nadie lo supo, fuera de aquellos a quienes él mismo lo reveló. Entre ellos fueron los tres Reyes magos, a quienes enviaron otros Ángeles de los custodios de la Reina, que a cada uno singularmente, donde estaban en las partes del oriente, les revelaran intelectualmente por habla interior cómo el Redentor del linaje humano había nacido en pobreza y humildad. Y co
n esta revelación se les infundieron nuevos deseos de buscarle y adorarle, y luego vieron la señalada estrella que los encaminó a Belén, como diré adelante (Cf. Infra p.II n. 552ss).
 
493. Entre todos fueron muy dichosos los pastores (Lc 2, 8) de aquella región, que desvelados guardaban sus rebaños a la misma hora del nacimiento. Y no sólo porque velaban con aquel honesto cuidado y trabajo que padecían por Dios, mas también porque eran pobres, humildes y despreciados del mundo, justos y sencillos de corazón, eran de los que en el pueblo de Israel esperaban con fervor y deseaban la venida del Mesías, y de ella hablaban y conferían repetidas veces. Tenían mayor semejanza con el autor de la vida, tanto cuanto eran más disímiles del fausto, vanidad y ostentación mundana y lejos de su diabólica astucia. Representaban con estas nobles condiciones el oficio que venía a ejercer el pastor bueno, a reconocer sus ovejas y ser de ellas reconocido (Jn 10, 14). Por estar en tan conveniente disposición, merecieron ser citados y convidados como primicias de los Santos por el mismo Señor, para que entre los mortales fuesen ellos los primeros a quien se manifestase y comunicase el Verbo eterno humanado, y de quien se diese por alabado, servido y adorado. Para esto fue enviado el mismo Arcángel San Gabriel y, hallándolos en su vigilia, se les apareció en forma humana visible con gran resplandor de candidísima luz.
 
494. Halláronse los pastores repentinamente rodeados y bañados de celestial resplandor, y con la vista del Ángel, como poco ejercitados en tales revelaciones, temieron con gran pavor. Y el santo príncipe los animó, y les dijo: Hombres sinceros, no queráis temer, que os Evangelizo un grande gozo, y es que para vosotros ha nacido hoy el Salvador Cristo Señor nuestro en la ciudad de David. Y os doy por señal de esta verdad, que hallaréis al infante envuelto en paños y puesto en un pesebre. – A estas palabras del Santo Arcángel sobrevino de improviso gran multitud de celestial milicia, que con dulces voces y armonía alabaron al Muy Alto, y dijeron: Gloria en las alturas a Dios y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2, 9ss).- Y repitiendo este divino cántico tan nuevo en el mundo, desaparecieron los Santos Ángeles; sucediendo todo esto en la cuarta vigilia de la noche. Con esta visión angélica quedaron los humildes y dichosos pastores llenos de luz divina, encendidos y fervorosos, con deseo uniforme de lograr su felicidad y llegar a reconocer con sus ojos el misterio altísimo que ya habían percibido por el oído.
 
495. Las señas que les dio el Santo Ángel no parecían muy a propósito ni proporcionadas con los ojos de la carne para la grandeza del recién nacido; porque estar en un pesebre envuelto en humildes y pobres paños, no fueran indicios eficaces para conocer la majestad de rey, si no la penetraran con divina luz, de que fueron ilustrados y enseñados. Y porque estaban desnudos de la arrogancia y sabiduría mundana, fueron brevemente instruidos en la divina. Y confiriendo entre sí mismos lo que cada uno sentía de la nueva embajada, se determinaron de ir a toda prisa a Belén y ver la maravilla que habían oído de parte del Señor. Partieron luego sin dilación, y entrando en la cueva o portal hallaron, como dice el Evangelista San Lucas (Lc 2, 9ss), a María, a José y al infante reclinado en el pesebre. Y viendo todo esto conocieron la verdad de lo que habían oído del niño. A esta experiencia y visión se siguió una ilustración interior que recibieron con la vista del Verbo humanado; porque cuando los pastores pusieron en él los ojos, el mismo niño divino también los miró, despidiendo de su rostro grande resplandor, con cuyos rayos y refulgencia hirió el corazón sencillo de cada uno de aquellos pobres y felices hombres, y con eficacia divina los trocó y renovó en nuevo ser de gracia y santidad, dejándolos elevados y llenos de ciencia divina de los misterios altísimos de la encarnación y redención del linaje humano.
 
496. Postráronse todos en tierra y adoraron al Verbo humanado, y no ya como hombres rústicos e ignorantes, sino como sabios y prudentes le alabaron, confesaron y engrandecieron por verdadero Dios y hombre, Reparador y Redentor del linaje humano. La divina Señora y Madre del infante Dios estaba atenta a todo lo que decían, hacían y obraban los pastores, exterior e interior, por que penetraba lo íntimo de sus corazones. Y con altísima sabiduría y prudencia confería y guardaba todas estas cosas en su pecho (Lc 2, 19), careándolas con los misterios que en él tenía y con las Santas Escrituras y profecías. Y como ella era entonces el órgano del Espíritu Santo y la lengua del infante, habló a los pastores y los instruyó, amonestó y exhortó a la perseverancia en el mor divino y servicio del Altísimo. Ellos también la reguntaron a su modo y respondieron muchas cosas de los misterios que habían conocido; y estuvieron en el portal desde el punto de amanecer hasta después del ediodía, que habiéndoles dado de comer nuestra gran Reina, los despidió llenos de gracias y consolación celestial.
 
497. En los días que estuvieron en el portal María santísima, el Niño Dios y San José, volvieron algunas veces a visitarlos estos Santos Pastores y les trajeron algunos regalos de lo que su pobreza alcanzaba. Y lo que el Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 18), que se admiraban los que oyeron hablar a los pastores de lo que habían visto, no sucedió hasta después que la Reina con el Niño Dios y San José se fue y se alejó de Belén; porque lo dispuso así la divina sabiduría y que no lo pudiesen ublicar antes los pastores. Y no todos los que los oyeron les dieron crédito, juzgándolos algunos por gente rústica e ignorante, pero ellos fueron santos y llenos de ciencia divina hasta la muerte. Entre los que les dieron crédito fue Herodes, aunque no por fe ni piedad santa, sino por el temor mundano y pésimo de perder el reino. Y entre los niños que quitó la vida, fueron algunos hijos de estos santos hombres, que también merecieron esta grande dicha, y sus padres los ofrecieron con alegría al martirio, que ellos deseaban, y a padecer por el Señor que conocían.

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Foros de la Virgen María María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

Visión del viaje de María y José a Belén y la llegada a la Gruta: visión de María Valtorta

María Valtorta tiene una visión (el 5 de junio de 1944) de la Sagrada Familia viajando a Belén e instalándose en la gruta.

Veo un camino principal. Viene por él mucha gente. Borriquillos cargados de utensilios y de personas. Borriquillos que regresan. La gente los espolea. Quien va a pie, va aprisa porque hace frío…

El aire es limpio y seco. El cielo está sereno, pero tiene ese frío cortante de los días invernales. La campiña sin hojas parece más extensa, y los pastizales apenas si tienen hierba un poco crecida, quemada con los vientos invernales; en los pastizales las ovejas buscan algo de comer y buscan el sol que poco a poco se levanta; se estrechan una a la otra, porque también ellas tienen frío y balan levantando su trompa hacia el sol como si le dijesen: “Baja pronto, ¡que hace frío!“. El terreno tiene ondulaciones que cada vez son más claras. Es en realidad un terreno de colinas. Hay concavidades con hierba lo mismo que valles pequeños. El camino pasa por en medio de ellos y se dirige hacia el sureste.

María viene montada en un borriquillo gris. Envuelta en un manto pesado. Delante de la silla está el arnés que llevó en el viaje a Hebrón, y sobre el cofre van las cosas necesarias. José camina a su lado, llevando la rienda. ¿Estás cansada?: le pregunta de cuando en cuando.

María lo mira. Le sonríe. Le contesta: « No. » A la tercera vez añade: « Más bien tu debes sentirte cansado con el camino que hemos hecho. »

« ¡Oh, yo ni por nada! Creo que si hubiese encontrado otro asno, podrías venir más cómoda y caminaríamos más pronto. Pero no lo encontré. Todos necesitan en estos días de una cabalgadura. Lo siento. Pronto llegaremos a Belén. Más allá de aquel monte está Efrata. »

Ambos guardan silencio. La Virgen, cuando no habla, parece como si se recogiese en plegaria. Dulcemente se sonríe con un pensamiento que entreteje en sí misma. Si mira a la gente, parece como si no viera lo que hay: hombres, mujeres, ancianos, pastores ricos, pobres, sino lo que Ella sola ve.

« ¿ Tienes frío? » pregunta José, porque sopla el aire. « No. Gracias. »

Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan al lado del borriquillo, calzados con sandalias y que apenas si se dejan ver a través del largo vestido. Debe haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y se quita una especie de capa pequeña, y la pone en las rodillas de María, la extiende sobre sus muslos, de modo que sus manitas estén bien calientes bajo ella y bajo el manto.

Encuentran a un pastor que atraviesa con su ganado de un lado a otro. José se le acerca y le dice algo. El pastor dice que sí, José toma el borriquillo y lo lleva detrás del ganado que está paciendo. El pastor toma una rústica taza de su alforja y ordeña una robusta oveja. Entrega a José la taza que la da a María.

« Dios os bendiga» dice María. « A ti por tu amor, y a ti por tu bondad. Rogaré por ti. »
« ¿ Venís de lejos? »
« De Nazaret» responde José.
« ¿Y vais?»
« A Belén. »
«El camino es largo para la mujer en este estado. ¿Es tu mujer? »
« Sí. »
«¿ Tenéis a donde ir? »
« No. »
« ¡Va mal todo! Belén está llena de gente que ha llegado de todas partes para empadronarse o para ir a otras partes. No sé si encontréis alojo. ¿Conoces bien el lugar? »
« No muy bien. »
« Bueno.. . te voy a enseñar… porque se trata de Ella (y señala a María). Buscad el alojo. Estará lleno. Te lo digo para darte una idea. Está en una plaza. Es la más grande. Se llega a ella por este camino principal. No podéis equivocaros. Delante de ella hay una fuente. El albergue es grande y bajo con un gran portal. Estará lleno. Pero si no podéis alojaros en él o en alguna casa, dad vuelta por detrás del albergue, como yendo a la campiña. Hay apriscos en el monte. Algunas veces los mercaderes que van a Jerusalén los emplean como albergue. Hay apriscos en el monte, no lo olvidéis: húmedos, fríos y sin puerta, pero siempre son un refugio, porque la mujer… no puede quedarse en la mitad del camino. Tal vez allí encontréis un lugar… y también heno para dormir y para el asno. Que Dios os acompañe. »
« Y a ti te dé su alegría» responde la Virgen. José por su parte dice: « La paz sea contigo. »

Vuelve a continuar su camino. Una concavidad más extensa se deja ver desde la cresta a la que han llegado. En la concavidad, arribo y abajo, a lo largo de las suaves pendientes que la rodean, se ven casas y casas. Es Belén.

« Hemos llegado a la tierra de David, María. Ahora vas a descansar. Me parece que estás muy cansada… »
« No. Pensaba yo… estoy pensando… » María aprieta la mano de José y le dice con una sonrisa de bienaventurada: « Estoy pensando que el momento ha llegado. »
« ¡ Que Dios nos socorra! ¿ Qué vamos a hacer? »
« No temas, José. Ten constancia. ¿ Ves qué tranquila estoy yo? »
« Pero sufres mucho. »
« ¡ Oh no! ». Me encuentro llena de alegría. Una alegría tal, tan fuerte, tan grande, incontenible, que mi corazón palpita muy fuerte y me dice: » i Va a nacer! ¡ Va a nacer! » Lo dice a cada palpitar. Es mi Hijo que toca a mi corazón y que dice: «Mamá: ya vine. Vengo a darte un beso de parte de Dios. ¡Oh, qué alegría, José mío! »

Pero José no participa de la misma alegría. Piensa en lo urgente que es encontrar un refugio, y apresura el paso. Puerta tras puerta pide alojo. Nada. Todo está ocupado. Llegan al albergue. Está lleno hasta en los portales, que rodean el patio interior.

José deja a María que sigue sentada sobre el borriquillo en el patio y sale en busca de algunas otras casas. Regresa desconsolado. No hay ningún alojo. El crepúsculo invernal pronto se echa encima y empieza a extender sus velos. José suplica al dueño del albergue. Suplica a viajeros. Ellos son varones y están sanos. Se trata ahora de una mujer próxima a dar a luz. Que tengan piedad. Nada. Hay un rico fariseo que los mira con manifiesto desprecio, y cuando María se acerca, se separa de ella como si se hubiera acercado una leprosa. José lo mira y la indignación le cruza por la cara. María pone su mano sobre la muñeca de José para calmarlo. Le dice: « No insistas. Vámonos. Dios proveerá. »

Salen. Siguen por los muros del albergue. Dan vuelta por una callejuela metida ent
re ellos y casuchas. Le dan vuelta. Buscan. Allí hay algo como cuevas, bodegas, más bien que apriscos, porque son bajas y húmedas. Las mejores están ya ocupadas. José se siente descorazonado.
« Oye, galileo » le grita por detrás un viejo. « Allá en el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una cueva. Tal vez no haya nadie. »

Se apresuran a ir a esa cueva. Y que si es una madriguera. Entre los escombros que se ven hay un agujero, más allá del cual se ve una cueva, una madriguera excavada en el monte, más bien que gruta. Parece que sean los antiguos fundamentos de una vieja construcción, a la que sirven de techo los escombros caídos sobre troncos de árboles.

Como hay muy poca luz y para ver mejor, José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. « Ven, María. Está vacía. No hay sino un buey. » José sonríe. « Mejor que nada … »

María baja del borriquillo y entra. José puso ya la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de pilar. Se ve que todo está lleno de telarañas. El suelo, que está batido, revuelto, con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un buey se vuelve y mira con sus quietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de una hendidura. Lo negro del rincón dice que allí suele hacerse fuego.

María se acerca al buey. Tiene frío. Le pone las manos sobre su pescuezo para sentir lo tibio de él. El buey muge, pero no hace más, parece como si comprendiera. Lo mismo cuando José lo empuja para tomar mucho heno del pesebre y hacer un lecho para María el pesebre es doble, esto es, donde come el buey, y arri¬ba una especie de estante con heno de repuesto, y de este toma José no se opone. Hace lugar aun al borriquillo que cansado y hambriento, se pone al punto a comer. José voltea también un cubo con abolladuras. Sale, porque afuera vio un riachuelo, y vuelve con agua para el borriquillo. Toma un manojo de varas secas que hay en un rincón y se pone a limpiar un poco el suelo. Luego desparrama el heno. Hace una especie de lecho, cerca del buey, en el rincón más seco y más defendido del viento. Pero siente que está húmedo el heno y suspira. Prende fuego, y con una paciencia de trapista, seca poco a poco el heno junto al fuego.

María sentada en el banco, cansada, mira y sonríe. Todo está ya pronto. María se acomoda lo mejor que puede sobre el muelle de heno, con las espaldas apoyadas contra un tronco. José adorna todo aquel… ajuar, pone su manto como una cortina en la entrada que hace de puerta, Una defensa muy pobre. Luego da a la Virgen pan y queso, y le da a beber agua de una cantimplora. « Duerme ahora» le dice. « Yo velaré para que el fuego no se apague. Afortunadamente hay leña. Esperamos que dure y que arda. Así podemos ahorrar el aceite de la lámpara. »

María obediente se acuesta. José la cubre con el manto de ella, y con la capa que tenía antes en los pies.
« Pero tu vas a tener frío… »
« No, María. Estoy cerca del fuego. Trata de descansar. Mañana será mejor. »

María cierra los ojos. No insiste. José se va a su rincón. Se sienta sobre una piedra, con pedazos de leña cerca. Pocos, que no durarán mucho por lo que veo.

Están del siguiente modo: María a la derecha con las espaldas a la… puerta, semiescondida por el tronco y por el cuerpo del buey que se ha echado en tierra. José a la izquierda y hacia la puerta, por lo tanto, diagonalmente, y así su cara da al fuego, con las espaldas a María. Pero de vez en vez se voltea a mirarla y la ve tranquila, como si durmiese. Despacio rompe las varas y las echa una por una en la hoguera pequeña para que no se apague, para que dé luz, y para que la leña dure. No hay más que el brillo del fuego que ahora se reaviva, ahora casi está por apagarse. Como está apagada la lámpara de aceite, en la penumbra resaltan sólo la figura del buey, la cara y manos de José. Todo lo demás es un montón que se confunde en la gruesa penumbra.

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Coloquios de la Beata Alexandrina Da Costa

Las conversaciones que llenan las páginas de los “Sentimientos del alma”  ocurrían principalmente  los viernes, pero también los había con regularidad en los primeros sábados de mes. Teniendo en cuenta el día en que se verificaban, se decía “conversaciones o coloquios de los viernes” y “coloquios de los primeros sábados de mes”, dichas conversaciones tenían características propias.

En la segunda mitad de 1953, existieron los “coloquios cantados”. En esos éxtasis públicos, la Beata Alexandrina, de improviso cantaba en los diálogos entre Jesús y ella.

En 1954 y en 1955, existieron unas “conversaciones de fe”, llamadas así por ser entonces puesta a prueba la fe de la Beata, que era atormentada por las dudas más angustiantes.

Los coloquios que se transcriben en este documento fueron seleccionados al azar, teniendo el cuidado de que la selección ejemplificase cada uno de los grupos mencionados.

Los textos fueron dactilografiados por el Padre Ettore Calovi SDB.

Se optó por dar un título a cada uno de los coloquios, retirando las frases dirigidas por Jesús o Nuestra Señora a Alexandrina.

Para entender mucho de lo que exponemos, se debe tener en cuenta sobre todo la importancia que es preciso atribuir al alma víctima, por eso la Beata repetidamente declara: “Soy vuestra víctima”. Nótese como el Padre Pinho tituló la primera obra que le dedicó como “la Víctima de la Eucaristía”, estando también la idea de víctima en el título de su segundo libro, “En el Calvario de Balasar”.

 

COLOQUIOS DE LOS VIERNES

8 DE DICIEMBRE DE 1944, VIERNES (VIERNES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN)

Hija mía, vengo junto con mi divino Hijo, a hacerte entrega de la humanidad y encerrarla en tu corazón.

Aún lejos de rayar el día –día trascendental para mí- comencé a rezar mis oraciones y a prepararme para la visita de Jesús. No podía rezar, estaba llena de pavor, sobrecargada de vergüenza, de dolor y de humillaciones. Mi honra era llevada de casa en casa, de calle a calle, sufría en lo más íntimo de mi alma, lloraba para dentro, para dentro suspiraba. Me abrumaba el peso de mis humillaciones.

¡Dios mío, que dolor tan íntimo y tan profundo! Era como un dolor infinito. Yo no era capaz de ver hasta cuándo podría parar.

¿Jesús, como podría soportar tan grande martirio? Si Tú me faltaras, no resisto, muero inmediatamente.

Con este dolor no puedo tener un momento de alegría, ni puedo recordar el día que es, el día de la Madrecita, día tan predilecto, día de la Inmaculada Concepción.

Jesús, pobre de mí, ¡no puedo estar así!

Vino Jesús, me olvidé de todo con el calor de su amor divino, me acarició y me dice:

— Hija mía, tu dolor es dolor de salvación. Ese mar inmenso de sangre que continuamente derramas en tu corazón es donde son  inmersos los pecadores. Es en la sangre de tu dolor que ellos son purificados, es la sangre de la nueva redención.

Tú eres la segunda arca de Noé, en ti guardo a los pecadores, en ti, como en esa arca, guardo todo para la vida del mundo nuevo.

Tu dolor, tu inmolación es dolor y humillación de tu vida, más para las almas que para los cuerpos. Valor, hijita, nada temas.

La lluvia que cae sobre la nueva arca no es de condenación, es de salvación: es lluvia de humillaciones, desprecios y sacrificios. El arca no está en peligro, navega en las alturas. Una vez que bajen las aguas de la persecución, verá el mundo la riqueza que contiene que es de salvación.

Hijita, amada querida, Yo no estoy solo, está conmigo mi Madre bendita, escucha lo que ella te dice.

Jesús a la izquierda, la Madrecita a la derecha, me tomó en su regazo, me apretó fuertemente en su sacratísimo Corazón, me cubrió de caricias y me dijo:

— Hija mía, vengo con mi divino Hijo a hacerte entrega de la humanidad y a encerrarla en tu corazón, quedan las llaves con tu Jesús y tu querida Madrecita.

Te di mi santísimo manto y mi corona de reina: fuiste coronada por mí, eres reina de los pecadores, eres reina del mundo, escogida por Jesús y por María.

Hoy, día de mi Inmaculada Concepción, te hacemos entrega de tu reinado. Empieza el tuyo desde hoy, guíalo, gobiérnalo y guárdalo. Guárdalo en la tierra, así como lo guardarás y gobernarás después en los cielos.

Escogí este día que es guardado en mi honra, para que en unión conmigo sea festejado el día en que te entregué el reinado de la humanidad.

Conmigo serás alabada por el mundo cuando se tenga conocimiento de esto.

Sentí como si me abrieran el pecho y dentro del corazón. Fue abierto por Jesús y por la Madrecita. Después depositaron algo y cerraron el pecho, lo cerraron con llave, primero la Madrecita y después Jesús. Soplaron blandamente y dulcemente lo calentaron. Después quedé entre Jesús y la Madrecita, como en medio de una prensa, de tanto que me estrechaban entre sus Corazones divinos, me parecía que no podía resistir a tanto amor, e iba a morir en aquellas dos llamas divinas.  Una vez la Madrecita y otra vez Jesús, unieron sus labios a los míos, soplaron y me dieron su vida divina. Y la Madrecita continuó: 

— Hijita amada, querida de mi Jesús, recibe la vida de quien vives, recibe la vida del Cielo, recíbela y dala a las almas.

Y continuó Jesús:

— Mi palomita bella, blanco lirio, azucena pura, estrella cintilante que cintilarás noche y día para ser la luz y la guía de los pecadores.  Para ser luz y guía de cuantos me quieran seguir y amar con el amor más puro y fuerte: valor, hijita, no temas a la guerra del mundo, te espera el Cielo para abrazarte, te espera el Cielo para guardar en él el mayor tesoro que tengo en la tierra. Eres de Jesús, eres de la Madrecita, te espera toda la corte celestial.

¡Oh, Concepción pura, Madre de Jesús,

Guarda mi cuerpo clavado en la cruz?

Clavado en la cruz, a la cruz abrazado,

Guárdalo, Madrecita,

Oh, Concepción pura, Madre de mi Esposo amado!

Recibí nuevas caricias de Jesús y de la Madrecita, les hice la entrega de mí misma y de todos los que me son queridos y por fin del mundo entero, incluyendo también a los que me hacen sufrir.

Madrecita, te hago entrega de la humanidad, guárdala, que es tuya, sálvala, sólo tú puedes.

Me avergüenza que me hayas entregado el mundo, ¿Qué puede esta miseria sin tu protección?

Jesús, Madrecita, me entrego a ustedes como el soldado que quiere combatir y defender vuestro reinado. Quiero luchar, quiero obedecer: manden, yo con vuestra gracia todo cumpliré, seré fuerte. Con la gracia y fuerza de lo Alto será salvado el mundo.

Me costó mucho desprenderme de Jesús y de la Madrecita. Unida a ellos, vencía al mundo, nada temía, ahora todo temo, nada puedo.

¡Ay, qué nostalgia tengo del Cielo! ¿Cuándo iré para allá?

 

18 DE MAYO DE 1945, VIERNES

Todo será conocido, mi doctora de las ciencias divinas, todo será conocido en el libro de tu vida.

Bendeciré al Señor.

Recibí de Jesús en este bendito mes de la querida Madrecita, además de un cariñito que vino a abrirme la sepultura y me dio más espinas que vinieron a clavarse en la llaga de mi corazón siempre sangrante, y así no lo deja nunca cicatrizar, de vez en cuando es avivado fuertemente.

Bendeciré siempre a Jesús y a la Madrecita, pero confieso: si no fueran las gracias del Cielo, habría desesperado y me habría muerto.

¡Qué grande el amor de Jesús! ¿Cuánto te debo, mi amor! ¡Contigo vencí y venceré siempre! No puedo tener palabras de quejumbre, más merezco por mi miseria, estoy como la palomita con el pico abierto, a batir las alas listas a perderse, sin tener donde llegar. Tengo sed de luz, de consuelo.

Ya que en la tierra se me obstruyen todos los caminos, déjame, Jesús, déjame, Madrecita, déjenme entrar en vuestros corazones amantísimos, aunque nada sienta, déjenme al menos la certeza de que vivo en ellos.

