La gracia es la presencia de Dios dentro de nuestras almas. Sí, ¡Dios está en nosotros! Ya se nos había dicho en los evangelios que somos Templos del Espíritu Santo. Pero no sólo el Espíritu Santo habita en nosotros, sino también el Padre y el Hijo. Sí, la trinidad completa.
Y es porque Dios habita en nosotros, que podemos amar a los demás. Porque Dios, es infinito amor, y la fuente de todo el amor. Pues las acciones indiferentes, cuando se las dedicamos a Dios, se hacen buenas por esta misma Gracia. Y más, recordemos: El Amor no es nada que podamos perder cuando lo compartimos. En cambio, el que lo recibe, gana mucho con ello.
La gracia aumenta a medida que permitimos al Espíritu Santo actuar por la participación en los sacramentos, la oración y la vida virtuosa – todo por los méritos de Cristo. La gracia nos asemeja a la vida de Cristo: sus virtudes, forma de pensar y actuar.
Mientras estamos en Gracia, estamos cerca de Dios, y Dios, con su maravilloso amor, nos consolará en nuestras penas, enfermedades y sufrimientos. La Gracia de Dios, nos da una paz interior que ni siquiera el más rico puede tener. Como dijo San Pablo, «Para fortalecer nuestra vida interior, es mejor estar en Gracia de Dios, que usar alimentos de los que nadie sacó provecho.» (Heb 13:0)
«Pero entonces, ¿por qué me siento tan vacío?» Porque a pesar de que la Luz está adentro de nosotros no puede llegar a nosotros, ya que algo se lo impide… la luz está allí, pero hay algo que sirve de obstáculo, una pared. Y se llama ‘cosas mundanas’. Basura espritual, que cubre el ‘vidrio’ del foco que es nuestro espíritu. El Espiritu Santo es la Luz, que no puede traspasar esa basura. Debemos deshacernos de todas las cosas inútiles que llenan nuestra cabeza, como juegos de video, telenovelas, egoísmos, etc. Cuando nuestro foco esté limpio, podremos ver con toda claridad.
Recordemos, Dios es Amor. Y si tenemos un maravilloso amor adentro de nosotros, ¿Por qué estar tristes? Si tenemos una pequeñísima pizca de fe en nosotros, y le preguntamos a Dios que nos haga felices, sentiremos su Gran amor por nosotros. Y éste amor, nos hará felices.
La Gracia ya nos fue dada en el bautismo. Pero no solo nos debemos alegrar de que la obtuvimos, y olvidarnos de Dios. Tenemos que aumentar esta gracia, para ser gente maravillosa.
Primero que nada, el modo más seguro de aumentar la gracia en nosotros es por los sacramentos. Para mucha gente, desafortunadamente, no es suficiente para sacarlos de los vicios en los que se han metido. Es aquí que debemos ORAR por esta gracia.
LA GRACIA CON PRECISIÓN TEOLÓGICA
En teología la palabra «gracia» se reserva para describir los dones a los que el hombre no tiene derecho ni siquiera remotamente, a los que su naturaleza humana no le da acceso.
La palabra «gracia« se usa para nombrar los dones que están sobre la naturaleza humana. Por eso decimos que la gracia es un don sobrenatural de Dios.
Pero la definición está aún incompleta. Hay dones de Dios que son sobrenaturales, pero no pueden llamarse en sentido estricto gracias. Por ejemplo, una persona con cáncer incurable puede sanar milagrosamente en Lourdes. En este caso, la salud de esta persona sería un don sobrenatural, pues se le había restituido por medios que sobrepasan la naturaleza. Pero si queremos hablar con precisión, esta cura no sería una gracia. Hay también otros dones que, siendo sobrenaturales en su origen, no pueden calificarse de gracias. La Sagrada Escritura, por ejemplo, la Iglesia o los sacramentos son dones sobrenaturales de Dios. Pero este tipo de dones, por sobrenaturales que sean, actúan fuera de nosotros.
No sería incorrecto llamarlos «gracias externas». La palabra «gracia», sin embargo, cuando se utiliza en sentido simple y por sí, se refiere a aquellos dones invisibles que residen y operan en el alma. Así, precisando un poco más en nuestra definición de gracia, diremos que es un don sobrenatural e interior de Dios.
Pero esto nos plantea en seguida otra cuestión. A veces Dios da a algunos elegidos el poder predecir el futuro. Este es un don sobrenatural e interior. ¿Llamaremos gracia al don de profecía? Más aún, un sacerdote tiene poder de cambiar el pan y vino en el cuerpo y sangre de Cristo y de perdonar los pecados. Estos son, ciertamente, dones sobrenaturales e interiores. ¿Son gracias? La respuesta a ambas preguntas es no. Estos poderes, aunque sean sobrenaturales e interiores, son dados para el beneficio de otros, no del que los posee. El poder de ofrecer Misa que tiene un sacerdote no se le ha dado para él, sino para el Cuerpo Místico de Cristo. Un sacerdote podría estar en pecado mortal, pero su Misa sería válida y recaba ría gracias para otros. Podría estar en pecado mortal, pero sus palabras de absolución perdonarían a otros sus pecados.
Esto nos lleva a añadir otro elemento a nuestra definición de gracia: es el don sobrenatural e interior de Dios que se nos concede para nuestra propia salvación.
Finalmente, planteamos esta cuestión: si la gracia es un don de Dios al que no tenemos absolutamente ningún derecho, ¿por qué se nos concede? Las primeras criaturas (conocidas) a las que se concedió gracia fueron los ángeles y Adán y Eva. No nos sorprende que, siendo Dios bondad infinita, haya dado su gracia a los ángeles y a nuestros primeros padres. No la merecieron, es cierto, pero aunque no tenían derecho a ella, tampoco eran positivamente indignos de ese don.
Sin embargo, una vez que Adán y Eva pecaron, ellos (y nosotros, sus descendientes) no merecían la gracia, sino que eran indignos (y con ellos nosotros) de cualquier don más allá de los naturales ordinarios propios de la naturaleza humana. ¿Cómo se pudo satisfacer a la justicia infinita de Dios, ultrajada por el pecado original, para que su bondad infinita pudiera actuar de nuevo en beneficio de los hombres?
La respuesta redondeará la definición de gracia. Sabemos que fue Jesucristo quien por su vida y muerte dio la satisfacción debida a la justicia divina por los pecados de la humanidad. Fue Jesucristo quien nos ganó y mereció la gracia que Adán con tanta ligereza había perdido.
Y así completamos nuestra definición diciendo: La gracia es un don de Dios sobrenatural e interior que se nos concede por los méritos de Jesucristo para nuestra salvación.
Un alma, al nacer, está oscura y vacía, muerta sobrenaturalmente. No hay lazo de unión entre el alma y Dios. No tienen comunicación. Si hubiéramos alcanzado el uso de razón sin el Bautismo y muerto sin cometer un solo pecado personal (una hipótesis puramente imaginaria, virtualmente imposible), no habríamos podido ir al cielo. Habríamos entrado en un estado de felicidad natural que, por falta de mejor nombre, llamamos limbo. Pero nunca hubiéramos visto a Dios cara a cara, como El es realmente.
Y este punto merece ser repetido: por naturaleza nosotros, seres humanos, no tenemos derecho a la visión directa de Dios que constituye la felicidad esencial del cielo. Ni siquiera Adán y Eva, antes de su caída, tenían derecho alguno a la gloria. De hecho, el alma humana, en lo que podríamos llamar estado puramente natural, carece del poder de ver a Dios; sencillamente no tiene capacidad para una unión íntima y personal con Dios.
Pero Dios no dejó al hombre en su estado puramente natural. Cuando creó a Adán le dotó de todo lo que es propio de un ser humano. Pero fue más allá, y Dios dio también al alma de Adán cierta cualidad o poder que le permitía vivir en íntima (aunque invisible) unión con El en esta vida. Esta especial cualidad del alma -este poder de unión e intercomunicación con Dios- está por encima de los poderes naturales del alma, y por esta razón llamamos a la gracia una cualidad sobrenatural del alma, un don sobrenatural.
El modo que tuvo Dios de impartir esta cualidad o poder especial al alma de Adán fue por su propia inhabitación. De una manera maravillosa, que será para nosotros un misterio hasta el Día del Juicio, Dios «tomó residencia» en el alma de Adán. E, igual que el sol imparte luz y calor a la atmósfera que le rodea, Dios impartía al alma de Adán esta cualidad sobrenatural que es nada menos que la participación, hasta cierto punto, de la propia vida divina. La luz solar no es el sol, pero es resultado de su presencia. La cualidad sobrenatural de que hablamos es distinta de Dios, pero fluye de Él y es resultado de su presencia en el alma.
Esta cualidad sobrenatural del alma produce otro efecto. No sólo nos capacita para tener una unión y comunicación íntima con Dios en esta vida, sino que también prepara al alma para otro don que Dios le añadirá tras la muerte: el don de la visión sobrenatural, el poder de ver a Dios cara a cara, tal como es realmente.
El lector habrá ya reconocido en esta «cualidad sobrenatural del alma», al don de Dios que los teólogos llaman «gracia santificante». La he descrito antes de nombrarla con la esperanza de que el nombre tuviera más plena significación cuando llegáramos a él. Y el don añadido de la visión sobrenatural después de la muerte es el que los teólogos llaman en latín lumen gloriae, o sea «luz de gloria». La gracia santificante es la preparación necesaria, un prerrequisito de esta luz de gloria. Igual que una lámpara eléctrica resulta inútil sin un punto al que enchufarla, la luz de gloria no podría aplicarse al alma que no poseyera la gracia santificante.
Mencioné antes la gracia santificante en relación con Adán. Dios, en el acto mismo de crearle, lo puso por encima del simple nivel natural, lo elevó a un destino sobrenatural al conferirle la gracia santificante. Adán, por el pecado original, perdió esta gracia para sí y para nosotros. Jesucristo, por su muerte en la cruz, salvó el abismo que separaba al hombre de Dios. El destino sobrenatural del hombre se ha restaurado. La gracia santificante se imparte a cada hombre individualmente en el sacramento del Bautismo.
Al bautizarnos recibimos la gracia santificante por vez primera. Dios (el Espíritu Santo por «apropiación») toma morada en nosotros. Con su presencia imparte al alma esa cualidad sobrenatural que hace que Dios -de una manera grande y misteriosa se vea en nosotros y, en consecuencia, nos ame. Y puesto que esta gracia santificante nos ha sido ganada por Jesucristo, por ella estamos unidos a Él, la compartimos con Cristo -y Dios, en consecuencia, nos ve como a su Hijo- y cada uno de nosotros se hace hijo de Dios.
1996 Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3).
1997 La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como «hijo adoptivo» puede ahora llamar «Padre» a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia.
1998 Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo El puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda creatura (cf 1 Co 2, 7-9).
1999 La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (cf Jn 4, 14; 7, 38-39):
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5, 17-18).
2000 La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se debe distinguir entre la gracia habitual, disposición permanente para vivir y obrar según la vocación divina, y las gracias actuales, que designan las intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación.
2001 La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios completa en nosotros lo que El mismo comenzó, «porque él, por su acción, comienza haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida» (S. Agustín, grat. 17):
Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada.(S.Agustín, nat. et grat. 31).
2002 La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo El puede colmar. Las promesas de la «vida eterna» responden, por encima de toda esperanza, a esta aspiración:
Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que al término de nuestras obras, «que son muy buenas» por el hecho de que eres tú quien nos las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti. (S. Agustín, conf. 13, 36, 51).
2003 La gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el Espíritu Santo nos concede para asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar en la salvación de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Estas son las gracias sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además las gracias especiales, llamadas también « carismas», según el término griego empleado por san Pablo, y que significa favor, don gratuito, beneficio (cf LG 12). Cualquiera que sea su carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf 1 Co 12).
2004 Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado, que acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia:
Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio, la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad.(Rm 12, 6-8).
2005 La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados (Cc. de Trento: DS 1533-34). Sin embargo, según las palabras del Señor: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza:
Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta de santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: «Interrogada si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: «si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si estoy, que Dios me quiera conservar en ella»» (Juana de Arco, proc.).
Tomado del Catecismo de la Iglesia Católica reproducido por www.iglesia.org
Todos tenemos conciencia de que somos libres, de que «podemos» elegir. Y si obramos mal, sentimos el peso de nuestra culpa. Pero también es cierto que todos tenemos conciencia de que no somos libres, de que nuestra libertad está enferma, atada, impotente para hacer el bien que quiere y evitar el mal que aborrece (Rm 7,15).
Pues bien, en Pelagio prevaleció el primer convencimiento –somos libres: podemos–, hasta oscurecer la necesidad de la gracia. Y en Lutero, después de luchas morales angustiosas, predominó el segundo, hasta negar la necesidad de obrar el bien –no somos libres: no podemos–; no podemos ni siquiera con la ayuda de la gracia.
La doctrina teológica de Lutero (1483-1545) tiene unas profundas raíces biográficas, que conviene conocer. De los agustinos de Erfurt había recibido una mala formación filosófica, nominalista, y una mala teología de la gracia, voluntarista o semipelagiana. La morbosidad de su vivencia espiritual consecuente queda reflejada en confesiones personales como ésta: «Yo, aunque mi vida fuese la de un monje irreprochable, me sentía pecador ante Dios, con una conciencia muy turbada, y con mi penitencia no me podía creer en paz; y no amaba, incluso detestaba a Dios como justo y castigador de los pecadores; me indignaba secretamente, si no hasta la blasfemia, al menos con un inmenso resentimiento respecto a Dios» (Weimarer Augsgabe 54,185). «Al solo nombre de Jesucristo, nuestro Salvador, temblaba yo de pies a cabeza» (44,716). «Yo recuerdo muy bien qué horriblemente me amedrentaba el juicio divino y la vista de Cristo como juez y tirano» (44, 775)
Así, desde luego, no se puede vivir. ¿Qué salida hay para escapar de esta idea nefasta de Dios y de sí mismo?… El remedio de Lutero fue casi peor que la enfermedad, fue un inmenso y múltiple error.
Lutero dice:
El hombre está totalmente corrompido por el pecado, y lo mejor es reconocerlo con todas sus consecuencias. «El hombre peca siempre, aun cuando intente obrar el bien. El hombre está tan corrompido que ni siquiera Dios puede rescatarle de su podredumbre: lo único que es posible a Dios es no tener en cuenta sus pecados, no imputárselos legalmente» (L. F. Mateo Seco, Martín Lutero: sobre la libertad esclava, Madrid 1978, 18).
El hombre no es libre, perdió su libertad al corromperse. Es inútil, pues, que siga atormentándose la conciencia con la ilusión psicológica de su pretendida libertad. Lutero, en sus primeras obras, aún creía en la libertad del hombre (4,295); comenzó a ponerla en duda a partir de 1516, y vino a negarla furiosamente en 1525, en una de sus obras preferidas, De servo arbitrio, polemizando con Erasmo.
La libertad humana es incompatible –con Dios, que todo lo preconoce y predetermina;
–con Satanás, porque él tiene cautivo al hombre, y domina verdaderamente sobre él;
–con la realidad del pecado original, que corrompió todo lo que es el hombre, también su libertad;
–y es inconciliable con la redención de Cristo, que sería superflua si el hombre fuera libre (18,786).
Consiguientemente, la misma expresión libre arbitrio debiera desaparecer del lenguaje humano; sería «lo más seguro y lo más religioso» (18,638). Ya Lúcido negó antes la libertad, y su error fue condenado en el concilio de Arlés (473: Denz 331).
Sola fides. Por tanto el cristiano se salva por la fe, no por las obras. La justificación cristiana es necesariamente sólo declarativa, pasiva, «imputativa» (WA 56,287). Simplemente, por la fe en el Salvador, no tiene Dios en cuenta el pecado del creyente.
Y aunque las buenas obras son convenientes, como expresión de la fe, en modo alguno han de considerarse como necesarias para la salvación. Incluso pueden ser peligrosas, cuando debilitan la fe fiducial, y la persona, esforzándose por conseguir obras buenas, trata entonces de apoyarse en su propia justicia.
El cristiano, pues, debe aprender a vivir en paz con sus pecados. Debe reconocer que es «simultáneamente pecador y justo (simul peccator et iustus): pecador en realidad y justo en la reputación de Dios» (WA 56,272).
En efecto, «en nada daña ser pecadores, con tal que deseemos con todas nuestras fuerzas ser justificados».
Pero el diablo, con mil artificios, tienta a los hombres «a que trabajen neciamente esforzándose por ser puros y santos, sin ningún pecado, y cuando pecan o se dejan sorprender de alguna cosa mala, de tal manera atormenta su conciencia y la aterroriza con el juicio de Dios, que casi les hace caer en desesperación…
Conviene, pues, permanecer en los pecados y gemir por la liberación de ellos en la esperanza de la misericordia de Dios» (56,266-267).
Sola gratia. No es posible que las buenas obras sean necesarias para la salvación. Si fueran necesarias, todos los hombres se condenarían, pues todos son pecadores y han de pecar inevitablemente.
Notemos bien que el error de esta herejía de Lutero, sola gratia, no está, como se ha afirmado tantas veces en el catolicismo postridentino, en «atribuir todo a la gracia divina», pues, efectivamente, a Dios hay que atribuirle toda la gracia y la salvación.
Lo contrario, pretender que la salvación viene realizada en parte por la misericordia de la gracia divina, y en parte por la fuerza de la libertad humana, que viene a completar lo que le falta a la acción gratuita de Dios, es puro semipelagianismo.
EL ERROR DE LUTERO
Aunque parezca paradójico, el error que subyace al pensamiento de Lutero es el mismo que con frecuencia ha contaminado de naturalismo semipelagiano a sus oponentes católicos: el error de pensar que la acción de la gracia es extrínseca a la acción buena del hombre; es decir, es el enorme error de ignorar que precisamente la acción de la gracia divina es la causa íntima de la acción libre del hombre, y así produce en él y con él la obra buena, salvífica y meritoria de vida eterna.
Atribuir, pues, todo a la gracia de Dios no deja excluida en modo alguno la libertad humana, pues ésta se ve precisamente causada por aquélla. La voluntad se mueve movida por la gracia de Cristo.
Un correcto diálogo ecuménico exige tener bien en cuenta estas verdades. Según esto, cuando los luteranos acusan a los católicos de ser semipelagianos, y de que no atribuimos a la misericordia de la gracia divina toda la salvación del hombre, sino parte de ella, sería un error muy grave contestarles que atribuir toda la salvación a la misericordia divina equivale a anular la libertad humana. Diciendo tal cosa les confirmaremos en su convencimiento de que somos semipelagianos.
Por el contrario, desde la fe católica
–hemos de afirmar al luterano que, efectivamente, todo es gracia, pero que precisamente la misericordia de Dios es mayor cuando su gracia renueva verdaderamente al hombre en su ser, y cuando potencia realmente sus facultades, haciéndole instrumento activo y operante de obras sobrenaturales;
y
–hemos de afirmar igualmente al católico temeroso de que una acentuación de la gracia implique la anulación de la libertad, que la gracia divina no actúa en la naturaleza humana desde fuera, extrínsecamente, sino desde dentro, sanándola, inclinándola y potenciándola activamente en su misma entidad natural hacia las obras buenas.
UNA HEREJÍA PERMANENTE
Lo mismo que el pelagianismo, el luteranismo es una herejía permanente, que, desde luego, extiende su tentación más allá del campo protestante. Ya señalé la «protestantización» actual que amenaza por muchos lados a la Iglesia Católica.
Pero fijándome únicamente en el tema gracia-libertad, que ahora nos ocupa, conviene advertir que
–la pérdida actual de la fe en la libertad del hombre, y la casi anulación consiguiente de la conciencia de pecado, partiendo de unas premisas muy diversas de las de Lutero, conducen finalmente a un efecto semejante. Como señala G. Piovene, «entre la diversidad de las filosofías actuales [y lo mismo sucede en las escuelas principales de psicología] se descubre una constante: ninguna se presenta como una filosofía de la libertad. Se intenta sobre todo establecer los mecanismos por los que el hombre está condicionado: económicos, psicológicos, derivados de la estructura del lenguaje o de la situación histórica en que vive» (Elogio della libertà, Milán 1970,287). Esto luteraniza la cultura de hoy.
–La eliminación en el cristianismo de la soteriología, salvación-condenación, realizada prácticamente por Lutero con su «sola fides», afecta también a muchos católicos, pues consideran increíble que los actos cumplidos en la vida presente puedan determinar una vida eterna de premio o de castigo.
Como ya vimos, no hay ya propiamente una cuestión de salvación/ condenación (08-09). Basta la fe en Cristo Salvador, y no son propiamente necesarias las buenas obras. Así es el «catolicismo luterano».
Cuando un católico tiene por irremediable su atadura al pecado, se cierra a la gracia del arrepentimiento efectivo, y luteraniza así su experiencia cristiana de pecado y salvación. En esta actitud espiritual, si va, por ejemplo, al sacramento de la penitencia, busca en Cristo una justificación al estilo luterano: «soy pecador, y como inevitablemente lo seguiré siendo, ni siquiera hago propósito de enmendarme; pero pongo toda mi fe en Cristo, y así Dios me perdona, y me seguirá perdonando siempre». Y basta con eso.
ENTRE PELAGIO Y LUTERO
La tentación predominante del catolicismo actual está en Pelagio, en el voluntarismo antropocéntrico, que no quiere reconocer la necesidad de la gracia, de la ayuda sobre-natural de nuestro Señor Jesucristo, «que es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,42).
Pero también está vigente hoy la tentación de Lutero. En realidad, hay que decir que el pueblo católico hoy experimenta al mismo tiempo las dos tentaciones.
De este modo, en ciertos ambientes, hallamos la extraña especie híbrida de un cristianismo pelagiano-optimista ante la multitud, es decir, ante la juventud, los obreros, la cultura moderna, el progreso y la técnica, y luterano-pesimista ante el individuo, pues no cree en las posibilidades reales que tiene la persona, ni siquiera con el auxilio de la gracia, para salir efectivamente de su pecado y vivir santamente.
Cualquier sacerdote comprueba esto como ministro del sacramento de la penitencia. Estamos, pues, aunque parezca increíble, ante un pelagianismo luterano o bien un luteranismo pelagiano. Cualquier cosa se puede esperar de quienes se alejan de la doctrina católica de la Iglesia.
EL QUIETISMO
Consideremos brevemente otro grave error.
El quietismo no niega la libertad, como el luteranismo, pero propugna que se esté quieto, que no actúe.
En la historia de la espiritualidad se registran tendencias quietistas de muy diverso estilo –maniqueos y gnósticos, cátaros y fraticelli, hermanos del libre espíritu, beguardos y beguinas, alumbrados españoles del XVI–, pero el más caracterizado quietismo, el que aquí considero, es el que se produce a fines del siglo XVII en torno a Miguel de Molinos (+1696; Denz 2201-2268; +2181-2192), Fenelón (+1715), el padre Lacombe (+1715) y Madame Guyon (+1717; Denz 2351-2373). El camino interior de Molinos no es idéntico al amor purísimo de Fenelón, pero coinciden en algunas orientaciones.
