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Diccionario de términos religiosos y eclesiásticos

A continuación, encontrará un glosario de términos religiosos y eclesiásticos, indicado especialmente para aquellos que van a misa y saben como se llaman los instrumentos que se usan, la vestimenta y los distintos elementos de la liturgia.
 

 

 

 

A

ABAD: Es el Superior de una Congregación Monástica o de un Monasterio. Puede ser Mitrado, asemejándose a un Obispo pero sin todas sus potestades.

ABSOLUCIÓN SACRAMENTAL: Acto por el cual el sacerdote perdona los pecados en nombre de Dios. En el Sacramento de la Penitencia o Reconciliación dice, después de escuchar la confesión del penitente: “Yo te absuelvo de todos tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén” (Véase también CONFESIÓN)

ABSTINENCIA: Acto de penitencia que consiste en abstenerse de comer carne.

ACCIÓN DE GRACIAS: Forma de oración en la que agradecemos a Dios los bienes recibidos.

ACLAMACIÓN: Expresión breve, normalmente jubilosa, que profiere la asamblea en determinados momentos de la celebración. Viene de “clamar”, gritar. Son aclamaciones, por ejemplo: Amén, Aleluya, Demos gracias a Dios, Te alabamos Señor, Gloria a Ti, Señor Jesús.

ACÓLITO: Ministro no ordenado (Véase MINISTERIOS). El acólito ayuda al Presbítero (Véase PRESBÍTERO) y al Diácono (Véase DIÁCONO) en el altar. Se le confía también la distribución de la Comunión cuando hace falta, bien en la Misa, bien fuera de ella, especialmente a los enfermos.

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO: Es un prelado que administra una Iglesia particular (diócesis), a veces en forma transitoria, mientras se designa al obispo titular.

ADVIENTO: Tiempo litúrgico, o parte del Año Litúrgico (Véase AÑO LITÚRGICO) que dura más o menos cuatro semanas y que prepara a la celebración de la Navidad. También se llama Adviento a la preparación para el fin de los tiempos o escatología. Adviento significa “llegada”.

ÁGAPE: Convite de caridad que celebraban los primeros cristianos, generalmente en relación con la Eucaristía. Hoy se dice de un convite en el que el aspecto de convivencia y caridad tiene mayor relieve que el de un banquete. Ágape en griego significa caridad.

AGENTE EVANGELIZADOR: Expresión genérica para referirse a quienes tienen responsabilidades específicas en la acción pastoral de la Iglesia: Sacerdotes, diáconos, religiosos, y laicos con tareas de responsabilidad en la Evangelización.

AGENTE PASTORAL: Véase AGENTE EVANGELIZADOR

ALBA: Vestidura (túnica) de lienzo blanco que se ponen los celebrantes, (obispos, sacerdotes, diáconos y ministros) sobre el hábito y el amito, para celebrar una liturgia, y que le cubre todo el cuerpo. Significa la pureza ritual y el despojamiento de toda corrupción.

AMBÓN: Lugar elevado (según el sentido etimológico) o al menos destacado, desde el cual se proclaman las lecturas, el salmo responsorial (Véase MISA – Partes), el Pregón Pascual, así como, facultativa, la Homilía (Véase MISA – Partes) y la Oración de los fieles (Véase MISA – Partes).

AMITO: Vestidura sagrada que usa (facultativamente) el sacerdote debajo del Alba (Véase ALBA). Es un lienzo que protege el cuello y cae sobre los hombros y la espalda. Se sujeta con dos cintas que se entrelazan delante del pecho.

ALELUYA (o Alleluya o Aleluia): Palabra hebrea que significa “alabad y Yahvé”, “alaben al Señor”. Es una exclamación de alabanza. En tiempos de penitencia, como la Cuaresma, no se utiliza.

ALMA: Los filósofos griegos nos enseñaron a distinguir en el ser humano, el cuerpo y el alma. El alma no es una parte del cuerpo, sino lo que hace que el cuerpo sea uno, vivo e inteligente. Es el principio vital del hombre.

ALOCUCIÓN: Discurso, normalmente breve, dirigido por un superior.

ALTAR: Piedra o mesa en la que antiguamente se ofrecían sacrificios u otras ofrendas a Dios. Hoy sólo se ofrece en el altar el sacrificio de la Santa Misa. Representa a Cristo, por eso se le saluda, inciensa, besa (ver Ara). Después del Concilio Vaticano II se prefiere hablar de ‘mesa’, más que de altar.

AMÉN: Palabra hebrea que ha pasado a todos los idiomas y significa “de acuerdo”, “es cierto”, “así sea”. Respondemos “amén” a la oración que alguien reza en voz alta, en nombre de nosotros, para afirmar que la hacemos realmente nuestra y deseamos que se realice lo que pedimos.

ANÁFORA: Véase MISA.

ANAMNESIS: Véase MISA.

ANGELUS: Ángelus. «Angel», en latín. Así se llaman las plegarias que los católicos rezan desde hace siglos, habitualmente a las 12 h. del mediodía. Evocan el anuncio del arcángel san Gabriel a la Virgen María de que iba a ser la Madre de Dios encarnado, Jesucristo: Angelus Domini nuntiavit Mariae: «El ángel del Señor anunció a María». «Y concibió por obra del Espíritu Santo» «He aquí la esclava del Señor» «Hágase en mí según su Palabra». «Y el verbo se hizo carne». «Y habitó entre nosotros».

ANTIGUO TESTAMENTO: El conjunto de los libros de la Biblia redactados antes de Cristo. Corresponde a la antigua Alianza entre Dios y el pueblo de Israel. Lo componen 47 libros.

AÑO LITÚRGICO: El orden que la Iglesia da a las celebraciones de los misterios de la fe, a lo largo del año. Son los llamados tiempos litúrgicos. El Año Litúrgico comienza cuatro semanas antes del 25 de Diciembre y está compuesto por los tiempos de: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario.
Véase cada uno de estos tiempos.

APOLOGÍA: Expresión escrita u oral de defensa o justificación. En las celebraciones existen en forma de oración.

APÓSTOL: Viene de una palabra griega que significa “enviado”, mandado a cumplir una misión.

ARA: Altar en que se ofrecen sacrificios. Piedra consagrada del altar. (Véase ALTAR)

ARCANO: Secreto. En la antigüedad cristiana estuvo vigente la “disciplina del arcano”, en virtud de la cual no se daban a conocer a los paganos aspectos o verdades de la fe que no estaban en condiciones de comprender (por ej., la Eucaristía) y a los neófitos se les iban revelando sólo progresivamente.

ARCHIDIÓCESIS o ARQUIDIÓCESIS: Es la diócesis que encabeza (o sea, la capital de) una provincia eclesiástica.

ARZOBISPO: Es el obispo que preside una arquidiócesis. También se le puede llamar ‘Metropolitano‘. Cuando un arzobispo pasa de una arquidiócesis a una diócesis, la Iglesia les mantiene el vocativo de ‘arzobispo‘, el que se antepone al de ‘obispo‘.

ASAMBLEA: Comunidad de creyentes reunidos para una celebración religiosa.

ASCENSIÓN: Acción por la cual Jesús Resucitado subió al cielo en cuerpo y alma.

ASPERSIÓN: Es el acto de asperjar (del latín aspergere), o sea rociar o derramar agua bendita sobre los fieles u objetos para bendecirlos. Es un rito de purificación bautismal que se realiza en el tiempo pascual en la Misa en lugar del acto penitencial.
Para asperjar, se usa en ocasiones una rama parecida a la del arbusto oloroso llamado hisopo. Por ello, se llama también así al instrumento de mango largo rematado con una bola metálica con orificios que ayudan a esparcir el agua bendita. El recipiente que contiene el agua bendita se llama acetre

ASUNCIÓN: Acción por la cual Dios hizo entrar en la vida eterna a la Virgen María, Madre de Jesús, cuando había llegado la hora de su muerte.

ATRIO: Patio interior cercado de pórticos. Andén o pórtico delante de algunos templos y palacios.

AVE MARÍA: Principal oración que se dirige a la Virgen María. Consta, primero, de un saludo inspirado en el del Ángel Gabriel y en el de Santa Isabel y, en la segunda parte, de una súplica.

AYUNO: Forma de penitencia que consiste en privarse total o parcialmente de alimentos por motivos religiosos. La Iglesia pide dos días de ayuno en el año: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo.

B

BÁCULO: Bastón o ‘cayado‘ utilizado como apoyo. Lo usaban los pastores en el cuidado del rebaño. Ahora, símbolo del ministerio pastoral de los obispos.

BALDAQUINO: Véase CIBORIO.

BAPTISTERIO: Lugar destinado a la celebración del Bautismo, donde está la fuente bautismal, normalmente dentro del templo.

BASÍLICA: Templo cristiano de significación destacada al que se reconoce un prestigio especial. Significa “palacio de príncipe”.
Hay basílicas ‘mayores‘ (las cuatro grandes basílicas mayores están en Roma: San Pedro, San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor) y basílicas ‘menores‘.

BAUTISMO: Primer Sacramento que recibe un cristiano. Este sacramento incorpora a la Iglesia y a la vida cristiana: hace hijos de Dios y partícipes de la Salvación de Cristo.

BEATIFICACIÓN: Declaración que hace el Sumo Pontífice en la que expresa que un determinado siervo de Dios es digno de culto, después de muerto. El proceso de beatificación es previo al de la canonización. (Véase CANONIZACIÓN).

BEATIFICAR: Es declarar ‘beato‘ a un siervo de Dios.

BEATO: Es el ‘siervo de Dios‘ que ha sido beatificado. El itinerario para la santidad es: se le reconocen a un cristiano ejemplar fallecido ‘virtudes heroicas‘; luego, se le declara ‘siervo de Dios‘; después ‘beato‘ y, finalmente, ‘santo‘.

BENDICIÓN:
a) Fórmula oracional de alabanza a Dios, a Cristo, a los santos. Se la llama “bendición ascendente”, cuando se quiere precisar.
b) Favor de Dios (de Cristo, de los Santos) a los hombres. Se la llama “bendición descendente”, si se quiere precisar.
c) Parte de la misa. (Véase MISA – Partes).

BIBLIA: Libro sagrado del los judíos y de los cristianos. Los primeros tienen sólo el Antiguo Testamento. Los cristianos, el Antiguo y el Nuevo (Evangelios, Hechos de los Apóstoles, Cartas de los Apóstoles y Apocalipsis). La Biblia reúne 72 libros o documentos.

BINACIÓN: Celebración de dos misas el mismo día. El sacerdote que las celebra se dice que bina. Se usa análogamente “trinación”.

BIRRETE: O ‘birreta‘, solideo que cubre la cabeza de los cardenales. Es de color rojo y la entrega el Papa cuando crea un cardenal.

BLASFEMIA: Expresión injuriosa contra Dios o los santos.

BOSQUEJO HISTÓRICO: Breve reseña que a veces se hace de algún santo, ya en forma escrita en Libros Litúrgicos (Véase LIBROS LITÚRGICOS), ya en discursos orales.

BREVIARIO: Nombre que tenía comúnmente hasta la reforma litúrgica postconciliar lo que ahora llamamos Liturgia de las Horas (Véase LITURGIA DE LAS HORAS) u Oficio Divino.

C

CALI: (Véase CONTRIBUCIÓN A LA IGLESIA)

CÁLIZ: Copa que emplea el sacerdote en la celebración Eucarística.

CANON: Significa “regla fija”. Se habla de “canon de la Misa” (Véase PLEGARIA EUCARÍSTICA). También se usa para designar las normas o cuerpo de las leyes propias de la Iglesia que constituyen el Código de Derecho Canónico.

CANÓNIGO: Título honorífico de algunos presbíteros que atienden el servicio religioso en una catedral. Ellos conforman el CABILDO.

CANONIZACIÓN: Acción solemne por la cual el Papa declara “santo” a un cristiano ejemplar, ya beatificado.

CANONIZAR: Es declarar santo a un beato.

CAPA PLUVIAL: Vestidura litúrgica en forma de capa que usa el presbítero en ciertas ceremonias, como procesiones, matrimonio fuera de la Misa, etc.

CAPELLÁN: Sacerdote designado para atender un templo, un convento o un establecimiento como un hospital, un regimiento, un colegio.

CAPILLA: Lugar pequeño dedicado al culto.

CARDENAL: Es la más alta dignidad después del Pontífice Romano. Tiene dos funciones fundamentales:
1.    Auxiliar y asesorar al Papa en el gobierno de toda la Iglesia.
2.    Cuando la Santa Sede está vacante, gobernar colectivamente la Iglesia Universal hasta la designación del nuevo Papa.
La elección y nombramiento de los Cardenales compete exclusivamente al Papa, quien los elige entre los miembros destacados del Episcopado de las diversas naciones y entre los eclesiásticos más distinguidos por su ciencia y sus servicios en la Curia Romana. Su número es variable, al arbitrio también del Sumo Pontífice hasta un máximo de 120. Actualmente son obispos, aunque en el momento de la elección pueden ser sólo sacerdotes.
Los cardenales son consultados también por el Papa en la causa de los santos.
Los cardenales tienen la misión de elegir, entre ellos, al Papa, en una reunión llamada CÓNCLAVE (‘con clave‘ o ‘con llave‘. Se encierran a deliberar y votar).
El Papa puede llamar a una reunión del colegio de cardenales, denominada CONSISTORIO. Hay consistorios ordinarios y extraordinarios.
Los CARDENALES se ‘CREAN‘. No se ‘nombran‘ ni se ‘designan‘.
Un CARDENAL en una diócesis no tiene autoridad jerárquica por ser tal, sino por ser OBISPO de esa diócesis. Es un título, no un cargo. También se llama a los cardenales PRÍNCIPES DE LA IGLESIA.
¿Cómo nos podemos dirigir a un cardenal? Se les puede nombrar como Su Eminencia, su Eminencia Reverendísima, Excelencia. A muchos no les gusta ese trato, por lo que lo más normal es llamarles CARDENAL, o SEÑOR CARDENAL.
Un cardenal deja de ser monseñor.

CARISMA: Don gratuito dado por Dios como servicio a los demás, en función del progreso de la sociedad y la Iglesia.

CARTA APOSTÓLICA: Documento Papal que se presenta en forma de carta a una persona determinada o grupo, aunque su intención es normalmente universal.

CASULLA: Vestidura litúrgica que llevan los sacerdotes y los obispos sobre los demás ornamentos cuando van a celebrar la Misa. Cambia de color según el tiempo litúrgico.

CATECISMO: Texto de la Doctrina Cristiana que se utiliza como apoyo de la Catequesis (Véase CATEQUESIS).

CÁTEDRA: Sede o asiento, símbolo del que preside. Respecto del Papa, se habla de la ‘cátedra de Pedro‘. Está además, la ‘cátedra‘ o asiento del obispo en la catedral.

CÁTEDRA DE SAN PEDRO: La autoridad del Papa, sucesor de San Pedro, vista desde el aspecto doctrinal.

CATEDRAL: Iglesia en que está la sede o cátedra del obispo. Está en la ciudad cabecera de la diócesis.

CATEQUESIS: Es la acción por la cual la Iglesia educa en la fe a sus miembros, sean éstos adultos, jóvenes o niños.

CATÓLICO: Significa “universal”. La Iglesia se llama católica porque está abierta a todos los hombres de cualquier raza o condición.

CELAM: Abreviatura que significa Consejo Episcopal Latinoamericano. Es el organismo que coordina el trabajo de la Iglesia en el continente latinoamericano. Está formado por obispos y personal que los ayuda. Fundado en 1955, tiene una sede en Bogotá, Colombia. Ha realizado cuatro asambleas generales: en Río de Janeiro, en 1955; en Medellín, en 1968, en Puebla, en 1979 y en Santo Domingo, en 1992.

CELEBRACIÓN: Véase LITURGIA.

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA: Véase PARALITURGIA.

CÉLIBE: Persona no casada. El término se usa para designar a quienes viven esa situación por consagración a Dios, como los sacerdotes, religiosos y religiosas.

CIBORIO: Especie de dosel que cubre el altar.

CIRIALES: Candeleros altos que llevan los Acólitos (Véase ACÓLITO) a los lados del Santísimo (Véase SANTÍSIMO), de la Cruz, del presidente de la celebración.

CIRIO: Vela de cera que se emplea en las Iglesias. En las celebraciones litúrgicas, los cirios son imagen visual de nuestra fe.

CISMA: División que se produce en la Iglesia cuando algunos católicos rechazan la autoridad del Papa, salen de la comunión de la Iglesia y, en general, forman otra Iglesia. Dejan de ser católicos.

CLERO: Conjunto de hombres consagrados a Dios en el servicio a la Iglesia: obispos, sacerdotes, diáconos casados y los que se preparan al sacerdocio en su fase próxima.

CLERO DIOCESANO: Cada DIÓCESIS tiene un ‘clero diocesano‘, conformado por los sacerdotes y diáconos que dependen directamente del Obispo y no de una Congregación religiosa.

COLECTA: a)    Acción de recoger los donativos de los fieles.
b)    Oración colecta (Véase MISA – Partes).

COLECTA PROPIA: La oración colecta que una celebración eucarística lleva como específica, es decir, no tomada de otros formularios.

COLORES LITÚRGICOS: Los colores empleados en los ornamentos de los celebrantes en las ceremonias litúrgicas; también se usan en telas de adornos. Han variado según tiempos y lugares. Ahora se emplean en nuestro rito los colores blanco, rojo, verde, morado y a veces rosado y azul.

COMITÉ EJECUTIVO DE LA CONFERENCIA ESPISCOPAL: está formado por el Presidente, el Vicepresidente y el Secretario de la conferencia episcopal, además de cuatro miembros elegidos por la Asamblea.

COMISIÓN PERMANENTE DE LA CONFERENCIA ESPISCOPAL: Está formada por los siete miembros del Comité Ejecutivo y los catorce Presidentes de las Comisiones Episcopales.

COMUNIDAD CRISTIANA: Es un grupo de creyentes que viven su compromiso con Jesucristo, juntos, de manera estable y fraternal. Dentro de la Iglesia tiene denominaciones genéricas y particulares. De este modo, así se denomina a todos los componentes de una parroquia y también a un grupo reducido de personas.

COMUNIDAD ECLESIAL DE BASE: Puede variar según países, pero suele ser un grupo de creyentes, generalmente alrededor de una capilla, que viven su compromiso con Jesucristo, juntos, de manera estable y fraternal. Se reúnen periódicamente a estudiar, orar, programar acciones apostólicas.

COMUNIÓN: Unidad en la fe, de todos los católicos. También se refiere al acto de recibir la Hostia consagrada en la celebración Eucarística porque expresa esa unidad a Cristo y su Iglesia.

COMUNIÓN DE LOS SANTOS: Unión profunda que existe entre Cristo y todos los que están vinculados a Él por la fe en la Tierra, en el Purgatorio y en el Cielo.

CONCELEBRACIÓN: Celebración de la Eucaristía realizada por varios sacerdotes, en el mismo altar, consagrando juntos el mismo pan y el mismo vino.

CONCELEBRANTES: Cada uno de los obispos y/o presbíteros que conjuntamente actúan como ministros en la Eucaristía o en otra celebración sacramental.

CONCILIO: Asamblea de obispos presidida por el Papa o un delegado suyo. El Papa Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II, en el siglo XX. Un Concilio convocado por el Papa y cuyos acuerdos han sido aprobados por él, constituye la máxima autoridad de la Iglesia.

CÓNCLAVE: Véase CARDENAL.

CONFERENCIA EPISCOPAL: Conjunto de los obispos de un grupo de diócesis, generalmente de un país.
La Conferencia Episcopal española la forman todos los obispos con responsabilidades pastorales vigentes. Se reúne al menos una vez al año y la representa la comisión Permanente (Véase COMISIÓN PERMANENTE), cuando no están reunidos en Asamblea Plenaria.
La Conferencia Episcopal NO ES UNA INSTANCIA JERÁRQUICA, sino de coordinación. Sus acuerdos y documentos no obligan a los obispos que la integran, salvo cuando el Reglamento lo estipula así y dispone un quórum determinado.

CONFESIÓN: Parte de la celebración del sacramento de la Penitencia o Reconciliación, en la que el penitente declara al confesor los pecados cometidos. A veces se usa como sinónimo del sacramento de la Penitencia, del que es parte.

CONFIRMACIÓN: Sacramento por el cual Jesucristo otorga una especial donación del Espíritu Santo a un bautizado que está dispuesto a asumir un compromiso cristiano permanente. Es la ratificación del Sacramento del Bautismo.

CONGREGACIÓN DE LA SANTA SEDE: Véase DICASTERIO.

COMMUNICATIO IN SACRIS: Comunicación en lo sagrado. Se entiende de la concelebración sacramental.

COMPLETAS: Véase LITURGIA DE LAS HORAS.

CONOPEO: Velo con que se cubre el copón cuando queda guardado en el sagrario. También si se expone el Santísimo (véase SANTÍSIMO) sin emplear la custodia.

CONSAGRACIÓN:
a)    Acción por la cual se destina a una persona o cosa al servicio de Dios. Así, por ejemplo, se dice “consagrar un templo”. Un hombre o mujer se consagran a Dios por sus votos religiosos, un sacerdote u obispo son consagrados el día de su ordenación. En la Misa se consagra el pan y el vino.
b)    Véase MISA – Partes

CONTRIBUCIÓN A LA IGLESIA: Aporte que los católicos dan a la Iglesia para que ésta pueda cumplir su misión pastoral. Antes se llamó “dinero del culto”. Actualmente es el 1% de los ingresos brutos mensuales.

CONTRICIÓN: Arrepentimiento sincero que es necesario para obtener de Dios el perdón de los pecados. Es dolor de haber pecado por haber ofendido a Dios.

CONSEJO DE PRESBITERIO: Grupo de sacerdotes elegidos por el clero de una diócesis y/o designado por el obispo, que asesoran al obispo en el Gobierno diocesano.

CONSISTORIO: Véase CARDENAL.

COPÓN: Vaso sagrado que se emplea para colocar las Hostias (véase HOSTIA); cuando se trata de pequeña cantidad, éstas se colocan en la Patena (véase PATENA). En el Sagrario la Reserva (véase RESERVA) suele estar en un Copón.

CORO: a) Grupo de cantores.
b) Rezo coral de quienes tienen el cometido de celebrar la Liturgia de las Horas (véase LITURGIA DE LAS HORAS), como los monjes, los canónicos, etc.

CORONACIÓN: Acción de colocar corona a una imagen o estatua religiosa en ceremonia litúrgica.

CORPORAL: Lienzo blanco sobre el cual se colocan la Hostia (véase HOSTIA), la Patena (véase PATENA), el Cáliz (véase CÁLIZ). Es como un pequeño mantel colocado sobre el mantel del altar.

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA: Documento Papal de la máxima importancia, similar a la Bula, aunque sin las características formales de ésta, como el sello en bola de plomo.

CREDENCIA: Pequeña mesa ubicada cerca del altar sobre la que se colocan elementos u objetos que se van a necesitar en la celebración.

CRISMA: Óleo sagrado consagrado por el obispo el Jueves Santo, compuesto de aceite y bálsamo. Se emplea en el Bautismo, en la Confirmación y en otras ocasiones.

CRISMACIÓN: Acción de ungir con el Santo Crisma (Véase CRISMA).

CRISTIANO: Persona bautizada que acepta a Jesús como Señor y Salvador y procura vivir según su enseñanza, unido a su Iglesia.

CRISTO: Título dado a Jesús para reconocerlo como Mesías. Es una palabra griega que significa “ungido”.

CRUCIFIJO: Es una imagen de Cristo en la cruz.

CRUZ: Antiguo instrumento de suplicio para los esclavos y delincuentes en el que murió Jesús a raíz de una condena injusta. La cruz se ha convertido en la señal distintiva de los cristianos, porque la muerte de Jesús en ella, dolorosa y humillante, fue un verdadero triunfo espiritual.

CUARENTA HORAS: Práctica de adorar al Santísimo (véase SANTÍSIMO), durante aproximadamente cuarenta horas en tres días seguidos.

CUARESMA: Período del año litúrgico que va desde el Miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo (40 días) durante el cual los cristianos se preparan para celebrar la Pascua de Resurrección. Es un tiempo de penitencia, ayuno y oración.

CURA: Sacerdote encargado de una Parroquia. Cura es casi lo mismo que párroco. De por sí significa “cuidado”. En este caso, cuidado de almas.

CURIA: Se denomina así a los servicios administrativos de la Iglesia en una diócesis o en Roma.

CUSTODIA: Vaso sagrado en el que se coloca la Hostia consagrada de suerte que puede ser vista. Por eso también se lo llama Ostensorio. Se emplea para la Exposición del Santísimo (véase SANTÍSIMO) y para las procesiones en las que se lleva el Santísimo.

D

DALMÁTICA: Vestidura sagrada parecida a la Casulla que se coloca encima del Alba. Hoy la usa el Diácono, aunque fue ornamento episcopal también.

DECANATO: Conjunto de parroquias, vecinas entre sí, en que se divide una diócesis para organizar su acción pastoral con criterios comunes para facilitar el crecimiento de sus comunidades. El decano gobierna el decanato.

DERECHO CANÓNICO: Conjunto de normas que constituye el sistema jurídico-legal fundamental de la iglesia universal.

