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¿Qué está pasando con la criminalidad en Latinoamérica y el Caribe?

La zona más violenta del mundo.
Muchas veces solemos pensar que el catolicismo no se debe ocupar del tema de la criminalidad y la violencia, sino sólo de la fe; pero nada más lejos de la realidad. La criminalidad hoy es uno de los problemas centrales del mundo de habla hispana. La región de Latinoamérica y el Caribe es la más violenta del mundo, dicen todos los estudios. La Iglesia se ha ocupado de mediar entre las bandas en varios países de Centroamérica, en Argentina se ha involucrado en hacer frente a los problemas de la droga, y el mismo Francisco llegó a excomulgar a la mafia de Calabria hace 15 días. Por eso no ocupamos del tema.

 

muestra de incautado al crimen por un soldado

 

En las últimas dos décadas, Latinoamérica y el Caribe han pasado por una tremenda agitación. Si bien la región se ha alejado de las guerras civiles hacia democracias representativas, y ha experimentado un crecimiento en el tamaño de su clase media, así como un importante crecimiento económico, incluso en medio de una recesión mundial, también se ha convertido en el lugar más violento del planeta. Las cinco principales naciones más homicidas en el mundo están en América, cuatro de ellas en Centroamérica.

Parte de la explicación de esta dicotomía se encuentra mirando a los mercados criminales en sí. Nuevos mercados de drogas, en particular de cocaína, en Europa, Asia y África, han llevado a los grupos criminales a cambiar sus rutas, socios y medios de transporte. Los cambios resultantes han coincidido con una mejor aplicación de la ley y con leyes más estrictas que regulan, por ejemplo, el movimiento de dinero. Las organizaciones criminales más grandes han respondido al cambiar su ubicación y modus operandi, dando así más poder a los grupos criminales de menor nivel, en países de todo el continente americano.

Estos grupos criminales de menor nivel han aumentado su tamaño y sofisticación, y han ayudado a los mercados criminales locales desarrollados, en particular alrededor del tráfico de drogas. El resultado es un panorama criminal en Latinoamericana y el Caribe que se ha vuelto más fragmentado, violento y diversificado en los últimos años.

CARACTERÍSTICAS COMUNES DE LAS ORGANIZACIONES CRIMINALES

En los últimos años las organizaciones criminales han proliferado en Latinoamericana y el Caribe. Aunque varían desde pandillas callejeras a insurgencias, desde organizaciones de tráfico de drogas (OTD) a mafias paramilitares, quienes comparten algunas características comunes:

1) se aprovechan de la debilidad de las instituciones del gobierno para controlar el territorio físico;

2) parecen prosperar donde han surgido nuevas economías criminales y donde pueden diversificar sus portafolios;

3) emplean la violencia y la amenaza de violencia para lograr sus objetivos, ya sean políticos, criminales o de otro tipo.

Los indicadores económicos y las tendencias macropolíticas apuntan a un mayor desarrollo y mayor participación ciudadana en los gobiernos de la región, pero esto no se ha traducido en una mayor seguridad ciudadana. En muchos sentidos, esta dicotomía va en contra de la sabiduría convencional de que más democracia, más crecimiento económico y menos guerra convencional, resultan en menos crimen.

EVOLUCIÓN CRIMINAL: NUEVOS MERCADOS PARA LAS DROGAS

Hay una serie de dinámicas y tendencias en el hampa que están influyendo en los niveles de violencia. La primera es la aparición de nuevos mercados para las drogas.

Las organizaciones criminales transnacionales (OCT) – grupos criminales de Nivel 1 (Tier 1)- son, principalmente, grupos económicos. Algunos tienen redes muy planas y horizontales. Otros son jerárquicos. Todas ellos obedecen, sobre todo, a las fuerzas del mercado.

En este sentido, varios nuevos mercados están cambiando la forma en que estas organizaciones criminales operan y mueven drogas ilícitas, en particular la cocaína, que sigue siendo uno de los mayores generadores de dinero en el mundo.