La Iglesia, al condenar el quietismo radical y típico, lo esquematizó en sus rasgos más propios:
Pasividad total. «Querer obrar activamente es ofender a Dios, que quiere ser él el único agente; por tanto es necesario abandonarse a sí mismo todo y enteramente a Dios» (Denz 2202). «La actividad natural es enemiga de la gracia, e impide la operación de Dios y la verdadera perfección; porque Dios quiere obrar en nosotros sin nosotros» (2204).
Quietud en la oración, nada de devociones activas. «El que en la oración usa de imágenes, figuras, especies y conceptos propios, no «adora a Dios en espíritu y en verdad» (Jn 4,23)» (2218). La concepción quietista de la oración recuerda al zen: «En la oración hay que permanecer en fe oscura y universal, en quietud y olvido de cualquier pensamiento particular…, sin producir actos, porque Dios no se complace en ellos» (2221).
Aniquilación personal, muerte mística. «No conviene a las almas de este camino interior que hagan operaciones, aun virtuosas, por propia elección y actividad; pues en otro caso, no estarían muertas» (2235).
Indiferencia total. El alma no debe interesarse ni por cielo o infierno (2207), ni por su propio estado espiritual, «sino que debe permanecer como un cadáver exánime» (2208). «Resignado en Dios el libre albedrío, al mismo Dios hay que dejar el pensamiento y cuidado de toda cosa nuestra, y dejarle que haga en nosotros sin nosotros su divina voluntad» (2213).
Impecabilidad. «Con ocasión de las tentaciones, por furiosas que sean, no debe el alma hacer actos explícitos de las virtudes contrarias, sino que debe permanecer en el sobredicho amor y resignación» (2237). Las caídas que sobrevinieren «no son pecado, porque no hay consentimiento en ellas» (2241), ni es conveniente confesarlas (2248, 2260).
Tanto el luteranismo como el quietismo parten de una pésima teología de la relación entre naturaleza y gracia.
La Iglesia afirma que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona y eleva, con la colaboración libre del hombre.
Pero el quietismo piensa que la gracia, para divinizar al hombre, necesita aniquilar sus actos.
Felizmente, el quietismo del XVII no dejó muchas huellas en la espiritualidad cristiana. Lo que habrá siempre entre los cristianos es la pereza, la indolencia, la resistencia a la gracia de Dios cuando mueve a algo que es penoso. Pero el quietismo no es eso; es otra cosa.
LA DOCTRINA CATÓLICA
El papá y su niño, entre los dos, escriben una carta. Voy a partir de esta imagen. El papá, acercándose a una mesa, sienta en sus rodillas al pequeño –por supuesto, analfabeto total–, y tomando la mano del niño, que sostiene el lápiz, se dispone a escribir: «vamos a escribirle una carta a la Virgen María».
Atención: la carta, efectivamente, va a ser escrita entre los dos, padre e hijo. El objeto pretendido, escribir una carta, queda absolutamente fuera de las posibilidades del niño, ya que no sabe ni leer ni escribir. Pero este hecho no es impedimento alguno para que se realice esa obra, siempre, claro está, que la mano infantil se deja guiar continuamente por la mano de su padre. Y aquí se dan tres alternativas:
1.– El niño deja que el movimiento de su mano sea completamente dócil al movimiento de la mano conductora de su padre. Y sale un texto inteligible y quizá precioso. Aunque la letra, debemos reconocerlo, no será un modelo perfecto de caligrafía. Esa carta la han escrito los dos, no solo el padre, sino también el niño. Son con-causa de una obra, el padre como causa principal, el niño como causa instrumental. El niño mueve su mano movida por su padre.
2.– El niño mueve su mano desde su propia voluntad y gusto. Y resulta un garabato ininteligible, que no vale para nada. Ha resistido la moción de su padre. El sitio propio de ese papel es la papelera.
3.– El niño mantiene rígida su mano, sin dejarle a su padre que la mueva. No sale nada. Ha resistido la moción de su padre. El papel queda en blanco.
Éstas son las tres posibilidades que el hombre tiene bajo la acción de la gracia, y no hay más: aceptarla (1) o resistirla (2 y 3).Las dos últimas opciones son pecado, resistencia a la gracia, más o menos grave según el objeto de la acción, y según el grado de conciencia y consentimiento voluntario que se dé en la persona.
La primera opción, la única buena, es ciertamente meritoria, porque el niño se ha fiado de su padre y ha obedecido dócilmente su guía, pudiendo resistirla: no es un lápiz inerte, incapaz de resistir.
Él realmente «ha escrito» la carta, ha producido la obra buena; eso sí, su voluntad se ha movido movida por el padre.
Y no se han coordinado las dos causas, poniendo el niño la parte suya y el padre su parte. Por el contrario, la causalidad del niño se ha subordinado totalmente con la causalidad paterna principal. Se ha producido, pues, una feliz sinergía, que ha posibilitado en el niño una obra buena, para la que era completamente incapaz. Pues bien, así es siempre toda la vida cristiana. Por eso nuestro Maestro nos enseña: «si no os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3).
Volviendo al ejemplo anterior –sería ridículo que el niño estuviera orgulloso de la preciosa carta escrita, como si fuera una obra sóla o principalmente suya; –sería igualmente ridículo pensar que si ha realizado esa obra, que queda por encima totalmente de sus posibilidades, «ha sido cuestión de generosidad». Son palabras sin sentido… –y también sería absurdo que el niño, al colaborar con su padre, estuviera preocupado y lleno de ansiedades: «¿y qué le diremos a la Virgen?… Bueno, hasta ahora parece que vamos bien. ¿Pero qué escribiremos en la página siguiente del cuaderno?»…
ANTECEDENTES DE ESTA IMAGEN
El niño que escribe bajo la moción de su padre es una buena imagen, pero imperfecta, pues no expresa que en realidad el padre no sólo mueve la mano de su hijo, sino su voluntad.
Pero ya se sabe que las imágenes, como las parábolas, tienen “un lado” elocuente, y otros que no valen. Y por otra parte, con buena voluntad podemos completar la imagen que he propuesto, pensando que el padre habla al oído del niño, y por su palabra le comunica el espíritu bueno, que le permite dejar su mano dócil a la guía paterna.
Es ésta una imagen que tiene muchos antecedentes análogos, aunque no tan buenos como mi ejemplo. Solo cito a dos:
Jean-Pierre de Caussade, S. J.(1675-1751) enseña que el Espíritu Santo, en la plenitud de los tiempos, ha escrito los Evangelios; «pero ahora el Espíritu Santo escribe los Evangelios sólamente en los corazones. Todas las acciones y momentos de los santos son Evangelio del Espíritu Santo… El Espíritu Santo, por la pluma de su acción [de gracia], va escribiendo un Evangelio vivo, que solamente podrá ser leído en el día de la gloria, cuando, después de salir de la prensa de esta vida, será publicado» (El abandono en la divina Providencia, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2000, 75).
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), Doctora de la Iglesia, cuando describe la obra de Dios en los hombres, acentúa también la primacía absoluta de la gracia divina, acudiendo a la imagen del artista que, sirviéndose de un pincel, produce un cuadro maravilloso. El pincel sin el artista no puede nada.
«Si el lienzo pintado por un artista pudiera pensar y hablar, ciertamente no se quejaría de ser tocado y retocado por el pincel; ni tampoco envidaría la suerte de este instrumento, pues conocería que no al pincel sino al artista que lo maneja debe él la belleza de que está revestido» (Manuscrito autobiográfico C, 20 rº).
SIEMPRE LA VOLUNTAD DE DIOS
«En Dios vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Esta grandiosa verdad, muy pocas veces predicada, con el paso del teocentrismo al antropocentrismo, es ignorada por gran parte de los cristianos modernos. Se captan a sí mismos como si fueran causa de su ser y de su propio actuar. Ignoran que si Dios es causa primera y continua del ser y del obrar natural de las criaturas, a fortiories Él la causa primera y continua que por la iluminación y moción de su gracia hace posible la vida sobrenatural cristiana en cada una de sus obras.
La sagrada Liturgia, la principal catequesis de la Iglesia, enseña maravillosamente esta verdad de la fe: «Concédenos, Señor, la gracia de conocer y practicar siempre el bien, y, pues sin ti no podemos ni siquiera existir, haz que vivamos siempre según tu voluntad. Por Jesucristo, Nuestro Señor» (jueves I Cuaresma).
El hombre no está hecho para obrar según su propia voluntad, sino para hacer siempre en todo la voluntad de Dios. Todo el universo de criaturas está hecho para cumplir siempre la voluntad de su Creador, y lo hace necesariamente. Y el hombre, la única criatura libre del mundo visible, está creado para cumplir libremente la voluntad del Señor. Ahora bien, en el obrar humano la línea causal del bien y la del mal son totalmente asimétricas. Consideremos esta verdad, que es también fundamental para penetrar el misterio gracia-libertad.
El hombre sólo puede producir el bien con la ayuda de Dios, asistido por la causalidad divina, que es universal, tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia. El Creador da a su criatura el ser y el obrar continuamente. Como enseña el Catecismo: «Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que obra en y por las causas segundas» (318). Y esto, como ya he dicho, se da a fortiori en el orden de la gracia: «sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). «Es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13).
Lo que el hombre puede producir él solo es el mal. Lo explica bien Jacques Maritain, apoyándose en la enseñanza de Santo Tomás:
Es inevitable aquí el lenguaje paradójico: cuando el hombre causa el mal «tiene una iniciativa, pero es una iniciativa de no-acción. La voluntad creada “produce” entonces la nada, produce el no-ser. Y eso es todo lo que puede hacer ella sola… Se substrae –no por una acción, sino por un libre no-hacer o des-hacer– al influjo portador de ser y de bondad de la Causa primera… Eso nos explica aquella frase de Santo Tomás: la causa primera del defecto de la gracia está en nosotros» (STh I-II, 112, 3 ad 2m) «pero la causa primera de la donación de la gracia está en Dios, según la Escritura: “la perdición es tuya, Israel; tu auxilio solo de Mí procede”, Os 13,9]).
Hay algo, pues, una línea en la que la criatura es causa primera, pero es la línea de la nada y del mal». Y añade en nota: «Cuando se desvía de la moción divina, la del bien, el hombre no es más libre que cuando deja obrar esa moción y obra bien; pero está más solo… El hombre no puede estar solo más que en el mal» (Sto. Tomás de Aquino y el problema del mal, en la obra de varios autores, El mal está entre nosotros, Fom. de Cultura, Valencia 1959, 351-352).
La acción cristiana del hombre es, pues, siempre pasiva-activa: pasiva, en el sentido filosófico del término, en cuanto que recibe el don gratuito de Dios: iluminación, atracción, moción; y activa, pues recibir libremente ese auxilio divino le concede querer y obrar un bien que por sí solo no alcanzaría.
Veámoslo en tres ejemplos máximos.
La Virgen Maríafué católica. No fué pelagiana o semipelagiana, tampoco fue quietista o luterana, ni jansenista: fue católica. La Llena-de-gracia, es decir, la Inmaculada, la Virgen fiel, no tiene planes propios que sacar adelante, no es capaz de querer nada por sí misma. Su voluntad solo puede moverse a querer algo movida por la voluntad de su Señor. La Bienaventurada Virgen María expresa con toda perfección cómo entiende ella la vida de la gracia.
Mira a su pasado y dice: «el Poderoso ha hecho en mí grandes obras». Y mirando a su presente y futuro, dice: «yo soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
En las dos frases los verbos van en pasiva. Ella entiende perfectamente que toda su vida, pasado, presente y futuro, es pasiva-activa, es providencia amorosa de Dios que, por su gracia, actúa en su mente, en su voluntad y en sus obras, con la real colaboración de su fiat permanente.
Ni cuestión de generosidad, ni otras historias o cuentos. En Ella hay únicamente docilidad absoluta, alabanza y gratitud infinitas, en una humildad total y perfecta: «mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque ha mirado con bondad la pequeñez de su esclava».
San Juan Bautista fue también un católico practicante. Él nunca se autorizó a sí mismo a querer nada, por alto y santo que fuera, por sí mismo, desde su propia voluntad. Nunca quiso moverse sino movido por la voluntad de Dios, por su gracia.
Juan el Bautizador fué como un niño analfabeto, que dejando que la mano de su padre guíe la suya, escribe en el libro de su propia vida un poema de celestial belleza y santidad.
Y supo también, iluminado por Dios, expresar con perfección este misterio: «no debe el hombre tomarse nada, si no le fuere dado del cielo» (Jn 3,27). Nada: ni más, ni menos, ni esto, ni aquello. Debe hacer todo, solo y aquello que Dios quiera hacer en él y con él…
El don de Dios es gratuito, libre, imprevisible: no puede, pues, tomarse, como se toma una manzana de un árbol; sólo se puede recibir, pedir, esperar, procurar y realizar.
Es significativo que esta frase, «no debe el hombre tomarse nada, si no le fuere dado del cielo», una de las más luminosas de los Evangelios, sea tan poco citada. Pero se comprende que así suceda en ambientes voluntaristas, pelagianos o semipelagianos, porque es antitética a sus planteamientos errados.
Jesucristo, nuestro Señor, es también católico y Autor de todos los católicos. No hay en Él ni sombra de quietismo o de voluntarismo. «El hombre Cristo Jesús» (1Tim 2,5), desde toda la eternidad, en una predestinación única, infinitamente gratuita, es el Elegido del Padre. Y el Verbo divino, siendo el Hijo eterno del Padre eterno, una vez encarnado y nacido de la Virgen María, mantiene en toda su vida terrenal una fisonomía absolutamente filial. Él no se mueve sino movido por el Padre.
Su continua relación personal con el Padre se revela muy especialmente en los escritos del evangelista San Juan. En él declara Jesús: «Yo vivo por el Padre» (6,57), y «el Padre que mora en mí, hace sus obras… Yo estoy en el Padre y el Padre en mí» (14,10-11). Él entiende siempre sus obras como «las obras que mi Padre me dio hacer, esas obras que yo hago…» (5,36); «las obras que yo hago en nombre de mi Padre» (l0,25; cf. 10,37-38). Y por eso dice: «mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y realizar su obra» (4,34). «Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (6,38).
Nuestro Señor Jesucristo es, por tanto, psicológica y moralmente incapaz de querer nada por su propia voluntad. Se mueve siempre movido por el Padre: «en verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre: lo que éste hace, lo hace igualmente el Hijo» (5,19). Nada, no puede hacer nada: «Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (5,30). «Yo no hago nada por mí mismo» (8,28); «como me mandó mi Padre, así hago» (14,12).
Y esa identificación plena entre la voluntad de Cristo y la del Padre se da normalmente con inmenso gozo, porque está hecha con infinito amor: «en aquella hora se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque» etc. (Lc 10,31). Aunque otras veces se da con pavor y angustia, sudando sangre: «pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (22,42).
Fuente: Gracia y Libertad del Padre José María Iraburu, en apologeticacatolica.org
“Hoy quiero hablarte de la “gracia”. Verás que tiene relación con los otros temas aunque a primera vista no te parece. Estás un poco cansada, pobre María, pero escribe de todas formas. Estas lecciones te servirán para los días de ayuno en los cuales Yo, tu Maestro, no te hablaré.
¿Qué es la gracia? Lo has estudiado y explicado muchas veces. Pero Yo te lo quiero explicar a mi modo en su naturaleza y en sus efectos.
La gracia es poseer en vosotros la luz, la fuerza, la sabiduría de Dios. Esto es poseer la semejanza intelectual con Dios, el signo inconfundible de vuestra filiación con Dios.
Sin la gracia seríais simplemente criaturas animales, llegadas a tal punto de evolución de estar provistas de razón, con un alma, pero un alma a nivel de tierra, capaz de guiarse en las contingencias de la vida terrena pero incapaz de elevarse a las regiones en las que se vive la vida del espíritu; por ello poco más que las bestias que se regulan solamente por el instinto y, en verdad, a menudo os superan con su modo de comportarse.
La gracia es por lo tanto un don sublime, el mayor don que Dios, mi Padre, os podía dar. Y os lo da gratuitamente porque su amor de Padre, por vosotros, es infinito como infinito es Él mismo. Querer decir todos los atributos de la gracia significaría escribir una larga lista de adjetivos y sustantivos, y aún no explicaría todavía perfectamente qué es este don.
Recuerda solamente esto: la gracia es poseer al Padre, vivir en el Padre; la gracia es poseer al Hijo, gozar de los méritos infinitos del Hijo; la gracia es poseer al Espíritu Santo, disfrutar de sus siete dones. La gracia, en fin, es poseernos a Nosotros, Dios Uno y Trino, y tener alrededor de vuestra persona mortal las legiones de ángeles que nos adoran en vosotros.
Un alma que pierde la gracia lo pierde todo. Inútilmente para ella el Padre la ha creado, inútilmente para ella el Hijo la ha redimido, inútilmente para ella el Espíritu Santo le ha infundido sus dones, inútilmente para ella están los Sacramentos. Está muerta. Rama podrido que bajo la acción corrosiva del pecado se separa y cae del árbol vital y termina de corromperse en el barro. Si un alma supiera conservarse como es después del Bautismo y después de la Confirmación, esto es cuando ella está embebida literalmente de la gracia, aquella alma sería poco inferior a Dios. Y que esto te lo diga todo.
Cuando leéis los prodigios de mis santos os sorprendéis. Pero, querida mía, no hay nada de asombroso. Mis santos eran criaturas que poseían la gracia, eran dioses, por esto, porque la gracia os deifica. ¿Acaso no lo he dicho Yo en mi Evangelio que los míos harán los mismos prodigios que Yo hago? Pero para ser míos es necesario vivir de mi Vida, esto es de la vida de la gracia.
Si quisierais, todos podríais ser capaces de prodigios, esto es de santidad. Mejor dicho, Yo quisiera que lo fuerais porque entonces querría decir que mi Sacrificio ha sido coronado por la victoria y que realmente Yo os he arrancado del imperio del Maligno, desterrándole a su Infierno, remachando su boca con una piedra inamovible y poniendo sobre ella el trono de mi Madre, que fue la Única que tuvo su calcañal sobre el dragón, impotente para dañarle.
No todas las almas en gracia poseen la gracia en la misma medida. No porque nosotros se la infundamos en medida distinta, sino porque de distinta manera la sabéis conservar en vosotros. El pecado mortal destruye la gracia, el pecado venial la resquebraja, las imperfecciones la debilitan. Hay almas, no del todo malas, que languidecen en una tisis espiritual porque, con su inercia, que las empuja a cometer continuas imperfecciones, enflaquecen cada vez más la gracia, haciéndola un hilo debilísimo, una llamita languidecerte. Mientras debería ser un fuego, un incendio vivo, bello, purificador. El mundo se derrumba porque se derrumba la gracia en casi la totalidad de las almas y en las demás languidece.
La gracia da frutos distintos según esté más o menos viva en vuestro corazón. Una tierra es más fértil cuanto más rica es de elementos y beneficiada por el sol, por el agua, por las corrientes aéreas. Hay tierras estériles, secas, que inútilmente vienen regadas por el agua, calentadas por el sol, agitadas por los vientos. Lo mismo es en las almas. Hay almas que con cada estudio se cargan de elementos vitales y por ello logran disfrutar el cien por cien de los efectos de la gracia.
Los elementos vitales son: vivir según mi Ley, castos, misericordiosos, humildes, amorosos de Dios y del prójimo; es vivir de oración “viva”. Entonces la gracia crece, florece, echa raíces profundas y se eleva en árbol de vida eterna. Entonces el Espíritu Santo, como un sol, inunda con sus siete rayos, de sus siete dones; entonces Yo, Hijo, os penetro con la lluvia divina de mi Sangre; entonces el Padre os mira con complacencia viendo en vosotros su semejanza; entonces María os acaricia estrechándoos contra su seno en el que me ha llevado a Mí como a sus hijitos menores pero queridos, queridos por su Corazón; entonces los nueve coros angélicos hacen corona a vuestra alma templo de Dios y cantan el “Gloria” sublime; entonces vuestra muerte es Vida y vuestra Vida es bienaventuranza en mi Reino”.
La iglesia de Saint-Maurice está en el centro histórico de Lille. Su construcción se inició a finales del siglo XIV y terminado a finales de siglo XIX , abarca más de cuatro siglos. Es de estilo gótico y neogótico, está clasificada como monumento histórico desde 1840.
Algo invita al visitante a adentrarse en esta iglesia francesa y dejarse llevar por la espiritualidad que vive entre sus muros y que ha ido almacenándose durante más de cinco siglos
Ubicación de Saint Maurice en las alturas del centro de Lille
Algo invita al visitante –sin importar si se declara, o no, católico– a adentrarse en Saint-Maurice y dejarse llevar por la espiritualidad que vive entre sus muros y que ha ido almacenándose durante más de cinco siglos. Sin saber muy bien lo que le impulsa (quizá la propia necesidad de búsqueda), el viajero camina a paso lento por la amplia nave rectangular que define la arquitectura de esta Iglesia gótica y neogótica de planta de Salón. Se abre a sus ojos, en efecto, una enorme sala compuesta de cinco naves pero de un sólo nivel de elevación. Únicamente la alta torre de la fachada rompe esa deseada homogeneidad, pero el visitante la tiene ahora tras de sí, y una sensación de vastedad y desahogo llena paradójicamente los espacios.
Frente y perfil del exterior
La paulatina y escalonada construcción de Saint-Maurice a lo largo de cuatro siglos, con continuas ampliaciones (nuevas naves, nuevas capillas, ampliación del transepto) está ligada a su propósito de un mayor acogimiento, y tal vez por ello la frialdad de sus sobrios muros y columnas es sólo aparente.
Parte superior de la fachada
Las sillas de mimbre para los devotos, dispuestas en semicírculo en la nave central, como recogiéndose en torno al ministro que oficiará la misa, contribuyen a la calidez que ha atrapado al visitante desde que ha franqueado el pórtico interior. Lejos de ser una limitación propiciada por la disposición de las naves, la oscuridad que cae sobre la nave central favorece el recogimiento, y sentado en una de esas sillas y en medio del silencio, se piensa inevitablemente que la luz que ofrece una Iglesia no siempre viene de su buena iluminación, y que quizá fue incluso un acierto suprimir en el siglo XIX la fuente de luz que constituía la pequeña cúpula del crucero.
Vista posterior de Saint Maurice
El visitante deja la nave central y continúa a la derecha, por la nave contigua, donde contempla los vitrales que proporcionan la iluminación de la iglesia. Es mediodía y la luz que se filtra por uno de los vitrales entra en picado, inclinada, proyectándose contra la superficie del muro de la pequeña capilla y cayendo –en un efecto vivificador– sobre la representación de La última cena (Lamoral de Daudenarde, s. XVIII), como si los rayos de luz quisieran detener su atención sobre la escena donde Judas está a punto de traicionar a Jesucristo.
