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El bautismo de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista es una escena que certifica una vez más la divinidad de Jesús.

BAUTISMO DE CRISTO.-Joachim Patinir

Jesús es bautizado por Juan Bautista en el río Jordán.
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Ungido por el Espíritu Santo y proclamado Hijo de Dios por la voz del Padre desde el cielo.
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Esta es una escena trinitaria: el Padre revela que Jesús es su Hijo y lo unge con el don del Espíritu.
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A partir de aquí, Jesús ya puede empezar la misión encomendada por el Padre en medio de los hombres. 

Las siguientes son visiones de Ana Catalina Emmerich sobre el Bautismo en el Jordán. 

Ver también:

 

BROTA LA ISLA PARA EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN

El Bautista habló a sus discípulos acerca de la proximidad del bautismo y del Mesías. Afirmó nuevamente que no le había visto aún, pero añadió:

«Yo quiero enseñaros el lugar de su bautismo. Mirad: las aguas del Jordán se habrán de dividir y se formará una isla».

En ese momento las aguas del Jordán se dividieron en dos y se levantó sobre la superficie una pequeña isla redonda y blanquecina.

Era el mismo lugar por donde los hijos de Israel pasaron el Jordán con el Arca de la Alianza y donde Elías dividió con su manto las aguas.

fieles se bautizan en el jordan

 

Se produjo una gran conmoción entre los presentes: oraban y daban gracias a Dios.

Juan y sus discípulos trajeron grandes piedras, que pusieron en el agua, y luego, con ramas, árboles y plantas acomodaron un puente hasta la isla y cubrieron el pasaje con piedras pequeñas y blancas.

Cuando terminaron el trabajo, se veía correr el agua bajo el puente. Juan y sus discípulos plantaron doce árboles en torno de la islita y unieron sus copas para formar un techo con el follaje.

Entre estos arbolillos pusieron cercos de varias plantas que nacen muchas a orillas del Jordán.

Tenían brotes blancos y colorados, y frutos amarillos, con una pequeña corona, como nísperos.

La isla que había surgido en el lugar donde había estado depositada el Arca de la Alianza a su paso por el Jordán, parecía de roca, y el fondo del río, más levantado que en tiempos de Josué.

El agua, en cambio, me pareció más profunda; de modo que no sabría decir si el agua se retiró más o la isla se levantó sobre el agua, cuando Juan la hizo comparecer para formar el baptisterio de Jesús.

A la izquierda del puente, no en el medio, sino más bien al borde de la isla, hizo una excavación, a la cual afluía un agua clara.

Llevaban a esta fuente algunas gradas; en la superficie del agua había una piedra triangular, plana, de color rojo, donde debía estar Jesús durante su bautismo.

A la derecha se levantaba una esbelta palmera con frutos, la cual habría de abrazar Jesús.

El borde de esta fuente estaba delicadamente trabajado y todo el conjunto presentaba un hermoso aspecto.

Cuando Josué llevó a los israelitas a través del Jordán, he visto que el río estaba muy crecido.

El Arca de la Alianza fue llevada bastante distante del pueblo hacia el Jordán. Entre los doce que la conducían y acompañaban figuraban Josué, Caleb y otro personaje, cuyo nombre suena como Enoi.

Llegados al Jordán tomó uno solo la parte delantera del Arca que solían llevar dos; los otros sostenían por detrás y en el instante en que el pie del Arca tocó las aguas, éstas se aquietaron, pareciendo como gelatinas que subían unas sobre otras, formando una muralla o más bien una montaña que se podía ver desde la ciudad de Zarthan.

Las aguas que corrían al Mar Muerto se perdieron en el mar, y se pudo pasar a pie enjuto por el lecho del Jordán.

Así cruzaron los israelitas que estaban distantes del Arca por el lecho del río.

El Arca fue llevada por los levitas aguas adentro, donde había cuatro piedras cuadradas colocadas con regularidad.

Eran estas piedras de color de sangre y a cada lado había dos hileras de seis piedras triangulares, planas y trabajadas.

Los doce levitas dejaron el Arca de la Alianza sobre las cuatro piedras del medio y pasaron doce por cada lado sobre las otras piedras triangulares que tenían su cono hundido en las aguas.

Otras doce piedras triangulares fueron colocadas a distancia: eran muy gruesas, de colores diversos, grabadas con figuras y dibujos con flores.

Josué eligió a doce hombres de las doce tribus para que llevaran sobre sus espaldas desnudas estas piedras y a distancia una serie de dos hileras para recuerdo del pasaje.

Más tarde se levantó allí una población. Fueron grabadas en las piedras los nombres de las doce tribus y los de los que llevaron las piedras.

