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La parusía es la fuente de certeza y de valor para el cristiano, por Benedicto XVI

El tema de la resurrección abre una nueva perspectiva, la de la espera de la vuelta del Señor, y por ello nos lleva a reflexionar sobre la relación entre el tiempo presente, tiempo de la Iglesia y del Reino de Cristo, y el futuro (éschaton) que nos espera, cuando Cristo entregará el Reino al Padre (cfr 1 Cor 15,24). Todo discurso cristiano sobre las realidades últimas, llamado escatología, parte siempre del acontecimiento de la resurrección: en este acontecimiento las realidades últimas ya han empezado y, en un cierto sentido, ya están presentes.

Probablemente en el año 52 san Pablo escribió la primera de sus cartas, la primera Carta a los Tesalonicenses, donde habla de esta vuelta de Jesús, llamada parusía, adviento, nueva y definitiva y manifiesta presencia (cfr 4,13-18). A los Tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, el Apóstol escribe así: «si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús» (4,14). Y continua: «los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires» (4,16-17). Pablo describe la parusía de Cristo con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es «estar con el Señor»; en cuanto creyentes, en nuestra vida nosotros ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado.

En la segunda Carta a los Tesalonicenses, Pablo cambia la perspectiva; habla de acontecimientos negativos, que deberán preceder al final y conclusivo. No hay que dejarse engañar -dice- como si el día del Señor fuese verdaderamente inminente, según un cálculo cronológico: «Por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera» (2,1-3).

La continuación de este texto anuncia que antes de la llegada del Señor estará la apostasía y se revelará el no mejor identificado «hombre inicuo», el «hijo de la perdición» (2,3), que la tradición llamará después el Anticristo. Pero la intención de esta Carta de san Pablo es sobre todo práctica; escribe: «cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan» (3, 10-12). En otras palabras, la espera de la parusía de Jesús no dispensa del trabajo en este mundo, sino al contrario, crea responsabilidades ante el Juez divino sobre nuestro actuar en este mundo. Precisamente así crece nuestra responsabilidad de trabajar en y para este mundo. Veremos lo mismo el próximo domingo en el Evangelio de los talentos, donde el Señor nos dice que ha confiado talentos a todos y el Juez nos pedirá cuentas de ellos diciendo: ¿Habéis traído fruto? Por tanto la espera de su venida implica responsabilidad hacia este mundo.

La misma cosa y el mismo nexo entre parusía – vuelta del Juez-Salvador – y nuestro compromiso en la vida aparece en otro contexto y con aspectos nuevos en la Carta a los Filipenses. Pablo está en la cárcel y espera la sentencia, que puede ser de condena a muerte. En esta situación piensa en su futuro estar con el Señor, pero piensa también en la comunidad de Filipos, que necesita a su padre, Pablo, y escribe: «para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger… Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús, cuando yo vuelva a estar entre vosotros» (1, 21-26).

Pablo no tiene miedo a la muerte, al contrario: esta indica de hecho el completo ser con Cristo. Pero Pablo participa también de los sentimientos de Cristo, el cual no ha vivido para sí mismo, sino para nosotros. Vivir para los demás se convierte en el programa de su vida y por ello muestra su perfecta disponibilidad a la voluntad de Dios, a lo que Dios decida. Está disponible sobre todo, también en el futuro, a vivir en la tierra para los demás, a vivir por Cristo, a vivir por su presencia viva y así para la renovación del mundo. Vemos que este ser suyo con Cristo crea a gran libertad interior: libertad ante la amenaza de la muerte, pero libertad también ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida. Estaba sencillamente disponible para Dios y realmente libre.

Y pasamos ahora, tras haber examinado los diversos aspectos de la espera de la parusía de Cristo, a preguntarnos: ¿cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano hacia las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo?

La primera actitud es la certeza de que Jesús ha resucitado, está con el Padre, y por eso está con nosotros, para siempre. Y nadie es más fuerte que Cristo, porque Él está con el Padre, está con nosotros. Por eso estamos seguros, liberados del miedo. Este era un efecto esencial de la predicación cristiana. El miedo a los espíritus, a los dioses, estaba difundido en todo el mundo antiguo. Y también hoy los misioneros, junto con tantos elementos buenos de las religiones naturales, encuentran el miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que nos amenazan. Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos estos poderes. Con esta certeza, con esta libertad, con esta alegría vivimos. Este es el primer aspecto de nuestro vivir hacia el futuro.

En segundo lugar, la certeza de que Cristo está conmigo. Y de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, esto da también certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy para el mundo el futuro está oscuro, hay miedo al futuro, mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor para afrontar el futuro.

Finalmente, la tercera actitud. El Juez que vuelve -es juez y salvador a la vez- nos ha dejado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra tercera actitud es: responsabilidad hacia el mundo, hacia los hermanos ante Cristo, y al mismo tiempo también certeza de su misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios solo puede ser misericordioso. Esto sería un engaño. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad. Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, sea renovado. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es el juez verdadero, estamos seguros también de que este juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran valor.

Un dato ulterior de la enseñanza paulina sobre la escatología es el de la universalidad de la llamada a la fe, que reúne a judíos y gentiles, es decir, a los paganos, como signo y anticipación de la realidad futura, por lo que podemos decir que estamos sentados ya en el cielo con Jesucristo, pero para mostrar a los siglos futuros la riqueza de la gracia (cfr Ef 2,6s): el después se convierte en un antes para hacer evidente el estado de realización incipiente en que vivimos. Esto hace tolerables los sufrimientos del momento presente, que no son comparables a la gloria futura (cfr Rm 8,18). Se camina en la fe y no en la visión, y aunque fuese preferible exiliarse del cuerpo y habitar con el Señor, lo que cuenta en definitiva, morando en el cuerpo o saliendo de él, es ser agradable a Dios (cfr 2 Cor 5,7-9).

Finalmente, un último punto que quizás parece un poco difícil para nosotros. San Pablo en la conclusión de su segunda Carta a los Corintios repite y pone en boca también a los Corintios una oración nacida en las primeras comunidades cristianas del área de Palestina: Maranà, thà! que literalmente significa «Señor nuestro, ¡ven!» (16,22). Era la oración de la primera comunidad cristiana, y también el último libro del Nuevo testamento, el Apocalipsis, se cierra con esta oración: «¡Señor, ven!». ¿Podemos rezar también nosotros así? Me parece que para nosotros hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para que perezca este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, para que venga el juicio último y el juez, Cristo. Creo que si no nos atrevemos a rezar sinceramente así por muchos motivos, sin embargo de una forma justa y correcta podemos también decir con los primeros cristianos: «¡Ven, Señor Jesús!».

Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra parte, queremos que termine este mundo injusto. También nosotros queremos que el mundo sea profundamente cambiado, que comience la civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre.

Queremos todo esto: ¿y cómo podría suceder sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará realmente un mundo justo y renovado. Y aunque de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: ¡Ven, Señor! Ven a tu mundo, en la forma que tú sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también entre esos ricos que te han olvidado, que viven solo para sí mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu mundo y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestros corazones, ven y renueva nuestra vida, ven a nuestro corazón para que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia suya. En este sentido rezamos con san Pablo: ¿Maranà, thà! «¡Ven, Señor Jesús»!, y rezamos para que Cristo esté realmente presente hoy en nuestro mundo y lo renueve.

Fuente: Intervención en la audiencia general de Benedicto XVI en ciudad del Vaticano, el miércoles 12 noviembre 2008.

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Doctrina Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA REFLEXIONES Y DOCTRINA

¿Se equivocó Jesús sobre el momento de su segunda venida?

Jesucristo responde a dos preguntas: cuándo ocurrirá la destrucción del Templo (que profetiza en Mt 24,2) y su Segunda Venida. Las dos cosas no tienen lugar en el mismo momento, pero según el conocimiento profético una es «tipo» (typós, figura) de la otra (antitypo), y Jesús las mezcla en su respuesta.

La objeción fue ya presentada en el siglo XIX por la llamada escuela de la «Teoría escatológica», o «Tesis de la escatología consecuente», de origen protestante liberal. Entre sus mentores hay que citar a los racionalistas W. Baldensperger, J. Weiss, W. Wrede, A. Schweitzer y A. Loisy. Puede leerse la argumentación y refutación de la misma en el clásico libro de Albert Lang, «Teología fundamental», Rialp, Madrid 1975, tomo I, p. 70 y siguientes.

Un excelente análisis de estos textos, desde el punto de vista escriturístico y apologético puede encontrarlo en L. de Grandmaison, Jesucristo, Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1941, pp. 430-461 (se trata éste de uno de los libros más importantes que se han escrito sobre la persona y pensamiento de Jesucristo; ha sido publicado nuevamente este año 2000).

Si Usted lee bien los textos, Jesucristo responde a dos preguntas: cuándo ocurrirá la destrucción del Templo (que profetiza en Mt 24,2) y su Segunda Venida. Las dos cosas no tienen lugar en el mismo momento, pero según el conocimiento profético una es «tipo» (typós, figura) de la otra (antitypo). Jesucristo, pues, responde mezclando, como todos los profetas, ambas respuestas. Por eso, así como se refiere a dos acontecimientos distintos, así hay dos respuestas distintas, aunque unidas.

1) No pasará esta generación: la destrucción de Jerusalén y del Templo tuvo lugar durante la vida de la generación a la que Jesús hablaba. De hecho, según cuenta Eusebio de Cesarea, recordando estas palabras de Cristo, los cristianos de Jerusalén al escuchar hablar del avance romano cerca del año 70, huyeron a los montes y se salvaron (y extendieron la fe cristiana); en cambio, los judíos confiaron que podrían resistir y sucumbieron en el monstruoso asedio de Jerusalén o quedaron esclavizados después de él.

2) Parte de las palabras de este discurso se refiere al fin del mundo. De este dice claramente Jesús que nadie sabe ni el día ni la hora en que ocurrirá, ni siquiera los ángeles ni siquiera «el Hijo» (expresión ésta que significa que el Hijo no puede tomar la iniciativa de manifestarlo, como indica el término «conocer» que tiene un sentido práctico). Para más detalles puede ver el detallado comentario de Manuel de Tuya, «Biblia Comentada», B.A.C., Madrid, 1974; tomo II, págs. 514-536.

Le transcribo parte del comentario del teólogo que en Argentina más estudió el tema escatológico: «Cristo juntó la Primera con la Segunda Profecía –y esto es una gravísima dificultad de este paso del Evangelio– o mejor dicho, hizo de la Primera el typoo emblema de la Segunda. Los Apóstoles le preguntaron todo junto; y El respondió todo junto. ‘Dinos cuándo serán todas esas cosas y qué señales habrá de tu Venida y la consumación del siglo…’. ‘Todas estas cosas’ eran para ellos la destrucción de Jerusalén –a la cual había aludido Cristo mirando al Templo– y el fin del mundo; pues creían erróneamente que el Templo habría de durar hasta el fin del mundo. Hubiese sido muy cómodo para nosotros que Cristo respondiera: ‘Estáis equivocados; primero sucederá la destrucción de Jerusalén y después de un largo intersticio el fin del mundo; ahora voy a daros las señales del fin de Jerusalén y después las del fin del mundo.’ Pero Cristo no lo hizo así; comenzó un largo discurso en que dio conjuntamente los signos precursores de los dos grandes Sucesos, de los cuales el uno es figura del otro; y terminó su discurso con estas dificultosísimas palabras:

‘Palabra de honor os digo que no pasará esta generación

Sin que todas estas cosas se cumplan…

Pero de aquel día y de aquella hora nadie sabe.

Ni siquiera los Ángeles del Cielo. Sino solamente el Padre.’

La impiedad contemporánea –siguiendo a la llamada escuela escatológica, fundada por Johann Weis en 1900– saca de estas palabras una objeción contra Cristo, negando en virtud de ellas que Cristo fuese Dios y ni siquiera un Profeta medianejo: porque ‘se equivocó’: creía que el fin del mundo estaba próximo, en el espacio de su generación, ‘a unos 40 años de distancia’. Según Johann Weis y sus discípulos, el fondo y médula de toda la prédica de Cristo fue esa idea de que el mundo estaba cercano a la Catástrofe Final, predicha por el Profeta Daniel; después de la cual vendría una especie de restauración divina, llamada el Reino de Dios; y que Cristo fue un interesante visionario judío; pero tan Dios, tan Mesías, y tan Profeta como yo y usted.

El único argumento que tienen para barrer con todo el resto del Evangelio –donde con toda evidencia Cristo supone el intersticio entre su muerte y el fin del mundo, tanto en la fundación de su Iglesia, como en varias parábolas– son esas palabras; ‘no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla’, las cuales se cumplieron efectivamente con la destrucción de Jerusalén.

–Pero no vino el fin del mundo.

–Del fin del mundo, añadió Cristo que no sabemos ni sabremos ja­más el día ni la hora.

–Pero ¿por qué no separó Cristo los dos sucesos, si es que conocía el futuro, como Dios y como Profeta?

–Por alguna razón que Él tuvo, y que es muy buena aunque ni usted ni yo la sepamos. Y justamente quizá por esa misma razón de que fue profeta: puesto que así es el estilo profético.

–¿Cuál? ¿Hacer confusión?

–No; ver en un suceso próximo, llamado typo, otro suceso más re­moto y arcano llamado antitypo; y así Cristo vio por transparencia en la ruina de Jerusalén el fin del ‘siglo’; y si no reveló más de lo que aquí está, es porque no se puede revelar, o no nos conviene.

La otra dificultad grave que hay en este discurso es que por un lado se nos dice que no sabremos jamás ‘el día ni la hora’ del Gran Derrumbe, el cual será repentino ‘como el relámpago’; y por otro lado se pone Cristo muy solícito a dar señales y signos para marcarlo, cargando a los suyos de que anden ojos abiertos y sepan conocer los ‘signos de los tiempos’, como conocen que viene el verano cuando reverdece la higuera. ¿En qué quedamos? Si no se puede saber ¿para qué dar señales?

No podremos conocer nunca con exactitud la fecha de la Parusía, pero podremos conocer su inminencia y su proximidad. Y así los primeros cristianos, residentes en Jerusalén hacia el año 70, conocieron que se verificaban las señales de Cristo, y siguiendo su palabra: ‘Entonces, los que estén en Judea huyan a los montes; y eso sin detenerse un momento’ se refugiaron en la aldea montañosa de Pella y salvaron, de la horripilante masacre que hicieron de Sión las tropas de Vespasiano y Tito, el núcleo de la primera Iglesia…» (Leonardo Castellani, «El Evangelio de Jesucristo»).

Fuente: «El Teólogo Responde» del IVE. Responde el P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.

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Catequesis sobre María Doctrina FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María REFLEXIONES Y DOCTRINA

La misión encomendada a la Santísima Virgen María en los Últimos Tiempos

En el punto culminante de la revelación sobre los últimos tiempos, Dios manifiesta la misión encomendada a la Santísima Virgen María (Apocalipsis: 11:15-19; 12: 1-2 y 10):

“Tocó el séptimo Ángel. Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: «Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos». Y los veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: «Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra». Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el Arca de su Alianza en el Santuario, y se produjeron relámpagos, y fragor, y truenos, y temblor de tierra y fuerte granizada.

Y una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz (…) Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: «Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo…»”.

A lo largo de toda la historia de la Iglesia hubo quienes se ocuparon de recordar y destacar que María Santísima es “el Gran Signo de Dios sobre la tierra”.

Entre aquellos que han enseñado y predicado la misión providencial de la Madre de Dios se destaca San Luís Maria Grignion de Montfort.

Este enamorado de María nació en 1673 y murió en 1716; fue un valiente defensor de la fe católica, un predicador elocuente de la Cruz y del Rosario, un devoto esclavo de Jesús en María y un propagador infatigable de la esclavitud mariana.

En su admirable Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, el santo misionero anuncia, con acentos de profeta, que pronto el Reino de Jesús por María se establecerá en las almas:

[113] “Hoy me siento más que nunca animado a creer y esperar aquello que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace muchos años, a saber, que tarde o temprano, la Santísima Virgen tenga más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca y que, por este medio, Jesucristo, reine como nunca en los corazones.”

[114] “Preveo claramente que muchas bestias rugientes llegan furiosas a destrozar con sus diabólicos dientes este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo o sepultar, al menos, estas líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre, a fin de que no sea publicado. Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica. Pero, ¡qué importa! ¡Tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, la formación de un escuadrón de aguerridos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida, en los tiempos como nunca peligrosos que van a llegar! «¡Qué el lector comprenda!» «¡Entiéndalo el que pueda!»”

La profecía concerniente al Tratado de la Verdadera Devoción se cumplió al pie de la letra: en efecto, sólo en 1824 el manuscrito fue recuperado del fondo de un cofre donde se hallaba enterrado.

El oráculo debe cumplirse también respecto de la extensión del Reino de María…

¿Qué tiempo ha sido más peligroso para la Iglesia y para las almas que el nuestro? Por todas partes el error y la mentira llevan a cabo una batalla sacrílega contra la Verdad.

Pero, contra la apostasía generalizada, la piedad y la devoción marianas se desarrollan, y las palabras de la Sagrada Escritura cobran una tangible realidad: “Un Gran Signo apareció en el cielo”.

Sí, vivimos en plena época de actividad mariana. La Santísima Virgen María está intentando con su intervención forzar a sus hijos a rectificar el camino de apostasía emprendido por la humanidad.

Algunos intérpretes ven en el Arca de la Alianza a la Santísima Virgen María (Foederis Arca) visible en la tierra en los últimos tiempos. Puede significar sus apariciones, su devoción aumentada, la definición dogmática de sus glorias, privilegios y prerrogativas… o mejor, todo ello junto.

 

MANIFESTACIÓN DE MARÍA, LOS ÚLTIMOS TIEMPOS Y LA PARUSÍA

Según la tesis de San Luís Maria Grignion, la manifestación de la Santísima Virgen estaba reservada para los últimos tiempos, como él lo afirma claramente en el Tratado de la Verdadera Devoción:

[49] “Por María ha comenzado la salvación del mundo y por María debe ser consumada. María casi no ha aparecido en el primer advenimiento de Jesucristo… Pero, en el segundo María debe ser conocida y revelada mediante el Espíritu Santo, a fin de hacer por Ella conocer, amar y servir a Jesucristo”.

[50] “Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos”.

San Luís María pone estos últimos tiempos en relación con la Parusía o Segunda Venida de Nuestro Señor:

[50] “Dios quiere, pues, revelar y manifestar a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos (…) porque Ella es la aurora que precede y anuncia al Sol de Justicia, Jesucristo, y por lo mismo, debe ser conocida y manifestada, si queremos que Jesucristo lo sea (…) porque Ella es el camino por donde vino Jesucristo a nosotros la primera vez y lo será también cuando venga la segunda, aunque de modo diferente (…) porque María debe resplandecer más que nunca en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia (…) porque María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces «como un ejército en orden de batalla» sobre todo en estos últimos tiempos, porque el diablo sabiendo que le queda poco tiempo y menos que nunca para perder a las gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los demás.”

Estos últimos tiempos están relacionados por el Santo con la plena manifestación de la Santísima Virgen y con el Anticristo, y no con una época más remota; en efecto, San Luís dice:

[51] “Es principalmente de estas últimas y crueles persecuciones del diablo, que aumentarán todos los días hasta el reinado del Anticristo, de las que se debe entender esta primera y célebre predicción y maldición de Dios, lanzada en el paraíso terrenal contra la serpiente: «Yo pondré enemistades entre tí y la mujer, y tu raza y la suya; ella misma te aplastará la cabeza y tú pondrás asechanzas a su talón»” (Gén. 3:15)

Cuando el Santo escribía estas cosas pensaba que ocurrirían próximamente, y no como algo perdido en la lejanía de los tiempos venideros de la historia; podemos confirmarlo en el texto siguiente:

[47] “He dicho que esto acontecerá especialmente hacia el fin del mundo y muy pronto”

La Verdadera Devoción marial tiene una connotación apocalíptica esencial; separarlas equivale a adulterar el mensaje de San Luís y a desnaturalizar la esclavitud mariana.

San Luís María comienza su Tratado relacionando sin ninguna duda el Reino de Jesucristo y su Parusía con la devoción a la Santísima Virgen:

[1] “Por la Santísima Virgen Jesucristo ha venido al mundo y también por Ella debe reinar en él”

[13] “La divina María ha estado desconocida hasta aquí, que es una de las razones por qué Jesucristo no es conocido como debe serlo. Si, pues, como es cierto, el conocimiento y el Reino de Jesucristo llegan al mundo, ello no será sino continuación necesaria del conocimiento y del Reino de la Santísima Virgen, que lo dio a la luz la primera vez y lo hará resplandecer la segunda”

San Luís María precisa, pues, la connotación íntima entre los últimos tiempos y la devoción mariana: la manifestación de la Virgen María es para el santo un hecho que señala claramente los tiempos apocalípticos, los últimos, de los cuales nos hablan las Sagradas Escrituras.

Ahora bien, todas las apariciones marianas a partir del siglo XIX constituyen un mensaje celeste para advertirnos de que estamos indudablemente en los últimos tiempos, en el fin de los tiempos, que presagian la Segunda Venida de Jesucristo.

A partir de 1830, en París, asistimos a una serie de apariciones de Nuestra Señora; este hecho prueba, de manera irrefutable, que nos encontramos en los últimos tiempos descriptos por el Apocalipsis que, como indica San Luís María, están reservados para la verdadera devoción mariana.

Con la aparición de La Salette, en 1846, Nuestra Señora deja un mensaje netamente apocalíptico, en el cual se anuncia el eclipse de la Iglesia y la perdida de la fe, incluso en Roma, que no sólo perderá la fe, sino que llegará a ser la sede del Anticristo.

 

FÁTIMA Y EL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

El secreto de Fátima, comunicado a los tres videntes el 13 de julio de 1917, concluye por una promesa que nos establece en una gran esperanza. En efecto, la Virgen Inmaculada anuncia que el terrible combate de los últimos tiempos llega a una etapa crucial en 1960, pero que terminará por la victoria final de su Corazón Inmaculado.

Si bien la conclusión del Secreto no anuncia de una manera explícita que el triunfo del Corazón Inmaculado será de orden universal, todo el contexto lo implica indudablemente. El Secreto tiene, en efecto, de una punta a la otra, un alcance mundial.

En el texto, la palabra “mundo” se repite cuatro veces:

Es “en el mundo” que Dios quiere establecer la devoción al Corazón Inmaculado de María.

Si no obedecen a los pedidos de Nuestra Señora, es “el mundo” que será castigado por Dios a causa de sus crímenes.

Es “a través del mundo” que Rusia expandirá sus errores.

Es finalmente “al mundo” que será dado un cierto tiempo de paz.

Por lo tanto, cuando Nuestra Señora anuncia solemnemente “Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará”, se trata de un triunfo universal.

El culto de este dulce y tierno Corazón Inmaculado preparará la instauración del Reino glorioso del Sagrado Corazón de Jesús en toda la tierra.

Esto es lo que enseña, con claridad y fuerza, San Luís María Grignion de Montfort, el profeta de la victoria de María en el gran combate de los últimos tiempos, cuya inminencia prevé.

El santo asocia, no solamente la manifestación y el conocimiento de María a la Segunda Venida de Nuestro Señor, sino también que ésta tiene por finalidad hacer reinar a Jesucristo sobre la tierra:

[158] “Y si mi amable Jesús viene, en su gloria, por segunda vez a la tierra (como es cierto) para reinar en ella, no elegirá otro camino para su viaje que la divina María, por la cual tan segura y perfectamente ha venido por primera vez. La diferencia que habrá entre su primera venida y la última, es que la primera ha sido secreta y escondida, la segunda será gloriosa y resplandeciente; pero ambas serán perfectas, porque las dos serán por María. ¡Ay! He aquí un misterio incomprensible: «Hic taceat omnis lingua» (Calle aquí toda lengua)”

Esta idea la encontramos también en el número 13, que ya hemos citado:

[13] “Si, pues, como es cierto, el conocimiento y el Reino de Jesucristo llegan al mundo, ello no será sino continuación necesaria del conocimiento y del Reino de la Santísima Virgen, que lo dio a la luz la primera vez y lo hará resplandecer la segunda”

En su libro El Secreto de María, el Santo pone magistralmente la devoción mariana en relación con la Segunda Venida y el Reino de Cristo:

[58] “Así como por María vino Dios al mundo la vez primera en humildad y anonadamiento, ¿no podría también decirse que por María vendrá la segunda vez, como toda la Iglesia lo espera, para reinar en todas partes y juzgar a los vivos y a los muertos? Cómo y cuándo, ¿quién lo sabe? Pero yo bien sé que Dios, cuyos pensamientos se apartan de los nuestros más que el cielo de la tierra, vendrá en el tiempo y en el modo menos esperados de los hombres, aun de los más sabios y entendidos en la Escritura Santa, que está en este punto muy oscura”.

[59] “Pero todavía debe creerse que al fin de los tiempos, y tal vez más pronto de lo que se piensa, suscitará Dios grandes hombres llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María, por los cuales esta divina Soberana hará grandes maravillas en la tierra, para destruir en ella el pecado y establecer el reinado de Jesucristo, su Hijo, sobre el corrompido mundo; y por medio de esta devoción a la Santísima Virgen, que no hago más que descubrir a grandes rasgos, empequeñeciéndola con mi miseria, estos santos personajes saldrán con todo”.

El pensamiento del Santo es claro y su expresión también: por María llegará el Reino de Jesús, al fin de los tiempos, después de su Parusía.

Para San Luís Maria el triunfo es por la Parusía y por intermedio de la Virgen. Basta recordar lo que dice insistentemente:

[13] “Si, pues, como es cierto, el conocimiento y el Reino de Jesucristo llegan al mundo, ello no será sino continuación necesaria del conocimiento y del Reino de la Santísima Virgen, que lo dio a la luz la primera vez y lo hará resplandecer la segunda”.

San Luís María identifica Parusía y Reino de Cristo.

Recordemos la Oración abrasada, que es eminentemente apocalíptica:

“Acordaos, Señor, de esta Comunidad en los efectos de vuestra justicia. Es tiempo de hacer lo que habéis prometido hacer. Vuestra divina ley es transgredida; vuestro Evangelio abandonado; los torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y hasta arrastran a vuestros servidores; toda la tierra está desolada; la impiedad está sobre el trono; vuestro santuario es profanado, y la abominación está hasta en el lugar santo. ¿Dejaréis todo, así, en el abandono, justo Señor, Dios de las venganzas? ¿Llegará a ser todo, al fin, como Sodoma y Gomorra? ¿Os callaréis siempre? ¿No es preciso que vuestra voluntad se haga en la tierra como en el cielo, y que venga vuestro reino? ¿No habéis mostrado de antemano a algunos de vuestros amigos una futura renovación de vuestra Iglesia? ¿No deben los judíos convertirse a la verdad? ¿No es eso lo que la Iglesia espera? ¿No Os claman justicia todos los santos del cielo: vindica? ¿No Os dicen todos los justos de la tierra: Amen, veni Domine? Todas las criaturas, hasta las más insensibles, gimen bajo el peso de los innumerables pecados de Babilonia, y piden vuestra venida para restablecer todas las cosas”

Es totalmente claro que el triunfo debe venir por la intervención de Jesucristo en su Parusía.

Esto excluye el triunfo antes de la Parusía; porque, además, el triunfo es el Reino de Cristo sobre la tierra, después de la Segunda Venida.

El Santo identifica en sus escritos Parusía – Triunfo – Reino.

Quien no comprenda que San Luís enseña esto, no comprende nada sobre la doctrina del Santo.

 

LA PROMESA DEL TRIUNFO UNIVERSAL DEL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

El mensaje de Fátima nos enseña que en el momento de la gran apostasía será la devoción a la Santísima Virgen, y más precisamente la práctica de la reparación a su Corazón Inmaculado, que los purificara a todos del veneno del error y de las seducciones de Satán, y que los conducirá a Dios.

El Padre Maximiliano Kolbe, sin saber nada, aparentemente, de las apariciones de Fátima, conocía la misión que Dios ha confiado a la Virgen Inmaculada en el combate apocalíptico:

“Nuestra época es la época de la Inmaculada. La serpiente levanta la cabeza sobre toda la tierra; pero la Inmaculada va a aplastarla por victorias decisivas, bien que él no cesa de acechar a su talón.
Bajo el estandarte de la Inmaculada se librará una gran batalla, y nosotros haremos ondular sus estandartes en las fortalezas del Príncipe de tinieblas.
Entonces las herejías y los cismas se extinguirán, y los pecadores empedernidos, gracias a la Inmaculada, volverán a Dios, a su Corazón lleno de amor, y todos los paganos se harán bautizar.
De este modo se cumplirá lo que Santa Catalina Labouré
(a quien la Inmaculada reveló la Medalla Milagrosa) había previsto, es decir, que la Inmaculada será la «Reina del mundo entero» y «de cada uno en particular»”.

El Reverendo Padre Emmanuel escribía en diciembre 1880:

“Muchas veces usted habrá escuchado que se dice que «un día sigue a otro día sin que se parezcan»; pues bien, yo le digo que «muchas veces las horas se parecen sin que se sigan».
Debemos ante todo velar, como en aquella «hora» de la cual habla Jesús. Un cierto día, a una cierta hora, las tinieblas reinaban sobre la tierra, y hombres de tinieblas llevaban a cabo obras de tinieblas… Nuestro Señor les dijo: «Esta es vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas».
Aquella hora pasó hace ya muchos siglos y, sin embargo, la hora presente tiene con ella muchas semejanzas.
Aquella fue la hora de la traición, esta es la hora de la mentira. La hora presente es la hora en que la fe se calla. Cuando la palabra pertenece a la mentira, la verdad permanece en silencio.
Las tinieblas de la hora presente nos hacen desear vivamente los esclarecimientos de la luz de arriba, y nada aparece. El sol está lejos de nosotros, la luna está velada, las estrellas están eclipsadas y puede ser que caigan del cielo; es la noche.
Puede ser que usted me pregunte: «¿Qué hace, mientras tanto Nuestra Señora de la Santa Esperanza?»
Ella relee su historia en un viejo libro, el libro de Job. Allí leemos estas palabras: «Lámpara despreciada por los ricos, preparada para el tiempo establecido» (12: 5).
«Lámpara». Nada más necesario en las horas de tinieblas. Demos gracias a Dios que nos ha proporcionado una lámpara para las horas trágicas que atravesamos.
«Lámpara despreciada». No tenida en cuenta, desconocida.
«Despreciada por los ricos». Incluso hay algunos que no se atreven a pronunciar su Nombre.
«Preparada». Ella espera… aguarda la hora marcada.
«Preparada para el tiempo establecido». Ese tiempo no es este tiempo, aquella hora no es esta hora. Esta hora pasará, y aquella hora llegará.
Debemos tener paciencia respecto de esta hora presente, y tenemos que obtener esperanza para aquella otra futura, que no tardará en llegar.
Seamos, más que nunca, fieles hijos de Nuestra Señora de la Santa Esperanza.”

