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Significado de la Fiesta de la Anunciación

En los calendarios antiguos, la Fiesta de la Anunciación de la Santísima Virgen María (25 marzo), también se llamó FESTUM INCARNATIONIS, INITIUM REDEMPTIONIS CONCEPTIO CHRISTI, ANNUNTIATIO CHRISTI, ANNUNTIATIO DOMINICA.

En el Oriente, donde la participación de María en la Redención es celebrada como una fiesta especial, la Anunciación es una festividad de Cristo el 26 de diciembre. En la iglesia latina es una celebración mariana. Probablemente se originó brevemente antes o después del concilio de Efesio (c. 431)…

En los tiempos del Sínodo de Laodicea (372) la festifidad no era conocida. San Proclo, Obispo de Constantinopla (d. 446), sin embargo, parece mencionarlo en una de sus homilías. Indica que la festividad de la venida de Nuestro Señor y Salvador, cuando se hizo hombre (quo hominum género indutus), era famosa durante el quinto siglo entero. Esta homilía, sin embargo, puede no ser genuina, o las palabras pueden entenderse como en referencia a la fiesta de Navidad.

En la Iglesia latina esta fiesta se menciona primero en el Sacramentarium del Papa Gelasius (d. 496), de ello poseemos un manuscrito del Siglo VII; también se contiene en el Sacramentarium de San Gregorio (d. 604), un manuscrito de fecha anterior al Siglo VIII. Desde que estos sacramentarios contienen agregados posteriores al tiempo de Gelasius y Gregorio, Duchesne (Origines du culte chrétien, 118, 261) atribuye el origen de esta fiesta en Roma del Siglo VII; Probst, sin embargo, (Sacramentarien, 264) piensa que realmente pertenece al tiempo del Papa Gelasius. El décimo Sínodo de Toledo (656), y Sínodo de Trullan (692) habla de esta festividad, como una de carácter universal celebrada en la Iglesia Católica.

Toda la cristiandad antigua (contra toda posibilidad astronómica) reconoció el 25 de marzo como el día real de la muerte de Nuestro Señor. La opinión que la Encarnación también tuvo lugar en esa fecha se encuentra en el trabajo pseudo-Cyprianico «De Pascha Computus», c. 240. Allí se defiende que la venida de Nuestro Señor y Su muerte deben de haber coincidido con la creación y caída de Adán. Y desde que el mundo se creó en primavera, el Salvador también fue concebido y murió brevemente después del equinoccio de primavera. Cálculos imaginarios similares se encuentran en la parte tardía de la Edad Media, y de conformidad con ellos, las fechas de la fiesta de la Anunciación y de Navidad comparten su origen.

De allí que los martiriologios antiguos asignan al 25 de marzo a la creación de Adán y a la crucifixión de Nuestro Señor; también ubican allí, la caída de Lucifer, el paso de Israel a través del Mar Rojo y la inmolación de Isaac (Thruston, Navidad y el Christian Calendario, Amer. Eccl. Rev., XIX, 568.) La fecha original de esta fiesta era el 25 de marzo. Aunque en los tiempos antiguos, la mayoría de las iglesias no guardó ninguna fiesta en Cuaresma, la Iglesia Griega en el Sínodo de Trullan (en 692; 52) hizo una excepción en favor de la Anunciación. En Roma, era siempre celebrado el 25 de marzo.

La Iglesia española lo transfirió al 18 de diciembre, y cuando algunos intentaron introducir para ello la fecha del 25 de marzo, el 18 de diciembre fue oficialmente confirmado en toda la Iglesia Española, por el décimo Sínodo Toledo (656). Esta ley fue abolida cuando la liturgia romana fue aceptada en España.

Desde la iglesia de Milán hasta nuestros días, se asigna el oficio de esta festividasd al último domingo de Adviento. En el 25 de marzo una Misa se canta en honor de la Anunciación (Ordo Ambrosianus, 1906; Magistretti, Beroldus, 136.) Los armenios cismáticos celebran esta fiesta ahora en el 7 de abril. Debido a que para ellos la Epifanía es la fiesta del nacimiento de Cristo, la Iglesia Armenia asignó la Anunciación al 5 de enero, la vigilia de Epifanía.

Esta fiesta siempre fue un día santo de obligación en la Iglesia Universal. Como tal, se abrogó primero para Francia y las dependencias francesas, 9 abril, 1802,; y para los Estados Unidos, por el Tercer Concilio de Baltimore, en 1884. Por un decreto del S.R.C., 23 abril de 1895, el rango de la fiesta se levantó de un doble de la segunda clase a un doble de la primera clase. Si esta fiesta cae dentro de Semana Santa o Semana de Pascua, su oficio se transfiere al lunes después de la octava de Pascua. En algunas iglesias alemanas era costumbre para guardar su oficio para el sábado antes de Domingo de Palmas, siempre que el 25 de marzo ocurriera en Semana Santa.

La Iglesia griega, cuando el 25 de marzo ocurre en uno de los tres días últimos de la Semana Santa, transfiere la Anunciación al lunes de Pascua; para todos los otros días, incluso el Domingo de Pascua, su oficio se mantiene con el del día. Aunque ninguna octava se permite en Cuaresma, las Diócesis de Loreto y de la Provincia de Venecia, las Carmelitas, dominicanos, servitas, y redemptoristas, celebran esta fiesta con una octava.

Con respecto al nombre dado a esta festividad, hubo variantes: Anunciación de la bienaventurada Virgen María, Anunciación del ángel a la bienaventurada Virgen María, etc. En todas ellas, la referencia a María es muy intensa, quedando más atenuada la referencia a Cristo. Con la reforma litúrgica posterior al concilio Vaticano II la festividad ha recobrado su nombre más auténtico, Anunciación del Señor, enfatizando así que la misión de María debe ser vista siempre a la luz de Cristo (LG 67)

 

SIGNIFICADO TEOLÓGICO

El Evangelio de Lucas- único que nos presenta esta narración- nos ofrece una serie de temas muy importantes para la espiritualidad mariana: la vocación de María, su fe, su pobreza, su dimensión contemplativa, su condición de discípula y su disponibilidad al plan de Dios sobre ella.

Estos temas los distribuye Lucas en torno a los acontecimientos más importantes de la vida de María. Uno de ellos es la Anunciación, precisamente el que da entrada a todos los demás y donde ya en germen aparecen claras las actitudes de María. El relato está cargado de citas y alusiones a los textos del Antiguo Testamento, enlazando así la Antigua Alianza con la Nueva.

Puede dividirse en cuatro partes:
• Marco histórico y saludo a María (1,28-29)
• Anuncio del gran mensaje (1,30-33)
• Explicación del ángel a la pregunta de María (1,34-37)
• Consentimiento de María (1,38)

El relato, según muchos autores, está inscrito dentro del género literario de los anuncios, en particular anuncios de nacimientos, frecuentes en el Antiguo Testamento. Precisamente las constantes alusiones a la Escritura, de que antes hablábamos, y la utilización de géneros, como el midrash, de honda raigambre bíblica, dan a esta narración aparentemente modesta su enclave fundamental en la historia de la salvación.

Es necesario igualmente, para llegar a entender bien el pasaje, verlo dentro de la estructura literaria de los dos primeros capítulos de Lucas en los que se narra:
* Anuncio a Zacarías del nacimiento de Juan (1,5-25)
* Nacimiento de Juan Bautista (1,57ss)

El centro, pues, de esta estructura es Jesús: todas las personas que se mencionan en estos relatos, de un modo u otro, antes o después, vuelven sus ojos a Jesús, centro de la historia de la salvación, meta del pueblo elegido.

Con el primero relacionaremos la Anunciación a María del nacimiento de Jesús, con el segundo el propio nacimiento del Señor.

Es fundamental resaltar el consentimiento de María: María es una persona libre y Dios le pide su consentimiento. No es un mero instrumento pasivo, sino que coopera con su libertad a que se realice el designio divino. Resalta más aún este consentimiento si lo comparamos con otros casos semejantes o similares en el Antiguo Testamento, así como la confianza y fe de María en las palabras del ángel resaltan aún más si las comparamos con las reticencias que expresa Zacarías ante el anuncio del nacimiento del Bautista. María se convierte así en el Arca de la Nueva Alianza, nuevo templo de Dios en medio de su pueblo.

Fuentes: Revista Miriam y Enciclopedia católica

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El sábado dedicado a María

Desde el principio de los tiempos, la Santa Madre del Creador ha sido amada y venerada al modo que Cristo deseó para Ella. A lo largo de su historia, la Esposa del Señor buscó formas de honrarla y servirla adecuadamente.   

Desde el s. IX comienza en la liturgia de Occidente un fenómeno nuevo: La dedicación del sábado a la Virgen. El benedictino irlandés Alcuino (735-804) impuso el rito romano en la población franco-germana, reunió tres series de formularios de Misas votivas para los días de la semana, para no tener que repetir cada día la Misa del domingo, y hay que observar que la «memoria de Santa María en sábado» es la única que se repite en dos series.
El sábado se afirmó luego sólidamente como día de la Virgen, comenzando una tradición que no se ha interrumpido hasta nuestros días.

A partir de entonces es un hecho histórico el nacimiento del sábado mariano, pero lo que es más problemático es determinar el motivo histórico espiritual que dio origen para que el sábado se escogiese como día dedicado a María.

Mas adelante, el Papa Beato Urbano Segundo, habiendo huido a Francia por causa del emperador Enrique Tercero, que le perseguía, celebró Concilio en Claramonte, y ordenando diversas cosas para la gobernación del clero, mandó que se rezase cada día el Oficio de Nuestra Señora, y los sábados, si no hubiese Doble o Semidoble, fuese rezado el de Ella. Fue el primer Pontífice que concedió Cruzada contra infieles. Lo dice San Antonio de Florencia en su Segunda Parte Historial.

 

¿POR QUÉ SE DIO EL DÍA DEL SÁBADO A LA VIRGEN?

Hay algunas razones y congruencias. Una es porque el día que padeció algún santo suele celebrarse su fiesta, y la Virgen, si padeció martirio, fue el viernes y el Sábado Santo. El viernes fue dedicado al martirio del Hijo, y vino bien que el sábado siguiente se dedicase al martirio de la Madre.

Es otra razón que, así como en el día del sábado cesó Dios las obras de la Creación y descansó, en ninguna alma descansó así el Espíritu Santo, como en la de Cristo y en la de su Soberana Madre. En las otras almas hubo alguna repugnancia, a lo menos de Pecado Original, y algún venial, mas en la de Cristo y en la de la Virgen no hubo tal repugnancia, pues ni hubo pecado venial ni Original.

Es la tercera razón que Dios bendijo el día del sábado; así la bienaventurada Virgen María fue bendita por las tres Personas: el Padre la bendijo escogiéndola por Hija, el Hijo la bendijo escogiéndola por madre y el Espíritu Santo la bendijo escogiéndola por esposa. El ángel la bendijo cuando la saludó, y todo el mundo la bendice, porque la reverencia y loa.

Otra  razón es porque el Sábado es medio entre el día del gozo, que es el Domingo, y el día penoso, que es el Viernes; así la Virgen es medianera entre Dios y los hombres.

No todos los autores están de acuerdo en determinar la motivación del significado mariano del sábado, veamos algunos:

Hay quien dice que como el sábado prepara para el domingo, así la fiesta de la madre debe preceder a la del Hijo.

Según otros autores, el sábado que precede a la resurrección, María vivió el misterio del dolor que le fue profetizado por Simeón «Una espada traspasará tu alma» (Lc. 2, 35). El sábado podía ser la conmemoración de sus dolores como el viernes lo era de los dolores de su Hijo. Con este aspecto se puede enlazar la relación de María con el misterio pascual.

Actualmente la razón que con más frecuencia se propone y que se presenta como la más válida es que en el sábado se conmemora la hora de fe de María.
El sábado, entre el viernes de la pasión y muerte, y el domingo de la resurrección – escribe Mariano Magrassi, Obispo de Bari – está lleno de la fe de María. Es como si toda la fe de la Iglesia se recogiese en Ella, mientras la fe se oscurecía en todos, Ella conservó, por encima de todo, su fe firme e intacta, fue la primera fiel, la única que mantuvo encendida la llama, inmóvil en la oscuridad de la fe, fuerte en el tiempo de duda.

Era justo que la Iglesia le consagrara aquel día, que más que ningún otro recuerda la singular grandeza de su fe, la heroicidad de su esperanza y su amor indefectible por el Hijo.

Fuente: Padre Tomás Rodríguez Carbajo  y otros



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María en el Calendario Liturgico de la Iglesia

Hasta fecha reciente no se tomaba en serio encontrar bases teológicas serias para justificar la presencia de María en la liturgia. Después del Concilio Vaticano II, con el documento sobre la liturgia (Sacrosactum Concilium) y la Lumen Gentium, se marcan las líneas fundamentales para justificar esta presencia.

El primer motivo y más importante es la participación de María con Cristo en la obra de la salvación, como humilde servidora; el otro motivo es su ejemplaridad, María nos ayuda a participar en el misterio de Cristo, en la celebración litúrgica de la Iglesia, ella es la más perfecta cristiana en este sentido, es el modelo de la Iglesia.

El otro basamento teológico es la alegría que encuentra la Iglesia en María, por ver en ella las promesas cumplidas, esto es un motivo también de veneración y alabanza. Esto alimenta la esperanza y el consuelo, porque María es el ícono escatológico de la Iglesia; viendo a María vemos el futuro glorioso de la Iglesia, de todos nosotros como Iglesia de Cristo.

Esta realidad y presencia mariana también es la más poderosa motivación para participar plenamente en la liturgia, dado que se cumple en el presente lo que Cristo realizó en el pasado, pero se construye el futuro ya desde ahora en este presente. María es para la Iglesia este estímulo vivo y permanente, por su participación en el misterio de Cristo, desde su encarnación hasta su muerte y resurrección, y hasta la venida del Espíritu; ella está presente a la acción del Espíritu que va realizando la redención en la Iglesia y hace entrar en el eterno presente del Amor de Dios a todos. Donde hay celebración litúrgica allí está María participando y animando a los cristianos.[1]

 

MODELO, TESTIGO Y COLABORADORA

La ejemplaridad de María es un aspecto que se ha resaltado en la Lumen Gentium, ella es para la Iglesia el modelo más perfecto de culto y de servicio a Dios. Pablo VI la presenta como “el mejor modelo de la Iglesia en orden a la fe, a la caridad y a la perfecta unión con Cristo, es decir, de esta disposición interior que inspira a la Iglesia, la Esposa amada, estrechamente unida a su Señor, cuando lo invoca y por él, rinde el culto debido al Padre Eterno”.[2] Porque es en la liturgia que, bajo la acción del Espíritu Santo, toda la oración y la contemplación del cristiano llegan a su cima.

Así Pablo VI va afirmando las varias actitudes de María que son modelo de la Iglesia en su liturgia; ella es la Virgen que escucha, modelo para la Iglesia que medita, acoge, vive, proclama esa Palabra que se encarnó en María. La Virgen orante, en relación con el Espíritu Santo, que exulta las alabanzas a Dios en el Magnificat, la Virgen intercesora en Caná, modelo para la intercesión de la Iglesia, la que espera y suplica por el Espíritu Santo en Pentecostés, además, la Virgen que ofrece en el templo de Jerusalén y en el Calvario, en sus dos aspectos, activo (ella ofrece a su Hijo) y pasivo (ella se ofrece) es un modelo para la oración litúrgica de la Iglesia. Además como Madre, la Virgen es modelo para la Iglesia de su labor de cooperación activa para llevar a sus hijos hacia Dios, transmitirles la vida nueva del espíritu, especialmente por la predicación y los sacramentos.[3]

Además del modelo para la liturgia, María es modelo para la vida práctica del cristiano de todos los días, que debe ser una prolongación de la liturgia celebrada, en su actitud de servicio, de humildad, de pureza, de solidaridad, de fidelidad a Dios y al ser humano. La persona humana que estuvo más cerca siempre de este misterio es María, su madre. Ella nos anima y enseña a vivirlo de la manera más profunda y adecuada. Por esto, cuando comienza el año litúrgico, vemos a María con una fuerte relevancia en las lecturas, oraciones y prefacio eucarístico de las celebraciones litúrgicas. Esto tiene un significado preciso, que es la espera del Mesías. María fue la persona que encarnó esa espera de Israel; las profecías apuntaban a la llegada de Dios, alégrate y grita de Júbilo hija de Sión porque viene a ti, ella estuvo en silencio esperando la llegada de aquel que iba a cambiar todo, pero ella ya lo tenía dentro de sí. Por eso María nos introduce de la manera más humana y sencilla en el misterio de su Hijo, por ser su madre. Ella vive lo natural de todas las madres, el ensimismamiento para ocuparse con amor de esa creatura que llega al mundo y que nadie puede querer y proteger mejor que la propia madre. Ya en el vientre de María ella amó a Jesús entrañablemente, y sus brazos fueron los más acogedores que podían ser cuando entró el Mesías en el mundo, en el establo de Belén.

La participación de María es por lo tanto una cooperación real y efectiva porque nos ayuda a entrar en la anamnesis de la celebración litúrgica, con un corazón abierto y amoroso, sin prejuicios, apoyándonos en su experiencia de ser la madre del Mesías esperado, y cooperando nosotros mismos con nuestra actitud receptiva con esa acción redentora que Cristo está realizando en cada uno de los fieles y en la Iglesia toda. El testimonio de María, su presencia permanente en la Iglesia, desde su origen, su vocación de Madre Espiritual, que sigue activamente trabajando por nosotros, hacen que constantemente sea tomada en consideración de diversas maneras en la celebración litúrgica de la Iglesia.

 

LO QUE DICE EL MARIALIS CULTUS DE PABLO VI (1974)

Después del Concilio Vaticano II quedó clara la necesidad de una amplia y profunda reforma litúrgica, que implicó también revisar el puesto de María dentro de la liturgia eclesial. La Marialis Cultus es la encíclica que corona esta reforma respecto al culto mariano, comenta la reforma del nuevo Misal Romano y determina la manera cómo ha de darse la liturgia y la devoción mariana en la Iglesia. “La reforma de la Liturgia romana presuponía una atenta revisión de su Calendario General. Éste, ordenado a poner en su debido resalto la celebración de la obra de la salvación en días determinados, distribuyendo a lo largo del ciclo anual todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación hasta la espera de su venida gloriosa, ha permitido incluir de manera más orgánica y con más estrecha cohesión la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los misterios del Hijo”.[4]

Esta reforma ha permitido en realidad enriquecer la presencia mariana en la liturgia, recentrándola y actualizándola integrando los avances teológicos de nuestra época a la vez que manteniendo viva la tradición de la Iglesia. “Recorriendo después los textos del Misal restaurado, vemos cómo los grandes temas marianos de la eucología romana —el tema de la Inmaculada Concepción y de la plenitud de gracia, de la Maternidad divina, de la integérrima y fecunda virginidad, del «templo del Espíritu Santo», de la cooperación a la obra del Hijo, de la santidad ejemplar, de la intercesión misericordiosa, de la Asunción al cielo, de la realeza maternal y algunos más— han sido recogidos en perfecta continuidad con el pasado, y cómo otros temas, nuevos en un cierto sentido, han sido introducidos en perfecta adherencia con el desarrollo teológico de nuestro tiempo. Así, por ejemplo, el tema María-Iglesia ha sido introducido en los textos del Misal con variedad de aspectos como variadas y múltiples son las relaciones que median entre la Madre de Cristo y la Iglesia. En efecto, dichos textos, en la Concepción sin mancha de la Virgen, reconocen el exordio de la Iglesia, Esposa sin mancilla de Cristo; en la Asunción reconocen el principio ya cumplida y la imagen de aquello que para toda la Iglesia, debe todavía cumplirse; en el misterio de la Maternidad la proclaman Madre de la Cabeza y de los miembros: Santa Madre de Dios, pues, y próvida Madre de la Iglesia.”[5]

 

RELACIÓN ENTRE LITURGIA Y DEVOCIONES MARIANAS

El amor a María es uno solo, el mismo amor está presente en la liturgia y en las prácticas devocionales, pero ambas tienen su diferencia específica. La liturgia es realizada oficialmente por la Iglesia, y consiste básicamente como hemos dicho en la celebración de los sacramentos, lo cual hace todo el pueblo de Dios, y por otra parte en la Liturgia de las Horas, que realizan globalmente los consagrados del pueblo de Dios.

Las devociones por su parte son otras prácticas realizadas por el pueblo de Dios, no tanto los consagrados, sino cualquier miembro, familias, barrios, pueblos, etc. Tiene que ver con las costumbres, con la religiosidad popular, con las expresiones de amor espiritual hacia María, realizadas por el pueblo sencillo y creyente. Estas prácticas pueden ser el rezo del Rosario, las procesiones, la visita a santuarios marianos, las consagraciones a María, el escapulario de la Virgen del Carmen, entre otras.

La devoción a María es una cosa y las devociones es otra. La devoción es el amor con que sentimos y expresamos nuestra fe; puede tratarse de Dios, que es lo más saludable e importante, pero también puede referirse a la Virgen María o algún otro santo. Normalmente el pueblo cristiano, católico u ortodoxo, siente el amor a María en un solo amor junto con el amor de Dios; no separan esos amores, así como Cristo y María su madre están unidos en un solo amor de madre e hijo, así el pueblo de Dios une esos dos amores sin hacerse demasiados problemas.

No pocas veces la gente tiene costumbre de acudir a una devoción mariana más que a la liturgia, como vemos en procesiones como la de la Divina Pastora; millones de personas en procesión, de las cuales un pequeño porcentaje es quien acude a la misa regularmente. Lo cual nos indica que la práctica más difundida, aunque parezca contradictorio, es la de las devociones más que la práctica litúrgica. Aunque habría que mitigar esta comparación un poco debido a que la liturgia se celebra a lo largo de todo el año mientras que las procesiones son pocas veces, pero aún así, las personas que acuden a las procesiones son las que van a misa regularmente, y además acuden una multitud mayor que esa, que normalmente no acuden a misa, no participan de la liturgia de la Iglesia.

También es bueno resaltar que existen devociones más fomentadas por la Iglesia que otras, o más oficializadas en forma general, como es el caso del Santo Rosario, que ha tenido varios documentos papales apoyándolo, cada vez se recomienda de parte de las más altas autoridades eclesiales incluido el Papa, e incluso el papa Juan Pablo II creó y agregó los misterios luminosos al Rosario, con lo cual estaba motivando desde su lugar de sumo pontífice el rezo del rosario en todo el mundo.

Otras prácticas devocionales van variando en el tiempo, como la celebración del mes de María, durante todo el mes de Mayo, que culmina con la Coronación de María, en realidad Fiesta de la Visitación de María a su prima Isabel. En estos momentos ya no se realiza este tipo de práctica religiosa como antes, se hace relevancia al mes de mayo pero sin embargo no existe la misma inquietud y fervor de la masa como antes, por lo cual estas expresiones devocionales se van terminando.

 

DEVOCIÓN MARIANA

La Marialis Cultus de Pablo VI centra lo que debe ser el culto mariano. Afirma que esta devoción es legítima, pero que debe estar inserta en el cauce del único culto que justa y merecidamente se llama cristiano.[6] Este culto cristiano nos lleva al Padre, y dentro de este culto se inserta el culto a María, que las teologías católicas y ortodoxas llaman justamente culto pero que los protestantes no le dan este nombre por temor a caer en idolatría.[7]

La devoción es la entrega confiada de la propia persona en manos de Dios; en el caso de María y de los santos, la devoción, es decir, la entrega de la persona en manos de María, apunta en el fondo hacia Dios, quien es el objeto final de toda devoción. La actitud religiosa del ser humano tiene su sentido en Dios, y la fe se manifiesta por medio de esta devoción, que puede tener diversas expresiones y manifestaciones y que se expresa en forma concreta corporal, por medio de la oración, posturas de rodillas, juntar las manos; además prender una vela, hacer reverencias, quemar incienso, etc.

Dentro del culto cristiano hay una serie de prácticas y ritos que se realizan pero que implican la devoción de las personas que lo realizan. Se pueden dar sin participación interior pero quedan solamente como un acto formal. La devoción y culto a María y a los santos entran dentro del culto a Dios; no son independientes. Dentro de la liturgia tenemos especial mención a María y a los otros santos, pero queda siempre culto al padre, por medio del Hijo y en el Espíritu Santo. La presencia y el amor a María dentro de este culto no desvía la adoración a Dios sino que la refuerza, la enciende más, la hace más cercana y humana.

Dentro del culto y devoción debemos diferenciar la latría de la dulía; ambas se pueden expresar en los actos de devoción religiosa, pero son diferentes. La latría es para Dios; se traduce como adoración. Solamente adoramos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestro ser se entrega en la adoración en forma plena ye incondicional, como un acto de salvación espiritual eterno. Respecto a la veneración, es decir, la dulía, también nos entregamos de corazón y con todo nuestro amor a María u otro santo, pero no de la misma manera, puesto que son personas humanas, llenas de Dios pero siguen siendo humanos. Los veneramos, los amamos, nos entregamos en la devoción y el amor, pero nuestro ser íntimo está en todo momento dirigiéndose a Dios como su salvador, como la fuente de su vida actual y eterna. Todos los amores que tenemos en esta vida, incluidos los amores humanos, apuntan en el fondo a Dios, la fuente del Amor. Así mismo, el amor y devoción a los santos es camino de entrega a Dios, es aliento para profundizar, es ayuda para abrirse a Dios cada vez más profundamente.

 

PABLO VI

La piedad de la Iglesia hacia la santísima Virgen María es un elemento intrínseco del culto cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la madre del Señor en todo tiempo y lugar, desde el saludo y la bendición de Isabel hasta las expresiones de alabanza y súplica de nuestro tiempo, constituye un sólido fundamento… de que el culto a la Virgen es de profunda raíz en la palabra revelada y de sólidos fundamentos dogmáticos.[8] Es la voz del papa Pablo VI, quien realizara la reforma litúrgica después del Vaticano II, y dio a luz a la Marialis Cultus, el documento fundamental para regir la devoción a María.

“Este culto mariano, como sabéis, es introducción y consecuencia del culto único y supremo que damos a Jesucristo Nuestro Señor. Es garantía de nuestra fe en sus misterios y en su misión: es expresión de nuestra pertenencia a la Iglesia que tiene en María su más santa y más bella hija y que encuentra en María, como escribió San Ambrosio, su imagen ideal. Nos llena de gozo y de esperanza y nos enseña a imitar a la Virgen en sus virtudes tan sublimes y tan humanas, sobre todo en la virtud de la fe, de la aceptación de la Palabra de Dios, que inicia en nuestras vidas la vida de Cristo” (Pablo VI: Audiencia General, 14-8-1963).[9]

“Todos reconocemos, y hoy precisamente debemos proclamarlo de forma especial, que a María se le debe un culto excepcional, singular. Hiperdulía, lo define el Catecismo. Este término explica algo que va más allá de las medidas ordinarias, por lo cual nunca podremos satisfacer plenamente nuestra obligación de venerar a María, los derechos a tales honores sobrepasan nuestros límites y nuestra posibilidad. Nos encontramos ante un precepto religioso que nos compromete de una forma especial (Pablo VI. Homilía en la Asunción, 15-8-1964).[10]

El pueblo creyente extendido a lo largo y ancho del mundo, y a través de la historia, ha expresado su devoción y amor a María de muchas maneras; la religiosidad popular expresa en no pocos lugares este amor por medio de procesiones, vigilias, danzas, romerías, etc. Esta devoción a María es como un río de amor espiritual incontenible y muchas veces incomprensible, pero que la Iglesia en su sabiduría debe saber trabajar. El pueblo tiene una motivación profunda que hay que evangelizar y cristianizar. Si se descuida puede llegar a desviarse hacia una falsa religión. Los agentes evangelizadores deben lograr evangelizar estos pueblos sin perder el amor y devoción a María; es un reto que exige formación adecuada, una vida de oración, un auténtico amor y dedicación al pueblo sencillo de Dios. El movimiento más grande de religión, de experiencia espiritual, de motivación por las cosas trascendentales, se sostiene por este tipo de devoción y amor a María que nace desde lo profundo de los creyentes, de los pueblos. Esta base vital debe ser valorada y adecuadamente trabajada para llevar a los pueblos hacia la experiencia de Cristo, hacia la plena cristianización de la humanidad, tal como lo quiere María y todos los santos lo han hecho en su propio momento.

