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La Poderosa Devoción que Jesús dictó a un Sacerdote Africano para Salvar el Mundo

Niño africano recibe una devoción de Jesús, luego se transforma en sacerdote y funda una Congregación para difundir la devoción.

El catolicismo africano es el que crece más en el mundo y tiene dos características fundamentales, cree más en los elementos sobrenaturales de la fe y está más apegado a la moral bíblica.

En occidente desconocemos lo que sucede en la Iglesia Católica africana.

Sólo nos llegan noticias cuando se producen grandes fenómenos.

Y uno de ellos es la devoción que le dictó Jesús a un niño nigeriano para que la difundiera con el fin de salvar al mundo.

El niño luego se hizo sacerdote y fundó una Congregación de carácter mundial, que tiene como objetivo difundir el carisma de la devoción.

Aquí hablaremos del Padre Montfort Okaa, de la devoción que le dictó Jesús para salvar al mundo y las promesas que le hizo a los devotos.    

Montfort Okaa nació en 1957 en la ciudad de Ilorin, Nigeria.

Hizo su Primera Comunión cuando tenía 10 años, y en ese día comenzaron muchas manifestaciones extraordinarias, que continúan hasta el día de hoy.

Jesús se le mostró en la Cruz con incontables llagas en todo Su Cuerpo, la sangre brotaba por todas partes y caía al suelo.

Trató de recolectar toda la sangre, pero las heridas y el flujo eran demasiado.

Y le dijo, «ven a Mí todos los días. Nunca permitas que el diablo te aleje de Mí o te alejes de Mí voluntariamente. ¡Enseña a amarme a aquellas almas a tu alrededor!» 

Mientras lloraba le agregó, 

“Mira cómo la humanidad me desafía. Incluso aquellos en quienes confío, incluso aquellos a quienes busco consuelo. 

Me despiden, golpeándome y escupiendo en Mi Rostro. Atraen Mi ira, pero pronto sentirán la fuerza de Mi brazo, si no reparan”.

Y le pidió,

“Pídele a esa gente que todavía Me detesta, que no Me ama, que huye de Mí, que detesta oír Mi Nombre, que vuelva a Mí, dile que Yo la amo.

Trae a muchas personas a visitarme y Mi casa, la Iglesia, estará llena y Yo seré feliz, y perdonaré sus pecados”.

En 1970 Nuestro Señor se apareció de nuevo al joven Montfort, y le mostró Su Corazón que había perdido su verdadero color, por haber perdido tanta sangre, y aparecía blanco pálido. 

Y le dijo, “si puedes hacer que este Corazón se vuelva rojo de nuevo, el mundo se salvará. Quiero que lo descubras por ti mismo”.

Como Montfort no pudo encontrar la respuesta, entonces le mostró de nuevo Su Corazón junto al Inmaculado Corazón de Su Madre.

Y le dijo, “la única solución es unir a los Dos Corazones de Amor heridos y sangrantes».

Así fue como el Señor le enseñó a Montfort la devoción de los Dos Corazones de Amor, para reparación; diciéndole que así se purificaría la humanidad y se salvará el mundo.

Le pidió, “consigue al menos 100 personas que estén rezando el Rosario de los Corazones de Amor dos veces todas las noches, entre la medianoche y las 3 de la mañana y el mundo será cambiado”.

Y agregó, “cambiaré la faz de la Tierra. Renovaré Mi Iglesia y salvaré incontables almas. Derribaré la influencia del mal. Estableceré firmemente el reino de Mi Amor. Mi Voluntad se hará en la Tierra como en el Cielo”.

Esta devoción ha tenido la aprobación del Obispo Ayo-Maria Atoyebi, de la Diócesis de Ilorin.

Montfort se hizo sacerdote y fue ordenado el 7 de julio de 1983. 

Sus compañeros continuaron recitando y difundiendo la oración que les había enseñado. 

Y luego invitó a los que se sintieran preparados a entrar en la Congregación que el Señor le pidió fundar.

Actualmente, los postulantes son tan numerosos que algunos tuvieron que esperar doce años antes de pronunciar sus votos. 

Tiene capítulos de monjas y sacerdotes, africanos y europeos, especialmente de Alemania, porque el Padre Montfort había vivido allí varios años desde 1994, por obediencia a su obispo, para ayudarle a realizar sus proyectos.

La central de la Congregación de los Dos Corazones de Amor de Jesús y María, es en la Montaña Santa de Orlu, en Nigeria

Es el lugar en que Jesús se reveló al Padre Montfort Okaa cuando era todavía un niño pequeño.

El 3 de noviembre de 2003 Jesús le dijo «este es el Centro Universal de todo Amor Divino y humano, terrenal y celestial. Este es Mi Santuario Universal, Mi Lugar Santísimo, el lugar más sagrado de veneración de Mi Amor en los Dos Corazones de Amor”. 

Y Jesús le hizo una serie de revelaciones sobre la devoción que le dictó cuando era niño.

La misión de esta Oración de los Dos Corazones de Amor de Jesús y María es salvar a millones de hombres, “se asombrarán si vieran el número de almas que, gracias al rezo de esta oración, son atraídas al Cielo», dijo.

“Después de la Santa Eucaristía, después de la Santa Misa, es el regalo más grande que he dado a Mi Iglesia». 

“La Santa Misa y esta oración están unidas. Esta Oración no puede separarse del Santo Sacrificio Eucarístico de la Misa”. 

¿Y cuál es la oración que le dictó Jesús al Padre Montfort y cómo se reza?

Esta oración, que tiene 27 imprimátur, se recita con un rosario común. 

En las cuentas chicas se recita,

“Jesús, María, los amo, tengan piedad de nosotros, salven a todas las almas. Amén”.

Y en las cuentas grandes se recitan 4 oraciones que son las siguientes, 

«¡Corazones de amor! ¡Corazones unidos para siempre en el Amor! 

Denme la gracia de amarlos siempre y ayúdenme a hacerlos amar. 

Recojan mi pobre corazón herido y devuélvanmelo sólo cuando se haya convertido en fuego ardiente de Su amor. 

Sé que no soy digno, pero acójanme y purifíquenme con las llamas de Su amor. 

Acójanme y dispongan de mí como quieran, ya que les pertenezco enteramente. Amén».

La segunda oración es,

 “¡Amor puro! ¡Santo amor! ¡Atraviésame con tus flechas, y haz correr mi sangre en las llagas del Inmaculado Corazón! 

¡Corazón Inmaculado! Acompáñanos con el Sagrado Corazón para dar vida, consuelo, gloria y Amor. Amén”.

La tercera oración dice,

“¡Jesús! ¡María! ¡Ustedes son los Corazones del Amor! ¡Los amo! Consúmanme. ¡Soy Su víctima de Amor! Amén”.

Y la cuarta oración es,

«¡Corazones de Amor! Consúmanme. ¡Soy Su víctima de Amor! Amén».

Y Jesús le dijo, «cada vez que recitas esta oración, es como una explosión de estrellas en la oscuridad del mundo, donde reinan el odio, la malicia y el pecado». 

“Esta devoción se extenderá como la pólvora. Esten listos. Estos son tiempos de prueba y gloriosa victoria”.

Y Jesús le hizo una serie de promesas.

«Todos aquellos que me invoquen una vez en su vida, con estas palabras ‘Oh Corazones de Amor’ recibirán el sello protector de los Dos Corazones en su corazón».

 “Toda casa donde se muestre y venere la imagen de los Dos Corazones, tendrá a sus habitantes protegidos de la muerte súbita y Yo impediré que en esa casa se cometan pecados mortales”.

“Aquellos que muestren gran devoción a esta oración serán transformados en un fuego ardiente de Amor Divino, y ninguno de ellos perecerá”.

“Quien en su lecho de muerte rece con mucha devoción esta oración, besando los dos Corazones de Amor, Yo lo llevaré Conmigo y no irá al Purgatorio”.

“Los que se esfuercen por difundir esta devoción gozarán de un lugar especial en el Cielo, en proporción al dolor que han tenido por esta causa”.

Bueno, hasta aquí lo que queríamos dar a conocer sobre la Oración de los Dos Corazones de Amor de Jesús y María, que fue dictada por Jesús a un niño africano, que luego se hizo sacerdote y más tarde fundó una Congregación con rama femenina y masculina para difundir el carisma.

Y me gustaría preguntarte que opinas de esta oración y de la historia de este sacerdote nigeriano.

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ARTÍCULOS DESTACADOS Devociones Devociones DEVOCIONES Y ORACIONES Lo + leído Movil Noticias 2021 - enero - diciembre REFLEXIONES Y DOCTRINA Religion e ideologías Sobre el Ayuno

Por qué el Ayuno es el Arma Espiritual más Formidable para estos tiempos [como ayunar bien]

El arma más eficaz contra el maligno.

Dios lo ordenó, Jesús lo practicó, los Padres de la Iglesia han predicado su importancia, la Virgen María lo recomienda en sus apariciones.

Por eso el ayuno es una parte poderosa y fundamental de la vida cristiana.

Pero para muchos católicos de hoy, es algo que hacemos a regañadientes el Viernes Santo. 

¿Ayunaríamos más si entendiéramos lo útil que es para nuestras vidas, para nuestras familias y para la derrota del maligno?

En este artículo te queremos sensibilizar sobre la importancia del ayuno en estos tiempos en que estamos en una batalla cada vez más dura contra los seres malvados.  Y sobre el final te daremos una serie de instrucciones sobre cómo manejarte de la mejor manera en el ayuno como batalla espiritual.

El ayuno es bíblico, pero los católicos lo practicaban en cuaresma solamente hasta que la Virgen comenzó a aparecer en la década del 80 y pidió que lo hagamos a pan y agua semanalmente.

¿Y por qué es tan importante el ayuno?

Porque es un arma fenomenal para el combate espiritual en estos tiempos de apostasía y pereza espiritual.

Desde los primeros días de las apariciones, la Reina de la Paz de Medjugorje ha insistido con que hagamos ayuno, a pan y agua, todos los miércoles y viernes del año. 

Pero no ha sido en la única aparición que lo ha dicho, sino que ha sido el llamado más notorio solamente.

El ayuno a pan y agua es lo más importante para combatir los planes que satanás está teniendo en este momento, dijo la vidente de Medjugorje, Marija Pavlovic.

Y agregó que 

«Nuestro Señor nos recuerda que ciertos demonios sólo pueden ser expulsados por la oración y el ayuno»

Y en un mensaje del 25 febrero 2021, la Reina de la Paz expresó: 

«Vivan este tiempo de gracia y sean testigos de esperanza, porque les repito, hijitos: con la oración y el ayuno incluso las guerras pueden ser suprimidas»

Innumerables veces había dicho que el ayuno hace milagros, se pueden detener guerras y catástrofes naturales porque se detienen las leyes de la naturaleza.

O sea que el propósito del ayuno es poner en un equilibrio adecuado el orden creado y nuestra vida espiritual.

El ayuno ayuda a hacer más espacio para Dios en nuestra vida tanto como en los sucesos del mundo, porque el Señor ve que hacemos un sacrificio y responde afirmativamente a quienes se sacrifican.

Cuantos más seamos lo que nos sacrifiquemos ayunando, más fuerte será el mensaje para Dios.  

Pero hay quienes no se sienten atraídos a ayunar a pan y agua, incluso por razones médicas.

Entonces podemos tomar lo que dijo el párroco de Medjugorje, fray Marinko Sakota, que se puede ayunar a fruta.

Y que hay muchas cosas que podemos privarnos como forma de ayuno para empezar con la práctica

Y si nos cuesta el inicio, hay que comenzar de a poco, algunas horas cada vez y pedirle a Dios Padre la gracia de ayunar desde la noche anterior. 

En Cuaresma la Iglesia nos pide que aumentemos nuestra oración, nuestro ayuno y nuestra limosna.

Este pedido se debe a que al negarnos a nosotros mismos de algo que nos gusta, nos acordamos que el mayor bien de todo es Dios.

Pero si te falta un empujoncito recuerda lo que dijo San Basilio el Grande, 

«El ayuno es el arma de protección contra los demonios»

Y que «Nuestros ángeles de la guarda realmente se quedan con aquellos que han limpiado sus almas mediante el ayuno».

La Biblia relata que las dos misiones más importantes pedidas por Dios en la tierra comenzaron con un ayuno, sin ellas el mundo hoy no sería el mismo.

