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Dedicación de la Basílica Santa Maria della Salute de Venecia, Italia ( 21 de noviembre)

Santa María Della Salute es una impresionante basílica a la entrada del Gran Canal de Venecia.

Su construcción data de la promesa que hizo el Gran Patriarca de Venecia:

“prometo solemnemente erigir en esta Ciudad una Iglesia y dedicársela a la Virgen Santísima, llamándola SANTA MARIA DELLA SALUTE…” en homenaje al cese de la peste que había provocado en Venecia 80 mil muertos y 600 mil en el territorio de La Serenísima…

Vista de lejos
Vista de lejos

Santa Maria della Salute (Santa María de la Salud) es una basílica de Venecia, que se alza cerca de la Punta della Dogana (Punta de la Aduana). Se construyó, al igual que la Iglesia del Redentor o la Iglesia de San Rocco, ex voto de los habitantes venecianos, a causa de la peste que en 1630 diezmó la población.

Frente de la Basílica
Frente de la Basílica

La gran iglesia barroca en la entrada del Gran Canal, es una de las más impresionantes obras arquitectónicas de Venecia. Henry James comparó la iglesia con una gran dama en su salón, y se refirió a sus hermosas cúpulas, volutas, contrafuertes y estatuas.

Vista desde el canal
Vista desde el canal

La peste la trajo el conde de Mantua, que fue internado en la isla Lazzaretto Vecchio, pero le bastó entrar en contacto con un carpintero para que la infección se extendiera por toda la ciudad a partir de Campo San Lio.

Detalle de la fachada
Detalle de la fachada

El 22 de marzo de 1630 el patriarca de Venecia, Giovanni Tiepolo, hizo una promesa: “prometo solemnemente erigir en esta Ciudad una Iglesia y dedicársela a la Virgen Santísima, llamándola SANTA MARIA DELLA SALUTE, y que cada año en el día en que esta Ciudad sea declarada libre del presente mal, Su Serenidad y Sus Sucesores irán solemnemente con el Senado a visitar dicha Iglesia en perpetua memoria de la Pública gratitud por tanto beneficio”.

Centro de la Basílica
Centro de la Basílica

El 26 de marzo en la Plaza de San Marcos el dogo Nicolás Contarini, el clero y el pueblo se reunieron para rezar. Cuando la peste terminó habían muerto 80.000 venecianos y venecianas, y 600.000 en el territorio de la Serenísima, desde Brescia hasta Trieste, desde Polesine hasta Belluno. Entre la gente que murió, se encontraban el dogo y el patriarca.

Nave Central
Nave Central

LA CONSTRUCCIÓN

En 1630, a fin de invocar la extinción de la peste que estaba diezmando en un 30 por 100 la población de Venecia, el Senado de la República convocó un concurso público para construir una basílica magnífica y con pompa dedicada a la Virgen.

Detalle del Altar
Detalle del Altar

De los once proyectos que se presentaron, el Senado veneciano no dudó en escoger el de Longhena, que ideó una solución espectacular, imponente y escenográfica, ubicada en la boca del Gran Canal, frente al malecón de San Marco y dentro de una íntima interrelación o secuencia monumental con San Giorgio Maggiore de Palladio y el conjunto monumental y jerárquico de la ciudad de la plaza de San Marco.

Lucernario
Lucernario

Baldassare Longhena comenzó la iglesia el 28 de noviembre de 1631 y trabajó toda su vida; murió sin poderla verla finalizada. Se terminó el 9 de noviembre de 1687, cuando el patriarca Alvuse Sagredi la bendijo.

Fue necesario demoler una antigua iglesia medieval que se encontraba en este mismo lugar para poder construir la basílica de Santa María della Salute e hizo falta introducir 1.156.650 postes en el terreno y ganar una importante área de suelo al mar.

Altar de Maria Asunta
Altar de Maria Asunta

EL INTERIOR DE LA BASILICA

El interior es bastante sobrio, consta de un espacio octogonal debajo de la cúpula hemisférica y seis capillas que salen del ambulatorio. El presbiterio está regido por otra cúpula menor.

El presbiterio y el altar mayor predominan sobre todo lo demás. El espacioso presbiterio abovedado y el grandioso altar mayor cautivan la vista desde la entrada principal. La obra escultórica del altar es de Giusto Le Corte y representa a una Virgen con niño, que simboliza a la Salud que defiende a Venecia de la peste. Proviene de Creta y fue llevada a Venecia por el dogo Francesco Morosini en 1670, cuando hubieron de ceder la isla a los turcos.

Madonna de Sassoferrato
Madonna de Sassoferrato

El edificio se caracteriza, además, por presentar una interpretación fastuosa y hasta pintoresca de algunos motivos palladianos como, por ejemplo, el presbiterio

El sacrificio de Isaac, Titian
El sacrificio de Isaac, Titian

Algunas de las mejores obras, como los frescos del techo Caín y Abel, El Sacrificio de Abraham e Isaac; y David y Goliat de Tiziano, están detrás del altar.

“Estas escenas violentas del Antiguo Testamento fueron pintadas con extremo realismo, el cual se acentúa debido a su visión en perspectiva del observador. Los frescos, que se consideraron poco apropiados en su momento, fueron sin embargo muy admirados e imitados con posterioridad”.

Las Bodas de Caná, Tintoretto
Las Bodas de Caná, Tintoretto

En la sacristía, ala izquierda del altar se contempla el retablo temprano de Tiziano San Marco coronado con los Santos Coste, Damian, Roque y Sebastián ; mientras que frente a la entrada se hala Las bodas de Caná, obra de Tintoretto.

Fiesta de la salute
Fiesta de la salute

LA FESTIVIDAD

Se celebra la festividad de Santa María della Salute muy parecida a la celebridad de “El Redentor“.

La Ultima Cena, Giuseppe Porta
La Ultima Cena, Giuseppe Porta

Cada 21 de noviembre se festeja la “Fiesta della Madonna della Salute”, en la que las gentes atraviesan un puente de barcas, que ocupa la boca del Gran Canal, que va de la Plaza de San Marcos a la Basílica donde se paran a rezar.

El descendimiento de Espiritu Santo, Titian
El descendimiento de Espiritu Santo, Titian

Junto con la “Festa del Redentore” (Fiesta del Redentor), es aún hoy una de las fiestas populares más queridas y participativas de la ciudad.


 

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DEVOCIONES Y ORACIONES Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Oraciones de cada día

Oración para el día de hoy – Semana 16 a 22 de noviembre

TE SIGO, MI REY

Porque me hablas desde el amor y con amor
cuando más te necesito.
Porque, ante la mentira que me confunde,
te muestras con la claridad de la verdad
con la justicia tendida de tu mano
con el cetro de tu autoridad….
el poder de la oración

TE SIGO, MI REY

Porque me hablas desde el amor y con amor
cuando más te necesito.
Porque, ante la mentira que me confunde,
te muestras con la claridad de la verdad
con la justicia tendida de tu mano
con el cetro de tu autoridad.

TE QUIERO, MI REY
Sin violencia, y con paciencia,
esperas mi retorno después de la traición.
Porque, en el palacio donde habitas,
no existe más castigo que el temor de no verte
ni más vacío que mi pereza por no encontrarte.

TE SIGO, MI REY
Nadie sabe gobernar como Tú, Jesús;
tu nacimiento, fue felicidad para el mundo
tus palabras, fueron bálsamo para el pobre
porque tus gestos, hicieron que muchos –por fin-
no se sintieran definitivamente abandonados.

TE QUIERO, MI REY
Porque amaste hasta extenuarte en una cruz
y, como Rey que sirve,
desde ese trono de madera
perdonaste con palabras de misericordia

TE SIGO, MI REY
Porque, como gran Rey, venciste al gran enemigo,
al gran adversario del hombre:
a la muerte, a tu muerte, a nuestra muerte

TE QUIERO, MI REY
Porque, ante tanto desaliento y dudas,
nos animas a formar parte de tu pueblo.
¿Me aceptas, Señor?
Soy mediocre, pero daré la cara por Ti
Tengo pocas fuerzas, pero todas serán tuyas
No estoy acostumbrado a luchar con las armas
que Tú me propones; el amor, el perdón, la mansedumbre,
la humildad, la pobreza de espíritu….
pero sé, mi Rey, que contigo al frente
podré llegar a ser un buen defensor de tu Reino.
Amén.

BUENOS DÍAS

Me siento feliz, Señor, porque sé que me quieres. Me siento feliz, Señor, porque eres mi amigo.
Mi corazón se alegra y te canta lleno de vida. Mi corazón te dice que eres maravilloso.

Tú eres grande Señor, y has hecho cosas maravillosas. Tú eres grande y has llenado el cielo de estrellas.
Tú eres grande y has hecho el mar lleno de fuerza. Tú eres grande y has creado la montaña y el prado.

Te digo: gracias por las flores que alegran la vida. Gracias por la nieve que cubre las montañas.
Gracias por la lluvia y el viento en la noche. Gracias por la luna y el sol que inunda todo.
Yo soy feliz, Señor, con todo lo que vive. Soy feliz viendo correr el caballo en la pradera.
Soy feliz jugando con el cachorro sobre la hierba. Soy feliz soltando una paloma al viento.

Señor, me gusta ver una manada de corderos blancos. Señor, me gusta ver una bandada de gaviotas libres.
Señor, me gusta ver una bandada de peces en el agua limpia. Señor, me gusta ver una manada de lobos corriendo.

Yo soy feliz, Señor, con mis amigos en el juego. Yo soy feliz, Señor, con mis amigos juntos en la tienda.
Yo soy feliz, Señor, con mis amigos escalando la montaña. Yo soy feliz, Señor, con mis amigos, siempre con mis amigos.

Me encanta, Señor, vivir mil aventuras. Me encanta, Señor, explorar y abrir nuevos caminos.
Me encanta, Señor, descubrir la huella oculta. Me encanta, Señor, caminar sin dejar rastro.

TÚ, SEÑOR JESÚS, ERES…EL CENTRO

En el centro de la rueda, Tú Señor, eres el eje
En el centro de la historia, Tú Señor, eres la página central
En el centro de la humanidad, Tú Señor, eres el corazón
En el centro de la Iglesia, Tú Señor, eres su cabeza
En el centro de la vida cristiana, Tú Señor, eres su motor
En el centro de la caridad, Tú Señor, eres su empuje
En el centro del amor, Tú Señor, eres la razón para regalarlo

En el centro de la alegría, Tú Señor, eres la fuente que la ofrece
En el centro de la fortaleza, Tú Señor, eres el secreto que la produce
En el centro de la fe, Tú Señor, eres su razón
En el centro de la Eucaristía, Tu Señor, eres quien la hace real
En el centro de la oración, Tú Señor, eres quien la hace verdadera
En el centro de la verdad, Tú Señor, eres quien la hace buena
En el centro de la humildad, Tú Señor, eres quien no la hace falsa

Tú, Señor, por ser Rey conoces nuestro vivir
De qué madera está construido el hogar de nuestras almas
Por dónde vamos y por qué y por quién nos movemos
Haz, Señor, que –como amigos tuyos-
podamos seguir caminando hacia ese Reino de paz y de justicia
de verdad y de gracia, de alegría y de esperanza
Que, lo comenzamos a levantar y conquistar en la tierra,
pero lo viviremos y disfrutaremos eternamente en el cielo.
¡Entonces cara a cara, sí que te veremos, gran Rey!

INVOCACIÓN A LA CONFIANZA

Ayúdame Señor, a creer que detrás de las nubes está el Sol;
Que los desnudos árboles de otoño volverán a vestirse de hojas, si tengo la paciencia de esperar.

Ayúdame Señor, a comprender que para alcanzar la cima de la montaña hay que atravesar el largo valle.
Que la vela difunde su luz a base de consumirse poco a poco.

Ayúdame, Señor, a desprenderme de las pretendidas seguridades que no puedo tener y que me hacen tan inseguro;
Ayúdame a comprender que mis temores aumentan mi inquietud y mi impaciencia.

Ayúdame Señor, a aceptar mis limitaciones.

Confío en Ti como un niño que se siente seguro en brazos de su madre.
Ayúdame a caminar por donde no puedo ver sabiendo que tú estás ahí conmigo

LA ORACIÓN DE LOS CINCO DEDOS

Podríamos orar todos por cada uno

1. El dedo pulgar es el que está más cerca de tí. Así que comienza orando por aquéllos que están más unidos a tí. Son los más fáciles de recordar. Orar por los que amamos es «una dulce tarea.»

2. El próximo dedo es el índice: Ora por los que enseñan, instruyen y curan. Ellos necesitan apoyo y sabiduría al conducir a otros por la dirección correcta. Manténlos en tus oraciones.

3. El siguiente dedo es el más alto. Nos recuerda a nuestros líderes, a los gobernantes, a quienes tienen autoridad. Ellos necesitan la dirección divina.

4. El próximo dedo es el del anillo. Sorprendentemente, éste es nuestro dedo más débil. El nos recuerda orar por los débiles, enfermos o atormentados por problemas. Ellos necesitan tus oraciones.

5. Y finalmente tenemos nuestro dedo pequeño, el más pequeño de todos. El meñique debería recordarte orar por tí mismo. Cuando hayas terminado de orar por los primeros cuatro grupos, tus propias necesidades aparecerán en una perspectiva correcta y estarás preparado para orar por tí mismo de una manera más efectiva.

COMPARTIENDO VIDA… DEJANDO HUELLA

Las huellas son el rastro de nuestro paso por algún sitio concreto.

Hay huellas que se borran con el paso del tiempo o con otros fenómenos naturales, sin embargo, otras huellas perduran para siempre.

En el día a día sucede igual, podemos dejar huella en la vida de los demás en un momento dado y ser, sencillamente, una huella momentánea que se borra rápidamente.

Podemos ser huella en el corazón de los otros que no se borre nunca porque nuestro paso haya dejado algo bueno y duradero.

Para que nuestras huellas marquen a los demás es fundamental que nuestra vida sea clara, transparente, sincera, cariñosa… de tal forma que llegue al corazón del otro limpia de propósitos intencionados o premeditados.

Las huellas no son las que nosotros marcamos sino la que los demás guardan en su alma a nuestro paso.

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¿LAVARME TÚ A MI LOS PIES?

¿Lavarme Tú a mí los pies?
Y si es necesario, Señor,
todo mi pobre ser.

¡Lávame y purifícame!
Hazme comprender que, el camino del servicio
es una llave que abre la puerta del cielo

Que el servir, aún sin ser recompensado,
es garantía de que soy de los tuyos.
Por eso, Señor, ¡lávame!

Pero, te pido Señor, que no te inclines demasiado
Soy yo quien, en este Jueves de tanto amor,
necesito plegarme en mi orgullo

Soy yo quien en estas horas memorables,
estoy llamado a conquistar tu corazón
ofrendándome a los hombres.

¡Lávame, mi Señor!
Para que, mis manos,
puedan acariciar rostros doloridos
Para que, mis pies,
puedan acompañar hermanos perdidos

LO QUE QUIERAS, MI SEÑOR
Me has amado y, al amarme,
brota en mí lo que Tú sembraste:
amor por los que me rodean
amor hacia los que me piden
pasión por los más débiles

Sí, mi Señor; haré lo que Tú quieras
Porque, si algo tiene el Jueves Santo,
es Misterio de amor y de ternura
Misterio de Sacerdocio y aroma de Eucaristía
Misterio de tu presencia
que siempre permanecerá y estallará en el altar

LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Porque, cada vez que comamos de este pan,
Porque, cada vez que bebamos de este vino,
recordaremos tu querer y tu deseo
nos llenaremos con tu Memorial y tu Palabra
con tu gesto de siervo arrodillado.

LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Sólo te pedimos una cosa:
que nunca nos falte la Eucaristía
para estar eternamente a Ti unidos
Amén

J.Leoz

 

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Beata Ana Catalina Emmerich FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María MENSAJES Y VISIONES

Presentación de María en el Templo: visión de Sor Catalina Emmerich

María era de tres años de edad y tres meses cuando hizo el voto de presentarse en el templo entre las vírgenes que allí moraban.

Era de complexión delicada, cabellera clara un tanto rizada hacia abajo; tenía ya la estatura que hoy en nuestro país tiene un niño de cinco a seis años.

La hija de María Helí era mayor en algunos años y más robusta.
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He visto en casa de Ana los preparativos de María para ser conducida al templo. Era una fiesta muy grande.
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Estaban presentes cinco sacerdotes de Nazaret, de Séforis y de otras regiones, entre ellos Zacarías y un hijo del hermano del padre de Ana.
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Ensayaban una ceremonia con la niña María.
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Era una especie de examen para ver si estaba madura para ser recibida en el templo.
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Además de los sacerdotes estaban presentes la hermana de Ana de Séforis y su hija, María Helí y su hijita y algunas pequeñas niñas y parientes.
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Los vestidos, en parte cortados por los sacerdotes y arreglados por las mujeres, le fueron puestos en esta ocasión a la niña en diversos momentos, mientras le dirigían preguntas.

Esta ceremonia tenía un aire de gravedad y de seriedad, aun cuando algunas preguntas estaban hechas por el anciano sacerdote con infantil sonrisa, las cuales eran contestadas siempre por la niña, con admiración de los sacerdotes y lágrimas de sus padres. Había para María tres clases de vestidos, que se pusieron en tres momentos. Esto tenía lugar en un gran espacio junto a la sala del comedor, que recibía la luz por una abertura cuadrangular abierta en el techo, a menudo cerrada con una cortina. En el suelo había un tapete rojo y en medio de la sala un altar cubierto de paño rojo y encima blanco transparente. Sobre el altar había una caja con rollos escritos y una cortina que tenía dibujada o bordada la imagen de Moisés, envuelto en su gran manto de oración y sosteniendo en sus brazos las tablas de la ley.

He visto a Moisés siempre de anchas espaldas, cabeza alta, nariz grande y curva, y en su gran frente dos elevaciones vueltas un tanto una hacia otra, todo lo cual le daba un aspecto muy particular. Estas especies de cuernos los tuvo ya Moisés desde niño, como dos verrugas. El color de su rostro oscuro de fuego y los cabellos rubios. He visto a menudo semejante especie de cuernos en la frente de antiguos profetas y ermitaños y a veces una sola de estas excrecencias en medio de la frente.

Sobre el altar estaban los tres vestidos de María; había también paños y lienzos obsequiados por los parientes para el arreglo de la niña. Frente al altar veíase, sobre gradas, una especie de trono. Joaquín, Ana y los miembros de la familia se encontraban reunidos. Las mujeres estaban detrás y las niñas al lado de María. Los sacerdotes entraron con los pies descalzos. Había cinco, pero sólo tres de ellos llevaban vestiduras sacerdotales e intervenían en la ceremonia.