DIACONÍA: a) Término griego que significa servicio.
b) Sector o comunidad que está bajo la responsabilidad de un diácono.

DIÁCONO: Ministro eclesiástico que forma parte del clero, junto al obispo y al sacerdote.
Puede impartir la bendición, presidir una celebración del matrimonio, bautizar, predicar, celebrar exequias y liturgias de la Palabra. Su función principal es el servicio a los pobres y a la comunidad.
Un diácono no es sacerdote y no puede presidir una Misa o eucaristía, ni confesar.

•    Hay diáconos en tránsito al sacerdocio, que son los seminaristas en la etapa final de sus estudios para ser sacerdotes o presbíteros.
•    Y hay diáconos permanentes, que son ciudadanos, generalmente hombres casados, que han recibido la sagrada orden del Diaconado. Un diácono permanente no llegará al sacerdocio y cumple las mismas funciones del diácono en tránsito al sacerdocio.

DICASTERIO: Término con que también se denomina a las Sagradas Congregaciones de la Curia Vaticana. Es relativamente equivalente a los Ministerios que ayudan al Santo Padre en el Gobierno de la Iglesia.
Por ejemplo, el cardenal Antonio Cañizares presidente de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Salvo el Secretario de Estado, todas las demás Congregaciones tienen un mismo nivel jerárquico y no hay segunda, tercera o cuarta en importancia.

DIÓCESIS: Es una jurisdicción territorial de la Iglesia y cada una constituye una ‘Iglesia particular‘, cuya máxima autoridad es el OBISPO.

DISCURSO: Pieza oratoria de extensión no muy amplia sobre una materia determinada. En el ámbito eclesial se distingue de otras piezas, como la homilía, que es parte de una celebración religiosa.

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA:
a)    Desarrollo de la enseñanza social del Evangelio, aplicada a los problemas típicamente modernos de la vida en común.
b)    Principales documentos de la Doctrina Social de la Iglesia. Se identifica con las encíclicas de los papas. Entre las más conocidas, tenemos:
•    Rerum Novarum (Sobre las cosas nuevas), primer gran documento social de la Iglesia. Fue promulgado por el Papa León XII el 15 de mayo de 1891.
•    Quadragésimo Anno (a los 40 años). Pío XI, 1931.
•    Mater et Magistra (Madre y Maestra – La Iglesia). Juan XXIII, 15-5-1961.
•    Pacem in Terris (La Paz en la Tierra). Juan XIII, 11-4-1963.
•    Populorum Progressio (El Desarrollo de los Pueblos). Pablo VI, 26-3-1967.
•    Octogésima Adveniens (A los 80 años). Pablo VI, 14-5-1981
•    Laborem Exercens (Al Realizar el Trabajo). Juan Pablo II, 14-9-1981.

DOGMA: Es un punto de doctrina que la Iglesia ha definido de manera muy precisa y solemne, generalmente para subrayar su importancia y destacarla ante los fieles. Los católicos tienen obligación de aceptar los dogmas.

DOXOLOGÍA: Oración de alabanza.

E

ECUMENISMO: Por su origen, significa “universal”. El movimiento ecuménico significa la apertura de diálogo hacia los otros cristianos, no católicos.

ELEVACIÓN: Rito de la Misa que consiste en elevar las Especies Consagradas (Pan y Vino) para adoración de los fieles. La Elevación Mayor tiene lugar en el momento de la Consagración (véase MISA – Partes), y la Elevación Menor durante la Doxología con que concluye la Plegaria Eucarística (véase MISA – Partes).

EMBOLISMO: Añadidura o prolongación de una oración.

ENCÍCLICA: Carta solemne escrita por el Papa a los pastores y fieles en general, e incluso, a todos los hombres, relativa a un tema específico.

EPÍCLESIS: Véase MISA – Partes.

EPIFANÍA: Significa manifestación. Así se denomina a la Solemnidad comúnmente conocida como fiesta de los Reyes Magos.

EPISCOPADO: El conjunto de los obispos de un país o región.

EPISCOPAL: Es un adjetivo que significa: del obispo, de uno o varios obispos. Por ejemplo: Documento Episcopal, la Conferencia Episcopal, Vicario Episcopal.

EPÍSTOLA: Significa carta. En el Nuevo Testamento se habla de las Epístolas de San Pablo y de las Epístolas católicas. En este caso “católicas” significa universales, dirigidas a todas las iglesias.

ESCRITURAS: Se llama así también a la Biblia. También “Sagrada Escritura”, porque esos Libros escritos por hombres han sido totalmente inspirados por Dios mismo.

ESCRUTINIOS: Análisis de las disposiciones de candidatos al bautismo (catecúmenos adultos) o a otros sacramentos. Estos escrutinios forman parte de celebraciones litúrgicas.

ESPÍRITU SANTO: Es la tercera Persona en Dios, uno y trino, y vive en la Iglesia y en el corazón de los creyentes. Su acción es esencial a la vida de la fe: concede dones y carismas a los cristianos y es prenda de la vida futura.

ESTACIÓN:
a)    La Iglesia de Roma en la que antiguamente se reunían los fieles de los distintos barrios para la celebración presidida por el Papa. Cada fiesta o día importante tenía su estación o lugar fijo de celebración.
b)    Uno de los 14 momentos de dolor que vivió Jesucristo en su pasión y muerte, y que la liturgia de la Iglesia revive en el rezo del Vía Crucis, particularmente en los oficios del Viernes Santo.

ESTOLA: Banda larga de color variable que el sacerdote lleva sobre el alba para celebrar la Eucaristía y otros sacramentos. El diácono también la usa, terciada.

EUCARISTÍA: Sacramento por el que se celebra y actualiza el misterio Pascual de Jesús. Este, en la Última Cena de su vida, en vez de celebrar la antigua pascua judía, se entregó a sí mismo, transformando de antemano su condena de muerte en un sacrificio voluntario para la salvación del mundo. Etimológicamente significa una oración de acción de gracias.
También véase MISA.

EUCOLOGÍA: Conjunto de elementos oracionales de una celebración.

EVANGELIO: La Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo recogida en los libros de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan.

EVANGELIZAR: Es el acto de anunciar el Evangelio, el primer anuncio de la salvación de Jesús.

EXCOMUNIÓN: Sanción por la cual se separa a un católico de la comunidad eclesial debido a alguna falta grave, pública o privada. El excomulgado no puede recibir el cuerpo de Cristo en la Eucaristía ni otros sacramentos, mientras no se reintegre arrepentido a la iglesia.

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA: Los Papas vienen dando este nombre a algunos de sus documentos importantes dirigidos a todos los católicos. Su importancia es similar a la de las Encíclicas (véase ENCÍCLICA), de las que se distinguen porque en éstas predomina el carácter doctrinal, en tanto que en las Exhortaciones prevalece el pastoral.

EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO: Colocación del Santísimo en forma visible, normalmente en la Custodia (véase CUSTODIA), para adoración de los fieles.

F

FE: Actitud fundamental del cristiano por la que pone en Dios toda su confianza y cree lo que Dios le enseña por su Hijo y por la Iglesia.

FIESTA: Celebración de algún aspecto del Misterio Pascual de Cristo. En los días más solemnes se denomina Solemnidad.

FIESTA DE GUARDAR: Llamamos “fiesta de guardar” a unas cuatro fiestas religiosas en el año que no caen en día domingo, en las cuales, como en domingo, se debe honrar a Dios participando en la Misa, dejando de trabajar, haciendo obras buenas.

FRACCIÓN DEL PAN: Ver MISA – Partes.

G

GÉNESIS: Palabra griega que significa “origen”, “comienzo”. Se usa como título del primer libro de la Biblia, cuyos capítulos iniciales presentan los orígenes del mundo y de la humanidad.

GENUFLEXIÓN: Acción de doblar una rodilla en señal de adoración a Dios.

GLORIA:    a) El Cielo
b) Un himno de la Misa (véase MISA)

H

HEREJE: Es el católico que se separa de la Iglesia por no estar de acuerdo con un punto doctrinal.

HOMILÍA: Predicación que el obispo, el sacerdote o el diácono hacen durante la misa, después de la proclamación del Evangelio, en relación con la Escritura leída o con otra parte de la celebración, con la vida de los oyentes y con el misterio celebrado.
La HOMILÍA es una predicación. La HOMILÍA, por sí sola NO ES UNA CELEBRACIÓN. NO ES UNA MISA. Es una parte de esa celebración. Se puede decir que el sacerdote u obispo PRONUNCIA una homilía, NO que CELEBRA u OFICIA una homilía.

HOMILIARIO: Libro que contiene Homilías.

HOSTIA: Término proveniente del latín, que significa “víctima”. Designa el Pan que el sacerdote consagra en la misa.

HUMERAL: Paño rectangular que el sacerdote se coloca sobre los hombros y brazos para tomar ciertos objetos, como la Custodia (Véase CUSTODIA) y el Copón (Véase COPÓN) para bendecir o llevarlos en procesión.

I

ICONO o ÍCONO: Imagen. Se emplea de modo particular para las pinturas de tipo oriental.

IGLESIA: La palabra «Iglesia» [«ekklèsia», del griego «ek-kalein» – «llamar fuera»] significa «convocación». Designa asambleas del pueblo, en general de carácter religioso. El término «Kiriaké», del que se deriva las palabras «church» en inglés, y «Kirche» en alemán, significa «la que pertenece al Señor».
En el lenguaje cristiano, la palabra «Iglesia» designa no sólo la asamblea litúrgica, sino también la comunidad local o toda la comunidad universal de los creyentes. Estas tres significaciones son inseparables de hecho.
La «Iglesia» es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
La Iglesia es la gran comunidad fundada por Cristo y constantemente sostenida por el Espíritu Santo para continuar su presencia y acción en el mundo. A ella pertenecen todos los bautizados.
No es correcto decir ‘Iglesia española‘. La Iglesia católica es una sola, es universal (eso significa ‘católica‘). No es mexicana, ni argentina, ni peruana. Es mejor hablar de ‘la Iglesia EN Colombia… EN Perú’ etc.
En el uso corriente, iglesia designa también al templo donde se reúnen los cristianos.

INCENSARIO: Utensilio utilizado en las ceremonias litúrgicas para colocar ascuas sobre las cuales se echa incienso. (Véase INCIENSO) Las volutas de agradable olor que se producen son dirigidas con movimientos del mismo incensario hacia los objetos o personas de la asamblea en señal de veneración.

INCIENSO: Sustancia resinosa aromática extraída de varios árboles.

INVOCACIÓN: Oración breve en la que se pide auxilio o ayuda a Dios o a los santos.

J

JERARQUÍA: Es la autoridad de la Iglesia. La forman el Papa y los obispos en comunión con los sacerdotes y diáconos.

K

KERIGMA: Término griego derivado de “Kerix”; heraldo, mensajero. Significa el Mensaje cristiano con su matiz de alegre anuncio.

L

LABOREM EXCERCENS: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.

LAICO: O “seglar”. Viene del griego ‘laos‘, que significa ‘pueblo‘. Son laicos los cristianos no consagrados por el sacramento del Orden. Ellos desarrollan su vida de fe en las tareas normales del mundo: vida matrimonial, política, profesional, etc.
Los laicos no forman parte del ‘clero‘.

LAUDES: Véase LITURGIA DE LAS HORAS.

LECCIONARIO: Libro que contiene las lecturas que se proclaman en la Eucaristía o en otras celebraciones litúrgicas.

LECTIO DIVINA: “Lectura Divina”. Se dice de la lectura de la Biblia que acostumbran a hacer de modo sistemático especialmente los monjes. Por extensión se aplica también a la lectura de otras espirituales.

LECTURA DE LA MISA: Véase MISA – Partes.

LETANÍA: Oración popular que comprende una serie de invocaciones con respuesta común.

LIBROS LITÚRGICOS: Los que contienen las celebraciones oficiales de la Iglesia.

LITURGIA: Designa el conjunto de la oración pública y oficial de la Iglesia. Tiene su cumbre y fuente en la Eucaristía.
“Litúrgico” es todo lo relativo a la liturgia.
LITURGIA es una Reunión de fieles para celebrar un acontecimiento de la fe. También se le puede llamar OFICIO RELIGIOSO o CELEBRACIÓN.

LITURGIA DE LA PALABRA: Acto de oración comunitaria en la que el contenido central es escuchar textos de la Palabra de Dios, orar y dar gracias. Puede ser un acto aislado o parte de otro mayor.
Es una asamblea pequeña o grande que se reúne para escuchar diversos textos bíblicos, intercalados con cantos y oraciones. De ser posible también con una homilía, a cargo de un sacerdote o un diácono.
Una LITURGIA DE LA PALABRA suele celebrarse los Domingo en capillas y lugares donde no es posible celebrar la MISA o EUCARISTÍA. En esta celebración, presidida por un diácono o un laico, éste puede distribuir la comunión. Pero NO ES UNA MISA. Se usan hostias ya consagradas en una misa. (Véase MISA).

LITURGIA DE LAS HORAS:  Rezo litúrgico dispuesto por la Iglesia para todos los fieles y encomendado en forma más específica a los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas. Su finalidad es santificar el tiempo, rezando las correspondientes “horas” en su respectivo momento.

Partes de la LITURGIA DE LAS HORAS, también llamadas Horas:
•    Laudes o alabanzas matinales, a primeras horas del día.
•    Tercia, Sexta y Nona son las “Horas menores”. Su momento es hacia las nueve, las doce y las quince horas, respectivamente.
•    Vísperas, al caer el día o concluir el trabajo.
•    Completas, breve oración para el momento de acostarse.
•    Hora de Lecturas. En principio es oración nocturna, si bien sólo suelen rezarla durante la noche (hacia la 1 h. o algo después) los contemplativos. Por ese carácter nocturno se llamaba a esta Hora Maitines, divididos en Primero, Segundo y Tercer nocturnos.

LITURGIA EUCARÍSTICA: Se designa también así a la Misa.
Precisamente corresponde a la parte central de la Misa, después de la Liturgia de la Palabra y de las ofrendas. Incluye el canon (Véase MISA – Partes)

LITURGIA PENITENCIAL: Acto de oración comunitaria cuyo contenido específico es el arrepentimiento y deseos de reconciliación con Dios y los hermanos. Puede incluir el Sacramento de la Reconciliación. (Véase CONFESIÓN)

M

MAGISTERIO: Función de la Iglesia por la cual interpreta rectamente y mantiene vivas e íntegras no sólo las enseñanzas de Jesús, sino toda la Revelación. Esta tarea la desempeñan el Papa y los obispos. Para eso tienen la gracia y autoridad que les otorga el Espíritu Santo.

MAGNIFICAT: Canto que la Virgen María, según la narración de San Lucas (Lc. 1,46-55), pronunció en casa de su prima Isabel cuando fue a visitarla.

MÁRTIR: Palabra griega que significa “testigo”. Los cristianos la emplean para designar a los que han sido testigos de Cristo, en alguna persecución, hasta morir por su fe.

MARTIROLOGIO: Libro que contiene los nombres de los santos mártires con indicaciones sobre origen, día y lugar del martirio, etc.

MATER ET MAGISTRA: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.

MEMORIA: Celebración Litúrgica de grado inferior al de Solemnidad, Fiesta o Domingo.

MEMORIAL: Memorial es la celebración de la Iglesia en cuanto que es mucho más que una memoria o recuerdo. Es la nueva presencia de Cristo, posible porque, al haber consumado el Misterio Pascual, vive más allá de las leyes del tiempo y del espacio. Se aplica sobre todo a la Eucaristía.

METROPOLITANO: Véase ARZOBISPO

MIÉRCOLES DE CENIZA: Día en que comienza la Cuaresma. Se llama así porque desde tiempos inmemoriales se pone ceniza en la frente a los que asisten a la celebración litúrgica de la comunidad. El significado de este gesto es recordarnos que somos mortales y que debemos humillarnos y convertirnos a Dios.

MILAGRO: Hecho singular, generalmente inexplicable por simples causas humanas, que se produce en un ambiente religioso; los creyentes lo reconocen como un signo de la intervención de Dios a favor de los hombres y como un llamado a responder a su amor.

MINISTERIO: Es el servicio encomendado a algunos miembros de la Iglesia para atender algunas necesidades pastorales. Hay ministerios ‘ordenados‘: obispo, presbítero, diácono, quienes ejercen un ministerio. Hay otros ministerios ‘no ordenados‘: acólitos, lectores, ministros de la comunión, etc. Son ‘laicos‘.

MINISTRO: Persona que ha recibido delegación para un servicio especial en la comunidad eclesial.

MINISTROS LAICOS: Designación específica para cuando un ministerio es atendido por un laico, no clérigo.

MISA, LITURGIA EUCARÍSTICA, O EUCARISTÍA: Actualización del sacrificio de Cristo. La Misa es la más importante y central entre todas las celebraciones de la Iglesia. También se la llama: Eucaristía, Celebración Eucarística, Santo Sacrificio.
Sólo la puede presidir una persona ordenada como sacerdote (que ha recibido el sacramento del Orden Sacerdotal). Él tiene el poder de CONSAGRAR el pan y el vino: por las palabras de la CONSAGRACIÓN, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Si no hay CONSAGRACIÓN, NO HAY MISA.
El sacerdote u obispo que encabeza una misa, LA PRESIDE. Es el PRESIDENTE de esa liturgia. Todos los demás, LA CELEBRAN, incluso los laicos. Los demás sacerdotes y/u obispos que acompañan al presidente, CONCELEBRAN la misa.

Partes de la Misa

A. Rito de Entrada: Comprende todo lo que precede a las lecturas, o sea.
•    Antífona o canto de entrada
•    Saludo al altar: el sacerdote y los ministros al llegar al altar lo veneran con un beso.
•    Saludo a la Asamblea por parte del sacerdote.
•    Acto penitencial. Invitación a reconocer los propios pecados y oraciones en las que se pide a Dios perdón.
•    Señor, ten piedad: Canto (o recitación) en el que se aclama al Señor y se pide su misericordia.
•    Gloria, Himno en el que se alaba a Dios Padre y a Cristo. Proviene de los primeros siglos cristianos. También se lo llama doxología mayor (la doxología o alabanza menor es el “gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”…).
•    Colecta u oración colecta, que generalmente hace referencia a lo propio de la fiesta o al carácter de la celebración. Con ella concluye el rito de entrada.

B. Liturgia de la Palabra: Comprende las Lecturas de la Sagrada Escritura (Biblia), el salmo responsorial, la aclamación al Evangelio, la lectura del Evangelio, la homilía, el credo y la oración de los fieles.
•    Primera lectura. Cuando hay tres lecturas, la primera está tomada del Antiguo Testamento; así los domingos y otros días solemnes. Si sólo hay dos lecturas (los días ordinarios entre semana), se toma del Antiguo Testamento o bien del Nuevo, excepto del Evangelio.
•    Salmo responsorial: es un salmo (véase SALMO) o parte de un salmo con el que se responde a la lectura escuchada. Lo canta o profiere un solista desde el ambón (véase AMBÓN) y el pueblo responde a cada estrofa con un estribillo.
•    Segunda lectura: (cuando hay tres), Se toma del Nuevo Testamento, excepto del Evangelio.
•    Aclamación del Evangelio. Comprende el Aleluya (excepto en Cuaresma) (véase ALELUYA) y un versículo, normalmente tomado del mismo evangelio que se va a leer.
•    Evangelio: Es la última de las lecturas. Se toma de uno de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
•    Homilía: Véase HOMILÍA.
•    Credo o profesión de la fe. Es la profesión comunitaria de la fe católica con una de dos fórmulas opcionales (una larga y más conceptual y otra breve y sencilla). En los artículos o partes de esta fórmula se recogen los contenidos centrales de la fe cristiana. Por eso se lo llama también “símbolo de la fe”. Se dice los domingos y solemnidades.

•    Oración de los fieles u oración universal. Es una serie de peticiones, dichas por una o varias personas. A cada intención responde el pueblo con una fórmula de súplica. Las intenciones son: por la Iglesia, por los gobernantes, por los especialmente necesitados y por la asamblea.

C. Liturgia Eucarística: Comprende la preparación de las ofrendas, la plegaria eucarística y el rito de Comunión.
•    Preparación de los dones. A veces a este rito se lo sigue llamando ofertorio, aunque esta palabra es menos adecuada. Comprende el hecho de llevar al altar y disponer el pan, el vino y el agua. Se acompaña el rito práctico con algunas oraciones. La principal es la Oración sobre las ofrendas, que hace referencia a los dones presentados al altar (el pan y el vino). Durante este rito puede haber canto.
•    Anáfora o Plegaria eucarística. Es la oración central de la misa y de todas las de la Iglesia. Es una oración de acción de gracias y de santificación. En algún caso también se le llama canon. Comprende:
• Diálogo inicial.
• Prefacio: solemne acción de gracias y alabanza que culmina en el Santo.
• Epíclesis (invocación) para que los dones queden consagrados.
• Narración de la institución de la Eucaristía.
• Anámnesis (recuerdo, memorial) de los principales misterios del Señor.
• Ofrecimiento del sacrificio.
• Intercesiones y comunión de los santos: peticiones y recuerdo de los santos y de cuantos nos precedieron hacia el cielo.
• Doxología final. Doxología significa alabanza. Es una solemne alabanza a la Santísima Trinidad.
• Amén o ratificación de la asamblea.
•    Rito de Comunión. Comprende los siguientes momentos:
• Padrenuestro u oración dominical (o sea “del Señor”) precedido de una introducción.
• Rito de la Paz. El sacerdote la desea a todos e invita a que mutuamente se la expresen con un gesto.
• Inmixtión o inmixción, o sea, el gesto de mezclar una pequeña parte de la Hostia con el vino consagrado. Lo hace el sacerdote dejando caer en el cáliz un trocito que corta de la Hostia.
• Cordero de Dios. Es un canto dirigido a Cristo, llamado “Cordero de Dios” por el hecho de ser ofrecido en sacrificio, como el cordero de la Pascua judía. Se canta o reza durante la fracción y la “inmixtión”.

• Comunión. Es uno de los actos esenciales de la Misa. Consiste en comer y beber el cuerpo y la sangre de Cristo, o sea el pan y el vino que han sido consagrados en la Plegaria Eucarística. Comulga el sacerdote y luego distribuye la comunión a los fieles que se acercan para dicho fin y que están preparados espiritualmente. A veces la hostia consagrada es distribuida untada en el vino consagrado (comunión bajo las dos especies).
Canto de Comunión es el que se desarrolla mientras se distribuye la comunión.
• Poscomunión es la oración que profiere en voz alta el sacerdote después de la comunión.

E. Rito de conclusión. Comprende:
•    Un saludo del sacerdote.
•    La bendición final, que en algunas ocasiones se desarrolla con mayor solemnidad.
•    El envío y la despedida con que se disuelve la asamblea.
A veces mientras sale la gente se tiene un canto de salida.

MISA DE EXEQUIAS O DE DIFUNTOS: Una misa que se celebra antes del funeral de un fallecido.
No confundir con RESPONSO, que es una oración fúnebre.

MISAL: Libro con las oraciones utilizadas por el sacerdote durante la Santa Misa.

MISTAGOGIA: Introducción al misterio cristiano, más allá de la simple instrucción doctrinal.

MITRA: Ornamento propio del obispo en celebraciones solemnes. Es una especie de gorro o sombrero alto, terminado en punta con dos bandas o tiras de tela que cuelgan por detrás.

MONICIÓN: Breve intervención al comienzo o en el interior de una celebración litúrgica que tiene como fin mover a la oración con sentimiento común en toda la asamblea.

MONSEÑOR: Es un título que otorga la Santa Sede a algunas personas ya sea por su cargo o por los servicios relevantes que ejercen en la Iglesia.
Todos los obispos reciben el trato de MONSEÑOR.
Pero también se les dice MONSEÑOR -aunque no tengan formalmente ese título- a sacerdotes que ejercen una responsabilidad pastoral o cargo importante

MUCETA: Especie de capa corta, que cubre los brazos hasta el codo, utilizando por el Santo Padre de color blanco.

N

NAVIDAD: Tiempo litúrgico que recuerda el nacimiento de Jesús. La Epifanía (manifestación) recuerda la visita de los Reyes Magos.
Nota: NAVIDAD NO ES PASCUA. Pascua es la víspera del Domingo de Resurrección, al término de la Semana Santa. (Véase PASCUA).

NEÓFITO: Literalmente, “nueva planta”. Se dice de los recientemente bautizados que están en la última etapa de su formación catecumenal.

NOCTURNO: Véase LITURGIA DE LAS HORAS.

NUNCIO APOSTÓLICO: Representante de la Santa Sede en el país. Es un diplomático con representación oficial ante el Gobierno y también cumple función pastoral en la relación con el Episcopado nacional.
Se le puede decir NUNCIO, SEÑOR NUNCIO, MONSEÑOR.

O

OBISPADO: Sede de un obispo, en la diócesis.

OBISPO: Sacerdote que ha recibido la plenitud del Sacramento del Orden.
Es la autoridad máxima, Pastor y jefe de una Iglesia particular (diocesana), denominado también ORDINARIO de esa diócesis. Los OBISPOS son sucesores directos de los Apóstoles.

OBISPO AUXILIAR: Es el obispo asignado a un obispo titular de una diócesis o arquidiócesis para ayudarle en el gobierno eclesiástico.