Las piedras sobre las cuales estuvieron los levitas eran más grandes, y cuando pasaron el río, las piedras fueron vueltas con las puntas hacia arriba.

Las piedras que habían estado fuera del agua, no eran ya visibles en tiempos de Juan Bautista: no sé si fueron destruidas por las guerras o estaban simplemente cubiertas por tierra y escombros.

Juan había levantado su tienda en el lugar de ellas.

Más tarde hubo una iglesia allí, creo que en tiempos de Santa Elena.

El lugar donde había estado el Arca de la Alianza es exactamente el mismo de la isla y de la fuente donde fue bautizado Jesús.

Cuando los israelitas pasaron con el Arca y hubieron erigido las doce piedras, el Jordán volvió a seguir su curso como antes.

El agua de la fuente del bautismo de Jesús era de tal hondura que desde la orilla sólo se podía ver desde el pecho cuando estaba un hombre dentro.

La profundidad algo escalonada y esta fuente octogonal, que medía como cinco pies de diámetro, estaba rodeada de un borde, cortado en cinco lugares, desde donde podían algunas personas presenciar el acto.

Las doce piedras triangulares sobre las cuales habían estado los levitas se alzaban a ambos lados de la fuente bautismal de Jesús con sus puntas hacia arriba fuera del agua.

En la fuente del bautismo yacían aquellas cuatro piedras cuadradas coloradas, sobre las cuales había descansado el Arca de la Alianza, debajo de la superficie del agua.

Estas piedras aparecían con sus puntas fuera del agua en épocas de bajantes.

Muy cerca del borde de la fuente había una piedra triangular, en forma de pirámide, con la punta hacia abajo, sobre la cual estuvo Jesús cuando el Espíritu Santo vino sobre Él.

A su derecha estaba la palmera, junto al borde, a la cual Jesús se sujetó con la mano, mientras a su izquierda estaba el Bautista.

La piedra triangular donde estuvo Jesús, no era de las doce: me parece que Juan la trajo desde la orilla.

Había allí un misterio porque he visto que estaba señalada con dibujos de flores y estrías.

Las otras doce piedras eran también de diversos colores, dibujadas con flores y ramificaciones.

Eran más grandes que las llevadas a tierra: me parece que eran al principio piedras preciosas que plantó Melquisedec desde pequeñas, cuando el Jordán no pasaba sobre ellas.

He visto que en muchos lugares hacía esto; ponía los fundamentos de obras que venían luego a ser lugares sagrados o donde sucedían hechos notables, aunque por mucho tiempo quedaran en pantanos o escondidas entre matorrales.

Creo también que las doce piedras que llevaba Juan en la fiesta en el escudo del pecho eran trozos de aquellas doce piedras preciosas plantadas por Melquisedec. 

 

JESÚS ES BAUTIZADO POR JUAN

Cuando Juan recibió aviso de que Jesús se acercaba, cobró nuevos bríos para bautizar.
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Acudieron grupos de aquéllos a quienes Jesús había exhortado a ir al bautismo, entre ellos publicanos.
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Y he visto a Parmenas con sus parientes de Nazaret.

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Juan habló a sus discípulos sobre el Mesías y se humilló ante Él de tal manera que aquéllos quedaron contristados.

Llegaron también a Juan aquellos discípulos a quienes Jesús había rechazado en Nazaret: he visto a éstos hablando con Juan de Jesús y sus obras.

Juan ardía de tal amor por Jesús que casi se manifestaba impaciente de que el Mesías no se declarase más abiertamente.

Cuando Juan los bautizó, recibió la seguridad de que se acercaba Jesús. Vio una nube luminosa que envolvía a Jesús y a los suyos, y los vio en visión que se acercaban.

Desde entonces se muestra extraordinariamente contento y ansioso y mira con frecuencia hacia el lado de donde vendrá.

La islita con la fuente bautismal está toda verde y nadie va a ella fuera de Juan, cuando tiene algo que arreglar: el camino que lleva a ella está ordinariamente cerrado.

Jesús caminaba más ligero que Lázaro y llegó dos horas antes que éste al lugar del bautismo.

Era la alborada cuando llegó Jesús al mismo tiempo que otros. Éstos no lo conocían y caminaban a la par de Él.

Pero lo miraban con extrañeza, porque veían en Él algo admirable que no podían explicarse. Había una turba extraordinaria de gente.

Juan predicaba con mayor entusiasmo de la proximidad del Mesías y de la necesidad de hacer penitencia.

Decía que pronto él desaparecería. Jesús estaba en medio de los oyentes.

Juan sintió su cercanía, lo veía y se mostraba muy contento y animado; pero no dejó por eso de hablar, y comenzó luego a bautizar.