En primer lugar, el mercado europeo, que actualmente representa casi una cuarta parte de la cocaína consumida a nivel mundial, se ubica justo por debajo del mercado de Estados Unidos, según el «Informe Mundial sobre las Drogas 2013» de la ONUDD. Según la ONUDD, un pico particularmente preocupante puede ser visto en el oriente y el sudeste de Europa, donde las tasas de consumo se han más que duplicado desde 2004 y 2005 (ver gráfico ONUDD abajo).

En segundo lugar, los mercados de Asia, Oceanía, África y Latinoamérica están creciendo muy rápidamente. La ONUDD dice que el mercado de Asia se ha triplicado desde 2004 y 2005, mientras que los de Latinoamérica, África y Oceanía se han más que duplicado. África cuenta con alrededor de la mitad del número de consumidores de cocaína de Europa Occidental y Central, dice la ONUDD. Por su parte, la región de Latinoamérica y el Caribe tiene casi el mismo número de consumidores que Europa Occidental y Central. Al mismo tiempo, la tasa de consumo en Estados Unidos se ha reducido considerablemente (ver gráfico ONUDD abajo).

Estos cambios tienen profundas implicaciones para el hampa. Para empezar, cambian las rutas a través de las cuales se mueven estas drogas. Aunque la coca se cultiva en un área relativamente reducida de los Andes de Sudamérica -y la mayor parte de la coca procesada en cocaína se procesa cerca de esa zona- están cambiando las vías por las cuales la cocaína llega a su mercado final. Brasil y Argentina se han convertido en puntos de embarque particularmente populares para la cocaína con destino a Europa. Pero los países del Caribe y aquellos que cada vez hacen más negocios con Asia también son importantes puentes para los nuevos mercados. El resultado es lo que la ONUDD llama el «efecto de propagación, donde la disponibilidad de la droga, los precios relativamente bajos y la proximidad a la fuente en los países de producción y tránsito puede jugar un papel en el aumento de su uso.»

VIGILANCIA Y FRAGMENTACIÓN DE GRUPOS

Sin embargo, la disponibilidad por sí sola no es el único motor de un mayor consumo. El efecto de propagación es ayudado por otros dos factores importantes: 1) el aumento en la vigilancia internacional, y en algunos casos local, sobre el flujo de dinero y 2) una fragmentación de los propios grupos criminales.

En los últimos años, muchos gobiernos han implementado leyes contra el lavado de dinero e impuesto sanciones más estrictas a los bancos por no adherirse al protocolo básico de aceptar clientes y de reportar actividades sospechosas.

A medida que los gobiernos aumentan su capacidad para hacer seguimiento a los flujos de dinero, los grupos de Nivel 1 han tratado de disminuir el riesgo de perder este dinero, simplemente completando sus transacciones con contratistas locales – organizaciones de Nivel 2- con contribuciones en especie en lugar de dinero en efectivo. Esto ha aumentado la disponibilidad de cocaína a través de las rutas de transporte, ya que estas organizaciones de Nivel 2, incluyendo tanto a las pandillas callejeras como a los grupos criminales locales, transforman su producto en formas más consumibles para el mercado local.

Esto también ha cambiado a los grupos criminales de Nivel 2, a su relación con sus contratistas de Nivel 1, y a sus relaciones entre sí. Con una nueva economía criminal en línea, estas organizaciones criminales de Nivel 2 de repente tienen acceso a recursos financieros sin precedentes. Y con más en juego, hay una creciente necesidad de grupos mejor organizados. Una de las herramientas principales que utilizan estos grupos para mantener a raya a las otras organizaciones es la amenaza de la fuerza. Por lo tanto, el reclutamiento aumenta inevitablemente, al igual que la adquisición de armas. Las organizaciones de Nivel 2 también han adquirido infraestructura, entrenamiento y nuevos aliados en importantes instituciones gubernamentales.