OBISPO COADJUTOR: Es el obispo designado para gobernar una diócesis con las facultades o poderes de obispo ordinario cuando el titular no puede ejercer adecuadamente su ministerio. Tiene derecho a sucesión.

OBLATAS: Los elementos que se llevan al altar en el momento de la presentación de Ofrendas. (Véase MISA).

OCTAVA: El octavo día a contar desde el día de una solemnidad. También el conjunto de los ocho días.

OCTOGÉSIMA ADVENIENS: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

OFERTORIO: Véase MISA – Partes.

OFICIO DIVINO: Otro nombre de la Liturgia de las Horas. Véase LITURGIA DE LAS HORAS.

OFRENDAS: Los dones que se llevan al altar para ser consagrados (pan, vino, agua). Otros dones que se presentan en el mismo momento con otra finalidad: caridad, obsequio, etc.

ÓLEO: Aceite consagrado por el obispo el Jueves Santo, que se emplea en algunos Sacramentos. Es símbolo del don del Espíritu Santo y de su fuerza.

ORACIÓN UNIVERSAL U ORACIÓN DE LOS FIELES: Véase MISA – Partes.

ORACIÓN EUCARÍSTICA: Véase MISA – Partes.

ORACIONES PRESIDENCIALES: Las que en la celebración corresponden al ministro que preside.

ORDINARIO: El obispo de una determinada diócesis u otro a quien se le ha confiado el cuidado de una diócesis o de una circunscripción equivalente, como prelatura o vicariato apostólico.

ORIENTACIONES PASTORALES: Conjunto de sugerencias que el Episcopado Nacional emite periódicamente para enfatizar aspectos de la acción pastoral que responden mejor a la situación del país. No son normas, aunque el obispo diocesano las puede hacer suyas y normatizar.

ORTODOXO: Palabra que tiene dos sentidos:
a)    Calidad de la persona que profesa la auténtica y verdadera doctrina de la Iglesia.
b)    Miembros de la Iglesia Católica oriental separada de la Iglesia Católica.

P

PACEM IN TERRIS: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

PADRE: Se llama así a los presbíteros, curas, sacerdotes, sean diocesanos o religiosos.

PALIA: Pequeño cuadrado de lino almidonado con el que se cubre el cáliz.

PALIO: Insignia Pontifical que da el Papa a los Arzobispos y a algunos Obispos. Se trata de una banda ancha, con cruces negras; en su parte central está dividida, pasa sobre los hombros y, unida por detrás y adelante, cae sobre el pecho y la espalda.
También se llama PALIO a un dosel portátil, sostenido por cuatro o seis varas largas, bajo el cual va el obispo o presbítero portando el Santísimo (la Hostia consagrada).

PAPA: Sumo Pontífice Romano, Vicario de Cristo, sucesor de San Pedro en el Gobierno Universal de la Iglesia Católica. Obispo de Roma. El Papa goza de plena jurisdicción sobre toda la Iglesia católica de la que es su cabeza visible.
Sus leyes tienen eficacia universal. Define las diferencias entre los fieles y las autoridades eclesiásticas sobre cuestiones esenciales.
En su persona se expresa la Unidad de la Iglesia. Sólo a él los obispos dan cuenta de su ministerio episcopal. Y lo hacen por grupos cada cinco años en la llamada ‘visita ad limina apostolorum (‘a la morada de los apóstoles’).
El PAPA es el sucesor directo del Apóstol Pedro. Los OBISPOS son sucesores directos de los Apóstoles.
El Papa cuenta con un órgano colegiado: el COLEGIO DE CARDENALES.
Al Papa se llama, entre otros vocativos, SANTO PADRE, SU SANTIDAD, SUMO PONTÍFICE, PONTÍFICE, JEFE DE LA IGLESIA CATÓLICA, OBISPO DE ROMA, SANTIDAD, PADRE, SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS, SUCESOR DE PEDRO.
Utiliza algunos símbolos: el báculo pastoral (Véase BÁCULO), la Mitra (Véase MITRA).

PALMATORIA: Candelero bajo provisto de asa. Hoy está prácticamente en desuso en la liturgia.

PANEGÍRICO: Alocución laudatoria que normalmente tiene por objeto en la liturgia a algún santo.

PANTOCRATOR: El que todo lo contiene. Figura de Cristo sentado en una actitud de bendecir, que se coloca en al ábside de un templo dominando toda la nave.

PARÁBOLA: Es una comparación para expresar con fuerza y sencillez la enseñanza que encierra. Jesús las utilizó con frecuencia.

PARALITURGIA: Celebración no litúrgica pero estructurada en forma parecida a la liturgia. Normalmente centrada en la Palabra. Por eso se la llama también Celebración de la Palabra.

PÁRROCO: Presbítero que, en nombre del obispo, se hace cargo de la parroquia asignada.

PARROQUIA: Una determinada comunidad de fieles, constituida de modo estable en una diócesis y que se encomienda a un ‘párroco‘. La Parroquia es la más pequeña división jurídica de la Iglesia.

PARUSÍA: La venida de Cristo en los últimos tiempos.

PATENA: Platillo que conjuntamente con el Cáliz se usa en la celebración de la Eucaristía. En la patena se pone el pan para la consagración.

PASCUA: Significa ‘paso‘, el ‘paso‘ de Jesucristo de la muerte a la vida. Son cincuenta días de gloriosa celebración. El tiempo de PASCUA culmina con la solemnidad de PENTECOSTÉS: Dios entrega su Espíritu Santo a los apóstoles y se constituye la Iglesia.
El TRIDUO PASCUAL: Celebración de tres días con los que termina la CUARESMA. Esos tres días son los últimos de la SEMANA SANTA, la que comienza con el DOMINGO DE RAMOS.
La puerta del Triduo es el JUEVES SANTO, día de la caridad, del amor fraterno y de la institución de la Eucaristía.
Luego viene el VIERNES SANTO, en el que se exalta la Cruz Gloriosa de Jesucristo. El Viernes Santo NO SE CELEBRAN MISAS.
El SABADO SANTO no hay celebraciones en el día.
Y se cierra el Triduo el DOMINGO DE RESURRECCION O PASCUA.
VIGILIA PASCUAL: Se celebra en la noche del Sábado para el Domingo. La PASCUA es la más importante de las fiestas cristianas. La PASCUA es el centro de la Eucaristía y en torno a ella gira toda la vida del cristiano.

PASTORAL: Expresión que designa el tipo de acción de la Iglesia, el cuidado por “el rebaño”. Es decir, la acción de la Iglesia en el mundo.

PECTORAL: La Cruz que los obispos occidentales llevan colgada sobre el pecho, o el medallón que llevan en forma similar los orientales.

PENTECOSTÉS: Es el día que se celebra la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, actualizada hoy en su Iglesia.

PERÍCOPA: Trozo de algún capítulo de la Biblia que constituye una unidad narrativa. Ejemplo: una parábola, un milagro, las bienaventuranzas.

PÍXIDE: Vaso destinado a contener la Hostia Consagrada.

PLEGARIA EUCARÍSTICA: Véase MISA – Partes.

PLUVIAL: Véase CAPA PLUVIAL

PONTIFICAL:
a)    Como adjetivo: referente al Pontífice u Obispo.
b)    El libro litúrgico que contiene las celebraciones en que interviene el obispo como ministro.

PONTÍFICE: Véase PAPA

POPULORUM PROGRESSIO: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.

PORCIÚNCULA: Pequeña capilla en el lugar mismo donde murió San Francisco. Hoy está dentro de la basílica de Nuestra Señora de Los Ángeles en Asís.

POSCOMUNIÓN: Véase MISA – Partes.

PRÉDICA: Véase HOMILÍA

PREDICAR: Dar a conocer el Evangelio y sus consecuencias para la vida personal y social.
(Véase EVANGELIZAR, HOMILÍA).

PREFACIO: Véase MISA – Partes.

PRELADO: Pastor a cargo de una Prelatura. Estrictamente, PRELADO no es sinónimo de OBISPO.

PRELATURA: Nombre de una jurisdicción eclesiástica que aún no llega a ser diócesis. El pastor propio de una prelatura puede ser un obispo, un prelado o un abad, designados por el Papa.

PRESBITERIO:
a)    Lugar del Templo en torno al altar, reservado a los ministros durante la celebración.
b)    El conjunto de los presbíteros que con el obispo son los responsables primeros de la pastoral de una diócesis.

PRESBÍTERO: Literalmente significa anciano. De hecho, es sinónimo de Sacerdote.

PROCLAMACIÓN: La Proclamación de las Lecturas, de la Palabra, del Evangelio, etc. Es el hecho de leerlas o proferirlas ante la asamblea con cierta solemnidad, respeto y veneración.

PROFESIÓN DE FE: El hecho de proferir públicamente los contenidos substanciales de la propia fe. A veces se da el nombre también a la misma fórmula que encierra dichos contenidos.

PRÓJIMO: El que está más cerca de nosotros en afecto y solicitud.

PROFETA: Persona que tiene el don de anunciar el designio de Dios frente a los acontecimientos de un pueblo.

PROVINCIA ECLESIÁSTICA: Según la división territorial de la Iglesia Católica, las diócesis de una determinada Conferencia Episcopal se agrupan en Provincias Eclesiásticas, a cuyo frente hay una archidiócesis metropolitana. El Arzobispado castrense de España no pertenece a ninguna Provincia Eclesiástica. En la actualidad las diócesis españolas están agrupadas en 14 Provincias Eclesiásticas.

PUEBLO DE DIOS: Expresión para referirse a todos los cristianos. Con ella el Concilio Vaticano II quiso recalcar que todos los creyentes somos la Iglesia.

PÚLPITO: Lugar destinado a la predicación dentro del templo. Está separado del presbiterio, es decir, ubicado en la nave y elevado. Hoy ya no se emplea, pues el lugar propio de la predicación litúrgica es el Ambón, o bien la Sede del Presidente.

PURIFICADOR: Paño blanco que se emplea para limpiar el cáliz u otros vasos sagrados durante o después de la celebración de la misa. También lo usa el sacerdote para limpiarse los labios después de beber la Sangre de Cristo.

PURGATORIO: El Purgatorio es un estado en el que se encuentra la persona que ha muerto en gracia de Dios pero que no está plenamente purificada, y donde se es purificado para disfrutar plenamente de la presencia de Dios. Se trata de una persona salvada que vive en el amor de Dios y la salvación pero no de una manera plena, ya que ha de esperar ese encuentro hasta que esté preparado, es decir, cuando haya sido perfectamente purificado.

Q

QUADRAGESIMO ANNO: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

R

RAMOS: El domingo de Ramos es la celebración del Día en que Jesús fue proclamado Mesías por una muchedumbre en su entrada a Jerusalén.

RELIGIOSO: Además de referirse a una actitud humana general, en el lenguaje de la Iglesia alude específicamente a los hombres o mujeres consagrados a Dios en una agrupación particular (congregación religiosa).

RELIQUIAS: Restos del cuerpo de santos, normalmente de sus huesos. Por extensión, objetos que tuvo en uso.

RERUM NOVARUM: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

RESPONSO: Oración fúnebre. Canto u oración dialogado en sufragio (intercesión) por los difuntos. No confundir con Misa de exequias o de difuntos, que es una celebración Eucarística que se celebra antes del funeral de un fallecido. El responso es sin Misa.

RETIRO: Tiempo de oración, meditación y reflexión, en silencio.

RITO: Ceremonia religiosa que se desarrolla según normas determinadas, con una pauta y orden preestablecidos, con símbolos y signos. Un rito puede ser una ceremonia por sí sola o ser parte de otra mayor. Por ejemplo, el rito de la comunión, dentro de la misa; el rito de la imposición de las manos, dentro de la Confirmación, etc.

RITOS INICIALES: Véase MISA – Partes
Se aplica similarmente a otras celebraciones.

RITO PENITENCIAL: Véase MISA – Partes

RITO DE COMUNIÓN: Véase MISA – Partes

RITUAL: Libro litúrgico que contiene las fórmulas y ritos de las celebraciones sacramentales (aquéllas en las que se administran los sacramentos: Bautismo, Confesión, Unción de los Enfermos, etc). Hay un ritual por cada sacramento (los sacramentos son siete) o celebraciones litúrgicas similares como funerales, profesión religiosa, bendiciones, etc.

ROQUETE: Vestidura blanca que usan los ministros ayudantes en las ceremonias litúrgicas encima de la sotana.

S

SACERDOTE: Término que se emplea para designar a quien ha recibido el sacramento del Orden Sacerdotal, o sea, el Ministerio ordenado.
El sacerdote colabora con el obispo en su acción pastoral, en la enseñanza, la predicación del Evangelio y la celebración de los sacramentos. También se les llama ‘presbíteros‘, ‘curas‘ y ‘clérigos‘. Y en su conjunto conforman el ‘clero‘ de una diócesis.
•    Hay sacerdotes DIOCESANOS, que dependen directamente del obispo.
•    Y hay sacerdotes RELIGIOSOS, que pertenecen a órdenes religiosas o congregaciones y viven en comunidad con otros religiosos. Dependen de su propio SUPERIOR o PROVINCIAL.

SACRAMENTO: Acción ritual y festiva de Cristo y de la Iglesia por la cual el creyente celebra e incrementa su unión con Cristo. Los sacramentos son: Bautismo, Confirmación, Reconciliación, Eucaristía, Orden Sagrado, Matrimonio, Unción de los Enfermos.
También se usa la palabra sacramento como sinónimo de signo.

SALMO: Composición poético-musical propia sobre todo del pueblo hebreo. La mayor parte de los salmos bíblicos se encuentran en el Libro de los Salmos, que contiene 150 composiciones de este género.

SALMODIA: El conjunto de los salmos que se cantan o recitan en una celebración que contiene varios. Por ejemplo, los de Laudes o Vísperas (Véase LITURGIA DE LAS HORAS).

SALMO RESPONSORIAL: Véase MISA – Partes

SANTÍSIMO: Santísimo Sacramento, o simplemente el Santísimo, designa el Pan y el Vino consagrados, que se exponen para su adoración o que se reservan en el Sagrario.

SANTO PADRE: Véase    PAPA

SCHOLA CANTÓRUM:    Coro especialmente destinado a las celebraciones litúrgicas.

SEDE: Asiento destacado desde el cual el obispo o sacerdote presiden una celebración.

SEGLAR: Se utiliza como sinónimo de Laico. (Véase LAICO)

SEXTA: Véase LITURGIA DE LAS HORAS

SIGILO SACRAMENTAL: Secreto absoluto a que está obligado el sacerdote que oye confesiones.

SINAXIS O SYNAXIS: La reunión, la asamblea de los fieles.

SÍNODO DE OBISPOS: Es una asamblea de obispos que se reúnen convocados por el Papa, generalmente por regiones del mundo. Está el sínodo de Europa, el de América, etc. Concurren representantes por conferencia episcopal. El ‘sínodo ordinario‘ de una región se reúne cada tres años.

SOLIDEO: (‘Sólo a Dios‘). Pequeña pieza de género que usan los obispos y el Papa sobre la cabeza, en su parte posterior. Los obispos, color violeta; los cardenales, rojo y el Papa, blanco.

SUFRAGIOS: Oraciones litúrgicas ofrecidas por los difuntos.

SUMO PONTÍFICE: Véase PAPA

T

TABERNÁCULO: Pequeño receptáculo a modo de minúscula capilla en el que se guarda el Santísimo o Sagrada Eucaristía.

TEÁNDRICO: Referente al ser divino-humano, es decir, a Cristo.

TE DEUM: Es un Oficio Religioso, una celebración solemne de acción de gracias. NO ES UNA MISA. El Te Deum es un antiguo himno de acción de gracias, que se canta en ocasiones muy señaladas, como las Fiestas Patrias, por ejemplo. Las palabras ‘Te Deum’ se refieren al comienzo del himno de acción de gracias: “a ti, Dios”.

TEOLOGÍA: Ciencia que estudia a Dios desde el punto de vista de la fe en la Revelación.

TIARA: Corona triple que usaban los papas, en lugar de la actual mitra, hasta los tiempos del Concilio Vaticano II.

TIEMPO LITÚRGICO: Véase AÑO LITÚRGICO.

TIEMPO ORDINARIO: Son todos los tramos del año en que la Iglesia no considera un tiempo litúrgico especial como Navidad, Pascua, Adviento, Cuaresma, etc.

TRIDUO: Serie de tres días de celebración. El principal es el “Triduo Pascual” o “Triduo sacro”, que va desde la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección (Véase PASCUA). Normalmente se habla de triduo de preparación, al estilo de las novenas.

TRISAGIO: Oración de alabanza al “tres veces santo”, es decir, a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

TROPO: Desarrollo musical con palabras añadidas a las del original. Fue muy empleado en algunas épocas y actualmente también está prevista la posibilidad de introducir tropos en algunas piezas de la liturgia.

U

UNCIÓN DE LOS ENFERMOS: El Sacramento propio de la situación de enfermedad grave (no precisamente de moribundos) o de vejez, cuando ella supone ya posibilidad probable de muerte cercana.

URBI ET ORBI: Urbis et Orbis «A la ciudad (Roma) y al mundo», «De la ciudad (Roma) y del mundo». Se suele referir, por ejemplo a la Bendición “Urbi et Orbe» que da el Papa.

V

VENERACIÓN DEL ALTAR: Gesto o gestos con los cuales se muestra el religioso respeto al Altar, como símbolo de Cristo y lugar del sacrificio. Son gestos de veneración del altar la inclinación, el beso, la incensación, según los casos.

VERSÍCULO: Frase de la Biblia de unas dos o tres líneas. Los libros bíblicos se dividen en capítulos y éstos en versículos con el fin de identificar con precisión y encontrar rápidamente dónde se encuentra una referencia o afirmación.

VIÁTICO: La Comunión llevada con cierta solemnidad al enfermo cuya muerte se prevé cercana. Esta comunión es alimento y fuerza para el decisivo viaje a la eternidad.

VICARÍA: Servicio específico que se estructura en una diócesis, puede ser funcional o sectorial.

VICARIATO APOSTÓLICO: Parecido a una prelatura, un territorio que por diversas razones aún no es una diócesis. Generalmente, una zona especial de misión, por lo que suele estar en manos de una congregación misionera.

VICARIO: Una persona que ejerce una autoridad en nombre de otra.

VICARIO APOSTÓLICO: Vicario que gobierna un Vicariato Apostólico, en nombre del Papa (véase VICARIATO APOSTÓLICO).

VICARIO EPISCOPAL: Vicario que se responsabiliza, ya sea de una zona de la diócesis a nombre del obispo (por ejemplo: vicario de la zona norte de Santiago), o bien de un grupo de personas o área pastoral (por ejemplo, el vicario para los trabajadores).

VICARIO PARROQUIAL: Vicario que ayuda al párroco en su ministerio.

VIGILIA: Vela nocturna de preparación a fiestas o acontecimientos importantes. Por extensión se aplica a veces a la víspera de un día festivo.

VIGILIA PASCUAL: Véase PASCUA.

VISITA AD LIMINA: Véase PAPA.

VINAJERAS: Vasos o pequeños recipientes de diversas formas y material (vidrio, metal …) en los cuales se llevan al altar el vino y el agua para la celebración eucarística.

Fuente: Blog Católico de Javier

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Por los caminos medievales: la edad de oro de la devoción mariana

Durante la Edad Media, el nacimiento de muchas órdenes religiosas y la construcción de santuarios son los signos principales de la devoción a la Madre de Dios. Pero también la literatura y la iconografía reflejan este sentimiento popular

La Edad Media es la Edad de oro de la devoción mariana en occidente. La teología, la iconografía y el culto marianos profundamente arraigados en la cristiandad oriental pasan con una fuerza creciente también a occidente renovados con el encuentro entre los nuevos pueblos, latinos, germanos, celtas y eslavos, convertidos al cristianismo.

Estos pueblos cristianizados aportan, según su propia sensibilidad, nuevos elementos en las expresiones cultuales relacionadas con la Madre de Dios. Los escritores eclesiásticos medievales desarrollan cada vez más la reflexión teológica sobre la posición única de María en el plano de la Redención, llegando a establecer que a ella se le debe un culto más elevado que a los demás santos y ángeles, un culto que se llamará de hiperdulía.

Refiriéndose a la Virgen, San Buenaventura afirma: «El hecho de que María sea preferida a las demás criaturas proviene de lo que la Madre de Dios es, y por eso tiene que ser honrada y venerada más que las demás. Los maestros teólogos llaman a este honor hiperdulía» (In III Sent., dist.9, a.1, q.3).

El sentido de la fe del pueblo cristiano lo ha percibido siempre de una forma sublime dedicando a la Virgen innumerables expresiones de afecto y devoción que impregnaban toda la vida religiosa y profana de la sociedad medieval. Los fieles quedaban atraídos y fascinados por la grandeza de María, como se expresa en toda la literatura popular y erudita medieval.

 

LA LITERATURA MARIANA

La piedad mariana se pone de manifiesto en las predicaciones, en los códices y en los libros de oración litúrgica como misales, libros de las horas y cantoneras miniadas de los monasterios y catedrales. Se difunden numerosas leyendas marianas donde se resalta la confianza en María y sus continuos milagros en favor de sus hijos devotos.

Los más renombrados monjes, escritores, oradores y misioneros medievales de occidente –como el inglés san Beda el Venerable (673-735) (de su pluma nacieron algunas de las más bellas poesías a la Virgen); el ravenés, gran reformador de la Iglesia, san Pedro Damián (1007-1072); san Anselmo de Aosta (1034-1109); san Bernardo; el dominico san Vicente Ferrer (1350-1419); el franciscano san Bernardino de Siena y muchos otros– dedican a la predicación mariana gran parte de sus energías y componen homilías, himnos y tratados de gran profundidad teológica y literaria en honor de María. Todo el Medievo está sembrado de una multitud de escritores, poetas y teólogos de María. Nos vemos en el compromiso de tener que elegir algunos nombres y textos.

 

MARÍA TIENE UN LUGAR DE HONOR EN LA PINTURA Y EN LA ESCULTURA

Desde la Alta Edad Media, se difunden por todas partes imágenes y esculturas de la Virgen que enseguida pasan a formar parte de los grandes mosaicos de las basílicas, de los murales románicos y de las portadas de las iglesias, casi siempre integradas en el ciclo de la historia salvífica cuyo centro es Cristo.

 

IGLESIAS, SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES

Durante el Medievo grandes multitudes se trasladan de una región a otra. Como observa Raymond Oursel (Peregrinos del Medievo. Los hombres, los caminos, los santuarios), en un clima de gran precariedad política y social, la gente que no siente un fuerte vínculo por su tierra se mueve buscando referencias seguras para la vida.

Los cristianos concebían la batalla por la salvación como un drama que recorre la vida y que implica a la Iglesia militante en la tierra junto con la Iglesia purgante (Purgatorio) y la triunfante (Paraíso). Por encima de todos está Dios, después, descendiendo, la Madre de Dios, María, los Ángeles y los santos (Vitor Turner -Edith Turner, Image and Pilgrimage in Christian Culture).

Este es el sentido de las peregrinaciones, de las iglesias dedicadas a los Misterios de Cristo, a la Virgen y a los santos. Los caminos que unen los países europeos están plagados de iglesias dedicadas a ellos. Algunas de estas iglesias se convierten en punto de referencia especial gracias también a los milagros y a eventos históricos vinculados a la protección de la Virgen como la liberación de una guerra, de una peste, la reconciliación entre facciones en guerra o simplemente a una aparición que presenta diferentes formas, desde el descubrimiento de un icono mariano, a una verdadera y propia aparición sobrenatural en momentos especialmente calamitosos.

Desde el siglo IX las iglesias dedicadas a la Virgen se multiplican. La primacía la tienen las consagradas al Misterio de la Asunción. Cuando aparece en las iglesias la costumbre de construir más capillas y altares laterales, no hay iglesia que no tenga una dedicada a la Virgen. A ella se dedican oratorios y pequeñas capillas, templetes marianos en los caminos del campo y en los cruces; a ella se dedican las campanas de las iglesias; los cristianos empiezan a bautizar tomando su nombre; surgen los primeros grandes santuarios marianos que pueblan la geografía europea y que son la meta de peregrinación de las más diversas regiones europeas como Puy-en-Velay en Francia; en España: Covadonga en Asturias, donde comienza la “Reconquista española” bajo la mirada de la Virgen; Montserrat en Cataluña; el Pilar de Zaragoza; Guadalupe en Extremadura.

En Inglaterra, conocida entonces como la “tierra de María” surge Walsingham (hacia el 1061). Este santuario mariano se considera la cuna del cristianismo en Inglaterra y tal vez sea la primera iglesia mariana de la isla, donde más tarde –hacia 1184– los normandos erigen una bellísima iglesia que será saqueada en 1530 en la época del cisma de Enrique VIII.

En Italia (desde el siglo XV), la Santa Casa de Loreto, construida sobre la casa de María de Nazaret. Pero todo el mapa europeo está sembrado de estos santuarios que muestran la mirada misericordiosa de María sobre el pueblo cristiano. Surgen confraternidades marianas que agrupan a artesanos y trabajadores, que dan solemnidad a las fiestas de María y erigen iglesias, oratorios y altares en su honor.

 

ÓRDENES RELIGIOSAS

Hacia el siglo XII asistimos a movimientos de intensa reforma eclesial; el caso más significativo es, sin duda, el de la orden cisterciense, guiado por la gran personalidad de san Bernardo.