Hay que aclarar que la verdadera evangelización lleva el signo de la novedad real; abre el corazón al gozo, hace crecer la esperanza, responde a las exigencias de todo hombre, compromete a una respuesta que transforma al que la acoge. Ningún evangelio como el anunciado por María con su vida responde tan exactamente a estas características. María es ella misma Evangelio vivido y ofrecido silenciosamente a sus hijos.[11] Esto significa que la verdadera y más profunda cristianización se da en comunión con María, quien es la que ha encarnado en su vida de la manera más perfecta el evangelio; es la más perfecta discípula de Cristo, tal como lo resalta el documento de Aparecida, y ha sido la persona que estuvo y estará más cerca de Cristo, que mejor lo ha conocido y lo conocerá. La cristianización que se logra desde María, sin apartarla, es la más hermosa, profunda y durable cristianización que se pueda lograr.

 

MARÍA EN LA MUSICA

La presencia de María en la música es, como en la literatura y en las artes figurativas, una presencia masiva, que ha ayudado a llenar lagunas en el estudio de la mariología. San Efrén, ocupa el primer puesto en Himnos a la Virgen. Los santos Ausencio y Romano, en los siglos V y VI continúan la tradición, y junto con Juan Damasceno, dan vida a las formas típicas de la liturgia oriental, el Kontakion; parece que el famoso himno mariano Akathistos se debe a San Román.

En el canto gregoriano, que tiene cuatro vertientes: galicano, ambrosiano, romano y mozárabe, y se formó en los 12 o 13 primero siglos, encontramos una enorme cantidad de músicas marianas, que van desde la misa de la Virgen denominada Cum jubilo hasta las formas más elementales, que todavía pueden encontrarse hoy en el Liber usualis.[12]

 

LITURGIA MARIANA

La razón principal de existencia y misión de la Iglesia es continuar y hacer eficaz para los hombres de todos los siglos la misión de Cristo, glorificar al padre, santificar las almas. Esto se realiza sobre todo en su culto, fuente primera e indispensable para el individuo y para la comunidad de unión plena con Dios, efectiva circulación de vida sobrenatural entre Dios y el hombre.[13]

Como la vida moral de los cristianos es consecuencia de la doctrina revelada por Jesucristo, así la vida cultual está estrechamente unida al valor absoluto que, según la razón y la fe, tienen las personas y las cosas. Como la vida cristiana es el “dogma vivido”, la liturgia es el “dogma orado”. Aunque el culto de adoración es reservado exclusivamente a Dios, padre, Hijo y Espíritu Santo, la Iglesia reserva un culto de veneración, dulía, es decir, de honor, de respeto, de imitación a los santos. Entre todos los santos que la Iglesia presenta como modelos e intercesores sobresale la persona que Dios escogió como Madre del Verbo encarnado. La Virgen Madre se eleva sobre la multitud de los santos por estar tan llena de privilegios de Dios pero también por haber correspondido más que cualquier otra creatura a los dones de Dios. María es honrada por la Iglesia con un culto de superveneración (hiperdulía).[14]

Por tanto a María y a los otros santos la Iglesia tributa un culto claramente distinto, en la esencia y en la forma, del culto que tributa a Dios. Ella no sólo justifica y permite la veneración de aquellos a quienes presenta como modelos de perfección cristiana, sino que da amplio lugar en su culto oficial (la liturgia) a su recuerdo vivo y a su intercesión. Por esto podemos hablar de la liturgia de los santos y de la Liturgia Mariana.

La liturgia contiene la confesión de fe de la Iglesia en el misterio de María. Ofrece una rica síntesis, atenta a la tradición y a los desarrollos más recientes. Pablo VI declara: “Recorriendo los textos del Misal restaurado, vemos cómo los grandes temas marianos de la eucología romana, la Concepción Inmaculada y la plenitud de la gracia, la maternidad divina, la virginidad perfecta y fecunda, el Templo del Espíritu Santo, la cooperación a la obra de su Hijo, la santidad ejemplar, la intercesión misericordiosa, la Asunción al cielo, han sido acogidos en perfecta continuidad doctrinal con el pasado, y también cómo otros temas, en cierto sentido nuevos, han sido introducidos en no menor concordancia con los desarrollos teológicos de nuestros días (MC 15).

La liturgia presenta de manera equilibrada y justa el culto que se debe rendir a Cristo y que se traduce en especial veneración a su Madre:”Es importante observar cómo la Iglesia traduce los múltiples lazos que la unen a María en las diversas actitudes efectivas del culto: veneración profunda, cuando reflexiona sobre la dignidad eminente de la Virgen, convertida, por obra del espíritu Santo en Madre del Verbo Encarnado; amor ardiente, cuando considera la maternidad espiritual de María respecto de todos los miembros del Cuerpo Místico: invocación confiada, cuando experimenta la intercesión de su Abogada y Auxiliadora (cf. LG 62); servicio de amor cuando capta en la humilde servidora del Señor la Reina de misericordia y la Madre de la gracia; invitación activa cuando contempla la santidad y virtudes de la que es “llena de gracia” (Lc 1,28); emoción profunda cuando ve en María, como una imagen muy pura, lo que debe llegar a ser y convertirse en todos sus miembros (SC 103); contemplación atenta cuando reconoce en la Asociada al Redentor, quien participa desde ahora plenamente de los frutos del misterio pascual, el cumplimiento profético de su propio futuro” (MC 22).

La liturgia propone por lo tanto a nivel de la fe profesada y vivida “una regla de oro para la piedad cristiana” (MC 23), pero además la fuente, el tope, la escuela y la experiencia mística de nuestra comunión con la Madre de Dios. Todas las otras formas de veneración y devoción hacia María deben converger hacia la liturgia y ligarse a ella. En la liturgia, en sus contenidos doctrinales y sus actitudes cultuales, tenemos un criterio válido de discernimiento ante todas las exageraciones de las devociones que amenazan siempre , como lo muestra la historia antigua y reciente de la piedad mariana (Cf. MC 38-39).

 

LITURGIA EN LA HISTORIA

Según el Papa Pablo VI, quien trata de aclarar el culto a María en la Marialis Cultus, centrándolo en Cristo, sin embargo afirma que “la piedad de la Iglesia hacia María es un elemento intrínseco del culto cristiano”.[15]

Podemos rastrear el culto mariano desde los primeros siglos de la Iglesia por medio de signos dejados en la historia; al principio no había una clara separación o polémica tal como la conocemos actualmente entre lo que es y lo que no es culto litúrgico; el centro era el misterio pascual que se celebraba cada domingo y una vez al año en mayor solemnidad, en el domingo de Pascua. Los textos creados desde los tiempos bíblicos fueron muchas veces himnos litúrgicos, incluyendo el Magnificat y el Benedictus. Tenemos las Odas de Salomón, de comienzos del siglo II, que hablan de María, del contraste entre María y Eva, de que María no tuvo dolor ni necesitó comadrona para parir en contraste con el dolor de Eva. Según varios autores como Bernard, Abramowski, Danielou, quienes consideran que la asamblea cultual constituye el verdadero lugar y ambiente donde surgen estas Odas de Salomón, estaríamos hablando de las primeras décadas del siglo II, donde habría asambleas cristianas que incluyeron cánticos dedicados específicamente a María, la madre del Mesías, por su gran admiración, respeto y devoción hacia ella.[16]

San Melitón de Sardes tiene una homilía que los patrólogos ubican en un contexto eminentemente cultual, y que data de los años 160-170, donde habla de María como la bella o buena (kalós, en griego) cordera, madre virgen del Cordero inmolado. Durante el siglos II, el término “virgen” y sobre todo la expresión “la Virgen”, designan simple y exclusivamente a la madre de Jesús y adquirieron un matiz cultual; es decir, aparecen veteados de un sentido de veneración y estupor por el prodigio de la maternidad divina y virginal de María.[17]

La Tradición Apostólica, de Hipólito, proviene del año 215 aproximadamente, es un libro litúrgico de Roma. En la anáfora litúrgica encontramos mencionada a María: al cual en tu beneplácito, enviaste desde el cielo en el seno de una virgen, y habiendo sido concebido, se encarnó y manifestó como tu Hijo, nacido del espíritu Santo y de la Virgen (Cf 4 SC 11 bis, 488.50). María es recordada en la anáfora por ser la madre virgen de Cristo, Verbo de Dios, salvador del hombre. Esta arcaica mención de la Virgen no desaparecerá ya de la anáfora, sino que será un elemento presente en toda plegaria eucarística, destinado a adquirir un progresivo realce cultual.[18]

El rito bautismal de Hipólito también toma en cuenta a María en la segunda pregunta del credo: crees en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació por el Espíritu Santo de la Virgen María…, y luego viene la segunda inmersión. Podemos inferir aquí cómo María estuvo presente en la liturgia desde el comienzo, que aunque no se haga ninguna referencia especial hacia ella en cuanto a un culto particular, y sea en una manera estrictamente cristológica y eclesial, sin embargo, dada la importancia de la liturgia eucarística y bautismal para el pueblo cristiano de los comienzos, especialmente la de Hipólito de Roma, vemos cómo ya está incluida María dentro del ambiente sacramental litúrgico, para luego seguirse desarrollando históricamente en las fiestas litúrgicas con dedicación especial a María.

El Protoevangelio de Santiago, escrito en el siglo II por un autor judeo cristiano de la diáspora de mentalidad católica, posiblemente en Alejandría, contiene una serie de bendiciones dedicadas a María por parte de los sacerdotes del templo y del pueblo en general: “Dios de nuestros padres, bendice a esta niña y dale un nombre glorioso y eterno por todas las generaciones” (VI,2); “Oh Dios altísimo, pon tus ojos en esta niña y otórgale una bendición cumplida, de esas que excluyen las ulteriores” (VI,2); “El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel” (VII,2); María, el Señor ha ensalzado tu nombre y serás bendecida en todas las generaciones de la tierra” (XII,1). Podemos afirmar que después de las bendiciones que recibe María en el Nuevo Testamento (Cf. Lc 1,28.30.42-43.45.48-49;11,27) como por ejemplo “Alégrate llena de gracia”, “bendita entre las mujeres”, “desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones”, etc. Estas expresiones de bendición hacia María muestran una continuidad que comienza en la iglesia primitiva y se mantiene, debido al amor y honor y respeto y devoción que los primeros cristianos tuvieron hacia la madre del Señor, y debido a sus excelentes cualidades cristianas, y es el sustrato de donde van a surgir las diversas oraciones y expresiones de bendición hacia María que formarán parte de la liturgia, tanto en las anáforas como en las oraciones como en los himnos.[19]

Respecto a las edificaciones especiales que implicarían un culto particular a la madre de Dios, en general hay que partir del siglo IV, una vez que se adopta el dogma de la Maternidad Divina de María. Sin embargo se han encontrado en el lugar de la tumba de María indicios de que existió un culto de veneración a María por parte de los judeocristianos ya desde antes del siglo III, este culto proviene del recuerdo del fin de la vida terrena de María.[20]

 

CELEBRACIONES MARIANAS

Dentro de la liturgia eucarística también tenemos los días propios marianos relacionados a los dogmas como María Madre de Dios el primero de enero, la Inmaculada Concepción de María el 8 de diciembre, la Asunción de María el 15 de Agosto, y otras fiestas especiales como María Reina, el Dulce Nombre de María, etc.

Además dentro de la liturgia eucarística tenemos los sábados dedicados especialmente a María. También las diversas advocaciones según su importancia internacional o según sea la patrona de un país o de una región, como es el caso de la Virgen del Carmen, la Milagrosa, Divina Pastora, Guadalupe, Coromoto, etc.

Dentro de la Liturgia de las Horas tenemos celebraciones especialmente dedicadas a María; normalmente el sábado está dedicado a ella, lo cual se llama María en Sábado, y además encontramos varias fiestas marianas como la Inmaculada Concepción, la Asunción de María, María Madre de Dios, Santa María Reina, y otras celebraciones donde se recuerdan advocaciones especiales de María como la Guadalupe, el Perpetuo Socorro, Nuestra Señora de Fátima, etc. Estas celebraciones específicas tienen que ver con la importancia histórica como puede haber sido la aparición de la Guadalupe, la Coromoto, Fátima, o la devoción importante y extendida como Nuestra Señora de los Dolores, Perpetuo Socorro, etc.

Además las varias Congregaciones de la Iglesia pueden tener fiestas especiales con la advocación de su Congregación, como los Redentoristas con Perpetuo Socorro, los Salesianos con María Auxiliadora, entre otros. Y cada País con su Patrona como la Guadalupe, la Coromoto, el Luján, etc.

Es estas celebraciones básicamente tenemos oraciones donde se recuerda a María; como la oración de entrada, ofertorio, salida. Además, si es una misa, hay varios prefacios donde se resalta más a María y no se le nombra simplemente; se lleva a la luz su importancia dentro de la historia de la salvación.

En ninguna celebración eucarística se le va a dirigir una oración directa a María, sino a Dios Padre; pero María estará presente allí, como entrelazada, y su recuerdo será para el pueblo de Dios motivo de júbilo y mayor alabanza y gloria a Dios.

 

LA PRESENCIA DE MARÍA EN LAS TEMPORALES

La presencia mariana a lo largo del año muestra cómo está unida la madre al misterio del Hijo. Dentro de la tradición occidental romana la presencia de María es más evidente en Adviento y Navidad y más discreta en cuaresma, pascua y Pentecostés. En cambio en la tradición oriental esta presencia mariana en la liturgia está presente de manera más equilibrada.

En tiempos de Adviento la liturgia nos recuerda frecuentemente la figura de la Virgen, sobre todo en las ferias del 17 al 24 de diciembre, y particularmente el domingo que precede la Navidad, día en que resuenan las voces antiguas de los profetas acerca de la Virgen madre y el Mesías, y se leen en el Evangelio los pasajes del nacimiento inminente de Cristo y del Precursor (MC 3).

Las lecturas del Antiguo Testamento, que se van comprendiendo a la luz del cumplimiento de las profecías en el Nuevo, hacen aparecer progresivamente en una más perfecta claridad la figura de la mujer, madre del Mesías. Ella se encuentra sugerida proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente hecha a nuestros primeros padres caídos en el pecado (Gn 3,15). Así mismo es ella, la Virgen, quien concebirá y dará a luz un hijo a quién llamarán Enmanuel (cf Is 7,14 y Mi 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella ocupa el primer lugar entre los humildes y pobres del Señor que esperan confiadamente y reciben de él la salvación. En fin, con ella, la hija de Sión por excelencia, después de una larga espera en la promesa, se cumple el tiempo y se instaura una nueva economía, cuando el Hijo de Dios tomó de ella la naturaleza humana (LG 55).[21]

En el corto lapso de 4 semanas celebramos 3 misterios: la Inmaculada Concepción de María, el 8 de diciembre, como una celebración autónoma, la Anunciación y la Visitación, conmemoradas la semana que precede a la Navidad, respectivamente el 20 y 21 de diciembre. Entre el 17 y 24 de diciembre María se vuelve el testigo silencioso del cumplimiento de las promesas, se leen los evangelios de la infancia, donde María tiene un rol primordial. En los formularios de la misa se han recuperado los preciosos textos eucológicos, la oración del 20 de diciembre, admirable síntesis de teología y piedad, inspirada, con ciertas modificaciones, por una oración del Rótulo de Ravena: “Tú has querido, Señor, que por el anuncio del ángel la Virgen acoja tu Verbo eterno, que ella sea colmada de la luz del Espíritu Santo y que se convierta en el templo del Altísimo; ayúdanos a volvernos suficientemente humildes para hacer como ella tu voluntad”.

Debemos señalar también la oración sobre las ofrendas del IV domingo, que se inspiran en el sacramentario de Bergamo, y llama la atención como invoca el Espíritu sobre los dones eucarísticos: “Que tu Espíritu, Señor Dios nuestro, cuya potencia ha fecundado el seno de la Virgen María, consagre las ofrendas depositadas en este altar”.[22]

El introito del segundo prefacio de Adviento es un concentrado de la espiritualidad de la espera, de la cual María es modelo para la Iglesia en este tiempo: “Es quien todos los profetas cantaron, el que la Virgen madre esperó con amor”.

Durante el tiempo de Adviento, tanto en la liturgia eucarística como el oficio divino, especialmente la última semana, se nos presenta a María toda dedicada a esperar a su Hijo, fiel sirvienta del misterio confiado a su obediencia por la fe. Y por lo mismo el culto mariano dentro de la liturgia está claramente presente y resaltado.[23]

Todo el tiempo de Navidad, que es corto, desde la noche de vigilia hasta el bautismo del Señor, domingo después del 6 de enero, puede ser considerado como una celebración de la maternidad de María y de su rol en la manifestación del Señor en tanto que Salvador. Los temas marianos propuestos por el misal, el leccionario y la liturgia de las horas son frecuentes. La ausencia de contenido mariano en los prefacios de Navidad y Epifanía es compensada por la mención especial del Communicantes para Navidad en el Canon romano. La solemnidad de la epifanía nos muestra a María como “verdadera Sede de la Sabiduría, verdadera Madre del Rey, que presenta a la adoración de los magos al Redentor de todos los pueblos” (MC 5). Varios formularios de misas del tiempo de Navidad hablan de la maternidad de María (cf. La oración sobre las ofrendas de la fiesta de la Sagrada Familia, las tres oraciones del primero de enero, las oraciones de apertura del lunes, martes y sábado entre el 2 de enero y la Epifanía).[24]

Debemos también recordar la Solemnidad de María Madre de Dios, el primero de enero, donde se resalta la felicitación a la madre después de haber dado luz al Hijo. Fiesta que celebra el dogma de la Theotokos y refiere el misterio más grande de María, su maternidad divina, donde se insertan todas las demás realidades mariológicas.

Durante el tiempo de Cuaresma y Pascua no hay una fuerte presencia mariana en la liturgia católica, sin embargo ella no está apartada, aunque las liturgias orientales como la bizantina mantienen una mayor claridad mariana en estos tiempos. La piedad popular católica resalta con mayor claridad esta presencia mariana como podemos observarlo en la procesión del viernes santo por la noche, cuando la dolorosa Virgen va junto con San Juan al Calvario donde está Cristo en el sepulcro. El evangelio de San Juan leído el viernes santo tiene las perícopas de la Virgen (Jn 19,25ss) y en la víspera pascual la madre de Dios es invocada en las letanías así como en la profesión de fe bautismal y en los Communicantes del Canon romano.

 

PRESENCIA DE MARÍA EN EL SANTORAL

Con la reforma litúrgica posconciliar la Virgen ocupa un lugar especial, ella queda incluso más enriquecida. Aunque algunas solemnidades o fiestas que antes tenían un título mariano son solemnidades o fiestas del Señor, como es el caso de la Presentación (Candelaria), pero sin embargo la fiesta que antes era de la circuncisión del señor es ahora la solemnidad de santa María Madre de Dios. Hay que resaltar siempre que todas las fiestas y solemnidades marianas se refieren a Cristo y esto es importante resaltarlo en las catequesis y homilías.

Tenemos dos solemnidades o fiestas del Señor con contenido mariano:

La Anunciación del Señor (25 de marzo) tiene sus orígenes en las fiestas de la Anunciación de la Virgen María celebradas en Asia menor desde el final del siglo VI. Fue introducida en Roma por el papa Sergio I (687-701). Su fecha fue fijada 9 meses antes de la Natividad del Señor. Las referencias a María son muy numerosas tanto en las misas como en la Liturgia de las Horas. El Prefacio está inspirado en la liturgia hispánica: “es él (el Cristo) quien para salvar a los hombres debía nacer entre los hombres; es él a quien el ángel anuncia a la Virgen inmaculada y que a la sombra del Espíritu santo ella acogedor la fe; él que ella lleva con ternura en su vientre”. Este texto puede ser utilizado no solamente en la misa de la Anunciación sino cada vez que hay una misa donde se proclama el evangelio de la Anunciación.[25]

Se conoce una mención de esta fiesta en el X Concilio de Toledo, en el año 656, que constata que la madre de Dios no tiene una fiesta celebrada en fecha precisa para la Iglesia universal. Ya en el siglo IV Santa Elena, la madre de Constantino, el emperador que se convirtió a cristiano, construyó una basílica en Palestina en el lugar donde ocurrió la anunciación, y en cada basílica se celebraba la fiesta correspondiente, por eso se presume que ya en esa época existió la fiesta litúrgica de la Anunciación del Señor. Se fijó esta fiesta el 25 de Marzo debido a que es 9 meses antes del 25 de Diciembre, día del nacimiento de Jesús. Después de la reforma litúrgica del Vaticano II la festividad ha recobrado su nombre más verdadero: Anunciación del Señor, puesto que como recuerda el Concilio, la verdadera raíz de la grandeza de María es su relación con Cristo.[26]

La Presentación del señor (2 de febrero) se celebra 40 días después de Navidad, según un criterio cronológico inspirado en el evangelio (Lc 2,22, de acuerdo con Lv 12,2-8). El diario de Egeria señala que esta fiesta fue celebrada en Jerusalén desde el final del siglo IV. Fue recibida en Occidente en el siglo VII bajo el título de Hypapanté (encuentro), fiesta del encuentro entre el Mesías y su pueblo. Esta fiesta ahora se llama “Presentación del Señor” y no más “Purificación de la Virgen María”, título que entró en los libros litúrgicos a partir del siglo X. En esta fiesta se unen Jesús y María. En Occidente se le dio el sentido de la luz, de las candelas, debido al canto del Benedictus. María es quien lleva la luz de Cristo a las naciones y comparte con él la suerte de la cruz. Es una fiesta que parte de la encarnación del Verbo apuntando hacia el misterio pascual del cual participa María, a ti misma una espada te atravesará el corazón.. (Lc ).[27]

 

LAS TRES FIESTAS SOLEMNES QUE CELEBRAN DOGMAS

LA ASUNCIÓN

Puede ser considerada como la más destacada, tanto por la importancia de la participación popular como por la variedad de costumbres tradicionales. Esta fiesta se encuentra en Oriente desde los primeros siglos, en Jerusalén se celebraba una fiesta el 15 de Agosto relacionada al final de la vida de María, donde la tradición dice que está la tumba de María; el emperador Mauricio (582-602) ordenó que esta celebración se diera en todo el imperio y se hizo muy popular. Después del año 1000 se enumeró entre los días de guardar el reposo festivo. Para los bizantinos es la fiesta mariana por excelencia, casi el vértice del año litúrgico para ellos por la manera como la celebran, durante prácticamente todo el mes de agosto.

En Occidente se tiene noticia de esta fiesta solamente con el papa Sergio I (687-701, de Siria, quien ordena que las cuatro fiestas marianas de la Natividad, Anunciación, Purificación y la Asunción se celebren con procesión solemne hasta la Basílica de Santa María la Mayor.[28] Sabemos Que esta fiesta mariana se introdujo en Roma por influencia de los numerosos monjes que venían de Oriente huyendo de las invasiones persas y árabes. Allí se afianzó rápidamente y a finales del era una de las pocas fiestas que tenían una vigilia con ayuno. Las reformas litúrgicas del siglo XX no tocaron esta fiesta sino que más bien la enriquecieron más aún en su contenido. El Papa Pablo VI en el nuevo misal de 1970, vuelve a poner una misa de vigilia para la Asunción, lo cual es algo bastante extraordinario, aunque la misa del día queda más precisa en su contenido para nuestros días que esta misa de vigilia, que es más genérica.

En la misa del día la primera lectura es un extracto del Apocalipsis (11,19: 12,1-6.10) que presenta a la mujer vestida de sol (12,1); la perícopa evangélica de Lucas 1,39-56 hace escuchar el elogio de Isabel a María y la proclamación del Magnificat, lo cual expresa bien la exaltación de la humilde servidora. El nuevo prefacio, inspirándose ampliamente en la Lumen Gentium 68, hace la síntesis del significado cristológico y eclesiológico de esta solemnidad. La exhortación Marialis Cultus insiste en la perfecta configuración de María a Cristo resucitado. En la liturgia de las horas la temática se desarrolla en la gozosa oración eclesial que surge de la contemplación de la Virgen, ícono escatológico de la Iglesia.[29] El misterio de Cristo se prolonga en su Iglesia, su cuerpo, quien también está llamado a ir al Padre. María es la primera que recibe esta suerte, es la primera redimida, pero la Iglesia no es simplemente el cuerpo sino también la esposa, la novia, porque cada persona participa en ella no simplemente como una prolongación o agregado sino como persona completa, por eso la simbología de la novia que se une al novio. La Asunción de María se celebra en la liturgia como fuente de gran esperanza para todos los cristianos, porque ven cumplidas en María todas las promesas que se realizarán en la Iglesia entera; María es su signo escatológico más preclaro.

INMACULADA CONCEPCIÓN

El pueblo cristiano desde casi el comienzo de la Iglesia reflexionó acerca del origen de María, lo cual queda atestiguado en los escritos cristianos de esas épocas, como el Protoevangelio de Santiago, del siglo II, donde se narra la historia de María, su origen, y se menciona a sus padres, Joaquín y Ana, y aunque no entran en el canon de las Sagradas Escrituras porque la Iglesia decidió que no eran adecuados para eso, sin embargo representan la cultura cristiana que iba llenando las mentalidades de aquella época, las inquietudes intelectuales e históricas del pueblo creyente cristiano a las cuales se les iba dando respuesta por medio de estos escritos que tienen una mezcla de cosas ciertas con otras que no lo son, por lo cual la Iglesia no los aceptó como inspirados completamente por el Espíritu y no están en la Biblia. A principios del siglo VIII está atestiguada en Oriente la celebración litúrgica de la Concepción de Santa Ana (9 de diciembre). Pasa a Occidente en el siglo IX, primero a Italia meridional e inmediatamente a Inglaterra, donde figura el 8 de diciembre con el título de “Concepción de la Santísima Virgen María”. Desde el siglo XII se la entiende en el sentido de Concepción Inmaculada. Con teólogos en contra y otros a favor, la fiesta se va abriendo camino, ya en el siglo XII surgen una quincena de oficios de la concepción de María. En el siglo XIV la fiesta se hace universal. El Papa Sixto IV, con la constitución Cum praeexcelsa (1477) aprueba la misa y el oficio de la Concepción de María, compuestos por Leonardo de Nogarole, y con el breve Libenter ad ea (1480), los compuestos por Bernardino de Nusto. El Papa Clemente XI hace de precepto la fiesta de la “Concepción de la Bienaventurada Virgen Inmaculada” (1708); será Pío IX, en 1863, quien publique el nuevo oficio misa para la Inmaculada Concepción. Con la reforma litúrgica de Pablo VI (1969 ss) queda la misa que tenemos actualmente, que tiene de lo viejo y de lo nuevo. Mantiene los dos cantos de entrada y de la comunión y las tres oraciones propias de la misa aprobada por Pío IX después de aprobar el dogma, y tiene nuevo el texto del prefacio, que utiliza Ef 5,27 y se inspira en la Lumen Gentium y Sacrosanctum Concilium. Así se mantiene un equilibrio entre la tradición y lo nuevo, la tradición se nota en la asimilación cristológica de María, sus privilegios en relación con Cristo, y lo segundo se nota en el aspecto antropológico del misterio celebrado, más acorde a la mentalidad actual.[30]

La reforma litúrgica aportó alguna riqueza en la liturgia de las horas y en la misa, especialmente el nuevo prefacio, que hace una síntesis del significado cristológico y eclesiológico de este dogma mariano: “la colmaste de gracia para preparar a tu Hijo una madre verdaderamente digna de él; en ella prefiguras la Iglesia, la novia sin arruga, sin mancha, resplandeciente de belleza”. El 8 de diciembre “celebramos en conjunto la concepción inmaculada de María, la preparación fundamental de la venida del Salvador y feliz aurora de la Iglesia sin arruga ni mancha” (MC 3). Este prefacio pone en paralelo la Virgen purísima y Cristo “Cordero inmaculado que elimina nuestras faltas”, ve en María un ejemplo para la Iglesia: “virgen pura”[31]

LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA

Antes de que llegasen a Roma las fiestas de la Natividad, Anunciación, Purificación y Asunción de la Virgen, durante el siglo VII, ya se celebraba en Roma la octava de la Navidad como día conmemorativo de María y de su función materna en la encarnación. El 1 de enero había una estación en “Sancta Maria ad Martyres”, llamada en los libros litúrgicos “in octava Domini” pero con atención particular a la Virgen madre. En un segundo tiempo, por influencia galicana, la octava de Navidad adquirió el carácter de “fiesta de la circuncisión del Señor”, que pasó directamente al misal tridentino de Pío V, aunque los textos propios de esta fiesta mantuvieron un tono claramente mariano. En Portugal, durante el siglo XVIII surgió la petición de celebrar una fiesta especial dedicada a la maternidad de María; Benedicto XIV en 1751 concedió esta fiesta a las diócesis portuguesas para el mes de mayo. Luego se extendió a todas las diócesis y órdenes religiosas; desde 1914 se le asignó como fecha el 11 de octubre. La renovación litúrgica de Pablo VI, hizo que el nuevo calendario romano de 1969 la pusiera nuevamente el 1 de enero y le dio el nombre de “Solemnidad de santa María, madre de Dios”.[32]

La liturgia de la misa proclama como segunda lectura la bendición de Moisés que desea la protección de Dios y la paz (Nb 6,22-27), lo cual permite de ligar esta celebración a la jornada mundial por la paz instituida por pablo VI y al comienzo del año civil. En la oración después de la comunión María es llamada “madre de Cristo y madre de la Iglesia”. La conmemoración de la maternidad divina de María es por lo tanto ocasión para extender esta maternidad a la Iglesia y a toda la humanidad, sobre la cual imploramos, por su intercesión, la plenitud de la paz.[33]

 

LAS DOS FIESTAS MARIANAS

La natividad de María (8 de septiembre). El origen de esta fiesta está ligado a la dedicación de la Iglesia de la Natividad de María en Jerusalén, celebrada desde el siglo V. Pasó a Bizancio y a Roma en el siglo VII. Es una fiesta muy importante en todo el Oriente; está ubicada al comienzo del año litúrgico bizantino. Se percibe la influencia oriental en las fórmulas de la liturgia romana, que son particularmente gozosas, porque celebran el nacimiento de la que, convertida en la Madre del redentor, fue para nosotros el comienzo de la salvación (oración de apertura de la misa).[34]

La Visitación de la Virgen María (31 de mayo). Esta fiesta está ligada al evangelio de Lucas (1,39-56). Como evento cercano al nacimiento del señor, la Visitación es ya conmemorada en la semana anterior a la Navidad. La fiesta fue instituida por Urbano VI en 1939, pero era celebrada desde 1263 por la orden franciscana el 2 de julio. En esta fecha, se celebraba en Constantinopla, en la iglesia de la Blakernia, una fiesta mariana de la reliquia del cordón de María. La fiesta que recuerda la visita de María la madre del precursor, ha sido colocada en el actual calendario antes de la solemnidad que conmemora la natividad de Juan Bautista (24 de junio). Se colocó el 31 de mayo para cerrar el mes que popularmente se celebra como el mes mariano, y la fiesta de María Reina, instituida por Pío XII, que antes se celebraba en esta fecha, fue desplazada al 22 de agosto, relacionada con la Asunción de María a los cielos, donde reina junto con su Hijo.[35]

 

LAS MEMORIAS DE MARÍA

El calendario romano contiene además diez memorias de María, algunas obligatorias y otras libres. Se inspiran en episodios de la vida de María o en lugares de veneración especial. Ubicadas en forma cronológica son las siguientes:

Nuestra Señora de Lourdes, el 11 de febrero, recuerda las apariciones a Santa Bernadette Soubirous, en la gruta de Massabielle, Lourdes, sur de Francia. Esta fiesta, debido a su historia particular, las palabras de la Virgen, permite contemplar a María como fuente que brota para reconfortar a los enfermos. Incluso para la Iglesia este es el día especial dedicado a los enfermos.

