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El rostro materno de María en los primeros siglos

Catequesis de Juan Pablo II (13-IX-95)

1. En la constitución Lumen gentium, el Concilio afirma que «los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos los santos, conviene también que veneren la memoria «ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor»» (n. 52). La constitución conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa, destacando así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María está presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos.

En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título de Madre de Jesús. Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de los Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás, corresponde a cuanto se dice en los evangelios: «¿No es éste (…) el hijo de María?», se preguntan los habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista san Marcos (6,3). «¿No se llama su madre María?», es la pregunta que refiere san Mateo (13,55).

2. A los ojos de los discípulos, congregados después de la Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere todo su significado. María es para ellos una persona única en su género: recibió la gracia singular de engendrar al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo junto a él, y en el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva maternidad con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él, con relación a toda la Iglesia.

Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de Jesús es un título de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, con este título los cristianos quieren afirmar que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia. Los fieles, recordando el lugar que ocupa María en la vida de Jesús, descubren todos los días su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual.

3. Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad virginal de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, ya las primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador. En particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos de conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el origen de la revelación sobre el misterio de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.

Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad, Jesús, hijo de José según la ley, por una intervención extraordinaria del Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente de María, habiendo nacido sin intervención de hombre alguno.

Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo.

La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. María es la única virgen que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su maternidad.

Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad cristiana la difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor ha llamado a ella. Esta vocación especial, que alcanza su cima en el ejemplo de Cristo, constituye para la Iglesia de todos los tiempos, que encuentra en María su inspiración y su modelo, una riqueza espiritual inconmensurable.

4. La afirmación: «Jesús nació de María, la Virgen», implica ya que en este acontecimiento se halla presente un misterio trascendente, que sólo puede hallar su expresión más completa en la verdad de la filiación divina de Jesús. A esta formulación central de la fe cristiana está estrechamente unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto, ella es Madre del Verbo encarnado, que es «Dios de Dios (…), Dios verdadero de Dios verdadero».

El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la fórmula equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), se atribuyó explícitamente a María sólo después de una reflexión que duró alrededor de dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto, comienzan a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.

Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es madre del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza humana y educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona divina, que vino para transformar el destino de la humanidad.

5. De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María (Sub tuum praesidium…, «Bajo tu amparo…») contiene la invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título no es fruto de una reflexión de los teólogos, sino de una intuición de fe del pueblo cristiano. Los que reconocen a Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de Dios y esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.

El concilio de Efeso, en el año 431, define el dogma de la maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el título de Theotókos, con referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a lo largo de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús, Madre virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la maternidad de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. Son afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad popular, que contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.

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La devoción Mariana en la Iglesia Primitiva

Como han puesto en evidencia los estudios mariológicos recientes, la Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo.

En las pinturas marianas de las catacumbas de Priscilase muestra a la Virgen con el Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado. (Ver imagen que encabeza este texto)

Esto le lleva a decir a San Josemaría Escrivá que:
«los primeros cristianos, a los que hemos de acudir siempre como modelo, dieron un culto amoroso a la Virgen. En las pinturas de los tres primeros siglos del cristianismo, que se conservan en las catacumbas romanas, se la contempla representada con el niño Dios en brazos. ¡Nunca les imitaremos bastante en esta devoción a la Santísima Virgen!»

Sobre la devoción a Santa María en los siete primeros siglos de la vida de Iglesia existe una documentación espléndida, amplísima y solvente.

 

VISIÓN GENERAL DE LOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS

Ya en los Evangelios la figura de la Virgen, discretamente presente, está rodeada de veneración. En estos pasajes, sobre todo en los relatos lucanos de la infancia del Señor y en la narración joánica de la presencia de Santa María al pie de la Cruz, se manifiesta una gran veneración hacia la Madre de Jesús y se encuentra descrita ya y como en germen, la veneración que le profesará el pueblo cristiano a lo largo de los siglos.

LOS PRIMEROS TESTIMONIOS PATRÍSTICOS

Los testimonios patrísticos sobre la Virgen comienzan ya en el mismo San Ignacio de Antioquía (+ ca. 110). Ignacio considera a Santa María en su carácter de Madre de Jesús y en el papel que su maternidad juega en la historia de la salvación. Esta maternidad es realzada, sobre todo, en la realidad de su facticidad frente a los gnósticos. Son conmovedores los textos en que Ignacio insiste en que Jesús ha nacido de (ex) Dios y de María(3).

Desde un primer momento la Virgen aparece cercana no sólo por su maternidad sobre el Señor, sino también por su intervención en la historia de la salvación. Buen testimonio de ellos es San Justino (+ 165). San Justino es el primero en dar testimonio del paralelismo Eva-María, de forma que la maternidad de Santa María sobre los creyentes comienza a abrirse camino en forma explícita en la conciencia de los cristianos(4). Ireneo de Lyón otorga forma extensa a este paralelismo, insistiendo en que Santa María es causa de salvación para sí misma y para todo el género humano(5).

Ireneo llama también a María abogada de Eva(6). Los mariólogos advierten con razón que estos textos ireneanos son de gran importancia(7). Tienen importancia desde el punto de la doctrina mariológica, y son de suma relevancia en el tema que estamos tratando. Estos textos y muchos otros del mismo tenor se encuentran en la base de la piedad cristiana hacia Santa María a la que comienza a acudir con confianza, precisamente por su característica de abogada e intercesora.

En este itinerario del apoyo teológico a la piedad popular hacia Santa María destaca Orígenes con rasgos propios (+ 253); su teología rodea de cariño y devoción a Santa María y ha atraído la atención de grandes mariólogos(8). Orígenes otorga gran importancia a la virginidad de Santa María y la presenta a las vírgenes como modelo a seguir. Ella recibió al Verbo en su seno; nosotros debemos recibir al Verbo en nuestra alma. Precisamente al presentar al evangelista San Juan como ejemplo de penetración espiritual de la Escritura, Orígenes afirma que sólo puede captar el sentido espiritual de la Escritura aquél que, como Juan, ha reposado su cabeza sobre el pecho de Jesús, aquél que, como Juan, ha recibido a María como Madre(9). Orígenes entiende que Juan recibe a María como Madre, por su parecido con Jesús; de ahí que entienda también que todo hombre que se asemeja a Cristo se convierte en hijo de María.

Se trata de expresiones mariológicas que merecen una gran atención a la hora de pensar en la devoción a María en los primeros siglos. Laa imagen que llega de Ella a los primeros cristianos a través de los Padres es la de una mujer sencilla y santa, Madre de Jesús, fuertemente implicada en la historia de la salvación, abogada incluso de Eva, ejemplo para las vírgenes, Madre de Cristo y de quienes se asimilan a él. Todo esto insinúa que ya a mediados del siglo III, al menos en Alejandría, se encontraba extendida la devoción a Santa María y la costumbre de invocarla con el título de Theotokos.

El testimonio más impresionante se encuentra en la oración Sub tuum praesidium, que consideraremos inmediatamente. El historiador Sócrates ofrece un dato verdaderamente interesante en torno a Orígenes. Según Sócrates, Orígenes habría explicado el significado del título Theotokos en su primer tomo de comentarios a la Carta de San Pablo a los Romanos(10). Se trata de un título mariano bien preciso y que será como una bandera discutida en los aledaños de Éfeso. Parece ser que Orígenes se habría sentido en la necesidad de explicar bien este título, por la gran difusión que había adquirido entre el pueblo cristiano la costumbre de invocar a Santa María como Madre de Dios.

Los escritos apócrifos recogen un amplio panorama de creencias populares y, sobre todo, constituyen un testimonio de la piedad popular de grandes sectores cristianos. Son notables las descripciones de la virginidad de Santa María en la Ascensión de Isaías (siglo I), Las Odas de Salomón (siglo II) y Los oráculos sibilinos (siglos II-III). Todos ellos destacan la virginidad de Santa María. El Protoevangelio de Santiago habla ya de la vida de oración y de la santidad de la Virgen. La Asunción de María es largamente tratada en el Transitus Mariae (siglos III-IV)(11). Recientemente se ha mostrado cómo el influjo de este apócrifo llega hasta la escinificación del misterio de Elche(12).

 

LA EDAD DE ORO DE LA PATRÍSTICA

A partir del siglo IV se comienzan a encontrar ya testimonios de panegíricos que exaltan, sobre todo, la maternidad de Santa María. Por esta fechas, como veremos inmediatamente, comienzan los testimonios en torno a las festividades marianas en los diversos ritos.

Comienzan también los testimonios de la invocación a Santa María. San Gregorio de Nacianzo cuenta que una virgen invoca a Santa María en el trance de perder su virginidad, y es auxiliada(13). San Gregorio de Nisa habla con naturalidad de una aparición de la Virgen a San Gregorio Taumaturgo (+ 270)(14).

Dos son los títulos marianos que se destacan en este claro movimiento espiritual: Virgen y Madre. El título de Madre invita a refugiarse en su misericordia inagotable, como se expresa en el Sub tuum praesidium. Juliano el Apóstata reprocha a los cristianos el que estén constantemente invocando a María como Theotokos(15). El título de Virgen invita a las vírgenes a tomarla como modelo. La piedad mariana recibe un fortísimo impulso con el florecimiento espiritual del siglo IV y, especialmente, con la vida monacal. San Atanasio pone en boca de su predecesor Alejandro de Alejandría (+ 328) esta exhortación a las vírgenes: «Tenéis, además, el estilo de vida de María, que es modelo e imagen de la vida propia de los cielos»(16).

Tras Nicea (a. 325) con su definición de la consustancialidad del Verbo con el Padre, se destaca aún más la dignidad de la Maternidad de Santa María. El pueblo cristiano la invoca como intercesora y como Theotokos llena de misericordia. El misterio de Cristo aparece cada vez más relacionado indisolublemente con el misterio de Santa María. La unidad de Cristo se refleja en la firmeza con que se confiesa la Theotokos. Esto explica la honda conmoción que sienten los ambientes monacales alejandrinos cuando llega la noticia de que Nestorio niega que Santa María sea Madre de Dios(17).

Entre los Padres orientales destaca por su influencia San Efrén (+ 473) y sus hermosos himnos dedicados a la Santa Madre de Dios. Se trata, quizás, del teólogo que más ha llegado a amplios sectores populares precisamente por influencia de sus himnos en la liturgia. Todo el Oriente vibra en este siglo con la devoción a Santa María. La mariología alcanza un gran esplendor. Baste recordar a los tres grandes Capadocios, a Cirilo de Jerusalén (+ 38) o a Epifanio de Salamina (+ 403).

Menos generosos en elogios y en alabanzas a Santa María se muestran los antioquenos. Destaca entre ellos San Juan Cristóstomo (+ 407) en el que encontramos expuesto con fuerza el paralelismo Eva-María y la maternidad virginal, aunque nunca utilice el término theotokos.

Entre los latinos destacan fundamentalmente San Ambrosio (+ 397), San Jerónimo (+ 419) y San Agustín (+ 430). También aquí se encuentra un gran desarrollo de la doctrina mariana en todos sus temas claves y de una forma simétrica al Oriente. Ambrosio subraya como Atanasio la importancia de la virginidad de Santa María para la espiritualidad cristiana y, en especial, para la espiritualidad monacal; San Jerónimo la presenta como ejemplo de virtud y llama madre especialmente de las vírgenes(18); San Agustín destaca la santidad personal de María y su relación con la Iglesia. Puede decirse que desde Nicea hasta Éfeso la devoción a Santa María se encuentra en aumento y extensión constante. La reacción del pueblo cristiano ante la negación nestoriana de la maternidad divina es buena prueba de la sensibilidad ya existente en torno a las cosas que miran a la veneración de la Santa Madre de Dios.

TRAS EL CONCILIO DE ÉFESO

El escándalo que conduce a Éfeso es bien conocido, así como los acontecimientos traumáticos que le acompañan. El escándalo comienza en Constantinopla el a. 428 con ocasión de un Sermón de Proclo en honor de Santa María en el que la aclama como Theotokos y con la reacción de Nestorio rechazando este título mariano. Con respecto a la devoción mariana son bien elocuentes tanto la correspondencia que se cruza entre los principales actores, como los sermones. Basta repasar las actas del Concilio de Éfeso y los Sermones allí pronunciados para palpar cómo el pueblo estaba implicado en estas disputas teológicas y cómo sentía que con la negación de la Theotokos se estaba lesionando la principal razón de su devoción a Santa María.

La cuestión central de Efeso no era mariológica, sino cristológica: la unidad de Cristo. En el terreno mariológico, el Concilio de Éfeso no ha añadido nada a lo que ya se creía universalmente por el pueblo cristiano: que santa María es Madre de Dios. Sin embargo, la solemne afirmación de la maternidad de Santa María hecha por Éfeso no sólo reafirmaba la unidad de Cristo, sino que abría una nueva etapa en la piedad mariana y en los perfiles más característicos de la vida cristiana. En efecto, desde la conciencia refleja de la dignidad maternal de Santa María, el pueblo cristiano –incluidos los obispos– captaron mejor no sólo el honor que se debe a María, sino su papel único en la historia de la salvación y su excelso poder de intercesión. Como observa Toniolo citando las homilías de Proclo y de Basilio de Seleucia, se llegó así a formular con conciencia refleja el carácter de un culto de hiperdulía a la Virgen, tras comprender su dignidad y su singular poder como Madre de Dios(19).

Los cristianos de Constantinopla, Alejandría y Éfeso vivieron estos acontecimientos con un gran fervor, como se desprende de los sermones y de la correspondencia epistolar que se cruza entre los principales actores. Es posible que ya al final de estos sucesos, hombres de Iglesia como Proclo, Pablo de Emesa o Cirilo tuviesen algún atisbo de la importancia que su lucha teológica iba a tener en el desarrollo ulterior de la Iglesia y en la piedad popular mariana. Se comprende su alegría exultante al final del Concilio. Su espíritu sigue estando presente aún entre nosotros que nos encontramos al final ya al comienzo del tercer milenio.

Tras Éfeso, la devoción a Santa María crece por la liturgia que comienza a llenarse de fiestas marianas, las iglesias dedicadas a Santa María y a su maternidad y las homilías marianas. En cada uno de estos campos la abundancia de datos es enorme. Tras Éfeso, el entusiasmo de los oradores de Constantinopla no tiene límites. Ellos exaltan la maternidad divina. También exaltan la virginidad de Santa María, su poder de intercesión, su realeza, su mediación. Es la época del surgimiento del himno Akathistos –a finales del s. V o principios del VI– y de las grandes homilías marianas como las de Germán de Constantinopla (+ 733). Con San Juan Damasceno (+749) en Oriente e Ildefonso de Toledo (+ 667) en Occidente la devoción a Santa María se manifiesta ya incluso como consagración a Santa María. También en Occidente se vive con fervor la devoción a Santa María. Citemos como nombres gloriosos y cercanos a San Leandro de Sevilla (+ 599) que insiste en Santa María como cumbre y modelo de la virginidad, o a San Isidoro de Sevilla y su influencia en la liturgia mozárabe(20), o San Ildefonso de Toledo y su doctrina en torno al «servicio» a Santa María, es decir, el esbozo de 1as grandes líneas de la esclavitud mariana(21).

 

LA ORACIÓN «SUB TUUM PRAESIDIUM» Y EL HIMNO «AKATHISTOS»

La oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, quizás el más antiguo y el más importante en torno a la devoción a Santa María. Me refiero a la oración «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios …». Se trata de un tropario (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud. Es quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos a la Virgen, e indiscutiblemente es la primera vez que este término aparece en un contexto oracional e invocativo.

G. Giamberardini en un documentado estudio ha mostrado la presencia del tropario en los más diversos ritos y las diversas variantes que encuentra, incluso en la liturgia latina(22). La universalidad de esta antífona hace pensar que ya a mediados del siglo III era usual invocar a Santa María como Theotokos, y que los teólogos, como Orígenes, comenzaron a prestarle atención, precisamente por la importancia que iba adquiriendo en la piedad popular. Simultáneamente esta invocación habría sido introducida en la liturgia.

En el rito romano, su presencia está ya testimoniada en el Liber Responsalis, atribuido a San Gregorio Magno y es copiado en el siglo IX en la siguiente forma: «Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix». Algunos manuscritos de los siglos X y XI, presentan unas deliciosas variantes de esta oración, manteniendo intacta la expresión Santa Dei Genitrix, en estricta fidelidad a la Theotokos del texto griego. Helas aquí:
«Sub tuis visceribus confugimus, Dei Genitrix, semper Virgo Maria» ; » Sub tuis visceribus confugio, Sancta Dei Genitrix»; «Sub tuis visceribus confugimus, Sancta Dei Genitrix»»(23).
Y en el rito ambrosiano: «»Sub tuam misericordiam confugimus, Dei Genitrix»»(24).

Se trata de traducciones fidelísimas del texto griego, tal y como aparece en el rito bizantino, en el que se utiliza la palabra griega eysplagknían, para referirse a las entrañas misericordiosas de la Madre de Dios(25). La consideración de la inmensa capacidad de las entrañas maternales de la Madre de Dios está en la base de la piedad popular que tanta importancia dio al título Theotokos para designar a la Madre de Jesús. Y quizás como lo más importante sea el hecho de que el testimonio del Sub tuum praesidium levanta en el mariólogo la sospecha de que el título Theotokos se origina a mediados del siglo III en la piedad popular como invocación a las entrañas maternales de Aquella que llevó en su seno a Dios y que, por esta razón, debe estar dotada de unas entrañas maternalmente inagotables. Esta vez, quizás, la piedad popular fue por delante de la Teología. Al menos, es muy verosímil que así fuese.

Esa piedad popular alcanza una de sus manifestaciones más hermosas en el himno Akathistos. Como su propio nombre indica es el himno que se canta de pie. Con este nombre de repertorio que sustituyó al título original la iglesia de oriente quiso hacer suyo este himno considerándolo como expresión privilegiada de su piedad mariana y cantándolo entero de pie en señal externa de atención reverente (26). Es un himno de acción de gracias, que en el rito bizantino tiene su fiesta propia.

He aquí cómo describe el Sinaxario esta fiesta de acción de gracias: «Celebramos esta fiesta en recuerdo de las prodigiosas intervenciones de la inmaculada madre de Dios. Este himno fue llamado Akáthistos como privado de espacio para sentarse, ya que todo el pueblo estuvo toda la noche entera cantando en pie este himno a la madre de Dios; y mientras que en todas las demás estrofas se acostumbra a estar sentados, en ésta de la madre divina todos nos ponemos de pie para escucharla»(27).

El himno está dividido en dos partes. La primera, estancias 1-12, está dedicada al misterio de Cristo; la segunda, estancias 13-24 propone la teología antigua en torno a Santa María: las seis primeras estancias (13-18) de esta parte la contemplan sumergida en el misterio de Cristo, mientras que las seis últimas la celebran presente en el misterio de la Iglesia. He aquí algún ejemplo del estilo y fervor del canto, tomada de la parte final:
«Ensalzando tu parto, el universo te canta como templo viviente, oh Theotokos. Ave, oh tienda del Verbo de Dios. Ave, tú, arca dorada por el Espíritu. Ave tú, noble honor de los sacerdotes. Ave, tú eres para la Iglesia como torre esbelta. Ave, por ti levantamos trofeos; ave, por ti caen vencidos los enemigos. Ave tú, medicina de mis miembros; ave, salvación de mi alma. Ave esposa inviolada. Oh Madre que debe ser alabada con toda clase de alabanzas, que diste a luz al Verbo más santo que todos los santos, al recibir ahora esta ofrenda, líbranos a todos de toda calamidad, y redime del suplicio futuro a los que te aclaman. Aleluia»(28).

El Akáthistos es calificado con justicia como el himno más hermoso de toda la Antigüedad y como la primera síntesis de la doctrina mariana. En él piedad popular y doctrina teológica encuentran una magnífica armonía.

 

LAS PRIMERAS FIESTAS MARIANAS: LOS PRIMEROS SERMONES MARIANOS

De entre estos sermones que alimentan la piedad popular he elegido algunos significativos. En ellos se refleja cómo era la piedad popular; se refleja, sobre todo, en qué forma se dirigían los pastores a sus fieles para ser entendidos por ellos. He elegido un sermón típico de finales del siglo IV o principios del siglo V, y tres sermones pronunciados durante el concilio de Éfeso.

EL «SERMO DE ANNUNTIATIONE DOMINI»

Este Sermón está colocado en la edición de Migne entre los que se atribuyen a san Juan Crisóstomo. René Laurentin opina que puede atribuirse a Gregorio de Nisa(29). La misma crítica interna muestra convincentemente su coincidencia con puntos personalísimos de la teología nisena. S. Alvarez Campos lo ofrece entre los ssermones nisenos, aunque advirtiendo que puede ser interpolado(30). El P. Aldama también lo atribuye al Niseno, y se da como probable fecha de la predicación los años 370-378, quizás un domingo anterior a la fiesta de Navidad(31). A nosotros nos interesa, sobre todo, su estilo literario, como exponente de los rasgos humanos de la piedad popular mariana de esos años.

La estructura del sermón es sencilla y bien fácil de seguir.
Todo el sermón no es más que parafrasear el relato lucano de la anunciación. He aquí unos ejemplos:
«En el mes sexto tras la concepción del Precursor es enviado Gabriel por el Verbo, «Sol de Justicia», a anunciar a Santa María el misterio de la Encarnación: «Ve –dice el Verbo a Gabriel– a la ciudad de Galilea, a Nazaret, a la virgen María, a la que está casa con el obrero José (téktoni), pues, que soy obrero (tekton) de toda criatura, me he desposado esta virgen para la salvación de los hombres. Anúnciale a Ella mi venida sin tumulto, no sea que se turbe, si no lo sabe por carecer de anuncio. Enséñale a Ella mi amor al hombre, por el cual quiero salir de Ella al mundo como hombre, para que, al conocer previamente el designio divino, no se turbe al observar su gravidez (…) Realiza ya tu misión, pues me encontrarás ya allí donde te envío; allí te precederé, permaneciendo aquí.

«Yo marcho hacia Ella ante ti y contigo. Lleva tú el anuncio de mi venida y yo, presente invisiblemente, sellaré tu anuncio con los hechos. Pues quiero renovar al género humano en el seno virginal; quiero en forma atemperada al hombre amasar de nuevo la imagen que modelé; quiero curar con una nueva modelación la vieja imagen hecha pedazos. Modelé de tierra virgen al primer hombre a quien el diablo, agarrándolo, lo arrastró y lo hundió como enemigo y pateó mi imagen caída. Quiero ahora hacerme para mí de tierra virgen un nuevo Adán para que la naturaleza se defienda a sí misma en forma congruente, y sea coronada con justicia por aquel que la abatió, y el enemigo sea avergonzado razonablemente»(32).

El texto citado, a pesar de su aparente ingenuidad, entraña un gran pensamiento teológico enraizado en la gran tradición mariológica. Resuena en estos párrafos la teología ireneana del nuevo Adán, hecho de tierra virgen –el seno de Santa María–, como el primer Adán fue modelado de la tierra virgen. Resuenan la imagen de Dios deteriorada por la instigación del diablo y restaurada por la misma humanidad de la que ya forma parte el Verbo en cuanto hombre.

El Sermón, delicioso, es una buena muestra de cómo se explicaba al pueblo la mariología en forma narrativa. Me refiero a que esta teología se le hacía llegar llanamente, parafraseando los textos de la Escritura en una exégesis, ingenua en apariencia, pero conocedora de la tradición en el fondo. Todo el sermón es así. Merece la pena meditarlo. Sólo citaré un trozo más: la forma en que se comenta el saludo del ángel a Santa María:
«Llega, pues, a la Virgen María el ángel, y entrando a Ella, le dice: Dios te salve llena de gracia (Lc 1,28). Llamó señora a la que era consierva suya, como quien era ya Madre del Señor. Dios te salve, llena de gracia. Tu primera madre, Eva, por haber transgredido el mandato, recibió el castigo de dar a luz con dolor; a ti te corresponde, en cambio, el saludo de la alegría. Ella engendró a Caín habiendo engendrado la envidia y el homicidio; tú engendrarás un hijo, que dará la vida y la incorrupción a todos (…) Alégrate, y pisa la cabeza de la serpiente (cf. Gn 3,15). Dios te salve, llena de gracia…»(33).

HOMILÍA DE PROCLO DE CÍZICO O DE CONSTANTINOPLA

Proclo fue el segundo sucesor de Nestorio en la sede de Constantinopla en el año 434. En el 426 había sido consagrado obispo de Cízico, pero no pudo tomar posesión de su sede. La homilía que nos ocupa fue pronunciada ante Nestorio en la Gran Iglesia de Constantinopla entre los años 428-429(34). Es una homilía sobria y de una magnífica construcción teológica. El orden lógico y la visión de conjunto de la unidad entre la mariología y la cristología la convierten en la homilía más perfecta de las implicadas en estos acontecimientos que llevan al Concilio de Éfeso, incluso más perfecta que las que se pronuncian en el mismo Concilio(35).

No es extraño. Proclo es ya por estas fechas predicador afamado de Constantinopla, y Constantinopla está acostumbrada a una tradición de grandes oradores sagrados, entre ellos nada menos que San Gregorio de Nisa y San Juan Crisóstomo, que le han precedido. Los párrafos de Proclo son floridos y cadenciosos; la construcción de la homilía, sin embargo, es lineal y sencilla en una síntesis perfecta de mariología, cristología y soteriología. Las metáforas y las comparaciones que utiliza son ya conocidas en su mayor parte, pues vienen siendo usadas desde los siglos anteriores. He aquí algunos párrafos significativos:

Introducción: Celebramos la fiesta de la virginidad maternal. Esta maternidad es glorificación del género femenino. La gracia de Dios es más grande que el pecado. Esta gracia consiste en que el Verbo se ha hecho verdaderamente hombre:
«La fiesta virginal nos invita a cantar alabanzas. Y hay razón para ello: el tema de esta fiesta es la castidad. Se realiza una glorificación de las mujeres y una gloria del sexo por el hecho de que María es, al mismo tiempo, virgen y madre. Esta unión de maternidad y virginidad es digna de ser amada (…) Que se levante la naturaleza y sean honradas las mujeres; que dance la humanidad y sean glorificadas las vírgenes, pues allí donde se multiplicó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5, 20). Hemos sido convocados por Santa María, tesoro sin mancilla de la virginidad, paraíso espiritual del segundo Adán, taller de la unidad de las dos naturalezas, pregón de la reconciliación salvadora, cámara nupcial donde el Verbo se ha desposarlo con la naturaleza humana, zarza viva de la naturaleza que el fuego del alumbramiento no ha consumido, nube verdaderamente clara que ha llevado sobre su cuerpo a Aquél que se asienta sobre los querubines, vellocino purísimo humedecido por el rocío celestial con el que el pastor ha revestido al rebaño, aquella que es esclava y madre, virgen y cielo, el único puente entre Dios y los hombres, el bastidor admirable de la economía sobre el cual fue tejida inefablemente la túnica de la unión, túnica cuyo tejedor fue el Espíritu Santo, cuya hilandera fue el poder que la cubrió con su sombra desde las alturas, cuya lana fue el antiguo vellón de Adán, cuyo cañamazo fue la carne impoluta surgida de la Virgen, cuya lanzadera fue la gracia inmensa de Aquél que lleva nuestra humanidad, cuyo hacedor es el Verbo que está en la Virgen por medio del oído (…) Aquél a quien no contienen 1os cielos, no ha desdeñado la estrechez de un vientre»(36).

El lenguaje y el estilo de esta homilía recuerdan, como es natural, las homilías marianas de Gregorio de Nisa o de San Juan Crisóstomo. El pueblo de Constantinopla está acostumbrado a esta oratoria florida, pero de nervio arquitectónico claro, en las que las imágenes y comparaciones están al servicio de las ideas que se desarrollan. Nótese, p.e., la precisión con que se describe el misterio de la encarnación en el seno de María: la unión de las dos naturalezas de Cristo es descrita como un tejido cuyo tejedor es el Espíritu, cuya lana procede del antiguo vellón de Adán, cuyo cañamazo fue la carne de la Virgen, cuya lanzadera fue la gracia, cuyo artífice es el mismo Verbo.

Naturaleza de la maternidad virginal: Viene ahora la afirmación de la unidad de Cristo expresada también en diversas imágenes, que llevan como de la mano al paralelismo Cristo-Adán y a mostrar las razones que existen para que esta maternidad sea virginal:
«El ha sido engendrado de mujer ni como simplemente Dios, ni como simplemente hombre. Aquél que ha sido engendrado, ha mostrado como puerta de la salvación a aquella que en otro tiempo fue la puerta del pecado. Donde la serpiente había infundido su veneno mediante la desobediencia, el Verbo, habiendo entrado en su templo mediante la obediencia, le ha dado la vida. Allí donde emergió Caín el primer discípulo de la falta, allí, sin semilla, ha germinado Cristo, redentor de nuestra raza. El Dios amante del hombre no se ha ruborizado de nacer de una mujer (…) El no se manchó por habitar en las entrañas que El mismo había fabricado sin ignominia»(37).

La argumentación para defender una auténtica generación sexual de Dios es la misma que ya utilizó Gregorio de Nisa: el sexo está diseñado por Dios y, por tanto, no es indigno de recibir a Dios. La generación de Jesús es sexual, pero virginal.

Dignidad de la generación humana: Proclo sigue utilizando imágenes cada vez más expresivas de la fuerza con que es necesario afirmar que Dios ha sido engendrado y ha sido dado a luz. Esta generación forma parte del camino elegido por Dios para la salvación y muestra, a su vez, la dignidad de 1a generación humana:
«Si Cristo no hubiese sido engendrado por una mujer, no habría muerto. Si no hubiese muerto, no habría reducido a la impotencia por su muerte a aquél que tiene el poder de la muerte, es decir, al diablo (Hebr 2, 14). No hay ningún desdoro para un arquitecto en habitar la casa que él ha construido (…); no hay mancilla en el sin mancilla, si surge del vientre de una virgen: El mismo había formado este vientre sin mancilla, y El ha pasado a través de él, sin contraer mancilla alguna»(38).

Proclo vuelve sobre el tema en esos cadenciosos párrafos que harían las delicias de su auditorio de Constantinopla:
«¡Oh vientre en el cual se ha compuesto el registro de la común libertad! ¡Oh matriz en la cual se ha forjado el arma contra la muerte! ¡Oh surco en el que el agricultor de la naturaleza, Cristo, ha crecido sin semilla, como una espiga de trigo! ¡Oh templo en el que Dios ha llegado a ser gran sacerdote, no porque haya cambiado su naturaleza, sino porque se ha revestido, por misericordia, de aquél que es gran sacerdote según el orden de Melquisedeq (Hebr 6, 20)!»(39).