Europa vive un contexto de profunda inquietud y de continuas peregrinaciones con una movilidad humana que hoy causa un profundo estupor. Nace el movimiento eclesial de los caballeros, cruzados y peregrinos. Ligados a estos fenómenos encontramos nuevas órdenes monásticas que nacen a partir de la experiencia benedictina, como los Cistercienses y el fenómeno de los Canónigos regulares, que cuidan con delicada atención la oración y el culto divino en colegiatas e iglesias, como los premostratenses. Todos ellos otorgan un puesto especial a María en su experiencia cristiana.

El fenómeno de esta movilidad cristiana a través de los caminos europeos y también hacia Tierra Santa, tanto para visitar los lugares santos como con motivo de las cruzadas, produce una doble consecuencia: los cristianos entran en contacto directo y físico con los lugares vinculados a la historia bíblica; especialmente, vuelven a descubrir los lugares de la vida de Jesús y de María. Además, traen reliquias y recuerdos de Tierra Santa vinculados a esos lugares. Construyen capillas e iglesias para custodiarlos y para poder “verlos” y “tocarlos”, se instituyen fiestas y sagrarios para poder “celebrarlos”; debido a que todos quieren una “reliquia”, muchas veces las dividen físicamente; papas, reyes, obispos, abades y nobles las donan a personas, iglesias y lugares como signo de amistad y de alianza.

En el mundo medieval en el que los matrimonios entre las grandes familias nobles, incluso geográficamente lejanas, están a la orden del día –desde Inglaterra y Dinamarca hasta España y Sicilia–, príncipes y mujeres nobles llevan consigo devociones, iconos y “reliquias” marianas, como parte de su misma dote o como signos de benevolencia hacia las nuevas “patrias”. Por otra parte, los peregrinos difunden las devociones marianas por doquier.

En este período nace y crece el movimiento de las ordenes hospitalarias y militares, como los Templarios y los seguidores de san Juan Crisóstomo o Caballeros de Malta, y otras congregaciones mixtas de sacerdotes y laicos, que tienen como punto de referencia comunidades monacales y de canónigos regulares. Todas estas congregaciones tienen como punto de partida, como corazón de su carisma, la presencia de María, que hace el Misterio de Cristo cercano, carnal y humano. Miran a María, es más sencillo para ellos seguir de cerca las “huellas” humanas de Cristo, que todos tratan incluso de tocar visitando los lugares de su vida mortal o, por lo menos, los lugares donde estos misterios son representados.

Nos adentramos, por tanto, en una nueva época iniciada a partir del siglo XIII, el “otoño del Medievo” y preámbulo de la modernidad. La época arrastra como herencia numerosos conflictos, pestes, guerras y duros contrastes con el Islam. Prisioneros, esclavos y enfermos están a la orden del día. Dios concede a su Iglesia carismas que responden a estas necesidades: las ordenes hospitalarias y las de la redención de los esclavos, como los Trinitarios y los Mercedarios, estos últimos nacidos en Barcelona bajo la protección de la Virgen de la Merced.

 

LAS ÓRDENES MENDICANTES

En este momento de cambio de época, nacen en el seno de la Iglesia movimientos a veces heterodoxos y neognósticos que enseguida se sitúan al margen de la Iglesia y la combaten; pero especialmente nacen otros que se mueven entre la búsqueda de una autenticidad evangélica y la fascinación por la renovación de la vida cristiana en la fidelidad a la Iglesia: son las órdenes mendicantes.

Estas nuevas órdenes sitúan en el corazón de su experiencia el Misterio de la humanidad de Cristo encarnado y, por tanto, la presencia de María. Ha sido siempre el signo de su eclesialidad y ortodoxia. Entre ellos recordamos algunos como los dominicos, los franciscanos, los carmelitas y los siervos de María que se ponen bajo la protección de la Virgen. Esta última orden tuvo su origen en la experiencia de gracia de siete comerciantes florentinos, que abandonaron sus actividades para buscar en la contemplación del Misterio de la Virgen, especialmente en sus sufrimientos, una unión más completa con Cristo.

A los diferentes fundadores se asocian numerosas devociones marianas que se harán muy populares hasta nuestros días como el Rosario (muy vinculado a los dominicos), el Misterio de la Navidad (es suficiente recordar “los nacimientos” iniciados con San Francisco en Greccio), la veneración de los sufrimientos de la Virgen, etcétera.

 

LA ORACIÓN

Este inmenso movimiento de devoción mariana tendrá una gran influencia en la liturgia de la Iglesia y en la institución de numerosas fiestas litúrgicas en honor de los diferentes misterios de la Virgen. Seguramente mucho antes del siglo IX, ya se consideraba el sábado como un día dedicado a Santa María.

Desde el siglo X encontramos monjes, clérigos y muchos laicos que empiezan a rezar una especie de pequeño oficio (Officium parvum) o Liturgia de las Horas en honor de la Virgen, antes circunscrita al sábado y extendida después a todos los días de la semana por obra de los monjes cistercienses, camaldulenses y canónigos regulares que lo añaden a su canto del rezo de las horas en sus iglesias. Además, el Papa Urbano II ordena que se rece después del Oficio solemne todos los sábados. Esto se convertirá en la forma más popular de oración a la Virgen en el Medievo que se conserva hasta nuestros días.

Sin embargo, son dos las invocaciones marianas que destacan en este período: el rezo del Avemaría y de la Salve Regina. La primera, añadiendo sólo la palabra “Jesús”, se convierte en la oración cristiana más recitada y universal junto con el Padrenuestro, a partir del siglo XII; a ella se añaden otras invocaciones tomando la forma actual con el “Santa María” a partir del siglo XIII. Muchos cristianos en la Edad Media empiezan a rezar 150 Ave Marías como imitación de la oración y de las invocaciones de los 150 salmos; el uso se extiende también como forma sencilla sustituyendo al rezo y canto del breviario de los monasterios. A veces se dividían en decenas; se introducían otras invocaciones; se recordaban los Misterios de la vida de Jesucristo. Así nació el Rosario y otras formas de oración del Avemaría a modo de salmodia. El Rosario se convirtió en una de las formas de oración más sencilla y más común del pueblo cristiano.

También la Salve Regina es otra invocación a la Virgen muy antigua, conocida ya antes de san Bernardo (siglo XII) y muy extendida entre el pueblo. En esa época siguieron difundiéndose los himnos, las secuencias como el Stabat Mater dolorosa y las composiciones rítmicas en honor de María, los laudes y las representaciones sagradas. El Angelus se extiende a partir del siglo XIII.

 

FIESTAS MARIANAS

Hay otras muchas fiestas de la Virgen que fueron instituidas en diferentes lugares durante el Medievo y que después se extendieron a toda la Iglesia. Es el caso de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María que se celebraba en Inglaterra y en Normandía en el siglo XI. El Misterio fue sacado a la luz teológicamente por san Anselmo: la preservación de la Virgen del pecado original.

La fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima santa Isabel (que hoy se celebra el 31 de mayo) tiene su origen en el siglo XIII; el papa Bonifacio IX (1389-1404) la extendió a toda la Iglesia y en 1608 Clemente VIII compuso los textos litúrgicos.

La devoción y la fiesta de la Virgen del Carmen tienen su origen en algunos caballeros cristianos que en el siglo XII se retiraron al monte Carmelo, en Palestina, donde el profeta Elías había defendido la fe de Israel en el Dios vivo. Se dedicarán a la contemplación del Misterio bajo el patrocinio de la Santa Madre de Dios, María. Así nació la orden de los Carmelitas. El primer general de la orden, el inglés san Simón Stock recibió de la Virgen el “escapulario”, como prenda y promesa de vida eterna y extendió su devoción y su fiesta (16 de julio).

Otra fiesta de origen medieval es la del Rosario, aunque se instituyó más tarde en honor de Santa María de la Victoria (así se llamaba al principio) para celebrar la liberación de los cristianos de los ataques de los turcos, en la victoria naval del 7 de octubre de 1571 en Lepanto (Grecia). Pero mucho antes, en el Medievo, los vasallos solían ofrecer a sus soberanos coronas de flores como signo de honor y sumisión. Los cristianos adoptaron esta costumbre en honor de María, ofreciéndole la triple “corona de rosas” que recuerda su alegría (Misterios gozosos), sus sufrimientos (Misterios dolorosos) y su gloria (Misterios gloriosos) al participar en los Misterios de la vida de su Hijo Jesús: este es el sentido del rosario. 

Fuente: Fidel González en huellas-cl.com

 

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El espejo mariano de la feminidad en la edad media

Es bien sabido que el siglo XII coincide con un movimiento de renovación espiritual marcado, entre otros rasgos, por el fortalecimiento de la devoción mariana (1) y que esta situación es tanto más innovadora cuanto que contrasta nítidamente con la que presentan los primeros siglos del medievo, caracterizados religiosamente por una devoción designo popular centrada en el culto a los santos –santos masculinos, casi en exclusiva (2) –.

Pues bien, ese movimiento que repercute sobre muchos y muy variados aspectos de la vida medieval, supone la exaltación, sobretodo el género humano, de una figura de mujer singularísima no sólo por sus capacidades, sino, en particular, por sus virtudes. Santa María Virgen, Madre de Jesús, el Cristo Redentor, se perfila ya con toda claridad, tras siglos en que sus devotos han ido distinguiendo las notas características de su imagen, como la presencia femenina por antonomasia en un santoral que, en sus dimensiones históricas, quizá había tenido –hasta entonces– inequívocos contenidos masculinos. Nadie ignora tampoco que Castilla, en concreto, y la Península ibérica, en general, se incorporó plena y entusiásticamente al movimiento produciendo, una trilogía de obras que se cuentan entre las más excelsas del XIII. Me refiero, claro es, a Los milagros de Santa María de Gonzalo de Berceo (3), al Liber Mariae del franciscano Juan Gil de Zamora (4), y a las Cantigas de Santa María, firmadas por el rey Alfonso X (5).

La corriente devocional de la Plena Edad Media ha insistido en utilizar, como temas preferentes de meditación, las figuras humanas de Jesús y de María, ya en sus relaciones mutuas, ya en sus perfiles y rasgos individuales, las relaciones y los perfiles que ilustran los Evangelios. Por este camino ambas figuras, la del Hijo y la de la Madre, se han ofrecido a los cristianos como los más acabados modelos de comportamiento. Y como tales se utilizan por una pastoral hábil que pretende, desde luego y en términos generales, animar a la práctica de las virtudes que adornaron a ambos, pero, también, exhortara la reproducción de los arquetipos que uno y otra representan (6).

En efecto, si Jesús es, nada más y nada menos, que el Dios encarnado para redimir al hombre de la caída de Adán, para María, la Nueva Eva, Madre del Nuevo Adán, que interpretó en la economía de la salvación el papel de vehículo inmaculado de la víctima que ha de ser inmolada, está reservado en la historia de la Iglesia un puesto sin parangón posible: Ella es la imagen humana de perfiles ideales por excepcionalísimos, patrón de conducta obligado para cualquier cristiano.

Pero aún podemos ir más lejos en el terreno de las prácticas devocionales. Tanto la Madre como el Hijo desarrollaron su vida terrena de acuerdo con la normativa imperante en una época y en un contexto cultural; y en esa época y en ese contexto cultural los papeles atribuidos a los dos sexos se diferenciaban con toda nitidez. Naturalmente, ambos acomodaron sus comportamientos, al menos en lo esencial, a los esquemas entonces establecidos para las personas de sus respectivos sexos. En consecuencia, las lecturas y meditaciones sobre los pasajes evangélicos han ido perfilando, en el siglo XIII, un arquetipo masculino y un paradigma femenino. Jesús aparece como el acabado ejemplo de varón y María –en mayor grado todavía, si cabe– como el espejo de actitudes a tomar por las mujeres.

Pues bien; incluso es posible afirmar que en razón de la calidad de las dos personas, ya la Edad Antigua y más aún la Edad Media, confundiendo lo sustancial con lo anecdótico, los modos y las modas, pudo interpretar que semejantes esquemas de conducta respondían a un orden social basado en la naturaleza de los sexos y, en consecuencia, querido por el Cielo. No tiene nada de particular que, una vez creados los modelos, la predicación aplicara todos los recursos a alentar la reproducción de los mismos.

 

LA IMAGEN FEMENINA DE LA NUEVA EVA

Es innegable que la constitución de un modelo femenino de manifiesta grandeza y superior dignidad en el contexto histórico de la Edad Media sirvió para redimir a las mujeres del lastre que venían arrastrando desde el comienzo de la historia: inculpadas de ser las responsables máximas de la caída en el pecado y, en consecuencia, del desencadenamiento de todos los males y todas las esclavitudes que, desde entonces, afligían a los mortales (7).

Porque, en efecto, María, el Ave visitada por el arcángel San Gabriel, inmaculada desde su concepción, plena de pureza y de gracia, se perfila ya en los primeros tiempos del cristianismo (8) y se confirma en este momento que nosotros estudiamos, como la contrafigura de Eva (9). Una y otra son madres, madres de gran significación, la primera de todo el género humano, la segunda del Redentor del mismo. Pero mientras en aquélla una actitud desobediente, consecuencia de la debilidad de su temperamento, se traduce en una conducta reprobable que precipita a todos sus hijos a un abismo de pecado y muerte, en Ésta la práctica de la obediencia–práctica que se destaca entre la de las otras virtudes que conforman el brillante abanico de sus cualidades– fortifica su carácter y hace irreprochable su conducta. Por ello es digna de engendrar al Hijo de Dios.

No nos puede sorprender, por tanto, que a lo largo de la Plena Edad Media la consideración de la mujer haya ido mejorando progresivamente hasta superar aquel estadio de la Alta Edad Media, en que «la fisiología femenina sugería apreciaciones y juicios negativos…en que se considera a la mujer la causa y el instrumento principal con que se consuma la concupiscentia carnis«10.Sin embargo, no nos equivoquemos ni llevemos al extremo las conclusiones. No faltan tratadistas para quienes las actitudes adoptadas por María en las páginas de los Evangelios, eran el mejor testimonio de la aceptación por Ella de la condición inferior de su sexo. Porque, si bien en un sentido teológico amplio la disponibilidad de María a las sugerencias divinas puede interpretarse como modelo de sometimiento de la creatura a su Dios en reconocimiento de la superioridad de su criterio; opuesta a Eva, como la opusieron algunos,

María sería la mujer obediente que, conocedora de las limitaciones intelectivas propias de la condición femenina, renunciaría a sus propias concepciones para someterse a cualquier ser catalogado como superior. La humildad y la obediencia, virtudes teóricamente genéricas, podrían ser entendidas en estos pasajes bíblicos –se dice– como virtudes de signo específicamente femenino. De todo lo cual se concluye que, de estas visiones, resultado de la elevación a categoría universal de algo que no pasaría de ser circunstancia histórico-cultural, habrían quedado justificadas las posturas inmovilistas.

 

LAS CLAVES DEL MODELO

Con el bagaje conceptual que la devoción mariana ha ido cosechando a lo largo de los siglos, el nuevo orden religioso que se erige en la Plena Edad Media dispone de los elementos más fecundos para intentar ofrecer a las mujeres un cuadro de dignas posibilidades de realización personal, sin que ello signifique el quebrantamiento del orden social establecido. A partir de ahora las mujeres podrán aspirar a alcanzar la perfección que adornó a María representando alguno de los papeles que la sociedad les tiene encomendado: ya en el de madres, ya en el de vírgenes; excepcionalmente en el de reinas o señoras, más frecuentemente en el de criadas. Pero siempre, mediante la práctica de aquellas virtudes que, aún siendo genéricas, la tradición consideró como más características de la Madre del Redentor: la castidad, la templanza, la modestia, la obediencia, la misericordia…

Debemos insistir en que el modelo, precisamente por el adorno de estas virtudes genéricas, es susceptible de ser propuesto tanto a mujeres–sus inmediatas destinatarias–, como a hombres. Las Homilías en honor de la Virgen, pronunciadas por San Bernardo ante los monjes de su comunidad, son el más depurado ejemplo de este género de utilizaciones (11).

La exaltación de la Madre de Misericordia, con entrañas caritativas hacia los suyos, representa toda una revolución. Por esta vía y progresivamente, se introducen en el código de comportamiento masculino valores y actitudes considerados al principio de la Edad Media como específicos de la mujer. Y por esta vía también, la sociedad del pleno medieval en su conjunto va alterando su axiología originaria y dando cabida en ella a rasgos menos violentos, más humanitarios.

En principio, la extensión y magnificación de María como Madre universal, capaz de salvar a los condenados por la justicia, tanto humana como divina (12), abre en los horizontes de la piedad –de la piedad popular, sobre todo– una profunda brecha con el pasado. La Divinidad, justiciera por antonomasia durante los primeros siglos medievales, ha adquirido, por imperativo de los tiempos (13) y por intercesión de María, rostros más humanos.

También es cierto, en sentido contrario, que en razón de la sensibilidad del momento, María verá resaltadas ciertas de sus notas distintivas, al tiempo que se encuentra privada aún de algunos de los rasgos que más adelante definirán su figura (14). Me parece significativo el hecho de que San Bernardo en sus Homilías, basadas en el episodio de la Anunciación, subraye en María la condición de «mujer fuerte»15, renunciando a presentar la imagen de la mujer desvalida al pie de la cruz.

Pero todo lo analizado hasta aquí, nos sirve para reafirmarnos en nuestra primitiva posición: Ella, con sus dimensiones universales, sirve como ningún otro elemento de la época para dignificar al género femenino, para que éste consiga unas cuotas de prestigio tras el que guarecerse en momentos de desorden moral.

Sin embargo, conviene no olvidar que la veneración a María, mujer excepcionalísima, no ha conseguido borrar todos los prejuicios misóginos de la época ni aún en aquellos textos y autores que pudieran parecer más «feministas» (16). Y así, en Las Partidas, uno de los textos jurídicos más favorables –en el contexto medieval– a la mujer, se incluye el siguiente comentario referente a la psicología femenina: «porque son las mugeres naturalmiente cobdiciosas et avariciosas» (xiv, t. xi, l. iii).

 

LOS PERFILES DE MARÍA

La Edad Media no encontrará contradicción interna, en la figura de María, entre las supuestas debilidades inherentes a su condición femenina y las grandezas relativas a su maternidad virginal. Muy al contrario, todos los perfiles de esta mujer singular vienen a confirmar el enunciado básico, el teorema fundamental que define el camino hacia la santidad para las mujeres: precisamente por estas debilidades genéricas de su sexo, ellas se fortalecen en el ejercicio de las virtudes, y en razón de las deficiencias de su entendimiento, se orientan hacia el bien en la práctica de la obediencia. Pero analicemos los modelos en su expresa proyección femenina con algún detenimiento:

María, Madre espiritual, modelo de casadas.

Las mujeres casadas pueden mirarse en el espejo de María y, concretamente, poner en práctica un rosario de virtudes como la humildad, la abnegación, la disponibilidad y la actitud caritativa hacia propios y extraños consideradas, a justo título, como genuinamente marianas.

La propuesta es simple: si se acomodan al esquema, si reproducen la imagen de María en sus detalles en el seno de sus familias, alcanzarán la perfección dentro de su estado y, por ende, la santidad. No sólo eso; el derecho canónico concibe el matrimonio en función de sus fines y entre esos fines destaca, por su trascendencia, el de la generación y educación de la prole. De modo que, dentro del cristianismo, la condición de mujer casada, se encuentra indisolublemente ligada –al menos en el plano teórico– a la condición maternal.

Pues bien, las invocaciones a María como Madre se multiplican a lo largo y ancho de la literatura marial del siglo XIII castellano, con una variadísima y riquísima gama de contenidos. Por una parte, María se ensalza como «Madre de Cristo Rey», «de Cristo señor poderoso», «señor de justicia», «creador del mundo» y también de «Cristo Salvador», «pastor bueno» (17). En consecuencia Santa María es la «Madre gloriosa» por antonomasia (18).Por otra; es aclamada, con toda frecuencia como madre espiritual, en ese papel que desempeña tan a menudo desde que san Agustín la proclamara «Madre de los miembros de la Iglesia» (19) y Alfonso X, siguiendo su ejemplo, la saludara como «Madre espiritual» (20). Porque María es concebida como Madre singularísima, la única realmente merecedora de recibir los calificativos más entrañables y más exaltadoras de la lengua: «Madre buena», «Madre de piedad» (21).

Por todo ello y en tercer lugar, los poetas del XIII no dudan en establecer una vinculación personal con Ella y así mientras Alfonso X se dirige a Santa María como «mia Madre» (22), Berceo, hijo también de la Virgen («Madre del tu Golzalvo», estr. 911) exclama conmovido: «Madre, dándote buen preçio que eres pïadosa» (estr. 391), para, a continuación, dedicarle uno de los más entrañables párrafos de piedad filial que se hayan escrito: La Madre gloriosa, solaz de los cuitados, non desdennó los gémitos de los omnes lazrados; non cató al su mérito nin a los sus peccados,mas cató su mesura, valió a los quemados (estr. 395).

Ahora bien; esa Madre de cristianos, dista mucho de ser una madre para todo el género humano. Los poetas acomodan perfectamente el modelo a las conveniencias de la época, para hacer representar a la Señora ciertos papeles en concordancia con los programas políticos vigentes. Así, el mismo Berceo, reivindica la condición vengadora de Santa María, cuando los agravios se dirijan contra su Hijo: Sepades que judios fazen alguna cosa en contra Jesu Christo, Fijo de la Gloriosa, por essa cuita anda la Madre querellosa,non es esta querella baldrera nin mentirosa (estr. 423).

En resumidas cuentas y como avanzábamos más arriba, estamos en presencia de un rostro más humano, más próximo, más cordial, pero al que aún le faltan detalles y gestos. Ese rostro es, en buena medida, el rostro de la época, o más bien, el mejor rostro de la época, pero no el mejor de todos los imaginables. Él se propone a las mujeres destinadas al siglo, a aquellas encargadas de perpetuar en el tiempo las esencias y los valores del mundo medieval cristiano. Ellas serán castas, piadosas, caritativas, obedientes y, sobre todo, plenamente imbuidas del lugar que les corresponde en razón de la debilidad física, psíquica e intelectiva de su sexo.

María, Virgen Inmaculada, espejo de religiosas.

Pero María, virgen consagrada a Dios, atenta a sus indicaciones, en estrecha comunicación con Él, obediente a sus mandatos, es el ideal de perfección para hombres y mujeres de vocación claustral –especialmente ellas– y para aquellas jóvenes que, destinadas al matrimonio, esperan la hora de consumarlo. La exaltación repetidísima de su inmaculada virginidad coloca al cristiano en una dimensión nueva: la valoración de la renuncia a la procreación.

En efecto, la mariología, al hacer de la castidad perpetua el punto de partida, el fermento mismo, a partir del cual pudo fructificar con todas las garantías el restante abanico de cualidades marianas, determinó que fuera la virginidad la razón última de los más preciados títulos de Aquélla (23). Así en el terreno literario es posible pasar de salutaciones como «Virgen santa», «Virgen pura»,  «Virgen hermosa», a otros que postulan lo mismo pero en grado superlativo del tipo de «Virgen gloriosa», «Virgen sin par», para desembocaren los de mayor contenido teológico: «Virgen que nos guía», «Virgen que nos mantiene», «Virgen que nos acaudilla» (24).

Con el ejemplo de María es posible postular incluso la superioridad de la condición monástica en tanto en cuanto sometida al voto de la castidad perpetua. Y ello en razón de la fecundidad espiritual de las vírgenes voluntariamente célibes. En efecto, María ‘espejo’ de la Iglesia demostró sobradamente las posibilidades que, en orden a la trasmisión de la gracia, ofrecía una total disponibilidad a los planes del Altísimo. En otras palabras, si la Madre de Dios, la corredentora, lo fue por su santidad inmaculada, por su práctica de la virtud de la castidad, por su dedicación a la meditación y la oración, las vírgenes cristiana pueden aspirar a realizar papeles similares siempre que la imitación del modelo les haga merecedoras de ello.

Y así desde los primeros siglos del cristianismo hubo mujeres –muy pocas, es cierto– que, acreditando su condición de guías espirituales, merecieron ocupar un puesto entre los padres de la Iglesia. Son las llamadas «madres del desierto», cuya fecundidad exuberante se impuso a las restricciones docentes contenidas en las cartas paulinas (cfr. 1 Cor. 14, 34 y 1 Tim. 2, 12)25.Luego, ya en la Edad Media, la maternidad espiritual de María siguió rindiendo sus frutos en orden a la justificación de la autoridad de las abadesas sobre las comunidades monásticas26. Por eso María es proclamada con toda justicia en la Cantiga CCLXXX, la composición que se dedica a exaltar su figura como «espejo de la Iglesia», «patrona de las vírgenes».

María referente de todas las condiciones sociales.

Pero además de los apelativos tradicionales de Virgen y Madre, los poetas del XIII aplican a María una amplia gama de sustantivos referentes a condiciones sociales de la mujer, que indican, a mi entender, su deseo de hacer de Ella el paradigma de la condición femenina en todos y cada uno de los estados que a ellas les cumple representar.

Así en la pluma de sus cantores medievales María es saludada como reina y señora y como criada; como gloriosa y como terrena; como poderosa, en la cúspide del orden social y como humilde en la indefinición de las masas populares (27). Porque, ciertamente, Santa María demostró–primero como figura histórica y luego como persona gloriosa– que podía representarlo todo, desde el papel de Reina del Cielo al de mujer de un discreto menestral, y representarlo tan bien que mereciera siempre los más exaltados calificativos.