Un sacerdote tomó del altar las diversas prendas de la vestimenta, explicó su significado y presentólas a la hermana de Ana, Maraha de Séforis, la cual vistió con ellas a la niña María. Le pusieron primero un vestidito amarillo y encima, sobre el pecho, otra ropa bordada con cintas, que se ponía por el cuello y se sujetaba al cuerpo. Después, un mantito oscuro con aberturas en los brazos; por arriba colgaban algunos retazos de género. Este manto estaba abierto por arriba y cerrado por debajo del pecho. Calzáronle sandalias oscuras con suelas gruesas de color amarillo. Tenía los cabellos rubios peinados y una corona de seda blanca con variadas plumas. Colocáronle sobre la cabeza un velo cuadrado de color ceniza, que se podía recoger bajo los brazos para que éstos descansaran como sobre dos nudos. Este velo parecía de penitencia o de oración.

Los sacerdotes le dirigieron toda clase de preguntas relacionadas con la manera de vivir las jóvenes en el templo. Le dijeron, entre otras cosas:

“Tus padres, al consagrarte al templo, han hecho voto de que no beberás vino ni vinagre, ni comerás uvas ni higos. ¿Qué quieres agregar a este voto?… Piénsalo durante la comida”.

A los judíos, especialmente a las jóvenes judías, les gusta mucho el vinagre, y María también tenía gusto en beberlo. Le hicieron otras preguntas y le pusieron un segundo género de vestido. Constaba éste de uno azul celeste, con mantito blanco azulado, y un adorno sobre el pecho y un velo transparente de seda blanca con pliegues detrás, como usan las monjas. Sobre la cabeza la pusieron una corona de cera adornada con flores y capullos de hojas verdes. Los sacerdotes le pusieron otro velo para la cara: por arriba parecía una gorra, con tres broches a diversa distancia, de modo que se podía levantar un tercio, una mitad o todo el velo sobre la cabeza. Se le indicó el uso del velo: cómo tenía que recogerlo para comer y bajarlo cuando fuese preguntada.

Con este vestido presentóse María con los demás a la mesa: la colocaron entre los dos sacerdotes y uno enfrente. Las mujeres con otros niños se sentaron en un extremo de la mesa, separadas de los hombres. Durante la comida probaron los sacerdotes a la niña María en el uso del velo. Hubo preguntas y respuestas. También se le instruyó acerca de otras costumbres que debía observar. Le dijeron que podía comer de todo por ahora dándole diversas comidas para tentarla. María los dejó a todos maravillados con su forma de proceder y con las respuestas que les daba. Tomó muy poco alimento y respondía con sabiduría infantil que admiraba a todos. He visto durante todo el tiempo a los ángeles en torno a ella, que le sugerían y guiaban en todos los casos.

Después de la comida fue llevada a la otra sala, delante del altar, donde le quitaron los vestidos de la segunda clase para ponerle los de la tercera. La hermana de Santa Ana y un sacerdote la revistieron de los nuevos vestidos de fiesta. Era un vestido color violeta con adorno de paño bordado sobre el pecho. Se ataba de costado con el paño de atrás, formaba rizos y terminaba en punta por debajo. Pusiéronle un mantito violeta más amplio y más festivo, redondeado por detrás, que parecía una casulla de misa. Tenía mangas anchas para los brazos y cinco líneas de adornos de oro. La del medio estaba partida y se recogía y cerraba con botones. El manto estaba también bordado en las extremidades. Luego se le puso un velo grande: de una parte caía en blanco y de otra en blanco violeta sobre los ojos. Sobre esto colocáronle una corona cerrada, con cinco broches, que constaba de un círculo de oro, más ancho arriba, con picos y botones. Esta corona estaba revestida de seda por fuera, con rositas y cinco perlas de adorno; los cinco arcos terminales eran de seda y tenían un botón. El escapulario del pecho estaba unido por detrás; por delante, tenía cintas. El manto estaba sujeto por delante sobre el pecho.

Revestida en esta forma fue la niña María llevada sobre las gradas del altar. Las niñas rodeaban el altar de uno y otro lado. María dijo que no pensaba comer carne ni pescado ni tomar leche; que sólo tomaría una bebida hecha de agua y de médula de junco, que usaban los pobres y que pondría a veces en el agua un poco de zumo de terebinto. Esta bebida es como un aceite blanco, se expande, y es muy refrescante aunque no tan fina como el bálsamo. Prometió no gustar especias y no comer en frutas más que unas bayas amarillas que crecen como uvas. Conozco estas bayas: las comen los niños y la gente pobre. También dijo que quería descansar sobre el suelo y levantarse tres veces durante la noche para rezar.

Las personas piadosas, Ana y Joaquín lloraban al oír estas cosas. El anciano Joaquín, abrazando a su hija, le decía: «¡Ah, hija! Esto es muy duro de observar. Si quieres vivir en tanta penitencia creo que no te podré ver más, a causa de mi avanzada edad». Era una escena muy conmovedora. Los sacerdotes le dijeron que se levantara sólo una vez, como las demás, y le hicieron otras propuestas para mitigar sus abstinencias. Le impusieron comer otros alimentos, como el pescado, en las grandes festividades.

Había en Jerusalén, en la parte baja de la ciudad, un gran mercado de pescados, que recibía el agua de la piscina de Bethseda. Un día qué faltó el agua, Herodes el Grande quiso construir allí un acueducto, vendiendo, para lograr dinero, vestiduras sacerdotales y vasos sagrados del templo. Por este motivo hubo un intento de sublevación, pues los esenios, encargados de la inspección de las vestiduras sacerdotales, acudieron a Jerusalén de todas partes del país y se opusieron firmemente. Recordé en este momento estas cosas.

Por último dijeron los sacerdotes:

«Muchas de las otras niñas que van al templo sin pagar su manutención y sus vestidos, se comprometen, con el consentimiento de sus padres, a lavar los vestidos de los sacerdotes manchados con la sangre de las víctimas, y otros paños burdos, trabajo muy pesado que lastima las manos. Tú no necesitas hacer esto, porque tus padres te costean tu manutención».

María respondió prontamente que quería hacer también eso, si era tenida por digna de hacerlo. Joaquín se emocionó grandemente al oírla. Mientras se hacían estas ceremonias vi que María, en varias ocasiones, había crecido de tal modo ante ellos, que los superaba en altura. Era una señal de la gracia y de su sabiduría. Los sacerdotes se mostraron serios, con grata admiración.

Por último fue bendecida la niña María por el sacerdote. La he visto de pie sobre el tronito resplandeciente. Dos sacerdotes estaban a su lado; otro, delante.

Los sacerdotes tenían rollos en las manos y rezaban preces sobre ella con las manos extendidas. Tuve una admirable visión de María. Me parecía que por la bendición se hacía transparente. Vi una gloria de indescriptible esplendor y dentro de ella el misterio del Arca de la Alianza como si estuviese en un brillante vaso de cristal, Luego vi el corazón de María que se abría en dos como una puertecita del templete, y el misterio sacramental del Arca de la Alianza penetró en su corazón. En torno de este misterio había formado un tabernáculo de variadas y muy significativas piedras preciosas. Entró en el corazón, como el Arca en el Santísimo, como el Ostensorio en el tabernáculo.

Vi a la niña María como transformada, flotando en el aire. Con la entrada del sacramento en el corazón de María, que se cerró luego, lo que era figura pasó a ser realidad y posesión, y vi que la niña estuvo desde entonces como penetrada de una ardorosa concentración interior. Vi también, durante esta visión, que Zacarías recibió una interna persuasión o una celestial revelación de que María era el vaso elegido del misterio o sacramento. Había recibido él un rayo de luz que yo vi salir de María.

Después de esto condujeron los sacerdotes a la niña adonde estaban sus padres. Ana levantó a su hija en alto y estrechándola contra su pecho la besó con interna dulzura y afecto, mezclada de veneración. Joaquín, muy conmovido, le dio la mano, lleno de admiración y veneración. La hermana mayor de María Santísima, María de Helí, abrazó a la niña con más vivacidad que Santa Ana, que era una mujer muy reservada, moderada y muy medida en todos sus actos. La sobrinita, María Cleofás, le echó los brazos al cuello, como hacen las criaturas. Después los sacerdotes tomaron a la niña de nuevo, le quitaron los vestidos simbólicos y le pusieron sus acostumbrados vestidos. Todavía los he visto de pie, tomando algún líquido de un recipiente, y luego partir. 

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LA PARTIDA AL TEMPLO DE JERUSALÉN

He visto a Joaquín, a Ana y a su hija mayor, María de Helí, ocupados toda la noche preparando paquetes y utensilios. Ardía una lámpara con varias mechas. A María Helí la veía con una luz ir de un lado a otro. Unos días antes Joaquín había mandado a sus siervos que eligieran cinco de cada especie de los animales de sacrificio, entre los mejores y los había despachado para el templo: formaban estos animales una hermosa majada. Después tomó dos animales de carga y los fue cargando con toda clase de paquetes: vestidos para la niña y regalos para el templo.

Sobre el lomo del animal acomodó un ancho asiento para que se pudiera sentar cómodamente. Los objetos que se cargaron estaban acondicionados en bultos y atados, fáciles de llevar. Vi cestas de diversas formas sujetas a los flancos del animal. En una de ellas había pájaros del tamaño de las perdices; otros cestos, semejantes a cuévanos de uvas, contenían frutas de toda clase. Cuando el asno estuvo cargado completamente, tendieron encima una gran manta de la que colgaban gruesas borlas.

Todavía quedaban dos sacerdotes. Uno de ellos era muy anciano, que llevaba un capuz terminado en punta sobre la frente y dos vestiduras, la de arriba más corta que la de abajo. Este sacerdote es el que se había ocupado el día anterior en el examen de María, y le he visto dar otras instrucciones más a la niña. Tenía una especie de estola colgante. El otro sacerdote era más joven.

María tenía en aquel momento algo más de tres años de edad: era bella y delicada y estaba tan adelantada como un niño de cinco años de nuestro país. Sus cabellos lisos, rizados en sus extremos, eran de un rubio dorado y más largos que los de María Cleofás, de siete años, cuya rubia cabellera era corta y crespa. Casi todas las personas mayores llevaban largas ropas de lana sin teñir.

Yo notaba la presencia de dos niños que no eran de este mundo: estaban allí en una forma espiritual y figurativa, como profetas; no pertenecían a la familia y no conversaban con nadie. Parecía que nadie notaba su presencia. Eran hermosos y amables; tenían largos cabellos rubios y rizados. Mirando a uno y otro lado me dirigieron la palabra. Llevaban libros, probablemente para su instrucción. La pequeña María no poseía libro alguno a pesar de que sabía leer.

Los libros no eran como los nuestros, sino largas tiras de más o menos media vara de ancho, enrolladas en un bastón, cuyas extremidades asomaban por cada lado. El más alto de los dos niños se me acercó con uno de los rollos desplegados en la mano y leyó algo, explicándomelo luego. Eran letras de oro, totalmente desconocidas para mí, escritas al revés y cada una de ellas parecía representar una palabra entera. La lengua me era completamente desconocida también y, sin embargo, la entendía perfectamente. Lástima que haya olvidado la explicación. Tratábase de un texto de Moisés sobre la zarza ardiente. Me declaró:

«Como la zarza ardía y no se quemaba, así arde el fuego del Espíritu Santo en la niña María, y en su humildad es como si nada supiera de ello. Significa también la divinidad y humanidad de Jesús y como el fuego de Dios se une con la niña María».

El descalzarse explicólo como que la ley se cumplía, la corteza caía y llegaba ahora la sustancia. La pequeña bandera que traía la extremidad del bastoncito significaba que María empezaba su camino, su misión para ser Madre del Redentor. El otro niño jugaba con su rollo inocentemente, representando con esto el candor infantil de María, sobre la cual reposaba una promesa muy grande, la cual, no obstante tan alto destino, jugaba ahora como una criatura. Explicáronme aquellos niños siete pasajes de sus rollos; pero a causa del estado en que me encuentro, se me ha ido de la memoria. ¡Oh, Dios mío! Cuando se me aparece todo esto ¡qué bello y profundo es y, al mismo tiempo, qué simple y claro!…

Al rayar el alba vi que se ponían en camino para Jerusalén. La pequeña María deseaba vivamente llegar al templo y salió apresuradamente de la casa acercándose a la bestia de carga. Los niños profetas me mostraron todavía algunos textos de sus rollos. Uno de éstos decía que el templo era magnífico, pero que la niña María encerraba en sí algo más admirable aún. Había dos bestias de carga. Uno de los asnos, el más cargado, iba conducido por un servidor y debía ir siempre delante de los viajeros.

El otro, que estaba delante de la casa, cargado con más bultos, tenía preparado un asiento, y María fue colocada sobre él. Joaquín conducía el asno. Llevaba un bastón largo con un grueso pomo redondo en la extremidad: parecía un cayado de peregrino. Un poco más adelante iba Ana con la pequeña María Cleofás y una criada que debía acompañarla en todo el camino. Al empezar el viaje se juntaron con ellas unas mujeres y niñas: se trataba de parientas que en los diversos cruces del camino se separaban de la comitiva para volverse a sus casas. Uno de los sacerdotes acompañó a la comitiva durante algún tiempo.

He visto unas seis mujeres parientas, con sus hijos y algunos hombres. Llevaban una linterna, y vi que la luz desaparecía totalmente ante aquella otra claridad que derramaban las santas personas sobre el camino en su viaje nocturno, sin que, al parecer, lo notaran los demás. Al principio me pareció que el sacerdote iba detrás de la pequeña María con los niños profetas. Más tarde, cuando ella bajó del asno para seguir a pie, yo estuve a su lado. Más de una vez oí a mis jóvenes compañeros cantando el salmo «Eructavit cor meum» y el «Deus deorum Dominus locutus est». Supe por ellos que estos salmos serían cantados a doble coro cuando la Niña fuera admitida en el templo. Lo escucharé cuando lleguen al templo.

Al principio vi que el camino descendía en pendiente de una colina, para volver a subir después. Siendo temprano, y habiendo buen tiempo, el cortejo se detuvo cerca de un manantial del que nacía un arroyo. Había allí una pradera y los caminantes descansaron sentándose junto a un cerco de plantas de bálsamo. Debajo de estos frágiles arbustos solían poner vasos y recipientes de piedra para recoger el bálsamo que iba cayendo gota a gota. Los viajeros bebieron bálsamo y echaron un poco en el agua, llenando pequeños recipientes. Comieron bayas de ciertas plantas que allí había, con panecillos que traían en las alforjas.

En ese momento desaparecieron los dos niños profetas. Uno de ellos era Elías; el otro me pareció que era Moisés. La pequeña María los había visto; pero no habló de ello con nadie.

Así sucede que a veces vemos en nuestra infancia a santos niños y en edad más madura a santas jóvenes o muchachos, y callamos estas visiones sin comunicarlas a los demás por ser tal momento un instante de gozo celestial y de recogimiento.

Más tarde vi a los viajeros entrar en una casa aislada, en la que fueron bien recibidos y tomaron provisiones, pues los moradores parecían ser de la familia. En aquel sitio se despidieron de la niña Cleofás, que debía volver a su casa. Durante el día, vi el curso del camino que suele ser bastante penoso, pues hay muchas subidas y bajadas. En los valles hay a menudo neblina y rocío; con todo, veo algunos lugares mejor situados, donde brotan flores.

Antes de llegar al sitio donde debían pasar la noche, hallaron un pequeño arroyo. Se hospedaron en una posada al pie de una montaña en la cual se veía una ciudad. Por desgracia, no recuerdo el nombre de esa ciudad, pues la he visto durante otros viajes de la Sagrada Familia, por lo cual confundo los nombres. Lo que puedo decir es que ellos siguieron el camino que tomó Jesús en el mes de septiembre, cuando tenía treinta años e iba de Nazaret a Betania y luego al bautismo de Juan y aun esto lo digo sin certidumbre completa.

La Sagrada Familia hizo más tarde este camino en la época de la huida a Egipto. La primera etapa fue Nazara, pequeño lugar entre Massaloth y otra ciudad ubicada en la altura, más cercana a esta última. Veo por todas partes tantas poblaciones, cuyos nombres oigo pronunciar, que luego confundo unos con otros. La ciudad cubre la ladera de una montaña y se divide en varias partes, si es que realmente todas forman una misma ciudad. Allí falta agua y tienen que hacerla subir desde el llano con la ayuda de cuerdas. Veo allí torres antiguas en ruinas. Sobre la cumbre de la montaña hay una torre que parece un observatorio con un aparato de mampostería que tiene vigas y cuerdas como para hacer subir algo desde la ciudad.

Hay una cantidad tan grande de estas cuerdas que el conjunto aparenta mástiles de buques. Debe haber como una hora de camino desde abajo a la cumbre de la montaña, desde donde se disfruta de una espléndida vista muy extensa. Los caminantes entraron en una posada situada en la llanura. En una parte de la ciudad había paganos, considerados como esclavos por los judíos, debiendo someterse a rudos trabajos en el templo y en otras construcciones.

Esta noche he visto a la pequeña María llegando con sus padres a una ciudad situada a seis leguas más o menos de Jerusalén en dirección noroeste. Esta ciudad, se llama Bet-Horon y se encuentra al pie de una montaña.

Durante el viaje atravesaron un pequeño río que desemboca en el mar en los alrededores de Jopé, donde enseñó San Pedro después de la venida del Espíritu Santo. Cerca de Bet-Horon tuvieron lugar grandes batallas que he visto y olvidado. Faltaban aun dos leguas para llegar a un punto del camino desde donde se podía divisar a Jerusalén; he oído el nombre de este lugar, que ahora no puedo precisarlo. Bet-Horon es una ciudad de Levitas de cierta importancia: produce hermosas uvas y gran cantidad de frutas.

La santa comitiva entró en la casa de unos amigos, que estaba muy bien situada. Su dueño era maestro en una escuela de Levitas y había allí algunos niños. Me admira ver allí a varias parientas de Ana, con sus hijas pequeñas, que yo creía que habían regresado a sus casas al principio del viaje: ahora advierto que llegaron antes, tomando algún atajo, quizás para anunciar la llegada de la santa comitiva.

Los parientes de Nazaret, de Séforis y de Zabulón, que habían asistido al examen de María, se hallaban allí con sus hijas: vi, por ejemplo, a la hermana mayor de María con su hija María de Cleofás, y a la hermana de Ana venida de Séforis con sus hijas. Con motivo de la llegada de la pequeña María hubo grandes fiestas. María fue llevada en compañía de otras niñas a una gran sala, y puesta en un asiento alto, a semejanza de un trono, dispuesto para ella.

El maestro de escuela y otras personas hicieron toda clase de preguntas a María y le pusieron guirnaldas en la cabeza. Todos estaban asombrados por la sabiduría que manifestaba en sus respuestas. Oí hablar en esta ocasión del juicio y prudencia de otra niña que había pasado por allí poco antes, volviendo de la escuela del templo a la casa de sus padres. Esta niña se llamaba Susana y más tarde figuró entre las santas mujeres que seguían a Jesús. (En otra ocasión Ana Catalina dijo que esta niña era parienta de María).

María ocupó su puesto vacante en el templo, pues había un número fijo de plazas para estas jóvenes. Susana tenía quince años cuando dejó el templo, es decir, cerca de once más que la niña María. También Santa Ana había sido educada allí a la edad de cinco años.