Por lo tanto, mientras la noche de la “desorientación diabólica” se espesa, las palabras de la Virgen María resplandecen en nuestro cielo como una estrella: “Al fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”

La serpiente infernal será irreversiblemente derribada, su cabeza aplastada.

 

PROMESA IRREVOCABLE, INCONDICIONAL

De este modo, Nuestra Señora no nos ha dado una vaga e incierta promesa de victoria final, sino que ha indicado con precisión los acontecimientos maravillosos que suscitarán y establecerán el Reino Universal de su Corazón Inmaculado.

Sí, esta hora llegará, y nosotros podemos adelantarla respondiendo plenamente, por lo que toca a nuestra parte, a los pedidos de Nuestra Señora: la recitación cotidiana del Rosario y de las oraciones enseñadas por el Ángel y por la Virgen María; práctica de la Comunión reparadora de los Primeros Sábados; porte del Escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo como signo de nuestra consagración a su Corazón Inmaculado.

Concluyamos con San Luís María:

[217] “El alma de María estará en ti para glorificar al Señor y su espíritu su alborozará por ti en Dios, su Salvador, con tal que permanezcas fiel a las prácticas de esta devoción. «Que el alma de María more en cada uno para engrandecer al Señor, que el espíritu de María permanezca en cada uno para regocijarse en Dios».
¡Ay! ¿Cuándo llegará ese tiempo dichoso, dice un santo varón de nuestros días, ferviente enamorado de María, cuándo llegará ese tiempo dichoso en que Santa María sea restablecida como Señora y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su excelso y único Jesús?
¿Cuándo respirarán las almas a María como los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en la tierra, donde el Espíritu Santo al encontrar a su Esposa como reproducida en las almas vendrá a ellas con abundancia de sus dones y las llenará de ellos, especialmente del de sabiduría, para realizar maravillas de gracia. ¿Cuándo llegará, hermano mío, ese tiempo dichoso, ese siglo de María, en el que muchas almas escogidas y obtenidas del Altísimo por María, perdiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se transformarán en copias vivientes de la Santísima Virgen, para amar y glorificar a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará cuando se conozca y viva la devoción que yo enseño: «Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariæ!» «¡Señor, a fin de que venga tu reino, que venga el reino de María!»”

Fuente: Es la hora de María

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¿A donde van los niños muertos sin bautizar?

Una comisión teológica internacional reunida publicó en el 2007, con la revisión de Benedicto XVI, un texto que dice que Dios puede dar la gracia del bautismo sin que se administre el sacramento, «y este hecho se puede aplicar específicamente cuando la administración del bautismo sea imposible».

Ver el santuario del «respiro temporal» aquí NUESTRA SEÑORA DE AVIOTH, FRANCIA ( 16 DE JULIO). Y también los posts bajo el rótulo .

El problema es compaginar, por un lado, la infinita misericordia de Dios, que no puede excluir de la salvación eterna a los pequeños que no han cometido pecados personales; y por otro, la enseñanza fundamental de la existencia del pecado original y la necesidad del bautismo para su remisión.

El documento de la Comisión teológica internacional titulado “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin el bautismo”, discutido por la Comisión teológica internacional después de dos reuniones generales, en 2005 y 2006 y publicado con el “consentimiento” del Papa Benedicto XVI en 2007, observa que la enseñanza de que el bautismo es necesario para la salvación precisa ser entendida en el sentido de que fuera de Cristo no hay salvación.

La Comisión advierte que este planteamiento teológico, un nuevo modo de entender que se ha ido desarrollando en los últimos decenios, no se puede usar para negar la necesidad del bautismo a los niños o para retrasarlo. En realidad, «son razones para esperar que Dios salvará a esos niños, precisamente porque no fue posible hacer por ellos lo que hubiera sido lo más deseable, bautizarlos en la fe de la Iglesia e incorporarlos al cuerpo de Cristo».

ESPERANZA PARA LOS NIÑOS MUERTOS SIN BAUTIZAR
Padre Fernando Pascual L.C.

El tema del limbo de los niños tiene una importancia enorme, sobre todo para los millones de padres de familia que han visto morir a un hijo muy pequeño (antes o después de nacer) sin haberle podido ofrecer el don del bautismo.

La doctrina del limbo había sido elaborada, durante siglos, a partir de una serie de verdades fundamentales de la fe católica, pero con conclusiones que no parecían suficientemente claras.

Para profundizar en este tema fue publicado en la primavera de 2007 un Documento de la Comisión teológica internacional titulado “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin el bautismo”. El Documento había sido discutido por la Comisión teológica internacional después de dos reuniones generales, en 2005 y 2006. Posteriormente, el Cardenal William Levada, presidente de la Comisión, con el “consentimiento” del Papa Benedicto XVI, aprobó la publicación del texto.

A partir de ahora lo citaremos como “La esperanza de salvación…” indicando el número del parágrafo usado. Hay que aclarar que este Documento no puede ser considerado en todas sus partes como un acto del magisterio, si bien ofrece continuas referencias a textos de la Escritura, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.

El fin del Documento es claro: ofrecer una reflexión sobre el tema del limbo especialmente para aquellos padres de familia que han perdido un hijo (antes o después de nacer, cf. “La esperanza de salvación…” n. 68) sin haberlo podido bautizar, y que desean saber si su hijo llegará o no al cielo, si gozará de la visión de Dios.

El Documento tiene tres partes y 103 parágrafos. En la primera parte ofrece una historia de la doctrina teológica (que nunca había llegado a ser dogma de fe) sobre el limbo y la situación en la que se encontraba antes y después del Concilio Vaticano II. En la segunda parte profundiza en los principios teológicos y dogmáticos que han de ser tenidos presentes para continuar la reflexión sobre el tema y para explorar si tiene sentido seguir hablando del limbo. En la tercera parte se elabora una respuesta conclusiva y se muestran los motivos de esperanza que existen para pensar que la salvación de Cristo también llega, por caminos que no conocemos, a estos niños: podemos esperar que alcanzan, también ellos, la visión beatífica.

Es importante darnos cuenta de que no estamos ante un tema puramente especulativo, pues toca a millones de familias en todo el planeta: ¿qué será de este niño concreto, de este hijo que falleció cuando era muy pequeño, tal vez cuando era sólo un embrión o un feto, o al poco tiempo de nacer, y sin haber recibido el bautismo?
Encontrar una respuesta es posible sólo si tenemos presentes tres verdades profundas que conocemos desde nuestra fe cristiana, y que afectan la vida de todos los seres humanos. Tales verdades, presentadas de modo sintético (cf. “La esperanza de salvación…” n. 32), son las siguientes:

1. Dios quiere que todos los hombres se salven, según el texto conocido de 1Tm 2,4 (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 43-52).
2. La salvación es dada sólo a través de la participación en el misterio pascual de Cristo, es decir, por medio del bautismo (sacramental o recibido de alguna otra forma). Nadie puede salvarse (ni siquiera los niños que aún no tienen ninguna culpa personal) sin la gracia de Dios, en la que, en cierto modo, se incluye una relación explícita o implícita con la Iglesia (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 57-67, 82, 99).
3. Los niños no pueden entrar en el Reino de Dios si no han sido liberados del pecado original a través de la gracia redentora de Cristo (cf. “La esperanza de salvación…” n. 36)
.

Durante siglos, la Iglesia católica de rito latino ha reflexionado sobre estas verdades con la ayuda de las ideas de san Agustín. Agustín, en su polémica con Pelagio, pensaba que los niños muertos sin bautismo no podían alcanzar el cielo por no haber sido purificados del pecado original (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 15-18).

Las propuestas agustinianas han cuajado, a lo largo de los siglos, en la idea del limbo de los niños, un lugar en el que se encontrarían las almas de los niños muertos sin bautizar. En el limbo no habría castigos o serían mínimos (pues esos niños no han cometido ninguna culpa personal), pero quienes allí estuvieran destinados no podrían gozar de la visión de Dios que es propia de quienes ya están en el cielo (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 19-24).

La idea del limbo para los niños llegó a convertirse en una doctrina católica común, enseñada durante siglos a los fieles, hasta mediado el siglo XX. Sin embargo, hay que recordarlo, nunca fue declarada como dogma de fe ni como algo definitivo: era una tesis teológica ampliamente difundida (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 26, 40, 70).

En el siglo XX los teólogos buscaron nuevos caminos para estudiar el tema, especialmente para conciliar la voluntad salvífica de Dios, que también miraría a los niños que mueren, antes o después de nacer, sin haber recibido el bautismo, con la doctrina según la cual sólo a través de la eliminación del pecado original es posible lograr la visión beatífica.

El bautismo sacramental, lo sabemos, es el camino querido por Dios para introducirnos en el mundo de la salvación. ¿Puede Dios actuar su designio salvador a través de otros caminos? ¿Es posi
ble que un niño no bautizado sea librado del pecado original a través de una participación especial en el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo? (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 27-41).

Un texto del Concilio Vaticano II ofrece caminos para replantear este tema. En Gaudium et spes n. 22 se nos explica cómo Cristo ha asociado a su misterio pascual a todos los hombres. De modo especial, están asociados los creyentes (los que han recibido el bautismo y viven coherentemente con su condición de hijos en el Hijo). Pero también, por vías que no conocemos, se unen a Cristo quienes no han sido bautizados. Dice el texto:

“(…) Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Gaudium et spes n. 22).

Este texto del concilio es citado numerosas veces en nuestro Documento (especialmente en los nn. 6, 31, 77, 81, 85, 88, 93, 96).

La forma normal para asociarse al misterio pascual es, como repite una y otra vez el Documento que estamos presentando, el bautismo. Por eso, según toda la tradición católica, sigue en pie la doctrina según la cual el bautismo es necesario para alcanzar la salvación (“La esperanza de salvación…” nn. 29, 61-67).
Entonces, ¿qué ocurre con los niños que mueren sin el bautismo? Desde la Revelación podemos esperar que Dios les ofrecerá el asociarse al misterio salvífico de Cristo, por caminos que no conocemos pero que Dios sí conoce. La oración que la misma Iglesia ofrece por esos niños es parte de esta esperanza, para quienes existe, desde hace varias décadas, una misa especial (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 5, 69, 100).

Esta es la clave del Documento: esperar y confiar en la “filantropía misericordiosa de Dios” (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 80-87), que puede actuar la salvación en esos niños por “otras vías”, distintas del bautismo pero con los mismos efectos propios de todo encuentro salvador con Cristo: quedan libres del pecado original y pueden, así, acceder a la visión de Dios, pueden entrar en el cielo (cf. “La esperanza de salvación…” n. 41).

En otras palabras, y aquí el Documento (n. 101) se limita a reproducir el Catecismo de la Iglesia Católica n. 1261, respecto de los niños muertos sin bautismo “la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis» (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo”.

Podríamos indicar otras muchas ideas de un Documento lleno de esperanza, que nos ayuda a profundizar en los designios amorosos de Dios a través de un tema muy concreto. Hay un punto que es sumamente hermoso que quisiéramos evidenciar ahora.

Quizá en el pasado, por influjo de san Agustín, se había puesto el énfasis (justamente) en la misteriosa relación de todo el género humano respecto de Adán, de los primeros padres, desde los cuales hemos heredado el pecado original.

Esta perspectiva, sin embargo, necesitaba ser completada con el énfasis debido que hay que dar a la relación de todos los hombres a Cristo. Hay que citar, en este sentido, una parte de Gaudium et spes n. 22: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”.

En otras palabras: los hombres y las mujeres de todos los tiempos estamos unidos no sólo por los lazos de sangre y por una misma humanidad (Adán), sino también por haber sido alcanzados por el Amor de Dios manifestado en Jesucristo, el Hombre perfecto que recapitula y explica plenamente nuestra condición humana. Más aún, la solidaridad humana con Cristo debe ser vista como prioritaria respecto de la solidaridad humana con Adán, y a esta luz hay que considerar el tema del destino de los niños que mueren sin haber recibido el bautismo (cf. “La esperanza de salvación…” nn. 91, 95).

La unión con Cristo, Redentor del hombre, se hace real a través del bautismo, en el cual el creyente queda insertado en Cristo. Cuando el bautismo no ha podido ser administrado a los niños, podemos esperar que el misterio salvador de Cristo llega a ellos de maneras que sólo Dios conoce.

Desde las reflexiones ofrecidas por este Documento, es posible entonces pensar que la doctrina del limbo de los niños quedaría “superada” (cf. “La esperanza de salvación…” n. 95). Queda claro que la Comisión teológica internacional no ofrece (no podría hacerlo) ninguna indicación concreta para “prohibir” la defensa de la existencia del limbo, aunque los elementos que ofrece serían suficientes para considerarla una teoría teológica del pasado.

Aunque “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin el bautismo” no sea un Documento vinculante (un acto del magisterio ordinario de la Iglesia), ofrece elementos suficientes para, por un lado, valorar aún más la importancia que tiene el bautismo como camino ordinario para la salvación: hay que administrarlo lo más pronto posible a los niños nacidos en los hogares cristianos. Por otro lado, nos presenta el Amor misericordioso de Dios revelado en Cristo de tal manera que nos permite esperar que aquellos niños (antes o después de su nacimiento) que mueren sin haber podido recibir este sacramento, serán salvados y alcanzarán, así, la visión beatífica por caminos que sólo Dios conoce y según el misterio de la Redención de Cristo (cf. “La esperanza de salvación…” n. 103).

ANOTACIONES SOBRE LA SUERTE ETERNA DE LOS NIÑOS MUERTOS SIN BAUTISMO

Cardenal Jorge Medina E.

El problema no es nuevo, pero hay, al parecer, elementos nuevos para abordarlo. No se indica bibliografía porque este pequeño escrito no pretende reestudiar todo el problema, sino subrayar más bien elementos que tienen cierta novedad (cierta, relativa, no absoluta novedad).

I. ¿De quién se trata?

1° De todos los seres humanos muertos antes del uso de la razón o sin uso de la razón:
a) De los fetos humanos muertos por causas naturales, hayan tenido o no conciencia sus madres acerca de su existencia.
b) De los fetos humanos privados de la vida por aborto.
c) De los niños nacidos y muertos antes de que hayan recibido el bautismo.
d) De los seres humanos adultos que no llegaron
a tener uso de razón.

2° No se trata de los adultos que no han llegado a tener conocimiento de Cristo, pero que llegaron a tener discernimiento moral.

3° No se hace hincapié en la situación de los padres con respecto a la fe, porque hacer distinciones sobre esa base podría aparecer como una discriminación infundada.

II. ALGUNOS PRINCIPIOS EN JUEGO

Bajo este título hay textos bíblicos, del Magisterio y de la liturgia y alguna consideración o reflexión que pudiera llamarse teológica.

A) Textos Bíblicos:
1) «El que creyera y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyera, se condenará» (Mc.16, 16). El texto se sitúa en el contexto de la evangelización y de su acogida por personas con uso de razón.

2) «A cuantos le recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre…» (Jn 1, 12). El contexto es el de personas adultas.

3) Jn 3, 3-6. El contexto mira directamente a un adulto, Nicodemo.

4) Dios, nuestro Salvador, «quiere que todos los hombres sean salvados y vengan al conocimiento de la verdad (1 Tm 12,4). El contexto se refiere a adultos.
No hay, al parecer, un texto bíblico que excluya en forma explícita de la salvación a los seres humanos muertos antes de recibir el bautismo y sin haber alcanzado el uso de razón. Esto, sin perjuicio de la Tradición y del Magisterio que afirman la necesidad del bautismo con necesidad de medio para la salvación. Pero ¿en qué sentido?

B) Textos del Magisterio:
1º Son clásicos los textos de Trento, DS 1614-1627, especialmente 1618 y el relativo 1524. Es importante el texto del Santo Oficio, DS 3866-3872. Ver el texto, matizado, de LG 14, donde la necesidad del bautismo es referida a quienes pudieran rechazarlo.

2° Hay un texto altamente significativo del Vaticano II que dice: «Puesto que Cristo murió por todos, y siendo en realidad una la vocación última del hombre, es decir la divina, debemos sostener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido solo por Dios, se asocien a este misterio pascual» (GS 22, 5). Este texto se refiere en forma directa a quienes tienen uso de razón, pero su redacción es tan amplia, que parece poder aplicarse a todo ser humano, sin excepción.

3° El «Ritual de las exequias» contiene, en sus nn. 235 a 237, textos de «oraciones colectas» para las exequias de niños muertos sin bautismo. En las tres oraciones el niño difunto se confía a la misericordia de Dios. Pueden verse también los textos sugerentes indicados para las lecturas, nn 231, 232 y 234.

4 ° En el Catecismo de la Iglesia Católica, se lee, en el n.1261: «En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia solo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim 2,4), y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «dejad que los niños se acerquen a mí, no se los impidáis» (Mc 10, 14), nos permitan confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo. Por eso es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo».

5° En la Encíclica «Evangelium Vitae» hay un párrafo significativo, referido a las mujeres que han abortado voluntariamente un hijo: «Abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor» (n.99). Este texto es coherente con otro, anterior, de la misma Encíclica, que dice que «el hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios» (n.2).

Parece objetivamente justo reconocer que estos textos constituyen una «evolución homogénea» de la doctrina católica, marcando acentos que no son nuevos pero que aparecen bajo un prisma nuevo. Estos renovados acentos tienen un punto de partida muy diferente de los ejercicios especulativos de la teología anterior al Vaticano II, excepción hecha de la declaración del S. Oficio en el caso Feeney (DS 3866-3872).

C) Reflexiones o consideraciones teológicas:
Una vez afirmada sin ambages la voluntad salvífica universal de Dios, y reconocida la vocación de todo hombre a la participación en la vida divina, pueden hacerse ciertas consideraciones:

1. La necesidad del bautismo de agua no es tan rígida que no pueda ser suplida por el bautismo de sangre y por el de deseo. Nótese como caso especial de bautismo de sangre el de los Santos Inocentes, que va más allá de la definición clásica, puesto que no pudieron profesar la fe con palabras.

2. ¿Qué pasa con los miles de millones de niños hijos de paganos, que no han conocido la fe cristiana, y que mueren sin haber podido recibir el bautismo?

3. ¿Qué pasa con los fetos, hijos de cristianos, que mueren antes de que se sepa de su existencia, y sin culpa de nadie? ¿Y con los de los no cristianos?

4. Si todos esos niños no llegan a la gloria ¿como comprender que haya un llamado a todo hombre a participar en la naturaleza divina, en la gracia, y que ese llamado y vocación se frustre en la inmensa mayoría de los seres humanos? ¿Y que se frustre sin culpa ni pecado personal?

5. Si el Papa dice que los niños abortados «viven en el Señor», ¿cómo entender esa afirmación? ¿Significa solo que Dios conserva la existencia de sus almas inmortales en su ser natural? ¿O significa, como es el sentido de la expresión en las inscripciones sepulcrales paleocristianas, que están en la gloria?

6. ¿Hay un fundamento claro para hacer beneficiarios a los niños abortados de la bienaventuranza y no a los que murieron por causas naturales inculpables?

7. ¿Debe excluirse una interpretación más amplia que la usual, de la cláusula «post Evangelium promulgatum» (DS 1524), de modo que la «promulgación» deba entenderse como el anuncio actual del Evangelio con real posibilidad de acogerlo, la que no existiría ni en los paganos ni en los niños en el seno de sus madres ni en los infantes que no reciben el bautismo por no ser cristianos sus padres o por desidia de ellos?

8. La doctrina escolástica del «limbo» ha sido o bien desechada, o bien relegada al olvido, o bien clasificada como «sentencia opinable». La Iglesia siempre miró mal a los padres «tortores infantium». ¿Habría que admitir hoy para todos estos infantes la situación de una condenación sin pena de sentido, pero sí de daño, en forma que sin culpa personal se vean frustrados de la consecución de su finalidad última si se acepta la existencia del «limbus puerorum»?, ¿no sería la situación de los que allí estuvieran una consecución de su finalidad última sobrenatural?

9. ¿Puede urgirse tanto la calidad gratuita y sobrenatural de la vocación última de todo hombre, que la inmensa mayoría del género humano quede excluido de ella sin culpa personal propia?

D) Una hipótesis de trabajo:
¿Podría decirse, en plena conformidad con la fe católica, que es legítimo pensar que los niños muertos sin bautismo, alcanzan la gloria por un gratuito don de Dios que los justifica en virtud de la muerte de Cristo, a la que en cierto modo se incorporan por su propia muerte, y que esa muerte es ya suficiente y justa pena del pecado original? ¿Como evitar que esta hipótesis relativice o minimice la necesidad del bautismo sacramental?

Esta hipótesis no puede, al menos por ahora, probarse de un modo apodíctico, pero no parece poderse excluir a priori, dados los indicios que se han señalado anteriormente: a) la voluntad salvífica universal; b) la vocación última y única de todo hombre, que es la participación en la vida divina; c) el sentido de la «promulgación» del Evangelio y del orden sacramental; d) la imposibilidad de facto, para muchos niños, de recibir el bautismo; y, e) el principio de que «cada cual dará cuenta de sus obras», pero que Dios «salvandos salvas gratis». «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia»

Comprendo las limitaciones de estas reflexiones.

Suplico, a quienes las comunicaré, que las juzguen. Recibiré con gusto las observaciones que se hagan y declaro, desde ya, que someto mi juicio al de la Iglesia y su Magisterio.

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Doctrina Católica sobre el Limbo

De un tiempo a esta parte se ha puesto sobre el tapete de las discusiones teológicas la existencia del limbo de los niños. Esto, si se lo considera bien, no consiste en otro ejercicio que sacar de los textos conciliares –que en esto, como ya se supo decir, son bombas de efecto retardado– las consecuencias lógicas y necesarias.

Lo que más nos llama la atención en alguna que otra referencia hecha sobre este tema por medio de la prensa, es oír decir por parte de ciertos especialistas frases tales como “esta teoría está hoy en crisis”, sugiriendo así que el Limbo, en realidad, nunca ha dejado de ser un postulado de teología ficción; o bien, “los teólogos ahora piensan que”, como si no hubiesen enseñanzas que forman parte del patrimonio teológico de la Iglesia, y que no pueden abandonarse sin, al mismo tiempo, negar otras verdades, muchas de ellas igual o aún más ciertas que el Limbo mismo, y con ello, ponerlo todo en tela de juicio.

Por eso es importante conocer claramente qué es lo que la Iglesia siempre, constantemente y en todas partes ha enseñado sobre esta materia, de modo que nadie sea ni sorprendido ni engañado prestando oídos a lo que ya San Pablo llamaba «profanas y vanas palabrerías, y argumentos de la falsamente llamada ciencia» (Timoteo 6, 20).

 

PRESUPUESTOS

No se puede hablar del Limbo sin antes ilustrar el tema con algunas nociones previas. La primera de todas ellas es, sin duda, la que se refiere a la naturaleza misma del orden sobrenatural.

Dios elevó gratuitamente al hombre a un estado sobrenatural. Como tal, alcanzar ese estado está absolutamente fuera de las exigencias, posibilidades o alcances de la naturaleza humana. Sin embargo, Dios dio al hombre el medio para pasar de un estado al otro: la gracia santificante.

Según el primer plan de Dios, el hombre debía transmitir a sus descendientes, en el mismo acto que comunica la vida, la vida natural y la vida sobrenatural: naturaleza humana y gracia santificante. Ahora bien, por el pecado original, no sólo la naturaleza del hombre quedó deformada –su inteligencia, sujeta a error; su voluntad, proclive al mal; sus pasiones, desordenadas–, sino que perdió también los llamados dones preternaturales, la gracia santificante y la posibilidad de transmitirla, aunque la recuperase, a su descendencia por y en el acto generador.

Así, pues, desde Abel en adelante, ningún hombre –excepto la Santísima Virgen María– es concebido en el seno materno con la gracia santificante.

 

REALIDAD DEL LIMBO

Con la palabra “Limbo” se designa el lugar o estado de las almas de los que mueren con sólo el pecado original.

Tales almas:

1. privadas de la gracia, no pueden entrar al cielo;

2. carentes de pecados graves personales, porque nunca tuvieron uso de razón, no pueden ir al infierno de los condenados;

3. tampoco al Purgatorio, porque allí se limpian las almas antes de entrar al cielo, lo cual supone la posesión de la gracia;

4. tampoco pueden ir al “seno de Abraham” o “limbo de los padres”, que era donde estaban las almas de los salvados antes de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, y que después quedó vacío;

5. luego, tiene que haber un quinto lugar para ellas, y ese es, en efecto, el “limbo de los niños”.

La consecuencia, si se quiere, no puede ser más lógica.

 

EXISTENCIA DEL PURGATORIO

Las Sagradas Escrituras, fuera de la idea del “seno de Abraham”, nada dicen al respecto. Los Santos Padres, acaso por el mismo silencio de la Escritura, no fueron más explícitos.

Las alusiones más tibias acerca de este tema van a aparecer recién en el siglo XI, más concretamente, en la profesión de fe de Miguel Paleólogo propuesta por el Papa Clemente IV y sometida después al Segundo Concilio de Lyon, y que habría de ser reproducida en el Concilio de Florencia, y en la carta “Nequaquam” de 1321 del Papa Juan XXII.

Cupo, en cambio, a los teólogos, desarrollar más propiamente la noción del Limbo un poco más adelante en el tiempo, arribando a la conclusión que afirma su existencia, pasando de allí en más a formar parte del complejo, y a la vez, armónico orden de la teología de la Iglesia.

Si así no fuera, un par de siglos más adelante –en 1794– Pío VI no hubiese condenado como falsa, temeraria e injuriosa la proposición de los herejes jansenistas que tenía por “fábula” la doctrina relativa al limbo.

En esta evolución doctrinal homogénea, se llegó a tal consenso teológico sobre el Limbo, que el Concilio Vaticano I (1869-1870) tenía previsto fijar un canon estableciendo que “los que mueren con sólo el pecado original se ven privados de la visión beatífica”, a diferencia de los que mueren en pecado mortal, que son atormentados con las penas del infierno.

En conclusión, pues, es cierto que el Limbo no es de fe católica porque nada ha sido definido; sin embargo, era tan cierta y común en teología, y constantemente afirmada, que en los liminares del Vaticano I era ya próxima a la fe. Y de hecho, si el Concilio no se hubiese interrumpido, el mencionado canon habría sido aprobado.

 

LA POBLACIÓN DEL LIMBO

Por regla general se dice, y con razón, que el lugar en donde están las almas a las que nos estamos refiriendo se denomina “limbo” o “limbo de los niños” pues muy probablemente la mayoría de quienes estén en él sean, efectivamente, infantes.

Sin embargo, no están allí sólo los niños que murieron sin el bautismo, que es un sacramento de la nueva ley; además, se cuentan:

-los niños muertos durante la antigua ley sin la circuncisión1;

– los adultos perpetuamente dementes, insanos, que no pueden ser bautizados;

– los adultos que, por la causa que fuese, no hayan tenido el suficiente uso de razón para pecar mortalmente y no hayan sido bautizados.

 

NATURALEZA DEL LIMBO

Una de las cosas que a un católico más puede impresionar sobre el Limbo, es que las almas de los niños nunca podrán experimentar el gozo y la dicha de la visión beatífica. Más aún: sabiendo que el cielo existe y que no pueden acceder a él, ¿no sufrirán una inmensa tristeza por su suerte?

La teología nos enseña claramente que las almas de estos niños no sufren –ni pueden sufrir– el menor atisbo de tristeza.

Cierto que para nosotros, porque lo sabemos o podemos saberlo, existe una diferencia abismal entre lo que es una felicidad natural y lo que es una felicidad sobrenatural.

Sucede, empero, que estos niños ignoran la existencia del cielo: no saben que existe. Por un lado, su razón natural no puede ni siquiera sospechar la existencia de un orden sobrenatural; y por otro, es una verdad pacífica que aquello que se ignora por completo en modo alguno puede ser deseado. ¿Cómo podría, pues, sentirse tristeza de verse privado de algo cuya existencia se desconoce?

Muy distinta es la situación de los condenados: ellos saben perfectamente que el orden sobrenatural existe; ven claramente que se han condenado por su propia y voluntaria culpa, es decir, debido a sus pecados personales; conocen que están irremisiblemente privados de Dios; y, por tanto, experimentan un sufrimiento indecible.

Así, pues, quienes están en el Limbo, lejos de padecer cualquier sufrimiento corporal, moral o espiritual, experimentan lo que se llama felicidad natural, bienaventuranza natural, que no es menos real, y que hace que –como hombres– sean felices y dichosos en el estado en que están.

Ciertamente, ellos están separados de Dios por la privación de los bienes sobrenaturales; pero están unidos a Él por los bienes naturales que poseen y que han recibido de Él, y eso basta para gozar de Dios por el conocimiento y el amor natural, con lo cual sacian perfectamente su deseo de felicidad.

Finalmente, tal como lo ha escrito el Padre L. Garriguet en su obra “El buen Dios”, quienes se encuentran en el Limbo «son más felices que lo hubieran podido ser jamás acá en la tierra y bendicen a los que les han dado el ser. Reverencian el poder de Dios, que los llamó de la nada a la existencia, y se inclinan ante su providencia, que ordena todas las cosas con sabiduría y suavidad, y que acaso no haya permitido su muerte tan temprana, sino para impedir que se perdieran eternamente».

1 La circuncisión no es ningún sacramento, pero era “ocasión de que” Dios, al practicarla, infundiese la gracia como posteriormente se haría con el bautismo. Con las niñas, se piensa que ello tenía lugar en la ceremonia de presentación en el templo.