Cuando Moisés recibió las tablas de la ley, que eran las normas de la alianza de Dios con el pueblo judío, se quedó con Yahveh durante 40 días y 40 noches sin comer ni beber nada, dice Éxodo 34.

Este fue el momento crucial para el pueblo de Israel que deambulaba por el desierto y el Señor le propone salir de ahí con los 10 Mandamientos.

Y también vemos algo similar con Jesús.

Nuestro señor fue llevado al desierto donde ayunó por 40 días y 40 noches, previo al comienzo de su ministerio público; el Cielo lo preparó para ello.

Y ahí se materializó el nuevo pacto que Dios selló con la humanidad a través de Su Hijo que resistió tres tentaciones del maligno.

Satanás incluso tentó a Jesús para que rompiera su ayuno convirtiendo las piedras en panes, a lo que Jesús replicó: «Uno no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

De este modo Jesús ayunó y preparó espiritualmente a la humanidad para enfrentar y resistir al diablo.

Entonces, las dos alianzas de Dios con los seres humanos comenzaron con un ayuno.

Nada es imposible para Dios, puede cambiar la historia de los seres humanos en un momento. Y así lo hizo a través de ayunos.

Y en el Antiguo Testamento, vemos como Nínive se apartó de sus pecados con el ayuno.

La maldad de la ciudad había llegado a un punto en que Dios envió al profeta Jonás para advertirle que en «cuarenta días Nínive será destruida» (En Jonas 3:4).

El rey se vistió de sayal, se echó cenizas y ordenó un ayuno general que incluía a los animales. 

Los hombres de Nínive creyeron en Jonás y en la palabra de Dios, por lo que «se proclamó un ayuno, y todos ellos, grandes y pequeños, se vistieron de cilicio», según Jonas 4.2.

Dios reaccionó ante este sacrificio y no llevó a cabo su amenaza contra ellos; Nínive sobrevivió gracias al ayuno generalizado de todo el pueblo.

Y Jesús lo expresa claro en Mateo 17 cuando les explica a sus apóstoles por qué no pudieron expulsar a un demonio.

«Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: ¿Por qué nosotros no pudimos echar a ese demonio?

Jesús les dijo: Porque ustedes tienen poca fe. Esta clase de demonios sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno», Mateo 17: 19-21.

En las Escrituras, la oración y el ayuno practicados juntos se convierten en una amenaza para el enemigo. 

Porque la oración y el ayuno liberan el enorme poder de Dios en el ámbito espiritual.

El ayuno promete cantidad de gracias, tanto para las naciones como para las personas en particular.

A través del ayuno y la oración podemos cultivar la virtud cardinal de la templanza, con la moderación y el autocontrol, que domestican el desorden que caracteriza a la carne.

Y también la oración y el ayuno son herramientas fundamentales para superar al diablo y sus secuaces en la tentación.

Pero además un plus que obtenemos con el ayuno es que intensifica la urgencia de las oraciones.

Porque los ayunadores a menudo elegirán un propósito particular para su ayuno: una pregunta que necesita orientación; un ser querido que necesita sanación; la derrota de los planes del maligno, etc.

Y luego usarán los malestares del hambre inducidos por el ayuno, como un recordatorio para orar por esas intenciones.

Como cristianos, tenemos que volver a abrazar este pilar de nuestra fe y practicar regularmente la disciplina del ayuno. No sólo en cuaresma.

Y no debemos verlo principalmente como una privación, sino más bien como una ofrenda, un regalo dado a Dios para adorarlo y reconocer su señorío.

Muchas veces la Biblia relaciona el ayuno como una forma de «buscar el rostro del Señor».

Buscamos Su rostro porque es Él quien nos sacará de los problemas que nos afligen.

Pero por supuesto, el ayuno no es fácil.

Es una disciplina en la que debemos formar a nuestros cuerpos y mentes para manejarlo.

Pero podemos acomodar el ayuno a nuestra situación de vida.

El punto importante es que ayunemos de alguna manera, en unión con la Iglesia, sobre todo los viernes en memoria de la pasión de Cristo.

Ya sea sólo dejando de comer carne, o estrictamente a pan y agua, o en algún punto entre los dos.

Pensando en que debemos empezar a combatir primero los demonios interiores que nos azotan y mantener a raya al maligno.

Y luego pedir la intercesión por nuestros seres queridos, por los pecadores, por las almas del purgatorio, por las intenciones de la Santísima Virgen, el triunfo de su Corazón Inmaculado, etc. 

Por eso queremos recomendar esta simple guía para ayunar: 

– establece un objetivo para tu ayuno, las intenciones; 

– comprométete con tu ayuno planificando cómo lo harás y haciéndolo;

– prepárate espiritualmente para hacerlo, con oración; 

 – cada vez que tu estómago comience a gruñir, entra en intercesión y conversación con Dios, porque debes recordar que estas luchando contra el enemigo, así como recordándole al maligno el poder de tu oración;

– planifica a que hora y cómo romperás el ayuno, que siempre debe ser gradualmente; 

– y finalmente no te desanimes si al principio no lo puedes hacer como te lo proponías, vuelve a intentarlo.

Bueno hasta aquí lo que te queríamos decir sobre el ayuno e impulsarte a que te atrevas a hacer ese cambio indudable en tu vida, porque el ayuno te santifica con el Espíritu Santo, y es un arma para cambiar el mundo que te rodea.

Y me gustaría preguntarte si tu ayunas y cuando lo haces, y si has intentado ayunar, qué sucedió.

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Historia de las 7 Oraciones más Populares de la Iglesia

Las oraciones y símbolos de la Iglesia son los lazos invisibles que unen a los católicos.

A lo largo de los siglos, las oraciones se han orado con las mismas palabras.

Respondiendo a las mociones del Espíritu Santo para que oremos sin cesar.

Los católicos no podemos vivir sin ellas. Son casi un acto reflejo.

Acá traemos la historia de las 7 oraciones más populares de la Iglesia para que conozcas su origen.

Pero hay miles de oraciones vocales.

En la Biblia, en la liturgia de la Iglesia, en los escritos de los santos, y en nuestros libros de oraciones favoritas podemos elegir entre oraciones adaptadas a cada época del año, a cada etapa de nuestras vidas, y a las peticiones que queremos hacer.

Quizás una de las mayores dichas de recitar oraciones antiguas es la sensación de seguridad y confianza y la conexión que nos ofrecen.

Son puentes que nos unen a todos los que las recitamos a lo largo de los siglos orando con las mismas palabras.

  

EL PADRE NUESTRO

Durante el sermón de la montaña, los discípulos le pidieron a Jesús: “Señor, enséñanos a orar”.

En respuesta, Jesús les enseñó el Padre Nuestro.

Podemos encontrar esta oración en los evangelios de San Mateo y San Lucas, con pequeñas discrepancias entre las dos versiones.

La versión de San Mateo es la que se utiliza universalmente por todos los cristianos, aunque hay una diferencia importante.

Los protestantes concluyen la oración con las palabras: “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por los siglos de los siglos”

Los católicos se detienen en las palabras, “y líbranos del mal”.

¿Por qué hay diferentes versiones de la oración que nos llega de Cristo mismo?

La respuesta es sencilla.

Aunque algunos manuscritos de los evangelios incluyen el final “porque tuyo es el reino”, los más antiguos no lo hacen.

Los estudiosos de la Biblia nos dicen que ese final no era parte de la oración original.

Es una doxología, o una breve oración de alabanza, que se incluyó en el texto original en una fecha posterior.

Hace dos mil años era una costumbre judía concluir una oración extensa con una breve doxología.

De hecho, “porque tuyo es el reino” era una doxología común entre los Judios religiosos en tiempos de Jesús.

Los primeros cristianos, muchos de los cuales eran conversos del judaísmo, traían con ellos esta doxología favorita cuando entraban en la Iglesia y la recitaban al final del Padre Nuestro.

Mientras que los católicos omiten la doxología y mantienen las palabras de la oración que Jesús nos dio, la antigua costumbre de concluir una oración con una pequeña oración de alabanza también existe en nuestra Iglesia.

Después de recitar el Magnificat o uno de los salmos, es habitual añadir nuestra doxología más popular, Gloria al Padre.

  

EL SANTO ROSARIO

El rosario es la oración más popular dentro de la Iglesia junto con el Padrenuestro.

Aunque su nombre formal estrictamente no tiene más de 500 años.

Entre los primeros cristianos existía la devoción de la repetición de oraciones, en especial el Padrenuestro, mediante una cuerda de oración o también poniendo 150 piedritas en una bolsa.

Este sistema de repetición viene del judaísmo y está relacionado con la repetición de los 150 salmos.

Esto ya estaba instituido cuándo se apareció la Santísima Virgen a Santo Domingo y le entregó el rosario.

O sea el instrumento físico y las oraciones a recitar.

La Iglesia acepta formalmente la paternidad de Santo Domingo respecto al rosario, porque San Pío V escribió claramente que Santo Domingo inventó y luego propago en toda la Iglesia la oración del salterio de la Santísima Virgen.

Su nombre significa jardín o guirnalda de rosas.

Y esto está asociado a que en la Edad Media se utilizaba la metáfora de la agricultura para significar la recitación de oraciones.

Además las rosas se asociaban con la Santísima Virgen.

Una leyenda piadosa dice que la Santísima Virgen fue vista recogiendo rosas de los labios de un joven monje que estaba recitando el Avemarías, que tejía en una guirnalda que luego colocó en Su cabeza,

La historia más detallada del Santo Rosario puede leerse aquí.

  

EL AVE MARÍA

Es la oración más querida por la Virgen, y la oración que los católicos dicen con más frecuencia.

Nadie puede contar cuántos millones de avemarías se elevan al cielo cada día.

Sin embargo, a pesar de su popularidad, le llevó siglos a esta oración desarrollarse.

Esta oración está compuesta de dos partes.

La primera consta de una doble salutación extraída del Evangelio:

1 – La salutación del arcángel Gabriel, enviado por Dios a fin de anunciar la divina maternidad de María:

“Ave, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc. 1, 28);

2 – La salutación de Santa Isabel, prima de Nuestra Señora, que inspirada por el Espíritu Santo proclamó:

“Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc. 1, 42).

A estas dos salutaciones fueron añadidas dos palabras para que ellas fuesen más distintamente enunciadas: María (Ave María…) y Jesús (de tu vientre, Jesús).

La segunda parte de la oración contiene una súplica.

Estas dos salutaciones dichas juntas eran todo el Ave María durante más de mil años.

El primer documento escrito en que aparece el uso de la salutación del ángel es la Homilía de un cierto Theodoto Ancyrani, fallecido antes del año 446.

En ella es explícitamente afirmado que, impelidos por los palabras del ángel, decimos: “Ave, llena de gracia, el Señor es contigo”.

En cuanto al saludo de Santa Isabel, aparece unido al del ángel alrededor del siglo V.

Las dos salutaciones conjugadas ya se encuentran en las liturgias orientales de Santiago (en uso en la Iglesia de Jerusalén), de San Marcos (en la Iglesia Copta) y de San Juan Crisóstomo (en la Iglesia de Constantinopla).

El nombre María fue añadido a las palabras del ángel, en Oriente, alrededor del siglo V, según parece, en la liturgia de San Basilio.

En Occidente, no obstante, parece que esto ocurrió aproximadamente en el siglo VI, al figurar en una de las obras de San Gregorio Magno, el Sacramentario Gregoriano.

El nombre Jesús fue añadido a las palabras de Santa Isabel probablemente un siglo después, en Oriente, figurando por primera vez en cierto Manual de los Coptos, tal vez en el siglo VII.

En Occidente, sin embargo, el primer documento que registra el nombre del Redentor es la Homilia III sobre María, madre virginal, de San Amadeo, obispo de Lausana (Suiza, aproximadamente en 1150), discípulo de San Bernardo.

La segunda parte de la oración (Santa María, etc.), la súplica, ya era empleada en la Letanía de los Santos.

En determinado códice del siglo XIII, de la Biblioteca Nacional Florentina, que perteneciera a los Siervos de María del Convento de la Beata María Virgen Saludada por el Angel, en Florencia, se lee esta oración:

“Ave dulcísima e inmaculada Virgen María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, madre de la gracia y de la misericordia, ruega por nosotros ahora y en la hora de la muerte. Amén”.

Pero no fue hasta el siglo XV que los católicos añadieron formalmente la última parte de la oración,

“Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”

La fórmula precisa del Avemaría, como es rezada hoy, se encuentra por primera vez en el siglo XV, en el poema acróstico del venerable Gasparini Borro O.S.M.