He aquí unidas maternidad divina, cristología y soteriología (doctrina de la salvación). Las ideas son sencillas y las imágenes floridas. Dios se ha hecho hombre; su generación y alumbramiento son verdadera generación y verdadero alumbramiento. Poco más se puede decir. El resto es intentar que el alma profundice en este abismo de misericordia mediante imágenes y metáforas que ayuden a saborear la verdad que nos trasciende. Y para ello nada mejor que utilizar la paradoja, porque el hecho de la encarnación es en sí paradójico.

La Theotokos: Proclo entra en la peroración de su sermón con una sola idea: mostrar que sólo pudo salvarnos alguien que fuera al mismo tiempo Dios y hombre. O Cristo es uno, o no pudo salvarnos. Es la misma argumentación que ya utilizó San Atanasio para defender la fe de Nicea: Lo que no fue tomado, no fue curado. Si el Verbo no hubiese tomado sobre sí a la naturaleza humana con toda radicalidad, no habría salvado al género humano. Y por esta razón, Santa María es Madre de Dios. He aquí algunas de sus frases:
«Un simple hombre no podía salvar; un simple Dios no podría sufrir (…) Siendo Dios se hizo hombre; por aquello que El era nos ha salvado; por aquello que ha llegado a ser, ha sufrido (…) El ha destruido la sentencia que nos condenaba a las espinas, porque ha sido coronado de espinas. Es el mismo Cristo el que ha estado en el seno del Padre y en el vientre de la Virgen, el que ha estado en los brazos de su madre y en las alas de los vientos, el que es adorado por los ángeles y el que come con los publicanos. Los serafines no osan mirarle cara a cara, y Pilato lo somete a interrogatorio»(40).

LOS SERMONES DE TEODOTO DE ANCIRA Y ACACIO DE MELITENE

En la misma línea de Proclo, aunque quizás con menos perfección literaria, encontramos los tres sermones de Teodoto de Ancira(41); el primero pronunciado en Éfeso en la Iglesia de San Juan Evangelista, y los otros dos leídos en el Concilio(42). El primero está centrado en la unidad de Cristo como fundamento imprescindible de la soteriología cristiana; el segundo alude con insistencia a la maternidad virginal utilizando las imágenes y la argumentación que eran ya tradicionales, como la zarza que arde sin consumirse, o la consideración de que el Autor de la inmortalidad no sólo no corrompió a su Madre, sino que le regaló la incorrupción; el tercero, pronunciado un día de Navidad, es el más florido de todos. He aquí una muestra:
En el exordio:
«Ilustre y prodigiosa es la ocasión de esta fiesta: ilustre, porque ella ha traído la salvación a los hombres; prodigiosa, porque ha vencido las leyes de la naturaleza. Pues, la naturaleza no conoce una virgen después de dar a luz, pero la gracia muestra a una madre, que ha permanecido virgen;1a gracia ha convertido a una mujer en madre y, sin embargo, no ha dañado su virginidad. La gracia ha conservado la virginidad. ¡Oh tierra que; sin semilla, hace brotar el fruto de la salvación! ¡Oh virgen que sobrepasa al mismo paraíso del Edén! Este paraíso ha producido toda clase de plantas, que surgían de la tierra virgen, pero esta Virgen es superior a esa tierra. Pues ella no ha hecho brotar árboles frutales, sino la vara de Jesé que trae a los hombres un fruto salvador. Esa tierra era virgen y María también es virgen, pero Dios encomendó a esa tierra el dar árboles, mientras que el mismo Creador se convirtió en fruto de esta Virgen según la carne. Ni la tierra ha recibido vástagos antes de producir los árboles, ni la Virgen ha perdido su virginidad por el hecho del alumbramiento. La Virgen es más ilustre que el paraíso, pues éste ha sido un campo cultivado por Dios, mientras que Ella ha producido a Dios según la carne, cuanto El eligió unirse a la naturaleza humana»(43).

El tema de Adán hecho de tierra virgen y el nuevo Adán hecho también de tierra virgen tiene una gran importancia en la teología ireneana(44). Son imágenes y argumentaciones que se han venido repitiendo desde entonces. Aquí radica una de las causas de la grandeza de la patrística griega, especialmente en los sermones: no se intenta un gran originalidad. Se intenta ante todo llegar al pueblo, hablándole de lo que ya le es familiar. El tiempo y la piedad van adensando ideas e imágenes, como sólo puede hacerlo una decantación de siglos. Un buen ejemplo es la forma en que Teodoto utiliza el argumento tan habitual de que el incorruptible no iba a corromper a su Madre:
«El ha sido concebido como hombre, y como Dios-Verbo ha conservado la virginidad. Pues si nuestro verbo, una vez concebido no corrompe el pensamiento, tampoco el Verbo esencial y sustancial de Dios, una vez concebido, ha corrompido la virginidad»(45).

El sermón de Acacio(46) pronunciado en Éfeso es mucho más breve, pero no menos enjundioso. He aquí este argumento magníficamente elegido para conmover al pueblo de Efeso:
«Yo no privo a la Virgen Madre de Dios del honor con que la ha adornado su servicio a la economía de la salvación. Sería absurdo que se glorificase a la cruz ignominiosa que lleva a Cristo, y a los altares de Cristo; que la cruz brillase en el frontispicio de los templos y, en cambio, que se privase de la dignidad de Madre de Dios a aquella que acogió a la divinidad para un beneficio tan grande. La Santa Virgen es, pues, Madre de Dios; pues el que ha nacido de ella es Dios. El no ha comenzado a existir a partir de su concepción; ha comenzado a ser hombre a partir de la concepción»(47).

EL SERMÓN DE SAN CIRILO

De los sermones pronunciados en Efeso, ninguno tan hermoso como el breve sermón de San Cirilo que consta en las Actas como el documento 80. Es el mismo que se lee en el oficio de lecturas de la festa de la Virgen de las Nieves. Está editado en PG 77, 991-996. El sermón tiene lugar en la iglesia de Santa María. Nos centraremos en este sermón analizando su argumentación y citando sus expresiones más hermosas, que, dada su claridad, necesitan de poca explicación. También Cirilo sabe utilizar un espléndido lenguaje y una construcción teológica, sencilla y coherente, envuelta en el rico lenguaje oriental. Y sabe llegar al corazón de sus oyentes:
«Tengo ante mis ojos una brillante asamblea: todos los santos se han reunido aquí con fervor, llamados por Santa María Madre de Dios, siempre virgen. Yo estaba lleno de pena, pero la presencia de los santos Padres ha cambiado esta tristeza en gozo. Se cumple ahora en nosotros esta dulce palabra del salmista David: ¡Cuán bueno y cuán gozoso el que los hermanos convivan unidos! (Sal 132,1).
»Te saludamos, santa y misteriosa Trinidad, que nos has convocado a la Iglesia de María Madre de Dios. Te saludamos, María, Madre de Dios, augusto tesoro de toda la tierra habitada, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la ortodoxia, templo indestructible, receptáculo de Aquél que no puede ser contenido, madre y virgen (…)
»Dios te salve a Ti, que has contenido en tu santa matriz virginal a Aquél a quien nada puede abarcarle; a Ti por quien la santa Trinidad es glorificada y adorada en toda la tierra; a Ti por quien se alegran los cielos; por quien exultan los ángeles y los arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador ha caído del cielo; por quien la creación caída es elevada al cielo; por quien ha llegado al conocimiento de la verdad toda la creación esclavizada a los ídolos; por quien se ha dado el santo bautismo a 1os creyentes (…) por quien el Hijo único de Dios ha brillado como una luz para aquellos que vivían en las tinieblas y en las sombras de la muerte (Lc 1,79)»(48).

LOS SERMONES DE PABLO DE EMESA EN ALEJANDRÍA

Entre los textos postconciliares merecen atención dos sermones de Pablo de Emesa, breves, pero que describen cuál es el ambiente popular de aquellos años(49). El primero fue pronunciado el día 25 de diciembre del año 432, ante el mismo Cirilo. Se respira un ambiente de triunfo y de fervor popular:
«Es oportuno exhortar hoy vuestra Reverencia, dice dirigiéndose a Cirilo, a formar un coro sagrado con nosotros y a cantar con los santos ángeles: Gloria a Dios en cl cielo y paz sobre la tierra, bendición divina a los hombres (cfr Lc 2,14). Pues nos ha nacido un niño en el que tiene su esperanza toda la creación visible e invisible. Hoy se cumple el embarazo prodigioso y tienen fin las molestias del embarazo de la Virgen que no ha conocido esposo. ¡Oh maravilla! La Virgen da a luz y permanece virgen. Ella se convierte en madre, pero no le sucede exactamente lo mismo que a las otras madres. La Virgen ha dado a luz como es lo natural en las madres, pero permaneciendo virgen, como no sucede en quienes dan a luz. El profeta Isaías ya había visto de antemano el milagro cuando exclama: He aquí que la virgen está en cinta y va a dar a luz un hijo y se le dará por nombre Emmanuel (Is 7,14). El evangelista interpreta este nombre al decir que se traduce Dios con nosotros (Mt 1, 23).
»El pueblo grita: !Esta es nuestra fe! !Don de Dios, ortodoxo Cirilo! !Esto es lo que queríamos oír! ¡anatema a quien nos hable así!
»El obispo Pablo prosigue: ¡Anatema fuera de la Iglesia a quien no dice esto, a quien no piensa esto, a quien no tiene estos sentimientos! «María, Madre de Dios, ha, pues, dado a luz al Enmanuel. El Enmanuel, es decir, el Dios encarnado. Pues Dios Verbo, engendrado por el Padre antes de todos los siglos de modo inefable y por encima de todo conocimiento, ha sido engendrado en estos últimos días por una mujer. En efecto, habiendo asumido completamente nuestra naturaleza, habiéndose apropiado desde el comienzo de la concepción las cualidades humanas, y habiéndose fabricado nuestro cuerpo como templo, ha salido de la Madre de Dios, como Dios perfecto y al mismo tiempo hombre perfecto. El concurso de las dos naturalezas, es decir de la deidad y de la humanidad, ha constituido para nosotros un solo Hijo, un solo Cristo, un solo Señor.
»El pueblo grita: ¡Bienvenido, obispo ortodoxo! Digno entre los dignos. Los cristianos dicen: Don de Dios, ortodoxo Cirilo.
»El obispo Pablo dice: Yo también sabía, amados míos, que había venido a visitar a un padre, a un ortodoxo»(50).

El ambiente está perfectamente reflejado. Idéntico ambiente festivo encontramos en el segundo sermón de Pablo de Emesa, pronutciado el 6 Tibi (1 de enero) del 433. Es una descripción sucinta y clara de la doctrina ciriliana sobre la encarnación. Al final, exclama Pablo:
«Os hemos presentado una doctrina que es vuestra doctrina. Es la doctrina de vuestro padre. Es vuestro tesoro ancestral, la enseñanza del bienaventurado Atanasio, la enseñanza del gran Teófilo, esas columnas de la ortodoxia. Pero ya que habéis soportado mis balbuceos con paciencia, oid ahora la sabiduría de vuestro padre. Habéis oído la flauta del campesino; oíd también la trompeta con toda su fuerza.
»El pueblo grita: ¡Hijo de Teófilo y de Atanasio, escuchamos la sabiduría de Cirilo!»(51).

El ciclo de sermones en torno a Éfeso se cierra en un claro ambiente de euforia. La afirmación de la maternidad de Santa María no sólo reafirmaba la unidad de Cristo, sino que abría una nueva etapa en la piedad mariana y en los perfiles más característicos de la vida cristiana. En efecto, desde la conciencia refleja de la dignidad maternal de Santa María, el pueblo cristiano –incluidos los obispos– captaron mejor no sólo el honor que se debe a María, sino su papel único en la historia de la salvación y su excelso poder de intercesión. Como observa Toniolo citando las homilía de Proclo y de Basilio de Seleucia, se llegó así a expresar un culto de hiperdulía a la Virgen, tras comprender su dignidad y su singular poder intercesor como Madre de Dios(52).

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Notas
1. Pontificia Academia Mariana Internationalis, De primordis cultus mariarni: Acta Congressus Mariologici-mariani Internationalis in Lusitania anno 1967, Roma 1970 (6 vols.); De cultu mariano saeculis VI-XI: Acta Congressus Mariologici-mariani Internationalis in Croatia anno 1971 celebrato, Roma 1972 (4 vols.).
2. Cfr p.e., D. Fernández, La spiritualité Mariale chez les Pères de l´Église, en «Dictionnaire de Spiritualité», 423-440; L. Gambero, Culto, en «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988, 534-554.
3. Cfr p.e., San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, 7,2; 18,2;19,1; Carta a los Esmirniotas, 1,1.
4. Cfr San Justino, Diálogo con Trifón, 87,2; 100,4-6.
5. San Ireneo, Adversus haereses, III, 22, 4.
6. San Ireneo, Adversus haereses, V,19, 1.
7. Cfr p.e., M. Jourjon, Marie avocate d’Eva selon saint Irénée, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2, 143- 148; D. Fernández, La spiriturilité Mariale chez Pères de l’Église, cit., 424.
8. Cfr p.e., C. Vaggagini, Maria nelle opere di Origene, Roma 1942; H. Crouzel, La mariologia di Origene, Milán 1968.
9. Orígenes, In Joannem 1, 4, GCS 4, p. 8.
10. Esta noticia de Sócrates sugiere a G. Giamberardini que el título Theotokos era ya corriente en Egipto en la época de Orígenes; y que éste se vio en la necesidad de precisar en qué sentido se llama a Santa María Theotokos. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuum praesidium» e il titolo Theotokos nella tradizione egiziana, en «Marianum» 31 (1969) 350-351; A.M. Malo, La plus ancienne prière à notre Dame, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2, 475-485.
11. Cfr Bagatti, Transitus Mariae, en «Marianum» 32 (1970) 279-287.
12. Cfr G. Aranda.
13. Cfr San Gregorio de Nacianzo, Oratio 24,10-11; PG 35,1180-1181.
14. Cfr San Gregorio de Nisa, De vita beati Gregorii, PG 46, 912.
15. Cfr San Cirilo de Alejandría, Contra Julianum, 8, PG 76, 901.
16. San Atanasio, Carta a las vírgenes, CSCO 151, 72 y 76.
17. He estudiado este asunto en La Maternidad divina de María. La lección de Éfeso, en «Estudios Marianos» y en el título de «Madre de Dios» en los autores preefesinos, ponencia presentada en la Semana de Estudios Marianos celebrada en Huelva (Septiembre de 2001).
18. San Jerónimo, Epístola 22, 8; Adversus Jovinianum,1,31.
19. Cfr E. Toniolo, Padres de la Iglesia, en S. de Fìores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988,1541.
20. Cfr I. Bengoechea, Doctrina y culto mariano en San Isidoro de Sevilla, en De cultu mariano saeculis VI-Xl, cit., t. 3, 161-195; G. Gironés, La Virgen en la liturgia mozárabe, en «Anales del Seminario de Valencia», 4, 1964.
21. Cfr J.M. Cascante, Doctrina mariana de San Ildefonso de Toledo, Barcelona 1958; La devoción y el culto a María en los escritos de san Ildefonso, en De cultu mariano saeculis VI-XI, cit., t. 3, 223-248.
22. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuúm praesidium» e il titolo «Theotokos» nella tradizione egiziana, en «Marianum» 31 (1969), 350-358.
23. Ms. Reising, Ms. Nonantola, Ms. Marturi. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuum praesidium» e il titolo «Theotokos» nella tradizione egiziana, cit., 333-335
24. Ibid, 336.
25. Ibid, 337.
26. Cfr E. Toniolo, Akáthistos, en S. de Fiores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», cit., 64-74. Cfr también Id., L’Inno acatisto, monumento di teologia e di culto mariano nella chiesa bizantina, en De cultu mariani saeculis VI-XI, cit., t. 4, 1-39; I. Ortiz de Urbina, En los albores de la devoción mariana: Akáthistos, en «Estudios Marianos» 35 (1970) 920; J. Castellano, Akáthistos. Canto litúrgico mariano, Roma 1979; A. Molina, María, Madre de la Reconciliación, en el himno Akáthistos, en «Estudios Marianos» 50 (1985) 111-138.
27. Cfr J.M. Quercii, In hymnum Acathistum, PG 92,1354.
28. G. Pisidas, Hymnus Acathistus, PG 2,1346.
29. Cfr R. Laurentin, Table rectifìcative des pièces authentiques ou discutiès contenues dans les deux Patrologies de Migne, en Court Traité de Théologie Mariale, París 1953,163.
30. Cfr S. Alvarez Campos, Corpus Marianum Patristicum II, Burgos 1970, nn. 923-933. He estudiado este Sermón en La mariología de san Gregorio de Nisa, en Scr Th 10 (1978) 409-46. El texto de este Sermón aún no ha aparecido en la Edición de W. Jaeger, Gregorii Nisseni Opera.
31. J.A. De Aldama, Repertorium pseudochrisostomicum, París 1965, 77-78.
32. Sermo de Annuntiatione, PG 62, 762.
33. Ibid, 766.
34. Proclo no tomó parte activa en el Concilio de Éfeso, pero ayudó a que su doctrina fuese recibida en Constantinopla. Es el Patriarca que mandó traer a Constantinopla los restos de San Juan Crisóstomo en el año 438. Muere en el 446 (Cfr J. Quasten, Patrología II, 1962, 545).
35. Cfr PG 65, 679-692; J.D. Mansi, 4, 577-588. Existen también traducciones siríaca, armenia y etiópica (cfr J. Quasten, Patrología II, cit., 546). Sobre su autenticidad, cfr R. Laurentin, Court traité de théologie mariale, París 1953, 161-163.
36. Homilía de Proclo de Cízico, nº 1. Cfr A.J. Festugière, Ephèse et Chalcédoine. Actes de Conciles, Beauchesne, París 1982, 154. Cfr E. Schwartz, Acta Conciliorum Oecumenicorum. Concilium Ephesinum, I, Berlín 1927, I, 1, 103. La imagen que utiliza Proclo es muy rica: El Verbo está en el seno de 1a Virgen, porque Ella atendió al mensaje del ángel, es decir, porque le engendró al recibirle por la fe.
37. Homilía de Proclo de Cízico, n. 2. Cfr J. Festugière, o. c.,155. Cfr E. Schwartz, o.c., I, l,104.
38. Ibidem, nº 3.
39. Ibid, nº 3.
40. Ibidem, nº 9.
41. Teodoto de Ancira fue primero amigo de Nestorio, y después su decidido adversario en Éfeso. Murió antes del 446. Cfr A. de Nicola, Dizionario Patristi e di Antichità Cristiane II, Roma 1984, 3399.
42. Cfr A.J. Festugière, o. c., 267-294;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2, 71-90.
43. Tercer.sermón de Teodoto de Ancira, n.1. Cfr A. . Festugière, o. c., 281;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2, 80.
44. Cfr p.e., San Ireneo, Adversus Haereses, 3, 21, 10-22; 1. Cfr A. Orb
e, Antropología de San Ireneo, Madrid 1969, 84-89.
45. Ibid, nº 2.
46. Acacio fue elegido obispo de Melitene antes del 430. Fue un apasionado adversario de Nestorio. Murió en torno al 438. Cfr D. Stiernon, Acacio de Melitene, en Dizionario Patristico e di Antichità Cristiane I, Roma 1983, 23.
47. Sermón de Acacio de Melitene. Cfr A.J. Festugière, o.c., 297; Cfr E. Schwartz, o.c., l, 2, 91.
48. Cirilo contra Nestorio cuando los siete se reunieron en Santa María, Cfr A.J. Festugière, o. c., 311-312;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2,102.
49. Pablo fue obispo de Emesa después del 410. Tuvo parte muy activa en Éfeso y en los acontecimientos que le siguieron. Murió entre el 43 y el 455.
50. Primer.sermón de Pahlo de Emesa en Alejandría. Cfr A.J. Feshzgière, o. c., 477-479;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 4,9-11.
51. Segundo sermón de Pablo de Emesa en Alejandría, Cfr A.J. Festugière, o. c., 483;. E. Schwartz, o.c., I, 4,14.
52. Cfr E. Toniolo, Padres de la Iglesia, en S. de Fiores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988,1541.

Fuente: Lucas F. Mateo-Seco

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Apariciones y Visiones REFLEXIONES Y DOCTRINA

Revelaciones “privadas” y Medjugorje

Fr. Ljudevit Rupcic escribe un trabajo teológico pastoral en 1995 donde expone su posición sobre las revelaciones en general y la de Medjugorje en particular, y expone las razones por las cuales debe darse credibilidad a las de Reina de la Paz.

El término revelaciones «privadas» desde hace bastante tiempo se ha hecho una costumbre en la teología. En contraste con la revelación pública. Sin embargo, una revelación pública sería la que es dada en la Biblia y privada la que es dada aparte de la Biblia. Consecuentemente, sería más justificado hablar de revelación bíblica y extra bíblica.

Con todo, asignar mayor honor y significado a la [revelación] bíblica que a la otra no tiene realmente razón de ser. Y es que si ambas son auténticas, si ambas provienen de Dios, de acuerdo a su origen, ambas son divinas e igualmente valiosas. Ambas, la una y la otra, Dios pretende dirigirlas al pueblo y quiere que éste acepte a las dos. De otro modo, no habría razón para que El hablara del todo. Si existe alguna diferencia justificada entre ellas, no puede ser jamás en el sentido de que una obliga y la otra no. Ambas obligan. Porque a quien ha sido tocado por ellas y a quien ha alcanzado razones suficientes y la seguridad moral en relación a su autenticidad, ambas lo obligan igualmente.

La revelación contenida en la Biblia es llamada «canon», esto es, la regla de la Fe. La autenticidad de cualquier otra revelación se mide de algún modo de acuerdo a ella. Antes que nada, todo lo que sea contrario a esa revelación no sería auténtico, esto es, falso. Consecuentemente, la revelación bíblica provee una garantía de certeza y, en un modo negativo, que una revelación contraria es falsa. Aún más, la autenticidad de la revelación bíblica es garantizada por el Magisterio de la Iglesia al que Cristo concede el Espíritu Santo, a fin de preservar fielmente esa revelación e interpretarla infaliblemente. Para la revelación extra bíblica, el magisterio no tiene directamente esa autoridad, sino indirectamente. Esto significa que, si estableciera que una revelación extra bíblica es contraria a la bíblica, sería seguro que no es auténticamente divina del todo. Y es que, «aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciará un evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema!» (Gal 1,8). Por otro lado, si el Magisterio de la Iglesia de algún modo llegara incluso a confirmar una revelación extra bíblica, no estaría uno obligado simplemente por eso a aceptarla como auténtica. Si uno tiene razones propias, debe aceptarla con fide divina. Pero si no tiene sus propias razones, puede rechazarla o dudar de ella. En este caso, la persona no está obligada fide catholica.

La historia de la Iglesia da testimonio de que siempre han habido revelaciones extra bíblicas. De acuerdo a su forma y estructura, son iguales a la revelación bíblica y están generalmente ligadas con apariciones o visiones. Usualmente era Jesús el que se aparecía, los Ángeles y los Santos. Pero en tiempos recientes, es más frecuentemente la Santísima Virgen María [quien se aparece].

Las locuciones (audiciones) también están conectadas con visiones. Las más recientes apariciones de la Santísima Virgen en La Salette, Lourdes, Fátima y Medjugorje así lo confirman. Los videntes, además de ver a Nuestra Señora, también escuchan sus mensajes que generalmente llaman a la conversión, la oración -especialmente el rosario-y la penitencia. De ese modo, están tanto más orientadas hacia la renovación y el florecimiento de la vida de la Iglesia que a dar una nueva verdad de la Fe.

Nadie puede cerrarle la boca a Dios. El no ha terminado Su conversación ni Su revelación al pueblo. Esta sigue adelante continuamente, en la Iglesia y en el mundo, de diversos modos. El discurso de Dios, en un sentido más amplio, toma la forma de una visión o al menos nadie puede refutarlo. Por tanto, las revelaciones extra bíblicas no son sólo posibles sino actuales. El Espíritu de Dios que Cristo envía continuamente a la Iglesia recuerda a ésta las palabras de Jesús y la conduce a la verdad completa (Juan 16,13). El no lo realiza simplemente por medio de la jerarquía, sino también a través de carismas y de sus portadores porque la Iglesia no es sólo jerárquica sino también carismática. Es por eso que el Espíritu Santo no está atado a la jerarquía, sino viceversa. El es libre y sopla donde quiere. El da incentivos a la Iglesia y conduce a la Iglesia también a través de los carismáticos. Ni la jerarquía ni los carismáticos pueden usurpar para sí el derecho exclusivo de hablar y actuar en nombre del Espíritu Santo. Sus ministerios se originan en el mismo Espíritu y deben armonizarse. Así pues, ni la jerarquía ni la Iglesia pueden ser autocomplacientes e indiferentes hacia las visiones, apariciones y revelaciones. La jerarquía no sólo debe no rechazarlas y tampoco simplemente tolerarlas, sino que debe aceptarlas y fomentarlas también. De otro modo, estaría rechazando al Espíritu mismo.

La visión y la revelación pertenecen al carisma profético, del cual la Iglesia no puede carecer y esto, no porque sea necesaria una nueva doctrina o verdad después de la revelación bíblica, sino porque es necesaria una nueva luz, un mejor entendimiento de esa misma doctrina o verdad y, especialmente, porque se requiere una nueva orientación e ímpetu para la actividad humana.

Una postura crítica hacia la revelación extra bíblica se ha manifestado en menor o mayor medida a lo largo de toda la historia. Con el comienzo de los tiempos modernos, se han iniciado debates más grandes y más numerosos acerca de ellas. Según los mismos, el mejor signo de autenticidad de una revelación y visión extra bíblica es su concordancia con la revelación bíblica. Se afirma, que el contenido de una revelación extra bíblica, que sobrepasa las capacidades de los videntes, habla mucho a su favor. En ello, juega un papel importante la salud mental y física del sujeto. La santidad personal y el estado de gracia contribuyen a su autenticidad, si bien no son indispensables. En principio, incluso grandes defectos morales no son un obstáculo para la autenticidad de la revelación. El heroísmo moral del sujeto de la visión contribuye positivamente a la autenticidad de la verdad. En ello, atendiendo a las circunstancias, los errores que la acompañan también significan algo, si bien no son necesariamente considerados como un criterio negativo. Estos criterios internos son acompañados por los externos: milagros y aprobación de la Iglesia. El involucramiento en alguna cuestión controversial y los asuntos políticos habla en contra de la autenticidad de la visión porque las visiones sirven al reino de Dios y no a la curiosidad o a algún propósito enteramente de este mundo.

Las revelaciones extra bíblicas, en general, no implican nuevas verdades, sino quizá simplemente un mejor reconocimiento de las verdades bíblicamente reveladas y cuanto más, ciertamente, la demanda de una mejor y más urgente aplicación de la revelación bíblica en alguna postura particular de la Iglesia o de grupos individuales dentro de ella. En general, pretenden inspirar a la gente a la Fe y la conversión y de ese modo, conducirlas a la salvación. Son más bien peticiones e incentivos más que aserciones. Su propósito es orientar el comportamiento del pueblo hacia Dios. En este sentido, Santo Tomás de Aquino dice: «Cuando no haya más revelaciones, la gente se quedará sin guía» (Summa II-II. q. 174 a.6). Esta es la razón de que siempre haya habido profetas en la Iglesia que efectivamente no proclamaron una nueva doctrina, sino que dieron una orientación a la actividad humana. El mismo Santo Tomás de Aquino subraya: «La revelación es dada para beneficio de la Iglesia» (Summa II-II. q. 172 a.4). Nos llama a una vida cristiana más auténtica y señala la necesidad y los medios que son de más alta prioridad. Es la respuesta del cielo a cuestiones particulares de los tiempo y de este modo, ayuda más que cualquier empeño intelectual y teológico.

Puesto que las revelaciones extra bíblicas son extraordinarias y llamativas, generalmente provocan mayor atención que la proclamación ordinaria de las verdades bíblicas y las directrices de la Iglesia y actúan como terapia de choque. Es bien sabido que las apariciones en Lourdes, Fátima y Medjugorje han intensificado la devoción y han despertado la vida espiritual alrededor del mundo. Han contribuido en gran medida a la renovación de la confesión y la reverencia por la Eucaristía.

Un énfasis demasiado grande en alguna revelación extra bíblica en vez del Evangelio no sería saludable ni normal. La revelación bíblica tiene preferencia pero la extra bíblica no debe ser rechazada, simplemente porque también proviene de Dios y porque con ella, Dios quiere decir algo al hombre. Es por eso que en ambos casos la palabra de Dios obliga.

 

LAS APARICIONES Y VISIONES DE MEDJUGORJE

Desde el 24 de Junio de 1981 hasta el día de hoy, seis videntes en Medjugorje, Ivanka Ivankovic-Elez, Mirjana Dragicevic-Soldo, Vicka Ivankovic, Marija Pavlovic-Lunetti, Ivan Dragicevic y Jacov Colo, afirman unánimemente que Nuestra Señora se les aparece. Ellos aún la ven diariamente, excepto Ivanka y Mirjana, quienes todavía la ven una vez al año, Ivanka en el aniversario de las apariciones y Mirjana en su cumpleaños. Ya desde el principio de las apariciones, se intentó de diversas maneras obtener la aprobación de la autenticidad de estas apariciones y visiones.

Adicionalmente a la persistente afirmación de los videntes, se pretendió, de un modo más o menos científico y teológico, llegar a pruebas objetivas de la autenticidad de las apariciones. Incluso desde los primeros días, el régimen comunista de ese tiempo, el cual debido a motivos ideológicos y ateos se oponía a la notoriedad de las apariciones de Nuestra Señora, trató primero que nada a través de los médicos en Citluk y Mostar de probar el dicho de que las apariciones eran una trampa infantil común y el dicho de niños insanos. Cuando los médicos establecieron que los niños estaban completamente sanos, los comunistas integraron una comisión de doce médicos y siquiatras a quienes simplemente ordenaron declarar a los niños mentalmente enfermos. Resulta significativo que, a pesar de la presión, los miembros de la comisión no lo hicieron porque era obvio que los niños eran saludables.