Fuente: R. P. Jerónimo Gervasi  en Revista “Iesus Christus” Nº 108 Noviembre/Diciembre de 2006

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La hipótesis del limbo es abandonada por la Iglesia

En la escuela me enseñaron que los niños sin uso de razón que morían sin recibir el bautismo iban al limbo, un lugar en el que, sin sufrir tormentos, estarían eternamente privados de la visión de Dios. Si bien no se insistía demasiado en este aspecto de la doctrina, se lo presentaba como una verdad incuestionable, no como una hipótesis. Sin embargo, si uno reflexionaba sobre ella, la doctrina sobre el limbo podía suscitar serias dificultades:

Dado que la esencia del infierno consiste en la separación eterna de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1035) y puesto que el limbo implica esa separación, en realidad el limbo sería parte del infierno.

Es cierto que el Magisterio de la Iglesia ha definido que quien muere con sólo el pecado original no puede alcanzar la salvación (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 403). No obstante, en el orden salvífico concreto establecido por Dios, ¿se da realmente esta posibilidad? La Iglesia católica ha enseñado siempre que fuera de ella no hay salvación y que para entrar en ella es necesario recibir el bautismo; pero tradicionalmente la teología católica ha reconocido que, además del bautismo sacramental, existen otras formas de bautismo (bautismo de sangre y bautismo de deseo) que también producen la incorporación a la Iglesia. Las personas no cristianas de buena voluntad pueden alcanzar la salvación por medio de una fe implícita, que implica un voto bautismal implícito (una forma del bautismo de deseo). Por eso, sin desmerecer la importancia fundamental del sacramento del bautismo, cabe preguntarse también acerca de la posibilidad de salvación de los niños sin uso de razón que mueren sin haber recibido dicho sacramento.

El pecado original es propio de cada uno, pero no es una falta personal (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 405). Considerando la infinita justicia y la voluntad salvífica universal de Dios, no es fácil comprender por qué no habrían de tener ninguna posibilidad de salvarse de ser condenados al infierno los niños muertos sin ningún pecado personal mortal (e incluso sin ningún pecado personal ni tan siquiera venial).

La Iglesia católica ha enseñado siempre que fuera de ella no hay salvación y que para entrar en ella es necesario recibir el bautismo; pero tradicionalmente la teología católica ha reconocido que, además del bautismo sacramental, existen otras formas de bautismo (bautismo de sangre y bautismo de deseo) que también producen la incorporación a la Iglesia. Las personas no cristianas de buena voluntad pueden alcanzar la salvación por medio de una fe implícita, que implica un voto bautismal implícito (una forma del bautismo de deseo). Por eso, sin desmerecer la importancia fundamental del sacramento del bautismo, cabe preguntarse también acerca de la posibilidad de salvación de los niños sin uso de razón que mueren sin haber recibido dicho sacramento.

Después de mi infancia, prácticamente no volví a oír hablar del limbo por muchos años, excepto al leer «La Divina Comedia» (de paso observo que Dante Alighieri comprendió bien la relación entre limbo e infierno, dado que ubicó al limbo como primer círculo del infierno).

¿Qué dice hoy la Iglesia acerca del limbo? Intentaré mostrar que en este punto ha habido un importante desarrollo doctrinal.

Es un hecho muy significativo que el Catecismo de la Iglesia Católica, un compendio muy completo y extenso de la doctrina católica, aun cuando reafirma la doctrina católica tradicional acerca del infierno, el Purgatorio y el Cielo, no diga ni una sola palabra sobre el limbo. En cambio afirma lo siguiente: «En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis» (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo bautismo» (n. 1261). «En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación» (n. 1283).

¿Qué implica esta enseñanza del Catecismo en relación con la doctrina tradicional acerca del limbo? Para resolver esta cuestión, me parece adecuado recordar una declaración muy esclarecedora del Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (que asiste al Papa en cuestiones doctrinales), quien fue también el principal responsable de la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica. Pues bien, en 1984, durante una entrevista con el periodista Vittorio Messori, el Cardenal Ratzinger dijo lo siguiente:

«El limbo nunca fue una verdad de fe definida. Personalmente, hablando más que nunca como teólogo, y no como Prefecto de la Congregación, yo abandonaría esta que siempre fue apenas una hipótesis teológica. Se trata de una tesis secundaria, al servicio de una verdad que es absolutamente primaria para la fe: la importancia del bautismo. Para decirlo con las palabras mismas de Jesús a Nicodemo: «En verdad, en verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5). Abandónese, pues, el concepto de «limbo», si fuera necesario (además, los propios teólogos que lo defendían afirmaban, al mismo tiempo, que los padres podrían evitarlo para el hijo por el deseo del bautismo de él y por la oración); mas no se abandone la preocupación que lo sustentaba. El bautismo jamás fue y no será jamás algo accesorio para la fe«. (J. Ratzinger – V. Messori, A fé em crise? O Cardeal Ratzinger se interroga, Editora Pedagógica Universitaria Ltda., Sao Paulo, 1985; p. 113; traducción nuestra).

¿Ha cambiado entonces la fe de la Iglesia? El limbo nunca fue un dogma, sino una mera hipótesis teológica; por eso la Iglesia puede ahora dejarlo de lado, como lo está haciendo. La doctrina de la fe siempre se desarrolla a lo largo de la historia. Sin apartarse nunca del depósito de la fe recibido de Cristo, la Iglesia, con el auxilio del Espíritu Santo, va profundizando su comprensión de la Palabra revelada por Dios y explicitando aspectos nuevos que ella contiene implícitamente. Así el Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la verdad completa.

Fuente: Daniel Iglesias Grèzes para Fe y Razón

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La Teología del Corazón de María

Tanto la devoción al corazón de María como al de Jesús parecen presentarse como obsoletas. Muchos se han pronunciado sosteniendo su decadencia derivada de su irracionalidad y banalidad; sin embargo, no todos comparten esta tesis.

Somos conscientes de la problemática que encierra la mariología. Por una parte, su puesto dentro de la teología. Por otra, su método. Respecto a lo primero, nos hemos podido obsesionar por una ciencia mariológica autónoma. Esta tentación ya ha sido superada y optamos por su inserción en la teología.

Por esta vía mariología y teología se ven mutuamente enriquecidas. Respecto a lo segundo, hemos podido observar estudios que van desde el más puro racionalismo histórico a la mejor de las especulaciones. En este punto, optamos por un camino intermedio que pueda conjugar la seguridad de unos datos con la reflexión madura de la fe.En esta línea se mueven estas páginas. (1)

Este breve artículo tiene la finalidad de evocar algunas ideas sobre el corazón de María que grandes maestros ya expusieron en su día (2) y pueden resultar una aportación a la teología de hoy.

La perspectiva desde la que abordamos el estudio es trinitaria. Podíamos haberlo hecho desde la Cristología o la Eclesiología tal como lo propuso el Concilio. Para nuestro estudio nos resulta más interesante tener como telón de fondo la riqueza que encierra la trinidad de Personas desde su mutua relación y compenetración. El corazón afecta a las personas en cuanto a su identidad y su diferencia.

Por último, no podemos olvidar una doble problemática a tener en cuenta. Por un lado, el peligro que supone reducir la mariología a un principio fundamental como es el corazón (4). Por otro, las dificultades que entraña el uso de la analogía y la metáfora en teología. En este punto, S. de Fiores, recogiendo algunas opiniones de autores como G. Vodopivec, P. Ricoeur o C. Molari, escribe que “al afirmar y negar al mismo tiempo, la metáfora corre el riesgo de conducir a la ingenuidad ontológica, que confunde el plano histórico con el plano de referencia, o bien se limita a la afirmación quitando la verdad de la negación” (5). A pesar de estas y otras dificultades bien merece el intento un esfuerzo por presentar las posibilidades de una teología del corazón de María.

 

1. Significado de la metáfora corazón

Se hace obligado comenzar analizando el significado de la metáfora corazón. Podría realizarse desde muchos puntos de vista (literario, filosófico, histórico,…) Nosotros nos ceñimos al campo teológico. De esta manera, nuestra investigación se centra en la Escritura, la tradición y la teología actual. Tres puntos de apoyo necesarios para encontrar algunas ideas básicas.

1.1. En la Escritura

La palabra corazón es muy usada. Más allá de su sentido propio (corazón orgánico) se utiliza en sentido metafórico. Su riqueza polisémica hace de ella un reto. En este caso es referida tanto a entes materiales como espirituales. Indica aspectos tan variados como los sentimientos, valores, impulsos, personalidad, inteligencia, totalidad-unidad…

Hay algunos sentidos de la palabra corazón que aparecen como novedosos en algunos libros de la Escritura, pero en líneas generales el contenido de esta metáfora es similar en el A.T. y en el N.T. Para encontrar el significado de la palabra corazón hemos querido partir de los sujetos a quienes es referida para intentar encontrar un sentido distinto a la mera acumulación de significados. De esta manera, la metáfora corazón es referida tanto a Dios como a los hombres e incluso a la naturaleza y a los animales, aunque fundamentalmente el término pertenece a Dios y por participación al hombre.

1.1.1. Dios tiene corazón

El dato de la Escritura es claro: Dios tiene corazón. David es elegido rey según el corazón de Dios (1S 13, 14; Hch 13, 22). Las acciones de Dios brotan de su corazón (1Cro 17, 19). Yahvéh realiza los designios de su corazón (Jr 23, 20; 30, 24), habla en su corazón (Gn 8, 21) e incluso es capaz de indignarse en su corazón (Gn 6, 6).

El corazón sólo le pertenece a Dios pero ha querido compartirlo con el hombre (Jr 7, 17; Ba 2, 31). Él conoce el corazón de todos los hombres (1R 8, 39; 2Cro 6, 30) porque ha formado el corazón a cada uno (Sal 33, 15). De esta manera, Dios sondea el corazón humano y sólo él lo conoce (Si 42, 18; Sal 17, 3; 44, 22; Jdt 8, 14). Y cuando Dios mira a una persona no se fija en las apariencias sino en el corazón (1S 16, 7).

1.1.2. El hombre tiene corazón

Desde la Escritura podemos afirmar que el corazón es en el hombre lo más importante e íntimo. Mirando al corazón del hombre podemos descubrir:
a) La personalidad y las características de una persona: inteligente (1R 3, 12; Jb 37, 24; Mt 13, 15), inquieta (2R 6, 11), soberbia (2R 14, 10; Jr 49, 16; Lc 1, 66), débil
(2Cro 13, 17), generosa (2Cro 29, 31), torpe (Sal 4, 3), firme (Sal 27, 14), torcida (Pr 11, 20; 12, 8), intranquila (Is 35, 4), perfecta (Is 38, 3), incrédula (Hb 3, 12), pervertida (Pr 17, 20), alegre (Jn 16, 22; Hch 2, 26), sencilla (Hch 2, 46; Ef 6, 5; Col 3, 22).

b) La causa y fundamento de todas las acciones de la persona (1Cro 17, 2; Hch 5, 4). El corazón es el que mueve a la persona (Ex 25, 2; 35, 21) y el que dicta lo que se debe hacer (1S 14, 7; 2S 7, 3). Es el lugar donde se decide (1Cro 28, 2; Ne 5, 7), se piensa (2Cro 1, 11; Est 7, 5), se medita (Pr 16,9; Lc 2, 19), se ora (2M 15, 27; Sal 30, 13), donde se peca y se maldice a Dios (Jb 1, 5), se cometen injusticias (Sal 58, 3; Mt 15, 19). Del corazón sale lo bueno y lo malo (Lc 6, 45).

c) Es la forma y el lugar donde se establece el diálogo entre el hombre y Dios. A Yahvéh se le busca con todo el corazón (Dt 4, 29; 6, 5; 2Cro 22, 9; Sal 119, 2; 2Tm 2, 22), y encontrado se le ama con todo el corazón (Dt 13, 4; Mt 22, 37; Mc 12, 30) y se le entrega el corazón entero (1R 11, 4). El resultado es que Yahvéh fortalece a los que tienen en él todo el corazón (2Cro 16, 9), y esto conlleva que el corazón viva más allá de la vida y de la muerte (2Cor 7, 3). La fe del hombre se ratifica en el corazón (Rm 10, 9).

Podemos encontrar señalados de forma especial el corazón de Jesús y de María en cuanto personas concretas:
– El corazón de Jesús. Él mismo se define como manso y humilde de corazón (Mt 11, 29) y hace referencia al corazón en los sentidos ya aludidos. Se cree en el corazón de Cristo (Flp 1, 8).

– El corazón de María. María aparece como aquella que guarda las palabras y los hechos de Jesús en su corazón y los medita (Lc 2, 19; 2, 52). Incluso puede verse reflejado el sufrimiento de María (6) (Lc 2, 35).

-El corazón de los profetas. La palabra del profeta surge del corazón (Jr 23, 26).

1.1.3. El pueblo tiene corazón

En la Escritura encontramos que se habla al corazón de Jerusalén (Is 40, 2), se le reprende (Ez 14, 5), incluso se le recrimina que pueda ser traidor y rebelde (Jr 5, 23). El corazón del pueblo puede volverse al Señor (1R 12, 27) y es el lugar donde se conservan las enseñanzas de Yahvéh (1Cro 29, 18).

1.1.4. El cielo y el mar tienen corazón

Se hace referencia al lugar más profundo, a aquello que proporciona misterio e inmensidad (Ex 15, 8; Dt 4, 11; Ez 27, 4; 27, 25-26; Jon 2, 4).

1.2. En la Tradición

Aunque la metáfora corazón ha estado presente a lo largo de toda la tradición cristiana, la devoción al corazón de Jesús y de María y su teología se pospuso algunos siglos. Referido al corazón de María (7) tenemos muchos testimonios, entre otros, Orígenes (s. II-III) que entiende la espada que atraviesa el corazón referida a la pasión de Cristo, San Gregorio Taumaturgo (s. III) que presenta el corazón de María como el recipiente de todos los misterios divinos o Aurelio Prudencio Clemente (s. IV-V) que es el primero en exponer la doble concepción de Cristo en el corazón y en las entrañas de María. Los primeros datos sobre la devoción al corazón de María no los encontramos hasta el siglo VIII, algo que llama la atención frente a las primeras advocaciones marianas en los siglos III-IV.

S. Bernardo de Claraval (s. XII) va a profundizar en el significado del corazón. Éste es visto como aquel que concentra y distribuye todas las gracias divinas, aquel que contiene y desarrolla la maternidad espiritual y que al tiempo es corredentor. Junto a esta idea, presenta el corazón de María en íntima unión al corazón de Jesús, pudiendo hablarse de la comunión de los corazones. Esta unidad le lleva a afirmar que la muerte que Jesús realiza en su cuerpo María la lleva a cabo en su corazón.

Estas ideas permiten considerar a S. Bernardo como un precursor importante de lo que presentaremos como teología del corazón de María. Otros autores respaldan estas mismas ideas como Hugo de San Victor (s. XII) o Ricardo de San Lorenzo (s. XIII).

Años más tarde, santa Gertrudis (s. XIII) aporta la relación que se establece entre el corazón de María y las tres Personas de la Santísima Trinidad. Se consolida ahora la devoción al corazón de María y de Jesús. Esta unidad de los sagrados corazones será presentada con una claridad asombrosa por san Pedro Canisio (s. XVI), afirmando que el corazón de María es el corazón de Jesús y que no pueden entenderse el uno sin el otro.

Pero el gran interprete y estudioso del corazón es san Juan Eudes. En su obra El corazón admirable, presentada en doce volúmenes, ofrece el significado del corazón de María, los medios para la devoción, así como el fundamento en los corazones de la Santísima Trinidad.

El corazón es entendido como interioridad, haciendo referencia al fondo mismo del ser, al centro, al origen, que es al tiempo algo dinámico. Se convierte así en centro de referencia de la persona entera. Este núcleo dinámico está sustentado por el amor, un amor que tiende a difundirse. Tampoco olvida san Juan Eudes la dimensión sacramental del corazón en cuanto misterio que se oculta y se revela.

J.Mª. Alonso sintetiza estas ideas afirmando que el corazón es “el centro, la sustancia, el ápice, la punta viva del alma; el alma misma tiene corazón… es el lugar del encuentro de Dios con el hombre: en él tiene que operarse la metanoia, la renovación interior; y en él tiene que producirse la única y verdadera transformación: la deificación por la presencia trinitaria” (8).

Toda esta riqueza semántica de la realidad del corazón que señala san Juan Eudes hace que en 1672 se instituya la fiesta del corazón de Jesús, pocos años antes de que tuvieran lugar las revelaciones de Paray-le-Monial de santa Margarita María de Alacoque. El reconocimiento público y oficial de la devoción y culto al corazón de María tardará en llegar, debatiéndose entre un pueblo exigente y un magisterio cauteloso. Tras distintos eventos que van desde la aparición de una imagen misteriosa de María mostrando su corazón, pasando por las revelaciones a Sr. Dufriche-Desgenettes en la parroquia Notre-Dame des Victoires en París, y la fundación de la archicofradía que conseguirá la consagración del mundo al corazón de María, hasta las grandes revelaciones de Fátima en 1917, se aprueba la fiesta del corazón de María y se eleva a rito doble de segunda clase, con oficio y misa propios para toda la iglesia latina, señalando su fecha el 22 de agosto, octava de la asunción.

1.3. En la teología actual

Presentamos las ideas de dos teólogos que han hablado del corazón: K. Rahner y J.Mª Alonso. Los presento porque llegan a unas conclusiones similares en el tema que estudiamos, a pesar de que uno se centra en el corazón de Jesús, y el otro, en el corazón de María, y que siguen un método distinto de trabajo: el primero, parte del concepto de persona humana para llegar a la categoría divina del amor (corazón) y, el segundo, parte de la categoría divina del amor (corazón) para llegar a la persona humana.

El corazón para K. Rahner es una protopalabra. Es una de esas palabras “que unifican como por conjuro, que concitan la realidad, que se apoderan de nosotros y nacen del corazón” (9). La palabra corazón, propia del hombre, hace referencia, en primer lugar, a la unidad y al centro más íntimo de la persona; en segundo lugar, al núcleo desde donde emergen las decisiones; y en tercer lugar, al amor como realidad última del hombre y como experiencia de Dios.

Como unidad y como centro más íntimo de la persona, K. Rahner afirma que el corazón es el “centro o intimidad original, fundamental y unificadora de su realidad una (intimidad que es tan corpóreo-espiritual como la totalidad del hombre)” (10). Se hace referencia a lo más original y personal del hombre, anterior al cuerpo y al alma. J. Mª. Alonso reconoce también la idea de unidad y vida interior para el corazón-símbolo (11) pero no da tanta importancia al aspecto físico del corazón (12). El corazón físico para éste queda reducido a mero motivo sensible para que el hombre ascienda de lo material a lo espiritual. Pese a las pequeñas diferencias, puede entenderse el corazón como el núcleo original que hace al hombre tomar conciencia de sí como realidad unificada.

Como núcleo desde donde emergen las decisiones, K. Rahner afirma que el corazón es configurador de los comportamientos de la persona. Sólo los hombres tienen corazón (los animales tienen músculo cardíaco) y de éste nacen todos sus comportamientos, “nacen de un punto central común e íntimo que los reúne a todos y les acuña el último sentido” (13). También J.Mª. Alonso se muestra conforme con esta idea al presentar el corazón en “cuanto principio radical que puede emitir sus actos de amor” (14).

Como lugar de amor y experiencia de Dios, K. Rahner afirma que “el hombre aprende que lo más íntimo de la realidad personal es el amor y que el amor es, de hecho lo más íntimo en la experiencia del corazón del Señor” (15). Y en ese amor, que es lo más íntimo en el hombre, es donde aparece la experiencia y encuentro con Dios como fundamento y origen de ese amor. El corazón se convierte en el lugar en el que el hombre limita con Dios y se vuelve a Él (16), se produce el paso de lo individual a lo infinito (17), “es el lugar en el que el misterio del hombre pasa a ser el misterio de Dios” (18). J. Mª. Alonso, sin ser tan claro y esquemático, presenta el corazón como el amor divino que se da a la persona y que exige correspondencia. Se trata de una relación con lo divino que nace y se realiza desde el corazón.

 

2. Fundamentos de una teología del corazón

Después de los datos presentados, se nos presenta el reto de intentar una teología que tenga como núcleo último el corazón. Vamos a proponer ver reflejadas brevemente estas ideas en la imagen de Dios y posteriormente en la mariología, tema éste último que nos ocupa.

2.1. El corazón de Dios y el corazón del hombre

¿Es posible afirmar que Dios tiene corazón? Sin ningún reparo puede decirse que Jesús tuvo corazón en cuanto hombre. Su personalidad, sus acciones, sus sentimientos, su relación con el Padre, su amor hacia los hombres… todo ello nacía del corazón como ese centro original y fundante de su persona. Y en este centro original no caben distinciones entre lo humano y lo divino, engloba ambas dimensiones en una realidad sin confusión ni división. En este sentido, podríamos encontrar una primera justificación.

Algunos autores, como S. Juan Eudes, han querido ver tres corazones en la trinidad de Personas divinas. Afirma que “el primer corazón que reside en la santísima Trinidad, es el Hijo de Dios, que es el corazón del Padre,… El segundo es el Espíritu Santo, que es el corazón del Padre y del Hijo. El tercero, es el amor divino, uno de los atributos de la esencia divina, que constituye el corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; tres corazones que vienen a constituir tan sólo un único y mismo corazón, con el que las tres divinas Personas se aman entre sí con amor tan grande como se merecen, amándonos igualmente a nosotros con una caridad incomparable” (19).

A nuestro modo de ver, este planteamiento tiene su acierto en cuanto explica y salva la unidad y la diversidad de Personas en Dios. No obstante, nos parece algo forzado hablar en Dios de tres corazones distintos que a su vez forman un solo corazón. Pensamos que puede ser más rico entender en Dios un solo corazón referido al Espíritu Santo.

La pregunta podría ser: ¿qué es lo que hace al Padre ser Padre y al Hijo ser Hijo? ¿Cuál puede ser ese centro (corazón) en Dios que le dé unidad y al tiempo diferencia? Es preciso encontrar en Dios un núcleo de donde provengan sus acciones, sus sentimientos, la identidad y diferencia en sus personas. Esta breve reflexión nos lleva a presentar al Espíritu Santo como el corazón en Dios. Este Corazón en Dios es el que hace el Padre sentirse Padre y al Hijo sentirse Hijo. Este Corazón es el que hace a Dios salir de sí mismo en su Hijo (20) y actuar. Así, puede pensarse como fundamento último del Corazón (Espíritu) el amor de Dios como fuerza propia (21). En Dios, Corazón y Espíritu se identifican en cuanto el Espíritu es portador de personalidad, de relación, de actividad… De esta forma, puede entenderse que el relato de la anunciación transcurra todo él transido por el Corazón de Dios lo mismo que la resurrección.

El Corazón de Jesús participa del Corazón divino. La relación entre el Padre y el Hijo no puede ser otra que a través del Corazón. De este Corazón Jesucristo hará partícipes a toda la humanidad. Es participación del amor y de la actividad de Dios, incluso participación del ser mismo de Dios en su núcleo más personal. Esta pequeña reflexión que parte de los datos presentados en la Escritura, nos lleva a plantear la relación del hombre con Dios en el Corazón.

Dos preguntas surgen al hilo de esta reflexión. Por una parte, la diferencia entre el corazón de Jesús y el nuestro, y por otra, aclarar la diferencia entre el corazón y el Espíritu. En Jesús el corazón humano está inundado todo él por el Espíritu. Participa de forma plena y directa del ser (identidad) del Padre por ser su Hijo y tener en común el mismo amor y dinámica propia trinitaria. El corazón del ser humano está también todo él transido del Espíritu de Dios pero no de forma directa sino participativa, por nuestro ser hijos de adopción. De este modo, el corazón del hombre tiene, por una parte, los rasgos propios de la personalidad, cualidades y dones de cada uno, y por otra, el fundamento que les da vida y que subyace a toda la persona: el amor de Dios que es su presencia. Así, el hombre participa de Dios al indagar en su corazón, y será responsabilidad suya actuar desde el corazón con la fuerza y dinámica de Dios. Si el corazón es lo más íntimo del hombre, allí actúa el Espíritu.

Encontrar una diferencia entre el Espíritu y el corazón se hace difícil. En Dios Padre no habría diferencia. La diferencia se encuentra en el corazón del hombre, por su materialidad. El corazón del hombre participa del corazón de Dios (el Espíritu) pero cada hombre tiene una personalidad propia que le lleva a tener un corazón distinto al de Dios. Se puede hablar de participación pero no de identidad. Aquí puede recordarse que el corazón nos presenta ese núcleo original del hombre, ese límite en el que el hombre toca con lo divino y le humaniza.

El hombre no ha sido abandonado por Dios. Tiene corazón. “Las criaturas no han sido abandonadas por su creador como restos de un inmenso naufragio en la arena de la historia, sino que son avocadas e instaladas en el corazón mismo de Dios” (22).

Después de estas breves ideas cabe la posibilidad de pensar en una teología que pueda tener como punto de referencia el corazón. Esto puede realizarse en cualquiera de las áreas teológicas: cristología, escatología, moral… Nosotros lo vamos a intentar desde el área de la mariología.

2.2. El corazón de María

Dios obra en todos los corazones y de forma especial en el corazón de María al llevar a cabo su obra de redención. Dios Padre ha preparado el corazón de María para ser digna morada de su Hijo. El corazón de María participa del corazón de Dios. María concibió primero en su corazón (mente) y después en su vientre (23). La presencia trinitaria se encuentra ya en María antes de la concepción, y estará en ella en y durante la misma por su corazón (24).

Desde este primer punto ya tendría sentido hablar del corazón de María. Sin embargo, tenemos que ir más allá. El corazón de María nos presenta no sólo la relación con Dios, la identidad, sentimientos y pensamientos de la Virgen sino su amor hacia nosotros (25). Así, cabe ver en el corazón de María la mejor fotografía de ella. Es aquí donde debe centrarse nuestra atención para descubrir el fundamento último de la vida de María y de los dogmas marianos.

 

3. Definición y posibilidades de una teología del Corazón de María

La historia de la devoción al corazón de María ha hecho mucho hincapié en ser la forma y la esencia de todas las devociones marianas. Su fundamento invade la realidad de cualquier devoción al centrarse en el amor que lleva a María a darse a Dios y a los hombres. El corazón la Virgen concentra su entrega personal. Por esta razón, se ha querido pensar en el corazón de María como la devoción que es capaz de dotar de sentido, profundidad y purificación al resto de las devociones.

Algo así queremos presentar a la hora de hablar de la teología. El corazón de María puede ser aquella forma y esencia que dé sentido, profundidad y purificación a toda la mariología.

3.1. La teología del corazón de María

En 1944 J.Mª. Alonso escribe un artículo definiendo la teología del corazón de María: “una mariología que tenga por objeto material el mismo de la mariología; y por razón formal el corazón de María” (26). No duda en ver el corazón como un método:

“Pero esto supuesto, decimos que la doctrina teológica del corazón de María puede reducir todas las verdades teológicas a la unidad, llamándolas a su centro. Esta doctrina ofrece la función personal, íntima, espiritual y sobrenatural de la Virgen. Nos presenta toda su vida interior tal como es dirigida y poseída por el Espíritu Santo desde el principio de la concepción inmaculada. Ahora bien: si se consideran bajo esta luz todas las verdades mariológicas nos hallamos con un método y un principio con los cuales puede iluminarse toda la mariología” (27).

Se trata de encontrar en la metáfora corazón explicación y profundidad al misterio de María, un principio constructor y unificador de toda la mariología. Para ello tenemos que ver en el corazón dos aspectos importantes (28) que nos ayudan a comprender esta idea. Por una parte, vemos reflejado en el corazón de María un aspecto pasivo o estático del amor de la Virgen, formado por todas las excel
encias de María en cuanto le han venido dadas gratuitamente por Dios (predestinación, maternidad divina, inmaculada concepción, virginidad,…), por otra, el aspecto activo o dinámico del amor de la Virgen, donde se incluyen todas las acciones libres y espontáneas meritorias de María (la aceptación de cada uno de los privilegios, el fiat de la encarnación, una vida entregada a Dios,…).

De esta forma, haciendo uso de la analogía y la metáfora, el corazón se convierte en método y forma que tiene como peculiar llamar a toda la mariología a su centro y explicarla desde ahí.

Centrándonos en las verdades y fundamentos mariológicas nos damos cuenta que la metáfora corazón es capaz de dar explicación y profundidad a las mismas. Si partimos de la predestinación de María por parte de la Trinidad (aspecto pasivo del amor de la Virgen) nos damos cuenta que es llamada a ser Madre, y esta función sólo tiene su origen en el Corazón, en el Amor. La confesión realizada en el concilio de Éfeso encuentra su fundamento en el corazón de María, lugar en donde se realiza el designio divino. María acepta ser madre en el corazón (aspecto activo del amor de la Virgen) concibiendo primero en su corazón (mente) y después en su seno. Maternidad divina y espiritual nacen del único centro posible en María.

La realidad virginal desde el corazón da un horizonte mucho más rico, profundo y amplio. El P. García Paredes presenta muy bien esta idea afirmando que: “La virginidad biológica que no corresponda a la virginidad del corazón es mutilación, esterilidad, pura negatividad. (…) Si la virginidad de María aparece en un primer momento como un escandaloso testimonio de pobreza y de impotencia, profundizando más allá en ella, se descubre la acción del Espíritu que injerta en el corazón de la Virgen una fuerza de genuino amor de entrega a Dios y a los hombres” (29). Esta idea no significa omitir la virginidad física. Se trata de ver la virginidad desde una explicación más convincente y amplia. Desde la profundidad y riqueza que nos da el corazón, podemos encontrar otro modo de comprensión. Nos centraríamos no tanto en el aspecto físico sino en su significado más propio de dedicación o consagración de María a Dios desde el primer instante de la vida de María (aspecto activo de su amor). J.Mª. Alonso quiere ver en este tema la integridad no tanto de una parte del cuerpo cuanto la integridad del corazón que abarca la persona entera (30).

Si tomamos el dogma de la inmaculada concepción percibimos en la definición presentada en la encíclica Ineffabilis Deus una fórmula negativa. Retomar este dogma a la luz del corazón de María nos hace ver a la persona de María inundada por la Gracia ya desde su nacimiento. El corazón de María ha sido habitado de manera especial por la Trinidad (aspecto pasivo del amor de la Virgen) y esto la ha llevado a vencer el pecado y vivir plenamente para el Señor (aspecto activo del amor de la Virgen). Desde la concepción de la Virgen su corazón ha quedado plenamente dedicado y entregado a Dios en sus tres Personas.