El Papa San Pío V aprobó formalmente el Ave María completo en 1566, y los católicos la han estado recitando de este modo desde entonces.

El Ave María se convirtió en un saludo entre los cristianos.

Pero además de usar las palabras del Ave María como un saludo, muchos cristianos mostraban una señal de reverencia a su nombre.

Durante la Reforma, muchos opositores de la Iglesia Católica acusaron a los católicos que su recitación del Ave María no era una oración, porque no era una petición, sino simplemente un saludo.

Por lo que el Ave María fue recitada en privado.

El Ave María es especialmente poderosa durante nuestros últimos minutos aquí en la Tierra.

Los Santos son grandes fans de la oración del Ave María.

San Jerónimo escribió, “las verdades contenidas en el Ave María son tan sublimes, tan maravillosas que ningún hombre o ángel podían comprenderlas plenamente”.

Y Santo Tomás de Aquino predicó sólo sobre la oración Ave María por 40 días seguidos.

  

EL GLORIA

La oración del Gloria comenzó a usarse en el siglo IV como una protesta contra la herejía arriana, que ponía a Cristo por debajo del Padre.

Pero también hay que considerar que se justifica porque es apropiado alabar a Dios en la Santísima Trinidad.

Su fundamento bíblico se encuentra en Mateo 28:19 donde Jesús pide a los Apóstoles que vayan por las naciones bautizando a las personas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Y el concepto de Gloria a Dios para siempre es muy manejado por San Pablo en sus cartas.

Se dice que en el año 529 se agregó la segunda parte de la oración que dice “como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos”.

Esta segunda parte es una confirmación de la eternidad de las tres personas de la Santísima Trinidad en un solo Dios.

El formato de esta oración está estable en la Iglesia desde los años 600.

Y se usa tradicionalmente como el fin de una oración larga o una prédica.

En la Iglesia hay dos versiones de gloria.

Una es la versión corta que se recita habitualmente

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu santo.
Como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Y otra es la más larga que es ésta,

Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Por tu inmensa gloria te alabamos,
te bendecimos, te adoramos,

te glorificamos, te damos gracias,
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso Señor,
Hijo único, Jesucristo.

Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo,
atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre,
ten piedad de nosotros;
porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo,
con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.
Amén.

  

LA SALVE (SALVE REGINA)

Los monjes o monjas de monasterios cantan esta hermosa oración al final del día antes de dirigirse de la capilla a sus celdas.

Durante novecientos años la Salve ha sido una de las oraciones más queridas por la Santa Madre.

Es la conclusión tradicional de la liturgia de las horas.

Muchos católicos la recitan al final del rosario, y existe una amplia tradición de cantar el himno al finalizar el día.

Sabemos que en 1492, en su viaje al Nuevo Mundo, Cristóbal Colón reunía a sus hombres en la cubierta todas las noches para cantar la Salve Regina como señal de su confianza en la protección de la Virgen.

Una antigua tradición dice que San Bernardo de Claraval (1090-1153) compuso esta oración.

Ciertamente, cualquier persona que lea los sermones de San Bernardo en alabanza a María encontrará ecos de la Salve en los escritos del gran santo.

Pero, para el texto actual de la oración, tenemos que buscar en otra parte.

La evidencia histórica ha llevado a la mayoría de los estudiosos a creer que el autor original de la Salve fue un monje alemán, Herman el Cojo Bendito, también conocido por la forma latina de su nombre, Herman Contractus (1013-1054).

Herman nació con una discapacidad grave: no podía caminar, y tardó más que la mayoría de los niños en aprender a hablar.

Pero tenía otros dones. Era muy bueno en matemáticas. Tenía fluidez para el latín, griego, e incluso el arábigo.

Debido a sus dolencias, Herman era paciente y compasivo. Era un verdadero genio de la música.

Y desde su infancia Herman mantenía un amor especial por la Santa Madre, por lo que no es ninguna sorpresa que escribiera su más fino trabajo para ella.

La Salve expresa hermosamente nuestra fe en la Madre de Dios quien extiende su amor y misericordia por todos nosotros.

  

LA SEÑAL DE LA CRUZ

Es la más básica de todas las oraciones católicas, que implica hacer el gesto de hacerse la señal de la cruz en el cuerpo.

Las palabras, “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”,  invocan a descender sobre nosotros la bendición de la Santísima Trinidad

Y el gesto de tocar nuestra frente, pecho y hombros, nos marca con el emblema de la Cruz de Cristo, el signo de nuestra salvación.

Es el gesto mismo el que hace que la señal de la Cruz sea única: podríamos estar de pie en un autobús lleno de gente, orando fervientemente en nuestro corazón, y nadie a nuestro alrededor lo sabría.

Pero tan pronto como nos hacemos la señal de la Cruz, hacemos una declaración pública de quiénes somos y en lo que creemos.

La señal de la cruz es tan antigua como la Iglesia.

Originalmente, los cristianos tomaban su pulgar y hacían una pequeña cruz en sus frentes.

El teólogo cristiano Tertuliano (c.160-220) nos dice que en su tiempo,

En todos nuestros viajes y movimientos, en cada entrar y salir; al ponernos nuestros zapatos; en el baño, en la mesa, al encender las velas, al acostarnos, al sentarnos; en cualquier cosa que nos ocupa, nosotros [los cristianos] marcamos nuestras frentes con la señal de la Cruz”.

Era un pequeño gesto sutil, adecuado para una época en que los cristianos tenían que mantener un perfil bajo.

La señal de la cruz como la conocemos, apareció más tarde, después de que terminó la época de la persecución.

  

LA ORACIÓN DE SAN FRANCISCO (HAZME UN INSTRUMENTO DE TU PAZ)

Muchas personas piensan que San Francisco de Asís escribió esta oración, pero están equivocados.

No se encuentra entre los escritos de San Francisco.

De hecho, no proviene de antes de 1912.

En ese año, la oración apareció en una revista llamada La Clochette (La Campanilla) publicada en París por una organización católica conocida como La Liga de la Santa Misa.

Un aristócrata francés, el marqués Stanislas de La Rochethulon, admiraba la oración y envío una copia al Papa Benedicto XV en 1915.

Al año siguiente, la oración fue publicada en L’Osservatore Romano, el diario del Vaticano.

Posteriormente, un sacerdote franciscano francés vio la oración, y la mandó imprimir al reverso de una estampa de San Francisco.

El franciscano le puso título a la oración, “Oración por la paz”.

Como había una imagen de San Francisco al frente de la tarjeta, se hizo conocida como la Oración de San Francisco, o la Oración por la Paz de San Francisco.

Durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, esta oración se abrió camino en todo el mundo.

Con protestantes y católicos alentando a la gente a rezarla en aras de un pronto fin a las guerras.

Todavía es una de las favoritas de los cristianos que anhelan la paz.

Como católicos tenemos la suerte de contar con una muy rica variedad de oraciones.

Fuentes:


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Por qué el Ayuno es Fundamental para el Espíritu

El ayuno es una práctica fecunda revelada por Dios ya al pueblo judío.

Que Jesucristo reivindicó e incluso recomendó para la lucha espiritual.

Y que tiene un lugar preponderante en los llamados actuales de la santísima Virgen, especialmente en Medjugorje.

espiga de trigo

La Iglesia Católica lo ha desarrollado pastoralmente tratando de hacer comprender a los fieles su significado.
.
Ampliando el concepto de que el ayuno no es privarse sólo de comida.
.
Y poniendo énfasis en su aspecto penitencial y de sacrificio.

En el Antiguo Testamento el Día de la Expiación era el gran día de ayuno de los judíos.

Y más tarde se solicitaron otros ayunos debido a tragedias que sucedían a la nación.

Por lo tanto el ayuno era un intento de terminar con circunstancias malas que afectaban al pueblo.

Pero cuando comenzó la nueva alianza el ayuno adquirió otra dimensión.

En el Nuevo Testamento vemos que ayunamos para comenzar ministrar y no sólo para terminar con una tragedia.

Así vemos que Jesús ayunó durante 40 días para prepararse para su ministerio público (Mateo 4).

Y la Iglesia de Antioquia ayunó para comenzar un viaje misionero (Hechos 13).

En definitiva el punto común entre ambos es que el ayuno permite expresar el deseo y la disposición a cambiar el rumbo de los acontecimientos.

  

QUÉ DIJO JESÚS SOBRE EL AYUNO

Una y otra vez, los Evangelistas hablan del Ayuno y cuentan que Jesús recomendó ayunar, a fin de progresar en la vida espiritual.
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Lo que Jesús dijo acerca del ayuno puede ser resumido de la siguiente manera:

–El ayuno es tan necesario como la oración (cf. Mt 6-16).

–La decisión de ayunar (y de orar) debiera ser tomada con pureza de intención, libre de cualquier autosuficiencia u orgullo.

Recuerda el caso del fariseo que utilizaba la oración para hacer alarde de su piedad y expresar su desprecio por el publicano, un hombre en verdad humilde (cf Lc. 18, 9-I4).

Jesús afirmó que Sus discípulos ayunarían al igual que los discípulos de Juan, pero sólo hasta que Él hubiera partido de este mundo:

“¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse triste mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán…” (Mt 9, 15-16).

Cuando Jesús explicó a Sus discípulos, por qué ellos no fueron capaces de liberar a un hombre de una posesión diabólica, Él atribuyó un poder especial al ayuno.
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Afirmó que ciertos demonios no pueden ser arrojados sino con la oración y el Evangelista Marcos añade: “… y el ayuno” (cf. Mc 9,29).

De acuerdo a Lucas, Jesús no comió durante los cuarenta días que permaneció en el desierto.

En otras palabras, Jesús ayunó antes de proclamar la Buena Nueva (cf. Lc 4,1-4).

Si bien Jesús no ordenó explícitamente a Sus discípulos que practicaran el ayuno, parecía obvio que El esperaba que así lo hicieran.

ayuno

  

EL AYUNO SIGUE SIENDO VÁLIDO Y LA IGLESIA LO RECONOCE

Desde el punto de vista teológico, el ayuno no sería ya necesario después de la Resurrección de Cristo, porque los invitados a la boda no tienen razón de ayunar en tanto el novio permanezca con ellos (cf. Mt 9,15).

Sin embargo, en vista de que Jesús aun ha de retornar en Su gloria, el ayuno sigue siendo necesario como signo de nuestra espera.

Esta perspectiva le da un nuevo sentido y significado al ayuno y puesto que nos hace fijar nuestra atención en el Señor que ha de venir, adquiere entonces una dimensión escatológica.

La Iglesia reconoce el ayuno, lo ha practicado a lo largo de su historia y ha dado al ayuno su significado real.

En ciertas comunidades religiosas el ayuno ha sido preservado como una práctica común hasta nuestros días.

Leyendo la vida de los Santos, nosotros podemos comprobar que ellos atribuían una gran importancia al ayuno.

San Francisco de Asís urgía a sus frailes a guardar tres ayunos de cuarenta días cada uno durante el año:
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– en Cuaresma,
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– antes de la fiesta de San Miguel Arcángel y
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– desde el día de Todos los Santos hasta Navidad.
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Independientemente de ayunar también cada viernes.

Hoy en día, los requerimientos de la Iglesia son menos estrictos.

Existen, de hecho, únicamente dos días en los cuales el ayuno es obligatorio, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

ayuno-santo

  

¿QUE DECLARAMOS CUANDO AYUNAMOS?

Mediante el ayuno aumentamos nuestros sentidos espirituales renunciando a la tiranía de los deseos únicamente materiales del cuerpo.

Y esto nos hace más consciente de nuestras acciones.

Aquí hay algunas virtudes espirituales del ayuno.

El ayuno tiene componentes espirituales y físicos que combaten nuestros pensamientos impuros.

El ayuno es un método para adquirir pureza de corazón.

El ayuno nos ayuda a combatir las trancas que impiden nuestro crecimiento espiritual.

El ayuno es un signo de arrepentimiento y de disposición a no pecar más.

Nos da la gracia necesaria para la oración.

San Juan Crisóstomo dice que “la oración y el ayuno son dos alas que llevan a una persona a las alturas de Dios”.

El ayuno es un signo de espera confiada cuando suplicamos algo a Dios y lo esperamos con fe.

El ayuno es una señal externa que damos de nuestra seriedad ante lo que le pedimos a Dios.

El ayuno es un signo de humildad.

El ayuno es un signo de perseverancia y disciplina.

Lo que hemos estado hablando se refiere al ayuno de alimentos porque es el habitual.