Desde allí, estoy libre de odios y persecuciones, desde allí estoy cierta de que te amo y no te ofendo. Si mi cuerpo pudiera esconderse en las tinieblas para no ser nunca más ni visto ni recordado, así como en las tinieblas fue escondida mi alma, así moriría, no hablarían de mí, como son los deseos de mi Prelado. Es con todo el amor que acepto y obedezco sus órdenes. No nace dentro de mí la más pequeña sombra de odio contra él y contra sus compañeros. Por el contrario decía:

Jesús mío, compadécete de ellos, no comprenden, no conocen los sufrimientos de mi alma.

Jesús mío, si pudiese postrarme delante de ti y con las manos levantadas supiera agradecerte los cariñitos que me das.

Con el corazón sangrante de dolor, no pude rezar con los labios el «Magnificat», pero lo hice con el pensamiento.

Jesús, dame fuerzas para sufrir y no me condenes, porque la sentencia de los hombres nada vale a no ser para mi mayor martirio.

Fueron los hombres los que me prepararon el sufrimiento de hoy, pero con esto me parezco más a Jesús para acompañarlo en el camino del Calvario.

Y allá voy, presa con unas cuerdas, pero con amor abrazada a la cruz. Soy víctima de las opiniones de los hombres, soy víctima de las lágrimas de los míos. ¡Si pudiera sufrir sola!

Bendeciré al Señor, no quiero perder un momento. Mi mirada continúa sin ser mía. Se quedan llenos de ternura los dos corazones y más se dejan compenetrar de estas miradas tan llenas de dulzura y amor. Las miradas no van para todos sin igual, los corazones con su correspondencia son los que hacen merecer todo cuanto encierran estas miradas.

¡Tendría tanto que decir sobre esto! Son tantos a los que quisiera atraer y abrazar.

Pero, ¿qué es esto, mi Jesús? Es siempre la misma cruz. En este conjunto de sufrimientos, mi calvario junto con el de Jesús, mi corazón oprimido con el peso abrumador del dolor, se abrasaba, no resistía.

Jesús, ¿podré vencer? ¿resistiré tanto? Sólo lo podré hacer contigo, váleme. Tengo miedo.

Sentía tanto mi abandono y el de Jesús, mi cuerpo sangraba, daba sus últimas gotas de sangre.

Y Él vino.

Te amo tanto, hija mía. Se hice como yo y tu calvario es el mío. Ten valor. Las espinas que te hieren fueron mías. Las varas que te azotan fueron las mías y la cruz también fue mía.

Fue el amor la causa de las espinas, de los azotes, de la cruz, del Calvario, de la muerte. Me prendió el amor a la cruz, los sacrificios, hasta el fin de los siglos y tú, mi palomita bella, fuiste también presa a mi imagen, te prendió el amor a mi Divino Corazón, te prendió el amor a las almas. ¡Déjate herir, amada mía, cada espina que te hiere sale de mi sagrada cabeza y de mi Divino Corazón. ¡Tengo tantas!

Jesús me presentó su sagrada cabeza y su Corazón Divino. Un grande seto agudísimo lo hería, me enternecí tanto por Jesús y le dije:

— Acepto todo lo que sea dolor, quiero quitarte todas estas espinas y no dejar ninguna señal de las heridas. Empecé a quitarle espinas a Jesús, todas las que tenía a mi disposición y en pocos instantes desaparecieron todas y ni la sagrada cabeza ni el Corazón Divino quedaron llagados, ni una señal de sangre. Todo desapareció.

— Mira esposa querida, como tu nuevo sufrimiento cicatrizó todas las heridas que yo tenía. Valor. Anímate. Yo no te falto. Dudar de Mí es ofenderme.

Aunque te dijese que lo que te prometí ya iba a llegar, no te engañaba, no te engañaba aunque esto se llevase años, pues los años, en comparación con la eternidad, representar un suspiro. Pero no demoro, confía.

Hija mía, voy a dejarte un poco más liberada del demonio, para que puedas resistir es preciso operar milagros. Si supieses que con los combates del demonio, arrancaste tantas almas de los abismos y las condujiste hacia Mí.

Para resistir tu penoso calvario, vendré hasta ti muchas veces, pero la mayoría de ellas de forma silenciosa, son éxtasis de amor, en ellas recibirás siempre toda la abundancia de mis gracias, de mi ternura y amor.

¡Eres rica de Mí, eres rica de mis virtudes. Es por eso que tus miradas atraen, tienen cariño, tienen dulzura, tienen prisiones, tienen amor. Es por eso que tu sonrisa tiene dulzuras, tiene todo lo que es del Cielo. No vives, vivo Yo. Son medios de salvación y llamados a las almas.

¿No es por acaso verdad, hija mía, que Yo, en mi Calvario poseía dos vidas, humana y divina? Hasta en eso te pareces a Mí, en tu calvario tienes también la vida divina, es Cristo que está en ti, no temas.

Viene el Jardinero divino a su jardín a ver las maravillas que operó en él y es el fruto de tanto cansancio. Viene el Rey al palacio de su esposa, el Redentor divino a su redentora, a la nueva salvadora de la humanidad.

Mis maravillas en ti no quedan ocultas, no consiento en que estén escondidas, han de brillar. Son mi gloria, son la salvación de las almas. Todo será conocido, mi doctora de las ciencias divinas, todo será conocido en el libro de tu vida.

Tú eres la heroína del amor, la heroína del dolor, la heroína de la reparación, la heroína de los combates, la reina de los heroísmos.

Hijita, recibe consuelo, recibe mi amor divino, cuando vengo a ti en mis coloquios. Me uno a ti con este amor, vengo a dar vida y consuelo a tu corazón, a ayudarte en tus tinieblas. Eres mía siempre y Yo siempre habito en ti.

 

COLOQUIOS CANTADOS

16 DE OCTUBRE DE 1953, VIERNES

Os doy la paz, hijos míos. Os doy mi amor, todo el amor de mi divino Corazón

No me muevo, no doy un paso en mi eternidad. Ella fue y será siempre la misma, está siempre en su principio. ¡Cuánto dolor, cuantos misterios en esta eternidad! Si supiera hablar de ella…

Yo sé, yo siento que en ella está el poder y la grandeza de Dios. Toda la eternidad es de Dios, toda está basada en Dios. Como Él, no tiene principio ni tendrá fin. ¡Cómo es esto grande, Dios mío, como todo esto es grande!

Si mi ignorancia me dejase hablar, si mi ceguera me dejase ver, si mi inutilidad no me robase todo, yo podría hablar y guiar, ser útil al servicio del Señor.

Nada soy, nada poseo, nada valgo, veo en mí el pecado con toda su maldad, soy un mundo de vicios, soy un infierno de odio y rebelión contra el Señor.

Dios mío, no me faltes, ay de mí sin tu fuerza, en este estado de alma en que me encuentro. Sufro el dolor de vuestra pérdida, pero no resisto de mi rebelión y odio contra Ti. Váleme, mi Jesús, váleme, Madrecita. Sólo con la fuerza y el amor de vuestros corazones sostiene mi cruz.

Siento que estoy abandonada del Cielo y de la tierra. Las espinas me hieren, el peso de las humillaciones me aplasta, me hace desaparecer. Tengo que esconder tantas cosas, tanto dolor, sufriendo en silencio, sólo con los ojos puestos en Ti y me abandono en Ti.

No puede ser más sabio aquel que sabe comprender el dolor. No pude usar de mayor caridad aquel que se compadece. Señor, Señor, Padre mío, aun sin ningún sentimiento de esperanza, confío y espero en Ti. Soy vuestra víctima.

Vendí mi Huerto y mi Calvario. Estos fueron los sentimientos de ayer, cuando estaba postrada en el suelo del Huerto. Vendí los méritos y la Sangre de Cristo, vendí mi salvación y fui hacia la perdición.

Sudé sangre y regué la tierra. Más tarde rasgué mis vestidos y con este gesto, le rasgué el corazón a alguien que estaba dentro de mí.

Hoy, en el viaje hacia el Calvario, procedí igual, huyendo de Cristo y vendiendo cuanto era de Cristo. Su dolor era infinito, y de lejos, muy de lejos, lo arrastré por tierra y le partí el corazón.

Llegué al final de la montaña, o mejor, hasta allá llegó mi maldad para crucificarlo. Continué con mi traición y crueldad. No hizo otra cosa sino golpearlo y ofenderlo. Hasta que Él expiró, dio la vida por mí. En todo ese tiempo el amor de su divino Corazón abundó en toda la humanidad.

Quedé también como muerta, como si mi espíritu se separase de mí. No fue por mucho tiempo, Jesús se apresuró a darme la vida y me habló así:

— Vine a traer la paz al mundo. Hijos míos, les doy la paz, les doy mi amor, todo el amor de mi divino Corazón. Descendí del Cielo, entré en este corazón puro, es puro, porque posee la gracia y las delicias, porque me deleito en él.

Estén atentos, bien atentos. Descendí del Cielo, entré en este corazón, no para este corazón, sino para vuestros corazones.

Es por este canal que me comunico, es por esta víctima que me doy a vosotros. Descendí para las almas y no para ti, esposa querida.

Tu coloquio es de dolor, la vida que te doy es vida de perdón y de amor.

En breve voy a terminar este prodigio maravilloso, esta riqueza divina. ¡Las almas, las almas! Felices aquellas que aprovechas las gracias concedidas en este calvario.

¡Las almas, las almas! Felices las almas que por esta luz se guían y se dejan iluminar. Si mis coloquios fueran nada más para ti, sólo a ti te hablaba como hice en los primero años de vida íntima, de unión contigo. ¡Adelante, adelante, heroína, adelante, loquita de las almas, loca del sagrario, loquita de la cruz!

Valor, el Señor está contigo, aun que no lo sientas, aunque estés persuadida de que huyó de ti.

Tu vida en la tierra es para que aureoles tu cruz en el Cielo. Será cruz resplandeciente, cruz triunfadora, cruz de salvación.

Valor, hija mía, el final de tu vida en la tierra es para que salves muchas almas. Tu tormento indecible, tu tormento incomprensible es el bálsamo y la salvación de millones, de millones de almas, bálsamo para tus llagas, salvación para sus almas.

— Oh Jesús, no sé como he de vivir, no permitas que pierda la confianza en ti, no me dejes desfallecer.

Te consuelo con la salvación de tan gran número de almas que me diste. Soy tu víctima, no me faltes, Señor. Soy tu víctima, confío en ti.

— Confía, heroína fuerte, confía, farol del mundo, confía, apoyo de mi Padre.

Has de perseverar hasta el fin. Te prometí la perseverancia, hoy mismo renuevo la promesa. Has de perseverar, has de perseverar hasta el fin.

Me escondí en medio de tus faltas, porque fuiste siempre fiel a mis gracias, correspondiste a mi amor.

Te crié para las almas y tu noble misión va a continuar en el Cielo. El fuego de mi amor por ti, será dado al mundo, aún en el paraíso.

Ven a recibir la gota de mi divina Sangre. Hubo el choque, el grande choque de nuestros corazones. Como de costumbre se unieron, el de Jesús al de su esposa y víctima. La gota de sangre pasó. Pasó el alimento divino que te hace vivir.

Qué haya luz, haya luz, hágase la luz, oye y atiende el mandato de…

(Con una voz dulce y fuerte, cantó estas frases con un tono hermoso:)

Al tiempo que yo toco

Al corazón del hijo que hirió

Y rasgó mi Corazón.

Ven a Mí, hijo,

Ven a Mí, hijo mío,

Ven a Mí, hijo mío,

Ven al Corazón, ven al Corazón del Señor,

Del Señor que es tuyo, que es tuyo…

Jesús. Qué nostalgia siento, ¿quieres dejarme, amor mío, quieres dejarme de esta forma? ¡Bendito, bendito seas!

— Valor, hija mía, es una luz, y te será dada al terminar mis coloquios. Valor y quédate en la cruz, es una prueba de mi amor. ¡Valor!.

Es una invitación para los hombres, es una luz, para que se haga la luz.

Habla al mundo, habla a las almas, habla a las almas.

Habla al mundo para el que fuiste creada, habla a las almas, porque eres la portavoz de Jesús.

Habla al mundo e invítalo a la penitencia, a la oración y a la enmienda de sus vidas. Habla al mundo y diles que Jesús quiere reparación.

— Jesús mío, perdón mi amor, perdón para el mundo, perdón para el mundo. Perdón para el mundo y no te olvides de mis peticiones y de todas mis intenciones. Perdón, perdón.

Gracias, Jesús, gracias, mi Amor.

 

23 DE OCTUBRE DE 1953, VIERNES

Grita siempre. Tu grito es el grito de Jesús

Mi grito no sube, se dispersa en los abismos. El Cielo no me escucha, Jesús y la Madrecita parece que no quieren socorrerme, pero la justicia de Dios me aplasta, viene a castigarme, no tengo donde esconderme, no puedo huir.

Dios mío, escucha mi grito angustioso, oye los gemidos de mi agonía mortal. ¡Qué pavor, Señor, qué pavor el de mi alma!

Yo quería huir y no puedo, por todas partes me cercan negras murallas que llegan desde la tierra hasta el cielo. Me rodean leones y fieras que intentan devorarme. Estoy en las tinieblas más negras, en la eternidad más asustadora, eternidad que no permite que pase ni un momento, tengo que entregarme, estoy vencida, el Cielo no viene para darme socorro y ese socorro no existe en la tierra.

¡Dios mío, cómo soy vicio, cómo soy pecado! Jesús, todo mi ser se deshace en la lepra más purulenta. Qué vergüenza, no puedo verme, soy un mundo de podredumbre, y nada existe en este mundo. Fueron los vicios los que me redujeron a este estado. No tendré cura, no hay remedio para mí.

Qué dolor, Señor, que dolor infinito, pero este dolor es tuyo, no puedo soportarlo, eres Tú el que sufre. Y yo, en mi inutilidad, no tengo reparación, no puedo apagar y hacer desaparecer los crímenes de mi vida.

Señor Jesús, así quiero amarte. Y he de amarte, aun con los sentimientos de los tormentos desesperadores del infierno y sin sentimiento de que te amo, de que confío y espero en Ti, de que creo en Ti.

Todo cae sobre mí. No sé lo que me espera, mi sufrimiento es indecible, pero quiero ser siempre la víctima de Jesús.

Tuve junto a mí el santo sacerdote, que durante algunos años fue luz y guía de mi alma (Padre Humberto, cuyo nombre ella evita mencionar en los «Sentimentos da Alma», «Sentimientos del Alma», a pedido del mismo sacerdote). Era motivo de alegría, pero esa alegría era sólo aparente.

¡Cuánto me hizo sufrir ese encuentro! ¡Tristes recuerdos! Pero sólo mi Padrecito (Padre Mariano Pinho), el primero que el Señor puso en mi camino, ese no viene.

Los hombres me prendieron con cadenas muy duras, y sólo la fuerza divina puede quebrarlas.

Este santo sacerdote celebró la santa Misa. Parecía más un ángel que un ministro del Señor. Nada de esto me consolaba, todo servía para más y más hacerme desaparecer en el abismo de mi miseria, de mi nada.

Mi pecho ayer sirvió de suelo del Huerto. Dentro de mí sentí el palpitar afligido del Corazón divino de Jesús que Le hacía levantar las costillas y rasgarle las venas. ¡Qué fuerte sudor de sangre!

Para mí todo esto fue inútil, para mí no valió de nada el Huerto y de nada me sirvió el Calvario.

No sólo fue doloroso, fue dolorosísimo, pero, ah, yo no sé si decir lo que fue este viaje. Mi ignorancia es tal que no descubre un pequeño hilo del velo.

El Calvario no fue para mí, porque yo lo desprecié, no quise aprovecharme de sus méritos.

Señor, qué desesperación, qué eternidad desesperante. Quise vengarme siempre de Ti, siempre blasfemé contra Ti, aún al verte crucificado.

Tú en la cruz, dando la vida por mí y yo sentía mi lengua maldita y blasfemadora como la de los condenados al infierno. Tú en la cima del Calvario y yo alejada de Ti, más de lo que se puede imaginar.

¡Oh dolor, oh dolor infinito! En este alejamiento continúe mientras Jesús sufría en la cruz su agonía. No fue por mucho tiempo. Con la resurrección de Jesús tuve mi resurrección. Su voz divina le habló así a mi corazón:

— Sí, Calvario, Calvario, hija mía no basta el nombre de Calvario. El Calvario fue para Mí de muerte y de vida y continúa a serlo para ti a semejanza de tu Dios y Señor. Morí y di la vida al mundo. Tú mueres y das vida a las almas. Mi Calvario es tu calvario, pero calvario de vida, de toda la vida.

Habla, hija mía, habla en tu calvario, grita, grita siempre. Tu grito es el grito de Jesús.

¡Quiero almas, quiero almas, quiero almas! Las veo huir y mi dolor es infinito.

Habla a las almas, habla a las almas, habla al mundo.

Los previne de los castigos, de la justicia del Señor.

Lo que el mundo tiene que sufrir. ¡Oh, como va a ser rigurosamente castigado por la justicia divina! Tanto invité, tanto avisé, tanto lo llamé…

Mi invitación, mi llamado, mi aviso no fue escuchado. ¡Ah, si hiciera penitencia, si se convirtiera!

— Oh Jesús, mi dulce amor, no te olvides que eres Padre. Oh Jesús, mi dulce amor, llama más, invita, invita siempre con tu invitación amorosa.

Oh, no sé lo que presiento, Jesús. Yo no sé que cae sobre mí. Venga lo que viniere, sea lo que fuere. Yo soy y siempre seré vuestra víctima, pero te pido, mi Jesús, con toda mi alma, con todo mi corazón, perdona, perdona, perdona.

Ay, haz que el mundo se convierta. Si no proteges los cuerpos de la justicia de vuestro Divino Padre, protege al menos a las almas de las penas del infierno. De lo que vendrá, Jesús mío, estoy aterrorizada.

— Valor, adelante, esposa mía. Es tu misión que debes desempeñar, tu misión de víctima, tu cruz que debes soportar.

Hija mía, hija mía, las almas son tuyas. Sólo a costa de dolor y de sangre, sólo a costa de la propia vida las puedes salvar.

Haya luz, hágase la luz.

Hija mía, querida esposa, flor eucarística, ten valor. Todavía no es hoy cuando te voy a dejar de hablar, finjo que voy a dejarte.

— Jesús, siento como si fuese hoy la despedida. ¡Tengo mucha pena, tengo mucha pena! Fue por el tiempo que parecía que te aborrecía.

— El mundo, el mundo necesita de este martirio doloroso, de ti, es penosísimo, penosísimo, hija mía, pero es de gran mérito, el mayor mérito.

Yo vendré siempre a darte la gota de mi divina Sangre, pero te prevengo, vengo a darte consuelo, sin que tu sientas ni el más mínimo.

Tu coloquio conmigo va a ser un coloquio de fe. Cree, cree sin alegría. Cree, cree sin consuelo. Cree, cree, que yo estoy contigo.

— Sea hecho, Señor, sea hecho, Jesús, sea hecho, mi amor en toda vuestra divina voluntad. Sed mi fuerza, sedlo.

— Ven a recibir la gota de mi divina Sangre.

Hubo la unión de nuestros corazones, los dos en un solo corazón. La gota de sangre pasó.

(Después de esto cantó:)

— Ven, hijo mío,

Toma tu cruz.

Ven, hijo mío,

Sigue mis pasos.

Toma tu cruz,

Ven a pedir perdón,

Ven a pedir perdón

A tu Jesús, a tu Jesús, a tu Jesús.

— ¡Cuantas veces te ofendí, Señor!

— ¡Cuantas veces te ofendí, Señor!

Aquí estoy a tus pies,

Aquí estoy a tus pies,

Contrito y humillado, Jesús.

¡Perdón, perdón, perdón, Señor!

¡Perdón, perdón, Padre mío, Padre mío

y mi Creador!

— Ve en paz, hija mía. Quédate en tu cruz. Invita, invita a las almas. No te canses, hija mía. Tu fin está cerca. ¡Valor, valor!

— Gracias, gracias mi Jesús. No te olvides de todo lo que te he pedido. Perdona, perdona al mundo entero.

 

COLOQUIOS DE FE

8 DE OCTUBRE DE 1954, VIERNES

Habla a las almas, háblales de la Eucaristía, háblales del rosario

La voluntad de Dios y el sacrificio.

Quiero hacer en todo la voluntad de Dios, manifestada por quien tiene el derecho de mandarme, pero me cuesta tanto, tanto… es un sacrificio inaudito. Las fuerzas no me lo permiten. Mi alma siente necesidad de abrirse, pero mi pobre naturaleza, aterrorizada intenta sublevarse y no obedecer.

Jesús, todo lo hago por tu amor. Todo el sacrificio es poco y las almas valen mucho más que todo cuanto sufro y pueda sufrir.

¡El amor de Jesús, el amor de Jesús, las almas, las almas! ¡Qué locura, qué locura!

No soy capaz de mostrar mi dolor. Digo mucho y no digo nada. Mi dolor, el dolor que no es mío, el dolor que pasa por mí. Si yo miro para atrás, todos los caminos están copados. Nada llega al Cielo. Parece hasta que no tengo la visión ni el sentimiento de que vivo.

Nació el dolor y la maldad, el dolor no sé para quien fue, la maldad se quedó en mí. Pasé el domingo, día 3, el décimo-sexto aniversario de mi crucifixión. Todo lo volví a vivir, todo lo recordé, todo sentí, pero de tal forma, derramando muchas lágrimas.

Con los ojos puestos en la tierra, esta sería para mí uno de los días más tristes de mi vida. Pero puestos en el Cielo, todas las lágrimas las envié al sagrario, como actos de amor, y toda la visión de tan doloroso martirio, todas las espinas que nacieron se las ofrecí al Cielo.

Las almas, las almas, Oh Jesús, son tuyas. Por tu amor no te quiero negar nada para que las almas se salven.

Mi inutilidad, como siempre, habituada a robarme todo, procedió de la misma manera. Después de tanta angustia y de tan larga visión del sufrimiento, quedé empobrecida, sin nada, a vivir la misma eternidad, eternidad sin Dios, eternidad que no camina, pero es la eternidad que me lleva a cansarme de los trabajos de excavación que me dan sudores del cuerpo y del alma.

En medio de altos castillos y negras murallas, entre grandes tentaciones contra la fe, con la pérdida de Jesús y de la Madrecita, sintiendo como si no existieran, no existe nada sobre la tierra, veo mi tumba y el prado verde y florido que la rodea.

Cuando más digo, más necesidad tengo de decirlo, pero el libro de mi corazón se cierra para ser solamente leído a la luz de la eternidad.

¡Qué ignorancia, Dios mío, qué ignorancia la mía! No dejo de sentir la necesidad infinita de que hubiera alguien que me consuele. No dejo de sentir el dolor infinito con la visión de los crímenes de la humanidad. A pesar de todo, la quiero, la quiero con todo mi corazón.

Tuve ayer un cariñito de Jesús, lo acepté como venido del Cielo, una carta de mi Padrecito espiritual. Él comprende muy bien el estado de mi alma y a todo me da respuestas reconfortantes y llenas de sabiduría. Fue un consuelo para mi alma atribulada de tanto sufrir. Fue un consuelo para mi huerto y para mi calvario.

Sin vivir para él, sin esperar nada de él, caminé con más fortaleza. En medio de mi viaje, más adelante caí en el desfallecimiento. Quería, yo intentaba agarrarme del Cielo, pero no había nada de lo que pudiera asegurarme. Repetí mi «creo» con mucho esfuerzo. Decía a Jesús mi «creo», «espero» y «confío», pero parecía una constante mentira. Mi alma desfallecía. La sangre había chupado todo y sus fibras servían de prisión para muchas cosas, para todos los que de allí se prendían. Sin querer y sin confiar, o mejor, sin sentir esos buenos sentimientos vino Jesús y me llamó:

— Hija mía, ven, ven esposa mía, repite tu «creo», espera y confía. Jesús está contigo, está Dios, está el Señor, está Jesús con su esposa amada. Tu «creo» sin sentimiento es para los que en realidad no creen. Tu muerte es para dar vida, tus tinieblas son para dar luz con la cual muchas almas resucitan a la gracia.

Hija mía, hija mía, el mundo, el mundo, los pecadores, los pecadores no se convierten, no me escucha, no me atienden.

En este momento mis oídos oyeron una tremenda trompeta aterradora, la tierra estaba con convulsiones entre las tinieblas más espantosas.

— Oh Jesús, Oh Jesús, ¿qué es esto, mi Amor?

— Es la trompeta de la voz de Dios, son las convulsiones de su justicia, son las tinieblas del pecado.

Habla a las almas, hija mía, habla a las almas.

Madre mía, mi querida Madre, ven, ven, no te demores, ven a hablar con nuestra hijita.

Veo a la Madrecita, vestía de azul y blanco, traía en sus manos el rosario con una gran cruz dorada al final. Se sentó, me colocó en su regazo, enredó en mis manos el rosario y colocó la cruz sobre mi corazón. Jesús había desaparecido. Ella lo llamó con dulzura:

— Hijo mío, hijo mío, ven, ven aquí junto a nosotras.