Este proceso de maduración no es lineal. Algunos grupos, sobre todo las pandillas callejeras, buscan el control del territorio como medio principal de control del nuevo mercado. Otros grupos utilizan su mayor riqueza para infiltrar al Estado. Ambos grupos consideran que más recursos también significan más fricciones dentro de sus propias organizaciones y a menudo con sus contratistas. El resultado es una dinámica violenta de varias capas: peleas entre grupos de Nivel 2 por el control de la economía criminal local, peleas dentro de las organizaciones criminales de Nivel 2, y peleas entre organizaciones de Nivel 1 y Nivel 2.

Esta fragmentación del hampa se ha acelerado durante los últimos años. Las siete organizaciones criminales principales de México, ahora se han convertido en «entre 60 y 80», según el último conteo de la Procuraduría General de la República (PGR) de México. Las cuatro principales facciones paramilitares de Colombia se convirtieron en docenas. Desde entonces han vuelto a recurrir a una de las facciones principales, esta facción trabaja en un modelo que se basa en la mano de obra contratada del Nivel 2,donde la violencia continúa en niveles históricos. En Argentina, los grupos criminales locales están proliferando en su intento por controlar el floreciente mercado de consumo local. Rosario, la ciudad más grande de la provincia central de Santa Fe, y una conocida ruta de tránsito, se ha convertido en la zona urbana más violenta del país.

OTROS TRES FACTORES QUE ACELERAN EL PROCESO

El primero es un cuerpo de seguridad más eficaz. Colombia y México son, en cierto modo, víctimas de su propio éxito. Ambos países han sido muy eficaces en la eliminación de los jefes de los grupos criminales de Nivel 1.

En México, por ejemplo, el presidente Calderón puede haber fallado en algunos aspectos, pero entre 2009 y 2012 su administración capturó a 25 de los 37 de los más buscados del país.

El denominado enfoque en los “capos» requiere mejor inteligencia, coordinación y táctica. También conduce a la atomización de estas organizaciones criminales más grandes, cuya infraestructura local a menudo participa en estas nuevas economías criminales locales. La lucha por el control de los mercados locales e internacionales entonces se duplica y adopta un enfoque de múltiples capas, similar a lo que se describió anteriormente. Esto parece ser lo que ha ocurrido con los grupos criminales más grandes de México, en particular con el Cartel del Golfo y los Zetas.

El aumento en la aplicación de la ley y las luchas internas conducen a un segundo impacto perverso en la región: la migración criminal. Las organizaciones de Nivel 1 de lugares como Colombia y México han trasladado sus operaciones a zonas donde pueden operar con relativa seguridad, tanto del Estado como de sus rivales. Honduras representa un ejemplo importante en cuanto a esto. Allí, elementos del Cartel de Sinaloa y otros parecen haber establecido su base principal de operaciones para mover la cocaína a los mercados primarios. Junto con poderosas organizaciones criminales locales, han corrompido a la policía y al ejército, y cooptado a la élite política y económica.

Por último, la aparición de una nueva clase de consumidores ha impulsado algunas de estas batallas. El crecimiento económico no ocurre en el vacío, y, como Estados Unidos y Europa saben muy bien, el consumo de drogas aumenta cuando la renta disponible aumenta. De esta forma, aunque una clase media creciente en Latinoamérica y el Caribe es un indicador importante para el desarrollo, también es un importante motor de consumo de drogas recreativas. Como se ha señalado, ese aumento en el consumo de drogas ha fomentado la aparición de nuevas economías criminales, y ha ayudado a que las organizaciones de Nivel 2 ganen tracción y provoquen más conflictos entre sí, con sus rivales y, en algunos casos, con las organizaciones de Nivel 1.

Fuentes: Insight Crime, Signos de estos Tiempos

 

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La progresiva toma del poder de los grupos delictivos en México

El desafío que tiene por delante la Iglesia.