La pequeña María estaba llena de júbilo por hallarse tan cerca del templo. He visto a Joaquín que la estrechaba entre sus brazos, llorando y diciéndole: «Hija mía, ya no volveré a verte». Habían preparado comida y mientras estaban en la mesa, vi a María ir de un lado a otro, apretarse contra su madre, llena de gracia, o, deteniéndose detrás de ella, echarle los bracitos al cuello.

Esta mañana muy temprano vi a los viajeros salir de Bet-Horon para dirigirse a Jerusalén. Todos los parientes con sus criaturas se habían juntado a ellos y lo mismo los dueños de la casa. Llevaban regalos para la niña, consistentes en ropas y frutas. Me parece ver una fiesta en Jerusalén. Supe que María tenía en ese momento tres años y tres meses. En su viaje no fueron a Ussen Sheera ni a Gofna, a pesar de tener allí amistades; pasaron sólo por los alrededores. Vi que el maestro de los Levitas con su familia los acompañó a Jerusalén. Cuanto más se acercaban a la ciudad tanto más se mostraba María contenta y ansiosa. Solía correr delante de sus padres.

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LA LLEGADA DE LA COMITIVA A JERUSALÉN

Hoy al mediodía he visto llegar la comitiva que acompañaba a María al templo de Jerusalén. Jerusalén es una ciudad extraña. No hay que pensar que sea como una de nuestras ciudades, con tanta gente en las calles. Muchas calles bajas y altas corren alrededor de los muros de la ciudad y no tienen salida ni puertas. Las casas de las alturas, detrás de las murallas, están orientadas hacia el otro lado, pues se han edificado barrios distintos y se han formado nuevas crestas de colinas y los antiguos muros quedaron allí. Muchas veces se ven las calles de los valles sobreedificadas con sólidas bóvedas. Las casas tienen sus patios y piezas orientadas hacia el interior; hacia la calle sólo hay puertas y terrazas sobre los muros. Generalmente las casas son cerradas. Cuando la gente no va a las plazas o mercados o al templo está generalmente entretenida en el interior de sus casas.

Hay silencio en las calles, fuera de los lugares de mercado o de ciertos palacios, donde se ve ir y venir a soldados y viajeros. En ciertos días en que están casi todos en el templo, las calles parecen como muertas. A causa de las calles solitarias, de los profundos valles y de la costumbre de permanecer las gentes en sus casas, es que Jesús podía ir y venir con sus discípulos sin ser molestado. Por lo general falta agua en la ciudad: frecuentemente se ven edificios altos adonde es llevada y torres hacia las cuales es bombeada el agua. En el templo se tiene mucho cuidado con el agua porque hay que purificar muchos vasos y lavar las ropas sacerdotales. Se ven grandes maquinarias y artefactos para bombear el agua a los lugares elevados. Hay muchos mercaderes y vendedores en la ciudad: están casi siempre en los mercados o en lugares abiertos, bajo tiendas de campaña.

Veo, por ejemplo, no lejos de la Puerta de las Ovejas, a mucha gente que negocia con alhajas, oro, objetos brillantes y piedras preciosas. Las casitas que habitan son muy livianas, pero sólidas, de color pardo, como si estuviesen cubiertas con pez o betún. Adentro hacen sus negocios; entre una tienda y otra están extendidas lonas, debajo de las cuales muestran sus mercaderías. Hay, sin embargo, otras partes de la ciudad donde hay mayor movimiento y se ven gentes que van y vienen cerca de ciertos palacios.

Comparada Jerusalén con la Roma antigua, que he visto, esta ciudad era mucho más bulliciosa en las calles; tenía aspecto más agradable y no era tan desigual ni empinada. La montaña sobre la cual se halla el templo está rodeada, por el lado en que la pendiente es más suave, de casas que forman varias calles detrás de espesos muros. Estas casas están construidas sobre terrazas colocadas unas sobre otras. Allí viven los sacerdotes y los servidores subalternos del templo, que hacen trabajos más rudos, como la limpieza de los fosos, donde se echan los desperdicios provenientes de los sacrificios de animales. Hay un costado norte, creo, donde la montaña del templo es muy escarpada. En todo lo alto, alrededor de la cumbre, se halla una zona verde formada por pequeños jardines pertenecientes a los sacerdotes.

Aun en tiempos de Jesucristo se trabajaba siempre en alguna parte del templo. Este trabajo no cesaba nunca. En la montaña del templo había mucho mineral, que se fue sacando y empleando en la construcción del mismo edificio. Debajo del templo hay fosos y lugares donde funden el metal. No pude encontrar en este gran templo un lugar donde poder rezar a gusto. Todo el edificio es admirablemente macizo, alto y sólido. Los numerosos patios son estrechos y sombríos, llenos de andamios y de asientos. Cuando hay mucha gente causa miedo encontrarse apretado entre los espesos muros y las gruesas columnas. Tampoco me gustan los continuos sacrificios y la sangre derramada en abundancia, a pesar de que esto se hace con orden e increíble limpieza. Hacía mucho tiempo que no había visto con tanta claridad, como hoy, los edificios, los caminos y los pasajes. Pero son tantas las cosas que hay aquí que me es imposible describirlas con detalles.

Los viajeros llegaron con la pequeña María, por el norte, a Jerusalén: con todo, no entraron por ese lado, sino que dieron vuelta alrededor de la ciudad hasta el muro oriental, siguiendo una parte del valle de Josafat. Dejando a la izquierda el Monte de los Olivos y el camino de Betania, entraron en la ciudad por la Puerta de las Ovejas, que conducía al mercado de las bestias. No lejos de esta puerta hay un estanque donde se lava por primera vez a las ovejas destinadas al sacrificio. No es ésta la piscina de Bethseda. La comitiva, después de haber entrado en la ciudad, torció de nuevo a la derecha y entró en otra barriada siguiendo un largo valle interno dominado de un lado por las altas murallas de una zona más elevada de la ciudad, llegando a la parte occidental en los alrededores del mercado de los peces, donde se halla la casa paterna de Zacarías de Hebrón. Se encontraba allí un hombre de avanzada edad: creo que el hermano de su padre. Zacarías solía volver a la casa después de haber cumplido su servicio en el templo.

En esos días se encontraba en la ciudad y habiendo acabado su tiempo de servicio, quería quedarse sólo unos días en Jerusalén para asistir a la, entrada de María al templo. Al llegar la comitiva, Zacarías no se encontraba allí. En la casa se hallaban presentes otros parientes de los contornos de Belén y de Hebrón, entre ellos, dos hijas de la hermana de Isabel. Isabel tampoco se encontraba allí en ese momento. Estas personas se habían adelantado para recibir a los caminantes hasta un cuarto de legua por el camino del valle. Varias jóvenes los acompañaban llevando guirnaldas y ramas de árboles.

Los caminantes fueron recibidos con demostraciones de contento y conducidos hasta la casa de Zacarías, donde se festejó la llegada. Se les ofreció refrescos y todos se prepararon para llevarlos a una posada contigua al templo, donde los forasteros se hospedan los días de fiesta. Los animales que Joaquín había destinado para el sacrificio habían sido conducidos ya desde los alrededores de la plaza del ganado a los establos situados cerca de esta casa. Zacarías acudió también para guiar a la comitiva desde la casa paterna hasta la posada. Pusieron a la pequeña María su segundo vestidito de ceremonias con el peplo celeste. Todos se pusieron en marcha formando una ordenada procesión. Zacarías iba adelante con Joaquín y Ana; luego la niña María rodeada de cuatro niñas vestidas de blanco, y las otras chicas con sus padres cerraban la marcha. Anduvieron por varias calles y pasaron delante del palacio de Herodes y de la casa donde más tarde habitó Pilatos. Se dirigieron hacia el ángulo Nordeste del templo, dejando atrás la fortaleza Antonia, edificio muy alto, situado al Noroeste. Subieron por unos escalones abiertos en una muralla alta. La pequeña María subió sola, con alegre prisa, sin permitir que nadie la ayudara. Todos la miraban con asombro.

La casa donde se alojaron era una posada para días de fiesta situada a corta distancia del mercado del ganado. Había varias posadas de este género alrededor del templo, y Zacarías había alquilado una. Era un gran edificio con cuatro galerías en torno de un patio extenso. En las galerías se hallaban los dormitorios, así como largas mesas muy bajas. Había una sala espaciosa y un hogar para la cocina. El patio para los animales enviados por Zacarías estaba muy cerca. A ambos lados del edificio habitaban los servidores del templo que se ocupaban de los sacrificios. Al entrar los forasteros se les lavaron los pies, como se hacía con los caminantes; los de los hombres fueron lavados por hombres; y las mujeres hicieron este servicio con las mujeres. Entraron luego en una sala en medio de la cual se hallaba suspendida una gran lámpara de varios brazos sobre un depósito de bronce lleno de agua, donde se lavaron la cara y las manos. Cuando hubieron quitado la carga al asno de Joaquín, un sirviente lo llevó a la cuadra.

Joaquín había dicho que sacrificaría y siguió a los servidores del templo hasta el sitio donde se hallaban los animales, a los cuales examinaron. Joaquín y Ana se dirigieron luego con María a la habitación de los sacerdotes, situada más arriba. Aquí la niña María, como elevada por el espíritu interior, subió ligerísimamente los escalones con un impulso extraordinario. Los dos sacerdotes que se hallaban en la casa los recibieron con grandes muestras de amistad: uno era anciano y el otro más joven. Los dos habían asistido al examen de la niña en Nazaret y esperaban su llegada. Después de haber conversado del viaje y de la próxima ceremonia de la presentación, hicieron llamar a una de las mujeres del Templo. Era ésta una viuda anciana que debía encargarse de velar por la niña. Habitaba en la vecindad con otras personas de su misma condición, haciendo toda clase de labores femeniles y educando a las niñas. Su habitación se encontraba más apartada del templo que las salas adyacentes, donde habían sido dispuestos, para las mujeres y las jóvenes consagradas al servicio del Templo, pequeños oratorios desde los cuales podían ver el santuario sin ser vistas por los demás.

La matrona que acababa de llegar estaba tan bien envuelta en su ropaje que apenas podía vérsele la cara. Los sacerdotes y los padres de María se la presentaron, confiándola a sus cuidados. Ella estuvo dignamente afectuosa, sin perder su gravedad. La niña María se mostró humilde y respetuosa. La instruyeron en todo lo que se relacionaba con la niña y su entrada solemne en el templo. Aquella mujer bajó con ellos a la posada, tomó el ajuar que pertenecía a la niña y se lo llevó a fin de prepararlo todo en la habitación que le estaba destinada. La gente que había acompañado a la comitiva desde la casa de Zacarías, regresó a su domicilio, quedando en la posada solamente los parientes. Las mujeres se instalaron allí y prepararon la fiesta que debía tener lugar al día siguiente.

Joaquín y algunos hombres condujeron las víctimas al Templo al despuntar el nuevo día y los sacerdotes las revisaron nuevamente. Algunos animales fueron desechados y llevados en seguida a la plaza del ganado. Los aceptados fueron conducidos al patio donde habrían de ser inmolados. Vi allí muchas cosas que ya no es posible decirlas en orden. Recuerdo que antes de inmolar, Joaquín colocaba su mano sobre la cabeza de la víctima, debiendo recibir la sangre en un vaso y también algunas partes del animal. Había varias columnas, mesas y vasos. Se cortaba, se repartía y ordenaba todo. Se quitaba la espuma de la sangre y se ponía aparte la grasa, el hígado, el bazo, salándose todo esto. Se limpiaban los intestinos de los corderos, rellenándolos con algo y volviéndolos a poner dentro del cuerpo, de modo que el animal parecía entero, y se ataban las patas en forma de cruz.

Luego, una gran parte de la carne era llevada al patio donde las jóvenes del Templo debían hacer algo con ella: quizás prepararla para alimento de los sacerdotes o ellas mismas. Todo esto se hacía con un orden increíble. Los sacerdotes y levitas iban y venían, siempre de dos en dos. Este trabajo complicado y penoso se hacía fácilmente, como si se efectuase por sí solo. Los trozos destinados al sacrificio quedaban impregnados en sal hasta el día siguiente, en que debían ser ofrecidos sobre el altar.

Hubo hoy una gran fiesta en la posada, seguida de una comida solemne. Habría unas cien personas, contados los niños. Estaban presentes unas veinticuatro niñas de diversas edades, entre ellas Serapia, que fue llamada Verónica después de la muerte de Jesús: era bastante crecida, como de unos diez o doce años. Se tejieron coronas y guirnaldas de flores para María y sus compañeras, adornándose también siete candelabros en forma de cetro sin pedestal. En cuanto a la llama que brillaba en su extremidad no sé si estaba alimentada con aceite, cera u otra materia. Durante la fiesta entraron y salieron numerosos sacerdotes y levitas. Tomaron parte en el banquete, y al expresar su asombro por la gran cantidad de víctimas ofrecidas para el sacrificio, Joaquín les dijo que, en recuerdo de la afrenta recibida en el templo al ser rechazado su sacrificio, y a causa de la misericordia de Dios que había escuchado su oración, había querido demostrar su gratitud de acuerdo con sus medios. Hoy pude ver a la pequeña María paseando con las otras jóvenes en torno de su casa. Otros detalles los he olvidado completamente

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VISIÓN DE LA BEATA CATALINA EMMERICH: LA PRESENTACIÓN DE LA NIÑA MARÍA EN EL TEMPLO

Esta mañana fueron al Templo: Zacarías, Joaquín y otros hombres. Más tarde fue llevada María por su madre en medio de un acompañamiento solemne. Ana y su hija María Helí, con la pequeña María Cleofás, marchaban delante; iba luego la santa niña María con su vestidito y su manto azul celeste, los brazos y el cuello adornados con guirnaldas: llevaba en la mano un cirio ceñido de flores. A su lado caminaban tres niñitas con cirios semejantes. Tenían vestidos blancos, bordados de oro y peplos celestes, como María, y estaban rodeadas de guirnaldas de flores; llevaban otras pequeñas guirnaldas alrededor del cuello y de los brazos. Iban en seguida las otras jóvenes y niñas vestidas de fiesta, aunque no uniformemente. Todas llevaban pequeños mantos. Cerraban el cortejo las demás mujeres.

Como no se podía ir en línea recta desde la posada al Templo, tuvieron que dar una vuelta pasando por varias calles. Todo el mundo se admiraba de ver el hermoso cortejo y en las puertas de varias casas rendían honores. En María se notaba algo de santo y de conmovedor. A la llegada de la comitiva he visto a varios servidores del Templo empeñados en abrir con grande esfuerzo una puerta muy alta y muy pesada, que brillaba como oro y que tenía grabadas varias figuras: cabezas, racimos de uvas y gavillas de trigo. Era la Puerta Dorada. La comitiva entró por esa puerta. Para llegar a ella era preciso subir cincuenta escalones; creo que había entre ellos algunos descansos. Quisieron llevar a María de la mano; pero ella no lo permitió: subió los escalones rápidamente, sin tropiezos, llena de alegre entusiasmo. Todos se hallaban profundamente conmovidos.

Bajo la Puerta Dorada fue recibida María por Zacarías, Joaquín y algunos sacerdotes que la llevaron hacia la derecha, bajo la amplia arcada de la puerta, a las altas salas donde se había preparado una comida en honor de alguien. Aquí se separaron las personas de la comitiva. La mayoría de las mujeres y de las niñas se dirigieron al sitio del Templo que les estaba reservado para orar. Joaquín y Zacarías fueron al lugar del sacrificio. Los sacerdotes hicieron todavía algunas preguntas a María en una sala y cuando se hubieron retirado, asombrados de la sabiduría de la niña, Ana vistió a su hija con el tercer traje de fiesta, que era de color azul violáceo y le puso el manto, el velo y la corona ya descritos por mí al relatar la ceremonia que tuvo lugar en la casa de Ana.

Entre tanto Joaquín había ido al sacrificio con los sacerdotes. Luego de recibir un poco de fuego tomado de un lugar determinado, se colocó entre dos sacerdotes cerca del altar. Estoy demasiada enferma y distraída para dar la explicación del sacrificio en el orden necesario. Recuerdo lo siguiente: no se podía llegar al altar más que por tres lados. Los trozos preparados para el holocausto no estaban todos en el mismo lugar, sino puestos alrededor, en distintos sitios. En los cuatro extremos del altar había cuatro columnas de metal, huecas, sobre las cuales descansaban cosas que parecían caños de chimenea. Eran anchos embudos de cobre terminados en tubos en forma de cuernos, de modo que el humo podía salir pasando por sobre la cabeza de los sacerdotes que ofrecían el sacrificio.

Mientras se consumía sobre el altar la ofrenda de Joaquín, Ana fue con María y las jóvenes que la acompañaban, al vestíbulo reservado a las mujeres. Este lugar estaba separado del altar del sacrificio por un muro que terminaba en lo alto en una reja. En medio de este muro había una puerta. El atrio de las mujeres, a partir del muro de separación, iba subiendo de manera que por lo menos las que se hallaban más alejadas podían ver hasta cierto punto el altar del sacrificio. Cuando la puerta del muro estaba abierta, algunas mujeres podían ver el altar.

María y las otras jóvenes se hallaban de pie, delante de Ana, y las demás parientas estaban a poca distancia de la puerta. En sitio aparte había un grupo de niños del Templo, vestidos de blanco, que tañían flautas y arpas. Después del sacrificio se preparó bajo la puerta de separación un altar portátil cubierto, con algunos escalones para subir. Zacarías y Joaquín fueron con un sacerdote desde el patio hasta este altar, delante del cual estaba otro sacerdote y dos levitas con rollos y todo lo necesario para escribir. Un poco atrás se hallaban las doncellas que habían acompañado a María.

María se arrodilló sobre los escalones; Joaquín y Ana extendieron las manos sobre su cabeza. El sacerdote cortó un poco de sus cabellos, quemándolos luego sobre un brasero. Los padres pronunciaron algunas palabras, ofreciendo a su hija, y los levitas las escribieron.

Entretanto las niñas cantaban el salmo «Eructavit cor meum verbum bonum» y los sacerdotes el salmo «Deus deorum Dominus locutus est» mientras los niños tocaban sus instrumentos. Observé entonces que dos sacerdotes tomaron a María de la mano y la llevaron por unos escalones hacia un lugar elevado del muro, que separaba el vestíbulo del Santuario. Colocaron a la niña en una especie de nicho en el centro de aquel muro, de manera que ella pudiera ver el sitio donde se hallaban, puestos en fila, varios hombres que me parecieron consagrados al Templo. Dos sacerdotes estaban a su lado; había otros dos en los escalones, recitando en alta voz oraciones escritas en rollos.

Del otro lado del muro se hallaba de pie un anciano príncipe de los sacerdotes, cerca del altar, en un sitio bastante elevado que permitía vérsele el busto. Yo lo vi presentando el incienso, cuyo humo se esparció alrededor de María. Durante esta ceremonia vi en torno de María un cuadro simbólico que pronto llenó el Templo y lo oscureció. Vi una gloria luminosa debajo del corazón de María y comprendí que ella encerraba la promesa de la sacrosanta bendición de Dios. Esta gloria aparecía rodeada por el arca de Noé, de manera que la cabeza de María se alzaba por encima y el arca tomaba a su vez la forma del Arca de la Alianza, viendo luego a ésta corno encerrada en el Templo.