Nave Central
El visitante observa el transepto desde la nave lateral, dejando a su izquierda el coro, y sigue por el deambulatorio, donde se detiene en los altares de las cinco capillas del ábside y en los sucesivos vitrales que las iluminan, restaurados tras los bombardeos sufridos en las dos guerras mundiales. Se acerca al altar mayor, donde vuelve a aparecer (aún la verá una tercera vez, en un cuadro de Bernard-Joseph Wamps), la escena de La última cena, esta vez representada en un grupo escultórico, que hace compañía a otra imagen de Jesucristo en el Monte de los Olivos.
El Ambulatorio
Dejando ahora el coro a su izquierda, se adentra el visitante en otra de las naves laterales, ya dirigiéndose hacia la salida, pero sin pensar en ella. Entonces, tras dar apenas unos pasos, se le dibuja de pronto una sonrisa.
Cúpula interna
Atrapado como está por la motivación de su sonrisa, ni siquiera ha reparado en que sobre los muros de piedra de Saint-Maurice se muestra el fresco más antiguo que se conserva en Lille, un gran mural de principios del siglo XVII, que refiere episodios de la vida de Santa Ana y San Joaquín. Su mirada recorre, por el contrario, la materialización de ese halo de contemporaneidad que se ha colado en Saint-Maurice, a los pies de los que –según los textos apócrifos- fueron los abuelos de Jesucristo.
Vitrales
En un pequeño recinto, acotado por algunos paneles de madera, se han colocado varios juguetes de construcción, además de sillas y mesas de pequeño tamaño para que los niños puedan sentarse a colorear. Es un lugar creado ex profeso para ellos, atendiendo sólo a su condición de niños que aún no pueden saber o entender qué es eso de la Palabra de Cristo.
¿Existirá ese pequeño rincón en otros templos?
Monumento a Charles Ferdinad d'Artois
Imagina a los padres de esos niños sentados en las sillas de mimbre y concentrados en los pasajes bíblicos que el párroco lee durante la misa, mientras a tan solo unos metros sus hijos construyen castillos, distinguen círculos azules de triángulos amarillos, o dibujan a sus amigos del colegio.
La Ultima Cena de Bernard Joseph Wamp
Imagina a esos niños sin la conciencia de la prisa, concentrados ellos en el juego, reconfortados. Uno de los niños pide a otro el color azul; “Para el cielo” –aclara-, en el mismo momento en que el sacerdote repite las palabras de Jesucristo recogidas por San Mateo en el capítulo 19, versículo 14: “Dejad que los niños se acerquen a mí”.
Imagina al párroco entonces haciendo un inciso para recordar que hace muchos años colgaba de los muros de Saint-Maurice el cuadro con el mismo nombre, en el que se veía a Jesucristo enseñando y bendiciendo a los niños que, sentados o de rodillas, en presencia de los Apóstoles, le habían rodeado para escucharle. Se le atribuyó a Bernard-Joseph Wamps y fue pintado en la primera mitad del siglo XVIII, pero desgraciadamente –añade el párroco- ahora está demasiado deteriorado como para que pueda exhibirse.
“Dejad que los niños se acerquen a mí”. El visitante se escucha asimismo repitiendo el versículo y evoca sin quererlo el significado del lienzo que ha visto minutos atrás: “La Huida a Egipto” (1697), de Jakob van Oost.
San Antonio
Por primera vez mira el reloj. Lentamente inicia el camino de regreso. Cada detalle se integra perfectamente en la totalidad, y es esa totalidad lo que el visitante desea llevarse de Saint-Maurice. Y así, despiertos todos sus sentidos, experiencia el frío ligero de la nave; escucha el leve silencio; memoriza la suavidad del mármol y la rugosidad de la piedra; huele la ingravidez de la cera quemada y consumida.
Desde la incipiente Iglesia, el cristianismo desarrolló un respeto santo a los difuntos enrabándolo con la inmortalidad del alma y la resurrección, manifestado en la liturgia, el acondicionamiento y entierro de los cuerpos, el arreglo de los sepulcros, como se demuestra ya en las catacumbas.
El culto de los santos se inició ante las tumbas de los mártires, del que dan cuenta las iglesias de los primeros siglos, que se convirtieron en verdaderos cementerios de santos.
Aún hoy sobreviven algunas costumbres como la dedicación de misas a fieles difuntos en su fecha y la conmemoración de Todos los Santos el 1 de noviembre y de los Fieles Difuntos al día siguiente.
EL RESPETO HACIA LOS MUERTOS
La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.
El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es “templo del Espíritu Santo” y “miembro de Cristo” (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.
Este respeto se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres.
Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro.
En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado “después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos”; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas.
Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.
LAS CATACUMBAS
En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones, los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe.
Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.
Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución.
Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.
Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.
Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada.
En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios?
Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos.
Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires.
Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo.
Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas.
FUNERALES Y SEPULTURA
Pero esto en nada afectó al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos.
De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos.
Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo.
Esta práctica, ya casi común hacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.
San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: “Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna” (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4).
Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate.
Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires.
LOS DIFUNTOS EN LA LITURGIA
Por otra parte, ya desde el s. III es cosa común a todas las liturgias la memoria de los difuntos.
Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria —memento— de los difuntos.
Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias.
La Iglesia hoy en día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la “Conmemoración de todos los Fieles Difuntos”, el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la “Festividad de todos los Santos”, el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos.
La experiencia de los Santos reafirma nuestra fe en el purgatorio, sobre su existencia y sobre cómo podemos hacer los vivientes para ayudar a las almas que están atrapadas allí.
En las “Actas del martirio de Santa Felicidad y Perpetua” cuenta lo que le sucedió a Santa Perpetua hacia el año 202. Una noche, mientras estaba en la cárcel, vio a su hermano Dinocrates, que había muerto a los siete años de un tumor en el rostro. Ella dice así: “Vi salir a Dinocrates de un lugar tenebroso, donde estaban encerrados muchos otros que eran atormentados por el calor y la sed. Estaba muy pálido. En el lugar donde estaba mi hermano había una piscina llena de agua, pero tenía una altura superior a un niño y mi hermano no podía beber Comprendí que mi hermano sufría. Por eso, orando con fervor día y noche, pedía que friera aliviado… Una tarde vi de nuevo a Dinocrates, muy limpio, bien vestido y totalmente restablecido. Su herida del rostro estaba cicatrizada. Ahora sí podía beber del agua de la piscina y bebía con alegría. Cuando se sació, comenzó a jugar con el agua. Me desperté y comprendí que había sido sacado de aquel lugar de sufrimientos” (VII,3-VIII,4)
SAN AGUSTÍN
En el siglo V, afirma: “La Iglesia universal mantiene la tradición de los Padres de que se ore por aquellos que murieron en la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo” (Sermo 172,1). “Opongan los herejes lo que quieran, es un uso antiguo de la Iglesia orar y ofrecer sacrificios por los difuntos” (libro de herejías, cap 53). Su madre Santa Mónica antes de morir dice: “Sepulten mi cuerpo donde quieran, pero les pido que, dondequiera que estén, se acuerden de mí ante el altar del Señor” (Confesiones IX,11). Y él dice: “Señor, te pido por los pecados de mi madre” (Conf IX,13). “Señor, que todos cuantos lean estas palabras se acuerden ante tu altar de Mónica tu sierva y de Patricio, en otro tiempo su marido, por los cuales no sé cómo me trajiste a este mundo. Que se acuerden con piadoso afecto de quienes fueron mis padres en la tierra… para que lo que mi madre me pidió en el último instante, le sea concedido más abundantemente por las oraciones de muchos, provocadas por estas Confesiones y no por mis solas oraciones” (Conf IX,13). Y afirmaba que “el sufrimiento del purgatorio es mucho más penoso que todo lo que se puede sufrir en este mundo” (In Ps. 37, 3 PL 36).
Algo parecido decía Santa Magdalena de Pazzi, quien pudo una vez contemplar a su hermano difunto y dijo: “Todos los tormentos de los mártires son como un jardín de delicias en comparación de lo que se sufre en el purgatorio”.
SANTA CATALINA DE GÉNOVA
Llamada la doctora del purgatorio, escribió un tratado sobre el purgatorio, que en 1666 recibió la aprobación de la Universidad de París, y dice que “en el purgatorio se sufre unos tormentos tan crueles que ni el lenguaje puede expresar ni se puede entender su dimensión.
SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
Que vivió en el siglo XIII, tuvo una experiencia mística que lo hizo patrono de las almas del purgatorio. Un sábado en la noche, después de prolongada oración, estaba en su lecho, queriendo dormirse, cuando escuchó una voz lastimera que le decía: “Nicolás, Nicolás, mírame si todavía me reconoces. Yo soy tu hermano y compañero Fray Peregrino. Hace largo tiempo que sufro grandes penas en el purgatorio. Por eso, te pido que ofrezcas mañana por mí la santa misa para yerme por fin libre y volar a los cielos… Ven conmigo y mira”. El santo lo siguió y vio una llanura inmensa cubierta de innumerables almas, entre los torbellinos de purificadoras llamas, que le tendían sus manos, llamándolo por su nombre y le pedían ayuda.
Conmocionado por esta visión, Nicolás la refirió al Superior que le dio permiso para aplicar la misa durante varios días por las almas del purgatorio. A los siete días, se le apareció de nuevo Fray Peregrino, ahora resplandeciente y glorioso, con otras almas para agradecerle y demostrarle la eficacia de sus súplicas. De aquí tiene su origen la devoción del septenario de San Nicolás en favor de las almas del purgatorio, es decir, mandar celebrar siete días seguidos la misa por las almas del purgatorio.
SAN GREGORIO MAGNO
Algo parecido podemos decir de las 30 misas gregorianas. Cuenta el gran Papa y Doctor de la Iglesia San Gregorio Magno (+604) que, siendo todavía abad de un monasterio, antes de ser Papa, había un monje llamado Justo, que ejercía con su permiso la medicina. Una vez, había aceptado sin su permiso una moneda de tres escudos de oro, faltando gravemente así al voto de pobreza. Después se arrepintió y tanto le dolió este pecado que se enfermó y murió al poco tiempo, pero eh paz con Dios. Sin embargo, San Gregorio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado, lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los religiosos las palabras de San Pedro a Simón mago: “Que tu dinero perezca contigo “. A los pocos días, pensó que quizás había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó al ecónomo mandar celebrar treinta misas seguidas, sin dejar ningún día, por el alma del difunto.
El ecónomo obedeció y el mismo día que terminaron de celebrar las treinta misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al cielo, libre de las penas del purgatorio, por las treinta misas celebradas por él. Estas misas, se llaman ahora, en honor de San Gregorio Magno, misas gregorianas. Estas treinta misas seguidas, celebradas por los difuntos, todavía se acostumbra celebrarlas y, según revelaciones privadas, son muy agradables a Dios.
SAN ESTANISLAO
El año 1070 sucedió un suceso extraordinario en la vida de San Estanislao, obispo de Cracovia, en Polonia. Un cierto Pedro Miles le había regalado antes de morir algunas tierras de su propiedad para la Iglesia. Sus herederos, conscientes del apoyo del rey a su favor, sobornaron a algunos testigos y consiguieron que el santo fuese condenado a devolver esos terrenos.
Entonces, San Estanislao les dijo que acudiría al difunto, muerto tres años antes, para que diera testimonio de la autenticidad de su donación. Después de tres días de ayuno y oración, se dirigió con el clero y gran cantidad de fieles hacia la tumba de Pedro Miles y ordenó que fuera abierta. Sólo encontraron los huesos y poco más.
Entonces, el santo le pidió al difunto en nombre de Dios que diera testimonio y éste, por milagro de Dios, se levantó de la tumba y dio testimonio ante el príncipe Boleslao, que estaba presente, de la veracidad de su donación. Solamente el difunto le pidió al santo obispo y a todos los presentes que hicieran muchas oraciones por él para estar libre de los sufrimientos que padecía en el purgatorio. Este hecho, absolutamente histórico, fue atestiguado por muchas personas que lo vieron.
SAN PEDRO DAMIANO
(1007-1072), cardenal y doctor de la Iglesia, cuenta que, en su tiempo, era costumbre que los habitantes de Roma visitaran las iglesias con velas encendidas la noche de la Vigilia de la Asunción. Un año sucedió que una noble señora estaba rezando en la basílica “María in Aracoeli”, cuando vio delante de sí a una dama que ella conocía bien y que se había muerto hacía un año, se llamaba Marozia y era su madrina de bautismo. Ella le dijo que estaba todavía sumergida en el purgatorio por los pecados de vanidad de su juventud y que, al día siguiente, iba a ser liberada con muchos miles de almas en la fiesta de la Asunción. Dijo: “Cada año la Virgen María renueva este milagro de misericordia y libera a un número tan grande como la población de Roma (en aquel tiempo de 200.000 habitantes). Nosotras, las almas purgantes, nos acercamos en esta noche a estos santuarios consagrados a Ella. Si pudieras vei verías a una gran multitud que están conmigo. En prueba de la verdad de cuanto te digo, te anuncio que tú morirás de aquí a un año en esta fiesta”. San Pedro Damiano refiere que, ciertamente, esta piadosa mujer murió al año siguiente y que se había preparado bien para ir al cielo el día de la fiesta de María.
Entre los santos que han tenido mucha devoción a las almas benditas está la Beata Sor Ana de los Ángeles y Monteagudo, religiosa dominica peruana del siglo XVI. Cuenta Sor Juana de Santo Domingo que un día tenía hambre y no había nada que comer en el convento. La santa le dijo que le trajera el breviario para rezar juntas a las almas del purgatorio para que les enviaran alimentos. Pues bien, antes de terminar de rezar el Oficio de difuntos, mandaron llamar a la portería a Sor Ana y ésta le dijo a Sor Juana: “No te he dicho que las almas mandarían de comer? Vete tú misma a la portería y recibe lo que traen “. Allí se presentó un joven de buen aspecto que les traía panes, quesos, harina y mantequilla.
SANTA TERESA DE JESÚS
(1515-1582), hablando de la fundación del convento de Valladolid dice así: “Tratando conmigo un caballero principal, me dijo que si quería hacer un monasterio en Valladolid, que él daría una casa que tenía con una huerta muy buena. A los dos meses, poco más o menos, le dio un mal tan acelerado que le quitó el habla y no se pudo bien confesar aunque tuvo muchas señales de pedir perdón al Señor Muy en breve murió y díjome el Señor que había estado su salvación en harta aventura y que había tenido misericordia de él por aquel servicio que había hecho a su Madre en aquella casa que había dado para hacer un monasterio de su Orden y que no saldría del purgatorio hasta la primera misa que allí se dijese, que entonces saldría… Estando un día en oración (en Medina del Campo), me dijo el Señor que me diese prisa, que padecía mucho aquella alma… No se pudo hacer tan presto, pero nos dieron la licencia para decir la misa, adonde teníamos para Iglesia y así nos la dijeron… Viniendo el sacerdote adonde habíamos de comulgar, llegando a recibirle, junto al sacerdote se me presentó el caballero que he dicho, con el rostro resplandeciente y alegre. Me agradeció lo que había hecho por él para que saliese del purgatorio y fuese su alma al cielo… Gran cosa es lo que agrada a nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su Madre y grande es su misericordia” (Fundaciones 10).
Veamos otras de sus experiencias: “Había muerto un provincial… Estando pidiendo por él al Señor lo mejor que podía, me pareció salía del profundo de la tierra a mi lado derecho y vile subir al cielo con grandísima alegría. Él era ya bien viejo, mas vile de edad de treinta años y aún menos me pareció, y con resplandor en el rostro” (Vida 38,26). Otra vez “habíase muerto una monja en casa, hacía poco más de día y medio. Estando diciendo una lección de difuntos, la vi que se iba al cielo. Otra monja también se murió en mi misma casa. Ella, de hasta dieciocho o veinte años siempre había sido enferma y muy sierva de Dios. Estando en las Horas, antes que la enterrasen, harían cuatro horas que era muerta, entendí salir del mismo lugar e irse al cielo” (Vida 38,29). En otra ocasión, “habíase muerto un hermano de la Compañía de Jesús y estando encomendándole a Dios y oyendo misa de otro Padre de la Compañía por él, dióme un gran recogimiento y vile subir al cielo con mucha gloria y al Señor con él” (Vida 38,30).
“Un fraile de nuestra Orden (Fray Diego Matías), harto buen fraile, estaba muy mal y estando yo en misa me dio un recogimiento y vi cómo era muerto y subir al cielo sin entrar en el purgatorio. Yo me espanté de que no había entrado en el purgatorio… De todos los que he visto, ninguno ha dejado de entrar en el purgatorio, si no es este Padre, el santo Fray Pedro de Alcántara y otro Padre dominico que queda dicho. De algunos ha sido el Señor servido que vea los grados que tienen de gloria. Es grande la diferencia que hay de unos a otros” (Vida 38,3 1-32).
SANTA CATALINA DE RICCI
(1522-1590) se dice que el 19 de octubre de 1587, murió Francisco, gran duque de Toscana y gran bienhechor de la santa y de su monasterio. Ella le pidió a Dios tomar sobre sí todas las penas que él debería sufrir en el purgatorio. Durante cuarenta días ocurrió un fenómeno inexplicable para los médicos. Su cuerpo parecía como de fuego, no podían tocarla sin quemarse, hasta el punto que su celda parecía que estuviera en llamas. Era un sufrimiento verla sufrir sin poderla ayudar. Cuando pasaron los cuarenta días y todas las penas le fueron descontadas al duque, Catalina volvió a ser la persona normal de siempre. Y el duque se le apareció, glorioso y resplandeciente, porque ya iba al cielo. Este caso, al igual que el de otros santos, es un caso extraordinario de expiación vicaria a favor de las almas del purgatorio.
P. DOMINGO DE JESÚS Y MARÍA
En los documentos del proceso de beatificación del P. Domingo de Jesús y María, carmelita, muerto en 1630, se cuenta que, cuando lo mandaron sus superiores a Roma, en la habitación del convento encontró una calavera, que según la costumbre de entonces le ayudaría a pensar en la muerte. Una noche oyó una voz que salía de la calavera: “Nadie se acuerda de mí”. Se puso a orar, echó agua bendita y escuchó: “Agua, agua, misericordia, misericordia”.
Y de nuevo la voz del difunto le dijo que era un alemán, que había muerto al llegar a Roma a visitar los santos lugares, que estaba enterrado en el cementerio, pero estaba en el purgatorio y nadie se acordaba de él. El P. Domingo rezó mucho por él y a los pocos días se le apareció lleno de belleza esplendorosa para agradecerle por su liberación.
VBLE. MARÍA DE JESÚS AGREDA
(1602-1665) fue varias veces al purgatorio a visitar a las almas. En una ocasión oyó que le decían: “María de Jesús, acuérdate de mí” y conoció a una mujer de la villa de Agreda, que se llamaba María Lapiedra y que había muerto en Murcia.
Cuando murió la reina Isabel de Borbón, el 6 de octubre de 1644, se le apareció varias veces para pedirle oraciones. Dice en sus escritos: “El día de las ánimas, dos de noviembre de este año de mil seiscientos y cuarenta y cinco, estando en los maitines y oficio que hace la iglesia por los difuntos, se me manifestó el purgatorio con grande multitud de almas, que estaban padeciendo y me pedían las socorriese. Conocí muchas, incluida la de la reina y otra de una persona que yo había tratado y conocido antes. Yo me admiré de que el alma de la reina, después de tantos sufragios y misas como se habían ofrecido por ella, estaba todavía en el purgatorio, aunque sólo había pasado un año y veintiséis días de su muerte… Llegada la noche vi algunos ángeles en la celda con grande hermosura y me dijeron que iban al purgatorio a sacar el alma de la reina por quien yo había pedido… Y los ángeles la llevaron al eterno descanso, que gozará mientras Dios fuere Dios”.
También se le apareció el príncipe heredero Don Baltasar Carlos, que murió el nueve de octubre de 1646. Dice ella: “Para consolarme, el Altísimo me manifestó que el príncipe se había salvado, aunque era menester ayudarle mucho, porque tenía grandes penas en el purgatorio. A los siete u ocho días después de su muerte, estando en el coro, se me apareció su alma y me dijo: Sor María, el ángel santo de mi guarda, que es el que me ha consolado desde que se apartó mi alma del cuerpo, me ha declarado cómo ayudaste a mi madre la reina en el purgatorio y me ha encaminado por voluntad divina y traído a tu presencia para que te pida oraciones… Estos aparecimientos del alma de su Alteza se me fueron continuando otras veces… El alma del príncipe estuvo en el purgatorio ochenta y tres días, que hay desde el nueve de octubre de 1646 hasta el primero de enero de 1647, pero he conocido que, por particulares socorros y por la especialísima misericordia del todopoderoso, se le aliviaron mucho las penas “.
Del proceso apostólico sobre su beatificación tomamos el siguiente suceso extraordinario, de un muerto que resucita para confesarse Veamos lo que dice al respecto el testigo Padre Arriola en su declaración jurada: “Llevaron al convento de la sierva de Dios un arca grande sin noticia del convento ni de la Madre ni de ninguna otra religiosa. Pidieron al sacristán menor que les abriese la puerta de la iglesia para poner en custodia aquella arca… que era de mercadería… Estando en oración, la sierva oyó unos gemidos tristes y profundos lamentos. Atenta hacia el lugar de donde salían, le pareció que los despedía la boca de algún sepulcro… Y le fue revelado que aquellos lamentables suspiros eran de un alma que acabó impenitente la mortal vida y que su cuerpo estaba en un arca que habían puesto en la iglesia… Y le dijo el mismo Dios a su sierva que, con toda prudencia y brevedad, dispusiese llamar a un confesor para que oyese en confesión al miserable infeliz en quien resplandeció la mayor misericordia… Mandó llamar al Padre Francisco Coronel… En llegando él, le dijo todo el suceso referido. Y éste se llegó adonde estaba el arca, de la cual se levantó el difunto. Y después de haber hecho humildísima post ración y adoración al Santísimo sacramento del altar y haber estado un breve rato en cruz, vino a los pies del confesor e hizo una confesión dolorosa y verdadera. Dióle la absolución y muy inmediatamente el difunto volvió al arca con imponderables demostraciones de rendimiento y agradecimiento… Y los mismos que habían llevado el cadáver se lo llevaron”.