 

En México y Centroamérica los estados han ido perdiendo el control de sus territorios a manos de organizaciones criminales, que en principio tienen su fuente principal de ingresos en el narcotráfico, pero que han ampliado su portafolio hacia actividades como la extorsión (que incluso afecta a los propios sacerdotes católicos) y la trata de migrantes (como mencionó brevemente el Papa Francisco cuendo visitó Lampedusa). Y sobre todo, ha transformado esas sociedades en la mayor zona violencia del mundo, excluyendo las zonas de guerra.

 

Mexico Drug War

 

Esto es un reto para la nueva evangelización, porque por un lado estos grupos criminales han desarrollado nuevas devociones como la Santa Muerte en México, por otro lado, ha implicado que en algunos países como El Salvador y Honduras la Iglesia Católica esté mediando entre el estado y las pandillas (aunque en El Salvador mucho más indirectamente ahora), y en general somete a la población a grandes niveles de violencia que afectan grandemente la vida espiritual.  

En este artículo trataremos de comprender el surgimiento de estos grupos delictivos, especialmente en México, porque constituye un desafío que tiene la Iglesia en su tarea de evangelización en el país.

LA VIOLENCIA EN MÉXICO Y CENTROAMÉRICA

México y Centroamérica se han convertido en unas de las zonas más peligrosas del planeta, fuera de las zonas de guerra activas. Actualmente, la región está enfrentando desafíos sin precedentes en la seguridad, provenientes de las pandillas callejeras, la creciente presencia de organizaciones criminales sofisticadas, y la corrupción endémica en todos los niveles, de la policía y el gobierno. Estos retos no son nuevos, pero están creciendo en intensidad y visibilidad.

La tasa de homicidios de Centroamérica se ubica actualmente en poco más de 40 homicidios por cada 100.000 habitantes — más del doble de la tasa de homicidios en México (18 homicidios por cada 100.000 habitantes), un país que recibe mucha más atención de los medios internacionales por los altos niveles de crimen y violencia. La mayoría de los homicidios en Centroamérica se concentran en los países del Triángulo del Norte — Guatemala, El Salvador, y Honduras — donde el promedio de la tasa de homicidios es de 58 por cada 100.000 habitantes.

Tanto en México como en Centroamérica, los grupos criminales parecen haber abrumado a las fuerzas de seguridad públicas que no cuentan con el personal suficiente. El control de las actividades ilegales en las áreas rurales y fronterizas, por donde los migrantes a menudo cruzan, es particularmente difícil.

En primer lugar, es importante distinguir entre las pandillas callejeras, grupos de crimen organizado, y organizaciones criminales trasnacionales

LAS PANDILLAS CALLEJERAS

Tienen sus raíces en la pobreza endémica y en la extendida urbanización, se cuentan por miles y se han aprovechado de las economías ilegales que florecen en los barrios más pobres de la región. En Centroamérica, varias pandillas callejeras predominantes surgieron en los Estados Unidos y fueron traídas a la región por los deportados. Se componen principalmente de hombres jóvenes de comunidades marginalizadas; la mayoría tiene antecedentes violentos y, a menudo, historias de abuso de sustancias. Las pandillas callejeras controlan los barrios y mercados locales de donde extraen sus rentas en forma de extorsión, aunque también se dedican al secuestro, asalto, y al asesinato por contrato. En algunos casos, como se describe abajo, las pandillas callejeras han subcontratado sus servicios como distribuidores de contrabando o sicarios para organizaciones criminales más grandes. Sin embargo, ellas carecen de la sofisticación y la estructura de los grupos de crimen organizado.