Nuestra Señora del Monte Carmelo (16 de julio) está en el calendario debido a su relación con la orden carmelitana, fuertemente mariana y contemplativa. La aparición de María en el Monte Carmelo, en Palestina, en el mismo lugar donde estuvo orando el profeta Elías. El recuerdo bíblico del Carmelo y la gran tradición contemplativa de la orden carmelitana sugieren de celebrar María en su belleza, en su ser “Carmelo”, jardín-paraíso de Dios, en su oración contemplativa que medita la palabra de Dios. Como lo expresa la oración de entrada, María nos ayuda a llegar a la montaña verdadera que es Cristo.

Dedicación de Santa María la Mayor (5 de agosto). En el siglo IV un lugar de culto fue dedicado a la Madre de Dios en Roma, en la colina del Equilino, casi como una réplica de la basílica de la Natividad en Belén. En el siglo V el Papa Sixto III ofreció al pueblo de Dios un templo adornado con preciosos mosaicos, que se conservan en el arco de triunfo que queda como ruina de la época, y que es un canto a la maternidad divina de María y a los episodios de la infancia de Jesús; era también un monumento en honor de la definición dogmática de Éfeso sobre la maternidad divina de María (431). Esta fiesta puede los grandes temas de María como templo de Dios y la nueva Jerusalén.

La Virgen María Reina (22 de agosto). Es tradicional en la iconografía; esta memoria fue introducida por Pío XII en 1954 con el grado de fiesta y colocada el 31 de mayo, casi en forma simétrica de la fiesta de Cristo rey. Ahora se encuentra una semana después de la Asunción de María y tiene el siguiente significado dado en la Marialis Cultus: La solemnidad de la Asunción se prolonga en la celebración de santa María Reina, una semana después, y en la cual contemplamos a la que, sentada al lado del rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre (cf. oración del día)” (MC 6).

Nuestra Señora de los Dolores (15 de septiembre). Esta memoria tiene su origen en devociones que remontan a la Edad Media. Se expandió por los Servitas de María, para los cuales fue aprobada en 1667. Fue extendida a la Iglesia universal por Pío VII en 1814. Tiene un contenido teológico importante, porque recuerda la presencia de María a los pies de la cruz. Antes de la reforma litúrgica posconciliar tenía una anticipación el viernes antes del Domingo de Ramos. Está ubicada el día después de la exaltación de la santa cruz (14 de septiembre), es “una excelente oportunidad para revivir el momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar a la Madre, de pie ante la cruz de su hijo, ‘asociada a sus sufrimientos’ (cf. oración del día)” (MC 7).

Nuestra Señora del Rosario (7 de octubre). Esta memoria evoca una devoción mariana muy arraigada en la piedad popular. Ella es en cierto sentido simétrica a la fiesta oriental del Akathisto, que en el calendario bizantino se celebra el sábado de la quinta semana de Cuaresma. Instituida por Pío V después de la victoria de Lepanto sobre los turcos que pretendían conquistar Europa (7 de octubre) fue extendida a la Iglesia universal bajo Clemente IX. La memoria es mariana, aunque la Virgen no esté nombrada en las oraciones de la misa, salvo por el inciso “con el auxilio de la Virgen María” introducido por el misal romano en la oración colecta. Esta memoria quiere presentar a la Virgen María como un camino a través de los misterios de gozo, de dolor y de gloria vividos con Jesús.

La Presentación de la Virgen María (21 de noviembre). Es una antigua fiesta importante en la liturgia bizantina, celebra la entrada de la Virgen en el templo de Jerusalén. El hecho de que dependa del evangelio de Santiago, un escrito apócrifo del siglo II, retardó su expansión a Occidente hasta el siglo XIV, con Gregorio XI en Avignon, luego en toda la Iglesia con Sixto V en 1585. El contenido esencial de esta fiesta es la alegría de la Hija de Sión que se consagra totalmente al Señor.

El Inmaculado Corazón de María (sábado de la tercera semana después de Pentecostés). Esta memoria se celebra el día después del Sagrado Corazón de Jesús, como su prolongación. La devoción remonta al siglo XVII, fue expandida por San Juan Eudes. Las apariciones de Fátima y la consagración de toda la humanidad al Corazón Inmaculado de María de parte de Pío XII en 1942 favorecieron su expansión. El mismo Papa la instituyó en 1944 colocándola en el octavo día de la Asunción. A pesar de las circunstancias, la referencia al corazón de María es totalmente evangélica; ella evoca “la sabiduría meditativa” de la Madre, que medita las palabras y los acontecimientos de su Hijo en su corazón (Lc 2,19.51).

La nueva edición típica del Misal Romano de 2002 agregó dos memorias más, la memoria de la Bienaventurada Virgen María de Fátima el 13 de mayo y la del Dulce Nombre de María el 12 de septiembre.

 

LA MEMORIA DE MARÍA EN SABADO

Después de la Edad Media el sábado fue considerado en la liturgia latina como día mariano, a diferencia de las liturgias orientales en el cual es el miércoles. Parece que el fundamento de esta escogencia está en la tradición que considera el sábado siguiente a la muerte del Señor y precediendo su resurrección, como el momento en el cual la fe y la esperanza de la Iglesia se concentran en María.

Alcuino (735-804) benedictino irlandés, contribuyó de manera decisiva en la reforma litúrgica carolingia; creó una serie de siete formularios de misas para la semana, para no repetir la del domingo, cunado Carlo Magno impuso el rito romano a los franco-germanos. La séptima misa votiva es para el sábado, es la de sancta Maria. Desde allí el sábado se afirmó sólidamente como día de la Virgen, dando origen a una tradición que no conocerá discontinuidad ni altibajos. En la misma época surgió el oficio divino del sábado; pronto se convirtió en oficio votivo de Beata (suplementario) del sábado, y en seguida se desarrolló en el oficio autónomo y completo, el Oficio parvo de la Bienaventurada Virgen María. Nacido en ambiente monástico, el oficio de la Virgen María se difundió rápidamente entre el clero y los fieles.[36]

En la sesión de misas votivas, el misal romano manda al Común de la Virgen, que contiene siete formularios, tres reservados, el cuarto al Adviento, el quinto a la Navidad y el sexto a la Pascua. Son los mejores desde el punto de vista de su contenido. En la edición “typica altera” (1975) del Missale Romanum, fue agregado el formulario de La Virgen María, Madre de la Iglesia, y en la edición de 2002, se agregó un formulario completo de La Virgen María, Reina de los Apóstoles. En esta misa debemos mencionar la oración que recuerda María a los pies de la Cruz cuando ella se convierte en madre de los discípulos de Jesús, el prefacio que es propio, se inspira ampliamente en la Lumen Gentium.

 

EL MES MARIANO

Existe en la iglesia oriental un mes mariano más antiguo que en occidente, ya desde el siglo XIII el rito bizantino tiene su mes mariano, que se celebra en agosto, alrededor de la fiesta de la dormición de María (Asunción), el 15 de agosto. Esta fecha está precedida de los primeros 14 días de agosto, con ayuno, una pequeña cuaresma, los 15 días que siguen son una posfiesta, una prolongación de la fiesta. Actualmente culminan el 23 de agosto, lo cual hacían antes hasta el 31. La ventaja de este mes mariano y en general de las iglesias orientales es que se celebra dentro de la liturgia, y por eso tienen mayor fuerza y profundidad que en el lado occidental católico, donde el mes mariano se desarrolló más desde la devoción, un poco independiente de la liturgia. El mes mariano copto es en diciembre, alrededor de la Natividad, y las celebraciones de las vísperas cada día tienen notable afluencia popular.[37]

En occidente se celebra el mes de mayo, que tiene que ver en principio con el mes de las flores, la primavera. El rey Alfonso X, el Sabio, de Castilla y Aragón (1284) es el primero de quien se tiene testimonio en una de sus Cantigas dedicada a celebrar la fiesta del tiempo de mayo, ve en la devoción a María el modo de coronarla dignamente y de santificarla con gozo. En Roma parece que San Felipe Neri (+1596) fue el promotor, quien invitaba en el mes de mayo a obsequiar a la Virgen con flores, cantar alabanzas en su honor, realizar actos de virtud y de mortificación, etc.[38]

 

LA LITURGIA EN LOS SANTUARIOS MARIANOS

Para los hebreos el Santuario era la celda del templo, que tenía delante un vestíbulo y estaba dividida totalmente en dos partes: el santo, que contenía el altar de oro para los perfumes, la mesa para los panes de la proposición y el candelabro de oro de siete brazos; y el santo de los Santos, considerado como la morada del Dios de Israel, y por consiguiente el lugar “santísimo” de toda la tierra. Allí se guardaba el Arca de la alianza; cuando se perdió el arca, quedó como un lugar oscuro donde entraba una vez al año el sumo sacerdote para depositar el incienso en la piedra donde descansaba el arca anteriormente, fiesta de la “expiación”. Para los paganos eran santuarios ante todo los lugares, bosques, cavernas, fuentes, que por sus características naturales podían ofrecer un ambiente adecuado a las fantasías y sentimientos religiosos. Luego se desarrollaron edificaciones y se formaron santuarios, como el de la diosa Artemisa en Éfeso, que atraía grandes multitudes. El cristianismo, que tiene entre sus primeros postulados el de insertar su verdad en la vida concreta y diaria del pueblo, purificándola y ennobleciéndola de esta manera, aceptó estas premisas y mediante su acción tenaz y profunda, consiguió cristianizar incluso los lugares mismos de culto pagano, tal y como lo muestra la arqueología, que ha hallado los restos de estos templos en grandes lugares de culto cristiano. Algunas fiestas cristianas sustituyeron también fiestas precedentes y tradiciones étnicas.[39]

De la idea de santuario hebreo surgió en el cristianismo el concepto restringido de santuario, la parte reservada al clero, el presbiterio. Del paganismo surgió la noción más amplia de las cosas sagradas y el sentido específico del lugar de culto. En el uso corriente se llaman santuarios aquellas iglesias o lugares de general devoción por los misterios que allí se operan, por célebres memorias, por las sagradas imágenes o reliquias que allí se veneran, por las indulgencias que allí se ganan, concedidas largamente por los Papas, y a los cuales acuden los devotos desde sitios lejanos en peregrinación. Son por consiguiente santuarios las iglesias que conmemoran en Palestina los pasos gloriosos y dolorosos de Jesús y de María, así como los esparcidos en todo el mundo, que pretenden honrar o promover especiales devociones a Dios y a los santos. Los santuarios dedicados a la Virgen en el mundo entero son más numerosos.[40]

Esta proliferación de santuarios marianos tiene su razón de ser en sentido teológico, bíblico, histórico y antropológico. La Virgen, madre espiritual entregada por Cristo en la cruz (cf. Jn 19,25ss) hace su tarea de acercarse a cada pueblo y cada persona, adaptándose a las características incluso raciales, de esos pueblos. Ella vive lo que hoy llamamos la inculturación, se hace uno de ellos. Esto demuestra que la Virgen sigue actuando, como persona glorificada, viva y activa, en la historia de la salvación; ella está presente al devenir religioso salvífico de los pueblos y de las personas. Históricamente las intervenciones marianas han sido en momentos específicos e importantes, como es el caso de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza, cuando el apóstol Santiago estaba evangelizando España, la Guadalupe y Coromoto en México y Venezuela, respectivamente, que marcan el proceso de evangelización inculturada para los nuevos pueblos, incluso que coincide, respecto de la Guadalupe, con la ruptura protestante. Las apariciones de Lourdes y Fátima en momentos en que la Iglesia y la fe del pueblo estaban perseguidas por regímenes ateos. Las apariciones de Kibeo en Rwanda, relacionadas a la guerra genocida.

En general los santuarios marianos se mantienen como lugares de renovación de la fe cristiana, atraen a miles de peregrinos y les permiten una experiencia religiosa espiritual para reforzar y madurar su fe. El culto mariano dentro de los santuarios está dominado por la liturgia, que se ha enriquecido con la colección de misas marianas, además son lugares donde se practica en forma cotidiana y consistente el sacramento de la Confesión, lo cual implica una renovación espiritual para los fieles. Además de la dimensión litúrgica, en los santuarios marianos se vive la devoción a María mediante la práctica de otras devociones, sobre todo el rezo del santo Rosario, como es famoso en Lourdes, donde se reúnen en las noches caminando alrededor de la calzada y rezándolo en variados idiomas para permitir la participación a todos los pueblos de la tierra que acuden allí. Otras prácticas piadosas que se observan en los santuarios son las promesas, acciones como caminar de rodillas hasta la Virgen, ir desde lejos para cumplir la promesa, llevar algún objeto significativo, exvotos, que significan el milagro recibido de la Virgen, dar una colaboración a la Iglesia o llevar primicias de la cosecha. También están las grandes procesiones como es el caso de la Divina Pastora de Barquisimeto, Venezuela, donde más de un millón de personas acompañan la imagen de la Virgen hasta la catedral durante casi 10 kilómetros. Todo esto y otras costumbres forman parte de la devoción a María por parte del pueblo católico que se da en los santuarios. La Iglesia debe siempre aprovechar esta profunda corriente de religiosidad popular motivada por la maternidad espiritual de María para evangelizar y formar cada vez mejor en la fe y en la vida cristiana al pueblo creyente.

 

LAS MISAS EN HONOR A LA VIRGEN MARÍA

Es lo que llamamos el Misal de la Virgen María, fueron publicadas en 1986, agregando a las otras misas marianas los dos libros, el sacramentario y el leccionario. Esta colección fue sobre todo a petición de los rectores de santuarios marianos y puede ser considerado como un apéndice del Misal Romano. Contiene 46 formularios de misas completos, incluyendo los prefacios, que son nuevos en la mayoría de los casos. Y repartidos según los tiempos litúrgicos. Esta colección de misas está dedicada sobre todo a los santuarios marianos donde se celebra la misa en honor a la Virgen de forma frecuente, además a las comunidades eclesiales que deseen celebrar la memoria de María en sábado. Los preliminares explican que durante los tiempos fuertes las lecturas no deben ser de este leccionario sino del leccionario propio ferial.

El Leccionario de Misas Marianas está dividido en secciones de acuerdo al año litúrgico. Adviento, Navidad, Cuaresma, Tiempo Pascual y Tiempo Ordinario, que a su vez está dividido en 3 sesiones.

CUARESMA. El tiempo de Cuaresma tiene 3 misas, la de la Hija Predilecta de Israel, que muestra la expectativa, la auténtica fidelidad y espera de parte del pueblo de Dios, representado en María. Ella es el comienzo de la Iglesia, como nos lo dice el prefacio: “Tú escogiste la Bienaventurada Virgen como la corona de Israel y el comienzo de la Iglesia para revelar a todos los pueblos que la salvación viene de Israel y que tu nueva familia brota de una raíz escogida”. En este sentido esta misa nos da la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y puede utilizarse para ayudar a profundizar la fe y hacer entender mejor al pueblo de Dios el misterio de la Historia de la Salvación.

Las primeras lecturas de esta misa tienen dos opciones, una es sobre el génesis, donde se resalta la promesa de Dios a Abraham acerca de que de él va a brotar un gran pueblo, la segunda opción del libro de Samuel habla de la promesa hecha a David de que de su trono brotará un reino que durará para siempre. Aquí se ve cómo María representa el cumplimento de las promesas, por un lado ella es el comienzo del nuevo pueblo de Dios, por el otro, ella es la madre del Mesías, cuyo reino dura eternamente.

El salmo responsorial, 113, nos repite: “Bendito sea el nombre del Señor por siempre”, porque el nuevo pueblo de Dios será un pueblo que de verdad bendiga a Dios, sinceramente y de todo corazón, un pueblo humilde, y aquí el salmo enlaza con el magníficat, quien bendice al Señor es elevado con los príncipes.

El Evangelio es de Mateo, el de la genealogía de Jesús, que comienza con Abraham y termina con José “el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado el Mesías”. Aquí se vuelve a resaltar el hilo de la Historia de la Salvación y el hecho fundamental de la fe cristiana, de que el Mesías es hijo de María, no fue engendrado por José. Así ella es el comienzo del nuevo pueblo de Dios, por ser la elegida entre todas las mujeres de Israel, por ser la más perfecta fiel creyente de Israel y por ser la madre del Mesías, del cual comienza la nueva creación, la Iglesia.

Las otras dos misas de Adviento son la de la Anunciación y la de la Visitación, con el evangelio de Lucas correspondiente. El prefacio de la primera resalta la acogida de María del mensaje del ángel en la fe, que luego sigue con la encarnación de Cristo, la eterna verdad, que realiza la esperanza de los pueblos por encima de toda expectación. En este sentido el pueblo de Dios se puede preparar mejor a vivir el misterio de la Navidad. Junto con María, acogiendo a Dios en la fe, limpiando el corazón para recibir a Jesús en la propia gruta, que es cada corazón humano, lleno de oscuridades y animales, que necesita urgentemente a Cristo. La Navidad está precedida del Adviento, que implica un tiempo especial de reflexión y conversión, para acoger al Mesías que viene y al mismo tiempo, apunta a la espera escatológica, la fe de los cristianos vivida en fidelidad esperando la llegada definitiva de Cristo; la historia humana es historia de la salvación, es el gran Adviento.

NAVIDAD. El tiempo de Navidad tiene 6 misas en el leccionario mariano, la de Santa María Madre de Dios, celebrada una semana después de la Navidad, lo cual entra dentro de la lógica humana; al nacer el Niño, la primera felicitada es la madre, en este caso se resalta el misterio de María Madre de Dios. Esta fecha corresponde al primer día del año, y aquí de nuevo vemos cómo la Iglesia plantea la nueva creación, basada en el misterio inefable de la virgen que llega a ser madre permaneciendo virgen; una nueva creación que comienza por una intervención especial de Dios. Por ella tenemos al Mesías y podemos regocijarnos para siempre en la presencia del Señor.

Las otras misas del tiempo de Navidad son la de María, madre del Salvador, que se puede celebrar durante esos días de acuerdo a la realidad que implican. La de la Epifanía, que significa la manifestación de Jesús a todos los pueblo de la tierra, lo cual popularmente se celebra como el día de reyes. La de la Presentación del Señor, celebrada el 2 de Febrero y que popularmente se ha llamado de la candelaria, por el evangelio de Lucas donde el anciano Simeón habla de “luz de las naciones”. En el prefacio se resalta que María “presenta al Cordero sin mancha, para ser sacrificado en el altar de la cruz por nuestros pecados”. El cirio pascual representa a Cristo resucitado y ya en esta profecía de Simeón se anuncia el sacrificio de Cristo y la participación dolorosa de María con la espada en su corazón. Las otras dos misas son la de Nuestra Señora de Nazaret y la de Nuestra Señora de Caná.

El leccionario mariano tiene por lo tanto una integración global dentro del año litúrgico, todo el misterio de Dios está relacionado, y cada vivencia que se hace, especialmente con María, nos lleva al corazón de ese misterio y nos ayuda a integrarnos a él; nos ayuda a compenetrarnos en él de manera integrada.

CUARESMA. Tiene 5 misas marianas, Santa María Discípula del Señor, donde se resalta el seguimiento de Jesús por parte de María pero que apunta hacia la cruz, el verdadero discipulado está ligado al calvario, no se puede ser discípulo de Jesús sin acompañarlo hasta la cruz y sin asumir la propia cruz en Cristo. Esta visión de María como discípula ha sido resaltada en Aparecida, Brasil, en la reunión del CELAM 2007. Las dos misas de María a los pies de la cruz tienen que ver con la pasión y el misterio de la participación plena y concreta de María en el misterio pascual de Jesús. La otra misa especial para este tiempo es la que resalta la encomienda que Jesús hace de su madre a los discípulos, que forma parte del misterio pascual, donde María está presente como testigo predilecto y a la vez queda encomendada a la Iglesia para que sea su madre. No podemos vivir el misterio pascual plenamente si no es con María, quien forma parte de éste y queda como madre de los discípulos de Jesús, para poder edificar ese nuevo pueblo de Dios que brota del costado de Cristo, y llevar hasta el final la vocación de la Iglesia. La última misa es la de la Bienaventurada Virgen, Madre de la Reconciliación, donde se puede vislumbrar la importancia de María en el drama humano y eclesial, ella la que sufrió en su corazón traspasado de dolor el martirio de su Hijo, y que permaneció fiel al Amor, será la más indicada para ayudarnos a entrar en la reconciliación y recuperar en el fondo lo que se nos perdió al comienzo, la presencia de Dios.

TIEMPO PASCUAL. En este tiempo encontramos 4 misas marianas, la de la Virgen María y la Resurrección del Señor, donde lógicamente la primera y más alegre de todos los creyentes fue María, con la resurrección de Jesús, su propio Hijo y a quien ella vio nacer en Belén y morir en la Cruz; la primera en felicitar por el triunfo de Jesús es a María, la fiel discípula que lo acompañó hasta la cruz y compadeció con Él. EL prefacio resalta la fe de María para concebir a su Hijo y la misma fe para esperar su resurrección gloriosa, por ese día de luz y de vida cuando la noche de la muerte llega a su fin. Esta misa mariana es excelente para ayudar al pueblo creyente a glorificar a Dios por las maravillas de Cristo, por el triunfo sobre el mal, por la espera de su venida gloriosa. La otra misa se continúa con esta, María fuente de luz y vida, uniendo en el prefacio eucarístico el misterio pascual con el misterio bautismal de los cristianos, donde la Iglesia continúa mediante los sacramentos lo que se dio en María con Cristo; el nacimiento a la luz y a la vida de los cristianos. La otra misa de Pascua es la de Nuestra Señora del Cenáculo, relacionando en el prefacio el comienzo de la Iglesia con la espera de María para tener a Jesús. Ella queda llena del Espíritu Santo en ambos casos. Y la Iglesia, junto con María, preparándose para su segunda venida, adornada y ayudada por los dones del Espíritu Santo. La última misa es la de María Reina de los Apóstoles, en cuyo prefacio se resalta que ella fue la primera anunciadora de Cristo, aun antes de los apóstoles. Ella aun hoy anima nuevos predicadores de Cristo, los acoge con su maternal amor y los sostiene con sus oraciones. Así queda completa la participación de María en el misterio de la salvación, en la concreta Historia de la Salvación, desde la encarnación del Verbo hasta su predicación a todas las gentes. El tiempo ordinario será el tiempo de esta labor, el tiempo del nacimiento y crecimiento del Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, el tiempo de la acción del Espíritu, pero también el tiempo de María, de su maternal actividad sobre la Iglesia.

TIEMPO ORDINARIO. Las misas marianas en este tiempo están divididas en tres secciones, una de 11 misas, otra de 9 y otra de 8 misas. La primera sesión tiene misas muy interesantes como Santa María la Nueva Eva, donde se resalta el paralelismo de Eva y María, donde se vuelve a comenzar desde el principio, para comprender el misterio de la Historia de la Salvación. María queda para nosotros además como ejemplo a imitar, como el nuevo comienzo, la nueva actitud hacia Dios, que sale de la vieja actitud de engaño y pecado, la Nueva Alianza en Cristo. Además estás las tres misas de María Imagen y Modelo de la Iglesia, que nos ayuda a comprender mejor a la Iglesia, su rol maternal de dar a luz a los hijos de Dios a la fe y de cuidarlos y proveerles todo lo necesario para que lleguen a vivir plenamente su vocación de hijos de Dios y se salven. Además está la misa especial del Inmaculado Corazón de María, que tiene un día especial en el año litúrgico, el sábado después del Sagrado Corazón de Jesús y la de la Bienaventurada Virgen María Reina de toda la Creación, que se celebra el 22 de Agosto, pero que se puede utilizar en otras ocasiones como misa mariana.

El segundo grupo de misas marianas del Tiempo Ordinario tienen que ver más con María como maestra de la fe, María como Mediadora de las gracias, María como fuente de donde brota la salvación, está más relacionado con la participación de María en la historia de la salvación. El tercer grupo de misas se refiere a María más como Madre de misericordia, consoladora, ayuda, auxiliadora de los cristianos, puerta del cielo.

Así durante el Tiempo Ordinario se nota cómo María está relacionada al principio de la Iglesia, como pilar fundamental de la fe, como la fiel servidora de Dios, luego María más relacionada con cristo y luego con su rol en la Iglesia, para ayudarnos a todos por una parte a ser nuestro mejor modelo de cristiano discípulo de Jesús, creyente en Dios, y por otro lado a ayudarnos concretamente con su acción maternal, con su amoroso corazón de madre misericordiosa a mantenernos en la fe, a profundizarla y a caminar hasta llegar a la patria definitiva, a la salvación de Dios.