Jesús vino y se sentó al lado de la Madrecita y esta continuó:

— Hija mía, ven conmigo, vamos a salvar al mundo, vamos a convertir a los pecadores. Sobre tu corazón coloco esta cruz, para hacerte sentir que es la cruz de la salvación. Dolor y cruz, abraza, abrázala.

En tus manos coloco el rosario, habla de él, habla de él. Si supieras cuanto nos consuela.

Habla a las almas, háblales de la Eucaristía, háblales del rosario. Que ellas se alimenten de la carne, del Cuerpo de Cristo y del alimento de la oración, de mi rosario cotidiano.

— Habla, Hijo mío, habla.

— Madre mía, Madre mía, el mundo no me atiende, no se convierte.

Fue tal el dolor con que Jesús dijo esas palabras que las lágrimas salieron de sus divinos ojos, en los ojos de la Madrecita y en los míos. Yo limpié las lágrimas de Jesús y de la Madrecita y la Madrecita limpió las mías.

— Intentemos, Hijo mío, intentemos con la Eucaristía, con el rosario y con la inmolación de nuestra víctima.

Desapareció la Madrecita. Quedó Jesús y unió su corazón al mío e hizo pasar la gota de su Sangre.

— Recibe, hija mía, tu vida, recibe lentamente la gota de mi Sangre divina.

Valor, toda tu vida ya está escrita en el Cielo. Valor, un poco más de tu misión, en la corta vida que te queda. Vida que jamás quedará marcada otra igual en la historia de la Iglesia. Quédate en tu cruz.

Insiste, hija mía, en la oración y en la penitencia, en una vida pura para Mí.

Acude a las almas, para que ellas al menos no caigan en las penas eternas.

Se fue Jesús y me dejó en la mayor angustia y en la tristeza mortal, a repetirle mi «creo», a hacerle todos mis pedidos y rogarle por el mundo.

 

24 DE DICIEMBRE DE 1954, VIERNES

Tú eres la portavoz, tú llevas al mundo entero los deseos de Jesús y de María, lo que ellos les piden para que se salven

¡Luto con mis tinieblas, con la noche tenebrosa, luto, luto!

Toda mi vida es luchar, ay de mí si el Cielo no me asiste.

Mi vida es una vida de incertidumbres, sin fe, sin confianza y sin amor.

No puedo ver la luz del día, tengo que estar en la oscuridad. Mi cuerpo se asemeja a mi alma, no tiene vida, no tiene luz.

¡Qué soplo soy yo! Un soplo venenoso y matador. Tengo en el alma las garras chupadoras de mi sangre. Para mayor tormento, una serpiente grande se enrolla en un pequeñito trono y entonces, afirmada en la extremidad de su cola, se estira con la lengua y la boca abierta, se estira de un lado para el otro, intenta devorar las garras puestas en las fibras de mi alma. Ellas, aterrorizadas, más se agarran y más tormento me causan. Seas bendito por todo, Señor.

No puedo hablar, tengo que sufrir todo en silencio. No tengo huerto ni calvario. Paseo en el segundo piso superior a la tierra, que me lleva a las nubes negras, donde quedo sumergida.

Repetí muchas veces mi «creo» y decía: Oh Jesús, en la incertidumbre de que existas, quiero amarte, nunca dejar de amarte.

En la certeza de ir para el infierno a condenarme eternamente, no quiero dejar de sufrir y amarte en la tierra, para suplir aquello que en el infierno no pueda hacer, ni sufrir, ni amar. Yo creo, Jesús, ayúdame, Madrecita. Váleme, mi Amor.

Vino Jesús a mi encuentro. Batió palmas alegremente, como para despertarme:

— Hija mía, valor. Alerta. Tú no perdiste a tu Jesús, no perdiste a tu Madrecita. Por el contrario, más y más nos poseíste. Tú no dejas de amarnos. Tu vida es de amor, de consolación, de alegría y reparación para nuestros divinos Corazones. Tu vida es vida de la mayor reparación para la Majestad Divina. Sufre ese indecible martirio. Las almas, los pecadores de quien tú eres la reina así lo exigen. El mundo criminal, sumergido en sus vicios te pertenece, es tuyo: sálvalo.

La fecha, el aniversario qué conmemoras mañana, marca tu vida. No nos perdiste. Ese día de tanto dolor para ti, fue el de mayor consuelo para nosotros.

Yo vendré de prisa, de prisa a buscarte para el Paraíso, pero antes vendrá un éxtasis donde has de cantar los últimos cánticos en la tierra. Dile a tus superiores que estoy a la espera, a la espera de ese día.

Era el Corazón Divino de Jesús, mientras Él me hablaba, estaba a mi lado el Corazón Inmaculado de María, que me cubría de caricias. De los dos tiernísimos Corazones, coronados de espinas, salían rayos luminosos que iban al encuentro de otros rayos, con chispas que parecían nubes que chocan. Por en medio salía el rosario y parecía pasar por el centro de los Corazones.

Mi corazón compartió todo esto.

Madrecita. ¿qué quiere decir el rosario entre vuestros Corazones?

La Madrecita me habló, besándome y cogiendo mi mano:

— Habla del rosario, hija mía. Jesús te lo pide y yo también. Te pedimos el rosario, te pedimos la Eucaristía, amores de nuestros Corazones.

La Eucaristía y el rosario, tus sufrimientos con los de las otras víctimas, son los medios indicados por nosotros para la salvación de la humanidad perdida.

Tú eres la portavoz, tú llevas al mundo entero los deseos de Jesús y de María, lo que ellos piden para salvarse.

El Sagrario, el rosario, el dolor sin igual de la gran víctima de este calvario, vida nueva, vida pura, vida santa.

¡Valor, valor, gran heroína! Pronto te conduzco al Paraíso. En el lugar de las espinas que tenemos en nuestros Corazones, coloca tu dolor, tu sangre, las flores de tus virtudes, tu martirio.

— Oh Madrecita, pasa para mi corazón todas esas espinas, para que yo sufra todo y coloca todo lo que me acabas de decir.

¿Estás triste, Jesús, estás triste, Madrecita, porque yo no tengo fe, porque yo nos os amo, porque me impaciento por tan pequeñas cosas?

Me dice Jesús, mientras la Madrecita me abrazaba, después de haberme dado todas las espinas:

— Hija mía, mi esposa querida, ¿Quién como Yo conoce tu debilidad? Confía… el Cielo te asiste. No vacilarás hasta el punto de ofenderme.

Me quedé sin mis dos amores, los perdí al mismo tiempo.

Creo, Dios mío, creo, Dios mío. Espero en ti.

De repente vino Jesús.

— Valor, hija mía, tu «creo» de tanto dolor alegra al Cielo. Recibe la gota de mi divina Sangre. Vive la vida que le doy a tu alma y a tu cuerpo. Vives de Mí.

¡Valor, valor!

Jesús se fue pero quedé más confortada. Le hice mis pedidos. Le pedí poder encubrir mis gemidos durante la cena, para la tranquilidad de los míos. Así sucedió. Quedé confortada por algunas horas.

¡Oh, qué bueno es Jesús!

 

COLOQUIOS DE LOS PRIMEROS SÁBADOS

7 DE MAYO DE 1949, PRIMER SÁBADO

Yo sólo basto para llenarte y satisfacerte en tus ansias

Es de tal forma el hambre que siento de pureza y de amor, que me obliga a repetir muchas veces: no me dejes morir con esta hambre que me consume, Jesús mío.

Así hambrienta fue que esta mañana me preparé para recibirlo. Y luego que mi Jesús bajó a mi corazón, me pareció que Él me lo robó y en lugar del corazón me dejó un vacío tan grande que no lo podía soportar, nada había que me llenase. Quedé anhelante. Entonces es que me moría de hambre. El tiempo fue pasando sin que yo poseyera aquello que tanto ansiaba. Oí su voz, la voz de mi Deseado, que me decía:

— Hija mía, eres toda mía, es mío tu corazón, lo fundí en Mí, los dos son uno solo.

Sólo Yo basto para llenarte y satisfacer tus ansias. El vacío que Yo hice en ti es para llenarte de mis riquezas, darte la pureza, la dulzura, el amor que tanto ansías.

Me consoló tanto verte buscarme en esas ansias dolorosas. Te lleno, porque todo esto es la fuerza de tu dolor, todo esto quiero que le des a las almas, estoy loco por ellas.

Soy mal correspondido. Sufro al verlas seguir el camino de la perdición. Sufro al ver mi divina Sangre pisoteada, desperdiciada. Sufro al ver caer sobre la tierra culpable la justicia de mi Padre Eterno.

No puedo ver más tantos crímenes contra Mí. Qué locura mi amor: amo y no soy amado.

El Corazón divino de mi Jesús era una llama de fuego. Oí sus suspiros y veía por su sagrada Faz rodar copiosas lágrimas.

— Oh Jesús mío, Oh mi amor, no llores, seca tus lágrimas y no ceses de amarnos. Tienes mi cuerpo para que sea tu víctima. Es poco, es nada. Vuelve meritorios todos mis sufrimientos en vuestra santa Pasión para poder reparar tantos crímenes.

Las lágrimas cesaron y el fuego de amor de Jesús continuó.

— Eres mi encanto, la loquita de Jesús y la loquita de las almas. Me obligas a perdonar y a olvidar por más tiempo tantas iniquidades.

Hija mía, dile a tu Padrecito que le tengo reservado el Cielo, junto al trono divino, entre los santos, lugar de honor y de gloria. Haré que él suba en la tierra a la honra de los altares. Es el premio de su confianza, de su perseverancia y fidelidad a mi gracia y todo su sufrimiento que pasó en silencio.

Él consoló mucho mi Corazón divino. Dale mi amor en abundancia, para que se lo dé a las almas y para que desempeñe la misión que le escogí.

Dile a tu médico que estoy con él, y siempre le asisto en sus aflicciones y cuidados. Siempre acudo con mi bendita Madre a todos los que me invocan y confían en nosotros, mucho más vamos en socorro de aquella que cuida mi divina causa y ampara a mi esposa y víctima más amada.

Qué nada tema, Yo no lo dejo vivir sin espinas y lo estrujo de esta forma para unirlo más a Mí y cuidar a sus seres queridos. Cómo es grande para todos mi amor, Yo recompenso a quien bien me sirve.

— Ven, mi bendita Madre, ven junto a nuestra hijita.

Vino la Madrecita de los Dolores, con un manto rojo bordado en oro, con setas en su Corazón, triste, muy triste, me tomó en su regazo, me estrechó junto a Ella, me acarició y me dice:

— Hija mía, te quiero en mis brazos como en el Calvario tuve a mi Jesús. A Él lo tuve muerto por la humanidad, a ti te tengo para consolarte, para que puedas seguir siendo la gran víctima de la misma humanidad.

No niegues tu dolor a Jesús. Son tantos y tan graves los crímenes. El mundo está en inminente peligro. El corazón de tu y mi Jesús ya no puede sufrir más, junto con mi corazón. Sufre por las almas, no consientas que la Sangre de Jesús se pierda.

En ese momento, la querida Madrecita rompe en lágrimas. No quise seguir descansando en sus brazos, me lancé a su cuello y le dije:

— No, no, Madrecita, no quiero que llores. No tengo con que enjugar tus lágrimas, ten a vuestro Jesús. Lancé mis manos a la túnica de Jesús y con eso las enjugué.

Sólo Jesús, querida Madrecita, sólo Él puede suavizar tu llanto, no llores más. Lo amo a Él con tu amor. Te amo a Ti con el amor de Él. Nada os niego, yo quiero ser siempre víctima por vuestros dolores.

La madrecita con aire más sonriente, me cubrió de besos y caricias. Jesús continuó hablándome:

— Hija mía, en ese mes consagrado a mi querida Madre, te pido que le pidas a las almas amantes de nuestros Corazones que redoblen su amor y en su honor hagan cuanto puedan para que sea suavizado su dolor. Ella sufre al verme sufrir. Sufre con nosotros, haz que muchas almas te imiten. Pide a nuestros Corazones cuanto quieras, nada te será negado.

— Oh Jesús, toma en cuenta mis intenciones, acuérdate de quien me acuerdo en estos momentos.

— Tranquila, nada hay que temer, confía en Mí. Ve en paz a tu cruz, vive en ella como en el Tabor. Lleva a todos los que amas, te protege y ampara toda la ternura, todo el amor de Jesús y de María.

— Gracias, Jesús, gracias, Madrecita.

 

5 DE MARZO DE 1949, PRIMER SÁBADO

Tú eres madre, no de algunos hijos, sino de millones y millones de pecadores, madre de la humanidad

Al final del día de ayer y durante la noche, era tal el desfallecimiento y el dolor que sentía en el corazón que hacia llorar mi alma incesantemente. Todo mi ser estaba traspasado de espinas, saetas y espadas. Sonreía y lloraba al mismo tiempo, sonreía para esconder mi dolor.

Fue así, fue en este estado que Jesús bajo a mi corazón esta mañana. Mi corazón estaba ansioso, sediento de recibirlo. Jesús entró y pronto se transformó, lo iluminó, hizo desaparecer el dolor y lo colocó en el mar inmenso de su divino amor, mi corazón nadaba lleno de suavidad y dulzura.

— Hija mía, el padre ama con dulzura a sus hijos, el esposo tierno y fiel no cesa, emplea todos los medios para suavizar el dolor de los que le pertenecen, de los que ama.

Yo soy ese Padre y ese Esposo, vengo a suavizar tu dolor, a darte mi paz y mi consuelo y deleitarme en este jardín hermoso, en este paraíso encantado que es tu corazón.

La madre que da a luz es siempre sometida a grandes dolores. Tú eres madre, no de algunos hijos, sino de millones y millones de pecadores, madre de la humanidad, no de unas vidas, sino de millones y millones de vidas. Es la razón de tanto dolor, de tanto doloroso martirio.

Dame dolor, dame dolor, hija mía, dame tu cruz. Dile a tu Padrecito que Jesús está en él y siempre habita dentro de él. Dile que, donde quiere que esté, donde quiera que camine, lo sigue mi bendita Madre, cubriéndole con su manto. Y sobre su cabeza, en forma de paloma, reposa el Espíritu Santo, para irradiar e iluminarlo con su luz, para que, sin peligro de equivocarse encamine las almas hasta Mí y desempeñe la ardua misión que le escogí.

Quien siempre me amó con amor puro y desinteresado no puede dejar de amarme. Quien siempre y encima de todo procuró hacer mi divina voluntad, no puede jamás dejar de cumplir. Dale todo mi amor.

Dile a tu médico que sobre su hogar, hogar tan querido y bendecido por Mí, cada noche y cada día cae una lluvia de bendiciones y gracias celestes.

Dile que después de mantenerse firme por mucho tiempo, pero como si estuviese ajeno a mi divina causa, le diga a quien debe decirle, que ya es tiempo de que se cumpla mi divina voluntad, haciendo aquello que le falta hacer a los hombres para honor y gloria mía y triunfo de la grande causa. Mi causa, mi causa, tan querida causa.

Dale el amor de Jesús y de María en la mayor abundancia.

Ven, mi Madre bendita, ven a darle consuelo y a hablarle a vuestra hijita.

Vino la Madrecita, me dejó en sus santísimos brazos, me besó, me acarició y me dice:

— Atiende bien, hija mía, a lo que te va a decir Jesús, es un pedido suyo y mío.

Jesús agregó:

— Hija mía, dile a mi querido Cardenal, a mi tan amado Manuel Cerejeira que, con discreción, le diga a los portugueses que hagan oración, mucha oración, mucha penitencia y gran reparación.

La justicia divina amenaza caer con todo su rigor en toda la humanidad, pero más en Portugal, por los muchos beneficios que ha recibido del Cielo.

Dile que le pida, a quiénes pueden poner término, a tanta deshonestidad, a tanta lujuria, que se haga justicia, que estos males dejan grandes prisioneros, para que, en vez de la justicia divina, caiga sobre Portugal una lluvia de paz, la lluvia del amor de Dios.

Díselo sin recelo, es el Cardenal de la dulzura, es el Cardenal de la gracia, es el Cardenal de la verdad, es el Cardenal escogido por Mí, que te va a escuchar, será mucho, será todo.

Continuó la Madrecita:

— Obedecer, hijita, obedece prontamente. Diles que es Jesús y María que hablan por tus labios, diles que es Jesús y María quienes les mandan toda la ternura, todo el amor de sus divinos Corazones.

Diles que todo este pedido es una oferta que queremos presentar al Padre Eterno, para aplacar su justicia.

Es la reparación que exigen estos Corazones amantes, tan heridos, tan ofendidos, tan tristes por la pérdida de sus hijos.

Ve, hija mía, ve, esposa querida de Jesús, danos tu sufrimiento, danos tu cruz.

Lleva nuestro amor, nuestra protección y cariño para todos los que te rodean, aman y amparan. Lleva nuestro consuelo, danos siempre para sonreír a tu sufrimiento.

Valor, valor, Jesús y María están contigo.

— Gracias, mi Jesús y gracias, querida Madrecita. Consuélame, dame tu gracia y tu fuerza, con ella todo puedo sufrir por tu amor.

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MENSAJES Y VISIONES Nuestra Señora de Soufanieh: Siria

Mensajes 1 A 4 (1982/83) de la Virgen María y de Jesucristo (2001), a Myrna de Soufanieh, Siria

PRIMERA APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA
15 DE DICIEMBRE DE 1982

1_ El primer mensaje es de la segunda aparición, pues, Myrna se perturbó tanto en la primera que huyó donde su cuñada, Elena, la despertó gritando e indicándole la terraza: «Elena, Elena, la santísima Virgen!» Elena no veía nada.

Awad, esposo de Elena, tuvo que cargarla en brazos y bajarla a la sala. Un sacerdote griego-ortodoxo, el P. Georges Abou Zakhem, y los padres de Myrna fueron convocados y vinieron juntarse a la familia Nazzour para orar. La oración estaba terminándose, hacia las 23,45 horas, cuando llegó el P. Elias Zahlaoui. Se le explica lo sucedido y, en seguida, le dice a Myrna: «Sin duda, la Virgen te quería dar un mensaje, pero al verte tan asustada, no te dijo nada. Prepárate a acogerla con la siguiente oración: Santísima Virgen, ayúdame a recibirte y a recibir tu mensaje». Myrna preguntó: «¿Eso es todo?»
Nota (1)

VER HISTORIA EN Nuestra Señora de Soufanieh, Siria ( 22 de noviembre)

 

SEGUNDA APARICIÓN – PRIMER MENSAJE
18 DE DICIEMBRE DE 1982 A LAS 23:37

«Mis hijos, acuérdense de Dios porque Dios está con nosotros.
Ustedes conocen todas las cosas y no conocen nada.
Vuestro conocimiento es un conocimiento incompleto.
Pero vendrá el día cuando conocerán todo,
como Dios me conoce.
Hagan el bien a aquellos que hacen el mal y no hagan prejuicio a nadie.
Yo les he dado el aceite más de lo que pidieron,
pero les daré algo mucho más fuerte que el aceite (2_ )
Arrepiéntanse y crean, y acuérdense de mi en sus alegrías.
Anuncien a mi Hijo, Emanuel.
Quien lo anuncie se salva, y el que no lo haga, su fe es vana.
Ámense los unos a los otros.
No les pido dar dinero a las Iglesias,
ni dinero para distribuir a los pobres, les pido amor.
Aquellos que dan dinero a los pobres y a las Iglesias sin tener amor,
no son nada.
Visitaré más los hogares, porque aquellos que van a la iglesia,
algunas veces, no van para orar (3_ )
No pido que me construyan una iglesia sino un lugar de peregrinación (4_ )
Den. No se aparten de aquellos que están pidiendo ayuda.

 

TERCERA APARICIÓN – SEGUNDO MENSAJE
SÁBADO 8 DE ENERO DE 1983 A LAS 23:37

La Virgen lloraba.
Ella dijo a Myrna: «No es nada «.
Myrna también lloraba gritando:
«La Virgen está llorando».
Al fin la Virgen se fue pero, antes de desaparecer, sonrió dulcemente.

 

CUARTA APARICIÓN – TERCER MENSAJE
LUNES 21 DE FEBRERO DE 1983 A LAS 23:30 (5_ )

Mis hijos:
Sea dicho entre nosotros, regresaré aquí.
No insulten a los orgullosos que son desprovistos de humildad.
El humilde tiene sed de los comentarios de los demás
para corregirse de sus defectos,
mientras que el orgulloso corrompido se subleva,
se vuelve hostil.
El perdón, es lo mejor.
Aquel que pretende ser puro y caritativo ante los hombres,
es impuro ante Dios.
Les hago un pedido, una palabra que grabarán en su memoria,
y que repetirán siempre:

«Dios me salva, Jesús me ilumina, el Espíritu Santo es mi vida,
por ello no temo nada»

¿No es así, hijo mío José?
Soporten y perdonen.
Soportarán siempre menos de lo que ha soportado el Padre.

 

QUINTA APARICIÓN – CUARTO MENSAJE
JUEVES 24 DE MARZO DE 1983 A LAS 21:30

Mis hijos:
Mi misión ha terminado.
En esta noche, el Ángel me dijo:
«Bendita eres entre las mujeres».
Y no pude contestarle sino:
«Soy la sirvienta del Señor».
Estoy feliz.
No merezco decirles: sus faltas están perdonadas, pero mi Dios lo ha dicho.
Funden una Iglesia.
Yo no dije: construyan una iglesia.
La Iglesia que adoptó JESÚS, es una Iglesia ÚNICA, y JESÚS es ÚNICO.

LA IGLESIA ES EL REINO DE LOS CIELOS SOBRE LA TIERRA,
QUIEN LA DIVIDIÓ, PECÓ,
Y QUIEN SE ALEGRA DE SU DIVISIÓN, PECA.

Jesús la construyó: era pequeña.
Y cuando ella creció, fue dividida.
Quien la partió no tiene amor.
¡Únanse!
Les digo: oren, oren, oren.
¡Qué hermosos son mis hijos arrodillados, implorando!
No tengan temor: Estoy con ustedes.
No se peleen como los grandes.
Ustedes enseñarán a las generaciones la palabra de unidad,
de amor y de fe.
Oren por los habitantes de la tierra y del cielo.

NOTA: Las palabras entre paréntesis son para clarificar y completar la traducción árabe.
Esta es una traducción de los mensajes en lengua francesa.

1_ El primer mensaje es de la segunda aparición, pues, Myrna se perturbó tanto en la primera que huyó donde su cuñada, Elena, la despertó gritando e indicándole la terraza: «Elena, Elena, la santísima Virgen!»

Elena no veía nada. Awad, esposo de Elena, tuvo que cargarla en brazos y bajarla a la sala. Un sacerdote griego-ortodoxo, el P. Georges Abou Zakhem, y los padres de Myrna fueron convocados y vinieron juntarse a la familia Nazzour para orar. La oración estaba terminándose, hacia las 23,45 horas, cuando llegó el P. Elias Zahlaoui.

Se le explica lo sucedido y, en seguida, le dice a Myrna: «Sin duda, la Virgen te quería dar un mensaje, pero al verte tan asustada, no te dijo nada. Prepárate a acogerla con la siguiente oración: Santísima Virgen, ayúdame a recibirte y a recibir tu mensaje». Myrna preguntó: «¿Eso es todo?»

2_ Esta frase corresponde a la súplica del papá de Myrna durante el éxtasis: «O Virgen santísima, te lo suplico, no vaya a privarnos de tu óleo».

3 _La frase de la Virgen «Visitaré más las casas» quedó incomprensible en el momento; pero, tomó todo su sentido a partir de Octubre de 1983, cuando el óleo empezó a correr de centenares de estampas del ícono de Soufanieh, tanto en Damasco como en otras partes, y cuando la gente empezó a orar delante de estas estampas que daban ese signo.

4_ La misma Virgen indicó, durante una éxtasis ulterior, que para este lugar de peregrinación, y por lo tanto de oración, tendrían que quitar una piedra del arco de la puerta de entrada para poner en su lugar un ícono de la Virgen, con una palabra de agradecimiento a Jesús. Esto se cumplió a principios de Mayo de 1983.

5_Cuando la aparición iba a concluir, Myrna dijo en voz alta: «…el Padre todo poderoso…» y las personas presentes continuaron el Credo. Al terminar la oración, Myrna dijo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». Después de la aparición, se le preguntó qué había pasado y Myrna explicó: «La misma Virgen empezó el Credo y yo seguí tras de ella».

 

MENSAJE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO A MIRNA EN SOUFANIEH
MENSAJE DEL 2001

“Hijos míos:
Les he dado una señal para mi glorificación.
Mantengan su camino y yo sigo con ustedes,
si no, cierro las puertas del Cielo ante ustedes”.

Pero he aquí una Madre que sufre, que ora y que me dice:
“ Señor Tú eres Todo Amor”.

Y Yo digo:

“ No desesperes oh Puerta del Cielo, ya que yo los amo y quiero que me
devuelvan, Por su entrega, amor por amor.”