LOS GRUPOS DE CRIMEN ORGANIZADO Y LAS ORGANIZACIONES CRIMINALES TRANSNACIONALES

Los grupos de crimen organizado son más grandes y más sofisticados que las pandillas y, en México y Centroamérica, tienen su origen en desmovilizados de las fuerzas paramilitares, de inteligencia, y el ejército. Tienen un alcance geográfico de actividad más grande y participan en actividades más lucrativas que las pandillas callejeras — principalmente el tráfico y distribución de drogas y armas. El margen de mayor ganancia de estas actividades ha permitido a los grupos de crimen organizado construir estructuras jerárquicas sofisticadas.

Fortalecidos por un aumento en la cantidad de drogas ilegales que se mueven a través de México y Centroamérica, los grupos de crimen organizado tienen más recursos, controlan más infraestructura, tienen acceso a más “soldados” y armas, y tienen mayor control sobre las instituciones gubernamentales. Estas mismas organizaciones también han diversificado sus portafolios criminales, usando sus organizaciones y el control de las rutas ilegales de tráfico, como el tráfico de personas.

Las organizaciones criminales trasnacionales son grupos de crimen organizado que tienen una presencia operacional, no simplemente una presencia transaccional, en varios países.

MÉXICO: DE LOS NEGOCIOS FAMILIARES A PEQUEÑOS EJÉRCITOS

En México las grandes organizaciones criminales tienen sus raíces a finales de los años sesenta, cuando pequeños grupos familiares se dedicaban al tráfico de mercancía de contrabando, personas, drogas ilegales y otros productos hacia Estados Unidos. Este núcleo de contrabandistas adquirió mayor importancia cuando la cocaína de los Andes empezó a transitar por la región entre los años setentas y ochentas. Los proveedores colombianos usaban a las organizaciones criminales mexicanas para recibir y enviar su producto hacia el norte, donde lo esperaban cadenas de distribución locales.

Inicialmente, el tráfico fluía a través de México y era en pequeñas cantidades, pero el rol de los mexicanos empezó a ser más relevante una vez que Estados Unidos empezó a ejercer mayor presión a las actividades del Caribe, forzando a los traficantes de cocaína a optar por el camino a través del istmo.

Para los años noventa, gran parte de la cocaína que entraba a Estados Unidos pasaba a través de México y algunas organizaciones criminales mexicanas empezaron a participar de una mayor parte de las ganancias, estableciendo sus propias redes de distribución en Estados Unidos. Estas incluyen los comienzos de las organizaciones que serían más tarde conocidas como los carteles de Sinaloa, Tijuana, Juárez y el Golfo.

En un comienzo, los carteles mexicanos eran pequeñas organizaciones familiares que dependían de la corrupción de las fuerzas de seguridad estatales que les proveían protección de ser perseguidos judicialmente al igual que de sus rivales. No obstante, esto cambió una vez que los carteles mexicanos se expandieron y llegaron a la distribución, con lo que crecieron sus ganancias y sus operaciones.

Los altos ingresos llegaron a una mayor competitividad entre las organizaciones, lo que las llevó a establecer sus propias fuerzas de seguridad para proteger sus mercados y ganancias. Este proceso alteró por siempre la manera en que las organizaciones criminales operaban en México (y luego en Centroamérica), y ha contribuido a la proliferación del secuestro de inmigrantes que se mueven a lo largo del país.

EL DESARROLLO DEL ALA MILITAR

Es significativo por varias razones. La primera, representa un quiebre del modelo de organizaciones familiares pequeñas del pasado. La transformación fue profunda. Los nuevos ejércitos paramilitares, adoptaron la terminología y la lógica militar y de sus entrenadores militares, algunos de los cuales eran mercenarios extranjeros.  Las organizaciones empezaron a designar “tenientes” y a crear “células”, las cuales incluyeron varias partes responsables de recolección de inteligencia. Estos nuevos “soldados” llevaron a cabo entrenamiento y adoctrinamiento obligatorio, para luego unirse a la lucha para evitar que otros carteles incursionaran en su territorio. Junto con su nueva cara militar, la infraestructura de los carteles también creció. Para este entonces contaban con refugios, equipos de comunicación, carros y armas –el mismo tipo de infraestructura necesaria para cualquier actividad criminal sofisticada, desde un robo hasta un secuestro, incluso hasta el contrabando de mercancía.