Todas estas misas marianas, más las que están normalmente en el Misal Romano, son una gran riqueza para la Iglesia. Los agentes de pastoral, sobre todo los párrocos, tienen en ellas un recurso invalorable, y haciendo un apostolado de profundización en la fe, una pastoral mariana de la fe, pueden ayudar al pueblo de Dios a caminar en la profundización de su fe y construir una Iglesia cada vez más hermosa. Los laicos también, en la medida que conocen las misas marianas, pueden motivar a sus pastores para aprovecharlas mejor, tanto en las fiestas especiales dedicadas a María como en el tiempo ordinario y en los otros tiempos del año litúrgico. Además de los santuarios marianos, donde estas misas entran de manera obvia y por lo cual básicamente se creó este leccionario mariano, todas las parroquias e instancias pastorales pueden y deberían utilizar estos leccionarios marianos, porque implica una formación del pueblo con una fe fuerte, profunda, mariana, y se conecta con la gran fuerza de la religiosidad popular mariana, que está presente en nuestra gente y que es una motivación fundamental para buscar la fe cristiana plena. Los deseos e intenciones de la Iglesia para estos misales es justamente que sirvan para promover la fe del pueblo de Dios.

 

LITURGIA Y DEVOCIONES

La Marialis Cultus da las líneas esenciales respecto a la liturgia y las devociones marianas. Una regla de oro es: “Una acción pastoral clara debe por un lado distinguir y subrayar la naturaleza propia de las acciones litúrgicas, y por la otra valorar los ejercicios de piedad adaptándolos a las necesidades de cada comunidad eclesial y haciendo de esos ejercicios los valiosos auxiliares de la liturgia” (MC 31). El ejemplo que pone es el Rosario y el Angelus.

En el redescubrimiento de la piedad popular no hay que olvidar el carácter central de la liturgia, tanto por sus contenidos como por sus formas ejemplares; hoy en día, utilizando las expresiones típicas devocionales, como el mes de María, nos esforzamos por hacer converger todo en la celebración eucarística y en la liturgia de las Horas. Las mismas peregrinaciones a los santuarios deben ayudar a desembocar a los fieles en los sacramentos, en la eucaristía.

 

EL ROSARIO

El Rosario es, después de la Misa, la oración más conocida y usada entre los católicos. Hacia finales del siglo X se había difundido la práctica de rezar la oración dominical cierto número de veces todas seguidas. Tuvo su origen probable en los monasterios benedictinos donde había hermanos iletrados, legos que no se aprendían de memoria el salterio y usaban este tipo de oración para paliar la falta. En las antiguas costumbres de Cluny, recogidas por Uldarico en 1686 y probablemente bastante más antiguas, se atestigua ya que por la muerte de un monje de otro monasterio cada sacerdote debía celebrar la misa y los otros rezar 50 Salmos ó 50 Padrenuestros.[41]

En el siglo XII, el Avemaría se extendió rápidamente como oración privada, siendo puesta como antífona en el oficio parvo de la Virgen, surgió la práctica de rezar con cordones de Padrenuestros también el Avemaría, 150 ó 50, como para el Padrenuestro; de esta manera surgió el primero Rosario en honor de Nuestra Señora, en el sentido moderno de la palabra. Esto fue anterior a santo Domingo, cuyos discípulos llegaron a Inglaterra por primera vez en 1221 cuando ya el Rosario estaba ampliamente difundido. La introducción de cinco Padrenuestros para dividir las 50 Avemarías es atribuida con fundamento al certosino Enrique Egher. Durante algunos siglos el Rosario era rezado según decisión personal, únicamente a mediados del siglo XVI comenzó a prevalecer un método uniforme, gracias a la predicación de los Padres dominicos.[42]

La práctica del Rosario se difundió rápidamente por todo el mundo, especialmente en el siglo XV, dos grandes apóstoles lo propagaron por Europa: Alain de la Roche y Jacobo Sprenger, dominicos. Los papas favorecieron generosa y constantemente la devoción del Rosario, difundiéndola y enriqueciéndola con indulgencias. Por la batalla de Lepanto contra los turcos en 1571 se instauró la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. León XIII elevó la misma fiesta al grado de segunda clase, con misa y oficio nuevo. Además en 22 documentos apostólicos de altísima doctrina y piedad magnificó esta devoción y la señaló contra los males modernos. (Encíclica Magna Dei Matris, 8 septiembre 1982). Pío XI y Pío XII, en escritos, documentos y discursos emularon la devoción del Rosario de León XIII. No debemos olvidar que algunos de los santuarios más famosos de la devoción católica son del Rosario, como Pompeya, que nació y creció alrededor del cuadro de Nuestra Señora del Rosario; Lourdes, donde la Virgen apareció con el Rosario en la mano y quiso rezar con Bernardette Soubirous, y también Fátima en Portugal.


[1] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Domenico Sartore et Achille Triacca. Tome II. (Brespols Publishers. Belgique 2002) Voz: Vierge Marie. Pg 484.
[2] MC 16
[3] cf. MC 19.
[4] MC 2
[5] MC 11
[6] Pablo VI: Marialis Cultus, Introducción.
[7] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Devoción Mariana. 573.
[8] Diccionario de Pablo VI. Pedro Jesús Lasanta (Ebibesa. Madrid 1998) Voz: María. Pg 513.
[9] Diccionario de Pablo VI. Voz: María. Pg 515.
[10] Diccionario de Pablo VI. Voz: María. Pg 515-516.
[11] Cf. Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Evangelización. 753.
[12] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Música. 1427.
[13] Enciclipedia Mariana Theotokos. Ediciones Estudio. Madrid 1960. Voz: Liturgia Mariana. Pg 367.
[14] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Liturgia Mariana. Pg 368.
[15] MC 56.
[16] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1133-1134.
[17] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1134-1135.
[18] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1135.
[19] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1136-1137.
[20] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1142.
[21] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 476.
[22] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 476.
[23] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 476.
[24] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 477.
[25] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 478.
[26] (Cf. Stefano de Fiores: Nuevo Diccionario de Mariología. Ediciones Paulinas. Madrid 1988. Voz: Anunciación)
[27] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 478-479.
[28] (Cf. Stefano de Fiores: Nuevo …. Voz: Asunción).
[29] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 479-480.
[30] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Inmaculada. 935-936.
[31] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 479.
[32] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Madre de Dios. 1194.
[33] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 479.
[34] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 480.
[35] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 480.
[36] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Sábado. 1747.
[37] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Mes Mariano. 1335.
[38] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Mes Mariano. 1336.
[39] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Santuarios y lugares consagrados a María. Pg 579.
[40] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Las grandes devociones Marianas. Pg 580.
[41] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Las grandes devociones Marianas. Pg 431.
[42] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Las grandes devociones Marianas. Pg 431.

Fuente: campus.udayton.edu

 
 

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La Bienaventuranza de María en su Matrimonio con San José

«Bienaventurado el que encuentra un amigo bueno, y quien habla a oídos que le escuchan» (Eclo. 25,12).

«Bienaventurado el que no tiene que condenarse a sí mismo en las resoluciones que toma» (Rom 14,22).

«Bienaventurado el varón que habita con una mujer sensata» (Eclo 25,11).

«Bienaventurado el marido de una mujer buena; el número de sus días será doblado» (Eclo. 26,1).

De estas cuatro bienaventuranzas transcritas, las dos últimas se refieren directamente en el texto sagrado al varón que ha sido afortunado en la elección de su mujer.

Ahora bien, siendo el matrimonio una «comunidad de vida y de amor» como ha dicho el concilio Vaticano II, es claro que la felicidad en el matrimonio es algo de que necesariamente participan por igual los dos esposos.

Por esta razón, esas bienaventuranzas bíblicas, dichas propiamente de los varones casados que acertaron en la elección de su consorte, son susceptibles de ser aplicadas a las mujeres que han contraído matrimonio, si las condiciones aquí indicadas se cumplen en sus maridos.

Por ello, todas son aplicables a la Virgen Santísima.

La castísima doncella nazarena, a pesar de tener el propósito firmísimo de «no conocer varón» (Lc 1,34) por tener consagrada a Dios su virginidad, contrajo primero desposorio y luego verdadero matrimonio con San José. Lo afirma el santo Evangelio.

Los jóvenes judíos se desposaban generalmente entre los dieciocho y los veinticuatro años; las doncellas, en cambio, solían hacerlo mucho antes, hacia los doce años y medio, si bien no pocas de ellas se prometían más tarde, «aunque nunca esperando a cumplir los veinte años, ya que esto era considerado como una deshonra».

El desposorio se hacía normalmente entregando el esposo un objeto pequeño de valor mínimo a la esposa, en la casa de ésta y ante dos testigos, mientras le decía : «Por este signo quedas desposada conmigo». No era costumbre en Galilea que los desposados hicieran vida común, aunque en Judea era considerado lícito; en cambio sí era frecuente esperar un año para realizar el matrimonio propiamente dicho, lo cual se hacía conduciendo solemnemente el esposo a la desposada en el día convenido de la casa de sus padres a la suya propia, y celebrando luego la fiesta durante una semana entera.

Dentro de este marco de costumbres tradicionales hay que colocar el matrimonio de María con el carpintero de Nazaret.

No deja de sorprender el hecho de que nuestra Señora, pese a estar resuelta a conservar su virginidad incluso después de su desposorio (Lc 1,38), consintiera en él. ¿Obedeció sencillamente a las indicaciones de sus padres o tutores, dejando confiadamente en las manos del Todopoderoso el cumplimiento de su compromiso sagrado? ¿Descubrió previamente su consagración al casto artesano, persuadiéndole para vivir virginalmente en el matrimonio? ¿Halló ya en él, sin ninguna insinuación propia, este mismo ideal?

No mereciendo confianza cuantos datos nos dan los evangelios apócrifos sobre el particular, todas las cosas que se digan para contestar a estas repuestas no pasarán de ser razonables conjeturas. Lo cierto es que María, aunque tuvo el irrevocable propósito de conservar su virginidad y aunque, unida a José, vivió con él virginalmente, contrajo con él verdadero matrimonio, como siempre ha enseñado la Iglesia.

Por eso se le pueden aplicar a María estas cuatro bienaventuranzas bíblicas que se refieren a los esposos y se han citado aquí.

¡Qué hermosamente le cuadra la primera, si realmente descubrió su propósito a José antes del desposorio y le indujo a un matrimonio virginal! «Bienaventurada la que encuentra un amigo bueno y quien habla a oídos que la escuchan».

María fue bienaventurada porque encontró en el humilde artesano un amigo bueno, de alma grande y sencilla, que la amaba con auténtico amor de amistad, y no de concupiscencia, y porque al descubrirle el velo de su designio de virginidad nupcial «habló a oídos que le escucharon» y aceptaron con alegría aquel blanco y no imaginado sendero de vida impoluta en el matrimonio.

No se le aplica con menos perfección la segunda bienaventuranza, la formulada por San Pablo, bien que con otro propósito. Hablando de que no es lícito obrar cuando la propia conciencia tiene duda sobre la licitud o ilicitud de un acto, y de que, para poderlo hacer sin pecado, hay que llegar a la certeza de que es bueno el acto que se intenta realizar, propone esa bienaventuranza: 

«Bienaventurado el que no tiene que condenarse a sí mismo en las resoluciones que toma», esto es, bienaventurado el que acierta al tomar una decisión prudente en materia dudosa, y no tiene que arrepentirse de haberla tomado.

Así lo hizo María. Se encontraba en una gran perplejidad. ¿Cómo compaginar la virginidad perpetua que había consagrado a Yahvé con el matrimonio que sus tutores o la costumbre, o ambos a la vez, le imponían? El conflicto de conciencia era evidente y grave. Ella lo resolvió… ¡confiando! ¡Confiando en Dios y en San José!

Y ¡ninguno de los dos le falló! Dios iluminó a San José, y éste, lejos de ser un peligro para la integridad de la Virgen, se convirtió para ella en el ángel de carne humana, tutelar de su pureza ante los hombres y sombra protectora de su fama ante el pueblo de Israel !Bienaventurada María, que, al aceptar a José como esposo guardián de su virginidad, no tuvo que arrepentirse ni condenarse a sí misma por la resolución que había tomado!.

Igualmente se realiza en María la bienaventuranza siguiente :

«Bienaventurada la mujer que habita con un varón sensato».

San José no era uno de los sabios de Israel, ni tenía fama de hombre ilustrado. Cuando los habitantes de Nazaret oyeron en la sinagoga la sabiduría de Cristo, comprendieron que no se la había podido comunicar su padre putativo

«¿De dónde le viene a éste tal sabiduría…? ¿No es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13,55).

Pero si el artesano nazareno no era un sabio, era sí un israelita de corazón limpio que, iluminado por su conciencia recta y por la ley de Dios, había adquirido en la escuela de la vida humana esa humilde pero segura filosofía que se llama sensatez. Buena prueba de ello dio cuando advirtió en su esposa las señales de una maternidad que para él era un misterio. No dudaba él de la inocencia de María, pero no acababa de descifrar el enigma de su preñez. ¿Qué hacer en tan difícil coyuntura?

Otro con menor juicio la hubiese acusado públicamente de adulterio o hubiera dejado corroer secretamente su propia existencia por los celos. El sensato artesano no hizo ni lo uno ni lo otro la base de sus deliberaciones fue no comprometer el honor de su esposa. En consecuencia «resolvió repudiarla secretamente» (Mt 1,19), desentendiéndose de un asunto que no comprendía y dejándolo todo en las mejores manos: las de la Divina Providencia.

Dios premió tanto seso y virtud, enviándole pronto en sueños un ángel que le descubrió el velo del misterio : «José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu mujer, pues lo que se engendró en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a todo el pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Así era la sensatez de José. María fue bienaventurada ya en vida por tener la dicha de compartir la existencia con un varón de tan eximia prudencia.

«Bienaventurada la mujer de un marido bueno; el número de sus días será doblado». También este venturoso augurio se cumplió en María. Tuvo la dicha de tener un esposo «bueno».

La bondad, la virtud, en el lenguaje bíblico se llama «justicia», palabra que equivale a santidad’. Y al carpintero de Nazaret ése es justamente el nombre que le da el Evangelio, precisamente al narrarnos sus dudas y congojas ante la divina maternidad de María: «José, su esposo, siendo justo…» (Mt 1,19).

Este calificativo lo da la Escritura sólo a muy excelsos varones. Al anciano Simeón (Lc 2,25) éste es el mayor elogio que le tributa. Según San Pablo, «el que vive de la fe» (Rom 1,17), cumpliendo cuanto la fe nos dice, no merece mayor alabanza que ésta: ser justo. 

El mismo centurión romano que asistió a la crucifixión de Cristo, al ver los prodigios que se realizaron en su muerte y reconocer por ellos su santidad, no tributa mayor alabanza al Señor: «Verdaderamente este hombre era justo» (Lc 23,47). 

Y el apóstol San Pedro, que había conocido por especial revelación del Padre que Jesús era «el Mesías, Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16), aplica este adjetivo a Cristo, diciendo : «Cristo murió una vez por nuestros pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pe 3,18).

Así, pues, porque José fue justo, fue un esposo bueno, un esposo santo. En los difíciles momentos de Belén, de la huida a Egipto, del regreso a Nazaret, José se convirtió en el instrumento de la Providencia para procurar a María el sustento para el cuerpo, la paz para el espíritu, el consuelo para el corazón.

Como los querubines que extendían sus alas sobre el propiciatorio del arca y la cubrían sin tocarse, José y María, unidos por el más casto amor, proyectaban su existencia y sus desvelos sobre el Hijo del Altísimo (Lc 1,32).

Siempre el uno al lado del otro, pero siempre sin tocarse, convirtiendo su mutuo y casto amor en un estímulo constante para la santidad.

Por eso, el número de los años de María fue «doble», colmada de méritos, hasta el momento en que, llegada su hora, fue fruta sazonada para la eternidad.

Extractado del libro “Las Bienaventuranzas de María” de Laureano Catán Lacoma, editado por la Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1985.

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Las Particularidades del Matrimonio de José y María

El de José y María fue un verdadero matrimonio aunque no existió entre ellos relación carnal.

José fue un verdadero esposo para María y cumplió todas las obligaciones de un esposo, por lo cual la Sagrada Familia es un ejemplo

 

VIRGINIDAD DE SAN JOSÉ

Según algunos escritos apócrifos de los primeros siglos, como el libro Historia de José el carpintero, el Protoevangelio de Santiago o el Evangelio de Tomás, que son del siglo II o más tarde, san José habría estado casado antes de conocer a María y habría tenido, al menos, seis hijos, que serían, según algunos, los llamados hermanos de Jesús.

Al quedar viudo, ya anciano con 89 años, se habría casado con María, que tenía unos catorce o quince años. Según estos libros apócrifos, José habría vivido hasta los 111 años, pasando unos veinte años con Jesús.

Estos libros influyeron en la opinión de que san José era un anciano, que más que esposo era un padre para María, y que se habría casado con ella para salvar las apariencias ante la sociedad.

Nada más fuera de la realidad.

San José tuvo que hacer frente a todas las responsabilidades de una familia, lo que hubiera sido imposible si hubiera sido un anciano, que necesitaba cuidado y atención.

¿Cómo hubiera podido guiar a la Sagrada Familia por el desierto con todos los peligros y con todo el esfuerzo que supone caminar veinte días hasta llegar a Egipto?

Dios puso al lado de María un compañero y un esposo fuerte y vigoroso para defenderla de todos los peligros y para ayudarla en todas sus necesidades.

Un esposo, que debió trabajar mucho para poder sustentar una familia pobre, especialmente durante su estancia en Egipto, donde no tenían familiares.

Hablar de José como de un anciano enfermo es algo que sólo libros apócrifos y fantasiosos pudieron inventar.

El padre Tomás Morales, fundador de los Cruzados de Santa María, afirma:

Aquí está san José: anchas espaldas para el trabajo, no pierde ni un segundo, está siempre adorando, está siempre trabajando, está siempre solícito, cuidando de la Virgen y, sobre todo, del Jesús niño.

No tiene un instante libre, no piensa más que en amar, adorar y en trabajar para ellos. Aquí está san José.

Es el ministro de relaciones exteriores de la sagrada familia.

Él es el que se tiene que preocupar de todo en Nazaret, en los cuatro o cinco días de camino hacia Belén, en la gruta de Belén, en Egipto después, en Nazaret y siempre relacionándose con todos.

Por eso, desde los primeros siglos, varios santos Padres tuvieron que hablar de un san José joven, y no anciano y viudo.

San Jerónimo defiende su virginidad en su escrito contra Helvidio:

Tú dices que María no fue virgen; yo reivindico para mí aún más, a saber, que también el mismo José fue virgen por María, para que del consorcio virginal naciese el Hijo virgen.

En el santo varón no hubo fornicación y no se ha escrito que haya tenido otra mujer. De María fue más bien custodio que marido; de donde se sigue haber permanecido virgen con María, quien mereció ser llamado padre del Señor.

San Pedro Damián (1007-1072) escribió:

No parece que fuese suficiente que sólo la Madre fuese virgen; es de fe de la Iglesia que también aquel que hizo las veces de padre ha sido virgen.

Nuestro Redentor ama tanto la integridad del pudor florido, que no sólo nació de seno virginal, sino también quiso ser tocado por un padre virgen.

Santo Tomás de Aquino dice:

Se debe creer que José permaneció virgen, porque no está escrito que haya tenido otra mujer y la infidelidad no la podemos atribuir a tan santo personaje.

Dice san Francisco de Sales (1567-1622):

María y José habían hecho voto de virginidad para todo el tiempo de su vida y he aquí que Dios quiso que se uniesen por el vínculo del santo matrimonio, no para que se desdijeran y se arrepintieran de su voto, sino para que se confirmasen más y más y se animasen mutuamente juntos durante toda su vida.

Muchos santos de peso creen que José había hecho voto de virginidad antes de casarse con María, pero lo que sí es cierto es que, a partir de su matrimonio con María, lo hizo para aceptar así la voluntad de Dios.

 

MATRIMONIO DE JOSÉ Y DE MARÍA

Lo primero que debemos tener en cuenta es que fue un verdadero matrimonio, a pesar de que nunca hubo entre ellos relación carnal.

El Espíritu Santo reconoce en el Evangelio:

José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt 1, 16).

José era verdadero esposo de María y entre ellos había un verdadero matrimonio.

Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás de Aquino, la ponen siempre en la indivisible unión espiritual, en la unión de los corazones, en el consentimiento, elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar.

En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena libertad el don esponsal de sí, al acoger y expresar tal amor.

Dice san Agustín:

María pertenece a José y José a María, de modo que su matrimonio fue verdadero matrimonio, porque se han entregado el uno al otro.

Pero ¿en qué sentido se han entregado?

Ellos se han entregado mutuamente su virginidad y el derecho de conservársela el uno al otro.

María tenía el derecho de conservar la virginidad de José y José tenía el derecho de custodiar la virginidad de María.

Ninguno de los dos puede disponer y toda la fidelidad de este matrimonio consiste en conservar la virginidad.

San Agustín, considerando que san Mateo escribe la genealogía de los antepasados de Jesús a partir de José, descendiente de David, dice que Dios reconoce que fue un verdadero matrimonio; pues, de otra manera, nunca hubiera sido posible llamar a Jesús, hijo de José.

Y dice:

Jesús fue considerado en la genealogía de José para que los fieles no considerasen tan importante en el matrimonio la unión de los cuerpos, como para no creerse esposos sin esa unión corporal…

Con este ejemplo, viene magníficamente enseñado a los fieles esposos que también, practicando la continencia de común acuerdo, el matrimonio puede permanecer como tal si se conserva el afecto, aunque no haya unión sexual.

El Papa León XIII dijo en la encíclica Quamquam pluries de agosto de 1889:

El matrimonio es la máxima sociedad y amistad, a la que por su naturaleza va unida la comunidad de bienes. Dios le ha dado José a María, no sólo como compañero de vida sino también como testigo de su virginidad.

Y como decía Juan Pablo II:

Precisamente, del matrimonio con María es de donde derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús.

Es cierto que la dignidad de la Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; pero, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro.

Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad… se sigue que Dios ha dado a José como esposo a la Virgen no sólo como compañero de vida, testigo de su virginidad, sino también para que participase por medio del pacto conyugal en la excelsa grandeza de ella.

José y María unieron sus corazones como dos estrellas que no se enlazan nunca, mientras que sus rayos luminosos se entrecruzan en el espacio.

Fue un matrimonio parecido a lo que sucede en la primavera entre las flores, que juntan sus perfumes, o a dos instrumentos musicales que juntan sus melodías al unísono, formando una sola…

Su matrimonio era necesario para preservar a la Virgen de cualquier sospecha, mientras le llegase el momento de revelar el misterio del nacimiento de Jesús…

A mi parecer, san José debió ser, al casarse con la Virgen, un hombre joven, fuerte, viril, atlético, bien parecido y casto; un prototipo del hombre, que puede verse hoy en una pradera apacentando un rebaño o piloteando un avión o en el taller de un carpintero.

Y no un impotente anciano, sino un hombre rebosante de vigor juvenil; no un fruto seco, sino una flor lozana y llena de promesas; no en el ocaso de la vida, sino en el amanecer, derrochando energía, fuerza y amor.

¡Cómo se agigantan las figuras de la Virgen y de san José, cuando deteniéndonos en el examen de su vida, descubrimos en ella el primer poema de amor!

El corazón humano no se conmueve ante el amor de un viejo por una joven; pero ¿cómo no admirarse profundamente del amor de dos jóvenes unidos por un vínculo divino?

María y José llevaron a su boda no sólo su voto de virginidad, sino también dos corazones llenos de un gran amor, más grande que cualquier otro amor que corazón humano haya podido nunca contener. Ninguna pareja de casados se ha querido nunca tanto…

Como dijo el Papa León XIII:

Su matrimonio fue consumado con Jesús. María y José se unieron con Jesús; María y José no pensaron más que en Jesús. Amor más profundo ni lo ha habido ni lo habrá ya nunca en esta tierra.

San José renunció a la paternidad de la sangre, pero la encontró en el espíritu, porque fue padre adoptivo de Jesús. La Virgen renunció a la maternidad y la encontró en su propia virginidad. 

Fuente: Extraído de San José el mas Santo de los Santos, por el Padre Angel Peña OAR

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Que es el Ayuno

 

Dios instituyó el ayuno por primera vez en el día de la Expiación, el décimo día del séptimo mes. Esté día, los israelitas tenían el mandamiento de «afligir el alma» o hacer morir de hambre el alma.

Ayunar significa empobrecer el alma, rehusar su subsistencia por medio de abstenerse de alimento. El ayuno en las escrituras descansa sobre la verdadera auto-humillación y penitencia. El ayuno es el método de Dios para subyugar el alma carnal bajo la soberanía de Su Espíritu. El ayuno es un acto de expresar y demostrar pena por el pecado, es una expresión externa de la pena y dolor interno por el pecado.

El abstenernos del pan de cada día es la forma en que le demostramos a Dios de que estamos conscientes de que no merecemos nada, ni siquiera recibir el pan cotidiano, mucho menos cualquier otra cosa, entonces Él nos ayudará a humillar nuestra naturaleza carnal debajo de su mano sublime y poderosa.

PREPARACIÓN PARA EL AYUNO

La preparación para el ayuno incluye dos aspectos: preparación interna y externa.

Preparación interna para el ayuno: El ser guiados por el Espíritu Santo de Dios es la preparación adecuada para ayunar. Nuestro ayuno será hecho a través de la energía y la voluntad de la carne , a menos que sea el Espíritu de Dios quien lo esté guiando y motivando.

«Y JESUS, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto Por cuarenta días, y el diablo lo puso a prueba. No comió nada durante esos días, así que después sintió hambre.» Lucas 4:1-2

La gente que ayuna a través de su propio esfuerzo, siente un gran espíritu de orgullo por lo que han hecho, y algunas viven engañadas pensando que pueden comprar algo de Dios.

El ayuno no nos hace más valiosos, ni compromete a Dios con nosotros en ninguna forma. Si el ayuno es entendido y practicado en la forma correcta, va a obrar humildad en el corazón.

Preparación externa para el ayuno: El Señor Jesús en el sermón del monte, nos revela cuatro detalles acerca de la preparación externa para el ayuno.

«Cuando ustedes ayunen no pongan cara triste, como los hipócritas, que aparentan tristeza para que la gente vea que están ayunando. Les aseguro que con eso ya tienen su premio.  Tu cuando ayunes, lávate la cara y arreglate bien, para que la gente no note que estás ayunando. Solamente lo notará tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre que está en lo secreto te dará tu recompensa Mateo 6:16-18

a. Ungir la cabeza: Por razón natural, mucha gente piensa que es su estómago el que va a causarles el mayor problema durante un ayuno, pero esto no es verdad. El verdadero problema es la cabeza o la mente. Tan pronto como empezamos a sentir el descenso físico que viene con el ayuno, nuestro razonamiento carnal nos da cientos de razones por las cuales no debemos ayunar.

Sólo con el poder y la unción del Espíritu Santo sobre nuestra cabeza podemos tener una mente decidida para ayunar.

b. Lavarse: Esto es el aseo y limpieza del cuerpo, ya que durante el ayuno muchos desechos y toxinas salen de nuestro cuerpo a través de la piel, para ser eliminadas.

c. No aparentar que ayunamos: Debemos presentar una apariencia feliz, para que los demás no se den cuenta de nuestro ayuno.

d. Ayunar en secreto: Aunque algunas veces la iglesia ayuna de manera colectiva, el mundo exterior no debe enterarse, ya que la iglesia como un sólo cuerpo debe estar ayunando en secreto. Evidentemente este principio también se aplica a nuestro ayuno personal.

PROPÓSITO DEL AYUNO

La verdad a cerca del propósito de Dios para que ayunemos, lo encontramos nuevamente en una estatura de verdad de cuatro puntos.

PARAQUEAYUNAR

 

Ayunar para la mortificación de la carne

La mortificación de nuestra carne corrupta es el primer y más grande de los propósitos de Dios cuando nos lleva a un tiempo de ayuno. La palabra mortificar significa matar, destruir, castigar, humillar, controlar. Dios nos guía a ayunar porque sabe que esta es la forma de humillar la carne y traerla bajo el control del hombre espiritual.

Hay espíritus y actitudes en nosotros que no pueden salir de otra manera, el ayuno tiene tremendo poder de mortificación sobre la carne y va a romper muchas de sus concupiscencias. Solamente cuando estamos reducidos a tal estado de miseria inútil, podremos realmente evaluarnos a nosotros mismos.

Tenemos que ayunar si queremos alcanzar la madurez espiritual en Jesucristo, y tener la capacidad de ayudar a otros, como en el caso del lunático que fue llevado a los discípulos.