“Hijos Míos dedíquense a conocerse tal cual ustedes son y ponderar
su grado de fidelidad, en cuanto a lograr la unidad de corazones entre
ustedes.
Ármense de paciencia y sabiduría y no tengan miedo si tropiezan».
Perseveren en la esperanza.
Tengan confianza en Mi que yo no abandonaré a los que cumplen mi
voluntad.
En cuanto a ti Hija Mía se circunspecta y ármate de mi gracia.
Sé paciente, sabia y humilde.
Ofrece estos sufrimientos con alegría pues ya te he dicho:
“Tus fatigas no se prolongarán”
Dirige tu mirada hacia Mi y encontrarás paz y descanso.
Pues Yo soy quien te fortifica.
Soy yo quien te lanza a la refriega y soy yo quien te saca de ella.
Para llevarte a la alegría del Cielo.
Dedícate a la oración y que tu ayuno vaya acompañado de meditación y
recogimiento; entonces escucharás mi voz en tu fuero interno.
Ten confianza en mi que yo no te abandonaré ni a ti ni a tu familia ni a
ninguno de los que haya colaborado contigo en honor mío y solamente por Mi».

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MENSAJES Y VISIONES Nuestra Señora de Soufanieh: Siria

Otros Mensajes de Jesucristo y de la Virgen María, a Myrna de Soufanieh, Siria

MENSAJES DE LA VIRGEN
Viernes 28 de Octubre de 1983

No teman, todo esto está pasando para que el nombre de Dios sea glorificado.
No teman, en tí yo educaré mi generación.

Viernes 4 de Noviembre de 1983

«Baja a decirles que tu eres mi hija antes de ser la de ellos…
Mi corazón se consumió en mi Hijo único.
No se va a consumir en todos mis hijos.»

Viernes 25 de Noviembre de 1983

«Es todo lo que quiero.
Yo no vine para separar.
Tu vida conyugal quedará tal cual es.
¿Te gustaría venir a mi casa? Ven, basta con quererlo…»

 

MENSAJE DE CRISTO CON OCASIÓN DEL JUEVES DE ASCENSIÓN
31 de Mayo de 1984

«Mi hija,
Yo soy el comienzo y el fin.
Yo soy la verdad, la libertad y la paz.
Mi paz les doy.
Que tu paz no descanse sobre la lengua de la gente, que sea en bien o en mal y piensa en mal de tí misma.
Aquel que no busca la aprobación de la gente y no teme su desaprobación, goza de la paz verdadera.
Y aquello se realiza en mi.
Vive tu vida, serena e independiente.
Que las fatigas hechas por mi, no te desanimen.
Más bien, alégrate.
Yo soy capaz de recompensarte.
Tus fatigas no se prolongarán, y tus dolores no durarán.
Ruega con adoración, porque la vida eterna merece esos sufrimientos.
Ruega para que se cumpla en tí la voluntad de Dios, y dime:

Bien amado Jesús,
permíteme reposar en tí,
por encima de todas las cosas,
por encima de toda criatura,
por encima de todos tus ángeles,
por encima de todo elogio,
por encima de toda alegría y exaltación,
por encima de toda gloria y dignidad,
por encima de todo el ejército celestial,
pues tu solo eres el Altísimo,
tu solo eres poderoso y bueno encima de todo.
Ven a mí, consuélame,
desata mis cadenas y dame la libertad.
Porque sin tí, mi alegría es incompleta,
sin tí, mi mesa está vacía…

Entonces, vendré y te diré:
Vine, porque me invitaste.

 

LA VIRGEN MARÍA CONFIA UN SECRETO A MYRNA
Viernes 7 de septiembre de 1984

«Esto es entre tú y yo, hasta tu muerte».
Myrna retiene solo estas palabras del mensaje:
«Vive tu vida; sin embargo, que tu vida no te impida continuar orando.»

 

MENSAJES DE NUESTRA SEÑORA
Miércoles 1 de Mayo de 1985

«Mis hijos, reúnanse.
Mi corazón está herido.
No dejen mi corazón partirse a causa de sus divisiones.
Mi hija, te daré un regalo por tus fatigas».

Domingo 4 de Agosto de 1985

«La Iglesia es el reino de los cielos sobre la tierra.
Quien la dividió, pecó y quien se alegra de su división, peca.
Estoy contenta: no temas, estoy contigo.
En ti yo educaré mi generación».

Miércoles 14 de Agosto de 1985

«Feliz cumpleaños.
Mi fiesta es cuando los veo a todos, reunidos juntos.
Vuestra oración es mi fiesta.
La unión de vuestros corazones es mi fiesta.»

 

MENSAJE DE JESUCRISTO
Sábado 7 de Septiembre de 1985

«Yo soy el creador.
He creado a mi Madre para que ella me crea.
Alégrense de la alegría del cielo, porque la hija del Padre y la madre de Dios y la esposa del Espíritu Santo, ha nacido.
Exulten la exultación de la tierra, pues su salvación está realizada».

 

MENSAJE DE CRISTO A MYRNA, EL DÍA ANTERIOR DEL TERCER ANIVERSARIO DEL FENÓMENO
26 de Noviembre de 1985

«Mi hija,
¿Quieres ser crucificada o glorificada?

Respuesta: Glorificada ((6))

Cristo sonríe y dice:
¿Prefieres ser glorificada por la criatura o por el Creador?

Respuesta: por el Creador.

Cristo : Eso se realiza a través de la crucifixión, pues todas las veces que miras a las criaturas, la mirada del Creador se aleja de tí.
Quiero, hija, que te dediques a la oración y que te menosprecies.
Aquel que se menosprecia aumenta en fuerza y en elevación de parte de Dios.
Fuí crucificado por amor de ustedes y quiero que ustedes lleven y soporten vuestra cruz por mí, voluntariamente,con amor y paciencia, y que esperen mi venida.
Aquel que participa conmigo en el sufrimiento, lo haré participar en la gloria.
No hay salvación sino por la Cruz.
No temas, mi hija, te daré de mis heridas para pagar las deudas de los pecadores.
Es la fuente en la cual apaga su sed toda alma.
Y si mi ausencia se prolonga y que la luz se eclipsa por ti, no temas, ello será por mi glorificación.
Anda a la tierra donde la corrupción se está generalizando, y estés en la paz de Dios».

 

MENSAJE DE CRISTO A MYRNA EL DÍA ANTERIOR DEL CUARTO ANIVERSARIO
Miércoles 26 de Noviembre de 1986

Mi hija,
«Qué bello es este lugar, allí construiré mi reino y mi paz!
Les doy mi corazón, para poseer sus corazones.
Sus pecados están perdonados, porque ustedes me están mirando, y en aquel que me mira a mí, pintaré mi imagen.
Pero desgraciado aquel que representa mi imagen,cuando vendió mi sangre.
Oren por los pecadores.
A toda palabra de oración derramaré una gota de mi sangre sobre cada uno de los pecadores.
Hija, que las cosas de la tierra no te perturben, porque por mis heridas, ganas la eternidad.
Quiero renovar mi Pasión, y quiero que cumplas tu misión.
Porque no podrás entrar al cielo si no has cumplido bien tu misión en la tierra.
Anda en paz, y diles a mis hijos que vengan a mí a toda hora y no sólo cuando renuevo el aniversario de mi Madre.
Pues, estoy con ellos en todo momento.»

 

MENSAJE DE CRISTO A MYRNA EL SABADO SANTO
18 de abril de 1987

«Les he dado una señal para mi glorificación.
Continúen vuestra ruta ya que estoy con ustedes.
Si no…»

 

MENSAJE DE CRISTO CON OCASIÓN DEL JUEVES DE ASCENSIÓN
28 de Mayo de 1987

«Ámense los unos a los otros y oren con fe».

 

MENSAJE DE CRISTO EL MIÉRCOLES (EN MAAD, LIBANO)
22 de Julio de 1987

«No temas, mi hija, en tí yo educaré mi generación.
Oren, oren y oren.
Y cuando oran, digan:
«Oh Padre, por los méritos de las heridas de tu Hijo, sálvanos».

 

MENSAJE DE CRISTO EN LA NOCHE
14 y 15 de Agosto de 1987

«Mi hija,
Ella es mi Madre, de quien nací.
Quien La honra, Me honrará.
Quien La reniega, Me reniega.
Y quien le pide algo, lo conseguirá porque ella es mi Madre».

 

MENSAJE DE CRISTO DIRIGIDO A MYRNA DE NOCHE
7 de Septiembre de 1987

«María (7),
¿No eres tú a quien escogí, la joven tranquila, con el corazón lleno de amor y de simpatía ?
Constato que no puedes soportar nada por mí.
Te daré una oportunidad de escoger.
Estés segura
, que si tu Me pierdes, perderás las oraciones de todos aquellos que te rodean, y sabrás que llevar la Cruz será inevitable.»

 

MENSAJE DE CRISTO CONFIADO A MYRNA, QUINTO ANIVERSARIO DEL FENÓMENO DE SOUFANIEH
26 de Noviembre de 1987

«Mi hija, aprecio que Me hayas escogido, pero no solamente en palabras.
Yo quiero que juntes mi Corazón a tu delicado corazón para que nuestros corazones se unan. Haciendo esto, salvas a las almas sufridas.

No detestes a nadie para que tu corazón no esté cegado por tu amor hacia Mí.

Ama a todo el mundo como me amas a mí, principalmente a aquellos que te odian y que hablan mal de ti, por esta vía, obtendrás la gloria.

Persevera en tu vida de esposa, madre y hermana.

Que no te preocupen las dificultades y dolores que vas a tener, quiero que seas más fuerte que todo aquello porque estoy contigo, si no, perderías mi corazón.

Anda y anuncia al mundo entero y dile sin temor que ESTAMOS TRABAJANDO POR LA UNIDAD.

No censuramos al hombre por el fruto de sus manos sino por el fruto de su corazón.

Mi paz en tu corazón será una bendición para ti y para todos aquellos que han colaborado contigo».

 

MENSAJE DE CRISTO (LOS ANGELES, USA)
14 de Agosto de 1988

«Mis hijos,
Mi paz les dí, ¿ Pero ustedes qué me dieron?
Ustedes son mi Iglesia y vuestro corazón me pertenece, a menos que ese corazón lo posee otro Dios que no yo.
En verdad yo dije:

LA IGLESIA ES EL REINO DE LOS CIELOS
SOBRE LA TIERRA,QUIEN LA DIVIDIÓ, PECÓ,
Y QUIEN SE ALEGRA DE SU DIVISIÓN, PECA.

Es mas fácil que un incrédulo crea en mi nombre que los que pretenden tener fe y caridad y que juren por mi nombre.
Es en Dios solamente que deberían meter su orgullo.
Oren por los pecadores que perdonan en mi nombre y por aquellos que reniegan de mi madre.
Mis hijos; les he dado todo mi tiempo, denme una parte del suyo».

 

MENSAJE DE CRISTO (DAMAS)
7 de Septiembre de 1988

«Mi hija,
En verdad, te dije de sobrellevar todas las dificultades y sé que has portado solo un poco.
DILE A MIS HIJOS QUE ES A ELLOS QUE LES PIDO LA UNIDAD,
Y NO A AQUELLOS QUE HACEN UNA COMEDIA SIMULANDO
TRABAJAR POR LA UNIDAD.

Anda y lleva el anuncio y por donde estés, estoy contigo.

 

MENSAJE DE CRISTO (MÀAD, LIBANO)
10 de Octubre de 1988

«Mi hija María,
¿ Porqué temes cuando estoy contigo?
Tú debes hablar y en voz alta, la palabra de la verdad sobre aquel que te ha creado, para que mi fuerza se manifieste en tí.
Y te daré de mis heridas, para olvidar los sufrimientos que la gente te causa.
No escojas tu ruta porque te la tracé yo».

 

MENSAJE DE CRISTO
26 de Noviembre de 1988

«Mis hijos,
Todo lo que hacen ustedes ¿ es por amor a mí ?
No digan: ¿ qué hago yo? Porque eso, es mi obra.
Ustedes deben ayunar y orar porque es en la oración que darán la cara a mi Verdad y afrontarán todos los golpes.
Oren por aquellos que han olvidado la promesa que me hicieron porque ellos dirán:
«¿Porqué no sentí tu presencia, Señor, mientras estabas conmigo?»

TODO LO QUE QUIERO ES QUE USTEDES SE REUNAN EN MÍ COMO YO
ESTOY EN CADA UNO DE USTEDES.

En cuanto a tí, mi hija, te voy a dejar.
No temas si mi voz se hace esperar, pero sobretodo sé fuerte y que tu lengua sea una espada que hable en mi nombre.
Y estés segura que estoy contigo y con ustedes.

 

MENSAJE DE LA VIRGEN (LOS ANGELES, USA)
18 de Agosto de 1989

«No temas, hija.
Todo esto sucede para que el nombre de Dios sea glorificado.
Alégrate, porque Dios te ha permitido venir a mí para que te diga:
No te preocupes de lo que dicen de ti, pero siempre anda en paz, porque la criatura me mira a través de tí.
Diles a todos de multiplicar sus oraciones porque ellos necesitan de la oración para agradar a Dios.
Que la bendición de Dios descienda sobre tí y sobre todos aquellos que han colaborado contigo por amor a Él.

 

MENSAJE DE LA VIRGEN EN EL SÉPTIMO ANIVERSARIO
Domingo 26 de Noviembre de 1989

«Mis hijos, Jesús dijo a Pedro:
TU ERES PIEDRA Y SOBRE ELLA, ÉDIFICARÉ MI IGLESIA.
Y yo digo ahora:
Ustedes son el corazón en el cual Jesús construirá su UNIDAD.
Quiero que ustedes consagren sus oraciones por la paz desde ahora, hasta la conmemoración de la Resurección».

 

MENSAJE DE JESUCRISTO EL SÁBADO SANTO
4 de Abril de 1990

«Mis hijos, ustedes enseñarán a las generaciones la palabra de unidad, de amor y de fe .
Yo estoy con ustedes.
Pero tu, mi hija, no escucharás mi voz hasta la fiesta (de Pascua) unificada»

 

MENSAJE DE LA VIRGEN (BÉLGICA)
Miércoles el 15 de Agosto de 1990

«Mis hijos, oren por la paz y sobre todo en Oriente, porque todos ustedes son hermanos en Cristo».

 

MENSAJE DE LA VIRGEN EN LA NOCHE DEL OCTAVO ANIVERSARIO
26 de Noviembre de 1990

No temas, mi hija, si te digo que me ves por la última vez hasta que la fiesta (de Pascua) sea unificada.
Diles entonces a mis hijos:
«Quieren ver ellos y acordarse de las heridas de mi HIJO en tí, ¿ sí o no?»
Si es fácil para ellos verte sufrir dos veces, yo soy una Madre y me pesa ver a mi hijo sufrir varias veces.
Estés en paz, estés en paz, hija mía.
Ven para que el te dé la paz a fin que puedas repartirla entre los hombres.
En cuanto al aceite, continuará a manifestarse sobre tus manos para la glorificación de mi HIJO JESÚS, cuando él quiera y donde tú estés.
Pues, nosotros estamos contigo y con cualquiera que desea que la fiesta (de Pascua) sea unificada.»

NOTA: Las palabras entre paréntesis son para clarificar y completar la traducción árabe.

Esta es una traducción de los mensajes en lengua francesa.

6_ Cuando el P. Malouli preguntó a Myrna qué significa para ella la palabra «glorificada», contestó: «Es igual que decir Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu».

7_María es el nombre verdadero de Myrna.

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Foros de la Virgen María MENSAJES Y VISIONES Sor Josefa Menéndez

Mensajes a Josefa Menéndez de 1920 a 11 de febrero de 1923

Entre 1920 y 1923 Jesucristo y la Virgen maría se aparecieron a la Venerable Sor Josefa Menéndez en un convento de Francia. La causa de su beatificación está siendo investigada en Roma. La historia de las apariciones puede leerse en Apariciones a Sor Josefa Menéndez ( 25 de agosto y 29 de diciembre).

Desde fines de febrero de 1923 Jesucristo le relató su Pasión. Puede leerse en La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Visiones de Sor Josefa Menéndez (Parte 1 de 3). La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Visiones de Sor Josefa Menéndez (Parte 2 de 3). La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Visiones de Sor Josefa Menéndez (Parte 3 de 3)

Y las oraciones pueden leerse aquí Oraciones de Sor Josefa Menéndez
 

25 de Agosto de 1920
“Déjate en Mis Manos… No Me importan tu pequeñez y tu flaqueza; lo que pido es que Me ames y que lo ofrezcas todo para consolar Mi Corazón. Quiero que sepas cuánto te amo y qué tesoros te reserva Mi amor”.

“Quiero que descanses sin miedo en Mi Corazón. Míralo y verás que ese fuego es capaz de consumir todo lo imperfecto que hay en ti. Abandónate a Mi Corazón y no pienses más que en darme gusto”.

“Quiero que Me lo ofrezcas todo, aún lo más pequeño, para compensar el dolor que Me causan las ofensas de las almas”.

8 de Septiembre de 1920
“Nada temas… No me abandones. ¡Son tantas las almas que huyen de Mí! Déjame, al menos, morar en la tuya y complacerme en ella”.

4 de Octubre de 1920
Jesús muestra Su Corazón herido a Sor Josefa y dice:

“Mira en qué estado las almas infieles dejan Mi Corazón… Ignoran el amor que les tengo; por eso Me abandonan. Pero tú, ¿no querrás cumplir Mi Voluntad?”

7 de Noviembre de 1920
Jesús dice a Sor Josefa:
«Guarda para Mí solo ese corazón que te he dado, y no busques en todo más que amar. Mi Corazón Se abrasa y arde en deseos de consumir a las almas en el amor».

8 de Noviembre de 1920
“No Me resistas, humíllate, que Yo te buscaré en tu nada para unirte a Mí”.

19 de Noviembre de 1920
«Un solo acto de amor, cuando te sientes desamparada, repara muchas ingratitudes de otras almas. Mi Corazón los cuenta y los recoge como bálsamo precioso».

29 de Noviembre de 1920
“¿No sabes que Soy el dueño de tu corazón y de todo tu ser?”

26 de Enero de 1921
“El alma que ama desea sufrir, y el sufrimiento aumenta el amor. El amor y el sufrimiento unen el alma estrechamente con Dios hasta hacerla una misma cosa con El”.

6 de Febrero de 1921
“Estas heridas Me las causa el desamor de los hombres que, como locos, corren a su perdición”.

8 de Febrero de 1921
“¡Cuántas almas se condenan! Pero un alma fiel repara y obtiene misericordia para muchas ingratas”.

9 de Febrero de 1921
“El amor que tengo a las almas es tan grande, que no puedo contener la llama de Mi ardiente caridad”.

12 de Febrero de 1921
Sor Josefa escribe: me hallaba ante el Sagrario en oración y empecé a pedir por mi madre y mis hermanas. Me llegué a entristecer por ellas y pensaba lo que haría si estuviese a su lado… Confieso que en aquel momento no contaba bastante con Dios. De pronto se presentó Jesús, con el Corazón abrasado lleno de majestad, y en tono de reprensión me dijo:
-tú sola, ¿qué podrías hacer?
Y señalándome Su Corazón:
-fija Aquí tu mirada.
Y se fue.

20 de Febrero de 1921
Durante la Santa Misa, después de la Consagración, Jesús se presenta hermosísimo a Sor Josefa, y le dice:
“Dime, Josefa, ¿qué Me vas a ofrecer por las almas que te he confiado? Colócalo en la Llaga de Mi Corazón para que reciba un valor infinito”.

21 de Febrero de 1921
“Te quiero tan olvidada de ti misma y tan abandonada a Mi Voluntad que no te pasaré la más mínima imperfección sin avisarte. Debes tener siempre presente tu nada y Mi Misericordia. Sabré sacar tesoros de tu humildad: no lo olvides”.

24 de Febrero de 1921
“Mañana ofrecerás a Mi Padre todas tus acciones, unidas a la Sangre que derramé en Mi Pasión. Procurarás no perder un momento la presencia Divina, alegrándote, en cuanto te sea posible, de lo que hayas de sufrir. Piensa todo el día en las almas… en los pecadores… Tengo sed… sí, tengo sed de almas”.

24 de Febrero de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“El mundo no conoce la Misericordia de Mi Corazón. Quiero valerme de ti para darla a conocer… Te quiero Apóstol de Mi bondad y de Mi Misericordia”.

14 de Marzo de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Recuerda que tu nada es el imán que atrae Mis miradas”.

15 de Marzo de 1921
Acabando de comulgar y pidiendo una vez más perdón a Nuestro Señor, pasó, como un relámpago, por delante de Sor Josefa y le dijo: “El amor todo lo borra”.

17 de Marzo de 1921
“Aquel día te llamé y, desde entonces, no te he abandonado ni un momento. Te he cuidado con amor y no me he separado de ti. ¡Cuántas veces hubieras caído a no haberte sostenido Yo! Hoy te digo de nuevo: quiero que seas Mía… que Me correspondas… que Me seas fiel…”.

“Yo haré todo el trabajo, tú nada tienes que hacer sino amar y abandonarte. No te importe tu nada, ni tu debilidad, ni aún tus caídas. Mi Sangre todo lo borra. Bástate a ti saber que te amo. Abandónate”.

22 de Marzo de 1921
“¿No sabes lo que está escrito en el Santo Evangelio? Pedid y recibiréis”.

23 de Marzo de 1921
Jesús dice a Sor Josefa: “Hay almas cristianas y muy piadosas, detenidas por un afectillo, un apego, que les impide correr por el camino de la perfección. Si otra alma ofrece sus obras y sacrificios, uniéndolos a mis méritos infinitos, les alcanza que salgan del estado en que están y adelanten en la virtud”.

“Otras almas viven en la indiferencia o en el pecado, ayudadas del mismo modo, recobran la gracia, y se salvan. Otras, y no tan pocas, viven obstinadas en el mal y ciegas en su error. Se condenarían, pero las súplicas de un alma fiel consiguen que la gracia toque, al fin, su corazón. Y si su flaqueza es tan grande que han de volver a caer en su vida de pecado, me las llevo a la eternidad, y así las salvo”.

26 de Marzo de 1921
Rogaba yo al Señor que me diese la fuerza de vencerme, pues no sé todavía humillarme como El quisiera”.

Jesús dice a Sor Josefa:
“No te apures, Josefa; si llenas un vaso de agua y echas en él una piedrecita, saldrá un poco de agua. Echas otras y sale un poco más. Pues así, a medida que Yo voy entrando en tu alma te vas desocupando de ti, pero esto se hará poco a poco”.

29 de Marzo de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Mi Corazón encuentra consuelo perdonando. No tengo más deseo que perdonar, ni mayor alegría que perdonar. Cuando, después de una caída, un alma vuelve a Mí, es tan grande el consuelo que me da, que casi resulta para ella un beneficio, porque la miro con particular amor”.

3 de Abril de 1921
Jesús dice a Sor Josefa acerca de Su Sagrado Corazón:
“Toma este Corazón y ofrécelo… Con El, puedes pagar todas tus deudas”.

6 de Abril de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Es tanto lo que Me agrada un alma cuando se abandona a Mí de verdad, que aunque esté llena de imperfecciones y miserias hago de ella un cielo donde me deleito en morar. Yo mismo te diré lo que Me impide trabajar en tu alma para realizar Mis designios”.

7 de Abril de 1921
Sor Josefa pide a Jesús que le enseñe a humillarse y abandonarse como El desea. Jesús responde:
“Puedes humillarte de varias maneras: adorando la Voluntad Divina que, a pesar de tu indignidad, se quiere servir de ti para extender Su Misericordia. También, dando gracias de que, sin merecerlo, te he colocado en la Sociedad de Mi Corazón. No te quejes nunca de esta gracia”.

13 de Mayo de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Mi Corazón nunca niega el perdón al alma que su humilla y, sobre todo, entiéndelo bien, Josefa, si lo pide con verdadera confianza. Yo haré un gran edificio sobra la nada, es decir, sobre tu humildad, tu abandono y tu amor”.

17 de Mayo de 1921
La Santísima Virgen dice a Sor Josefa:
“¿Cómo no te he de amar, hija mía? Por todas las almas ha derramado mi Hijo Su Sangre. Todas son mis hijas. Pero cuando Jesús fija los ojos en un alma, yo pongo en ella el corazón».

18 de Mayo de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Si tú eres un abismo de miseria, Yo soy un abismo de bondad y Misericordia… Mi Corazón es tu refugio”.

25 de Mayo de 1921
La Santísima Virgen dice a Sor Josefa:
“Hija mía, arroja todas tus miserias en el Corazón de Jesús, ama al Corazón de Jesús, descansa en el Corazón de Jesús, sé fiel al Corazón de Jesús”.

3 de Junio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Si me quieres consolar, has de trabajar para acercar a Mi Corazón un alma muy querida. Forma desde ahora la intención y ofrece todas tus obras. Besa el suelo para adorar Mi Sangre pisoteada y ultrajada por esta alma a quien tanto amo”.