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Otro caso parecido lo cuenta San Alfonso María de Ligorio en su obra “Las glorias de María”. Había una joven, llamada Alejandra, que era pretendida por dos jóvenes. Ambos vinieron un día a las manos y quedaron muertos los dos en medio de la calle. Por haber sido ella la causa de la muerte de los dos jóvenes, sus parientes la degollaron y echaron su cabeza en un pozo. A los pocos días, pasó por allí Santo Domingo de Guzmán e, inspirado por Dios, miró hacia el pozo y dijo: “Alejandra, sal fuera”. Y Alejandra apareció viva, pidiendo confesión. El santo la confesó y le dio la comunión en presencia de mucha gente que pudo atestiguar el hecho. Dice San Alfonso María de Ligorio: “La joven dijo que, cuando le cortaron la cabeza, estaba en pecado mortal, pero la Virgen le había dado esta oportunidad de confesarse, porque había rezado el rosario todos los días. Después de esto, fue su alma al purgatorio. Al cabo de otros quince días, se apareció al mismo Santo Domingo más hermosa y resplandeciente que el mismo sol y le declaró que uno de los sufragios más eficaces, que tienen las benditas almas del purgatorio, es el santo rosario. Dicho esto, vio el glorioso Santo Domingo entrar su alma llena de alegría en la mansión de la bienaventuranza eterna“
SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE
(1647-1690), en su Autobiografía, dice que “encontrándome delante del Santísimo Sacramento el día de la fiesta del Corpus Christi se me apareció de repente una persona envuelta en fuego. Su estado lamentable me hizo entender que estaba en el purgatorio. Me dijo que era el alma de un benedictino que, una vez, me había confesado y dado la comunión. Por esto, el Señor le había concedido el favor de poder dirigirse a mí para conseguir una reducción de sus penas. Me pidió de ofrecer por él por tres meses, todos mis sufrimientos y todas mis acciones. Al fin de los tres meses, lo vi lleno de alegría y de esplendor, cómo iba a gozar de la felicidad eterna y me agradeció diciéndome que velaría sobre mí junto a Dios”.
“Nuestra madre me permitió en favor de las almas del purgatorio pasar la noche del jueves santo (15 abril 1683) delante del Santísimo Sacramento y allí estuve una parte del tiempo toda como rodeada de estas pobres almas con las que he contraído una estrecha amistad. Me dijo el Señor que Él me ponía a disposición de ellas durante este año para que les hiciere todo el bien que pudiese. Están frecuentemente conmigo y las llamo mis amigas pacientes” (carta 22 a la Madre Saumaise).
“Esta mañana, domingo del Buen pastor (2 de mayo 1683), dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme y que éste era el día en el que el soberano pastor las recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en cuya compañía marchaban con cánticos de alegría inexplicable. Una es la buena madre Monthoux y la otra mi hermana Juana Catalina Gascon, que me repetía sin cesar estas palabras: El amor triunfa, el amor goza. El amor en Dios se regocija. La otra decía: Qué bienaventurados son los muertos que mueren en el Señor y las religiosas que viven y mueren en la exacta observancia de su Regla… Como yo les rogara que se acordasen de nosotras, me han dicho, al despedirse, que la ingratitud jamás ha entrado en el cielo” (carta XXIII a Madre Saumaise del 2 de mayo de 1683).
“La primera vez que vi a la hermana J.F. después de su muerte me pidió misas y varias otras cosas. Le ofrecí seis meses cuanto hiciera y padeciera y no me han faltado sufrimientos. Me dijo: Hay tres cosas que me hacen sufrir más que todo lo demás. La primera es el voto de obediencia que he observado tan mal, pues no obedecía más que en aquello que me agradaba. La segunda, el voto de pobreza, pues no quería que nada me faltase, proporcionando varios alivios a mi cuerpo… Ah, qué odiosas son a los ojos de Dios las religiosas que quieren tener más de lo que es verdaderamente necesario y que no son completamente pobres. La tercera es la falta de caridad y haber sido causa de desunión y haberla tenido con las otras” (carta 31 a Madre Saumaise del 20-4-1685).
SUSANA MARÍA DE RIANTS
(1639-1724), religiosa visitandina del convento de L’Antiquaille de Lyon (Francia), tenía el carisma de ser visitada, frecuentemente, por las almas del purgatorio. Ella escribe: “Un día, al comenzar la oración de la tarde, Jesús me presentó un alma que había muerto hacía dieciocho años. Era madre de varias religiosas. Ese mismo día yo había tenido el fuerte deseo de orar por ella. Se me presentó y me habló de la bondad de Dios y cómo era muy importante cumplir en todo la voluntad de Dios. El Señor la liberó en ese mismo momento y fue resplandeciente y gloriosa con Él al cielo“.
“El 16 de marzo de 1686, en la oración de la tarde, vi interiormente a Jesucristo que, muy contento, me presentaba el alma de una de mis parientes muerta hacía nueve o diez años. Ella había vivido viuda durante treinta años y me dijo que la mayor pena que tenían las almas del purgatorio era haber perdido muchas ocasiones de sufrir por Dios… Si un alma pudiera venir de nuevo a la tierra, aceptaría con amor todos los sufrimientos que el Señor quisiera enviarle. Me dijo: No pierdas ninguna ocasión de sufrir por Dios… Y se fue al cielo resplandeciente de gloria “.
“Un día, durante la misa, tuve la fuerte inspiración de pedir por el alma de uno de mis amigos y bienhechores del monasterio, que había muerto hacía diez años y algunos meses. Cuando el sacerdote elevaba la hostia, vi a Jesús que oraba por él al Padre. El difunto estaba presente en la misa y estaba prosternado con profundo agradecimiento ante el Salvador Por la tarde, a las cuatro o cinco, vino a decirme que iba a la gloria del cielo y me daba las gracias por mis oraciones “.
SANTA CRESCENCIA DE HOSS
(1682-1794) se cuenta que, cuando murió su director espiritual el P. Ignacio Vagener, jesuita, el 19 de octubre de 1716, ella lo vio en el coro junto a ella como un fantasma blanco. Ella rezó por él, sin saber quién era, aunque sí que era un alma purgante. El día 21 se le apareció de nuevo y lo reconoció. Ella rezó mucho por él y el día 23 se le apareció otra vez lleno de esplendor para agradecerle sus oraciones.
SANTA VERÓNICA GIULIANI
(1660-1727) escribe en su Diario: “Mi ángel me obtuvo que una de estas almas del purgatorio me hablase y me dijo: Tened compasión de mí. No hay criatura viva que pueda entenderlo atroces que son estas penas. Tened compasión de mí. La encomendé a la Virgen y me pareció ver la dicha de esa alma que me dijo: Ahora he sabido que pronto saldré de aquí por vuestra caridad. GRACIAS. Al poco tiempo, la vi libre de las penas, toda bella y gloriosa con un grandísimo resplandor Parecía un nuevo sol y puesta junto al sol natural, ella habría sido más luminosa, y el sol mismo, junto a ella, parecía tinieblas “.
VBLE. ANA CATALINA EMMERICK
(1774-1824) dice que, siendo niña, fue conducida por su ángel al purgatorio. “ vi allí muchas almas que sufrían vivos dolores y que me suplicaban orara por ellas. Parecía un profundo abismo… Allí vi hombres silenciosos y tristes en cuyo rostro se conocía, sin embargo, que en su corazón se alegraban como si pensaran en la misericordia de Dios. Conocí que aquellas pobres almas padecían interiormente grandes penas. Cuando oraba con fervor por las benditas ánimas oía muchas veces al oído voces que me decían: Gracias, gracias… Siendo mayor iba a misa a Koesfeld. Para orar mejor por las ánimas benditas tomaba un camino solitario. Si todavía no había amanecido, las veía de dos en dos oscilar delante de mí como brillantes perlas. El camino se me hacía claro y yo me alegraba de que las ánimas estuvieran en torno mío, porque las conocía y las amaba mucho, pues también por la noche venían a mí y me pedían auxilio… Dios me ha dado la gracia, muchas veces, de ver subir al cielo con infinita alegría a muchas almas del purgatorio.
¡Cuántas gracias he recibido de las benditas almas! ¡Cuánto se las olvida, mientras que ellas suspiran ardientemente por ayuda!
Todo lo que hacemos por ellas les causa una inmensa alegría… Allí en el purgatorio he visto a protestantes que han vivido piadosamente en su ignorancia. Están abandonados, porque carecen de oraciones… También me he dado cuenta de que el poder aparecerse para pedir auxilio y sufragios es una gracia señalada que Dios da a algunas almas… Triste cosa es que las almas benditas sean ahora tan pocas veces socorridas. Es tan grande su desdicha que no pueden hacer nada por sí mismas. Pero, cuando uno ruega por ellas o sufre por ellas o da una limosna por ellas, en ese mismo momento se ponen tan contentas como aquel a quien dan de beber agua fresca, cuando está a punto de desfallecer de sed… Los santos del cielo no pueden hacer nada por ellas. Todo lo tienen que esperar de nosotros… El sacerdote que rece devotamente las horas, con intención de satisfacer portas negligencias de estas almas, puede procurarles un indecible consuelo. Además, la bendición sacerdotal penetra hasta el purgatorio y consuela como rocío del cielo a las almas a quienes con fe firme bendice el sacerdote “.
“He visto a un sacerdote muy piadoso y caritativo que murió anoche a las nueve. Ha pasado tres horas en el purgatorio por haber perdido el tiempo en hacer bromas. Este sacerdote tenía que haber permanecido varios años en el purgatorio, pero ha sido socorrido con muchas misas y oraciones. A este sacerdote lo he conocido mucho” (3 1-12-1820).
“Hoy he visto un jabalí muy grande y espantoso que salía asomando de un lugar profundo y maloliente. Yo temblaba y me estremecía. Era el alma de una dama de París. Me dijo que yo no podía rogar por ella, puesto que no había posibilidad de ayudarla, ya que debía permanecer en el purgatorio hasta el fin del mundo, pero que debía rogar por su hija para que se convirtiese y no cometiera pecados como ella” (13-7-1821).
“No puedo explicar la compasión que me causa ver a las almas del purgatorio. Pero nada hay más consolador que contemplar su paciencia y ver cómo se alegran las unas de la salvación de las otras. He visto niños también en ese lugar” (2-11-1822).
BEATA ISABEL CANOURA
(1774-1825) escribe en su Diario: “El 17 de junio de 1814 se me presentó el Papa Pío VI (muerto en 1799) y me pidió que rogara por él, porque todavía estaba en el purgatorio… Me dijo: Vete a tu padre espiritual y él te manifestará lo que debes hacer para obtenerme esta gracia. Te prometo no abandonarte nunca y ser tu protector desde el cielo… Mi padre espiritual me pidió ir cinco veces a la iglesia de Santa María la Mayor a visitar el altar de San Pío V y rezarle por la libe ración de su sucesor… Al día siguiente, a la hora de vísperas, me fue asegurado que entraba en el paraíso… El 19 de junio, en la comunión, vi a este santo pontífice delante del trono de Dios “.
“El 8 de noviembre de 1819, después de la comunión, se me apareció el alma del cardenal Scotti y me dijo: La divina justicia me había condenado al purgatorio por espacio de 30 años y el Señor me ¡ibera ahora… Tus penitencias, ayunos y oraciones, han dado compensación a la justicia divina, por los méritos infinitos del divino Redentor, a cuyos méritos uniste tu penitencia, ayunos y oraciones a favor mío. Ahora me voy al cielo a gozar del inmenso bien por toda una interminable eternidad”.
“El 2 de noviembre de 1822 recordé que comenzaba el octavario por los fieles difuntos y oré al Señor con fervor por ellos. Le dije: Dame la llave de esta horrible cárcel, como otras veces te has dignado darme, porque siento un gran deseo de sacar del purgatorio a aquellas almas santas. Os suplico esta gracia por los méritos infinitos de vuestra pasión y muerte.., el Señor me dijo: Preséntate a aquella cárcel y dales la consoladora noticia de que pronto estarán conmigo en el paraíso. En aquel momento, aparecieron tres ángeles, que me acompañaron a la cárcel del purgatorio… No me es posible decir la alegría y consolación de aquellas almas y cuánto fue su agradecimiento y alabanza a la infinita misericordia de Dios. Al día siguiente, fu a la iglesia y estuve más de tres horas orando por las almas del purgatorio y el Señor se dignó mostrarme el triunfo de su misericordia y vi a aquellas almas que en filas, acompañadas de sus ángeles custodios, entraban gloriosas y triunfantes en el cielo. Todos los días del octavario ocurrió lo mismo y así por nueve días… Se puede decir que en nueve enormes hileras (una cada día) se despobló el purgatorio. No puede haber vista más bella que ésta y que demuestra la infinita misericordia de Dios y el gran triunfo de los infinitos méritos de la preciosísima sangre de Jesucristo “.
BEATA ANA MARÍA TAIGI
(1769-1837) asistió al funeral del cardenal Doria y el Señor le hizo entender que los cientos de misas que el purpurado había dejado encargadas no le servirían a él sino a los pobres, porque durante su vida no había rezado por las almas del purgatorio.
Esto también nos podría suceder a nosotros, si en vida, no nos preocupamos de ellas. Al fin de cuentas, Dios es el que distribuye los sufragios ofrecidos por nosotros y no basta con dejar dinero para misas. Más vale “oír” una misa en vida que cien después muertos.
SAN LUIS ORIONE
Escribió una carta a Don De Filippi el 25 de setiembre de 1897 en la que escribió: “No hace ni 10 minutos que ha estado, en esta habitación en que te escribo, tu sobrino De Filippi Felice. He estado conversando con él durante media hora, para mi alegría y consolación. Sabía que estaba hablando con un muerto y me he quedado con mucha paz. Él rezará por nosotros, pero nosotros debemos rezar por él. Oh, estoy muy contento de haberlo visto. Tenía los ojos bellos como los ojos de uno que es inocente. Recemos por él“.
SANTA GEMA GALGANI
(1878-1903) tenía hecho el voto de ánimas a favor de las almas del purgatorio y todos los días pedía especialmente por ellas. Cuando murió la religiosa pasionista Madre María Teresa, el 16 de julio de 1900, ella rezó mucho por su alma. Dice en su Diario: “Hoy el ángel de la guarda me ha dicho que Jesús quería que sufriera esta noche unas dos horas… por un alma del purgatorio. Sufrí, de hecho, dos horas como quería Jesús por la Madre María Teresa” (9-8-1900). “El día de la Asunción de María me pareció que me tocaban en la espalda. Me di media vuelta y vi a mi lado una persona vestida de blanco. Esta persona me preguntó: ¿Me conoces? Yo soy la Madre María Teresa. He venido para darte gracias por lo que me has ayudado. Prosigue aún. Unos días más y estaré eternamente feliz… Finalmente, ayer por la mañana, después de la santa comunión, Jesús me dijo que hoy, después de medianoche volaría al cielo… 1’ efectivamente, así fue… Vi llegar a la Virgen acompañada de su ángel de la guarda. Me dijo que su purgatorio había terminado y que se iba al cielo… Estaba muy contenta ¡Si la hubiera visto! Vinieron a buscarla Jesús y su ángel de la guarda. Y Jesús al recibirla le dijo: Ven, oh alma, que me has sido tan querida. Y se la llevó” (Cartas a Mons. Volpi, 10-8-1900).
Gema rezaba cada día cien “réquiem” por las almas del purgatorio. Su ángel la estimulaba en este deseo de liberar a estas almas. Un día le dijo: “Cuánto tiempo hace que no has rogado por las almas del purgatorio? Desde la mañana no había rogado por ellas. Me dijo que le gustaría que, cualquier cosa que sufriera, la ofreciera por las almas del purgatorio. Todo pequeño sufrimiento las alivia, sí, hija, todo sacrificio por pequeño que sea, las alivia” (Diario, 6-8-1900).
Sor Lucía, en la primera aparición de Fátima del 13-5- 1917, dice en sus “Memorias” que le preguntó a la Virgen:
– ¿Está María Nieves en el cielo?
– Sí, está. (Me parece que debía tener unos dieciséis años).
– Y ¿Amelia?
– Estará en el purgatorio hasta el fin del mundo (Me parece que debía tener de dieciocho a veinte años).
¿Qué pecado podría haber cometido para estar en el purgatorio hasta el fin del mundo? ¿El aborto?
SANTA FAUSTINA KOWALSKA
(1905-1938), dice en sus escritos autobiográficos: “Un día vi a mi ángel custodio que me ordenó seguirle. En un momento me encontré en un lugar nebuloso lleno de fuego y en él una multitud de almas sufrientes. Éstas rezan con fervor, pero sin eficacia para ellas mismas. Solamente nosotros podemos ayudarlas. Y les pregunté a aquellas almas cuál era su mayor sufrimiento. Me contestaron unánimemente que su mayor sufrimiento es la añoranza de Dios (el gran deseo de amarle). Oí una voz que me dijo: Mi misericordia no quiere esto, pero lo exige mi justicia” (1,7). “Una noche vino a visitarme una de nuestras hermanas difuntas, que ya había venido alguna vez anteriormente. Cuando la vi la primera vez, estaba en un estado de gran sufrimiento. Después, la he visto en condiciones cada vez de menos sufrimiento. Y en esta oportunidad, la vi resplandeciente de felicidad y me dijo que estaba ya en el paraíso” (Cuaderno II N°57). “Otra noche vino a yerme Sor Dominica y me hizo entender que estaba muerta. Recé mucho por ella. A la mañana siguiente el Señor me hizo entender que todavía sufría en el purgatorio. Recé dos días por ella. Al cuarto día vino a decirme que todavía le faltaban algunas oraciones. Y seguí orando hasta su completa liberación” (10-11-1937).
TERESA NEUMANN
(1898-1962), la estigmatizada alemana, se cuenta que, muchas veces, se le aparecían las almas del purgatorio para pedirle ayuda.
Un día se le apareció el párroco de su infancia, que la había bautizado y dado la primera comunión. El 23 de noviembre de 1928 ayudó a salir al último párroco católico de Arzberg antes de que se introdujera allí el protestantismo. La noche del Corpus Christi de 1931, se le apareció su madrina Forster, muerta recientemente, Teresa rezó por ella y la vio brillante subiendo al cielo.
SANTO P. PÍO
(1887-1968) un día de otoño de 1917, estando solo, rezando el rosario, se adormiló junto al fogón del convento y, al despertar, vio junto a sí a un anciano envuelto en un capote. Al preguntarle qué hacía allí y quién era, le respondió que había muerto quemado en ese convento y quería descontar allí su purgatorio. El P. Pío le prometió rezar por él. Un día le contó este suceso al P. Paolino y éste fue al municipio a ver los registros y encontró que, efectivamente, estaba registrado el nombre de un anciano, que había muerto quemado en aquel convento. El muerto era Mauro Pietro (1831-1908).
Otro suceso lo refiere el cronista provincial de los Padres capuchinos de la Provincia de Foggia con fecha 29 de febrero de 1937. Dice así: “El día 29 de diciembre de 1936, el P. Jacinto de 5. Elías se acercó a San Giovanni Rotondo para visitar al R Pío y le recomendó que rezara por el P. Giuseppantonio, porque estaba muy grave. El día 30 a las 2 p.m. el P Pío vio en su habitación al P. Giuseppantonio y le dice. ¿Me han dicho que estás gravemente enfermo y estás aquí? Entonces el P. Giuseppantonio, haciendo un gesto le dice: Eh, ahora ya se me han pasado todas mis enfermedades. Y desapareció “. Esto se lo contó el P. Pío al Padre provincial P. Bernardo, quien firma esta crónica junto con el cronista, P. Fernando de San Marcos in Lamis.
EDUVIGIS CARBONI
La estigmatizada de Cerdeña, muerta en Roma en 1952 con fama de santidad, cuenta en su Diario que un día, mientras rezaba delante de un crucifijo, se le presentó una persona rodeada de llamas de fuego y oyó una voz triste que le decía: “Soy N.N. El Señor me ha permitido venir a ti para que me ayudes y me consueles en las penas que debo padecer en el purgatorio. Ofrece por mí todas tus oraciones durante dos años para salir de aquí y entrar en la gloria “. Otro día, en octubre de 1943, se le presentó un hombre vestido de oficial. Le dijo: “He muerto en la guerra y quisiera que celebren por mí unas misas, y que tú y tu hermana ofrezcan por mí las comuniones”. Después de varios días, se presentó de nuevo resplandeciente, diciéndole: “Soy ruso y me llamo Pablo Vischin. Ahora voy al paraíso y rezaré por vosotras. Gracias “.
TERESA MUSCO
(1943-1976), la estigmatizada de Caserta (Italia), cuenta que el 2 de noviembre de 1962, no pudiendo ir al cementerio, como hubiera deseado por ser el día de los difuntos, oró desde su casa con todo fervor por las almas del purgatorio. En las primeras horas de la tarde, mientras seguía orando, vio en su habitación muchas personas. Les preguntó:
“¿Qué queréis?”. Ellas la saludaron con mucha alegría y le dijeron: “Nos has liberado del purgatorio con tus oraciones y venimos a darte las gracias “. Después, desaparecieron, resplandecientes de alegría y amor.
Muchos otros santos nos hablan del purgatorio, pero es suficiente con lo expuesto para creer en él.
“En el cielo no puede entrar nada manchado” (Ap. 21.27)
SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZI
(1566-1607) Monja carmelita, gran mística que frecuentemente caía en éxtasis. Fue objeto de los más extraordinarios fenómenos místicos y dones recibidos de Nuestro Señor. Brilló en ella la práctica de las virtudes. Mortificaba su cuerpo con frecuentes sacrificios. Comulgaba diariamente sintiéndose muy unida a Jesucristo. Fue maestra de novicias. Murió llena de méritos en el año 1607 y al año de su muerte se abrió su sepulcro y su cuerpo se halló fresco, entero y flexible.
Durante un éxtasis previo a su muerte Santa Magdalena de Pazzi tuvo la gracia de ver y visitar el Purgatorio. Recorriendo las diversas estancias preparadas por la Misericordia y Justicia divinas, la santa de la pureza comprendió la Santidad de Dios, la maldad del pecado y del porque Dios le había revelado los sufrimientos del Purgatorio.
He aquí cómo nos describe este santo lugar.
Contaré un suceso que aconteció a Santa Magdalena de Pazzi tal como fue relatado por el Padre Cepari en la historia de la vida de la Santa.
“Un tiempo antes de su muerte, que tuvo lugar en 1607, la sierva de Dios, Magdalena de Pazzi, se encontraba una noche con varias religiosas en el jardín del convento, cuando entró en éxtasis y vio el Purgatorio abierto ente ella. Al mismo tiempo, como ella contó después, una voz la invitó a visitar todas las prisiones de la Justicia Divina, y a ver cuan merecedoras de compasión son esas almas allí detenidas.
En ese momento se la oyó decir: “Si, iré”. Consintió así a llevar a cabo el penoso viaje. De hecho a partir de entonces caminó durante dos horas alrededor del jardín, que era muy grande, parando de tiempo en tiempo. Cada vez que interrumpía su caminata, contemplaba atentamente los sufrimientos que le mostraban. Las religiosas vieron entonces que, compadecida, retorcía sus manos, su rostro se volvió pálido y su cuerpo se arqueó bajo el peso del sufrimiento, en presencia del terrible espectáculo al que se hallaba confrontada.