Pero hay gente que no puede ayunar por razones físicas.

Entonces puede practicar otras formas de mortificación en su reemplazo.

Porque el Señor no es un burócrata que pide que cumplamos las cosas al pie de la letra sino que ve nuestra intención.

En realidad Él conoce nuestro corazón cuando ayunamos por las razones correctas.

De modo que cualquiera sea el ayuno que hagamos siempre debe tener una razón buena, fidedigna y creíble.

Y las virtudes del ayuno que mencionamos también son válidas para cualquier clase de él.

Para que el ayuno surta efecto tiene que estar unido a la oración.

San Pedro Crisólogo dirá en su sermón 43,

El ayuno es el alma de la oración, la misericordia es la sangre vital del ayuno.

Así que si rezas, ayuna; si ayunas, muestra misericordia.

Si deseas que tu petición sea escuchada, escucha la petición de otros”

Ayuno

  

UN RENACIMIENTO DE ESTA PRÁCTICA

El llamado a ayunar en Medjugorje, que María dirige a nuestra época, no es sino una repetición de lo que ya había dicho Jesús y de los que la Iglesia primitiva ya había puesto en práctica y con tan grande celo.

Cuando estudiamos el Antiguo Testamento y examinamos al detalle las diversas situaciones, en las cuales los pueblos oran exhortados a ayunar en esa época, encontramos que la oración y el ayuno podían atraer un cambio, un alivio, aún en las situaciones mis críticas.

La petición de Nuestra Señora de que nosotros ayunemos, va de acuerdo con la tradición de la iglesia.

Podríamos concluir también que la visión que Ella tiene de nuestra época – la cual está casi exclusivamente interesada en el dinero, las ganancias, la acumulación de bienes materiales, el egoísmo etc. – es correcta.

Nuestra Señora quiere reeducarnos. ¿Pero por dónde debiera comenzar?

En primer lugar, María nos invita a orar y a ayunar.
.
Por medio de la oración, nos adherimos a Dios y por medio del ayuno, desprendemos nuestro corazón de las cosas que nos atan a las preocupaciones de este mundo.

AyunoyOracion

El ayuno nos lleva a una nueva libertad de corazón y de mente.

El ayuno es un llamado a la conversión dirigido a nuestro cuerpo.

En otras palabras, es el proceso por el cual nos hacemos libres e independientes de las cosas materiales.

Y al liberarnos de las cosas externas a nosotros, nos liberamos también de las pasiones que encadenan nuestra vida interior.

Esta nueva libertad en nuestro cuerpo dará lugar a nuevos valores.

El ayuno nos libera do ciertas ataduras y nos da la libertad para gozar la felicidad.

  

EL AYUNO PEDIDO POR LA REINA DE LA PAZ EN MEDJUGORJE

El ayuno es un pedido permanente en las apariciones marianas.

Nuestra Señora nos ha dicho a través de las apariciones más importantes de nuestro tiempo, las de Medjugorje, lo que se puede lograr con el ayuno.

Esta es una recopilación parcial de menciones sobre el ayuno en Medjugorje dichas en el siglo XX.

  • El ayuno por los enfermos puede curarlos con fe y oración. 26/11/81
  • El ayuno detiene las guerras. 21/7/82
  • El ayuno puede suspender las leyes de la naturaleza. 21/7/82
  • El pan y el agua es el mejor ayuno. 21/7/82
  • Nuestra Señora hará que el máximo bien venga de nuestro ayuno. Ella quiere que le demos nuestro ayuno, que ella dispone de ellos «de acuerdo con la voluntad de Dios». 24/9/82
  • El ayuno reduce los castigos de Dios. 16/11/82
  • El ayuno, junto con la oración, especialmente la oración comunitaria, lo protegerá de la agresión de Satanás al destruir matrimonios, creando división entre los sacerdotes, y aplastará a Satanás en sus planes de obsesiones y asesinatos en la sociedad. 26/12/82
  • El ayuno te santifica con Espíritu Santo. 11/4/83
  • Satanás está furioso contra aquellos que ayunan y se convierten. 16/6/83
  • Con el ayuno, junto con la oración obtendrán todo lo que pidas (la excepción es algo ilícito). 29/10/83
  • El ayuno hará que la oración sea más vigorosa. 25/1/84
  • El ayuno traerá el Reino de Dios entre nosotros. 3/14/84
  • El ayuno hace feliz a Nuestra Señora. 5/5/84
  • El ayuno presente en la Iglesia no es adecuado. Nuestra Señora desea que esto cambie. Ella dijo que el ayuno ha sido olvidado en el último cuarto de este siglo en la Iglesia Católica. 5/5/84.
  • El ayuno para ser poderoso debe hacerse con el corazón. 20/9/84
  • Debemos ayunar por gratitud. 20/9/84
  • La humildad es un fruto del ayuno cuando se combina con la oración. 10/10/84
  • Al dar nuestro ayuno a Nuestra Señora, satanás no puede seducirnos y eso lo aleja. 9/4/85
  • A través del ayuno se logrará todo el plan de Nuestra Señora, que Dios mismo planeó para la salvación del mundo durante este tiempo especial. 26/9/85
  • El ayuno purifica nuestros corazones de los pecados del pasado. 12/4/86
  • Es mejor que no le digas a nadie que estás ayunando. 28/01/87
  • El ayuno es un arma de gran poder para derrotar a Satanás que no se compara con la potencia atómica. El poder atómico no tiene fuerza para conquistar a satanás. 26/6/92
  • El ayuno es un elemento que evita que satanás nos conquiste. La fe y la oración son los otros dos. 25/6/92
  • Ayuno para prepararse para la venida de Jesús. 25/11/96

ayuno

  

A PAN Y AGUA…

En Medjugorje, la Virgen María ha pedido un retorno al ayuno. En respuesta a la pregunta, “¿Cuál es la mejor manera de ayunar?”, la Santísima Virgen respondió: “A pan y agua, por supuesto.” 

Reconocemos que no es la única manera de ayunar, pero es la “mejor” de acuerdo a Nuestra Señora.
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Sin embargo, hay que ensayar hasta lograr hacer este tipo de ayuno.
.
Si uno nunca ha ayunado del todo, pudiera resultar bastante desalentador comenzar a hacerlo únicamente a pan y agua, a menos que se reciba un llamado del Señor.

Hay otras formas de ayuno que lograrán en nosotros los mismos objetivos y al mismo tiempo, nos ayudarán a ir avanzando, hasta alcanzar el mejor ayuno.

Lo importante es que comencemos a ayunar de alguna manera ya.

Ciertamente, en Medjugorje se le da un énfasis especial al ayuno a pan y agua y esto tiene un profundo significado.

El pan es el alimento de los pobres.

Tener o no tener pan, es una de las cuestiones esenciales de nuestra existencia.

La Biblia frecuentemente habla del pan.

Dios proveyó de pan para Su pueblo, cuando cruzó el desierto (cf. Ex 16).

En Sus enseñanzas, Jesús habla del pan bajado del cielo.

Un Ángel trajo pan y una jarra de agua al profeta Elías, cuándo estaba exhausto por la fatiga (cf. I R 19) y, después de haber comido y bebido, Elías recobró sus fuerzas y continuó su viaje.

Estar dispuesto a vivir a pan y agua durante un día, muestra la disposición a hacerlo pobre delante de Dios, la disposición a aceptar Su voluntad.

Significa seguir los planes de los profetas y las huellas de aquellos que han sido puestos a prueba, a fin do que dieran testimonio de su fe.

Lo que se requiere para transformar la disposición de nuestro corazón y nuestra mente es un regreso radical y absoluto a Dios.

El ayuno facilita este retorno.

El ayuno no es un fin en sí mismo, sino que sirve a la conversión: primero, a nivel de la fe y después, a nivel social.

caminando en duna de arena

  

EL AYUNO Y LA ORACIÓN

Pero un regreso radical a Dios es imposible sin la oración como vimos antes.

La oración aumenta su calidad y se vuelve libre cuando se combina con el ayuno. Si nosotros estamos convencidos que la Virgen María nos pide a cada uno que seamos Sus “portavoces” en este mundo ateo, entonces deberíamos estar dispuestos a ayunar y esto ayuno nos asegurará una fortaleza dinámica.

Cuando comenzamos a pensar en nosotros mismos como los amos de la vida y del universo y comenzamos a comportarnos en consecuencia, somos si no tuviéramos necesidad de Dios, mostramos los signos premonitorios del ateísmo.

El ayuno es el medio más eficaz para detectar esas predisposiciones en nuestro corazón.

El ayuno nos ayuda a aferrarnos a la voluntad de Dios, a comprenderla mejor y por tanto, a comprendernos mejor a nosotros mismos.

En las Escrituras, Jesús nos dice que oremos sin parar, sin cesar.

Pero día a día, encontramos excusas y decimos que no tenemos tiempo para orar o que nuestro ritmo de vida es tal, que nos impide orar.

La raíz del problema no radica en que si tenemos tiempo o no para la oración.

Más bien, el problema es si conocemos el anhelo o la necesidad de Dios, de encontrarnos con Dios a través de la oración.

Mientras más tenemos y más queremos tener, menos espacio tendremos para la oración.

De esta manera, tenderemos cada vez más a volvernos ateos prácticos.

El ayuno tiene la consecuencia especial de poner las cosas bajo la perspectiva correcta.
.
Como resultado del ayuno, más y más vamos conociendo la verdad sobre nosotros mismos.
.
Experimentamos la verdad de todas las cosas de una manera nueva.

Lenta y seguramente nos vamos percatando de que no somos autosuficientes y nos damos cuenta de que el mundo entero no podría satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.

Un nuevo camino se abre a la convicción de que nosotros, humanos, necesitamos a Dios.

Necesitamos ayunar para ser capaces de crecer en la creación del corazón.

Nos resultará más fácil cuando ayunemos y ayunaremos mejor cuando oramos.

En uno de sus libros, Anselm Grun declara: “El ayuno es el grito de nuestro cuerpo que anda en busca de Dios…”

La oración y el ayuno son los medios eminentemente más apropiados para guiarnos en la búsqueda de la paz.

Quienes son asiduos en la oración y el ayuno alcanzarán una confianza absoluta en Dios; obtendrán el don de la reconciliación y el perdón y de esa manera, servirán a la causa de la paz.

Porque la paz se origina en nuestros corazones y de ahí se extiende a nuestro prójimo y finalmente al mundo entero.

ayuno pan fondo

  

AYUNAR CON EL CORAZÓN

Ayunar con el corazón quiere decir amar y aceptar nuestro propio camino a Dios y a María.

Ayunar con el corazón quiere decir, amar la libertad más que la esclavitud a las cosas materiales.

Ayunar con el corazón quiere decir, crecer en el amor a Dios que está por venir y a quien nuestro corazón llama cada día, anhelante por El como “la cierva que busca las corrientes del agua”.

Ayunar con el corazón significa también, profundizar nuestro gozo en el Señor.

Por lo que a nosotros respecta, basta con que comencemos a ayunar con confianza y a caminar el camino de la santidad.

Después vendrá todo lo demás.

Fuentes:


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Canciones de Adviento

Para gozarse en este Adviento.

Recopilación de canciones de Adviento para deleitarse, incluye un video de canciones Adviento en gregoriano.

velas de adviento

 

Cantos de Adviento y Navidad (56 videos)

Cantos gregorianos para el Adviento

 

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Los difuntos fueron sagrados desde el inicio del cristianismo

Desde la incipiente Iglesia, el cristianismo desarrolló un respeto santo a los difuntos enrabándolo con la inmortalidad del alma y la resurrección, manifestado en la liturgia, el acondicionamiento y entierro de los cuerpos, el arreglo de los sepulcros, como se demuestra ya en las catacumbas.

El culto de los santos se inició ante las tumbas de los mártires, del que dan cuenta las iglesias de los primeros siglos, que se convirtieron en verdaderos cementerios de santos.

Aún hoy sobreviven algunas costumbres como la dedicación de misas a fieles difuntos en su fecha y la conmemoración de Todos los Santos el 1 de noviembre y de los Fieles Difuntos al día siguiente.

 

EL RESPETO HACIA LOS MUERTOS

La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.

El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es “templo del Espíritu Santo” y “miembro de Cristo” (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.

Este respeto se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres.

Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro.

En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado “después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos”; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas.

Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.

 

LAS CATACUMBAS

En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones, los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe.

Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.

Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución.

Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.

Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.

Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada.

En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios?

Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos.

Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires.

Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo.

Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas.

 

FUNERALES Y SEPULTURA

Pero esto en nada afectó al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos.

De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos.

Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo.

Esta práctica, ya casi común hacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.

San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: “Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna” (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4).

Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate.

Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires.

 

LOS DIFUNTOS EN LA LITURGIA

Por otra parte, ya desde el s. III es cosa común a todas las liturgias la memoria de los difuntos.

Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria —mementode los difuntos.

Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias.

La Iglesia hoy en día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la “Conmemoración de todos los Fieles Difuntos”, el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la “Festividad de todos los Santos”, el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos.

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Todos los capítulos de El Secreto Admirable del Santo Rosario de San Luis María Grignion de Montfort

Vea aquí los capítulos de El Secreto Admirable del Santo Rosario de San Luis María Grignion de Montfort, haciendo click en cada título de abajo.

 

 

 

 

 

 

 

El Secreto Admirable del Santo Rosario (1) de San Luis María Grignion de Montfort

El Secreto Admirable del Santo Rosario (2): Primera Decena, de San Luis María Grignion de Montfort

El Secreto Admirable del Santo Rosario (3): Segunda Decena, de San Luis María Grignion de Montfort

El Secreto Admirable del Santo Rosario (4): Tercera Decena, de San Luis María Grignion de Montfort 

El Secreto Admirable del Santo Rosario (5): Cuarta Decena, de San Luis María Grignion de Montfort

El Secreto Admirable del Santo Rosario (6): Quinta Decena, de San Luis María Grignion de Montfort

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El Rosario es Bíblico

El Rosario es un resumen del Nuevo Testamento, que sintetiza de un modo extraordinario los aspectos más sobresalientes de la historia de nuestra redención. Por ello es necesario que se lo rece meditando profundamente en cada uno de sus misterios, mientras los labios pronuncian las oraciones y el corazón siente cada vez más el amor de Dios.

Mediante esta oración recordamos el dolor, el gozo y la gloria de la vida de Jesús y de María, desde la misma Concepción de nuestro Señor, pasando por toda su Pasión y Muerte en el Calvario, y culminando (después de la Ascensión de Cristo Resucitado, y de la Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos) en la distinción de María como Reina de la Creación.

Para alcanzar su verdadero significado y efecto, el rezo del Santo Rosario debe llevarnos a contemplar la vida de Jesús y de María, a meditar profundamente sobre el amor de Dios hacia los hombres, sobre la entrega absoluta y sin reservas de la Virgen a la Divina Voluntad, como un ejemplo para todo ser humano; a extraer, en fin, todas las enseñanzas evangélicas que esta oración tiene para transmitirnos, por constituir una síntesis de las vivencias más significativas de Jesús y de su Madre en el misterioso proceso de la Redención. De lo contrario, su repetición será, como decía al principio de esta nota, un simple acto mecánico de falso pietismo.

LA BIBLIA NOS DA TRES RAZONES PARA REZAR EL ROSARIO

1. Porque Dios Padre manda al Ángel Gabriel saludar as a la Madre de su Hijo: “Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo”. Lee: Lucas 1, 28. Si los siervos de Dios en el cielo deben saludar así a María, ¿los siervos de Dios en la tierra no debemos hacer lo mismo?

2. Porque el Espíritu Santo así inspiró alabar a María y a Jesús: “Isabel se llenó del Espíritu Santo y clamó con fuerte voz: ´Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre´. Lee: Lucas 1,48. Si a ti el Espíritu no te inspira alabar así a María, ¿qué espíritu será ese? Lee: 1 Juan 4,1.

3. Porque Jesús nos recomienda orar sin intermisión. Lee: Lucas 18,1.
Es verdad que este mandato se cumple con cualquier oración, pero el Rosario facilita su cumplimiento.

…Por tanto, el que reza el Rosario obedece al mandato del Padre, a la recomendación del Hijo y a la inspiración del Espíritu Santo….

SINTESIS DE LOS SALMOS: ¿VANA PALABRERIA?

Los salmos de la Biblia son 150, por eso el Rosario se compone de 150 avemarías. El Rosario es la salmodia de los seglares, de la gente ocupada, de los pobres y los ricos, de los sabios y los ignorantes que quieren cumplir con el mandato de alabar a Dios en todo momento con salmos y cánticos inspirados. Lee: Colosenses 3, 16.

Rezar el Rosario es no sólo obedecer lo que la Biblia manda, sino rezar como la Biblia enseña

Jesucristo dijo: “Al orar, no charláis mucho como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados”. Lee: Mateo 6,7.

Pero ¿acaso es vana palabrería el “Padre Nuestro” que rezamos antes de cada decena? ¿Acaso es vana palabrería dar “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo“? ¿Acaso es vana palabrería el avemaría que repite incesantemente: “Bendito el fruto de tu vientre, Jesús”?

UNA MEDITACION DEL EVANGELIO

El Evangelio es el relato de la vida y obras de Cristo Jesús. El Rosario es la contemplación de esos misterios. “Por eso precisamente los misterios del Rosario se comparan a las ventanas a través de las cuales podéis dirigir y sumergir la mirada hacia el ´mundo de Dios´.” Mensaje de Juan Pablo II (25-IV-87.) El Rosario nos ayuda a ver a Jesús con los ojos de María y a guardar sus enseñanzas en nuestro corazón.

El Rosario es de carácter netamente evangélico. Es del Evangelio de donde el Rosario extrae el enunciado de los misterios y sus fórmulas principales. Es en el Evangelio donde se inspira para sugerir, motivado por el gozoso saludo del Ángel y del religioso consentimiento de la Virgen, la actitud con que el fiel debe recitarlo; toma del Evangelio, y mientras se suceden armoniosamente las Ave Marías, presenta un misterio fundamental -la encarnación del Verbo- contemplado en el momento decisivo del anuncio hecho a María. El Rosario es pues una oración evangélica… El Rosario es una meditación ordenada de los eventos salvíficos realizados en Cristo. Su división en tres partes (nacimiento, pasión y resurrección) refleja el anuncio primitivo de la fe, y del misterio de Cristo: humillación, muerte y exaltación. Lee: Filipenses 2,6-11 y “Marialis Cultus” 44-45.

El Rosario no es decir palabras sin sentido, sino que es una meditación de los misterios de Nuestro Señor.

Fuente catolicoshispanos.com y otras.

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La Oración en la Iglesia Católica

El en tiempo de la Iglesia se desarrolló la actual oración católica, de la que da cuenta el Catecismo de la Iglesia Católica.

2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, «reunidos en un mismo lugar» (Hch 2, 1), que lo esperaban «perseverando en la oración con un mismo espíritu» (Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la formará en la vida de oración.

2624 En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes «acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2, 42). Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía.

2625 Estas oraciones son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en las Escrituras, pero las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir de su cumplimient o en Cristo (cf Lc 24, 27. 44). El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales. Las formas de la oración, tal como las revelan las Escrituras apostólicas canónicas, siguen siendo normativas para la oración cristiana.

I La bendición y la adoración

2626 La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de toda bendición.

2627 Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien sube llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende del Padre (es él quien nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).

2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humill ar el espíritu ante el «Rey de la gloria» (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios «siempre mayor» (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.

II La oración de petición

2629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso «luchar en la oración» (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia El.

2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el Antiguo. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que S. Pablo llama el gemido: el de la creación «que sufre dolores de parto» (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera «del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza» (Rm 8, 23-24), y, por último, los «gemidos inefables» del propio Espíritu Santo que «viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene» (Rm 8, 26).

2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: «ten compasión de mí que soy pecador»: Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces «cuanto pidamos lo recibimos de El» (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.

2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.

2633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).

III La oración de intercesión

2634 La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. El es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz de «salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Hb 7, 25). El propio Espíritu Santo «intercede por nosotros… y su intercesión a favor de los santos es según Dios» (Rm 8, 26-27).

2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca «no su propio interés sino el de los demás» (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).

2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: «por todos los hombres, por todos los constituídos en autoridad» (1 Tm 2, 1), por los perseguidores (cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf Rm 10, 1).

IV La oración de acción de gracias

2637 La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.

2638 Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ella. «En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros» (1 Ts 5, 18). «Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias» (Col 4, 2).

V La oración de alabanza

2639 La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: «un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros» (1 Co 8, 6).

2640 San Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio la admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo, y las subraya también respecto a las acciones del Espíritu Santo que son los hechos de los apóstoles : la comunidad de Jerusalén (cf Hch 2, 47), el tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9), la muchedumbre que glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de Pisidia que «se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor» (Hch 13, 48).

2641 «Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor» (Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores inspirados del Nuevo Testamento, las primeras comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del Espíritu, componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha (cf Flp 2, 6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De esta «maravilla» de toda la Economía de la salvación brota la doxología, la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25).

2642 La revelación «de lo que ha de suceder pronto», el Apocalip sis, está sostenida por los cánticos de la liturgia celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la intercesión de los «testigos» (mártires: Ap 6, 10). Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al «Padre de las luces de quien desciende todo don excelente» (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza.

2643 La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la «ofrenda pura» de todo el Cuerpo de Cristo «a la gloria de su Nombre» (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, «el sacrificio de alabanza».

 

LA TRADICIÓN DE LA ORACIÓN

2650. La oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario querer orar. No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la oración: es necesario también aprender a orar. Pues bien, por una transmisión viva (la santa Tradición), el Espíritu Santo, en la «Iglesia creyente y orante» (DV 8), enseña a orar a los hijos de Dios.

2651 La tradición de la oración cristiana es una de las formas de crecimiento de la Tradición de la fe, en particular mediante la contemplación y la reflexión de los creyentes que conservan en su corazón los acontecimientos y las palabras de la Economía de la salvación, y por la penetración profunda en las realidades espirituales de las que adquieren experiencia (cf DV 8).

 

LAS FUENTES DE LA ORACIÓN

2652 El Espíritu Santo es el «agua viva» que, en el corazón orante, «brota para vida eterna» (Jn 4, 14). El es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo.

La Palabra de Dios

2653 La Iglesia «recomienda insistentemente todos sus fieles… la lectura asidua de la Escritura para que adquieran ‘la ciencia suprema de Jesucristo’ (Flp 3,8)… Recuerden que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues ‘a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras’ (San Ambrosio, off. 1, 88)» (DV 25).

2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: «Buscad leyendo, y encontraréis meditando ; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación» (cf El Cartujano, scala: PL 184, 476C).

La Liturgia de la Iglesia

2655 La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de su celebración. Incluso cuando la oración se vive «en lo secreto» (Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf IGLH 9).

Las virtudes teologales

2656 Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.

2657 El Espíritu Santo nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno de Cristo, nos educa para orar en la esperanza. Inversamente, la oración de la Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos muy particularmente, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar nuestra esperanza en Dios: «En el Señor puse toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor» (Sal 40, 2). «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15, 13).

2658 «La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). La oración, formada en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos permite responder amando como El nos ha amado. El amor es la fuente de la oración: quien saca el agua de ella, alcanza la cumbre de la oración:

Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente… Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro (S. Juan María Bautista Vianney, oración).

«Hoy»

2659 Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la de la Providencia (cf. Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: «¡Ojalá oyerais hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón» (Sal 95, 7-8).

2660 Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los «pequeños», a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante amasar con la oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser esa levadura con la que el Señor compara el Reino (cf Lc 13, 20-21).

 

EL CAMINO DE LA ORACIÓN

2663 En la tradición viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles, según el contexto histórico, social y cultural, el lenguaje de su oración: palabras, melodías, gestos, iconografía. Corresponde al magisterio (cf. DV 10) discernir la fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe apostólica y compete a los pastores y catequistas explicar el sentido de ello, con relación siempre a Jesucristo.

La oración al Padre

2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos «en el Nombre» de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre.

La oración a Jesús

2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres…

2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: «Jesús», «YHVH salva» (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir «Jesús» es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).

2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación: «Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de nosotros, pecadores!» Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador.

2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en «palabrerías» (Mt 6, 7), sino que «conserva la Palabra y fructifica con perseverancia» (cf Lc 8, 15). Es posible «en todo tiempo» porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.

2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió.

«Ven, Espíritu Santo»

2670 «Nadie puede decir: ‘¡Jesús es Señor!’ sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.

Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 28).

2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: «Ven, Espíritu Santo», y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).

Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).

2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.

En comunión con la Santa Madre de Dios

2673 En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga en la Iglesia con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).

2674 Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, «que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias» (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de él: María «muestra el Camino» [«Hodoghitria»], ella es su «signo», según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.