«Mas este linaje no sale sino por oración y ayuno» Mateo 17:21

La Biblia nos da otras muchas referencias de cómo el ayuno mortifica la carne, y como Dios responde a la humillación de aquel que ayuna como muestra exterior del arrepentimiento interno (Joel 2:12, 1° Reyes 21:27-29, 1° Samuel 7:4-6, Jueces capítulo 19 y 20 en especial del 26 al 28)

Ayunar para incrementar el poder en la oración

El segundo propósito de Dios para guiarnos a ayunar es el de incrementar el poder de nuestro espíritu en la oración. Cuando nuestra oración esta acompañada del ayuno esta tiene una intensidad de poder que no tiene por si sola. La oración y el ayuno tocan a Dios en una manera muy especial. Un ejemplo de esto lo encontramos en Jonás.

«Y los hombres de Nínive creyeron á Dios, y pregonaron ayuno, y vistiéronse de sacos desde el mayor de ellos hasta el menor de ellos. Y llegó el negocio hasta el rey de Nínive, y levantóse de su silla, y echó de sí su vestido, y cubrióse de saco, y se sentó sobre ceniza. E hizo pregonar y anunciar en Nínive, por mandado del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna, no se les dé alimento, ni beban agua: Y que se cubran de saco los hombres y los animales, y clamen á Dios fuertemente: y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que está en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y arrepentirá Dios, y se apartará del furor de su ira, y no pereceremos? Y vió Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino: y arrepintióse del mal que había dicho les había de hacer, y no lo hizo»Jonás 3:5-10

El poder de la oración humilde que adquirieron los habitantes de Nínive al vestirse de saco, de sentarse sobre cenizas, y de sus ayunos fue suficientemente grande para cambiar el parecer de Dios y evitar que Nínive fuera destruida en esta ocasión. Dios vió sus forma de humillación y pesar por sus pecados, y vió a las bestias añadiendo dolor y aflicción por sus dueños. Dios vió la proclamación del rey, la autoridad real, demandando que las ganancias adquiridas mediante la rapiña y la violencia fueran restaurados. Dios vió las obras que acompañaron a sus ayunos y oraciones como prueba de su arrepentimiento interior.

Ayunar para la revelación de la Palabra de Dios

El tercer propósito que Dios tiene para guiarnos al ayuno es que Él pueda revelarnos más de Su Palabra. Cuando estamos intrigados por alguna porción de la palabra de Dios debemos ayunar por la misma, y tarde o temprano Dios hará brillar Su poderosa luz sobre aquella porción y hará que la verdad se levante en revelación de su estatura y esplendor.

El Señor es el mismo ayer hoy y por siempre, por tanto podemos esperar que siga actuando con los mismos principios, a continuación se describe como Yahvé dio la Palabra profética al pueblo a través de Jeremías, a cerca de lo que sucedería sino se arrepentía; esto sucedió cuado el pueblo ayuno.

Daniel es otro ejemplo de la revelación de la Palabra por el ayuno:

«En el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años, del cual habló Yahvé al profeta Jeremías, que había de concluir la asolación de Jerusalén en setenta años. Y volví mi rostro al Señor Dios, buscándole en oración y ruego, en ayuno, y cilicio, y ceniza. Y oré á Yahvé mi Dios, y confesé, y dije: Ahora Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos» Daniel 9:2-4

Después de clamar y ayunar por la revelación de que sucedería con su pueblo, Daniel experimento la revelación por boca del ángel Gabriel:

«Mientras yo oraba, Gabriel, que se me había aparecido antes en la visión, vino volando a donde yo estaba. Era casi hora de ofrecer a Dios el sacrificio de la tarde. Y me dijo: Daniel, he venido ahora para hacerte entender estas cosas. En cuanto comenzaste a orar Dios te respondió. Yo he venido para darte su respuesta, porque Dios te quiere mucho. Ahora pon atención para que entiendas lo que verás. «Daniel 9:21-23

El ayuno humilla el alma; es una forma de afligirnos a nosotros mismos ante Dios. No hay ninguna razón para tener miedo de ir al lugar bajo, porque podemos confiar en las leyes espirituales de Dios. Dios se ha obligado a Si Mismo a levantar a aquellos que se humillan ante Él.

Ayunar para hallar reposo (físico, mental y espiritual)

El cuarto propósito de Dios para guiarnos al ayuno, es darnos completo descanso para el cuerpo, el alma , el espíritu, el corazón y la voluntad. Este tipo de ayuno está ilustrado por el ayuno hecho por Israel en el Día de la Expiación:

«Y esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, á los diez del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que peregrina entre vosotros: Porque en este día se os reconciliará para limpiaros; y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Yahvé. Sábado de reposo es para vosotros, y afligiréis vuestras almas, por estatuto perpetuo. Y hará la reconciliación el sacerdote que fuere ungido, y cuya mano hubiere sido llena para ser sacerdote en lugar de su padre; y se vestirá las vestimentas de lino, las vestiduras sagradas: Y expiará el santuario santo, y el tabernáculo del testimonio; expiará también el altar, y á los sacerdotes, y á todo el pueblo de la congregación. Y esto tendréis por estatuto perpetuo, para expiar á los hijos de Israel de todos sus pecados una vez en el año. Y Moisés lo hizo como Jehová le mandó» Levítico16:29-34

La palabra afligir en hebreo significa castigar y derribar a golpes. El ayuno trae aflicción porque hace desfallecer de hambre al espíritu vital del alma del hombre; la empobrece al negarle el alimento que necesita para su existencia. El abstenerse de comida es un procedimiento doloroso para el alma La oración y el ayuno en el Día de Expiación daban a Israel un nacimiento nuevo y fresco el divino descanso y en la gracia del Todopoderoso.

PODER DEL AYUNO

Tenemos un verdadero poder con Dios cuando ayunamos si estamos siguiendo Sus mandamientos. Sin embargo debemos recordar que nuestra experiencia del ayuno no tendrá el poder espiritual que Dios intenta darnos, a menos que estemos bien fundados en la preparación apropiada, la cual incluye el hecho de ser guiados por el Espíritu Santo.

Antes de estudiar cual es poder o galardón del ayuno, necesitamos saber cual es el ayuno correcto y el incorrecto.

El ayuno con el motivo incorrecto (No aceptable ante Dios)

Es posible ayunar con un motivo incorrecto, de manera que es conveniente examinar lo que Dios tuvo que decir sobre el ayuno erróneamente motivado de Israel.

En lugar de ser guiado por el Espíritu Santo de Dios, el ayuno de Israel había sido motivado por los deseos del orgullo carnal. Dios quien nunca hace acusaciones falsas porque Su omnisciencia discierne los motivos del corazón, acuso a Israel de estar ayunando para obtener placer, para contención, para debates y para herir.

a. Ayunar para obtener placer: La razón por la que a Dios le desagradaban los ayunos de Israel, era que en lugar de ayunar para mortificar su carne, ayunaban porque estaban enamorados del placer de los bienes materiales. Aunque los israelitas exteriormente cumplían con el rito del ayuno y aparentemente estaban afligiendo sus almas, realmente estaban llenando sus ayunos con los placeres de sus propios pensamientos y voluntades de cómo obtener mayores bienes materiales.

«Y sin embargo, dicen: ¿Para qué ayunar, si Dios no lo ve? ¿Para qué sacrificarnos si él no se da cuenta? El día de ayuno lo dedican ustedes a hacer negocios y a explotar a sus trabajadores; el día de ayuno lo pasan en contiendas y debates y golpean con maldad. Un día de ayuno así, no puede lograr que yo escuche sus oraciones.»Isaías 58:3,4

Nosotros también estamos tentados a llenar nuestros ayunos con actividades placenteras para que el tiempo se vaya más rápido. Sufrimos menos durante un ayuno si nuestras mentes y cuerpos están ocupados con otras cosas, como ir de compras o dar un paseo.

b. Ayunar para contención: La segunda razón para el desagrado de Dios por los ayunos de Israel, fue que en lugar de ayunar para incrementar su poder de oración con Dios, estaban motivados por un espíritu de contienda.

«He aquí que para contiendas y debates ayunáis…»Isaías 58:4

La palabra contienda en hebreo significa una competencia, contención, controversia, regañar, quejarse, sacudir, estar peleado, reprender. Algunas veces también nosotros deseamos recibir conocimiento y dones espirituales del Señor Jesucristo, no porque queramos ser como Él en Su naturaleza humilde, sino porque queremos el poder de la exaltación que dan este conocimiento y dones sobre la gente.

c. Ayunar para debates: La tercera razón para el desagrado de Dios sobre los ayunos de Israel era que, en lugar de desear una mayor revelación de la Palabra de Dios a fin de poder obedecerla personalmente, estaban motivados por el deseo de obtener más conocimiento en la Palabra a fin de usarla para fortalecer su poder de debate.

d. Ayunar para herir: La cuarta razón por la que a Dios le desagradó el ayuno de Israel fue que en lugar de ayunar para encontrar descanso físico, mental y espiritual, estaban motivados por el deseo de herir a otros con el puño de la iniquidad a fin de obtener bienes materiales.

Israel estaba ayunando solo en el sentido externo; estaban afligiendo sus almas en lugar de permitir que fuera el Señor quien lo hiciera. Inclinaban sus cabezas exteriormente como si estuvieran sintiendo una profunda tristeza, pero interiormente no había verdadera humildad ni arrepentimiento en su corazón.

«¿Creen que el ayuno que me agrada consiste en afligirse, en agachar la cabeza como un junco y en acostarse con ásperas  ropas sobre ceniza, eso es lo que llaman ayuno y día agradable al Señor?» Isaías 58:5

Hay quienes utilizan el capítulo 58 de Isaías para tratar de probar que no es necesario el ayuno, y todo lo que logran probar es su falta de entendimiento acerca de lo que el Señor estaba reprobando en Israel en esta ocasión. Dios estaba corrigiendo los motivos del ayuno, y no el ayuno en sí. De hecho, Dios no se detiene ahí, sino que una vez revelado los motivos erróneos del ayuno de los israelitas, prosiguió revelando cual es el ayuno correctamente motivado.

El ayuno correctamente motivado (Aceptable ante Dios)

Debemos ayunar para agradar al Señor si queremos tener poder en Él, y que nuestras voces sean oídas en lo alto. Nuestros motivos deben ser correctos. A continuación veremos cuales son estos motivos:

«El ayuno que a mi me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y que desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y acabes al fin con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al  pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer  a tus semejantes» Isaías 58:6-7

a. Desatar las ligaduras de impiedad y compartir el pan con el hambriento: Las cadenas de injusticia son las ataduras del amor egoísta por el placer. Esto es una verdadera esclavitud porque las ligaduras del amor por el placer nos atan a todo lo que es egoísta, hasta llegar a la exclusión del interés por Dios y por los demás. Al buscar nuestra propia satisfacción, nos olvidamos de las necesidades de otros seres humanos en derredor nuestro. Evidentemente el compartir el pan se refiere tanto al lado natural como en el espiritual.

Tan solo una palabra hablada con la sinceridad del corazón tiene poder para levantar a una persona del abatimiento que causan la soledad y el desaliento. Aún después de que esa persona se ha retirado, ese pan sigue sosteniéndola y fortaleciéndola.

b. Deshacer los nudos que aprietan el yugo y recibir al pobre en tu casa: Nuestra propia contienda es una carga bastante pesada, pero tener que cargar con el espíritu de contención de otros, es casi más de lo que el alma puede soportar. En tanto que el espíritu contencioso nos siga empujando para contender en la obtención de superioridad y reconocimiento personal no pondremos atención ni al pobre ni al necesitado.

La pobreza no esta limitada al ámbito físico y de hecho la peor clase de pobreza es la espiritual. Aunque comparando con lo que deberíamos tener en Dios, todos somos espiritualmente pobres, sin embargo, hay quienes son todavía más pobres que nosotros. Pero que triste es ver al pueblo de Dios cargando con el espíritu de contención que los mantiene luchando continuamente por obtener más exaltación, más y mayores bendiciones, mayor bien, en lugar de compartir su sustancia con los pobres.

c. Dejar ir libres a los quebrantados y cubrir a los desnudos: El ser más quebrantado y oprimido que conocemos es el hombre espiritual dentro de nosotros, y no hay nada que oprima más y quebrante más que el espíritu de debate que estaba motivando el ayuno de Israel. Debemos liberar al quebrantado hombre espiritual y dejarlo salir libre. Hacemos esto mortificando al hombre carnal, que lucha y codicia contra el hombre espiritual. Dado que nuestro hombre espiritual y nuestro hombre carnal comparten el mismo cuerpo físico, la carne tiene acceso mental a la Palabra de Dios revelada cuando esta llega a nuestro hombre espiritual. En lugar de utilizar la Palabra de Dios para cubrir y vestir a los demás con la verdad, el espíritu de debate usa el conocimiento para descubrir y exponer la desnudez espiritual de otros.

d. Romper todo yugo y no escondernos de nuestra propia carne: Este motivo es todo un contraste con la orgullosa voluntad de Israel, que los llevó a ayunar para herir con el puño inicuamente.

El orgullo es un yugo poderoso, que nos impulsa a herir a otros con el puño de la iniquidad. También hace que nos escondamos de nuestra propia carne, y que tercamente rehusemos reconocer la realidad de la presencia del orgullo en sus muchas formas de maldad. Dios manda romper el yugo del orgullo, y la manera de lograrlo es mediante el ayuno sincero y la mortificación de la carne.

EL GALARDÓN DE PODER

«Entonces brillará tu luz como el amanecer y tus heridas sanarán muy pronto. Tu rectitud irá delante de ti y mi gloria te seguirá.» Isaías 58:8

a. Luz: La luz es el primer galardón de Dios para un ayuno hecho de manera aceptable. Todos queremos y necesitamos luz, tanto natural como espiritualmente. No podemos orar correctamente sin la luz de humildad de la Palabra revelada de Dios.

b. Sanar: El apóstol Juan escribió en su tercera epístola diciendo «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas cosas, y que tengas salud, así como tu alma está en prosperidad» (3° Juan 1:2) La salud física no es la única clase de salud. A veces por ejemplo nos vemos afligidos por un corazón desmayado; o por una voluntad difícil que quiere darse por vencida y dejar de servir a Dios; o es tal vez una mente enferma que nos hace imposible el pensar con claridad.

c. Rectitud: Este grado particular de justicia proviene de dar limosnas, que proceden de lo ha sido ahorrado cuando ayunamos, porque al ayunar no necesitamos comprar comida.

d. Gloria: Además de darnos luz, salud (tanto interna como externa), y un poderoso escudo protector de justicia que va delante de nosotros, Dios nos promete una gloriosa protección para la retaguardia o las espaldas. La gloria protectora para nuestra retaguardia proviene de la gloria de la propia espalda de Dios. Moisés tuvo el privilegio de contemplar esta porción de la gloria del Señor, y su intensidad hizo que la misma piel de su rostro brillara irradiando rayos de luz, o cuernos de luz, causando temor y respeto reverencial en los corazones de la gente.

EJEMPLO DE PERSONAS QUE AYUNARON

Moisés.

Moisés ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches en cuatro ocasiones diferentes. La primera vez fue por los primeros mandamientos (Éxodo 24:18). Aunque esta cita no menciona que Moisés ayunó mientras esta en el monte con el Señor, el libro de Deuteronomio muestra claramente que él se abstuvo tanto de pan como de agua. Hay una diferencia entre un ayuno y un ayuno con sed; durante un ayuno nos abstenemos de probar alimentos, pero en un ayuno con sed nos abstenemos también de tomar agua. (1° Corintios 4:11). A menos que el Señor nos este hablando y dirigiendo claramente para ayunar con sed, no es prudente dejar de beber agua por más de tres días.

La segunda vez que Moisés ayunó por cuarenta días y noches fue cuando estuvo intercediendo ante Dios a causa de la idolatría de Israel, cuando hicieron el becerro de oro.

Elías.

«Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido: y he aquí luego un ángel que le tocó, y le dijo: Levántate, come. Entonces él miró, y he aquí á su cabecera una torta cocida sobre las brasas, y una jarra de agua: y comió y bebió y se volvió á dormir. Y volviendo el ángel de Yahvé la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come porque si no el viaje sería demasiado largo para ti, Elías de levantó pues, y comió y bebió; y aquella comida le dio fuerzas para caminar cuarenta días y cuarenta noches, hasta llegar a Horeb, el monte de Dios.»1° Reyes 19:5-8

Cuando sentimos que ya no podemos ir más adelante, es tiempo para ayunar del alimento natural, y empezar a alimentarnos del pan de santidad de Dios. El cual impartirá nueva vida y fuerza a nuestro hombre espiritual.

Jesús.

«Luego el Espíritu llevó a Jesús l desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba, estuvo cuarenta días y cuarenta noches sin comer  y después sintió hambre» Mateo 4:1-2

Aunque Jesús era el Hijo Unigénito de Dios, quien vino de la eternidad para cumplir la voluntad de Su Padre, Él ayunó antes de salir a ministrar.

No importa cuantos dones o crecimiento espiritual tengamos, debemos sujetarnos al mandamiento del Señor, y mortificar nuestra carne.

Tenemos que ayunar para estar listos para el regreso de nuestro Esposo celestial. Este es el tiempo de la preparación.

Ciertamente muchas otras personas en la Biblia ayunaron, pero baste estos ejemplos para enseñarnos la importancia del ayuno en nuestro crecimiento espiritual.

Puedes ayunar desde tres horas o mas hasta varios días. según lo que el Padre Celestial indique para tu cuerpo.

También puedes hacer abstinencia de carnes rojas, o de determinado alimento que te agrade y sea un sacrificio para ti verlo y no poder ingerirlo.

Todo sacrificio de la carne ofrecido a Dios es digno del Padre.

Fuentes: Mercaba Enciclopedia

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El Ayuno en la Iglesia

 

El mensaje de arrepentimiento y conversión va siempre y primariamente dirigido a nuestros corazones: «Desgarrad vuestros corazones, no vuestros vestidos» nos dice el profeta Joel 2,1218. Este es el pasaje de las Escrituras que escuchamos en la primera lectura del miércoles de ceniza. 

«Como vemos en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores «el saco y la ceniza», los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia» (Catecismo #1430)

La conversión es el cambio de corazón. Si este cambio es auténtico, debe manifestarse en todas las áreas de nuestra vida, ya que el corazón mueve nuestras decisiones, acciones, sentimientos y disposiciones. El corazón es la sede interior de la persona humana. Toda realidad interior debe necesariamente manifestarse en el exterior. Dios reveló su amor por nosotros enviando a su único Hijo en el misterio de la Encarnación. «La Palabra se hizo carne». Así, debe ser en nuestras vidas: la conversión debe tener una expresión concreta y encarnada en cada área de nuestra vida. La conversión no es solamente decir Señor, Señor.. sino decir que toda mi vida, mi mente, mi corazón, mis talentos, mis dones, mis capacidades; mi cuerpo le pertenece al Señor y es para su gloria. La conversión sincera es cambiar los intereses de mi corazón, ya no es vivir para mi propio placer, pues es contrario al evangelio: «el que quiera seguirme, que se niegue a si mismo»

Somos creados con alma y cuerpo. La necesaria purificación interior para la conversión de nuestros corazones es también necesaria en nuestro cuerpo, sentidos, pensamientos, acciones y hábitos. La penitencia interior, ese rasgar el corazón, también tiene que tener expresiones externas y así llevarnos a un crecimiento de la gracia en todo nuestro ser. Todo debe estar integrado y ordenado por la gracia con nuestra cooperación en la oración y la penitencia.

La Iglesia nos enseña que hay tres expresiones tradicionales de penitencia. Esta son el ayuno, la oración y la limosna. Las tres son mencionadas por Jesús en el Evangelio de San Mateo 6,1-6 y 16-18; precisamente en el Evangelio del miércoles de ceniza. El ayuno, la oración y limosna nos recuerdan que la conversión incluye todos los aspectos de la vida: «expresan conversión con relación a uno mismo, con relación a Dios y con relación a los demás.» (Catecismo #1434)

En esta enseñanza quiero específicamete dedicarme al ayuno, tan necesario para crecer en el dominio propio, en la moderación de nuestros apetitos y en abrirnos cada vez a las realidades espirituales y al alimento eterno.

¿QUE ES EL AYUNO?

Es la práctica de limitar el consumo de comida y bebida para imitar los sufrimientos de Cristo durante su pasión y a través de toda su vida terrena. El ayuno nos recuerda que la conversión afecta y debe afectar todas las áreas de nuestra vida.

EL AYUNO COMO PARTE DE LA TRADICIÓN JUDÍA

Levítico 16,29-30  –El Señor ordena un día de ayuno como expiación y purificación: «ayunareis..porque en ese día se hará expiación por vosotros para purificaros»

Joel 2,12 -como signo de arrepentimiento: «volved a mi de todo corazón, con ayuno, con llanto, con lamentos»

Éxodo 34,28  –como preparación para las manifestaciones Moisés está en el Monte Sinaí cuarenta días y cuarenta noches, si comer pan, ni beber agua, y escribió las nuevas tablas de la ley.

Deuteronomio 10,10  –poder de intercesión («en cuanto a mi, me estuve en el Monte, como la primera vez, cuarenta días y cuarenta noches, en ayuno. También esta vez me escucho Yahveh y renuncio a destruirte»)

Jonás 3,7 –ante el anuncio de la futura destrucción de Nínive, el pueblo hace ayuno y penitencia.

Salmo 35,13 –ante la persecución injusta– David, ayuna y hace penitencia.

Salmo 109,24 –para lograr el auxilio del Señor -ayuna hasta debilitarse las rodillas.

Judit 4,9-15  –Ante la amenaza de Nabucodonosor, los Israelitas ofrecen alabanzas, intercesión, penitencia y ayuno. El Señor oyó sus voces y vio su angustia.

Para evitar la agresión. Ester 4,16  -Ester dice a Mardoqueo: «vete a reunir a todos los judíos que hay en Susa y ayunad por mi. No comáis ni bebáis durante tres días y tres noches. También yo y mis siervas ayunaremos. Y así, a pesar de la ley, me presentare ante el rey; y si tengo que morir, moriré». (Ester va a ir ante el rey a defender a su pueblo que estaba condenado a morir. Va a desenmascarar al enemigo. Pareciera la petición de la Virgen en Fátima, se aparece con una estrella en su vestido. Ester: estrella)

EL AYUNO EN EL NUEVO TESTAMENTO

Con insistencia. Lucas 2, 37: «(Ana) no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios con ayuno y oraciones»

Preparación para imponer manos. Hechos 13,3 –«la comunidad después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron» (a Pablo y Bernabé en misión)

Para encomendar alguien al Señor. Hechos 14,23  –«designaron presbíteros en cada iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor»

Para completar las tribulaciones de Cristo.  Col 3,3  –«me alegro de los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia»

Para ser vencedores. 1 Cor 9,25   «los atletas se privan de todo y eso por una corona corruptible, nosotros, en cambio, por una incorruptible.»

Para vencer la carne  Gal 5,17 «pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu y el espíritu contrarias a la carne, como entre si antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais».

EL EJEMPLO DE JESÚS

Para vencer el demonio. Marcos 9,29  -«esta clase de demonio solo puede ser expulsado por la oración y el ayuno»

Mateo 4 y Lucas 4: Nos revelan a Jesús en el desierto orando y sin comer ni beber nada por cuarenta días.

En Mateo 4 encontramos muchas enseñanzas necesarias para la vida espiritual. Me voy a concentrar en las que creo apoyan la importancia del ayuno.

Jesús recibe el Bautismo, el Espíritu Santo desciende sobre el, y se oye una voz, que dice «este es mi Hijo amado». (Toda una experiencia bella y muy espiritual) Inmediatamente ese mismo Espíritu lo lleva al desierto (lugar solo, árido, peligroso, sin provisiones de ninguna clase), a ser tentado por el demonio. El desierto es necesario para que el Señor pueda hacer grandes cosas en nosotros, El siempre se ha revelado a su pueblo de manera extraordinaria durante el desierto y también siempre ha preparado a su pueblo para la misión durante el desierto.. Pero, precisamente por esto, también el demonio, allí, libra una gran batalla, para obstaculizar lo que Dios quiere hacer.

Jesús, se prepara para esta batalla, con oración y ayuno de cuarenta días y noches. ¿Como no prepararnos nosotros para la batalla que se libra en nuestras vidas y en el mundo contemporáneo?. Nos preparamos con oración y ayuno.? Cuando mas tentados nos sintamos, mas debemos de orar y ayunar.

Los Israelitas son liberados de Egipto y llevados por el desierto hacia la tierra prometida. Al poco tiempo de haber sido sacados de Egipto y de caminar por el desierto, se les iban agotando las fuerzas. Entonces se rebelaron contra Moisés. Tenían hambre y sed y exigían que les proveyera. El Señor hace el milagro del maná y de hacer brotar agua de la piedra.

Jesús ayuna, y con su ayuno, repara por las quejas y las injurias que los israelitas hicieron al Señor en el desierto.

Primera Tentación: Jesús siente hambre (una realidad humana) y allí se aprovecha el demonio para lanzar su primera tentación y seducción: «Si eres el Hijo de Dios, di que esas piedras se conviertan en panes». Jesús le responde: «no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Deut 8,3)

El demonio no pudo lograr hacer caer a Jesús, a pesar que El tenia hambre, porque a través del ayuno, el había puesto en segundo lugar la necesidad de satisfacer el hambre, o la gratificación física inmediata. A través del ayuno, vamos dominando esta área, y cuando la tentación viene a nosotros, ya podremos resistirla.

«No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Jesús responde, citando Deut 8. Esta es una característica de Cristo, siempre mostrarnos que el cumplir la voluntad del Padre da mas vida, que tomar alimento. Esta respuesta de Cristo, nos revela lo que fueron esos 40 días: no hubo pan, ni agua, pero si profunda comunicación con su Padre. Esto es mas importante que nada. No buscar nunca nuestro alimento fuera de la voluntad de Dios. (apetitos: cuerpo, emociones, sexuales, mentales, de ego, de fama, de reconocimiento, etc)

Segunda tentación (porque siente hambre): «le pone sobre el alero del templo, y le dice: Si eres hijo de Dios, tírate abajo, porque esta escrito: a sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna». Jesús le dice: «también esta escrito, no tentaras al Señor tu Dios» (Deut 6,16)

El demonio esta tentando a Jesús para que desafíe la protección del Padre y tome control fuera de la obediencia a Dios. Era la tentación de la satisfacción personal, que los ángelesle sirvan, le protejan y no le pase nada.

Jesús, es tentado en esta área después de ayunar, ¿es que acaso el ayuno tiene también el poder de liberarnos de nuestro ego? ¿de nuestro deseo de ser servidos, honrados?

Tercera Tentación (porque siente hambre): «lo lleva a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: todo esto te daré si postrándote ante mi me adoras». Jesús responde: apártate de mi Satanás, porque esta escrito: al Señor tu Dios adoraras y solo a El darás culto». (Det 6:13)

El demonio le tienta con alcanzar poder y fama terrenos, ¿será que el ayuno, nos libera de estos deseos? ,¿será que al experimentar nuestra debilidad, vacío, necesidad, en el ayuno, nos reconocemos criaturas, dependientes de Dios, y así nos liberamos de la gran tentación de adorar a falsos dioses (incluyéndonos nosotros mismos)

Las tres tentaciones del desierto fueron dirigidas hacia el placer, poder y fama. Las tres fueron presentadas durante 40 días de oración y ayuno. Las tres fueron vencidas con las virtudes contrarias: negación, sumisión total al Señor y su Palabra, humildad. Tres virtudes que son frutos del ayuno.

El A.T. nos revela el poder del ayuno sobre los enemigos exteriores, el N.T., nos revela además, el poder que tiene para vencer los enemigos del alma: carne, demonio y mundo.

FRUTOS DEL AYUNO

No es un fin en si mismo, sino medio de conversión.

-conduce a libertad de corazón y mente. Proceso por el cual nos liberamos de todos los apegos terrenales y de todas las cosas que nos atan: caprichos, gustos, excesivo auto cuidado. Y nos encaminamos hacia la Paz.
-fortalece, estabiliza y desarrolla el auto control (fruto del ES)
-reconocer debilidad y dependencia en Dios.
-pobreza de espíritu
-edifica la vida interior
-elimina los excesos de nuestra vida a fin de hacer mas espacio para Dios.

El ayuno permite llevar mas fácilmente una vida interior unida a Dios y al mundo celestial; el ayuno libera de la pesantez de la materia. Los santos recomiendan el ayuno a todo aquel que quiere llegar a una mayor interioridad. El ayuno apaga poco a poco la concupiscencia.