Al alcanzar el siglo XIII la Madre de Jesús ha conquistado, gracias a la exégesis que de su figura han ido realizando los más conspicuos escritores cristianos (28), esa versatilidad interpretativa que le es propia y se ofrece ya a los tratadistas de entonces como un hito referencial, sin necesidad incluso de hacer referencia expresa de él.

Veamos un ejemplo de lo más revelador a mí entender. Al modelo mariano se atiene estrictamente el retrato que hace Ximénez de Rada (29) de la reina doña Berenguela, una de las personalidades femeninas más relevantes de fines del XII y comienzos del XIII. Nadie ignora que Berenguela, la hija mayor de Alfonso VIII y de Leonor de Inglaterra, contrajo matrimonio con Alfonso IX de León, un matrimonio sumamente comprometido, pues las indiscutibles ventajas políticas del mismo estaban contrapesadas por el inconveniente de serlos cónyuges consanguíneos en grado prohibido por el derecho canónico en vigencia por aquel entonces. También es bien sabido que de la unión nacieron varios hijos antes de que fuera disuelta por la exigencia del pontífice y que entre ellos figura Fernando III, rey de Castilla y León y santo de la Iglesia católica. Pues bien; en la pluma del Toledano, doña Bereguela aparece adornada con un amplio abanico de virtudes que se acomoda perfectamente al catálogo mariano de las que aquí hemos considerado.

La virtud de la caridad se expresa en ella en el socorro constante a los pobres y a las órdenes religiosas (lib. 7, cap.xxxvi). La práctica de la virtud de la humildad, continuada a lo largo de toda su vida, alcanza su máxima expresión en los días posteriores al a muerte de su hermano Enrique I, fue entonces cuando, «refugiándose en los muros del pudor y de la modestia» (lib. 9, cap. v), renunció a la herencia que le correspondía como primogénita de Alfonso VIII, en favor de su hijo Fernando. Repleta ella misma de virtudes, tuvo el acierto de educar a su hijo en el esquema de valores que correspondía a la condición masculina de aquél «porque no le inculcó nunca afanes de mujeres, sino siempre de grandeza» (lib. 9, cap. XVII). Por ello y por su comportamiento en los períodos de dificultad por los que atraviesa Castilla a fines del XII y comienzos del XIII merece de su biógrafo el calificativo de mujer fuerte: fuerte se demuestra organizando sucesivamente las honras fúnebres de su hermano Fernando, de su padre o de Enrique I. En palabras del de Rada escritas a raíz de la muerte de Fernando, «su prudencia superó a su virtud contra lo que cabía esperar en una persona de su sexo» (lib. 9, cap. XXXVI).

María encarnación de todas las bellezas y garantía contra todos los males.

En estrecha correlación con los esquemas hasta aquí trazados encontramos todavía un rico muestrario de las salutaciones. Como Madre y madre vivificadora tanto en lo material como en lo espiritual, María es apellidada de «puerto» y de «puerta». En este sentido afirma Berceo que:

ella es dicha puerta a qui todos corremos,
e puerta por la qual entrada atendemos (estr. 35).

Y el estilo poético de las Cantigas utiliza los mismos recursos con resultados igualmente bellos, así María es el «porto u arriban os coitados» (30). Con similares contenidos teológicos encontramos otro epíteto de gran tradición en estos siglos. Me refiero al de «Estrella», y concretamente «Estrella del mar» divulgado por San Bernardo, el acuñador de la célebre jaculatoria «Mira a la estrella, invoca a María» (31). Siguiendo las huellas del prior de Claraval los poetas marianos españoles prodigan los calificativos y las imágenes de estirpe luminosa. «Estrella del día», «estrella del mediodía», «estrella muy clara», «luz del mundo» y, por fin, «estrella del mar» son metáforas corrientes en las Cantigas32. Tan expresivas o más son las frases de Berceo:

La benedicta Virgen es estrella clamada,
estrella de los mares, guïona deseada (estr. 32).

o aquella otra también de la Introducción:

Es clamada y éslo de los cielos, reína,
tiemplo de Jesu Christo, estrella matutina (estr. 33).

El rosario de salutaciones se completa con otras como «alba» y «flor»de carácter estético y «abogada», «escudo», «frontera» o «loriga» de signo protector (33). Pues bien, aún admitiendo que todos esos apelativos tienen como designio acrecentar la devoción de los cristianos hacia ella, no cabe duda de que semejante rosario de alabanzas aplicadas al modelo animan a la reproducción de sus notas distintivas.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

a) En un momento como el presente, en que mujeres con conciencia de tal y hombres de sensibilidad asistimos sobrecogidos, incrédulos e impotentes a la perpetración de los más atroces crímenes contra la humanidad en general y contra las mujeres en particular, estamos en mejor situación que nunca para valorar los efectos positivos que la creación del modelo mariano y su difusión produjo en el sentir colectivo de las sociedades medievales. No sólo en cuanto se comportó como elemento disuasorio de humillaciones y vejaciones hacia los miembros del sexo femenino, sino también en cuanto propició respetos y consideraciones hacia él.

b) Es cierto que ese mismo modelo, aplicable a las mujeres virtuosas y honestas, en otras palabras, a las integradas en el férreo sistema socio-económico medieval, desprotegía a las otras, a las marginales, abandonándolas a un destino del que no siempre eran responsables. Se me podrá oponer que la Virgen, en su acepción de madre de misericordia, acoge bajo su manto protector a todos los mortales sean santos o pecadores (34); pero yo no dedico estas páginas a los perfiles devocionales de la imagen mariana, sino a los trazos del referente modélico; y allí, por definición, no se admiten más que los rasgos positivos, todos en grado superlativo. Así que aunque la Iglesia ha utilizado normalmente la imagen de María para exaltar la caridad y la comprensión hacia los marginales, no es menos evidente que esos marginales quedaban estigmatizados con la consideración de tales, más aún asimilados a Eva, la madre del fratricida, la responsable de la entrada del pecado, contrafigura de María.

c) En definitiva, el atractivísimo rostro que de María presentó la Edad Media contribuyó eficazmente a cimentar el orden social del período. Porque, en efecto, esa imagen mariana de mujer recatada y obediente, a la par que bellísima y misericordiosísima, se ofrecía como una tentación a los ideólogos del pleno medievo, tan proclives a buscar argumentos teológicos para sus ideaciones políticas. Y María, bajo ese rostro concreto, fue, durante siglos, una auténtica fortaleza, un bastión inconmovible frente a las asechanzas de los enemigos del orden establecido.

d) Pero también María, madre compasiva, contribuyó poderosamente a alterar la faz de los tiempos. Gracias a Ella adquirieron categoría de valores universales ciertos rasgos como la piedad, la misericordia o la caridad, que la axiología impregnada de signos violentos del alto medievo había considerado debilidades femeninas o actividad de monjes.

NOTAS

1 De «invasora» califica J.F. Rivera Recio la conducta de la devoción mariana en el siglo XII, «Espiritualidad popular medieval» en Historia de la Espiritualidad I,Juan Flors, Barcelona, 1969, 650.
2 Sobre estas cuestiones se ha registrado en los últimos años una nutrida producción historiográfica. A modo de ejemplo destacaré la obra de R. Folz, Lessaints Rois de Moyen Age en Occident (VI-XIII siècles), Société des bollandistes,Bruselas, 1984, 55; el autor, que dedica un largo capítulo a los reyes mártires, los presenta como imagen de Cristo en la cruz. Por otro lado en el siglo XII, «el siglo de los santos reyes», culmina una larga serie de canonizaciones de reyes quecomenzó con la de San Esteban en 1083. Igualmente interesante es la obra de P.A.Sigal, L’homme et le miracle dans la France médiévale (XI-XII siecle), Cerf, Paris,1985, 316ss, donde se analizan las prácticas religiosas, las fórmulas religiosas y las supersticiones. Se pone de manifiesto el enorme valor del milagro, integrándolo enel contexto histórico, social, económico, intelectual y literario de su época.
3 Las referencias a esta obra se basarán en la edición de Michael Gerli, Milagros de Nuestra Señora, Cátedra, Madrid, 1988.
4 Se encuentra sin editar en Biblioteca Nacional de Madrid, manuscrito, 9503.
5 En las referencias a esta fuente utilizaré la edición de la Real Academia Española, Madrid, 1990. Edición facsimil de la publicada por la misma entidad en1889. Ahora bien; para las cien primeras existe una edición reciente de W.Mettmann, Cantigas de Santa María [cantigas 1 a 100], Castalia, Madrid, 1986.Sobre el clima de exaltación mariana que se vive en Castilla: Historia de la Iglesia en España, dirigida por R. García Villoslada, BAC, Madrid, 1982, II/2º, 301ss.
6 A propósito de estas cuestiones véase Faire Croire. Modalités de la diffusion et de la réception des messages religieux de XIIe au XVe siècle, École française de Rome, Roma, 1981.
7 A. Vauchez, La espiritualidad del occidente medieval, Cátedra, Madrid, 1985,97, responsabilizó a San Jerónimo y a una tradición patrística hostil de la corrientede misoginia que era propia de tantos clérigos en el medievo.
8 J. A. Aldama, María en la patrística de los siglos I y II, BAC, Madrid, 1970,272ss; Marina Warner, Tú sola entre las mujeres. El mito y el culto de la VirgenMaría, Taurus, Madrid, 1991, 82ss.
9 La Cantiga CCCXX desarrolla por extenso la oposición María-Eva. En honor a su interés para nuestro tema me voy a permitir copiar algunos fragmentos:
Del mismo tenor es la Cantiga LX, de la que sólo copiaré la primera estrofa:
Entre Av’ e Eva
gran departiment’á.
10 O. Giordano, Religiosidad popular en la Alta Edad Media, Gredos, Madrid,1983, 196-197.
11 Editadas en las Obras completas de San Bernardo, BAC, Madrid, 1984, II.
12 L. Maldonado, Génesis del cristianismo popular. El inconsciente colectivo en un proceso histórico, Cristiandad, Madrid, 1979, 110-111.
13 Caroline Walker Bynum, Jesus as mother. Studies in the Spirituality of the Middle Ages, University of California, Berkeley. Véase especialmente «The Feminization of Religious Langage and Its Social Context», 135-146.
14 Por ejemplo, no conozco referencias a Ella como Reina de la Paz, durante la plena Edad Media.
15 San Bernardo, Homilía II, 5, 619: «¿Quien hallará una mujer fuerte?» se pregunta con Salomón. Para responder que hay una, María, la madre del varón fuerte.
16 San Bernardo, Homilía II, 5, 619; el abad de cisterciense incluye el siguiente comentario: «Se ve que el sabio –Salomón– conocía la debilidad de la mujer, la fragilidad de su cuerpo y la inconstancia de su espíritu».
17 Véanse las salutaciones correspondientes a estas advocaciones en Mª Isabel Pérez de Tudela, «La imagen de la Virgen María en las ‘Cantigas’ de Alfonso X», En la España Medieval, 1992 (15), 300-301. Como «Madre del Reï celestial» es ensalzada por Gonzalo de Berceo en la estrofa 124 de los Milagros de Nuestra Señora y como «Madre de Dios vero», en la 309.
18 Mª Isabel Pérez de Tudela, 302; Gonzalo de Berceo, a título de ejemplo, las estrofas 156 y 302.
19 J. Ibáñez y F. Mendoza, María en la liturgia hispana, Eunsa, Pamplona, 1975,63.
20 Mª Isabel Pérez de Tudela, 301; Gonzalo de Berceo, estrofas 158 («Madre tan pïadosa») y 227 («madre pïadosa que nunqua fallecio»).
21 Mª Isabel Pérez de Tudela, 302.
22 Mª Isabel Pérez de Tudela, 301.
23 No todas las mariologías han partido de la virginidad perpetua de María como del primer atributo mariano del cual derivarían todos los demás. Más bien al contrario, la mayoría de los tratadistas solían y suelen considerar como atributo primero y principal la maternidad divina de María.
24 Mª Isabel Pérez de Tudela, 304-305.
25 Joseph M. Soler, «Madres del desierto y maternidad espiritual», en Mujeres del absoluto. El monacato femenino historia, instituciones, actualidad. XX Semana de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos, 1986, 45-65. En palabras del autor:»trasmitieron una doctrina espiritual con el mismo derecho que cualquier padre. Lo único que una madre espiritual no podía hacer era absolver sacramentalmente los pecados».
26 A. Linaje subraya el caso de Fontevrault, el célebre monasterio dúplice francés donde la autoridad de las abadesas se dejaba sentir no sólo sobre la comunidad femenina, sino también sobre la masculina. El autor señala que esa autoridad era de naturaleza mariana, réplica de la que el propio Jesús había conferido a su Madre sobre San Juan poco antes de morir: A. Linaje, 110. Véase también, para el monacato femenino castellano: J. Escrivá de Balaguer, La Abadesa de las Huelgas.Estudio teológico jurídico, Ediciones Rialp, Madrid, 21974.
27 En palabras de G. de Berceo: «la Madre gloriosa… la Madre de Christo, crïadae esposa» (estrofa 64).
28 Véase el camino recorrido en H. Barre, Prières anciennes de l’occidente a lamère du sauveur, P. Lethielleux Editeur, Paris, 1963. También, L. Hernan, Mariología poética española, BAC, Madrid, 1988.
29 Ximénez de Rada, «De rebus Hispaniae», Opera, Anubar, Valencia, 1968. Lasversiones en castellano corresponden a la traducción de Juan Fernández Valverde,Alianza, Madrid, 1989.
30 Cantiga, 6/62 de la edición de W. Mettmann.
31 Homilía II, 639 de la edición citada.
32 Mª Isabel Pérez de Tudela, 317 y 318, en donde se intenta establecer relación entre las imágenes de luz y las de «camino», «vía» y «meta».
33 Mª Isabel Pérez de Tudela, 317-319.
34 L. Maldonado, 111, recuerda a propósito de estas cuestiones la Virgen de la misericordia de Piero della Francesca conservada en Borgo Santo Sepulcro.

Fuente: EL ESPEJO MARIANO DE LA FEMINIDAD EN LA EDAD MEDIA ESPAÑOLA de Mª ISABEL PÉREZ DE TUDELA, Anuario Filosófico, 1993



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La figura de María a través de San Juan. Del padre Horacio Bojorge SJ

DOS HECHOS ENIGMÁTICOS. 1. Un primer hecho: Juan evita llamarla “María”.

Un primer hecho que nos llama la atención al leer el evangelio de San Juan en busca de lo que nos dice de María, es que este evangelista ha evitado llamarla por el nombre de María. Juan nunca nombra a la Madre de Jesús por este nombre, y es el único de los cuatro evangelista que evita sistemáticamente el hacerlo. Marcos trae el nombre de María una sola vez. Mateo cinco veces. Lucas trece veces: doce en su evangelio y una en los Hechos de los Apóstoles. Juan nunca.

Y decidimos que Juan evitó intencionalmente el nombrarla con el nombre de María, porque hay indicios de que no se trata de omisión casual, sino premeditada, querida y planeada.

Juan no ignora, por ejemplo, el oscuro nombre de José que cita cuando reproduce aquella frase de la incredulidad que comentábamos a propósito de Marcos y que recogen de una manera u otra también Mateo y Lucas: “Y decían: ¿no es acaso éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: “He bajado del cielo’”. (Jn 6, 42).

En segundo lugar, Juan conoce y nos nombra frecuentemente en su evangelio a otras mujeres llamadas “María”: María la de Cleofás, María Magdalena, María de Betania, hermana de Lázaro y Marta. Son personajes secundarios del evangelio y, sin embargo Juan no evita llamarlas por su nombre propio. Esto hace también con otros personajes, cuyo nombre podía aparentemente haber omitido, sin quitar nada a su evangelio, como Nicodemo y José de Arimatea. Si nos ha conservado estos nombres de figuras menos importantes: ¿Por qué no ha nombrado por el suyo a la Madre de Jesús? Si la razón fuera –como pudiera alguien suponer- la de no repetir lo que nos dicen ya los otros evangelistas, tampoco se habría preocupado por darnos los nombres de José y de las numerosas Marías de las que también aquéllos nos han conservado la noticia onomástica.

En tercer lugar si había un discípulo que podía y debía conocer a la Madre de Jesús, ése era Juan, el discípulo a quien Jesús amaba y que por última voluntad de un Jesús agonizante la tomó como Madre propia y la recibió en su casa:

“Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu Hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu Madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa’” (Jn 19, 25-27)

Pues bien, es este discípulo, que de todos ellos es quien en modo alguno puede ignorar el verdadero nombre de la Madre de Jesús el que –evitando consignarlo por escrito en su evangelio- alude siempre a ella como la Madre de Jesús o, más brevemente su Madre. Y es precisamente este discípulo – el que entre todos podía haber tenido mayores títulos para referirse a la Madre de Jesús como “Mi Madre”- quien insiste en reservarle –con una exclusividad que ya convierte en nombre propio lo que es un epíteto- el título “Madre de Jesús”.

Juan no ignoraba el nombre de María y, si de hecho lo ignora es con alguna deliberada intención. Una intención que no es fácil detectar a primera vista, pero que vale la pena esforzarse por comprender.

2. Una hipótesis

Y una primera hipótesis explicativa podría ser la siguiente. Quizás san Juan evita usar el nombre de María como nombre propio de la Madre de Jesús porque le parece un nombre demasiado común para poder aplicárselo como propio. Si el nombre propio es para nosotros el que distingue a una persona, a un individuo de todos los demás; sí –además- para la mentalidad israelita el nombre revela la esencia de una persona y enuncia su misión en la historia salvífica, entonces Juan tenía razón: María no es un nombre suficiente mente propio como para designar de manera adecuada o inconfundible a la Madre de Jesús. Es un nombre demasiado común para ser propio suyo. Marías hay muchas en los evangelios y sin duda eran muchísimas en el pueblo y en el tiempo de Jesús, como lo son aún hoy entre nosotros. Si Juan buscaba un nombre único, un título que le señalara la unicidad irrepetible del destino de aquella mujer, eligió bien: Madre de Jesús fue ella y sólo ella, en todos los siglos.

En esta hipótesis, por lo tanto, Juan, al evitar llamarla María, y al decirle siempre la Madre de Jesús, su Madre, lejos de silenciar el nombre propio de aquella mujer, nos estaría revelando su nombre verdadero, el que mejor expresa su razón de ser y su existir. Pero tratemos de ir más lejos y más hondo en las posibles intenciones ocultas de san Juan.

3. Otro hecho: Diálogos distantes

Analicemos un segundo hecho que llama la atención al estudiar la imagen de María tal como se desprende de los dos únicos pasajes de este evangelio en que ella aparece: las bodas de Caná y la Crucifixión.

Como sabemos, Juan, al igual que Marcos, no nos ofrece relatos de la infancia de Jesús. Podemos además desechar la referencia –que hacen sus opositores- a su padre y a su madre, y que Juan, al igual que los sinópticos nos ha conservado (Jn 6, 42). Ya vimos, al tratar de Marcos qué figura de María revela este enfoque de la más tradición pre-evangélica. Y por eso no volvemos a insistir aquí en ese aspecto, que no es propio de Juan.

El materia estrictamente joánico acerca de la Madre de Jesús –desgraciadamente para nuestra piadosa curiosidad, pero afortunadamente para quien, como nosotros, ha de considerarlo en un breve lapso- se reduce a esas dos escenas, que junta no pasan de catorce versículos: las bodas de Caná (Jn 2, 1-11) y la Crucifixión (Jn 19, 25-27). Si no fuera por el evangelio de Juan, no sabríamos que Jesús había asistido con su Madre y con sus discípulos a aquellas bodas en Caná de Galilea. Ni sabríamos tampoco que la Madre de Jesús siguió de cerca su Pasión y fue de los poquitos que se hallaron al pie de la cruz.

Y he aquí –ahora- el segundo hecho sobre el que quisiera llamar la atención. Entre todos los pasajes evangélicos acerca de María, son poquísimos los que nos conservan algo que se parezca a un diálogo entre Jesús y su Madre. Para ser exactos son tres: estos dos del evangelio de Juan y la escena que nos narra Lucas del niño perdido y hallado en el Templo, cuando, en ocasión del acongojado reproche de la Madre: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo angustiados te andábamos buscando” (Lc 2, 48), responde Jesús con aquellas enigmáticas palabras que abren en Lucas el repertorio de los dichos de Jesús: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar (aquí) en lo de mi Padre?” (Lc 2, 49).

Quien lea los diálogos joánicos habiendo recogido previamente en Lucas esta primera impresión no podrá menos que desconcertarse más. En la escena de las bodas de Caná Jesús responde a su Madre que le expone la falta de vino: “Mujer, ¿qué hay entre tú y yo? (o, como traducen otro para suavizar esta frase impactante: ¿qué nos va a ti y a mí?), todavía no ha llegado mi hora”. Y en la escena de la crucifixión: “Mujer, he ahí a tu hijo”.

Notemos, pues, que en los tres diálogos que se nos conservan, Jesús parece poner una austera distancia entre él y su Madre. Son precisamente estos pasajes –que, por presentar a Jesús y María en un tú a tú, podrían haberse prestado para reflejar la ternura y el afecto que sin lugar a dudas unió a estos dos seres sobre la tierra –los que nos proponen, por el contrario, una imagen, al parecer, adusta, de esa relación, capaz de escandalizar la sensibilidad de nuestros contemporáneos: 1) Mujer: ¿Qué hay entre tú y yo?; 2) Mujer: He ahí a tu hijo.

Juan parece haber retomado y subrayado lo que Lucas nos adelantaba en su escena. La Madre de Jesús sólo aparece en su evangelio en estos dos pasajes dialogales, y Jesús parece en ellos distanciarse de su Madre: 1) con una pregunta que pone en cuestión su relación; 2) interpelándola con la genérica y hasta fría palabra Mujer; 3) remitiéndola a otro como a su hijo.

La impresión -decíamos- es desconcertante. Y agrega un segundo hecho, que pide ser explicado, al ya enigmático silenciamiento del nombre de la Madre de Jesús.

EXPLICACIONES

Tratemos de dar explicación a estos dos hechos enigmáticos.

1. “Haced todo lo que El os diga”

El evangelio de san Juan subraya la revelación de Dios en Jesucristo como la revelación del Padre de Jesús. Dios es el Padre de Jesús. Juan es el evangelista que nos muestra mejor la intimidad de Jesús con su Padre; la corriente de mutuo amor y complacencia que los une; cómo Jesús vive y se desvive por hacer lo que agrada a su Padre, cómo se alimenta de la complacencia paterna, siendo ésta su verdadera vida: El Padre me ama, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la arrebata; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y recobrarla, y esa es la orden (la voluntad) que he recibido de mi Padre”. (Jn 10, 17-18). “El Padre y yo somos uno” (Jn 10, 30). “Felipe: el que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 9).

Es en paralelo, y por analogía con esos –en san Juan ubicuos- mi Padre, el Padre de Jesús, como creo debemos comprender la insistencia de Juan en referirse a María sola y exclusivamente como su Madre, la Madre de Jesús.

Así como Dios es para Jesús el Padre, omnipresente en su vida y en sus labios (mi Padre, el Padre que me envió, voy al Padre, mi Padre y vuestro Padre, el Padre que me ama, la casa de mi Padre…), así también y para señalar una mísitica analogía, para subrayar una paralela realidad espiritual, Juan llama a aquella que es como un eco de la divina figura paterna –no sólo a través de una maternidad física, sino principalmente a través de una comunión en el mismo Espíritu Santo- la Madre de Jesús.

Y una de las principales finalidades de la escena de Caná nos parece que es –en la intención de Juan- la de mostrar hasta qué punto la Madre de Jesús está identificada en su espíritu con el Espíritu del Padre de Jesús.

En la escena de Caná, en efecto, parecería que Juan se complace en subrayar la coincidencia del velado testimonio que de Jesús da María ante los hombres, con el testimonio que de Jesús da su Padre: “Haced todo cuanto os diga”, dice la Madre. “Escuchadlo”, dice el Padre; que es decir lo mismo: obedecerle. Sabemos, en efecto, por el testimonio de los sinópticos, que en los dos momentos decisivos del Bautismo y de la Transfiguración se abren los cielos sobre Jesús y desciende una voz –la voz de Dios- que proclama (con pequeñas variantes según cada evangelista): “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.

En el Bautismo, la finalidad de esta voz –que se revela como la del Padre- es credencial de la identidad mesiánica y de la filiación divina de Jesús, y suena como solemne decreto de entronización pública en su misión de Hijo y en su destino de Mesías. En la Transfiguración, la finalidad de esta voz es dar confirmación y garantía de autenticidad mesiánica a la vía dolorosa que Jesús anuncia –con ternaria solemnidad- a sus discípulos. Y la voz celestial completa su mensaje con un segundo miembro de la frase: Escuchadlo.

San Juan, a diferencia de los sinópticos, no nos relata la escena del Bautismo. Tampoco hace referencia a la voz celestial que –según los sinópticos- se dejó oír en el Bautismo. Ha puesto en su lugar no sólo más profuso y explícito testimonio del Bautista, sino también –nos parece- la voz de María: “Haced todo lo que os diga”, que equivale al “escuchadle” de la voz divina en la Transfiguración, pero adelantada aquí al comienzo del ministerio de Jesús.