El dogma de la asunción tiene más dificultades para poder ser explicado. Los mismos teólogos no se ponen de acuerdo sobre muchas cuestiones como la muerte de María, la realidad cuerpo-alma en el cielo… J.Mª. Alonso ha querido ver en en el corazón la muerte de María en cuanto lugar en donde ella sufrió y compadeció (31). Al tiempo, se descubre el corazón María tan íntimamente unido al corazón del Hijo que sólo se puede pensar que lo acontecido en el Hijo sucedió también en María. No obstante, él mismo es consciente de la dificultad del mismo cuando afirma que “no es fácil a la teología católica disipar las obscuridades del misterio. Éste hunde sus raíces en un contexto escatológico que tampoco se revelará hasta el final de los tiempos” (32).

Otros aspectos de mariología, como la corredención y la mediación, también pueden ser vistas desde la metáfora corazón. La redención entendida en sentido objetivo sólo le confiere a Jesucristo, visibilizada en su vida sacrificial, desde su nacimiento hasta su muerte en cruz. María participa en la redención de Cristo, por el fiat primero (objetivo) y todos los demás fiat que María realizó junto a su Hijo. En el corazón, María es redimida y colaboradora al tiempo en la obra de la redención. Su mediación en cuanto madre, nace, por una parte, de su ser vínculo entre Dios y los hombres en la persona de Jesucristo, por otra, de su intercesión como madre espiritual de los hombres. Ambos aspectos han de ser vistos desde un corazón maternal invadido por el amor que es presencia divina.

Esta teología cordimariana podría incluso ayudar a comprender la figura de María en el ámbito ecuménico. Somos conscientes de la división que conlleva pensar en el aspecto activo del amor de la Virgen. María colabora en la obra de la redención desde su corazón. Sin embargo, puede ser enriquecedor en el diálogo ecuménico una visión de la Mariología desde la metáfora corazón en cuanto síntesis y exposición del misterio de María.

3.2. Toma de conciencia de la teología del corazón de María

Estas ideas han acompañado a lo largo de los siglos la devoción al corazón de María. Sin embargo, la acentuación excesiva de la devoción al corazón de María condujo a cierto olvido de la teología que subyacía a ésta.

Aunque es algo cuestionable, queremos considerar el año 1944 como la toma de conciencia de la teología del corazón de María. Se trata de un año denso por sus acontecimientos. En 1942 se difunden las dos primeras partes del llamado secreto de Fátima, situación ésta que dará lugar al interés de muchos mariólogos por estas revelaciones del corazón de María. En 1944 se produce, por una parte, la consagración del mundo entero al inmaculado corazón de María por Pío XII, por otra, el reconocimiento de la fiesta del corazón de María con misa y oficio propio para toda la iglesia latina. Estos datos dan como resultado la toma de conciencia de la teología del corazón de María por un grupo de teólogos que se reúnen en Fátima para celebrar la IV asamblea nacional de mariología. Estudiarán la teología del corazón de María desde las distintas ciencias teológicas (33).

3.3. Posibilidades de la teología del corazón de María

Después de la presentación resumida de la teología del corazón de María cabe exponer, también con brevedad, las posibilidades que nos aporta una mariología estudiada desde este punto de vista. Son consecuencias que deben ser tenidas en cuenta en el futuro de la teología y especialmente de la mariología.

3.3.1. La teología se ve iluminada y enriquecida desde el símbolo corazón

La palabra corazón no es una moda de la teología del momento. Se encuentra presente a lo largo de la Escritura y ha sido usada en todos los tiempos. Se trata de una palabra que ha sido pronunciada en todas las culturas y lenguas y que pertenece a lo más íntimo del ser humano, aquello que llama a la unidad. La palabra corazón hace referencia al “centro original y más íntimo de la totalidad anímico-corporal de la persona” (34). El corazón se convierte en centro “originario y dinámico” del hombre. Es una palabra incluida en el ámbito de la sacramentalidad, del misterio que se desvela, de lo oculto que se manifista. Al tiempo que se oculta se manifiesta. En este sentido K. Rahner la definido el corazón como una protopalabra, “palabras que unifican como por conjuro, que concitan la realidad, que se apoderan de nosotros y nacen del corazón” (35).

Junto a estos significados no podemos olvidar la característica principal que es el amor. En el fondo del corazón se encuentra el amor como presencia de Dios, siendo al tiempo lugar de encuentro de Dios con el hombre, lugar de personalización, y centro dinámico de nuestras acciones.

A partir de la palabra corazón, puede forjarse una teología que concite lo humano y lo divino a la unidad, al amor, al misterio. Tanto en su aplicación a la cristología, a la soteriología, mariología… la metáfora corazón es capaz de enriquecer y llevar a la teología a límites insospechados.

3.3.2. Redescubrimiento y valoración de la teología del corazón de María

La metáfora corazón de María ha olvidado su función de misterio, y tomada parcialmente por muchos predicadores (36), ha sido reducida a un sentido material¬devocional. Parecía, y aún lo parece, que éste terminaría su existencia como si fuera el final de una devoción más. La falta de sentido y explicación del mismo, le han hecho caer en ridículo y olvido.

La teología del corazón de María está todavía por redescubrir y aplicar su sentido más profundo y rico. 1944 no puede ser olvidado tan fácilmente. El corazón de María condensa toda la persona de María en su ser amada por el Dios trinitario, siendo al tiempo manifestación de su amor y entrega personal a Dios y a los hombres.

3.3.3. El corazón de María, razón formal de la mariología. Unidad frente a pluralidad

La pluralidad de las devociones y de las ideas en general, no pueden ser entendidas como algo negativo. El problema se encuentra cuando una realidad concreta se explica desde la diversidad de sus partes sin tener en cuenta el núcleo fundamental de la realidad en sí. Algo parecido ha sucedido en mariología. La persona de María ha sido muy pensada, primero, desde perspectivas muy distintas (cristológica, eclesiológica, trinitaria…); después, desde títulos, dogmas, apariciones… Puede decirse que, en general, la mariología se ha estudiado desde la pluralidad de títulos, dogmas, virtudes…, olvidando fundamentar toda la realidad mariana en algo nueclear que fundamentara todos estos estudios parciales. Bien es cierto, que un intento de ello fue fundamentar toda la mariología en la maternidad de María. Pero, casi siempre, la tendencia ha sido la dispersión en el pensamiento y en los estudios.

Por eso, nuestra propuesta es una llamada a la unidad frente a la pluralidad, a buscar una metáfora que sea capaz de dar la unidad que necesita la mariología.

La tradición ha propuesto ver la devoción al corazón de María como la forma de todas las devociones marianas, como aquella que contiene lo esencial y nuclear de todas ellas. Así se consigue unas devociones con sentido y centradas en los límites racionales-espirituales de lo que son. Y, dejemos claro, que no se trata de quitar todas las devociones marianas dejando en su lugar la cordimariana. Se trata de que todas las devociones encuentren su verdadero sentido y significado en el corazón de María. Del mismo modo, es necesario redescubrir la teología del corazón de María como aquella teología capaz de dar sentido y profundidad a la mariología, una teología que explica y unifica toda la mariología.

3.3.4. Se abre un posible diálogo con las iglesias cristianas respecto a la mariología

Se hace difícil un diálogo ecuménico sobre la persona de María especialmente a raíz de los dos últimos dogmas definidos en la iglesia católica. El diálogo se complica cuando intentamos escuchar la pluralidad de tendencias en cada una de las iglesias, y su evolución en los temas marianos. A pesar de todas las dificultades disponemos de una base común: el consensus quinquesaecularis. Todos compartimos la profesión de fe desde Nicea a Calcedonia. Esto nos hace unirnos en lo fundamental respecto a María: la maternidad.

Nosotros pensamos que una visión de la mariología centrada en la unidad, proporcionada por la metáfora corazón, puede ayudar al diálogo ecuménico en este tema. La afirmación de una concepción, primero, en su corazón y después en su seno puede ser aceptada tanto por orientales como por protestantes. Se podría ver con normalidad el aspecto pasivo del amor de la Virgen reflejado en el corazón. El problema lo encontramos al pensar en el aspecto activo del amor de María. La colaboración de María desde el corazón resultaría difícil de resolver.

La virginidad y la inmaculada concepción explicadas de forma positiva desde el corazón pueden ser un punto de encuentro. La iglesia ortodoxa, así como la anglicana, no ponen demasiados obstáculos a la profesión de la virginidad. Algo más en algunos sectores de la iglesia protestante contemporánea, aunque bien es cierto que Lutero, Calvino y Zinglio no tuvieron problemas en aceptarla pese a sus diferencias. Profesar el corazón virgen como digna morada del Hijo y como entrega generosa de María podría ser una respuesta válida. Respecto a la inmaculada, en líneas generales podemos decir que ni ortodoxos, ni anglicanos, ni protestantes aceptan esta profesión tal como lo hace la iglesia católica. Lo que aceptan es la necesidad de que Jesús nazca de una madre preparada para tal destino. De esta forma, puede proponerse el corazón, desde su identidad anterior al cuerpo y al alma y la inhabitación divina, como aquella realidad que la lleva a vivir siempre en gracia. Vemos así el lado positivo de la definición acercándonos a la iglesia ortodoxa (toda santa) y a algunos protestantes más modernos como K. Barth.

Otro punto interesante sería el aspecto devocional tan criticado por algunas iglesias protestantes. Quizá la devoción al corazón de María como síntesis y fundamento del resto de las devociones puede ayudar a comprender y explicar muchas de éstas.

Cabría añadir más posibilidades pero hemos creído suficientes las presentadas. Son puntos importantes que bien merecen la pena su reflexión y estudio con más tiempo y dedicación.

 

Conclusión

La metáfora corazón sigue siendo un reto para aquel que la estudia. Es una palabra misteriosa que revela y oculta al mismo tiempo. Un sacramento. Muchos han querido devaluar y maltratar una palabra sagrada. A todas horas podemos escuchar esa palabra en la calle, medios de comunicación y en cualquier lugar por raro que nos parezca. Sin embargo, la metáfora corazón debe ser recuperada en su sentido más profundo teniendo el compromiso de proferirla con prudencia y veracidad. “La hemos de utilizar sin prodigarla” (37), para que no se convierta en una de las muchas palabras desgastadas de nuestro lenguaje religioso.

La palabra corazón seguirá siendo un manantial de verdad. Con palabras de María Zambrano, “contra ello (el corazón) toda razón queda sin razón alguna, mientras la verdad se le acerca como prometida. Sólo como prometida, que no admite tan pronto ser desposada, que aguarda aún” (38).

La teología, vista desde la metáfora corazón, adquiere una nueva comprensión y amplitud. Así lo hemos querido presentar aplicada a la mariología. La teología del corazón de María nos ofrece una visión rica y complexiva de la mariología. Estas ideas que hemos presentado a modo de introducción necesitarán en adelante un desarrollo y un estudio más profundo. Basten estas páginas para sacar a la luz un proyecto que quedó en el espíritu de unos grandes maestros.

(1) Cf. ALONSO J.Mª., Inmaculado Corazón, en Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988, 942; ID., Culto al Sagrado Corazón de Jesús, “Ilustración del Clero” 49 (1956)
(2) Entre otros, puede señalarse al gran promotor de la devoción cordimariana S. Juan Eudes o, posteriormente, los exponentes de la IV Asamblea Nacional de Mariología como José Mª Bover, Máximo Peinador o Joaquín Mª Alonso.
(3) Cf. GROSSO L., La tierra donde acontece la teofanía del Amor: hacia una teología fundamental del corazón de María, “EphMar” 48 (1998) 231-260; ID., “Trono de la sabiduría”: hacia una teología fundamental del corazón de María, “EphMar” 48 (1998) 533
-548; CAMPO VILLEGAS G., María y su corazón, “EphMar” 49 (1999) 141-143.
(4) Cf. U. VON BALTHASAR, Teodramática, III. Las personas del drama: El hombre en Cristo, Madrid 1993, 272.
(5) FIORES DE, S., María en la teología contemporánea, Salamanca 1991, 603.
(6) No todos comparten esta interpretación. Algunos piensan que la espada que atraviesa el corazón es referida a la división que se producirá con motivo de rechazar o acoger la Palabra (Cf. GARCÍA PAREDES J.C.R., Mariología, Madrid 1995, 110-112; FRANQUESA P., La figura de María en Lucas, en A. APARICIO (Dir.), María del Evangelio, Madrid 1994, 251-256).
(7) Para realizar un estudio completo de ello puede consultarse a BOVER J.Mª., Origen de la devoción al corazón de María, “EstMar” 4 (1944) 59-171.
(8) ALONSO J.Mª., El corazón de María en san Juan Eudes, vol I, Madrid 1958, 86.
(9) RAHNER K., Escritos de teología, vol III. Vida espiritual-sacramentos, Madrid 1961,
(10) Ibid., 363.
(11) Sobre el objeto del corazón, J.Mª. Alonso aborda una cuestión nominativa. No le convence el título de corazón simbólico. Separa demasiado los dos contenidos de la palabra: por una parte, el corazón físico en sí mismo, y por otra, el amor representado bajo el símbolo cordial. Para lograr una mayor claridad y unidad en el término opta por la expresión corazón-símbolo.
(12) Cf. ALONSO J.Mª., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956)
(13) RAHNER K., Escritos de teología, vol. III. Vida espiritual-sacramentos, Madrid 1961,
(14) ALONSO J.Mª., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956)
(15) RAHNER K., Escritos de teología, vol. III. Vida espiritual-sacramentos, Madrid 1961,
(16) Cf. Ibid., 359.
(17) Cf. Ibid., 362.
(18) ID., Escritos de teología, vol VII. Escritos pastorales, Madrid 1961, 521.
(19) EUDES J., El corazón admirable de la Madre de Dios, libro I, cap. 2, nº 2.
(20) Cf. DURRWELL F-X., Nuestro Padre. Dios en su misterio, Salamanca 1992, 30.
(21) Cf. Ibid., 134-135.
(22) GONZÁLEZ DE CARDEDAL O., Raíz de la esperanza, Salamanca 1995, 60.
(23) “Christum prius mente quam ventre concipiens” (S. AGUSTÍN, PL 38, 1074).
(24) ALONSO J.Mª., El corazón de la Inmaculada, “Verdad y vida” 15 (1975) 343.
(25) ID., Sobre una teología al corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956) 35.
(26) ALONSO J.Mª., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956)
(27) ID. El corazón de la inmaculada, “Verdad y vida” 15 (1975) 350.
(28) Cf. ID., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956) 44.
(29) GARCÍA PAREDES J.C.R., María la mujer consagrada, Madrid 1979,159.
(30) Cf. ALONSO J.Mª., El corazón de la inmaculada, “Verdad y vida” 15 (1975) 339.
(31) ID., El corazón de María en la teología de la reparación, “EphMar” 27 (1977)
(32) ID., ¿La asunción desmitologizada?, “EphMar” 26 (1976) 349.
(33) Ejemplos de esta toma de conciencia los encontramos en: BOVER J.M., Origen de la devoción al corazón de María, “EstMar” 4 (1945) 148; PEINADOR M., El corazón de María en los evangelios, “EstMar” 4 (1945) 57-58; ALONSO J.Mª., El corazón de María en San Juan Eudes, vol. I, Madrid 1958, 213; ID., Sobre una teología del corazón de María, “Ad Maiora” 9 (1956) 15.
(34) RAHNER K., Escritos de teología, vol. III. Vida espiritual-sacramentos, Madrid 1961,
(35) Ibid., 358.
(36) Cf. ALONSO J.Mª., La consagración al corazón de María, acto perfectísimo de la virtud de la religión. Una síntesis teológica, (Introducción a la obra de CANAL J.Mª., La consagración a la Virgen y a su corazón, 2 vols., col. Cor Mariae, Madrid 1960), vol. I,
(37) RAHNER K., Escritos de teología, vol VII. Escritos pastorales, Madrid 1969, 527.
(38) ZAMBRANO M., Claros del bosque, Barcelona 1988, 72.

Pablo Brogeras Martínez
 
 

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Fundamentos de la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús

La devoción al Sagrado Corazón no es sino una forma especial de devoción a Jesús. Al esclarecer su objeto, sus fundamentos y sus actos propios conoceremos qué es exactamente y qué hace distinta a esta devoción.

 

EL OBJETO ESPECIAL DE LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN

La naturaleza de esta cuestión es ya de por sí compleja y las dificultades que nacen a causa de la terminología la hacen aún más compleja. Sin profundizar en términos que son extremadamente técnicos, estudiaremos las ideas en sí mismas y, con el fin de saber pronto dónde estamos, nos detendremos en el significado y en el uso que se da a la palabra corazón en el lenguaje normal. (a) La palabra corazón despierta en nosotros, antes que nada, la idea del órgano vital que palpita en nuestro pecho y del que sabemos, aunque quizás vagamente, que está íntimamente conectado no sólo con nuestra vida física, sino también con nuestra vida moral y emocional. Tal relación explica, también, que el corazón de carne sea universalmente aceptado como emblema de nuestra vida moral y emocional, y que por asociación, la palabra corazón ocupe el sitio que tiene en el lenguaje simbólico y que esa palabra se aplique igualmente a las cosas mismas que son simbolizadas por el corazón. (Cfr. Jer. 31,33; Dt. 6,5; 29,3; Is. 29,13; Ez. 36,26; Mt. 6,21; 15,19; Lc. 8,15; Rm. 5,5; Catecismo de la Iglesia Católica, nos. 368, 2517, N.T.). Pensemos, por ejemplo, en expresiones como «abrir nuestro corazón», «entregar el corazón», etc. Llega a pasar que el símbolo es despojado de su significado material y en vez del signo se percibe sólo lo que es significado. De igual manera, en el lenguaje corriente la palabra alma ya no despierta la idea de aliento, y la palabra corazón sólo nos trae a la mente las ideas de valor o amor. Claro que aquí hablamos de figuras del lenguaje o de metáforas, más que de símbolos. El símbolo es un signo real, mientras que la metáfora es sólo un signo verbal.

El símbolo es algo que significa algo distinto de si mismo, mientras que la metáfora es una palabra utilizada para dar a entender algo distinto de su significado propio. Por último, en el lenguaje normal, nosotros pasamos continuamente de la parte al todo y, gracias a una forma muy natural de hablar, usamos la palabra corazón para referirnos a la persona. Todas estas ideas nos ayudarán a determinar el objeto de la devoción al Sagrado Corazón.

El problema comienza cuando se debe distinguir entre los significados material, metafórico y simbólico de la palabra corazón. Se trata de saber si el objeto de la devoción es el corazón de carne, como tal, o el amor de Jesucristo significado metafóricamente por la palabra corazón, o el corazón de carne en cuanto símbolo de la vida emocional y moral de Jesús, especialmente de su amor hacia nosotros. Afirmamos que se da debido culto al corazón de carne en cuanto éste simboliza y recuerda el amor de Jesús y su vida emocional y moral (Cfr. Pío XII, encíclica «Haurietis Aquas», 18,21,24, N.T.). De tal forma, aunque la devoción se dirige al corazón material, no se detiene ahí: incluye el amor, ese amor que constituye su objeto principal pero que únicamente se alcanza a través del corazón de carne, símbolo y signo de ese amor. La devoción al solo Corazón de Jesús, tomado éste como una parte noble de su divino cuerpo, no sería equivalente a la devoción al Sagrado Corazón tal y como la entiende y aprueba la Iglesia.

Y lo mismo se puede decir de la devoción al amor de Jesús, como si se tratara de una parte separada de su corazón de carne, o sin más relación con este último que la sugerida por una palabra tomada en su sentido metafórico. (Cfr. Gaudium et Spes, 22,2, N.T.) Pues hay que considerar que en esta devoción existen dos elementos: uno sensible, el corazón de carne, y uno espiritual, el que es representado y traído a la mente por el corazón de carne. Estos dos elementos no son dos objetos distintos, simplemente coordinados, sino que realmente constituyen un objeto solo, del mismo modo como lo hacen el alma y el cuerpo, y el signo y la cosa significada. De esos dos elementos el principal es el amor, que es la causa y la razón de la existencia de la devoción, tal como el alma es el elemento principal en el [[hombre. Consecuentemente, la devoción al Sagrado Corazón puede ser definida como una devoción al Corazón Adorable de Jesucristo en cuanto él representa y recuerda su amor. O, lo que equivale a lo mismo, se trata de la devoción al amor de Jesucristo en cuanto que ese amor es recordado y simbólicamente representado por su corazón de carne (Cfr. Encíclica de S.S. León XIII, Annum Sacrum; Catecismo de la Iglesia Católica nos. 479, 609. N.T.).

Es este simbolismo lo que de da su significado y su unidad, y su fuerza simbólica queda admirablemente completada al ser representado el corazón como herido. Como el Corazón de Jesús se nos presenta como el signo sensible de su amor, la herida visible en el Corazón nos recuerda la invisible herida de su amor («Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza», Catecismo de la Iglesia Católica, 1439, N.T.).

Ese simbolismo también nos deja en claro que la devoción, si bien concede al corazón un lugar especial, poco está interesada en los detalles anatómicos. Dado que en las imágenes del Sagrado Corazón la expresión simbólica debe predominar sobre todo lo demás, no se busca nunca la congruencia anatómica; ésta afectaría negativamente la devoción al debilitar la evidencia del simbolismo. Es de primera importancia que el corazón como emblema se pueda distinguir del corazón anatómico; lo apropiado de la imagen debe ser favorable a la expresión de la idea. En una imagen del Sagrado Corazón es necesario un corazón visible, pero éste debe ser, además de visible, simbólico. Y se puede afirmar algo semejante en el ámbito de la fisiología, porque el corazón de carne que constituye el objeto de la devoción, y que debe dejar ver el amor de Jesús, es el Corazón de Jesús, el Corazón real, viviente, que en verdad amó y sufrió; el que, como lo experimentamos en nuestros corazones, tuvo relación con las emociones y la vida moral de Cristo; el que, por el conocimiento, así sea rudimentario, que tenemos a partir de las operaciones de nuestra propia vida humana, jugó igual papel en las operaciones de la vida del Maestro. Sin embargo, la relación entre el Corazón y el Amor de Cristo no tiene un carácter puramente convencional, como es el caso entre la palabra y la cosa, o entre la bandera y el país que ésta representa.

Ese Corazón ha estado y está inseparablemente vinculado con la vida de Cristo, vida de bondad y amor. Basta, empero, que en nuestra devoción simplemente conozcamos y sintamos esta relación tan íntima. No tenemos por qué preocuparnos por la anatomía del Sagrado Corazón, ni con determinar cuáles son sus funciones en la vida diaria. Sabemos que el simbolismo del corazón se funda en la realidad y que constituye el objeto de nuestra devoción al Sagrado Corazón, la cual no está en peligro de caer en el error. Es precisamente esa característica la que define naturalmente a la devoción al Sagrado Corazón. Es más, ya que la devoción se dirige al amante Corazón de Jesús, ella debe abarcar todo aquello que es abrazado por ese amor. Y, en ese contexto, ¿no fue ese amor la causa de toda acción y sufrimiento de Cristo?. ¿No fue su vida interior, más que la exterior, dominada por ese amor? Por otro lado, teniendo la devoción al Sagrado Corazón como objeto al Corazón viviente de Jesús, eso mismo familiariza al devoto con toda la vida interna del Maestro, con sus virtudes y sentimientos y, finalmente, con Jesús mismo, infinitamente amante y amable. Consecuentemente, de la devoción al Corazón amante se procede, primero, al conocimiento íntimo de Jesús, de sus sentimientos y virtudes, de toda su vida emocional y moral; del Corazón amante se extiende a las manifestaciones de su amor. Hay otra forma de extensión que, teniendo la misma significación, se realiza, sin embargo, de diverso modo, pasando del Corazón a la Persona. Transición que, por otra parte, es algo que se realiza naturalmente. Cuando hablamos de un «gran corazón» siempre hacemos alusión a una persona, del mismo modo que cuando mencionamos el Sagrado Corazón nos referimos a Jesús. Esto no sucede porque ambas cosas sean sinónimas sino porque la palabra corazón se utiliza para indicar una persona, y esto es posible porque expresamos que tal persona está relacionada con su propia vida moral y emocional.

Del mismo modo, cuando nos referimos a Jesús como el Sagrado Corazón, lo que en realidad queremos expresar es al Jesús que manifiesta su Corazón, el Jesús amante y amable. Jesús entero queda recapitulado en su Corazón Sagrado, al igual que todas las cosas son recapituladas en Jesús. Dios continuamente se lamenta de ello en las Sagradas Escrituras; los santos siempre han escuchado en sus corazones la queja de ese amor no correspondido. Una de las fases esenciales de la devoción es la percepción de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y despreciado. El mismo Jesús reveló esa verdad a Santa Margarita María Alacoque, ante la que se quejó de ello amargamente.

Únicamente ese amor puede explicar a Jesús, así como sus palabras y obras. Empero, su amor brilla más resplandeciente en ciertos misterios a través de los que nos llegan grandes bienes, y en los cuales Jesús se manifiesta más generoso en la entrega de si mismo. Podemos pensar, por ejemplo, en la Encarnación, la Pasión y la

Eucaristía. Estos misterios, además, tienen un lugar especial en la devoción que, buscando a Jesús y los signos de su amor y su gracia, los encuentra aquí con una intensidad mayor que en cualquier evento particular.

Ya se dijo arriba que la devoción al Sagrado Corazón, dirigida al Corazón de Jesús como emblema de su amor, pone especial atención a su amor por la humanidad. Lógicamente, esto no excluye su amor a Dios, pues está incluido en su amor por los hombres. Se trata, entonces, de la devoción al «Corazón que tanto ha amado a los hombres», según las palabras citadas por Santa Margarita María.

Por último, surge la pregunta de si el amor al que honramos con esta devoción es el mismo con el que Jesús nos ama en cuanto hombre o se trata de aquel con el que nos ama en cuanto Dios. O sea, si se trata de un amor creado o de uno increado; de su amor humano o de su amor divino. Sin lugar a dudas se trata del amor de Dios hecho hombre, el amor del Verbo Encarnado. Ningún devoto separa estos dos amores, como tampoco separa las dos naturalezas de Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, No. 470, N.T.). Y aunque quisiésemos debatir este punto y solucionarlo a toda costa, sólo encontraremos que hay diferentes opiniones entre los autores. Algunos, por considerar que el corazón de carne sólo puede vincularse con el amor humano, concluyen que no puede simbolizar el amor divino que, a su vez, no es propio de la persona de Jesús y que, por tanto, el amor divino no puede ser objeto de la devoción. Otros afirman que el amor divino no puede ser objeto de la devoción si se le separa del Verbo Encarnado, o sea que sólo es tal cuando se le considera como el amor del Verbo Encarnado y no ven porqué no pueda ser simbolizado por el corazón de carne ni porqué la devoción debiera circunscribirse solamente al amor creado.

 

FUNDAMENTOS DE LA DEVOCIÓN

Esta cuestión puede ser estudiada bajo tres aspectos: el histórico, el teológico y el científico.

a. Fundamentos históricos

Al aprobar la devoción al Sagrado Corazón, la Iglesia no simplemente confió en las visiones de Santa Margarita María, sino que, haciendo abstracción de ellas, examinó el culto en si mismo. Las visiones de Santa Margarita María podían ser falsas, pero ello no debía repercutir en la devoción, haciéndola menos digna o firme. Sin embargo, el hecho es que la devoción se propagó principalmente bajo la influencia del movimiento que se inició en Paray-le-Monial. Antes de su beatificación, las visiones de Santa Margarita María fueron críticamente examinadas por la Iglesia, cuyo juicio, en tales casos, aunque no es infalible, sí implica una certeza humana suficiente para garantizar las palabras y acciones que se sigan de él.

b. Fundamentos teológicos

El Corazón de Jesús merece adoración, como lo hace todo lo que pertenece a su persona. Pero no la merecería si se le considerase como algo aislado o desvinculado de ésta. Definitivamente, al Corazón de Jesús no se le considera de ese modo, y Pío VI, en su bula de 1794, «Auctorem fidei», defendió con su autoridad este aspecto de la devoción contra las calumnias jansenistas. Si bien el culto se rinde al Corazón de Jesús, va más allá del corazón de carne, para dirigirse al amor cuyo símbolo expresivo y vivo es el corazón. No se requiere justificar la devoción acerca de esto. Es la Persona de Jesús a quien se dirige, y esta Persona es inseparable de su divinidad. Jesús, la manifestación viviente de la bondad de Dios y de su amor paternal; Jesús, infinitamente amable y amante, visto desde la principal manifestación de su amor, es el objeto de la devoción al Sagrado Corazón, del mismo modo que lo es de toda la religión cristiana. La dificultad reside en la unión del corazón y el amor, y en la relación que la devoción supone que existe entre ambos. Pero, ¿no es esto un error que ya ha sido superado hace mucho?. Sólo queda por ver si la devoción, bajo este aspecto, está bien fundamentada.

c. Fundamentos filosóficos y científicos

En este aspecto ha habido cierta falta de certeza entre los teólogos. No obviamente en lo tocante a la base del asunto, sino en lo que respecta a las explicaciones. En ocasiones ellos han hablado como si el corazón fuera el órgano del amor, aunque este punto no tiene relación con la devoción, para la cual basta que el corazón sea el símbolo del amor y sobre ello no cabe duda: sí hay una vinculación real entre el corazón y las emociones. Nadie niega el hecho de que el corazón es símbolo del amor y todos experimentamos que el corazón se convierte en una especie de eco de nuestros sentimientos. Un estudio de esta especie de resonancia sería muy interesante, pero no le hace falta a la devoción, ya que es un hecho atestiguado por la experiencia diaria; un hecho del cual la medicina puede dar razones y explicar las condiciones, pero que no es parte del presente estudio, ni su objeto requiere ser conocido por nosotros.

El acto propio de la devoción

El objeto mismo de la devoción exige un acto apropiado, si se considera que la devoción al amor de Jesús por nosotros debe ser, antes que nada, una devoción al amor a Jesús. Su característica debe ser la reciprocidad del amor; su objeto es amar a Jesús que nos ama tanto; pagar amor con amor. Más aún, habida cuenta que el amor de Jesús se manifiesta al alma devota como despreciado y airado, sobre todo en la Eucaristía, el amor propio de la devoción deberá manifestarse como un amor de reparación. De ahí la importancia de los actos de desagravio, como la comunión de reparación, y la compasión por Jesús sufriente. Mas ningún acto, ninguna práctica, puede agotar las riquezas de la devoción al Sagrado Corazón. El amor que constituye su núcleo lo abraza todo y, entre más se le entiende, más firmemente se convence uno de que nada puede competir con él para hacer que Jesús viva en nosotros y para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión con Jesús, con todo su corazón, su alma y sus fuerzas.