Entonces comenzó a lamentarse en voz alta, “¡Misericordia, Dios mío, misericordia! Desciende, oh Preciosa Sangre y libera a estas almas de su prisión. ¡Pobres almas! Sufren tan cruelmente, y aún así están contentas y alegres. Los calabozos de los mártires en comparación con esto eran jardines de delicias. Aunque hay otras en mayores profundidades. Cuan feliz debo estimarme al no estar obligada a bajar hasta allí.
Sin embargo descendió después, porque se vio forzada a continuar su camino. Cuando hubo dado algunos pasos, paró aterrorizada y, suspirando profundamente, exclamó” ¡Qué! ¡Religiosos también en esta horrenda morada! ¡Buen Dios! ¡Como son atormentados! ¡Oh, Señor!”. Ella no explicó la naturaleza de sus sufrimientos, pero el horror que manifestó en contemplarles le causaba suspiros a cada paso. Pasó de allí a lugares menos tristes. Eran calabozos de las almas simples y de los niños que habían caído en muchas faltas por ignorancia. Sus tormentos le parecieron a la santa mucho más soportables que los anteriores. Allí solo había hielo y fuego. Y notó que las almas tenían a sus Ángeles guardianes con ellas, pero vio también demonios de horribles formas que acrecentaban sus sufrimientos.
Avanzando unos pocos pasos, vio almas todavía más desafortunadas que las pasadas, y entonces se oyó su lamento, “¡Oh! ¡Cuán horrible es este lugar; está lleno de espantosos demonios y horribles tormentos! ¿Quiénes, oh Dios mío, son las victimas de estas torturas? Están siendo atravesadas por afiladas espadas, y son cortadas en pedazos”. A esto se le respondió que eran almas cuya conducta había estado manchada por la hipocresía.
Avanzando un poquito más, vio una gran multitud de almas que eran golpeadas y aplastadas bajo una gran presión, y entendió que eran aquellas almas que habían sido impacientes y desobedientes en sus vidas. Mientras las contemplaba, su mirada, sus suspiros, todo en su actitud estaba cargada de compasión y terror.
Un momento después de su agitación aumentó, y pronunció una dolorosa exclamación. Era el calabozo de las mentiras el que se abría ante ella. Después de haberlo considerado atentamente, dijo, “Los mentirosos están confinados a este lugar de vecindad del Infierno, y sus sufrimientos son excesivamente grandes. Plomo fundido es vertido en sus bocas, los veo quemarse, y al mismo tiempo, temblar de frío”.
Luego fue a la prisión de aquellas almas que habían pecado por debilidad, y se le oyó decir: “Había pensado encontrarlas entre aquellas que pecaron por ignorancia, pero estaba equivocada: ustedes se queman en un fuego más intenso”.
Mas adelante, ella percibió almas que habían estado demasiado apegadas a los bienes de este mundo, y habían pecado de avaricia.
“Que ceguera”, dijo,” ¡las de aquellos que buscan ansiosamente la fortuna perecedera! Aquellos cuyas antiguas riquezas no podían saciarlos suficientemente, están ahora atracados en los tormentos. Son derretidos como un metal en un horno”.
De allí pasó a un lugar donde las almas prisioneras eran las que se habían manchado de impureza. Ella las vio en tan sucio y pestilente calabozo, que la visión le produjo náuseas. Se volvió rápidamente para no ver tan horrible espectáculo.
Viendo a los ambiciosos y a los orgullosos, dijo “Contemplo a aquellos que deseaban brillar ante los hombres; ahora están condenados a vivir en esta espantosa oscuridad”.
Entonces le fueron mostradas las almas que tenían la culpa de ingratitud hacia Dios. Estas eran presas de innombrables tormentos y se encontraban ahogadas en un lago de plomo fundido, por haber secado con su ingratitud la fuente de la piedad.
Finalmente, en el último calabozo, ella vio aquellos que no se habían dado a un vicio en particular, sino que, por falta de vigilancia apropiada sobre si mismos, habían cometido faltas triviales. Allí observó que estas almas tenían que compartir el castigo de todos los vicios, en un grado moderado, porque esas faltas cometidas solo alguna vez las hacen menos culpables que aquellas que se cometen por hábito.
Después de esta última estación, la santa dejó el jardín, rogando a Dios nunca tener que volver a presenciar tan horrible espectáculo: ella sentía que no tendría fuerza para soportarlo. Su éxtasis continuó un poco mas y conversando con Jesús, se le oyó decir: “Dime, Señor, el porqué de tu designio de descubrirme esas terribles prisiones, de las cuales sabía tan poco y comprendía aun menos…” ¡Ah! ahora entiendo; deseaste darme el conocimiento de Tu infinita Santidad, para hacerme detestar mas y mas la menor mancha de pecado, que es tan abominable ante tus ojos”.
SAN PASCASIO
(x – 512) Pascasio, diácono de Roma, fue varón de mucha santidad, grande limosnero, favorecedor de pobres, humilde y muy penitente. Sucedió que, pretendiendo el Pontificado Simaco, y Pascasio favoreció más de lo justo las partes de Laurencio contra Simaco, sin que le bastase quedar Simaco con la dignidad en boz de los más electores, tuvo con él sus repuntas, hasta que murió el mismo Pascasio.
Llevaron a enterrar su cuerpo, y sobre las andas iva su dalmática y vestido de diácono, la cual tocando un endemoniado, quedó sano. Pasó mucho tiempo, y sucedió que Germano, obispo de Capua, por consejo de médicos, estando enfermo, fue a se lavar a unas termas o baños, en los cuales vido y conoció al Pascasio Diácono difunto, que servía allí a los que entravan a bañarse. Admiróse de verle, y preguntó la causa por que tan insigne varón estuviesse en semejante lugar, y respondió:
-No por otra causa estoy en este lugar penoso, sino porque seguí las partes de Laurencio, que pretendía ser Papa contra Simaco. Ruégote que ruegues a Dios por mí, y haziéndolo entenderás que te ha oído si, volviendo aquí, no me vieres.
El obispo Germano hizo lo que le fue pedido, y bolviendo desde algunos días, vido que no estava allí. Escrive este caso San Gregorio, en el libro cuarto de sus Diálogos, capítulo cuarenta, y dize que por no aver pecado Pascasio por malicia, sino por ignorancia, que le parecía que acertava, padeció solamente aquella pena. Y infiérese de lo dicho que aunque ay lugar proprio y diputado para Purgatorio de las almas, que es uno de cuatro senos del Infierno, porque uno, y el más profundo y mayor es el de los condenados, otro, donde están los niños que mueren sin Baptismo, donde no ay pena de sentido, sino privación de la vista buena de Dios, y el tercero, el Purgatorio de que hablamos, | donde se purgan las almas de los que murieron en gracia de Dios, mas llevaron culpas veniales o penas devidas por los mortales ya perdonados, y el cuarto, donde estuvieron las almas de los justos y amigos de Dios antes que su Magestad muriesse y las sacasse de allí, y resuscitando y subiendo a los Cielos las llevasse consigo; sin este Purgatorio, digo, que se infiere de lo que aquí dize San Gregorio que algunas almas le padecen y son purgadas en otros lugares particulares. Y el aver hecho Dios milagro por medio de la dalmática de Pascasio, dize el mismo San Gregorio que fue en aprobación y abono de las muchas limosnas que hizo en vida, y para corresponder con el crédito de santidad que dél tenían todos, aunque convino y fue necessario que primero que entrasse en el Cielo purgasse lo merecido por la culpa que por ignorancia avía dexado de llorar.
SAN ALBERTO MAGNO
(1200-1280) Diversas personas oyeron dezir, no una, sino muchas vezes, a Alberto Magno, Ministro General que fue de Predicadores, de cierto hombre cuya vida era de buen exemplo, y en los ojos de todos, buena y santa, que, estando enfermo, y de enfermedad muy penosa, que rogó a Dios con lágrimas que con la muerte pusiesse fin a tanto mal y tormento como padecía en aquella enfermedad.
Apareciósele un ángel, y díxole que Dios avía oído su oración, y que le dava a escoger, o que estuviesse tres días en Purgatorio, o un año la enfermedad que tenía, y que, cumplido, iría luego al Cielo. El enfermo, que sentía la pena presente y no tenía experiencia de la ausente, dixo:
-Yo quiero morir luego, y no sólo tres días, sino cuanto más fuere la voluntad de Dios ser atormentado en el Purgatorio.
-Sea como dizes -dixo el ángel.
Y en la misma hora murió, y su alma fue a Purgatorio. Passó un día, y visitóle el ángel en su tormento, diziéndole:
-¿Cómo te va, alma que escogiste tres días de Purgatorio por no padecer un año de enfermedad?
Respondióle la alma:
-¿Y vós sois ángel? No devéis serlo, que los ángeles no engañan. Dixístesme que estaría tres días en estas penas, y han passado muchos años y no me veo libre dellas.
El ángel le dixo:
-No los muchos años, sino la terribilidad del tormento te fuerça a dezir lo que dizes, porque de los tres días sólo uno has estado en Purgatorio. Mas si te agrada hazer nueva elección, tu cuerpo | no está aún sepultado, puedes bolver a él, y por un año padecer la enfermedad que tenías.
Respondió la alma:
-No sólo un año, sino hasta la fin del mundo quiero más padecer el tormento y pena de la enfermedad que los dos días que quedan de Purgatorio.
Fue buelta la alma al cuerpo, y no sólo padeció con paciencia la enfermedad, sino que refiriendo a muchos lo que le avía sucedido, los exortó a penitencia. Lo dicho es de Gulielmo, en el libro De Apibus.
SANTA VIVIANA PERPETUA
(300-360) Que de la Sinagoga el rito de rogar por los difuntos haya pasado a la Iglesia de Jesucristo dan fe, entre otras, las Actas de los Mártires, cuya autenticidad es indiscutible, y entre éstas las de Santa Viviana Perpetua, escritas en gran parte por la misma Santa durante su prisión: actas que se remontan al siglo III y en las cuales hallamos expresadas taxativamente la fe en el Purgatorio y la eficacia de las oraciones por los difuntos.
Acusada esta santa mujer como cristiana, fue condenada a muerte. Mientras se hallaba en la cárcel esperando el día de su combate final, le vino al pensamiento Dinócrato, un hermanito suyo, muerto mucho antes, a la edad de siete años, de un cáncer que había acabado con su vida. A este recuerdo púsose orar por el alma del difunto, y poco después, por disposición divina, tuvo una celeste visión. Vio al niño Dinócrato que salía de un lugar tenebroso y lejano, en donde había sufriendo una gran multitud de almas. El niño tenía el rostro melancólico y contrahecho, y sintiéndose devorado por ardiente sed se acercó a un estanque buscando refrigerio; pero no pudo conseguirlo a causa de la mucha altura del parapeto que lo rodeaba. Viviana comprendió que su hermanito padecía y necesitaba ayuda, y púsose a orar por él con más fervor para que fuese libertado de sus padecimientos. Su oración fue escuchada. Poco después la Santa vio el mismo lugar de antes, pero no ya cubierto de tinieblas; sino resplandeciente de blanquísima luz y a su hermanito antes triste y apenado, lo vio lleno de gozo y cubierto con hermosísima vestidura, que alegremente bebía del estanque por de una concha que nunca se agotaba, y después de haberse saciado recreábase alegremente, como suelen hacerlo los niños de aquella edad. Por donde ella comprendió que su hermanito había sido librado de sus sufrimientos, y experimentó un gozo inexplicable. Tal fue la visión de Santa Viviana Perpetua. En la cual claramente se ve representado el Purgatorio por aquel lugar tenebroso, las penas que en él las almas padecen, y la eficacia de la oración para obtener la libertad de las mismas, en una palabra, toda la doctrina católica acerca del Purgatorio.
Pues si consideramos que esta visión no sólo no fue desechada por sus contemporáneos, sino que fue acogida con gran veneración y respeto, no sólo por los simples fieles, sino hasta por Tertuliano, San Cipriano, San Agustín y por muchos otros conspicuos personajes, conoceremos que ella constituye una buena prueba de la fe que aquellos antiquísimos cristianos tenían en el Purgatorio puesto que sin esta fe, o hubiesen rechazado esta visión, como una novedad peligrosa, de la cual debían guardarse, o a lo menos no la hubieran recibido sin alguna dificultad, tanto más cuanto que los cristianos de aquellos tiempos eran continuamente amonestados para que huyesen de todo aquello que oliese a innovación, a fin de que no corrieran el riesgo de caer en las nacientes herejías.
SAN JUAN MACIAS
(1585-1645) Abogado de las Animas del Purgatorio. Nació Juan en Ribera del Fresno, provincia de Badajoz, en 1585. Sus padres, Pedro de Arcas e Inés Sánchez, modestos labradores, eran muy buenos cristianos, y dejaron en él una profunda huella cristiana. Contaba Juan poco más de cuatro años cuando la peste que asolaba Castilla segó la vida de sus padres, que eran unos modestos labradores. Unos tíos de los niños, Mateos Sánchez e Inés Salguero, tutelaron a estos dos niños huérfanos.
Todavía niño, su tío le encomienda a Juan un pequeño rebaño de ovejas. Un día en que apacentaba el rebaño vio un resplandor que se le acercaba. El mismo narra su encuentro con aquel personaje misterioso que le saludó diciendo: “Juan, estás de enhorabuena”. Yo le respondí del mismo modo y él: “Yo soy Juan Evangelista, que vengo del cielo y me envía Dios, para que te acompañe, porque miró tu humildad. No lo dudes”. Y yo le dije: “Pues, ¿quién es ese San Juan Evangelista?” Y él contestó: “El querido discípulo del Señor, uno de los doce apóstoles. Y vengo a acompañarte de buena gana porque te tiene escogido para Sí. Tengo que llevarte a unas tierras muy remotas y lejanas en donde habrás de levantar templos. Y te doy por señal de esto que tu madre, Inés Sánchez, cuando murió, de la cama subió al cielo y tu padre, Pedro Arcas, que murió primero que ella, estuvo algún tiempo en el purgatorio pero ya tiene el premio de sus trabajos en la gloria”. Cuando supe de mi amigo San Juan la buena noticia de mis padres y la buena dicha mía, le respondí lleno de gozo: “Hágase en mí la voluntad de Dios”.
En 1622, Juan Arcas Sánchez recibió el hábito en el convento dominico de la Magdalena, en Lima. Se convirtió así en fray Juan Macías, y toda su vida la pasó como portero del convento. Hombre de mucha oración, al estilo de San Martín, también él fue visto en varias ocasiones orando al Señor elevado sobre el suelo. Estando una noche en la iglesia oyó unas voces, procedentes del Purgatorio, que solicitaban que intercediera por ellas con oraciones y sacrificios. A esto se dedicó en adelante, toda su vida. Sus biógrafos acertadamente le han llamado «el ladrón del purgatorio».
Juan tenía la costumbre de rezar todas las noches, de rodillas, el Rosario completo. Una parte la ofrecía por las almas del Purgatorio, otra por los religiosos, y la tercera, por sus parientes, amigos y benefactores.
Oraba el Santo en la capilla de Nuestra Señora del Rosario, cuando de pronto una mano dio un golpe sobre el altar. Sobresaltado, vio a su lado una sombra rodeada de llamas que le dijo: “Soy Fray Juan Sayago, que acabo de morir y necesito muchísimo de tus oraciones y auxilios; para que, satisfaciendo con ellos a la divina justicia, salga de estas penas expiatorias”, con lo cual desapareció. Vivió este fraile en el Convento del Santísimo Rosario, contiguo a la Iglesia de Santo Domingo, habiendo expirado a la misma hora en que se le apareció a nuestro Santo. A la cuarta noche, hallándose Juan postrado en el mismo altar, se le volvió a aparecer el alma de aquel fraile, ahora luminosa, para decirle que gracias a sus oraciones y penitencias la Virgen lo había sacado del Purgatorio y llevado a gozar de la bienaventuranza eterna.
A la hora de su muerte le reveló al prior del convento: «Por la misericordia de Dios, con el rezo del santo Rosario, he sacado del purgatorio un millón cuatrocientas mil almas. Cuando oraba en el templo, con frecuencia oía el rumor suplicante de personas que le hablaban y no alcanzaba a ver pero percibía claramente sus voces. ¿Fray Juan hasta cuando estaremos privada de ver a Dios? Ayúdanos. ¿Quiénes son Uds.? Preguntaba Fray Juan, Somos las almas del purgatorio les respondían. Acuérdate de nosotras. Socórrenos con tus oraciones, para que salgamos de esta terrible soledad”.
En atención a estas frecuentes visitas y súplicas, fray Juan rezaba incansablemente el santo Rosario. Visitaba con frecuencia a Jesús Sacramentado; participaba en la santa misa y hacía muchas obras de caridad, con esta intención.»Orar por los muertos es cosa buena y santa». (2 Mc.12, 45) Porque, dice el Señor: «nada manchado entrará en el reino de los cielos». En la vida del hombre, hay muchas imperfecciones, negligencias e indiferencias que purificar.
Una noche estaba rezando en la iglesia, y oye voces misteriosas: -Somos almas del Purgatorio. ¡Socórrenos!… No necesitó más el Hermano. En adelante, rezar y sacrificarse por las almas benditas fue para Juan Macías una verdadera vocación. Y Dios le reveló las muchas y muchas almas que por su oración habían acelerado su purificación y salido del Purgatorio libres para el Cielo. Así, tan sencillamente, pero con enorme fama de santo en Lima, llegó Juan Macías a los sesenta años de vida. En el lecho de muerte, exclamó alborozado: “-¡Miren, miren quiénes están aquí! Nuestro Señor Jesucristo, su Madre la Virgen, el apóstol y evangelista San Juan, otros Santos y muchos ángeles. ¡Con ellos me voy al Cielo!…”
SOR MARÍA NATALIA MAGDOLNA
(1901-1992) Una noche Jesús me pidió que orara por las almas del purgatorio. Eran las cuatro y media y yo quería terminar de escribir mi diario, cuando Jesús me dijo:
–Hija mía, aunque respeto tu cansancio, quiero pedirte que no te vayas a dormir hasta que pongas por escrito el estado de sufrimiento de las almas del purgatorio. Yo quiero que mis hermanos sacerdotes se unan a la cruzada de oración en favor de las almas que sufren en el purgatorio. Ahora quiero aliviar a aquellas que durante su vida con frecuencia me pidieron a Mí y a mi Madre, en la oración, que tuviéramos piedad de ellas en el momento de su muerte y cuando estuvieran en el lugar del sufrimiento.
Jesús me llevó entonces a un lugar tan grande que yo no podía ver el final. Aunque el lugar estaba oscuro, las almas allí parecían estar calmadas. Había un sinnúmero de almas: llevaban ropa negra y estaban arrimadas unas a otras. Todas parecían inmóviles, sin palabras y muy tristes. Mi corazón casi se quebraba al verlas así. Supe que estas almas no recibían ayuda alguna de nadie en la tierra, ni oración, ni sacrificios. Sabían que la hora de su liberación no había llegado todavía pero confiaban en que no dilataría mucho.
Después de eso Jesús me llevó a otro lugar similar. Allí las almas tiritaban en sus túnicas negras. Pero cuando me vieron entrar con Jesús, todas empezaron a agitarse. Yo tenía mi rosario en la mano para rezar por ellas. Cuando vieron el rosario, todas empezaron a gritar: “¡Rece por mí, querida hermana, rece por mí!” y trataban de sobreponer su voz, gritando más fuerte, solicitando mis oraciones, como una nube de abejas. Aunque todas gritaban a un tiempo, yo podía distinguir la voz de cada una. Reconocí a muchas entre ellas, personas a las que conocí cuando estaban en la tierra. Vi a algunas religiosas de otras órdenes y también de la mía. Me espanté cuando una madre superiora se volteó hacia mí y me pidió humildemente que rezara por ella.
Después de esto, una religiosa, conocida mía, con sus manos juntas y tocando mi rosario, me suplicó: “¡Por mí, por mí!”, mientras un extraño sudor, no sé si en el alma o en el cuerpo, corría sobre ella.
Después Jesús me llevó a un tercer lugar donde había un sinnúmero de religiosas, paradas y sin movimiento, mientras un fuerte sudor corría sobre ellas. Se volvieron hacia mí y me suplicaron que rezara el rosario por ellas. En ese lugar había luz. Yo pensé: “¿Por qué será que ellas me piden el rosario?” Entonces Jesús me mostró un rosario, en el que en vez de las cuentas había flores y en cada flor vi brillar una gota de la Sangre de Jesús.
Cuando decimos el rosario, las gotas de la Sangre de Jesús caen sobre la persona por quien lo ofrecemos. Las almas del purgatorio están implorando continuamente la Sangre salvadora de Jesús.
ISABEL KINDELMANN
(1913-1985) Por esto, la Llama de Amor debe estar encendida para salvar a todos los cristianos; para salvar las familias, salvando a los padres y madres de cada familia cristiana; para ayudar a la santificación de los sacerdotes, que mientras más se asemejen a Cristo más eficaz ministerio ejercitarán con todos sus hermanos; ésta Llama de Amor debe iluminar todos los momentos de la vida del cristiano, todos los momentos de enfermedad, de agonía, de muerte. Aún después de la muerte ésta Llama de Amor debe seguir iluminando la esperanza de quienes se encuentran en el purgatorio.
Mons. Bernardino Echeverría Ruiz,Arzobispado de Guayaquil.
3 de agosto de 1962
La primera hora de oración la pasé tratando de ordenar mis pensamientos; apenas lograba tranquilizarme. Mi disipación me desanimó tanto que estaba incapaz de hacer aun oración vocal. He pensado en las almas sacerdotales muy olvidadas en el purgatorio y por ello quería ofrecer el vía crucis también. Pero el Redentor tristemente me habló así:
J.C.-«Yo tampoco abandoné ni interrumpí el camino de los dolores.
28 de septiembre de 1962 Ayunos por las almas sacerdotales del Purgatorio
Hoy, día de ayuno, lo ofrezco por las almas del purgatorio, especialmente por las almas sacerdotales. El Señor Jesús, se refería a que no puede resistir a ruego de la Santísima Virgen. Me dijo, infundiéndolo en la conciencia de mi mente:
J.C.-«Ya que estás mitigando, hijita mía, este anhelo tan grande que tengo por las almas, sabes, ¿con qué te voy a premiar? El alma del sacerdote fallecido, gracias a que han guardado el ayuno pedido por Mí, de hoy en adelante, a los ocho días de haber muerto, se librará del fuego del purgatorio. Y cualquiera que guarde este ayuno, alcanzará esta gracia a favor de un alma que esté penando. (Observación: si ésta había fallecido en estado de gracia).