3 de Junio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Recuerda Mis palabras y ten fe. El único deseo de Mi Corazón es aprisionarte y anegarte (sumergirte) en Mi amor, hacer de tu pequeñez y flaqueza un canal de misericordia para muchas almas que, por tu medio, se salvarán. Más tarde te descubriré los secretos amorosos de Mi Corazón y eso te servirá para hacer mucho bien a un gran número de almas. Deseo que escribas y guardes cuanto Yo te diga. Todo se leerá cuando estés en el Cielo. Quiero servirme de ti, no por tus méritos, sino para que se vea cómo Mi poder se sirve de instrumentos débiles y miserables”.

13 de Junio de 1921
La Santísima Virgen dice a Sor Josefa:
“Líbrate de estas tres cosas que es por donde el enemigo de las almas te quiere hacer caer:
-No te dejes llevar de los escrúpulos que te presenta, para que dejes la comunión.

-Cuando mi Hijo te pide un acto de humildad o cualquier otra cosa, hazlo con mucho amor, diciendo muchas veces: `Jesús mío, veis lo que me cuesta, pero antes que yo sois Vos´.

-Si el enemigo te sugiere que la confianza con la Madre Superiora te resta del cariño que debes a Jesús, no le hagas caso”.

14 de Junio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Cuando tomes alimento, haz cuenta que a Mí me das ese refrigerio; y así, en todo aquello en que puedas encontrar alguna satisfacción”.

14 de Junio de 1921
Sor Josefa vio a Jesús en la Capilla con Sus Manos y Pies lastimados. Tres veces dijo el Señor a Sor Josefa: “Ofrece por esta alma la Víctima Divina al Eterno Padre… Ofrece la Sangre de Mi Corazón”.
Jesús dice a Sor Josefa:
“Durante la noche puedes descansar en Mi Corazón. El recogerá los latidos del tuyo como otros tantos deseos de amarme y consolarme…”.
“Humíllate hasta el polvo, pero a la humildad añade la confianza y el amor. Hazlo todo por amor, mirando siempre lo que por amor He sufrido por las almas”.
“Hazlo todo con mucha sumisión, viendo en todo Mi voluntad”.
“No te separes un momento de Mi lado”.
Jesús dice a Sor Josefa:
“Deja obrar a Mi amor, que no quiere otra cosa que rodearte y consumirte. El amor te despojará de ti misma… No te dejará pensar más que en Mi gloria y en las almas”.

14 de Junio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Durante la oración, colócate a Mi lado en Getsemaní y participa de Mi angustia, ofreciéndote al Padre como víctima, dispuesta a sufrir todas las penas de que eres capaz”.

14 de Junio de1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Durante la Misa, presenta a Mi Eterno Padre esta alma que quiero salvar, para que El derrame sobre ella la Sangre de la Víctima que se está inmolando. Cuando comulgues, puedes ofrecer todo el valor que tienes a tu disposición, para satisfacer su deuda”.

14 de Junio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Cuando despiertes, entra en seguida en Mi Corazón y ofrece a Mi Eterno Padre todas las acciones de este nuevo día, unidas a las palpitaciones de Mi Corazón. Une tus movimientos a los Míos, es decir, como si ya no fueses tú misma, sino Yo el que obrase en ti”.

20 de Junio de 1921
Mientras Sor Josefa ofrecía a Jesús el alimento que ella tomaba, Jesús le dice:
“Sí… Dame de comer, que tengo hambre… Dame de beber, que tengo sed… Ya sabes tú de qué tengo hambre y sed… Es de almas, de esas almas que tanto quiero. ¡Dame de beber!”

La Santísima Virgen María dijo a Sor Josefa:
“Este dolor que sientes es una centella del Corazón de mi Hijo. Cuando lo sientes muy fuerte, cuida de ofrecerlo con mucho amor, porque eso quiere decir que un alma hiere a Jesús en aquel momento. No tengas miedo de sufrir: es un tesoro para ti y para las almas”.

23 de Junio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“En la Hora Santa presentarás a Mi Eterno Padre el alma de este pecador. Recuérdale la agonía que por ella padecí en Getsemaní. Ofrécele Mi Corazón y une tus sufrimientos a los Míos… Estos sufrimientos no son nada en comparación del gozo que me dará esta alma, cuando, arrepentida, se acerque a Mi Corazón”.

30 de Junio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa mostrándole Sus Llagas:
“Mira Mis Llagas, adóralas… Bésalas. No son las almas, no, que Me han puesto en este estado… es el Amor. Es el amor de predilección que tengo a Mis almas… y el amor compasivo que siento por los pecadores. ¡Si ellos lo supieran!… La mayor recompensa que puedo dar a un alma es hacerla víctima de Mi amor y de Mi misericordia, porque la hago semejante a Mí que soy Víctima Divina por los pecadores”.

1 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Une sin cesar tus actos a los Míos y sigue ofreciendo a Mi Padre la Víctima Divina… Su Sangre”.

1 de Julio de 1921
La Santísima Virgen María dice a Sor Josefa:
“Adora la Sangre Divina de Jesús, hija, y pide con gran fervor que se derrame sobre esta alma para que la ablande, la perdone y la purifique”.

3 de Julio de 1921
Sor Josefa describe la visión que ha tenido del Corazón de Jesús rodeado de espinas, con puntas agudísimas que se Le clavaban dentro y cómo de cada una brotaba Sangre.

Jesús dice entonces acerca de las almas que Le ocasionan todo este sufrimiento: “todo esto y mucho más ha sufrido Mi Corazón. Pero también encuentro almas que se unen a Él (Mi Corazón) y Me consuelan por las que de Mí se apartan”.

8 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa: “Mira Mi Corazón, es todo Amor y ternura… Pero hay almas que no lo conocen”.

8 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa refiriéndose a dos almas que El le confía:
“Mira cómo traspasan mi Corazón… Cómo desgarran Mis Manos”.

9 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Josefa, esta alma Me ha dado ya lo que Me negaba. Pero la otra está muy cerca de su perdición, si no quiere reconocer su nada. Ofrécete a fin de alcanzar perdón para ella. Cuando un alma comete grandes pecados, pero después se humilla, saca ganancia. Mas la soberbia es lo que más enoja a Mi Padre… La detesta con odio infinito. Busco almas que se humillen y reparen su soberbia… Ofrécete sin cesar para reparar la soberbia de esta alma. No me rehúses nada. Yo soy tu fortaleza”.

12 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“La soberbia la ciega (a esta alma)… Olvida que Soy su Dios y ella sin Mí es nada. ¿Qué importa subir aquí en la tierra? Póstrate ante Mi Padre Celestial y ofrece la humildad de Mi Corazón. No olvides que sin Mí el alma es un abismo de miseria. Yo levantaré a los humildes. No Me importan sus miserias ni sus caídas… Quiero humildad y amor”.

22 de Julio de 1921
La Santísima Virgen María dice a Sor Josefa:
“Has de sufrir por las almas, has de ser tentada, porque el demonio quiere, a todo trance, quebrantar tu fidelidad. Pero ten valor”.

22 de Julio de 1921
La Santísima Virgen María dice a Sor Josefa:
“Hija de mi Corazón, vengo a sostenerte porque soy tu Madre. No, no es inútil lo que estás sufriendo… Por este acto (tuyo) de humildad (y por tu) miedo de una tentación tan fuerte, expías el orgullo de esta (otra) pobre alma; la tentación que sufres y vences, disminuye la de aquella”.

25 de Julio de1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Yo jamás falto a Mi Palabra”.

26 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“He escogido nueve almas para esa empresa (de atraer a Su Corazón una Comunidad que se ha alejado). Ahora estoy contigo; luego te dejaré para ir con otra (de estas almas). Así, es siempre una esposa Mía la que Me da consuelo. Es verdad que muchas Me martirizan y son ingratas, pero también hay muchas en las que puedo descansar y que son Mi delicia”.
Jesús dice a Sor Josefa acerca ella y ocho almas que deben atraer a Su Corazón una Comunidad que se ha alejado:  “Quiero, no sólo que acerquéis estas almas a Mí, sino que expiéis por ellas, a fin de que no queden en deuda alguna delante de Mi Padre”.
Jesús dice a Sor Josefa que vuelva a sus quehaceres habituales, y luego: “Trabaja en Mi compañía”.

26 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Has de atraer a Mi Corazón una Comunidad que se ha alejado… Es una comunidad tibia y relajada… Quiero que Mis esposas vuelvan aquí” –y mostraba Su Corazón–. “Haz todo lo que te indiqué para aquel pecador. Ofrece la Sangre Divina: Nada hay de tan alto precio”.

27 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Nada hay de tanto valor como sufrir en unión con Mi Corazón”.

27 de julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Vengo a descansar en ti… Olvídate de ti misma y consuélame; quiero que Me ames de tal modo y con tal ardor que no te acuerdes de ti para nada y Yo solo ocupe tus pensamientos y deseos. No temas sufrir. Bastante poderoso Soy para cuidar de ti”.

“Besa Mis Manos y Mis Pies y repite Conmigo: `Padre Mío, ¿no es de bastante valor la Sangre de Vuestro Hijo…? ¿Qué más queréis? Su Corazón… Sus Llagas… Su Sangre… todo El se ofrece a Vos por la salvación de estas almas”

La Santísima Virgen dice a Sor Josefa:
“Hasta mañana quiero que pongas todo tu interés en salvar una hija a quien amo singularmente. Es un alma que Jesús eligió para El… Le dio una vocación religiosa pero la ha perdido por su infidelidad. Mañana ha de morir y lo que más me apena es que se ha quitado mi escapulario… ¡Qué alegría tendrá mi Corazón de Madre si esta hija no se condena!”

29 de Julio de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Repite Conmigo: `Padre Eterno, mirad estas almas bañadas con la Sangre de Vuestro Hijo, víctima que se ofrece sin cesar; esa Sangre que purifica, consume y abrasa. ¿No tendrá eficacia bastante para ablandar estas almas?´… Sí, quiero que vuelvan a Mí, que se abrasen en ardor amoroso, como Yo Me consumo por ellas en doloroso Amor”

Jesús dice a Sor Josefa, con tristeza:
“¡Si conocieran las almas Mi deseo ardiente de comunicarme a ellas por amor! Pero, ¡qué pocas lo entienden y cómo hieren Mi Corazón!… Yo Soy la única felicidad de las almas. ¿Por qué se apartan de Mí?”

30 de Julio de 1921
Sor Josefa pide por un alma que necesita fuerza. Jesús responde:
“Si no la encuentra en Mi Corazón, ¿dónde la encontrará? El amor da la fuerza, pero el alma ha de olvidarse de sí misma».

30 Julio, 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Cuando un alma consagrada tiene la desgracia de caer, Yo la levanto; no tiene ella que hacer más que humillarse y amar. Nada me importa su miseria, si su único deseo es darme gloria y consuelo. A pesar de su pequeñez, alcanza muchas gracias para otras almas… Yo me deleito en la humildad, y ¡a cuántas almas consagradas aleja de Mí el orgullo! Quiero que tu celo y tus sacrificios atraigan a Mi Corazón muchas almas, las Mías en especial. Que el deseo de verme amado te consuma y que tu amor sea Mi consuelo”.

“Cuando un alma desea ser fiel, Yo la sostengo en su debilidad y sus mismas caídas mueven a obrar con mayor eficacia Mi bondad y Mi misericordia. Pero es preciso que el alma se humille y se esfuerce, no para hallar su propia satisfacción sino para darme gloria».

3 de Agosto de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“El pecador que tanto me hacía sufrir ya está en Mi Corazón… Quiero que se convierta pronto. ¿Quieres sufrir por él? Ofrécelo todo por esta intención”.

El 14 de Agosto Jesús le dice a Sor Josefa:
“Sobre aquel pecador He alcanzado completa victoria. Ahora Me consolará. Yo le amaré y él Me amará… Y tú ¿Me amas? Tengo sobre ti designio s de amor. No Me niegues nada”.

5 de agosto de 1921: “No encontrarás felicidad fuera de Mi Corazón”.

Jesús dice a Sor Josefa:
“Deseo ardientemente que Me amen… Si las almas supieras qué exceso de amor siento hacia ellas, no podrían resistir. Por eso corro tras ellas y no perdono medio para atraerlas a Mí”.
“Yo Soy todo Amor y Mi mayor deseo es ser amado, ¿por qué soy tan mal correspondido?”.

5 de Agosto de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Todos los días, después de comulgar, repite con todo el fervor que puedas estas palabras: `Corazón de mi Jesús: que el mundo entero se abrase en Vuestro amor”.

5 de Agosto de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Quiero que te consumas en Mi Amor. Ya te he dado a entender que no encontrarás felicidad fuera de Mi Corazón. Quiero que Me ames, pues tengo sed de amor; que ardas en deseos de verme amado, y que tu corazón no se alimente más que de este deseo”.

26 de agosto de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Es tanto Mi amor hacia las almas, que Me consume el deseo de su salvación. ¡Cuántas se pierden y cuántas esperan sacrificios para salir del estado en que se encuentran! Pero aún tengo muchas que son del todo Mías… Una sola de ellas obtiene perdón para muchas frías e ingratas”.
“Consuélame, ¡hay tanta frialdad en las almas! ¡Cuántas se precipitan, ciegas, en el abismo…! Si no encontrara almas que Me consuelan y muevan Mi misericordia, no podría detener Mi justicia”.
“Permanece hoy más unida a Mi Corazón a fin de reparar por muchas almas”.

1 de Septiembre de 1921
La Santísima Virgen María dice a Sor Josefa:
“Mira hija mía, cuanto más te pida Jesús, más debes alegrarte… El que contempla un cuadro muy bien pintado, no es el pincel lo que admira, sino la mano del pintor. Así tú, Josefa, aun cuando realizaras grandes cosas, no debes atribuirte nada a ti misma, pues es Jesús quien obra en ti, y quien se sirve de ti. Da gracias sin cesar a Dios, que tan bueno ha sido contigo. Sé muy fiel, así en lo grande como en lo pequeño. No mires si te cuesta. Obedece a Jesús, obedece a las Madres [del convento], sé muy humilde y deja lo demás. Jesús se encarga de tu pequeñez, y tú sabes que yo soy tu Madre”.

8 de Septiembre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“No te ocupes más que de amarme: el amor te dará fortaleza”.

13 de Septiembre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Hay ahora un alma que me hace sufrir mucho y vengo a consolarme en ti… ¡Pobre alma! ¡Cómo se pone al borde del abismo!”

La noche del 25 de septiembre Jesús le anuncia a Sor Josefa:
“Aquella alma ya la hemos ganado”.

25 de Septiembre 1921
Jesús dice a Sor Josefa: “No te aflijas por tu miseria, Mi Corazón es el trono de la misericordia, donde los más miserables son mejor recibidos, con tal que ellos quieran perderse en este abismo de amor. Porque eres pequeña y miserable, he fijado en ti Mis ojos. Yo soy tu fortaleza… Ahora vamos a conquistar otras almas, pero antes, descansa un poco en Mi Corazón”.

3 de Octubre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Quiero enseñarte a conocer los gustos más delicados de Mi Corazón… Quiero estés siempre muy atenta para no desperdiciar ocasión alguna de humillarte y siempre que puedas elegir entre sacrificarte o no, prefieras el sacrificio”.

3 de Octubre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“No te vayas a descansar con una falta en tu alma: mira que te lo encargo mucho. Si cometes una falta, repárala enseguida… deseo que tu alma brille como el cristal. Si vuelves a caer, no te turbes, porque la turbación y la inquietud apartan al alma de Dios”.

3 de Octubre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“¡Si las almas religiosas supieran cuánto las amo y cómo me hieren su frialdad y tibieza! No acaban de conocer a dónde va a parar el no hacer caso de faltas ligeras. Empiezan por una pequeñez y terminan en la relajación. Hoy se conceden un gusto, mañana dejan pasar una inspiración de la gracia y, poco a poco, sin darse cuenta, se van enfriando».

3 de Octubre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Te quiero muy pequeña, muy humilde y siempre sonriente; sí, quiero que vivas alegre, aún siendo para ti misma un verdugo. Escoge lo que más te cueste, pero con gozo. Sírveme en paz y alegría: así honrarás Mi Corazón”.

3 de Octubre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Te quiero santa, muy santa, y no lo serás por otro camino si no es el de la obediencia y la humildad. Te enseñaré todo esto poquito a poco. Dos cosas te encargo especialmente para que las tengas siempre ante tus ojos y las grabes en tu corazón:
Primero, que si he fijado en ti Mi mirada es para que brille más Mi poder, levantando un gran edificio sobre la nada.
Y segundo, que si te quiero por la derecha y tú quieres ir por la izquierda, tu perdición es segura”.

21 de Octubre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Vengo porque Me has llamado”.
Josefa le pregunta qué ha de hacer para reparar y Jesús le contesta:
“¿Qué has de hacer? Amar… amar… amar…”

22 de Noviembre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“He hecho contigo una alianza de amor y misericordia. El amor no se cansa. La misericordia no se agota”.

20 de Octubre de 1921
La Santísima Virgen María, llena de ternura, dice a Sor Josefa sumergida en una dura lucha de varios días de tribulación: “No temas sufrir. ¡Cuántas almas se han acercado al Corazón de Jesús en estos días de tentaciones!”

22 de Noviembre de 1921
Jesús, señalando Su Corazón encendido, se empezó a abrir la Herida y le dijo a Sor Josefa:
“Mira cómo Mi Corazón se consume de amor por las almas. Así quiero que tú también te abrases en deseos de su salvación. Entra en este Corazón, y unida a El, repara… Sí, tenemos que reparar. Yo soy la Gran Víctima; tú una víctima pequeñita, que uniéndote a Mí, puedes ser del agrado del Padre”.

26 de Noviembre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa:
“Te he dejado descansar un poquito, Josefa; ahora déjame que descanse en ti. Deseo darte Mi cruz unos momentos, ¿la quieres? ¡Hay tantas almas que Me abandonan y tantas que se pierden! Y lo más triste es que a muchas las he colmado de dones y he fijado en ellas los ojos; en cambio, Me corresponden unas con frialdad y muchas con ingratitud. ¡Qué pocas son, qué pocas, las que me devuelven amor por amor!”

28 de Noviembre de 1921
Cuando Jesús le pide a Sor Josefa que reparen juntos, ella le confiesa ser poca cosa. Jesús le responde: “No mires tu poquedad, Josefa, mira la omnipotencia de Mi Corazón que te sostiene. Soy tu Fortaleza y el reparador de tu miseria. Yo te daré fuerza para sufrir todo lo que deseo que sufras”.

28 de Noviembre de 1921
Jesús dice a Sor Josefa: “Déjame descansar en ti… Repara las ofensas con las que las almas afligen Mi Corazón. ¡Cuántas de Mis escogidas no son lo que debieran ser!”

14 de Febrero de 1922
Jesús dice a Sor Josefa: “Si tú tienes hambre de recibirme, Yo también tengo hambre de que Me reciban mis almas. ¡Es tanto el consuelo que encuentro entrando en su corazón!”

18 de Febrero de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“Quiero que tu alimento sea: amor y humildad, y no olvides que has de vivir abandonada a Mi Voluntad y siempre alegre, porque Mi Corazón cuida de ti con inmensa ternura”.
Sor Josefa se lamenta de no saber vencerse y que está llena de miedo, porque no corresponde a Su bondad, y Jesús le contesta:
“No temas, échate en Mi Corazón, déjate guiar y esto basta”.

19 de Febrero de 1922
Jesús dice a Sor Josefa después de la Elevación en la Misa, mostrándole Sus Llagas resplandecientes de luz:
“Aquí traigo a Mis almas para que se purifiquen y se abrasen. Aquí encuentran la verdadera paz y Yo espero encontrar en ellas el verdadero consuelo”.
Sor Josefa le pregunta que cómo podemos consolarle, estando tan llenos de miserias y debilidades. Jesús respondió, señalando Su Corazón:
“No Me importa, con tal que vengan a Mí llenas de amor y confianza. Yo puedo suplir todo lo que les falta”.

23 de Febrero de 1922
En la cercanía de los días de Carnaval, en que el desenfreno de las pasiones multiplica, como en ninguna época del año, las ofensas a Dios, Jesús dice a Sor Josefa:
“Quisiera estar un poquito contigo… Ama, Josefa; el amor consuela, el amor se humilla, el amor lo hace todo. En estos días en que tanto se Me ofende, quiero que seas Mi Cireneo: Me ayudarás a llevar la cruz. Es la cruz del amor… La cruz del amor a las almas. Tú Me consolarás y los dos sufriremos por ellas”.
Al día siguiente, la Santísima Virgen confirma esta petición de su Divino Hijo:
“Sí, hija mía, si eres dócil y generosa, serás el consuelo de Su Corazón y del mío; Jesús será glorificado en tu miseria…”. Posando la Virgen su mano en la cabeza de Sor Josefa, añade: “Mira cómo ofenden y ultrajan a Jesús los mundanos. No desperdicies la menor ocasión de reparar y ofrecerlo todo por las almas. Sufre con gran amor”.

25 de Febrero de 1922
Se acercan los días de Carnaval. Sor Josefa encuentra a Jesús en el oratorio cargando con la Cruz. El Señor le dice:
“Consuélame, Josefa, porque las almas Me crucifican de nuevo. Mi Corazón es un abismo de dolor. Los pecadores Me pisotean y Me desprecian. Nada hay para ellos menos digno del amor que Su Creador”.
Por la noche, pasadas las diez, Jesús vuelve con una Cruz muy pesada, la corona de espinas y ensangrentada Su Divina Faz. Jesús dice a Sor Josefa:
“Mira cómo estoy. ¡Cuántos pecados se cometen! ¡Cuántas almas se pierden…! Vengo a buscar alivio en estas almas (del Convento) que no viven más que para consolarme”.
Jesús se queda unos instantes en silencio, con las Manos juntas. Está muy triste, pero muy hermoso. Sus Ojos hablan más que Sus Labios. Después agrega:
“Muchas almas corren a su perdición y Mi Sangre es inútil para ellas. Pero las almas que aman se inmolan y se consumen como víctimas de reparación, atraen la misericordia de Dios. Esto es lo que salva al mundo” (es la cooperación de las almas al Sacrificio de Jesús).

nota del traductor: “El Señor se mostraba a Sor Josefa como revestido actualmente del dolor de los pecados de hoy. Sabemos que Su Santa Humanidad Gloriosa ya no puede sufrir. Pero actuaba delante de ella, como lo hizo con Santa Margarita María, los sufrimientos que Le causaban en Su Pasión los pecados y las ofensas de ahora. Josefa discernía muy bien los consuelos que su participación en los dolores de Jesucristo habían proporcionado a Su Corazón, ya que en la obra de Su Pasión todo le estaba presente”.

26 de Febrero de 1922
Sor Josefa pregunta a Jesús cómo puede ella reparar la ingratitud de los pecadores puesto que El conoce su pequeñez, y Jesús le responde: “Entra en Mi Corazón. Aquí hallarás fortaleza para sufrir. No pienses en tu pequeñez. Poder tiene Mi Corazón para sostenerte. Es tuyo; ofrécelo al Padre Celestial… No vivas más que esta vida que es vida de amor, de sufrimiento y de reparación”.

26 de Febrero de 1922
A causa de los días de Carnaval, Jesús dice a Sor Josefa:
“Vengo a refugiarme aquí, porque lo que son las murallas para una ciudad, eso son las almas fieles para Mi Corazón. Me defienden y Me consuelan. El mundo corre a su perdición. Busco almas que reparen tantas ofensas, pues Mi Corazón se consume en deseos de perdonar. Sí… perdonar a Mis amados hijos por los cuales derramé toda Mi Sangre… ¡Pobre almas! ¡Cuántas se pierden! ¡Cómo se precipitan en el infierno…! Pero no temas; si no te apartas de Mí, serás fuerte con Mi misma fortaleza y Mi poder será tu poder”.

26 de Febrero de 1922
Jesús se presenta a Sor Josefa durante la Misa, mostrando Su Corazón, hermosísimo; muy encendido, parecía el sol. El Señor le dice: 
“Este Corazón es el que da vida a las almas. El fuego de Su amor es más fuerte que la indiferencia y la ingratitud de los hombres. Este Corazón es el que da impulso a las almas escogidas, para consumirse y morir, si es preciso, para probarme Su amor… Los pecadores Me llenan de amargura. ¿No querrás reparar su ingratitud, tú que eres víctima de Mi amor?”

27 de Febrero de 1922
Jesús ora junto a Sor Josefa. Ella lo ve con Sus Manos juntas, Sus Ojos levantados al Cielo y Su silencio; todo en El habla de Su Divina y constante ofrenda al Padre Celestial. El Señor dice luego a Sor Josefa:

“Di a las Madres (del Convento) que esta casa es para Mí un jardín de delicias. Aquí vengo a buscar consuelo cuando los pecadores Me hacen sufrir. Diles que soy el Dueño de esta casa y que es un refugio amado donde descansa Mi Corazón… No busco ni deseo grandes cosas. Lo que pido, lo que Me consuela, es el amor que mueve a obrar. Sí, es el amor, sólo amor… y ese amor Me lo dan Mis almas”.