 

IDEAS HISTÓRICAS SOBRE EL DESARROLLO DE LA DEVOCIÓN

Cristo mostrando la llaga del costado por donde entró la lanza que traspasó el Corazón, de donde nace su Iglesia. Escultura en piedra del siglo XV. Francia. Fotografía de Juan Dejo Bendezú S.J,

1. Desde el tiempo de San Juan y San Pablo siempre ha existido en la Iglesia algo semejante a una devoción al amor de Dios, quien tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito, y al amor de Jesús, quien tanto nos ama que se entregó a si mismo por nosotros. Claro que, hablando adecuadamente, eso no era equivalente a la devoción al Sagrado Corazón, ni le rendía culto al Corazón de Jesús como símbolo de su amor.

Desde los primeros siglos, también, siguiendo el ejemplo del evangelista, ha sido costumbre meditar sobre el costado abierto de Cristo y el misterio de la sangre y agua, y se ha visto a la Iglesia como naciendo de esa herida, del mismo modo como Eva nació del costado de Adán (Cfr. San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 2, 85-89; Lumen Gentium, 3; Sacrosanctum Concilium, 5, N.T.) Sin embargo, no existe constancia alguna de que durante los primeros diez siglos se haya rendido culto al Corazón herido.

2. No es sino hasta los siglos XI y XII que encontramos señales inconfundibles de alguna devoción al Sagrado Corazón.

El corazón de Jesús es principio y término de nuestra reconciliación penitente, afirma rotundamente el teólogo francés Bertrand de Margerie S.J.

Se trataba de acercarse al Corazón Herido a través de la herida del costado, y la herida del Corazón simbolizaba la herida del Amor. Fue en el ambiente de fervor de los monasterios benedictinos o cistercienses, gracias al pensamiento de Anselmo o Bernardo, donde la devoción nació, aunque es imposible determinar con certidumbre cuáles hayan sido sus primeros textos o quiénes sus primeros devotos. Según Santa Gertrudis y Santa Matilde, y para el autor de la «Vitis mystica», la devoción ya era muy conocida en sus tiempos. No sabemos, sin embargo, exactamente a quién se debe la «Vitis mystica».

Hasta principios del siglo XX se le había venido atribuyendo su autoría a San Bernardo, pero algunas publicaciones de la hermosa y académicamente completa edición Quaracchi la atribuyen, y no sin razones de peso, a San Buenaventura («S. Bonaventurae opera omnia», 1898,VIII, LIII). Sea como sea, ese documento contiene uno de los más hermosos pasajes que se hayan inspirado en la devoción al Sagrado Corazón y que la Iglesia utiliza para las lecciones de la Liturgia de las Horas en su fiesta. Para Santa Matilde (+1298) y Santa Gertrudis (+1302), se trata de una devoción muy conocida que había sido base de muchas bellas oraciones y prácticas devocionales. Y merece especial atención la visión de Santa Gertrudis en la fiesta de San Juan Evangelista, ya que constituye un hito en la historia de la devoción. Habiéndosele permitido recostar su cabeza cerca del costado herido del Salvador, pudo escuchar los latidos del Divino Corazón.

Le preguntó a Juan si en la noche de la Última Cena él también había podido escuchar tan deliciosas pulsaciones y, si así había sido, porqué no había hablado de ello. Juan le respondió que esa revelación había sido reservada para tiempos posteriores, cuando el mundo, habiéndose enfriado, necesitara que su amor se le recalentara («Legatus divinae pietatis», IV, 305; «Revelationes Gertrudianae», ed. Poitiers y Paris, 1877).

3. A partir del siglo XIII y hasta el XVI, la devoción se propagó, pero sin desarrollarse internamente.

Era practicada en todas partes por almas escogidas, de lo que dan abundante testimonio las vidas de los santos y los anales de las diferentes congregaciones religiosas como franciscanos, dominicos, jesuitas, cartujos, etc. Empero, siempre fue una devoción individual de carácter místico. No había comenzado aún ningún movimiento generalizado, a menos que uno concibiera como tal la devoción a las Cinco Llagas entre las que la herida del Corazón figuraba prominentemente y a cuya propagación los franciscanos habían dedicado gran esfuerzo.

4. Parece ser que fue en el siglo XVI que la devoción avanzó y pasó del dominio místico al de la ascesis cristiana. Se convirtió en una devoción objetiva, con oraciones previamente formuladas y ejercicios especiales cuya práctica era muy recomendada a la par que su valor era apreciado. Esto lo sabemos gracias a los escritos de esos dos maestros de la vida espiritual, el piadoso Lanspergius (+1539), de los Cartujos de Colonia, y el devoto Lois de Blois (Blosius, 1566), un monje benedictino y abad de Liessies, en Hainaut. A ellos se pueden añadir San Juan de Ávila (+ 1569) y San Francisco de Sales, éste último del siglo XVII.

5. Desde entonces todo pareció ayudar al temprano nacimiento de la devoción. Los autores ascéticos hablan de ella, especialmente los de la Compañía de Jesús, Álvarez de Paz, Luis de la Puente, Saint-Jure y Nouet. Y no faltan tratados especializados, como la pequeña obra del Padre Druzbicki, «Meta Cordium, Cor Jesu». Entre los místicos y almas piadosas que practicaron la devoción podemos contar a San Francisco de Borja, San Pedro Canisio, San Luis Gonzaga y San Alfonso Rodríguez, de la Compañía de Jesús. Igualmente, a la Beata Marina de Escobar (+1633) en España; a las Venerables Magdalena de San José y Margarita del Santísimo Sacramento, ambas carmelitas, en Francia; Jeanne de San Mateo Deleloe (+1660), una benedictina, en Bélgica; la incomparable Armelle de Vannes (+1671). E incluso en ambientes jansenistas o mundanos, Marie de Valernod (+1654) y Angélique Arnauld; M. Boudon, archidiácono de Evreux, el Padre Huby, el apóstol de los retiros, en Bretaña y, sobre todos ellos, la Beata Marie de la Encarnación, quien falleció en Quebec en 1672. La Visitación parecía estar esperando a Santa Margarita María. Su espiritualidad, algunas intuiciones de San Francisco de Sales, las meditaciones de Mère l’Huillier (+1692), todo ello preparó el camino. La imagen del Corazón de Jesús estaba evidente en todas partes gracias, en gran manera, a la devoción franciscana a las Cinco Llagas y a la costumbre jesuita de colocar la imagen en la página de títulos de sus libros y en los muros de sus templos.

6. A pesar de eso la devoción seguía siendo algo individual o, a lo mucho, privado. El hacerla pública, honrarla en el Oficio Divino y establecerle una fiesta estaba reservado a San Juan Eudes (1602-1680). El Padre Eudes fue, más que nada, el apóstol del Corazón de María, pero en su devoción por el Corazón Inmaculado había siempre una parte para el Corazón de Jesús. Poco a poco se fue separando la devoción por el Sagrado Corazón y el 31 de agosto de 1670 se celebró con gran solemnidad la primera fiesta del Sagrado Corazón en el Gran Seminario de Rennes. El 20 de octubre le siguió Coutances y desde entonces quedó unida a esa fecha la fiesta de los eudistas. De ahí pronto cundió la fiesta a otras diócesis e igualmente la devoción fue adoptada por varias comunidades religiosas. Y así llegó a estar en contacto con la devoción que ya existía en Paray, en donde las dos se fundieron naturalmente.

7. Cristo escogió a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), una humilde monja visitandina del monasterio de Paray-le-Monial, para revelarle los deseos de su Corazón y para confiarle la tarea de impartir nueva vida a la devoción. Nada indica que esta piadosa religiosa haya conocido la devoción antes de las revelaciones, o que, al menos, haya prestado alguna atención a ella. Estas revelaciones fueron muy numerosas y son notables las siguientes apariciones: la que ocurrió en la fiesta de San Juan, en la que Jesús permitió a Margarita María, como antes lo había hecho con Santa Gertrudis, recargar su cabeza sobre su Corazón, y luego le descubrió las maravillas de su Amor, diciéndole que deseaba que fueran conocidas por toda la humanidad y que los tesoros de su bondad fueran difundidos. Añadió que Él la había escogido a ella para esta obra (27 de diciembre, probablemente del 1673). En otra, probablemente distinta de la anterior, Él pidió ser honrado bajo la figura de su corazón de carne. En otra ocasión, apareció radiante de amor y pidió que se practicara una devoción de amor expiatorio: la comunión frecuente, la comunión cada primer viernes de mes, y la observancia de la Hora Santa (probablemente en junio o julio de 1674). En otra, conocida como la «gran aparición», que tuvo lugar en la octava de Corpus Christi, 1675, probablemente el 16 de junio, fue cuando Jesús dijo: «Mira el Corazón que tanto ha amado a los hombres… en vez de gratitud, de gran parte de ellos yo no recibo sino ingratitud». Y le pidió que se celebrase una fiesta de desagravio el viernes después de la octava de Corpus Christi, advirtiéndole que debía consultar con el Padre de la Colombière, por entonces superior de la pequeña casa jesuita en Paray. Finalmente, aquellas en las que el Rey solicitó solemne homenaje y determinó que fuera la Visitación y los jesuitas quienes se encargasen de propagar la nueva devoción. Pocos días después de la «gran aparición», en junio de 1675, Margarita María informó de todo al Padre de la Colombière y este último, reconociendo la acción del [[Espíritu Santo]], se consagró él mismo al Sagrado Corazón, dio instrucciones a la visitandina para que pusiera por escrito los detalles de la aparición y utilizó cuanta oportunidad tuvo para discretamente circular ese relato en Francia e Inglaterra. A su muerte, el 15 de febrero de 1682, se encontró en su diario de retiros espirituales una copia manuscrita suya del relato que él había solicitado de Margarita María, con unas breves reflexiones acerca de la utilidad de la devoción. Ese diario, junto con el relato y un precioso «ofrecimiento» al Sagrado Corazón en el que se explica claramente la devoción, fue publicado en Lyón en 1684. El librito fue muy leído, aún en Paray, aunque no dejó de causar una «horrible confusión» a Margarita María, quien, a pesar de todo, decidió aprovecharlo para extender su preciada devoción. Se unieron al movimiento Moulins, con la Madre de Soudeilles, Dijon, con la Madre de Saumaise y la hermana Joly, Semur, con la Madre Greyfié y hasta Paray, que al principio se había resistido. Fuera de las Visitandinas, sacerdotes, religiosos y laicos abrazaron la causa. En especial un capuchino, los dos hermanos de Margarita María y algunos jesuitas, entre los que estaban los padres Croiset y Gallifet, quienes estaban destinados a desempeñar un papel importante en pro de la devoción.

8. La muerte de Margarita María, el 17 de octubre de 1690, no asfixió el entusiasmo de quienes estaban interesados en la devoción. Todo lo contrario. La pequeña narración que hizo el Padre Croiset en 1691 de la vida de la santa, como un apéndice de su libro «De la devotion au Sacre Coeur», sólo sirvió para aumentarlo. A pesar de todo tipo de obstáculos y de la lentitud de la Santa Sede, que en 1693 concedió indulgencias a las cofradías del Sagrado Corazón y que en 1697 otorgó a la Visitandinas licencia para celebrar la fiesta junto con la de las Cinco Llagas, pero que se negó a otorgar una fiesta común para toda la Iglesia, con Misa especial y oficio, la devoción se extendió, en particular entre las comunidades religiosas.

Quizás la primera ocasión para realizar una consagración solemne al Sagrado Corazón y un acto público de culto fuera de las comunidades religiosas la proporcionó la plaga de Marsella, en 1720. Otras ciudades del sur siguieron el ejemplo de Marsella y a partir de ahí la devoción se popularizó.

En 1726 se consideró oportuno acudir de nuevo a Roma para solicitar una fiesta propia, pero en 1729, de nuevo, Roma se negó. Mas por fin, en 1765, finalmente cedió y ese mismo año, a petición de la Reina, la fiesta fue aceptada semioficialmente por el episcopado francés. De todos los rincones del planeta llovieron las solicitudes a Roma, y a todas se dio respuesta afirmativa. Finalmente, gracias a las presiones de los obispos de Francia, el Papa Pío IX extendió la fiesta a la Iglesia Universal bajo la modalidad de rito doble mayor. En 1889 la Iglesia la elevó a rito doble de primera clase. En todos lados se realizaban actos de consagración y reparación junto con la devoción. En ocasiones, en especial después de 1850, grupos, congregaciones y hasta naciones enteras se han consagrado al Sagrado Corazón. En 1875 todo el mundo católico se consagró de esa manera. Aún así, el Papa aún no había decidido tomar la iniciativa o intervenir directamente. Eventualmente, el 11 de junio de 1899, por orden de León XIII, y con una fórmula prescrita por él, toda la humanidad fue solemnemente consagrada al Sagrado Corazón. La idea de llevar a cabo esa acción, que León XIII calificó como «el gran acontecimiento» de su pontificado, le había sido sugerida por una religiosa del Buen Pastor, de Oporto (Portugal), quien afirmó que ella lo había recibido directamente de Cristo. Ella, quien era miembro de la familia Drost-zu-Vischering, y cuyo nombre de religión era María del Divino Corazón, murió en la fiesta del Sagrado Corazón, dos días antes de la consagración, que había sido pospuesta hasta el siguiente domingo.

(Nota del traductor: S.S. León XIII promulgó, el 25 de mayo de 1899, la encíclica «Annum Sacrum», en la que recomienda la práctica de la devoción al Sagrado Corazón, y algunos de sus sucesores hicieron lo propio, en especial Pío XI, en su encíclica «Miserentissimus Redemptor», del 8 mayo de 1928, y Pío XII, en sus encíclicas «Summi Pontificatus», del 20 de octubre de 1939, «Mystici Corporis», del 29 de junio de 1943 y «Haurietis Aquas», del 15 de mayo de 1956. Esta última contiene una exposición integral del culto y la devoción al Sagrado Corazón y debe convertirse en lectura indispensable para quien desee conocer a fondo la posición pontificia al respecto. El Concilio Vaticano II, 1962-1965, hace referencia al Corazón de Cristo en varios documentos. Finalmente, el Papa Juan Pablo II incluyó el tema como parte del Catecismo de la Iglesia Católica, en 1992).

Al hacer mención de esas grandes manifestaciones públicas no debemos olvidar hacer también alusión a la vida íntima de la devoción en las almas, a las prácticas que la acompañan, a las obras y asociaciones de las que es el alma. Tampoco debemos pasar por alto el carácter social que ha asumido en años recientes. Los católicos franceses, en forma especial, se aferran a esa devoción como a una de sus mayores esperanzas de ennoblecimiento y salvación.

Fuente: Bainvel, Jean. «Devotion to the Sacred Heart of Jesus.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.

NOTAS
[1] Especial sobre el Sagrado Corazón de Jesús en Aci Prensa preparado por José Gálvez Krüger.
[2] Bertrand de Margerie S.J.
[3] Mateo Crawley SS.CC.
[4] Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María
[5] Corazón de María, Corazón de la Iglesia (I).
[6] Corazón de María, Corazón de la Iglesia (II).
[7] Colegio de la Recoleta (Lima- Peru)
[8] Cardenal Rouco presidirá renovación de consagración de España al Sagrado Corazón.
[9] Arzobispo de Quito preside renovación de Consagración de Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús.
[10] Gabriel García Moreno.
[11] Consagrarán a Panamá al Sagrado Corazón de Jesús.
[12] Colombianos renuevan consagración al Corazón de Jesús y María el 12 de octubre.
[13] Apostolado de la Oración.
[14] Margarita María Alacoque.
[15] El sagrado Corazón de Jesús en el Perú.
[16] Apostol peruano del Sagrado Corazón.
[17] Detente del Corazón de Jesús.
[18] Tesoro escondido en el Sacratísimo Corazón de Jesús.
[19] Librito «Tesoro escondido en el Sacratísimo Corazón de Jesús», texto íntegro de la primera edición, imprenta de Alonso del Riego, impresor de la Real Universidad, Valladolid, 1734.
[20]Vida de Bernardo de Hoyos.
[21] Principios del reinado del Corazón de Jesús en España, por el P. José Eugenio de Uriarte, S.J., Madrid, 1880
[22]Libro o manuscrito “Vida del V. y angelical joven P. Bernardo Francisco de Hoyos de la Compañía de Jesús”, escrito por su Director espiritual el P. Juan de Loyola S.J. poco después de la muerte de Bernardo en 1735.
[23] Carta del rey Felipe V de España al Papa Benedicto XIII, pidiendo Misa y Oficio propio del Sagrado Corazón de Jesús, para todos sus Reinos y Dominios (año 1727).
[24] Consagración de España al sagrado Corazón de Jesús.
[25] Canción «Viva Cristo Rey».
[26] Canción «Tu reinarás».
[27] Imágenes del Sagrado Corazón de Jesús.
[28] Novena al Sacratísimo Corazón de Jesús.
[29] Reinaré en España.
[30] Carta Encíclica Haurietis aquas.
[31] Carta Encíclica Annum Sacrum.
[32] Carta Encíclica Miserentissimus Redemptor
[33]Carta Encíclica Summi Pontificatus
[34] Carta Encíclica Mystici Corporis

 
 

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Por qué Dios impone Mandamientos

Nuestra cultura los percibe como una violación de la libertad, como algo negativo, como prohibiciones que bloquean nuestra felicidad.

El hombre, por su arrogancia, no quiere que nadie, ni siquiera Dios, le prohíba nada.
A quien hable de que existe el pecado se le califica de «anticuado», «intolerante», «rígido», «inflexible» y «falto de misericordia».
Una película pornográfica se anuncia así: «deje sus escrúpulos en la casa».
Un joven que se mantiene casto es acusado de reprimido o poco hombre. Se trata del mismo engaño de la serpiente que contradice a Dios y busca ponerlo como mentiroso y enemigo de nuestra felicidad.  ¡Que gran mentira!  Es lo opuesto a la verdad. 

Esta actitud es producto de una cultura que ha perdido contacto con la realidad.
El hombre, guiado por la serpiente, se ha puesto en lugar de Dios y por eso resiente la intervención divina.

No debemos minimizar la poderosa influencia del mundo sobre nuestra forma de ver las cosas. El mundo constantemente presenta la mentira como si fuese verdad en los medios de nuestra cultura. Así ocurre en los medios de comunicación, en los comentarios de la gente, etc.
Solo nos mantendremos fieles a la verdad si claramente refutamos la mentira de la cultura y reclamamos el lenguaje a la luz de la razón iluminada por la fe.
Para ello es necesario decidirse a ser un hombre nuevo en Cristo, guiado por el Espíritu Santo en el corazón de la Iglesia.

LOS MANDAMIENTOS SON PARA NUESTRO BIEN

Dios no necesita nada en absoluto de nosotros.
Los mandamientos no le añaden nada a Dios.
Son solo para nuestro bien y felicidad.

Dios nos da mandamientos porque:
1- Nos ama.
2- Son necesarios para vivir felices y evitar nuestra destrucción.

Dios nos creó para ser felices.
Como hijos suyos, nos dotó de inteligencia, voluntad y dones.
Nos hizo capaces de razonar y distinguir el bien y el mal

Los mandamientos nos dan a conocer los peligros que destruyen nuestra relación con Dios y con el prójimo y terminan con el amor y felicidad.

Pero cuando le desobedecimos y pecamos, nos cegamos.
Ceguera:
ofuscación. Entorpece nuestro juicio; Nos lleva a la destrucción, a la muerte.
Ej.: El ratón ante la ratonera. Simplemente no ve sino su interés inmediato (el queso) y      no todo el contorno (la ratonera).
Entonces se actúa no por razón sino por pasiones desordenadas y egoístas.

LOS MANDAMIENTOS Y LA ALIANZA

Los mandamientos se entienden en el contexto de Dios liberando a su pueblo.
Primero los liberó de la esclavitud física que sufrían en Egipto.
Exodo 6:7 «Yo os haré mi pueblo, y seré vuestro Dios; y sabréis que yo soy Yahveh, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egipto».

Pero la esclavitud peor no es la externa sino la que llevamos dentro, en el corazón.
El pueblo, salido de Egipto, continuamente se rebela.  Hay maldad en los corazones y necesitan ser liberados interiormente.

Antes de entrar en la Tierra Prometida quiso comenzar la liberación interior.
Para eso, Dios quiso hacer una alianza que nos constituyera como Su pueblo.

Alianza es un compromiso entre dos, basado en acuerdos sobre como vivir la relación.
Como en el matrimonio.
Dios quiso hacernos su familia.

Llamó a Moisés en representación de todo el pueblo.
Dios se reveló a si mismo en su gloria en la montaña del Sinaí.
La montaña santa («el Señor os habló cara a cara en la montaña, en medio del fuego») Dt.      5:4

Le dio el Decálogo = «10 Palabras», 10 mandamientos.
Estos se encuentran en el libro de Exodo (20:1-17) y Deuteronomio.(5:6-22)
Estos son los compromisos necesarios para vivir la alianza como pueblo de Dios y así salir del dominio de pasiones egoístas que tiranizan al hombre y hacen imposible tanto la relación con Dios como la relación de paz y respeto entre los hombres.
Los mandamientos enseñan la forma de actuar digna de un hijo de Dios.

Dios da a conocer Su santa voluntad: que vivamos como hombres justos.

Dios los escribió «con su dedo«. (Ex. 31,18), es Palabra de Dios.

El pueblo entonces ratificó la alianza: (cf. Ex 24).
Ex 24:6-8 «Tomó Moisés la mitad de la sangre(de los novillos) y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: «Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahveh.» Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: «Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras.»
Las dos tablas con la Ley fueron depositadas en el «Arca de la Alianza»

LOS 10 MANDAMIENTOS NO SON ARBITRARIOS

Indican los fundamentos de una vida liberada de la esclavitud del pecado y unida a Dios.
Nos enseñan la verdadera humanidad, sobre Dios y nuestra relación «enuncian las exigencias del amor a Dios y al prójimo»

Los tres primeros mandamientos se refieren mas al amor a Dios.
Los otros 7 se refieren mas al amor al prójimo.

Los mandamientos son accesibles a la razón.
Los mandamientos son expresión de la ley natural inscrita en el corazón de todo hombre.
Ponen de relieve los deberes y los derechos inherentes en la naturaleza humana.
Cualquier persona de buena fe puede vencer sus pasiones, y, razonando, alcanzar a entender la validez de los mandamientos.  Por eso decimos que los mandamientos son accesibles a la razón.

También son revelación divina.
Ya que por el pecado fácil se ciega la razón y con facilidad las pasiones nos arrastran a actuar sin razonar.
Dios nos revela los mandamientos para que tengamos la verdad con claridad ante nosotros.
Conocemos los mandamientos por la revelación dada a la Iglesia y por la voz de la conciencia moral.

Los mandamientos son nuestra protección contra el desastre.

Los mandamientos se entienden y estiman cuando los vemos en el contexto de la alianza de amor de Dios con los hombres.
Son un camino de vida
Dt 30:16 «Si amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás»
«Si amas»; -la vida moral es un compromiso que responde al amor de la alianza, iniciativa de Dios.

Los mandamientos prohiben lo malo, lo que nos aparta del bien.
Son un don de Dios.

La violación de los mandamientos es grave, lleva a la muerte eterna.
Causa nuestra auto-
destrucción.
En el principio Dios dijo a Adán y Eva: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieras, sin remedio morirás» -Génesis 2, 16
Ej.: Quien se cree «superman» y se tira de un edificio, pensaba que podía volar, que negarse la experiencia de tirarse sería una forma de represión. Pero al instante que se tira se pondrá de manifiesto su error con la realidad inviolable de la ley de gravedad.
Los mandamientos no se rompen; ¡somos nosotros los que nos rompemos al violarlos!.

Los mandamientos son inmutables: valen siempre, para todos y en todas partes.

Forman una unidad orgánica.
Se condicionan recíprocamente.
Al transgredir uno se quebrantan todos.
«Porque quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos.» -Sant. 2,10.
No se puede honrar a otro sin bendecir al Creador.
No se puede adorar a Dios sin amar a los hombres.

DIOS NOS DIO 10 MANDAMIENTOS Y NO 10 SUGERENCIAS

Las sugerencias son opcionales, no obligan.
Los mandamientos son requisitos. Si los violamos hay consecuencias graves.
Ej. «no fumar» en el hospital donde se administra oxigeno, en una planta de combustible…/ «Prohibido entrar» donde hay substancias radioactivas.
Tomarse los mandamientos como sugerencias es un error mortal.

Debemos evitar la arrogancia de pensar que nosotros sabemos mas que Dios.
Quien dice que Dios no impone mandamientos se está inventando un Dios falso, un Dios a su manera.
Sería un Dios que no le importa como actuamos.
Cuando Moisés subió a la montaña, el Pueblo se hizo un becerro de oro y se entregó al libertinaje. Así, veamos la condición del mundo hoy… cuanto sufrimiento. 

LA CAUSA DE TODO MAL ES NUESTRA DESOBEDIENCIA A DIOS

Quisimos una sociedad «permisiva», libre de compromisos y mandamientos y lo que tenemos es alienación, violencia, desconfianza, caos y muerte.
Hoy, cada 21 minutos, una persona es asesinada solo en USA, sin contar los abortos, que son en ese país 4200 diarios.  Muchos, muchos  mas abusados, violados, robados, marginados en la miseria…. miles de divorcios se presentaran…

Detrás del mal está la serpiente que puso en nuestro corazón desconfianza hacia Dios.
«Pero la serpiente le dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los arboles del Jardín? Gen.3,1.  La serpiente quiere hacer ver a Dios como enemigo que niega la felicidad. Entonces nos ofrece las cosas fáciles.
En casos de divorcio con niños, ocurre con frecuencia que un padre es el que enseña y corrige, mientras que el otro quiere ganarse al niño dejándole hacer lo que quiera. ¿Cuál de los dos verdaderamente ama?

Pero también nosotros somos responsables
Tenemos libertad y escogemos el mal por nuestro egoísmo.
Cuando rechazamos los mandamientos rechazamos libremente el amor.

OBJECIÓN: LOS MANDAMIENTOS QUITAN LA LIBERTAD

Los mandamientos no quitan la libertad. Somos libres para aceptarlos o rechazarlos.

Los mandamientos nos advierten las consecuencias de utilizar mal la libertad.

Cuando se habla de liberación debemos preguntar: ¿Liberarnos de qué; de quién?
Queremos ser libres de lo que percibimos como malo.

Nadie quiere liberarse de lo que ama.
Ej.: ¿Quién quiere liberarse de su dinero, de su salud…?
Si amamos a Dios, no queremos liberarnos de El. Confiaremos en su Palabra, que los mandamientos son para nuestro bien.

Quien ama, busca comprometerse con el amado.
Pensemos en el matrimonio. Esto es hacer alianza. Establecer las bases necesarias para una relación fiel. Con mutuo acuerdo sobre la naturaleza de la relación; lo que son el uno para el otro.  Así también en toda relación santa.

¿POR QUÉ TE CUESTAN?

Te cuestan por una sencilla razón: porque por culpa del pecado original estás inclinado al mal, a lo más fácil, placentero, cómodo. Y los mandamientos ciertamente no estimulan a nada de esto. Los mandamientos apuntan a lo más noble que hay en ti: el superarte, el subir la montaña de la perfección y felicidad.

Los diez mandamientos nos marcan una vereda por la que debemos caminar para llegar a la felicidad verdadera, a la realización personal, y esta vereda es estrecha, por momentos fatigosa, y siempre cuesta arriba. ¿Te atreverás a subir por ella? Sólo los que aman y tienen voluntad se deciden a subir esta cuesta.

Además, cada mandamiento contrarresta tendencias desordenadas que todos llevamos dentro del corazón. Contrarresta y encauza dichas tendencias. Me explico.

Por ejemplo:

Primer Mandamiento: contrarresta ese deseo de curiosidad ante el futuro, de poseer las cosas materiales, nuestro descanso, nuestro gozo, nuestros dioses. Encauza nuestro deseo religioso para que no caigamos en supersticiones, magias, adivinaciones… y tengamos a Dios como Único Señor y Dios, en quien creer, en quien confiar y a quien amar.

Segundo Mandamiento: contrarresta esa tendencia que el hombre tiene a jurar sin necesidad, sin reflexionar, a tomarse a la ligera sus compromisos y promesas que libremente hizo al Señor, a pronunciar el nombre de Dios sin conciencia y respeto, a blasfemar y protestar contra Dios, cuando le salen mal las cosas o Dios le prueba.

Tercer Mandamiento: contrarresta la tendencia a la pereza, a la desidia, a la ingratitud con Dios, a olvidarnos de Dios… a ese querer dar culto a Dios a tu manera, sin necesidad de venir a misa, por no saber qué celebras en cada misa.

Cuarto Mandamiento: contrarresta la tendencia a la ingratitud con quienes nos han dado la vida o nos han formado, la tendencia a la soberbia para con la autoridad, la insumisión y falta de humildad. Esto, para los hijos. Y para los papás, esa tendencia o a dejar hacer todo a sus hijos, o por el contrario, a estar encima todo el tiempo, sin educarle a la verdadera libertad y elección.

Quinto Mandamiento: contrarresta la tendencia al odio, a la malquerencia, a la envidia, a la crítica, egoísmo, a la revancha y venganza, a la violencia.

Sexto Mandamiento: contrarresta la tendencia a disfrutar de la sexualidad sin norma, sin medida, sin la finalidad para la que Dios destinó el sexo. ¿Para qué nos dio Dios el sexo? Es un don de Dios para que los esposos, dentro de un matrimonio maduro, fiel y estable, crezcan en el amor y traigan hijos a este mundo.

Séptimo Mandamiento: contrarresta la tendencia a quedarnos con lo que no es nuestro, y a tomar la justicia por nuestra propia mano. Y al mismo tiempo nos ayuda a regular el derecho a la propiedad privada.

Octavo Mandamiento: contrarresta la tendencia a mentir, consciente o inconscientemente, para salir al paso, llamar la atención, para evitar males mayores, por respeto humano; esa tendencia a curiosear secretos, a meterse en la vida de otros, a hacer juicios precipitados de los demás.