EL AYUNO Y LA PALABRA DE DIOS

Mateo 4 «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»

Juan 4,32: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra»

El día de ayuno, debe ser un día de profunda oración, meditación de las Escrituras y del magisterio de la Iglesia. Alimentar nuestras mentes encontrando en la verdad nuestro alimento, nuestra satisfacción. Permitirle a nuestras almas que sean llenadas de la Palabra que es vida, que nos libera, que nos eleva y nos enseña a pensar, sentir y obrar según la voluntad de Dios. En los días de ayuno, por alguna razón, he descubierto que es mas fácil penetrar las Escrituras, escudriñarlas y captar el mensaje mas profundo, que se esconde detrás de las palabras.. Damos prioridad al alma.

EL AYUNO Y LA EUCARISTÍA

Juan 6, 27: «Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre».

-vacío terreno y alimento verdadero. El vacío físico que se experimenta en el ayuno nos ayuda a darnos cuenta de nuestro vacío interior y nuestra necesidad de las realidades espirituales.

El día de ayuno, debe ser eminentemente un día Eucarístico: adoración, reparación, etc.

¿A PAN Y AGUA?

Pan es comida de pobre. La disposición de vivir a pan y agua durante un día demuestra la buena voluntad de ser pobre ante Dios y bien dispuesto a su voluntad.

Pan y agua: dos símbolos importantes en las Escrituras:

Pan: símbolo de vida, de nutrición (Pan, alimento – Eucaristía)
Agua: purificación (de su corazón traspasado fluye el agua, símbolo del bautismo)

Para dar al pueblo pan y agua mientras caminaban en el desierto el Señor hizo milagros.

El ayuno busca la verdadera vida a través de la purificación. Ayunar a pan y agua es un llamado a crecer en dependencia de la Eucaristía. Es también un llamado a adentrarnos en una vida de purificación, de conversión, de arrancar de nosotros todo lo que nos separa del Señor o no nos deja ser sus hijos adoptivos, ni su imagen y semejanza.

Juan 6,34: «yo soy el pan de vida, el que venga a mi no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed».

HEMOS OÍDO A LA VIRGEN DE MANERA PARTICULAR LLAMARNOS AL AYUNO

-El ayuno tiene el poder de prevenir guerras y catástrofes naturales (Fátima)

En Medjugorje:
-«Practicad el ayuno, porque con el ayuno obtendréis que se realice completamente el plan que Dios tiene. Con esto me daréis una gran alegría»

«les invito a la oración y al ayuno. Con vuestra ayuda puedo hacerlo todo y obligar a Satanás a dejar de instigar a las almas.»

«Orad y ayunad, sólo así podréis conocer todo el mal que hay en vosotros y ofrecerlo al Señor, a fin de que pueda purificar vuestros corazones de todo».

S.S. Juan Pablo II sobre la necesidad de ayunar para aplacar el «espíritu de muerte y la cultura de la muerte».

Evangelium Vitae  #100: «es urgente…que desde cada comunidad, cada familia, cada individuo se eleve una súplica apasionada a Dios. Jesús mismo nos reveló con su ejemplo que la oración y el ayuno son las armas principales y mas eficaces contra las fuerzas del mal y ha enseñado a sus discípulos que algunos demonios sólo se expulsan de este modo. Por lo tanto, tengamos la humildad y la valentía de orar y ayunar para conseguir que la fuerza que viene de lo alto haga caer los muros del engaño y de la mentira, que esconden a los ojos de tantos la naturaleza perversa de comportamientos y de leyes hostiles a la vida, y abra sus corazones a propósitos e intenciones inspirados en la civilización de la vida y del amor.»

EL AYUNO APLACA LA GULA

Con el ayuno estamos aprendiendo a dominarnos a nosotros mismos y sobretodo a liberarnos del pecado de gula, que no solo se manifiesta en la glotonería, sino en formas mas refinadas y mas espirituales.

1-gula intelectual: gula en el terreno de conocimientos (curiosidad), de la ciencia. Esta es muy peligrosa pues el pecado primero de Eva fue la curiosidad. De ahí se deriva el ocultismo, los psíquicos, los astrólogos, leer cartas…etc. Querer saber el futuro.

2-gula espiritual: busca los sentimientos que provocan lecturas piadosas, el placer sensible. No perderse ninguna experiencia espiritual.

3-gula de placer, de honor, de fama: se hace lo que sea por sobresalir, por ser reconocidos, etc.

AYUNAR NO SOLO DE COMIDA

San Juan Crisóstomo:

El valor del ayuno consiste no solo en evitar ciertas comidas, pero en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos. Quien limita el ayuno simplemente a la comida, esta minimizando el gran valor que el ayuno posee. Si tu ayunas, que lo prueben tus obras! Si ves a un hermano en necesidad, ten compasión de el. Si ves a un hermano siendo reconocido, no tengas envidia. Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo solo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior.

Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lenta en el amor y el servicio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras, o al no fijarme en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Seria inútil privar mi cuerpo de comida, pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades.

Ayunas de comida, pero te permites escuchar cosas vanas y mundanas. También debes ayunar con tus oídos. Debes ayunar de escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mentiras que se dicen de otros, especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros.

Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de que te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano?

¿Que nos dice San Juan Crisóstomo con esta reflexión?

Que los días de ayuno deben de ser especialmente días de abstenernos del uso desordenado o incluso exagerado de los otros sentidos: No fijarme en lo que no debo, no hablar lo que no debo, no oír lo que no debo, no desear lo que no debo, no buscar satisfacer todas mis necesidades emocionales, espirituales; no buscar saciar mi soledad, buscando inmediatamente compañía; no querer saberlo todo; no requerir respuestas inmediatas a todo lo que se me ocurre en la mente, etc.

Ayunamos buscando conversión. Por lo tanto, ayunemos de todas esas actitudes contrarias a la virtud. Quizás tu ayuno va a consistir de ser mas servicial, (ayuna de tu pereza, comodidad), pues así como la Virgen nos pide que recemos con el corazón, debemos de ayunar con el corazón. Puede ser que tengamos que ayunar de nuestra ira, siendo los días de ayuno, mas amables, mas dulces, mas dóciles. Quizás tengo que ayunar de la soberbia, buscando activamente ser humillada, o hacer actos concretos de humildad, etc.

AYUNO Y PUREZA CORPORAL

Escuchemos al Cardenal Ratzinger:

Ayunar significa aceptar un aspecto esencial de la vida cristiana. Es necesario descubrir de nuevo el aspecto corporal de la fe: la abstención de la comida es uno de estos aspectos. Sexualidad y alimentación son los elementos centrales de la dimensión física del hombre: hoy, a una menos comprensión de la virginidad corresponde una menor comprensión del ayuno. Y una y otra falta de comprensión proceden de una misma raíz: el actual obscurecimiento de la tensión escatológica, es decir, de la tensión de la fe cristiana hacia la vida eterna. Ser vírgenes y saber practicar periódicamente el ayuno es atestiguar que la vida eterna nos espera; mas aun, que ya está entre nosotros. Sin virginidad y sin ayuno, la Iglesia no es ya Iglesia; se hace intrascendente, sumergiéndose en la historia.

Hoy mas que nunca, la penitencia, mortificación es necesaria para expiar por nuestros pecados y reparar por los del mundo entero. A través de los siglos, la humanidad siempre ha sido pecadora, pero lo reconocía y hacia penitencia por ello. Hoy no es así, se vive en pecado, no se le llama pecado sino que al contrario se vive orgulloso de ello. Se están rechazando todos los principios morales y éticos, y por ello la humanidad ha perdido la libertad interior y ha llegado a ser víctima del peor tirano: el propio «yo» y el demonio.

El ayuno como acto común y público de la Iglesia, me parece hoy tan necesario como en tiempos pasados; es un testimonio público tanto de la primacía de Dios y de los valores del espíritu como de nuestra solidaridad con todos aquellos que padecen hambre. Si no ayunamos no conseguimos librarnos de ciertos demonios de nuestro tiempo»
-Card. Ratzinger

Por eso el catecismo de la Iglesia, #2015, nos dice: «El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (2Tim 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas.»

AYUNO Y CARIDAD

El ayuno no puede separarse de la caridad fraterna. Si un cristiano se priva de algo es para darlo a sus hermanos y dar testimonio con ello de su amor a Dios.

Pío XII (1950): «lo que sustraiga a la vanidad, el cristiano lo dará a la caridad y subvendrámisericordiosamente a la Iglesia de los pobres. Así lo hacían los fieles de la Iglesia primitiva: alimentaban las fuentes de la caridad con el ayuno y abstinencia de las cosas permitidas».

San Agustín: «tus privaciones serán fecundas si muestras largueza con otro». Las privaciones son cristianas si nos hacen crecer en santidad, en caridad y generosidad.

En las primeras comunidades cristianas cuando había un pobre entre ellos ayunaban durante dos o tres días y acostumbraban a enviarle los alimentos que tenían preparados para ellos. Podemos apreciar por que la Iglesia primitiva observaba dos días de ayuno a la semana: miércoles y viernes.

Fuentes: Madre Adela Galindo para corazones.org

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El Carisma de los Milagros

San Pablo coloca este carisma «operaciones milagrosas» en seguida después del de curaciones. Son carismas diferentes. Esto es importante para no catalogar como milagro cualquier tipo de curación por ministerio nuestro y para no estar a la expectativa de milagros en todo momento. Tampoco caer en el extremo opuesto de negar la existencia de los milagros en la hora presente.

Desde el punto de vista teológico: los milagros son signos que muestran la presencia del prometido reino de Dios y que acreditan a los portadores históricos de esa promesa.

-es un testimonio del poder que debe producir en nosotros la salvación en Jesucristo. Es un signo del poder y del amor de Dios que quiere salvar a todo el hombre y a todos los hombres.

-signo de inclusión de la realidad entera de una economía histórica de Dios, que nos ama y quiere salvarnos.

En la obra de Jesús, los milagros ocupan un lugar cuantitativa y cualitativamente importante. Pero no como una proliferación de lo maravilloso, al margen del mensaje salvífico, sino que ellos mismos son evangelio, mensaje salvífico en acción.

-Milagro: acciones poderosas, «manifestaciones de poder». Poder, no solo indica el carácter excepcional de la manifestación, sino ante todo la presencia de la salvación, que vence los poderes del mal.

I. EL DON DE MILAGROS

¿Que es el don de milagros?

Es una manifestación temporal del poder de Dios a través del cual, un obstáculo es removido o una oportunidad se da, de forma especial. Para que sea milagro, este efecto tiene que venir de la intervención directa de Dios en las realidades humanas.

Es un medio de conversión para algunos y aumento de fe para otros.

¿Que eventos son los que se pueden considerar milagros?

a) Una curación inmediata de una enfermedad de gravedad.

b) Un cambio completo de mente o de corazón de una persona.

c) La conversión repentina de un enemigo de la Iglesia.

d) El movimiento de objetos materiales (por ejemplo: que se pueden encontrar.)

e) Tanto la llegada de repente de una persona, como el ser removida de repente, lo cual hace posible la solución de algún problema.

** La Iglesia tiene mucha cautela en decidir definitivamente si ha ocurrido un milagro.

Si es tan difícil decir si ha ocurrido un milagro, ¿que valor tiene el conocimiento de este don?

Es importante saber y creer que Dios interviene a través de milagros porque así, si El inspira a una persona (o a un grupo) a pedir por un milagro, esta persona (o este grupo) podrán estar disponibles a cooperar con Sus inspiraciones.

¿Que propósito tienen los milagros?

Hay tres propósitos:

a)Corregir una situación que no se puede corregir de forma natural;

b)Apoyar y aumentar la fe de los que están envueltos;

c)Demonstrar la aprobación de Dios al ministerio de predicación.

¿Son evidentes los milagros en el movimiento de la Renovación Carismática?

Si. La apertura de estos grupos a la oración y a los dones carismáticos es la condición necesaria para que Dios manifieste su poder. Como el don de milagros es un don poderoso, se puede esperar mayor desarrollos en el ministerio de milagros a la medida en que las personas van creciendo en la vida espiritual.

Si los milagros son extraordinarios, ¿porque San Pablo los incluye en la lista de los dones carismáticos regulares?

Hay momentos en la vida de los grupos de oración o en la vida de un individuo, que hace falta un verdadero milagro para obtener algún designio que Dios quiere. Por tanto, aunque sea un ayuda extraordinaria, la necesidad de ella surge en cada grupo y en la vida cotidiana de los individuos.

II. DON DE MILAGROS EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS

¿No seria demasiado extraordinario la presencia del don de milagros como algo regular en la vida cristiana?

Los milagros fueron por seguro, una parte regular de la Iglesia Primitiva y sin embargo la vida de los primeros cristianos era una vida ordinaria. Los milagros eran intervenciones extraordinarias en vista de necesidades extraordinarias. Las personas llevaban una vida normal, pero creían que Dios intervendría en algunas situaciones para salvarlos.

¿Cual es la actitud del Antiguo Testamento en referencia a los milagros?

Es difícil decir cual es la actitud. En el Antiguo Testamento la naturaleza no era considerada como regida por leyes estables y tampoco existía una palabra en Hebreo para milagro. Algunas de las figuras del Antiguo Testamento si tenían poderes milagrosos (como Moisés y Elías) pero es difícil decir que fue lo que ocurrió.

¿Que enseñan los evangelios sobre los Milagros?

Los Evangelios usan la palabra poder para indicar milagros. También consideran que el poder de Dios entró en el mundo de forma especial en la persona de Cristo.

¿Cuales son los textos del Nuevo Testamento que testifican el poder que tenían los apóstoles de hacer milagros?

a) La muerte de Ananías y Safira (Hechos 5 : 1 -1 0)

b) Los milagros de Felipe en Samaria (Hechos 8 : 6)

c) La resurrección de Tabita (Hechos 9 : 36 – 43)

d) La resurrección de Eutico (Hechos 20 : 10)

e) La protección de Pablo después de haber sido mordido por una serpiente (Hechos 28 : 5)

III. EL DON DE MILAGROS Y OTRO DONES CARISMÁTICOS

¿En que manera se distingue el don de milagros del don de sanación?

El don de milagros abarca muchas situaciones y su naturaleza sobrenatural es mas patente. Una curación grande e inmediata sería considerada un milagro, mientras que en otras curaciones Dios actúa sobre un periodo de tiempo.

¿Como se relacionan el don de milagros y el don carismático de la fe?

Son muy unidos en que, a través de ambos, Dios eleva el poder de la intercesión a un nuevo nivel. También, porque el don carismático de la fe esta operante en el don de milagros.

Son distintos en que el don de milagros tiene un efecto externo, verificable y por tanto, es un signo extraordinario del poder y la protección de Dios. El don de la fe por lo general, no necesita este signo externo. Muchas veces la misma persona no esta consciente del poder que hay en su oración de fe.

¿Como están relacionados el don de milagros y la palabra de sabiduría?

Se puede decir que ambos operan en situaciones importantes o peligrosas. La palabra de sabiduría es Dios actuando mas en sentido espiritual o intelectual de forma que las personas son movidas a través del poder de la palabra que se dice. Los milagros intervienen en las situaciones por el poder de Dios y muchas veces sin que se digan muchas palabras.

¿Cuando ocurren los milagros?

a) Hay veces en que Dios esta dispuesto a obrar un milagro aun para las persona que Le huye. Este milagro se le atribuye a las oraciones de los demás.

b) A veces, cuando una persona esta recién convertida, Dios obra un milagro como un signo inolvidable para esa persona de su poder y de su fidelidad. Pero la presencia regular de milagros no es normal en los comienzos de la vida espiritual.

¿Que debe hacer una persona para predisponerse a este don?

Los milagros requieren una fe activa y un amor para los demás que mueve al individuo a rogarle a Dios continuamente, sin dejar de interceder. Además se requiere una sensibilidad extrema a las mociones del Espíritu Santo y al poder divino.

IV. CRECIMIENTO EN EL DON DE MILAGROS

¿Existen condiciones que alimentan el crecimiento del don de milagros?

Son los siguiente:

a) Como muchas veces son la confirmación de Dios a la palabra que se predica, los milagros se hacen mas presente cuando la palabra de Dios es predicada y vivida.

b) Como están supuestos a remover los obstáculos a la voluntad de Dios, los milagros se hacen mas presentes cuando la persona esta totalmente comprometida a Su Voluntad y a la promoción del Reino.

c) Los milagros se encuentran mas entre las personas que han madurado mas en la vida Espiritual.

¿No es una forma de presunción hablar de crecimiento en el don de milagros?

Aunque pueda parecer así, esta presunción se basa en:

a) El hecho que San Pablo considera los milagros como un ministerio que se da de forma regular a las comunidades cristianas.

b) Estos dones carismáticos extraordinarios se hacen cada vez mas abundantes en vista del bien que redunda a la Iglesia. En estos tiempos actuales, parece ser que estos son mas abundantes en las comunidades carismáticas.

V. APLICACIÓN PRÁCTICA DEL DON DE MILAGROS

¿No podríamos decir que la Era de milagros ya paso, ahora que el hombre ha descubierto las medicinas milagrosas y otras formas de cambiar la vida humana?

No porque:

a) Con la complejidad de la vida contemporánea, el hombre se enfrenta a problemas mayores hoy que en siglos pasados.

b) Aun con todos sus poderes humanos, el hombre se encuentra indefenso ante sus dificultades.

c) Son los mismos poderes humanos (poder nuclear, etc.) lo que son la causa de mucho de las problemas del hombre.

¿Cual es la actitud correcta ante el don de milagros?

a) Los milagros ocurren solamente cuando los medios humanos han fracasado o no están presentes.

b) El hombre no debe ver el milagro como algo normal, sino que lo debe ver como una intervención extraordinaria del amor de Dios.

c) El hombre no debe limitar las acciones de Dios con ideas preconcebidas de lo que Dios no puede o no va hacer.

d) El individuo deber entregarse totalmente a Dios y Su Reino utilizando todos los dones con discernimiento, sabiendo que, cuando se presenten obstáculos, el puede mirar con fe a Dios para conseguir los milagros necesarios en su favor.

Fuentes: Hermana Galindo de corazones,org

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Los discernimientos

Trataremos : El discernimiento espiritual en el dinamismo de la experiencia cristiana; El discernimiento espiritual en la Sagrada Escritura; El discernimiento personal; y El discernimiento comunitario.

1. EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL EN EL DINAMISMO DE LA EXPERIENCIA CRISTIANA

La instancia del discernimiento espiritual nace de la experiencia que el cristianismo realiza de su vida de fe en Cristo, en la Iglesia y en el mundo. La complejidad de las situaciones en que es llamado a vivir y obrar para llevar a cabo el plan de Dios respecto a sí mismo y a los demás, le imponen una atenta consideración de los impulsos y de las motivaciones que le inducen a determinadas opciones. Dios llama a cada hombre y a cada grupo de personas reunidas en su nombre con una vocación particular, que se inserta en el contexto de la misión que él confía al pueblo que se ha elegido. Lo que es bueno para uno no es bueno para otro, y lo que es mejor para uno no siempre lo es para otro. De ahí nace el problema: ¿Cómo reconocer los signos de Dios en una determinada situación y, sobre todo, frente a ciertas opciones?

2. DINAMISMO DE LA EXISTENCIA CRISTIANA

La existencia cristiana no es una realidad estática. Es vida y, como tal, posee todas las características de la vida. La vitalidad cristiana la experimentamos en nuestra vitalidad existencial, constituida por pensamientos, sentimientos, actividades, tendencias y relaciones con los demás, con las cosas, con el mundo y con la sociedad. La existencia cristiana tiene en nosotros su nacimiento y su desarrollo continuo. En el origen de esta nueva existencia, como enseña san Pablo (Rom 3,6.8), está la fe en Jesucristo, el bautismo y el don del Espíritu Santo: tres realidades que se integran recíprocamente y suscitan en nosotros una acción vivificadora y santificadora de Dios, el cual establece una relación dinámica con nuestra existencia, llamándola a la salvación. La tríada —fe, esperanza y caridad (1 Tes 1,2s: 5,8-10: 1 Cor 13,13: Col 1,4s)’ constituye la dimensión fundamental en que la existencia cristiana se manifiesta, realiza y crece en nosotros. El bautismo, como «sacramento de la fe«, expresa también en el plano sensible la muerte y la resurrección de Cristo con el simbolismo eficaz de su rito (Rom 6,3-11), hace participar con plena responsabilidad de la vida eclesial para formar un solo cuerpo en Cristo (1 Cor 12,13) y hace pasar de una existencia de tinieblas a una existencia de luz (Ef 5,8.14), que impone el paso de la muerte al pecado a la vida nueva en Cristo (Rom 6,11-12). Convertido en luz, el cristiano debe caminar como hijo de la luz. Esto le impone la tarea de discernir para percibir continuamente la voluntad de Dios (Ef 5.8.10.17). Ello lo consigue en la medida en que ha recibido el don del Espíritu, agente divino en él, principio dinámico y norma de su obrar (Rom 8). El Espíritu divino entabla con el espíritu humano un diálogo misterioso, que obliga al hombre a una continua confrontación para dar una respuesta dócil que lo lleve a un constante dinamismo de transformación interior y de renovación, capaz de permitir reconocer el sendero que traza Dios y seguirlo’. Por tanto, el discernimiento espiritual se impone como una constante de la vida del cristiano para pasar de la edad infantil de la fe a la del hombre perfecto o maduro’ [ /’Madurez espiritual].

3. El. DISCERNIMIENTO ENTRE LAS TENSIONES LAS AMBIGÜEDADES DE LA EXISTENCIA

Así pues, para que la existencia cristiana pueda desarrollarse en su autenticidad, es necesario una continua confrontación entre los impulsos y la guía de Dios, que se revela en Cristo, en la Iglesia, y los tirones de los instintos humanos o de las potencias del mal, que son contrarias al Espíritu de Dios. No es fácil distinguir entre la acción del Espíritu de Dios, la del espíritu humano y la del espíritu malo’. Ante todo, la vida interior del hombre es compleja, y «éste, por error, puede considerar como una manifestación de lo absoluto o de Cristo algo que, de hecho, no es más que fruto de una elaboración subjetiva«‘. La dificultad proviene también de que, estando el Espíritu de Dios presente en nuestro espíritu humano, el espíritu malo intenta imitar al Espíritu de Dios para engañar al hombre y apartarle así del plan de salvación.

Pablo dice que si, mediante el Espíritu, damos muerte a las acciones pecaminosas de nuestro yo, viviremos: «En efecto, cuantos son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios» (Rom 8,14). Pero nuestra tendencia al pecado y a la enemistad con Dios (Rom 8,7) subsiste incluso después de habernos justificado Dios mediante la fe y el bautismo. También Jesús, inmediatamente después del bautismo, fue tentado por Satanás a abusar de su poder mesiánico, desviándolo del fin para el cual se lo había Dios concedido. Esta experiencia de Jesús se repite en la vida del cristiano. Este siente el poder del espíritu malo, que intenta separarle de Dios, sacarle de su plan o al menos disminuir su capacidad de obrar el bien. Por eso Pablo pone en guardia a los efesios: «Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las tentaciones del diablo» (6,11). Hay que tomar en serio el combate espiritual: «Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que andan por los aires» (Ef 6,12)0.

A veces la acción del poder del mal es muy sutil. Se encamina a proponer acciones o actitudes a primera vista buenas, pero para llevar a consecuencias malas, siguiendo la táctica de la exageración: abusar de la propia libertad por el hecho de ser don de Dios, exagerar en la penitencia para llevar luego al cansancio y al rechazo de la vida espiritual; dejarlo todo y a todos, radicalizando la enseñanza evangélica para exonerar de responsabilidades personales y sociales; usar para la propia gloria los dones recibidos de Dios para la edificación de la Iglesia, etc. Satanás, como dice san Juan, es el «padre de la mentira« (8,44): por eso debemos «distinguir el espíritu de la verdad y el espíritu del error» (1 In 4,6). Por lo demás, la historia de la Iglesia enseña que algunos dones auténticos del Espíritu no han podido desplegar toda su eficacia o han sido incluso desviados del bien, ya sea porque quienes los poseían no supieron discernir entre inspiración de Dios, impulsos y deseos humanos o desviaciones operadas por Satanás [ /’Diablo/exorcismo], ya sea porque quienes tenían la misión de guiar estos dones más bien los apagaron.

II. EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL EN LA SAGRADA ESCRITURA

Buscar en la Escritura qué es el discernimiento espiritual significa recorrerla en su totalidad. Más que una teoría sobre el discernimiento, en la Escritura se encuentra un discernimiento en acción, inflen; por una parte, el discernimiento que Dios lleva a cabo en la historia de Israel o en la Iglesia; por otra, lo que el hombre hace para entrar por el camino de la fe y de la justificación y para aumentar la operatividad de su existencia cristiana en la Iglesia y en el mundo’.

1. ACTITUD CRÍTICA DEL CRISTIANO PARA AVANZAR POR EL CAMINO DE DIOS

En el AT Dios elige: a Adán (Gén 2,17), a Abrahán (Gén 12,4), al pueblo de Israel (Ex 19,8; 24,3; Jue 24,15; Dt 28,1,15…), a los soberanos y a los caudillos del pueblo. Para responder a esta elección, es preciso liberarse de motivos y condiciones oscuras y comprometerse en un camino continuo de búsqueda de fe. Tanto más que junto a la voz de Dios está la del pecado (Gén 4,7) y la de Satanás, adversario de Dios, también ella llena de misterio’. Para el pueblo elegido se trata de aceptar la visión misma de Dios, su discernimiento. Esto implica dos momentos: el de la pasividad, es decir, dejarse guiar por él, recordar sus beneficios, dar gracias, volver a los orígenes para comprender nuevamente su vocación, fortalecerse en la confianza de la promesa; el de la actividad, de compromiso, de búsqueda de lo nuevo, siempre bajo la guía de Dios.

El discernimiento de «espíritus» o de «inspiraciones» se encuentra a lo largo de todo el NT, particularmente en san Pablo. Además de la mención explícita de la diakrisis pneumaton, del «discernimiento de espíritus» (1 Cor 12,10), se usa el verbo dokimazein y términos afines, krino/krisis y la rica serie de vocablos contenida en Flp 1,3-11; Col 1,9-14; Ef 1,15-23; 4,11-16; Rom 12,1-8. El verbo dokimazein expresa el significado fundamental del discernimiento, a saber: el de probar, catar, examinar. La necesidad del discernimiento proviene de la instancia crítica del cristiano sobre el horizonte escatológico. En efecto, la existencia cristiana se caracteriza, por un lado, por la aceptación de la fe con el compromiso que implica y, por otro, por la inminencia del juicio. La vida del hombre y de la comunidad está sujeta al examen de Dios, en el cual hay que ofrecer una buena prueba; el juicio final es el resumen de este examen (1 Cor 3,13; Sant 1,12). Por esto es Dios ante todo el que «discierne» el corazón del hombre; Dios en la historia es eldokimazon tas kardias hemon, es el «Dios que sondea nuestros corazones» (1 Tes 2,4).

En los sinópticos, aunque sin un término que la especifique, tenemos la realidad del discernimiento, que consiste sustancialmente en «reconocer» en la persona y en la acción de Jesús el poder del Espíritu de Dios y la derrota del espíritu del mal. Jesús es signo de contradicción (Lc 2,34) y, por tanto, objeto de discernimiento; quienes lo acogen descubren en él los caminos del Espíritu; los demás siguen leyendo las Escrituras sin comprenderlas y ven pasar a Jesús sin reconocer que Dios está en él.

Para los Hechos de los Apóstoles, más allá de toda teoría, la dinámica del discernimiento está clara: «El Espíritu de Dios se impone con su misma fuerza y aporta su luz; sus iniciativas son siempre maravillosas y a veces desconcertantes, pero nunca turbulentas y desordenadas; su acción se ejerce siempre en la Iglesia, cuya paz y expansión asegura; su obra consiste en dar a conocer y en irradiar el nombre del Señor Jesús».