27 de Febrero de 1922
Jesús dice a Sor Josefa: “Un grupito de almas fieles alcanza misericordia para un gran número de pecadores. Mi Corazón no puede permanecer insensible a tantas súplicas… Buscaba quién Me consolara y lo encontré”.

27 de Febrero de 1922
A causa de los días de Carnaval, Jesús dice a Sor Josefa: “¡Cómo Me ofenden las almas!, pero lo que más Me duele es que ellas mismas se precipitan ciegamente a su perdición. Ya puedes comprender cuánto sufro al ver cómo se pierden tantas almas que Me han costado la vida. Este es Mi dolor: que Mi Sangre sea inútil para ellas. Vamos los dos a reparar y desagraviar a Mi Padre Celestial”.

1 de Marzo de 1922
Jesús, con Su Divina Faz ensangrentada, continúa diciendo a Sor Josefa el Miércoles de Ceniza:
“Pide perdón por los pecados del mundo. ¡Cuántos pecadores!… ¡Cuántas almas perdidas! Y almas que Me conocen, que Me amaron un día, pero hoy prefieren el goce y el placer. ¿Por qué así Me maltratan? ¿No les he dado pruebas bastantes de Mi amor? Y ellas correspondieron, pero ahora Me ponen debajo de sus pies… se burlan de Mí… Mis designios sobre ellas se frustran… ¿Dónde hallaré consuelo?”

1 de Marzo de 1922
Jesús se presenta a Sor Josefa el Miércoles de Ceniza, con Su Divina Faz ensangrentada y le dice:
“No hay una sola criatura en la tierra tan despreciada y ultrajada como Yo. ¡Pobres pecadores! Les he dado la vida y ellos buscan darme la muerte. Estas almas que tan caro Me costaron no sólo Me olvidan, sino que llegan a convertirme en objeto de burla y desprecio. Tú, Josefa, ven, acércate a Mí… descansa en este Corazón y participa de Su amargura… Consuélame… Amame… Mira que son muchas las almas que Me llenan de dolor; repara por las que deberían hacerlo y no lo hacen”.

1 de Marzo de 1922
El Miércoles de Ceniza, ante la expresión de dolor de Jesús en cuanto a que El es muy poco amado e incluso despreciado, Sor Josefa le contesta que en esa casa (el Convento) y en todas partes hay muchas almas que Lo aman. El Señor responde:
“Sí; pero quisiera aquellas (las que Le aman poco y Le desprecian)… ¡Las amo demasiado para dejarlas!”
Sor Josefa se ofrece por ellas de nuevo, con la intención de hacerlo hasta que ellas se arrepintieran, y Jesús le dijo, varias veces:
“Recoge la Sangre que derramé en Mi Pasión. Pide perdón por el mundo entero, por estas almas que conociéndome Me ofenden… Y ofrécete para expiar tantos pecados”.

1 de Marzo de 1922
Jesús se presenta a Sor Josefa el Miércoles de Ceniza, con Su Divina Faz ensangrentada y le dice:
“No hay una sola criatura en la tierra tan despreciada y ultrajada como Yo. ¡Pobres pecadores! Les he dado la vida y ellos buscan darme la muerte. Estas almas que tan caro Me costaron no sólo Me olvidan, sino que llegan a convertirme en objeto de burla y desprecio. Tú, Josefa, ven, acércate a Mí… descansa en este Corazón y participa de Su amargura… Consuélame… Amame… Mira que son muchas las almas que Me llenan de dolor; repara por las que deberían hacerlo y no lo hacen… Pide perdón por los pecados del mundo. ¡Cuántos pecadores!… ¡Cuántas almas perdidas! Y almas que Me conocen, que Me amaron un día, pero hoy prefieren el goce y el placer. ¿Por qué así Me maltratan? ¿No les he dado pruebas bastantes de Mi amor? Y ellas correspondieron, pero ahora Me ponen debajo de sus pies… se burlan de Mí… Mis designios sobre ellas se frustran… ¿Dónde hallaré consuelo?”

2 de Marzo de 1922
Jesús, ante la necesidad de encontrar almas generosas que expíen los pecados de las almas que no Le aman y Lo desprecian, dice a Sor Josefa:
“Ve a pedir permiso enseguida (a las Madres). Necesito almas que Me consuelen y reparen, y si aquí no las encuentro, ¿dónde iré?”
Jesús regresa la noche del 3 de marzo y le dice a Sor Josefa:
“Déjame al menos descansar en ti, Josefa, ya que son tantas las almas que Me apenan. ¡Estas almas que tanto amo…! ¡Cuántas se pierden!… Si supieras cuánto Me ofenden no rehusarías Mi Cruz. ¿Sabes cuál es Mi Cruz? El darme libertad para llamarte cuando Te necesite, sin mirar el sitio, ni la hora, ni la ocupación. Bástate saber que pido consuelo. Si Yo estoy contigo, ¿qué importa que el mundo entero esté contra ti?”

3 de Marzo de 1922
Sor Josefa escribe, para su gran humillación, que le suplicó a Jesús que no la llevara por el camino que El la ha estado llevando. Y Jesús, mirándola con mucha tristeza le dijo:
“No te puedo abandonar porque te amo demasiado; pero sí así lo quieres, hágase tu voluntad… La herida de Mi Corazón nadie sino tú la podrá cerrar”.
Jesús le quitó la corona de espinas que le había dado anteriormente y la Cruz, con las cuales Sor Josefa compartía el sufrimiento del Señor, y luego se fue.
Sor Josefa escribe en los siguientes días el terrible tormento que sufre a causa de su resistencia al Señor, el saber que había herido a Jesús y el temor que si El ya no volvía, su vida sería un martirio. Pero Jesús no la abandona sino que se valdrá de esta decisión de Sor Josefa para hacerla pasar a la etapa más misteriosa de su vida, incrementando su humildad, su fe y su abandono, que ella jamás hubiera podido alcanzar por sus propias fuerzas. Esta nueva etapa será, además, de incomparable beneficio para todas las personas que lean sus escritos.

6 de Marzo de 1922
Tres días después que Sor Josefa expresara a Jesús el deseo de no seguir el camino que El deseaba para ella, Sor Josefa oye aullidos infernales que le impresionan profundamente. Son voces de condenados que le echan en cara su falta de generosidad, entre gritos de desesperación y de rabia:

“Estoy aquí para siempre donde ya nunca jamás podré amar… ¡qué corto ha sido el placer! Y en cambio ¡el castigo es eterno…! ¿Qué queda? ¡Odiarte con odio infernal…! ¡Y para siempre…!”

Sor Josefa escribe aterrada: “¡Oh! ¡Saber la pérdida de un alma que jamás podré remediar! Saber que un alma maldecirá al Señor por toda la eternidad y ¡no poderlo remediar! Aunque sufriera yo todos los tormentos del mundo… ¡Dios mío! Esto me destroza! Mil veces morir antes que ser responsable de la pérdida de un alma”.

14 de Marzo de 1922
Ante el sufrimiento de Sor Josefa por haber pedido a Jesús que no la llevara por el camino que El deseaba para ella, Santa Magdalena Sofía se le aparece, llevándole un mensaje de Jesús:
“No olvides, hija mía, que nada sucede que no entre en los planes de Dios”.
Sor Josefa desahoga su pena inmensa, creyendo que las consecuencias de su falta son graves e irreparables. Santa Magdalena Sofía le contesta:
“Sí, hija mía, puedes reparar, si de esta caída sacas mucha humildad y una generosidad mayor”.

16 de Marzo de 1922

A las diez de la noche Sor Josefa empezó a sentir de nuevo el ruido tremendo de cadenas y gritos. Estaba llena de miedo. Ella escribe:

“Sería algo más de las doce cuando de repente vi delante de mí al demonio que decía: `atadle los pies… atadle las manos´. Perdí conocimiento de dónde estaba y sentí que me ataban fuertemente, que tiraban de mí, arrastrándome. Otras voces decían: `no son los pies los que hay que atarle… es el corazón´. Y el diablo contestó: `ese no es mío´. Me parece que me arrastraron por un camino muy largo. Empecé a oír muchos gritos, y en seguida me encontré en un pasillo muy estrecho. En la pared hay como un nicho, de donde sale mucho humo pero sin llama, y muy mal olor. Yo no puedo decir lo que se oye, toda clase de blasfemias y de palabras impuras y terribles. Unos maldicen su cuerpo… otros maldicen a su padre o madre… otros se reprochan a ellos mismos el no haber aprovechado tal ocasión o tal luz para abandonar el pecado. En fin, es una confusión tremenda de gritos de rabia y desesperación…”.

16 de Marzo de 1922
– continúa
Sor Josefa continúa escribiendo acerca de sus descensos temporales al infierno y sus encuentros con el maligno:

“…Pasé por un pasillo que no tenía fin, y luego, dándome un empujón, me hizo como doblarme y encogerme, me metieron en uno de aquellos nichos, donde parecía que me apretaban con planchas encendidas y como que me pasaban agujas muy gordas en el cuerpo, que me abrasaban. En frente de mí y cerca, tenía almas que me maldecían y blasfemaban. Es lo que más me hizo sufrir… pero lo que no tiene comparación con ningún tormento es la angustia que siente el alma, viéndose apartada de Dios. Me pareció que pasé muchos años en este infierno, aunque sólo fueron seis o siete horas… Luego sentí que tiraban otra vez de mí y después de ponerme en un sitio muy oscuro, el demonio, dándome como una patada me dejó libre. No puedo decir lo que sintió mi alma cuando me di cuenta que estaba viva y que todavía podía amar a Dios…”
– continúa

19 de Marzo y 2 de Abril de 1922
– continúa

Sor Josefa continúa escribiendo acerca de sus descensos temporales al infierno, los cuales le ayudarán a finalmente tomar la decisión de olvidarse por completo de sí misma y colaborar de lleno con Jesús y Su plan para salvar las almas. Sus narraciones son una valiosísima ayuda para aquellas almas que desean amar más a Jesús, así como a regresar al Señor aquellas que están en riesgo de condenarse. Sor Josefa escribe:

“…El diablo estaba muy furioso porque quería que se perdieran tres almas… Gritaba con rabia: `¡Que no se escapen…! ¡que se van…! ¡Fuerte…! ¡fuerte!´ Esto así, sin cesar, con unos gritos de rabia que contestaban, de lejos, otros demonios. Durante varios días presencié estas luchas… Yo supliqué al Señor que hiciera de mí lo que quisiera con tal que estas almas no se perdiesen. Me fui también a la Virgen y ella me dio gran tranquilidad porque me dejó dispuesta a sufrirlo todo para salvarlas, y creo que no permitirá que el diablo salga victorioso…”

“El demonio gritaba mucho: `…Estad atentas a todo lo que las pueda perturbar…! ¡Que no se escapen… haced que se desesperen´. Era tremenda la confusión que había de gritos y de blasfemias. Luego oí que decía furioso: `¡No importa! Aún me quedan dos… Quitadles la confianza…´ Yo comprendí que se le había escapado una, que había pasado ya a la eternidad, porque gritaba: `Pronto… de prisa… que estas dos no se escapen… Tomadlas, que se desesperen… Pronto, que se nos van´. En seguida, con un rechinar de dientes y una rabia que no se puede decir, yo sentía esos gritos tremendos: `¡Todavía tengo una y no dejaré que se la lleve…!´ El infierno todo ya no fue más que un grito de desesperación, con un desorden muy grande y los diablos chillaban y se quejaban y blasfemaban horriblemente. Yo conocí con esto que las almas se habían salvado. Mi corazón saltó de alegría, pero me veía imposibilitada para hacer un acto de amar…

Sor Josefa, aún en medio de su experiencia en el infierno escribe: “no siento odio hacia Dios como estas otras almas, y cuando oigo que maldicen y blasfeman, me causa mucha pena; no sé qué sufriría para evitar que Nuestro Señor sea injuriado y ofendido… Siento mucho tormento. Es como si entrase por la garganta un río de fuego que pasa por todo el cuerpo, y unido al dolor que he dicho antes. Como si me apretasen por detrás y por delante con planchas encendidas… No sé decir lo que sufro… es tremendo tanto dolor… Parece que los ojos salen de su sitio y como si tirasen para arrancarlos… Los nervios se ponen muy tirantes. El cuerpo está como doblado, no se puede mover ni un dedo… El olor que hay tan malo, no se puede respirar *, pero todo esto no es nada en comparación del alma, que conociendo la bondad de Dios, se ve obligada a odiarle y, sobre todo, si Le ha conocido y amado, sufre mucho más…”
– continúa

* Josefa despedía este hedor intolerable siempre que volvía de una de sus visitas al infierno o cuando la arrebatada y atormentaba el demonio: olor de azufre, de carnes podridas y quemadas que, según fidedignos testigos, se percibía sensiblemente durante un cuarto de hora y a veces media hora; y cuya desagradable impresión conservaba ella misma mucho tiempo más todavía.

2 de Abril de 1922
Una de las muchas almas que acuden a Sor Josefa pidiendo humildemente oraciones y sufragios, dice a Sor Josefa:

“Estoy aquí por bondad de Dios, porque mi gran orgullo me tenía abierta las puertas del infierno. Tenía muchas personas debajo de mis pies… y ahora me pondría yo debajo del último de los pobres… Ten compasión de mí… y haz actos de humildad para reparar mi orgullo. Así podrás sacarme de este abismo”.

“¡Si las almas supieran cómo se pagan aquí los gustos innecesarios concedidos a la naturaleza!… Ya he terminado mi destierro. Ahora voy a la Eterna Patria”.

Otra alma le dice:
“¡Bendita sea la infinita bondad de Dios que quiere servirse de los sacrificios de otras almas para reparar nuestras infidelidades! ¡Cuánta más gloria podía tener ahora en el Cielo, si mi vida hubiera sido otra!”

Otra alma más dice a Sor Josefa:
“No saben cuán diferentes se ven las cosas de la tierra, cuando se ha pasado a la eternidad. Los cargos no son nada delante de Dios, tan sólo la pureza de intención con que se ejercen aun las más pequeñas acciones. ¡Qué poca cosa es la tierra y todo lo que ella encierra! Y a pesar de esto, ¡cuánto se la ama! ¡Ah, la vida, por larga que sea, es nada en comparación de la eternidad! No pueden figurarse los hombres lo que es un solo momento de purgatorio y cómo el alma se consume y se derrite en deseos de ver a Dios Nuestro Señor”.

2 de Abril de 1922
Otra de las almas del Purgatorio que visitan a Sor Josefa, le dice:
“He pasado siete años en pecado mortal y tres años enferma rehusando siempre confesarme. Tenía bien abierto el infierno, y hubiera caído en él, si con tus sufrimientos de hoy, no me hubieses obtenido fuerza para confesarme y ponerme en gracia. Ahora estoy en el Purgatorio y te ruego que pidas por mí, pues así como has podido salvarme, puedes sacarme pronto de esta cárcel tan triste”.

“Estoy en el Purgatorio por mi infidelidad… No he correspondido al llamamiento divino. Desde hacía doce años estaba resistiendo a mi vocación y viviendo en peligro de condenarme, pues para quitarme el remordimiento, me había entregado al pecado. Doy gracias a la bondad divina que ha querido, por tus sufrimientos, darme valor para ponerme en gracia. ¡Qué difícil era mi salvación! Ahora te pido tengas piedad de mí y me saques pronto de este lugar de penas”.

Otra alma más dice:
“Ofrece por nosotras la Sangre de Nuestro Señor. ¿Qué sería de nosotros si no hubiera almas para aliviarnos?”

13 de Abril de 1922
El Jueves Santo Sor Josefa recibe la visita de San Juan Evangelista. Era un joven alto, muy hermoso y su túnica de un color como heliotropo o rojo algo apagado. San Juan le dice a Sor Josefa:
“Nada temas (de los constantes ataques del demonio), tu alma es una azucena que Jesús guarda en Su Corazón… Vengo a darte a conocer algunos sentimientos del Corazón del Divino Maestro en este gran día (Jueves Santo). El amor le obliga a separarse de Sus discípulos; tenía que ser bautizado con bautismo de sangre. Pero el amor le obliga también a quedarse con ellos, y así el amor le llevó a instituir el Sacramento de la Eucaristía”.

“¡Qué lucha sintió entonces Su Corazón! ¡Cómo descansaría entrando en las almas puras… pero cómo se renovaría Su Pasión entrando en corazones manchados! ¡Cómo se alegraba Su alma cuando se acercaba el momento de ir al Padre… pero qué tristeza sintió viendo que era uno de los doce, por El escogido, el que le había de entregar a la muerte, y que Su Sangre empezaba a ser inútil para aquella alma!”

“Su Corazón se anegaba en amor y el amor le hacía sentir la más terrible amargura, viendo tan poca correspondencia de parte de estas almas tan amadas. Y ¿qué decir de lo que sintió al ver la ingratitud y frialdad de tantas almas escogidas…?”

16 de Abril de 1922
Sor Josefa le pide perdón a Jesús y le cuenta de todas sus flaquezas y miserias. Jesús, con amor indecible, le contesta:
“No es más feliz el que nunca ha necesitado perdón, sino más bien el que ha tenido que humillarse muchas veces”.

17 de Abril de 1922
El día del Evangelio de los Discípulos de Emaús, Sor Josefa le pide a Jesús que se quede con ella, que ya es tarde. Y Jesús se presentó enseguida, muy hermoso, y le dijo:
“Sí, me quedaré contigo… Yo seré la luz de tu alma. Se hace tarde, es verdad… Dime, Josefa, ¿qué harías sin Mí?”

21 de Abril de 1922
Sor Josefa habla con Jesús acerca de los ataques del demonio y Jesús le contesta:
“Josefa… me quiero valer de ti como instrumento de Mi misericordia para con las almas. Pero si tú no te abandonas completamente a Mi Voluntad, ¿qué quieres que haga? ¡Son tantas las almas que necesitan perdón! Por esto, Mi Corazón busca víctimas* que le ayuden a reparar los ultrajes del mundo y, por su medio, derramar Mi misericordia. ¿Qué te importa todo lo demás si estoy contigo para sostenerte? Yo no te dejo. ¿Qué más puedes pedir…?”

22 de Abril de 1922
Jesús le dice a Sor Josefa:
“Si te comunico estas cosas, es para que no retrocedas ante ningún sacrificio. No lo dudes: lo que más te hace sufrir es lo que más Me consuela. Y cuando menos te lo figuras, es cuando acercas más almas a Mi Corazón”.
Sor Josefa le dice confiadamente cuán agotada y sin fuerzas está y Jesús le responde:
“No necesito fuerzas, lo único que necesito es tu abandono. La verdadera fortaleza está en Mi Corazón. Quédate en paz… No olvides que es la misericordia y el amor lo que obra en ti”.

24 de Abril de 1922
Sor Josefa habla con Jesús después de la Comunión acerca de los ataques del demonio. Jesús le dice:
“No te preocupes. Tenemos que librar a un alma de las manos del demonio y ésta es para ella la hora del peligro. Así la podremos salvar. ¡Son tantas las almas que corren riesgo de perderse! Pero hay otras que Me consuelan y muchas vuelven a Mi Corazón”.
Sor Josefa le pregunta qué hacer por la conversión de un pecador que da mucho escándalo y Jesús le dice:
“Hay que poner Mi Corazón entre este pecador y Mi Eterno Padre. Mi Corazón se apiadará de él y aplacará la ira divina. Adió, Josefa; consuélame con tu amor y con tu abandono”.

2 de Mayo de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“¿No sabes que el demonio puede atormentarte pero no puede dañarte? ¿Quién es más poderoso, él o Yo?”

11 de Mayo de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“Yo deseo aprisionarte del todo en Mi Corazón, porque Mi amor hacia ti es sin medida. Y a pesar de todas tus faltas y todas tus miserias, quiero servirme de ti para dar a conocer a las almas Mi amor y Mi misericordia. ¡Son tantas las que desconocen la bondad de Mi Corazón! Y es mi único deseo, que estas almas que tanto amo, se pierdan en el abismo sin fondo de Mi Corazón”.

11 de Mayo de 1922
Jesús, refiriéndose a Su Sagrado Corazón, dice a Sor Josefa:
“Cuando te encuentres más apurada y más débil, ven aquí a buscar fortaleza”.

3 de Junio de 1922
Jesús dice a Sor Josefa acerca de ese día, el día de renovación de votos:
“Hoy (DÍA DEL SAGRADO CORAZÓN) es el día del Amor. Hoy, Mis almas Me roban el Corazón. Lo que Me da más gloria, lo que más Me consuela es que estas almas, a quienes tanto amo, vengan a pedir fuerza y remedio a Mi Corazón, que no desea más que enriquecerlas… Toma este Corazón y ofrécelo al Padre. Con El, puedes pagar todas tus deudas”.

16 de Julio de 1922
La Virgen María dice a Sor Josefa:
“Vive en paz, hija mía, no te reserves nada para ti, ni te preocupes más que del momento presente. Jesús te lleva y guía a tus Superiores. No te apartes de sus consejos. Sé fiel y sumisa a la voluntad de mi Hijo, en los momentos más difíciles”.

16 de Julio de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“Desde toda la eternidad Yo he sido tuyo. Desde ahora para siempre, tú eres Mía. Tú trabajarás para Mí, Yo trabajaré para ti. Tus intereses son Míos, Mis intereses son tuyos”.

22 de Julio de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“Josefa, Esposa Mía, déjame dilatarme en ti. Mi grandeza suplirá tu pequeñez. Desde ahora trabajaremos unidos. Yo viviré en ti, y tú vivirás para las almas… Déjate guiar… Mi corazón lo hará todo, Mi misericordia obraré en ti y Mi amor anonadará todo tu ser”.

27 de Julio de 1922
Sor Josefa está rezando a la Virgen, diciéndole cuánto ama a Jesús y cuánto desea ser totalmente Suya, pero que tuviera presente su pequeñez. En ese momento llega Jesús y colocándose cerca de Josefa, le dice:

“No tengas miedo; Soy tu Salvador… Soy tu Esposo… ¡qué poco conocen las almas esos dos nombres! Esta es la obra que quiero hacer en ti: el deseo más ardiente de Mi Corazón es que las almas se salven, y quiero que Mis esposas conozcan con qué facilidad pueden ganarse almas. Yo haré conocer por tu medio el tesoro que muchas veces dejan perder, porque no profundizan bastante estos dos nombres: Salvador y Esposo”.

30 de Julio de 1922
La Virgen María dice a Sor Josefa:

“Hija mía, no te asustes de tus caídas. Todavía caerás más de una vez, pero siempre te levantará el Amor. Te sostiene un Esposo que es Dios y que te ama”.

5 de Agosto de 1922
Jesús le dice a Sor Josefa:
“Son muchas las almas que Me afligen… y muchas se pierden… Pero las que más hieren Mi Corazón, son estas que tanto amo y que no se entregan del todo a Mí. Siempre se reservan algo. ¿No les doy Yo Mi Corazón entero?”

Josefa pide perdón al Señor por estas almas y por ella misma, que tanto se reserva a Jesús y le pidió que tomara los actos y el amor de esas almas que desean consolarle. Jesús le contesta con gran bondad: “Sí, eso busco; reparar las faltas de las unas con los actos de las otras”.

6 de Agosto de 1922
Sor Josefa expresa a Jesús su temor de fallarle en Su Obra. Jesús le dice con inmensa ternura:

“¡Pequeña Mía!… Empieza Mi obra agarrada de la mano de Mi Madre. ¿No te da ánimo esto?”

Sor Josefa se llena gozo en su corazón al oír estas palabras y Jesús le da solemnemente tres indicaciones que Josefa ha de observar como preparación a esa Obra:

“Meditar profundamente sobre la nada de Mis instrumentos”.

“Confiar plenamente en la Misericordia de Mi Corazón, y prometer desde el fondo del alma, no resistir jamás a Mis peticiones, por duras y penosas que sean”.

“Hacer una Hora Santa, el jueves, para consolar Mi Corazón de las resistencias de Mis almas escogidas. Y el viernes, un acto de reparación por las penas y ofensas que de estas mismas almas recibo”.

6 de Agosto de 1922
Jesús dicta a Sor Josefa, una a una, las palabras que desea que ella escriba. En estos escritos el Señor nos revela algo maravilloso:

“No temas; cuando tú escribas Yo te lo diré todo. Ninguna de Mis palabras se perderá. Nada de lo que Yo te diga se borrará jamás. Poco importa que seas tan miserable y pequeña. Yo haré todo. Yo daré a conocer que Mi Obra se funda sobre la nada y la miseria; este es el primer eslabón de la cadena de amor que preparo a las almas desde toda la eternidad. Me serviré de ti para enseñar que amo la miseria, la pequeñeza y la nada”.

“Haré que las almas conozcan hasta qué punto las ama y perdona Mi Corazón y cómo sus mismas caídas pueden servirme de complacencia. Penetro el fondo de las almas, sus deseos de darme gusto, de consolarme y de glorificarme; y el acto de humildad que sus faltas les obliga a hacer, viéndose tan débiles, es precisamente lo que consuela y glorifica Mi Corazón”.