Noveno Mandamiento: contrarresta la tendencia a pensar cosas impuras, hacer castillos en el aire con estas cosas, a mirar y desear a la mujer o al varón que no te pertenece.

Décimo Mandamiento: contrarresta la tendencia a la avaricia, a los apegos a las cosas terrenas, a la envidia por las cosas de los demás.

¿QUÉ FRUTOS EXPERIMENTARÁS AL CUMPLIRLOS?

¡Benditos mandamientos! Quienes los viven, experimentan estos frutos suculentos:

Te hacen libre y te liberan de tantas ataduras y esclavitudes.

Limpian tu corazón de deseos innobles.

Te permiten dar a Dios lo que es de Dios, y a los demás lo que es de ellos.

Quita fardo innecesario de tu mochila para caminar ágil hacia Dios.

Gracias a los mandamientos puedes crear la civilización del amor, de la fidelidad, del respeto, de la justicia.

Te llevan a la realización humana y cristiana.

Tanta paz proporcionan al alma.

Y te hacen vivir la fraternidad entre todos.

Pero sobre todo, pones contento a Dios tu Padre, tu Señor, tu Amigo.

El pecado no es, en absoluto, el centro de la religión cristiana. Es, para los creyentes, lo que las vallas para el corredor de obstáculos, lo que el trampolín para el saltador en piscina, algo que hay que conocer y superar. Nosotros no somos sólo gente que huye del mal y del infierno. Somos gente que sube y camina hacia Cristo. Es Él quien nos interesa. Es Él nuestro centro.

Por eso, al irte explicando los diez mandamientos me interesa, no tanto que no peques, sino que llegues a Cristo y que lo imites, que te realices como hombre y como cristiano, que llegues a la plenitud en tu vida, y que seas feliz. Cumpliendo los diez mandamientos, lograrás esto. Y además, vencerás el mal con el bien. Y los diez mandamientos son el bien que debes hacer en tu vida para vencer el mal que te invade, te acosa y te tienta.

¡Benditos mandamientos! Agradece a Dios el regalo de los diez mandamientos. Defiéndelos siempre en tu medio ambiente, entre tus amigos, en tu vida. Vive estos mandamientos con amor y cariño. Es la mejor manera de demostrar a Dios que lo amas.

Cúmplelos y llegarás a la vida eterna, donde Dios, tu Padre te espera con los brazos abiertos para darte el premio de su presencia, por haber cumplido su voluntad, manifestada en estos diez mandamientos.

Fuentes: Padre Jordi Rivero y Padre Antonio Rivero

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.La Presencia Real de Cristo en la Eucaristía

El contenido de deste articulo se ha subsumido en este otro:

Mira Cómo se Transforma el Pan y el Vino en la Carne y la Sangre de Cristo – Cómo se justifica la presencia real de Cristo en las apariencias de pan y vino consagradas…

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La Santísima Trinidad en la Iglesia primitiva y los Padres de la Iglesia

LA DIDACHÉ

Es un excelente testimonio del pensamiento de la Iglesia primitiva, y lo mencionamos por incluir un testimonio de como la fórmula bautismal Trinitaria era utilizada por la Iglesia Primitiva.

“Acerca del bautismo, bautizad de esta manera: Dichas con anterioridad todas estas cosas, bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en agua viva”[2]

 

EL MARTIRIO DE POLICARPO

Es una carta de la Iglesia de Esmirna a la comunidad de Filomenio donde se narra el martirio de San Policarpo, discípulo directo del apóstol San Juan y obispo de Esmirna.

Es uno de los escritos apostólicos que hace uso de las bellas doxologías Trinitarias que expresan tan claramente el dogma Trinitario.

“A Él [Jesucristo] sea la gloria con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén” [3]

 

EL PASTOR DE HERMAS

Considerados entre los escritos de los Padres Apostólicos, aunque comenta Quasten, pertenece al grupo de los Apocalipsis apócrifos. Contiene las revelaciones que realizaron dos figuras celestiales a Hermas que realizaron dos figuras celestiales a Hermas.

“Al Espíritu Santo, que es preexistente, que creó toda la creación. Dios le hizo morar en el cuerpo de carne que El quiso. Ahora bien, esta carne en que habitó el Espíritu Santo sirvió bien al Espíritu, caminando en santidad y pureza, sin mancillar absolutamente en nada al mismo Espíritu. Como hubiera, pues, llevado ella una conducta excelente y pura y tenido parte en todo trabajo del Espíritu y cooperado con El en todo negocio, portándose siempre fuerte y valerosamente, Dios la tomó por partícipe juntamente con el Espíritu Santo. En efecto, la conducta de esta carne agradó a Dios, por no haberse mancillado sobre la tierra mientras tuvo consigo al Espíritu Santo. Así, pues, tomó por consejero a su Hijo y a los ángeles gloriosos, para que esta carne, que había servido sin reproche al Espíritu, alcanzara también algún lugar de habitación y no pareciera que se perdía el galardón de este servicio. Porque toda carne en que moró el Espíritu Santo, si fuere hallada pura y sin mancha, recibirá su recompensa” [4]

En base a este texto explica Quasten: “Según este pasaje, parece que para Hermas la Trinidad consiste en Dios Padre, en una segunda persona divina, el Espíritu Santo, que él identifica con el Hijo de Dios, y, finalmente, en el Salvador, elevado a formar parte de su sociedad como premio a sus merecimientos. En otras palabras, Hermas considera al Salvador como Hijo adoptivo de Dios por lo que se refiere a su naturaleza humana.”

 

IGNACIO DE ANTIOQUÍA (AÑO 110 D.C)

San Ignacio reconoce numerosas veces a Cristo como Dios.

“Ignacio, por sobrenombre Portador de Dios: A la bendecida en grandeza de Dios con plenitud: a la predestinada desde antes de los siglos a servir por siempre para gloria duradera e inconmovible, gloria unida y escogida por gracia de la pasión verdadera y por voluntad de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Dios; a la Iglesia digna de toda bienaventuranza, que está en Éfeso de Asia, mi saludo cordialísimo en Jesucristo y en la alegría sin mácula.”[5]

“Un médico hay, sin embargo, que es carnal a par que espiritual, engendrado y no engendrado, en la carne hecho Dios, hijo de María e hijo de Dios, primero pasible y luego impasible, Jesucristo nuestro Señor”[6]

“La verdad es que nuestro Dios Jesús, el Ungido, fue llevado por María en su seno conforme a la dispensación de Dios; del linaje, cierto, de David; por obra, empero, del Espíritu Santo. El cual nació y fue bautizado, a fin de purificar el agua con su pasión”[7].

“Ignacio, por sobrenombre Portador de Dios: A la Iglesia que alcanzó misericordia en la magnificencia del Padre altísimo y de Jesucristo su único Hijo: la que es amada y está iluminada por voluntad de Aquel que ha querido todas las cosas que existen, según la fe y la caridad de Jesucristo Dios nuestro”[8]

Más adelante en la misma epístola a los romanos:

“Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios”[9]

“Yo glorifico a Jesucristo, Dios, que es quien hasta tal punto os ha hecho sabios; pues muy bien me di cuenta de cuán apercibidos estáis de fe inconmovible, bien así como si estuvierais clavados, en carne y en espíritu, sobre la cruz de Jesucristo”[10]

Para San Ignacio Cristo está por encima del tiempo, y es intemporal, lo cual es una forma de decir que existe desde toda la eternidad.

“…Aguarda al que está por encima del tiempo, al Intemporal, al Invisible, que por nosotros se hizo visible; al Impalpable, al Impasible, que por nosotros se hizo pasible: al que por todos los modos sufrió por nosotros?”[11]

 

ARÍSTIDES (SIGLO II)

Dejó una apología de la fe, la cual se consideraba perdida, hasta que fue en 1878 los Mequitaristas de San Lázaro de Venecia publicaron un manuscrito del siglo X, fragmento armenio de una apología intitulada “Al emperador Adriano César de parte del filósofo ateniense Arístides.” Posteriormente en 1889, el sabio americano Rendel Harris descubrió una traducción completa en sirio de esta apología. En dicha apología Arístides utiliza la fórmula Trinitaria mencionando a las tres Personas Divinas.

“Esté tuvo doce discípulos, los cuales, después de su ascensión a los cielos, salieron a las provincias del Imperio y enseñaron la grandeza de Cristo, al modo que uno de ellos recorrió nuestros mismos lugares predicando la doctrina de la verdad, pues conocen al Dios creador y artífice del universo en su Hijo Unigénito y en el Espíritu Santo, y no adoran a ningún otro Dios fuera de éste”[12]

 

ATENÁGORAS DE ATENAS (SIGLO II)

Atenágoras aún sin usar el término Trinidad es bastante explícito al definirla. También rechaza el subordinacionismo, y de la tendencia que posteriormente tomaría el arrianismo al considerar a Cristo un ser creado, tal como se deduce del siguiente texto escrito alrededor del 177 d.C.:

“Y si por la eminencia de vuestra inteligencia se os ocurre preguntar qué quiere decir “hijo,” lo diré brevemente: El Hijo es el primer brote del Padre, no como hecho, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí mismo al Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios, cuando todas las cosas materiales eran naturaleza informe y tierra inerte y estaban mezcladas las más gruesas con las más ligeras para ser sobre ellas idea y operación”.[13]

He aquí su forma de explicar la Trinidad:

“Así, pues, suficientemente queda demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios increado y eterno e invisible, impasible, incomprensible e inmenso, sólo por la inteligencia a la razón comprensible… ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden?”[14]

 

TACIANO EL SIRIO (SIGLO II)

Ha llegado hasta nosotros su discurso contar los griegos, obra donde ataca el politeísmo.

“Porque no estamos locos, oh helenos, ni predicamos tonterías, cuando anunciamos que Dios apareció en forma humana. Vosotros que insultáis, comparad vuestros mitos con nuestras narraciones” [15]

 

MELINTÓN DE SARDES (SIGLO II)

Luego de un hallazgo reciente en 1930 se publicó su Homilía sobre la Pasión donde San Melintón expone una cristología muy lúcida donde el concepto de la divinidad y preexistencia de Cristo dominan toda su teología.

“Porque, nacido como hijo, conducido como cordero, sacrificado como una oveja, enterrado como un hombre, resucitó de los muertos como Dios, siendo por naturaleza Dios y hombre. El es todo: por cuanto juzga, es Ley; en cuanto enseña, Verbo; en cuanto , salva, Gracia; en cuanto que engendra, Padre; en cuanto que es engendrado, Hijo; en cuanto que sufre, oveja sacrificial; en cuanto que es sepultado, Hombre; en cuanto que resucita, Dios. Este es Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos”[16]

Afirma también la preexistencia de Cristo

“Este es el primogénito de Dios, que fue engendrado antes que el lucero matutino, que hizo levantarse la luz, que hizo brillar al día, que separó las tinieblas, que puso la primera base, que suspendió la tierra en su lugar, que secó los abismos, que extendió el firmamento, que puso orden en el mundo”[17]

En los fragmentos que tenemos por Anastasio el Sinaita habla de las dos naturalezas de Cristo, y de cómo es a la vez verdadero Hombre y verdadero Dios.

“No es de ninguna manera necesario que al tratar con personas inteligentes, aducir que las acciones de Cristo después de su bautismo como prueba que su alma y su cuerpo, su naturaleza humana, eran como las nuestras, verdaderas y no fantasmales. Las actividades de Cristo después de su bautismo, y especialmente sus milagros, dieron pruebas al mundo de la deidad ocultada en su carne. Siendo Dios y además hombre perfecto, él dio indicaciones positivas de sus dos naturalezas: de su deidad, por los milagros durante los tres años que siguen después de su bautismo, de su humanidad, en los treinta años que vinieron antes de su bautismo, durante el cual, por causa de su condición según la carne, él encubriera las muestras de su deidad, aunque él fuera Dios verdadero que existía antes de las edades”[18]

 

IRENEO DE LYON (140 D.C.- 202 D.C.)

En su célebre tratado “Contra las Herejías” expresa con claridad la fe Trinitaria de la Iglesia en un Solo Dios Padre, un Solo Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo. Para el obispo Jesucristo es para la los cristianos “Señor y Dios y Salvador y Rey”. Particularmente importante es su testimonio sobre que dicha doctrina es predicada y creída por todas las Iglesias del orbe, cual si tuvieran una sola boca o un solo corazón, ya que este testimonio es bastante anterior al concilio de Nicea.

“1.5. La única fe de la Iglesia

10,1. La Iglesia, extendida por el orbe del universo hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios Padre Soberano universal «que hizo los cielos y la tierra y el mar y todo cuanto hay en ellos» , y en un solo Jesucristo Hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación, y en el Espíritu Santo, que por los profetas proclamó las Economías y el advenimiento, la generación por medio de la Virgen, la pasión y la resurrección de entre los muertos y la asunción a los cielos del amado Jesucristo nuestro Señor; y su advenimiento de los cielos en la gloria del Padre para recapitular todas las cosas y para resucitar toda carne del género humano; de modo que ante Jesucristo nuestro Señor y Dios y Salvador y rey, según el beneplácito del Padre invisible «toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua lo confiese». El juzgará a todos justamente, los «espíritus del mal» y los ángeles que cayeron y a los hombres apostatas, impíos, injustos y blasfemos, para enviarlos al fuego eterno, y para dar como premio a los justos y santos que observan sus mandatos y perseveran en su amor, unos desde el principio, otros desde el momento de su conversión, para la vida incorruptible, y rodearlos de la luz eterna.

10,2. Como antes hemos dicho, la Iglesia recibió esta predicación y esta fe, y, extendida por toda la tierra, con cuidado la custodia como si habitara en una sola familia. Conserva una misma fe, como si tuviese una sola alma y un solo corazón, y la prédica, enseña y transmite con una misma voz, como si no tuviese sino una sola boca. Ciertamente son diversas las lenguas, según las diversas regiones, pero la fuerza de la Tradición es una y la misma. Las iglesias de la Germania no creen de manera diversa ni transmiten otra doctrina diferente de la que predican las de Iberia o de los Celtas, o las del Oriente, como las de Egipto o Libia, así como tampoco de las iglesias constituidas en el centro del mundo; sino que, así como el sol, que es una criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la luz, que es la predicación de la verdad, brilla en todas partes e ilumina a todos los seres humanos que quieren venir al conocimiento de la verdad. Y ni aquel que sobresale por su elocuencia entre los jefes de la Iglesia predica cosas diferentes de éstas -porque ningún discípulo está sobre su Maestro, ni el más débil en la palabra recorta la Tradición: siendo una y la misma fe, ni el que mucho puede explicar sobre ella la aumenta, ni el que menos puede la disminuye”[19]

Interpreta que cuando Dios dice “Hagamos al hombre a imagen y semejanza” habla al Hijo y al Espíritu Santo. Afirma que Cristo es engendrado, pero que nadie conoce los misterios de esta generación, por lo que es vano que los herejes gnósticos intenten explicarla.

“Así pues, si alguien nos pregunta: «¿Cómo el Padre emitió al Hijo?», le respondemos que esta producción, o generación, o pronunciación, o parto, o cualquier otro nombre con el que quiera llamarse este origen, es inefable. No la conocen ni Valentín, ni Marción, ni Saturnino, ni Basílides, ni los Ángeles, ni los Poderes, ni las Potestades, sino sólo el Padre que lo engendró y el Hijo que de él nació. Siendo, pues, inefable esta generación, quienquiera se atreva a narrar las generaciones y emanaciones, no está en su mente cuando promete describir lo indescriptible.”[20]

Más claro es en el libro III vuelve a declarar a Cristo como Dios, Señor, siempre Rey, Unigénito y Verbo encarnado:

“Que ninguno de entre todos los hijos de Adán sea llamado Dios por sí mismo, o proclamado Señor, lo hemos demostrado por las Escrituras; y que él solo entre todos los hombres de su tiempo sea proclamado Dios y Señor, siempre Rey, Unigénito y Verbo encarnado, por todos los profetas y Apóstoles y aun por el mismo Espíritu, es cosa que pueden ver todos aquellos que acepten un poco de la verdad” [21].

Enseña que Cristo es Verdadero Hombre y Verdadero Dios:

“Las Escrituras no darían todos estos testimonios acerca de él, si fuese sólo un hombre semejante a todos. Pero como tuvo una generación sobre todas luminosa, del Padre Altísimo, y también llevó a término la concepción de la Virgen, las divinas Escrituras testimonian ambas cosas sobre él: que es hombre sin belleza y pasible, que se sentó sobre el pollino de una asna, que bebió hiel y vinagre, que fue despreciado del pueblo y que descendió hasta la muerte; pero también que es Señor santo y Consejero admirable, hermoso a la vista, Dios fuerte, que viene sobre las nubes como Juez de todos. Esto es lo que las Escrituras profetizan de él.

En cuanto hombre, lo era para ser tentado; en cuanto Verbo, para ser glorificado; el Verbo se reposó para que pudiera ser tentado, deshonrado, crucificado y muerto, habitando en aquel hombre que vence y soporta (el sufrimiento) y se comporta como hombre de bien y resucita y es asunto al cielo. Este es el Hijo de Dios, Señor nuestro, Verbo existente del Padre e Hijo del Hombre porque nació de la Virgen María; que tuvo su origen de los hombres pues ella misma era un ser humano; tuvo la generación en cuanto hombre, y así llegó a ser Hijo del Hombre”[22].

Se opone con más de dos siglos de antelación a la herejía del arrianismo que afirmaría que hubo un tiempo en que el Hijo no estuvo con el Padre. También con antelación rechaza el modalismo diferenciando entre las Tres Divinas Personas:

“Que el Verbo, o sea el Hijo, ha estado siempre con el Padre, de múltiples maneras lo hemos demostrado. Y que también su Sabiduría, o sea el Espíritu estaba con El antes de la creación”[23].

Sin embargo, hay autores que opinan que no está completamente libre de subordinacionismo, lo cual podría considerarse heterodoxo a la luz de la teología posterior.

“Si, por ejemplo, alguien busca el motivo por el cual sólo el Padre conoce el día y la hora, aunque todo le comunica a su Hijo, el mismo Señor lo ha dicho, y nadie puede inventar otro sin riesgo (de equivocarse), porque sólo el Señor es el Maestro de la verdad; y él nos ha dicho que el Padre está sobre todas las cosas, pues dijo: «El Padre es mayor que yo» (Jn 14,28). El Señor, pues, ha presentado al Padre como superior a todos respecto a su conocimiento, a fin de que nosotros, mientras caminamos por este mundo (1 Cor 7,31), dejemos a Dios el saber hasta el fondo tales cuestiones; porque si pretendemos investigar la profundidad del Padre (Rom 11,33), corremos el peligro de preguntar incluso si hay otro Dios por encima de Dios”[24]

“El Padre sostiene al mismo tiempo toda su creación y a su Verbo; y el Verbo que el Padre sostiene, concede a todos el Espíritu, según la voluntad del Padre: a unos en la creación misma les da el (espíritu) de la creación, que es creado; a otros el de adopción, esto es, el que proviene del Padre, que es obra de su generación. Así se revela como único el Dios y Padre, que está sobre todo, a través de todas y en todas las cosas. El Padre está sobre todos los seres, y es la cabeza de Cristo (1 Cor 11,3); por medio de todas las cosas obra el Verbo, que es Cabeza de la Iglesia; y en todas las cosas, porque el Espíritu está en nosotros, el cual es el agua viva (Jn 7,38-39) que Dios otorga a quienes creen rectamente en él y lo aman, y saben que «uno sólo es el Padre, que está sobre todas las cosas, por todas y en todas” [25]

 

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA (MEDIADOS DEL SIGLO II – ANTES DEL 215)

En su obra El Protréptico o Exhortación a los griegos escribe

“La palabra, entonces, el Cristo, es la causa de nuestro antiguo principio – porque El Estaba en Dios – y de nuestro bienestar. Y ahora esta misma palabra ha aparecido como hombre. Él solo es Dios y Hombre, y la fuente de todas las cosas buenas. Es por él que nos enseña a vivir bien y entonces somos enviados hacia la vida eterna….Él es la nueva canción, La manifestación que ahora nos ha sido hecha, de la palabra que existió en el principio y antes del principio. El salvador, que existió antes, ha aparecido solo posteriormente. Él que ha aparecido está en Él que es, por la Palabra que estaba con Dios, la Palabra por la cual todas las cosas fueron hechas, ha aparecido como nuestro maestro, y él, que nos concedió vida en el principio, cuando, como nuestro creador, Él nos formó, ahora que Él ha aparecido como nuestro maestro, nos ha enseñado a vivir bien de modo que, luego, como Dios, podría darnos abundante con vida eterna”[26]

En su comentario sobre a la primera epístola de Juan escribe “El Hijo de Dios, siendo, por igualdad de sustancia, uno con el Padre, es eterno e increado”

Más adelante en la misma obra sigue profundizando en su teología del logos afirmando que la divina palabra es “evidentemente verdadero Dios”, y es agregando que estaba “al mismo nivel” en el Padre, lo cual probaría que tampoco tenía inclinaciones subordinacionistas.

“Desdeñado en cuanto a su apariencia pero en realidad adorado, el Expiador, el Salvador , la Palabra Divina, Él que es absoluta y evidentemente Dios Verdadero, Él que está puesto al mismo nivel del Señor del Universo porque Él era su hijo, y la palabra estaba en Dios”[27]

En El Pedagogo (una obra de tres libros, viene a ser la continuación del Protréptico) explica el capítulo 2 del libro I:

“…mis niños, nuestro instructor es como su Dios del padre, cuyo hijo Él es, libre de pecado, libre de culpa, y con un alma desprovista de la pasión; Dios en forma de hombre, inoxidable, el ministro de su Padre y la palabra que es Dios, que está en el padre, que es la mano derecha del padre, y con la forma de Dios es Dios. Él es para nosotros una imagen intachable…”[28]

 

TEÓFILO DE ANTIOQUÍA  (SIGLO II)

Así como Tertuliano sería el primero en utilizar el vocablo latino Trinitas para expresar la unión de las tres Divinas Personas en Dios.

“Los tres días que preceden a la creación de los luminares son símbolo de la Trinidad, de Dios, de su Verbo y de su Sabiduría”[29]

“Teniendo, pues, Dios a su Verbo inmanente en sus propias entrañas, le engendró con su propia sabiduría, emitiéndole antes de todas las cosas. A este Verbo tuvo El por ministro de su creación y por su medio hizo todas las cosas….Este se llama principio, pues es Príncipe y Señor de todas las cosas por El fabricadas”.[30]

“Dios, sí, el Padre del universo, es inmenso y no se haya limitado a un lugar, pues no hay lugar de su descanso; mas su Verbo, por el que hizo todas las cosas, como potencia y sabiduría suya que es, tomando la figura del Padre y Señor del universo, ése fue el que se presentó en el jardín en figura de Dios y conversaba con Adán. Y, en efecto, la misma divina Escritura nos enseña que Adán dijo haber oído su voz. Y esa voz, ¿qué otra cosa es sino el Verbo de Dios, que es también hijo suyo? Hijo, no al modo que poetas y mitógrafos dicen que nacen hijos de los dioses por unión carnal, sino como la verdad explica que el Verbo de Dios está siempre inmanente en el corazón de Dios. Porque antes de crear nada, a éste tenía por consejero, como mente y pensamiento suyo que era. Y cuando Dios quiso hacer cuanto había deliberado, engendró a este Verbo proferido como primogénito de toda creación, no vaciándose de su Verbo, sino engendrando al Verbo y conversando siempre con Él. De ahí que nos enseñan las santas Escrituras y todos los inspirados por el Espíritu, de entre los cuales Juan dice: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios; dando a entender que en los comienzos estaba Dios solo y en El su Verbo. Y luego dice Y Dios era el Verbo”[31]

 

TERTULIANO (160 – 220 D.C.)

Fue el primero en aplicar el vocablo latino Trinitas (Trinidad) a las tres divinas Personas. En De pudicitia (Sobre la modestia) escribe:

“..Para la misma iglesia es, propiamente y principalmente, el Espíritu mismo, en el cual es la Trinidad de Una Divinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo”[32]

En Adversas Praxean (Contra Práxeas) da una explicación de la doctrina Trinitaria aún más completa:

“Sin embargo, como hemos hecho de hecho siempre (y más especialmente desde que hemos sido mejor instruidos por el paráclito, que conduce a los hombre hacia toda la verdad), creemos que hay un solo Dios, pero bajo la siguiente dispensación, como es llamado, que este único Dios tiene también un Hijo, Su Palabra, que procede de Él mismo, por quien todas las cosas fueron hechas, y sin el cual nada fue hecho. Creemos que Él ha sido enviado por el Padre a la Virgen, y ha nacido de ella – siendo Dios y Hombre, el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios, y ha sido llamado Jesucristo; creemos que ha sufrido, muerto, herido, de acuerdo a las Escrituras, y, después ha resucitado por el Padre y llevado al cielo, para sentarse a la derecha del Padre, y él vendrá a juzgar a vivos y muertos, quien envió también desde el cielo del Padre, de acuerdo con su promesa, al Espíritu Santo, el Paráclito, el santificador de la fe de aquellos que creen en el Padre, y en el Hijo y en el Espíritu Santo. Esta es la regla de fe que ha venido hasta nosotros desde el principio del evangelio, incluso antes de todas las viejas herejías” [33]

Más adelante en el mismo capítulo escribe:

“…La herejía, la cual supone por sí misma poseer la verdad pura, pensando que no se puede creer que Un Solo Dios en ninguna otra vía que diciendo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la misma Persona. Como si en esta vía también uno no fueran Todos, en la que Todos son de Uno, por unidad de substancia; mientras el misterio de la dispensación es todavía guardado, el cual distribuye la Unidad en la Trinidad colocando en sus orden las tres Personas – El Padre, el hijo y el Espíritu Santo: tres, sin embargo no en condición, sino en grado, no en sustancia, sino en forma, no en poder, sino en aspecto”[34]

Este texto es particularmente importante porque explica la concepción que Tertuliano tiene de la Trinidad: Tres Personas, pero no tres naturalezas, no diferentes en cuanto a poder sino en cuanto a aspecto. Esto lo confirma también el capítulo 4 de la misma obra donde vuelve a afirmar que el Hijo es “de la substancia del Padre”: Filium non aliunde deduco, sed de substantia Patris, y el Espíritu es “del Padre por el Hijo”: Spiritum non aliunde deduco quam a Patre per Filium.

“Si la pluralidad en la Trinidad te escandaliza, como si no estuviera ligada en la simplicidad de la unión, te pregunto: ¿cómo es posible que un ser que es pura y absolutamente uno y singular, hable en plural: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra”? ¿No debería haber dicho más bien: “Hago yo al hombre a mi imagen y semejanza,” puesto que es un ser único y singular? Sin embargo, en el pasaje que sigue leemos: “He aquí que el hombre se ha hecho como uno de nosotros.” O nos engaña Dios o se burla de nosotros al hablar en plural, si es que así El es único y singular; o bien, ¿se dirigía acaso a los ángeles, como lo interpretan los judíos, porque no reconocen al Hijo? O bien, ¿sería quizás porque El era a la vez Padre, Hijo y Espíritu que hablaba en plural, considerándose múltiple? Por cierto, la razón es que tenía a su lado a una segunda persona, su Hijo y su Verbo, y a una tercera persona, el Espíritu en el Verbo. Por eso empleó deliberadamente el plural: “Hagamos… nuestra imagen… uno de nosotros.” En efecto, ¿con quién creaba al hombre? ¿A semejanza de quién lo creaba? Hablaba, por una parte, con el Hijo, que debía un día revestirse de carne humana; de otra, con el Espíritu, que debía un día santificar al hombre, como si hablara con otros tantos ministros y testigos” [35]

Continúa posteriormente en el mismo capítulo:

“…Ahora si él es también Dios, de acuerdo a Juan, (quien dice) La Palabra era Dios, entonces usted tiene dos seres -uno que ordena que la cosas se hagan, y el otro que ejecuta la orden y crea. En ese sentido, sin embargo, usted debe entender de El ser otro, Yo he explicado, que en cuando a Personalidad, no de sustancia – en esa vía de distinción, no de división. Pero aunque debo donde quiera mantener una sola sustancia en tres coherente e inseparable (personas)”[36]

En el texto anterior Tertuliano se sirve del término “persona” para explicar que la Palabra (logos) es distinto del Padre en “en el sentido de persona, no de substancia, para distinción, no para división” y la cual aplica también al Espíritu Santo a quien llama “la tercera persona”.

Con todo y lo que contribuyó Tertuliano a precisar una terminología precisa para la doctrina Trinitaria, no se vio libre por completo del subordinacionismo, al punto que llegó a interpretar que el Hijo no era eterno, uno de los errores del arrianismo.

“Fue entonces cuando el Verbo recibió su manifestación y su complemento, esto es, el sonido y la voz, cuando Dios dijo: «¡Haya luz!» Ese es el nacimiento perfecto del Verbo, cuando procedió de Dios. Primero fue producido por El en el pensamiento bajo el nombre de Sabiduría: «Dios me creó al principio de sus caminos». Luego fue engendrado con vistas a la acción: «Cuando hizo los cielos, estaba cerca de El» (Prov. 8,27). Por consiguiente, haciendo que fuera su Padre aquel de quien era Hijo por proceder de Él, vino a ser el primogénito, porque fue engendrado antes que todas las cosas, e Hijo único, porque El solo fue engendrado por Dios”[37]

 

ORÍGENES (185 D.C. – 254 D.C.)

En 1941 fueron descubiertos unos papiros en Toura (cerca del Cairo) en 1941. Allí se presenta una relación completa de una disputa que se originó cuando las opiniones de Heráclides sobre la doctrina Trinitaria habían preocupado a sus hermanos del episcopado, y llaman así a Orígenes para enderezar la cuestión. Esta disputa se realizó en presencia del pueblo y de los obispos hacia el año 245.