Antes de la escena de Caná, Jesús no ha nombrado ni una sola vez a su Padre, lo hará por primera vez en la escena de la purificación del templo, que sigue inmediatamente a la de Caná. Es a través de su Madre como le llega a Jesús ya en Caná, como a través de un eco fidelísimo la voz de su Padre. No, como en los sinópticos, a través de una voz del cielo ni como más adelante, en el mismo evangelio de Juan con un estruendo –que los circundantes, a quienes va destinado, se dividen en atribuir a trueno o voz de ángel-, sino como una sencilla frase de mujer cuyo carácter profético solo Jesús pudo entender, oculto como estaba bajo el más modesto ropaje del lenguaje doméstico.

Y prueba de que Jesús reconoció en las palabras de la Madre un eco de la voz de su Padre es que, habiendo alegado que aún no había llegado su hora, cambia súbitamente tras las palabras: “Haced cuanto os diga”, y realiza el milagro de cambiar el agua en vino.

No fuera mera deferencia o cortesía, ni mucho menos debilidad para rechazar una petición inoportuna. Fue reconocimiento en la voz de la Madre, del eco clarísimo de la voluntad del Padre. Obedeciendo a esa voz, Jesús “realizó este primer signo y manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él”. Y san Juan se preocupa, en otros pasajes del Evangelio, de subrayar el escrúpulo de Jesús en no hacer sino lo que el Padre le ordena, en mostrar, sólo lo que el Padre le muestra y en guardar celosamente lo que el Padre le da.

Sí, pues, María es por un lado “Hija de Sión”, en cuanto encarna lo más santo del Pueblo de Dios, es también Hija de la Voz, que así se dice en hebreo lo que nosotros decimos: Eco. Eco de la Voz de Dios = Bat Qol, Hija de la Voz.

2. Entre Caná y el Calvario

La importancia que la figura de la Madre de Jesús tiene en el evangelio según san Juan no la podemos inferir de la abundancia de referencias a ella, pues, como hemos visto, son pocas. La hemos de deducir de la sugestiva colocación, dentro del plan total del evangelio, de las dos únicas y breves escenas en que ella aparece: Caná y el Calvario. Y no sólo –por supuesto- de su lugar material, sino también de su contenido revelador.

Caná y el Calvario constituyen una gran inclusión mariana en el evangelio de san Juan. Encierran toda la vida pública de Jesús como entre paréntesis. Son como un entrecomillado mariano de la misión de Jesús. Abarcan como con un gran abrazo materno –discretísimo pero a la vez revelador de una plena comprensión y compenetración entre Madre e Hijo- toda la vida pública de Jesús desde su inauguración en Caná hasta la consumación en el Calvario.

La María de san Juan no es sólo –como en Marcos- la Madre solidaria con su Hijo ante el desprecio. No es tampoco –como en Mateo y en Lucas- una estrella fugaz que ilumina el origen oscuro del Mesías o la noche de una infancia perdida en el
olvido de los hombres.

La Madre de Jesús es para san Juan testigo y actor principal en la vida misma de Jesús. Su presencia al comienzo y al fin, en el exordio y el desenlace es como la súbita, fugaz, pero iluminadora irrupción de un relámpago comparable al también doble inesperado trueno de la voz del Padre en el Bautismo y la Transfiguración.

3. El diálogo en Caná

La Madre de Jesús tal como nos la presenta Juan, sabe y entiende. Es para Jesús un interlocutor válido e inteligente como iniciado en el misterio de la hora de Jesús, se entiende con él en un lenguaje de veladas alusiones a un arcano común.

Quien oye desde fuera este lenguaje, puede impresionarse por las apariencias. Aparente banalidad de la intervención de la Madre: No tienen vino. Aparente distancia y frialdad descortés del Hijo: Mujer, ¿qué hay entre tú y yo? Aún no ha llegado mi hora.

Con ocasión de una fiesta de alianza matrimonial, Madre e Hijo tocan en su conversación el tema de la Alianza. La Antigua y la Nueva. Vino viejo y vino nuevo. Vino ordinario y vino excelente que Dios ha guardado para servir al final. Antigua Alianza es agua de purificación rituales, que sale de la piedra de la incredulidad y sólo lava lo exterior. Nueva Alianza que brota inexplicablemente por la fuerza de la palabra de Cristo, como buen vino, como sangre brotando de su interior por su costado abierto y que alegra desde lo interior.

La observación de la Madre (no tiene vino) encierra una discreta alusión midráshica a la alegría de la Alianza Mesiánica, aún por venir, y de la cual el vino es símbolo de la Escritura.

Sabemos por san Lucas que no sólo Jesús sino también María, habla y entiende aquel estilo midráshico, que entreteje Escritura y vida cotidiana. En el evangelio de san Juan, Jesús aparece como Maestro en este estilo, que estriba en realidades materiales y las hace proverbio cargado de sentido divino: hablaba del Templo… de su Cuerpo; como el viento… es todo lo que nace del Espíritu; el que beba de esta agua volverá a tener sed… pero el que beba del agua que yo le daré…; mi carne es verdadera comida…

Y si la observación de María hay que entenderla como el núcleo de un diálogo más amplio, que san Juan abrevia y reproduce sólo en su esencia, también la arcana respuesta de Jesús hemos de interpretarla no como la de alguien que enseña al ignorante, sino como la de quien responde a una pregunta inteligente.

La frase de Jesús (Mujer, ¿qué hay entre tú y yo? Aún no ha llegado mi hora), antes que negar una relación con María es una adelantada referencia a que –una vez llegada la hora de Jesús- se creará entre él y su Madre el vínculo perfecto, último y definitivo ante el cual, palidecen los ya fuertes que lo unen con su Madre en la carne y el Espíritu. Un vínculo tan fuerte que –como veremos. Se podrá decir que la hora de Jesús es a la vez la hora de María, la hora de un alumbramiento escatológico, en la que el Crucificado le muestra en Juan al Hijo de sus dolores, primogénito de la Iglesia.

Y si la Madre pregunta indirectamente acerca de la alegría simbolizada por el vino (no hay fiesta si no hay vino, dice el refrán judío), Jesús alude a una alegría que viene en el dolor de su hora, de su pasión, alegría que Jesús anunciará oportunamente a su Madre, desde la cruz, como la dolorosa alegría del alumbramiento.

4. La escena en el Calvario

Y con esto hemos iniciado nuestra respuesta al segundo hecho sorprendente: el de la frialdad y distancia que parece interponer Jesús en sus diálogos con su Madre. Pero, al mismo tiempo, acabamos de insinuar el sentido de la segundo escena mariana en el evangelio de Juan: la del Calvario. Tomémosla en consideración con más detenimiento:

“Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu Hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu Madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa’” (Jn 19, 25-27).

Nos parece que podemos partir para interpretar el sentido de este pasaje, de las palabras desde aquella hora. Juan ama las frases aparentemente comunes, pero cargadas de sentido. Y éstas, es una de ellas. Porque aquella hora es nada menos que la hora de Jesús; de la cual él dijo: ha llegado la hora…, ¿y qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de estas hora? Pero, ¡si para esto he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre! (Jn 12, 23-27).

Para san Juan la hora de alguien es el tiempo en que este cumple la obra para la cual está particularmente destinado. La hora de los judíos incrédulos es el tiempo en que Dios les perpetrar el crimen en la persona de Cristo o de sus discípulos:

“Incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y lo harán. Porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os lo he dicho para que cuando llegue la hora os acordéis…” (16, 3-4).

Y esta expresión la hora, posiblemente se remonta a Jesús mismo, fuera de los numerosos pasajes de san Juan, también Lucas, nos guarda un dicho del Señor que habla de su Pasión como de la hora: Pero ésta es vuestra hora, y del poder de las tinieblas (Lc 22, 53).

La hora de Jesús es aquél momento en que se realiza definitivamente la obra para la cual fue enviado el Padre a este mundo. Es la hora de su victoria sobre Satanás, sobre el pecado y la muerte: “Ahora es el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será derribado; cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 31-32).

Por ser la hora de la Pasión una hora dolorosa pero victoriosa a la vez, está para san Juan íntimamente unida a la gloria, a la gloriosa victoria de Jesús. Y esa gloria se manifiesta por primera vez en Caná. Es la misma con la que el Padre glorificará a su Hijo en la cruz. Y María es testigo de esta gloria en ambas escenas.

Esa coexistencia de sufrimiento y gloria que hay en la hora se expresa particularmente en una imagen que Jesús usa en la Ultima Cena y que compara su hora con la de la mujer que va a ser madre:

“La mujer, cuando da a luz, está triste porque ha llegado su hora (la del alumbramiento), pero cuando le ha nacido el niño ya no se acuerda del aprieto, por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo” (Jn 16, 21).

Me parece que esta imagen no acudió casualmente a la cabeza de Jesús en aquella víspera de su Pasión. Creo más bien que es como una explicación adelantada de la escena que meditamos; Y que, a la luz de esta explicación Juan habrá podido comprender la profundidad del gesto y de las últimas palabras de Jesús agonizantes a él y a María.

¿Habrán recordado Jesús, Juan, María, el oráculo profético de Jeremías o algún otro semejante?:

“Y entonces oí una voz como de parturienta, gritos como de primeriza. Era la voz de la Hija de Sión, que gimiendo extendía sus manos: Ay, pobre de mí, que mi alma desfallece a manos de asesinos” (Jer 4, 31).

Al pie de la cruz, la Hija de Sión gime y siente desfallecer su alma a causa de los asesinos de su Hijo. Y Jesús, que la ve afligida, comparable a una parturienta primeriza en sus dolores; Jesús, que advierte el gemido de su corazón; aludiendo quizás en forma velada a algún oráculo profético como el de Jeremías, la consuela con el mayor consuelo que se puede dar a la que acaba de alumbrar un hijo: mostrándoselo. He ahí a tu hijo, le dice mostrándole al discípulo, el primogénito eclesial del nuevo pueblo de Dios que Jesús adquiere con su sangre. Juan el bienaventurado que ha permanecido en las puertas de la Sabiduría en aquella hora de las tinieblas:

“Bienaventurado el hombre que me escucha, y que vela continuamente a las puertas de mi casa, y está en observación en los umbrales de ella” (Prov 8,34).

Juan, el primogénito de la Iglesia, permanece junto a los postes de la puerta de la Sabiduría, marcada con la sangre del Cordero, para ser salvo del paso del Angel exterminador.

Jesús revela que su hora es también la hora de su Madre. Lejos de distanciarse de ella o de renegar de su maternidad, la consuela como un buen hijo a su Madre, pero también como sólo puede consolar el Hijo de Dios: mostrándoles la parte que le cabe en su obra. Mostrándole en aquella hora de dolores, a su primer hijo alumbrado entre ellos.

He aquí indicada la dirección en que nos parece que se ha de buscar la explicación de ese Mujer con que Jesús habla a su Madre en el evangelio de Juan. Tanto en Caná como en el Calvario, Jesús ve en ella algo más que la mujer que le ha dado su cuerpo mortal y a la que está unido por razones afectivas individuales, ocasionales.

Para Jesús, María es la Mujer que el Apocalipsis describe, con términos oníricos, en dolores de parto, perseguida por el dragón, huyendo al desierto con su primogénito. Es la parturienta primeriza de Jeremías, dando a luz entre asesinos. Jesús no ve a su Madre –como nosotros a las nuestras- en una piados pero exclusiva y estrecha óptica privatista, sino en la perspectiva de la hora, fijada de antemano por el Padre, en que recibiría y daría gloria. Esa gloria que es una corriente que va y viene y, como dice Jesús, está en los que creen en él: Yo he sido glorificado en ellos (Jn 17, 9-10), los que tú me has dado y son tuyos, porque todo lo mío es tuyo. El Padre glorifica a su Hijo en los discípulos llamados a ser uno con él, como él y el Padre son uno. Y María, Madre del que es uno con el Padre es también Madre de los que por la fe son uno con el Hijo.

Por eso, al señalar a Juan desde la cruz, Jesús se señala a sí mismo ante María, la remite a sí mismo, no tal como lo ve crucificado en su Hora, sino tal como lo debe ver glorificado en los suyos, en los que el Padre le ha dado como gloria que le pertenece. Y la remite a ella misma: no según su apariencia de Madre despojada de su único Hijo, humillada Madre del malhechor ajusticiado, sino según su verdad: primeriza de su Hijo verdadero, nacido en la estatura corporativa –inicial, es verdad, pero ya perfecta- de Hijo de Hombre.

Se comprende así lo bien fundada en la Sagrada Escritura que está la contemplación eclesial de la figura de María como nueva Eva, esposa del Mesías y Madre de una humanidad nueva de Hijos de Dios. En efecto, en la tradición de la Iglesia se ha interpretado que en el apelativo Mujer está la revelación de grandes misterios acerca de la identidad de María. Por un lado, se ha reconocido en ella a la Nueva Eva que nace del costado del Nuevo Adán, abierto en la cruz por la lanza del soldado. Como nueva Eva ella celebra a los pies de la cruz un misterioso desposorio con el nuevo Adán, que la hace Esposa del Mesías en las Bodas del Cordero. Allí por fin, Jesús la hace y proclama madre, parturienta por los mismos dolores de la redención que fundan su título de corredentora. Madre de una nueva humanidad, de la cual Juan será el primogénito y el representante de todos los creyentes.

Fuente: “LA FIGURA DE MARÍA A TRAVÉS DE LOS EVANGELISTAS” del Padre Horacio Bojorge sj

 

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Fuente: “LA FIGURA DE MARÍA A TRAVÉS DE LOS EVANGELISTAS” del Padre Horacio Bojorge sj

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La figura de María a través de San Marcos. Del padre Horacio Bojorge SJ

La imagen más antigua. El más breve y, casi con seguridad, el más antiguo de los cuatro evangelios. El que recoge, muy probablemente, las catequesis y predicaciones de San Pedro, o sea, el evangelio según lo proclamaba Pedro. 

Acerca de María, este evangelio de Marcos es una parquedad extrema, comparable –por la ausencia de referencias- al gran silencio marial neo-testamentario. Marcos comienza su evangelio presentando la figura de san Juan Bautista, y casi inmediatamente a un Jesús ya adulto que llega a bautizarse en el Jordán. Nada de relatos de la infancia, que –como vemos en Mateo y Lucas- se prestan a decirnos algo de la Madre. Nada comparable a dos grandes escenas marianas del evangelio de San Juan: las bodas de Caná y el Calvario.

1. Dos textos: Mc 3, 31-35; 6, 1-3

Lo que dice Marcos acerca de María se agota en dos brevísimos pasajes, ambos situados en la primera parte de su evangelio. Y en esos pasajes ni siquiera se advierte la impronta personal del narrador. Este mantiene una fría objetividad de cronista y nos reporta lo que terceras personas dicen de María. Y si nos detenemos a analizar el texto, encontramos que esas terceras personas son incrédulas, enemigos de Jesús, que por supuesto no se ocupan de su madre con benevolencia, sino desde su hostilidad y descreimiento. Para ellos se agrega, como contrapunto y refutación, es testimonio de Jesús mismo acerca de María.

Leamos los pasajes. El primero en Mc 3, 31-35
“Vinieron su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le mandaron llamar.
Se había sentado gente a su alrededor y le dicen:
-Mira, tu madre y tus hermanos y te buscan allí fuera.
El replicó :
-¿Quién es mi madre y mis hermanos?
Y mirando en torno, a los que se habían sentado a su alrededor, dijo:
-Aquí tienes a mi madre y mis hermanos.
El que haga voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

El segundo pasaje es la escéptica exclamación de los que se admiraban, incrédulos, de su inexplicable poder y sabiduría; se lee en el capítulo 6, 1-3
“Se marchó de allí y fue a su tierra, y le siguieron sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y los muchos que le oían se admiraban diciendo:
-¿De dónde le viene esto? ¿Y qué sabiduría es ésta que se le ha dado? ¿Y tales milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanos aquí con nosotros?
Y se escandalizaron de él”.

Estos son los dos únicos pasajes del evangelio de Marcos en que se menciona a María. Ellos comprueban simplemente que a Jesús se lo conocía en su medio como el carpintero, el hijo de María. Que esa filiación hacía para muchos más increíble que fuera el enviado de Dios. Servía de excusa a los mal dispuestos para afirmarse en su incredulidad. Porque las mismas distancias entre las muestras de poder y sabiduría que –según el relato de Marcos- Jesús iba dando por todas partes, era un argumento de que no le venían de herencia ni de bagaje humano, sino como don de lo alto. La misma humildad de su parentela galilea –la parte proverbialmente más ignorante de las cosas de la ley dentro del pueblo judío- debía haber sido argumento convincente a favor del origen divino de sus obras. Si ellas eran inexplicables por la carne y el parentesco, ¿no habría que tratar de explicarlas por el espíritu de Dios?

2. El contexto del evangelio

Pero tratemos de comprender mejor el sentido de estos episodios colocándonos en la óptica del relato de Marcos. Toda la primera parte de su evangelio, hasta el capítulo octavo, versículos 27-30 (la confesión de Pedro), nos muestra a Jesús que obra maravillas y portentos, que despierta la admiración del pueblo, que deslumbra con su poder sobrehumano. Es decir, nos muestra la revelación progresiva y creciente de Jesús. Y al mismo tiempo nos muestra la absoluta y general comprensión del verdadero carácter de su persona y su misión. Jesús se revela, pero nadie entiende su revelación. No la entiende el pueblo, no la entienden sus discípulos, no la entienden los escribas, no la entienden sus familiares. No la entienden los que se niegan a creer en él y con los que se enfrenta en polémicas y a los que les habla en parábolas.

De esta incomprensión de los incrédulos no hay que admirarse. Pero sí de que tampoco lo comprendan ni entiendan sus propios discípulos. En la privilegiada confesión de la fe de Pedro, con la que culmina la primera parte del evangelio, se entrevé al mismo tiempo un abismo de ignorancia y de resistencia al aspecto doloroso de la identidad de Jesús Mesías.

Nada más comenzar la carrera de Jesús con un sábado en Cafarnaúm, con su enseñanza en la sinagoga y con numerosas curaciones de enfermos y expulsiones de demonios, en cuanto han empezado a seguirle sus primeros discípulos y se ha encendido el fervor popular, ya apuntan la oposición y las críticas: Jesús cura en sábado, come con pecadores; sus discípulos no ayunan y arrancan espigas en sábado. Y ya desde el comienzo del capítulo tercer, los fariseos se confabulan con los herodianos para ver cómo eliminarlo. Pero ello se hace difícil, porque una muchedumbre sigue a Jesús. Este elige de entre ella a sus numerosos discípulos. Uno de los primeros pasos de la confabulación se advierte en 3, 20-21. Jesús vuelve a su tierra. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que ni siquiera podían comer.
“Se enteraron sus parientes y fueron a dominarlo, porque (les) decían: ‘Está fuera de sí’”.

3. La oposición al Mesías

El primer paso de la confabulación contra Jesús consiste en declararlo loco y en interesar a los parientes para dominar a un consanguíneo que podría implicarlo en sus locuras y traerles problemas. Que este método intimidatorio de los parientes –que fue usado contra Jesús y los suyos- era un método usual, nos lo demuestra el episodio del ciego de nacimiento, en el evangelio según san Juan, a cuyos padres llamaron a declarar ante el tribunal (9, 18-23).

Habiendo oído que Jesús estaba fuera de sí, y movidos quizás por temores y veladas amenazas, los parientes de Jesús acuden a dominarlo. Arrastran a su madre a cuyas instancias esperan que Jesús no pueda resistir. Entre tanto, Marcos registra el crescendo de las acusaciones contra Jesús. Jesús es más que un loco. Es un endemoniado: “Está poseído por un espíritu inmundo” (3, 22).

En medio de esta tormenta, de hostilidad por un lado y de entusiasmo popular por otro, es cuando relata Marcos con laconismo de cronista:
“Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le envían a llamar”.

Se trata de arreglar un problema familiar. Los humildes aldeanos galileos no quieren discutir de teologías. Por la humildad, por modestias o por prudencia campesina –porque la falta de letras no es sinónimo de tontería-, no entran. (Según Lucas, no entran simplemente porque la muchedumbre les impide acercarse).
“Estaba mucha gente sentada a su alrededor”

El odiado doctor está rodeado de una audiencia entusiasta que siente arder el corazón con su palabra, “porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escriba”, ha registrado Marcos (1, 22). Algún malévolo infiltrado entre al audiencia se complace en anunciar en voz alta a Jesús:
“¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan”.

Es a Jesús a quien lo dice, pero indirectamente a su auditorio: “Ved de qué familia viene vuestro doctor”. Marcos registra más adelante, en el capítulo sexto que esta malévola cizaña ha prendido: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María, y no conocemos a toda su parentela?”. Y se escandalizaban de él.

La humildad de María y de los parientes de Jesús es esgrimida para humillarlo, para empequeñecerlo delante de su auditorio: ¡Qué candidato a Rey Mesías! ¡Qué candidato a doctor y salvador! He aquí la parentela del profeta. Es el mismo argumento que nos relata también san Juan:
“Pero los judíos murmuraban de él, porque había dicho:
‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’.

Y decían:
‘¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del Cielo?’ (6, 42).

Y registra además san Juan que muchos de sus discípulos se apartaron de él con aquella ocasión:
“Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?” (Jn. 6, 61).
“Y ni siquiera sus parientes creían en él” (Jn. 7, 5).
“Y los judíos asombrados decían: ‘¿cómo entiende de letras sin haber estudiado?” (Jn. 7,15).

Marcos nos hace oír a los que hablan de María, la madre de Jesús, desde su profunda hostilidad al Hijo. Hay en sus palabras un subrayar los humildes orígenes humanos de Jesús, que es tácita negación de su origen y calidad divina.

Así como habrá un Ecce homo! que escarnece a Jesús en su pasión, hay aquí un adelanto del mismo, que envuelve a María en el mismo insulto de desprecio –Ecce mulier, ecce Mater eius- (He aquí a la mujer, ven quién es su madre…).

4. El testimonio de Jesús

A este lanzazo polémico, oculto en el comedimiento de aquellos que le anuncian la presencia de los suyos allí afuera, responde el contrapunto también polémico de Jesús:
“¿Quién es mi madre y mis hermanos?”.
“Y mirando en torno a los que estaban sentados a su alrededor (Mateo precisa el lugar paralelo que son sus discípulos), dice: ‘Estos son mi madre y mis hermanos’”.

Frecuentemente Jesús habla en los evangelios de sus discípulos como de sus hermanos, o de “estos hermanos míos mas pequeños”, o simplemente de “los pequeños”. Se trata de aquellos que oyen a Jesús con fe aunque no lo entiendan perfectamente. Se trata de los que no se le oponen, sino de los que le siguen y le escuchan. Esta es la familia de Jesús, porque es la familia del Padre. (Cuyo vínculo familiar no es la sangre, sino la Nueva Alianza en la Sangre de Jesús, o sea, la fe en él).

Como explicita san Juan: “A los que creen en su nombre les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn. 1, 12).

Por eso remata Jesús con una explicación de por qué son esos sus auténticos familiares:
“Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

O en la versión de Lucas:
“El que oye la palabra de Dios y la guarda, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Lc. 8, 21).

La misteriosa (y quizás para muchos no muy evidentes) ecuación entre “cumplir la voluntad de Dios” o “escuchar su Palabra y cumplirlas”, y creer en Jesucristo, nos la revela explícitamente san Juan en su primera carta:
“Guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento (y lo que le agrada): que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó” (1ª Jn 3, 22-23).

Hacer la voluntad del Padre no es doblegarse a un oscuro querer, sino complacerse en hacer lo que a Dios le complace; es regocijarse en el regocijo de Dios. Y si nos pregunta en qué se deleita y regocija nuestro Dios, que como Ser omnipotente puede parecer muy difícil de contentar, sabemos qué responder porque ese Ser inaccesible nos ha revelado qué es lo que le regocija:
“Este es mi Hijo, a quien amo y en quien me complazco: escuchádle…” (Mt 17, 1-8; Mc 9, 7; Lc 9, 35).

Nuestro Dios se revela como el Padre que ama a su Hijo Jesucristo, y se deleita en él, y no pide otra cosa de nosotros sino que lo escuchemos llenos de fe y lo sigamos como discípulos.

Entendemos quizás ahora por qué Lucas traduce el “cumplir la voluntad de Dios”, de que hablan Mateo y Marcos, con una frase equivalente: Escuchar su Palabra (que es escuchar a su Hijo) y guardarla (que es seguirlo como discípulo).

Y similar identificación de la voluntad de Dios con la Palabra de Jesús nos ofrece un texto del evangelio de Juan:
“Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado, y el que quiera cumplir su voluntad verá si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta” (Jn 7, 16-17).

Parientes de Jesús son, pues, lo que por creer en él entran en la corriente del vínculo de complacencia que une al Padre con el Hijo y al Hijo con el Padre.

Por eso, su respuesta a los que lo envuelven a él y a su madre en un mismo rechazo y vilipendio es una seria advertencia. Equivale a distanciarse de ellos y negarle cualquier otra posibilidad de entrar en comunión con Dios que no sea a través de la fe en él.