Después de eso, numerosas otras comisiones oficiales y no oficiales siguieron sucesivamente. Trataron de llegar a la verdad de la aparición con mayor imparcialidad. Una excepción fueron las dos comisiones constituidas por el Obispo local, Pavao Zanic. El no pidió a dichas comisiones que estudiaran el fenómeno Medjugorje, sino que confirmarán su propia opinión negativa que, tomando en cuenta las propias apariciones, no tenía sustento en absoluto. A fin de asegurar el «resultado» de la investigación, él se nombró a sí mismo presidente de la comisión y dispuso que [los miembros] pensaran y hablaran lo que él mismo, sin base alguna en la verdad, pensaba y hablaba. Las demás comisiones, a diferencia del Obispo Zanic y las instancias creadas por él, examinaron a los videntes y los hechos de Medjugorje, echando mano de expertos. Puesto que la Congregación para la Doctrina de la Fe, encabezada por el Cardenal Joseph Ratzinger, rechazó los «resultados» de las comisiones del Obispo Zanic como incompetentes e infundados, ésta ordenó a la Conferencia Episcopal Yugoslava establecer su propia comisión para hacerse cargo con más seriedad de las apariciones de Medjugorje. Aún cuando esa comisión no investigó más seriamente estas apariciones, no obstante, se comportó de manera más responsable hacia ellas. Al menos, no afirmó que las apariciones no son auténticas sino que encontró una solución salomónica y declaró que aún no había arribado a pruebas reales de la sobrenaturalidad de las apariciones. Dicha postura fue también aceptada por la Conferencia Episcopal Yugoslava. Debido a la convicción cada vez más generalizada de que las apariciones son auténticas y, especialmente, a causa de los excepcionales dones espirituales al mundo entero relacionados con las apariciones, se sintió no obstante compelida a aceptar a Medjugorje como santuario y asumir un mayor cuidado del correcto desarrollo de la devoción y la adecuada provisión de las necesidades espirituales de los peregrinos de Medjugorje.

Las apariciones de Medjugorje fueron examinadas con la mayor competencia y pericia por parte de la comisión científico teológica ítalo / francesa «sobre los sucesos extraordinarios que están teniendo lugar en Medjugorje». En su investigación, la asamblea de diecisiete renombrados científicos, médicos, siquiatras y teólogos llegó a 12 conclusiones el 14 de Enero de 1986 en Paina, cerca de Milán.

1. En base a los exámenes sicológicos, en todos y cada uno de los videntes es posible excluir con seguridad un fraude o engaño.

2. En base a los exámenes médicos, pruebas y observaciones clínicas etc. es posible excluir en todos y en cada uno de los videntes alucinaciones patológicas.

3. En base a los resultados de investigaciones previas, es posible excluir en todos y cada uno de los videntes una interpretación puramente natural de estas manifestaciones.

4. En base a la información y las observaciones que pueden documentarse, existe una correspondencia entre estas manifestaciones y las que generalmente se describen en la teología mística.

6. En base a la información y las observaciones que pueden documentarse, es posible hablar de avances espirituales y avances en las virtudes teológicas y morales de los videntes, desde el principio de estas manifestaciones hasta el día de hoy.

7. En base a la información y las observaciones que pueden ser documentadas, es posible excluir enseñanzas o comportamientos de los videntes que estarían en clara contradicción con la Fe y la moral cristianas.

8. En base a la información y las observaciones que pueden documentarse, es posible hablar de buenos frutos espirituales en personas atraídas por la actividad sobrenatural de estas manifestaciones y en la gente favorable a ellas.

9. Después de más de cuatro años, las tendencias y diversos movimientos que se han generado a través de Medjugorje, como consecuencia de estas manifestaciones, influyen en el pueblo de Dios y en la Iglesia en completa armonía con la doctrina y la moral cristianas.

10. Después de más de cuatro años, es posible hablar de frutos permanentes y objetivos de los movimientos generados por Medjugorje.

11. Es posible afirmar que todas las buenas iniciativas espirituales de la Iglesia, que están en total armonía con el auténtico magisterio de la Iglesia, encuentran sustento en los eventos de Medjugorje.

12. En consecuencia, se puede concluir que después de un examen más profundo de los protagonistas, de los hechos y de sus efectos, no sólo a nivel local sino también respecto a acordes de respuesta en la Iglesia en general, sería bueno para la Iglesia reconocer el origen sobrenatural y, por medio de ello, el propósito de los eventos en Medjugorje.

Hasta ahora, se trata de la investigación más concienzuda y completa del fenómeno Medjugorje y, por esta misma razón, es lo más positivo que hasta ahora se ha dicho acerca de él a nivel científico teológico.

Adicionalmente, un trabajo muy serio para examinar a los videntes fue también realizado por un equipo francés de expertos encabezados por el Sr. Henrio Joyeux. Utilizando el equipo y maquinaria más modernos, él examinó las reacciones internas de los videntes antes, durante y después de las apariciones así como su sincronización ocular, auditiva, cardíaca y cerebral. Los resultados de dicha comisión fueron muy significativos. Mostraron que el objeto de observación es externo a los videntes y que permite excluir cualquier manipulación del exterior y cualquier acuerdo mutuo entre los videntes Los resultados de los encefalogramas individuales y de las demás reacciones han sido reunidos y elaborados en un libro especial (H. Joyeux -R. Laurentin, Etudes médicales et scientifiques sur les apparitions de Medjugorje, Paris 1986).

Los resultados de la comisión arriba mencionada, han confirmado las conclusiones de la comisión internacional y, por su parte, prueban que las apariciones son un fenómeno que sobrepasa la ciencia moderna y que todo apunta hacia otro nivel.

Por lo que se refiere al examen científico de las apariciones de Medjugorje, es importante recordar que, en la historia de las apariciones, ninguna de ellas ha sido jamás estudiada científicamente tan amplia y minuciosamente como las de Medjugorje. Cuando se comparan los estudios de Lourdes y de Fátima con los de Medjugorje, se nota que casi no existe similitud entre ellas. Tampoco los demás videntes fueron tan minuciosamente examinados; esto no era posible con tal certidumbre y éxito a causa del nivel inferior de la ciencia y la falta de aparatos técnicos en aquellos tiempos. Es aún más significativo recordar que en Lourdes fue una sola vidente, Bernardita Soubiruó, tres en Fátima y seis en Medjugorje. La manipulación es mucho más fácil con un solo vidente que con varios. De igual modo, una confirmación de grupo es más valiosa que una individual. De Bernardita se dijo que era de salud delicada sicológica y físicamente. En cuanto a los videntes de Medjugorje, se ha establecido una salud adecuada. Si a esto agregamos las cualidades morales positivas y la uniformidad de los testimonios, no se encuentran dudas significativas de que las apariciones, de las cuales los videntes dan testimonio, sean verdaderamente sobrenaturales y dignas de fe.

También el contenido de los mensajes de Medjugorje lo confirma. Además de los cinco mensajes principales, en los cuales concuerdan los videntes, a través de Marija Pavlovic, la Virgen da mensajes especiales para el mundo entero. Si bien son numerosos, en ninguno de ellos ha podido encontrarse algo que sea contrario a la doctrina cristiana y a la Fe. Por el contrario, junto con los mensajes principales, integran un verdadero tesoro de teología práctica y manuable, a un nivel que hoy en día no obtendrían ni siquiera el 80% de los sacerdotes. Todo esto tiene mayor significado cuando se piensa que la vidente Marija, al igual que el resto de los videntes, es una creyente absolutamente promedio que no ha podido frecuentar regularmente el catecismo y mucho menos adquirir una educación teológica práctica. Las acusaciones falsas del Obispo y de algunos otros opositores de Medjugorje, según las cuales los frailes escriben los mensajes, habla en favor de su excepcional contenido. Contribuyen igualmente a confirmar su carácter extraordinario.

 

MILAGROS

Desde un principio, las apariciones de Medjugorje estuvieron acompañadas de fenómenos inusitados, tanto en el cielo como en la tierra, especialmente por curaciones milagrosas. Yo mismo, junto con cerca de mil peregrinos, experimenté una excepcional danza del sol. Dicha manifestación fue tan inusual y evidente que todos, sin excepción, la clasificaron como un milagro. Ninguno de los presentes permaneció indiferente, de lo cual me convencí personalmente al interrogar a todos los que estaban ahí. El gozo, las lagrimas y las afirmaciones de los presentes lo confirmaron fuertemente. De sus palabras podía inferirse que ellos entendían esa manifestación como una confirmación de la autenticidad de las apariciones y como un incentivo para responder a los mensajes de Medjugorje, aceptándolos. Y éste es el propósito real de los milagros: ayudar a la gente a creer y a vivir por la Fe, porque [los milagros] están al servicio de la Fe y de la salvación del pueblo.

En cuanto a los milagros luminosos en Medjugorje, un profesor que trabaja en Viena, experto en este campo, admitió que durante una semana estudió dichos fenómenos en Medjugorje. Al final me dijo: «La ciencia no tiene respuesta para estas manifestaciones». Si bien el juicio sobre los milagros no depende de la ciencia natural o de la ciencia en general, sino sobre todo de la teología y la Fe, esto es muy importante porque donde la ciencia no alcanza a llegar, entra la Fe. Es muy significativo el hecho que muchos acontecimientos hayan sido captados por los fieles como auténticos milagros. Ellos han captado su significado y, ya sea que los hayan experimentado directa o indirectamente, se han sentido obligados a aceptar los mensajes de Medjugorje. Es difícil decir con precisión cuántos de estos eventos milagrosos se han verificado como una consecuencia de las apariciones de Medjugorje. Sin embargo, es bien sabido que varios cientos de ellos han sido reportados y confirmados. Muchos han sido concienzudamente examinados y elaborados científica y teológicamente, y no existe razón seria alguna para dudar su carácter sobrenatural. Basta mencionar tan solo unos cuantos.

La Señora Diana Basile, nacida el 5 de Octubre de 1940 en Platizza, Consenza, Italia, sufrió de esclerosis múltiple, enfermedad por otro lado incurable, desde 1972 hasta el 24 de Mayo de 1984. A pesar de la ayuda experta de profesores y médicos de una clínica de Milan, su enfermedad se agravó más y más. Por deseo propio, vino a Medjugorje y estuvo presente durante la aparición de Nuestra Señora en una habitación aledaña a la iglesia y fue curada repentinamente. Todo ello sucedió de una manera tan rápida y completa que al día siguiente, la misma mujer caminó descalza 12 kilómetros desde el hotel en Ljubuski, donde pasó la noche, a la Colina de las apariciones para dar gracias a Nuestra Señora por su curación. Desde entonces hasta hoy, ha seguido bien. A su regreso a Milan, los médicos estaban asombrados de su curación e inmediatamente integraron una comisión médica que debía examinar concienzudamente tanto la condición previa como la actual de la mujer sanada. Reunieron 143 documentos y, al final, 25 profesores, médicos en jefe y otros médicos escribieron un libro especial sobre la enfermedad y la curación, en el cual afirmaron que Diana Basile en efecto sufría de esclerosis múltiple, que por muchos años fue tratada sin éxito, pero que ahora está completamente curada y que esto no sucedió por alguna clase de terapia, ni por algún medicamento. De este modo, indicaron que la causa de la curación tenía un origen diferente que el científico.

Otro milagro más significativo le sucedió a Rita Klaus de Pittsburgh, Pensylvania, EU, maestra y madre de tres hijos, nacida el 25 de Enero de 1940, quien durante 26 años sufrió de esclerosis múltiple. También ella era alguien a quien ni los médicos ni la medicina fueron capaces de ayudar. Leyendo el libro sobre Medjugorje, «La Virgen María se aparece en Medjugorje?» de los autores Laurentin-Rupcic, ella decidió aceptar los mensajes de Nuestra Señora. Y una vez, cuando rezaba el rosario el 23 de Mayo de 1984, sintió en su interior un calor inusitado. Después de ello se sintió bien. Y desde entonces hasta hoy, la paciente está completamente bien y es capaz de realizar todas sus tareas en domésticas y su trabajo en la escuela. Existe una sólida documentación médica acerca de su enfermedad y la fútil terapia así como un certificado profesional de los médicos sobre su extraordinaria e inexplicable curación, la cual es total y permanente.

Hay aún más curaciones relacionadas Medjugorje que tuvieron lugar intempestivamente y de manera absoluta. Han sido examinadas cuanto más cuanto menos por peritos. Pero algunas de ellas no han sido analizadas del todo. No se descarta que entre ellas existan algunos casos tan grandes como los ya estudiados. En los milagros es crucial que se deriven de Dios y que sirvan a la Fe, mientras que no es importante que sean «grandes». Y la gente de buena voluntad está más abierta a la verdad que pueda reconocerlos, que los científicos prevenidos y críticos versátiles, porque éstos a menudo se encierran en esquemas donde un milagro «no debe» y «no puede» suceder.

 

EL JUICIO DE LA IGLESIA SOBRE LAS APARICIONES DE MEDJUGORJE

Puesto que las apariciones, visiones y mensajes de Medjugorje pertenecen a la revelación extra bíblica, la competencia de la Iglesia para juzgar su autenticidad es de cierto modo diferente que en la revelación bíblica. El Magisterio de la Iglesia tiene una garantía directa de infalibilidad sólo en relación a la revelación bíblica y sólo una garantía indirecta respecto a una revelación extra bíblica. Si la segunda fuese contraria a la bíblica, con toda seguridad sería falsa. En otros casos, existen otros criterios según la veracidad que se pueden atribuir a ciertas revelaciones sobrenaturales. Estos criterios son primeramente condiciones científicas. Algo que es falso según la razón, no puede ser auténtico en una revelación. Con relación al trabajo serio y experto de científicos en lo individual, en primer lugar, de la comisión internacional médico / teológica y de otros equipos científicos calificados, se ha establecido claramente que en las apariciones de Medjugorje no hay nada contrario a la ciencia. No son contrarias a la razón, sino que están por encima de la razón.

De igual modo, ni una sola de las comisiones teológicas ha encontrado algo en las apariciones de Medjugorje que pudiera ser contrario a la Fe. Incluso la última comisión, establecida por la Conferencia Episcopal Yugoslava, declaró únicamente que todavía no ha llegado a las pruebas necesarias para la sobrenaturalidad de las apariciones de Medjugorje y que, por tanto, continuará con mayores investigaciones. A través de ello confirmó, al mismo tiempo, que no encontró en ellas cosa alguna que sea contraria a la revelación bíblica y a la Fe. Cuando Dios da una revelación, bíblica o extra bíblica, siempre da la capacidad a la persona de reconocerla o al menos de tener la certeza moral de que dicha revelación es auténtica. Es muy importante que la gente sencilla haya reconocido fácilmente la revelación de Dios en el fenómeno Medjugorje y que la haya aceptado, no sólo en teoría sino también en su vida práctica. La palabra de Cristo se hace verdad aquí: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de Dios» (Mt 18,3). La cualidad propia de un niño es, primero que nada, la apertura a la verdad. Por otro lado, incluso quienes se rehúsan a aceptar la veracidad de las pruebas de Medjugorje, sin saberlo la aceptan porque su postura y sus argumentos muestran que las pruebas provienen de otra área de interés más que de Medjugorje.

Adicionalmente, los oponentes de Medjugorje son, a este respecto, un puñado de gente identificada. Sus argumentos consisten en engaños, mentiras e ignorancia de lo que de cualquier modo están juzgando. En contraste con ellos, están millones de personas que tienen las pruebas de la autenticidad de las apariciones de Medjugorje incluso en su experiencia personal con Dios y también en la obvia falta de argumentos contra las mismas. Aquí podemos hablar del sensus fidelium que es comúnmente un locus theologicus de la revelación y de la Fe. Los evidentes y abundantes frutos de la Fe, conversión, oración y de una profunda renovación espiritual de la Misa, dan un impulso especial a las pruebas en favor de las apariciones de Medjugorje. Incluso los opositores de Medjugorje no pueden cuestionar esto. Lo atribuyen a la Fe y no a las apariciones de Medjugorje. No tienen dudas de que se trata de frutos de la Fe. Por qué dichos frutos son insólitos y por qué están claramente ligados a Medjugorje? Por qué no se encuentran en otros lugares ni en otros santuarios o catedrales, lugares ordinarios de peregrinación? La cuestión está precisamente en que lo extraordinario y la gran multiplicidad de los frutos de Fe deben tener una razón propia. A este respecto, los oponentes se comportan como los judíos que atribuían el arrojar fuera a los demonios de Jesús a Belcebú y no a Jesús. Cuando no pudieron negar el hecho porque era obvio, negaron su verdadera causa.

En todo este asunto, adicionalmente al criterio evangélico de que al buen árbol se le conoce por sus buenos frutos, la postura del Papa es decisiva. Y ésta es absolutamente clara. El la ha expresado en diversas oportunidades cuando, al ser preguntado por muchos obispos si deben o no ir en peregrinación a Medjugorje, no sólo los ha alentado sino también se ha encomendado a sus oraciones en Medjugorje. En ocasión de su visita ad limina, el Presidente de la Conferencia Episcopal de Corea del Sur, el Arzobispo Kim, saludó al Papa Juan Pablo II con estas palabras: «Santo Padre, gracias a Ud., Polonia pudo ser liberada del comunismo». El Papa lo corrigió y le dijo: «No, no gracias a mí, es obra de la Virgen como lo afirma en Fátima y en Medjugorje» (Catholic News, The Korean Catholic Weekly, Noviembre 11 de 1990). Todo está contenido en lo que el Papa y la Iglesia dicen sobre las apariciones de Medjugorje. De ello se desprende que la Virgen está en Medjugorje y que ahí anunció la destrucción del comunismo. Todas las demás historias son bastante carentes de seriedad y por razones ajenas a la religión, pretenden oscurecer la verdad sobre Medjugorje y apartar al mundo de la aceptación de los mensajes evangélicos de la Virgen.

Fr. Ljudevit Rupcic , 1995

Fr. Ljudevit Rupcic – nace en el año 1920 en Hardomilje, Ljubuski. En 1939 entra a la orden franciscana en la provincia de Herzegovina, y en 1946 es ordenado sacerdote. Termina sus estudios de Teología en 1947 en la Facultad de Teología de Zagreb. Doctora en 1958, y doctora por segunda vez en 1971 en la misma facultad. Desde 1958 hasta 1988 enseña exégesis del Nuevo Testamento en el Instituto de Teología franciscana en Sarajevo, y durante un tiempo en la Facultad de Teología en Zagreb. Durante el régimen comunista yugoslavo pasado permanece en prisión desde 1945 hasta 1947, y desde 1952 hasta 1956.
Durante largo tiempo (1968 – 1981) es miembro de la Comisión teológica de la Conferencia episcopal de la ex Yugoslavia. Ha traducido el Nuevo Testamento del original al idioma croata; la traducción ha tenido numerosas ediciones. Ha publicado muchos libros, estudios y artículos en idioma croata, alemán, italiano, francés e inglés, y ha dado muchas conferencias en varios congresos y simposios en Europa y E.E.U.U.

 
 

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El Infierno según Juan Pablo II y Benedicto XVI

EL INFIERNO COMO RECHAZO DEFINITIVO DE DIOS

Catequesis del Santo Padre Juan Pablo II, 28 julio 1999

1. Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en «un infierno».

Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida.

2. Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la condición de los muertos no estaba aún plenamente iluminada por la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).

El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.

Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado «de acuerdo con sus obras» (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde «será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la gehenna de «fuego que no se apaga» (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19_31).

También el Apocalipsis representa figurativamente en un «lago de fuego» a los que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una «segunda muerte» (Ap 20, 13 ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a «una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts 1, 9).

3. Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de auto exclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).

Por eso, la «condenación» no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La «condenación» consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.

4. La fe cristiana enseña que, en el riesgo del «sí» y del «no» que caracteriza la libertad de las criaturas, alguien ha dicho ya «no». Se trata de las criaturas espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que se llama demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800_801). Para nosotros, los seres humanos, esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta continuamente a evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir nuestra vida según el modelo de Jesús, que siempre dijo «sí» a Dios.

La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella. El pensamiento del infierno y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas no debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar «Abbá, Padre» (Rm 8, 15; Ga 4, 6).

Esta perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia, como lo atestiguan, por ejemplo, las palabras del Canon Romano: «Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (…), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos».

EL INFIERNO, CERRARSE AL AMOR DE DIOS

Benedicto XVI, 26 marzo 2007

«Si es verdad que Dios es justicia, no hay que olvidar que es sobre todo amor: si odia el pecado es porque ama infinitamente a toda persona humana», aclaró al dirigirse a los fieles de la Parroquia de Santa Felicidad e Hijos Mártires, en el barrio Fidene, del sector norte de la diócesis de la ciudad eterna.

Dios «nos ama a cada uno de nosotros y su fidelidad es tan profunda que no nos deja desalentarnos, ni siquiera por nuestro rechazo»

El Santo Padre meditó sobre el pasaje evangélico que presentaba la liturgia en ese domingo de Cuaresma: la mujer adúltera, que debía ser apedreada, a quien Jesús salvó la vida y perdonó.

«Jesús no entabla una discusión teórica con sus interlocutores una discusión teórica sobre la ley de Moisés: no le interesa ganar una disputa académica», indicó, «sino que su objetivo es salvar un alma y revelar que la salvación sólo se encuentra en el amor de Dios».

«Por esto vino a la tierra, por esto morirá en la cruz y el Padre le resucitará al tercer día», aclaró.

«Jesús vino para decirnos que nos quiere a todos en el Paraíso y que el Infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para quienes se cierran el corazón a su amor», subrayó.

«Por tanto, también en este episodio comprendemos que nuestro verdadero enemigo es el apego al pecado, que puede llevarnos al fracaso de nuestra existencia», siguió explicando.

Recordando que Jesús se despide de la adúltera con esta consigna: «Vete, y en adelante no peques más», el Papa explicó: «sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y para no “pecar más”, para dejarnos golpear por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza».

«La actitud de Jesús se convierte de este modo en un modelo que tiene que seguir toda comunidad, llamada a hacer del amor y del perdón el corazón palpitante de su vida», concluyó.

En el 2008 el papa Benedicto XVI ha asegurado que el infierno no está vacío. No es anuncio nuevo, en 2007 ya mencionó la existencia del infierno como lugar, algo que su antedecesor, Juan Pablo II, había rechazado. El Papa, durante un encuentro mantenido con párrocos romanos con motivo del inicio de la Cuaresma, ha mandado un mensaje a los fieles: la salvación no es inmediata ni llegará para todos, por eso ha querido destacar la posibilidad real de ir al infierno, según informa el diario italiano La Republica.

Uno de los primeros defensores de esta hipótesis, que el infierno estuviese vacío, fue el teólogo suizo Urs Von Baltasar, buen amigo de Benedicto XVI. Y el Papa lo ha reiterado de manera categórica en su encuentro con los párrocos, «el infierno existe».

«El infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno», dijo el Pontífice romano el pasado abril de 2007. Una idea que es contraria a lo que defendió el anterior Papa, el polaco Juan Pablo II, durante su pontificado. Juan Pablo II corrigió el concepto tradicional del infierno, fue en verano de 1999, cuando hubo cuatro audiencias para hablar sobre el cielo, el purgatorio, el infierno y el diablo. «El cielo», dijo entonces, no es «un lugar físico entre las nubes». El infierno tampoco es «un lugar», sino «la situación de quien se aparta de Dios». El Purgatorio es un estado provisional de «purificación» que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales. Y Satanás «está vencido: Jesús nos ha liberado de su temor».


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Devociones REFLEXIONES Y DOCTRINA

Cambio del comienzo del Ave María

Recibimos una comunicación del Sr. Alejandro Jiménez Alonso que nos envía una exhortación a los Obispos Españoles, en la que presenta un estudio sobre el Saludo Angélico y les propone el cambio del comienzo del Ave María en Español. «Estamos convencidos de que ha llegado la hora de mejorar la traducción española del Saludo. El Cardenal Rouco Varela comunicó al filólogo franciscano P. Francisco Gómez Ortín, que se necesitarían muchas adhesiones para conseguirlo.”

 

I – ESTUDIO SOBRE LA SALUTACIÓN ANGÉLICA, ENVIADO A LOS OBISPOS ESPAÑOLES

¿¡DIOS TE SALVE!… MARÍA?

1 LOS SALUDOS

 

En este mundo tan lleno de egoísmo como falto de Caridad, no es raro escuchar maldiciones como “así te pudras”, o con ese tipo de “lindezas”. En el lado opuesto, y en aquellos tiempos en que se palpaba la Fe en la calle, la mejor bendición que podía dirigirse a un pecador era decirle “vaya usted con Dios”, o “Dios te salve”. Pero lo que resulta cada día más chocante, es que con esta última locución se invoque en España a la Inmaculada Madre de Dios, que se la salude con los mismos términos que podrían dirigirse a una mujer pecadora.

2 ORIGEN DE LA SALUTACIÓN ANGÉLICA

Estudiando el origen de la Salutación Angélica en la Sagrada Escritura, nos encontramos con diversas acepciones que demuestran cómo en ocasiones se opta por una traducción popular, a riesgo de perder altura teológica y semántica en la expresión. Si acudimos a los textos originales, en Hebreo el saludo es (suena) “Shalôm Lad Myriam” (Paz a María); y en Griego: “Jaire, María”; es decir: “Alégrate, María”.

Exégetas cualificados explican que el saludo de S. Gabriel encierra un significado extraordinario: de una parte, se trata del “Shalôm” hebrero “que indica la Paz, la vida total, la plenitud de los dones de Dios”; pero también abarca la alegría del saludo mesiánico por el Rey que viene. En este sentido es todavía más que el simple “Jaire” griego, pues en la Anunciación, se cumplen sobre la Inmaculada los textos bíblicos de Is 12,6; So 3,14; Za 2,14, 9,9; etc: “Alégrate sobremanera, Hija de Sión. Grita exultante, Hija de Jerusalén. He aquí que viene a Ti tu Rey, Justo y Victorioso…” (Za 9,9).

Este Saludo Mesiánico –acompañado del “llena de Gracia”- es el que produce la turbación de la Humilde Esclava de Dios. Y no resulta fácil encontrar una fórmula equivalente para un saludo tan denso. Quizás algo así como “Exulta de Paz, María, llena-de-Gracia”. Por eso en la Bula “Innefabilis Deus”, el Beato Pío IX reconoce que “con ese singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas, y que estaba adornada de todos los carismas del Divino Espíritu; más aún, que era como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable,…”(n.12)

Es evidente que del Saludo al que se refiere el Papa de la Inmaculada al “Dios te salve” español hay un abismo. Como la Virgen es la Reina de la Humildad, y ve el cariño de los corazones, no se habrá disgustado. Pero ha llegado la hora de que sus hijos adultos purifiquen esa Oración. Y lo harán impulsados por el Divino Esposo de María; en efecto: “El mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la Fe por medio de sus Dones” (C. Vaticano II, Dei Verbum, c.1,5) .

3 VERSIÓN LATINA

Retomando el estudio: En Latín, S. Jerónimo tradujo los textos originales por “Ave”, que es imperativo de “Aveo”(recibir el saludo); era la forma popular romana: “Ave, Cesar”. Algún biblista ha calificado de “vulgar” esta traducción; pero quizás el Santo estimó que el nivel cultural del momento no estaba para más alturas. Hay autores que traducen el saludo por “Salve”, imperativo de “salveo” (saludar). Pero lo que no tiene ninguna justificación es traducirlo por salvar (Dios te salve), pues este verbo en Latín se dice “salvificare”. Además el subjuntivo expresa un deseo. ¿Habrá que desear la salvación de la Madre de Dios? Sí, ya sabemos que no queremos decir esa barbaridad, pero literalmente la decimos. No existe pues ningún argumento etimológico ni semántico, ni teológico que justifique la traducción española.

4 VERSIONES A NIVEL MUNDIAL

El argumento geográfico siempre ha sido considerado despersonalizador: cambiar de forma de pensar o vivir, para imitar -sin más- a los vecinos. Pero en este caso podría ser enriquecedor. Echemos un vistazo a otros idiomas:

En Italiano se dice: “Ave María, piena di Grazia”; en Portugués: “Avé María cheia de graça”. En Francés se dice “Je te salue Marie…” (Yo te saludo, María). Los ingleses rezan: “Hail Mary, full of Grace” –> Hail = saludar, aclamar …Hail Mary= Ave María. Salvar es save: God save the Queen =Dios salve a la Reina. En Alemania dicen: “Gegrüsse sei Du Maria”; literalmente: “Saludada seas Tú, María”. En Ucrania: “Madre de Dios, Virgen, alégrate, Dios está contigo”. En Ruso: “Madre de Dios, Virgen, alégrate”. En las Antillas holandesas, se habla Pappiamento y nos cuenta el Obispo -Monseñor Luis A. Secco, SDB- que allí se dice: “Mi ta cumindá Bo, Maria, yen di gracia…”: que traducido sería: «Yo te saludo, María, llena de gracia…».

En países de mayoría musulmana, tanto en Asia como en África, el Saludo Angélico empieza con la popular forma –Salam- que es un deseo de Paz. Así en buena parte de Congo, Tanzania y Kenia se habla el Swahili y se dice: “Salam María, umejaa Neema; Lo mismo ocurre en Indonesia y Malasia, donde se habla el Bahasa. La oración del Ave María se llama “Salam Maria”, y comienza: “Salam María, penuh Rahmat”. Y en Japón, dicen (suena) “Medetashi” que es un simple Ave latino. Según esto, en España -que tanto se señaló en la Defensa del Dogma de la Inmaculada- se hizo la peor traducción del saludo Angélico de los cinco continentes, enseñándola así en las naciones hijas/hermanas de América.

5 RESTAURACIÓN

Lo que pedimos se trata de una RESTAURACIÓN, ya que hasta el siglo XVI –como demuestra el Padre Gómez Ortín- se mantenía el “Ave” latino. Lo vemos, por ejemplo, en Gonzalo de Berceo: “Cuando Gabriel sabrosamente/ dixo: Ave María”… (Milagros de Nuestra Señora).

Y en una obra de 1496, en la que Fray Hernando de Talavera, primer Arzobispo de Granada, se refiere a las dos oraciones de nuestro estudio “En la qual deven ser enseñados los moçuelos primero que en otra cosa: “Ave María, llena de gracia. El señor contigo. Bendicta tú en las mugeres. Y bendicta Tu, Madre. Y bendito el fruto de tu vientre Iesu”, y “Salve, Reyna de misericordia. Dulçor de vida. Esperanza nuestra, Salve…”.

Como “Nada hay oculto que no llegue a descubrirse”(Mt 10,26) y propio S. Jerónimo nos dice que “no querer ser perfecto es un delito” (Carta14,7),

6 PROPONEMOS

A nuestros queridos Obispos, que salga a la luz y se detenga ya esta mala traducción. El 150 aniversario del Dogma de la Inmaculada ha sido, a nuestro parecer, la ocasión ideal para mejorar la fórmula con que nos dirigimos a Aquella que proclaman Bienaventurada todas las generaciones (Lc 1,48), y para condensar en el “Ave” latino, toda la riqueza con que el Arcángel se dirige a Aquella que Dios se ha escogido por Madre: “Ave, María, llena eres de Gracia, …”.

En su día (1984) el Episcopado Español juzgó oportuno modificar la redacción del Padre Nuestro, para acomodarse a la usanza de América Latina. Va siendo hora de que la Comunidad Hispanoamericana ajuste el comienzo del Ave María, para saludar a la Madre de Dios como se hace en todo el Orbe Católico, teniendo en cuenta que lo que a nivel mundial se hace, se ajusta más a la Sagrada Escritura.