Luego vi que todas estas formas desaparecían mientras el cáliz de la santa Cena se mostraba fuera de la gloria, delante del pecho de María, y más arriba, ante la boca de la Virgen, aparecía un pan marcado con una cruz. A los lados brillaban rayos de cuyas extremidades surgían figuras con símbolos místicos de la Santísima Virgen, como todos los nombres de las Letanías que le dirige la Iglesia. Subían, cruzándose desde sus hombros, dos ramas de olivo y de ciprés, o de cedro y de ciprés, por encima de una hermosa palmera junto con un pequeño ramo que vi aparecer detrás de ella. En los espacios de las ramas pude ver todos los instrumentos de la pasión de Jesucristo. El Espíritu Santo, representado por una figura alada que parecía más forma humana que paloma, se hallaba suspendido sobre el cuadro, por encima del cual vi el cielo abierto, el centro de la celestial Jerusalén, la ciudad de Dios, con todos sus palacios, jardines y lugares de los futuros santos. Todo estaba lleno de ángeles, y la gloria, que ahora rodeaba a la Virgen Santísima, lo estaba con cabezas de estos espíritus. ¡Ah, quién pudiera describir estas cosas con palabras humanas!…

Se veía todo bajo formas tan diversas y tan multiformes, derivando unas de las otras en tan continuada transformación, que he olvidado la mayor parte de ellas. Todo lo que se relaciona con la Santísima Virgen en la antigua y en la nueva Alianza y hasta en la eternidad, se hallaba allí representado. Sólo puedo comparar esta visión a otra menor que tuve hace poco, en la cual vi en toda su magnificencia el significado del santo Rosario. Muchas personas, que se creen sabias, comprenden esto menos que los pobres y humildes que lo recitan con simplicidad, pues éstos acrecientan el esplendor con su obediencia, su piedad y su sencilla confianza en la Iglesia, que recomienda esta oración. Cuando vi todo esto, las bellezas y magnificencias del Templo, con los muros elegantemente adornados, me parecían opacos y ennegrecidos detrás de la Virgen Santísima. El Templo mismo parecía esfumarse y desaparecer: sólo María y la gloria que la rodeaba lo llenaba todo.

Mientras estas visiones pasaban delante de mis ojos, dejé de ver a la Virgen Santísima bajo forma de niña: me pareció entonces grande y como suspendida en el aire. Con todo veía también, a través de María, a los sacerdotes, al sacrificio del incienso y a todo lo demás de la ceremonia. Parecía que el sacerdote estaba detrás de ella, anunciando el porvenir e invitando al pueblo a agradecer y a orar a Dios, porque de esta niña habría de salir algo muy grandioso. Todos los que estaban en el Templo, aunque no veían lo que yo veía, estaban recogidos y profundamente conmovidos. Este cuadro se desvaneció gradualmente de la misma manera que lo había visto aparecer. Al fin sólo quedó la gloria bajo el corazón de María y la bendición de la promesa brillando en su interior. Luego desapareció también y sólo vi a la niña María adornada entre los sacerdotes.

Los sacerdotes tomaron las guirnaldas que estaban alrededor de sus brazos y la antorcha que llevaba en la mano, y se las dieron a las compañeras. Le pusieron en la cabeza un velo pardo y la hicieron descender las gradas, llevándola a una sala vecina, donde seis vírgenes del Templo, de mayor edad, salieron a su encuentro arrojando flores ante ella. Detrás iban sus maestras, Noemí, hermana de la madre de Lázaro, la profetisa Ana y otra mujer. Los sacerdotes recibieron a la pequeña María, retirándose luego.

Los padres de la Niña, así como sus parientes más cercanos, se encontraban allí. Una vez terminados los cantos sagrados, despidióse María de sus padres. Joaquín, que estaba profundamente conmovido, tomó a María entre sus brazos y apretándola contra su corazón, dijo en medio de las lágrimas: «Acuérdate de mi alma ante Dios». María se dirigió luego con las maestras y varias otras jóvenes a las habitaciones de las mujeres, al Norte del Templo. Estas habitaban salas abiertas en los espesos muros del Templo y podían, a través de pasajes y escaleras, subir a los pequeños oratorios colocados cerca del Santuario y del Santo de los Santos. Los deudos de María volvieron a la sala contigua a la Puerta Dorada, donde antes se habían detenido quedándose a comer en compañía de los sacerdotes. Las mujeres comían en sala aparte.

He olvidado, entre otras muchas cosas, por qué la fiesta había sido tan brillante y solemne. Sin embargo, sé que fue a consecuencia de una revelación de la voluntad de Dios. Los padres de María eran personas de condición acomodada y si vivían pobremente era por espíritu de mortificación y para poder dar más limosnas a los pobres. Así es cómo Ana, no sé por cuánto tiempo, sólo comió alimentos fríos. A pesar de esto trataban a la servidumbre con generosidad y la dotaban. He visto a muchas personas orando en el Templo. Otras habían seguido a la comitiva hasta la puerta misma.

Algunos de los presentes debieron tener cierto presentimiento de los destinos de la Niña, pues recuerdo unas palabras que Santa Ana en un momento de entusiasmo jubiloso dirigió a las mujeres, cuyo sentido era: «He aquí el Arca de la Alianza, el vaso de la Promesa, que entra ahora en el Templo». Los padres de María y demás parientes regresaron hoy a Bet-Horon.

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Presentación de María en el Templo: visión de Sor María de Agreda

Contiene la presentación al templo de la Princesa del Cielo y los fa­vores que la diestra divina le hizo.

413. Entre las sombras que figuraban a María Santísima en la ley escrita, ninguna fue más expresa que el arca del testamento, así por la materia de que estaba fabricada, como por lo que en sí contenía, y para lo que servía en el pueblo de Dios, y las demás cosas que mediante el arca y con ella y por ella hacía y obraba el mismo Señor en aquella antigua Sinagoga; que todo era un dibujo de esta Señora y de lo que por ella y con ella había de obrar en la nueva Iglesia del Evangelio.
.
La materia del cedro inco­rruptible (Ex., 25, 10) de que —no acaso pero con Divino acuerdo— fue fabrica­da, expresamente señala a nuestra arca mística María, libre de la corrupción del pecado actual y de la carcoma oculta del original y su inseparable fomes y pasiones.
.
El oro finísimo y purísimo que por dentro y fuera la vestía(Ib. 11), cierto es que fue lo más perfecto y levantado de la gracia y dones que en sus pensamientos divinos, y en sus obras y costumbres, hábitos y potencias resplandecía, sin que a la vista de lo interior y exterior de esta arca se pudiese divi­sar parte, tiempo, ni momento en que no estuviese toda llena y vestida de gracia, y gracia de subidísimos quilates.

414.    Las tablas lapídeas de la ley, la urna del maná y vara de los  prodigios,  que aquella  antigua  arca  contenía  y  guardaba,  no pudo  significar  con  mayor  expresión  al  Verbo  Eterno  humanado, encerrado  en  esta arca  viva  de  María  Santísima,  siendo  su  Hijo unigénito la piedra fundamental(1 Cor., 3, 11) y viva del edificio de la Iglesia Evangélica;   la  angular(Ef., 2, 20),  que  juntó  a  los  dos  pueblos,  judaico y gentil, tan divisos, y que para esto se cortó del monte(Dan., 2, 34) de la eterna generación, y para que, escribiéndose en ella con el dedo de Dios la nueva ley de gracia, se depositase en el arca virginal de María; y para que se entienda que era depositaría esta gran Reina de todo lo que Dios era y obraba con las criaturas. Encerraba también con­sigo el maná de la Divinidad y de la gracia y el poder y vara de los  prodigios  y maravillas,  para  que  sólo  en  esta arca  divina y mística se hallase la fuente de las gracias, que es el mismo ser de Dios, y de ella redundasen a los demás mortales, y en ella y por ella se obrasen las maravillas y prodigios del brazo de Dios; y todo lo que este Señor quiere, es y obra, se entienda que en María está encerrado y depositado.

415.    A todo esto era consiguiente que el arca del testamento —no por la figura y sombra, sino por la verdad que significaba— sirviese de peana y asiento al propiciatorio(Ex., 26, 34), donde el Señor tenía el asiento y tribunal de las misericordias para oír a su pueblo, res­ponderle y despachar sus peticiones y favores; porque de ninguna otra criatura hizo Dios trono de gracia fuera de María Santísima; ni  tampoco podía dejar de hacer propiciatorio de esta mística y verdadera arca, supuesto que la había fabricado para encerrarse en ella. Y así parece que el tribunal de la Divina justicia se quedó en el mismo Dios y el propiciatorio y tribunal de la misericordia le puso en María dulcísima, para que a ella como a trono de gracia llegásemos  con  segura  confianza  a  presentar nuestras  peticiones, a pedir los beneficios, gracias y misericordias, que, fuera del pro­piciatorio de la gran Reina María, ni son oídas ni despachadas para el linaje humano.

416.   Arca tan misteriosa y consagrada, fabricada por la mano del mismo Señor para su habitación y propiciatorio para su pueblo, no estaba bien fuera de su templo, donde estaba guardada la otra arca material, que era figura de esta verdadera y espiritual arca del  Nuevo Testamento.  Por esto ordenó  el mismo Autor  de esta maravilla que María Santísima fuese colocada en su casa y templo, cumplidos los tres años de su felicísima natividad. Verdad es que no sin grande admiración hallo una diferencia admirable en lo que sucedió con aquella primera y figurativa arca y lo que sucede con la segunda y verdadera; pues cuando el Santo Rey David trasladó el arca a diferentes lugares, y después su hijo Salomón la trasladó o colocó en el templo como a su lugar y asiento propio, aunque no tenía aquella arca más grandeza que significar a María Purísima y sus mis­terios, fueron sus traslaciones y mudanzas tan festivas y llenas de regocijo para aquel antiguo pueblo como lo testifican las solem­nes procesiones que hizo Santo David de casa de Aminadab a la de Obededón y de ésta al tabernáculo de Sión, ciudad propia del mismo Santo Rey David; y cuando de Sión la trasladó Salomón al nuevo templo, que para casa de Dios y de oración edificó por precepto del mismo Señor((2 Sam., 6, 10.12; 3 Re., 8, 6; 2 par., 5).

417.    En todas estas traslaciones fue llevada la antigua arca del testamento con pública veneración y culto solemnísimo de músicas, danzas, sacrificios y júbilo de aquellos reyes y de todo el pueblo de Israel, como lo refiere la Sagrada Historia de los libros II y III de los Reyes  y  I  y  II   del  Paralipómenon.  Pero nuestra arca  mística y verdadera, María Santísima, aunque era la más  rica, estimable y digna de toda veneración entre las criaturas, no fue llevada al templo con tan solemne aparato y ostentación pública;  no hubo en esta misteriosa  traslación  sacrificios  de  animales, ni la pompa real  y majestad de Reina, antes bien fue trasladada de casa de su padre Joaquín, en los brazos humildes de su madre Ana, que, si bien no era muy pobre, pero en esta ocasión llevó a su querida Hija a presentar y depositarla en el templo con recato humilde, como pobre, sola y sin ostentación popular. Toda la gloria y majestad de esta procesión quiso el Altísimo que fuese invisible y divina; porque los sacramen­tos y misterios de María Santísima fueron tan levantados y ocultos que muchos de ellos lo están hasta el día de hoy por los investigables juicios del Señor, que tiene destinado el tiempo y hora para todas las cosas y para cada una.

418.   Admirándome yo de esta maravilla en presencia del Muy Alto y alabando sus juicios, se dignó Su Majestad de responderme de esta manera:   Advierte,  alma, que yo si ordené fuese venerada el arca del viejo testamento con tanta festividad y aparato, fue porque era figura expresa de la que había de ser Madre del Verbo Huma­nado. Aquella era arca irracional y material, y con ella sin dificul­tad se podía hacer aquella celebridad y ostentación; pero con el arca verdadera y viva no permití yo esto, mientras vivió en carne mortal, para enseñar con este ejemplo lo que tú y las demás almas debéis advertir, mientras sois viadoras. A mis electos, que están escritos en mi mente y aceptación para eterna memoria, no quiero yo poner los en ocasión que la honra y el aplauso ostentoso y desmedido de los hombres les sea parte de premio en la vida mortal, por lo que en ella trabajan por mi honra y servicio; ni tampoco les conviene el peligro de repartir el amor, en quien los justifica y hace santos y en quien los celebra por tales. Uno es el Criador que los hizo y sustenta, ilumina y defiende; uno ha de ser el amor y atención y no se debe partir ni dividir, aunque sea para remunerar y agradecer las honras que con piadoso celo se les hacen a los justos. El amor divino es  delicado,  la voluntad  humana fragilísima y limitada;   y dividida, es poco y muy imperfecto lo que hace, y ligeramente lo pierde  todo.  Por esta doctrina y ejemplar con  la que era santísima y no podía caer por mi protección, no quise que fuese cono­cida, ni honrada en su vida, ni llevada al templo con ostentación de honra visible.

419.   A más de esto, yo envié a mi Unigénito del Cielo y crié a la que había de ser su Madre, para que sacasen al mundo de su error y desengañasen a los mortales, de que era ley iniquísima y establecida por el pecado que el pobre fuese despreciado y el rico estimado;  que el humilde fuese abatido y el soberbio ensalzado; que el virtuoso fuese vituperado y el pecador acreditado;  que el temeroso y encogido fuese juzgado por insensato y el arrogante fuese tenido por valeroso; que la pobreza fuese ignominiosa y desdicha­da; las riquezas, fausto, ostentación, pompas, honras, deleites pere­cederos buscados y apreciados de los hombres insipientes y carna­les. Todo esto vino el Verbo Encarnado y su Madre a reprobar y condenar por engañoso y mentiroso, para que los mortales conoz­can el formidable peligro en que viven en amarlo y en entregarse tan ciegamente a la mentira dolosa de lo sensible y deleitable. Y de este insano amor les nace que con tanto esfuerzo huyan de la hu­mildad, mansedumbre y pobreza, y desvíen de sí todo lo que tiene olor de virtud verdadera de penitencia y negación de sus pasiones; siendo esto lo que obliga a mi equidad y es aceptable en mis ojos, porque es lo santo, lo honesto, lo justo y que ha de ser premiado con remuneración de eterna gloria, y lo contrario con sempiterna pena.

420.   Esta verdad no alcanzan los ojos terrenos de los mundanos y carnales, ni quieren atender a luz que se la enseñaría; pero tú, alma, óyela y escríbela en tu corazón con el ejemplo del Verbo Huma­nado, de la que fue su Madre y le imitó en todo. Santa era, y en mi estimación y agrado la primera después de Cristo, y se le debía toda veneración y honra de los hombres, pues no le pudieran dar la que merecía; pero yo previne y ordené que no fuese honrada ni conocida por entonces, para poner en ella lo más santo, lo más perfecto, lo más apreciable y seguro, que mis escogidos habían de imitar y aprender de la Maestra de la verdad; y esto era la humil­dad, el secreto, el retiro, el desprecio de la vanidad engañosa y formidable del mundo, el amor a los trabajos, tribulaciones, con­tumelias, aflicciones y deshonras de las criaturas. Y porque todo esto no se compadece ni conviene con los aplausos, honras y estimación de los mundanos, determiné que María Purísima no las tuviese, ni quiero que mis amigos las reciban ni admitan. Y si para mi gloria yo los doy a conocer alguna vez al mundo, no es porque ellos lo desean, ni lo quieren;  mas con su humildad, y sin salir de sus límites, se rinden a mi disposición y voluntad; y para sí y por sí desean y aman lo que el mundo desecha, y lo que el Verbo Huma­nado y su Madre Santísima obraron y enseñaron.—Esta fue la res­puesta del Señor a mi admiración y reparo; con que me dejó satisfecha y enseñada en lo que debo y deseo ejecutar.

421. Cumplido ya el tiempo de los tres años determinados por el Señor, salieron de Nazaret Joaquín y Ana, acompañados de algunos deudos, llevando consigo la verdadera arca viva del testamento, María Santísima, en los brazos de su madre, para depositarla en el Templo Santo de Jerusalén. Corría la hermosa niña con sus afec­tos fervorosos tras el olor de los ungüentos de su amado(Cant., 1, 3), para buscar en el Templo al mismo que llevaba en su corazón. Iba esta humilde procesión muy sola de criaturas terrenas y sin alguna visi­ble ostentación, pero con ilustre y numeroso acompañamiento de espíritus angélicos que para celebrar esta fiesta habían bajado del Cielo, a más de los ordinarios que guardaban a su Reina niña, y cantando con música celestial nuevos cánticos de gloria y alabanza del Altísimo —oyéndolos y viéndolos a todos la Princesa de los cielos, que caminaba hermosos pasos a la vista del supremo y verdadero Salomón— prosiguieron su jornada de Nazaret hasta la Ciudad Santa de Jerusalén, sintiendo los dichosos padres de la niña María gran­de júbilo y consolación de su espíritu.

422.    Llegaron al Templo Santo, y la Bienaventurada Ana, para entrar con su hija y Señora en él, la llevó de la mano, asistién­dolas particularmente el Santo Joaquín; y todos tres hicieron devota y fervorosa oración al Señor: los padres ofreciéndole a su hija y la hija santísima ofreciéndose a sí misma con profunda humildad, adoración y  reverencia.  Y  sola  ella  conoció  cómo el  Altísimo  la admitía y recibía; y entre un divino resplandor que llenó el templo, oyó una voz que le decía: Ven, esposa mía, electa mía, ven a mi templo, donde quiero que me alabes y me bendigas.—Hecha esta oración  se levantaron y fueron al  sacerdote y le  entregaron los padres a su hija y niña María, y el sacerdote le dio su bendición; y juntos todos la llevaron a un cuarto, donde estaba el colegio de las doncellas que se criaban en recogimiento y santas costumbres, mientras llegaban a la edad de tomar estado de matrimonio; y espe­cialmente se recogían allí las primogénitas del tribu real de Judá y del tribu sacerdotal de Leví.

423.    La subida de este colegio tenía quince gradas, adonde sa­lieron otros sacerdotes a recibir la bendita niña María; y el que la llevaba, que debía de ser uno de los ordinarios y la había recibido, la puso en la grada primera; ella le pidió licencia y, volviéndose a sus padres Joaquín y Ana, hincando las rodillas les pidió su ben­dición y les besó la mano a cada uno, rogándoles la encomendasen a Dios. Los santos padres con gran ternura y lágrimas la echaron bendiciones, y, en recibiéndolas, subió por sí sola las quince gradas con incomparable fervor y alegría, sin volver la cabeza ni derramar lágrima, ni hacer acción párvula, ni mostrar sentimiento de la des­pedida de sus padres;  antes puso a todos en admiración el verla en edad tan tierna con majestad y entereza tan peregrina. Los sacer­dotes la recibieron y llevaron al colegio de las demás vírgenes; y el Santo Simeón, Sumo Sacerdote, la entregó a las maestras, una de las cuales era Ana profetisa. Esta santa matrona había sido prevenida con  especial gracia y luz del Altísimo para  que se encargase  de aquella niña de Joaquín y Ana, y así lo hizo por Divina dispensa­ción, mereciendo por su santidad y virtudes tener por discípula a la que había de ser Madre de Dios y maestra de todas las criaturas.