Más allá de asegurar su propio territorio, los carteles  empezaron a competir por territorio estratégico, o plazas como se le conoce. En el mundo de la delincuencia mexicana, el control de una plaza significa cobrarle un impuesto, entiéndase en el mismo sentido de un peaje,  a cualquier actividad llevada a cabo por cualquier grupo criminal que opere en ese territorio. El llamado piso suministra un flujo de ingresos, ya que el grupo al mando se lleva más de la mitad de las ganancias por el contrabando que se mueve a través de su corredor; ya sean armas, personas o droga. Las fuerzas de seguridad corruptas, en algún momento participaron en esta parte del negocio, pero con el tiempo, los grupos criminales usurparon ese control.

A su vez, la lucha por las plazas depende del número de soldados que mantiene cada cartel. En el caso del Cartel de Tijuana, la familia Arellano Félix comenzó a trabajar con la Pandilla de la Calle Logan de San Diego, capacitándolos en el uso de armas, tácticas y en recolección de inteligencia. El Cartel del Golfo contrató a miembros del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFES) de México, que adoptó el nombre de los Zetas en honor a los códigos que usaban por radio sus comandantes militares. El Cartel de Juárez contrató a policías y expolicías para formar el grupo que se conoce como La Línea; y más tarde una pandilla callejera conocida como los Aztecas en El Paso. El cártel de Sinaloa eventualmente designó a una facción de su grupo, la Organización de los Beltrán Leyva, para crear un pequeño ejército para hacer frente a sus rivales; apoyados por varias pandillas callejeras más pequeñas, en lugares donde el cártel opera a lo largo de la frontera de Estados Unidos con México.

Los nuevos «soldados» tienen una característica común: no son parte de la estructura familiar original, que otrora se encontraba en el núcleo de las organizaciones criminales mexicanas. En el pasado, las organizaciones criminales mexicanas eran relativamente pequeñas, en su mayoría compuestas por familiares del estado de Sinaloa, donde habían trabajado en campos de cultivos de amapola y marihuana.

La membrecía a los grupos se daba a través de lazos de sangre, matrimonio, o afecto –hasta que las fuerzas del mercado requerían que estas uniones tradicionales se profesionalizaran y abrieran la admisión a extranjeros con el fin de seguir siendo competitivos.

En un principio, los líderes de estos grupos concedían a los “forasteros”, poca autoridad o poder discrecional. Algunos líderes, como Ramón Arellano Félix, del cártel de Tijuana, y Osiel Cárdenas Guillén, del Cártel del Golfo, controlaban directamente sus nuevos ejércitos, exigiendo su lealtad a toda costa. Con el tiempo, esto resultó ser un mal modelo a seguir, no obstante, ya que tan pronto como el líder fuerte era eliminado (como en el caso de Arellano Félix en 2002) o detenido (como en el caso de Cárdenas en 2003), las lealtades individuales se desintegraban y estos ejércitos comenzaban a romper con el comando central del cartel. La lealtad se convirtió en una mercancía sujeta a la dinámica de los precios del mercado, en lugar de ser una obligación «familiar» o tradicional.

LA AMPLIACIÓN DE LAS OPERACIONES

Los nuevos ejércitos privados eran costosos en todos los niveles y los líderes de los carteles empezaron a buscar formas de reducir los costos, incluso a medida que continuaban su expansión y profesionalización de sus operaciones. Pese a que la evidencia es escasa, los informes indican que desde finales de los noventa; de forma gradual, de mala gana, y violentamente los carteles desplazaron la responsabilidad financiera y el control operativo hacia sus lugartenientes –un proceso que únicamente fue evidente cinco o seis años más tarde–. Con esta autonomía recién adquirida, muchas células ampliaron sus operaciones más allá de los servicios de seguridad e incursionaron en la extorsión de negocios legales y, más tarde adelante, el secuestro.