Con lágrimas escuchaba sus palabras llenas de majestad y misericordia, que podemos ayudar tan eficazmente a las almas que sufren en el purgatorio. Mi alma se estremeció cuando me comunicó esta nueva y grande gracia y, al salir de la santa misa para ir a casa, dijo en voz baja en mi alma :
J.C.-«Yo también me voy contigo y permaneceré contigo todo el día : que nuestros labios supliquen juntos al Eterno Padre para alcanzar misericordia. »
Con profunda adoración le dije: Mi adorado Jesús, ¡vivir en el alma esta gracia Contigo y con tus labios suplicar juntos al Eterno Padre! Al ir así a mi casa, sumida mi alma en su adoración, mi corazón bajo el efecto de la gracia comenzó a latir tanto que casi me desplomé… Entonces le supliqué: Deseo tanto, mi adorado Jesús, que tu gracia tan grande llegue a conocerse cuanto antes públicamente y cuánto más personas lleguen a sentir profundamente tu íntimo anhelo.
El Señor Jesús me pidió que pusiera por escrito especialmente aquello de cómo podemos ayudar a las ánimas. :
J.C.-« Por observar el ayuno pedido por Mí, las almas de los sacerdotes, al octavo día después de haber muerto, se librarán del purgatorio. »
(El ayuno estricto: durante un día se debe tomar sólo pan y agua).
4 de octubre de 1962
J.C.- « ¡Qué felicidad es ésta para Mí! ¡Sumérgete en Mí, en el mar de mis gracias! Te concedo ésta gracia, porque tú misma me pediste que te dejara sumergirte. ¡Pide siempre, mi pequeña hija carmelita! Yo reparto feliz mis tesoros que podrás cambiar en la hora de tu muerte. ¿Crees, acaso, que cuánto era tu sufrimiento, tanto será tu premio? ¡De ninguna manera! No se puede expresar con palabras humanas lo que he preparado para ustedes. Espero el momento de que tu llegues. Y te espero con un rico regalo. Me dará un vuelco el Corazón a tu llegada y muchas almas, a las cuales has ayudado a liberarse del purgatorio por medio de tus sacrificios, te saludarán rebosantes de gozo. Como buenos amigos tuyos, esperan el encuentro contigo. Compenétrate en este gozo sin límites y no resulte para ti nada fatigante lo que tengas que hacer por mi obra salvadora. ¡Qué nuestras miradas se compenetren!. En mis ojos bañados de lágrimas y de sangre verás el anhelo de mi Corazón por las almas. ¡Recoge Conmigo, hijita mía! Fui Yo quien injertó en tu corazón el deseo de las almas y lo aumentaré sin cesar. Pero, ¡aprovecha tú también toda oportunidad! »
13 de octubre de 1962 Las ánimas sufrientes también deben sentir el efecto de gracias de la llama de amor de mi corazón maternal
Desde hace meses me habla el Señor Jesús. No lo escribí, no siempre tengo modo de hacerlo. Hoy también me encontraba en la soledad silenciosa del templo. Oraba por los sacerdotes moribundos. El Señor Jesús conmovido me susurró al oído:
JC.- ¡Qué nuestras manos recojan juntas!
Pedí también la efusión de gracias de la Llama de Amor de la Santísima Virgen para las almas en pena, cuando el Señor Jesús me permitió sentir que en ese momento un alma acababa de liberarse del purgatorio. Sentí en mi alma un alivio indescriptible. En ese momento, por pura gracia de Dios, mi alma se sumergió en la felicidad inconmensurable del alma que llega a la presencia de Dios. Luego recé, con todo el recogimiento de mi alma, por los sacerdotes moribundos. Entre tanto un sentimiento muy angustioso inundaba todo mi interior. Son sufrimientos que da el Señor para que pueda recoger con Él. Durante mi profundo recogimiento un suspiro, fino como un hálito de la Santísima Virgen, sorprendió mi alma:
S.V.- «Tu compasión por las pobres ánimas, hijita mía, ha conmovido tanto mi Corazón maternal, te concedo la gracia que pediste. Si en cualquier momento, haciendo referencia a mi Llama de Amor, rezaran ustedes en mi honor Tres Aves Marías, cada vez un alma se librará del purgatorio. En el mes de los difuntos (en noviembre), al rezo de cada Ave María, 10 almas se librarán del purgatorio. Las ánimas sufrientes deben sentir ellas también el efecto de gracia de la Llama de Amor de mi Corazón maternal».
NOTA DEL EDITOR:
Que Dios tiene derecho a expresar también en números las condiciones en que quiere dar su gracia, nos lo prueba la sagrada escritura. El caso de Naamán, el Sirio (2 Reyes 5, 1- 1 4) donde, de forma inequívoca, la condición de su sanación está expresada en números, aunque su realización no dependió del número. ¿Por qué precisamente el sumergirse 7 veces en las aguas turbias del Jordán fue la condición dada por el profeta Eliseo para que el Naamán alcanzara la curación? ¿No hubiera sido suficiente 5 o acaso 3 veces? ¡O quizá hubiera sido suficiente una sola inmersión! No fue el sumergirse 7 veces lo que le consiguió la curación sino la obediencia de su fe humilde con que, a pedido de sus siervos, venció su Resistencia y se sometió al deseo del profeta.
Es muy cierto que los números tienen frecuentemente otra significación en el plano sobrenatural que la que les atribuimos aquí en la tierra. La razón es que nosotros caemos frecuentemente en el error de trasladar nuestro modo de pensar tan mercantilista al orden de la vida sobrenatural, cuando el Cielo tiene otro propósito muy distinto con los números. La esencia y el sentido más profundo de ésta «matemática celestial» no es el número ni el rendimiento, sino el Amor. Significa que debe arder en nosotros continuamente el deseo de salvar las ánimas que están penadas. ¡Cuántos pensamientos inútiles, cuántas preocupaciones superfluas que giran alrededor de nuestro propio Yo, nos llenan durante un solo día! ¡Cuántas idas y venidas hacemos mecánicamente en un único día! ¡Qué medio tan eficiente podría ser para educarnos a nosotros mismos si con un pensamiento de amor acudiéramos en ayuda de un alma que está sufriendo! Ellas nos lo van a agradecer mucho y en su estado de bienaventurados nos ayudarán en nuestro trabajo para salvar las almas. De nuestra parte, ésta compasión nos sirve de mérito y la Santísima Virgen la vierte en bien de las ánimas. Si la Santísima Virgen se expresa en número, lo hace únicamente para de éste modo acomodarse a nuestra débil manera de comprender las ideas, a fin de estimularnos, en fervorizarnos, como si dijeran: Miren, aunque la contribución de ustedes sea tan insignificante, alcanza que un alma en pena ¡pueda ver a Dios cara a cara!
(La anotación correspondiente al 17 de julio de 1964 de éste Diario confirma esta interpretación.- EL EDITOR.)
31 de agosto de 1963 Premio tu gran compasión por las ánimas del Purgatorio
Asistí a la santa misa vespertina. Luego, me quedé todavía por largo tiempo con Él. Le supliqué largamente. La hermana sacristana no se dio cuenta de ello y se marchó echando llave a la puerta. Estábamos los dos: Dios y yo con mi oración de súplica. Absorta intercedí a favor de las almas del purgatorio. Ardía en mi alma gran deseo de que cuántas más se liberen de lugar del sufrimiento. Estando con mi gran anhelo, la Santísima Virgen así habló:
S.V.-«Premio, hijita mía, el gran anhelo y compasión que sientes de las almas del purgatorio. Hasta ahora rezaste tres Avemarías en mi honor por la liberación de un alma. Ahora, para calmar tu anhelo, en adelante diez almas se liberarán del lugar de sufrimientos».
Casi no podía comprender tan grande bondad. En lugar de deshacerme en agradecimientos, sólo un suspiro vino a mis labios: Santa Madre de misericordia, ¡gracias por tantas gracias!
1 de septiembre de 1963 Yo, ¡voy a buscar corazones!
Hoy es día de ayuno por las ánimas sacerdotales. Como el Salvador me lo había pedido, ayunando a pan y agua puedo liberar un alma sacerdotal del purgatorio. -El ayuno me debilita un tanto ya que hago también mis tareas de casa del modo acostumbrado y ayudo a mis hijos. Hacia el atardecer una vez terminado mi trabajo, fui a donde el Señor Jesús. El recogimiento en Él quedó inesperadamente perturbado por una molestia que sentí.
24 de septiembre de 1963 Privilegio donde hacen la hora santa en familia
S.V.- «Mi Llama de Amor, que deseo derramar de mi corazón sobre ustedes en una medida cada vez mayor, se extiende también sobre las ánimas del purgatorio. Fijate bien en mis palabras, escribe lo que digo y entrégalas a las personas a quienes corresponden: «Aquellas familias que guardan los días jueves o viernes la hora santa de reparación en familia, si en la familia muere alguien, después de un único día de ayuno estricto, observado por un miembro de la familia, el difunto de la familia se libra del purgatorio».
(Se entiende: si falleció en gracia de Dios). (Nota: Guardar «ayuno estricto» significa: no es menester pasar hambre. Hay que comer pan y beber agua).
18 de mayo de 1964. Lunes de Pentecostés El premio de guardar ayuno el lunes
Asistí a la santa misa y antes de la sagrada comunión el Señor Jesús me dijo:
JC.- «Como veo tu firme determinación, a la que eres fiel aún en los días de fiesta, te he preparado una alegría: de entre las almas sacerdotales que sufren en el purgatorio, en este día, a partir de medianoche, a cada hora se libera un alma».
Esto me dijo el Señor Jesús porque a petición suya, los lunes continuamente ayuno a pan y agua y no lo omito ni aun cuando caiga una fiesta en ese día. Estoy feliz de poder guardar en este día el ayuno estricto ya que Él prometió que después de ayunar un día lunes, un alma sacerdotal llega a su divina Presencia. Y ahora, al decirme que en cada hora se libera un alma sacerdotal, inundó mi alma con aquel sufrimiento que estas almas padecen todavía, que luego de unas horas ya estarán en Su presencia. Este dolor ha durado apenas uno o dos minutos pero aún así, -estando de rodillas-, casi me desplomé a causa de los dolores. Después de comulgar, el Señor Jesús me permitió sentir la liberación de un alma. Hizo que mis sentimientos cambiaran de un extremo a otro : después de las profundidades del sufrimiento, me inundó con la alegría sublime del alma que ha llegado a la Presencia de Dios. El estado de mi alma, temblorosa de la embriaguez de las gracias, hizo que me sintiera libre durante horas de la fuerza de gravitación de la tierra.
5 – 7 de octubre de 1964 Reza el rosario por las almas sacerdotales
Llevo ya más de tres años que guardo, a petición del Señor Jesús, este ayuno estricto por la liberación de las ánimas sacerdotales.
-Al regresar hoy, lunes, de la santa misa, mi cuerpo se debilitó tanto con los dolores que después de unas horas me sobrevino un hambre grande. No la aguanté y tomé alimentos. En mi gran pena de no poder llevar ahora a las ánimas sacerdotales a la Presencia de Dios y porque esta compasión se acrecentaba más y más en mi alma, pregunté al Señor Jesús qué debía hacer. En mi alma reinaba gran oscuridad y silencio. El Señor Jesús no dio respuesta. Aun al tercer día me desperté sintiendo compasión por las ánimas sacerdotales en pena. Y mientras pensaba en estos, la Santísima Virgen hizo oír sus palabras bondadosas en mi alma:
S.V.- «Mi hijita carmelita, reza el rosario completo y asiste a una santa misa que sea ofrecida por él. Así puedes recuperar el atraso causado por tu debilidad. El ánima del sacerdote llegará del purgatorio a la Presencia de Dios».
Me quedé muy conmovida por esta propuesta bondadosa. Con lágrimas agradecí a nuestra Madre Celestial que en mi debilidad ayudo a liberar a las ánimas. Regresó a mi alma la fuerza y la tranquilidad. Esto también ocurrió la misma mañana: Al ir a la santa misa mis pensamientos se divagaron un poco, aunque esto duró sólo unos pocos minutos. Entonces el Señor Jesús se dirigió a mí:
JC.- «Eres querida para Mí pero ¡no distraigas tus pensamientos! Piensa sólo en Mí, porque si no lo haces así, me aflijo. No me aflijas y no tomes a mal si te corrijo. Sabes, me gusta si mis divinas palabras te encuentran estando siempre alerta. Aun un minuto es mucho para Mí que pases ocupada en otras cosas. Yo te ayudo para que sólo Yo y nadie más llene tus pensamientos.
1 – 2 de noviembre de 1965 Mes de Noviembre, mes de las almas sufrientes
El Señor Jesús me inundó con sufrimientos extraordinarios que de noche se intensificaban más todavía, tanto que sólo podía andar encorvada. Y lo que nunca existió en mí toda mi vida, me agarró también el temor a la muerte. Antes de ir a descansar, con todas mis fuerzas me preparé a la muerte como si ahora, en cualquier momento hubiera tenido que presentarme ante la santa faz de Dios. Estos grandes sufrimientos los ofrecí al Señor Jesús. Entre tanto, Él se contentó con decir:
JC.- «¡No estés harta de ellos!»
Al día siguiente me desperté aliviada y a lo largo del día este alivio iba en mí en aumento. Cuando de repente, de nuevo habló el Señor Jesús:
JC.- «¿Verdad, alma mía, me crees lo mucho que te quiero? Este violento sufrimiento que has soportado, lo destiné a favor de las almas sufrientes. Y ahora, sonrío sobre ti».
En este instante, sentí como si hubiera separado mi alma de mi cuerpo, mientras el Señor Jesús habló de nuevo:
JC.- «Dios sonríe sobre ti. Con mi divina Sonrisa, ves, soportas más fácilmente los grandes y violentes sufrimientos de los cuales las almas sufrientes tenían gran necesidad, porque ahora has tomado parte en la labor a favor de la Iglesia sufriente. ¡Sufre sonriendo! ¡Nadie sepa, nadie vea, quede esto el secreto de nosotros dos! Esto sólo Dios puede conceder y lo doy sólo a aquellas almas que saben soportar sonriendo los incesantes sacrificios».
15 de agosto de 1980 Ayuno de los días lunes
El Señor Jesús y la Santísima Virgen me hablaron alternando entre sí. La palabra de la Santísima Virgen con firme pero amorosa energia resonó en mi alma. Pidió al clero, a las personas consagradas a Dios (religiosos, religiosas) y a los fieles cristianos en todo el mundo que, teniendo modo de hacerlo, guardaran los días lunes, ayuno a pan y agua.
El Señor Jesús: «La Iglesia y el mundo entero está en grave peligro y ustedes con sus fuerzas no pueden cambiar la situación. Sólo la Santísima Trinidad puede ayudarles a ustedes, a la intercesión concertada de la Santísima Virgen, de todos los ángeles y santos y de las almas liberadas con la ayuda de ustedes».
Según la comunicación de la Virgen Santísima :
S.V.-Los sacerdotes, si observan el ayuno del lunes, en todos las santas misas que celebren esa semana, en el momento de la Consagración, liberarán multitudinariamente a las almas del purgatorio. Las personas consagradas a Dios y los seglares que guarden el ayuno del lunes, en esa semana cada vez que comulguen, en el momento de recibir el Sagrado Cuerpo del Señor, liberarán multitud de almas del purgatorio.
12 de septiembre de 1963 La Llama de Amor de la Santísima y los Moribundos
S.V.-«Si se enciende la Llama de Amor de mi Corazón en la tierra, su efecto de gracia se derramará también sobre los moribundos. Satanás se quedará ciego y con la ayuda de la oración de ustedes, durante su velada nocturna, terminará la terrible lucha de los moribundos con Satanás y bajo la suave luz de mi Llama de Amor hasta el pecador más empedernido se convertirá». Es mi peticion que la santa velada nocturna, por la cual quiero salvar a las almas de los moribundos, la organicen de tal manera en cada parroquia, que por ningún minuto se quede sin que alguien haga oración de vela. »
RECOPILACION: La Llama de Amor de la Virgen y las almas del purgatorio:
S.V.-«Mi Llama de amor que deseo derramar sobre ustedes en una medida cada vez mayor, va a tener efecto sobre las almas del purgatorio también:
a) Aquellas familias que guardan los días jueves y viernes la hora santa de reparación en familia regularmente, si en la familia muere alguien, después de un único día de ayuno estricto (observado por un miembro de la familia), el difunto de la familia se libra del purgatorio.» 24 de septiembre de 1963 (Se entiende : si falleció en gracia de Dios)
b) «Quien ayuna a pan y agua el lunes, librará cada vez un alma sacerdotal del lugar del sufrimiento. Quien practica esto, él también recibirá la gracia de ser liberado del lugar de las penas antes de que transcurran ocho días de su muerte. » Orden de día LUNES
Nuevos privilegios para los que guardan ayuno estricto las lunes. 15 de agosto de 1980
c) «Si en cualquier momento, haciendo referencia a mi Llama de Amor, rezaran ustedes en mi honor tres Avemarías, cada vez un alma se librará del purgatorio. -Las ánimas sufrientes deben sentir ellas también el efecto de gracia de la Llama de Amor de mi Corazón maternal. » 13 de octubre de 1962
SANTA LIDUVINA
(1380-1433) Cuentan las antiguas crónicas que recién paralizada una noche soñó Liduvina que Nuestro Señor le proponía este negocio: «Para pago de tus pecados y conversión de los pecadores, ¿qué prefieres, 38 años tullida en una cama o 38 horas en el purgatorio?». Y que ella respondió: «prefiero 38 horas en el purgatorio». Y sintió que moría que iba al purgatorio y empezaba a sufrir.
Y pasaron 38 horas y 380 horas y 3,800 horas y su martirio no terminaba, y al fin preguntó a un ángel que pasaba por allí, «¿Por qué Nuestro Señor no me habrá cumplido el contrato que hicimos? Me dijo que me viniera 38 horas al purgatorio y ya llevo 3,800 horas». El ángel fue y averiguó y volvió con esta respuesta: «¿Qué cuántas horas cree que ha estado en el Purgatorio?» ¡Pues 3,800! ¿Sabe cuánto hace que Ud. se murió? No hace todavía cinco minutos que se murió. Su cadáver todavía está caliente y no se ha enfriado. Sus familiares todavía no saben que Ud. se ha muerto. ¿No han pasado cinco minutos y ya se imagina que van 3,800?». Al oír semejante respuesta, Liduvina se asustó y gritó: Dios mío, prefiero entonces estarme 38 años tullida en la tierra. Y despertó. Y en verdad estuvo 38 años paralizada y a quienes la compadecían les respondía: «Tengan cuidado porque la Justicia Divina en la otra vida es muy severa. No ofendan a Dios, porque el castigo que espera a los pecadores en la eternidad es algo terrible, que no podemos ni imaginar». Y seguía sufriendo contenta su parálisis para pagar sus propios pecados y para conseguir la salvación de muchos pecadores.
En 1421, o sea 12 años antes de su muerte, las autoridades civiles de Schiedam (su pueblo) publicaron un documento que decía: «Certificamos por las declaraciones de muchos testigos presenciales, que durante los últimos siete años, Liduvina no ha comido ni bebido nada, y que así lo hace actualmente. Vive únicamente de la Sagrada Comunión que recibe». Durante los primeros años de su enfermedad podía tomar algunos alimentos, pero después, durante los últimos 19 años de su vida, ya no volvió a comer ni a beber. Su único alimento era la Sagrada Comunión. Nadie se ha logrado explicar este prodigio.
Narramos aquí la tercera visión relativa al interior del Purgatorio, aquella de Santa Liduvina de Shiedam, Holanda, quien murió el 11 de abril de 1433, y cuya historia escrita por un sacerdote contemporáneo, goza de la más perfecta autenticidad. Ésta admirable virgen, un verdadero prodigio de la paciencia cristiana, fue presa de muchos dolores y de los padecimientos más crueles por un período de treinta y ocho años. Estos sufrimientos hacían imposible para ella el dormir, pasaba las largas noches rezando, y muy frecuentemente, llevada en espíritu, era conducida por su Ángel guardián a las regiones misteriosas del Purgatorio, allí ella vio moradas, prisiones, diversas mazmorras, cada una más tenebrosa que la otra; se encontró con almas que ella conocía, y le fueron mostrados los diferentes castigos. Se puede preguntar, « ¿Cual fue la naturaleza de esos viajes extáticos?» ello es difícil de explicar; pero podemos concluir por otras circunstancias que había más realidad en ellos que lo que podemos creer.
La santa inválida hizo viajes similares y peregrinajes en la tierra, a los lugares santos de Palestina, a las iglesias de Roma, y a los monasterios en la vecindad. Ella tenía un conocimiento exacto de los lugares por los que había viajado en espíritu. Un religioso del monasterio de Santa Isabel, conversando un día con ella, hablando de las celdas, de los salones, del refectorio, etc., de su comunidad, diole a él una detallada descripción de su casa, como si ella estuviera viviendo allí. El Religioso habiendo expresado su sorpresa, le oyó decir: «Sepa padre, que yo he estado en su monasterio; he visitado las celdas, he visto a los ángeles guardianes de todos aquellos que las ocupan».