Téngase en cuenta que esta actitud perfeccionista no es nueva en la historia de esta Oración. Al principio se rezaba sólo la primera parte, hasta “bendito es el Fruto de tu Vientre”. Urbano IV (s. XIII) añadió el Nombre de “Jesús”. En el s. XIV se incorporó “Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”. S. Pío V (s. XVI) la completó con “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Y no nos olvidamos de la inspirada ampliación de los Misterios del Rosario, por parte de Juan Pablo II.

7 TAMBIÉN LA SALVE

Con el mismo criterio, proponemos también que se modifique el saludo de otra popular oración: Entendemos que la “Salve Regina, Mater Misericordiae”, debiera traducirse por “Salve, Reina y Madre de Misericordia”. Y si en canciones o versos pudiera ocasionar algún problema de tipo rítmico, proponemos esta fórmula: “Salve, Virgen, Reina y Madre…”; el número de sílabas poéticas es el mismo que “Dios te salve, Reina y Madre…”.

ROGAMOS por tanto, a nuestros Obispos, que tomen en consideración este humilde estudio, esta ilusión que compartimos con otros hermanos, e inviten a Párrocos y fieles a hacer esta pequeña pero significativa modificación. Será un Obsequio Hispano a la Madre de Dios en el Aniversario que estamos celebrando: “Tota pulchra es María, et macula originalis non est in Te. Allelúia”.

Desde Santander (España), en la festividad del Nacimiento de María, a 8 de septiembre de 2005.
Coordinador responsable:
Fdo: Alejandro Jiménez Alonso

 

II – ALGUNAS CONTESTACIONES DE LOS OBISPOS

El Obispo de Bilbao y entonces Presidente de la Conferencia Episcopal Española: Bilbao, 23 de septiembre de 2005

Sr. D. Alejandro Jiménez Alonso Apartado 580 SANTANDER.-
Muy estimado D. Alejandro:
Recibida su carta, comunicando la inquietud de Grupos de Oración de diversas provincias, sobre el saludo con que se inicia el Ave María, tomo en cuenta lo que señalan.
Pido al Señor que les bendiga abundantemente y nos ilumine a todos para dar la respuesta que más convenga.
Con todo afecto,

+ Ricardo Blázquez – Obispo de Bilbao

El Arzobispo de Oviedo: Oviedo, 22 de septiembre de 2005

“Estimado Alejandro:
Acabo de recibir el estudio realizado sobre el Ave María y lo haré llegar a la Comisión Episcopal de la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española, que tiene el encargo de los Obispos de asuntos como el que proponéis. Agradezco tu interés y el de los grupos que representas y la propuesta que hacéis a los Obispos de España con motivo del 150 aniversario del dogma de la Inmaculada.
Con gran afecto, te bendice” – + Carlos, Arzobispo de Oviedo

El Obispo de Palencia, a través de su Secretario Particular: Palencia, 26 de septiembre de 2005

Muy apreciado D. Alejandro:
El Sr. Obispo ha recibido su amable carta en la que Vd. expone las razones por las cuales convenía cambiar el comienzo de la oración del Ave María.
Me pide D. Rafael Palmero que les comunique que ha leído detenidamente la carta y el artículo que la acompaña. Él está de acuerdo con lo que Vds. dicen, y sugiere que escriban al Presidente de la Conferencia Episcopal Española para que, si lo estima oportuno, pueda dar cauce a su petición.
Con mi saludo cordialísimo y mi oración por Vds., quedo a su disposición,
Raúl Muelas Jiménez, Pbro. – Secretario Particular del Sr. Obispo

El Arzobispo de Barcelona: Barcelona, 20 de septiembre de 2005

Apreciado Sr. Jiménez:
Recibí su atenta carta, del pasado día 8 del mes en curso, juntamente con el escrito y la firmas de los que se han unido en la petición de cambiar, con una nueva versión, el saludo a la Virgen María que secularmente se le ha dado en castellano al inicio de «Avemaria» y de la antífona «Salve, Regina».
Tomo nota de sus observaciones, para tenerlas presente en el caso de que se presentara la ocasión de tener que tratar sobre el cambio de versión de estas plegarias marianas.
Con un cordial saludo,
+ Lluís Martínez Sistach – Arzobispo de Barcelona

El Obispo de Tarrasa, a través de su Secretario: Tarrasa, 28 de septiembre de 2005

Apreciado Sr.,
Me dirijo a usted por indicación del Sr. Obispo para notificarle que ha recibido su escrito acompañado con las firmas. El Sr. Obispo agradece la carta y los comentarios que le han hecho llegar y la propuesta que ustedes tienen la intención de vehicular.
El Sr. Obispo les encomienda en sus oraciones y les anima a continuar su trabajo por el bien de la Iglesia.
Cordialmente,
Mn. Fidel Catalán Catalán – Secretario Particular

El Obispo de Cádiz y Ceuta: Cádiz, 4 de octubre de 2005

Estimado D. Alejandro: Acuso recibo de su atento escrito que he leído con detenimiento.
Reciba un cordial saludo y mi bendición.
Antonio Ceballos – Obispo de Cádiz y Ceuta

El Obispo de Urgel: 12 de septiembre de 2005

Sr. Alejandro Jiménez Alonso SANTANDER.-
Estimado Señor:
Le agradezco mucho su atenta carta acompañando muchas firmas en la que se propone la revisión y cambio del inicio de la oración a la Virgen María por antonomasia. Poner «Ave» en vez del «Dios te salve». Creo que es bueno que se estudie esta cuestión, como proponen y les sugiero que se dirijan a Mons. Julián López, Presidente de la Comisión episcopal de Liturgia de nuestra Conferencia Episcopal. Reciban un cordial saludo. Affmo. en el Señor,
+Joan-Enric Vives – Obispo de Urgell

El Obispo de Córdoba a través de su Secretario: 14 de septiembre de 2005

Estimado amigo:
El Sr. Obispo de Córdoba ha recibido su carta y la documentación aneja en la que usted y otras personas proponen alguna modificación en el rezo del Ave María.
Al mismo tiempo que le agradece la confianza que en él deposita, le asegura por mi medio su oración por todos ustedes para que la Santísima Virgen les acompañe en la difusión de la devoción a la Virgen.
Un saludo fraterno y cordial de su afmo. en el Señor.
Francisco Roldán Alba – Secretario Particular

El Obispo de Huelva: Huelva, 20-10-05

Estimado D. Alejandro:
No he podido contestar antes a su carta porque he estado enfermo y hospitalizado y, cuando he llegado, me he encontrado montones de correspondencia.
La idea, que Vd. expone en su escrito, me parece buena. Pero, sobre todo, lo que me parece estupendo ese amor a la Santísima Virgen, que existe en el pueblo fiel, que le hace tomar ésta y otras iniciativas. Todo lo que se haga por Ella, nos ha de acercar más a su Hijo.
Le saluda con afecto y bendice.
+ Ignacio Noguer Carmona – Obispo de Huelva

El Obispo de Willemstad: 02-05-07

Apreciado hermano en Cristo, Alejandro Jiménez Alonso,
Con mucho gusto acojo la propuesta de su Grupo, para cambiar el saludo mariano «Dios te salve, María…» por «Ave, María, llena de gracia…». En estas islas del Caribe (Antillas Holandesas) se ha
bla «papiamento’, que es un Castellano antiguo mezclado con Portugués y se reza: «Mi ta cumindá Bo, Maria, yen di gracia…: que traducido sería: «Yo te saludo, María, llena de gracia…»
Aprovecho esta oportunidad para enviar mi cordial saludo y felicitación por esta propuesta, Atentamente, + Luis A. Secco, SDB – Obispo de Willemstad

El Cardenal de Madrid

En declaraciones al filólogo franciscano, Padre Francisco Gómez Ortín, el Cardenal Rouco Varela, le contestó “que era un error de traducción”, pero que para cambiar la oración eran necesarias más peticiones.

 

III – PARTICIPA CON TU FIRMA

Por eso os rogamos COLABORÉIS EN ESTA CAMPAÑA, firmando la adhesión a la misma para que los Obispos encuentren el apoyo necesario y realicen esta mejora que, después de leer el estudio, habréis entendido resulta evidente. Entra en la página

 

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Haurietis Aquas Encíclica sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús

En su encíclica papal Auctorem Fidei, el Papa Pío VI mencionó la devoción al Sagrado Corazón. Siguiendo una revisión teológica, el Papa León XIII en su encíclica Annum Sacrum (25 de mayo de 1899) dijo que la humanidad en su totalidad debería ser consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, declarando su consagración el 11 de junio del mismo año.

Pío XII desarrolla en su encíclica Hauretis Aquas el culto al Sagrado Corazón que queda en parte plasmado en el siguiente punto del Catecismo de la Iglesia Católica:

En el punto 478 que “Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: “El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), “es considerado como el principal indicador y símbolo…del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres” (Pio XII, Enc.”Haurietis aquas”: DS 3924; cf. DS 3812).1

 

HAURIETIS AQUAS ENCÍCLICA SOBRE EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

PIO XII – 15 de mayo de 1956

INTRODUCCIÓN

Haurietis Aquas constituye la teología y el apoyo oficial de la Iglesia al culto del Sagrado Corazón de Jesús.

El papa vibra con los latidos del Corazón de Jesús, en los que se manifiesta su «triple amor»: amor divino, humano espiritual y humano sensible (1418). Afirma la gozosa necesidad de darle culto, pues ese Corazón sagrado, «al ser tan íntimo participante de la vida del Verbo Encarnado… es el símbolo legítimo de aquella inmensa caridad que movió a nuestro Salvador» a dar su sangre por nosotros (21). Nosotros hemos de adorar el Corazón de Jesús, porque es «el símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que nuestro Divino Redentor siente aun hoy hacia el género humano» (24). Queda claro, por todo ello, que necesariamente el culto al Corazón de Cristo «termina en la persona misma del Verbo Encarnado» (28).

Pío XII escribe aquí páginas muy bellas en la contemplación del amor de Jesucristo, manifestado en los diversos misterios de su vida terrena pasada y de su vida actualmente celestial: en él se nos revela el amor que nos tiene la Santísima Trinidad (17-24). Estas son, quizá, las páginas de la encíclica de más alto vuelo contemplativo.

Apoyándose en las consideraciones expuestas, el papa define con toda precisión teológica el sentido exacto del culto al Corazón de Cristo, que «se identifica sustancialmente con el culto al amor divino y humano del Verbo Encarnado, y también con el culto al amor mismo con que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres pecadores» (25).

Por eso mismo, «el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa profesión de la religión cristiana» (29),y ha de considerarse «la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como escuela eficacísima de la caridad divina» (36).

Notemos, por último, que esta encíclica vincula profundamente el culto al Corazón de Jesús y el culto a la Eucaristía (20 y 35), aspecto en el que también Pablo VI insistirá en su carta apostólica Investigabiles divitias .

 

EL CULTO AL CORAZÓN DE JESÚS

1. Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador(1). Estas palabras con las que el profeta Isaías prefiguraba simbólicamente los múltiples y abundantes bienes que la era mesiánica había de traer consigo, vienen espontáneas a nuestra mente, si damos una mirada retrospectiva a los cien años pasados desde que nuestro predecesor, de i. m., Pío IX, correspondiendo a los deseos del orbe católico, mandó celebrar la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal.

Innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón de Jesús infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas. Por ello, recordando las palabras del apóstol Santiago: Toda dádiva buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las luces(2), razón tenemos para considerar en este culto, ya tan universal y cada vez más fervoroso, el inapreciable don que el Verbo Encarnado, nuestro Salvador divino y único Mediador de la gracia y de la verdad entre el Padre celestial y el género humano, ha concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que vencer tantas dificultades y soportar pruebas tantas. Gracias a don tan inestimable, la Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su divino Fundador y cumplir más fielmente esta exhortación que, según el evangelista San Juan, profirió el mismo Jesucristo: En el último gran día de la fiesta, Jesús habiéndose puesto en pie, dijo en alta voz: «El que tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí». Pues, como dice la Escritura, «de su seno manarán ríos de agua viva». Y esto lo dijo El del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en El(3). Los que escuchaban estas palabras de Jesús, con la promesa de que habían de manar de su seno ríos de agua viva, fácilmente las relacionaban con los vaticinios de Isaías, Ezequiel y Zacarías, en los que se -profetizaba el Reino mesiánico, y también con la simbólica piedra, de la que, golpeada por Moisés, milagrosamente hubo de brotar agua(4).

2. La caridad divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal del Padre y del Hijo, en el seno de la augusta Trinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol de las Gentes, como haciéndose eco de las palabras de Jesucristo, atribuye a este Espíritu de Amor la efusión de la caridad en las almas de los creyentes: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado(5).

Este tan estrecho vínculo que, según la Sagrada Escritura, existe entre el Espíritu Santo, que es Amor por esencia, y la caridad divina que debe encenderse cada vez más en el alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, venerables hermanos, la íntima naturaleza del culto que se ha de atribuir al Sacratísimo Corazón de Jesucristo. En efecto, manifiesto es que este culto, si consideramos su naturaleza peculiar, es el acto de religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagramos al amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. E igualmente claro es, y en un sentido aún más profundo, que este culto exige ante todo que nuestro amor corresponda al Amor divino. Pues sólo por la caridad se logra que los corazones de los hombres se sometan plena y perfectamente al dominio de Dios, cuando los afectos de nuestro corazón se ajustan a la divina voluntad de tal suerte que se hacen casi una cosa con ella, como está escrito: Quien al Señor se adhiere, un espíritu es con El(6).

 

1. FUNDAMENTACIÓN TEOLÓGICA

Dificultades y objeciones

3. La Iglesia siempre ha tenido y tiene en tan grande estima el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús: lo fomenta y propaga entre todos los cristianos, y lo defiende, además, enérgicamente contra las acusaciones del naturalismo y del sentimentalismo; sin embargo, es muy doloroso comprobar cómo, en lo pasado y aun en nuestros días, este nobilísimo culto no es tenido en el debido honor y estimación por algunos cristianos, y a veces ni aun por los que se dicen animados de un sincero celo por la religión católica y por su propia santificación.

Si tú conocieses el don de Dios(7). Con estas palabras, venerables hermanos, Nos, que por divina disposición hemos sido constituido guardián y dispensador del tesoro de la fe y de la piedad que el divino Redentor ha confiado a la Iglesia, consciente del deber de nuestro oficio, amonestamos a todos aquellos de nuestros hijos que, a pesar de que el culto del Sagrado Corazón de Jesús, venciendo la indiferencia y los errores humanos, ha penetrado ya en su Cuerpo místico, todavía abrigan prejuicios hacia él y aun llegan a reputarlo menos adaptado, por no decir nocivo, a las necesidades espirituales de la Iglesia y de la humanidad en la hora presente, que son las más apremiantes. Pues no faltan quienes, confundiendo o equiparando la índole de este culto con las diversas formas particulares de devoción, que la Iglesia aprueba y favorece sin imponerlas, lo juzgan como algo superfluo que cada uno puede practicar o no, según le agradare; otros consideran oneroso este culto, y aun de poca o ninguna utilidad, singularmente para los que militan en el Reino de Dios, consagrando todas sus energías espirituales, su actividad y su tiempo a la defensa y propaganda de la verdad católica, a la difusión de la doctrina social católica, y a la multiplicación de aquellas prácticas religiosas y obras que ellos juzgan mucho más necesarias en nuestros días. Y no faltan quienes estiman que este culto, lejos de ser un poderoso medio para renovar y reforzar las costumbres cristianas, tanto en la vida individual como en la familiar, no es sino una devoción, más saturada de sentimientos que constituida por pensamientos y afectos nobles; así, la juzgan más propia de la sensibilidad de las mujeres piadosas que de la seriedad de los espíritus cultivados.

Otros, finalmente, al considerar que esta devoción exige, sobre todo, penitencia, expiación y otras virtudes, que más bien juzgan pasivas porque aparentemente no producen frutos externos, no la creen a propósito para reanimar la espiritualidad moderna, a la que corresponde el deber de emprender una acción franca y de gran alcance en pro del triunfo de la fe católica y en valiente defensa de las costumbres cristianas; y ello, dentro de una sociedad plenamente dominada por el indiferentismo religioso que niega toda norma para distinguir lo verdadero de lo falso, y que, además, se halla penetrada, en el pensar y en el obrar, por los principios del materialismo ateo y del laicismo.

Doctrina de los papas

4. ¿Quién no ve, venerables hermanos, la plena oposición entre estas opiniones y el sentir de nuestros predecesores, que desde esta cátedra de verdad aprobaron públicamente el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús? ¿Quién se atreverá a llamar inútil o menos acomodada a nuestros tiempos esta devoción que nuestro predecesor, de i. m., León XIII, llamó práctica religiosa dignísima de todo encomio, y en la que vio un poderoso remedio para los mismos males que en nuestros días, en forma más aguda y más amplia, inquietan y hacen sufrir a los individuos y a la sociedad? Esta devoción -decía-, que a todos recomendamos, a todos será de provecho. Y añadía este aviso y exhortación que se refiere a la devoción al Sagrado Corazón: Ante la amenaza de las graves desgracias que hace ya mucho tiempo se ciernen sobre nosotros, urge recurrir a Aquel único que puede alejarlas. Alas ¿quién podrá ser Este sino Jesucristo, el Unigénito de Dios? «Porque debajo del cielo no existe otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos»(8). Por lo tanto, a El debemos recurrir, que es «camino, verdad y vida(9)»

No menos recomendable ni menos apto para fomentar la piedad cristiana lo juzgó nuestro inmediato predecesor, de f. m., Pío XI, en su encíclica Miserentissimus Redemptor: ¿No están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y aun la norma de vida más Perfecta, Puesto que constituye el medio más suave de encaminar las almas al profundo conocimiento de Cristo Señor nuestro y el medio más eficaz que las mueve a amarle con más ardor y a imitarte con mayor fidelidad y eficacia?(10)

Nos, por nuestra parte, en no menor grado que nuestros predecesores, hemos aprobado y aceptado esta sublime verdad; y cuando fuimos elevado al sumo pontificado, al contemplar el feliz y triunfal progreso del culto al Sagrado Corazón de Jesús entre el pueblo cristiano, sentimos nuestro ánimo lleno de gozo y nos regocijamos por los innumerables frutos de salvación que producía en toda la Iglesia; sentimientos que nos complacimos en expresar ya en nuestra primera Encíclica(11). Estos frutos, a través de los años de nuestro pontificado -llenos de sufrimientos y angustias, pero también de inefables consuelos-, no se mermaron en número, eficacia y hermosura, antes bien se amentaran. Pues, en efecto, muchas iniciativas, y muy acomodadas a las necesidades de nuestros tiempos, han surgido para favorecer el crecimiento cada día mayor de este mismo culto: asociaciones, destinadas a la cultura intelectual Y a promover la religión y la beneficencia; publicaciones de carácter histórico, ascético y místico para explicar su doctrina; piadosas prácticas de reparación y, de manera especial, las manifestaciones de ardentísima piedad promovidas por el Apostolado de la Oración, a cuyo celo y actividad se debe que familias, colegios, instituciones y aun, a veces, algunas naciones se hayan consagrado al Sacratísimo Corazón de Jesús. Por todo ello, ya en Cartas, ya en Discursos y aun Radiomensajes, no pocas veces hemos expresado nuestra paternal complacencia(12).

Fundamentación del culto

5. Conmovidos, pues, al ver cómo tan gran abundancia de aguas, es decir, de dones celestiales de amor sobrenatural del Sagrado Corazón de nuestro Redentor, se derrama sobre innumerables hijos de la Iglesia católica por obra e inspiración del Espíritu Santo, no podemos menos, venerables hermanos, de exhortaros con ánimo paternal a que, juntamente con Nos, tributéis alabanzas y rendida acción de gracias a Dios, dador de todo bien, exclamando con el Apóstol: Al que es poderoso para hacer sobre toda medida con incomparable exceso más de lo que pedimos o pensamos, según la potencia que despliega en nosotros su energía, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo y Jesús por todas las generaciones, en los siglos de los siglos. Amén(13). Pero, después de tributar las debidas gracias al Dios eterno, queremos por medio de esta encíclica exhortaros a vosotros y a todos los amadísimos hijos de la Iglesia a una más atenta consideración de los principios doctrinales -contenidos en la Sagrada Escritura, en los Santos Padres y en los teólogos- sobre los cuales, como sobre sólidos fundamentos, se apoya el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús. Porque Nos estamos plenamente persuadido de que sólo cuando a la luz de la divina revelación hayamos penetrado más a fondo en la naturaleza y esencia íntima de este culto, podremos apreciar debidamente su incomparable excelencia y su inexhausta fecundidad en toda clase de gracias celestiales; y de esta manera, luego de meditar y contemplar piadosamente los innumerables bienes que produce, encontraremos muy digno de celebrar el primer centenario de la extensión de la fiesta del Sacratísimo Corazón a la Iglesia universal.

Con el fin, pues, de ofrecer a la mente de los fieles el alimento de saludables reflexiones, con las que más fácilmente puedan comprender la naturaleza de este culto, sacando de él los frutos más abundantes, nos detendremos, ante todo, en las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento que revelan y describen la caridad infinita de Dios hacia el género humano, pues jamás podremos escudriñar suficientemente su sublime grandeza; aludiremos luego a los comentarios de los Padres y Doctores de la Iglesia; finalmente, procuraremos poner en claro la íntima conexión existente entre la forma de devoción que se debe tributar al Corazón del Divino Redentor y el culto que los hombres están obligados a dar a su amor y al amor de la misma Santísima Trinidad a todo el género humano. Porque juzgamos que, una vez considerados a la luz de la Sagrada Escritura y de la Tradición los elementos constitutivos de esta devoción tan noble, será mas fácil a los cristianos beber con gozo las aguas en las fuentes del Salvador(14), es decir, podrán apreciar mejor la singular importancia que el culto al Corazón Sacratísimo de Jesús ha adquirido en la liturgia de la Iglesia, en su vida interna y externa, y también en sus obras: así podrá cada uno obtener aquellos frutos espirituales que señalarán una saludable renovación en sus costumbres, según lo desean los Pastores de la grey de Cristo.

Culto de latría

6. Para comprender mejor, en orden a esta devoción, la fuerza de algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, precisa atender bien al motivo por el cual la Iglesia tributa al Corazón del Divino Redentor el culto de latría. Tal motivo, como bien sabéis, venerables hermanos, es doble: el primero, común también a los demás miembros adorables del Cuerpo de Jesucristo, se funda en el hecho de que su Corazón, por ser la parte más noble de su naturaleza humana, está unido hipostáticamente a la Persona del Verbo de Dios, y, por consiguiente, se le ha de tributar el mismo culto de adoración con que la Iglesia honra a la Persona del mismo Hijo de Dios encarnado. Es una verdad de la fe católica, solemnemente definida en el Concilio ecuménico de Efeso y en el II de Constantinopla(15). El otro motivo se refiere ya de manera especial al Corazón del Divino Redentor, y, por lo mismo, le confiere un título esencialmente propio para recibir el culto de latría: su Corazón, más que ningún otro miembro de su Cuerpo, es un signo o símbolo natural de su inmensa caridad hacia el género humano. Es innata al Sagrado Corazón, observaba León XIII, de f. m., la cualidad de ser símbolo e imagen expresiva de la infinita caridad de Jesucristo, que nos incita a devolverle amor por amor(16).

Es indudable que los Libros Sagrados nunca se hace mención cierta de un culto de especial veneración y amor tributado al Corazón físico del Verbo encarnado  por su prerrogativa de símbolo de su encendidísima caridad. Pero este hecho, que hay que reconocer abiertamente, no nos ha de admirar ni puede en modo alguno hacernos dudar de que el amor de Dios a nosotros -razón principal de este culto- es proclamado e inculcado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento con imágenes con que vivamente se conmueven los corazones. Y estas imágenes, por encontrarse ya en los Libros Santos cuando predecían la venida del Hijo de Dios hecho hombre, han de considerarse como un presagio de lo que había de ser el símbolo y signo más noble del amor divino, es a saber, el sacratísimo y adorable Corazón del Redentor divino.

Antiguo Testamento

7. Por lo que toca a nuestro propósito, al escribir esta Encíclica, no juzgamos necesario aducir muchos textos de los libros del Antiguo Testamento que contienen las primeras verdades reveladas por Dios; creernos baste recordar la Alianza establecida entre Dios y el pueblo elegido, consagrada con víctimas pacíficas -cuyas leyes fundamentales, esculpidas en dos tablas, promulgó Moisés(17) e interpretaron los profetas-; alianza ratificada por los vínculos del supremo dominio de Dios y de la obediencia debida por parte de los hombres, pero consolidada y vivificada por los más nobles motivos del amor. Porque aun para el mismo pueblo de Israel la razón suprema de obedecer a Dios era no ya el temor de las divinas venganzas que los truenos y relámpagos fulgurantes en la ardiente cumbre del Sinaí suscitaban en los ánimos, sino más bien el amor debido a Dios: Escucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que hoy te mando estarán en tu corazón(18).

No nos extrañemos, pues, si Moisés y los profetas, a los que con toda razón llama el Angélico Doctor los «mayores» del pueblo elegido(19), comprendiendo bien que el fundamento de toda la ley se basaba en este mandamiento del amor, describieron las relaciones todas existentes entre Dios y su nación recurriendo a semejanzas sacadas del amor recíproco entre padre e hijo, o entre los esposos, y no representándolas con severas imágenes inspiradas en el supremo dominio de Dios o en nuestra obligada servidumbre llena de temor.

Así, por ejemplo, Moisés mismo, en su celebérrimo cántico, al ver liberado su pueblo de la servidumbre de Egipto, queriendo expresar cómo esa liberación era debida a la intervención omnipotente de Dios, recurre a estas conmovedoras expresiones e imágenes: Como el águila que adiestra a sus polluelos para que alcen el vuelo y encima de ellos revolotea, así (Dios) desplegó sus alas, alzó (a Israel) y le llevó en sus hombros(20). Pero ninguno, tal vez, entre los profetas, expresa y descubre tan clara y ardientemente como Oseas el amor constante de Dios hacia su pueblo. En efecto, en los escritos de este profeta que entre los profetas menores sobresale por la profundidad de conceptos y la concisión del lenguaje, se describe a Dios amando a su pueblo escogido con un amor justo y lleno de santa solicitud, cual es el amor de un padre lleno de misericordia y amor, o el de un esposo herido en su honor. Es un amor que, lejos de disminuir y cesar ante las monstruosas infidelidades y pérfidas traiciones, las castiga, sí, como lo merecen, en los culpables, no para repudiarlos y abandonarlos a sí mismos, sino sólo con el fin de limpiar y purificar a la esposa alejada e infiel y a los hijos ingratos para hacerles volver a unirse de nuevo consigo, una vez renovados y confirmados los vínculos de amor. Cuando Israel era niño, yo le amé; y de Egipto llamé a mi hijo… Yo enseñé a andar a Efraín, los tomé en mis brazos, mas ellos no comprendieron que yo los cuidaba. Los conducía con cuerdas de humanidad, con lazos de amor… Sanaré su rebeldía, los amaré generosamente, pues mi ira se ha apartado de ellos. Seré como el rocío para Israel, florecerá él como el lirio y echará sus raíces como el Líbano(21).

Expresiones semejantes tiene el profeta Isaías, cuando presenta a Dios mismo y a su pueblo escogido como dialogando y discutiendo entre sí con opuestos sentimientos: Mas Sión dijo: Me ha abandonado el Señor, el Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede, acaso, una mujer olvidar a su pequeñuelo, hasta no apiadarse del hijo de sus entrañas? Aunque ésta se olvidaré, yo no me olvidaré de ti(22). Ni son menos conmovedoras las palabras con que el autor del Cantar de los Cantares, sirviéndose del simbolismo del amor conyugal, describe con vivos colores los lazos de amor mutuo que unen entre sí a Dios y a la nación predilecta: Como lirio entre las espinas, así mi amada entre las doncellas… Yo soy de mi amado, y mi amado es para mí; El se apacienta entre lirios… Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, pues fuerte como la muerte es el amor, duros como el infierno los celos; sus ardores son ardores de fuego y llamas(23).

8. Este amor de Dios tan tierno, indulgente y sufrido, aunque se indigna por las repetidas infidelidades del pueblo de Israel, nunca llega a repudiarlo

definitivamente; se nos muestra, sí, vehemente y sublime; pero no es, en sustancia, sino el preludio a aquella muy encendida caridad que el Redentor prometido había de mostrar a todos con su amantísimo Corazón y que iba a ser el modelo de nuestro amor y la piedra angular de la Nueva Alianza.

Porque, en verdad, sólo Aquel que es el Unigénito del Padre y el Verbo hecho carne lleno de gracia y de verdad(24), al descender hasta los hombres, oprimidos por innumerables pecados y miserias, podía hacer que de su naturaleza humana, unida hipostáticamente a su Divina Persona, brotara un manantial de agua viva que regaría copiosamente la tierra árida de la humanidad, transformándola en florido jardín lleno de frutos. Obra admirable que había de realizar el amor misericordiosísimo y eterno de Dios, y que ya parece pre- nunciar en cierto modo el profeta jeremías con estas palabras: Te he amado con un amor eterno, por eso te he atraído a mí lleno de misericordia… He aquí que vienen días, afirma el Señor, en que pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; … éste será el pacto que yo concertaré con la casa de Israel después de aquellos días, declara el Señor: Pondré mi 1ey en su interior y la escribiré en su corazón; yo les seré su Dios, y ellos serán mi pueblo … ; porque les perdonaré su culpa y no me acordaré ya de su pecado(25).

 

II. NUEVO TESTAMENTO Y TRADICIÓN

9. Pero tan sólo por los Evangelios llegamos a conocer con perfecta claridad que la Nueva Alianza estipulada entre Dios y la humanidad -de la cual la alianza pactada por Moisés entre el pueblo y Dios fue tan sólo una prefiguración simbólica, y el vaticinio de jeremías una mera predicción es la misma que estableció y realizó el Verbo Encarnado, mereciéndonos la gracia divina. Esta Alianza es incomparablemente más noble y más sólida, porque, a diferencia de la precedente, no fue sancionada con sangre de cabritos y novillos, sino con la sangre sacrosanta de Aquel a quien aquellos animales pacíficos y privados de razón prefiguraban: el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo(26). Porque la Alianza cristiana, más aún que la antigua, se manifiesta claramente como un pacto fundado no en la servidumbre o en el temor, sino en la amistad que debe reinar en las relaciones entre padres e hijos. Se alimenta y se consolida por una más generosa efusión de la gracia divina y de la verdad, según la sentencia del evangelista San Juan: De su plenitud todos nosotros recibimos, y gracia por gracia. Porque la 1ey fue dada por Moisés, mas la gracia y la verdad por Jesucristo han venido(27).