A este respecto comenta Quasten en Patrología I:

“a Heráclides no le gustaba la fórmula de Orígenes “dos dioses” como la única manera de expresar claramente la distinción entre el Padre y el Hijo. Implicaba un peligro demasiado grave de politeísmo. En la discusión, Orígenes hace esta observación: “Ya que nuestros hermanos se escandalizan al oír que hay dos dioses, este asunto merece ser tratado con delicadeza.” Recurre luego a la Escritura para demostrar en qué sentido dos pueden ser uno. Adán y Eva eran dos; sin embargo, formaban una sola carne (Gen. 2,24). Cita luego a San Pablo, quien, hablando de la unión del hombre justo con Dios, dice: “El que se allega al Señor se hace un espíritu con El” (1 Cor. 6,17). Finalmente, invoca como testigo al mismo Cristo, porque dijo: “Yo y mi Padre somos uno.” En el primer ejemplo había unidad de “carne”; en el segundo, de “espíritu”; en el tercero, de “divinidad.” “Nuestro Señor y Salvador — observa Orígenes —, en su relación con el Padre y Dios del universo, no es una sola carne, ni tampoco un solo espíritu, sino algo mucho más elevado que la carne y el espíritu, un solo Dios.”

Así Orígenes defiende que el Padre y el Hijo son divinos contra el monarquismo y el modalismo.

Quasten también reproduce interrogatorio de Orígenes a Heráclides con el siguiente acuerdo:

Orígenes dijo: ¿El Padre es Dios?

Heráclides respondió: Sí.

Orígenes dijo: ¿El Hijo es distinto del Padre?

Heráclides respondió: ¿Cómo podría ser simultáneamente Hijo y Padre?

Orígenes dijo: ¿El Hijo, que es distinto del Padre, es también Dios?

Heráclides respondió: También El es Dios.

Orígenes dijo: ¿De esta manera los dos Dioses forman uno solo?

Heráclides dijo: Sí.

Orígenes dijo: ¿Por consiguiente, afirmamos que hay dos Dioses?

Heráclides respondió: Sí, pero el poder es uno

Definición que aunque muy anterior a Nicea y sin precisar de su terminología se las arregla para expresar el mismo sentir. Así, con este acuerdo en frente del pueblo y de obispos se proclama a Cristo Dios, pero como una persona distinta del Padre. Se defiende así la individualidad de las Personas Divinas contra el modalismo, y aclara los temores de que al reconocer a Cristo y al Padre como Dios se caiga en politeísmo.

Orígenes utiliza frecuentemente el término Trinidad[38]  y que el Hijo procede el Padre, y dado que Dios es eterno, sigue que este acto de generación es también eterno, por lo que el Hijo no tiene principio y no hubo un tiempo en que El no existiera (se opone con antelación a la herejía del arrianismo que afirmaría posteriormente lo opuesto, a saber, que hubo un tiempo en que el Hijo no existía[39] .

“No se puede concebir luz sin resplandor. Y si esto es verdad, nunca hubo un tiempo en que el Hijo no fuera el Hijo. Sin embargo, no será, como hemos dicho de la luz eterna, sin nacimiento (parecería que introducimos dos principios de luz), sino que es, por decirlo así, resplandor de la luz ingénita, teniendo a esta misma luz como principio y como fuente, verdaderamente nacido de ella. No obstante, no hubo un tiempo en que no fue. La Sabiduría, por proceder de Dios, es engendrada también de la misma substancia divina. Bajo la figura de una emanación corporal, se le llama así: “Emanación pura de la gloria de Dios omnipotente” (Sap. 7,25). Estas dos comparaciones manifiestan claramente la comunidad de substancias entre el Padre y el Hijo. [40]

Sin embargo, Orígenes tiene algunos textos confusos al punto de parecer tender al subordinacionismo. Entre los partidarios de haber caído en este error está San Jerónimo, sin embargo otros padres de la Iglesia como San Atanasio y San Gregorio Taumaturgo lo niegan. Uno de los textos donde parece serlo es este:

“Nosotros, que creemos al Salvador cuando dice: “El Padre, que me ha enviado, es mayor que yo,” y por esta misma razón no permite que se le aplique el apelativo de “bueno” en su sentido pleno, verdadero y perfecto, sino que lo atribuye al Padre dando gracias y condenando al que glorificara al Hijo en demasía, nosotros decimos que el Salvador y el Espíritu Santo están muy por encima de todas las cosas creadas, con una superioridad absoluta, sin comparación posible; pero decimos también que el Padre está por encima de ellos tanto o más de lo que ellos están por encima de las criaturas más perfectas”[41]

 

JUSTINO MÁRTIR (165 D.C.)

En diálogo con Trifón se refiere a Cristo como “Dios engendrado del Padre del universo”, y parte de textos del génesis donde Dios habla en primera persona del plural, para demostrar la pluralidad de las personas divinas. Descarta aquí que hablara con ángeles, ya que es inconcebible que el hombre haya sido hecho por ellos, y descarta también que hablara con los elementos de la tierra. Concluye que hablaba con Cristo quien estaba con el Padre antes de todas las criaturas. Parece mostrar tendencia al subordinacionismo.

“Os voy a presentar, Oh amigos – dije – otro testimonio de las Escrituras sobre que Dios engendró principio antes de todas las criaturas, cierta potencia racional de sí mismo, la cual es llamada también por el Espíritu Santo Gloria del Señor, y unas veces Hijo, otras Sabiduría; ora Ángel, ora Dios, ya Señor, ya Palabra, y ella misma se llama a sí misma Capitán General, cuando se aparece en forma de hombre a Josué, hijo de Navé. Y es así que todas esas denominaciones le vienen de estar al servicio de la voluntad del Padre y de haber sido engendrada por querer del Padre…Mas será la palabra de la sabiduría la que me prestará su testimonio, por ser ella ese mismo Dios engendrado del Padre del universo, que subsiste como palabra y sabiduría y poder y gloria del que le engendró…

62. Eso mismo, amigos, expresó la palabra de Dios por boca de Moisés al indicarnos que el Dios que nos manifestó, habló en ese mismo sentido en la creación del hombre, al decir estas palabras: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza….Y porque no torzáis las palabras citadas y digáis lo que dicen vuestros maestros, que Dios se dirigió a sí mismo al decir “hagamos”, del mismo modo que nosotros, cuando vamos a hacer algo decimos : hagamos” o que habló con los elementos, es decir, con la tierra y demás de que sabemos se compone el hombre, y a ellos dijo el “hagamos”; os voy a citar ahora otras palabras del mismo Moisés, por las cuales, sin discusión posible, tenemos que reconocer que conversó Dios con alguien que era numéricamente distinto y juntamente racional. Helas aquí: Y dijo Dios: He aquí que Adán se ha hecho como uno de nosotros para conocer el bien y el mal. Luego, al decir “como uno de nosotros”, indica el número de los que entre sí conversan, y que por lo menos son dos. Porque no puedo yo tener por verdadero lo que dogmatiza la que entre vosotros se llama herejía ni los maestros de ellas son capaces de demostrar que habla Dios con los ángeles o que el cuerpo humano es obra de ángeles. Sino que este brote, emitido realmente del Padre, estaba con El antes de todas las criaturas y con ése conversa el Padre, como nos lo manifestó la Palabra por boca de Salomón, al decirnos que antes de todas las criaturas fue por Dios engendrado como principio y progenie este mismo que por Salomón es llamado sabiduría”[42]

Más adelante se refiere a Cristo como Señor y Dios.

“Largamente he demostrado que Cristo, que es Señor y Dios, Hijo de Dios, se apareció antes prodigiosamente como Hombre y como Ángel y también en la gloria del fuego, como en la visión de la zarza y en el juicio contra Sodoma”[43]

En su primera apología distingue claramente y por orden a las Tres Personas Divinas, lo que descarta que San Justino tuviera alguna tendencia modalista:

“Y luego demostraremos que con razón honramos también a Jesucristo, que ha sido nuestro maestro en estas cosas y que para ello nació, el mismo que fue crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que fue de Judea en tiempo de Tiberio César, que hemos aprendido ser el Hijo del mismo verdadero Dios y a quien tenemos en segundo lugar, así como al Espíritu profético tenemos en el tercero”[44]

Más claro en distinguir la Persona del Padre de la del Hijo es en el capítulo 63 y de reconocer en Cristo a quien habló a los profetas y proclamó ser “El Dios de Abraham, Isaac y Jacob”:

“Porque los que dicen que el Hijo es el Padre, dan prueba de que ni saben quién es el Padre ni se han enterado de que el Padre del universo tiene un Hijo, que siendo Verbo y Primogénito de Dios, es también Dios. Este fue quien primeramente apareció a Moisés y a los otros profetas en la forma de fuego o por imagen incorpórea, y que ahora, en los tiempos de vuestro imperio,…, nació hombre de una virgen….Ahora, lo que desde la zarza se le dijo a Moisés: Yo soy el que es, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, significaba que, aún después de muertos, aquellos hombres seguían siendo de Cristo mismo”[45]

 

GREGORIO DE TAUMATURGO (SIGLO III)

Nacido hacia el año 213 fue obispo de su ciudad natal Neocesárea. Compuso un breve símbolo de fe al cual comenta Quasten “que aunque se limita al dogma de la Trinidad notable por su exactitud en su conceptos, y afirmando que jamás ninguna de las Personas Divinas ha estado sin la otra, sino que sin mudanza han existido siempre”.

“Hay un solo Dios, Padre del Verbo viviente, de la Sabiduría subsistente, del Poder y de la Imagen eterna; Engendrador perfecto del perfecto Engendrado, Padre del Hijo Unigénito. Hay un solo Señor, Único del Único, Dios de Dios, Figura (carácter) e Imagen de la Divinidad, Verbo Eficiente, Sabiduría que abraza todo el universo y Poder que crea el mundo entero, Hijo verdadero del verdadero Padre, Invisible del Invisible, Incorruptible del Incorruptible, Inmortal del Inmortal, Eterno del Eterno. Y hay un solo Espíritu Santo, que tiene su subsistencia de Dios y fue manifestado a los hombres por el Hijo: Imagen del Hijo, Imagen Perfecta del Perfecto, Vida, Causa de los vivientes, Manantial Sagrado, Santidad que comunica la santificación, en quien se manifiestan Dios Padre, que está por encima de todos y en todos, y Dios Hijo, que está a través de todos. Hay una Trinidad perfecta, en gloria y eternidad y majestad, que no está dividida ni separada. No hay, por consiguiente, nada creado ni esclavo en la Trinidad, ni tampoco nada sobreañadido, como si no hubiera existido en un período anterior y hubiera sido introducido más tarde. Y así ni al Padre le falló nunca el Hijo, ni el Espíritu Santo al Hijo, sino que, sin variación ni mudanza, la misma Trinidad ha existido siempre”[46]

 

NOVACIANO (SIGLO III)

Uno de sus escritos, Sobre la Trinidad (De Trinitate) fue escrito en una fecha bastante anterior al 250 d.C.

“El Hijo, por ser engendrado del Padre, está siempre en el Padre. Cuando digo «siempre», no quiero decir que es ingénito. Afirmo, por el contrario, que nació. Pero el que nació antes de todo tiempo, debe decirse que existió siempre en el Padre, puesto que no se le pueden fijar fechas al que es anterior a todos los tiempos. El está eternamente en el Padre, pues de otra suerte el Padre no sería siempre Padre. Por otra parte, el Padre es anterior a Él, pues el Padre debe ser necesariamente antes que el Hijo, como Padre; puesto que El no conoce origen, debe existir necesariamente antes que el que tiene un origen. El Hijo, pues, es necesariamente anterior al Padre, porque reconoce El mismo que existe en el Padre; tiene un origen, puesto que nació, y por el Padre de una manera misteriosa; con todo, a pesar de haber nacido y tener así origen, es en todo semejante (vicinus) al Padre, precisamente debido a su nacimiento, puesto que nació del Padre, el cual es el único que carece de origen. El, pues, cuando el Padre quiso, procedió del Padre, y el que estaba en el Padre, porque procedía del Padre, no siendo otra cosa que la Substancia divina. Su nombre es el Verbo, por el cual fueron hechas todas las cosas, y sin el cual nada fue hecho. Porque todas las cosas son posteriores a Él, pues vienen de Él, y, consiguientemente, El es anterior a todas las cosas (pero después del Padre), considerando que todas las cosas fueron hechas por Él. Procedió del Padre, por cuya voluntad todas las cosas fueron hechas. Dios, con toda certeza, procedente de Dios, constituyendo la segunda Persona después del Padre, por ser Hijo, sin desposeer por eso al Padre de la unidad de la divinidad”[47]

Sin embargo, Novaciano mostró un subordinacionismo donde a pesar de tener la misma substancia el Espíritu Santo era inferior a Cristo y Cristo inferior al Padre, de quien dice que aparece “como el único Dios verdadero y eterno; El es la única fuente de este poder de la divinidad. Aunque es transmitida al Hijo y concentrada en él, vuelve de nuevo al Padre a través de su comunidad de sustancia”:

“El Paráclito recibió su mensaje de Cristo. Mas si lo recibió de Cristo, Cristo es superior al Paráclito, pues el Paráclito no habría recibido de Cristo de no ser inferior a Cristo. Esta inferioridad del Paráclito prueba que Cristo, de quien recibió su mensaje, es Dios. Aquí tenemos, pues, un poderoso testimonio de la divinidad de Cristo. Vemos, en efecto, que el Paráclito es inferior a Él, y recibe de Él, el mensaje que entrega al mundo”[48]

 

CIPRIANO DE CARTAGO (SIGLO III)

Nació hacia el año 200, probablemente en Cartago, de familia rica y culta. Se dedicó en su juventud a la retórica. El disgusto que sentía ante la inmoralidad de los ambientes paganos, contrastado con la pureza de costumbres de los cristianos, le indujo a abrazar el cristianismo hacia el año 246. Poco después, en 248, fue elegido obispo de Cartago. Al arreciar la persecución de Decio, en 250, juzgó mejor retirarse a un lugar apartado, para poder seguir ocupándose de su grey.

Declara la divinidad de Cristo numerosas veces, y afirma que quien niegue que Cristo es Dios no puede ser templo de Dios.

“Si Cristo Jesús, nuestro Señor y Dios, es Él mismo el sumo sacerdote de Dios el Padre”[49]

“Si alguien pudiera ser bautizado por los herejes, él podría ciertamente recibir también el perdón de sus pecados. Si él hubiere recibido el perdón de los pecados, él podría ser santificado. Si él fuera santificado, él podría ser hecho un templo de Dios. Si él fuera hecho templo de Dios – ahora yo te pregunto: ¿De que Dios? ¿Del Creador?. Pero eso no es posible, porque él no cree en El. ¿De Cristo?. Quien niegue que Cristo sea Dios no puede llegar a ser su templo. ¿Del Espíritu Santo?. Desde que Tres son Uno, como fuera posible para el Santo Espíritu ser reconciliado con él que es un enemigo del Hijo o del Padre?”[50]

“Después de la resurrección, cuando el Señor envió los apóstoles a las naciones, Él les ordenó bautizar a los gentiles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… Cristo mismo ordenó que las naciones sean bautizadas en la completa y unida Trinidad”[51]

 

DIONISIO DE ROMA (SIGLO III)

Siendo Papa desde el 259 al 268 combatió el modalismo y el subordinacionismo. Cuando se presentó ante él una acusación sobre Dionisio de Alejandría (obispo) sobre expresarse de modo incorrecto sobre la Trinidad, se origino una controversia que se ha conocido como “la controversia de los dos Dionisios”. El Papa convocó un sínodo en el año 260 para solucionar la cuestión. En nombre propio y en el del sínodo escribió una carta en la cual condena la doctrina modalista de Sabelio y además las opiniones marcionistas que dividían la monarquía divina en tres hipóstasis distintas, también a quienes representaban al Hijo de Dios como una criatura.

En la carta a Dionisio de Alejandría el Papa llama blasfemia a quienes dicen que el Hijo es el Padre (modalismo), pero también censura la doctrina que al parecer apoyan catequistas de Dionisio de Alejandría que afirman que cada Persona Divina tiene una naturaleza distinta de la otra.

“He oído que alguno de tus catequistas y maestros de la divina palabra encabezan está este principio [refiriéndose a quienes heréticamente dividen las naturalezas de las Personas Divinas]. Ellos son, tal que hablan diametralmente a la opinión de Sabelio. Para él, en su blasfemia, dice que el Hijo es el Padre, y viceversa. Pero ellos proclaman que hay en alguna vía tres Dioses, cuando ellos dividen la Sagrada Unidad en tres sustancias diferentes entre sí y completamente separadas”[52]

También declara que el arrianismo es una blasfemia por afirmar que Cristo es un ser creado, y explica que por Ser Cristo la Palabra, Sabiduría y poder de Dios, no pudo haber habido un momento en que el Padre existiera sin Él.

“Es blasfemia, entonces, y no común pero la peor, decir que el Señor en alguna forma fue creación. Pero si el vino a ser Hijo, entonces El no lo fue, sino si como Él dice de sí mismo, Él está en el Padre, y si usted conoce la Divina Escritura la cual dice, Cristo es la Palabra y Sabiduría y Poder, y esos atributos son poderes de Dios, entonces el siempre existió. Pero si el hijo vino a ser, había una época en la cual esos atributos no existieron, y consecuentemente, ese fue un tiempo cuando Dios estuvo sin ellas, lo cual es completamente absurdo”[53]

“Es necesario, sin embargo, que la palabra divina [Jesucristo] esté unida con Dios del Universo; y el Espíritu Santo debe respetar y morar en Dios. Por tanto la Trinidad Divina debe ser reunida en Una, una cumbre, como si fuera – quiero decir, el Dios Omnipotente del Universo”[54]

“Ni entonces podemos dividir en tres cabezas divinas la maravillosa y divina monarquía, ni desacreditar llamando “obra” la dignidad y excelente majestad de nuestro Señor, pero debemos creer en Dios, el Padre Todopoderoso, y en Jesús su Hijo , y en el Espíritu Santo, y sostenemos que a el Dios del universo la Palabra está unida”[55]

Luego de haber estudiado los principales testimonios patrísticos pre nicenos no es difícil darse cuenta que no es ninguna novedad la doctrina Trinitaria y mucho menos un invento del paganismo. La Iglesia fue fiel en reconocer que hay un solo Dios, siendo el Padre Dios, el Hijo Dios, y el Espíritu Santo Dios, y esta verdad era comprendida y enseñada con mayor o menor claridad en la era post-apostólica y pre-nicena

Es claro también que la mayoría de ellos rechazaban abiertamente tanto el arrianismo (que afirmaba que Jesucristo era una dios menor creado subordinado al Padre y que alguna vez no existió) y el modalismo (que afirmaba que había una sola Persona Divina en Dios, siendo el Hijo el Padre y viceversa, pero manifestados de manera diferentes).

Ciertamente algunos padres no comprendieron a cabalidad el misterio Trinitario y tendieron al subordinacionismo en mayor o menor grado, cosa totalmente comprensible en una materia de tanta complejidad. Han sido precisamente conflictos tan graves como el arrianismo y otras herejías, las que han dado oportunidad a la Iglesia para profundizar en estas verdades de fe.

NOTAS
[1] Testigos de Jehová – Folleto grande – ¿Cómo se desarrolló la doctrina de la Trinidad?
[2] Didaché, VII,1
Padres Apostólicos, Daniel Ruiz Bueno, (BAC 65), pág. 84
[3] Martirio de Policarpo, XXII,3
Ibid. pág. 688
[4] El Pastor de Hermas, Comparación Quinta 6,5
Ibid. pág. 1020
[5] Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios I
Ibid. pág. 447
[6] Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios VII,2
Ibid. pág. 451
[7] Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios XVIII,2
Ibid. pág. 457
[8] Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, I
Ibid. pág. 474
[9] Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, IV,3
[10] Ignacio de Antioquía, Carta a los Esmiornitas I,1
Ibid. pág. 488
[11] Ignacio de Antioquía, Carta a Policarpo, III,2
Ibid. pág. 498-499
[12] Arístides, Apología XV,2
Padres Apologetas Griegos, Daniel Ruiz Bueno (BAC 116), pág. 130
[13] Atenágoras de Atenas, Súplica en favor de los cristianos, 10
Ibid. pág. 660-661
[14] Ibid. pág. 661
[15] Taciano, Discurso contra los griegos, 21
Ibid. pág. 602
[16] Melintón de Sardes, Homilía sobre la Pasión, 8-10
Patrología I, Johannes Quasten (BAC 206), pág. 240
[17] Melintón de Sardes, Homilía sobre la Pasión, 82
Ibid., pág. 241
[18] Melintón de Sardes, Fragmentos en Anastasio el Sinaita, La guía, CH. 13
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol. I, William A. Jurgens, pág. 81
[19] Ireneo de Lyon, Contra las herejías I,10,1-2
[20] Ireneo de Lyon, Contra las herejías II,28,6
[21] Ireneo de Lyon, Contra las herejías III,19,2
[22] Ireneo de Lyon, Contra las herejías III,19,2-3
[23] Ireneo de Lyon, Contra las herejías IV,20,3
[24] Ireneo de Lyon, Contra las herejías II,28,8
[25] San Ireneo, Contra las herejías V,18,2
[26] Clemente de Alejandría, Exhortación a los griegos 1,7,1
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol. I, William A. Jurgens, Pág. 176
[27] Clemente de Alejandría, Exhortación a los griegos 10,110,1
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol. I, William A. Jurgens, pág. 177
[28] Clemente de Alejandría, el Pedagogo, I,2
Traducido de NewAdvent Encyclopedia,
http://www.newadvent.org/fathers/02091.htm
[29] Teófilo de Antioquia, Ad Autolycum, II,15
Patrología I, Johannes Quasten (BAC 206), pág. 236
[30] Teófilo de Antioquia, Ad Autolycum, II,10
Padres Apologetas Griegos, Daniel Ruiz Bueno (BAC 116), pág. 796
[31] Teófilo de Antioquia, Ad Autolycum, II,22
Padres Apologetas Griegos, Daniel Ruiz Bueno (BAC 116), pág. 813
[32] Tertuliano, Sobre la modestia, 21
http://www.newadvent.org/fathers/0407.htm
[33] Tertuliano, Contra Práxeas, 2
http://www.newadvent.org/fathers/0317.htm
[34] Tertuliano, Contra Práxeas, 2
[35] Tertuliano, Contra Práxeas, 12
[36] Ibid.
[37] Tertuliano, Contra Práxeas, 7
[38] In Ioh. 10,39,270; 6,33,166; In Ies. Hom. 1,4,1
[39] De princ. l,2,9s; 2; 4,4,1; In Rom. 1,5
[40] Orígenes, In Hebr. frag. 24,359
Patrología I, Johannes Quasten (BAC 206), Pág. 389
[41] Orígenes, In Ioh. 13,25
Patrología I, Johannes Quasten (BAC 206), pág. 390
[42] San Justino, Diálogo con Trifón, 61-62
Padres Apologetas Griegos, Daniel Ruiz Bueno (BAC 116), Pág. 409-412
[43] San Justino, Diálogo con Trifón, 128
[44] Justino Mártir, Apología I, 13,3
Padres Apologetas Griegos, Daniel Ruiz Bueno (BAC 116), pág. 194
[45] Justino Mártir, Apología I, 63,15
[46] Gregorio de Taumaturgo, Exposición de la fe
Tomado de Patrología I, Johannes Quasten (BAC 206), pág. 433
[47] Novaciano, Sobre la Trinidad, 31
Tomado de Patrología I, Johannes Quasten (BAC 206), Pág. 529
[48] Novaciano, Sobre la Trinidad, 18
Tomado de Patrología I, Johannes Quasten (BAC 206), pág. 531
[49] Cipriano de Cartago, Carta 63,14
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol. I, William A. Jurgens, pág. 81
[50] Cipriano de Cartago, Carta 73,12
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol. I, William A. Jurgens, Pág. 232-233
[51] Cipriano de Cartago, Carta 73,18
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol. I, William A. Jurgens, pág. 232-233
[52] Carta a Dionisio de Roma a Dionisio de Alejandría, 1
Traducido de de The Faith of the Early Fathers, Vol. I, William A. Jurgens, pág. 249
[53] Carta a Dionisio de Roma a Dionisio de Alejandría, 1
[54] Carta a Dionisio de Roma a Dionisio de Alejandría, 2
[55] Carta a Dionisio de Roma a Dionisio de Alejandría, 3

Fuente Por José Miguel Arráiz

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María y la Santísima Trinidad

La relación María-Santísima Trinidad es fundamental para comprender el rol de María en la economía de la redención y de alguna forma su sociedad con el Padre para la encarnación de su Hijo; de ahí sus privilegios y legitimación de su acción actual.
…VER VIDEOS…

El tema mariológico María y la santísima Trinidad —o sea, la relación de la virgen María con las personas de la Trinidad— es un antiguo tema clásico introducido en la teología sistemática como una especie de corolario de la tesis sobre la maternidad divina de María. Sólo que este tema es más que un simple corolario…

Más todavía; hoy, con las nuevas perspectivas, se lo considera como algo tan fundamental que estructura toda la mariología de un modo fuertemente original. Aquí sólo es posible aludir a esas nuevas perspectivas y ofrecer una síntesis de la nueva visión teológica del problema.

 

I. LA TRINIDAD MISTERIO DE LOS MISTERIOS

La Trinidad es sin lugar a dudas el misterio de los misterios cristianos desde diversos puntos de vista:
a) por sus raíces bíblicas, ya que el Dios vivo y operante del AT (Yavé) se manifiesta como Padre, Hijo y Espíritu Santo en la economía del NT;
b) por su importancia dogmática en las primeras deliberaciones conciliares (Nicea 325, Constantinopla 381) y en las primeras estructuraciones teológicas, p. ej. el Credo apostólico y niceno-constantino- politano, lo mismo que en las primeras fórmulas kerigmáticas y litúrgicas;
c) por su inaccesibilidad a la pura razón; ésta, en efecto, puede llegar al concepto de un Dios interiormente viviente, pero no puede en modo alguno descubrir la vida trinitaria de las tres personas tal como es presentada por la fe cristiana;
d) indudablemente, la Trinidad es fundamento y centro de todos los misterios, sobre todo del misterio principal de la economía de la salvación, la encarnación del Verbo. En vano se intenta hoy encontrar la divinidad de Jesús de Nazaret partiendo de abajo, de una historia que intenta superarse a sí misma en un esfuerzo imposible y minado en su raíz. La verdadera solución sólo puede encontrarse en la contemplación desde arriba del misterio trinitario; él nos revela a aquel que, por estar en el seno del Padre, puede decirnos quién es realmente (Jn 1,18). Naturalmente que también los restantes misterios —gracia, sacramentos, eclesiología— se han de contemplar partiendo de una visión trinitaria, en la cual el Espíritu Santo aparece como enviado por Cristo y por el Padre;
e) por lo demás, el dogma trinitario es el único que salva la razón específica del ser sobrenatural cristiano;
f) finalmente, digamos que el dogma trinitario introduce al neófito en los misterios de la fe cristiana con la confesión que hace en el bautismo, que se le confiere en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

2. LUGAR TEOLÓGICO DEL MISTERIO TRINITARIO

En los manuales antiguos, el tratado De Deo trino era considerado casi como un apéndice del tratado De Deo uno. Ello hacía perder de vista el puesto no sólo central, sino también formal que ocupa el dogma trinitario en la teología. Es conocida asimismo la antigua controversia teológica sobre la determinación de su subjectum propio. El punto de vista cristológico, de tipo más bien histórico-concreto, ofrece una teología igualmente histórica y concreta, con una economía sobrenatural de hecho y un desarrollo temporal. Naturalmente, este punto de vista es el que corresponde a una metodología un poco primitiva (s. XI Xll), y se reduce a la historia pura y simple de las etapas de la historia de la salvación. Mas cuando luego la teología toma conciencia de su propia importancia, constituyéndose como ciencia («sacra scientia», «sacra doctrina», «sacra pagina»), entonces su mismo interés la obliga a buscarse una razón válida para siempre. Nace así la visión tomista del «Deus ut est in se». Ya Atenágoras había dicho: «pàra Theoû peri Theoû».

Este Dios, como es en sí mismo, es un Dios trinitario. Zúmel hará de la idea trinitaria la razón formal de lo sobrenatural. El mismo misterio cristológico hunde sus raíces en el misterio trinitario, que es su principio noético, pero sin ser su principio ontológico. Por eso una teología bien estructurada deberá seguir el ritmo de la economía que le confiere la doctrina de la inmanencia trinitaria. Esto, decíamos, es lo que ocurrió en las primitivas formulaciones dogmáticas, las del Credo apostólico y niceno-constantinopolitano.

 

II. HACIA UNA MARIOLOGÍA TRINITARIA

No pretendemos resolver aquí el problema de la metodología, que se trata en otra parte. Pero sí queremos afirmar con claridad que el tema trinitario es también formal, no sólo para toda la teología en general, sino también para el tratado de mariología.

1. LUGAR TEOLÓGICO DE UNA MARlOLOGÍA TRINITARIA

La mariología se puede contemplar desde varias vertientes. Prescindiendo de las que no nos interesan aquí (aspecto histórico, biográfico, interpolación arbitraria en otros tratados), nos limitamos a observar que son dos las vertientes que hoy se disputan el primado: la eclesiotípica y la cristotípica.

La primera, representada por los teólogos de Centroeuropa, trata de María en el De Ecclesia, como miembro suyo eminente y del todo singular, pero sólo miembro del cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo. La gracia habitual de la Virgen, la misma gracia de la maternidad divina, entra en el cuadro común del tratado sobre la gracia. María es tipo de la iglesia no en el sentido de que esté fuera o por encima de la iglesia, en una jerarquía aparte, sino sólo porque en ella se realiza con particular plenitud lo que en grado menor —pero siempre de la misma especie— se realiza en la iglesia. Así pues, el puesto de la mariología deberá encontrarse en el tratado De Ecclesia.

La visión cristotípica, en cambio, es sostenida por un grupo de mariólogos que llamamos latino-mediterráneos. Para éstos, el puesto propio de la mariología es el tratado De Verbo incarnato, por la conexión íntima y profunda que tiene con los misterios de Cristo. La Virgen ocupa un puesto único y singular en la encarnación y en la redención. No se la puede considerar simplemente como uno de los miembros de la iglesia, aunque sea miembro típico. María desarrolla en la iglesia una función activa, bien determinada, materna. Por tanto, no es sólo uno de sus muchos miembros, sino que está por encima de la iglesia, formándola y custodiándola, como verdadera madre en el orden de la gracia. Esta maternidad espiritual de María es posible en virtud de su maternidad divina respecto a Cristo. El puesto propio de la mariología no es el tratado De Ecclesia, en el cual la figura de María quedaría empobrecida, sino el tratado De Verbo incarnato, donde María entra con sus notas enteramente específicas y singulares.