2675 A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno «engrandece» al Señor por las «maravillas» que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.

2676 Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María:

«Dios te salve, María [Alégrate, María]». La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)

«Llena de gracia, el Señor es contigo»: Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia. «Alégrate… Hija de Jerusalén… el Señor está en medio de ti» (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es «la morada de Dios entre los hombres» (Ap 21, 3). «Llena de gracia», se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.

«Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús». Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. «Llena del Espíritu Santo» (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): «Bienaventurada la que ha creído… » (Lc 1, 45): María es «bendita entre todas las mujeres» porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las «naciones de la tierra» (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.

2677 «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros… « Con Isabel, nos maravillamos y decimos: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para nosotros como oró para sí misma: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: «Hágase tu voluntad».

«Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la «Madre de la Misericordia», a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos «ahora», en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, «la hora de nuestra muerte». Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.

2678 La piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma litánica del Acathistós y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokia, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la misma.

2679 María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le está unida en la esperanza (cf LG 68-69).

 

MAESTROS Y LUGARES DE ORACIÓN

Una pléyade de testigos

2683 Los testigos que nos han precedido en el Reino (cf Hb 12, 1), especialmente los que la Iglesia reconoce como «santos», participan en la tradición viva de la oración, por el modelo de su vida, por la transmisión de sus escritos y por su oración actual. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar «en la alegría» de su Señor, han sido «constituidos sobre lo mucho» (cf Mt 25, 21). Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

2684 En la comunión de los santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de la historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del amor de Dios hacia los hombres, por ejemplo el «espíritu» de Elías a Eliseo (cf 2 R 2, 9) y a Juan Bautista (cf Lc 1, 17), ha podido transmitirse para que unos discípulos tengan parte en ese espíritu (cf PC 2). En la confluencia de corrientes litúrgicas y teológicas se encuentra también una espiritualidad que muestra cómo el espíritu de oración incultura la fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan la pura y única Luz del Espíritu Santo.

«El Espíritu es verdaderamente el lugar de los santos, y el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado su templo» (San Basilio, Spir. 26, 62).

Servidores de la oración

2685 La familia cristiana es el primer lugar de la educación en la oración. Fundada en el sacramento del matrimonio, es la «Iglesia doméstica» donde los hijos de Dios aprenden a orar «en Iglesia» y a perseverar en la oración. Particularmente para los niños pequeños, la oración diaria familiar es el primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada pacientemente por el Espíritu Santo.

2686 Los ministros ordenados son también responsables de la formación en la oración de sus hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido ordenados para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la oración: la Palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las situaciones concretas (cf PO 4-6).

2687 Muchos religiosos han consagrado y consagran toda su vida a la oración. Desde el desierto de Egipto, eremitas, monjes y monjas han dedicado su tiempo a la alabanza de Dio s y a la intercesión por su pueblo. La vida consagrada no se mantiene ni se propaga sin la oración; es una de las fuentes vivas de la contemplación y de la vida espiritual en la Iglesia.

2688 La catequesis de niños, jóvenes y adultos, está orientada a que la Palabra de Dios se medite en la oración personal, se actualice en la oración litúrgica, y se interiorice en todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva. La catequesis es también el momento en que se puede purificar y educar la piedad popular (cf. CT 54). La memorización de las oraciones fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante hacer gustar su sentido (cf CT 55).

2689 Grupos de oración, es decir, «escuelas de oración», son hoy uno de los signos y uno de los acicates de la renovación de la oración en la Iglesia, a condición de beber en las auténticas fuentes de la oración cristiana. La salvaguarda de la comunión es señal de la verdadera oración en la Iglesia.

2690 El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración (dirección espiritual). Aquellos y aquellas que han sido dotados de tales dones son verdaderos servidores de la Tradición viva de la oración:

Por eso, el alma que quiere avanzar en la perfección, según el consejo de San Juan de la Cruz, debe «considerar bien entre qué manos se pone porque tal sea el maestro, tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo». Y añade: «No sólo el director debe ser sabio y prudente sino también experimentado… Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las comprenderá» (Llama estrofa 3).

Lugares favorables para la oración

2691 La iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración:

— para la oración personal, el lugar favorable puede ser un «rincón de oración», con las Sagradas Escrituras e imágenes, para estar » en lo secreto» ante nuestro Padre (cf Mt 6, 6). En una familia cristiana este tipo de pequeño oratorio favorece la oración en común.

— en las regiones en que existen monasterios, una vocación de estas comunidades es favorecer la participación de los fieles en la Oración de las Horas y permitir la soledad necesaria para una oració n personal más intensa (cf PC 7).

— las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo. Son tradicionalmente tiempos fuertes de renovación de la oración. Los santuarios son, para los peregrinos en busca de fuentes vivas, lugares excepcionales para vivir «en Iglesia» las formas de la oración cristiana.

 

LA VIDA DE ORACIÓN

2697 La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 1, 4). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.

2698 La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos.

2699 El Señor conduce a cada persona por los caminos de la vida y de la manera que él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.

 

LAS EXPRESIONES DE LA ORACIÓN

I La oración vocal

2700 Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. «Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas» (San Juan Crisóstomo, ecl. 2).

2701 La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el «Padre Nuestro». Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios nos lo presentan elevando la voz para expresar su oración personal, desde la bendición exultante del Padre (cf Mt 11, 25-26), hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc 14, 36).

2702 Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos. Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el poder posible.

2703 Esta necesidad responde también a una exigencia divina. Dios busca adoradores en espíritu y en verdad, y, por consiguiente, la oración que sube viva desde las profundidades del alma. También reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a la oración interior, esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto al que Dios tiene derecho.

2704 La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquél «a quien hablamos» (Santa Teresa de Jesús, cam. 26). Entonces la oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa.

II La meditación

2705 La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el por qué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente, se hace con la ayuda de un libro, que a los cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales, obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la historia, la página del «hoy» de Dios.

2706 Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí, se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: «Señor, ¿qué quieres que haga?».

2707 Los métodos de meditación son tan diversos como los maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.

2708 La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar «los misterios de Cristo», como en la «lectio divina» o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El.

III La oración de contemplación

2709 ¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: «no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (vida 8).

La contemplación busca al «amado de mi alma» (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de él y vivir en él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor.

2710 La elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende de una voluntad decidida reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe.

2711 La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: «recoger» el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquél que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar.

2712 La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía (cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10). Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amante del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado.

2713 Así, la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, «a su semejanza».

2714 La contemplación es también el tiempo fuerte por excelencia de la oración. En ella, el Padre nos concede «que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor» (Ef 3, 16-17).

2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. «Yo le miro y él me mira», decía, en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a El es renuncia a «mí». Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el «conocimiento interno del Señor» para más amarle y seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).

2716 La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el «sí» del Hijo hecho siervo y en el «fiat» de su humilde esclava.

2717 La contemplación es silencio, este «símbolo del mundo venidero» (San Isaac de Nínive, tract. myst. 66) o «amor silencioso» (San Juan de la Cruz). Las palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre «exterior», el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús.

2718 La contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea manifestado por medio de la caridad en acto.

2719 La contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro. Son tres tiempos fuertes de la Hora de Jesús que su Espíritu (y no la «carne que es débil») hace vivir en la contemplación. Es necesario consentir en «velar una hora con él» (cf Mt 26, 40).

 

EL COMBATE DE LA ORACIÓN

2725 La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con El nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El «combate espiritual» de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.

I Las objeciones a la oración

2726 En el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.

2727 También tenemos que hacer frente a mentalidades de «este mundo» que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es «amor de la Belleza absoluta» (philocalia), y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).

2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos «muchos bienes» (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad, herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración… La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.

 

II Necesidad de la humilde vigilancia

Frente a las dificultades de la oración

2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquel al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).

2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al último día y al «hoy». El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: «Dice de ti mi corazón: busca su rostro» (Sal 27, 8).

2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. «El grano de trigo, si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).

Frente a las tentaciones en la oración

2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes.

2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. «El espíritu está pronto pero la carne es débil» (Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.

III La confianza filial

2734 La confianza filial se prueba en la tribulación (cf. Rm 5, 3-5), particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás. Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es escuchada o «eficaz».

Queja por la oración no escuchada

2735 He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?

2736 ¿Estamos convencidos de que «nosotros no sabemos pedir como conviene» (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los «bienes convenientes»? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8) pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).

2737 «No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones» (St 4, 2-3; cf. todo el contexto St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, «adúltero» (St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque él quiere nuestro bien, nuestra vida. «¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que El ha hecho habitar en nosotros» (St 4,5)? Nuestro Dios está «celoso» de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:

No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es él quien quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer con él en oración (Evagrio, or. 34). El quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos (San Agustín, ep. 130, 8, 17).

La oración es eficaz

2738 La revelación de la oración en la economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres.

2739 En San Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición.

2740 La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. El es su modelo. El ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?.

2741 Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.

IV Perseverar en el amor

2742 «Orad constantemente» (1 Ts 5, 17), «dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5, 20), «siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos» (Ef 6, 18).»No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar» (Evagrio, cap. pract. 49). Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe, luminosas y vivificantes:

2743 Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está «con nosotros, todos los días» (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:

Es posible, incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina (San Juan Crisóstomo, ecl.2).

2744 Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser «vida nuestra», si nuestro corazón está lejos de él?

Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Anna 4, 5).

Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (San Alfonso María de Ligorio, mez.).

2745 Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. «Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15, 16-17).

Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua (Orígenes, or. 12).

V La oración de la hora de Jesús

2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida «una vez por todas», permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la «hora de Jesús» sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.

2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración «sacerdotal» de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su «paso» [pascua] hacia el Padre donde él es «consagrado» enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).

2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está «recapitulado» en El (cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la unidad.

2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la «hora de Jesús» llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha.

2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que él nos enseña: «Padre Nuestro». La oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).

2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el «conocimiento» indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la vida de oración.

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La Oración Judeo Cristiana de la Biblia

La oración es el centro de la tradición judeo-cristiana. Veamos lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la tradición de la oración a partir de la Biblia.

2558 «Este es el Misterio de la fe». La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles (Primera Parte del Catecismo) y lo celebra en la Liturgia sacramental (Segunda Parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (Tercera Parte). Por tanto, este Misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración.

 

¿QUÉ ES LA ORACIÓN?

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, ms autob. C 25r).

La oración como don de Dios

2559 «La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes»(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde «lo más profundo» (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. «Nosotros no sabemos pedir como conviene»(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).

2560 «Si conocieras el don de Dios»(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (cf San Agustín, quaest. 64, 4).

2561 «Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva» (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: «A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas» (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).

La oración como Alianza

2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana.

2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo «me adentro»). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.

2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.

La oración como Comunión

2565 En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La gracia del Reino es «la unión de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero» (San Gregorio Nac., or. 16, 9). Así, la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con El. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21).

 

LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN

La llamada universal a la oración

2566 El hombre busca a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser desde la nada a la existencia. «Coronado de gloria y esplendor» (Sal 8, 6), el hombre es, después de los ángeles, capaz de reconocer «¡qué glorioso es el Nombre del Señor por toda la tierra!» (Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el deseo de Aquél que le llama a la existencia. Todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf Hch. 17, 27).

2567 Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a s u Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, el caminar del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación.

 

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

2568 La revelación de la oración en el Antiguo Testamento se inscribe entre la caída y la elevación del hombre, entre la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos: «¿Dónde estás?… ¿Por qué lo has hecho?» (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al entrar en el mundo: «He aquí que vengo… a hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con la historia de los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos de la historia.

La creación, fuente de la oración

2569 La oración se vive primeramente a partir de las realidades de la creación. Los nueve primeros capítulos del Génesis describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de los primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4), como invocación del nombre divino por Enós (cf Gn 4, 26), como «marcha con Dios» (Gn 5, 24). La ofrenda de Noé es «agradable» a Dios que le bendice y, a través de él, bendice a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es justo e íntegro; él también «marcha con Dios» (Gn 6, 9). Una muchedumbre de hombres pertenecientes a todas las religiones siempre han vivido esta característica de la oración.

En su alianza indefectible con todos los seres vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios llama siempre a los hombres a orar. Pero, en el Antiguo Testamento, la oración se revela sobre todo a partir de nuestro padre Abraham.

La Promesa y la oración de la fe

2570 Cuando Dios le llama, Abraham parte «como se lo había dicho el Señor» (Gn 12, 4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en la fidelidad a Dios.