Había ya bautizado a muchos y eran como las diez de la mañana, cuando le tocó el turno a Jesús, que bajó a la fuente.

Entonces se inclinó Juan ante Él y dijo:

«Yo debo ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?…»

Jesús le contestó:

«Deja ahora que se haga esto; es menester que cumplamos toda justicia: que tú me bautices y Yo sea por ti bautizado».

Jesús añadió:

«Tú debes recibir el bautismo del Espíritu Santo y de la sangre».

Entonces Juan le dijo que le siguiera a la islita.

Jesús dijo que así lo haría añadiendo que deseaba que las aguas con que eran bautizados los demás se dejasen afluir a aquel lugar, que todos los que debían ser luego bautizados fueran allí bautizados.

Y que el árbol que Él iba a abrazar fuera trasplantado adonde eran bautizados los demás y que todos lo tocasen al ser bautizados.

El Salvador pasó con Juan y sus discípulos Andrés y Saturnino sobre el puente de la islita.

Jesús se retiró a una pequeña tienda, junto a la fuente, al lado oriental, para vestirse y desvestirse.

Los discípulos lo siguieron a la isla.

Hasta el puente había gran multitud de gente y en la orilla del río más aún.

En el puente podían permanecer hasta tres hombres: entre ellos estaba Lázaro.

La fuente bautismal estaba hecha en una excavación escalonada, de forma octogonal y tenía debajo un borde de igual forma con cinco canales en el fondo que comunicaban con las aguas del Jordán.

El agua llenaba la fuente por medio de entradas cortadas en los bordes.

Tres de estas entradas eran visibles en la parte Norte, por donde las aguas entraban y dos salidas estaban cubiertas en la parte Sur de la fuente; por aquí se pasaba y por este lado no se veía el agua rodeando la fuente.

Del lado Sur subían unas gradas de hierbas verdes.

La isla misma no era del todo plana, sino un tanto más elevada en el medio, rellenada con piedras y partes blandas, todo cubierto de verdor.

Los nueve discípulos de Jesús, que en los últimos tiempos estaban con Él, acercáronse a la fuente y permanecieron en el borde.

Jesús dejó en la tienda su manto, su faja y su vestido de lana amarilla abierto por delante y cerrado con cintas, una banda de lana más angosta cruzada sobre el pecho, que alzaba sobre la cabeza por la noche o en la intemperie.

Y quedó con un vestido oscuro, con el cual salió de la tienda, para entrar en el agua, donde, por la cabeza, se quitó también esta prenda de vestir.

Tenía, dentro del agua, sólo una banda desde la mitad del cuerpo a los pies.

Todos sus vestidos los recibió Saturnino, el cual se los pasó a Lázaro, que estaba al borde de la fuente.

Jesús bajó a la fuente, donde quedó cubierto por las aguas hasta el pecho.

Con la mano izquierda se asió a la palmera y puso la derecha en el pecho, mientras la faja blanca flotaba sobre las aguas.

Juan estaba en la parte Sur de la fuente; tenía en la mano un recipiente de borde ancho del cual salía el agua por tres aberturas.

Se inclinó, tomó agua con el recipiente y la vertió en tres líneas sobre la cabeza del Salvador.

Una línea de agua cayó sobre la parte anterior de la cabeza y la cara; otra, en medio de la cabeza, y la tercera en la parte posterior.

No recuerdo bien las palabras que dijo Juan al bautizar, pero fueron más o menos éstas:

«Yaveh, por medio de los Serafines y Querubines, derrame su bendición sobre Ti, con ciencia, inteligencia y fortaleza».

No recuerdo bien si fueron estas tres últimas palabras; pero eran tres gracias o dones para el espíritu, el alma y el cuerpo, y allí estaba contenido todo lo que cada uno necesita para presentar al Señor un espíritu, un alma y un cuerpo renovados.

Mientras Jesús salía fuera del agua, los discípulos Saturnino y Andrés, que estaban a la derecha del Bautista, sobre la piedra triangular, sostenían una tela, que pusieron sobre Él para que se secara, y una túnica blanca y larga.

Al detenerse Jesús sobre la piedra triangular roja, a la derecha de la entrada de la fuente, pusieron sus manos sobre sus hombros, y Juan sobre su cabeza.

Hasta entonces se ponía a los bautizados sólo un paño pequeño; pero después del bautismo de Jesús se usó otro más extenso.

 

LA VOZ DEL PADRE DESPUÉS DEL BAUTISMO

Cuando estaban por subir las gradas para salir de la fuente se oyó la voz de Dios sobre Jesús, detenido solo en la piedra en oración.

Llegó como una ráfaga de viento desde el cielo y un trueno; de modo que todos los presentes se atemorizaron y miraron hacia arriba.