En uno de los viajes que nuestra Santa hizo al Purgatorio ocurrió lo siguiente: Un desafortunado pecador, enredado en las corrupciones de éste mundo, fue finalmente convertido por las oraciones y urgentes exhortaciones de Liduvina, el hizo una sincera confesión de todos sus pecados y recibió la absolución, pero tuvo poco tiempo para practicar la penitencia, ya que poco después murió por causas de la plaga. La Santa ofreció muchas oraciones y sufrimientos por su alma; y algún tiempo después, habiendo sido transportada por su Ángel al Purgatorio, ella quiso saber si él estaba todavía allí y en qué estado. «Él está aquí,» dijo su Ángel, «y está sufriendo mucho. ¿Estarías dispuesta a sufrir algunos dolores con el fin de disminuir los de él?» «Claro que sí,» dijo ella, «Estoy lista para sufrir cualquier cosa con tal de ayudarlo.» Instantáneamente, su Ángel la condujo a un lugar de espantosas torturas. « ¿Es esto el infierno hermano mío?» preguntó la Santa dama sobrecogida de horror. «No, hermana», le contestó el Ángel, «pero esta parte del Purgatorio está en el límite con el Infierno». Mirando hacia todos lados, vio ella lo que se asemejaba a una inmensa prisión, rodeada con murallas de una prodigiosa altura, cuya oscuridad, junto con las monstruosas piedras, la llenaron de horror. Acercándose a este gigantesco enclaustramiento, ella oyó un ruido confuso de lamentos, gritos de furia, cadenas, instrumentos de tortura, golpes violentos que los verdugos descargaban contra sus víctimas. Este ruido era tal que todo el tumulto del mundo, en tempestad o batalla, no podría tener comparación con él. « ¿Que es entonces este horrible lugar?» pregunto Santa Liduvina a su buen Ángel. « ¿Deseas que te lo muestre?» «No, te lo suplico», dijo sobrecogida de terror, «el ruido que oigo es tan aterrador que no puedo seguir escuchándolo; ¿Cómo puedo, entonces, soportar la vista de esos horrores?» Continuando con su misteriosa ruta, ella vio un Ángel sentado tristemente en las paredes de un pozo. «¿Quién es ese Ángel?» le preguntó a su guía. «Es», dijo él, «el Ángel guardián del pecador en cuya suerte estas interesada. Su alma está dentro de ese pozo, donde tiene un Purgatorio especial». Tras estas palabras, Liduvina miró inquisitivamente a su Ángel; ella deseaba ver esa alma que le era tan querida, y tratar de librarlo de tan espantoso hoyo. El Ángel que comprendió su deseo, descubrió el pozo, y una nube de llamas, junto con los mas lastimeros lamentos brotaron de él. « ¿Reconoces esa voz?» le pregunto el Ángel a ella. « ¡Ay! Sí», contestó la sierva de Dios. « ¿Deseas ver esta alma?» continuó él. Al oír su respuesta afirmativa, el Ángel le llamó por su nombre; e inmediatamente nuestra virgen vio aparecer en la boca del foso un espíritu envuelto todo en llamas, que parecía un metal incandescente al rojo vivo, y quien al verla le dijo en una voz escasamente perceptible, « ¡Oh Liduvina, sierva de Dios! ¿Quién me ayudará para contemplar la cara del Altísimo?»La visión de ésta alma, presa del más terrible tormento de fuego, le causó tal conmoción a nuestra Santa que el cinturón que ella usaba alrededor del cuerpo se rasgó en dos; y siéndole imposible seguir viéndole en tal estado, despertó repentinamente de su éxtasis. Las personas presentes, percibiendo su temor, le preguntaron su causa. « ¡Ay!» replicó ella «¡Que tan espantosas son las prisiones del Purgatorio! Fue para ayudar a las almas que yo consentí descender allá. Sin este fin, aunque me fuere dado todo el mundo, no pasaría otra vez por el terror que tan horrible espectáculo me causó. Algunos días después, el mismo Ángel que ella había visto tan desolado, se le apareció con una actitud feliz, le dijo que el alma de su protegido había abandonado el pozo y había pasado al Purgatorio ordinario. Éste alivio parcial no satisfizo a Liduvina, continuó rezando por el pobre paciente, aplicando a él los méritos de sus sufrimientos, hasta que pudo ver que las puertas del Cielo se abrieron para él.
SANTA GERTRUDIS DE HELFTA
(1256- 1301) Santa Gertrudis de Helfta, llamada la grande, nació en Eisleben (Turingia) en 1256. Entró al monasterio a los 5 años con las monjas Cistercienses de Helfta (Sajonia). La abadesa Gertrudis de Hackerbon la acogió de niña porque había quedado huérfana. A los 25 años, en 1281, tiene su primera manifestación divina. Empezará a escribir en latín por un impulso interior y escuchando la voz de Jesús que quiere hacer conocer sus escritos. Hacia el 1284 recibe los estigmas invisibles. A los 45 años, poco antes de morir recibe también el regalo de la herida, o flecha de amor, en el corazón.
Recorrió en modo maravilloso el camino de la perfección, dedicándose a la oración y contemplación, empleando su cultura para la redacción de sus textos de fe, entre ellos el célebre «Exercitia» y el que es tal vez uno de sus libros más famosos, las «Revelaciones». Es recordada entre las iniciadoras de la devoción al Sagrado Corazón, la primera en trazar una teología, pero sin el tema de las reparaciones que luego será dominante. Ejerció una gran influencia en su tiempo porque la fama de su Santidad y de sus visiones atraía a muchos para pedir consejo y consuelo.
Experiencias con las ánimas:
A Santa Gertrudis se le aparece la santa abadesa Gertrudis en la gloria mientras ella ofrece la misa y ve que el Señor la recibe en su corazón. En estas visiones, Gertrudis ve la conexión entre el Sagrado Corazón, la misa y las almas de los difuntos.
Gertrudis también asiste en la muerte de Matilde, cantora del monasterio, y ve que Jesús acerca los labios de la agonizante a la herida del Divino Corazón.
Gertrudis rogaba un día por el hermano F. que había muerto hacía poco y vio su alma con el aspecto de un sapo repugnante, quemado interiormente en forma horrible y atormentado de varias penas a causa de sus pecados. Parecía que tenía algo malo debajo de su brazo y un peso enorme lo obligaba a estar curvado hasta el suelo, sin poderse enderezar.
Gertrudis comprendió que aparecía encorvado y con forma de sapo porque durante su vida religiosa había descuidado elevar su mente a las cosas divinas. Además entendió que el dolor que llevaba debajo de su brazo era debido al hecho de que había trabajado con el permiso del Superior para adquirir bienes temporales y había escondido la ganancia.
Tenía que pagar por su desobediencia. Gertrudis habiendo recitado los salmos prescritos por aquella misma alma, preguntó al Señor si tendría alguna ventaja: «ciertamente respondió Jesús» las almas purgantes vienen y levantan tales sufragios, incluso también las oraciones breves pero dichas con fervor son de mucho provecho para ellas.
Santa Gertrudis fue ferozmente tentada por el demonio cuando estaba por morir. El espíritu demoníaco nos reserva una peligrosa y sutil tentación para nuestros últimos minutos. Como no pudo encontrar un asalto lo suficientemente inteligente para esta Santa, pensó en molestar su beatífica paz sugiriéndole que iba a pasar larguísimo tiempo en el Purgatorio puesto que había desperdiciado sus propias indulgencias y sufragios en favor de otras almas. Pero Nuestro Señor, no contento con enviar Sus Ángeles y las miles de amas que ella había liberado, fue en Persona para alejar a Satanás y confortar a su querida Santa. El le dijo a Santa Gertrudis que a cambio de lo que ella había hecho por las ánimas benditas, la llevaría directo al Cielo y multiplicaría cientos de veces todos sus méritos.
Murió una monja del Orden de Cistel, moça de poca edad, llamada Getrudis. Tenía una grande amiga, la cual, estando en el coro assitiendo a las horas, vido entrar la muerta y ponerse a una parte, muy triste, y la cabeça, baxa. La otra, que la vido y conoció, alborotóse mucho, y hizo tal sentimiento que la abadessa lo echó de ver, y acabadas las horas, llamóla y preguntóle la causa de su sentimiento y alboroto.
Respondió:
-Sabed, madre señora, que vi entrar a Getrudis y estar en el coro todo el tiempo que se dezía el oficio.
La abadessa dixo:
-Son ilusiones del demonio. Si otra vez la vieres, dirásle: « Benedicite», y mira si te responde.
Hízolo assí la monja; entró la muerta, su amiga, llegó a ella, y díxole: « Benedicite». Respondió la muerta: « Dominum». Tomó la otra ánimo y preguntóle:
-¿A qué vienes?
La muerta respondió:
-A assistir en el oficio y a satisfazer lo que contigo parlé estando en él, porque me ha Dios señalado Purgatorio adonde cometí el pecado. Y avísote que si tú no te enmiendas, que será lo mismo de ti que de mí.
Por cuatro vezes se vido la muerta venir al oficio y assistir en él, siendo su amiga la que la veía, y porque hazía tal sentimiento que todo el coro se turbava, en especial sabiéndose ya la causa, la abadessa hizo celebrar Missas y hazer oración por la difunta, y no fue vista más. Lo dicho es de Cesario.
Santa Gertrudis amaba, por las excelentes cualidades de que estaba en abundancia dotada, a una jovencita que al Señor plugo llamarla a Sí en la flor de su vida. Ocurrió, pues, que mientras, después de su tránsito, la Santa la recomendaba con gran fervor a Dios, arrebatada en espíritu, la vio que estaba en la presencia del Salvador, adornada con preciosas vestiduras y radiante de luz, pero con rostro triste y medrosa de presentarse a su divino Esposo Jesús. Maravillada la Santa, primeramente se dirigió suplicante al Redentor, rogándole se dignara invitar dulcemente a aquella su amada jovencita, a fin de que avanzara confiada hacia Él. El amoroso Redentor volvió benigno su mirada a la humilde doncellita, haciéndole señal de que se aproximara a Él; pero ella, en lugar de acercarse más, más avergonzada todavía, humildemente se alejaba. Entonces Gertrudis, dirigiéndose a ella: “¿Es ésa la manera, le dice, de corresponder a la gracia del celeste Esposo, o más bien de hacerse indigna de Él?”. A lo que la prudente virgen respondió: “Perdona, Madre, es que mi estado no me permite todavía tomar entre mis manos aquella diestra, ni besar aquella mano que me invita. Estoy, es cierto, confirmada en gracia, como destinada a ser esposa del Cordero Inmaculado, pero es preciso purgar toda suerte de defectos antes de unirse en eterno abrazo con Él. Todavía hay en mí algún defectillo que me afea y ofende su purísima mirada, y hasta que yo no me vea tal cual Él me desea, no osaré jamás entrar en aquel celestial gozo, que no sufre mancha de imperfección”. ¿Y podremos nosotros esperar obtenerlo si no nos enmendamos perfectamente de nuestras culpas? Pero ¿cuándo lo haremos? El tiempo vuela rápidamente, y si nuestros días pasan, no lo haremos, no lo podremos hacer jamás.
Un día, Santa Gertrudis, habiéndose puesto en oración suplicando por el eterno descanso de un alma por la que ella particularmente se interesaba, el Señor le hizo oír estas palabras: “Yo experimento un placer especial cuando se me dirigen oraciones por los difuntos, sobre todo cuando veo que la compasión natural va unida con la buena voluntad que la hace meritoria. ¡Oh, entonces ambas cosas juntas concurren admirablemente para dar a esta buena obra la plenitud y perfección de que es capaz! Las oraciones de los fieles descienden cada instante sobre las pobrecitas almas cual lluvia benéfica, cual bálsamo saludable que no solamente endulza y calma sus dolores, sino que con el tiempo líbralas también de aquella cárcel más o menos rápidamente, según sea el fervor y devoción con que sean hechas”. En otra ocasión, suplicando esta misma Santa al Señor se dignase aceptar las súplicas que le dirigía en favor de los difuntos, recibió esta respuesta: “¿Y cómo podría ser de otro modo? Yo soy como un príncipe lleno de afecto para con algunos súbditos suyos, a quienes por su propia autoridad y por justos motivos tiene encerrados en lóbrega cárcel; y no queriendo hacerles gracia, como podría, en virtud de su poder soberano, para que su justicia no quedase malparada, no obstante, estaría enteramente dispuesto a perdonarles y librarlos de la cárcel si algún personaje de su corte intercediera y suplicase por ellos. Del mismo modo me son altamente agradables las súplicas que se me hacen en favor de las almas del Purgatorio, y tomo ocasión de ellas para librarlas de sus penas y llevarlas a la posesión de la eterna gloria”.
En cuánto provecho redunde para nosotros, delante de Dios y de las almas del Purgatorio, este acto heroico de caridad, vémoslo confirmado por el siguiente hecho, referido por Dionisio Cartujano. Una doncella, llamada Gertrudis, educada en la escuela de la caridad, había acostumbrado, desde sus más tiernos años, ofrecer en sufragio de las almas del Purgatorio la satisfacción de todas las buenas obras que hacía. Era tan del agrado del Purgatorio y del Cielo tan devota práctica, que con frecuencia complacíase el Señor en indicarle las almas más necesitadas a las cuales convenía la aplicase; y aquellas mismas almas que por su mediación eran liberadas de aquellas penas aparecíansele gloriosas para darle más gracias y prometerle su correspondencia desde el cielo. Había empleado siempre su vida en este santo ejercicio, y llena de santa confianza acercábase a la muerte cuando el enemigo infernal trató de perturbarla, acometiéndola con el pensamiento de haber ella liberado en su vida muchas almas del Purgatorio para ir ella ahora a ocupar su lugar y sufrir por ellas, hallándose despojada del mérito de todas sus buenas obras. “¡Cuán necia y presuntuosa fuiste, le decía, al despojarte de tantos merecimientos para cederlos en provecho de otros! Pronto te arrepentirás, cuando te veas acometida y rodeada de los más crueles suplicios, riéndome yo entretanto de tus padecimientos. ¿Qué necesidad tenias tú de prodigar de ese modo tus méritos en beneficio de quien era para ti un extraño? El orgullo fue el que te cegó; mas, ¡bien caro lo pagarás!”. Ante tales insinuaciones, aquella alma piadosa, gimiendo y desolada, lamentábase diciendo: “¡Ay, infeliz de mi, infeliz de mí! ¡Dentro de breves instantes iré a dar cuenta a Dios de todas mis acciones, sin haberme reservado ninguna buena para mí! ¡Oh, qué terrible Purgatorio me espera, sin esperanza de alivio ni consuelo!”. Pero el Señor, no queriendo que pasara tanta angustia su fiel sierva, apareciéndosele lleno de majestad y de dulzura, le dice: “¿Por qué estás tan desolada, hija mía? Has de saber que tu caridad me ha sido tan grata, que desde este momento Yo te perdono todas las penas que te estaban reservadas, y como Yo he prometido recompensar con el ciento por uno a los que se olvidaran de sí mismos por amor de sus hermanos, así con el ciento por uno aumentaré tu recompensa en el cielo. Sepas que todas las almas salvadas por ti vendrán en breve a tu encuentro para acompañarte e introducirte en la celestial Jerusalén”. Ante tan consoladora seguridad la piadosa doncella sintió disiparse toda tristeza, y referido lo acaecido a los circunstantes, con la sonrisa de los predestinados en los labios, fue a recibir la recompensa de su caridad heroica. Enfervorícese también nuestro deseo de procurar ayuda a las benditas almas, pues espléndida será la celestial recompensa.
Fuentes: P. Angel Peña O.A.R. “Más allá de la Muerte” Capítulo 4: Los santos y el purgatorio, http://www.tenesperanza.org y otros
La Comunión de los Santos tiene dos significados: en primer lugar, indica la común participación de todos los miembros de la Iglesia en las cosas santas (sancta): la fe, los sacramentos, en particular en la Eucaristía, los carismas y otros dones espirituales. En la raíz de la comunión está la caridad que «no busca su propio interés» (1 Co 13, 5), sino que impulsa a los fieles a «poner todo en común» (Hch 4, 32), incluso los propios bienes materiales, para el servicio de los más pobres.
En segundo lugar, designa también la comunión entre las personas santas (sancti), es decir, entre quienes por la gracia están unidos a Cristo muerto y resucitado. Unos viven aún peregrinos en este mundo; otros, ya difuntos, se purifican, ayudados también por nuestras plegarias; otros, finalmente, gozan ya de la gloria de Dios e interceden por nosotros. Todos juntos forman en Cristo una sola familia, la Iglesia, para alabanza y gloria de la Trinidad.
LO QUE DICE EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
946 Después de haber confesado “la Santa Iglesia católica», el Símbolo de los Apóstoles añade “la comunión de los santos». Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: “¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?” (Nicetas, symb. 10). La comunión de los santos es precisamente la Iglesia.
947 “Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros … Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la cabeza … Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia” (Santo Tomás, symb.10). “Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común” (Catech. R. 1, 10, 24).
948 La expresión “comunión de los santos” tiene entonces dos significados estrechamente relacionados: “comunión en las cosas santas [’sancta’]” y “comunión entre las personas santas [’sancti’]». “Sancta sanctis” [lo que es santo para los que son santos] es lo que se proclama por el celebrante en la mayoría de las liturgias orientales en el momento de la elevación de los santos Dones antes de la distribución de la comunión. Los fieles [«sancti»] se alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo [«sancta»] para crecer en la comunión con el Espíritu Santo [«Koinônia»] y comunicarla al mundo.
I La comunión de los bienes espirituales
949 En la comunidad primitiva de Jerusalén, los discípulos “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hch 2, 42): La comunión en la fe. La fe de los fieles es la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se enriquece cuando se comparte.
950La comunión de los sacramentos. “El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos … El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios … Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catech. R. 1, 10, 24).
951La comunión de los carismas: En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo “reparte gracias especiales entre los fieles” para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien, “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1 Co 12, 7).
952“Todo lo tenían en común” (Hch 4, 32): “Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo” (Catech. R. 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1, 3).
953La comunión de la caridad: En la “comunión de los santos” “ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo” (Rm 14, 7). “Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte” (1 Co 12, 26-27). “La caridad no busca su interés” (1 Co 13, 5; cf. 10, 24). El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión.
II La comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra
954Los tres estados de la Iglesia. “Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando `claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es’” (LG 49):
Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos en mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en él (LG 49).
955 “La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales” (LG 49).
956La intercesión de los santos. “Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad…no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad” (LG 49):
No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43).
Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
957La comunión con los santos. “No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios” (LG 50):
Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios: en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también nosotros, ser sus compañeros y sus condiscípulos (San Policarpo, mart. 17).
958La comunión con los difuntos. “La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones `pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados’ (2 M 12, 45)” (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.
959 … en la única familia de Dios. “Todos los hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo, al unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad, estamos respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia” (LG 51).
Resumen
960 La Iglesia es “comunión de los santos»: esta expresión designa primeramente las “cosas santas” [«sancta»], y ante todo la Eucaristía, “que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo” (LG 3).
961Este término designa también la comunión entre las “personas santas” [«sancti»] en Cristo que ha “muerto por todos», de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos.
962“Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones” (SPF 30) .
Cada día vamos agregando una oración para ese día y mantenemos las óraciones de la última semana.
HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES
Que haga, no aquello que el mundo espera,
sino aquello que Tú deseas:
para construir tu Reino siendo tu sal y tu luz
Con tu fuerza, Señor, y en tu Palabra
que viva con el fervor de tus discípulos
con la sencillez de María
o arropado con el testimonio de los mártires
Pero, Señor, que no viva de espaldas a tu Verdad:
que mi “sí” a tu voluntad,
se manifieste en un compromiso sincero por un mundo mejor
que mi “si” a tu Palabra
sea luego imagen real de lo que pienso y realizo
Que lejos de desafinar en mi existencia cristiana
sepa armonizar mi idea, con mi práctica
mis ilusiones, con mis realidades
mis anhelos, con mis luchas diarias
mi amistad contigo, con la fraternidad del día a día
HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TU DICES Y VIVES
Sin dividir mi estancia contigo, del servicio a los demás
la oración que te contempla y te necesita
del trabajo que me aguarda en la tierra que me espera
Sin olvidar que, aun mirándote con mis ojos,
o escuchándote con mis oídos
me faltará por recorrer el camino del recio compromiso
de la vida que se ofrece sin medida
de los gestos de perdón o de confianza.
HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES
Desviviéndote, en tu intimidad con el Padre
y deshaciéndote por la salvación de la humanidad
Guiándote por la mano del Padre
y dirigiendo con la tuya el camino del que te desea y busca
Proclamando la bondad de Dios en un mundo egoísta
y mostrando, con tus heridas y tu cruz,
que tu vida no es solo palabra…no solo proyectos…
que, tu vida, es hacer aquello que vives: ¡DIOS!
¡VIVIREMOS PARA MORIR Y VIVIR!
Gracias, Señor, por el don de la vida
Porque, aun siendo viaje de relámpago por la tierra,
ha merecido la pena contemplar, gustar y sentir
la belleza que tu mano creó aquel lejano día.
Gracias, Señor, por la hermana muerte
que, de forma cruel o dulce, nos visita
y nos recuerda que somos frágiles y no yunques
que, tarde o temprano, nuestro cuerpo se desmorona
pero, aquello que le sustenta, va a tus brazos de Padre.
¡VIVIREMOS PARA MORIR Y VIVIR!
Porque en el morir, Señor, está la llave del futuro vivir
Desaparecerá la oscuridad y emergerá la luz
Se evaporarán las lágrimas y nuestros ojos te verán
Saltaremos del silencio, y cantaremos tus maravillas
Nos levantaremos del sueño, y proclamaremos tu realeza
¿Cómo no darte gracias, oh Señor, por tu paso por este mundo?
Sin tu muerte, nuestra muerte sería eslabones de por vida
Sin tu resurrección, nuestra vida sería caduca y sin respuesta
Sin tu triunfo, nuestras conquistas serían poca cosa
¡VIVIREMOS PARA MORIR VIVIENDO!
Sabiendo que, más allá del duro madero
aguarda un cielo abierto por tu Ascensión gloriosa
Creyendo que, en tu Resurrección,
siempre habrá segura y certera respuesta para la nuestra
Amando, como Tú amaste,
para que, en el tomo final de nuestra existencia,
puedas concluir: “mucho amaste y por Dios te salvaste”.
¡VIVIREMOS PARA MORIR VIVIENDO!
Porque bien sabemos que a este mundo nuestro
vinimos de noche o de mañana a darnos un breve paseo
Porque, aunque lo olvidemos, a esta tierra nuestra
aterrizamos como lo hace un avión
para, luego, emprender otro vuelo más alto y definitivo
Porque en este suelo, de gozos y de lágrimas,
hemos ido dejando sudores y esfuerzos
fe, oración y confianza en Ti que tienes la última palabra
Por eso, con todos nuestros difuntos,
hoy más que nunca –mirando hacia lo alto- confesamos:
¡VIVIREMOS, CON CRISTO,
PARA VIVIR CON CRISTO Y POR CRISTO EN EL CIELO!
Amén.
QUEREMOS UN MUNDO…
Espíritu Santo, ven
y ayúdanos a construir, con fidelidad,
nuestros deseos.
Los hombres y mujeres de hoy necesitan
nuestros sueños.
Queremos un mundo
donde trabajar sea un gozo,
y no sólo una obligación;
donde para respirar no necesitemos mascarillas,
donde, además de comer, podamos sonreír.
Queremos un mundo sin tensiones,
donde la guerra no sea la última palabra,
donde la vida no sea maltratada,
donde los niños puedan jugar, reír, correr.
Queremos un mundo más humano,
donde, para salir adelante,
no tengamos que convertirnos en máquinas
y donde no nos ahoguen las tristezas,
las inseguridades, los miedos al porvenir.
Queremos un mundo más cercano,
donde podamos darnos la mano unos a otros,
donde podamos contagiarnos de esperanza,
donde podamos sentirnos hermanos de verdad
Espíritu Santo, haz que resplandezca tu luz
en nuestro espíritu;
infunde el amor en nuestros corazones;
sostén la debilidad de nuestro cuerpo,
aleja de nosotros al enemigo,
apresúrate a darnos la paz,
a fin de que iluminados por Ti,
evitemos todo mal
y podamos amar con generosidad.
¿QUIÉNES SON TODOS LOS SANTOS?
Son, ni más ni menos, aquellos
que en la Montaña de las Bienaventuranzas
encontraron y renovaron, una y otra vez,
su pasión y su carnet de identidad
Los que, abriendo la ventana de su corazón,
permitieron que entrase la luz divina y, con esa luz eterna,
agradar totalmente a Dios sin olvidar al hombre.