No es cometido nuestro resolver un problema que consideramos mal planteado. La primera opinión pierde de vista e ignora las relaciones auténticas de la Virgen con la iglesia, mientras que la segunda t
iende a construir una mariología sobre la falsilla del tratado cristológico. María está precisamente en el medio. Ocupa un puesto que le compete a ella sola, entre Cristo y la iglesia. Si la cristología ofrece el fundamento y la raíz de sus grandezas, en la eclesiología encontramos en cambio la función mediadora que le ha sido asignada por la Trinidad por obra del Espíritu Santo.

De aquí ha nacido un modo clásico de entender algunas relaciones características de María con las personas de la santísima Trinidad:
a) La doctrina clásica de los manuales se sitúa en la manera latino-occidental de considerar el misterio trinitario, ya se trate de las teorías psicológico-agustinianas sobre las procesiones ab una essentia o del predominio de lo esencial y lo uno sobre lo personal y trino.
b) El concepto de gracia más como qualitas inhaerens que como presencia habitante de las personas. La gracia es vista dentro de un cuadro rígido y unitario, como participación de la naturaleza divina, abstrayendo de las personas.
c) De ahí también que los títulos dados a la Virgen en relación con las tres personas de la Trinidad sean más bien de tipo esencialista: hija del Padre, madre del Hijo, esposa del Espíritu Santo. Títulos fluctuantes, que dependen de una teoría de apropiación, en la cual desaparece la noción teológica de la persona.

2. POSTULADOS FUNDAMENTALES

El que esto escribe ha reaccionado muchas veces y de modos diversos contra semejante concepción de la mariología, sólo de nombre trinitaria. Sus puntos de apoyo son los siguientes:

a) Construir todos los tratados de teología de modo que respeten el primado del enfoque trinitario, tal como se transparenta en la economía bíblico-patrística. Un enfoque o metodología puramente histórica, antropológica o bien simplemente cristológica no expresa las intenciones divinas del Dios que se autorrevela como es en si. Estamos por la fórmula antigua y superada de Hugo de San Víctor, «res et signa». Ésta no agrada al enfoque antropológico de Rahner, ni siquiera en la forma trascendente que él le da. Podríamos admitir que como método hermenéutico de revelación, posee una cierta validez dentro de algunos límites; no obstante, afirmamos que una importación antropológica haría de la teología un puro «inventum philosophicum» (DS 3020).

Tampoco nos satisface el método de la escuela de Innsbruck, que hace teología partiendo de una cristología absorbente. En efecto, si es verdad que en el orden noético es la cristología la que revela a la Trinidad, también lo es que en el orden real y ontológico la Trinidad es fundamento de la misma cristología. Hay que reconocer que ciertos enfoques modernos de la teología, p. ej., el de la llamada teología de la liberación, ofrecen aspectos de una metodología con tantas lagunas, tan parcial y relativizante de la revelación, que exponen a ésta a todos los vientos del hoy de la historia. Este es el problema. Hacer verdaderamente trinitaria la teología de la revelación tal como aparece en las fórmulas más primitivas de la fe, p. ej., en la formulación del Credo apostólico y niceno-constantinopolitano.

b) Es preciso hoy volver a las fuentes de la revelación, bíblicas y patrísticas, sin forzar la contraposición existente entre la modalidad greco-patrística y la latino-escolástica. La Escritura, el NT, ignora la modalidad latino-occidental, que es más bien un compromiso entre la idea filosófico-aristótelica de un Dios esencia, clave del mundo, y la revelación bíblica del Dios vivo en tres personas. Estas personas son concebidas como emanación de una esencia divina abstracta, que no tiene correspondencia en la Escritura. Esta esencia, inteligente y libre, da lugar y origen a las procesiones del Hijo y del Espíritu Santo. Con el Padre —la primera persona— la dificultad subyacente y previa queda sin resolver. Él sería únicamente y de modo negativo el «no engendrado», el «no procedente». En la Escritura y en la modalidad bíblico-patrística desaparecen los problemas insolubles que se derivan necesariamente del supuesto de una esencia previa a las personas. Existen las personas, que se manifiestan en una relación de mutua perijóresis, en un orden perfecto y misterioso.

Las dos modalidades —oriental y occidental— están, pues, en abierta contraposición; pero ofrecen, cada una desde su punto de vista, elementos auténticos para una doctrina trinitaria completa del Dios vivo cristiano, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por un lado, la modalidad latino-occidental no habla, al menos explícitamente, de una esencia divina concreta, inteligente y libre, de la cual tomarían origen las personas. Así, p.ej., su eximio representante santo Tomás de Aquino: para él, la esencia no es anterior («prioritate causae») a la primera persona, sino que es realmente «la misma cosa» con ella. Existe sólo una sutilísima distinción virtual entre personas y esencia: lo suficiente para afirmar luego la distinción real de aquellas (S.Th., I, q. 39, a. 1). San Agustín, al cual cita expresamente santo Tomás, escribe con no menor agudeza: «Al hablar de la persona del Padre, no decimos otra cosa que la sustancia del Padre». No dice «esencia divina». En realidad, la modalidad latino-occidental sabe muy bien que introducir una realidad previa al origen de las personas sería como admitir una quaternitas, cosa que rechazaría como contrario a la fe revelada. Por su parte, la modalidad bíblico-patrística no hace referencia a esa esencia previa, a la que no se alude para nada en las fuentes reveladas. Para esta modalidad, lo esencial es algo que surge al cerrarse el ciclo trinitario; una simple consecuencia de la circuminsessio, de la perijóresis. Por ello dirá que la primera persona, el Padre, es la fuente de la Trinidad. Sus seguidores ni siquiera se han planteado el problema de la distinción entre persona y esencia divina.

c) Brota de aquí una consecuencia importante. En la modalidad latino-occidental, la teoría de las apropiaciones es un punto clave; valdría para salvar la acción unitaria ad extra de las personas, fundada en la unidad esencial más que en la perijóresis. En cambio, en la modalidad bíblico-patrística no hay lugar para la teoría de la apropiación, ya que no es necesaria, y hasta resulta molesta, toda vez que la Trinidad obra en la economía ad extra según el modo de ser de su propia inmanencia, y esta acción es siempre de carácter personal y nunca esencial. La unidad ad extra debería tener el mismo carácter personal que tiene ad intra. No existen, pues, apropiaciones, sino sólo propios. Lo cual no solo no impide, sino que exige la presencia de las otras personas donde una de ellas se hace presente. El carácter personalista de la modalidad greco-bíblica es muy acentuado. Domina en ella una concepción teológica que responde mejor a las fuentes de la revelación. Un breve resumen histórico de la reflexión teológica sobre estas modalidades ofrece una panorámica que permite comprenderlas mejor.

3. PANORAMA HISTÓRICO

A pesar de los indicios que la evolución religiosa neotestamentaria descubrirá más tarde, no decimos nada del AT, en el cual domina un henoteísmo primitivo, rígido, histórico y fundamental, convertido luego en monoteísmo. En el NT hay que admitir —estamos convencidos de ello— que la revelación trinitaria se produce en formas literarias de kerigma y homologuesis, y en formas catequéticas y litúrgicas, en las cuales las personas aparecen obrando en el plano de la economía general de la salvación más que en su ser inmanente. Esto no nos permite afirmar, sin embargo, que no haya revelación trinitario-bíblica sobre el ser trinitario del Dios que se revela a sí mismo; se habla simplemente de una manifestación operativa. La revelación del ser existe, puesto que se
manifiesta en forma de acción propia de cada una de las personas. Es esta economía concreta de las personas en su acción dentro de la historia de la salvación lo que obligará a la reflexión teológica posterior a una construcción de la teología inmanente.

El caso destacado, como se sabe, es la especulación juanea sobre las relaciones de Cristo con el Padre. En san Juan hay mucho más que una simple presentación de la función salvífica que el Padre realiza por medio del Hijo que ha enviado. Chocaría también contra toda evidencia, pensamos, el que pretendiera explicar a Cristo como pura manifestación de la acción del Padre, ya que Cristo se revela a sí mismo como Verbo, como Hijo y como igual al Padre. Ciertamente no se trata aquí solamente de una igualdad funcional de acción, sino de una igualdad en el ser. Ya la revelación bíblica ofrecía los fundamentos auténticos de una teología trinitaria fuertemente personalizada. Frente al monoteísmo judío y al politeísmo pagano, el problema se planteaba así desde un punto de vista muy personal y concreto: ¿Es realmente el Cristo de la historia reciente Dios como el Padre? Contra los supuestos aristotélicos de Arrio, Nicea proclama la consustancialidad; pero no en el terreno abstracto de una ousia o physis aristotélica, sino en el terreno concreto de una unidad esencial, y adopta el término persona para expresar el múltiplo en la Trinidad.

Las reflexiones agustinianas están fuertemente influenciadas por la tendencia natural del genio de Hipona a la sistematización. Su pensamiento sobre los ternarios trinitarios conducía, inevitablemente, al cuadro occidental de una esencia divina, dotada de inteligencia y de voluntad. Todo el medievo seguiría este camino. La escolástica desarrollará además los aspectos psicológicos de la teoría a partir de algunos supuestos filosóficos por lo menos discutibles. La teoría alcanza en el concilio de Florencia (1422; DS 1330) su expresión claramente occidental, si bien la formulación de la regula aurea puede muy bien ser aceptada por los griegos, precisamente porque para ellos nada distingue a las personas si no es su relación subsistente de oposición. Un poco más tarde, Cayetano llegará a admitir el absurdo implícito de una nueva subsistencia absoluta además de las tres relativas. Era una concesión larvada a la quaternitas. Cuando Petavio, Tomassino y otros teólogos positivos se empeñan en renovar el estudio crítico de la patrística, advierten inmediatamente la contraposición entre la concepción latina y la griega. Por lo demás, la teología postridentina había entrado muy pronto en el barroquismo.

En cuanto a la mariología francesa, que comienza con el card. De Bérulle, no puede explicarse sin el influjo de la teología trinitaria personalista. Un ejemplo: «Cosas tan grandes y admirables en la divinidad —a saber: el ser Padre de un Hijo Dios y el ser Hijo único y eterno de Dios— no tienen nada en la tierra o en el cielo, en el tiempo o en la eternidad, que las concierna distintamente o que rinda homenaje, con la propiedad de su estado, a la propiedad de aquellas dos personas divinas, de las cuales una es Padre y la otra Hijo. Esto se verifica sólo en el nacimiento que deriva de la Virgen, y en el estado feliz y admirable de la maternidad de la cual procede; puesto que este nacimiento, filiación y maternidad se refieren al ser y a las propiedades personales de Dios, en cuanto que conciernen al eterno Padre que, como Padre, da al Hijo a la humanidad, y a este mismo Hijo que como Hijo de Dios, se hace hijo del hombre y nace de la criatura humana». «Esta comunicación inefable que Dios hace de sí fuera de sí, en la plenitud de los tiempos en el misterio de la encarnación…, supone y considera como ejemplar suyo la comunicación íntima y eterna que existe en la divinidad… Allí es un Dios el que comunica su esencia, aquí es un Dios el que comunica su subsistencia; allí es un Dios el que comunica la divinidad a su propio Hijo y al Espíritu Santo…; aquí es un Hijo el que da su divinidad al alma y al cuerpo del hombre… Esta comunicación, segunda y temporal, considera como modelo, fuente y origen suyo a la grande, suprema y admirable comunicación de la divinidad».

Para De Bérulle, la maternidad divina de María imita la paternidad del Padre; participa en el tiempo de la potencia y la fecundidad de la primera persona; se une a ésta («en qualité de Père) en el misterio de la encarnación. Idénticos pensamientos expresa De Bérulle respecto a la maternidad espiritual: «La Virgen nos engendra por virtud del Padre. Lo hace vivir en nosotros conjuntamente con él (Cristo), obrando en nosotros con el poder del Altísimo —la virtud del Padre— que ella posee indivisiblemente con él. Y así como ella lo engendró en sí misma según la carne y a la vez según el Espíritu, así continúa engendrándolo en nosotros espiritualmente; y el Espíritu Santo es la potencia de esta acción suya».

Los berulianos (Condren, Bourgoing, Gibieuf, Olier) siguen al maestro: la encarnación refleja en el tiempo la generación eterna. El verdadero título de la Virgen en relación con el Padre es el de esposa. Gibieuf es el primero, creemos, en el cual hay que buscar una mariología trinitaria. Olier hace entrar a la Virgen en el proyecto de Dios con un carácter esponsal, referido al Padre y no ya al Hijo, como hará Scheeben con su bräutliche Mutterschaft (maternidad esponsal). Escribe Gibieuf: «Habiendo proyectado Dios desde toda la eternidad salir fuera de sí por el camino del amor para formar una familia que habría de nacer de él mismo, hubo ante todo de escoger una esposa y una ayuda que fuese semejante a él. Y pensó en María, fecit in ea adjutorium simile sibi… El mismo Adán, en el paraíso terrenal, fue imagen del Padre, por ser del todo perfecto en su estado y no estar movido por la debilidad y la fragilidad de la infancia. Dios le dio como compañera una esposa que era imagen de María, esposa de Dios Padre y ayuda suya, tanto en la obra de la iglesia como en la formación de Jesucristo».

También san Juan Eudes recibió el influjo de De Bérulle. Citemos un párrafo suyo: «Como el eterno Padre da origen al Hijo desde toda la eternidad en su seno y en su corazón adorable, como hará que nazca en el corazón y en el seno de la Virgen, como lo forma y lo produce en el corazón de los fieles, así la madre admirable hace nacer a este mismo Hijo en su corazón virginal, lo concibe en su seno bendito y lo hace vivir en el corazón de los fieles». Estas mismas ideas son la base de los fundamentos mariológicos de san Luis M. Grignion de Montfort: «Dios Padre comunicó a María su fecundidad, en cuanto una pura criatura era capaz de recibirla, para que pudiera engendrar a su Hijo y a todos los miembros de su cuerpo místico… Dios Espíritu Santo, que es estéril en Dios, a saber: no produce otra persona divina en Dios, se hizo fecundo por María, su esposa. Con ella, en ella y de ella produjo su obra maestra, que es un Dios hecho hombre, y produce todos los días, hasta el fin del mundo, a los predestinados y miembros de esta cabeza adorable».

Por aquel mismo período algunos teólogos españoles recurren a esquemas teológicos que no son precisamente los clásicos de la teología postridentina. Así, De la Cerda (+ 1645), Zúmel y Saavedra aceptan la concepción no esencialista del ser sobrenatural propia de los teólogos anteriores. Ateniéndose al juicio muy severo de Ripalda, Zúmel dirá: «Las realidades sobrenaturales se refieren a Dios en cuanto trino, las naturales en cuanto uno». Era ésta una auténtica novedad en la concepción clásica escolástica de la teología y se prestaba a espléndidos desarrollos. Mas por aquel tiempo, debido a los excesos de la teoría esencialista se llegaba a afirmar que «es bastante probable que la trinidad de las personas no pertenezca a la esencia de Dios». También los scotistas admitir?
?n que es posible ver la esencia divina sin ver a las personas… ¡Más allá no podía llegar el esencialismo escolástico! Saavedra, discípulo de Zúmel, deducirá las aplicaciones mariológicas: la maternidad divina es una participación de lo divino poseído por el Padre en orden a la generación del Hijo. Se abre así el camino a una nueva concepción mariológico-trinitaria, a la que Saavedra no da pleno desarrollo. Tras las huellas de Petavio, algunos autores del s. XIX pondrán más de relieve lo nocional en la doctrina trinitaria. En todo caso, sólo los estudiosos del p. De Régnon atraerán la atención de la teología moderna sobre este punto, aunque sin particulares incidencias mariológicas. En el párrafo siguiente estudiaremos las grandes posibilidades ofrecidas a la mariología por una orientación trinitaria.

4. ENSAYO DE ELABORACIÓN SISTEMÁTICA

Supuesto el primer fundamento, a saber: que lo sobrenatural cristiano se configura según lo trinitario y que lo trinitario imprime su carácter específico a la teología católica, supuesto también que lo trinitario, en una visión más propiamente bíblico-patrística, se configura no tanto por su aspecto esencial cuanto por lo personal, digamos que el primado hay que concederlo al último, tanto en la inmanencia divina como en su economía ad extra. Queda así abierto el camino a una ontología de lo sobrenatural muy rica y renovadora. Decir que el «esse maternale» de María se pone de modo especial en analogía con el ser sobrenatural en general es también sacar sus claras consecuencias. En primer lugar, este ser no es como el que se encuentra en Cristo, porque no es de carácter hipostático-sustancial, ya que no es ni siquiera simplemente reducible al accidental, como decir, p. ej., instrumental. Por otra parte, este «esse maternale» es específicamente distinto del ser de gracia poseído por todos los hijos de adopción, ya que le confiere a María el calificativo de madre y a nosotros el de hijos. Si, además, se admite que en el modo de realizarse la razón formal trinitaria debe ser estrictamente trinitaria, entonces nos encontramos con las siguientes proporciones, que podrían expresar bastante adecuadamente la analogía del ser sobrenatural:
__________________________________________________________

Dios- Uno………………………Dios-Padre
esse creatum…………………..esse maternale
«gratia naturae»……………….gratia maternalis

Dios-Hijo…………………………Dios-Espiritu Santo
esse hvpostaticum…………….esse gratiae
gratia Unionis…………………..gratia adoptionis
___________________________________________________________

El ser materno divino de María debe ser también encuadrado trinitariamente en el ser materno de gracia. La mariología clásica une la maternidad espiritual con la maternidad divina en un orden de hecho único, ya que la Virgen concibe al Verbo en su constitución de Verbo encarnado y de Redentor. Por sí misma, y de hecho, la encarnación es redención. Esta visión clásica de la maternidad espiritual es válida. En ella se pone de manifiesto la función total de la gracia materna divina de María. «Por eso —dice el Vat II— María fue para nosotros madre en el orden de la gracia» (LG 61). Digamos que esta concepción de la maternidad espiritual es válida, ya que afirma que las mismas razones que hacen a María madre del Hijo nos hacen a nosotros hijos suyos, en cuanto hermanos del Primogénito. Aquí se pone de relieve el aspecto trinitario que la maternidad espiritual dice en relación con la segunda persona, el Hijo.

Añadamos, sin embargo, que hay aquí una laguna con respecto a la primera persona puesto que nadie puede ser hijo o hermano sino en relación a un Padre. Por eso llamarnos hijos en el Hijo expresa una relación con el Padre, antes incluso que con María y con el Hijo. La maternidad espiritual debe estar, pues, integrada en una visión trinitaria, que comienza por el Padre según la división que hemos indicado para la maternidad divina. ¿Cuál es la función que le compete a la primera persona en esta maternidad espiritual? ¿Es propia o apropiada? San Pablo afirma que la finalidad de la misión que el Padre confía al Hijo en la plenitud de los tiempos es que nosotros recibiésemos la adopción de hijos. Se sigue de ahí que el Padre envía a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: «Abba» (Gál 4,6). La realización de esta filiación divina se realiza con la encarnación del Hijo, pero la atribución directa y primordial es referida antes al Padre que al Hijo. También la razón trinitaria es directa y primaria hacia el Padre, y sólo indirecta y consecuentemente al Hijo. Diremos que san Pablo invierte los términos de la explicación clásica. Ésta concibe la filiación adoptiva primero a través de nuestra fraternidad con Cristo y luego, como consecuencia, nos pone en relación con el Padre. En cambio, la realidad teológico-trinitaria subyacente a las palabras del Apóstol, sin ser contraria, es diversa, porque nuestra fraternidad con el Cristo primogénito, hijos en el Hijo, depende de la iniciativa del Padre, que quiere tener también hijos de adopción.

Vengamos ahora a la maternidad espiritual de María. Ya se ha considerado bajo una perspectiva diversa su maternidad divina poniéndola en relación receptiva directa con el Padre. Él, en efecto, es quien, en relación activa de generación con el Hijo, comunica a María su estupendo privilegio. Según el inmutable orden trinitario, es primero y ante todo por su participación en la paternidad de la primera persona como María llega a ser madre del Hijo. Diremos que el Hijo acepta pasivamente esta filiación temporal, del mismo modo que desde toda la eternidad acepta la procesión pasiva que le viene del Padre y le constituye Hijo. Así, en la explicación de la maternidad espiritual hay que referirse ante todo y directamente a la persona del Padre. Éste comunica a María una fecundidad no solamente en orden a la maternidad divina sobre el propio Hijo-Verbo, sino también una fecundidad real de gracia respecto a todos los redimidos, ya que también esta maternidad espiritual es una participación en la generación activa de los hijos de adopción. Es lo que expresan los textos citados de De Bérulle y de Olier, lo mismo que el célebre pasaje de san Luis M. Grignion de Montfort. Tal es el marco trinitario de la maternidad espiritual de María. ¿Es posible encontrar aquí una aplicación importante también al discutido problema de la corredención mariana? Creemos que sí. Como no podemos alargarnos demasiado, nos limitamos a los puntos de referencia esenciales.

El problema presenta dificultades en su aspecto activo y crístico. En cuanto al primero, la Virgen es redimida pasivamente, y corredentora activamente. En cuanto al segundo, María depende de Cristo en su propia redención; al mismo tiempo se presenta como un componente del paralelogramo de fuerzas con Cristo… Pues bien, la concepción trinitaria que presentamos podría obviar ambas dificultades así:

Por su participación temporal en la misión del Hijo, María participa también activamente en sus funciones de redención. El valor de su fiat en la anunciación no tiene sólo un significado activo y voluntario, muy amplio, que se extiende a todos los actos salvíficos del Hijo, unigénito del Padre y de la madre, en la vida, pasión y muerte. Se trata, en primer lugar, de un valor autorredentor; se entiende que sólo en relación pasiva con cuanto ella recibe del Padre. Una vez recibida pasivamente tal participación, María puede convertirse en corredentora de modo activo, en unión y dependencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Es preciso aclarar también en qué sentido es gracia —y gracia específica de María— la gracia total de su ser materno. Es sabido que la teología de la gracia santificante ha recibido hoy nuevos complementos por ser considerada bajo los aspectos trinitarios de la inhabitación de las personas. Mas como no han superado aún la modalidad latino-occidental, esos complementos se han quedado en flor, permaneciendo los desarrollos necesarios sin fruto. La gracia, en efecto, incluso colocada en conexión necesaria con la presencia sustancial de las personas, no recibe directamente de éstas su configuración propia, sino sólo de la supuesta esencia, de la naturaleza divina. Una vez más, en este cuadro esencialista encuentran sitio sólo las apropiaciones. En tal caso, la santificación de las almas es atribuida, apropiada, al Espíritu Santo. La afiliación adoptiva es otra apropiación, referida al Hijo y al Padre. Es lo que escribe un autor clásico en la materia: «La unión especial existente entre el alma santa y el Espíritu Santo se realiza mediante la gracia santificante… Pero la gracia dice relación trascendental, no precisamente a la persona del Espíritu Santo, sino a la misma naturaleza de Dios común a las tres personas…»

Digamos que semejante concepción es insostenible, porque vacía de significado económico la misma configuración de la inmanencia divina, y precisamente en su aspecto nocional. San Ireneo representa toda la tradición patrística cuando escribe: «Videbitur autem et in regno coelorum paternaliter, Spiritu quidem praeparante hominem in filium Dei, Filio autem adducente ad Patrem, Patre autem incorruptelam donante in aeternam vitam». Como efecto de la presencia personal trinitaria, la gracia sigue en la economía ad extra la misma configuración que posee ad intra. No se trata aquí de apropiaciones, sino de simples modos de hipóstasis, de verdaderos propios, aunque no todos de la misma cualidad hipostática. Todos estos tres propios son realmente hipostáticos, en cuanto referidos a las personas, pero ninguno de ellos (maternidad, santificación) es hipostatizante o henipostatizante (Leoncio de Bizancio), ya que la revelación nos hace conocer una sola hipostatización: la del Verbo con su naturaleza humana

Establecido esto, la gracia del ser materno de María es del todo singular entre los modos de comunicación de la Trinidad a sus criaturas. No es, en efecto, una gracia de filiación: ésta se realiza solamente en la naturaleza humana de Cristo, que por medio de ella se convierte en hijo natural, y en los hijos de adopción, que por medio de ella se convierten en hijos del Padre y hermanos de Cristo. No es tampoco una simple gracia de adopción en el Espíritu, porque esto se puede afirmar, en general, sólo para los fieles que están en gracia y porque su especial relación con el Padre no constituye a Maria como hija, sino que la eleva a una función activa de maternidad que le da un solo hijo natural, con el Padre, y muchos hijos de adopción.

Es evidente que la gracia, que en ella podríamos llamar también habitual, santifica a Maria con la presencia inhabitante del Espiritu Santo. Sólo que también esta gracia se especifica diversamente de nuestra gracia habitual. Ésta, en efecto, nos asimila al Padre y al Hijo en cuanto hijos de adopción, mientras que asimila a Maria con el Padre en cuanto socia con él en la encarnación del Verbo; e igualmente la asimila con el Hijo, no como hermana, sino como su madre.

Es, pues, inoportuno construir una doctrina de la gracia partiendo de una perspectiva trinitaria para privarla luego de su realismo profundo. Así, p. ej., un autor clásico como Vega no supera el nominalismo de las apropiaciones. Lo mismo hay que decir del trabajo muy mesurado, pero infructuoso de Rittremieux.

5. TÍTULOS TRINITARIO-MARIANOS

Son títulos que han seguido en su uso los meandros de la evolución de la teología trinitaria. En la época patrística la Virgen pudo ser invocada como esposa del Padre (cf las obras de De la Cerda y de Marracci). Cuando, luego, la teología trinitaria terminó siendo dominada por una concepción latina, permanecieron adquiridos los titulas conocidos de «hija del Padre, madre del Hijo, esposa del Espiritu Santo».

Pero estos titulos ¿tienen algún valor propio más allá de la simple apropiación nominalista? Si se abstrae de la relación con el Hijo, que no puede ser más que la de la madre, los otros títulos no tienen un valor definido estrictamente trinitario.

En su relación con el Hijo, la virgen Maria ha recibido también el título de esposa por dos consideraciones: como esposa espiritual y mística, en el Cantar de los cantares; como nueva Eva, asociada esponsalmente al nuevo Adán para la obra salvifica. Ésta fue la idea base de la mariologia, por lo demás rica, de Scheeben en el título poco acertado de bräutliche Mutterschaft (maternidad esponsal).

Hay que volver al auténtico realismo teológico y usar sobriamente los dos títulos mencionados. El primero, porque las relaciones auténticas de la Virgen con el Hijo son ante todo las de madre. El segundo, porque el titulo de cooperación de Maria con el Hijo en la obra de la salvación, más que esponsal, es materno.

También el titulo de hija en relación con el Padre necesita explicaciones. En efecto, si es cierto que Maria es la criatura amada y predilecta de la primera persona, no se la hace semejante al Padre sobre todo como hija, sino como «asociada a su fecundidad paterna», o sea, como madre del mismo y único Hijo.

La Virgen es la «llena de gracia» por excelencia; pero esta gracia suya no consiste simplemente en ser favorecida por la gracia de los hijos de adopción. Es más bien una gracia que la hace trinitariamente asociada al Padre: «esposa del Padre», como la llamaban los antiguos padres «comparentalis Patri», como decia Dionisio Cartujano. La gracia materna de Maria se diferencia específicamente de la gracia común de los hijos de adopción. En la relación con el Espiritu Santo hubo siempre una mayor fluctuación de títulos debido a la particular dificultad que implican las nociones y la misión del Espiritu Santo. La tercera persona habita por gracia en los otros fieles con una presencia santificadora que atrae a las otras dos personas. En cambio, en Maria el Espiritu Santo es activo, y por su medio se difunde en los corazones. El Espiritu está en Maria como enviado por el Padre y el Hijo, infundiendo en ella no sólo un espíritu de adopción de hijos, en virtud del cual ella sólo podría exclamar: «Abba, Padre» sino un espírita de maternidad, por el cual la Virgen sufre dolores de parto hasta que Cristo se forme en nuestros corazones (cf Gál 4,19).

En los tiempos modernos, el titulo de esposa pasó del Padre al Espiritu Santo. Con ello se quería decir que la tercera persona obró en Maria la concepción virginal del Verbo. Pero, en la mente de los padres, el Espiritu Santo es siempre el «poder del Altisimo», es decir, la dýnamis del Padre. Por eso el titulo de esposa conviene propiamente mejor a la primera persona. Concluyamos diciendo que en este problema de denominaciones trinitarias el elemento principal es la base teológica de la que se parte. Cualquiera que sea su curso en la historia polivalente, se trata sólo de indicios de las diversas modalidades con que es estudiado el problema.

 

III. ESPIRITUALIDAD TRINITARIO-MARIANA

Sobre todo en nuestros tiempos la espiritualidad de las almas marianas ha descubierto en Maria una modalidad trinitaria que se difunde en nosotros desde su intimidad, habitada de modo especial por las personas trinitarias. Sobre este tema tenemos ya textos estupendos en la escuela de Helfta. Se pone de manifiesto, sobre todo, el misterio del corazón de Maria. A muchos hoy les gusta contemplar las relaciones de Maria con el Espiritu Santo en orden a su influjo en la santificación de las almas. Algunos autores orientales han atribuido a la mari
ologia católica occidental la tendencia a sustituir la acción del Espiritu Santo por la de Maria. La objeción no tiene razón de ser, ya que todo lo que Maria realiza en las almas lo hace bajo el impulso del Espiritu Santo. La realidad es la expresada por san Luis M. Grignion de Montfort en el texto ya citado.

Entre las notas que deberían guiar la renovación del culto mariano, la exhortación apostólica Marialis cultus (2 de febrero de 1974), en su segunda parte, propone la trinitaria, con particular referencia al Espiritu Santo: «Ante todo, es sumamente conveniente que los ejercicios de piedad a la virgen Maria expresen claramente la nota trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial». «A esta alusión sobre la orientación cristológica del culto a la Virgen nos parece útil añadir una llamada a la oportunidad de que se dé adecuado relieve a uno de los contenidos esenciales de la fe: la persona y la obra del Espiritu Santo». Estas perspectivas de la Marialis cultus abren a la piedad y a la espiritualidad marianas campos fertilísimos para la doctrina y la vida, sobre todo si se las lleva adelante con algunas orientaciones trinitarias bien determinadas.

J. M. ALONSO DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1892-1903

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La Virgen Maria y la Santisima Trinidad-Explica Padre Juan Rivas

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