424.    Los padres, Joaquín y Ana, se volvieron a Nazaret dolori­dos, y pobres sin el rico tesoro de su casa, pero el Altísimo los con­fortó y consoló en ella. El santo sacerdote Simeón, aunque por en­tonces  no conoció   el  misterio encerrado  en  la niña María,  pero tuvo grande luz de que era santa y escogida del Señor; y los otros sacerdotes también sintieron de ella con gran alteza y reverencia. En aquella escala que subió la niña se ejecutó con toda propiedad lo que Jacob vio en la suya(Gén., 28, 12), que subían y bajaban Ángeles; unos que acompañaban y otros que salían a recibir a su Reina; y en lo supremo de ella aguardaba Dios para admitirla por Hija y por Es­posa; y ella conoció en los efectos de su amor que verdaderamente aquella era casa de Dios y puerta del cielo.

425.    La niña María, entregada y encargada a su maestra, con humildad profunda le pidió de rodillas la bendición, y la rogó que la recibiese debajo de su obediencia, enseñanza y consejo, y que tuvie­se paciencia en lo mucho que con ella trabajaría y padecería. Ana profetisa, su maestra, la recibió con agrado y la dijo:  Hija mía, en mi voluntad hallaréis madre y amparo y yo cuidaré de vos y de vuestra crianza con  todo el  desvelo posible.—Luego pasó a ofre­cerse con la misma humildad a todas las doncellas que allí estaban, y a cada una  singularmente  la saludó y abrazó y se  dedicó por sierva suya, y les pidió que como mayores y más capaces de lo que allí habían de hacer la enseñasen y mandasen; y dioles gracias porque sin merecerlo la admitían en su compañía.

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DOCTRINA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

426. Hija mía, la mayor dicha que puede venirle en esta vida mortal a un alma es que la traiga el Altísimo a su casa y la consa­gre toda a su servicio; porque con este beneficio la rescata de una peligrosa esclavitud y la alivia de la vil servidumbre del mundo, donde sin perfecta libertad come su pan con el sudor de su cara (Gén., 3, 19). ¿Quién hay tan insipiente y tenebroso que no conozca el peligro de la vida mundana, con tantas leyes y costumbres abominables y pésimas como la astucia diabólica y la perversidad de los hombres han introducido? La mejor parte es la religión y retiro; aquí se halla puerto seguro y lo demás todo es tormenta y olas alteradas y llenas de dolor y desdichas; y no reconocer los hombres esta verdad y agradecer este singular beneficio, es fea dureza de corazón y olvido de sí mismos. Pero tú, hija mía, no te hagas sorda a la voz del Altísimo, atiende y obra y responde a ella; y te advierto que uno de los mayores desvelos del demonio es impedir la vocación del Señor cuando llama y dispone a las almas para que se dediquen a su servicio.

427.    Sólo aquel acto público y sagrado de recibir el hábito y entrar en la religión, aunque no se haga siempre con el fervor y pureza de intención debida, indigna y enfurece al Dragón infernal y a sus demonios, así por la gloria del Señor y gozo de los Santos Án­geles, como porque sabe aquel mortal enemigo que la religión lo santifica y perfecciona. Y sucede muchas veces que habiéndola reci­bido por motivos humanos y terrenos, obra después la divina gracia y lo mejora y ordena todo. Y si esto puede cuando el principio no fue con intención tan recta como convenía, mucho más poderosa y eficaz será la luz y virtud del Señor y la disciplina de la religión, cuando el alma entra en ella movida del Divino amor y con íntimo y verdadero deseo de hallar a Dios, servirle y amarle.

428.    Y para que el Altísimo reforme o adelante al que viene a la religión por cualquier motivo que traiga, conviene que, en vol­viendo al mundo las espaldas, no le vuelva los ojos y que borre todas sus imágenes de la memoria y olvide lo que tan dignamente ha de­jado en el mundo. A los que no atienden a esta enseñanza y son ingratos y desleales con Dios, sin duda les viene el castigo de la mujer de Lot (Gén., 19, 26), que si por la Divina piedad no es tan visible y pa­tente a los ojos exteriores, pero recíbenle interiormente, quedando helados, secos y sin fervor ni virtud. Y con este desamparo de la gracia, ni consiguen el fin de su vocación, ni aprovechan en la religión, ni hallan consuelo espiritual en ella, ni merecen que el Señor les mire y visite como a hijos; antes los desvía como esclavos infieles y fugitivos. Advierte, María, que para ti todo lo del mundo ha de estar muerto y crucificado, y tú para él, sin memoria, ni imagen, ni atención, ni afecto o cosa alguna terrena y si tal vez fuere necesario ejercitar la caridad con los prójimos, ordénala tan bien que en primer lugar pongas el  bien de tu alma y tu seguridad y  quietud,  paz   y  tranquilidad   interior.   Y  en   estas   advertencias todo extremo, que no sea vicio, te lo amonesto y mando si has de estar en mi escuela.

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DE UN SINGULAR FAVOR QUE HIZO EL ALTÍSIMO A MARÍA SANTÍSIMA LUEGO QUE SE QUEDÓ EN EL TEMPLO

429. Cuando la divina niña María, despedidos sus padres, se quedó en el templo para vivir en él, le señaló su maestra el retiro que le tocaba entre las demás vírgenes, que eran como unas grandes alcobas o pequeños aposentos para cada una. Postróse en tierra la Princesa de los cielos y, con advertencia de que era suelo y lugar del templo, le besó y adoró al Señor dándole gracias por aquel nuevo beneficio, y a la misma tierra, porque la había recibido y sustentaba, siendo indigna de aquel bien, de pisarla y estar en ella. Luego se convirtió a sus Ángeles santos y les dijo: Príncipes celes­tiales, nuncios del Altísimo, fidelísimos amigos y compañeros míos, yo os suplico con todo el afecto de mi alma, que en este santo Templo de mi Señor hagáis conmigo el oficio de vigilantes centinelas, avi­sándome de todo lo que debo hacer; enseñadme y encaminadme como maestros y nortes de mis acciones, para que acierte en todo a cumplir la voluntad perfecta del Altísimo, dar gusto a los santos sacerdotes y obedecer a mi maestra y compañeras.—Y hablando con los doce Ángeles singularmente —que arriba dijimos (Cf. supra 202 y 273)  eran los doce del Apocalipsis— les dijo: Y a vosotros, embajadores míos, os pido que, si el Altísimo os diere su licencia, vais [sic] a consolar a mis santos padres en su aflicción y soledad.

430.  Obedecieron a su Reina los doce Ángeles y, quedando con los demás en coloquios divinos, sintió una virtud superior que la movía fuerte y suave y la espiritualizaba y levantaba en un ardiente éxtasis; y luego el Altísimo mandó a los Serafines que la asistían ilustrasen su alma santísima y la preparasen. Y luego le fue dado un lumen y cualidad divina que perfeccionase y proporcionase sus potencias con el objeto que le querían manifestar. Y con esta pre­paración, acompañada de todos sus Santos Ángeles y otros muchos, vestida la divina niña de una refulgente nubécula, fue llevada en cuer­po y alma hasta el Cielo empíreo, donde fue recibida de la Santísima Trinidad con digna benevolencia y agrado. Postróse ante la presencia del poderosísimo y altísimo Señor, como solía en las demás visio­nes, y adoróle con profunda humildad y reverencia. Y luego la vol­vieron a iluminar de nuevo con otra cualidad o lumen con el cual vio la Divinidad intuitiva y claramente; siendo esta la segunda vez que se le manifestó por este modo intuitivo a los tres años de su edad.

431.    No hay sentido ni lengua que pueda manifestar los efec­tos de esta visión y participación de la Divina esencia. La Persona del  Eterno  Padre habló  a  la futura Madre  de  su  Hijo, y díjola: Paloma mía y dilecta mía, quiero que veas los tesoros de mi ser inmutable y perfecciones  infinitas y los  ocultos  dones que tengo destinados para las almas que tengo elegidas para herederas de mi gloria,  que  serán  rescatadas   con  la Sangre  del  Cordero  que por ellas ha de morir. Conoce, hija mía, cuán liberal soy para mis criatu­ras que me conocen y aman; cuán verdadero en mis palabras, cuán fiel  en mis  promesas,  cuán  poderoso y admirable  en mis  obras. Advierte, esposa mía, cómo es verdad infalible que quien me siguiere no vivirá en tinieblas. De ti quiero que, como mi escogida, seas testi­go de vista de los tesoros que tengo aparejados para levantar los humildes, remunerar los pobres, engrandecer los abatidos y premiar todo lo que por mi nombre hicieren o padecieren los mortales.

432.    Otros  sacramentos  grandes  conoció la  santísima niña  en esta visión de la Divinidad, porque el objeto es infinito; y aunque se le había manifestado otra vez  claramente, pero siempre le resta infinito que comunicar de nuevo con más admiración y mayor amor de quien recibe este favor. Respondió la Santísima María al Señor, y dijo: Altísimo y supremo Dios eterno, incomprensible sois en vues­tra grandeza, rico en misericordias, abundante en tesoros, inefable en misterios, fidelísimo en promesas, verdadero en palabras, perfectísimo en vuestras obras, porque sois Señor infinito y eterno en vuestro ser y perfecciones. Pero ¿qué hará, altísimo Señor, mi pe­quenez a la vista de vuestra grandeza? Indigna me reconozco de mirar vuestra grandeza que veo, pero necesitada de que con ella me miréis. En vuestra presencia, Señor, se aniquila toda criatura, ¿qué hará vuestra sierva, que es polvo? Cumplid en mí todo vuestro querer y  beneplácito;   y  si  en  vuestros  ojos   son  tan  estimables los trabajos y desprecios de los mortales, la humildad, la paciencia y mansedumbre en ellos, no consintáis, amado mío, que yo carezca de tan rico tesoro y prendas de vuestro amor; y dad el premio de ello a  vuestros  siervos y amigos,  que lo merecerán mejor, pues nada he trabajado yo en vuestro servicio y agrado.

433.    El Altísimo se agradó mucho de la petición de la divina niña y la dio a conocer cómo la admitía para concederle que traba­jase y padeciese por su amor en el discurso de su vida, sin entender entonces el orden y modo como había de suceder todo. Dio gracias la Princesa del Cielo por este beneficio y favor de que era escogida para trabajar y padecer por el nombre y gloria del Señor y, fervo­rosa con el deseo de conseguirlo, pidió licencia a Su Majestad para hacer en su presencia cuatro votos; de castidad, pobreza, obediencia y perpetuo  encerramiento  en  el  templo,  adonde  la  había  traído. A esta petición la respondió el Señor, y la dijo: Esposa mía, mis pensamientos se levantan sobre todas las criaturas y tú, electa mía, ahora ignoras lo que en el discurso de tu vida te puede suceder y que no será posible en  todo cumplir tus fervorosos deseos  en el modo que ahora piensas; el voto de castidad admito y quiero le ha­gas, y que renuncies desde luego las riquezas terrenas; si bien es mi voluntad que en los  demás votos y en sus materias obres, en lo posible, como si los hubieras hecho todos; y tu deseo se cumplirá en otras muchas doncellas que, en el tiempo venidero de la ley de gracia, por seguirte y servirme harán  los mismos votos  viviendo juntas en congregación, y serás madre de muchas hijas.

434.    Hizo  luego  la  santísima  niña  en presencia  del  Señor el voto de castidad, y en lo demás sin obligarse renunció todo el afec­to de lo terreno y criado; y propuso obedecer por Dios a todas las criaturas. Y en el cumplimiento de estos propósitos fue más pun­tual, fervorosa y fiel que ninguno de cuantos por voto lo prometie­ron ni prometerán. Con esto cesó la visión intuitiva y clara de la Divinidad, pero no luego fue restituida a la tierra; porque en otro estado más inferior tuvo luego otra visión imaginaria del mismo Señor y estando siempre en el cielo empíreo; de manera que se siguieron a la vista de la Divinidad otras visiones imaginarias.

435.    En esta segunda e imaginaria visión llegaron a ella algu­nos Serafines de los más inmediatos al Señor y, por mandado suyo, la adornaron y compusieron en esta forma. Lo primero, todos sus sentidos fueron como iluminados con una claridad o lumen que los llenaba de gracia y hermosura. Luego la vistieron una ropa o tuni-cela preciosísima de refulgencia y la ciñeron con una cintura de piedras diferentes de varios colores transparentes, lucidísimos y bri­llantes, que toda la hermoseaba sobre la humana ponderación;  y significaba la pura candidez y heroicas y diferentes virtudes de su alma   santísima.   Pusiéronla   también   una   gargantilla   o   collar  in­estimable y de subido valor con tres grandes piedras, símbolo de las tres mayores y excelentes virtudes, fe, esperanza y caridad; y estas pendían   del   collar   sobre   el   pecho,   como   señalando   su   lugar  y asiento de tan ricas joyas. Diéronle tras esto siete anillos de rara hermosura en sus manos, donde se los puso el Espíritu Santo en testimonio de que la adornaba con sus dones en grado eminentísi­mo. Y sobre este adorno la Santísima Trinidad puso sobre su cabeza una imperial corona de materia y piedras inestimables, constituyén­dola juntamente por Esposa suya y por Emperatriz del cielo; y en fe de todo esto la vestidura cándida y refulgente estaba sembrada de unas letras o cifras de finísimo oro y muy brillante, que decían: María hija del Eterno Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre de la verdadera luz. Esta última empresa o título no entendió la di­vina Señora, pero los Ángeles sí, que admirados en la alabanza del Autor asistían a obra tan peregrina y nueva; y en cumplimiento de todo esto puso el Altísimo en los mismos espíritus angélicos nueva atención, y salió una voz del trono de la Santísima Trinidad, que hablando con María Santísima le dijo: Nuestra Esposa, nuestra que­rida y escogida entre las criaturas serás por toda la eternidad; los Ángeles te servirán y todas las naciones y generaciones te llamarán bienaventurada (Lc., 1, 48).

436.    Adornada la soberana niña con las galas de la divinidad, se celebró luego el desposorio más célebre y maravilloso que pudo imaginar ninguno de los más altos querubines y serafines, porque el Altísimo la admitió por Esposa única y singular y  la  constituyó en la más suprema dignidad que pudo caber en pura criatura, para depositar en ella su misma Divinidad en la Persona del Verbo y con él todos los tesoros de gracias que a tal eminencia convenían. Estaba la humildísima entre los humildes absorta en el abismo de amor y admiración que la causaban tales favores y beneficios y en presencia del Señor, dijo:

437.    Altísimo Rey y Dios incomprensible, ¿quién sois vos y quién soy yo, para que vuestra dignación mire a la que es polvo, indigna de tales misericordias? En vos, Señor mío, como en espejo claro, conociendo vuestro ser inmutable, veo y conozco sin engaño la ba­jeza y vileza del mío, miro vuestra inmensidad y mi nada, y en este conocimiento quedo aniquilada y deshecha con admiración de que la Majestad infinita se incline a tan humilde gusanillo, que sólo puede merecer el desecho y desprecio entre todas las criaturas. ¡Oh Señor y bien mío, qué magnificado y engrandecido seréis en esta obra! ¡Qué admiración causaréis conmigo en vuestros espíritus an­gélicos, que conocen vuestra infinita bondad, grandeza y misericor­dias, en levantar al polvo y a la que en él es pobre(Sal., 112, 3), para colocar­la entre los príncipes! Yo, Rey mío y mi Señor, os admito por mi Esposo y me ofrezco por vuestra esclava. No tendrá mi entendi­miento otro objeto, ni mi memoria otra imagen, ni mi voluntad otro fin ni deseo fuera de vos, sumo, verdadero y único bien y amor mío, ni mis ojos se levantarán para ver otra criatura humana, ni atenderán mis potencias y sentidos a nadie fuera de vos mismo y a lo que Vuestra Majestad me encaminare; solo vos, amado mío, seréis para vuestra Esposa(Cant., 2, 16) y ella para solo vos, que sois incomutable y eterno bien.

438.  Recibió el Altísimo con inefable agrado esta aceptación que hizo la soberana Princesa del nuevo desposorio que con su alma santísima había celebrado; y, como a verdadera Esposa y Señora de todo lo criado, le puso en sus manos todos los tesoros de su poder y gracia y la mandó que pidiese lo que deseaba, que nada le sería negado.  Hízolo  así la humildísima paloma y pidió  al  Señor  con ardentísima caridad enviase a su Unigénito al mundo para remedio de los mortales; que a todos los llamase al conocimiento verdadero de su Divinidad; que a sus padres naturales Joaquín y Ana les aumenta­se en el amor y dones de su Divina diestra; que a los pobres y afli­gidos los consolase y confortase en sus trabajos; y para sí misma pidió el cumplimiento y beneplácito de la Divina voluntad.  Estas fueron  las  peticiones  más  particulares que  hizo la  nueva esposa María en esta ocasión a la Beatísima Trinidad. Y todos los espíritus angélicos en alabanza del Altísimo hicieron nuevos cánticos de ad­miración y, con música celestial, los que Su Majestad destinó vol­vieron  a  la  santísima  niña  desde  el  cielo  empíreo  al  lugar  del templo, dé donde la habían llevado.

439.    Y para comenzar luego a poner por obra lo que Su Alteza había prometido en  presencia  del  Señor,  fue  a  su  maestra y la entregó todo cuanto su madre Santa Ana le había dejado para su necesidad y regalo, hasta unos libros y vestuario; y la rogó lo dis­tribuyese a los pobres, o como ella gustase disponer de ello, y la mandase y ordenase lo que debía hacer. La discreta maestra, que ya he dicho era Ana la profetisa, con divino impulso admitió y apro­bó lo que la hermosa niña María ofrecía y la dejó pobre y sin cosa aguna más de lo que tenía vestido; y propuso cuidar singularmente de ella como de más destituida y pobre, porque las otras doncellas cada una tenía su peculio y homenaje señalado y propio de sus ropas y otras cosas a su voluntad.