“No importa que las almas sean débiles. Yo suplo lo que les falta. Les daré a conocer cómo su misma debilidad puede servirme para dar vida a muchas almas que la han perdido”.

“Daré a conocer que la medida de Mi Misericordia para con las almas caídas, no tiene límites… Deseo perdonar. Descanso perdonando… Siempre estoy esperándolas con amor… ¡Que no se desanimen!… ¡Que vengan!… ¡Que se echen sin temor en Mis brazos…! ¡Soy Su padre…!”

“Muchas entre Mis Esposas no comprenden cuánto pueden hacer para atraer a Mi Corazón a otras almas que están sumidas en un abismo de ignorancia, y no saben cómo deseo que se acerquen a Mí para darles vida… La verdadera vida”.

“Yo te enseñaré los secretos de amor y tú serás ejemplo vivo de Mi Misericordia, pues si por ti, que eres miseria y nada, tengo tanta predilección y te amo tanto, ¿qué haré con otras almas mucho más generosas que tú?”

7 de Agosto de 1922
Sor Josefa le dice a Jesús cuánto teme no serle fiel. Jesús la mira con Sus ojos hermosísimos y con indecible bondad le responde:
“Nada temas; Yo te conduciré del modo más conveniente para Mi gloria y el provecho de las almas; tú abandónate al amor, déjate guiar por el amor, vive perdida en el amor”.
Jesús añade en otro momento:
“Deseo que tu pequeñez se deje conducir y guiar por Mi mano paternal, sabia e infinitamente fuerte… Nada temas, pues te guardo con esmero, como la más tierna de las madres cuida de su hijo pequeño”.

7 de Agosto de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“Yo obraré en ti… Hablaré por ti… Me haré conocer por ti… ¡Cuántas almas encontrarán la vida en Mis palabras! ¡Cuántas cobrarán ánimo al ver el fruto divino de su vida ordinaria! ¡Un actito de generosidad, de paciencia, de pobreza, puede ser un tesoro que gane para Mi Corazón gran número de almas!”

7 de Agosto de 1922
Mientras las hermanas rezan el Rosario en la sala del Noviciado, la Virgen se aparece a Josefa, vestida como el día de sus Votos, con la diadema en la cabeza y las manos cruzadas sobre el pecho. Josefa vio que se formaba como una corona de rositas blancas en torno a su corazón. La Virgen le dice a Josefa:
“Estas flores se cambiarán en perlas de gran valor para la salvación de las almas”.
Esto lo dijo refiriéndose al Rosario que rezaban las novicias, arrodilladas alrededor de su imagen. Y agregó:
“Sí, las almas es lo que más ama Jesús. Yo también las amo porque son el precio de Su Sangre, y ¡se pierden tantas!… No resistas, hija mía, no rehúses nada; abandónate completamente a la obra de Su Corazón, que es la salvación de las almas… No temas, hija mía; la Voluntad de Jesús se cumplirá, Su obra se hará”.

7 de Agosto de 1922
Después de comulgar, Sor Josefa le pide a Jesús que le dé tanta confianza en Su Corazón como pena por sus faltas. Poco después el Señor le concede una visión simbólica muy significativa. Sor Josefa escribe:
“Serían las nueve y media, sin saber dónde estaba, tenía delante de mi vista un sitio oscuro, cubierto de niebla. Era como un patio o jardín no muy grande y se notaba un olor a humedad, muy malo; muchas hierbas y espinas, altas como varas de rosal pero sin hojas. Después vino un poco de claridad como de sol. Vi muy bien aquel desorden de espinas y yerbas que estaban como llenas de agua sucia y eso era lo que producía el mal olor. Después desapareció. No comprendía qué podía ser esto, y me fui a la capilla.
De pronto, Jesús se presenta a Sor Josefa, muy hermoso, y le dice:
“Amada Mía, ¡Miseria de Mi Corazón…! Yo soy el sol que te da a conocer tu miseria. Cuanto más grande la veas, más debe aumentar hacia Mí tu ternura y amor; no temas. El fuego de Mi Corazón consume tus miserias. Tu corazón es una tierra viciada que no puede producir fruto bueno. Pero Yo soy el Jardinero que cultivará esa partecita de tierra. Enviaré un rayo de sol que la purifique, y Mi mano sembrará… Sigue siendo pequeñita, muy pequeña… Yo soy bastante grande, soy tu Dios, soy tu Esposo, tú eres la miseria de Mi Corazón”.

9 de Agosto de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“Yo soy el que gobierna todas las cosas y nunca permitiré que te lleven por un camino errado. Ten confianza y no veas más que a Mí; Mi mano que te guía, Mi ternura que te ama con amor de Padre y de Esposo”.

19 de Agosto de 1922
Jesús se presenta ante Sor Josefa y le dice:
“Todo lo que te pido que digas, aunque te parezca duro, es por el bien de las almas. ¡No sabes cuánto amo a las almas!”
Jesús continúa luego, como expansionando Su Corazón:
“¡Cuánto amo esta casa! En ella he puesto Mis ojos. Aquí Mi Corazón encuentra miseria*, apta para hacer de ella instrumentos de Mi Amor. A este grupo de almas he entregado la parte más pesada de Mi Cruz. Pero no están solas para llevarla; Yo estoy con ellas; Yo las ayudo. El amor se prueba con obras; he sufrido porque las amo y ellas sufren también por Mi amor.

24 de Agosto de 1922
Jesús continúa dictando a Sor Josefa:

“Sí, deseo perdonar y quiero que Mis almas escogidas den a conocer al mundo cómo espero, lleno de amor y de misericordia, a los pecadores”.

Josefa le dice a Jesús que las almas ya lo saben y que ella teme estropear Sus planes. Jesús le contesta:

“Yo sé que las almas lo saben, pero de cuando en cuando necesito hacer una nueva llamada de amor… Tú nada tienes que hacer; ámame y permanece abandonada a Mi voluntad. Te esconderé en Mi Corazón y nadie te descubrirá. Sólo después de tu muerte se leerán Mis palabras. Arrójate en Mi Corazón. Yo te sostengo con muchísimo amor. Te amo, ¿no lo sabes? ¿No te doy bastantes pruebas de amor?”

24 de Agosto de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:

“Escribe cómo Mis almas darán a conocer Mi Corazón de Padre a los pecadores”.

Josefa escribe arrodillada delante de la mesa mientras Jesús va hablando:

“Conozco el fondo de las almas; sus pasiones y el atractivo que sienten por el mundo, por el placer. Yo sabía desde la eternidad cuántas almas amargarían Mi Corazón y que para muchas, Mis sufrimientos y Mi Sangre serían inútiles… pero no es el pecado lo que más hiere Mi Corazón… lo que más lo desgarra es que no vengan a refugiarse en El después que lo han cometido”.

31 de Agosto de 1922
Jesús continúa dictando a Sor Josefa:
“Quiero que escribas. Quiero hablarte de las almas… ¡las amo tanto!… Quiero que encuentren siempre en Mis palabras, remedio a todas sus enfermedades”.

3 de Septiembre de 1922

Jesús dice a Sor Josefa:

“No me importan las miserias de las almas, lo que quiero es amor… No me importan las flaquezas, lo que quiero es confianza. Estas son las almas que atraen al mundo la misericordia y la paz. Sin ellas (las almas elegidas) no podría detener la ira divina; ¡son tantos los pecados!”

Josefa escribe con mucha compasión que cuando Jesús dijo estas palabras, poco a poco se fueron formando llagas en Su Corazón… todo El era una llaga. Josefa procura consolarle y el Señor mirándola con mucha tristeza le dijo:

“Sí, son muchos los pecados que se cometen… y muchas las almas que se pierden. Pero lo que más destroza Mi Corazón son las ofensas de Mis almas escogidas…”

Jesús, refiriéndose a un alma de ellas, dice a Josefa:

“¡Pobre alma! ¡Pobre alma!… No sabe a qué tormento se está preparando ella misma para toda la eternidad…”

Josefa intercede por esta alma y Jesús le dice:
“Mientras encuentre víctimas que reparen, Mi justicia se detendrá”.

3 de Septiembre de 1922
Sor Josefa anota las palabras que Jesús exclama, refiriéndose a un alma elegida que es encuentra obstinada en el pecado:

“Alma a quien amo, ¿por qué Me desprecias?… ¿No basta que Me ofendan los mundanos? Pero tú que Me estás consagrada, ¿por qué Me tratas así?… ¡Qué dolor para Mi Corazón recibir tantos ultrajes de un alma, que Yo he escogido con tanto amor!”

4 de Septiembre de 1922
Sor Josefa narra las penas espantosas que padecen en el infierno los religiosos infieles:

“No puedo explicar lo que es este sufrimiento, pues si el tormento de un seglar es terrible, es nada comparado con el de un religioso. Los demonios le gritan: `tú hiciste ese voto (de pobreza, castidad y obediencia) libremente y con pleno conocimiento… Tú misma te obligaste… Tú lo quisiste´. El alma recuerda sin cesar que había escogido a Dios por Esposo y que Le amaba sobre todas las cosas… Siente necesidad de odiarle con una sed que la consume… No hay recuerdo que pueda darle el más ligero consuelo… Otro de los tormentos que padece es la vergüenza. Parece que le gritan todos: `que nos hayamos perdido nosotros, que no tuvimos los medios que tú, es más comprensible; pero a ti, ¿qué te faltaba?… Tú vivías en el palacio del Rey… Tú te sentabas en la mesa de los escogidos´. En fin, todo esto que escribo, no es sino una sombra al lado de lo que el alma sufre y padece, pues no hay palabras que puedan explicar semejante tormento”.

6 de Septiembre de 1922
Acerca del alma elegida de Jesús que es encuentra obstinada en el pecado, Sor Josefa escribe que durante la Misa el Señor se le aparece con un aspecto de bondad y tristeza que la deja sobrecogida. La herida del Corazón se ve muy grande. Jesús le dice, como un pobre que pide limosna:

“No te pido más que tu corazón para esconderme en él, para librarme de la amargura que Me causa esta alma, haciéndome entrar en el suyo… que Mis almas escogidas sean las que así Me tratan, eso es lo que más Me aflige”.

Después que Josefa comulga, Jesús le dice:

“Hija Mía, a quien amo como a la niña de Mis ojos, escóndeme en tu corazón… Consuélame… ámame… glorifícame con Mi propio Corazón… Repara con El y satisface con El a la justicia divina… Preséntalo a Mi Padre como víctima de amor por las almas… pero de un modo especial por estas almas que Me están consagradas… Vive Conmigo… Yo viviré contigo… Escóndete en Mí. Yo Me esconderé en ti… Los dos nos consolaremos mutuamente, porque tus penas serán Mías y Mis penas serán tuyas”.

8 de Septiembre de 1922
Sor Josefa escribe que esa noche Jesús se acerca a ella como un “pobre hambriento” *, para expresar el aspecto triste y suplicante que el Señor tenía. Jesús le dice:

“Quítame la sed que tengo de que Me amen las almas, pero sobre todo Mis almas escogidas… No sabe esta alma (la del sacerdote alejado de El) cuánto la amo… Por eso su ingratitud Me pone en este estado”.

Josefa le ofrece a Jesús sus fatigas y sufrimientos y los de las hermanas religiosas, así como el buen deseo de consolarle y agradarle para que El lo purifique y transforme de forma que el sacerdote tenga más valor para retornar a El. Jesús le dice:

“Yo no miro la acción, miro la intención. El acto más pequeño hecho con amor, ¡adquiere tanto mérito y puede darme tanto consuelo!… No busco más que amor… No pido más que amor…”

El sábado 9 la Virgen dice a Josefa:

“Hija mía, sufre con ánimo y valor. Gracias al sufrimiento, esta alma no cae en otro pecado más grave”.

* nota del traductor: “El Señor se mostraba a Sor Josefa como revestido actualmente del dolor de los pecados de hoy. Sabemos que Su Santa Humanidad Gloriosa ya no puede sufrir. Pero actuaba delante de ella, como lo hizo con Santa Margarita María, los sufrimientos que Le causaban en Su Pasión los pecados y las ofensas de ahora. Josefa discernía muy bien los consuelos que su participación en los dolores de Jesucristo habían proporcionado a Su Corazón, ya que en la obra de Su Pasión todo le estaba presente”.

25 de Septiembre de 1922
– continúa

Después de una larga noche de fatigosa expiación por parte de Sor Josefa, Jesús aparece de repente. Su Corazón no tenía herida ninguna y estaba resplandeciente de hermosura y claridad. Jesús le dice:

“¡Mira! Esta alma (la del Sacerdote alejado) ya ha venido a Mí. Herido al fin por la gracia, se ha ablandado su corazón. Amame y nada rehúses para conseguir que otras almas Me amen. Sí, ya ha venido a arrojarse en Mis brazos y se ha confesado… Sufre todavía conmigo para alcanzarle la fuerza de perseverar hasta el fin”.

Algunos días más tarde Jesús le dice:

“Esta alma Me busca y Yo la espero lleno de amor para colmarla de las más dulces caricias”.

El 20 de septiembre Jesús confirma a Josefa el regreso definitivo de la oveja perdida, logrado a tanta costa:

“Ya está en Mi Corazón; ahora no le queda más que el mérito de su dolor, al recordar su caída”.

26 de Septiembre de 1922
– continúa
Al amanecer, Jesús se aparece a Sor Josefa. El está hermosísimo, con el Corazón inflamado. Ella renueva sus votos, como siempre, y Jesús le dice:

“Dime una vez más que Me amas. Yo también voy a decirte un secreto de Mi Corazón. Josefa… ¡ayúdame en esta obra de amor!…”.

Jesús agrega:

“¡Mira! Unas almas sufren par dar fuerza a otras y evitar que caigan en el mal. Si estas dos almas de ayer hubieran caído en pecado, se habrían perdido para siempre. ¡Lo que por ellas has hecho les ha dado fuerza para resistir!”

Sor Josefa se muestra sorprendida de que cosillas tan pequeñas puedan tener tanta eficacia. Jesús continúa:

“Sí, Mi Corazón da valor divino a esas cosas tan pequeñas. Lo que Yo quiero es amor. Amor busco, amo a las almas y deseo ser correspondido. Por eso Mi Corazón está herido, porque encuentro frialdad en vez de amor. Dame amor y dame almas. Une bien tus acciones a Mi Corazón. Permanece Conmigo, que Yo estoy siempre contigo. Yo soy todo Amor y no deseo más que amor. ¡Ah! Si las almas supieran cómo las espero, lleno de misericordia! Soy el Amor de los amores y sólo puedo descansar perdonando…”.

26 de Septiembre de 1922
Apenas Jesús había recuperado el alma del sacerdote se presenta de nuevo con Josefa para pedirle que colabore con El para recuperar dos almas más. Jesús le dice:

“Tenemos que salvar dos almas en gran peligro. Ponte en estado de víctima”. Jesús le explica lo que estas palabras significan: “déjame hacer de ti lo que quiera”.

Enseguida Josefa comenzó a sentir muchísima angustia en el alma y un sufrimiento muy grande y no sabía qué hacer para que estas almas se salven. Al anochecer, Jesús aparece en su celda y, con las manos juntas y mirando al Cielo, dijo con voz muy clara y llena de majestad:

“¡Padre Eterno! ¡Padre misericordioso! ¡Recibid la Sangre de Vuestro Hijo! ¡Tomad Sus llagas, recibid Su Corazón, por estas almas!… Padre Eterno, recibid la Sangre de Vuestro Hijo, tomas Sus llagas, tomad Su Corazón, mirad Su cabeza traspasada de espinas. No permitáis que una vez más esta Sangre sea inútil. Mirad la sed que tengo de daros almas… Padre Mío, no permitáis que estas almas se pierdan… Salvadlas para que os glorifiquen eternamente”.

 6 de Octubre de 1922
Sor Josefa, hallándose en un momento de tribulación intensa, escribe lo cansada de sufrir que está. De repente ve delante de ella como un sol; tanto brillaba que casi no podía mirar. Y oye la voz de Jesús que dice:

“La Santidad Divina es ofendida y la Justicia pide satisfacción. No es inútil (dice el Señor refiriéndose al pensamiento de Josefa que cree que es inútil el sufrimiento que ella sufre las veces que es llevada al infierno). Todas las veces que te hago experimentar las penas del infierno, expías el pecado y se aplaca la ira divina. ¿Qué sería del mundo si no hubiera quien reparase tantas ofensas?… ¡Hacen falta víctimas!… * ¡Hacen falta víctimas!…”

Sor Josefa le pregunta que cómo puede ella reparar si está tan llena de miseria y de faltas. Jesús le dice:

“No importa. Este sol de amor te purifica, para que tus sufrimientos sirvan de reparación por los pecados del mundo”.

17 de Octubre de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:

“No puedes comprender hasta qué punto te amo… Mi Sangre te purifica y te abrasa. En ella encontrarás fuerza y valor”.

20 de Octubre de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:

“¡Josefa! Participa del fuego que devora Mi Corazón: tengo sed de que las almas se salven… ¡Que las almas vengan a Mí!… ¡Que las almas no tengan miedo de Mí!… ¡Qué las almas tengan confianza en Mí!”

Su Corazón se dilata y se inflama como si no pudiera contener Su ardor y agrega:

“Yo soy todo amor; no puedo tratar con severidad a las almas que tanto amo. Y aunque es verdad que las amo a todas, tengo entre todas “Mis preferidas”. Las he escogido para consolarme con ellas y para colmarlas de Mis más dulces caricias… No Me importan sus miserias… y quiero que sepan que, después que han caído en alguna flaqueza, si humildemente se arrojan en Mi Corazón, las perdono y las amo con más ternura que antes”.

20 de Octubre de 1922
– continúa
Sor Josefa le dice a Jesús que ella nota cuánto la ama El porque en cuanto Le pide perdón, El en seguida, le da nuevas pruebas de Su amor y le demuestra que la ha perdonado. Jesús le dice:

“¿No sabes que cuanto más miserables son las almas, más las amo? Tú me has robado el Corazón, a causa de tu pequeñez y de tu miseria”.

Josefa le pregunta por qué lleva Su Cruz ese día y Jesús le dice:

“Llevo la Cruz porque hay muchas almas escogidas que en cositas pequeñas Me resisten; y estas resistencias forman esta Cruz. ¿Sabes cuál es la causa de estas resistencias?… La falta de amor… Sí; falta de amor a Mi Corazón… Exceso de amor a sí mismas… Cuando el alma tiene generosidad bastante para darme gusto en todo lo que le pido, recoge un gran tesoro para sí y para las almas, y aparta a muchas del camino de la perdición”.

20 de Octubre de 1922
Sor Josefa le ruega a Jesús que conceda a las almas escogidas ese amor del cual El le habla, para que crezcan sin medida en confianza y generosidad. Jesús le responde:

“Deseo que Me amen… Ofrece tu vida, aunque sea imperfecta, para que todas las almas escogidas entiendan qué misión tan hermosa pueden realizar con sus obras ordinarias, con su trabajo cotidiano. Que no olviden que las he preferido a tantas otras, no por su perfección, sino por su miseria. Yo soy todo amor y el fuego que Me abrasa consume todas sus miserias”.

Josefa le expresa su temor ante la responsabilidad de tantas gracias extraordinarias y Jesús le dice:

“¡No tengas miedo de nada! Te he escogido a ti que eres tan miserable, para que vean una vez más que no busco la grandeza ni la santidad… ¡Busco amor!… Yo haré todo lo demás. Te diré más secretos de amor, Josefa, pero el deseo que me consume es siempre el mismo: que las almas conozcan más y más Mi Corazón”.

21 de Octubre de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:

“Porque eres pequeñita has podido entrar tan dentro en Mi Corazón”.

23 de Octubre de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:

“Hay almas muy amadas de Mi Corazón que Me ofenden… No son bastante fieles; precisamente las que más quiero son las que más Me hacen sufrir”.

Josefa le dice que quiere ayudarle, pero que no sabe cómo convertir ese deseo en obras. Jesús le responde:

“Josefa, tan unida te tengo a Mi Corazón, que el mismo amor que Me consume por el bien de las almas, te consume también a ti. El corazón descansa comunicándose; por eso, vengo a descansar en ti, siempre que un alma Me causa pena. Y es Mío tu deseo de hacerle algún bien, porque soy Yo quien te lo comunica… Es verdad que son muchas las almas que Me ofenden, pero encuentro también en otras muchas, consuelo y amor… Cuando dos personas se aman, la menor falta de delicadeza lastima el corazón. Por eso quiero que las que aspiran a ser Mis esposas lo comprendan bien, para que más tarde no rehúsen nada al amor”.

28 de Noviembre de 1922
Sor Josefa continúa escribiendo, palabra a palabra, el hermoso mensaje que Jesús le dicta:

“El amor Me hizo escoger la soledad, el silencio… Pasar desconocido y someterme voluntariamente a las órdenes de Mi Padre adoptivo y de Mi Madre.

El amor Me llevó a abrazarme con todas las miserias de la naturaleza humana.

El amor Me hizo sufrir los desprecios más grandes y los más crueles tormentos, derramar toda Mi Sangre y llegar a morir en una cruz para salvar al hombre.

Porque el amor sabía que, más tarde, habría muchas almas que Me seguirían, y pondrían sus delicias en conformar su vida con la Mía.

Y el amor miraba más lejos aún: sabía que muchísimas almas en peligro se verían ayudadas con los actos y sacrificios de otras, y recobrarían la vida…

30 de Noviembre de 1922
La trascendencia del mensaje que en esta ocasión Jesús dicta a Sor Josefa es un obsequio especial para las almas, un tesoro incalculable para aquellas que decidan vivir de acuerdo a lo que el Señor propone.

“Escribe para Mis almas”, dice Jesús a Sor Josefa. “El alma que sabe hacer de su vida una continua unión con la Mía, Me glorifica mucho y trabaja útilmente en bien de las almas. Está, por ejemplo, ejecutando una acción que en sí misma no vale mucho, pero si la empapa en Mi Sangre o la une a aquella acción hecha por Mí durante Mi Vida mortal, el fruto que logra para las almas es tan grande o mayor quizá que si hubiera predicado al universo entero”.

30 de Noviembre de 1922
Sor Josefa continúa escribiendo cada una de las Palabras que Jesús le dicta con tanto amor:

“¡Cuánto deseo que las almas comprendan esto: que no es la acción la que tiene en sí valor, sino la intención y el grado de unión con que se hace! Barriendo y trabajando en el taller de Nazaret, di tanta gloria a Mi Eterno Padre como cuando prediqué durante Mi vida pública”.

30 de Noviembre de 1922
Jesús continúa dictando a Sor Josefa:

“Hay muchas almas que a los ojos del mundo tienen un cargo elevado, y en él, dan grande gloria a Mi Corazón, es cierto; pero tengo otras muchas que, escondidas y en humildes trabajos, son obreras muy útiles a Mi viña porque es el amor que las mueve y saben envolver en oro sobrenatural las acciones más pequeñas, empapándolas en Mi Sangre”.

30 de Noviembre de 1922
Jesús continúa dictando a Sor Josefa Su maravilloso mensaje. Sor Josefa anota, una a una, cada Palabra del Señor. Para dar la debida continuidad al mensaje, retomaremos las Palabras desde el principio del 30 de noviembre de 1922:

“El alma que sabe hacer de su vida una continua unión con la Mía, Me glorifica mucho y trabaja útilmente en bien de las almas. Está, por ejemplo, ejecutando una acción que en sí misma no vale mucho, pero si la empapa en Mi Sangre o la une a aquella acción hecha por Mí durante Mi Vida mortal, el fruto que logra para las almas es tan grande o mayor quizá que si hubiera predicado al universo entero.

<<Y esto, sea que estudie o que hable, que escriba, ore, barra, cosa o descanse; con tal que la acción reúna dos condiciones: primero, que esté ordenada por la obediencia y el deber, no por el capricho; segundo, que se haga en íntima unión Conmigo, cubriéndola con Mi Sangre y con pureza de intención>>.

30 de Noviembre de 1922
Jesús, finalizando Su mensaje, calla. Josefa deja la pluma y queda un instante inmóvil, adorando al Corazón de Cristo, que con tanta condescendencia se le abre. Y Jesús le dice:

“Adiós, vuelve a tu trabajo. Ama y sufre. Déjate cuidar por el mejor de los padres. Abandónate al amor del más tierno de los esposos”.

Un Dios, Salvador de los hombres por la Cruz, ha de acabar siempre con una lección de sacrificio: éste es el don de los dones, Su más escogido favor.

*2 de Diciembre 1922

Apareciendo, Jesús dice a Sor Josefa:

“Escribe para las almas… Mi Corazón es todo amor y el amor es para todos. Pero ¿cómo haré Yo comprender a Mis almas escogidas la predilección que siente Mi Corazón por ellas? Por eso Me sirvo de ellas para salvar a los pecadores y a otras pobres almas, que viven en los peligros del mundo”.