2. BÚSQUEDA DE LA AUTENTICIDAD CRISTIANA

Para san Pablo, el discernimiento es parte imprescindible de la búsqueda dinámica de la autenticidad cristiana, por lo cual es preciso mantenerlo siempre en acción. Hay que distinguir las mociones que llevan la impronta del Espíritu Santo de las que le son contrarias. Mociones, o sea sentimientos, experiencias, actitudes, impulsos hacia determinadas opciones, etc. Todo cristiano que haya experimentado el Espíritu ha de habituarse a esa percepción espiritual, a esa finura del espíritu que le mantiene en su identidad. A algunos el Espíritu les concede el carisma del «discernimiento de espíritus» (1 Cor 12,10), es decir, la capacidad de reconocer si una determinada inspiración viene del Espíritu divino o del espíritu del mal. Mas a todos los creyentes se les da el «don del Espíritu», que se recibe radicalmente con la fe y el bautismo, y que «habita en nosotros» (Rom 8,9) y nos guía, haciéndonos vivir como hijos de Dios (Rom 8,14). El Espíritu es, pues, el elemento constitutivo de nuestro ser de cristianos y el principio dinámico y la norma de acción, constituyéndonos hijos «en la Iglesia» (1 Cor 12,13)». Para san Pablo, el discernimiento es la virtud del tiempo de la Iglesia, situado entre el hecho de la muerte y resurrección de Cristo y la parusía. Caracteriza a la Iglesia de los «últimos tiempos» (1 Cor 10,11), período en el cual hay que afrontar el «presente siglo malo» (Gál 1,4). El cristiano no puede conformarse según el a «mundo»; debe superarlo, aunque sea en la prueba y en la aflicción. Con la superación de estas pruebas y tribulaciones, mediante un atento discernimiento, el cristiano manifiesta su autenticidad en una «fe purificada» y aprobada por Dios, en una «esperanza probada» en la oscuridad del tiempo presente, en una «caridad filial», «derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,3-5). El cristiano no se somete a las pruebas de la vida, sino que las discierne para descubrir en ellas la voluntad de Dios, el cual permite que formen parte de la pedagogía de la salvación. Ante los tiempos escatológicos, las pruebas y las tribulaciones asumen el significado de anticipación, en el tiempo de la Iglesia, del discernimiento final y se convierten en participación del juicio escatológico ya realizado en la muerte y resurrección de Cristo».

El discernimiento, en su aspecto moral, tiene por objeto la «voluntad de Dios» (Rom 12,2), el imperativo moral que impone una vida santa y grata a Dios (1 Tes 4,1-3). Este imperativo implica un camino de conversión continua. El «conocimiento» de que habla a menudo san Pablo (Flm 5-6; Ef 1,15-18; 4,13; Flp 1,9; Col 1,9-10) representa justamente este carácter dinámico de progreso y de crecimiento, que interioriza y conduce a un nivel cada vez más alto la fe, la esperanza y la caridad» Analizando el acto concreto del discernimiento, Therrien dice que es al mismo tiempo uno y complejo, humano y divino, personal y eclesial, «en situación« e inserto en el plan único de salvación, que mira a la edificación de los hermanos y está ordenado a la gloria de Dios, realizado en el tiempo, pero que participa ya del juicio escatológico «.

3. CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO SEGÚN SAN PABLO

San Juan, en su primera carta, pone en guardia a los cristianos para que adopten una actitud crítica frente a las inspiraciones: «Queridísimos, no os fiéis de todo espíritu, sino examinad los espíritus, a ver si son de Dios» (4,1)». Mas ¿cuáles son los criterios por los que podemos estar seguros de que una determinada inspiración viene efectivamente de Dios? De la doctrina paulina se obtienen algunos de estos criterios16:

  1. Los frutos. El espíritu bueno y el malo se reconocen por sus frutos: «Las obras de la carne son manifiestas: fornicación, impureza, lujuria… Por el contrario, los frutos del Espíritu son: caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia» (Gál 5,14-22; cf Ef 5,8-10; Rom 7,4-5.19-20).
  2. La comunión eclesial. Los dones auténticos del Espíritu son los que edifican la Iglesia (1 Cor 14,4.12.26). Los carismas son dones fecundos para la Iglesia; sobre todo la profecía, la cual es una palabra eficaz que da paz, ánimo y confianza.
  3. La fuerza en la debilidad. El Espíritu se manifiesta con signos de poder: milagros, seguridad para proclamar la palabra de Dios y afrontar las persecuciones (1 Tes 1,4-5; 2 Cor 12,12). Son signos que resultan tanto más auténticos cuanto más contrastan con la debilidad del apóstol (2 Cor 2,4; 12,9).
  4. La inmediatez de Dios. Seguridad de una vocación divina en la docilidad eclesial. Por una parte, Dios da la certeza de su vocación (Rom 1,1; Gál 1,15; Flp 3,12) y, por otra, esa llamada debe ser autenticada por la comunidad eclesial (Gál 1,18) y por sus responsables.
  5. La luz y la paz. Los dones del Espíritu no son impulsos ciegos que suscitan dificultades y desorden (1 Cor 14,33). Esto vale no sólo de las manifestaciones extraordinarias, sino también de las mociones interiores: «La tristeza que es según Dios causa penitencia saludable e irrevocable, mientras que la tristeza del mundo engendra la muerte» (2 Cor 7,10), «porque el pensamiento de la carne es muerte, pero el pensamiento del espíritu es vida y paz» (Rom 8,6; cf 14,17-18).
  6. La comunión fraterna. Es el criterio más seguro e importante que revela los signos de la presencia del Espíritu (1 Cor 13). La caridad hace también respetar y amar los carismas de los otros (1 Cor 12).
  7. ¡Jesús es el Señor! El criterio supremo del discernimiento es el alcance y las consecuencias que ciertas mociones o actitudes tienen respecto a Jesús: «Nadie, hablando en el Espíritu de Dios, dice: ‘Maldito es Jesús’, ni nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’, sino el Espíritu» (1 Cor 12,3). Confesar que Jesús es el Señor no es sólo pronunciar una fórmula, sino descubrir el secreto de su persona, proclamar su divinidad, adherirse a él por la fe y el amor, lo cual no es posible más que con la gracia del Espíritu Santo.

III. EL DISCERNIMIENTO PERSONAL

Distinguimos entre discernimiento personal y discernimiento comunitario. Por el primero entendemos la búsqueda de la voluntad de Dios realizada por una persona particular; por el segundo, la realizada por la comunidad o por un grupo de personas unidas por un vínculo particular y, en última instancia, por la Iglesia.

1. RELACIÓN DIALÉCTICA ENTRE DISCERNIMIENTO PERSONAL Y COMUNITARIO

LOS dos aspectos, personal y comunitario, son distintos, pero no están separados. El segundo supone el primero, porque una comunidad o un grupo puede ponerse en situación de discernimiento en la medida en que los individuos hayan hecho o hagan en su vida una experiencia profunda de la búsqueda de Dios y se dejen guiar por el Espíritu en sus opciones. También el primero supone el segundo, al menos de forma embrionaria, en cuanto que la escucha de Dios en la vida personal pasa necesariamente a través de la mediación de la Iglesia, que lee los signos de los tiempos de la sociedad en que se vive. La expresión mínima de esta mediación está constituida por el diálogo con el consejero o director espiritual. Cuando nos sentimos inspirados a tomar una opción determinada o una determinada orientación espiritual, es preciso medir estos impulsos con dos criterios fundamentales: la conformidad con la palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia (dejarse juzgar por la fe de la Iglesia: Rom 12,6; 1 Cor 14,29-32; 1 In 4,2) y el servicio para la edificación de la Iglesia y de la sociedad (es el fin para el cual el Espíritu Santo otorga los dones: 1 Cor 12,7; 14,12.26; lo contrario de la edificación es la división, que no puede venir del Espíritu: 1 Cor 1,10-13).

La mediación del consejero espiritual tiene por fin objetivar las experiencias y la mociones personales», aclarar lo que quizá se advierte de modo confuso y situarse en un horizonte eclesial en el cual tomar conciencia de que el Espíritu es único y no puede contradecirse [.–n Padre espiritual].

2. EL ITINERARIO DEL DISCERNIMIENTO PERSONAL SEGÚN SAN IGNACIO DE LOYOLA

Entre los numerosos autores espirituales que han tratado del discernimiento», san Ignacio de Loyola ocupa un puesto relevante debido a la experiencia espiritual que tuvo de la alternancia de diversas mociones espirituales a partir de su conversión», experiencia que describió en sus Ejercicios espiritualesROlos cuales están guiados enteramente por el discernimiento espiritual con vistas a una elección de vida que ha de hacerse para la mayor gloria de Dios (nn. 169-189). Veamos los elementos más destacados de este itinerario:

a) Conquistar la libertad interior, don del Espíritu Santo. Toda predeterminación o prejuicio bloquea el proceso de conocimiento y de búsqueda de la voluntad de Dios. Por eso hay que «vencerse a uno mismo y ordenar la vida sin dejarse determinar por ningún afecto desordenado» (n. 21; 1). No hay que ocultar la dificultad que existe para llegar a una mirada de fe y a un impulso de amor tan purificados. Es preciso estar animado por el deseo del «magis» (n. 23) para emprender este itinerario «con gran ánimo y liberalidad con su

Creador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su Divina Majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad« (n. 5). Toda la persona debe dedicarse a discernir entre la diversidad de las mociones espirituales, sobre todo su afectividad profunda para «sentir y gustar de las cosas interiormente» (n. 2).

b) Escucha de la palabra y compromiso dinámicos. Dios se comunica mediante la palabra que libera; el hombre debe colaborar con su adhesión personal. Por eso san Ignacio dice: «demandar la gracia que quiero» (n. 91). Por una parte, es preciso pedir, sabiendo que no puede uno dar por sí mismo lo que se busca en el plano de la salvación y de la perfección cristiana; por otra, hay que desear lo que se pide, con una participación comprometida de toda la persona en la acción de Dios.

c) Prontitud para el cambio. El discernimiento supone la prontitud para cuestionarse frente a la interpelación de la palabra de Dios y estar dispuesto a cambiar lo que sea en la vida personal, social o comunitaria. Sólo Dios es lo absoluto y lo inmutable; todo el resto («las cosas creadas», n. 23) es relativo, y frente a ello «es menester hacernos indiferentes» (n. 23). La indiferencia es la actitud positiva consistente en optar fundamentalmente por Dios y por su plan sobre nosotros, por lo que todo el resto se vuelve innecesario y sólo se acoge en la medida en que sea manifestación de la voluntad divina. Esto implica saber poner en discusión toda opción, preferencia o seguridad que no encuentre confirmación en Dios. Hay que dejarse llevar por el Espíritu, que es fuente de perenne novedad y creatividad. Renunciar al cambio es cerrarse a la novedad del Espíritu, que puede abrir un camino nuevo que nos lleve más cerca de Dios y de los hermanos. Esta prontitud para el cambio, en los Ejercicios, es tratada en el «preámbulo para hacer elección» en dos actitudes, una positiva al cambio y la otra negativa. La primera es la del que se coloca frente al problema de una elección con «ojo simple», solamente «mirando para lo que soy creado, es, a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi alma» (n. 169). La segunda es la del que invierte el orden de las cosas: primero escoge el medio y luego intenta atraer a Dios a lo que ha elegido (n. 169).

d) La experiencia de consolaciones y de desolaciones. San Ignacio describe la resonancia interior que la palabra de Dios y sus mociones suscitan en nosotros, con alternancia de euforia y de depresión, mediante los términos de consolación y de desolación espiritual. ¿Qué es la consolación espiritual? «Llamo consolación espiritual cuando en el alma se causa alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor de su Creador y Señor y, por consiguiente, cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas… Finalmente, llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y caridad y a toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su alma, tranquilizándola y pacificándola en su Creador y Señor» (n. 316). Se trata, pues, de una experiencia de los «frutos« del Espíritu, de un incremento de las actitudes fundamentales de la existencia cristiana, a saber: de la fe, de la esperanza y de la caridad.

La desolación, en cambio, es lo contrario de la consolación: «Así como oscuridad del alma, turbación en ella, moción hacia las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones que mueven a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose del todo perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor» (n. 317). Por consiguiente, la consolación es energía del Espíritu Santo para emprender o confirmarse en una elección dada; la desolación lleva lejos del Señor y es signo de la acción en nosotros del espíritu malo, «con cuyos consejos no podemos tomar el camino para acertar» (n. 318).

e) La dinámica de una elección. A través de la experiencia del discernimiento de las mociones interiores se puede llegar a una elección según Dios. Pero ante todo es necesario que el objeto de la elección sea bueno o indiferente (n. 170). Fuera del caso de una intervención extraordinaria de Dios, que nos manifestaría así su voluntad, una elección ha de realizarse a través de una «suficiente claridad y conocimiento por experiencia de consolaciones y desolaciones y por experiencia de discernimiento de varios espíritus» (n. 176). Cuanto más profunda es esta experiencia espiritual, tanto más es posible desenmascarar también las «sutilezas» de la acción del enemigo, el cual «se transforma en ángel de luz», insinúapensamientos aparentemente buenos, pero que luego resultan ser espiritualmente nocivos (n. 332), por lo cual es preciso examinar «el discurso de los pensamientos» para ver si terminan «en alguna cosa mala o distractiva o menos buena» (n. 353). Este proceso, sin embargo, no exime de emplear las energías humanas, a saber: de examinar serenamente los motivos en pro y en contra de una determinada elección, que ha de hacerse en el «tiempo tranquilo«, «cuando el alma no está agitada por varios espíritus y usa sus potencias naturales libre y tranquilamente» (n. 177). De la elección que ha de hacerse en este tiempo tranquilo, san Ignacio describe un itinerario concreto: 1) precisar el objeto de la elección; 2) fijar el fin, a saber: Dios y su alabanza, y encontrarse en la indiferencia, pronto a «seguir lo que sintiere ser más en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi alma» (n. 179); 3) pedir al Señor que oriente las mociones interiores hacia su voluntad; 4) considerar las ventajas y las desventajas del objeto de la elección sólo con vistas al fin; 5) deliberar según motivos razonables; 6) presentar en la oración la elección hecha a Dios para que la confirme (nn. 179-183).

IV. EL DISCERNIMIENTO COMUNITARIO

Las instancias y el itinerario del discernimiento personal se aplican de modo análogo al discernimiento comunitario.

1. EN QUÉ CONSISTE

Un grupo de personas, unido por un vinculo particular, como puede ser una comunidad religiosa, un grupo de oración o de compromiso apostólico, sobre todo si se tiene que tomar opciones, está llamado a realizar, en cuanto grupo, un discernimiento de la voluntad de Dios tocante a su modo de vivir la fe y de comprometerse en la Iglesia y en la sociedad. Se trata de interrogarse delante de Dios para comprender si la decisión que hay que tomar es conforme al proyecto evangélico y si responde a los tiempos de la Iglesia y a las exigencias de los hombres de nuestro tiempo. Es una actitud de búsqueda desinteresada, en la cual cada miembro del grupo se siente corresponsable y colabora en la valoración de las mociones del Espíritu para que el grupo como tal llegue a la decisión que más agrada al Señor. El discernimiento comunitario se aplica de modo particular a la comunidad religiosa, sea local o provincial, o al instituto entero. El Vat. II alienta ese estilo de búsqueda común de la voluntad de Dios en orden a la renovación de la vida religiosa.

2. SUS FUNDAMENTOS

Como el discernimiento personal tiene supuestos necesarios, también el comunitario se funda en algunas premisas, que aseguran su posibilidad y rectitud.

  1. Cada miembro del grupo debe haber tenido la experiencia del discernimiento personal. Esto supone una vida interior genuina que haya enseñado a buscar la voluntad de Dios con libertad espiritual.
  2. El discernimiento es posible únicamente como experiencia fuerte de fe, no sólo personal, sino también comunitaria. Es un acto de abandono, de escucha, de confianza en Dios, que guía a las personas, a los grupos y la historia. Es Dios el que, en su presente de gracia, interpela a la comunidad sobre su identidad y su misión apostólica. El le dirige su palabra en Cristo, en la Iglesia y a través de los signos de los tiempos. «El amor que me hace elegir» —dice san Ignacio— debe descender «de arriba, del amor de Dios», de modo que la elección. se haga «únicamente por su Creador y Señor» (n. 184). El grupo debe vivir así el «nosotros» de la fe y estar abierto a la fe de la Iglesia entera.
  3. El grupo que intenta discernir la voluntad de Dios debe abrirse al Espíritu Santo, el cual «guiará a la verdad completa» (Jn 16,13). El discernimiento, en efecto, es «espiritual», es decir, se hace sólo en el Espíritu, bajo su influjo. Esta apertura al Espíritu requiere la purificación del corazón y de las intenciones y una profunda conversión a Cristo y al evangelio.
  4. La oración, que crea el clima para el discernimiento, debe vivirse no sólo a nivel personal, sino también a nivel comunitario, en una relación filial con Dios que haga sentirse a todos hijos de un mismo Padre y lleve a exclamar «Abba, Padre» (Gál 4,6; Rom 8,15).

3. CONDICIONES PSICOLÓGICO-ESPIRITUALES

Las leyes de la psicología de grupo desempeñan su papel en el discernimiento comunitario. Ayudan a distinguir lo que facilita y lo que obstaculiza una auténtica búsqueda de loscaminos de Dios. He aquí algunas condiciones para crear premisas de autenticidad:

  1. El propósito inicial debe ser el de «buscar y encontrar la voluntad de Dios» (n. 1). Ha de adoptarse no un punto de vista sujeto a intereses humanos o egoístas, sino el del plan salvífico que Dios tiene sobre la comunidad y, a través de ella, sobre la Iglesia y sobre el mundo. Es contraria a esto la actitud del que quiere hacer prevalecer, dentro de ese grupo, su parecer o su posición.
  2. Para un encuentro con los demás en la búsqueda de Dios es preciso purificarse de las pasiones, que bloquean una auténtica relación interpersonal. Tales son, por ejemplo, la incomunicabilidad con los hermanos, sentimientos cultivados de envidia, de celos, de no participación en la alegría y el dolor ajenos, etc.
  3. Condición importante es la de aceptación de que los demás nos cuestionen, así como Dios a través de los mismos. Esta disponibilidad pone al desnudo la verdad que somos y que buscamos. Desenmascara nuestras ambigüedades, los prejuicios, las predeterminaciones; verifica si algunas de nuestras seguridades son auténticas o falsas, si buscamos el interés de Dios o nos buscamos a nosotros mismos.
  4. Renunciar a la autosuficiencia, a la pretensión de conocer en solitario la voluntad de Dios. Esta se encuentra mediatizada por el testimonio y la experiencia espiritual de los otros, de la Iglesia y de la sociedad. Al rechazar sentirse constituido en un sistema cerrado y estático de verdad, nos abrimos a la posibilidad de ser completados por los otros, por su competencia, sensibilidad y experiencia. Con frecuencia algunas elecciones importantes se preparan cuidadosamente con una investigación sociológica, psicológica y política para captar las instancias que provienen de una sociedad en rápida mutación. El discernimiento espiritual no puede ignorar estos datos, sino que los ve en una perspectiva diversa de aquella con que una administración puede programar su ejercicio. La perspectiva es la evangélica, en la cual entran factores imponderables con un metro puramente humano.
  5. Condición concomitante de la precedente es la de dar cabida a los demás en uno mismo, en los propios puntos de vista y convicciones. Es una actitud de respeto a la persona de losdemás, de sincera caridad evangélica, por encima de ciertas ideologías que dividen.
  6. Condición importante es también la de que un grupo o comunidad no se cierre en sí mismo, sino que se sienta parte de comunidades más vastas y de la Iglesia entera, viviendo sus orientaciones universales.

4. TÉCNICA DEL DISCERNIMIENTO COMUNITARIO

La palabra «técnica» no debe hacer pensar en una planificación con ritmos mecánicos. El discernimiento es una actividad espiritual que se desarrolla bajo la moción del Espíritu, el cual obra con libertad y pide a los hombres una respuesta libre. En este clima debe vivir el cristiano. Por discernimiento comunitario (y también personal) se entiende, pues, ante todo, un estilo de vida evangélica permanente; una vigilancia evangélica pronta siempre a acoger la voz de Dios y a actuar en consecuencia, y contraria a toda visión egoísta. La actitud de buscar primero el reino de Dios lleva a discernir los caminos de Dios de modo espontáneo en las circunstancias ordinarias de la vida y en las decisiones más comunes y necesarias.

En cambio, el discernimiento comunitario en el sentido restringido del término se impone en algunos momentos fuertes de la vida de un grupo o de una comunidad cuando están en juego valores importantes para la vida cristiana y la misión eclesial. En este caso, dando por supuesto cuanto queda dicho antes, se requiere también una cierta técnica, la cual ha de ser elástica para adaptarse a las circunstancias y a la madurez espiritual de los individuos y del grupo. El discernimiento comunitario, por lo demás, tiene diversos grados de realización y diversas fases de profundización.

De todos modos, las etapas esenciales del discernimiento comunitario deberían ser las siguientes: a) Vivificar en el grupo un clima de fe, de escucha de Dios y de los otros, de disponibilidad y de oración. b) Precisar con exactitud el tema que ha de ser objeto de discernimiento y de eventual decisión. Por eso el que esté encargado de dirigir y alentar el discernimiento ha de proporcionar todas las informaciones objetivas sobre el tema, de modo que todos conozcan con exactitud los «datos» necesarios. Debe tratarse de un tema cuya discusión competa al grupo y que sea de importancia y trascendencia para su vida y su misión religiosa. c) Comenzar con un tiempo de oración personal, para ponerse a la escucha de Dios, presentarle el tema sobre el que se invoca su luz y poder captar las mociones espirituales que proceden del Espíritu Santo con un corazón libre de afectos desordenados. d) A esto puede seguir una reunión de «escucha», en la cual cada uno puede expresar lo que ha experimentado en la oración, siendo escuchado por los demás con auténtica participación, sin discutir su experiencia. e) Puede dedicarse otro tiempo de oración personal para pedir al Señor discernimiento sobre motivos en favor o en contra del tema de que se trata.,nLuego sigue una reunión de «discusión» y de análisis de los argumentos que cada uno aduce y que están iluminados por las mociones del Espíritu, por la consolación o desolación espirituales. g) Cuando el discernimiento llega a un punto de maduración suficiente, se pasa a la fase deliberativa. Lo ideal es que la búsqueda desapasionada lleve a una decisión unánime. Si ésta no se diese, seria preciso que al menos hubiese unanimidad en la aceptación de lo que la mayoría ha decidido como lo mejor. h) Por último, sigue la confirmación de la decisión tomada, que se manifiesta a varios niveles. En el caso de una comunidad religiosa, tenemos la confirmación del superior, el cual «toma la decisión» y asegura así a la comunidad que se encuentra en el camino justo. Está luego la confirmación que viene del mismo Espíritu Santo, el cual infunde un aumento de fe, de esperanza y de caridad después de tomada la decisión. Finalmente. hay una confirmación «apostólica», o sea la experiencia de que la elección hecha libera nuevas energías apostólicas, da un sentido más vivo de la Iglesia y un mayor entusiasmo misionero. Estos signos de la acción de Espíritu en el discernimiento realizado llevan a un sentido de agradecimiento y de alabanza del Señor.

BIBL.—AA. VV., El discernimiento (Equipo Mundo Mejor, n. 43, 1975).—AA. VV., Dicernimiento comunitario, Inst. Teol. Vida Religiosa, Madrid 1976.—AA. VV., Discernimiento de espíritus, en «Concilium», 139 (1978).—AA. VV.,Discernimiento espiritual en tiempos difíciles, en «Rev. de Espiritualidad», 153 (1979).—Castillo, J. M. El discernimiento cristiano según san Pablo, Facultad de Teología, Granada 1975.—Laplace, J, Discernement pour temps de Irise, Chalet, París 1978.—Penning de Vries, P, Discernimiento. Dinámica existencial de la doctrina y del espíritu de san Ignacio de Loyola, Mensajero, Bilbao 1967.—Therrien, G, Le discernement dans les écrits pauliniens, Gabalda, París 1973.

Fuentes: A. Barruffo, Mercaba

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Origen de la Cuaresma y el ayuno

El vocablo que se utiliza en inglés para indicar los cuarenta días de ayuno anteriores a la Pascua, no pasaba de significar la estación de primavera. La palabra latina quadragesima (francés: carême; italiano: quaresima; español: cuaresma), es la original y de mayor precisión para significar «cuarenta días», o, más literalmente, «el cuadragésimo día»…

hostias en una cesta

Esta palabra, a su vez, imitaba el nombre griego de la Cuaresma, tessarakoste, (cuadragésimo), formado por su analogía con Pentecostés (pentekoste), que ya era usado desde antes de los tiempos del nuevo testamento para nombrar la fiesta judía. Esta etimología adquiere cierta importancia al momento de explicar el desarrollo más antiguo del ayuno oriental.

 

ORIGEN DE LA COSTUMBRE

Ya desde el siglo V algunos Padres apoyaban la tesis de que este ayuno de cuarenta días era una institución apostólica. Por ejemplo, San León (+ 461) exhorta a sus oyentes a abstenerse para que «puedan cumplir con su ayuno la institución apostólica de los cuarenta días»- ut apostolica institutio quadraginta dierum jejuniis impleatur (P.L., LIV, 633)- ,y el historiador Sócrates (+ 433) y San Jerónimo (+ 420) utilizan un lenguaje parecido. (P.G., LXVII, 633; P.L., XXII, 475).

Mas los mejores eruditos modernos rechazan casi unánimemente esta posición. En los documentos existentes de los primeros tres siglos encontramos una diversidad de prácticas en lo tocante al ayuno anterior a la Pascua, e incluso una gradual evolución de su período de duración. El pasaje más importante es uno citado por Eusebio de Cesárea (Historia Ecclesiastica V, 24) de una carta de San Ireneo al Papa Víctor con relación a la Controversia de Pascua. En él, Ireneo dice que no sólo existe una controversia acerca de la fecha de observancia de la Pascua, sino también acerca del ayuno preliminar. «Pues- continúa- algunos piensan que hay que ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros que durante varios, e incluso otros aceptan que afirman que deben hacerlo durante cuarenta horas continuas, de día y de noche». Él mismo afirma que esta variedad de formas tiene un origen muy antiguo, lo que significa que no hay tradición apostólica sobre ese asunto. Rufino, que tradujo a Eusebio al latín a fines del siglo IV, parece haber interpolado signos de puntuación en ese pasaje para hacer decir a Ireneo que algunas personas ayunaban cuarenta días. Originalmente la lectura apropiada del texto fue tema de debate, pero la crítica actual (Cfr. la edición de Schwartz comisionada por la Academia de Berlín) se pronuncia fuertemente a favor del texto cuya traducción fue presentada más arriba. Podemos, así, concluir que en el año 190 Ireneo no sabía de ningún ayuno pascual de cuarenta días.

La misma conclusión se puede obtener respecto al lenguaje de Tertuliano, de unos pocos años después. Éste, en sus escritos como montanista, contrasta el tiempo breve del ayuno católico (i.e. «los días cuando el novio les será arrebatado», que probablemente se referían al Viernes y Sábado Santos) con el más largo, aunque aún restringido, de una quincena, que era observado por los montanistas. Obviamente se refería a un ayuno muy estricto (xerophagiæ: ayuno seco), pero no hay indicación alguna en sus escritos- aunque escribió todo un tratado «De jejunio» y con frecuencia toca el asunto en otras obras- que estuviese familiarizado con algún período de cuarenta días consagrados a ayunar más o menos continuamente (Véase Tertuliano, «De jejunio», II y XIV; «De Oratione», XVIII, etc.).

Sin excepción alguna, los Padres pre-nicenos guardan el mismo silencio en torno a ese tipo de ayuno, a pesar de que muchos de ellos pudieron haberlo mencionado si hubiese sido una institución apostólica. No existe, por resaltar unos ejemplos, mención alguna de la Cuaresma en San Dionisio de Alejandría (Ed. Feltoe, 94 ss.) ni en la «Didascalia», fechada por Funk en las cercanías del año 250. Empero, ambos hablan abundantemente del ayuno pascual.

Existen datos que sugieren que la Iglesia de la Era Apostólica celebraba la Resurrección de Cristo no con una festividad anual, sino semanal (Véase, «The Month», abril 1910, 377 ss). De aceptarse esos datos, la liturgia dominical constituía el recuerdo semanal de la Resurrección, y el ayuno del viernes, el de su Pasión.