Introducidos por estas palabras del discípulo al que amaban Jesús, y que, durante la Cena, reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús(28), en el mismo misterio de la infinita caridad del Verbo Encarnado, es cosa digna, justa, recta y saludable que nos detengamos un poco, venerables hermanos, en la contemplación de tan dulce misterio, a fin de que, iluminados por la luz que sobre él proyectan las páginas del Evangelio, podamos también nosotros experimentar el feliz cumplimiento del deseo significado por el Apóstol a los fieles de Efeso: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, a, modo que, arraigados y cimentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la alteza y la profundidad, hasta conocer el amor de Cristo, que sobrepuja a todo conocimiento, de suerte que estéis llenos de toda la plenitud de Dios(29).

10. En efecto, el misterio de la Redención divina es, ante todo y por su propia naturaleza, un misterio de amor, esto es, un misterio del amor justo de Cristo a su Padre celestial, a quien el sacrificio de la cruz, ofrecido con amor y obediencia, presenta una satisfacción sobreabundante e infinita por los pecados del género humano: Cristo sufriendo, por caridad y obediencia, ofreció a Dios algo de mayor valor que lo que exigía la compensación por todas las ofensas hechas a Dios Por el género humano(30). Además, el misterio de la Redención es un misterio de amor misericordioso de la augusta Trinidad y del Divino Redentor hacia la humanidad entera, puesto que, siendo ésta del todo incapaz de ofrecer a Dios una satisfacción condigna por sus propios delitos, Cristo, mediante la inescrutable riqueza de méritos que nos ganó con la efusión de su preciosísima Sangre, pudo restablecer y perfeccionar aquel pacto de amistad entre Dios y los hombres, violado por vez primera en el paraíso terrenal por culpa de Adán y luego innumerables veces por las infidelidades del pueblo escogido.

Por lo tanto, el Divino Redentor, en su cualidad de legítimo y perfecto Mediador nuestro, al haber conciliado bajo el estímulo de su caridad ardentísima hada nosotros los deberes y obligaciones del género humano con los. derechos de Dios, ha sido, sin duda, el autor de aquella maravillosa reconciliación entre la divina justicia y la divina misericordia, que constituye esencialmente el misterio trascendente de nuestra salvación. Muy a propósito dice el Doctor Angélico: Conviene observar que la liberación del hombre, mediante la pasión de Cristo, fue conveniente lanzo a su misericordia como a su justicia. A la justicia ciertamente, porque por su pasión Cristo satisfizo por el pecado del linaje humano: y así fue el hombre liberado por la justicia de Cristo. Y a la misericordia, porque, no siéndole posible al hombre satisfacer por el pecado, que manchaba a toda la naturaleza humana, Dios le dio un Redentor en la persona de su Hijo(31). Ahora bien: esto fue de parte de Dios un acto de más generosa misericordia que si El hubiese perdonado los pecados sin exigir satisfacción alguna. Por ello está escrito: Dios, que es rico en misericordia, movido por el excesivo amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos volvió a dar la vida en Cristo(32).

Amor divino y humano

11. Pero a fin de que podamos, en cuanto es dado a los hombres mortales, comprender con todos los santos cuál es la anchura y longitud, la alteza y la profundidad(33) del misterioso amor del Verbo Encarnado a su celestial Padre y hacia los hombres manchados con tantas culpas, conviene tener muy presente que su amor no fue únicamente espiritual, como conviene a Dios, puesto que Dios es espíritu(34). Es indudable que de índole puramente espiritual fue el amor de Dios a nuestros primeros padres y al pueblo hebreo; por eso, las expresiones de amor humano conyugal o paterno, que se leen en los Salmos, en los escritos de los profetas y en el Cantar de los Cantares, son signos Y símbolos, del muy verdadero amor, pero exclusivamente espiritual, con que Dios amaba al género humano; al contrario, el amor que brota del Evangelio, de las cartas de los Apóstoles y de las páginas del Apocalipsis, al describir el amor del Corazón mismo de Jesús, comprende no sólo la caridad divina, sino también los sentimientos de un afecto humano. Para todos los católicos, esta verdad es indiscutible. En efecto, el Verbo de Dios no ha tomado un cuerpo ilusorio y ficticio, como ya en el primer siglo de la era cristiana osaron afirmar algunos herejes, que atrajeron la severa condenación del apóstol San Juan: Puesto que en el mundo han salido muchos impostores: los que no confiesan a Jesucristo como Mesías venido en carne. Negar esto es ser un impostor y el anticristo(35). En realidad, El ha unido a su Divina Persona una naturaleza humana individual, íntegra y perfecta, concebida en el seno purísimo de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo(36). Nada, pues, faltó a la naturaleza humana que se unió el Verbo de Dios. El la asumió plena e íntegra tanto en los elementos constitutivos espirituales como en los corporales, conviene a saber. dotada de inteligencia y de voluntad y todas las demás facultades cognoscitivas, internas y externas; dotada asimismo de las potencias afectivas sensibles y de todas las pasiones naturales. Esto enseña la Iglesia Católica, y está sancionado y solemnemente confirmado por los Romanos Pontífices y los concilios ecuménicos: Entero en sus propiedades, entero en las nuestras(37); Perfecto en la divinidad y El mismo perfecto en la humanidad»(38); todo Dios [hecho] hombre, y todo el hombre [subsistente en] Dios(39).

12. Luego si no hay duda alguna de que Jesús poseía un verdadero cuerpo humano, dotado de todos los sentimientos que le son propios, entre los que predomina el amor, también es igualmente verdad que El estuvo provisto de un corazón físico, en todo semejante al nuestro, puesto que, sin esta parte tan noble del cuerpo, no puede haber vida humana y menos en sus afectos. Por consiguiente, no hay duda de que el Corazón de Cristo, unido hipostáticamente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo otro afecto sensible; mas estos sentimientos estaban tan conformes y tan en armonía con su voluntad de hombre esencialmente plena de caridad divina, y con el mismo amor divino que el Hijo tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo, que entre estos tres amores jamás hubo falta de acuerdo y armonía(40).

Sin embargo, el hecho de que el Verbo de Dios tomara una verdadera y perfecta naturaleza humana y se plasmara y aun, en cierto modo, se modelara un corazón de carne que, no menos que el nuestro, fuese capaz de sufrir y de ser herido, esto, decimos Nos, si no se piensa y se considera no sólo bajo la luz que emana de la unión hipostática y sustancial, sino también bajo la que procede de la Redención del hombre, que es, por decirlo así, el complemento de aquélla, podría parecer a algunos escándalo y necedad, como de hecho pareció a los judíos y gentiles Cristo crucificado(41). Ahora bien: los Símbolos de la fe, en perfecta concordia con la Sagrada Escritura, nos aseguran que el Hijo Unigénito de Dios tomó una naturaleza humana capaz de padecer y morir principalmente por razón del Sacrificio de la cruz, donde El deseaba ofrecer un sacrificio cruento a fin de llevar a cabo la obra de la salvación de los hombres. Esta es, además, la doctrina expuesta por el Apóstol de las Gentes: Pues tanto el que santifica como los que son santificados todos traen de uno su origen. Por cuya causa no se desdeña de llamarlos hermanos, diciendo: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos … ». Y también: «Heme aquí a mí y a los hijos que Dios me ha dado».Y por cuanto los hijos tienen comunes la carne y sangre, El también Participó de las mismas cosas… Por lo cual debió, en todo, asemejarse a sus hermanos, a fin de ser un pontífice misericordioso y fiel en las cosas que miren a Dios, para expiar los pecados del pueblo. Pues por cuanto El mismo fue probado con lo que padeció, por ello puede socorrer a los que son probados(42).

Santos Padres

13. Los SANTOS PADRES, testigos verídicos de la doctrina revelada, entendieron muy bien lo que ya el apóstol San Pablo había claramente significado, a saber, que el misterio del amor divino es como el principio y el coronamiento de la obra de la Encarnación y Redención. Con frecuente claridad se lee en sus escritos que Jesucristo tomó en sí una naturaleza humana perfecta, con un cuerpo frágil y caduco como el nuestro, para procurarnos la salvación eterna, y para manifestarnos y darnos a entender, en la forma más evidente, así su amor infinito como su amor sensible.

SAN JUSTINO, que parece un eco de la voz del Apóstol de las Gentes, escribe lo siguiente: Amamos y adoramos al Verbo nacido de Dios inefable y que no tiene principio: El, en verdad, se hizo hombre por nosotros para que, al hacerse partícipe de nuestras dolencias, nos procurase su remedio(43). Y SAN BASILIO, el primero de los tres Padres de Capadocia, afirma que los afectos sensibles de Cristo fueron verdaderos y al mismo tiempo santos: Aunque todos saben que el Señor poseyó los afectos naturales en confirmación de su verdadera y no fantástica encarnación, sin embargo, rechazó de sí como indignos de su purísima divinidad los afectos viciosos, que manchan la pureza de nuestra vida(44). Igualmente, SAN JUAN CRISÓSTOMO, lumbrera de la Iglesia antioquena, confiesa que las emociones sensibles de que el Señor dio muestra prueban irrecusablemente que poseyó la naturaleza humana en toda su integridad: Si no hubiera poseído nuestra naturaleza, no hubiera experimentado una y más veces la tristeza(45).

Entre los Padres latinos merecen recuerdo los que hoy venera la Iglesia como máximos Doctores. SAN AMBROSIO afirma que la unión hipostática es el origen natural de los afectos y sentimientos que el Verbo de Dios encarnado experimenté: Por lo tanto, ya que tomó el alma, tomó las pasiones del alma; pues Dios, como Dios que es, no podía turbarse ni morir(46).

En estas mismas reacciones apoya SAN JERÓNIMO el principal argumento para probar que Cristo tomó realmente la naturaleza humana: Nuestro Señor se entristeció realmente, para poner de manifiesto la verdad de su naturaleza humana(47).

Particularmente, SAN AGUSTÍN nota la íntima unión existente entre los sentimientos del Verbo encamado y la finalidad de la Redención humana: Jesús, el Señor, tomó estos afectos de la humana flaqueza, lo mismo que la carne de la debilidad humana, no por imposición de la necesidad, sino por conmiseración voluntaria, a fin de transformar en sí a su Cuerpo que es la Iglesia, para la que se dignó ser Cabeza; es decir, a fin de transformar a sus miembros en santos y fieles suyos; de suerte que, si a alguno de ellos le aconteciere contristarse y dolerse en las tentaciones humanas, no se juzgase por esto ajeno a su gracia, antes comprendiese que semejantes afecciones ni eran indicios de pecados, sino de la humana fragilidad; y como coro que canta después del que entona, así también su Cuerpo aprendiese de su misma Cabeza a padecer(48).

Doctrina de la Iglesia que con mayor concisión y no menor fuerza testifican estos pasajes de SAN JUAN DAMASCENO: En verdad que todo Dios ha tomado todo lo que en mí es hombre, y todo se ha unido a todo para procurar la salvación de todo el hombre. De otra manera no hubiera podido sanar lo que no asumió(49). Cristo, pues, asumió los elementos todos que componen la naturaleza humana, a fin de que todos fueran santificados(50).

Corazón físico

14. Es, sin embargo, de razón que ni los Autores sagrados ni los Padres de la Iglesia que hemos citado y otros semejantes, aunque prueban abundantemente que Jesucristo estuvo sujeto a los sentimientos y afectos humanos y que por eso precisamente tomó la naturaleza humana para procurarnos la eterna salvación, no refieran expresamente dichos afectos a su corazón físicamente considerado, hasta hacer de él expresamente un símbolo de su amor infinito.

Por más que los evangelistas y los demás escritores eclesiásticos no nos describan directamente los varios efectos que en el ritmo pulsante del Corazón de nuestro Redentor, no menos vivo y sensible que el nuestro, se debieron indudablemente a las diversas conmociones y afectos de su alma y a la ardentísima caridad de su doble voluntad -divina y humana, sin embargo frecuentemente ponen de relieve su divino amor y todos los demás afectos con él relacionados: el deseo, la alegría, la tristeza, el temor y la ira, según se manifiestan en las expresiones de su mirada, palabras y actos. Y principalmente el rostro adorable de nuestro Salvador sin duda debió aparecer como signo y casi como espejo fidelísimo de los afectos, que, conmoviendo en varios modos su ánimo, a semejanza de olas que se entrechocan, llegaban a su Corazón santísimo y determinaban sus latidos. A la verdad, vale también a propósito de Jesucristo cuanto el Doctor Angélico, amaestrado por la experiencia, observa en materia de psicología humana y de los fenómenos de ella derivados: La turbación de la ira repercute en los miembros externos y principalmente en aquellos en que se refleja más la influencia del corazón, como son los ojos, el semblante, la lenguas(51).

Símbolo del triple amor de Cristo

15. Luego, con toda razón, es considerado el corazón del Verbo Encarnado como signo y principal símbolo del triple amor con que el divino Redentor ama continuamente al Eterno Padre y a todos los hombres. Es, ante todo, símbolo del divino amor que en El es común con el Padre y el Espíritu Santo, y que sólo en El, como Verbo Encarnado, se manifiesta por medio del caduco Y frágil velo del cuerpo humano, ya que en El habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente(52).

Además, el Corazón de Cristo es símbolo de la ardentísima caridad que, infundida en su alma, constituye la preciosa dote de su voluntad humana y cuyos actos son dirigidos e iluminados por una doble y perfectísima ciencia, la beatífica y la infusa(53).

Finalmente, y esto en modo más natural y directo, el Corazón de Jesús es símbolo de su amor sensible, pues el Cuerpo de Jesucristo, plasmado en el seno castísimo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, supera en perfección, y, por ende, en capacidad perceptiva a todos los demás cuerpos humanos(54).

16. Aleccionados, pues, por los Sagrados Textos y por los Símbolos de la fe sobre la perfecta consonancia y armonía que reina en el alma santísima de Jesucristo y sobre cómo El dirigió al fin de la Redención las manifestaciones todas de su triple amor, podemos ya con toda seguridad contemplar y venerar en el Corazón del Divino Redentor la imagen elocuente de su caridad y la prueba de haberse ya cumplido nuestra Redención, y como una mística escala para subir al abrazo de Dios nuestro Salvador(55). Por eso, en las palabras, en los actos, en la enseñanza, en los milagros y especialmente en las obras que más claramente expresan su amor hacia nosotros- como la institución de la divina Eucaristía, su dolorosa pasión y muerte, la benigna donación de su Santísima Madre, la fundación de la Iglesia para provecho nuestro y, finalmente, la misión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre nosotros-, en todas estas obras, decimos Nos, hemos de admirar otras tantas pruebas de su triple amor, y meditar los latidos de su Corazón, con los cuales quiso medir los instantes de su terrenal peregrinación hasta el momento supremo, en el que, como atestiguan los Evangelistas, Jesús, luego de haber clamado de nuevo con gran voz, dijo: «Todo está consumado». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu(56). Sólo entonces su Corazón se paró y dejó de latir, y su amor sensible permaneció como en suspenso, hasta que, triunfando de la muerte, se levantó del sepulcro.

Después que su Cuerpo, revestido del estado de la gloria sempiterna, se unió nuevamente al alma del Divino Redentor victorioso ya de la muerte, su Corazón sacratísimo no ha dejado nunca ni dejará de palpitar con imperturbable y plácido latido, ni cesará tampoco de demostrar el triple amor con que el Hijo de Dios se une a su Padre eterno y a la humanidad entera, de la que con pleno derecho es Cabeza mística.

 

III. CONTEMPLACIÓN DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS

17. Ahora, venerables hermanos, para que de estas nuestras piadosas consideraciones podamos sacar abundantes y saludables frutos, parémonos a meditar y contemplar brevemente la íntima participación que el Corazón de nuestro Salvador Jesucristo tuvo en su vida afectiva divina y humana, durante el curso de su vida mortal. En las páginas del Evangelio, principalmente, encontraremos la luz con la cual iluminados y fortalecidos podremos penetrar en el templo de este divino Corazón y admirar con el Apóstol de las Gentes las abundantes riquezas de la gracia [de Dios] en la bondad usada con nosotros por amor de Jesucristo(57).

18. El adorable Corazón de Jesucristo late con amor divino al mismo tiempo que humano desde que la Virgen María pronunció su Fíat, y el Verbo de Dios, como nota el Apóstol, al entrar en el mundo dijo: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: Heme aquí presente. En el principio del libro se habla de mí. Quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad … » Por esta «voluntad» hemos sido santificados mediante la «oblación del cuerpo» de Jesucristo, que él ha hecho de una vez para siempre(58).

De manera semejante palpitaba de amor su Corazón, en perfecta armonía con los afectos de su voluntad humana y con su amor divino, cuando en la casita de Nazaret mantenía celestiales coloquios con su dulcísima Madre y con su padre putativo, San José, al que obedecía y con quien colaboraba en el fatigoso oficio de carpintero. Este mismo triple amor movía su Corazón en su continuo peregrinar apostólico, cuando realizaba innumerables milagros, cuando resucitaba a los muertos o devolvía la salud a toda clase de enfermos, cuando sufría trabajos, soportaba el sudor, hambre y sed; en las prolongadas vigilias nocturnas pasadas en oración ante su Padre amantísimo; en fin, cuando daba enseñanzas o proponía y explicaba parábolas, especialmente las que más nos hablan de la misericordia, como la parábola de la dracma perdida, la de la oveja descarriada y la del hijo pródigo. En estas palabras y en estas obras, como dice San Gregorio Magno, se manifiesta el Corazón mismo de Dios: Mira el Corazón de Dios en las palabras de Dios, para que con más ardor suspires por los bienes eternos(59).

Con amor aun mayor latía el Corazón de Jesucristo cuando de su boca salían palabras inspiradas en amor ardentísimo. Así, para poner algún ejemplo, cuando viendo a las turbas cansadas y hambrientas, dijo: Me da compasión esta multitud de gentes(60); y cuando, a la vista de Jerusalén, su predilecta ciudad, destinada a una fatal ruina por su obstinación en el pecado, exclamó: Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados: ¡cuántas veces quise recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus polluelos bajo las alas, y tú no lo has querido(61)! Su Corazón palpitó también de amor hacia su Padre y de santa indignación cuando vio el comercio sacrílego que en el templo se hacía, e increpó a los vendedores con estas palabras: Escrito está: «Mi casa será llamada casa de oración»; mas vosotros hacéis de ella una cueva de ladrones(62).

19. Pero particularmente se conmovió de amor y de temor su Corazón cuando, ante la hora ya tan inminente de los crudelísimos padecimientos y ante la natural repugnancia a los dolores y a la muerte, exclamó: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz(63); vibró luego con invicto amor y con amargura suma cuando, aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas palabras que suenan a última invitación de su Corazón misericordiosísimo al amigo que, con ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en manos de sus verdugos: Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?(64); en cambio, se desbordó con inmenso amor y profunda compasión cuando a las piadosas mujeres, que compasivas lloraban su inmerecida condena al tremendo suplicio de la cruz, les dijo así: Hijas de Jerusalén, no lloráis por mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos…, pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco qué se hará?(65)

Finalmente, colgado ya en la cruz el Divino Redentor, es cuando siente cómo su Corazón se trueca en impetuoso torrente, desbordado en los más variados y vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de angustia, de misericordia, de encendido deseo, de serena tranquilidad, como se nos manifiestan claramente en aquellas palabras tan inolvidables como significativas: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen(66); Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?(67); En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso(68); Tengo sed(69); Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu(70).

Eucaristía, María, Cruz

20. ¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón divino, signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los hombres sus más preciados dones: a Sí mismo en el sacramento de la Eucaristía, a su Madre Santísima y la participación en el oficio sacerdotal?

Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo al pensar en la institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con cuya efusión había de sellarse la Nueva Alianza, en su Corazón sintió intensa conmoción., que manifestó a sus apóstoles con estas palabras: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer(71); conmoción que, sin duda, fue aún más vehemente cuando tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: «Este es mi cuerpo, el cual se da por vosotros; haced esto en memoria mía». Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y dijo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por vosotros(72).

Con razón, pues, debe afirmarse que la divina EUCARISTÍA, como sacramento por el que El se da a los hombres y como sacrificio en el que El mismo continuamente se inmola desde el nacimiento del sol hasta su ocaso(73)», y también el SACERDOCIO, son clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de Jesús.

Don también muy precioso del Sacratísimo Corazón es, como indicábamos, la SANTÍSIMA VIRGEN, Madre excelsa de Dios y Madre nuestra amantísima. Era, pues, justo fuese proclamada Madre espiritual del género humano la que, por ser Madre natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la obra de regenerar a los hijos de Eva para la vida de la gracia. Con razón escribe de ella San Agustín: Evidentemente, Ella es la Madre de los miembros del Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que naciesen en la iglesia los fieles, que son los miembros de aquella Cabeza(74).

Al don incruento de Sí mismo bajo las especies del pan y del vino quiso Jesucristo nuestro Salvador unir, como supremo testimonio de su amor infinito, el sacrificio cruento de la Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime caridad que él propuso a sus discípulos como meta suprema del amor con estas palabras: -Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos(75). De donde el amor de Jesucristo, Hijo de Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo más elocuente, el amor mismo de Dios: En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su vida por nosotros; y así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos(76). Cierto es que nuestro Divino Redentor fue crucificado más por la interior vehemencia de su amor que por la violencia exterior de sus verdugos: su sacrificio voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada uno de los hombres, según la concisa expresión del Apóstol: Me amó y se entregó a sí mismo por mí(77).

Iglesia, sacramentos

21. No hay, pues, duda de que el Sagrado Corazón de Jesús, al ser participante tan íntimo de la vida del Verbo encarnado, y al haber sido por ello asumido como instrumento de la divinidad, no menos que los demás miembros de su naturaleza humana, para realizar todas las obras de la gracia y de la omnipotencia divina(78), por lo mismo es también símbolo legítimo de aquella inmensa caridad que movió a nuestro Salvador a celebrar, por el derramamiento de la sangre, su místico matrimonio con la Iglesia: Sufrió la pasión Por amor a la Iglesia, que había de unir a si comoEsposa(79). Por lo tanto, del Corazón traspasado del Redentor nació la Iglesia, verdadera dispensadora de la sangre de la Redención; y del mismo fluye abundantemente la gracia de los sacramentos que a los hijos de la Iglesia comunican la vida sobrenatural, como leemos en la sagrada Liturgia: Del Corazón abierto nace la Iglesia, desposada con Cristo… Tú, que del Corazón haces manar la gracia(80).

De este simbolismo, no desconocido para los antiguos Padres y escritores eclesiásticos, el Doctor común escribe, haciéndose su fiel intérprete: Del costado de Cristo brotó agua para lavar y sangre para redimir. Por eso 1a sangre es propia del sacramento de la Eucaristía; el agua, del sacramento del Bautismo, el cual, sin embargo, tiene su fuerza para lavar en virtud de la sangre de Cristo(81). Lo afirmado del costado de Cristo, herido y abierto por el soldado, ha de aplicarse a su Corazón, al cual, sin duda, llegó el golpe de la lanza, asestado precisamente por el soldado para comprobar de manera cierta la muerte de Jesucristo.

Por ello, durante el curso de los siglos, la herida del Corazón Sacratísimo de Jesús, muerto ya a esta vida mortal, ha sido la imagen viva de aquel amor espontáneo por el que Dios entregó a su Unigénito para la redención de los hombres, y por el que Cristo nos amó a todos con tan ardiente amor, que se inmoló a sí mismo como víctima cruenta en el Calvario: Cristo nos amó, y se ofreció a sí mismo a Dios, en oblación y hostia de olor suavísimo(82).

Ascensión

22. Después que nuestro Salvador subió al cielo con su cuerpo glorificado y se sentó a la diestra de Dios Padre, no ha cesado de amar a su esposa, la Iglesia, con aquel inflamado amor que palpita en su Corazón. Aun en la gloria del cielo, lleva en las heridas de sus manos, de sus pies y de su costado los esplendentes trofeos de su triple victoria: sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte; lleva además en su Corazón, como en arca preciosísima, aquellos inmensos tesoros de sus méritos, fruto de su triple victoria, que ahora distribuye con largueza al género humano ya redimido. Esta es una verdad consoladora, enseñada por el Apóstol de las Gentes cuando escribe: Al subirse a lo alto llevó consigo cautiva a una gran multitud de cautivos, y derramó sus dones sobre los hombres… El que descendió, ese mismo es el que ascendió sobre todos los cielos, para dar cumplimiento a todas las cosas(83).

Pentecostés

23. La misión del Espíritu Santo a los discípulos es la primera y espléndida señal del espléndido amor del Salvador, después de su triunfal ascensión a la diestra del Padre. De hecho, pasados diez días, el Espíritu Paráclito, dado por el Padre celestial, bajó sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo, como Jesús mismo les había prometido en la última cena: Yo rogaré al Padre y él os dará otro consolador para que esté con vosotros eternamente(84). El Espíritu Paráclito, por ser el Amor mutuo personal por el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, es enviado por ambos, bajo forma de lenguas de fuego, para infundir en el alma de los discípulos la abundancia de la caridad divina y de los demás carismas celestiales. Pero esta infusión de la caridad divina brota también del Corazón de nuestro Salvador, en el cual están encerrado todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia(85).

Esta caridad es, por lo tanto, don del Corazón de Jesús y de su Espíritu. A este común Espíritu del Padre y del Hijo se debe, en primer lugar, el nacimiento de la Iglesia y su propagación admirable en medio de todos los pueblos paganos, dominados hasta entonces por la idolatría, el odio fraterno, la corrupción de costumbres y la violencia. Esta divina caridad, don preciocísimo del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es la que dio a los Apóstoles y a los Mártires la fortaleza para predicar la verdad evangélica y testimoniarla hasta con su sangre; a los Doctores de la Iglesia, aquel ardiente celo por ilustrar y defender la fe católica; a los Confesores, para practicar las más selectas virtudes y realizar las empresas más útiles y admirables, provechosas a la propia santificación y a la salud eterna y temporal de los prójimos; a las Vírgenes, finalmente, para renunciar espontánea y alegremente a los goces de los sentidos, con tal de consagrarse por completo al amor del celestial Esposo.

A esta divina caridad, que redunda del Corazón del Verbo encarnado y se infunde por obra del Espíritu Santo en las almas de todos los creyentes, el Apóstol de las Gentes entonó aquel himno de victoria, que ensalza a la par el triunfo de Jesucristo, Cabeza, y de los miembros de su Místico Cuerpo sobre todo de cuanto algún modo se opone al establecimiento del Reino del amor entre los hombres: Quien podrá separarnos del amor de Cristo? La turbación?, la angustia?, el hambre?, la desnudes?, el riesgo, la persecución?, la espada?… Mas en todas estas cosas soberanamente triunfamos por obra de Aquel que nos amo. Porque seguro estoy de que ni muerte ni vida, ni angeles ni principados, ni lo presente ni lo venidero, ni poderío, ni altura, ni profundidades, ni otra alguna criatura sera capaz de separarnos del amor de Dios que se funda en Jesucristo nuestro Señor(86).

Sagrado Corazón, símbolo del amor de Cristo

24. Nada, por lo tanto, prohíbe que adoremos el razón Sacratísimo de Jesucristo como participación y símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que nuestro Divino Redentor siente aun hoy hacía el género humano. Ya no está sometido a las perturbaciones de esta vida mortal; sin embargo, vive y palpita y está unido de modo indisoluble a la Persona del Verbo divino, y, en ella y por ella, a su divina voluntad. Y porque el Corazón de Cristo se desborda en amor divino y humano, y porque está lleno de los tesoros de todas las gracias que nuestro Redentor adquirió por los méritos de su vida, padecimientos y muerte, es, sin duda, la fuente perenne de aquel amor que su Espíritu comunica a todos los miembros de su Cuerpo místico.

Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador en cierto modo refleja la imagen de la divina Persona del Verbo, y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y podemos considerar no sólo el sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. Luego, cuando adoramos el Corazón de Jesucristo, en él y por él adoramos así el amor increado del Verbo divino como su amor humano, con todos sus demás afectos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el Apóstol: Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de agua por la palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada(87).

Cristo ha amado a la Iglesia, y la sigue amando intensamente con aquel triple amor de que hemos hablado(88); y ése es el amor que le mueve a hacerse nuestro Abogado para conciliarnos la gracia y la misericordia del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros(89). La plegaria que brota de su inagotable amor, dirigida al Padre, no sufre interrupción alguna. Como en los días de su vida en la carne(90), también ahora, triunfante ya en el cielo, suplica al Padre con no menor eficacia: a Aquel que amó tanto al mundo que dio a su Unigénito Hijo, a fin de que todos cuantos eran en El no perezcan, sino que tengan la vida eterna(91). El muestra su Corazón vivo y herido, con un amor más ardiente que cuando, ya exánime, fue herido por la lanza del soldado romano: Por esto fue herido [tu Corazón], para que por la herida visible viésemos la herida invisible del amor(92).

Luego no puede haber duda alguna de que, ante las súplicas de tan grande Abogado hechas con tan vehemente amor, el Padre celestial, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros(93), por medio de El hará descender siempre sobre todos los hombres la exuberante abundancia de sus gracias divinas.

 

IV. HISTORIA DEL CULTO AL CORAZÓN DE JESÚS

25. Hemos querido, venerables hermanos, proponer a vuestra consideración y a la del pueblo cristiano, en sus líneas generales, la naturaleza íntima del culto al CORAZÓN de Jesús, y las perennes gracias que de él se derivan, tal como resaltan de su fuente primera, la revelación divina. Estamos persuadidos de que estas nuestras reflexiones, dictadas por la enseñanza misma del Evangelio, han mostrado claramente cómo este culto se identifica sustancialmente con el culto al amor divino y humano del Verbo Encarnado, y también con el culto al amor mismo con que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres pecadores; porque, como observa el Doctor Angélico, el amor de las tres Personas divinas es el principio y origen del misterio de la Redención humana, ya que, desbordándose aquél poderosamente sobre la voluntad humana de Jesucristo y, por lo tanto, sobre su Corazón adorable, le indujo con un idéntico amor a derramar generosamente su Sangre para rescatarnos de la servidumbre del pecado(94): Con un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustias hasta que se cumpla(95)!

Por lo demás, es persuasión nuestra que el culto tributado al amor de Dios y de Jesucristo hacia el género humano, a través del símbolo augusto del CORAZÓN traspasado del Redentor crucificado, jamás ha estado completamente ausente. de la piedad de los fieles, aunque su manifestación clara y su admirable difusión en toda la Iglesia se haya realizado en tiempos no muy remotos de nosotros, sobre todo después que el Señor mismo reveló este divino misterio a algunos hijos suyos, y los efigio para mensajeros y heraldos suyos, luego de haberles colmado con abundancia de dones sobrenaturales.