Pero esta palabra de Jesús tiene dos filos. Y el segundo filo es el de una alabanza, el de una declaración de Alianza de parentesco (el único real y más fuerte que el de sangre) entre el creyente y él. Y en la medida en que María mereció ser su Madre por haber creído es éste el más valioso testimonio que podía ofrecernos Marcos a cerca de María. El testimonio de Jesús a cerca de la razón última y única por la cual María pudo llegar a ser su Madre: la fe en él.

5. María Madre de Jesús por la fe

María no estuvo unida a Jesús solo ni primariamente por un vínculo de sangre. Para que ese vínculo de sangre pudiera llegar a tener lugar, tuvo que haber previamente un vínculo que Jesús estima como mucho más importante.

Pero todo esto Marco no lo explicita. Ni el Señor lo explicitó sin duda en aquella ocasión. Es por otros caminos por donde hemos llegado a comprender lo que hay implícito en el velado testimonio de Jesús que Marcos nos relata. Que María creyó en Jesús antes de que Jesús fuera Jesús. Y que solo porque el verbo encontró en ella esa fe pudo encarnarse.

Es así como el silencio mariano de Marcos da paso a la elocuencia mariana de Jesús mismo. Una elocuencia que lleva la firma de la autenticidad en su mismo estilo enigmático, velado, parabólico, el estilo de Jesús en todas sus polémicas. Un lenguaje que es revelación para el creyente y ocultamiento para el incrédulo.

Y quiero terminar –para confirmar lo dicho- iluminando este primer retrato de María, según Marcos, con una luz que tomaré prestada del evangelio de Lucas, pero en la casi absoluta certeza de que no se debe sólo a su pluma, sino a la misma antiquísima tradición pre-evangelista en que se apoya Marcos. Me complace considerarlo como un incidente ocurrido en la misma ocasión que Marcos nos relata, cómo lo sugiere su engarce en un contexto similarísimo. En medio de las acusaciones de que está endemoniado, y estando Jesús ocupado en defenderse,
“Alzó la voz una mujer del pueblo y dijo:
‘Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron’.
Pero él dijo: ‘Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan’”.
(Lc 11, 27-28).

Creo que Lucas ha querido explicitar directamente, al insertar este episodio en su evangelio, lo que no queda a su gusto suficientemente explícito en el relato de Marcos: que las palabras de Jesús, en respuesta a los que le anunciaban la presencia de los suyos, encerraban un testimonio acerca de María.

Conclusión

La figura de María según Marcos es, como nos lo puede mostrar su comparación con los pasajes paralelos de Mateo y Lucas, la figura más primitiva que podemos rastrear a través de los escritos del Nuevo Testamento. Es la imagen de la tradición pre-evangélica y se remonta a Jesús mismo.

Es una figura a penas esbozada, pero clara en sus rasgos esenciales. Rasgos que, como veremos, desarrollaran y explicitarán los demás evangelistas, limitándose solo a mostrar lo que ya estaba implícito en esta figura de María, madre ignorada de un Mesías ignorado. Madre vituperada del que es vituperado. Pero, para Jesús, bien aventurada por haber creído en él. Madre por la fe más que por su sangre.

Y ya desde el principio, y desde el testimonio mismo de Jesús: Madre del Mesías, presentada en explícita relación, de parentesco con los que creen en Jesús, como Madre de sus discípulos, que es decir, de su Iglesia.

Fuente: “LA FIGURA DE MARÍA A TRAVÉS DE LOS EVANGELISTAS” del Padre Horacio Bojorge sj

 
 

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La figura de María a través de San Lucas. Del padre Horacio Bojorge SJ

La obra del evangelista Lucas consta de dos libros: el Evangelio y los Hecho de los Apóstoles.

El primero nos relata la historia de Jesús, el segundo la historia de los orígenes de la Iglesia. Las intensión del díptico es iluminar la experiencia que los fieles de origen pagano encontraban en la comunidad eclesial, explicándola a la luz de su origen histórico.

¿Cómo? Mostrando –en la experiencia actual del Espíritu Santo derramada en las primeras comunidades- la continuidad de la acción del mismo Espíritu que había obrado en la Iglesia de los Apóstoles, en la Vida y Obra de Jesús y en su preparación previa en la historia pasada de Israel.

1. La intención de Lucas

La inquietud de Lucas parte, pues, del presente; y para dar razón de él e interpretar su significado religioso, se remonta al pasado. En cambio su obra escrita, por pura razón del método, parte del pasado y, siguiendo un cierto orden cronológico de los hechos, llega al presente. El prólogo de su evangelio nos muestra claramente que Lucas ha usado la técnica cinematográfica del “raconto”:

“Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente los hechos que han tenido lugar entre nosotros, tal como nos los han transmitido los que presenciaron personalmente desde el comienzo mismo y que fueron hechos servidores del Mensaje, también a mí, que he investigado todo diligentemente desde sus comienzos, me pareció bien escribirlos ordenadamente para ti –ilustre Teófilo-, para que conocieras la certeza de las informaciones que has recibido”.

Lucas es plenamente consciente de su condición de testigo secundario y tardío. No es apóstol ni testigo presencial de los orígenes del milagro cristiano. Se ha incorporado a la Iglesia, y a sido dentro de ella una figura relativamente oscura y de segundo rango. Pero no es judío; y se ha aproximado a esta nueva “secta”, nacida del judaísmo, desde su cultura y mentalidad griega, como hijo ilustrado de ella, amante de claridades y certezas, de orden y de examen crítico de hechos y testigos.

En su prólogo distingue claramente: 1º) Los testigos presenciales (autoptai: los que vieron por sí mismos) y desde los comienzos (ap’arjés) y que convertidos en servidores de ese mensaje, lo transmitieron (paredosan). Ellos son la fuente de la tradición. 2º) Otros que se dieron a la tarea (epejéiresan: pusieron la mano, escribieron) de repetir por escrito, en el mismo orden que la tradición oral, las narraciones de los testigos (¿Marcos, por ejemplo?). Ellos son los que fijaron por escrito esas antiguas tradiciones. 3º) El, Lucas, que adopta un orden propio. Orden que fundado en una investigación diligente de los hechos, tiene por fin hacer resaltar en ellos su coherencia interior y, por lo tanto, su credibilidad.

Desde su relación actual (catequístico – apologética) con Teófilo- personaje real o personificación de los paganos instruidos (como Lucas) que se habían acercado a enterarse de la fe cristiana-, Lucas emprende su obra, que es a la vez historia de la fe y de teología de la historia. Y como buen historiador griego, se funda en testigos presenciales y fidedignos.

Su escrúpulo de se refleja –entre otras cosas. En que sitúa los acontecimientos que relata en relación con ciertas coordenadas o hitos de la historia.

Teófilo ha recibido información o instrucción en una de aquellas comunidades contemporáneas, suyas y de Lucas, en la que ha visto las obras del Espíritu.. Lucas parte de allí hacia atrás, explicándolo todo desde el comienzo como obra del Espíritu Santo. Esta centralidad del Espíritu Santo en la obra de Lucas se desprende del prólogo de los Hechos de los Apóstoles, segundo tomo de su obra:

“En mi primer libro, oh Teófilo, hablé de lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio, hasta el día en que, después de haber enseñado a los Apóstoles que El había elegido por obra del Espíritu Santo, fue llevado al cielo”.

El Espíritu Santo ha presidido e inspirado la elección de los Apóstoles y es el vínculo divino entre Jesús y la Misión eclesial que comienza.

Lucas, que escribe a gentiles o cristianos provenientes de la gentilidad, no puede contentarse con el recurso al Antiguo Testamento y a la prueba de Escritura. Para su público es necesario integrar estos elementos en un nuevo marco significativo. Lucas debe atender a la solidez y certeza, y estas deben demostrarse a partir de hechos actuales, visibles en la iglesia. Desde estos hechos puede ya remontarse al pasado bíblico, que no ofrece para su público pagano interés por sí mismo.

Cuando Lucas nos narra la infancia de Jesús, trata la materia más lejana al presente, toca la parte más remota de su historia. Lucas podía haberlo omitido como Marcos y Juan. Era materia especialmente espinosa para explicar a gentiles. Mateo en cambio, podía mostrar más fácilmente a su público, judío, como a través de los hechos de la infancia de Jesús se cumplían las Escrituras. Pero para el público de Lucas, el argumento de Escritura adquiría fuerza si se presentaba integrado en el testimonio de un testigo, dirigido históricamente y claramente vinculado a la explicación del presente eclesial.

2. María como testigo

Y ese testigo de la infancia de Jesús es María. A Lucas debemos una serie de rasgos de María, un enriquecimiento de detalles de su figura que proviene precisamente de un interés por ella como testigo privilegiado no solo de la vida de Jesús, sino también del significado teológico de esa vida.

Si todo el evangelio de Lucas se funda en un testimonio de testigos oculares y si Lucas se atreve hablar de la infancia de Jesús es porque cuenta con el testimonio de María a cerca de ella. Lucas evoca por dos veces en su narración de la infancia los recuerdos de María: “María por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (2, 19); “Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (2, 51). Estas fórmulas recuerdan la manera como san Juan invoca su propio testimonio en su evangelio y los términos análogos usados por el mismo Lucas cuando parece referirse al testimonio de vecinos y parientes:

“Invadió el temor a todos sus vecinos (viendo lo sucedido a Zacarías) y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las guardaban en su corazón” (1,66).

“Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia” (1,58).

“Se volvieron glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído” (2, 20).

Algunos de estos testimonios, que difícilmente a podido recoger Lucas directamente de los testigos presenciales, deben haberle llegado a través de María o de familiares de Jesús que –como sabemos- integraba la comunidad primitiva y guardarían tradiciones familiares, de las cuales, sin embargo, la fuente última debió ser María.

3. Cualidades de María como testigo

Lucas pone especial cuidado en cualificarla como testigo: María es una persona llena de gracias de Dios, como lo dice el Angel. Instruido en las escrituras, como se desprende del lenguaje bíblico del Magníficat; como lo presupone la profunda reflexión bíblica sobre los hechos, que se entreteje de manera inseparable de su narración; y como se explica también por el parentesco levítico de María relacionada con Isabel, su prima, descendiente del linaje sacerdotal de Aarón y esposa del sacerdote Zacarías.

Nos detenemos a subrayar esto, porque hay quienes con cierta facilidad se inclinan a atribuir los relatos de la infancia de Jesús a la imaginación de los evangelistas, como si estos los hubieran inventado libremente, inspirándose en los relatos que el Antiguo Testamento suele hacer de la infancia de los grandes hombres de Dios, como Moisés o Samuel.

Es innegable que estos relatos de la infancia de Jesús son como un tapiz, tejidos con hilos de reminiscencias veterotestamentarias. Pero ¿con qué otro hilo podía tejer su meditación sobre los hechos María, una doncella judía, emparentada con levitas y sacerdotes, piadosa y llena de Dios, asistente asidua y atenta de las lecturas de las explicaciones de la sinagoga? ¿Y quién puede distinguir cuando abre el cofre de sus recuerdos más queridos, entre lo que un historiador frío podría llamar hechos, crónica, y la carga de evocación, interpretación personal y resonancias afectivas en quien volvemos como entre terciopelos, las joyas de nuestra memoria?

Lucas sabe que no puede pedir de María, su testigo, un testimonio redactado en el género de un parte de comisaría. Ni tampoco le interesa. Porque en la meditación con la que María comprendió los acontecimientos y los recuerda en la rumiación midráshica de que los hizo objeto, hay algo que Lucas aprecia más que la crónica de un archivo. Hay la revelación, hecha a una criatura de fe privilegiada, del sentido de los acontecimientos de la infancia de Jesús a la luz de la escritura, y hay una iluminación de oscuros pasajes de la escritura a la luz de los misterios de la vida del Salvador. Y en ese recíproco iluminarse de los hechos presentes por los pasados, y de los pasados por los presentes, no hay un método inventado por María, sino un procedimiento muy bíblico que revela, sin necesidad de firmas en la tela al verdadero autor: el Espíritu Santo. El que –como Lucas gusta subrayar- obra en la Iglesia, obró en la vida de María y que se revela como el conductor de toda la historia de salvación, no sólo hasta Abraham (según Mateo), sino hasta Adán mismo, como Lucas la traza en su genealogía de Jesús. Es el Espíritu Santo quien, a través de María, está dando testimonio de Jesús y quien comenzó por ella su tarea de enseñar a los creyentes en Jesucristo todas las cosas.

Por eso, María no podía faltar y no falta en la obra de Lucas, no sólo en el momento de la infancia de Jesús, como la voz del niño que todavía no es capaz de hablar, sino tampoco en la infancia de la Iglesia, cuando los Apóstoles después de la Ascensión, encerrados todavía en sus casas por temor a los judíos perseveran en la oración –como nos narra Lucas al comienzo de los Hechos de los Apóstoles- junto con la Madre de Jesús, sin animarse todavía a hablar; Apóstoles infantes hasta la mayoría de edad del Espíritu.

Por eso María desaparece discretamente y cede humilde la palabra a su Hijo cuando éste –a los doce años en su Bar-Mitzvá, en el Templo de Jerusalén- se convierte en un adulto maestro de la sabiduría de su Pueblo y se hace capaz de dar testimonio válido de sí mismo y del Padre.

Por eso desaparece también María muy pronto de los Hechos de los Apóstoles, a penas éstos llenos del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, se convierten en maestros de la Nueva Ley del Espíritu, en servidores de la Palabra, revestidos con fuerza y poder de lo alto en validos testigos de la Pasión y Resurrección o sea, de la identidad mesiánica y divina de Jesús.

María ocupa, pues, un puesto muy humilde como testigo, y cede ese puesto a penas su misión, provisoria deja de hacerse imprescindible. Pero su testimonio permanece como eternamente válido e irremplazable para aquél período de la concepción e infancia del Señor que ella presenció y en cuyas modestas y oscuras prominencias supo leer con fe, ilustrada por Dios y antes que nadie el cumplimiento de las profecías.

El contenido del testimonio de María en los relatos de la infancia según Lucas está polarizado en la persona de Jesús, protagonista de todo el evangelio, alrededor del cual se mueven muchas figuras: Zacarías, Isabel, Juan el Bautista, parientes y vecinos, pastores de Belén, Simeón y Ana la profetiza, doctores del templo, María y José.

4. La plenitud de los tiempos

Lucas, discípulo de Pablo refleja en su obra una idea muy paulina. Idea que ya hemos visto en aquél pasaje de la carta a los Gálatas que citábamos hablando de Mateo: “Pero al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, hecho hijo de mujer” (Gál 4,4). La plenitud de los tiempos ha llegado, y ella comienza y consiste en la vida de Cristo, pues en él está el centro de la historia de la salvación.

El oculto período de la infancia del Señor es el filo crítico en que comienza esa plenitud y termina lo antiguo, Juan el Bautista es el último personaje del Antiguo Orden. Jesús es el primero del Nuevo. De ahí que Lucas coloque en paralelo sus milagrosas concepciones, el anuncio angélico a sus padres sus nombres simbólicos, reveladores de sus respectivas identidades y misiones, sus infancias y su crecimiento. De este díptico de textos resalta una cierta semejanza pero también la radical diferencia de ambas figuras: Juan-precursor y Jesús-Mesías. Juan último profeta del Antiguo Orden y Jesús Hijo de Dios.

Lucas se complace en leer ya desde la infancia, más aún desde antes del nacimiento del Bautista, su destino de heraldo del Mesías. El niño Juan salta de gozo en el seno de su madre. Y ésta se llena del Espíritu Santo. Es el mismo Espíritu a cuya intervención se debe la milagrosa inauguración de la plenitud de los tiempos en el seno de María. El Espíritu que asegura la continuidad de una misma obra divina a través de la discontinuidad de los tiempos de uno que se extingue y de otro que se inaugura.

5. Una nube de testigos

Alrededor de la cuna de Jesús, Lucas, único evangelista que nos narra su nacimiento agrupa a sus testigos. Todos hablan de él. Zacarías da testimonio incluso con su mudez. Es el testimonio negativo de la mudez de la Antigua Ley –de la cual es sacerdote- para explicar lo que sucede. Dios no necesita de su testimonio ni de su palabra para llevar adelante su obra. A pesar del enmudecimiento de la Antigua Ley, de la Antigua Liturgia, del Antiguo Templo, de los cuales Zacarías es ministro, Dios suscita un testigo y precursor: Juan Bautista. Y cuando éste –mudo todavía también él- en el seno de su madre se estremece de gozo y comunica a la estéril anciana convertida milagrosamente en madre fecunda para concebir al último fruto del Antiguo Israel, el testimonio a cerca del que viene: “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (1.43).

Isabel presta su voz, no está sola como testigo del Señor que viene. Y esto debemos tenerlo en cuenta cuando consideramos la figura de María según san Lucas. En la tela de Lucas, María no se dibuja aislada, solitaria figura de un retrato, sino en un grupo. Y es por contraste y por refelejo, por reflejado aire familiar y por contrastante genio propio, como resaltan sus rasgos. Por un lado Zacarías e Isabel. Por otro José y María. Allí es el padre el destinatario del Mensaje angélico, aquí María, la madre. Aquél pregunta sin fe y es reducido al silencio. Esta pregunta llena de fe y se le da la voz para un asentimiento trascendente.

En este grupo de testigos que Lucas nos pinta, sólo José está mudo. Al mismo Zacarías le es devuelta al fin su voz para que imponga al niño su nombre –según mandato del Angel- y para entonar el Benedictus, testimonio del origen davídico de Jesús y de la misión precursora de Juan. También Isabel, Simeón y Ana se llenan del Espíritu Santo y dan testimonio acerca del Niño. Y es también por reflejo y por contraste con todas estas voces como Lucas presenta el contenido del cántico de María, el Magníficat, una ventana no sólo hacia el alma del personaje, sino hacia el paisaje interior, hacia el corazón que meditaba todas estas cosas guardándolas celosamente.

Las miradas del grupo de testigos convergen en Jesús, pero la luz que ilumina sus rostros viene del Niño. Y así con la luz de su divinidad de la que ellos nos hablan, vemos iluminados sus rostros y entre ellos el gozoso de María.

Es lo que muchos pintores han expresado con verdad plástica en sus telas, haciendo del Niño la fuente de luz que ilumina a los personajes del nacimiento. Lucas es su precursor literario.

6. Midrásh Pésher

Pero Lucas recoge y usa también una técnica que podríamos llamar impresionista. Su estilo literario, sobre todo en estos relatos de la infancia, está cuajado de referencias implícitas al Antiguo Testamento, de alusiones que son –cada una- evocación y sugerencia de un mundo de antiguos textos, convocados ellos también como testigos. ¿No había invocado acaso Jesús en su vida terrena, el testimonio de las Escrituras: “Escudriñad las Escrituras, ya que creéis tener en ella vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí”? (Jn 5,39).

Esa investigación mediativa de la Escritura no la inventa Lucas. Era un quehacer de la sabiduría de Israel; y al que lo practica, lo declara el salmo primero bienaventurado. Obedece a ciertas normas y tenía su nombre: Midrash (= búsqueda) Este derivado del verbo darash (= buscar, investigar) denomina el esfuerzo de meditación y de penetración creyente del texto sagrado, para encontrar su explicación profunda y su aplicación práctica. Ese estudio puede estar dirigido a buscar en el texto bíblico inspiración de la conducta (y entonces se llama Halakháh: derivado de halakh caminar), o es meditación del sentido salvador de un acontecimiento narrado en la Escritura. Sentido oculto que el texto le manifiesta al que lo medita e investiga, comunicándole el sentido divino de la historia. Y entonces se llama Haggadáh: narración, relato, anuncio de hechos. Pero nunca crónica, sino interpretación creyente de la historia.

Una de las formas de Midrash haggadáh es lo que tanto en la Sagrada Escritura como en la literatura rabínica y sobre todo qunrámica es conocido con el nombre de Pésher (plural: pesharim). El Pésher es la interpretación de hechos a la luz de los textos bíblicos y viceversa: la interpretación de textos bíblicos a la luz de hechos. Como se ha visto en el apéndice al capítulo dedicado a Marcos, el Pésher no es libre fabulación mitológica sino reflexión seria sobre la Escritura y presupone la realidad histórica de los hechos que se interpretan a su luz, y cuya luz se proyecta sobre las Sagradas Escrituras.

Midrash se le dice a menudo a la reflexión que tiene por objeto responder a un problema o a una situación nueva surgida en el curso de la historia del pueblo de Dios, incorporar a la Revelación un dato nuevo, prolongando con audacia las virtualidades de la Escritura.

Pero trasponiendo los límites del estudio, el midrash invade en Israel la vida cotidiana, se hace estilo proverbial que colorea la conversación, no sólo la culta, sino también la popular y la doméstica. Hay una santificadora contaminación de los temas profanos por lo que el israelita oye en la sinagoga sábado a sábado. Toma y acomoda expresiones del texto a las situaciones de su vida, y hace de la Escritura vehículo y medio de su comunicación.

Crea un estilo alusivo, metafórico, indirecto, estilo de familia ininteligible para el no iniciado en la Escritura.

En este estilo de arcanas alusiones habla Gabriel a María, parafraseando el texto de un oráculo profético de Sofonías:

(Sofonías 3, 14-17)
Alégrate,
Hija de Sión,
Yahvé es el rey de Israel
en ti.
No temas, Jerusalén;
Yahvé tu Dios
está dentro de ti,
valiente salvador,
rey de Israel en ti.

(Lc 1, 28ss)
Alégrate, María,
objeto del favor de Dios.
El Señor (está)
Contigo.
No temas, María.
Concebirás en tu seno
y darás a luz un hijo
y le llamarás:
Yahvé Salva.
El reinará


Uno de los procedimientos corrientes del Midrash consiste en describir un acontecimiento actual (o futuro) a la luz de uno pasado, retomando los mismo términos para señalar sus correspondencias y compararlos. Es el procedimiento que usa el libro de la Consolación (Deutero-Isaías), que para hablar de la vuelta del Exilo usa los términos de la liberación de Egipto (Exodo). Dios se apresta a repetir la hazaña liberadora de su pueblo.

El uso que en la Anunciación hace Gabriel de los términos de Sofonías implica una doble identificación: María se identifica con la Hija de Sión, Jesús con Yahvé, Rey y Salvador.

7. María: Hija de Sión

La Hija de Sión (Bat Sión) es una expresión que aparece por primera vez en el profeta Miqueas (1, 13; 4, 10ss.). Decir “Hija” era una manera corriente en la antigüedad de referirse a la población de una ciudad. Hija de Sión designaba también el barrio nuevo de Jerusalén al norte de la ciudad de David, donde, después del desastre de Samaría y antes de la caída de Jerusalén se había refugiado la población del norte: el Resto de Israel.

¿Qué significa su identificación con María?

La Hija de Sión, como expresión teológica, significa en la escritura el Israel ideal y fiel, el pueblo de Dios en lo que tiene de más genuino y puro, y puede encontrar su expresión ocasional en grupos determinados, pero permanece abierta al futuro y también a una persona. El Midrash es capaz, así, de reflejar sutilmente los misterios para los cuales está abierto, con particular habilidad. A lo largo de la historia teológica de la expresión Hija de Sión, ha habido un proceso desde la parte hacia el todo, que ahora el Angel reinvierte, volviendo del todo a una parte, a una persona, a María. El barrio de Jerusalén pasó a cobijar bajo su nombre a la ciudad entera y al pueblo entero como portadores de una promesa de salvación. Ahora es una persona, María, la que se revela como la Hija de Sión por excelencia y el punto diminuto del cosmo en que esa magnífica promesa se hace realidad.

8. María y el Arca de la Alianza

No nos detenemos a mostrar –interesados como estamos principalmente en la figura de María- cómo la segunda parte del mensaje de Gabriel, la referente a Jesús, glosa también, aludiéndolo al texto capital de la promesa hecha a David (2 Sam 7); ni nos detenemos en las demás alusiones a otros textos bíblicos que encierra el breve –o abreviado- mensaje del Angel. Pero sí es relativo a María el paralelo entre Exodo 40, 35 y lo que el Angel le anuncia sobre el modo misterioso de su concepción. Este paralelo nos permite invocar a María piadosa y místicamente en la letanía mariana como “Foederis Arca” (Arca de la Alianza) con toda verosimilitud, porque también sobre ella se poda la sombra de la Nube de Dios, donde él está presente actuando a favor de su Pueblo.

La Nube
cubrió con su sombra
el tabernáculo.
Y la gloria de Yahvé
colmó la morada.
El poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra.
Por eso lo que nacerá
de ti será llamado Santo,
Hijo de Dios.

La concepción virginal de María se describe aquí mediante la Epifanía de Dios en el Arca de la Alianza. La Nube de Dios aparece sobre ambas y sus consecuencias son análogas. El Arca es colmada de la Gloria; María es colmada de la presencia de un ser que merece el nombre de Santo y de Hijo de Dios.

Pero la acción del Espíritu Santo que se manifiesta como Nube alumbradora no se limita a reposar sobre María. Esta manifestación está señalando hacia delante en la obra de Lucas: hacia la escena del Bautismo, hacia la Transfiguración, textos en los que la voz del cielo da testimonio de su Santidad y de su Filiación divina. “Ese es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadlo”.

Imposible también detenernos aquí a desentrañar las alusiones midráshicas contenidas en la salutación de santa Isabel a María, ni el mosaico antológico –también midráshico- de que consta el Magníficat, verdadero testimonio de María acerca de sí misma.

