Exponente de la doctrina social tradicional de la Iglesia.
La semana pasada escribíamos sobre una tesis que hemos manejado desde la elección del papa Francisco en varios artículos, que no es una simpatizante de la teología de la liberación ni un “progresista” izquierdizante, ver aquí. Lo hicimos tratando de explicar las razones por las que los sectores conservadores no deben temerle.
Porque ha sucedido, que desde el inicio de su pontificado, Francisco ha sido objeto de ataques temiendo que la iglesia vuelva a los excesos litúrgicos anteriores a Benedicto XVI, muchos de ellos promovidos por Juan Pablo II, y han aprovechado ciertas profecías para ir en su contra y utilizaron, o “fabricaron” mensajes de videntes poniéndolo como el anticristo.
MUCHAS COSAS PUEDE SER, PERO NO REBELDE IZQUIERDISTA
Lo cierto es que se pueden decir cosas de Francisco, pero nó que es afín a la teología de la liberación, o progres, o izquierdizante.
Aunque los verdaderamente izquierdizantes, los afines a la teología de la liberación, se han congratulado con Francisco y le siguen dando una carta de crédito, porque hace mucho que no se ve un Papa con tal énfasis social, y creen que el monopolio de ocuparse de los pobres es de ellos, por eso reflexionan ‘es de los nuestros’.
Ahora el reconocido periodista y vaticanista Vittorio Messori ha explicado por qué el papa Francisco no un «progresista», sino que se enmarca en una tradición de católicos doctrinal y espiritualmente conservadores volcados en el amor hacia los pobres. Estaría en la línea de los grandes santos sociales y fundadores de órdenes caritativas del siglo XIX.
LA EXPLICACIÓN DE VITTORIO MESSORI
El “catolicismo social” nace y florece en el siglo XIX y después en los primeros decenios del XX a manos de sacerdotes y de laicos marcados por los “progresistas” como “intransigentes”, “papistas”, “reaccionarios”. El compromiso extraordinario a favor de toda miseria humana que mueve a la Iglesia a partir del pontificado de Pío IX y continúa después hasta Pío XII, señala precisamente a los secuaces de la ortodoxia más rigurosa, los creyentes que se profesan fieles a la más estricta obediencia a la Jerarquía y, sobre todo, al papado.
Por limitarnos a un ejemplo impresionante, el de la ciudad de Turín que, entre el siglo XIX y el XX conoció una explosión de santidad, aquí va un elenco sólo de los más conocidos, que ya son santos o beatos:
-Cottolengo acoge a la escoria de la sociedad, a la que todos rechazan;
-Bosco se da totalmente a favor de los hijos de los “proletarios”;
– Murialdo compite con él para transformar a los jóvenes ignorantes y hambrientos en buenos artesanos y ciudadanos;
-Faà di Bruno sigue sus pasos para proteger a los últimos entre los últimos, las criadas explotadas, enfermas, despedidas porque ya son ancianas;
-Cafasso gasta tesoros de caridad para aliviar la suerte de los más olvidados y despreciados, los presos;
-Allamano se preocupa de los miserables más allá de Europa y envía a sus Misioneros de la Consolata;
-Orione no pone límites al alivio de los más necesitados.
Mientras los gobiernos liberales, a menudo inspirados por la masonería, no sólo se ocupan poco de los pobres, sino que les gravan incluso el pan (el “macinato”) y secuestran a los hijos durante años y años de servicio militar, mientras el naciente socialismo distribuye palabras y opúsculos, preocupándose más de la ideología que de la miseria concreta, he aquí que los católicos “papistas”, los despreciados “clericales reaccionarios” descienden al campo a ayudar en persona a los hambrientos, enfermos, ignorantes, abandonados. No sólo trabajando, sino levantando la voz contra tanta necesidad que los ricos quieren ignorar.
Pues bien, el Papa Francisco está entre los herederos de esta larga y admirable tradición del catolicismo llamado social. Por una serie de equivocaciones y de deformaciones propagandísticas se ha impuesto y está aún en vigor un esquematismo según el cual el compromiso a favor de los últimos estaría acompañado necesariamente de una perspectiva denominada “progresista”. Y, en el caso católico, “contestataria”, heterodoxa, polémica con relación a los dogmas y a las jerarquías.
La historia dice lo contrario. Es significativa la confrontación polémica entre el padre Bergoglio y sus hermanos jesuitas atraídos por las ideologías de la teología de la liberación, inspirados por el Marx-leninismo. Su acción le llevó a los argentinos marginados, como a tantos santos de la caridad evangélica, que no necesitaban desafiar a la Iglesia y a los Papas, y proponer nuevas teologías y nuevas morales para poner en práctica la exhortación de Jesús a ser pobres entre los pobres.
Existe otra “marca católica” que señala a los sacerdotes y a los laicos del compromiso social: la devoción mariana. En las perspectivas cristianas “adultas” y “abiertas” se rechaza la devoción tradicional a la Virgen, con santuarios, peregrinaciones, rosarios; María, cuando es recordada, es a lo sumo una combatiente, una inspiradora para la lucha de clases, con su Magnificat, al que se le da una lectura política.
También en esto el Papa Francisco muestra su continuidad con los hermanos en la fe que han escalado las cimas de la santidad ensuciándose hasta el fondo las manos en los bajos fondos de la sociedad: todos, sin excepción, han sido partidarios ardientes de la que siempre han llamado “Nuestra Señora”.
La primera salida, la mañana después de la elección, ha querido que tuviera como meta la basílica de Santa María Maggiore, donde ha rezado delante de la imagen venerada desde siempre por el pueblo romano. En la tarde de ese mismo día ha querido ir a recitar el rosario a la gruta de Lourdes reproducida a tamaño natural en los jardínes vaticanos. Sus discursos espontáneos o leídos no se olvidan jamas de invocar a la Virgen. Precisamente el otro día ha anunciado que en cuanto pueda volará a Cagliari, a venerar al a Virgen de Bonaria que ha dado el nombre a su Buenos Aires.
Fuentes: Vittorio Messori, Signos de estos Tiempos