De hecho, siempre hubo almas especialmente consagradas a Dios que, inspiradas en los ejemplos de la excelsa Madre de Dios, de los Apóstoles y de insignes Padres de la Iglesia, han tributado culto de adoración, de gratitud y de amor a la Humanidad santísima de Cristo y en modo especial a las heridas abiertas en su Cuerpo por los tormentos de la Pasión salvadora.

Y ¿cómo no reconocer en aquellas palabras ¡Señor mío y Dios mío(96)!, pronunciadas por el apóstol Tomás y que revelan su espontánea transformación de incrédulo en fiel, una clara profesión de fe, de adoración y de amor, que de la humanidad llagada del Salvador se elevaba hasta la majestad de la Persona Divina?

Mas si el CORAZÓN traspasado del Redentor siempre ha llevado a los hombres a venerar su infinito amor por el género humano, porque para los cristianos de todos los tiempos han tenido siempre valor las palabras del profeta Zacarías, que el evangelista San Juan aplicó a Jesús Crucificado: Verán a Quien traspasaron(97), obligado es, sin embargo, reconocer que tan sólo poco a poco y progresivamente llegó ese CORAZÓN a constituir objeto directo de un culto especial, como imagen del amor humano y divino del Verbo Encamado.

Santos, Sta. Margarita María

26. Si queremos indicar siquiera las etapas gloriosas recorridas por este culto en la historia de la piedad cristiana, precisa, ante todo, recordar los nombres de algunos de aquellos que bien se pueden considerar corno los precursores de esta devoción que, en forma privada, pero de modo gradual, cada vez más vasto, se fue difundiendo dentro de los Institutos religiosos. Así, por ejemplo, se distinguieron por haber establecido y promovido cada vez más este culto al CORAZÓN Sacratísimo de Jesús: San Buenaventura, San Alberto Magno, Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena, el Beato Enrique Suso, San Pedro Canisio y San Francisco de Sales. San Juan Eudes es el autor del primer oficio litúrgico en honor del Sagrado CORAZÓN de Jesús, cuya fiesta solemne se celebró por primera vez, con el beneplácito de muchos Obispos de Francia, el 20 de octubre de 1672.

Pero entre todos los promotores de esta excelsa devoción merece un puesto especial Santa Margarita María Alacoque, porque su celo, iluminado y ayudado por el de su director espiritual -el Beato Claudio de la Colombiere-, consiguió que este culto, ya tan difundido, haya alcanzado el desarrollo que hoy suscita la admiración de los fieles cristianos, y que, por sus características de amor y reparación, se distingue de todas las demás formas de la piedad cristiana(98).

Basta esta rápida evocación de los orígenes y gradual desarrollo del culto del CORAZÓN de Jesús para convencernos plenamente de que su admirable crecimiento se debe principalmente al hecho de haberse comprobado que era en todo conforme con la índole de la religión cristiana, que es la religión del amor.

No puede decirse, por consiguiente, ni que este culto deba su origen a revelaciones privadas, ni cabe pensar que apareció de improviso en la Iglesia; brotó espontáneamente, en almas selectas, de su fe viva y de su piedad ferviente hada la persona adorable del Redentor y hacia aquellas sus gloriosas heridas, testimonio el más elocuente de su amor inmenso para el espíritu contemplativo de los fieles. Es evidente, por lo tanto, cómo las revelaciones de que fue favorecida Santa Margarita María ninguna nueva verdad añadieron a la doctrina católica- Su importancia consiste en que -al mostrar el Señor su CORAZÓN Sacratísimo- de modo extraordinario y singular quiso atraer la consideración de los hombres a la contemplación y a la veneración del amor tan misericordioso de Dios al género humano. De hecho, mediante una manifestación tan excepcional, Jesucristo expresamente y en repetidas veces mostró su CORAZÓN como el símbolo más apto para estimular a los hombres al conocimiento y a la estima de su amor; y al mismo tiempo lo constituyó como señal y prenda de su misericordia y de su gracia para las necesidades espirituales de la Iglesia en los tiempos modernos.

1765, Clemente XIII, y 1856, Pío IX

27. Además, una prueba evidente de que este culto nace de las fuente-,mismas del dogma católico está en el hecho de que la aprobación de la fiesta litúrgica por la Sede Apostólica precedió a la de los escritos de Santa Margarita María. En realidad, independientemente de toda revelación privada, y sólo accediendo a los deseos de los fieles, la Sagrada Congregación de Ritos, por decreto del 25 de enero de 1765, aprobado por nuestro predecesor Clemente XIII el 6 de febrero del mismo año, concedió a los Obispos de Polonia y a la Archicofradía Romana del Sagrado Corazón de Jesús la facultad de celebrar la fiesta litúrgica. Con este acto quiso la Santa Sede que tomase nuevo incremento un culto, ya en vigor y floreciente, cuyo fin era reavivar simbólicamente el recuerdo del amor divino(99), que había llevado al Salvador a hacerse víctima para expiar los pecados de los hombres.

A esta primera aprobación, dada en forma de privilegio Y aún limitada para determinados fines, siguió otra, a distancia casi de un siglo, de importancia mucho mayor y expresada en términos más solemnes. Nos referimos al decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del 23 de agosto de 1856, anteriormente mencionado, por el cual nuestro predecesor Pío IX, de i. m., acogiendo las súplicas de los Obispos de Francia y de casi todo el mundo católico, extendió a toda la Iglesia la fiesta del Corazón Sacratísimo de Jesús y prescribió la forma de su celebración litúrgica(100). Fecha ésta digna de ser recomendada al perenne recuerdo de los fieles, pues, como vemos escrito en la liturgia misma de dicha festividad, desde entonces, el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús, semejante a un río desbordado, venciendo todos los obstáculos, se difundió por todo el mundo católico.

De cuanto hemos expuesto hasta ahora aparece evidente, venerables hermanos, que en los textos de la Sagrada Escritura, en la Tradición y en la Sagrada Liturgia es donde los fieles han de encontrar principalmente los manantiales límpidos y profundos del culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, si desean penetrar en su íntima naturaleza y sacar de su pía meditación sustancia y alimento para su fervor religioso. Iluminada, y penetrando más íntimamente mediante esta meditación asidua, el alma fiel no podrá menos de llegar a aquel dulce conocimiento de la caridad de Cristo, en la cual está la plenitud toda de la vida cristiana, como, instruido por la propia experiencia, enseña el Apóstol: Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo…, para que, según las riquezas de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu ser fortalecidos en virtud en el hombre interior, y que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, estando arraigados y cimentados en caridad; a fin de que podáis… conocer también aquel amor de Cristo, que sobrepuja a todo conocimiento, para que seáis plenamente colmados de toda la plenitud de Dios(101). De esta universal plenitud es precisamente imagen muy espléndida el Corazón de Jesucristo: plenitud de misericordia, propia del Nuevo Testamento, en el cual Dios nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor para con los hombres(102); pues no envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve(103).

Culto al Corazón de Jesús, culto en espíritu y en verdad

28. Constante persuasión de la Iglesia, maestra de verdad para los hombres, ya desde que promulgó los primeros documentos oficiales relativos al culto del Corazón Sacratísimo de Jesús, fue que sus elementos esenciales, es decir, los actos de amor y de reparación tributados al amor infinito de Dios hacia los hombres, lejos de estar contaminados de materialismo y de superstición, constituyen una norma de piedad, en la que se cumple perfectamente aquella religión espiritual y verdadera que anunció el Salvador mismo a la Samaritana: Ya llega el tiempo, y ya estamos en él, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre desea. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarle en espíritu y en verdad(104).

Por lo tanto, no es justo decir que la contemplación del CORAZÓN físico de Jesús impide el contacto más íntimo con el amor de Dios, porque retarda el progreso del alma en la vía que conduce directa a la posesión de las más excelsas virtudes. La Iglesia rechaza plenamente este falso misticismo al igual que, por la autoridad de nuestro predecesor Incendio XI, de f. m., condenó la doctrina de quienes afirmaban: No deben (las almas de esta vía interna) hacer actos de amor a la bienaventurada Virgen, a los Santos o a la humanidad de Cristo; pues como estos objetos son sensibles, tal es también el amor hacia ellos. Ninguna criatura, ni aun la bienaventurada Virgen y los Santos, han de tener asiento en nuestro CORAZÓN; porque Dios quiere ocuparlo y poseerlo solo(105).

Los que así piensan son, natural mente, de opinión que el simbolismo del CORAZÓN de Cristo no se extiende más allá de su amor sensible y que no puede, por lo tanto, en modo alguno constituir un nuevo fundamento del culto de latría, que está reservado tan sólo a lo que es esencialmente divino. Ahora bien, una interpretación semejante del valor simbólico de las sagradas imágenes es absolutamente falsa, porque coarta injustamente su trascendental significado. Contraria es la opinión y la enseñanza de los teólogos católicos, entre los cuales Santo Tomás escribe así: A las imágenes se les tributa culto religioso, no consideradas en sí mismas, es decir, en cuanto realidades, sino en cuanto son imágenes que nos llevan hasta Dios encarnado. El movimiento del alma hacia la imagen, en cuanto es imagen, no se para en ella, sino que tiende al objeto representado por la imagen. Por consiguiente, del tributar culto religioso a las imágenes de Cristo no resulta un culto de latría diverso ni una virtud de religión distinta(106). Por lo tanto, es en la persona misma del Verbo Encarnado donde termina el culto relativo tributado a sus imágenes, sean éstas las reliquias de su acerba Pasión, sea la imagen misma que supera a todas en valor expresivo, es decir, el Corazón herido de Cristo crucificado.

Y así, del elemento corpóreo -el Corazón de Jesucristo- y de su natural simbolismo es legítimo y justo que, llevados en alas de la fe, nos elevemos no sólo a la contemplación de su amor sensible, sino más alto aún, hasta la consideración y adoración de su excelentísimo amor infundido, y, finalmente, en un vuelo sublime y dulce a un mismo tiempo, hasta la meditación y adoración del Amor divino del Verbo Encarnado. De hecho, a la luz de la fe -por la cual creemos que en la Persona de Cristo están unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina- nuestra mente se torna idónea para concebir los estrechísimos vínculos que existen entre el amor sensible del Corazón físico de Jesús y su doble amor espiritual, el humano y el divino. En realidad, estos amores no se deben considerar sencillamente como coexistentes en la adorable Persona del Redentor divino, sino también como unidos entre sí por vínculo natural, en cuanto que al amor divino están subordinados el humano espiritual y el sensible, los cuales dos son una representación analógica de aquél. No pretendemos con esto que en el Corazón de Jesús se haya de ver y adorar la que llaman imagen formal, es decir, la representación perfecta y absoluta de su amor divino, pues que no es posible representar adecuadamente con ninguna imagen criada la íntima esencia de este amor, pero el alma fiel, al venerar el Corazón de Jesús, adora juntamente con la Iglesia el símbolo y como la huella de la Caridad divina, la cual llegó también a amar con el Corazón del Verbo Encarnado al género humano, contaminado por tantos crímenes.

La más completa profesión de la religión cristiana

29. Por ello, en esta materia tan importante como delicada, es necesario tener siempre muy presente cómo la verdad del simbolismo natural, que relaciona al Corazón físico de Jesús con la persona del Verbo, descansa toda ella en la verdad primaria de la unión hipostática; en torno a la cual no cabe duda alguna, como no se quiera renovar los errores condenados más de una vez por la Iglesia, por contrarios a la unidad de persona en Cristo con la distinción e integridad de sus dos naturalezas.

Esta verdad fundamental nos permite entender cómo el Corazón de Jesús es el corazón de una persona divina, es decir, del Verbo Encarnado, y que, por consiguiente representa y pone ante los ojos todo el amor que El nos ha tenido y tiene aun. Y aquí está la razón de por qué el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa profesión de la religión cristiana. Verdaderamente, la religión de ,Jesucristo se funda toda en el Hombre Dios Mediador, de manera que no se puede llegar al Corazón de Dios sino pasando por el Corazón de Cristo, conforme a lo que El mismo afirmó: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí(107).

Siendo esto así, fácilmente se deduce que el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús no es sustancialmente sino el mismo culto al amor con que Dios nos amó por medio de Jesucristo, al mismo tiempo que el ejercicio de nuestro amor a Dios y a los demás hombres. Dicho de otra manera: Este culto se dirige al amor de Dios para con nosotros, proponiéndolo como objeto de adoración, de acción de gracias y de imitación; además, considera la perfección de nuestro amor a Dios y a los hombres como la meta que ha de alcanzarse por el cumplimiento cada vez más generoso del mandamiento «nuevo», que el Divino Maestro legó como sacra herencia a sus Apóstoles, cuando les dijo: Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis los unos a los otros como yo os he amado… El precepto mío es que os améis unos a otros como yo os he amado(108). Mandamiento éste en verdad nuevo y propio de Cristo; porque, como dice Santo Tomás de Aquino: Poca diferencia hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, pues, como dice Jeremías, «Haré un pacto nuevo con la casa de Israel»(109). Pero que este mandamiento se practicase en el Antiguo Testamento a impulso de santo temor y amor, se debía al Nuevo Testamento; en cuanto que, sí este mandamiento ya existía en la Antigua Ley, no era como prerrogativa suya propia, sino más bien como prólogo y preparación de la Ley Nueva(110).

 

V. SUMO APRECIO POR EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

30. Antes de terminar estas consideraciones tan hermosas como consoladoras sobre la naturaleza auténtica de este culto y su cristiana excelencia, Nos, plenamente consciente del oficio apostólico que por primera vez fue confiado a San Pedro, luego de haber profesado por tres veces su amor a Jesucristo nuestro Señor, creemos conveniente exhortaros una vez más, venerables hermanos, y por vuestro medio a todos los queridísimos hijos en Cristo, para que con creciente entusiasmo cuidéis de promover esta suavísima devoción, pues de ella han de brotar grandísimos frutos también en nuestros tiempos.

Y en verdad que si debidamente se ponderan los argumentos en que se funda el culto tributado al Corazón herido de Jesús, todos verán claramente cómo aquí no se trata de una forma cualquiera de piedad que sea lícito posponer a otras o tenerla en menos, sino de una práctica religiosa muy apta para conseguir la perfección cristiana. Si la devoción -según el tradicional concepto teológico, formulado por el Doctor Angélico- no es sino la pronta voluntad de dedicarse a todo cuanto con el servicio de Dios se relaciona(111), ¿puede haber servicio divino más debido y más necesario, al mismo tiempo que más noble y dulce, que el rendido a su amor? Y ¿qué servicio cabe pensar más grato y afecto a Dios que el homenaje tributado a la caridad divina y que se hace por amor, desde el momento en que todo servicio voluntario en cierto modo es un don, y cuando el amor constituye el don primero, por el que nos son dados todos los dones gratuitos?(112). Es digna, pues, de sumo honor aquella forma de culto por la cual el hombre se dispone a honrar y amar en sumo grado a Dios y a consagrarse con mayor facilidad y prontitud al servicio de la divina caridad; y ello tanto más cuanto que nuestro Redentor mismo se dignó proponerla y recomendarla al pueblo cristiano, y los Sumos Pontífices la han confirmado con memorables documentos y la han enaltecido con grandes alabanzas. Y así, quien tuviere en poco este insigne beneficio que Jesucristo ha dado a su Iglesia, procedería en forma temeraria y perniciosa, y aun ofendería al mismo Dios.

31. Esto supuesto, ya no cabe duda alguna de que los cristianos que honran el sacratísimo Corazón del Redentor cumplen el deber, ciertamente gravídico, que tienen de servir a Dios, y que juntamente se consagran a sí mismos y toda su propia actividad, tanto interna como externa, a su Creador y Redentor, poniendo así en práctica aquel divino mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas(113). Además de que así tienen la certeza de que a honrar a Dios no les mueve ninguna ventaja personal, corporal o espiritual, temporal o eterna, sino la bondad misma de Dios, a quien cuidan de obsequiar con actos de amor, de adoración y de debida acción de gracias. Si no fuera así, el culto al sacratísimo Corazón de Jesús ya no respondería a la índole genuina de la religión cristiana, porque entonces el hombre con tal culto ya no tendría como mira principal el servicio de honrar principalmente el amor divino; y entonces deberían mantenerse como justas las acusaciones de excesivo amor y de demasiada solicitud por sí mismos, motivadas por quienes entienden mal esta devoción tan nobilísima, o no la practican con toda rectitud.

Todos, pues, tengan la firme persuasión de que en el culto al augustísimo Corazón de Jesús lo más importante no consiste en las devotas prácticas externas de piedad, y que el motivo principal de abrazarlo tampoco debe ser la esperanza de la propia utilidad, porque aun estos beneficios Cristo nuestro Señor los ha prometido mediante ciertas revelaciones privadas, precisamente para que los hombres se sintieran movidos a cumplir con mayor fervor los principales deberes de la religión católica, a saber, el deber del amor y el de la expiación, al mismo tiempo que así obtengan de mejor manera su propio provecho espiritual.

Difusión de este culto

32. Exhortamos, pues, a todos nuestros hijos en Cristo a que practiquen con fervor esta devoción, así a los que ya están acostumbrados a beber las aguas saludables que brotan del Corazón del Redentor como, sobre todo, a los que, a guisa de espectadores, desde lejos miran todavía con espíritu de curiosidad y hasta de duda. Piensen éstos con atención que se trata de un culto, según ya hemos dicho, que desde hace mucho tiempo está arraigado en la Iglesia, que se apoya profundamente en los mismos Evangelios; un culto en cuyo favor está claramente la Tradición y la sagrada Liturgia, y que los mismos Romanos Pontífices han ensalzado con alabanzas tan multiplicadas como grandes: no se contentaron con instituir una fiesta en honor del Corazón augustísimo del Redentor, y extenderla luego a toda la Iglesia, sino que por su parte tomaron la iniciativa de dedicar y consagrar solemnemente todo el género humano al mismo sacratísimo Corazón(114). Finalmente, conveniente es asimismo pensar que este culto tiene en su favor una mies de frutos espirituales tan copiosos como consoladores, que de ella se han derivado para la Iglesia: innumerables conversiones a la religión católica, reavivada vigorosamente la fe en muchos espíritus, más íntima la unión de los fieles con nuestro amantísimo Redentor; frutos todos estos que, sobre todo en los últimos decenios, se han mostrado en una forma tan frecuente como conmovedora.

Al contemplar este admirable espectáculo de la extensión y fervor con que la devoción al sacratísimo Corazón de Jesús se ha propagado en toda clase de fieles, nos sentimos ciertamente lleno de gozo y de inefable consuelo; y, luego de dar a nuestro Redentor las obligadas gracias por los tesoro infinitos de su bondad, no podemos menos de expresar nuestra paternal complacencia a todos los que, tanto del clero como del elemento seglar, con tanta eficacia han cooperado a promover este culto.

Penas actuales de la Iglesia

33. Aunque la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, venerables hermanos, ha producido en todas partes abundantes frutos de renovación espiritual en la vida cristiana, sin embargo, nadie ignora que la Iglesia militante en la tierra y, sobre todo, la sociedad civil no han alcanzado aún el grado de perfección que corresponde a los deseos de Jesucristo, Esposo Místico de la Iglesia y Redentor del género humano. En verdad que no pocos hijos de la Iglesia afean con numerosas manchas y arrugas el rostro materno, que en sí mismos reflejan; no todos los cristianos brillan por la santidad de costumbres, a la que por vocación divina están llamados; no todos los pecadores, que en mala hora abandonaron la casa paterna, han vuelto a ella, para de nuevo vestirse con el vestido precioso(115) y recibir el anillo, símbolo de fidelidad para con el Esposo de su alma; no todos los infieles se han incorporado aún al Cuerpo Místico de Cristo. Hay más. Porque si bien nos llena de amargo dolor el ver cómo languidece la fe en los buenos, y contemplar cómo, por el falaz atractivo de los bienes terrenales, decrece en sus almas y poco a poco se apaga el fuego de la caridad divina, mucho más nos atormentan las maquinaciones de los impíos que, ahora más que nunca, parecen incitados por el enemigo infernal en su odio implacable y declarado contra Dios, contra la Iglesia y, sobre todo, contra aquel que en la tierra representa a la persona del divino Redentor y su caridad para con los hombres, según la conocidísima frase del Doctor de Milán: (Pedro) es interrogado acerca de lo que se duda, pero no duda el Señor; pregunta no para saber, sino para enseñar al que, antes de ascender al cielo, nos daba como «vicario de su amor(116)».

34. Ciertamente, el odio contra Dios y contra los que legítimamente hacen sus veces es el mayor delito que puede cometer el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a gozar de su amistad perfecta y eterna en el cielo; puesto que por el odio a Dios el hombre se aleja lo más posible del Sumo Bien, y se siente impulsado a rechazar de sí y de sus prójimos cuanto viene de Dios, une con Dios y conduce a gozar de Dios, o sea, la verdad, la virtud, la paz y la justicia(117).

Pudiendo, pues, observar que, por desgracia, el número de los que se jactan de ser enemigos del Señor eterno crece hoy en algunas partes, y que los falsos principios del materialismo se difunden en las doctrinas y en la práctica; y oyendo cómo continuamente se exalta la licencia desenfrenada de las pasiones, ¿qué tiene de extraño que en muchas almas se enfríe la caridad, que es la suprema ley de la religión cristiana, el fundamento más firme de la verdadera y perfecta justicia, el manantial más abundante de la paz y de las castas delicias? Ya lo advirtió nuestro Salvador: Por la inundación de los vicios, se resfriará la caridad de muchos(118).

Un culto providencial

35. Ante tantos males que, hoy más que nunca, trastornan profundamente a individuos, familias, naciones y orbe entero, ¿dónde, venerables hermanos, hallaremos un remedio eficaz? ¿Podremos encontrar alguna devoción que aventaje al culto augustísimo del Corazón de Jesús, que responda mejor a la índole propia de la fe católica, que satisfaga con más eficacia las necesidades espirituales actuales de la Iglesia y del género humano? ¿Qué homenaje religioso más noble, más suave y más saludable que este culto, pues se dirige todo a la caridad misma de Dios?(119). Por último, ¿qué puede haber más eficaz que la caridad de Cristo -que la devoción al Sagrado Corazón promueve y fomenta cada día más- para estimular a los cristianos a que practiquen en su vida la perfecta observancia de la ley evangélica, sin la cual no es posible instaurar entre los hombres la paz verdadera, como claramente enseñan aquellas palabras del Espíritu Santo: Obra de la justicia será la paz?(120)

Por lo cual, siguiendo el ejemplo de nuestro inmediato antecesor, queremos recordar de nuevo a todos nuestros hijos en Cristo la exhortación que León XIII, de i. m., al expirar el siglo pasado, dirigía a todos los cristianos y a cuantos se sentían sinceramente preocupados por su propia salvación y por la salud de la sociedad civil: Ved hoy ante vuestros ojos un segundo lábaro consolador y divino: el Sacratísimo, Corazón de Jesús… que brilla con refulgente esplendor entre las llamas. En El hay que poner toda nuestra confianza; a El hay que suplicar y de El hay que esperar nuestra salvación(121).

Deseamos también vivamente que cuantos se glorían del nombre de cristianos e ,intrépidos, combaten por establecer el Reino de Jesucristo en el mundo, consideren la devoción al Corazón de Jesús como bandera y manantial de unidad, de salvación y de paz. No piense ninguno que esta devoción perjudique en nada a las otras formas de piedad con que el pueblo cristiano, bajo la dirección de la Iglesia , venera al Divino Redentor. Al contrario, una ferviente devoción al Corazón de Jesús fomentará y promoverá, sobre todo, el culto a la santísima Cruz, no menos que el amor al augustísimo Sacramento del altar. Y, en realidad, podemos afirmar -como lo ponen de relieve las revelaciones de Jesucristo mismo a Santa Gertrudis y a Santa Margarita María- que ninguno comprenderá bien a Jesucristo crucificado si no penetra en los arcanos de su Corazón. Ni será fácil entender el amor con que Jesucristo se nos dio a sí mismo por alimento espiritual si no es mediante la práctica de una especial devoción al Corazón Eucarístico de Jesús; la cual -para valemos de las palabras de nuestro predecesor, de f. m., León XIII- nos recuerda aquel acto de amor sumo con que nuestro Redentor, derramando todas las riquezas de su Corazón, a fin de prolongar su estancia con nosotros hasta la consumación de los siglos, instituyó el adorable Sacramento de la Eucaristía(122). Ciertamente, no es pequeña la parte que en la Eucaristía tuvo su Corazón, por ser tan grande el amor de su Corazón con que nos la dio(123).

Final

36. Finalmente, con el ardiente deseo de poner una firme muralla contra las impías maquinaciones de los enemigos de Dios y de la Iglesia, y también hacer que las familias y las naciones vuelvan a caminar por la senda del amor a Dios y al prójimo, no dudamos en proponer la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como escuela eficacísima de caridad divina; caridad divina en la que se ha de fundar, como en el más sólido fundamento, aquel Reino de Dios que urge establecer en las almas de los individuos, en la sociedad familiar y en las naciones, como sabiamente advirtió nuestro mismo predecesor, de p. m.: El reino de Jesucristo saca su fuerza y su hermosura de la caridad divina: su fundamento y su excelencia es amar santa y ordenadamente. De donde se sigue, necesariamente: cumplir íntegramente los propios deberes, no violar los derechos ajenos, considerar los bienes naturales como inferiores a los sobrenaturales y anteponer el amor de Dios a todas las cosas(124).

Y para que la devoción al Corazón augustísimo de Jesús produzca mas copiosos frutos de bien en la familia cristiana y aun en toda la humanidad, procuren los fieles unir a ella estrechamente la devoción al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios. Ha sido voluntad de Díos que en la obra de la Redención humana, la Santísima Virgen María estuviese inseparablemente unida con Jesucristo; tanto, que nuestra salvación es fruto de la caridad de Jesucristo y de sus padecimientos, a los cuales estaban íntimamente unidos el amor y los dolores de su Madre. Por eso, el pueblo cristiano que por medio de María ha recibido de Jesucristo la vida divina, después de haber dado al Sagrado Corazón de Jesús el debido culto, rinda también al amantísimo Corazón de su Madre celestial parecidos obsequios de piedad, de amor, de agradecimiento y de reparación. En armonía con este sapientísimo y suavísimo designio de la divina Providencia, Nos mismo, con un acto solemne, dedicamos y consagramos la santa Iglesia y el mundo entero al Inmaculado razón de la Santísima Virgen María(125).

37. Cumpliéndose felizmente este año, como indicamos antes, el primer siglo de la institución de la fiesta dc1 Sagrado Corazón de Jesús en toda la Iglesia por nuestro predecesor Pío IX, de f m., es vivo deseo nuestro, venerables hermanos, que el pueblo cristiano celebre en todas partes solemnemente este centenario con actos públicos de adoración, de acción de gracias y de reparación al Corazón divino de Jesús. Con especial fervor se celebrarán, sin duda, estas solemnes manifestaciones de alegría cristiana y de cristiana piedad -en unión de caridad y de oraciones con todos los demás fieles- en aquella nación en la cual, por designio de Dios, nació aquella santa virgen que fue promotora y heraldo infatigable de esta devoción.

Entre tanto, animados por dulce esperanza, y como gustando ya los frutos espirituales que copiosamente han de redundar -en la Iglesia- de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, con tal de que esta, como ya hemos explicado, se entienda rectamente y se practique con fervor, suplicamos a Dios quiera hacer que con el poderoso auxilio de su gracia se cumplan estos nuestros vivos deseos, a la vez que expresamos también la esperanza de que, con la divina gracia, como frutos de las solemnes conmemoraciones de este año, aumente cada vez más la devoción de los fieles al Sagrado Corazón de Jesús, y así se extienda más por todo el mundo su imperio y reino suavísimo: reino de verdad y de vida, reino de gracia, reino de justicia, de amor y de paz(126).

Como prenda de estos dones celestiales, os impartimos de todo corazón la Bendición Apostólica, tanto a vosotros personalmente, venerables hermanos, como al clero y a todos los fieles encomendados a vuestra pastoral solicitud, y especialmente a todos los que se consagran a fomentar y promover la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de mayo de 1956, año decimoctavo de nuestro pontificado.