Descendió una nube blanca luminosa, y yo vi una figura alada sobre Jesús, que le llenó como un torrente.

He visto el cielo abierto, y vi la aparición del Padre celestial en forma y rostro común, y oí la voz que resonaba:

«Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias».

Era una voz como dentro del trueno.
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Jesús estaba completamente rodeado de luz y apenas se le podía mirar: su rostro era transparente.
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He visto ángeles en torno de Él.

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A cierta distancia, sobre las aguas del Jordán, vi a Satanás en figura oscura, como nube negra, donde se agitaba una confusión de sabandijas y de reptiles de todas clases.

Era la representación de cómo todo lo malo, todo lo pecaminoso, todo lo ponzoñoso de la región se concentraba allí, en su origen, huyendo de la presencia del Espíritu Santo que se había difundido en Jesús.

Era algo espantoso y horrible, que contrastaba mejor con la claridad y la luz que se difundía en torno de Jesús y del lugar del bautismo.

La misma fuente brillaba hasta el fondo; todo estaba como transfigurado.

Se veían las cuatro piedras, sobre las cuales había estado el Arca de la Alianza, resplandecer con brillo de regocijo en, el fondo de la fuente, y en las doce piedras donde habían estado los levitas aparecieron ángeles en oración, porque el Espíritu de Dios había dado testimonio delante de todos los hombres sobre

Aquél que debía ser la piedra viva, la piedra preciosa elegida, la piedra angular de la Iglesia.

De este modo nosotros debemos, como piedras vivas, formar un edificio espiritual y un espiritual sacerdocio, para poder ofrecer a Dios sacrificios aceptables, como sobre un altar, por medio de su Hijo divino en quien sólo encuentra sus complacencias.

Después de esto, Jesús se dirigió a la tienda. Saturnino le trajo sus vestidos, que Lázaro había tenido en custodia, y Jesús volvió a ponérselos.

Ya vestido, salió Jesús de la tienda, y, rodeado de sus discípulos, se colocó en el lugar libre de la isla al lado del arbolito central.

Entonces Juan habló con viveza y gran alegría al pueblo, dando testimonio de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios y el prometido y esperado Mesías.

Para confirmar su testimonio recordó las profecías de los patriarcas y profetas y señaló su cumplimiento, diciendo lo que él había visto y lo que todos habían oído ahora, agregando que no bien Jesús volviera, después de una ausencia, él, Juan, desaparecería del lugar.

Dijo también que en ese lugar había estado el Arca, cuando Israel recibió en herencia la tierra prometida y que ahora se producía el cumplimiento de la Alianza, de lo cual daba testimonio el mismo Dios Padre en su Hijo divino.

Recomendóles que siguiesen a Jesús, llamando feliz el día del cumplimiento de la promesa para Israel.

Mientras tanto habían llegado otras personas, entre ellas amigos de Jesús: Nicodemo, Obed, José de Arimatea, Juan Marcos y otros varios que había visto entre la turba. Juan dijo a Andrés que hablase en Galilea del bautismo de Jesús como Mesías.

Jesús, por su parte, dio testimonio de Juan, afirmando que había hablado verdad; añadió que se alejaría por algún tiempo; pero que luego viniesen a Él todos los enfermos y afligidos, pues quería consolarlos y ayudarlos; que se preparasen entretanto con penitencia y buenas obras.

Dijo que se alejaba por algún tiempo para luego entrar en el reino que su Padre le había encomendado.

Jesús expresó esto como en la parábola del Hijo del Rey, que antes de cumplir la voluntad de su Padre, quería recogerse, implorar su ayuda y prepararse.

Había entre los oyentes algunos fariseos, los cuales tomaron estas palabras en un sentido burlesco, diciendo:

«Quizás no sea el hijo del carpintero, como pensamos, sino el hijo bastardo de algún rey, y ahora quiere ir allá, juntar gente y luego venir a tomar Jerusalén».

Les parecía todo esto muy curioso e insensato.

En cuanto a Juan continuó ese día bautizando a los presentes sobre la isla de la fuente de Jesús: eran, en su mayoría, de los escasos hombres que fueron más tarde discípulos de Jesús.

Entraban en el agua que rodeaba la fuente y Juan los bautizaba desde el borde. Jesús, con sus nueve discípulos y otros que se le agregaron, partió de allí. Le siguieron Lázaro, Andrés y Saturnino.

Habían llenado, por orden de Jesús, un recipiente con el agua del bautismo de Jesús y lo llevaban consigo.

Los presentes se echaron a los pies de Jesús, rogándole se quedara con ellos. Jesús les prometió volver muy pronto, y se alejó.

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