440. Diole también la maestra orden de vivir a la dulcísima niña, habiéndolo comunicado primero con el sumo sacerdote; y con esta desnudez y resignación consiguió la Reina y Señora de las criaturas quedar sola, destituida y despojada de todas ellas y de sí misma, sin reservar otro afecto ni posesión más de solo el amor ardentísimo del Señor y de su propio abatimiento y humillación. Yo confieso mi suma ignorancia, mi vileza, mi insuficiencia y que del todo me hallo indigna para explicar misterios tan soberanos y ocultos; donde las lenguas expeditas de los sabios y la ciencia y amor de los supremos querubines y serafines fueran insuficientes ¿qué podrá decir una mujer inútil y abatida? Conozco cuánto ofendiera a la grandeza de sacramentos tan venerables, si la obediencia no me excusara; pero aun con ella temo y creo que ignoro y callo lo más y conozco y digo lo menos en cada uno de los misterios y sucesos de esta Ciudad de Dios María Santísima.

maria en el templo

DOCTRINA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

441.    Hija mía, entre los favores grandes e inefables que recibí en el discurso de mi vida de la diestra del Todopoderoso, uno fue el   que  acabas   de   conocer  y  escribir  ahora;   porque   en  la  vista clara de la divinidad y ser incomprensible del Altísimo conocí ocul­tísimos sacramentos y misterios, y en aquel adorno y desposorio recibí incomparables beneficios, y en mi espíritu sentí dulcísimos y divinos  efectos. Aquel  deseo  que  tuve  de hacer los  cuatro votos de pobreza, obediencia, castidad y encerramiento, agradó mucho al Señor;  y merecí con el deseo que se estableciese en la Iglesia y ley de gracia el hacer los mismos votos las religiosas, como hoy se acostumbra; y aquel fue el principio de lo que ahora hacéis las religiosas, según lo que dijo Santo Rey David(Sal., 44, 13): Adducentur Regí virgines post eam, en el salmo 44, porque el Altísimo ordenó que fuesen mis deseos el fundamento de las religiones de la Ley Evangélica. Y yo cumplí entera y perfectísimamente todo lo que allí propuse delante del Se­ñor, en cuanto según mi estado y vida fue posible; ni jamás miré al rostro a hombre alguno, ni de mi esposo San José, ni de los mismos Ángeles, cuando en forma humana se me aparecían, pero en Dios los vi y conocí todos; y a ninguna cosa criada o racional tuve afecto, ni en operación e inclinación humana; ni tuve querer propio: sí o no, haré o no haré, porque en todo me gobernó el Altísimo, o por sí inmediatamente, o por la obediencia de las criaturas a quien de vo­luntad me sujetaba.

442.   No ignores, carísima, que como el estado de la religión es sagrado y ordenado por el Altísimo, para que  en él  se conserve la  doctrina  de  la perfección  cristiana y  perfecta imitación  de la vida santísima de mi Hijo, por esto mismo está indignadísimo con las almas religiosas que duermen olvidadas de tan alto beneficio y viven tan descuidadas y más relajadamente que muchos hombres mundanos; y así les aguarda más severo juicio y castigo que a ellos. También el demonio, como antigua y astuta serpiente, pone más diligencia y sagacidad en tentar y vencer a los religiosos y religio­sas que con todo el resto de los mundanos respectivamente; y cuando derriba a un alma religiosa, hay mayores consejos y solicitud de todo el infierno, para que no se vuelva a levantar con los reme­dios que para esto tiene más prontos la religión, como son la obe­diencia y ejercicios santos y uso frecuente de los sacramentos. Para que todo esto se malogre y no le aproveche al religioso caído, usa el enemigo de tantas artes y ardides, que sería espantosa cosa el cono­cerlos. Pero mucho de esto se manifiesta considerando los movimien­tos y obras que hace un alma religiosa para defender sus relajacio­nes, excusándolas si puede con algún color y si no con inobediencias y mayores desórdenes y culpas.

443. Advierte, pues, hija mía, y teme tan formidable peligro; y con las fuerzas de la Divina gracia procura levantarte a ti sobre ti, sin consentir en tu voluntad afecto ni movimiento desordenado. Toda quiero que trabajes en morir a tus pasiones y espiritualizarte, para que, extinguido en ti todo lo que es terreno, pases al ser angélico por la vida y conversación. Para llenar el nombre de esposa de Cristo has de salir de los términos y esfera del ser humano y ascen­der a otro estado y ser divino; y aunque eres tierra, has de ser tierra bendita sin espinas de pasiones, cuyo fruto copioso sea todo para el Señor, que es su dueño. Y si tienes por esposo aquel supremo y poderoso Señor, que es Rey de los reyes y Señor de los señores, dedígnate de volver los ojos, y menos el corazón, a los esclavos viles, que son las criaturas humanas; pues aun los ángeles te aman y respetan por la dignidad de esposa del Altísimo. Y si entre los mortales se juzga por osadía temeraria y desmesurada que un hom­bre vil ponga los ojos en la esposa del príncipe ¿qué delito será ponerlos en la esposa del Rey celestial y todopoderoso? Y no será menor culpa que ella lo admita y lo consienta. Asegúrate y pondera que es incomparable y terrible el castigo que para este pecado está prevenido, y no te le muestro a la vista porque con ella no des­fallezca tu flaqueza. Y quiero que para ti sea bastante mi enseñanza para que ejecutes todo lo que te ordeno y me imites como discípula en cuanto alcanzaren tus fuerzas; y sé solícita en amonestar a tus monjas esta doctrina y hacer que la ejecuten.—Señora mía y Reina piadosísima, con júbilo de mi alma oigo vuestras dulcísimas palabras llenas de espíritu y de vida; y deseo escribirlas en lo íntimo de mi corazón con la gracia de vuestro Hijo Santísimo que os suplico me alcancéis. Y si me dais licencia, hablaré en vuestra presencia como discípula ignorante con mi Maestra y Señora. Deseo, Madre y amparo mío, que para cumplir los cuatro votos de mi pro­fesión, como Vuestra Majestad me lo manda y yo debo, y aunque indigna y tibia lo deseo, me déis alguna doctrina más copiosa que me sirva de guía y magisterio en el cumplimiento de esta obliga­ción y afecto que en mi ánimo habéis puesto.

Fuente: Mística Ciudad de Dios

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00 Todas las Advocaciones 11 Noviembre ADVOCACIONES Y APARICIONES FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María

Nuestra Señora de Lujan Madre y Protectora de las Naciones del Plata ( 21 de noviembre)

El 21 de noviembre de 2009, en la fiesta de la Presentación de la Virgen Santísima en el Templo, que celebra su Virginidad perfecta y perpetua, la imagen de Nuestra Señora de Luján fue coronada en Montevideo bajo el título de Madre y Protectora de las Naciones del Plata. 

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La Orden de María Reina y los Foros de la Virgen María, dos organizaciones marianas nacidas en el Río de la Plata, tuvieron la iniciativa de peregrinar desde Argentina hasta Uruguay una imagen milagrosa de Nuestra Señora de Luján, que fue bendecida tres veces por el papa Juan Pablo II (en el Vaticano, en Roma y en Argentina), para reafirmar la tutela de María sobre el Plata.

La imagen peregrinó 5 días en casas de familia donde diversos grupos rezaron el rosario. 

Con este acto, se rescata del olvido de muchos la coronación pontificia que hizo en 1887 el papa León XIII considerando a Nuestra Señora de Luján como Reina de Argentina, Uruguay y Paraguay, título que fue renovado por el papa Pío XI en 1930 al designarla Patrona de los tres paises.
 
Los países del Plata comparten la misma lengua e historia, y hoy también comparten graves circunstancias que atentan contra la fe y la moral cristianas, agravado por el doloroso litigio de “los puentes”, que afligen sobremanera al Inmaculado Corazón de María, desuniendo a sus hijos.
Prueba de ello es que una imagen suya, impresa en una estampa, ha llorado en Uruguay desde que comenzó tal litigio.
 
Esta peregrinación recuerda además las raíces marianas comunes de ambos pueblos, ya que en sus inicios, la Virgen de los Treinta y Tres, patrona de Uruguay, era llamada la Virgen de Lujan del Pintado.

Es por eso, que el acto del 21 de noviembre quiso renovar la creencia de que las Naciones del Plata tienen una misma Madre y un mismo Dios, que Ella protege a sus hijos en estos momentos difíciles, y que sus hijos se lo agradecen y ofrecen con todo el fervor de sus corazones esta coronación y título para su gloria. 

¡Nuestra Señora de Luján, Madre y Protectora de las naciones del Plata, ruega por nosotros¡

TEXTO DEL COMUNICADO ENVIADO POR EMAIL

coronación de NS de lujan chica

La Virgen de Lujan, que fuera coronada pontificialmente en su virtud de Reina de Argentina, Uruguay y Paraguay por el papa León XIII en 1887, y en 1930 designada Patrona de los tres países por el papa Pío XI, peregrinó durante 5 días en Uruguay.

La milagrosa imagen llegó desde Argentina por iniciativa de dos organizaciones marianas nacidas en el Río de la Plata, la Orden de María Reina y los Foros de la Virgen María, rescatando así del olvido de muchos, su reinado sobre la cuenca del Plata.

Ella quiso visitar a sus hijos que hoy enfrentan fuertes cuestionamientos a la fe y a la moral cristianas, inmersos en sociedades que se alejan cada vez más de Dios por imperio de la violencia y la soberbia, la desunión y la búsqueda del placer como razón última de la existencia, y que experimentan las consecuencias del Nuevo Orden Mundial con su reingeniería social atea y pagana.

Visitó a los uruguayos en el momento en que se aprestan a elegir su nuevo Presidente, en medio de una contienda electoral donde se discute, entre otras cosas, el valor de la vida, de la moral y de la justicia.

Esta peregrinación fue propicia para que Nuestra Señora de Lujan fuera coronada, el 21 de noviembre, con el título glorioso de Madre y Protectora de las Naciones del Plata, como agradecimiento fervoroso a la compañía que la Santísima Virgen María hace a sus hijos de estas naciones y a su permanente protección.

Y para que recordemos siempre que sus hijos podemos y debemos recurrir a la Madre del Cielo, Nuestra Señora de Luján, en los momentos de dificultades, porque Ella siempre responde.

¡Nuestra Señora de Lujan Madre y Protectora de las Naciones del Plata, ruega por nosotros¡

 

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DEVOCIONES Y ORACIONES Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Por la Santidad

Oraciones por la Santidad

POR LA SANTIDAD DE VIDA

Creo en ti, Señor, pero ayúdame a creer con firmeza; espero en ti, pero
ayúdame a esperar sin desconfianza; te amo, Señor, pero ayúdame a
demostrarte que te quiero; estoy arrepentido, pero ayúdame a no volver a ofenderte.

 

vela consumiendose

 

Te adoro, Señor, porque eres mi creador y te anhelo porque eres mi fin:
te alabo, porque no te cansas de hacerme el bien y me refugio en ti, porque
eres mi protector.

Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu
misericordia me consuele y tu poder me defienda.

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en ti; te ofrezco
mis palabras, ayúdame a hablar de ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir
tu voluntad; te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por ti.

Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo
quieres tú, como tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras.

Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento, que fortalezcas mi
voluntad, que purifiques mi corazón y santifiques mi espíritu.

Hazme llorar, Señor, mis pecados, rechazar las tentaciones, vencer mis
inclinaciones al mal y cultivar las virtudes.

Dame tu gracia, Señor, para amarte y olvidarme de mi, para buscar el
bien de mi prójimo sin tenerle miedo al mundo.

Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, comprensivo con
mis inferiores, solícito con mis amigos y generoso con mis enemigos.

Ayúdame, Señor, a superar con austeridad el placer, con generosidad la
avaricia, con amabilidad la ira, con fervor la tibieza.

Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar, valor en los peligros,
paciencia en las dificultades, sencillez en los éxitos.

Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer, responsabilidad
en mi trabajo y firmeza en mis propósitos.

Ayúdame a conservar la pureza del alma, a ser modesto en mis actitudes,
ejemplar en mi trato con el prójimo y verdaderamente cristiano en mi
conducta.

Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, para fomentar en mí, tu
vida de gracia, para cumplir tus mandamientos y obtener mi salvación.

Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, la grandeza
de lo divino, la brevedad de esta vida y la eternidad de la futura.

Amén.

 

mujer orando con rozario en la mano

 

ORACION PARA ALCANZAR LA SANTIDAD

Autor: Cardenal Mercier

Os voy a revelar un Secreto para ser santo y dichoso. Si todos los
días, durante cinco minutos, sabéis hacer callar vuestra imaginación,
cerráis los ojos a las cosas sensibles y los oídos a todos los
rumores de la tierra, para penetrar en vosotros mismos, y allí, en el
santuario de vuestra alma bautizada, que es el templo del Espíritu
Santo, habláis a este Espíritu Divino, diciéndole:

«¡Oh, Espíritu Santo, alma de mi alma, te adoro! Ilumíname, guíame,
fortaléceme, consuélame; dime que debo hacer, dame tus órdenes; te
prometo someterme a todo lo que desees de mí y aceptar todo lo que
permitas que me suceda: hazme tan sólo conocer tu voluntad».

Si esto hacéis, vuestra vida se deslizará feliz, serena y llena de
consuelo, aun en medio de las penas, porque la gracia será en
proporción a la prueba, dándonos la fuerza de sobrellevarla, y
llegaréis así a la puerta del Paraíso cargados de méritos. Esta
sumisión al Espíritu Santo es el secreto de la Santidad.
amen

 

orad sin cesar

 

ORACIÓN POR LA SANTIDAD

«Aún antes de la fundación del mundo Dios nos había escogido para que fuéramos suyos a través de nuestra unión con Cristo, así podríamos ser santos e inmaculados delante de Él» (Ef 1, 4). Santidad es la característica de Dios. Cualquiera que desee habitar en Él debe ser santo. Es la santa voluntad de Dios que todos seamos santos. (1 Tes 4, 3). Todos los días rezamos «que se haga tu voluntad» y es su voluntad que nosotros seamos santos. Uno que se esfuerza por la perfección cabe esperar que sea perfecto y santo como lo es su Padre Celestial. (Mt 5, 48) . Si uno puede alzar su corazón al Santo Corazón de Jesús, él puede embeber santidad de Él. Nadie puede experimentar a Dios a no ser que esté revestido de santidad. (Mt 5, 8; Heb 12, 14). En todo ser humano hay una sed inherente de experiencia de Dios. (Sal 42, 1-6) Cualquier experiencia solamente es posible cuando se reciben los datos a través de los sentidos. Los sentidos externos tienen sus correspondientes sentidos internos que reciben los datos que son espirituales para tener la experiencia de Dios. Cuando los sentidos están corroídos y manchados por pecados, ellos no pueden recibir tales datos. Por lo tanto uno debe de lavar sus sentidos y su corazón en la preciosa Sangre de Jesús y pedir al Espíritu Santo que los llene con la santidad de Dios. (Heb 9, 14)

ORACIÓN

(Cerrando tus ojos interiores puedes contemplar el Corazón de Jesús, maltratado y herido, y levantando en fe tu mano derecha, puedes sumergirla en la Sangre que mana de él, y señala cada parte de tu cuerpo especialmente el corazón y los sentidos con el signo de la cruz. La Sangre de Cristo está disponible para todos aquellos que creen. (Rom 3, 25). Así como los israelíes marcaron las puertas de sus casas con sangre y se protegieron a sí mismos, tú puedes en fe marcar todo lo que tú quieras con las Sangre de Cristo, tu hogar, tu coche, tu tienda, los libros que lees, los utensilios, etc.)

Oh Jesús crucificado por mis pecados, ahora yo vengo a los pies de la Cruz y contemplando tu sagrado Corazón de donde fluye sangre y agua, humildemente te pido que laves mi corazón y sentidos para que yo pueda experimentar tu amor sin medida, y alcanzar la santidad de vida que Tú tanto deseas. Siento profundamente haberme manchado con diversos pecados en mi vida pasada. Uniendo todas mis pequeñas tristezas y sufrimientos con tus agudísimos sufrimientos en la cruz, yo expío por mis pecados. Oh Jesús, mi dulce Salvador, al rendirme a Ti, te expreso mi gran deseo de llegar a Ti más íntimamente para ver tu cara con mis ojos, oír tu voz a través de mis oídos, oler la dulce fragancia de tu divinidad y probar tu precioso amor y por tanto tener una experiencia personal completa de tu presencia. Oh Señor, déjame tocar tus santas heridas con mis manos (hacerlo) marcando y ungiendo cada parte de mi mismo para que pueda ser plenamente protegido de todo mal y de todo daño. Oh Espíritu Santo, ven a mí y habita en mí con la presencia de Jesús y del Padre para que pueda ser santo y sin mancha con todos los santos en el cielo. Amén

(Repetidamente puedes decir «Espíritu Santo, Señor, santifícame» y alabar y agradecer al Señor por un tiempo considerablemente largo, experimentando la presencia de Jesús dentro de ti. Si lo haces seriamente, con seguridad te sentirás sumergido en la santidad de Dios).
Puedes leer los siguientes pasajes bíblicos:
Sal 51, 1-19; Mat 5, 1-48; Ef 4, 1-32; Col 2, 1-23

 

Ver aquí más sobre la oración:

La Oración Judeo Cristiana de la Biblia

La Oración en la Iglesia Católica

Como se hace una buena oración

La Oración del Señor: el Padre Nuestro

 

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DEVOCIONES Y ORACIONES Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Por la Santidad Por los Sacerdotes

Oraciones por la Santidad de los Sacerdotes

ORACIÓN PARA PEDIR LA SANTIDAD DE LOS SACERDOTES

Oh Redentor Nuestro, acepta vivir en los sacerdotes, transfórmalos en Ti. Hazlos por tu gracia ministros de tu misericordia, obra a través suyo, y haz que, imitando fielmente tus virtudes, se revistan en todo de Ti, y actúen en Tu nombre y con la fuerza de tu Espíritu.

 

sacerdote rezando en el suelo

 

Contempla, Señor Jesucristo, cuántos son todavía los que duermen en las tinieblas del error, cuántas son las ovejas que caminan al borde del precipicio. Dirige tu mirada a tantas y tantos pobres, hambrientos y débiles, que lloran en medio de su soledad. Vuelve Tú a nosotros por medio de tus sacerdotes. Muéstrate en ellos y, obrando a través suyo, recorre el mundo de nuevo, enseñando, perdonando, santificando y renovando los lazos de amor entre tu Corazón divino y nuestros pobres corazones. Amén.

Preces para pedir sacerdotes santos

V. Para conseguir el perdón de los pecados,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que no nos falte la Sagrada Eucaristía,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que prediquen a Cristo, y a éste crucificado,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que den testimonio de la Verdad,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que los niños conserven la Gracia,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que la juventud conozca y siga a Cristo,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que los mayores conformen sus vidas según la Ley de Dios,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que tengamos hogares cristianos,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que en nuestros pueblos se viva la unión y la caridad cristiana,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que los enfermos reciban los auxilios espirituales,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros,

R. Señor, danos sacerdotes santos.

Santa María, Madre de la Iglesia, Reina de los Apóstoles, alcánzanos del Señor muchos y santos sacerdotes. Así sea.