SS. Pío XII

 

NOTAS:
1. Is12,3
2. San 1,17
3. Jn7,37,39
4. Cf.Is 12,3;Ez 47,1-12;Zac 13,1;Ex 17,1-17;Num 20,7-13; 1Cor 10,4;Ap 7,17;22,1.
5. Rom 5,5
6. 1Cor 6,17
7. Jn4,10
8. Hech 4,12.
9. Enc. Annum Sacrum, 25 mayo 1899:AL 19 (1900) 71,77-78.
10. Enc. Misserentissimus Redentor, 8 mayo 1928:AAS 30(1928)167.
11. Cf.en. Summi Pontificatus, 20oct.1939:AAS 31 (1939)415
12. Cf.AAS 32 (1940) 276;35 (1943) 170;37 (1945)263-264:40(1948)501;41(1949)331.
13. Ef3,20-21.
14. Is 12,3
15. Conc. Ephes. Can.8;cf.Mansi,Sacrorum Concilirum amplis. Collectiio,4, 1083 C; Conc. Const. II, can 9; cf. Ibid,9, 382E
16. Cf. Enc.Annum sacrum:AL 19 (1900) 76.
17. Cf. Ex 34.27-28.
18. Dt 6,4-6
19. II-II 2,7:ed. Leon. 8 (1895) 34.
20. Dt 32,11.
21. Os 11,1,3-4; 14,5-6.
22. Is 49,14-15
23. Cant 2,2; 6,2; 8,6.
24. Jn 1,14.
25. Jer 31,3;31,33-34.
26. Cf.Jn1,29;Heb9,18-28;10,1-17
27. Jn 1,16-17
28. Ibid., 21
29. Ef 3,17-19
30. Sum. Theol. 3,48,2: ed. Leon. 11 (1903)464.
31. Cf. Enc. Misserentissimus Redemptor: AAS 20 (1928) 170.
32. Ef2,4; Sum.theol. 3,46,1 ad 3:ed. Leon 11 (1903)436.
33. Ef3,18
34. Jn 4,24
35. 2Jn 7.
36. Cf.Lc1,35
37. S Leon Magno, Ep domg. Lectis dilectionis tue ad Flavianum Const. Patr. 13 jun. A. 449; cf. PL 54,763.
38. Conc Chalced. A.451; cf. Mansi, op. Cit. 7,115B.
39. S Gelasio Papa, tr.3: Necessarium, de duebus naturis in Christo; cf.A. Thiel., Rom. Pont. A S Hilaro usque ad Pelagium II, p.532.
40. Cf. S. Th., Sum.theol.3,15,4;18,6 ed Leon II 1903 189 et 237
41. Cf 1 Cor 1,23
42. Heb 2,11-14.17-18
43. Apol. 2,13;PG 6,465.
44. Ep. 261,3:PG32,972.
45. In lo. Homil. 63,2:PG 59,350.
46. De fde ad Grtianum 2,7,56:PL16,594.
47. Cf. Super Mat.26,37: PL26,205.
48. Enarr in Ps 87,3 PL 37,1111.
49. De fide orth. 3,6:PG 94,1006.
50. Ibid.,3,20:PG 94, 1081.
51. II-II 48,4: ed. Leon. 6 (1891)306.
52. Col 2,9
53. Cf. Sum. Theol. 3,9.1-3; ed. Leon. 11(1903)142
54. Cf. Ibid., 3,33,2 ad 3;46,6: ed Leon. 11 (1903)342,433.
55. Tit 3,4
56. Mt 27,50; Jn 19,30
57. Ef 2,7
58. Heb 10,5-7,10
59. Registr. Epist.4,ep.31 ad Theodorum medicum:PL 77,706.
60. Mc 8,2
61. Mt 23,37
62. Ibid.,21,13
63. Ibid.,26,39
64. Ibid.,26,50; Lc 22,48
65. Lc 23,28.31.
66. Ibid.,23,34
67. Mt27,46
68. Lc 23,43
69. Jn 19,28
70. Lc 23,46
71. Ibid.,22,15
72. Ibid.,22,19-20
73. Mal 1,11
74. De Sancta Virginitate 6:PL
75. Jn 15,13
76. 1 Jn 3,16
77. Gal 2,20
78. Cf. S. Th., Sum. Theol.3,19,1:ed. Leon. 11 (1906)329.
79. Sum theol.suppl. 42,1 ad 3: ed.Leon. 12(1906)81
80. Hymn. ad Vesp.Feti Ssmi. Cordis Iesu.
81. 3,66,3 ad 3:ed Leon. 12(1906)65
82. Ef 5.2
83. Ibid.,4,8,10.
84. Jn14,16
85. Col2,3
86. Rom 8,35.37-39
87. Ef5,25-27
88. Cf.1Jn 2.1
89. Heb 7,25
90. Ibid.,5,7.
91. Jn 3,16
92. S Buenaventura, Opusc. X Vitis Mistica 3,5:Opera Omnia; Ad Claras Aquas (Quaracchi)1898,164. Cf S.TH3,54,4:ed. Leon. 11 (1903)513
93. Rom 8,32
94. Cf. 3,48,5:ed Leon 11 (1903)467
95. Lc 12,50
96. Jn 20,28
97. Ibid.,19,37; cf. Zac 12,10.
98. Cf. Litt. Enc. Miserentissimus Redemptor: AAS 20 (1928) 167-168.
99. Cf.A Gardellini, Decreta authentica (1857) n.4579, tomo 3,174
100. Cf. Decr. S.C. Rit. Apud N. Nilles, De rationibus festorum Sacratisimi Cordis Iesu et purissrmi Cordis Marie, 5ta ed. (Innsbruck 1885). Tomo 1,167.
101. Ef 3,14,16-19
102. Tit 3,4
103. Jn 3,17
104. Ibid., 4,23-24
105. Inocencio XI, consist. Ap. Coelestis Pastor, 19 nov.1687:Bullarium Romanum (Romae 1734), tomo 8, p.443
106. II-II 81,3 ad 3:ed Leon. 9 (1897)
107. Jn 14,6
108. Ibid., 13,34; 15,12
109. Jer 31,31
110. Comment. In Evang.S. Ioann. 13, lect.7,3:ed. Parmae (1860), tomo 10,p.541
111. II-II 82,1: ed.Leon. 9 (1897)187
112. Ibid., 1,38,2:ed. Leon. 4 (1888)393
113. Mc 12,30; Mt 22,37
114. Cf. Leon XIII, enc. Annum Sacrum:AL19 (1900)71s. Decr. S C Rituum, 28 jun. 1899, in Decr. Auth.3, n. 3712. Pio XI, enc. Miserentissimus Redemptor:AAS 20 (1928)177s. Decr. SC. Rit.29 en 1929:AAS (1929)77.
115. Lc 15,22
116. Exposit. In Evang. Sec. Lucam, 10,175:PL 15,1942.
117. Cf.S Th.,Sum.theol. II-II 34,2 ed. Leon. 8(1895)274
118. Mt24,12
119. Cf. Enc. Miserentissimus Redentor: AAS 20 (1928)166.
120. Is 32,17
121. Enc. Annum Sacrum: AL 19 (1900)79. Enc. Miserentissimus Redentor: AAS 20 (1928) 167/
122. Litt.ap.quibus Archisodalitas a Corde Eucharistico Iesu ad S. Iochim de Urbe ergitur, 17 febr. 1903:AL 22 (1903)307s; cf. Enc Mirae caritatis, 22 mayo 1902: AL 22 (1903)116
123. S. Alberto M., De Eucharistia, dist. 6, tr.I: OperaOmnia ed. Borgnet, vol.38 (Parisilis 1890)p.358.
124. Enc. Tametsi: Acta Leonis 20 (1900)303
125. Cf. AAS 34 (1942)345s.
126. Ex Miss. Rom. Praef. Iesu Christi Regis.
 
 

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Miserentissimus Redemptor Carta Encíclica sobre la Expiación que Todos deben al Sagrado Corazón de Jesús

Ambrogio Damiano Achille Ratti; Desio, 1857 – Roma, 1939) Papa romano bajo cuyo pontificado (1922-1939) se dio solución a la «cuestión romana» en el Tratado de Letrán, según el cual se reconoce el Estado independiente del Vaticano y se regulan las relaciones de la Santa Sede con el entonces Reino de Italia.

El 6 de febrero de 1922, en el cónclave que siguió a la muerte de Benedicto XV, resultó elegido papa. Era un hombre de estudio, de una cultura excepcional y además estaba muy bragado en los asuntos de la curia romana.

Pío XI destacó como gran animador de las misiones y como mecenas de las ciencias en las más variadas expresiones. En el primer aspecto, unificó el movimiento misionero en torno a las Obras Misionales para la Propagación de la fe, para la Santa Infancia y para el Clero indígena; creó el Museo Misionero en el palacio de Letrán (Roma); consagró en Roma a los primeros obispos chinos y japoneses e instituyó 78 nuevas misiones en tierras de infieles.

Como mecenas de las ciencias reformó, adaptándolos a las exigencias de los tiempos, los programas de seminarios y universidades católicos, con la constitución apostólica «Deus scientiarum Dominus» (1931); fundó el Instituto Pontificio de Arqueología Cristiana; instaló una emisora de radiodifusión en el Vaticano, que él mismo inauguró el 12 de febrero de 1931 con su mensaje «Qui arcana Dei»; fundó la Academia Pontificia de las Ciencias, con 70 miembros escogidos de entre los más ilustres científicos del mundo.
Hondamente preocupado por el imparable ascenso del nacionalsocialismo de Hitler, consintió en establecer con él un concordato en 1933, concordato que el Führer no respetó ni siquiera en sus principios. Las relaciones estaban ya rotas cuando Hitler visitó a Mussolini en Roma (mayo de 1938) y se abstuvo de visitar el Vaticano. Angustiado por el terrible huracán que veía impotente cernirse sobre Europa, Pío XI ofreció su vida a Dios «por la paz y la prosperidad de los pueblos», y murió justo antes de que estallara la II Guerra Mundial.

 

CARTA ENCÍCLICA DE PÍO XI (8-V-1928)

Aparición de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque

1. Nuestro Misericordiosísimo Redentor, después de conquistar la salvación del linaje humano en el madero de la Cruz y antes de su ascensión al Padre desde este mundo, dijo a sus apóstoles y discípulos, acongojados de su partida, para consolarles: «Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Voz dulcísima, prenda de toda esperanza y seguridad; esta voz, venerables hermanos, viene a la memoria fácilmente cuantas veces contemplamos desde esta elevada cumbre la universal familia de los hombres, de tantos males y miserias trabajada, y aun la Iglesia, de tantas impugnaciones sin tregua y de tantas asechanzas oprimida.

Esta divina promesa, así como en un principio levantó los ánimos abatidos de los apóstoles, y levantados los encendió e inflamó para esparcir la semilla de la doctrina evangélica en todo el mundo, así después alentó a la Iglesia a la victoria sobre las puertas del infierno. Ciertamente en todo tiempo estuvo presente a su Iglesia nuestro Señor Jesucristo; pero lo estuvo con especial auxilio y protección cuantas veces se vio cercada de más graves peligros y molestias, para suministrarle los remedios convenientes a la condición de los tiempos y las cosas, con aquella divina Sabiduría que «toca de extremo a extremo con fortaleza y todo lo dispone con suavidad» (Sal 8,1). Pero «no se encogió la mano del Señor» (Is 59, 1) en los tiempos más cercanos; especialmente cuando se introdujo y se difundió ampliamente aquel error del cual era de temer que en cierto modo secara las fuentes de la vida cristiana para los hombres, alejándolos del amor y del trato con Dios.

Mas como algunos del pueblo tal vez desconocen todavía, y otros desdeñan, aquellas quejas del amantísimo Jesús al aparecerse a Santa Margarita María de Alacoque, y lo que manifestó esperar y querer a los hombres, en provecho de ellos, plácenos, venerables hermanos, deciros algo acerca de la honesta satisfacción a que estamos obligados respecto al Corazón Santísimo de Jesús; con el designio de que lo que os comuniquemos cada uno de vosotros lo enseñe a su grey y la excite a practicarlo.

2. Entre todos los testimonios de la infinita benignidad de nuestro Redentor resplandece singularmente el hecho de que, cuando la caridad de los fieles se entibiaba, la caridad de Dios se presentaba para ser honrada con culto especial, y los tesoros de su bondad se descubrieron por aquella forma de devoción con que damos culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia» (Col 2, 3).

Pues, así como en otro tiempo quiso Dios que a los ojos del humano linaje que salía del arca de Noé resplandeciera como signo de pacto de amistad «el arco que aparece en las nubes» (Gén 2, 14), así en los turbulentísimos tiempos de la moderna edad, serpeando la herejía jansenista, la más astuta de todas, enemiga del amor de Dios y de la piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como padre cuanto temérsele como implacable juez, el benignísimo Jesús mostró su corazón como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes, asegurando cierta la victoria en el combate. A este propósito, nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, en su encíclica Annum Sacrum, admirando la oportunidad del culto al Sacratísimo Corazón de Jesús, no vaciló en escribir: «Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, sufría la opresión del yugo de los Césares, la Cruz, aparecida en la altura a un joven emperador, fue simultáneamente signo y causa de la amplísima victoria lograda inmediatamente. Otro signo se ofrece hoy a nuestros ojos, faustísimo y divinísimo: el Sacratísimo Corazón de Jesús con la Cruz superpuesta, resplandeciendo entre llamas, con espléndido candor. En El han de colocarse todas las esperanzas; en El han de buscar y esperar la salvación de los hombres».

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús

3. Y con razón, venerables hermanos; pues en este faustísimo signo y en esta forma de devoción consiguiente, ¿no es verdad que se contiene la suma de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, como que más expeditamente conduce los ánimos a conocer íntimamente a Cristo Señor Nuestro, y los impulsa a amarlo más vehementemente, y a imitarlo con más eficacia? Nadie extrañe, pues, que nuestros predecesores incesantemente vindicaran esta probadísima devoción de las recriminaciones de los calumniadores y que la ensalzaran con sumos elogios y solícitamente la fomentaran, conforme a las circunstancias.

Así, con la gracia de Dios, la devoción de los fieles al Sacratísimo Corazón de Jesús ha ido de día en día creciendo; de aquí aquellas piadosas asociaciones, que por todas partes se multiplican, para promover el culto al Corazón divino; de aquí la costumbre, hoy ya extendida por todas partes, de comulgar el primer viernes de cada mes, conforme al deseo de Cristo Jesús.

La consagración

4. Mas, entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eter
na bondad de Dios. Después que nuestro Salvador, movido más que por su propio derecho, por su inmensa caridad para nosotros, enseñó a la inocentísima discípula de su Corazón, Santa Margarita María, cuánto deseaba que los hombres le rindiesen este tributo de devoción, ella fue, con su maestro espiritual, el P. Claudio de la Colombière, la primera en rendirlo. Siguieron, andando el tiempo, los individuos particulares, después las familias privadas y las asociaciones y, finalmente, los magistrados, las ciudades y los reinos.

Mas, como en el siglo precedente y en el nuestro, por las maquinaciones de los impíos, se llegó a despreciar el imperio de Cristo nuestro Señor y a declarar públicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta hubo asambleas que gritaban: «No queremos que reine sobre nosotros» (Lc 19, 14), por esta consagración que decíamos, la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús prorrumpía unánime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: «Es necesario que Cristo reine (1 Cor 15, 25). Venga su reino». De lo cual fue consecuencia feliz que todo el género humano, que por nativo derecho posee Jesucristo, único en quien todas las cosas se restauran (Ef 1, 10), al empezar este siglo, se consagra al Sacratísimo Corazón, por nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, aplaudiendo el orbe cristiano.

Comienzos tan faustos y agradables, Nos, como ya dijimos en nuestra encíclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las preces reiteradas y numerosas de obispos y fieles, con el favor de Dios completamos y perfeccionamos, cuando, al término del año jubilar, instituimos la fiesta de Cristo Rey y su solemne celebración en todo el orbe cristiano.

Cuando eso hicimos, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey. Por esto ordenábamos también que en el día de esta fiesta se renovase todos los años aquella consagración para conseguir más cierta y abundantemente sus frutos y para unir a los pueblos todos con el vínculo de la caridad cristiana y la conciliación de la paz en el Corazón de Cristo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan.

La expiación o reparación

5. A estos deberes, especialmente a la consagración, tan fructífera y confirmada en la fiesta de Cristo Rey, necesario es añadir otro deber, del que un poco más por extenso queremos, venerables hermanos, hablaros en las presentes letras; nos referimos al deber de tributar al Sacratísimo Corazón de Jesús aquella satisfacción honesta que llaman reparación.

Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación.

Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y «saturado de oprobio» y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo.

Pecadores como somos todos, abrumados de muchas culpas, no hemos de limitarnos a honrar a nuestro Dios con sólo aquel culto con que adoramos y damos los obsequios debidos a su Majestad suprema, o reconocemos suplicantes su absoluto dominio, o alabamos con acciones de gracias su largueza infinita; sino que, además de esto, es necesario satisfacer a Dios, juez justísimo, «por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias». A la consagración, pues, con que nos ofrecemos a Dios, con aquella santidad y firmeza que, como dice el Angélico, son propias de la consagración, ha de añadirse la expiación con que totalmente se extingan los pecados, no sea que la santidad de la divina justicia rechace nuestra indignidad impudente, y repulse nuestra ofrenda, siéndole ingrata, en vez de aceptarla como agradable.

Este deber de expiación a todo el género humano incumbe, pues, como sabemos por la fe cristiana, después de la caída miserable de Adán el género humano, inficionado de la culpa hereditaria, sujeto a las concupiscencias y míseramente depravado, había merecido ser arrojado a la ruina sempiterna. Soberbios filósofos de nuestros tiempos, siguiendo el antiguo error de Pelagio, esto niegan blasonando de cierta virtud innata en la naturaleza humana, que por sus propias fuerzas continuamente progresa a perfecciones cada vez más altas; pero estas inyecciones del orgullo rechaza el Apóstol cuando nos advierte que «éramos por naturaleza hijos de ira» (Ef 2, 3).

En efecto, ya desde el principio los hombres en cierto modo reconocieron el deber de aquella común expiación y comenzaron a practicarlo guiados por cierto natural sentido, ofreciendo a Dios sacrificios, aun públicos, para aplacar su justicia.

Expiación de Cristo

6. Pero ninguna fuerza creada era suficiente para expiar los crímenes de los hombres si el Hijo de Dios no hubiese tomado la humana naturaleza para repararla. Así lo anunció el mismo Salvador de los hombres por los labios del sagrado Salmista: «Hostia y oblación no quisiste; mas me apropiaste cuerpo. Holocaustos por el pecado no te agradaron; entonces dije: heme aquí» (Heb 10, 5. 7). Y «ciertamente El llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; herido fue por nuestras iniquidades» (Is 53, 4-5); y «llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 Pe 2, 24); «borrando la cédula del decreto que nos era contrario, quitándole de en medio y enclavándole en la cruz» (Col 2, 14) «para que muertos al pecado, vivamos a la justicia» (1 Pe 2, 24).

Expiación nuestra, sacerdotes en Cristo

7. Mas, aunque la copiosa redención de Cristo sobreabundantemente «perdonó nuestros pecados» (Col 2, 13); pero, por aquella admirable disposición de la divina Sabiduría, según la cual ha de completarse en nuestra carne lo que falta en la pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia (Col 1, 24), aun a las oraciones y satisfacciones «que Cristo ofreció a Dios en nombre de los pecadores» podemos y debemos añadir también las nuestras.

8. Necesario es no olvidar nunca que toda la fuerza de la expiación pende únicamente del cruento sacrificio de Cristo, que por modo incruento se renueva sin interrupción en nuestros altares; pues, ciertamente, «una y la misma es la Hostia, el mismo es el que ahora se ofrece mediante el ministerio de los sacerdotes que el que antes se ofreció en la cruz; sólo es diverso el modo de ofrecerse»; por lo cual debe unirse con este augustísimo sacrificio eucarístico la inmolación de los ministros y de los otros fieles para que también se ofrezcan como «hostias vivas, santas, agradables a Dios» (Rom 12, 1). Así, no duda afirmar San Cipriano «que el sacrificio del Señor no se celebra con la santificación debida si no corresponde a la pasión nuestra oblación y sacrificio».

Por ello nos amonesta el Apóstol que, «llevando en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús» (2 Cor 4, 10), y con Cristo sepultados y plantados, no sólo a semejanza de su muerte crucifiquemos nuestra carne con sus vicios y concupiscencias (Cf. Gál 5, 24), «huyendo de lo que en el mundo es corrupción de concupiscencia» (2 Pe 1, 4), sino que «en nuestros cuerpos se manifieste la vida de Jesús» (2 Cor 4,
10), y, hechos partícipes de su eterno sacerdocio, «ofrezcamos dones y sacrificios por los pecados» (Heb 5, 1).

Ni solamente gozan de la participación de este misterioso sacerdocio y de este deber de satisfacer y sacrificar aquellos de quienes nuestro Señor Jesucristo se sirve para ofrecer a Dios la oblación inmaculada desde el oriente hasta el ocaso en todo lugar (Mal 1-2), sino que toda la grey cristiana, llamada con razón por el Príncipe de los Apóstoles «linaje escogido, real sacerdocio» (1 Pe 2, 9), debe ofrecer por sí y por todo el género humano sacrificios por los pecados, casi de la propia manera que todo sacerdote y pontífice «tomado entre los hombres, a favor de los hombres es constituido en lo que toca a Dios» (Heb 5, 1).

Y cuanto más perfectamente respondan al sacrificio del Señor nuestra oblación y sacrificio, que es inmolar nuestro amor propio y nuestras concupiscencias y crucificar nuestra carne con aquella crucifixión mística de que habla el Apóstol, tantos más abundantes frutos de propiciación y de expiación para nosotros y para los demás percibiremos. Hay una relación maravillosa de los fieles con Cristo, semejante a la que hay entre la cabeza y los demás miembros del cuerpo, y asimismo una misteriosa comunión de los santos, que por la fe católica profesamos, por donde los individuos y los pueblos no sólo se unen entre sí, mas también con Jesucristo, que es la cabeza;.«del cual, todo el cuerpo compuesto y bien ligado por todas las junturas, según la operación proporcionada de cada miembro, recibe aumento propio, edificándose en amor» (Ef 4, 15-16). Lo cual el mismo Mediador de Dios y de los hombres, Jesucristo, próximo a la muerte, lo pidió al Padre: «Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad»(Jn 17, 23).

Así, pues, como la consagración profesa y afirma la unión con Cristo, así la expiación da principio a esta unión borrando las culpas, la perfecciona participando de sus padecimientos y la consuma ofreciendo sacrificios por los hermanos. Tal fue, ciertamente, el designio del misericordioso Jesús cuando quiso descubrirnos su Corazón con los emblemas de su pasión y echando de sí llamas de caridad: que mirando de una parte la malicia infinita del pecado, y, admirando de otra la infinita caridad del Redentor, más vehementemente detestásemos el pecado y más ardientemente correspondiésemos a su caridad.

Comunión Reparadora y Hora Santa

9. Y ciertamente en el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de expiación y reparación; ni hay nada más conforme con el origen, índole, virtud y prácticas propias de esta devoción, como la historia y la tradición, la sagrada liturgia y las actas de los Santos Pontífices confirman.

Cuando Jesucristo se aparece a Santa Margarita María, predicándole la infinitud de su caridad, juntamente, como apenado, se queja de tantas injurias como recibe de los hombres por estas palabras que habían de grabarse en las almas piadosas de manera que jamás se olvidarán: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios los ha colmado, y que en pago a su amor infinito no halla gratitud alguna, sino ultrajes, a veces aun de aquellos que están obligados a amarle con especial amor». Para reparar estas y otras culpas recomendó entre otras cosas que los hombres comulgaran con ánimo de expiar, que es lo que llaman Comunión Reparadora, y las súplicas y preces durante una hora, que propiamente se llama la Hora Santa; ejercicios de piedad que la Iglesia no sólo aprobó, sino que enriqueció con copiosos favores espirituales.

Consolar a Cristo

10. Mas ¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín: «Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo».

Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo trabajando, doliente, sufriendo durísimas penas «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», tristeza, angustias, oprobios, «quebrantado por nuestras culpas» (Is 53, 5) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual tanto más hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los pecados de los hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el Hijo de Dios se entregase a la muerte; y aun ahora esta misma muerte, con sus mismos dolores y tristezas, de nuevo le infieren, ya que cada pecado renueva a su modo la pasión del Señor, conforme a lo del Apóstol: «Nuevamente crucifican al Hijo de Dios y le exponen a vituperio» (Is 5). Que si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (Lc 22, 43) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada liturgia, el mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué quien me consolara y no lo hallé» (Sal 68, 21).

La pasión de Cristo en su Cuerpo, la Iglesia

11. Añádase que la pasión expiadora de Cristo se renueva y en cierto modo se continúa y se completa en el Cuerpo místico, que es la Iglesia. Pues sirviéndonos de otras palabras de San Agustín: «Cristo padeció cuanto debió padecer; nada falta a la medida de su pasión. Completa está la pasión, pero en la cabeza; faltaban todavía las pasiones de Cristo en el cuerpo». Nuestro Señor se dignó declarar esto mismo cuando, apareciéndose a Saulo, «que respiraba amenazas y muerte contra los discípulos» (Hch 9, 11), le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 5); significando claramente que en las persecuciones contra la Iglesia es a la Cabeza divina de la Iglesia a quien se veja e impugna. Con razón, pues, Jesucristo, que todavía en su Cuerpo místico padece, desea tenernos por socios en la expiación, y esto pide con El nuestra propia necesidad; porque siendo como somos «cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte miembro» (1 Cor 12, 27), necesario es que lo que padezca la cabeza lo padezcan con ella los miembros (1 Cor 12, 27).

Necesidad actual de expiación por tantos pecados

12. Cuánta sea, especialmente en nuestros tiempos, la necesidad de esta expiación y reparación, no se le ocultará a quien vea y contemple este mundo, como dijimos, «en poder del malo» (Jn 5, 19). De todas partes sube a Nos clamor de pueblos que gimen, cuyos príncipes o rectores se congregaron y confabularon a una contra el Señor y su Iglesia (2 Pe 2, 2). Por esas regiones vemos atropellados todos los derechos divinos y humanos; derribados y destruidos los templos, los religiosos y religiosas expulsados de sus casas, afligidos con ultrajes, tormentos, cárceles y hambre; multitudes de niños y niñas arrancados del seno de la Madre Iglesia, e inducidos a renegar y blasfemar de Jesucristo y a los más horrendos crímenes de la lujuria; todo el pueblo cristiano duramente amenazado y oprimido, puesto en el trance de apostatar de la fe o de padecer muerte crudelísima. Todo lo cual es tan triste que por estos acontecimientos parecen manifestarse «los principios de aquellos dolores» que habían de preceder «al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora» (2 Tes 2, 4).

Y aún es más triste, venerables hermanos, que entre los mismos fieles, lavados en el bautismo con la sangre de
l Cordero inmaculado y enriquecidos con la gracia, haya tantos hombres, de todo orden o clase, que con increíble ignorancia de las cosas divinas, inficionados de doctrinas falsas, viven vida llena de vicios, lejos de la casa del Padre; vida no iluminada por la luz de la fe, ni alentada de la esperanza en la felicidad futura, ni caldeada y fomentada por el calor de la caridad, de manera que verdaderamente parecen sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte. Cunde además entre los fieles la incuria de la eclesiástica disciplina y de aquellas antiguas instituciones en que toda la vida cristiana se funda y con que se rige la sociedad doméstica y se defiende la santidad del matrimonio; menospreciada totalmente o depravada con muelles halagos la educación de los niños, aún negada a la Iglesia la facultad de educar a la juventud cristiana; el olvido deplorable del pudor cristiano en la vida y principalmente en el vestido de la mujer; la codicia desenfrenada de las cosas perecederas, el ansia desapoderada de aura popular; la difamación de la autoridad legítima, y, finalmente, el menosprecio de la palabra de Dios, con que la fe se destruye o se pone al borde de la ruina.

Forman el cúmulo de estos males la pereza y la necedad de los que, durmiendo o huyendo como los discípulos, vacilantes en la fe míseramente desamparan a Cristo, oprimido de angustias o rodeado de los satélites de Satanás; no menos que la perfidia de los que, a imitación del traidor Judas, o temeraria o sacrílegamente comulgan o se pasan a los campamentos enemigos. Y así aun involuntariamente se ofrece la idea de que se acercan los tiempos vaticinados por nuestro Señor: «Y porque abundó la iniquidad, se enfrió la caridad de muchos» (Mt 24, 12).

El ansia ardiente de expiar

13. Cuantos fieles mediten piadosamente todo esto, no podrán menos de sentir, encendidos en amor a Cristo apenado, el ansia ardiente de expiar sus culpas y las de los demás; de reparar el honor de Cristo, de acudir a la salud eterna de las almas. Las palabras del Apóstol: «Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia» (Rom 5, 20), de alguna manera se acomodan también para describir nuestros tiempos; pues si bien la perversidad de los hombres sobre manera crece, maravillosamente crece también, inspirando el Espíritu Santo, el número de los fieles de uno y otro sexo, que con resuelto ánimo procuran satisfacer al Corazón divino por todas las ofensas que se le hacen, y aun no dudan ofrecerse a Cristo como víctimas.

Quien con amor medite cuanto hemos dicho y en lo profundo del corazón lo grabe, no podrá menos de aborrecer y de abstenerse de todo pecado como de sumo mal; se entregará a la voluntad divina y se afanará por reparar el ofendido honor de la divina Majestad, ya orando asiduamente, ya sufriendo pacientemente las mortificaciones voluntarias, y las aflicciones que sobrevinieren, ya, en fin, ordenando a la expiación toda su vida.

Aquí tienen su origen muchas familias religiosas de varones y mujeres que, con celo ferviente y como ambicioso de servir, se proponen hacer día y noche las veces del Ángel que consoló a Jesús en el Huerto; de aquí las piadosas asociaciones asimismo aprobadas por la Sede Apostólica y enriquecidas con indulgencias, que hacen suyo también este oficio de la expiación con ejercicios convenientes de piedad y de virtudes; de aquí finalmente los frecuentes y solemnes actos de desagravio encaminados a reparar el honor divino, no sólo por los fieles particulares, sino también por las parroquias, las diócesis y ciudades.

LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS
Causa de muchos bienes

14. Pues bien: venerables hermanos, así como la devoción de la consagración, en sus comienzos humilde, extendida después, empieza a tener su deseado esplendor con nuestra confirmación, así la devoción de la expiación o reparación, desde un principio santamente introducida y santamente propagada. Nos deseamos mucho que, más firmemente sancionada por nuestra autoridad apostólica, más solemnemente se practique por todo el universo católico. A este fin disponemos y mandamos que cada año en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús –fiesta que con esta ocasión ordenamos se eleve al grado litúrgico de doble de primera clase con octava– en todos los templos del mundo se rece solemnemente el acto de reparación al Sacratísimo Corazón de Jesús, cuya oración ponemos al pie de esta carta para que se reparen nuestras culpas y se resarzan los derechos violados de Cristo, Sumo Rey y amantísimo Señor.

No es de dudar, venerables hermanos, sino que de esta devoción santamente establecida y mandada a toda la Iglesia, muchos y preclaros bienes sobrevendrán no sólo a los individuos, sino a la sociedad sagrada, a la civil y a la doméstica, ya que nuestro mismo Redentor prometió a Santa Margarita María «que todos aquellos que con esta devoción honraran su Corazón, serían colmados con gracias celestiales».

Los pecadores, ciertamente, «viendo al que traspasaron» (Jn 19, 37), y conmovidos por los gemidos y llantos de toda la Iglesia, doliéndose de las injurias inferidas al Sumo Rey, «volverán a su corazón» (Is 46, 8); no sea que obcecados e impenitentes en sus culpas, cuando vieren a Aquel a quien hirieron «venir en las nubes del cielo» (Mt 26, 64), tarde y en vano lloren sobre El (Cf. Ap 1, 7).

Los justos más y más se justificarán y se santificarán, y con nuevos fervores se entregarán al servicio de su Rey, a quien miran tan menospreciado y combatido y con tantas contumelias ultrajado; pero especialmente se sentirán enardecidos para trabajar por la salvación de las almas, penetrados de aquella queja de la divina Víctima: «¿Qué utilidad en mi sangre?» (Sal 19, 10); y de aquel gozo que recibirá el Corazón sacratísimo de Jesús «por un solo pecador que hiciere penitencia» (Lc 15, 4).

Especialmente anhelamos y esperamos que aquella justicia de Dios, que por diez justos, movido a misericordia, perdonó a los de Sodoma, mucho más perdonará a todos los hombres, suplicantemente invocada y felizmente aplacada por toda la comunidad de los fieles unidos con Cristo, su Mediador y Cabeza.