El Señor agrega:

“Por eso también quiero que entiendan el deseo que Me consume de su perfección, y cómo esta perfección consiste en hacer en íntima unión Conmigo las acciones comunes y ordinarias. Si Mis almas lo comprendieran bien, pueden divinizar sus obras y su vida y ¡cuánto vale un día de vida divina!”

“Cuando un alma arde en deseos de amor, nada hay difícil para ella; mas cuando se encuentra fría y desalentada, todo se le hace arduo y penoso… Que venga entonces a cobrar fuerzas en Mi Corazón… que Me ofrezca su abatimiento, que lo una al ardor que Me consume y que tenga la seguridad de que un día así empleado, será de incomparable precio para las almas. ¡Mi Corazón conoce todas las miserias humanas y tiene gran compasión de ellas!”

“No deseo tan sólo que las almas se unan a Mí de una manera general; quiero que esta unión sea constante, íntima, como es la unión de los que se aman y viven juntos; que aun cuando no siempre están hablando, se miran y se guardan mutuas delicadezas y atenciones de amor”.

“Si el alma está en paz y en consuelo, le es fácil pensar en Mí, pero si está en desolación y angustia, que no tema. ¡Me basta su mirada!… La entiendo, y con sólo esta mirada alcanzará que Mi Corazón la colme de las más tiernas delicadezas”.

“Yo iré diciendo a las almas cómo las ama Mi Corazón: quiero que Me conozcan bien y así Me hagan conocer a aquellas que Mi amor les confíe. Deseo con gran ardor que todas las almas escogidas fijen en Mí los ojos para no apartarlos ya más, que no haya entre ellas medianías, cuyo origen la mayor parte de las veces es una falsa comprensión de Mi amor. No, amar a Mi Corazón no es difícil ni duro; es fácil y suave. Para llegar a un alto grado de amor no hay que hacer cosas extraordinarias; pureza de intención en la acción más pequeña como en la más grande; unión íntima con mi Corazón; ¡y el amor hará lo demás…!”

Después de dictar Jesús a Sor Josefa Su hermosísimo mensaje, el Señor le dice:

“Vuelve a tu trabajo y nada temas; Yo soy el Jardinero que cultivará esta florecilla, para que no perezca.  Amame en paz y alegría”.

Por la noche Jesús se le vuelve a mostrar para tranquilizarla, porque el demonio, engañándola, intenta sembrar en ella la desconfianza y la inquietud. Jesús le dice:

“Recuerda lo que dije a Mis discípulos: `porque no sois del mundo, el mundo os aborrece´. Y ahora os digo a vosotras: porque no sois del diablo, el diablo os persigue; pero Mi Corazón os guarda y estos sufrimientos Me glorifican…”

Y, dejándole Su Cruz, agrega refiriéndose a un alma consagrada que flaquea en el amor:

“Ama y sufre; es por un alma”.

5 de Diciembre de 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“Escribe… escribe para Mis almas: Mi Corazón no es solamente un abismo de amor, es también un abismo de misericordia, y conociendo todas las miserias del corazón humano, de las que no están exentas Mis almas escogidas, he querido que sus acciones, por pequeñas que sean en sí, puedan por Mí alcanzar un valor infinito, en provecho de los pecadores y de las almas que necesitan ayuda”.

10 de Diciembre de 1922
Jesús continúa dictando Su mensaje a Sor Josefa:

“Hay otras almas que son pocas generosas para realizar con constancia los esfuerzos y sacrificios cotidianos. Pasan su vida haciendo promesas, sin llegar nunca a cumplirlas. Aquí hay que distinguir: si esas almas se acostumbran a prometer, pero no se imponen la menor violencia ni hacen nada que pruebe su abnegación ni su amor, les diré esta palabra: ¡cuidado, no prenda el fuego en toda esa paja que habéis amontonado en los graneros, o que el viento no se la lleve en un instante!…”.

Con estas palabras Jesús distingue claramente entre las faltas veniales habitualmente cometidas o no combatidas, y las que son sólo faltas de fragilidad pero no reparadas; de estas últimas el Señor explica:

“Hay otras, y a ellas Me refiero, que al empezar el día, llenas de buena voluntad y con gran deseo de mostrarme su amor, Me prometen abnegación y generosidad en esta o aquella circunstancia; y cuando llega la ocasión, su carácter, su salud, el amor propio, les impide realizar lo que con tanta sinceridad prometieron horas antes; sin embargo, reconocen su falta, se humillan, piden perdón, vuelven a prometer. ¡Ah! Que estas almas sepan que Me han agradado tanto como si nunca Me hubiesen ofendido”.

14 de Diciembre de 1922
Jesús le dice a Josefa:
“¿Ves cómo soy Padre y esposo fiel? No tengas miedo ni siquiera cuando parece que la borrasca va a descargar sobre ti… Déjate a Mi cuidado, y no dudes nunca de Mi amor. No importa que los vientos te sacudan; he fijado la raíz de tu pequeñez en la tierra de Mi Corazón”.

14 de Diciembre de 1922
Jesús prosigue con grave acento:

“Di a la Madre que todas las circunstancias van dispuestas o permitidas por Mi amorosa Providencia para la realización de Mi Obra; que por la Sociedad de Mi Corazón se salvarán muchas almas. Que Mis palabras reanimarán el fervor de muchas almas consagradas. Y que otras, que ahora no saben apreciar el valor de las cosas pequeñas, hechas con verdadero amor, hallarán en Mis enseñanzas un raudal de consuelos y de gracias”.

16 de Diciembre de 1922
Jesús le pregunta a Sor Josefa:

“Josefa, ¿comprendes el amor que tengo a las almas?”
Sor Josefa le responde: “creo que sí, Señor, pues siempre estáis pensando en ellas”. Jesús agrega, refiriéndose a la Congregación a la que Josefa pertenece:

“Por eso amo a Mi Sociedad (del Sagrado Corazón) y Mi Corazón descansa en ella… Porque ha comprendido el precio de las almas y la importancia de glorificar Mi Corazón. Adiós, Josefa; consuélame y repara”.

22 de Diciembre de 1922
Sor Josefa le dice a Jesús que lleva cinco días llamándole y El no llegaba, ante lo cual el Señor le responde:

“¡Cinco días llamándome, Josefa! Y Yo, ¡cuántos días, cuántos meses, cuántos años paso llamando a las almas y no Me responden! ¡Antes, al contrario, se alejan de Mí! Cuando tú Me llamas, Yo no Me alejo; estoy cerca, muy cerca de ti. Consuélame llamándome y deseándome. Con esta hambre apagarás Mi sed”.

Estas palabras del Señor pueden dar ánimo a aquellas almas que Le llaman aparentemente en vano. Aunque Jesús parezca tardar, las almas deben recordar durante su espera, acerca del valor de reparación que ellas pueden hacer por aquellas que no buscan al Señor. La sed que un alma siente por Jesús apaga la sed del Señor por las almas que no Lo necesitan, no Lo buscan, no Le escuchan.

27 de Diciembre de 1922
El Apóstol San Juan continúa su maravilloso mensaje a Sor Josefa:

“Alma escogida, predilecta del Maestro: fija en Su Corazón tu morada. Deja que Sus llamas te abrasen; deja que Su dulzura celestial te purifique y te embriague. Que tu alma no se pose en la tierra sino para tomar el preciso sustento, como la mariposa sobre la flor. Para quien ama a Cristo con toda el alma, el mundo debe ser un pasadizo oscuro y sombrío, que atraviesa deprisa y sin detenerse”.

San Juan guarda un momento de silencio. Cruzadas las manos sobre el pecho, estaba hermosísimo. Parecía un ángel. Sor Josefa le pregunta si el Corazón de Jesús se complace en las almas religiosas, ya que ama tanto la virginidad. San Juan, mirando al cielo y como si su rostro se iluminare, le responde:

“Las almas vírgenes son moradas de amor donde descansa el Cordero Inmaculado. Pero entre ellas, las hay que son la admiración de los cielos; en ellas fija Su mirada purísima el Celestial Esposo y deposita el suavísimo néctar que destila Su Corazón”.

Y extendiendo su brazo derecho como para bendecirla, añade:
“Déjate poseer y consumir por El. Vive tan sólo para procurarle gloria y amor. Que Su paz te guarde”.

21 de Enero de 1923
Sor Josefa se reconoce miserable ante Jesús, mas luego la Santísima Virgen María, con tierna compasión, la tranquiliza con palabras de esperanza, no sólo para Sor Josefa sino para todas las almas:

“…Esa misma miseria es la que atrae la misericordia de Jesús; en Su Corazón te ha escondido para que nada pueda dañarte. Abísmate en tu pequeñez y en tu nada, pero cree en Su amor y confía que nunca te abandonará. No tengas más ambición que la de darle muchas almas, mucha gloria y mucho amor”.

Sor Josefa le pide su bendición y María traza en su frente la señal de la cruz mientras le dice:

“Sí, te bendigo de todo corazón”.

11 de Febrero de 1923
Sor Josefa continúa escribiendo las Palabras que Jesús va dictándole:
“No puedes figurarte cuánto descanso en ti”.

Sor Josefa le pregunta extrañada cómo puede ser, ya que ella considera que no hace nada que valga la pena. A lo que el Señor le contesta:
“No te asombres; a pesar de tantas ofensas como recibo de los pecadores, Mi Corazón encuentra consuelo, porque son muchas las almas que Me aman. Sí, es verdad; la pérdida de tantas almas Me llena de tristeza, mas no disminuye por ello Mi gloria. Entiéndelo bien; un alma que Me ama puede reparar las ofensas de muchos pecadores y aliviar la amargura de Mi Corazón”.

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FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

Nacimiento de la Virgen María, visión de María Valtorta

VISIÓN Y DICTADO DE MARÍA VALTORTA EL 26 DE AGOSTO DE 1944

Veo a Ana saliendo al huerto–jardín. Va apoyándose en el brazo de una pariente (se ve porque se parecen). Está muy gruesa y parece cansada – quizás también porque hace bochorno, un bochorno muy parecido al que a mi me hace sentir abatida.

A pesar de que el huerto sea umbroso, el ambiente es abrasador y agobiante. Bajo un despiadado cielo, de un azul ligeramente enturbiado por el polvo suspendido en el espacio, el aire es tan denso, que podría cortarse como una masa blanda y caliente. Debe persistir ya mucho la sequía, pues la tierra, en los lugares en que no está regada, ha quedado literalmente reducida a un polvo finísimo y casi blanco. Un blanco ligeramente tendente a un rosa sucio.

Sin embargo, por estar humedecida, es marrón oscura al pie de los árboles, como también a lo largo de los cortos cuadros donde crecen hileras de hortalizas, y en torno a los rosales, a los jazmines a otras flores de mayor o menor tamaño (que están especialmente a lo largo de todo el frente de una hermosa pérgola que divide en dos al huerto hasta donde empiezan las tierras, ya despojadas de sus mieses). La hierba del prado, que señala el final de la propiedad, está requemada; se ve rala. Sólo permanece la hierba más verde y tupida en los márgenes del prado, donde hay un seto de espino blanco silvestre, ya todo adornado de los rubíes de los pequeños frutos; en ese lugar, en busca de pastos y sombra, hay unas ovejas con su zagalillo.

Joaquín, con otros dos hombres como ayuda, está dedicado a las hortalizas y a los olivos. A pesar de ser anciano, es rápido y trabaja con gusto. Están abriendo unas pequeñas protecciones de las lindes de una parcela para proporcionar agua a las sedientas plantas. Y el agua se abre camino borboteando entre la hierba y la tierra quemada, y se extiende en anillos que, en un primer momento, parecen como de cristal amarillento para luego ser anillos oscuros de tierra húmeda en torno a los sarmientos y a los olivos colmados de frutos.

Lentamente, Ana, por la umbría pérgola, bajo la cual abejas de oro zumban ávidas del azúcar de los dorados granos de las uvas, se dirige hacia Joaquín, el cual, cuando la ve, se apresura a ir a su encuentro.
“¿Has llegado hasta aquí?”.
“La casa está caliente como un horno”.
“Y te hace sufrir”.
“Es mi único sufrimiento en este último período mío de embarazo. Es el sufrimiento de todos, de hombres y de animales. No te sofoques demasiado, Joaquín”.
“El agua que hace tanto que esperamos, y que hace tres días que parece realmente cercana, no ha llegado todavía. Las tierras arden. Menos mal que nosotros tenemos el manantial cercano, y muy rico en agua. He abierto los canales. Poco alivio para estas plantas cuyas hojas ya languidecen cubiertas de polvo. No obstante, supone ese mínimo que las mantiene en vida. ¡Si lloviera!…”.

Joaquín, con el ansia de todos los agricultores, escudriña el cielo, mientras Ana, cansada, se da aire con un abanico (parece hecho con una hoja seca de palma traspasada por hilos multicolores que la mantienen rígida).

La pariente dice: “Allí, al otro lado del gran Hermón, están formándose nubes que avanzan velozmente. Viento del norte. Bajará la temperatura y dará agua”.
“Hace tres días que se levanta y luego cesa cuando sale la Luna. Sucederá lo mismo esta vez”. Joaquín está desalentado.
“Vamos a casa. Aquí tampoco se respira; además, creo que conviene volver…”. Dice Ana, que ahora parece de tez todavía más olivastra debido a que se le ha puesto al improviso pálida la cara.

“¿Sientes dolor?”.
“No. Siento la misma gran paz que experimenté en el Templo cuando se me otorgó la gracia, y que luego volví a sentir otra vez al saber que era madre. Es como un éxtasis. Es un dulce dormir del cuerpo, mientras el espíritu exulta y se aplaca con una paz sin parangón humano. Yo te he amado, Joaquín, y, cuando entré en tu casa y me dije: “Soy esposa de un justo”, sentí paz, como todas las otras veces que tu próvido amor se prodigaba en mí. Pero esta paz es distinta. Creo que es una paz como la que debió invadir, como una deleitosa unción de aceite, el espíritu de Jacob, nuestro padre, después de su sueño de ángeles. O semejante, más bien, a la gozosa paz de los Tobías tras habérseles manifestado Rafael. Si me sumerjo en ella, al saborearla, crece cada vez más. Es como si yo ascendiera por los espacios azules del cielo… y, no sé por qué, pero, desde que tengo en mí esta alegría pacífica, hay un cántico en mi corazón: el del anciano Tobit. Me parece como si hubiera sido compuesto para esta hora… para esta alegría… para la tierra de Israel que es su destinataria… para Jerusalén, pecadora, mas ahora perdonada… bueno… no os riáis de los delirios de una madre… pero, cuando digo: “Da gracias al Señor por tus bienes y bendice al Dios de los siglos para que vuelva a edificar en ti su tabernáculo”, yo pienso que aquel que reedificará en Jerusalén el Tabernáculo de Dios verdadero, será este que está para nacer… y pienso también que, cuando el cántico dice: “Brillarás con una luz espléndida, todos los pueblos de la tierra se postrarán ante ti, las naciones irán a ti llevando dones, adorarán en ti al Señor y considerarán santa tu tierra, porque dentro de ti invocarán el Gran Nombre. Serás feliz en tus hijos porque todos serán bendecidos y se reunirán ante el Señor. ¡Bienaventurados aquellos que te aman y se alegran de tu paz!…”, cuando dice esto, pienso que es profecía no ya de la Ciudad Santa, sino del destino de mi criatura, y la primera que se alegra de su paz soy yo, su madre feliz…”.

El rostro de Ana, al decir estas palabras, palidece y se enciende, como una cosa que pasase de luz lunar a vivo fuego, y viceversa. Dulces lágrimas le descienden por las mejillas, y no se da cuenta, y sonríe a causa de su alegría. Y va yendo hacia casa entre su esposo y su pariente, que escuchan conmovidos en silencio.

Se apresuran, porque las nubes, impulsadas por un viento alto, galopan y aumentan en el cielo mientras la llanura se oscurece y tirita por efectos de la tormenta que se está acercando. Llegando al umbral de la puerta, un primer relámpago lívido surca el cielo. El ruido del primer trueno se asemeja al redoble de un enorme bombo ritmado con el arpegio de las primeras gotas sobre las abrasadas hojas.

Entran todos. Ana se retira. Joaquín se queda en la puerta con unos peones que le han alcanzado, hablando de esta agua tan esperada, bendición para la sedienta tierra. Pero la alegría se transforma en temor, porque viene una tormenta violentísima con rayos y nubes cargados de granizo. “Si rompe la nube, la uva y las aceitunas quedarán trituradas como por rueda de molino. ¡Pobres de nosotros!”. Joaquín tiene además otro motivo de angustia: su esposa, a la que le ha llegado la hora de dar a luz al hijo.

La pariente le dice que Ana no sufre en absoluto. Él está, de todas formas, muy inquieto, y, cada vez que la pariente u otras mujeres (entre las cuales la madre de Alfeo) salen de la habitación de Ana para luego volver con agua caliente, barreños y paños secados a la lumbre, que, jovial, brilla en el hogar central en una espaciosa cocina, él va y pregunta, y no le calman las explicaciones tranquilizadoras de las mujeres. También le preocupa la ausencia de gritos por parte de Ana. Dice: “Yo soy hombre. Nunca he visto dar a luz. Pero recuerdo haber oído decir que la ausencia de dolores es fatal…”.

Declina el día antes de tiempo por la furia de la tormenta, que es violentísima. Agua torrencial, viento, rayos… de todo, menos el granizo, que ha ido a caer a otro lugar.

Uno de los peones, sintiendo esta violencia, dice: “Parece como si Satanás hubiera salido de la Gehena con sus demonios. ¡Mira qué nubes tan negras! ¡Mira qué exhalación de azufre hay en el ambiente, y silbidos y voces de lamento y maldición! Si es él, ¡está enfurecido esta noche!”

El otro peón se echa a reír y dice: “Se le habrá escapado una importante presa, o quizás Miguel de nuevo le habrá lanzado el rayo de Dios, y tendrá cuernos y cola cortados y quemados”.

Pasa corriendo una mujer y grita: “¡Joaquín! ¡Va a nacer de un momento a otro! ¡Todo ha ido rápido y bien!”. Y desaparece con una pequeña ánfora en las manos.

Se produce un último rayo; tan violento, que lanza contra las paredes a los tres hombres. En la parte delantera de la casa, en el suelo del huerto, queda como recuerdo un agujero negro y humeante. Luego, de repente, cesa la tormenta. De detrás de la puerta de Ana viene un vagido (parece el lamento de una tortolita en su primer arrullo). Mientras, un enorme arco iris extiende su faja semicircular por toda la amplitud del cielo. Surge, o por lo menos lo parece, de la cima del Hermón (la cual, besada por un filo de sol, parece de alabastro de un blanco–rosa delicadísimo), se eleva hasta el más terso cielo septembrino y, salvando espacios limpios de toda impureza, deja debajo las colinas de Galilea y un terreno llano que aparece entre dos higueras, que está al Sur, y luego otro monte, y parece posar su punta extrema en el extremo horizonte, donde una abrupta cadena de montañas detiene la vista.

“¡Qué cosa más insólita!”.
“¡Mirad, mirad!”.
“Parece como si reuniera en un círculo a toda la tierra de Israel, y… ya… ¡fijaos!, ya hay una estrella y el Sol no se ha puesto todavía. ¡Qué estrella! ¡Reluce como un enorme diamante!…”.
“¡Y la Luna, allí, ya llena y aún faltaban tres días para que lo fuera! ¡Fijaos cómo resplandece!”.

Las mujeres irrumpen, alborozadas, con un “ovillejo” rosado entre cándidos paños.
¡Es maría, la Mamá! Una María pequeñita, que podría dormir en el círculo de los brazos de un niño; una María que al máximo tiene la longitud de un brazo, una cabecita de marfil teñido de rosa tenue, y unos labiecillos de carmín que ya no lloran sino que instintivamente quieren mamar (tan pequeñitos, que no se ve cómo van a poder tomar un pezón), y una naricita diminuta entre dos carrillitos redondetes. Si la estimulan abre los ojitos: dos pedacitos de ciel
o, dos puntitos inocentes y azules que miran, y no ven, entre sutiles pestañas de un rubio tan tenue que es casi rosa. También el vello de su cabeza redondita tiene una veladura entre rosada y rubia como ciertas mieles casi blancas.

Tiene por orejas dos conchitas rosadas y transparentes, perfectas; y por manitas… ¿qué son esas dos cositas que gesticulan y buscan la boca? Cerradas, como están, son dos capullos de rosa de musgo que hubieran hendido el verde de los sépalos y asomaran su seda rosa tenue; abiertas, como están ahora, dos joyeles de marfil apenas rosa, de alabastro apenas rosa, con cinco pálidos granates por uñitas. ¿Cómo podrán ser capaces de secar tanto llanto esas manitas?

¿Y los piececitos? ¿Dónde están? Por ahora son sólo pataditas escondidas entre los lienzos. Pero, he aquí que la pariente se sienta y la destapa… ¡Oh, los piececitos! De la largura aproximada de cuatro centímetros, tienen por planta una concha coralina; por dorso, una concha de nieve veteada de azul; sus deditos son obras maestras de escultura liliputiense, coronados también por pequeñas esquirlas de granate pálido. Me pregunto cómo podrán encontrarse sandalias tan pequeñas que valgan para esos piececitos de muñeca cuando den sus primeros pasos, y cómo podrán esos piececitos recorrer tan áspero camino y soportar tanto dolor bajo una cruz.

Pero esto ahora no se sabe. Se ríe o se sonríe de cómo menea los brazos y las piernas, de sus lindas piernecitas bien perfiladas, de los diminutos muslos, que, de tan gorditos como son, forman hoyuelos y aritos, de su barriguita (un cuenco invertido), de su pequeño tórax, perfecto, bajo cuya seda cándida se ve el movimiento de la respiración y se oye ciertamente – si, como hace el padre feliz ahora, en él se apoya la boca para dar un beso – latir un corazoncito… Un corazoncito que es el más bello que ha tenido, tiene y tendrá la tierra, el único corazón inmaculado de hombre.

¿Y la espalda? Ahora la giran y se ve el surco lumbar y luego los hombros, llenitos, y la nuca rosada, tan fuerte, que la cabecita se yergue sobre el arco de las vértebras diminutas, como la de un ave escrutadora en torno a sí del nuevo mundo que ve, y emite un gritito de protesta por ser mostrada en ese modo; Ella, la Pura y Casta, ante los ojos de tantos, Ella, que jamás volverá a ser vista desnuda por hombre alguno, la Toda Virgen, la Santa e Inmaculada. Tapad, tapad a este Capullo de azucena que nunca se abrirá en la tierra, y que dará, más hermoso aún que Ella, su Flor, sin dejar de ser capullo. Sólo en el Cielo la Azucena del Trino Señor abrirá todos sus pétalos. Porque allí arriba no existe vestigio de culpa que pudiera involuntariamente profanar ese candor. Porque allí arriba se trata de acoger, a la vista de todo el Empíreo, al Trino Dios – Padre, Hijo, Esposo – que ahora, dentro de pocos años, celado en un corazón sin mancha, vendrá a Ella.

De nuevo está envuelta en los lienzos y en los brazos de su padre terreno, al que asemeja. No ahora, que es un bosquejo de ser humano. Digo que le asemeja una vez hecha mujer. De la madre no refleja nada; del padre, el color de la piel y de los ojos, y, sin duda, también del pelo, que, si ahora son blancos, de joven eran ciertamente rubios a juzgar por las cejas. Del padre son las facciones – más perfectas y delicadas en Ella por ser mujer, ¡y qué Mujer! –; también del padre es la sonrisa y la mirada y el modo de moverse y la estatura. Pensando en Jesús como lo veo, considero que ha sido Ana la que ha dado su estatura a su Nieto, así como el color marfil más cargado de la piel; mientras que María no tiene esa presencia de Ana (que es como una palma alta y flexible), sino la finura del padre.

También las mujeres, mientras entran con Joaquín donde la madre feliz para devolverle a su hijita, hablan de la tormenta y del prodigio de la Luna, de la estrella, del enorme arco iris.

Ana sonríe ante un pensamiento propio: “Es la estrella” dice. “Su signo está en el cielo. ¡María, arco de paz! ¡María, estrella mía! ¡María, Luna pura! ¡María, perla nuestra!”.
“¿María la llamas?”.
“Sí. María, estrella y perla y luz y paz…”.
“Pero también quiere decir amargura… ¿No temes acarrearle alguna desventura?”.
“Dios está con Ella. Es suya desde antes de que existiera. Él la conducirá por sus vías y toda amargura se transformará en paradisíaca miel. Ahora sé de tu mamá… todavía un poco, antes de ser toda de Dios…”.
Y la visión termina en el primer sueño de Ana madre y de María recién nacida.

 

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MENSAJES Y VISIONES Nuestra Señora del Carmen de Garabandal: España

El Milagro de la Comunión del Arcangel Miguel en Garabandal ( 18 de julio)

El contenido de este artículo se ha subsumido en este otro:

Impresionante: el Ángel dando la Comunión en la Boca a Vidente de Garabandal – Sucedió el 18 de julio de 1962 ante decenas de testigos y con documento gráfico…

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