Esa teoría ofrece una explicación natural a la amplia divergencia que hallamos en la mitad final del siglo II en lo tocante al tiempo adecuado para observar la Pascua y a la manera del ayuno pascual. Había consenso total en cuanto a la observancia semanal del domingo y del viernes, por ser algo primitivo, pero la fiesta anual de la Pascua constituía algo impuesto por el proceso natural de desarrollo, influenciado en gran parte por las condiciones de cada iglesia, tanto en Occidente como en Oriente. No sólo eso, sino que a una con la fiesta de la Pascua parece haberse introducido un ayuno preparatorio, para conmemorar la Pasión o, dicho de otro modo: «los días en los que les sería arrebatado el novio». Ese ayuno de modo alguno se prolongaba más de una semana, aunque sí era muy estricto.

Como haya sido, encontramos ya en los albores del siglo IV la primera mención del término tessarakoste. Aparece en el quinto canon del Concilio de Nicea (325 d.C.), donde se considera el tiempo apropiado para llevar a cabo un sínodo; se puede pensar que se refiere a una festividad, como la Ascensión o la Purificación, llamada quadragesima de Epiphania por Ætheria, y no a un período determinado de tiempo.

Mas no debemos olvidar que el vocablo antiguo, pentekoste (Pentecostés), que originalmente significó el quincuagésimo día, había llegado a convertirse en el nombre de todo el período (al que deberíamos llamar tiempo pascual) que va del Domingo de Pascua hasta el de Pentecostés (Cfr. Tertuliano, «De idolatria», XIV: «pentecosten implere non poterunt»). Como quiera que sea, sí hay seguridad de que, de acuerdo a las «Cartas Festales» de San Atanasio, que en el año 331 este santo impuso a su grey un ayuno preliminar de cuarenta días.

Este ayuno era aparte del de la Semana Santa, mucho más estricto. Ese mismo Padre, el año 339, habiendo viajado a Roma y por gran parte de Europa, escribió a la gente de Alejandría en palabras muy fuertes para ordenarle que lo observase, siendo como era ya de observancia universal, «para que cuando todo el mundo está ayunando, no seamos nosotros el hazmerreír por ser quienes vivimos en Egipto los únicos que en vez de ayunar nos dedicamos al placer». Si bien Funk primeramente sostuvo que la Cuaresma de cuarenta días no se conoció en Occidente antes de la época de San Ambrosio, no podemos desechar esa evidencia.

 

DURACIÓN DEL AYUNO

El ejemplo de Moisés, Elías y Cristo debe haber constituido una gran influencia al fijar el tiempo de cuarenta días. Aunque también es posible que se reflexionara en el hecho de que Cristo duró cuarenta horas en la tumba (actualmente, siguiendo la tradición, la atención se pone más sobre los 40 años de Israel en el desierto y los cuarenta días de ayuno
de Jesucristo en el desierto al inicio de su vida pública. Cfr. número 540 del Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992, N.T.).

Por otra parte, así como Pentecostés (cincuenta días) era el período durante el cual los cristianos se regocijaban y oraban de pie, a pesar de no estar siempre dedicados a esa oración, del mismo modo la Cuadragésima (cuarenta días) era originalmente un tiempo caracterizado por el ayuno, pero no significaba ello que los fieles deberían ayunar a todo lo largo del mismo. (Eusebio de Ceárea, en el año 332, en el texto mencionado más arriba, escribe lo siguiente acerca del significado de la Cuaresma, su ayuno y las festividades post-pascuales: «Después de Pascua, pues, celebramos Pentecostés durante siete semanas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua.

El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo», N.T.). De todos modos, para muchas comunidades ese principio no era siempre bien entendido y el resultado de ello era una diferencia en la práctica.

En la Roma del siglo V, la Cuaresma duraba seis semanas, pero según el historiador Sócrates, sólo tres de ellas se dedicaban al ayuno y de ellas quedaban excluidos los sábados y domingos y, si confiamos en la opinión de Duchesne, esas semanas no eran continuas, sino la primera, cuarta y quinta de la serie, por su relación con las ordenaciones (Christian Worship, 243). Muy posiblemente, sin embargo, esas semanas tenían que ver con los «escrutinios» preparatorios del bautismo, ya que, según algunas autoridades (e.g., A.J. Maclean en «Recent Discoveries»), la obligación de ayunar junto con los candidatos al bautismo es resaltada como la influencia principal para el desarrollo de los cuarenta días.

Empero, en todo el Oriente, con algunas excepciones, prevaleció el formato explicado en las «Cartas Festales» de San Atanasio y que cundió en Alejandría, a saber: las seis semanas de la Cuaresma eran sólo la preparación para un ayuno sumamente estricto que se observaba durante la Semana Santa. (Acerca del sentido del ayuno cuaresmal, San Atanasio, en una de esas «cartas festales» enseña lo siguiente: «Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidára las costumbres de Egipto.

Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua». N.T.). Esto queda confirmado por la «Constituciones Apostólicas» (V, 13) y presupuesto por San Juan Crisóstomo (Homiliae, XXX sobre Gn 1). Habiendo sentado ya sus reales, el número cuarenta produjo otras modificaciones.

A algunos les pareció necesario que no solamente hubiera ayunos a lo largo de los cuarenta días, sino que fueran cuarenta días de ayuno. De ese modo encontramos que Ætheria, en su «Peregrinatio», habla de que en Jerusalén se tenía una Cuaresma de ocho semanas, de las que, excluidos sábados y domingos, nos da cinco veces ocho, i.e., cuarenta días de ayuno. En otras localidades, por otro lado, la gente se contentaba con un tiempo no mayor de seis semanas, ayunando únicamente cinco días a la semana, como ocurría en Milán, a la usanza oriental (Ambrosio, «De Elia et Jejunio», 10).

En tiempos de Gregorio Magno (590-604) en Roma se utilizaban seis semanas de cinco días cada una, haciendo un total de 36 días de ayuno, las que San Gregorio, seguido después por muchos autores medievales, describe como el diezmo espiritual del año, ya que 36 días equivalen aproximadamente a la décima parte de 365.

Más tarde, el deseo de cuadrar perfectamente los cuarenta días llevó a la práctica de comenzar la Cuaresma a partir de nuestro actual Miércoles de Ceniza, aunque la iglesia de Milán, hasta el día de hoy se adhiere al formato primitivo, que aún se nota en el Misal Romano cuando el celebrante, durante la Misa del primer domingo de Cuaresma, habla de «sacrificium quadragesimalis initii», el sacrificio del inicio de la Cuaresma (La versión actual española de la oración sobre las ofrendas para ese domingo dice: «…el santo tiempo de la Cuaresma, que estamos iniciando.», N.T.)

 

NATURALEZA DEL AYUNO

La divergencia respecto a la naturaleza del ayuno tampoco fue menor. Por ejemplo, el historiador Sócrates (Historia Ecclesiatica, V, 22) nos describe la práctica del siglo V: «Algunos se abstienen de cualquier tipo de creatura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos solamente comen pescado. Otros comen aves y pescado, pues, según la narración mosaica de la creación, estos últimos también salieron de las aguas. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura y huevos. Algunos sólo comen pan seco, otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar hasta la hora nona (15:00 horas), toman alimentos variados».

En medio de tal diversidad no faltó quien se inclinara por los extremos del rigor. Epifanio, Paladio y el autor de «La vida de Santa Melania la Joven» parecen ser testigos de un orden de cosas en el que el cristiano ordinario debía pasar 24 horas o más sin alimento alguno, sobre todo durante la Semana Santa, y los más austeros subsistían a lo largo de la Cuaresma con una o dos comidas semanales exclusivamente (Cfr. Rampolla, «Vita di S. Melania Giuniore», apéndice XXV, p. 478).

La regla ordinaria del ayuno, sin embargo, consistía en tomar una comida al día, en la tarde, con la total prohibición de tomar, en los primeros siglos, carne y vino. En la Semana Santa, o al menos el Viernes Santo, era común hacer el ayuno llamado xerophagiæ, i,e., una dieta de alimentos secos, pan, sal y vegetales. No parece que hubiesen estado originalmente prohibidos los lacticinia, como parece corroborar el citado pasaje de Sócrates. Más aún, en una época posterior, Beda nos habla del obispo Cedda, quien en Cuaresma sólo hacía una comida al día, consistente en un poco de pan, un huevo de gallina y un poco de leche mezclada con agua» (Historia Ecclesiastica III, 23).

Por el contrario, Teodulfo de Orleans, en el siglo VIII, consideraba la abstinencia de huevos, queso y pescado como señal de una virtud excepcional. San Gregorio, en una carta a San Agustín de Inglaterra, fija la norma: «Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche, el queso y los huevos». Esta decisión quedó después incorporada al «Corpus Juris», y se considera ya como ley general en la Iglesia. Pero fueron aceptadas ciertas excepciones, y con frecuencia se concedían dispensas para consumir «lacticinia», a condición de dar alguna contribución a una obra de caridad.

Tales dispensas eran conocidas en Alemania como Butterbriefe (Cartas de, o acerca de, la mantequilla; Butter significa mantequilla en alemán. N.T.), y se dice que varios templos fueron construidos con las sumas recogidas de esa manera. Una de las torres de la catedral de Rouen era conocida, por esa razón, como la «Torre de la Mantequilla». Esta prohibición de comer huevos y leche en Cuaresma se ha perpetuado en la costumbre popular de bendecir o regalar huevos de Pascua y en la costumbre inglesa de comer pastelillos el Martes de Carnaval.

 

RELAJAMIENTO DEL AYUNO CUARESMAL

Por lo dicho antes podemos afirmar que en la temprana Edad Media, a lo largo de la mayor parte de la Iglesia Occidental, la Cuaresma consistía en cuarenta días de ayuno, y seis domingos. Desde el inicio de esa temporada, hasta su final, quedaban prohibidos la carne y los «lacticinia», incluso los domingos, y durante los días de ayuno sólo se hacía una comida al día, la que no podía realizarse antes de oscurecer.

Pero ya en una época muy temprana (encontramos la primera mención de esto en Sócrates), se comenzó a tolerar la práctica de romper el ayuno a la hora de nona, o sea a las tres de la tarde. Sabemos, en particular, que Carlomagno, alrededor del año 800, tomaba su refacción cuaresmal a las 2 de la tarde. Este gradual adelanto de la hora de cenar se facilitó por el hecho de que las horas canónicas de nona, vísperas, etc., más que representar puntos fijos de tiempo, representaban espacios de tiempo. La hora novena, o nona, estrictamente significaba las tres de la tarde, pero el oficio de nona podía ser recitado a la misma hora de sexta, que, lógicamente, correspondía a la hora sexta, mediodía.

De tal modo, se llegó a pensar que la hora nona empezaba a mediodía, y ese punto de vista se ha conservado en la palabra inglesa noon, que viene a significar el tiempo entre mediodía y las tres de la tarde. La hora de romper el ayuno cuaresmal era después de vísperas (el ritual vespertino), pero gracias a un proceso gradual, el rezo de vísperas se anticipó más y más hasta que se reconoció oficialmente el principio, vigente hasta hoy día, de que las vísperas de Cuaresma podrían ser rezadas a mediodía. De ese modo, si bien el autor del «Micrologus» del siglo XI aún afirmaba que quienes tomaran alimentos antes del anochecer no ayunaban de acuerdo a los cánones (P.L., CLI, 1013), ya para los inicios del siglo XIII algunos teólogos, como el franciscano Richard Middleton, quien basa su decisión en la usanza de su tiempo, afirma que aquel hombre que cene a mediodía no rompe el ayuno cuaresmal.

Todavía más material fue el relajamiento causado por la introducción de la «colación». Esta perece haber comenzado en el siglo IX, cuando el Concilio de Aix la Chapelle autorizó la concesión, aún para los monasterios, de un trago de agua u otra bebida al atardecer para aquellos que estuviesen fatigados por el trabajo manual del día. De este pequeño inicio se desarrolló una mayor indulgencia. El principio de la parvitas materiae, o sea, que una cantidad pequeña de alimento no rompe el ayuno mientras no sea tomada como parte de una comida, fue adoptado por Santo Tomás de Aquino y otros teólogos. A lo largo de los siglos se reconoció que una cantidad fija de comida sólida, menor de seis onzas, podía ser tomada después de la bebida del mediodía.

Puesto que esa bebida vespertina, cuando se comenzó a tolerar en los monasterios del siglo IX, se tomaba a la hora en que se leían en voz alta las «collationes» (conferencias) del Abad Casiano a los hermanos, esta pequeña indulgencia llegó a ser conocida como «colación», y así se ha llamado desde entonces.

Otro tipo de mitigaciones, de naturaleza más substancial, se ha introducido en la observancia de la Cuaresma durante el curso de los últimos siglos. Para comenzar, se ha tolerado la costumbre de tomar una taza de líquido (por ejemplo, café, té e incluso chocolate) con un trozo de pan o una tostada temprano en la mañana. Y en lo que toca más de cerca de la Cuaresma, la Santa Sede ha concedido sucesivos indultos para permitir la carne como alimento en la comida principal, primero los domingos y después en dos, tres, cuatro y cinco días a la semana, hasta casi abarcar todo el período.

Más recientemente, el Jueves Santo, en el que siempre se había prohibido la carne, ha venido a ser beneficiario de la misma indulgencia. En los Estados Unidos, por concesión de la Santa Sede, se ha logrado que los trabajadores y sus familias coman carne todos los días, excepto los viernes, el Miércoles de Ceniza, el Sábado Santo y la Vigilia de Navidad. La única compensación para tanta mitigación es la prohibición de tomar carne y pescado simultáneamente en la misma comida. (Véase Abstinencia, Ayuno, Impedimentos, Canónico (III), Domingo Laetare, Septuagésima, Sexagésima, Quincuagésima, Quadragésima, Ornamentos).

(La legislación actual de la Iglesia, según el Código de Derecho Canónico vigente desde el 25 de enero de 1983, señala en sus artículos 1249-1253, la obligación de ayunar y abstenerse de ciertos alimentos. El ayuno sólo obliga el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; la abstinencia de carne, u otro alimento señalado por las conferencias episcopales, todos los viernes y el tiempo de Cuaresma. Cfr. También el Catecismo de la Iglesia Católica, número 1438. Acerca de la percepción actual del sentido de la Cuaresma y el Adviento, el otro «tiempo fuerte», penitencial, de la Iglesia, cfr. Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II, nos. 102-106; 109-110. N.T.)

Fuente: Enciclopedia Católica, por: HERBERT THURSTON

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La Cuaresma en el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia

La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).

En el ámbito de la piedad popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas, como la relación entre el «sacramento de los cuarenta días» y los sacramentos de la iniciación cristiana, o el misterio del «éxodo», presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una constante de la piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios de la humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su atención en la Pasión y Muerte del Señor.

125. El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.

A pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu hacia las realidades que son verdaderamente importantes; que hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en forma de renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con los que sufren y con los necesitados.

También los fieles que frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año, preferentemente en el tiempo pascual.

126. La divergencia existente entre la concepción litúrgica y la visión popular de la Cuaresma, no impide que el tiempo de los «Cuarenta días» sea un espacio propicio para una interacción fecunda entre Liturgia y piedad popular.

Un ejemplo de esta interacción lo tenemos en el hecho de que la piedad popular favorece algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunas actividades apostólicas y caritativas, que la misma Liturgia cuaresmal prevé y recomienda. La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un «ejercicio» que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)

 

LA VENERACIÓN DE CRISTO CRUCIFICADO

127. El camino cuaresmal termina con el comienzo del Triduo pascual, es decir, con la celebración de la Misa In Cena Domini. En el Triduo pascual, el Viernes Santo, dedicado a celebrar la Pasión del Señor, es el día por excelencia para la «Adoración de la santa Cruz».

Sin embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de la Cruz. De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.

Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.

128. Las expresiones de devoción a Cristo crucificado, numerosas y variadas, adquieren un particular relieve en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz o en las que se veneran reliquias, consideradas auténticas, del lignum Crucis.

La «invención de la Cruz», acaecida según la tradición durante la primera mitad del siglo IV, con la consiguiente difusión por todo el mundo de fragmentos de la misma, objeto de grandísima veneración, determinó un aumento notable del culto a la Cruz.
En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.

No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios. En la fe cristiana, la Cruz es expresión del triunfo sobre el poder de las tinieblas, y por esto se la presenta adornada con gemas y convertida en signo de bendición, tanto cuando se traza sobre uno mismo, como cuando se traza sobre otras personas y objetos.

129. El texto evangélico, particularmente detallado en la narración de los diversos episodios de la Pasión, y la tendencia a especificar y a diferenciar, propia de la piedad popular, ha hecho que los fieles dirijan su atención, también, a aspectos particulares de la Pasión de Cristo y hayan hecho de ellos objeto de diferentes devociones: el «Ecce homo», el Cristo vilipendiado, «con la corona de espinas y el manto de púrpura» (Jn 19,5), que Pilato muestra al pueblo; las llagas del Señor, sobre todo la herida del costado y la sangre vivificadora que brota de allí (cfr. Jn 19,34); los instrumentos de la Pasión, como la columna de la flagelación, la escalera del pretorio, la corona de espinas, los clavos, la lanza de la transfixión; la sábana santa o lienza de la deposición.

Estas expresiones de piedad, promovidas en ocasiones por personas de santidad eminente, son legítimas. Sin embargo, para evitar una división excesiva en la contemplación del misterio de la Cruz, será conveniente subrayar la consideración de conjunto de todo el acontecimiento de la Pasión, conforme a la tradición bíblica y patrística.

 

LA LECTURA DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

130. La Iglesia exhorta a los fieles a la lectura frecuente, de manera individual o comunitaria, de la Palabra de Dios. Ahora bien, no hay duda de que entre las páginas de la Biblia, la narración de la Pasión del Señor tiene un valor pastoral especial, por lo que, por ejemplo, el Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae sugiere la lectura, en el momento de la agonía del cristiano, de la narración de la Pasión del Señor o de alguna paso de la misma.

Durante el tiempo de Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá llevar a la comunidad cristiana a preferir el miércoles y el viernes, sobre todo, para la lectura de la Pasión del Señor.

Esta lectura, de gran sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles tanto por el contenido como por la estructura narrativa, y suscita en ellos sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas cometidas, porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha sucedido para remisión de los pecados de todo el género humano y también de los propios; compasión y solidaridad con el Inocente injustamente perseguido; gratitud por el amor infinito que Jesús, el Hermano primogénito, ha demostrado en su Pasión para con todos los hombres, sus hermanos; decisión de seguir los ejemplos de mansedumbre, paciencia, misericordia, perdón de las ofensas y abandono confiado en las manos del Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz durante su Pasión.

Fuera de la celebración litúrgica, la lectura de la Pasión se puede «dramatizar» si es oportuno, confiando a lectores distintos los textos correspondientes a los diversos personajes; asimismo, se pueden intercalar cantos o momentos de silencio meditativo.

 

EL «VÍA CRUCIS»

131. Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión del Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de este ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: del Monte de los Olivos, donde en el «huerto llamado Getsemani» (Mc 14,32) el Señor fue «presa de la angustia» (Lc 22,44), hasta el Monte Calvario, donde fue crucificado entre dos malhechores (cfr. Lc 23,33), al jardín donde fue sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca (cfr. Jn 19,40-42).

Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad son los innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en los claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la subida a una colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una fisonomía sugestiva.

132. El Vía Crucis es la síntesis de varias devociones surgidas desde la alta Edad Media: la peregrinación a Tierra Santa, durante la cual los fieles visitan devotamente los lugares de la Pasión del Señor; la devoción a las «caídas de Cristo» bajo el peso de la Cruz; la devoción a los «caminos dolorosos de Cristo», que consiste en ir en procesión de una iglesia a otra en memoria de los recorridos de Cristo durante su Pasión; la devoción a las «estaciones de Cristo», esto es, a los momentos en los que Jesús se detiene durante su camino al Calvario, o porque le obligan sus verdugos o porque está agotado por la fatiga, o porque, movido por el amor, trata de entablar un diálogo con los hombres y mujeres que asisten a su Pasión.
En su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del siglo XVII, el Vía Crucis, difundido sobre todo por San Leonardo de Porto Mauricio (+1751), ha sido aprobado por la Sede Apostólica, dotado de indulgencias y consta de catorce estaciones.

133. El Vía Crucis es un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego divino que ardía en el pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo impulsó hasta el Calvario; es un camino amado por la Iglesia, que ha conservado la memoria viva de las palabras y de los acontecimientos de los último días de su Esposo y Señor.

En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas expresiones características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela Christi, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día su propia cruz (cfr. Lc 9,23)
Por todo esto el Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente adecuado al tiempo de Cuaresma.

134. Para realizar con fruto el Vía Crucis pueden ser útiles las siguientes indicaciones:
— la forma tradicional, con sus catorce estaciones, se debe considerar como la forma típica de este ejercicio de piedad; sin embargo, en algunas ocasiones, no se debe excluir la sustitución de una u otra «estación» por otras que reflejen episodios evangélicos del camino doloroso de Cristo, y que no se consideran en la forma tradicional;
— en todo caso, existen formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por la Sede Apostólica o usadas públicamente por el Romano Pontífice: estas se deben considerar formas auténticas del mismo, que se pueden emplear según sea oportuno;
— el Vía Crucis es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de Cristo; sin embargo es oportuno que concluya de manera que los fieles se abran a la expectativa, llena de fe y de esperanza, de la Resurrección; tomando como modelo la estación de la Anastasis al final del Vía Crucis de Jerusalén, se puede concluir el ejercicio de piedad con la memoria de la Resurrección del Señor.

135. Los textos para el Vía Crucis son innumerables. Han sido compuestos por pastores movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y convencidos de su eficacia espiritual; otras veces tienen por autores a fieles laicos, eminentes por la santidad de vida, doctrina o talento literario.

La selección del texto, teniendo presente las eventuales indicaciones del Obispo, se deberá hacer considerando sobre todo las características de los que participan en el ejercicio de piedad y el principio pastoral de combinar sabiamente la continuidad y la innovación. En todo caso, serán preferibles los textos en los que resuenen, correctamente aplicadas, las palabras de la Biblia, y que estén escritos con un estilo digno y sencillo.

Un desarrollo inteligente del Vía Crucis, en el que se alternan de manera equilibrada: palabra, silencio, canto, movimiento procesional y parada meditativa, contribuye a que se obtengan los frutos espirituales de este ejercicio de piedad.

 

EL «VÍA MATRIS»

136. Así como en el plan salvífico de Dios (cfr. Lc 2,34-35) están asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa, también los están en la Liturgia y en la piedad popular.

Como Cristo es el «hombre de dolores» (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en «reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,20), así María es la «mujer del dolor», que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión (socia Passionis).

Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (cfr. Lc 2,35). Sin embargo, la piedad del pueblo cristiano ha señalado siete episodios principales en la vida dolorosa de la Madre y los ha considerado como los «siete dolores» de Santa María Virgen.

Así, según el modelo del Vía Crucis, ha nacido el ejercicio de piedad del Vía Matris dolorosae, o simplemente Vía Matris, aprobado también por la Sede Apostólica. Desde el siglo XVI hay ya formas incipientes del Vía Matris, pero en su forma actual no es anterior al siglo XIX. La intuición fundamental es considerar toda la vida de la Virgen, desde el anuncio profético de Simeón (cfr. Lc 2,34-35) hasta la muerte y sepultura del Hijo, como un camino de fe y de dolor: camino articulado en siete «estaciones», que corresponden a los «siete dolores» de la Madre del Señor.

137. El ejercicio de piedad del Vía Matris se armoniza bien con algunos temas propios del itinerario cuaresmal. Como el dolor de la Virgen tiene su causa en el rechazo que Cristo ha sufrido por parte de los hombres, el Vía Matris remite constante y necesariamente al misterio de Cristo, siervo sufriente del Señor (cfr. Is 52,13-53,12), rechazado por su propio pueblo (cfr. Jn 1,11; Lc 2,1-7; 2,34-35; 4,28-29; Mt 26,47-56; Hech 12,1-5). Y remite también al misterio de la Iglesia: las estaciones del Vía Matris son etapas del camino de fe y dolor en el que la Virgen ha precedido a la Iglesia y que esta deberá recorrer hasta el final de los tiempos.

El Vía Matris tiene como máxima expresión la «Piedad», tema inagotable del arte cristiano desde la Edad Media.

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María en el itinerario cuaresmal

María, como nos dice el Papa Juan Pablo II del 2005, es nuestra guía en el itinerario cuaresmal.

María, Madre de Dios y Madre nuestra, ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna” (LG 62). En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5,27), por eso, acude a ella como modelo perenne (cf. RM 42) en quien se realiza ya la esperanza escatológica (cf. LG 59).

En ella encuentra todo cristiano, joven o anciano, y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En ella, encontramos el testimonio vivo de la travesía de la cruz, y de la vivencia del misterio pascual.

 

 MARÍA, MAESTRA Y GUÍA DEL FIAT

La prueba de la fe de María, no cabe la menor duda de que estuvo en el calvario. No obstante, la prueba más peligrosa estuvo en esos treinta años vividos bajo la espada del silencio en Nazaret. Los treinta años pasados en Nazaret, envolvieron psicológicamente el alma de María con el manto de la monotonía y la rutina del desgaste.

Recibamos este testimonio vivo de la Virgen. El proceso que ha seguido María, la Madre de Jesús, en el cumplimiento de su misión, ha sido vivido en la fe.

En las eternizadas horas, daba vueltas en su cabeza a la impresión viva y fresca que recibió el día de la Anunciación y le comunicara el Arcángel: “Será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre” (Lc 1,32).

Van pasando los años y la perplejidad comenzó a golpear insistentemente las puertas de su corazón. ¿Sería verdad todo aquello? ¿No serían quizás sueños de grandeza? Esta es también nuestra suprema tentación en la vida de fe: querer tener evidencia de todo y tocarlo y palparlo todo.

 

ACTITUD DE MARÍA

La Virgen golpeada por la perplejidad no se agitó: quedó en paz. Eso sí, se abandonó incondicionalmente, sin resistir, en los brazos de la monotonía, como expresión de la voluntad del Padre. Así, cuando todo parecía absurdo, ella respondía con su Amén y su Fiat al mismo absurdo, y el absurdo desaparecía. Al silencio de Dios respondía con el Hágase, y el silencio se transformaba en presencia.

La Madre se aferraba más y más al cumplimiento del plan de Dios y quedaba en paz y la duda se transformaba en dulzura: Jesús iba creciendo, todo sigue en silencio, no existe ninguna novedad. Existe un gran peligro para la fe de María: puede verse abatida por el desaliento, el vacío o la frustración. Existe un gran riesgo: no verle sentido a la vida. Ella ora y calla. Las palabras de la Anunciación parecían que habían quedado definitivamente en bonitos sueños. De ella, se dijo, que todas las generaciones le llamarían bienaventurada. Esto parecía imposible. Su vida transcurría de forma sencilla en Nazaret, como una vecina más.

En estos momentos, la fe de María se veía asaltada y combatida por una serie de preguntas e interrogantes. Es, entonces, cuando María, para no sucumbir, vivió de la fe, de una fe adulta, pura y desnuda, aquella que sólo se apoya en Dios mismo. Su secreto fue éste: no resistir, sino entregarse. Ella no podía cambiar nada: ni la misteriosa tardanza de la manifestación de Dios, ni la rutina, ni el silencio de Dios, ni la prueba del desgaste. Solamente la entrega en un total abandono en los planes de Dios libró a María del peor escollo de su peregrinación. Así hizo María la travesía de los treinta años, navegando en el barco de la fe adulta.

 

TRAVESÍA DE LA CRUZ

María avanza en el peregrinaje de la fe, en la travesía de la cruz. Esta fue, sin duda, como ya indicamos, la prueba más aguda para la fe de María. Así lo señala el Concilio Vaticano II cuando dice que María “mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí…sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima” (LG 58). Éste es el momento álgido, es el más alto, y también la prueba, porque no hay grandeza sin prueba. Su fe alcanzó su más alta expresión allá junto a la cruz.

En medio de la oscuridad de la noche, María sostuvo su fiat en un tono sostenido y agudo. Al llegar a este momento de la fe de María, lo más importante no es el conocimiento, sino su fe; lo más importante no era entender sino entregarse; ella ora así: “Padre mío, hágase tu voluntad, aunque no entienda nada. Acepto tu voluntad, oh Padre, aunque no veo por qué mi Hijo tenía que morir de esta manera. Hágase. Me basta saber que es obra tuya. Hágase tu voluntad: lo acepto todo, y estoy de acuerdo con todo. Padre mío, en tus manos deposito a mi Hijo querido”.

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