La Virgen Reparadora

15. Plazcan, finalmente, a la benignísima Virgen Madre de Dios nuestros deseos y esfuerzos; que cuando nos dio al Redentor, cuando lo alimentaba cuando al pie de la cruz lo ofreció como hostia, por su unión misteriosa con Cristo y singular privilegio de su gracia fue, como se la llama piadosamente, reparadora. Nos, confiados en su intercesión con Cristo, que siendo el «único Mediador entre Dios y los hombres» (Tim 2, 3), quiso asociarse a su Madre como abogada de los pecadores, dispensadora de la gracia y mediadora, amantísimamente os damos como prenda de los dones celestiales de nuestra paternal benevolencia, a vosotros, venerables hermanos, y a toda la grey confiada a vuestro cuidado, la bendición apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, día 8 de mayo de 1928, séptimo de nuestro pontificado.

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Catequesis sobre María Doctrina REFLEXIONES Y DOCTRINA

María, la «Llena de Gracia»

Catequesis de Juan Pablo II (8-V-96)

1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del saludo del ángel -Alégrate- constituye una invitación a la alegría que remite a los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sión. Lo hemos puesto de relieve en la catequesis anterior, explicando también los motivos en los que se funda esa invitación: la presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentran en María su pleno cumplimiento.

El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, después del saludo «alégrate», la llama «llena de gracia». Esas palabras del texto griego: «alégrate» y «llena de gracia», tienen entre sí una profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a la maternidad divina.

La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan que la gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría viene de Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es causa de un profundo gozo.

2. «Llena de gracia»: esta palabra dirigida a María se presenta como una calificación propia de la mujer destinada a convertirse en la madre de Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitución Lumen gentium, cuando afirma: «La Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Dios, como «llena de gracia»» (n. 56).

El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere al saludo angélico un valor más alto: es manifestación del misterioso plan salvífico de Dios con relación a María. Como escribí en la encíclica Redemptoris Mater: «La plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo» (n. 9).

Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de Dios. En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lucas, lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.

La expresión «llena de gracia» traduce la palabra griega «kexaritomene», la cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego, no se debería decir simplemente llena de gracia, sino «hecha llena de gracia» o «colmada de gracia», lo cual indicaría claramente que se trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en la forma de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfecta y duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significado de «colmar de gracia», es usado en la carta a los Efesios para indicar la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su Hijo amado (cf. Ef 1,6). María la recibe como primicia de la Redención (cf. Redemptoris Mater, 10).

3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertamente sorprendente. María no posee ningún título humano para recibir el anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdote, representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hombre, sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Además, es originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testamento y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entender las palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46).

El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de Dios resulta aún más evidente si se compara con el texto del evangelio de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje pone de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como la ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel modelos de los justos del Antiguo Testamento: «Caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Lc 1,6).

En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto, la expresión «de la casa de David» (Lc 1,27) se refiere sólo a José. No se dice nada de la conducta de María. Con esa elección literaria, san Lucas destaca que en ella todo deriva de una gracia soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ningún título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilección divina.

4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner en duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bien, quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia de Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hizo, como dice el ángel, llena de gracia. Precisamente la abundancia de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María.

En el Antiguo Testamento, Yahveh manifiesta la sobreabundancia de su amor de muchas maneras y en numerosas circunstancias. En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad de la misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en particular a los humildes y a los pobres, llega a su culmen.

La Iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experiencia de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hacia la Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios. Los invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la gracia divina que santifica y transforma los corazones.

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Catequesis sobre María Doctrina REFLEXIONES Y DOCTRINA

María Madre de la Iglesia

La Virgen María fue solemnemente proclamada como «Madre de la Iglesia» en el Concilio Vaticano II el 21 de noviembre de 1964. El Papa Pablo VI, dirigiéndose a los padres conciliares del Vaticano II, declaró que María Santísima es Madre de la Iglesia.

¿Por qué María es Madre de la Iglesia?
María es Madre de la Iglesia porque, al ser Madre de Cristo, es también madre de los fieles y de los pastores de la Iglesia, que forman con Cristo un solo Cuerpo Místico…

«Jesús, habiendo visto a su Madre, le dice: Mujer, he ahí a tu hijo!. Luego dice al discípulo: He ahí a tu Madre!» (Jn 19, 26-27)

La Iglesia celebraba la festividad de la Presentación de la Stma. Virgen María. Era el día de la clausura de la tercera etapa del Concilio Vaticano. II, y en esa ocasión se iban a promulgar tres Documentos Conciliares: el decreto sobre las Iglesias Orientales Católicas; el decreto sobre el Ecumenismo; y sobre todo, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium».

El estudio y la reflexión que el CVII hizo sobre el misterio de María en el plan de salvación, no fue promulgado en un documento propio y particular, sino que providencialmente, bajo la inspiración del ES, fue integrado como el último capítulo de la Constitución sobre la Iglesia. Este capitulo VIII, cuyo título es: «La Stma. Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia» fue llamado por Pablo VI «vértice y corona» de esa Constitución.

Fue la primera vez que un concilio Ecuménico presentó una «extensa síntesis de la doctrina católica sobre el puesto que María Stma. ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia» (Pablo VI)

El propósito del Concilio fue manifestar el rostro de la Santa Iglesia, a la que María esta íntimamente unida, y de la cual ella es «la parte mayor, la parte mejor, la parte principal y mas selecta» (S. Ruperto). Pablo VI, a nombre de toda la Iglesia, expreso una profunda satisfacción al decir: «podemos afirmar que esta sesión se clausura como himno incomparable de alabanza en honor de María».

 

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II (17-IX-97)

1. El concilio Vaticano II, después de haber proclamado a María «miembro muy eminente», «prototipo» y «modelo» de la Iglesia, afirma: «La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la honra como a madre amantísima con sentimientos de piedad filial» (Lumen gentium, 53).

A decir verdad, el texto conciliar no atribuye explícitamente a la Virgen el título de «Madre de la Iglesia», pero enuncia de modo irrefutable su contenido, retornando una declaración que hizo, hace más de dos siglos, en el año 1748, el Papa Benedicto XIV (Bullarium romanum, serie 2, t. 2, n. 61, p. 428).

En dicho documento, mi venerado predecesor, describiendo los sentimientos filiales de la Iglesia, que reconoce en María a su madre amantísima, la proclama, de modo indirecto, Madre de la Iglesia.

2. El uso de dicho apelativo en el pasado ha sido más bien raro, pero recientemente se ha hecho más común en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia y en la piedad del pueblo cristiano. Los fieles han invocado a María ante todo con los títulos de «Madre de Dios», «Madre de los fieles» o «Madre nuestra», para subrayar su relación personal con cada uno de sus hijos.

Posteriormente, gracias a la mayor atención dedicada al misterio de la Iglesia y a las relaciones de María con ella, se ha comenzado a invocar más frecuentemente a la Virgen como «Madre de la Iglesia».

La expresión está presente, antes del concilio Vaticano II, en el magisterio del Papa León XIII, donde se afirma que María ha sido «con toda verdad madre de la Iglesia» (Acta Leonis XIII, 15, 302). Sucesivamente, el apelativo ha sido utilizado varias veces en las enseñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI.

3. El título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido tarde a María, expresa la relación materna de la Virgen con la Iglesia, tal como la ilustran ya algunos textos del Nuevo Testamento.

María, ya desde la Anunciación, está llamada a dar su consentimiento a la venida del reino mesiánico, que se cumplirá con la formación de la Iglesia.

María, en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del poder mesiánico, da una contribución fundamental al arraigo de la fe en la primera comunidad de los discípulos y coopera a la instauración del reino de Dios, que tiene su «germen» e «inicio» en la Iglesia (cf. Lumen gentium, 5).

En el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece a la obra de la salvación su contribución materna, que asume la forma de un parto doloroso, el parto de la nueva humanidad.

Al dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo», el Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto al apóstol Juan, sino también con respecto a todo discípulo. El mismo Evangelista, afirmando que Jesús debía morir «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52), indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del sacrificio redentor, al que María está maternalmente asociada.

El evangelista san Lucas habla de la presencia de la Madre de Jesús en el seno de la primera comunidad de Jerusalén (cf. Hch 1,14). Subraya, así, la función materna de María con respecto a la Iglesia naciente, en analogía con la que tuvo en el nacimiento del Redentor. Así, la dimensión materna se convierte en elemento fundamental de la relación de María con respecto al nuevo pueblo de los redimidos.

4. Siguiendo la sagrada Escritura, la doctrina patrística reconoce la maternidad de María respecto a la obra de Cristo y, por tanto, de la Iglesia, si bien en términos no siempre explícitos.

Según san Ireneo, María «se ha convertido en causa de salvación para todo el género humano» (Adv. haer., III, 22, 4: PG 7, 959), y el seno puro de la Virgen «vuelve a engendrar a los hombres en Dios» (Adv. haer., IV, 33, 11: PG 7, 1.080). Le hace eco san Ambrosio, que afirma: «Una Virgen ha engendrado la salvación del mundo, una Virgen ha dado la vida a todas las cosas» (Ep. 63, 33: PL 16, 1.198); y otros Padres, que llaman a María «Madre de la salvación» (Severiano de Gabala, Or. 6 de mundi creatione, 10: PG 54, 4; Fausto de Riez, Max Bibl. Patrum VI, 620-621).

En el medievo, san Anselmo se dirige a María con estas palabras: «Tú eres la madre de la justificación y de los justificados, la madre de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los salvados» (Or. 52, 8: PL 158, 957), mientras que otros autores le atribuyen los títulos de «Madre de la gracia» y «Madre de la vida».

5. El título «Madre de la Iglesia» refleja, por tanto, la profunda convicción de los fieles cristianos, que ven en María no sólo a la madre de la persona de Cristo, sino también de los fieles. Aquella que es reconocida como madre de la salvación, de la vida y de la gracia, madre de los salvados y madre de los vivientes, con todo derecho es proclamada Madre de la Iglesia.

El Papa Pablo VI habría deseado que el mismo concilio Vaticano II proclamase a «María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores». Lo hizo él mismo en el discurso de clausura de la tercera sesión conciliar (21 de noviembre de 1964), pidiendo, además, que, «de ahora en adelante, la Virgen sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título» (AAS 56 [1964], 37).

De este modo, mi venerado predecesor enunciaba explícitamente la doctrina ya contenida en el capítulo VIII de la Lumen gentium, deseando que el título de María, Madre de la Iglesia, adquiriese un puesto cada vez más importante en la liturgia y en la piedad del pueblo cristiano.

 

ORACIÓN DE PABLO VI

«Virgen María, Madre de la Iglesia, le recomendamos toda la Iglesia. Socorro de los Obispos, protege y asiste a los Obispos en su misión apostólica y a todos aquellos, sacerdotes, religiosos y seglares que con ellos colaboran en su arduo trabajo.

Tú, que por tu mismo divino Hijo, en el momento de su muerte redentora fuiste presentada como Madre del discípulo predilecto, acuérdate del pueblo cristiano que en ti confía.

Acuérdale de todos tus hijos; avala sus preces ante Dios; conserva sólida su fe; fortifica su esperanza, aumenta su caridad.
Acuérdate de aquellos que viven en la tribulación, en las necesidades, en los peligros.

Templo de luz sin sombra y sin mancha, intercede ante tu Hijo Unigénito, Mediador de nuestra reconciliación con el Padre para que sea misericordioso con nuestras faltas y aleje de nosotros la desidia, dando a nuestros ánimos la alegría de amar.

 

Encomendamos a tu Corazón Inmaculado o todo el género humano: condúcelo al conocimiento del único y verdadero Salvador, Cristo; aleja de él el flagelo del pecado, concede a todo el mundo paz en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor».

(Pablo VI, Discurso en la sesión de clausura de la tercera etapa conciliar, 21 noviembre 1964.)

 

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María es la Reina de los Apóstoles

María es la Reina de los Apóstoles porque ella fue escogida para ser la Madre de Jesucristo y darlo al mundo; fue hecha Madre nuestra y de los Apóstoles por Nuestro Salvador en la cruz.

Estaba con los Apóstoles mientras esperaban el descenso del Espíritu Santo, obteniendo abundancia de bendiciones sobrenaturales que recibieron en Pentecostés.»

 

JUAN PABLO II: AUDIENCIA GENERAL DEL MIÉRCOLES 6 DE SEPTIEMBRE DE 1995

Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve, que María se encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (Hch 1,14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quien cumpla la voluntad de Dios, -había dicho Jesús-, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34).

En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a María «la Madre de Jesús» (Hch 1,14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.

El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. María le abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella.

Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.

Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios.

Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su comienzo y su motivación profunda.

Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la contemplación del rostro de la Theotókos.

 

SER PARA CRISTO

El P. Santiago Alberione, organizador de obras apostólicas para los nuevos tiempos, escruta en la palabra de Dios el sentido del “apostolado”, y descubre en María la realización original y perfecta esa específica tarea apostólica de todo llamado: “engendrar” y “formar” a Cristo en los hombres.

Si el apostolado es, en sentido integral, engendrar y hacer crecer a Cristo en los hermanos, María es la expresión misma del apostolado: ella engendró y dio a Cristo al mundo.

María, “lleva siempre a Jesús, como la rama su fruto, y lo ofrece a los hombres». Ella irradia a Jesús. El verbo “irradiar” indica la naturaleza del apostolado, que es siempre y ante todo “recepción”, “asimilación” y “testimonio” de ese Cristo que anuncia y se da. Y sabemos que en María esto tiene sentido mucho más profundo que en el caso de cualquier otro apóstol o santo.

María nos da a Cristo Maestro, Camino, Verdad y Vida. Y nos lo da todo entero. Su acción no se agota en “dar a Jesús”, sino que pretende formarlo en los hombres. Por eso, María “forma y alimenta el Cuerpo místico”.

De este modo se convierte en modelo de todo apostolado: “María nos dio a Jesús y con él todo los bienes; todo bien. Los santos y los corazones apostólicos realizan un apostolado parcial: María lo realiza plenamente. Ella es apóstol universal, en el espacio, en el tiempo y en los individuos. Los apostolados y los apóstoles actúan en tiempos y lugares determinados; María da siempre, da en todas partes; y todo nos llega a través de María. Esta es su vocación y su misión: la de dar a Jesucristo”.

Esta es la razón por la que el P. Santiago Alberione, afirma que “la cristianización del mundo” se logrará a través de María; éste es el camino “más fácil y seguro” para la conversión de todos: siempre que se la reciba en la vida.

Por ser modelo fundamental para quien ha sido llamado a dar a Jesus al mundo, María es Reina, es decir, el vértice sumo y perfecto, la inspiradora y protectora de toda misión apostólica y de todo grupo o persona que se mete en el campo del apostolado.

Los maternales cuidados de María se dirigen de manera especial a los apóstoles –sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos consagrados- que continúan en la Iglesia su misión de “dar a Jesús al mundo”. Y no sólo eso, sino que se convierte para este escuadrón de personas en consejera, consuelo y fuente de energías, como lo fue para los apóstoles reunidos en el cenáculo a la espera del Espíritu: “María tiene el cometido de formar, sostener y coronar de frutos a los apóstoles de todos los tiempos”.

De aquí nace una enérgica invitación a volver a las fuentes: la primera devoción que encontramos en la Iglesia es la devoción a la Reina de los Apóstoles, como se manifiesta en el cenáculo.

En un mundo en que los problemas de toda índole se multiplican hay que multiplicar los apostolados, o sea, las posibilidades de intervenir y de comunicar a Cristo. Es, por tanto, “la hora de la Reina de los Apóstoles”.

Por eso se le ha confiado a ella el cometido de llamar a los apóstoles y de suscitar apostolados. Esta es la dinámica mariana para nuestro tiempo; y el P. Santiago Alberione encuentra cuatro motivos para ello:

1- María realizó y sigue realizando lo que hacen todos los apóstoles juntos.
2- María tiene la tarea de formar, sostener y coronar de frutos a los apóstoles de todos los tiempos.
3- Por María se debe llevar a cabo la cristianización del mundo.
4- María, además de las formas generales de apostolado, ejerció y ejerce también las particulares:

– el apostolado de la vida interior; el apostolado de la oración;
– el apostolado del testimonio; el apostolado del sufrimiento;
– el apostolado de la Palabra; el apostolado de la acción.

 

ORACIÓN ECUMÉNICA A MARÍA

Dios te salve María, madre, maestra y reina nuestra.
Escucha con bondad la súplica que te presentamos según el deseo de Jesús: Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
Vuelve tus ojos misericordiosos hacia todos los hombres. Muchos andan extraviados en las tinieblas, sin padre, sin pastor y sin maestro.
En ti, María, encontrarán ellos la senda para llegar a Cristo, pues el Padre te ha constituido “apóstol” para dar al mundo a Jesús, camino, verdad y vida.
Por ti, todos los católicos actúen con todas las energías por todas las vocaciones, por todos los apostolados.
Por ti, todos los creyentes por todos los no creyentes; todos los comprometidos por todos los indiferentes; todos los católicos por todos los no católicos.
Por ti, todos los llamados sean fieles a su vocación, todos los apóstoles sean santos, todos los hombres les escuchen.
Al pie de la cruz tu corazón se dilató para acogernos a todos como hijos.
Danos un corazón apostólico, modelado según el de Jesús, según el tuyo y el de san Pablo, para que un día podamos estar juntos contigo en la casa del Padre.
Bendice a tus hijos, María, madre, maestra y reina. Amén.

 

SANTUARIO-BASÍLICA DE SANTA MARÍA, REINA DE LOS APÓSTOLES (ROMA) Centro de oración por todas las vocaciones

La construcción del Santuario comenzó en mayo de 1945, como cumplimiento de un voto si la Virgen preservaba de los peligros de la guerra a todos sus hijos e hijas.

Dedicado a María, Reina de los Apóstoles y Madre de la humanidad, fue consagrado en noviembre de 1954. El 26 de noviembre de 1976 fue erigido como parroquia. Y el 4 de abril de 1984 Pablo VI la elevó a rango de Basílica menor.

El edificio, inspirado en el barroco romano, aunque aprovechando las técnicas modernas, lo constituyen tres plantas superpuestas, que juntas, desde el punto de vista artístico, a través de mosaicos, esculturas, frescos y letreros, pretenden ilustrar el tema: «El camino de la humanidad, por medio de María, en Cristo y en la Iglesia».

La iglesia superior es también iglesia parroquial. Con mosaicos, mármoles y frescos se describe la vida de María, Madre de la humanidad, sobre todo en la cúpula, donde una serie de ocho cuadros, que recogen los momentos centrales de la vida de la Virgen, confluyen en una gigantesca figura de la Madre de la humanidad, que con su manto abierto protege a toda la humanidad, rodeada de ángeles.

El altar mayor está presidido por un enorme mosaico de María, Reina de los Apóstoles, entregando a su Hijo Jesús a los apóstoles y evangelistas.

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Reina del Cielo y Madre nuestra

Jesús, elevado en la Cruz, nos regaló una Madre para toda la eternidad. Juan, el Discípulo amado, nos representó a todos nosotros en ese momento y luego se llevó a María con él, para cuidarla por los años que restaron hasta su Asunción al Cielo…

María se transformó así no sólo en tu Madre, sino también en la Madre de nuestra propia madre terrenal, de nuestro padre, hijos, de nuestros hermanos, amigos, enemigos, ¡de todos!.

Una Madre perfecta, colocada por Dios en un sitial muchísimo más alto que el de cualquier otro fruto de la Creación. María es la mayor joya colocada en el alhajero de la Santísima Trinidad, la esperanza puesta en nosotros como punto máximo de la Creación.

La criatura perfecta que se eleva sobre todas nuestras debilidades y tendencias mundanas. ¡Por eso es nuestra Madre!.

La Reina del Cielo es también el punto de unión entre la Divinidad de Dios y nuestra herencia de realeza. Nuestro legado proviene del primer paraíso, cuando como hijos auténticos del Rey Creador poseíamos pleno derecho a reinar sobre el fruto de la creación, la cual nos obedecía.

Perdido ese derecho por la culpa original, obtuvimos como Embajadora a una criatura como nosotros, elevada al sitial de ser la Madre del propio Hijo de Dios.

¡Y Dios la hace Reina del Cielo, y de la tierra también!. Allí se esconde el misterio de María como la nueva Arca que nos llevará nuevamente al Palacio, a adorar el Trono del Dios Trino.

María es el punto de unión entre Dios y nosotros. Por eso Ella es Embajadora, Abogada, Intercesora, Mediadora.

¿Quién mejor que Ella para comprendernos y pedir por nuestras almas a Su Hijo, el Justo Juez?.

María es la prueba del infinito amor de Dios por nosotros: Dios la coloca a Ella para defendernos, sabiendo que de este modo tendremos muchas más oportunidades de salvarnos, contando con la Abogada más amorosa y misericordiosa que pueda jamás haber existido.

¿Somos realmente conscientes del regalo que nos hace Dios al darnos una Madre como Ella, que además es nuestra defensora ante Su Trono?.

Si tuvieras que elegir a alguien para que te defienda en una causa difícil, una causa en la que te va la vida. ¿A quien elegirías?.

Dios ya ha hecho la elección por ti, y vaya si ha elegido bien: tu propia Madre es Reina y Abogada, Mediadora e Intercesora.

¿Qué le pedirías a Ella, entonces?.

«Reina del Cielo, sé mi guía, sé mi senda de llegada al Reino. Toca con tu suave mirada mi duro corazón, llena de esperanza mis días de oscuridad y permite que vea en ti el reflejo del fruto de tu vientre, Jesús. No dejes que Tus ojos se aparten de mi, y haz que los míos te busquen siempre a ti, ahora y en la hora de mi muerte».

 

SER COMO ELLA

¿Cómo hacerlo?. ¿Cómo puedo ser aunque no sea más que un poco parecido a Ella?. Parece tan difícil, tan inalcanzable, tanta distancia hay entre la Pureza infinita de la Madre de Dios y nuestras debilidades cotidianas.

Y sin embargo, se puede. Y justamente ese “se puede” esconde una parte enorme del misterio de la reconciliación de Dios con el hombre. María pudo, y tuvo un origen humano como todos nosotros, más allá de que Dios puso en Su Predilecta un origen Inmaculado que la elevó sobre el resto de la Creación.

Pero Ella sigue siendo en su origen tan humana como tú, como yo. María es la felicidad de Dios encarnada, ya que más allá de todos los fracasos que hemos tenido los hombres a lo largo de los siglos en darle felicidad al Creador, Ella es el Santuario que recuerda a todo el Cielo que merecemos la Misericordia de Dios, porque si Ella pudo, otros podremos también.

María fue el Arca de la Nueva Alianza, porque tuvo al Espíritu Santo en Ella desde siempre, y luego acogió al Verbo Encarnado, al que le dio vida como Hombre. María fue la Casa de Dios, el Hogar Perfecto para el mismo Divino Niño.

Y así nosotros también tenemos que ser la Casa de Dios: nuestro corazón debe ser el hogar del Espíritu Santo, refugio de Dios, como lo fue María en su tiempo en la tierra.

Y la Virgen también fue y es verdadera Corredentora, porque entregó todo al Padre, entregó a su Hijo Amado, y vivió místicamente lo que Jesús sufrió frente a sus propios ojos. Ninguna Criatura llevó jamás una Cruz más pesada que la de la Crucifixión de su Hijo.

Sólo la Cruz de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre supera, y por mucha distancia, el sufrimiento de la Virgen.

Y así tenemos que ser nosotros también corredentores, siguiendo el camino que María nos muestra. Tomar nuestra pequeña o gran cruz y seguirla, porque Ella nos lleva a Su Hijo, que nos espera, sabiendo que estamos en las mejores manos.

María es la omnipotencia suplicante, es la oración hecha persona. Ella siempre oró a Dios, con sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos.

Todo en María fue un canto al Creador. Y ahora más que nunca, en un mundo que parece no darse cuenta del peligro que lo acecha, Ella se nos presenta en muchos lugares para pedirnos oración: “oren hijitos míos, oren por los pecadores”.
¿Cuántas veces escuchamos este pedido?.

Seamos como Ella una potencia suplicante, una oración cotidiana, un canto con el corazón abierto e inflamado de amor por Cristo, nuestro amado Jesús.

María al pié de la Cruz, junto al Redentor. Y donde está el Cuerpo del Hijo, está la Madre. Ella nos lleva a la Eucaristía, al Milagro más admirado por los ángeles. ¿Y nosotros no nos damos cuenta de la majestuosidad del Dios de los hombres hecho Pan y Vino entre nosotros?. María nos lleva al Cuerpo y Sangre de Jesús, para que lleguemos como Ella al pie de la Cruz, cada día, en todos los Tabernáculos de la tierra.

María, Reina de la Creación, lleva bajo Tu Manto a todos tus pequeños niños, para que sepamos imitarte como el verdadero modelo que Dios nos legó. Seamos como vos nos querés moldear, seamos dóciles y humildes alumnos de tu maternal escuela. Madre, deja que seamos a vos lo que Dios quiso que sea la naturaleza humana de Jesús: tu fiel reflejo.

Fuente: Catholic.net y Corazones.org

 

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María es la Madre de los Hombres

La Iglesia no otorga a Nuestra Señora el título de Madre del género humano simplemente para describir de cierta manera los sentimientos afectuosos y protectores que Ella experimenta en relación a los hombres.

Como dichos sentimientos son propios de las madres, por analogía, la Virgen Santísima sería asimismo nuestra Madre. Y nosotros seríamos, en relación a Ella, unos pobres mendigos que, en su generosidad, protege como si fuesen hijos.

Pero no somos sus hijos simplemente por una adopción afectiva. Ella no es nuestra Madre tan sólo en el terreno ficticio o en el orden sentimental, sino de forma objetiva, en el orden verídico de la vida sobrenatural…

 

EL PECADO ORIGINAL

Antes del pecado original, nuestros primeros Padres, viviendo en el Paraíso, fueron creados por Dios para la gloria celestial, y ellos podrían alcanzar transponiendo los umbrales de esta vida en un tránsito que no tendría la tétrica tristeza de la muerte, sino el esplendor de una glorificación.

Sin embargo, el pecado original, al romper la amistad en que vivía el género humano con Dios, le cerró al hombre la puerta del Cielo, y obstruyó el libre curso de la gracia de Dios para con él. En otras palabras, con la punición del pecado original perdieron cualquier derecho al Cielo y a la vida sobrenatural de la gracia.

El hombre sólo podría readquirir tal vida si presentase ante la Divina Justicia una expiación proporcionada a la enormidad de su pecado. Ahora bien, Dios es infinitamente grande. Por ahí se puede sopesar fácilmente la gravedad del pecado original. Una ofensa hecha al Infinito sólo podría ser convenientemente rescatada por medio de una expiación infinitamente grande.

Y no está en poder del hombre, ser contingente por naturaleza y envilecido por el pecado, ofrecer al Creador un desagravio tan valioso. Los cabos que nos ligaban a Dios parecían, así, definitivamente cortados, e irremediable la decadencia a la que se lanzara locamente el género humano con el pecado.

 

LA REDENCION DEL PECADO

Fue para remediar tan insoluble situación que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnándose en el seno purísimo de María Virgen, asumió la naturaleza humana sin perder nada de su Divinidad, y el Hombre-Dios así constituido pudo presentarse ante la Justicia del Padre como cordero expiatorio del género humano.

Como Hombre, Nuestro Señor Jesucristo podía ofrecer una expiación que fueses realmente humana. Mas, en virtud de la dualidad de las naturalezas existentes en Él, esa expiación, si bien que humana, tenía un valor infinito, pues consistía en la efusión generosa y superabundante de la Sangre infinitamente preciosa del Hombre-Dios.

Así, en el Sacrificio del Calvario, Nuestro Señor aplacó la Divina Justicia e hizo renacer para el Cielo y para la vida sobrenatural de la gracia a la humanidad que estaba absolutamente muerta en todo cuanto se refiriese a lo sobrenatural.

Si Dios, Uno y Trino, es nuestro Creador, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnándose, se tornó nuestro Padre a título muy especial, que es el de la Redención. Jesús, al morir, nos dio la vida sobrenatural. Y quien da la vida es verdaderamente Padre, en el sentido más amplio de la palabra.

 

MARÍA ES AUTÉNTICAMENTE NUESTRA MADRE

Si el género humano pudo beneficiarse de la Redención fue porque la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre, ya que el pecado de los hombres había de ser rescatado.

Ahora bien, si Jesucristo asumió la naturaleza humana, lo hizo en María Virgen, y así ésta cooperó de manera eminente en la obra de la Redención, transmitiéndole al Salvador la naturaleza humana que en los designios de Dios era condición esencial de la Redención.

Más todavía, María Santísima ofreció de modo entero, y sumamente generoso, a su Hijo como víctima expiatoria, y aceptó sufrir con Él, y a causa de Él, el océano de dolores que la Pasión hizo brotar en su Corazón Inmaculado.

Así pues, la Redención nos vino por María Virgen, y su participación en esta obra de resurrección sobrenatural del género humano fue tan esencial y tan profunda, que puede afirmarse que María cooperó para hacernos nacer a la vida de la gracia. Por lo que Ella es, auténticamente, nuestra Madre.

Acentuemos lo de auténticamente, pues no se trata de divagaciones sentimentales o literarias, sino de realidades objetivas que, aunque sobrenaturales, no dejan de ser absolutamente verdaderas precisamente en razón de ser sobrenaturales.

 

NUESTRA SEÑORA, ÁPICE DE LA CREACIÓN

Santo Tomás de Aquino dice que Nuestra Señora recibió de Dios todas las cualidades con las que le sería posible colmar a una criatura.

De suerte que Ella se encuentra en el ápice de la creación, afirmando su trono por encima de los más altos coros angélicos, y siendo inferior apenas al propio Dios, que, siendo sólo Él infinito, está infinitamente por encima de todos los seres, inclusive de la Santísima Virgen.

Se suele decir que Nuestra Señora brilla más que el sol, que tiene la suavidad de la luna, la belleza de la aurora, la pureza de los lirios, y la majestad del firmamento entero. Mucha gente supone que todo esto no pasa de hipérboles; pero estas comparaciones pecan por su irremediable deficiencia. El sol, la luna, la aurora, y todo el firmamento son seres inanimados, y están, por lo tanto, colocados en la última escala de la creación.

No es admisible que Dios los hiciese tan hermosos, dándole al hombre dones menores. Y, por eso mismo, la más apagada de las almas muerta en paz con Dios, tiene una hermosura que excede incomparablemente a todas las criaturas materiales. ¿Qué decir entonces de María Santísima, colocada incalculablemente por encima no sólo de los mayores santos, sino más aún de los Ángeles más elevados en dignidad junto al trono de Dios?

Imaginemos un humilde aldeano que fuese a la coronación de un rey. Volviendo a su tierra posiblemente no encontrase términos más adecuados para referirse a la magnificencia de aquello que vió que compararlo con las fiestas que da el señor más poderoso de la región. Si el rey oyese esto, ¿podría hacer otra cosa sino sonreir?

Pues bien, cuando nosotros queremos describir la hermosura de Nuestra Señora con los escasos términos de nuestro lenguaje hacemos el mismo papel y… Ella también sonríe.

Fuente: Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima – España

 

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