 

Orar por los sacerdotes

 

ORACIÓN PARA PEDIR POR LA SANTIDAD DE NUESTROS SACERDOTES

SEÑOR, para celar tu honra y gloria:

DANOS SACERDOTES SANTOS

SEÑOR, para aumentar nuestra fe: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para sostener tu Iglesia: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para predicar tu Doctrina: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para defender tu Causa: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para contrarrestar el error: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para sostener la verdad: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para dirigir nuestras almas: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para mejorar las costumbres: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para desterrar los vicios: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para Iluminar el mundo: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para enseñar las riquezas de tu Corazón: DANOS SACERDOTES SANTOS
SEÑOR, para que todos tus ministros sean la
luz del mundo y sal de la tierra: DANOS SACERDOTES SANTOS

DANOS SACERDOTES MUY SANTOS

ORACION

(Pedir en silencio por algún (os) sacerdote(s) en particular)

Corazón de Jesús, Sacerdote Santo, te pedimos con
el mayor encarecimiento del alma, que aumentes día a
día los aspirantes al sacerdocio y que los formes según
los designios de tu Corazón. Solo así conseguiremos:
y pronto en el mundo no habrá
más que un solo rebaño y un solo Pastor.

Así sea.

 

sacerdote bendiciones con jesus atras

 

ORACIÓN POR LA SANTA IGLESIA Y LOS SACERDOTES

Autora: Santa  Faustina Kowalska

Oh Jesús mío, te ruego por toda la Iglesia: concédele el amor y la luz de tu Espíritu y da poder a las palabras de los sacerdotes para que los corazones endurecidos se ablanden y vuelvan a ti, Señor.

Señor, danos sacerdotes santos; tu mismo consérvalos en la santidad. Oh Divino y Sumo Sacerdote, que el poder de tu misericordia los acompañe en todas partes y los proteja de las trampas y asechanzas del demonio, que están siendo tendidas incesantemente para las almas de los sacerdotes. Que el poder de tu misericordia, oh Señor, destruya y haga fracasar lo que pueda empañar la santidad de los sacerdotes, ya que tú lo puedes todo (1052).

Oh mi amadísimo Jesús, te ruego por el triunfo de la Iglesia, por la bendición para el Santo Padre y todo el clero, por la gracia de la conversión de los pecadores empedernidos. Te pido, Jesús, una bendición especial y luz para los sacerdotes ante los cuales me confesaré durante toda mi vida (240).
Ver aquí más sobre la oración:

La Oración Judeo Cristiana de la Biblia

La Oración en la Iglesia Católica

Como se hace una buena oración

La Oración del Señor: el Padre Nuestro

 

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DEVOCIONES Y ORACIONES En relación al Matrimonio Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Por la Santidad

Oraciones por la Santidad del Matrimonio

SEÑOR, TE DAMOS GRACIAS POR EL MATRIMONIO SANTO

Renunciamos a cuanto secularice el matrimonio. El matrimonio es santo y consagrado a Dios, nuestroCreador. Declaramos que los matrimonios reconocidos por Dios ante sus ojos, son solamente los de un hombre y una mujer. Padre, nos arrepentimos de cualquier pecado que por generación, asociación o encantamiento pueda corromper la santidad del matrimonio.

 

 

Nos basamos en la unción de los fundamentos de 10 que Dios quiso que el matrimonio fuera. ¡Que los pilares de la rectitud sean grandes piedras de integridad, para que 10 que Dios ha definido que el matrimonio sea, permanezca! Confesamos que nuestro fundamento no será comprometido. Oramos para que los santos tomen una actitud radical contra cualquier oposición que se forme contra la verdadera esencia del matrimonio. Estamos de acuerdo en que no puede haber ningún arreglo de diferencias, a través de mutuas concesiones, que modifique el hecho de que Dios estableció el matrimonio como la unión entre un varón y una hembra.

Tampoco es posible ninguna concurrencia de opiniones para deliberar sobre lo que Dios ha ordenado para el matrimonio. Creemos que nuestra postura sobre el matrimonio es correcta, porque estamos alineados con el Único que es recto.

Nos basamos en la unción de tsad-deek (rectitud). Toda ley que se oponga a los principios de Dios sobre este asunto probará ser errónea. Soltamos a los ángeles del Señor para influenciar a nuestro favor cada votación, reunión legislativa y sala de tribunal en los niveles local, estatal y nacional. Declaramos que si Dios es por nosotros, nada puede estar contra nosotros. Como el Señor es estrictamente recto, nos mantenemos firmes en lo que creemos.

 

pareja orando

 

Soltamos nuestra fe en la verdad. Nos paramos firmes, incorruptibles y completos en nuestra resolución de no sólo mantener sino también levantar el estándar del matrimonio en mi país. Atamos el espíritu de poneria que causaría que el estándar del matrimonio fuera degradado. Venimos contra toda perversidad espiritual en lugares altos relacionada con la degeneración del matrimonio. El enemigo ha entrado como un río, ¡pero Dios levantará su estandarte!

Declaramos que el matrimonio es fructífero, como Dios dictó que fuera en el huerto del Edén. Atamos todo ataque de fuentes mediáticas negativas; estrategias ocultas adversas contra el reino de Dios; conspiraciones y confederaciones organizadas; espíritus seculares humanistas antimatrimonio; y espíritus de violencia que infringen la ley de Dios por concepciones equivocadas, y exigen ser vistos como correctos.

Decretamos que el plan bíblico de Dios para el matrimonio invalida todo antiguo espíritu de adoración a Baal, de sodomía, a los demonios anteriores al Diluvio, al gameo (matrimonio del mismo sexo), y cualquier otro estilo de vida y forma de adoración que esté arraigado en la perversión.

Entramos en el arca de Dios. Mantenemos firmemente que las leyes concernientes a matrimonios de personas del mismo sexo, uniones civiles, sociedades domésticas o cualquier otro nombre para relaciones extrañas al plan que Dios tiene para un hombre y una mujer, son contadas como ilegales en el espíritu.

 

familia orando

 

Las maldecimos a la raíz y declaramos que su ilegitimidad manifestará la verdad en los corazones de las personas en mi país. Estarán firmes y votarán bien (por la rectitud).

Oramos que los miembros de ministerios de afirmación gay, ministerios de inclusión y la estrategia homosexual subterránea se amotinen, sean maravillosamente liberados y se unan a nosotros para luchar. También rogamos que cada pastor, ministro o santo que esté practicando en secreto la homosexualidad se arrepienta y sea liberado. Atamos estas maldiciones, que no podrán operar dentro de las paredes de la iglesia, para que tengamos mayor autoridad fuera de esas paredes. Rogamos que cada ministro que respalda en secreto estilos de vida y programas homosexuales (de acuerdo o mediante contribuciones financieras), permita que Dios trate su corazón y sea liberado. Oramos en el nombre de Jesús.

Amén.

 

Ver aquí mas sobre la oración:

La Oración Judeo Cristiana de la Biblia

La Oración en la Iglesia Católica

Como se hace una buena oración

La Oración del Señor: el Padre Nuestro

 

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DEVOCIONES Y ORACIONES FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María Oraciones de cada día

Oración para el día de hoy – Semana 9 a 15 de noviembre 2014

Oración de cada día.
Cada día vamos agregando una oración para ese día y mantenemos las óraciones de la última semana.

 

el poder de la oración

 

¿LAVARME TÚ A MI LOS PIES?

¿Lavarme Tú a mí los pies?
Y si es necesario, Señor,
todo mi pobre ser.

¡Lávame y purifícame!
Hazme comprender que, el camino del servicio
es una llave que abre la puerta del cielo

Que el servir, aún sin ser recompensado,
es garantía de que soy de los tuyos.
Por eso, Señor, ¡lávame!

Pero, te pido Señor, que no te inclines demasiado
Soy yo quien, en este Jueves de tanto amor,
necesito plegarme en mi orgullo

Soy yo quien en estas horas memorables,
estoy llamado a conquistar tu corazón
ofrendándome a los hombres.

¡Lávame, mi Señor!
Para que, mis manos,
puedan acariciar rostros doloridos
Para que, mis pies,
puedan acompañar hermanos perdidos

LO QUE QUIERAS, MI SEÑOR
Me has amado y, al amarme,
brota en mí lo que Tú sembraste:
amor por los que me rodean
amor hacia los que me piden
pasión por los más débiles

Sí, mi Señor; haré lo que Tú quieras
Porque, si algo tiene el Jueves Santo,
es Misterio de amor y de ternura
Misterio de Sacerdocio y aroma de Eucaristía
Misterio de tu presencia
que siempre permanecerá y estallará en el altar

LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Porque, cada vez que comamos de este pan,
Porque, cada vez que bebamos de este vino,
recordaremos tu querer y tu deseo
nos llenaremos con tu Memorial y tu Palabra
con tu gesto de siervo arrodillado.

LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR
Sólo te pedimos una cosa:
que nunca nos falte la Eucaristía
para estar eternamente a Ti unidos
Amén

J.Leoz

JESUCRISTO REY DE LA PAZ

Hace dos mil años, alguien se presentó ante el mundo como la persona capaz de cambiar la historia con un Mensaje Nuevo: «El Mandamiento del Amor y del Servicio».

Su estilo de vida fue único, y su Mensaje un camino seguro para construir la convivencia entre todos los hombres: Un mundo en el que al fin se pueda vivir en paz.

Pero basta con mover las hojas del periódico, poner en funcionamiento la radio, o asomarse a la ventana del televisor, para contemplar una fotografía del mundo, roto en mil pedazos por el odio, la violencia y la guerra. En el mundo no hay paz.

Desde nuestra sencillez de personas que sentimos la situación de este mundo, vamos a gritar a los cuatro costados que se puede vivir en paz, para ver si alguien escucha nuestro grito.

Para que vuelvan «las palomas de la paz» a anidar en nuestra sociedad.

COMPARTIENDO VIDA… DIOS EN CADA COSA

Si estuviéramos a la orilla de este lago no veríamos el corazón dibujado entre las montañas, un corazón que Dios pinta para nosotros.

En la vida nos sucede esto con frecuencia… No nos damos cuenta de los gestos de amor que Dios nos brinda a cada paso.

Tenemos personas cerca que nos quieren, sin embargo todo nos parece poco e, inconscientemente, exigimos más y más amor…

Una mirada puede transmitir cariño pero a veces la interpretamos con recelo, pensando que algo quieren de nosotros…

La naturaleza, regalo continuo de Dios nos envuelve con su belleza pero no siempre sabemos descubrirla…

Detrás de un gesto bondadoso a veces creemos ver intereses ocultos…

… Pero cuando entramos en lo profundo de nuestro ser, sin filtros que nos condicionen, es cuando descubrimos el gran amor que Dios nos ofrece por medio de sus criaturas.
Es importante que nos distanciemos de las cosas que nos hacen dudar para poder descubrir ese Dios bondadoso que nos ama con locura.

BUENOS DÍAS SEÑOR

Enséñanos a no amarnos a nosotros mismos,
a no amar solamente a nuestros amigos,
a no amar sólo a aquellos que nos aman.

Enséñanos a pensar en los otros
y a amar, sobre todo, a quienes nadie ama.

Concédenos la gracia de comprender que,
mientras vivimos una vida demasiado feliz,
hay millones de seres humanos,
que son también hijos tuyos y hermanos nuestros,
que mueren de hambre, sin haber merecido morir de hambre;
que mueren de frío, sin haber merecido morir de frío;
que mueren sin haber merecido morir.

Señor, ten piedad de todos los pobres del mundo;
y no permitas que nosotros vivamos felices sin compartir nuestros bienes,
sin entregar nuestras vidas,
sin luchar por un mundo donde sea posible el amor.

Haznos sentir la necesidad de trabajar por un mundo más justo,
líbranos de nuestro egoísmo,
concédenos la gracia de la generosidad.

¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!

De invertir tiempo, ideas y sudor,
esfuerzo e ilusión, y como respuesta
encontrar sólo el vacío o la incomprensión.
¿Por qué me has dado tanto, Jesús?
Con menos talentos divinos,
se vive la vida más fácilmente y mejor
Con más comodidad y sin tantos riesgos

¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!
De no estar a la altura que Tú me marcas
de no dar la talla en el campo de batalla:
en la familia, o en el trabajo
en la enfermedad o en la salud
en la palabra o en la obra

¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!
De gastar por el camino lo que Tú me has dado
aquello que pienso que es mío y no tuyo
De quemarme por brindarme y ofrecerme
o cansarme de sembrar sin recoger nada a cambio

¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!
De que regreses y, tu fortuna, la encuentres mal empleada
por mi falta de valentía o audacia
por mi cobardía o desinterés
por mi timidez o mi falta de seguridad

¡CUÁNTO MIEDO TENGO, SEÑOR!
De no invertir mi vida como, Tú en la cruz, lo hiciste:
con silencio, grandeza y dolor
con perdón, humildad y sacrificio
con fe, esperanza o misericordia

¡CUÁNTO MIEDO TENGO, SEÑOR!
De mirarme a mí mismo,
y viendo lo mucho que me has dado
creer que no merece la pena arriesgarlo todo:
por Dios y por el hombre
por la Iglesia y por el mundo
por mis hermanos y por mí mismo

¡CUÁNTO MIEDO TENGO, SEÑOR!
Que vengas…y me pilles con el pie cambiado
lejos de tus caminos y, con mis talentos,
sin haberlos utilizado a fondo.

RECOPILANDO PENSAMIENTOS

Vale más actuar exponiéndose a arrepentirse de ello, que arrepentirse de no haber hecho nada.
Hablar es una necesidad, escuchar es un arte.
Querer es tener el valor de chocar con los obstáculos.
No es amigo quien ríe mis risas, sino quien llora mis lágrimas.
Al pobre le faltan muchas cosas; al avaro, todas.
Nada puede hacerme daño excepto yo mismo; el mal que me agobia lo llevo conmigo y jamás sufro realmente sino por mi culpa.
Retírate de ti mismo cuando necesites compañía.
Sé paciente con todo el mundo; pero sobre todo contigo mismo.
Vivimos mientras nos renovamos.
La vida en sí es el más maravilloso cuento de hadas.
El hombre tiene ilusiones como el pájaro tiene alas. Eso es lo que lo sostiene.
Sonreír es la mejor manera de estar en el mundo

ERES DISCÍPULO DE JESÚS SI…

1. SI clavas sonrisas como banderas en todos los caminos a los que están sentados en la angustia existencial y en la marginación.

2. SI prestas a Cristo tus manos para que siga acogiendo y acariciando a los sin rostro atrayente… si prestas a Cristo tus labios, tu corazón, tu ser entero, para que siga amando a los desheredados de caricias y de los más elementales cuidados.

3. SI pasas por la vida disminuyendo las tristezas y las penas de los hermanos, que es, según el poeta, el trabajo más grande.

4. SI ofreces la propia sangre a cada instante como moneda de rescate por los aburridos y desencantados.

5. SI tienes manos abiertas para acoger, acariciar, levantar, sostener y ayudar a los débiles y pequeños.

6. SI tienes un estilo festivo de vivir, y el encanto, la sonrisa, el saludo y felicidad son los cuatro pilares de tu personalidad.

7. SI pasas por este mundo brindando alegría y disminuyendo las tristezas de los enganchados a las esclavitudes de la sociedad de consumo.

8. SI repartes a diario el pan de la alegría a los hambrientos del gozo y de la sonrisa.

9. SI te haces fortaleza para el débil, amistad para el abandonado y sonrisa para el desilusionado y pasota.

10. SI proclamas que el cristianismo es una convivencia festiva, un estar de fiesta con Jesús, que es El mejor amigo, porque es el amigo que nunca falla. Si das a entender que el elemento festivo es algo esencial al Cristianismo…

Si vives todo esto desde tu corazón serás «discípulos de Jesús». ¡Evidente!

 

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Acerca de las Bienaventuranzas en general

Las Bienaventuranzas son el prólogo o el exordio del Sermón de la Montaña. Son promesas de felicidad y al mismo tiempo enigmas. Encienden nuestro deseo y despiertan nuestra intriga.

 

SERMON DEL MONTE1

 

Ellas son también, en cierta manera, como el resumen y la esencia cifrada de todo lo que Jesús enseña en el Sermón de la Montaña.

«El Sermón de la Montaña – y dentro de él las Bienaventuranzas – es el retrato más fiel de Jesucristo que podamos tener y, en consecuencia, es el modelo de vida más exacto que él mismo nos haya propuesto. Y también nos revela los rasgos que el Espíritu Santo quiere reproducir en nosotros. A fin de modelarnos y con-formarnos con la imagen y semejanza del Hijo de Dios.»

«El Sermón de la Montaña propone un programa de vida vivida en la fe en el Hijo de Dios y en un espíritu filial ante el Padre celestial.»

En el Sermón de la Montaña Jesús es el Maestro que:

-nos enseña

-a todos

-con el ejemplo de su vida y con sus palabras

-a vivir como Hijos de Dios

-y nos comunica las promesas del Padre

-viviendo como Él vivió, los que quieran ser sus discípulos aprenderán de él a vivir como Hijos de Dios.

De ese modo, el Padre cumplirá en ellos sus promesas, como antes las cumplió con Jesús. No es otra cosa lo que Jesús tiene para enseñarnos: vino a enseñarnos con su ejemplo y su palabra a vivir como Hijos de Dios. No vino a traer doctrinas esotéricas, sino esta única y divina sabiduría. Y esta sabiduría y vida divina de hijos, se ofrece a todos los hombres.

“Jesús – dijo Juan Pablo II – no se limitó a proclamar las Bienaventuranzas; también las vivió. Al repasar su vida, releyendo el Evangelio, quedamos admirados: el más pobre de los pobres, el ser más manso entre los humildes, la persona de corazón más puro y misericordioso es precisamente él, Jesús. Las Bienaventuranzas no son más que la descripción de un rostro, su Rostro. Al mismo tiempo, las Bienaventuranzas describen al cristiano: son el retrato del discípulo de Jesús, la fotografía del hombre que ha acogido el reino de Dios y quiere sintonizar su vida con las exigencias del Evangelio. A este hombre Jesús se dirige llamándolo «bienaventurado». La alegría que las Bienaventuranzas prometen es la alegría misma de Jesús: una alegría buscada y encontrada en la obediencia al Padre y en la entrega a los hermanos.”

La doctrina de Jesús no es diversa de su vida. Es su vida misma convertida en contenido de su enseñanza. Por eso, no hay mejor comentario para las palabras de la enseñanza de Jesús, cuando no entendamos lo que quiere decir, que observar su propia vida. Por ejemplo, si queremos saber qué significa «poner la otra mejilla» (Mt 5,39; Lc 6,29) tenemos que contemplar a Jesús en su Pasión, respondiendo al siervo del pontífice que acaba de golpearlo en el rostro: «si he hablado mal prueba en qué; y si no, ¿por qué me pegas?» (Juan 18, 23) Jesús pone la otra mejilla exponiéndose a un castigo mayor al pedir explicaciones. Lejos de una actitud de cobardía y achicamiento, Jesús muestra así su valentía, su coraje.

 

The Sermon on the MountFra Angelico, c. 1440

 

Para comprender el alcance y el significado de las Bienaventuranzas (Mateo 5, 1-12), el mejor camino es ver cómo las vivió Jesús y cómo se cumplieron en él lo que prometen.