Este cambio en la toma de decisiones financiera y operativa representa un segundo cambio profundo en la forma que los carteles mexicanos operan. De un momento a otro, en lugar de una organización criminal centralizada, había numerosas células exigiendo piso a las actividades criminales como el contrabando y el tráfico de personas; compitiendo, a menudo violentamente, por el territorio y los mercados.

Los ingresos por tráfico de personas son importantes. De acuerdo con Naciones Unidas (ONU), se estima que el tráfico de personas en el hemisferio occidental es un negocio de USD$ 6.000 millones al año. No obstante, para los carteles mexicanos los ingresos totales provenientes del tráfico de personas son relativamente pequeños en comparación con los ingresos del tráfico internacional de drogas, que se encuentran probablemente en el rango de alrededor USD$ 15.000 a USD$ 25.000 millones. Los márgenes de ganancias del tráfico de drogas –los cuales son aproximadamente el 80 por ciento de los ingresos– son también probablemente mayores que para el tráfico de personas.

Las nuevas organizaciones militarizadas tenían una mentalidad nueva, centrada en la ocupación de grandes cantidades de espacio físico. Su crecimiento rápido provocó un cambio en la estructura financiera. A medida que aumentaban las operaciones, también aumentaba la necesidad de proteger a los líderes de ser detectados. Las unidades de los ejércitos multifacéticos ganaron mayor autonomía para ahondar en múltiples actividades criminales. Esto posibilitó la entrada de personal cuyas lealtades no eran hacia la cúpula. El nuevo sistema descentralizado funcionaba, siempre y cuando una persona fuerte siguiera siendo el líder. Sin embargo, tan pronto como ese líder era eliminado, la organización inevitablemente se resquebrajaba y, en muchos casos, estallaba la violencia entre facciones rivales.

Este proceso se ha repetido una y otra vez en la última década. En un esfuerzo por aumentar las ganancias, las diferentes facciones dentro de las grandes organizaciones han diversificado sus portafolios criminales, ahondando en el tráfico de personas, el contrabando, la extorsión, la piratería, el secuestro y otras actividades criminales. Muchas de estas facciones han eventualmente roto los lazos con sus organizaciones originales, incluyendo grandes fracciones del Cartel de Tijuana, los Zetas, La Línea, y la Organización de los Beltrán Leyva. Las autoridades aún se refieren a los pequeños grupos con los nombres de los grupos más grandes a los que alguna vez pertenecieron. Esta práctica puede ayudar a dar sentido al caos que es la situación en México, pero la realidad es mucho más compleja en el campo. InSight Crime, por ejemplo, recientemente contó la existencia de 28 grupos criminales en México. Estos grupos suelen contratar unidades más pequeñas, pandillas locales, lo que complica aún más la situación y hace que nuestro trabajo de categorizar el caos más difícil.

Existe poca evidencia anecdótica que confirma que las organizaciones criminales mexicanas han establecido sus propias redes de distribución en los Estados Unidos. Ha habido algunos arrestos de líderes mexicanos del crimen organizado y los miembros de sus familias en los Estados Unidos, pero no es claro si las estructuras organizativas de estos grupos se han consolidado en ese país. Tampoco existe evidencia convincente de que los carteles mexicanos tienen una presencia permanente en funcionamiento en países productores de droga como Colombia, Perú y Bolivia. La presencia de los carteles mexicanos en los países andinos parece ser puramente transaccional, más que operativa o estratégica. En este sentido, es poco probable que las organizaciones criminales mexicanas se hayan vuelto completamente integradas verticalmente o «vuelto transnacionales», como suele suponerse.

Fuentes: Insight Crime, Signos de estos Tiempos

 

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