Son, esos hermanos nuestros, que sin hacer cosas extraordinarias
fueron grandes por su inmensa sencillez;
en la oscuridad, nunca se cansaron de buscar al Señor
y en la luz del mundo, nunca lo dejaron perder.
¿QUIÉNES SON TODOS LOS SANTOS?
Son aquellos/as que fueron fieles al Señor
sin doblegarse o arrodillarse a los pies de otros dioses
Los que, en el sufrimiento, nunca se acobardaron
y, en el éxito, no quisieron dar la espalda al Evangelio
Los que, ante la injusticia, eran altavoz de los que no tenían voz
o los que, ante la pobreza, sabían sembrar a Dios como riqueza
¿QUIÉNES SON TODOS LOS SANTOS?
Tal vez los que, sin levantar mucho ruido,
hicieron un bien inmenso en tantos hombres y mujeres del mundo
Aquellos que, en la soledad, acompañaron con horas sin término
Los que, obligados a renunciar a su fe, prefirieron el martirio
Los que, enmudecidos por muchos intereses, nunca callaron
Los que, presionados por la hostilidad, sólo predicaron la paz
¿QUIÉNES SON TODOS LOS SANTOS?
Son los que, lejos de dejarse seducir por la palabrería barata
se dejaron llevar por la Palabra de Jesucristo
Son los que, tentados por los mil sabores de la tierra
no quisieron jamás apartarse del alimento del cielo: la Eucaristía
Son los que, perseguidos por proclamar la verdad
se crecieron y fueron fuertes hasta el último instante de sus vidas
Son los que, además de amar con pasión la creación,
nunca olvidaron que, Alguien, era su Creador
¿QUIÉNES SON TODOS LOS SANTOS?
Son los que pretendieron un mundo diferente
atravesado por la estrella de la fe e iluminado por el Espíritu Santo
Los que esperaron y soñaron con Dios como recompensa final
Los que, sin ser entendidos ni comprendidos,
han sido recibidos con un abrazo gratificante en el cielo
Los que, con su vida y en su vida, por su vida y desde su vida
quisieron y disfrutaron llevando a Dios
hasta lo más hondo de su existencia.
Esos son… nuestros santos.
¿SANTO? ¿ES POSIBLE?
Marchasteis por la vida, orientados por la estrella de la fe
y, cuando en medio de tempestades,
la barca de vuestra vida era zarandeada
Dios siempre salió a vuestro encuentro,
como la madre lo hace con su hijo en cada amanecer.
¡Sois santos!
No sabemos exactamente cómo, en donde… ni cuando
Algunos sois familiares, cercanos e incluso
os ponemos figura, semblante y hasta canciones
Pero, a la gran mayoría,
os elevamos en ese inmenso altar
que no conoce más techo que el cielo
Os tallamos en ese descomunal retablo
que, sólo Dios, es capaz de esculpir con su mano.
¡Sois santos!
Y, ello, nos empuja en el sendero de nuestra existencia
a intentar conquistar las mismas metas que, en vosotros,
fueron motor y definición de vuestro vivir y sufrir.
¿Sois santos?
¿Cuántos? ¿Cómo? ¿De qué manera?
No preguntemos tanto
La santidad se talla con el cincel que cada día nos ofrece la vida
¿Cuántos?
Sólo interesa a Aquel que los forja: Dios
¿De qué manera?
¡Qué gran torno y fábrica de santos las bienaventuranzas!
Demos gracias a Dios.
Nos ha dejado una hoja de ruta para llegar hasta el final
Ocho puntos, que son como ocho soles para iluminar la santidad
Ocho jugadas para hacerlo en limpio,
frente al intento de hacerlo a traición.
Ocho consejos necios para el mundo, pero sabios para el Señor
Ocho caminos que son servir a la grandeza de Dios: el amor
¿Santos? ¿Es posible hoy? ¡Claro que sí!
Dicen que, el salmón, es tan rico porque nada contracorriente
Por ello mismo, los santos, son tan enriquecedores
para nuestra iglesia y para nuestra fe
Supieron decir “no” donde el mal decía “sí”
Tuvieron agallas de señalar un “sí” donde el maligno gritaba “no”
Ahora, no puede ser de otra manera,
en el cielo destellan multitud de los nuestros
por Toda una vida de fe, de confianza y de amor
¿Seremos capaces de aspirarlo nosotros?
ENTRE TODO, TÚ, JESÚS
Antes que la apariencia, Tú, Señor
Antes que la mentira, tu verdad, Señor
Antes que la oscuridad, tu Luz, Señor
Antes que otros dioses, Dios, Señor
Antes que otras voces, el Espíritu, Señor
ENTRE TODO, TÚ, JESÚS
Antes que el poder, servir, Señor
Antes que ser servido, amar, Señor
Antes que la grandeza, la sencillez, señor
ENTRE TODO, TÚ, JESÚS
Pero que no me olvide de hablar de Ti
De dar testimonio de Ti
De defenderte frente a otros “césares”
De amarte antes que otros amores
De ofrecerte lo que soy y lo que tengo
ENTRE TODO, TÚ, JESÚS
DEJÉMONOS LLEVAR POR EL ESPÍRITU
“Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hij@s de Dios” (Rom.8,14)
Hemos recibido libertad de espíritu, no un espíritu de esclavitud y temor, sino imaginación y alas para volar y caminar por nuestro propio pie. Entonces, dejémonos llevar…
DEJÉMONOS LLEVAR POR EL ESPÍRITU.
Hemos recibido espíritu de servicio,
no un espíritu de servidumbre y dependencia, sino un gusto por ayudar de buena gana, una íntima satisfacción por sentirse útil. Entonces, dejémonos llevar…
DEJÉMONOS LLEVAR POR EL ESPÍRITU.
Hemos recibido espíritu de concordia,
no un espíritu de contradicción y discusión, sino de búsqueda de armonía
y buen entendimiento
que no es claudicar sino ser indulgente Entonces, dejémonos llevar…
DEJÉMONOS LLEVAR POR EL ESPÍRITU.
Hemos recibido espíritu de justicia, no un espíritu justiciero y vengativo,
sino el sentido de lo que es justo y razonable, y por tanto, no es neutral, toma parte Entonces, dejémonos llevar…
DEJÉMONOS LLEVAR POR EL ESPÍRITU
El 2 de noviembre se celebra el día de los Fieles Difuntos que están en el purgatorio. Pida oración a Santa maría del Pinar por sus difuntos, únase a nuestra comunidad en el rezo de la novena (comienza el 24 de octubre) y en el octavario (1 a 8 de noviembre) para obtener indulgencias para sus difuntos.
INDULGENCIAS QUE SE PUEDEN DONAR A LAS ALMAS EL PURGATORIO
Constitución Apostólica sobre las Indulgencias «Sacrarum Indulgentiarum Recognitio»
• «…La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos.» Catecismo de la Iglesia Católica # 1032
• «Mediante las Indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también para las Almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.» Catecismo de la Iglesia Católica, 1498.
• «La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente.» Catecismo de la Iglesia Católica #1471
REQUISITOS PREVIOS PARA OBTENER LAS INDULGENCIAS
• ¡Devoción! Es la palabra clave en todas las Indulgencias…asistir con devoción, 8orar con devoción, llevar los objetos benditos con devoción y cumplir con la Obra prescrita para ganar la Indulgencia, pero de nada servirán los actos realizados si no tenemos una verdadera devoción.
• Además, para obtener Indulgencia Plenaria es requisito primordial cumplir las condiciones siguientes en un mismo día.
1. Confesión sacramental. (recientemente, aunque recomendable el mismo día)
2. Comunión, es necesario participar en la Santa Misa.
3. Oración por las intenciones del Papa, incluyendo Credo, PadreNuestro, Ave María y Gloria.
4. Obra de Caridad o de Penitencia: visitar o dar limosna a enfermos, ancianos, minusválidos, niños abandonados u otra persona en necesidad; dar ofrendas a instituciones de caridad o a la Iglesia; ayuno, abstinencia de comida, bebida o actividad agradable; o un ofrecimiento que requiera sacrificio.
5. Peregrinación a una de las Iglesias designadas
Los enfermos y ancianos imposibilitados de hacer la peregrinación pueden obtener la indulgencia ofreciendo a Dios sus sufrimientos y molestias; y cumpliendo con la Confesión, Comunión y oraciones indicadas frente a un altar en su casa
Las cinco condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de rezar o hacer la obra que incorpora la indulgencia, pero es conveniente que la comunión y la oración por las intenciones del Papa se realicen el mismo día rezando a su intención un solo Padrenuestro y un Avemaría; pero se concede a cada fiel la facultad de orar con cualquier fórmula, según su piedad y devoción.
OBRAS Y ORACIONES QUE PUEDEN GANAR INDULGENCIAS
INDULGENCIAS PARCIALES
• Realizar actos de contrición y los de virtudes teologales. Actos de fe, esperanza, caridad y contrición, utilizando la fórmula aceptada por la Iglesia.
• Realizar actos de Comunión Espiritual, utilizando la debida fórmula.
• Realizar el signo de la Cruz.
• Renovación de las Promesas del Bautismo.
• Tomar parte en la enseñanza o aprendizaje de la doctrina cristiana.
• Lectura de las Sagradas Escrituras.
• Asistir a la predicación de la Palabra de Dios.
• Asistir a un retiro mensual.
• Rezar por los Santos en su Fiesta Patronal (oración legítima aprobada por una Autoridad).
• Adorar a Jesús Sacramentado por un período menor de media hora .
• Rezar devotamente las oraciones siguientes:
o Oración mental durante un tiempo.
o Adoro te devote.
o Adsummus.
o Ad te , beate Ioseph.
o Te damos gracias (Breviario Romano).
o Ángel de Dios.
o El Angel del Señor.
o Ánima Christi.
o Credo de los Apóstoles o el Niceno Constantinopolitano.
o De profundis (Salmo 129).
o Señor Dios Todopoderoso (Breviario Romano).
o Laudes o Vísperas del Oficio de los Muertos.
o Escúchanos (Ritual Romano).
o Dulcísimo Jesús.
o Dulcísimo Jesús, Redentor (acto de dedicación de la raza humana a Cristo Rey).
o Banquete Sagrado (Breviario Romano).
o Oración por la Unidad de la Iglesia.
o Responso (sólo aplicable a las Almas del Purgatorio).
o Salve.
o María, Auxilio de los necesitados (Breviario Romano).
o Santos Apóstoles Pedro y Pablo (misal Romano).
o Sub Tuum Praesidium.
o Tantum Ergo (Breviario Romano).
o Te Deum (rezado durante el Día de Acción de Gracias).
o Ven Santo Espíritu Creador.
o Ven Espíritu Santo (Misal Romano).
o Mírame mi buen y Amado Jesús…
o El Magnificat.
o María Madre de Gracia (Ritual Romano).
o El Memorare.
o El Miserere (Salmo 50).
o Oración para las vocaciones Sacerdotales y religiosas (Autorizadas por la Iglesia).
• Rezo del Santo Rosario :
5 misterios rezados continuos y meditados.
Si es públicamente se reza de la manera normal.
Para los del rito Oriental, el Patriarca determinará otras oraciones en honor de la Virgen María.
• Himno Akathistos o The Office Paraclisis (para los del rito Bizantino).
• Pequeño Oficio:
o 1. Pasión de Nuestro Señor Jesús.
o 2. Amadísimo Corazón de Jesús.
o 3. Inmaculada Concepción de la Virgen María.
o 4. San José.
• Novena pública antes de :
o 1. Navidad.
o 2. Pentecostés.
o 3. Inmaculada Concepción.
• Letanías:
o 1. Santísimo Nombre de Jesús.
o 2. Sacratísimo Corazón de Jesús.
o 3. Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesús.
o 4. Santísima Virgen María.
o 5. San José.
o 6. Todos los Santos.
• Visita a los siguientes lugares:
o 1. Cementerio (aplicable solamente a las Almas del Purgatorio).
o 2. Catacumbas.
o 3. Iglesias Estacionales de Roma (en el día indicado en el Misal Romano).
o 4. Iglesia Parroquial (únicamente en días designados por el Obispo).
o 5. Catedrales.
o 6. Co-Catedrales .
o 7. Cuasi-Parroquias.
o 8. Iglesias en las que se esta realizando una visita pastoral del Obispo.
• Usar devotamente objetos benditos por el Obispo:
o 1. Crucifijo.
o 2. Cruz.
o 3. Rosario.
o 4. Escapulario.
o 5. Medalla.
INDULGENCIAS PLENARIAS
Es la remisión o condonación ante Dios de la pena temporal merecida por los pecados, ya perdonados respecto a la culpa.
La indulgencia plenaria puede ganarse y aplicarse cada día por uno mismo o como sufragio por las Almas del Purgatorio.
Unicamente puede ganarse una vez al día, pero el fiel cristiano puede alcanzar indulgencia plenaria in artículo mortis, aunque el mismo día haya ganado otra indulgencia plenaria.
• Adoración del Santísimo Sacramento por más de media hora.
• Adoración y beso de la cruz en la Liturgia Sole
mne del Vienes Santo.
• Visitar la Basílica Patriarcal en Roma rezando un Credo y un Padre Nuestro:
o 1. En su fiesta titular.
o 2. En las Fiestas de Guardar.
o 3. Una sola vez al año.
• Bendición Papal impartida Urbi et Orbi (aunque sea escuchada por radio o vista por televisión).
• Participar del Rito Eucarístico en la clausura de un Congreso Eucarístico.
• Participar en un retiro espiritual que dure por lo menos tres días completos.
• Rezar la oración : Mírame mi buen y amado Jesús.
o 1. En los viernes de Cuaresma .
o 2. Passiontide.
o 3. Después de Comunión frente a una imagen de Cristo Crucificado.
• Rezar: Dulcísimo Jesús, públicamente como acto de reparación en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús.
• Rezar :Dulcísimo Jesús, Redentor, públicamente como acto de dedicación de la Humanidad en la fiesta de Cristo Rey.
• En el momento de la muerte, llevar un crucifijo o una cruz. Encontrándose el sujeto propiamente dispuesto y que durante su vida haya tenido el hábito de rezar.
• En la fiesta de los santos Apóstoles Pedro y Pablo usar objetos benditos por el Santo Padre o por Algún Obispo y recitar una oración apropiada.
• Asistir a una Misión, escuchar algunos sermones y estar presente en el acto de clausura.
• Asistir a una Iglesia en que se está llevando a cabo un Sínodo Diocesano rezando un Credo y un Padre Nuestro.
• En una Primera Comunión obtiene la Indulgencia quien recibe la Comunión por primera vez y quien asiste a la Santa Ceremonia.
• La Primera Misa de un Sacerdote ordenado obtiene la Indulgencia el Sacerdote y los asistentes.
• Rezar el rosario (los cinco misterios):
o 1. En una Iglesia .
o 2. En un oratorio público.
o 3. En familia .
o 4. En una comunidad religiosa .
• Al Sacerdote en su 25, 50 ó 60 aniversario de ordenación al renovar sus votos ante Dios. Si celebra una Misa los asistentes la obtienen también.
• Lectura de las Sagradas Escrituras por media hora.
• Visita a la Iglesia Estacional de Roma nombrada para ese día especifico y asistir a las sagradas funciones .
• Al Rezar la Oración de Tantum Ergo en Jueves Santo en la Fiesta de Corpus Christi.
• Al rezar la oración Te Deum públicamente el último día del año.
• Al rezar la oración Ven Espíritu Santo Creador, el primero de enero o en la Fiesta de Pentecostés.
• Realizar El Vía Crucis en sus respectivas 14 estaciones donde se encuentren las imágenes de la Pasión, o por lo menos unos crucifijos y moviéndose de una estación a otra.
• Visitar en su Fiesta Titular o en la Porciúncula el 2 de Agosto, rezando Credo y Padre Nuestro:
o 1. Parroquia.
o 2. Cuasi-Parroquia.
o 3. Catedral.
o 4. Co-Catedral.
• Visitar una Iglesia o un Altar en el Día de su Consagración, rezando un Credo y un Padre Nuestro.
• Visitar un oratorio o Iglesia en el Día de Difuntos (2 de noviembre) rezando un Credo y un Padre Nuestro (aplicable únicamente para las Almas del Purgatorio).
• Visitar Iglesia u oratorio de una orden religiosa en el día festivo de su fundador canonizado, rezando Credo y Padre Nuestro.
• Visitar una Iglesia en la que se está realizando una Visita Pastoral y asistir a las sagradas funciones que el Visitante Pastoral preside.
INDULGENCIAS SÓLO APLICABLES A LAS ALMAS DEL PURGATORIO
DEL “ENCHIRIDION INDULGENTIARUM” DE S.S. PAULO VI
2 DE NOVIEMBRE – CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
Visitas a Iglesias u Oratorio: Se concede indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio, a los fieles cristianos que, el día en que se celebra la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos, visiten piadosamente una iglesia u oratorio.
Dicha indulgencia podrá ganarse o en el día antes indicado o, con el consentimiento del Ordinario, el domingo anterior o posterior, o en la solemnidad de Todos los Santos.
En esta piadosa visita, se debe rezar un Padrenuestro y Credo.
1 AL 8 DE NOVIEMBRE
Visitas al cementerio: Se concede indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio, a los fieles cristianos que visiten piadosamente un cementerio (aunque sea mentalmente) y que oren por los difuntos.
VIDEO
LAS INDULGENCIAS Ó CÓMO LIBRAR EL PURGATORIO – EL PULSO DE LA FE
Ejercer un maleficio sobre alguien por medio de prácticas supersticiosas o invocación al poder de espíritus o dioses.
Magia y hechicería: acciones por la que «se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios». -Catecismo de la Iglesia Católica 2117
La hechicería es practicada por algunas sectas, como también por personas sin religión específica, nueva era, etc.
Isaías advierte:
Vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar; caerá sobre ti un desastre que no podrás evitar.
Vendrá sobre ti súbitamente una devastación que no sospechas. ¡Quédate, pues, con tus sortilegios
y tus muchas hechicerías con que te fatigas desde tu juventud! ¿Te podrán servir de algo?
¿Acaso harás temblar? Te has cansado de tus planes. Que se presenten, pues, y que te salven
los que describen los cielos, los que observan las estrellas y hacen saber, en cada mes,
lo que te sucederá.
Mira, ellos serán como tamo que el fuego quemará. No librarán sus vidas del poder de las llamas.
No serán brasas para el pan ni llama ante la cual sentarse. Eso serán para ti tus hechiceros por los que te has fatigado desde tu juventud. Cada uno errará por su camino, y no habrá quien te salve. -Isaías 47,11-15
MAGIA
Magia: Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de espíritus, genios o demonios, efectos o fenómenos extraordinarios, contrarios a las leyes naturales. -Diccionario de la Lengua Española
La magia, utilizada para ejercer un maleficio, se llama «hechicería«. Pero se debe aclarar que, aunque se pretenda distinguir entre «magia buena« (blanca) y «magia mala« (negra), en realidad, todo uso de magia ofende a Dios por ser una forma de idolatría. Por esa razón la magia está condenada por el Primer Mandamiento de Dios.
La magia busca sobrepasar las limitaciones de la naturaleza humana, el orden de la creación establecido por Dios y la autoridad de Dios. La magia pretende obtener poder sobre la creación y sobre la voluntad de otras personas por medio de la manipulación de los sobrenatural. La magia tiene un concepto errado de la autoridad e intenta controlar por medio de poderes ocultos.
No hablamos aquí de la magia en cuanto a un juego de meros trucos, como los que hacía San Juan Bosco para atraer a los jóvenes. En ese caso todos sabían que se trataba de un juego ameno y no se pretendía otra cosa.
-Catecismo de la Iglesia Católica #2117 (Ver también 2110-2116 y 2138).
Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.
AMULETO
Pequeño objeto al que se atribuye el poder de alejar el mal o propiciar el bien. Generalmente la persona lo lleva consigo.
Es distinto del uso cristiano auténtico de medallas, escapularios y otros artículos religiosos. Mientras estos son símbolos de nuestra confianza en Dios y en la Virgen Santísima, a los amuletos, por el contrario, se les atribuye un poder intrínseco o relacionado a poderes ajenos al Dios verdadero.
El Catecismo #2117: «Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a nuestro servicio y obtener poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible.
ESPIRITISMO
Práctica oculta por la que se evoca o trata con espíritus. La creencia de que los hombres tienen la facultad de establecer contacto directo con los espíritus. Es una forma de adivinación.
En la antigüedad, los persas, griegos y latinos rendían culto a las almas de los muertos para buscar su ayuda o aplacarlos.
El espiritismo es muy diferente a la loable práctica cristiana de orar por los difuntos, la cual se fundamenta en la doctrina que los que mueren en gracia están siendo purificados en el purgatorio (en ese caso rezamos a Dios por ellos) o están ya en el cielo (entonces pueden interceder por nosotros ante el trono de Dios, pero es Dios quien actúa con su poder infinito. Los santos jamás actúan por su cuenta y nosotros en la tierra no buscamos de ellos sino que intercedan ante Dios para que se haga Su divina voluntad. Dios ha querido esta comunión de la Iglesia militante, purgante y triunfante)
El espiritismo moderno está influenciado por Allan Kardec quien seguía el «nuevo evangelio» (evangelio del espiritismo) y fue acogido con entusiasmo por la masonería francesa.
En 1917, el Santo Oficio emitió una condena absoluta contra la evocación de espíritus, contra el hipnotismo y toda clase de manifestaciones espiritistas.
El Catecismo lo identifica como un pecado contra el Primer Mandamiento. Bajo el encabezamiento «adivinación y magia» el catecismo enseña:
El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo. -Catecismo, #2117
OCULTISMO
La teoría y práctica de invocar a poderes sobrehumanos fuera del reino de Dios, para obtener resultados que van más allá de la capacidad de la mera naturaleza. Entre las prácticas ocultas se encuentran el Satanismo, el fetichismo, las magias blanca y negra, el espiritismo, la teosofía, la adivinación, la brujería, la mal llamada «metafísica» (la verdadera metafísica no esta relacionada con el ocultissmo) y muchas más.
El ocultismo es una seria ofensa a Dios ya que busca un interés fuera de la voluntad divina. Por tanto viola el Primer Mandamiento.
El ocultismo está bajo el poder de demonio, quien tienta con muchas promesas con el fin de atrapar el alma para el infierno. El ocultismo sirve el reino de las tinieblas encabezado por Satanás.
Jesús dijo: «Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto» (Mt 4, 10).
El ocultismo es muy diferente a recurso que el cristiano hace a los santos y a los ángeles buenos. Estos son súbditos del Reino de Dios y sólamente buscan acercarnos a Dios. Jamás nos ofrecen un favor que no sea la voluntad de Dios. No son, por tanto, una alternativa a Dios como es el caso en el ocultismo, sino al contrario, le sirven y obedecen y buscan que también nosotros lo hagamos.
Si has caído en alguna práctica oculta, arrepiéntete y recurre a la confesión. No temas, Jesucristo te espera.