¿Ideales imposibles? ¿Ley impracticable? ¿Mandamientos imposibles de cumplir? ¡No! ¡Promesas del Padre! ¡cumplidas en Jesús, en María, en los santos y ofrecidas a todos los que quieran vivir como el Hijo.

Y por ser promesas del Padre a los que vivan como hijos, para comprenderlas hay que considerar atentamente cómo las vivió Jesús y cómo el Padre le cumplió las promesas.

De hecho, las Bienaventuranzas se oponen punto por punto a las normas de vida y a la jerarquía de valores corrientes por el que se rige, en la práctica, el “hombre de hoy” en el mundo moderno.

-a nuestro apetito de riquezas oponen la pobreza;

-a nuestros instintos de fuerza, de violencia y de dominación de los demás, oponen la mansedumbre;

-a nuestra hambre de autoafirmación y a nuestra sed de disfrutar, oponen el hambre y sed de justicia; y no de cualquier justicia, sino de la que supera la de los escribas y fariseos, es decir, la justicia de los hijos de Dios;

-a nuestra dureza de corazón, oponen la misericordia de Jesús y del Padre;

-a nuestra susceptibilidad e inclinación al conflicto, oponen el espíritu de paz;

-a nuestra vanidad y a nuestra dependencia de la opinión ajena, oponen la libertad de los hijos, que no buscan su propia gloria sino la del Padre.

¿Nos predica el Sermón de la Montaña una moral inaplicable en lo concreto? ¿Nos sitúa ante un ideal imposible? Parecería que en las Bienaventuranzas, Jesús se complaciera en poner la felicidad y la bienaventuranza en todo lo que nos repugna y nos asusta.

Lo que pasa es que vivir como hijos de Dios Padre es algo distinto que el modo de vivir del hombre natural y aún de la elevada justicia de los judíos piadosos. El hombre natural se inclina a poner la felicidad en el bienestar. Los escribas y fariseos en la guarda de los mandamientos. Lo que Jesús describe es un modo de vivir que, o bien se recibe de manos del Padre o es, en verdad, inalcanzable. Nadie puede alcanzarlo por sí mismo. Sería como darse el ser a sí mismo, sin intervención de un padre. La bienaventuranzas revelan que la felicidad no consiste en el bienestar sino en el amor de hijos al Padre y en recibirlo todo del Padre viviendo en su amor.

El Sermón de la Montaña sería una mora inaplicable y un ideal imposible si solamente nos ofreciera una ley como las demás: un texto, un código de conducta, una serie de mandamientos. Pero las Bienaventuranzas son principalmente promesas, ofertas, invitaciones. Promesas de la acción del Espíritu santo en el corazón del hombre.

Lo que tienen que hacer los que aspiran a vivir como hijos, es, antes que nada, creer en las promesas del Padre, cumplidas en Jesús y que Jesús nos hace en la Bienaventuranzas. Las Bienaventuranzas contienen las promesas y la revelación de lo que el Espíritu Santo quiere llevar a cabo en nuestras vidas, si nos prestamos a su acción por la fe y la caridad: hacernos vivir como Hijos del Padre. Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.

Las Bienaventuranzas son promesas de que a los que vivan como Jesús, el padre les dará lo mismo que dio a Jesús «El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo cargue su cruz y sígame… quien pierda su vida por mí y por el evangelio, ese la salvará.» (Marcos 9, 34-35) San Ignacio de Loyola propone la invitación de Jesús a seguirlo en estos términos «Quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria.»

Comentaremos una por una cada Bienaventuranza tratando de comprenderlas a la luz de la vida de Jesús, el Hijo de Dios. Cómo la vivió Jesús y cómo el Padre le cumplió la promesa que cada Bienaventuranza contiene.

Esto que publicamos es la Introducción del Libro sobre las Bienaventuranzas del padre Horacio Bojorge, que puede leerlo íntegro aquí.

Fuentes: Padre Horacio Bojorge sj

 

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Las ocho bienaventuranzas

Las solemnes bienaventuranzas (beatitudines, benedictiones) que marcan el inicio del Sermón de la Montaña, el primero de los sermones de Nuestro Señor en el Evangelio de San Mateo (5, 3-10).

 

Predicando

 

Cuatro de ellas reaparecen en una forma ligeramente diferente en el Evangelio de San Lucas (6, 22), de igual modo al comienzo de un sermón, y que discurren paralelamente a Mateo, 5-7, si no a otra versión del mismo. Y aquí se ilustran con la oposición de las cuatro maldiciones (24-26).

El relato más completo y el lugar más destacado que se da a las Bienaventuranzas en San Mateo están bastante de acuerdo con el alcance y la tendencia del Primer Evangelio, en el que el carácter espiritual del reino mesiánico – la idea suprema de las Bienaventuranzas – es continuamente destacado, en agudo contraste con los prejuicios judíos. La peculiarísima forma en la que Nuestro Señor manifestó sus bienaventuranzas las convierte, quizás, en el único ejemplo de sus dichos que puede ser calificado de poético – al ser inequívocamente claro el paralelismo de pensamiento y expresión, que es la característica más notable de la poesía bíblica.

El texto de San Mateo dice lo siguiente:

Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. (Versículo 3)
Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. (Versículo 4)
Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. (Versículo 5)
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados (Versículo 6)
Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos obtendrán misericordia. (Versículo 7)
Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. (Versículo 8)
Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios. (Versículo 9)
Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. (Versículo 10)

 

CRÍTICA TEXTUAL

En lo que respecta a la crítica textual, el pasaje no ofrece dificultad seria. Sólo en el versículo 9, la Vulgata y muchas otras autoridades antiguas omiten el pronombre autoi, ipsi; probablemente es una omisión meramente accidental. Cabe, también, una seria duda crítica, si el versículo 5 no debería ser colocado antes del versículo 4. Sólo la relación etimológica, que en el original se supone ha existido entre los “pobres” y los “mansos”, nos hace preferir el orden de la Vulgata.

 

PRIMERA BIENAVENTURANZA

La palabra pobre parece representar un ‘anyâ arameo (hebreo ’anî), encorvado, afligido, miserable, pobre; mientras que manso es más bien sinónimo de la misma raíz, ‘ánwan (hebreo, ‘ánaw), que se inclina, humilde, manso, gentil. Algunos eruditos agregan también a la primera palabra un sentido de humildad; otros piensan en los “mendigos ante Dios” que reconocen humildemente su necesidad de ayuda divina. Pero la oposición a los “ricos” (Lucas, 6, 24) apunta especialmente a la significación común y obvia, que, sin embargo, no debe limitarse a la necesidad y angustia económica, sino que puede abarcar el conjunto de la dolorosa condición del pobre: sus escasos bienes, su dependencia social, su indefensa exposición a la injusticia de los ricos y los poderosos. Aparte de la bendición del Señor, la promesa del reino celestial no se otorga por la condición externa actual de tal pobreza. Los bienaventurados son pobres “de espíritu”, que por su propia voluntad están dispuestos a soportar por amor de Dios esta dolorosa y humilde condición, incluso aunque realmente sean ricos y felices; mientras que, por otro lado, los realmente pobres pueden no alcanzar esta pobreza “de espíritu”.

 

SEGUNDA BIENAVENTURANZA

Puesto que la pobreza es un estado de humilde sujección, el “pobre de espíritu”, está próximo al “manso”, sujeto de la segunda bienaventuranza. Los anawim, los que humilde y mansamente se inclinan ante Dios y el hombre, “heredarán la tierra” y poseerán su herencia en paz. Esta es una frase tomada del Salmo 36 (versión hebrea, 37),11, donde se refiere a la Tierra Prometida de Israel, pero aquí en las palabras de Cristo, es por supuesto sólo un símbolo del Reino de los Cielos, el reino espiritual del Mesías. No pocos intérpretes, sin embargo, entienden “la tierra”. Pero pasan por alto el significado original del Salmo 36, 11, y a no ser que, por un expediente inverosímil, tomen la tierra también como símbolo del reino mesiánico, sería difícil explicar la posesión de la tierra de manera satisfactoria.

 

sermon del monte

 

TERCERA BIENAVENTURANZA

Los “que lloran” en la Tercera Bienaventuranza se oponen en Lucas (6, 25) a la risa y a la alegría mundana de similar carácter frívolo. Los motivos del llanto no derivan de las miserias de una vida de pobreza, abatimiento y sometimiento, que son las mismos de la bienaventuranza del versículo 3, sino más bien los de las miserias que el hombre piadoso sufre en sí mismo y en otros, y la mayor de todas el tremendo poder del mal por todo el mundo. A tales dolientes el Señor Jesús les trae el consuelo del reino celestial, “la consolación de Israel”(Lucas, 2, 25) predicha por los profetas, y especialmente por el Libro de la Consolación de Isaías (11-66). Incluso los judíos tardíos conocían al Mesías por el nombre de Menahem, el Consolador. Estas tres bienaventuranzas, pobreza, abatimiento y sometimiento son un elogio de lo que ahora se llaman virtudes pasivas: abstinencia y resistencia, y la Octava Bienaventuranza nos lleva de nuevo a la enseñanza.

 

CUARTA BIENAVENTURANZA

Los otros, sin embargo, piden una conducta más activa. Lo primero de todo, “hambre y sed” de justicia: un deseo fuerte y continuo de progreso en perfección moral y religiosa, cuya recompensa será el verdadero cumplimiento del deseo, el continuo crecimiento en santidad.

 

QUINTA BIENAVENTURANZA

A partir de este deseo interior se debe dar un paso más hacia la acción por las obras de “misericordia”, corporales y espirituales. Por medio de éstas los misericordiosos logran la misericordia divina del reino mesiánico, en esta vida y en el juicio final. La maravillosa fertilidad de la Iglesia en obras e instituciones de misericordia corporal y espiritual de toda clase muestra el sentido profético, por no decir el poder creativo, de esta sencilla palabra del Maestro divino.

 

SEXTA BIENAVENTURANZA

Según la terminología bíblica, la “limpieza de corazón” (versículo 8) no puede encontrarse exclusivamente en la castidad interior, ni siquiera, como muchos eruditos proponen, en una pureza general de conciencia, como opuesta a la pureza levítica, o legal, exigida por escribas y fariseos. Cuando menos el lugar adecuado de tal bienaventuranza no parece estar entre la misericordia (versículo 7) y la pacificación (versículo 9), ni detrás de la virtud aparentemente de más alcance del hambre y sed de justicia. Pero frecuentemente en el Antiguo y Nuevo Testamento (Gén., 20, 5; Job, 33,3; Sal., 23 (hebr., 24), 4; 72 (hebr., 73), 1; I Tim., 1, 5; II Tim., 2, 22) el “corazón puro” es la simple y sincera buena intención, el “ojo sano” de Mt., 6, 22, y opuesto así a los inconfesables fines de los fariseos (Mt., 6, 1-6, 16-18; 7, 15; 23, 5-7, 14). Este “ojo sano” o “corazón puro” es más que todo lo precisado en las obras de misericordia (versículo 7) y celo (versículo 9) en beneficio del prójimo. Y se pone de manifiesto a la razón que la bienaventuranza, prometida a esta continua búsqueda de la gloria de Dios, consistirá en la “visión” sobrenatural del propio Dios, la última meta y finalidad del reino celestial en su plenitud.

 

SÉPTIMA BIENAVENTURANZA

Los “pacíficos” (versículo 9) son no sólo los que viven en paz con los demás sino que además hacen lo mejor que pueden para conservar la paz y la amistad entre los hombres y entre Dios y el hombre, y para restaurarlas cuando han sido perturbadas. Es por esta obra divina, “una imitación del amor de Dios por el hombre” como la llama San Gregorio de Nisa, por la que serán llamados hijos de Dios, “hijos de su Padre que está en los cielos” (Mt., 5, 45).

 

OCTAVA BIENAVENTURANZA

Cuando después de todo esto a los piadosos discípulos de Cristo se les retribuya con ingratitud e incluso “persecución” (versículo 10) no será sino una nueva bienaventuranza, “pues suyo es el reino de los cielos”.

Así, mediante una inclusión, no infrecuente en la poesía bíblica, la última bienaventuranza vuelve a la primera y a la segunda. Los piadosos, cuyos sentimientos y deseos, cuyas obras y sufrimientos se presentan ante nosotros, serán bienaventurados y felices por su participación en el reino mesiánico, aquí y en el futuro. Y, visto lo que los versículos intermedios parecen expresar, en imágenes parciales de una bienaventuranza sin fin, la misma posesión de la salvación mesiánica. Las ocho condiciones requeridas constituyen la ley fundamental del reino, la auténtica médula y tuétano de la perfección cristiana. Por su profundidad y amplitud de pensamiento, y su relación práctica sobre la vida cristiana, el pasaje puede ponerse al mismo nivel que el Decálogo en el Antiguo Testamento, y que la Oración del Señor en el Nuevo, y supera ambos por su belleza y estructura poética.

Aparte de los comentarios sobre San Mateo y San Lucas, y las monografías sobre el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas se tratan en ocho homilías de SAN GREGORIO DE NISA, P.G., XLIV, 1193-1302, y en otro de SAN CROMACIO, P.L., XX, 323-328. De diversos sermones patrísticos sobre una sola bienaventuranza se da cuenta en P.L., CXXI (Index IV) 23 y ss.

Fuentes: John P. Van Kasteren para Enciclopedia Católica

 

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Las Bienaventuranzas de la Virgen de Nazaret

La Virgen María es el espejo de las bienaventuranzas y del perfecto seguimiento de Jesús. La fidelidad plena a la palabra de Dios, en cada momento de su vida, es la causa de su bienaventuranza.

 

 

No es bienaventurada simplemente por ser la madre del Mesías sino porque ha escuchado la palabra de Dios y la ha puesta en práctica (Lc 11, 28). Su vida entera es una floración de las bienaventuranzas.

El Magnificat, es el autorretrato psicológico de las bienaventuranzas. Es el cántico del alma henchida de agradecimiento que, en la austeridad de una vida sencilla, pone su dicha en sentirse la predilecta de Yavé. El Magnificat celebra la pobreza de María, la predilección de Dios por los hambrientos, los humildes, los pobres; la fidelidad a Dios. Cantar el Magnificat de nuestra Señora nos abre caminos de esperanza, pero sólo si, con un corazón pobre como el suyo, estamos abiertos a la acción del todopoderoso y a las necesidad de los hombres. La Virgen, en este canto anticipa la predicación de las bienaventuranzas. Al igual que Jesús, es la única vez que se propone a sí misma como modelo, al referirse a la pobreza.

Las bienaventuranzas son una especie de autobiografía psicológica de María. Entre los santos, testigos de Cristo que estuvieron con él, la santísima Virgen es la que, por su sencillez de su corazón, nos arrastra como nadie a vivir el Espíritu de las bienaventuranzas, al ser ella la primera bienaventurada.

 

LA PRIMERA BIENAVENTURANZA

Su vida, como la nuestra, fue eminentemente humana, y también ella estuvo sometida a la misma clase de situaciones sociales opresoras, desesperanzadoras y, con frecuencia, difíciles en que todo ser humano se encuentra situado de vez en cuando.

La futura Reino de los Cielos, trabajaba como una mujer más en el medio rural en que vivía; sin que nada de lo que ella realizaba pudiera predecir la grandeza de su destino. Solícita en sus labores, modesta en sus dichos, firme en poner a Dios, y no a los hombres, por guía de sus acciones. La Virgen fue consciente de su pequeñez e insignificancia. Vivió la pobreza del espíritu; vivió la aceptación de esta humilde condición, según el espíritu de los pobres de Yavé, de los que María es la más sublime expresión.

 

LA SEGUNDA BIENAVENTURANZA

María resplandeció en mansedumbre y dulzura. Esta mansedumbre-dulzura no era pasividad sino creadora. Ella es el arquetipo ideal de la mansedumbre, acogedora de la gracia divina; en ella, el abandono se vuelve creador tan profundamente que el Hijo de Dios nace de su carne, en su carne.

 

LA TERCERA BIENAVENTURANZA

Las lágrimas y el sufrimiento están en el mismo centro del misterio de María, como había profetizado Simeón (Lc 2, 35). Era natural que llorara ante la pérdida del niño en el templo; natural, también, llorar al pie de la cruz. María participa en todo el drama de la pasión de su Hijo, no sóla como persona histórica, sino representando misteriosamente a la Iglesia, y a través de ella, a toda la humanidad creyente en la historia de la salvación.

 

virgen con el nino

 

LA CUARTA BIENAVENTURANZA

Como los pobres soportan la carencia de muchas cosas, María también experimentó en su vida sensaciones ingratas y dolorosas. Sintió profundamente el hambre y sed de justicia, de la santidad, de oir la palabra de Dios, guardándola en su corazón (Lc 2, 19. 51). Ante la voluntad de Dios que le propone el ángel, pronuncia su «hágase», que es la manera bíblica de expresar su sumisión total. Deseo, ansia de que se cumpla la voluntad de Dios; no una aceptación resignada sino un gozo impaciente de que se haga lo que el Señor desea.

 

LA QUINTA BIENAVENTURANZA

El corazón maternal de María está lleno de misericordia. Ella fue la discípula más fiel de su Hijo. Amor y ternura en Belén; compasión dolorosa en la calle de la Amargura y al pie de la cruz.

 

LA SEXTA BIENAVENTURANZA

María es la limpia de corazón. La llamamos la Virgen. Ese es su nombre: simplicidad. sin doblez, autenticidad, limpieza, transparencia. En su corazón anidaron los más puros y nobles sentimientos. Ya su primera palabra nos introduce en el misterio de su virginidad.

 

LA SÉPTIMA BIENAVENTURANZA

¡Shalom! paz, era el saludo con el que María comunicaba la paz (Lc 1, 40). Su porte sereno, su equilibrio afectivo, su alma virgen, su confianza plena en Dios, su abandono total, le daba esa elegancia serena y espiritual, que es la expresión de toda paz; todas sus palabras son indicios de esta bienaventuranza.

Al soñar con un mundo mejor, ponemos nuestra confianza en ella, la bienaventurada Virgen, Reina de la Paz.

 

LA OCTAVA BIENAVENTURANZA

Antes de que Jesús muriese en la cruz, antes de que la cruz se hiciese cristiana, María ya participaba de ella a lo largo de toda su vida. Desde las dudas de José hasta el pie de la cruz, en silencio y amor, la madre se identificaba con su Hijo.

La vida de la Virgen es siempre una invitación a la santidad, que está en la vida ordinaria, en las cosas pequeñas (Rom 10, 8). Nos enseña el camino de nuestra perigrinación en un continuo crecimiento. María es, ante todo, aquella mujer que ha descubierto a Dios y le ha aceptado; ha recibido su don y en ese don ha fundado su existencia: contemplativa, activa, entregada. Es modelo armonioso de bienaventurada única e irrepetible en la obra de salvación.

Siempre la figura de la Virgen se mantiene en el centro de la experiencia vital de los creyentes. Es la mujer que vive en la cercanía del misterio. Ella nos lo hace presente. ella es madre y hermana nuestra, modelo actual, perenne, de todos los creyentes.

Fuente: Orden de Predicadores del Perú, Provincia San Juan Bautista

 

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