2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).

2572 Como última purificación de su fe, se le pide al «que había recibido las promesas» (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: «Dios proveerá el cordero para el holocausto» (Gn 22, 8), «pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos» (Hb 11, 19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).

2573 Dios renueva su promesa a Jacob, cabeza de las doce tribus de Israel (cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con «alguien» misterioso que rehúsa revelar su nombre pero que le bendice antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).

Moisés y la oración del mediador

2574 Cuando comienza a realizarse la promesa (Pascua, Exodo, entrega de la Ley y conclusión de la Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de intercesión que tiene su cumplimiento en «el único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo-Jesús» (1 Tm 2, 5).

2575 También aquí, Dios interviene, el primero. Llama a Moisés desde la zarza ardiendo (cf Ex 3, 1-10). Este acontecimiento quedará como una de las figuras principales de la oración en la tradición espiritual judía y cristiana. En efecto, si «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» llama a su servidor Moisés es que él es el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. El se revela para salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres: llama a Moisés para enviarlo, para asociarlo a su compasión, a su obra de salvación. Hay como una imploración divina en esta misión, y Moisés, después de debatirse, acomodará su voluntad a la de Dios salvador. Pero en este diálogo en el que Dios se confía, Moisés aprende también a orar: se humilla, objeta, y sobre todo pide y, en respuesta a su petición, el Señor le confía su Nombre inefable que se revelará en sus grandes gestas.

2576 Pues bien, «Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Ex 33, 11). La oración de Moisés es típica de la oración contemplativa gracias a la cual el servidor de Dios es fiel a su misión. Moisés «habla» con Dios frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la montaña para escucharle e implorarle, bajando hacia el pueblo para transmitirle las palabras de su Dios y guiarlo. «El es de toda confianza en mi casa; boca a boca hablo con él, abiertamente» (Nm 12, 7-8), porque «Moisés era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la haz de la tierra» (Nm 12, 3).

2577 De esta intimidad con el Dios fiel, tardo a la cólera y rico en amor (cf Ex 34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de Myriam (cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo cuando «se mantiene en la brecha» ante Dios (Sal 106, 23) para salvar al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión es también un combate misterioso) inspirarán la audacia de los grandes orantes tanto del pueblo judío como de la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.

David y la oración del rey

2578 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo – pastores y profetas – son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo «estar ante el Señor» (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo escuchar Su Palabra: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (cf 1 S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la intercesión: «Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto» (1 S 12, 23).

2579 David es, por excelencia, el rey «según el corazón de Dios», el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre, aquél cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-29), confianza amante y alegre en aquél que es el único Rey y Señor. En los Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David, revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.

2580 El Templo de Jerusalén, la casa de oración que David quería construir, será la obra de su hijo, Salomón. La oración de la Dedicación del Templo (cf 1 R 8, 10-61) se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey eleva entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por entero a El.

Elías, los profetas y la conversión del corazón

2581 Para el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el incienso, los panes de «la proposición», todos estos signos de la Santidad y de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y caminos de la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la fe, la conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y después del Destierro.

2582 Elías es el padre de los profetas, «de la raza de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz» (Sal 24, 6). Su nombre, «El Señor es mi Dios», anuncia el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el Monte Carmelo (cf 1 R 18, 39). Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: «La oración ferviente del justo tiene mucho poder» (St 5, 16b-18).

2583 Después de haber aprendido la misericordia en su retirada al torrente de Kérit, aprende junto a la viuda de Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda (cf 1 R 17, 7-24).

En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del pueblo de Dios, el fuego del Señor es la respuesta a su súplica de que se consume el holocausto «a la hora de la ofrenda de la tarde»: «¡Respóndeme, Señor, respóndeme!» son las palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias orientales en la epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).

Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se recoge como Moisés «en la hendidura de la roca» hasta que «pasa» la presencia misteriosa de Dios (cf 1 R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente en el monte de la Transfiguración se dará a conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de la Gloria de Dios está en la rostro de Cristo crucificado y resucitado (cf 2 Co 4, 6).

2584 En el «cara a cara» con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7, 2. 5; Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).

Los Salmos, oración de la Asamblea

2585 Desde David hasta la venida del Mesías, las Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el sentido profundo de la oración para sí mismo y para los demás (cf Esd 9, 6-15; Ne 1, 4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos fueron reunidos poco a poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos (o «alabanzas»), son la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento.

2586 Los Salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas en Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración es indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que oran y a todos los hombres; asciende desde la Tierra santa y desde las comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los Salmos, usados por Cristo en su oración y que en él encuentran su cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia (cf IGLH 100-109).

2587 El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. En los demás libros del Antiguo Testamento «las palabras proclaman las obras» (de Dios por los hombres) «y explican su misterio» (DV 2). En el salterio, las palabras del salmista expresan, cantándolas para Dios, sus obras de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de enseñarnos a orar.

2588 Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se encarnan a la vez en la liturgia del templo y en el corazón del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una oración de desamparo o de acción de gracias, de súplica individual o comunitaria, de canto real o de peregrinación o de meditación sapiencial, los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la historia de su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el salmista. Un salmo puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que se puede rezar verdaderamente por los hombres de toda condición y de todo tiempo.

2589 Hay unos rasgos constantes en los Salmos: la simplicidad y la espontaneidad de la oración, el deseo de Dios mismo a través de su creación, y con todo lo que hay de bueno en ella, la situación incómoda del creyente que, en su amor preferente por el Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos y de tentaciones; y que, en la espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la certeza del amor de Dios, y la entrega a la voluntad divina. La oración de los salmos está siempre orientada a la alabanza; por lo cual, corresponde bien al conjunto de los salmos el título de «Las Alabanzas». Reunidos los Salmos en función del culto de la Asamblea, son invitación a la oración y respuesta a la misma: «Hallelu-Ya!» (Aleluya), «¡Alabad al Señor!»

¿Qué hay mejor que un Salmo? Por eso, David dice muy bien: «¡Alabad al Señor, porque es bueno salmodiar: a nuestro Dios alabanza dulce y bella!». Y es verdad. Porque el salmo es bendición pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea, aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz de la Iglesia, melodiosa profesión de fe (San Ambrosio, Sal. 1, 9).

 

EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

2598 El drama de la oración se nos revela plenamente en el Verbo que se ha hecho carne y que habita entre nosotros. Intentar comprender su oración, a través de lo que sus testigos nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos al Santo Señor Jesús como a la Zarza ardiendo: primero contemplando a él mismo en oración y después escuchando cómo nos enseña a orar, para conocer finalmente cómo acoge nuestra plegaria.

Jesús ora

2599 El Hijo de Dios hecho hombre también aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. El aprende de su madre las fórmulas de oración; de ella, que conservaba toas las «maravillas » del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: «Yo debía estar en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con y para los hombres.

2600 El Evangelio según San Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de él en su Bautismo (cf Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar cumplimiento con su Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22, 41-44); ora también ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12), antes de que Pedro lo confiese como «el Cristo de Dios» (Lc 9, 18-20) y para que la fe del príncipe de los Apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre.

2601 «Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: `Maestro, enséñanos a orar'» (Lc 11, 1). Es, sobre todo, al contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar. Entonces, puede aprender del Maestro de la oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre.

2602 Jesús se aparta con frecuencia a la soledad en la montaña, con preferencia por la noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha «asumido la carne», comparte en su oración humana todo lo que viven «sus hermanos» (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su oración «en lo secreto».

2603 Los evangelistas han conservado dos oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de el las comienza precisamente con la acción de gracias. En la primera (cf Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y los ha revelado a los «pequeños» (los pobres de las Bienaventuranzas). Su conmovedor «¡Sí, Padre!» expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el «Fiat» de Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al «misterio de la voluntad» del Padre (Ef 1, 9).

2604 La segunda oración es narrada por San Juan (cf Jn 11, 41-42) en el pasaje de la resurrección de Lázaro. La acción de gracias precede al acontecimiento: «Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado», lo que implica que el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a continuación: «Yo sabía bien que tú siempre me escuchas», lo que implica que Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que la petición sea otorgada, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don otorgado, es el «tesoro», y en El está el corazón de su Hijo; el don se otorga como «por añadidura» (cf Mt 6, 21. 33).

La oración «sacerdotal» de Jesús (cf. Jn 17) ocupa un lugar único en la Economía de la salvación. (Su explicación se hace al final de esta primera sección) Esta oración, en efecto, muestra el carácter permanente de la plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y al mismo tiempo contiene lo que Jesús nos enseña en la oración del Padrenuestro (la cual se explica en la sección segunda).

2605 Cuando llega la hora de realizar el plan amoroso del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria filial, no solo antes de entregarse libremente («Abbá …no mi voluntad, sino la tuya»: Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34); «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 24,43); «Mujer, ahí tienes a tu Hijo» – «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27); «Tengo sed» (Jn 19, 28); «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34; cf Sal 22, 2); «Todo está cumplido» (Jn 19, 30); «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23, 46), hasta ese «fuerte grito» cuando expira entregando el espíritu (cf Mc 15, 37; Jn 19, 30b).

2606 Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía de la creación y de la salvación. El salterio nos da la clave para su comprensión en Cristo. Es en el «hoy» de la Resurrección cuando dice el Padre: «Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra» (Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33).

La carta a los Hebreos expresa en términos dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la victoria de la salvación: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (Hb 5, 7-9).

Jesús enseña a orar

2607 Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su oración a su Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo. Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.

2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en la conversión del corazón: la reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al Padre «en lo secreto» (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión está toda ella polarizada hacia el Padre, es filial.

2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede pedirnos que «busquemos» y que «llamemos» porque él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).

2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, «todo es posible para quien cree» (Mc 9, 23), con una fe «que no duda» (Mt 21, 22). Tanto como Jesús se entristece por la «falta de fe» de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la «poca fe» de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira ante la «gran fe» del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea (cf Mt 15, 28).

2611 La oración de fe no consiste solamente en decir «Señor, Señor», sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).

2612 En Jesús «el Reino de Dios está próximo», llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a aquél que «es y que viene», en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lc 22, 40. 46).

2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:

La primera, «el amigo importuno» (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: «Llamad y se os abrirá». Al que ora así, el Padre del cielo «le dará todo lo que necesite», y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.

La segunda, «la viuda importuna» (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?»

La tercera parábola, «el fariseo y el publicano» (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. «Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador». La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: «¡Kyrie eleison!».

2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es «pedir en su Nombre» (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14, 13-14).

2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es «otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad» (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en El: «Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto» (Jn 16, 24).

Jesús escucha la oración

2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9, 27) o «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: «¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!» Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: «Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!».

San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: «Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis» («Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros», Sal 85, 1; cf IGLH 7).

La oración de la Virgen María

2617 La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la concepción de Cristo (cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch 1, 14). En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho «llena de gracia» responde con la ofrenda de todo su ser: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro.

2618 El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera «madre de los que viven».

2619 Por eso, el cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el «Magnificat» latino, el «Megalynei» bizantino) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los «pobres» cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres «en favor de Abraham y su descendencia, para siempre».

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La Oración del Señor: el Padre Nuestro

El Padre Nuestro es la oración que enseñó Jesús y que los católicos de todo el mundo repiten. Esto nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el Padre Nuestro.

2759 «Estando él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ‘Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.'» (Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una versión más desarrollada (con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13). la tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

2760 Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: «Tuyo es el poder y la gloria por siempre». Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1) añaden en el comienzo: «el reino»‘: y ésta la fórmula actual para la oración ecuménica. La tradición bizantina añade después un gloria al «Padre, Hijo y Espíritu Santo». El misal romano desarrolla la última petición (Embolismo: «líbranos del mal») en la perspectiva explícita de «aguardando la feliz esperanza» (Tt 2, 13) y «la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo»; después se hace la aclamación de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las Constituciones apostólicas.

 

«RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO»

2761 «La oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano, or. 1). «Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: ‘Pedid y se os dará’ (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental» (Tertuliano, or. 10).

I Corazón de las Sagradas Escrituras

2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San Agustín concluye:

Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical (ep. 130, 12, 22).

2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta «Buena Nueva». Su primer anuncio está resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor:

La oración dominical es la más perfecta de las oraciones… En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).

2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.

II «La oración del Señor»

2765 La expresión tradicional «Oración dominical» [es decir, «oración del Señor»] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es «del Señor». Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.

2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros «espíritu y vida» (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre «ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ‘¡Abbá, Padre!'» (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también «el que escruta los corazones», el Padre, quien «conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios» (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.

III Oración de la Iglesia

2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor «tres veces al día» (Didaché 8, 3), en lugar de las «Dieciocho bendiciones» de la piedad judía.

2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada esencialmente en la oración litúrgica.

El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él no dice «Padre mío» que estás en el cielo, sino «Padre nuestro», a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).

En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la iniciación cristiana:

2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega [«traditio»] de la Oración del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, «los que son engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo» (1 P 1, 23) aprenden a invocar a su Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los «neófitos» el que ora y obtiene misericordia (cf 1 P 2, 1-10).

2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula por una parte todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.

2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los «últimos tiempos», tiempos de salvaci ón que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado.

2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual «aún no se ha manifestado lo que seremos» (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están orientados hacia la venida del Señor, «¡hasta que venga!» (1 Co. 11, 26).

 

«PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO»

I Acercarse a Él con toda confianza

2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: «Atrevernos con toda confianza», «Haznos dignos de». Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: «No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies» (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que «después de llevar a cabo la purificación de los pecados» (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: «Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio» (Hb 2, 13):

La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: ‘Abbá, Padre’ (Rm 8, 15) … ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto? (San Pedro Crisólogo, serm. 71).

2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: «parrhesia», simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).

II «¡Padre!»

2779 Antes de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes falsas de «este mundo». La humildad nos hace reconocer que «nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar», es decir «a los pequeños» (Mt 11, 25-27). La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado. Transferir a él, o contra él, nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o demoler. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal como el Hijo nos lo ha revelado:

La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre (Tertuliano, or. 3).

2780 Podemos invocar a Dios como «Padre» porque él nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).

2781 Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El y con su Hijo, Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como «Padre», Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en él y por haber sido habitados por su presencia.

2782 Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida al adoptarnos como hijos suyos en su Hijo único: por el Bautismo nos incorpora al Cuerpo de su Cristo, y, por la Unción de su Espíritu que se derrama desde la Cabeza a los miembros, hace de nosotros «cristos»:

Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en adelante, como participantes de Cristo, sois llamados «cristos» con justa causa. (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).

El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero: «¡Padre!», porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom. orat. 9).

2783 Así pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros mismos al mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):

Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo… Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre nuestro… Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).

2784 Este don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión continua y una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales:

El deseo y la voluntad de asemejarnos a él. Creados a su imagen, la semejanza se nos ha dado por gracia y tenemos que responder a ella.

Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios ‘Padre nuestro’, de que debemos comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano, Dom. orat. 11).

No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la señal de la bondad del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).

Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).

2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf Mt 18, 3); porque es a «los pequeños» a los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):

Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre, muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan Casiano, coll. 9, 18).

Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración, … y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir …¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).

III Padre «nuestro»

2786 Padre «Nuestro» se refiere a Dios. Este adjetivo, por nuestra parte, no expresa una posesión, sino una relación totalmente nueva con Dios.

2787 Cuando decimos Padre «nuestro», reconocemos ante todo que todas sus promesas de amor anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser «su Pueblo» y El es desde ahora en adelante «nuestro Dios». Esta relación nueva es una pertenencia mutua dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que responder «a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo (Jn 1, 17).

2788 Como la Oración del Señor es la de su Pueblo en los «últimos tiempos», ese «nuestro» expresa también la certeza de nuestra esperanza en la última promesa de Dios: en la nueva Jerusalén dirá al vencedor: «Yo seré su Dios y él será mi hijo» (Ap 21, 7).

2789 Al decir Padre «nuestro», es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien nos dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su «fuente y origen», sino confesamos que eternamente el Hijo es engendrado por El y que de El procede el Espíritu Santo. No confundimos de ninguna manera las personas, ya que confesamos que nuestra comunión es con el Padre y su Hijo, Jesucristo, en su único Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo.

2790 Gramaticalmente, «nuestro» califica una realidad común a varios. No hay más que un solo Dios y es reconocido Padre por aquellos que, por la fe en su Hijo único, han renacido de El por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn 3, 5). La Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el Hijo único hecho «el primogénito de una multitud de hermanos» (Rm 8, 29) se encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo Espíritu (cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre «nuestro», la oración de cada bautizado se hace en esta comunión: «La multitud de creyentes no tenía más que un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32).

2791 Por eso, a pesar de las divisiones entre los cristianos, la oración al Padre «nuestro» continúa siendo un bien común y un llamamiento apremiante para todos los bautizados. En comunión con Cristo por la fe y el Bautismo, los cristianos deben participar en la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos (cf UR 8; 22).

2792 Por último, si recitamos en verdad el «Padre Nuestro», salimos del individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo «nuestro» al comienzo de la Oración del Señor, así como el «nosotros» de las cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad (cf Mt 5, 23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre nosotros.

2793 Los bautizados no pueden rezar al Padre «nuestro» sin llevar con ellos ante El todos aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El amor de Dios no tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla (cf. NA 5). Orar a «nuestro» Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para que «estén reunidos en la unidad» (Jn 11, 52). Esta solicitud divina por todos los hombres y por toda la creación ha animado a todos los grandes orantes.

IV «Que estás en el cielo»

2794 Esta expresión bíblica no significa un lugar [«el espacio»] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está «fuera», sino «más allá de todo» lo que acerca de la santidad divina puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito:

Con razón, estas palabras ‘Padre nuestro que estás en el Cielo’ hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquél a quien invoca (San Agustín, serm. Dom. 2, 5. 17).

El «cielo» bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11).

2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra «patria». De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo «ha bajado del cielo», solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).

2796 Cuando la Iglesia ora diciendo «Padre nuestro que estás en el cielo», profesa que somos el Pueblo de Dios «sentado en el cielo, en Cristo Jesús» (Ef 2, 6), «ocultos con Cristo en Dios» (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, «gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial» (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14):

Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).

 

LAS SIETE PETICIONES

2803. Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia El, ofrecen nuestra miseria a su Gracia. «Abismo que llama al abismo» (Sal 42, 8).

2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para El: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no «nos» nombramos, sino que lo que nos mueve es «el deseo ardiente», «el ansia» del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50): «Santificado sea … venga … hágase …»: estas tres súplicas ya han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co 15, 28).

2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo: «danos … perdónanos … no nos dejes … líbranos». La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.

2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, llenos de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un «nosotros» que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.

I Santificado sea tu nombre

2807 El término «santificar» debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en «el benévolo designio que él se propuso de antemano» para que nosotros seamos «santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (cf Ef 1, 9. 4).

2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.

2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta de él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre «a su imagen y semejanza» (Gn 1, 26), Dios «lo corona de gloria» (Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda «privado de la Gloria de Dios» (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre «a la imagen de su Creador» (Col 3, 10).

2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios: «se cubrió de Gloria» (Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí, este pueblo es «suyo» y debe ser una «nación santa» (o consagrada, es la misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre de Dios habita en él.

2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo»), y aunque el Señor «tuvo respeto a su Nombre» y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel y «profanó su Nombre entre las naciones» (cf Ez 20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.

2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que él ss, por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: «Padre santo … por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad» (Jn 17, 19). Jesús nos «manifiesta» el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque «santifica» él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).

2813 En el agua del bautismo, hemos sido «lavados, santificados, justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre «nos llama a la santidad» (1 Ts 4, 7) y como nos viene de él que «estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación» (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.

¿Quién podría santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras ‘Sed santos porque yo soy santo’ (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante… Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en nosotros (San Cipriano, Dom orat. 12).

2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones:

Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad… Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol: ‘el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo, serm. 71).

Cuando decimos «santificado sea tu Nombre», pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre ‘en nosotros’, porque pedimos que lo sea en todos los hombres (Tertuliano, or. 3).

2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es oración nuestra si se hace «en el Nombre» de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: «Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado» (Jn 17, 11).

II Venga a nosotros tu reino

2816 En el Nuevo Testamento, la palabra «basileia» se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:

Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano, Dom. orat. 13).

2817 Esta petición es el «Marana Tha», el grito del Espíritu y de la Esposa: «Ven, Señor Jesús»:

Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: ‘¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?’ (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).

2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor «a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo» (MR, plegaria eucarística IV).

2819 «El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre «la carne» y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):

Solo un corazón puro puede decir con seguridad: ‘¡Venga a nosotros tu Reino!’. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: ‘Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal’ (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: ‘¡Venga tu Reino!’ (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).

2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).

2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).

III Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo

2822 La voluntad de nuestro Padre es «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 3-4). El «usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan» (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que «nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado» (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).

2823 El nos ha dado a «conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano … : hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza … a él por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad» (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.

2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: » He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad» (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: «Yo hago siempre lo que le agrada a él» (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: «No se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús «se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios» (Ga 1, 4). «Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo» (Hb 10, 10).

2825 Jesús, «aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia» (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):

Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes, or. 26).

Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice ‘Que tu voluntad se haga’ en mí o en vosotros ‘sino en toda la tierra’: para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).

2826 Por la oración, podemos «discernir cuál es la voluntad de Dios» (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener «constancia para cumplirla» (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino «haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21).

2827 «Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha» (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido «agradables» al Señor por no haber querido más que su Voluntad:

Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: ‘Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’ por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).

IV Danos hoy nuestro pan de cada día

2828 «Danos»: es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. «Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes «a su tiempo su alimento» (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.

2829 Además, «danos» es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero este «nosotros» lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.

2830 «Nuestro pan». El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:

A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).

2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).

2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.

2833 Se trata de «nuestro» pan, «uno» para «muchos»: La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).

2834 «Ora et labora» (cf. San Benito, reg. 20; 48). «Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros». Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.

2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: «No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para «anunciar el Evangelio a los pobres». Hay hambre sobre la tierra, «mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios» (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).

2836 «Hoy» es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este «hoy» no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:

Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? ‘Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy’ (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr. 5, 26).

2837 «De cada día». La palabra griega, «epiousios», no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de «hoy» (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza «sin reserva». Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: «lo más esencial»], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, «remedio de inmortalidad» (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este «día» es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre «cada día».

La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos… Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).

El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo «mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial» (San Pedro Crisólogo, serm. 71)

V Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, -«perdona nuestras ofensas»- podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es «para la remisión de los pecados». Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: «como».

Perdona nuestras ofensas…

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una «confesión» en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, «tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados» (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero «todo es posible para Dios».

… como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2842 Este «como» no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos ‘como’ es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, ‘como’ vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que ‘como’ yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida «del fondo del corazón», en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es «nuestra Vida» (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente ‘como’ nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano». Allí es, en efecto, en el fondo «del corazón» donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de «pecados» según Lc 11, 4, o de «deudas» según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor» (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):

Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).

VI No nos dejes caer en la tentación

2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos «deje caer» en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa «no permitas entrar en» (cf Mt 26, 41), «no nos dejes sucumbir a la tentación». «Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie» (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate «entre la carne y el Espíritu». Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.

2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una «virtud probada» (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre «ser tentado» y «consentir» en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es «bueno, seductor a la vista, deseable» (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.

Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres … En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).

2848 «No entrar en la tentación» implica una decisión del corazón: «Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón … Nadie puede servir a dos señores» (Mt 6, 21-24). «Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este «dejarnos conducir» por el Espíritu Santo. «No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito» (1 Co 10, 13).

2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es «guarda del corazón», y Jesús pide al Padre que «nos guarde en su Nombre» (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. «Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela» (Ap 16, 15).

VII Y Líbranos del mal

2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el «nosotros», en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en «comunión con los santos» (cf RP 16).

2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El «diablo» [«dia-bolos»] es aquél que «se atraviesa» en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.

2852 «Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44), «Satanás, el seductor del mundo entero» (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será «liberada del pecado y de la muerte» (MR, Plegaria Eucarística IV). «Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno» (1 Jn 5, 18-19):

El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al Demonio. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).

2853 La victoria sobre el «príncipe de este mundo» (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está «echado abajo» (Jn 12, 31; Ap 12, 11). «El se lanza en persecución de la Mujer» (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, «llena de gracia» del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). «Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos» (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.

2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que «tiene las llaves de la Muerte y del Hades» (Ap 1,18), «el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que ha de venir» (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):

Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).

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. Como se hace una buena oración

En verdad, en verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá. Tal es la bella promesa que nos ha hecho Jesucristo. Dice que nos concederá todo cuanto le pidamos, pero debemos entender que con la condición de que recemos con las debidas disposiciones. Ya lo dijo el apóstol Santiago: Si pedís y no alcanzáis lo que pedís. es porque pedís malamente.

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