9. El signo del Espíritu = el gozo

Quiero solo retener –para terminar- un aspecto de la imagen de María, según Lucas, que transfigura el rostro de su testigo privilegiada. Gabriel la invita al gozo y la alegría, y en el Magníficat María exulta. Detengámonos a mirar ese rostro de María que se alegra y se enciende de gozo. Veámosla prorrumpir en un cántico. No nos detengamos en las palabras, que pueden desviarnos o distraernos hacia una curiosa arqueología bíblica. Contemplemos el gozo en las facciones que Lucas nos dibuja.

Es el principal testimonio que Lucas se detiene a registrar. Porque en esa primigenia alegría ve la fuente del gozo que invade a las comunidades cristianas cuando cantan su fe en el Señor. Dichosos también ellos por haber creído.

El único pasaje evangélico que nos registra un estremecimiento de gozo en el Señor es aquél en que Cristo se goza. ¿Por qué? Porque el Padre lo ha revelado a sus creyentes. El episodio se conserva en Mateo y en Lucas. Pero mientras Mateo se limita sobriamente a decir que Jesús tomó la palabra Lucas nos precisa que en aquél momento se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo:

“Yo te bendigo, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, porque te has complacido en esto. Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”. (Lc 10, 21-22; Mt 11, 25-27).

“Y volviendo a los discípulos, les dijo aparte: ‘¡Dichosos los ojos que ven lo que veis. Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron!”. (Lc 10, 23-24; Mt 13, 16-17).

Si alguien siente la alegría de creer, si se regocija y exulta por la pura y gozosa alegría de su vivir creyente, sepa que esa es una voz angélica en su interior, y que está oyendo el lenguaje de los ángeles. Sepa que esa es la sombra protectora del Espíritu sobre él y dentro de él. Es la nube del Espíritu y la presencia divina en su interior. Es el esplendor de la manifestación de la Gloria y la manifestación gloriosa del Espíritu en la Iglesia. La que llamó la atención del ilustre Teófilo. La que Lucas quiere explicarle, remontándose a su origen en María, en Jesús, en los discípulos.

Y si alguien no siente en sí esa alegría, mire el rostro iluminado de gozo de María creyente y oiga la exultación de su Magníficat; y deje que esa alegría le inspire y le contagie.

Ella es para Lucas la garantía de solidez de las cosas que Teófilo ha escuchado.

Fuente: “LA FIGURA DE MARÍA A TRAVÉS DE LOS EVANGELISTAS” del Padre Horacio Bojorge sj

 

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La figura de María a través de San Mateo. Del padre Horacio Bojorge SJ

Mateo enriquece la figura de María respecto de la imagen de Marcos explicitando dos rasgos de la Madre del Mesías: 1) María es Virgen; 2) María es esposa de José, hijo de David.

Ambos rasgos los explicita Mateo no por satisfacer curiosidades, sino por lo que ellos significan en el marco de su presentación teológica del misterioso origen del Mesías.

1. De Marcos a Mateo

Marcos, cuya imagen de María ya hemos contemplado, escribió su evangelio para la comunidad cristiana de Roma; y lo hizo atendiendo especialmente a explicar un hecho del que sin duda pedían explicación los judíos de la diáspora romana a los misioneros cristianos: ¿Cómo es posible que, siendo Jesús el Hijo de Dios y Mesías, no fuera reconocido, sino rechazado y condenado a muerte por los jefes de la nación palestina?

Todo el evangelio de Marcos muestra, por un lado, la revelación de Jesús como Mesías, como Cristo o como Ungido (estos tres términos significan exactamente lo mismo); y por otro lado, muestra el progresivo descreimiento de muchos, la incomprensión, incluso por parte de sus fieles, respecto del carácter sufriente de su mesianidad.

La escueta presentación que Marcos nos hace de María –ya lo vimos- es un engranaje en esta perspectiva marcana. Muestra una de las formas que asumió el rechazo y la oposición de los dirigentes palestinos hacia Jesús y cómo involucraron en su campaña de difamación y hostigamiento la condición humilde y el origen galileo de su parentela.

Ante este ataque Jesús responde –sin arredrarse- a quienes le pedían un signo genealógico, confrontándolo con la necesidad de creer sin pedir signos, y dando un testimonio –velado para los incrédulos, pero elocuente para quienes creían en él- a favor de su madre y sus discípulos.

Mateo, de cuya imagen de María nos ocuparemos ahora, no ignora la visión de Marcos, sino que la retoma en el cuerpo de su evangelio (Mt 12, 46-50; 13, 53-57), como también lo hará san Lucas en el suyo (Lc 8, 19-21; 4, 22). No hay necesidad de volver aquí sobre esos pasajes, que son copia casi textual de Marcos o de una fuente preexistente y en los que Mateo introduce sólo algún ligero retoque. Vamos a ocuparnos más bien de los que Mateo agrega a la figura de María como rasgos de su cosecha. Ellos son una explicitación de lo que estaba implícito en Marcos.

2. María Virgen y esposa de José

Mateo enriquece la figura de María respecto de la imagen de Marcos explicitando dos rasgos de la Madre del Mesías: 1) María es Virgen; 2) María es esposa de José, hijo de David.

Ambos rasgos los explicita Mateo no por satisfacer curiosidades, sino por lo que ellos significan en el marco de su presentación teológica del misterioso origen del Mesías.

Que María es Vírgen es un rasgo mariano que está en íntima conexión con la filiación y origen divino del Mesías. Este nace de María sin mediación del hombre y por obra del Espíritu Santo, nos dice Mateo.

Que María sea esposa de José, hijo de David, es un rasgo mariano que está a su vez en íntima conexión con la filiación davídica y el carácter humano del Mesías.

Hijo de Dios por el misterio de la virginidad de su Madre, e Hijo de David por el no menos misterioso matrimonio con José, hijo de David.

3. El origen humano – divino del Mesías

Hijo de David, hecho hijo de mujer.

Es larga la galería de pintores cristianos que nos presenta a la Madre con el Niño. Esa larga galería, nos parece Mateo el precursor y pionero. Y sin embargo el texto más antiguo que poseemos de Jesús y su Madre es muy probablemente de san Pablo.

La adusta parquedad mariológica de Pablo merece aquí, aunque sea lateralmente y de paso, el homenaje de nuestra atención. Hacia el año 51 de nuestra era, o sea unos veinte años antes de la fecha probable de composición del evangelio de Mateo, les escribe Pablo a los Gálatas:
“Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, hecho hijo de mujer, puesto bajo la ley para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gál 4, 4-5).

Y entre diez y doce años más tarde, entre el 61-63 de nuestra era, escribe el mismo Pablo desde su primera cautividad a los fieles de Roma:
“Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, (evangelio) que había ya prometido por medio de sus profetas en las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo (de Dios) nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder…(Rom 1, 1-3).

Estos dos textos de Pablo nos muestran la presencia en el estado más primitivo de la tradición, de tres elementos esenciales que vamos a encontrar en los pasajes marianos de Mateo.

El primero: lo que se dice de Jesucristo se presenta como sucedido según las Escrituras, como cumpliendo las Escrituras, como la realización de lo predicho por los profetas que hablaron en nombre de Dios e ilustrados por el Espíritu.

El segundo elemento es la doble fijación de Jesús, Hijo de Dios y al mismo tiempo hijo de David. Pablo ve en Jesús dos filiaciones. Una filiación espiritual, por la cual es Hijo de Dios por obra del Espíritu que nos permite clamar ¡Abba!, o sea, Padre. Y una filiación según la carne por la cual es hijo de David. Y notemos –tercer elemento a tener en cuenta- que no especifica el cómo de dicha descendencia davídica diciéndonos: “engendrado por José” o “nacido de varón”, sino diciéndonos: “hecho hijo de mujer”. *

He aquí los elementos constitutivos de uno de los problemas al que va a responder Mateo en su evangelio.

Es el mismo problema del origen del Mesías que se agita en los textos de Marcos que ya vimos. Pero no ya planteado en términos de objeción en boca de los enemigos, sino en términos de respuesta a la objeción. Respuesta que se inspira, sin duda, en la que el mismo Jesús había dado en los tiempos de su carne mortal y que los tres sinópticos nos narra en sus evangelios (Mt 22, 41ss. y paralelos).

“Estando reunidos los fariseos le propuso Jesús esta cuestión: ‘¿Qué pensáis acerca del Mesías? ¿De quién es Hijo?’.
Dícenle: ‘De David’.
Replicó: ‘Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu le llama Señor, cuando dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies? (Sal 110, 1). Si, pues David le llama Señor, cómo puede ser Hijo suyo?’.
Nadie es capaz de contestarle nada; desde ese día ninguno se atrevió a preguntarle más”.

Ya Jesús había alertado, por lo tanto, a sus oyentes contra el peligro de juzgarlo exclusivamente según la carne. No es que rechazara el origen davídico del Mesías, pero señalaba que ese origen davídico encerraba un misterio, y que el misterio de la personalidad del Mesías no se explicaba exclusivamente por su ascendencia davídica, sino por una raíz que lo hacía superior a su antepasado según la carne y que habría espacio, en el misterio de su origen, a la intervención divina, pues, “Señor” era título reservado a Dios.

Y en esta filiación doble y compleja del Mesías, es en la convergencia de estos dos títulos (Hijo de Dios e hijo de David) donde Mateo ve enclavado el misterio de María.

4. La revelación de la virginidad de María

Al finalizar su genealogía de Jesús, Mateo nos dice: Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. La fórmula es ya intrigante. A lo largo de toda la genealogía con la que comienza su evangelio, Mateo ha hablado empleando el verbo engendrar: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob. Y cuando, contra lo usual en la genealogías hebreas, nombra a una madre, dice: Judá engendró de Tamar a Fares; David engendró de la que fue mujer de Urías a Salomón… Jacob engendró a José, el esposo de María.

José es el último de los “engendrados”. De Jesús ya no se dice que haya sido engendrado por José de María, sino que José es el esposo de María de la cual nació Jesús.

Se abre, pues, para cualquier lector judío avezado en el estilo genealógico, un interrogante al que Mateo va a dar respuesta versículos más abajo:
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a convivir ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”.

He aquí la revelación de la virginidad de María. Nos asombra la sobriedad casi frialdad de Mateo al referirse a este portento. No hay ningún énfasis, ninguna consideración encomiosa ni apologética, ninguna apreciación que exceda el mero anunciado del hecho. Mateo está más preocupado por su significación teológica que por su rareza, más preocupado por el problema de interpretación que plantea al justo José que el que puede plantear a todas las generaciones humanas después de él.

¿Qué significa –teológicamente hablando- la maternidad virginal de María?

A Mateo no le interesa dar aquí argumentos que la hagan creíble o aceptable. Y no pensemos que sus contemporáneos fueran más crédulos que los nuestros ni más proclives a aceptar sin chistar este misterio de la madre virgen. Hemos visto las dificultades que levantaban contra un Jesús reputado hijo carnal de José y María. Imaginemos las que podían levantar contra alguien que se presentara –o fuera presentado- con la pretensión de ser Hijo de Madre Virgen, de haber sido engendrado sin participación de varón y por obra directa de Dios en el seno de su madre.

5. La genealogía

Entenderemos mejor por dónde va el interés de Mateo en la concepción virginal de Jesús y su adopción por José tomando a María por esposa; nos explicaremos mejor por qué Mateo engarza esta gema en el contexto – tan poco elocuente para nosotros- de una genealogía, si nos detenemos un poco a considerar qué función cumplía este género literario genealógico en el contexto vital del pueblo judío en tiempos de Jesús.

En tiempos de Jesús, la genealogía de una persona y una familia tenía suma importancia jurídica e implicaba consecuencias en la vida social y religiosa. No era, como hoy entre nosotros, un asunto de curiosidad histórica o de elegancia, o de mera satisfacción de la vanidad.

Una genealogía se custodiaba como un título familiar. Posición social, origen racial y religioso dependían de ella.

Sólo formaban parte del verdadero Israel la familia que conservaban la pureza de origen del pueblo elegido tal como lo habían establecido después del exilio, la reforma religiosa de Esdras.

Todas las dignidades, todos los puestos de confianza, los cargos públicos importantes, estaban reservados a los israelitas puros. La pureza había que demostrarla y el Sanedrín contaba con un tribunal encargado de validar las genealogías e investigar los orígenes de los aspirantes a los cargos.

El principal de todos los privilegios que reportaba una genalogía pura se situaba en el domino estrictamente religioso. Gracias a la pureza de origen el israelita participaba de los méritos de sus antepasados. En primer lugar, todo israelita participaba en virtud de ser hijo de Abraham, de los méritos del Patriarca y de las promesas que Dios le hiciera a Abraham. Todos los israelitas –por ejemplo- tenían derecho a ser oídos en su oración, protegidos en los peligros, asistidos en la guerra, perdonados de sus pecados, salvados de la Gehena y admitidos a participar del Reino de Dios. Literalmente: el Reino de Dios se adquiría por herencia. Jesús impugna enérgicamente esta creencia.

“Dis puede suscitar de las piedras hijos de Abraham” (Lc 3, 8).

“Los publicanos y prostitutas los precederán en el Reino de los Cielos” (Mt 21, 31).

Porque, según Jesús, el título que da derecho al Reino no es la pureza genealógica de la raza ni la sangre, sino la fe (Jn 3, 3ss.; 8, 3ss.).

6. Hijo de David

Pero además, y en segundo lugar, la pureza de una línea genealógica daba al descendiente participación en los méritos particulares de sus antepasados propios.

Un descendiente de David, por ejemplo, participaba de los méritos de David y era especialmente acreedor a las promesas divinas hechas a David.

Por eso, cuando Mateo comienza su evangelio ocupándose del origen genealógico del Mesías comienza por un punto candente para todo judío de su época: el origen davídico del Mesías.

Según la convicción común y corriente de los contemporáneos de Jesús, fundada con razón en la Escritura, el Mesías sería un descendiente de David. En la Palestina de los tiempos de Jesús había, además de los hijos de Leví, otros grupos familiares o clanes que llevaban nombres de los ilustres antepasados de los que descendían. Existía todo un clan de los descendientes de David –uno de los cuales era José-, que debía ser muy numeroso no solo en Belén, ciudad de origen de David, sino también en Jerusalén y en toda Palestina.

No es exagerado calcular en número de los hijos de David, como cifra baja, en unos mil o dos mil. Ser hijo de David era, pues, llevar un apellido corriente que no necesariamente le daba al portador demasiado brillo ni gloria. Y si comparamos el título Hijo de David con uno de nuestros apellidos equivaldría a la frecuencia de nuestros Pérez, González y Rodríguez.

Los parientes cercanos de Jesús aparecen en el evangelio como un grupo numeroso, y parece que fueron un grupo importante de la comunidad primitiva de Jerusalén, quizás cerca de un centenar.

Entre los hijos de David había, sin duda, familias pobres y familias acomodadas. Habría, sin duda también, miembros de la aristocracia de Jerusalén. Y la pretensión y lustre mesiánico de Jesús, su éxito y el fervor popular que despertaba su persona, no habrá dejado de levantar ronchas y envidias entre los hijos de David más acomodados e ilustrados, puesto que vendría a frustrar espectativas de elección divina de más de alguna madre davídica orgullosa de sus hijos dotados de más títulos, relaciones y letras que el pariente galileo.

La afirmación de Mateo del origen davídico merece toda fe. Que no sea un invención tardía del Nuevo Testamento para fundamentar el origen mesiánico de Jesús haciéndolo descendiente de David, nos lo muestra el testimonio unánime de todo el nuevo testamento y el de otras fuentes históricas. Eusebio registra en su Historia Eclesiástica el testimonio de Hegesipo, que escribe hacia el 180 de nuestra era, recogiendo una tradición palestina, cómo los nietos de Judas, hermano del Señor, fueron denunciados a Domiciano como descendientes de David y reconocieron en el transcurso del interrogatorio dicho origen davídico.

Igualmente Simón, primo del Señor y sucesor sucesor de Santiago en el gobierno de la comunidad de Jerusalén, fue denunciado como hijo de David y de sangre mesiánica, y por eso crucificado. Julio el Africano confirma que los parientes de Jesús se gloriaban de su origen davídico a todo lo cual se suma que ni los más encarnizados adversarios de Jesús ponen en duda su origen davídico, lo que hubiera sido un poderoso argumento contra él de haberlo podido alegar ante el pueblo.

Para Mateo, todo hubiera sido a primera vista más sencillo si hubiera podido presentar a Jesús como engendrado por José, a semejanza de todos sus antepasados. En realidad, el origen virginal de Jesús le complica las cosas. No sólo introduce un elemento inverosímil en su relato, una verdadera piedra de escándalo para muchos, sino que complica la evidencia del origen davídico de Jesús al transponerlo del plano físico al de los vínculos legales de la adopción.

¿Qué significado teológico encerraba el título Hijo de David –de suyo tan vulgar- aplicado al Mesías? ¿Y cómo lo entiende Mateo como título aplicable a Jesús?

El evangelio de Mateo se abre con las palabras: Libro de la Historia de Jesús el Ungido, Hijo de David, Hijo de Abrahám.

Mateo parte de los títulos mesiánicos más comunes y recibidos para mostrar en qué medida son falsos y en qué medida son verdaderos; para mostrar que no son ellos los que nos ilustran a cerca de la identidad del Mesías, sino que son el Mesías –Jesús- y su vida lo que nos enseñan su verdadero sentido.

Como Hijo de David, Jesús es portador de las promesas hechas a David para Israel. Como Hijo de Abrahám, trae la promesa a todos los pueblos. Como Hijo de David es rey, pero un rey rechazado por su pueblo y perseguido a muerte desde su cuna, pues ya Herodes siente amenazado su poder por su mera existencia y ordena para matarlo el degüello de los inocentes. No son los sabios de su pueblo, sino los de los paganos, venidos de oriente, los que preguntan por el rey de los judíos y le traen presentes y regalos. Como Hijo de David, también le corresponde nacer en Belén, pero su origen es ignorado, pues luego es conocido como galileo nazareno.

El sentido que tiene este reconocimiento inicial de los dos títulos (Hijo de David, Hijo de Abrahám) lo explicita ya el final de la genealogía: Hijo de María (por obra del Espíritu Santo), esposa de José.

María y José al culminar la lista genealógica arrojan sobre ella una luz que la transfigura. Esta genealogía misma encierran en su humildad carnal el testimonio perpetuo de la libre iniciativa divina, que ha de brillar deslumbrante al término de ella. Porque Abrahám en su comienzo absoluto, puesto por una elección gratuita de Dios. Porque este hombre se perpetúa en una mujer estéril. Porque la primogenitura no la tiene Ismael, sino Isaac, y más tarde no es Esaú, sino Jacob, quien la hereda, contra lo que hubiera correspondido según la carne; y lo mismo pasa con Judá que hereda en lugar del primogénito, y con David, que es el menor de los hermanos. En la larga lista se cobijan justos, pero también grandes pecadores a quienes se enorgullecían de la pureza de su origen davídico, o pensaran el origen davídico del Mesías en orgullosos términos de pureza racial, no podía dejarles de llamar la atención que en la genealogía que introdujera Mateo, contra lo habitual en nombre de cuatro mujeres, todas ellas extranjeras y ajenas no sólo a la estirpe sino a la nación Judía: Tamar, cananea, que disfrazándose de prostituta arranca a su suegro la descendencia que correspondía a su marido muerto, según la ley del levirato, y que sus parientes le negaban. Rajab, otra cananea, gracias a la cual los judíos pueden entrar en Jericó en tiempos de Josué, y que, según las tradiciones rabínicas extra bíblicas, fue madre de Booz, que a su vez, de Rut –extranjera también y nada menos de la odiada región moabita- engendró a Obed, abuelo de David. Bat-Seba, por fin, la adúltera presumiblemente hitita como su marido Urías, general de David, a quien este pecaminosamente hace morir en combate para arrebatarle a su mujer, la cual fue luego nada menos que madre de Salomón, hijo de la promesa.

¿Dónde queda lugar para el orgullo racial, para gloriarse en la pureza de la sangre o en los méritos de los antepasados? No están escritas en el linaje del Mesías, en cuanto provienen de David, ni la impoluta pureza de la sangre ni la justicia sin mancha. Más bien, por el contrario, si el Mesías se debe a sus antepasados, se debe también a los extranjeros y a los pecadores, y también los extranjeros y pecadores tienen títulos de parentesco que alegar sobre el Mesías.

Mateo se complace en señalar así la verdadera lógica genealógica inscrita en la historia del linaje dadvídico del Mesías y en contradecir con ella el orgullo carnal y el culto del linaje.

Aquellas mujeres extranjeras, a las cuales se debió la perpetuación del linaje de David, son prefiguración de María: ajena también al linaje de David según la carne, despreciable por los que se gloriaban en sus genealogías.

Pero, aunque eternamente extranjera al linaje de mujeres que conciben por obra de varón, es la madre del nuevo linaje de hombres que nace de Dios por la fe.

7. Hijo de David e Hijo de Dios

María Virgen y María esposa de José no son rasgos que se yuxtaponen, sino que se articulan y dan lugar a una explicación teológica: iluminan cómo debe entenderse el título mesiánico Hijo de David. La pertenencia del Mesías al linaje de David no se anuda a través de un vínculo de sangre, pues José, hijo de David, no tiene parte física en su concepción. La pertenencia del Mesías a la casa de David se anuda a través de una Alianza. Una alianza matrimonial. Pero una alianza matrimonial que no se explica tampoco por mera decisión o elección humana, sino por dos consentimientos de fe a la voluntad divina y, por lo tanto, a la vez que alianza matrimonial entre dos criaturas, es alianza de fe entre dos criaturas y Dios.

El Mesías no es Hijo de David por voluntad ni por obra de varón ni por genealogía, sino que entra en la genealogía en virtud de un asentimiento de fe que da José, hijo de David, a lo que se le revela como operado por Dios en María.

El Mesías no es Hijo de Dios por voluntad ni obra de varón, sino en virtud de un asentimiento de fe que da María a la obra del Espíritu en ella.

Para que el Mesías, Hijo de Dios e Hijo de David, 1) viniera al mundo y 2) entrara en la descendencia davídica, se necesitaron, pues, dos asentimientos de fe: el de María y el de José. Ambos fundan el verdadero Israel, la verdadera descendencia de Abraham, que nace, se propaga y perpetúa no por los medios de la generación humana, sino por la fe.

Mateo subraya que la filiación davídica de Jesús-Mesías no es signo genealógico que pueda ser leído, rectamente comprendido ni interpretado al margen de la fe. No es un signo que Dios haya dado en el campo de la generación humana, accediendo a la carnalidad de los judíos que pedían signos para creer.

Parece más bien antisigno, porque, en la realidad, el Mesías existió anterior e independientemente a su incorporación en el linaje de David a través del matrimonio de su Madre con un varón de ese linaje.

Los hechos, que Mateo no elude, más bien contradicen los modos concretos de la expectación mesiánica judía.

Mateo da muestras de un coraje y una honestidad intelectual muy grandes cuando acomete la tarea de exponer estos hechos (aunque increíbles) sin endulzarlos ni camuflarlos, en la confianza de que ellos manifiestan una coherencia tal con el Antiguo Testamento que no podrán menos de mover a reconocerlos –si se perfora la costra superficial de su apariencia- como signos de credibilidad.

De ahí su recurso al Antiguo Testamento, en paralelo continuo con los hechos, mostrando cómo no son las profecías las que condenan al Jesús Mesías, sino que es la vida real y concreta del Jesús-Mesías la que arroja luz sobre el contenido profético del Antiguo Testamento y la que amplía la extensión de su sentido profético a regiones insospechadas para los carriles vulgares de la teología judía de su tiempo.

*Tanto para justificar la traducción “hecho hijo de mujer”, en vez de “nacido de mujer”, como para comprender el sentido mesiánico de la alusión a la madre, véase el artículo de José M. Bover, sj, Un texto de san Pablo (Gál 4, 45) interpretado por san Ireneo (Estudios Eclesiásticos 17, 1943, pp. 145-181), cuya traducción del pasaje de Gálatas hemos adoptado.

Fuente: “LA FIGURA DE MARÍA A TRAVÉS DE LOS EVANGELISTAS” del Padre Horacio Bojorge sj

 

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Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación en el Catecismo de la Iglesia Católica

1422 «Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones» (LG 11).

 

I. EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO

1423 Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre (cf Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado.

Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.

1424 Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una «confesión», reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.

Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente «el perdón […] y la paz» (Ritual de la Penitencia, 46, 55).

Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: «Dejaos reconciliar con Dios» (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: «Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24).

 

II. POR QUÉ UN SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN DESPUÉS DEL BAUTISMO

1425 «Habéis sido lavados […] habéis sido santificados, […] habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquel que «se ha revestido de Cristo» (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: «Perdona nuestras ofensas» (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.

1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho «santos e inmaculados ante Él» (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es «santa e inmaculada ante Él» (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40).

 

III. LA CONVERSIÓN DE LOS BAUTIZADOS

1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación» (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).

1429 De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: «¡Arrepiéntete!» (Ap 2,5.16).

San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra collectionem 1 [41], 12).

 

IV. LA PENITENCIA INTERIOR

1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores «el saco y la ceniza», los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).

1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf Concilio de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4).

1432 El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: «Conviértenos, Señor, y nos convertiremos» (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).

«Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento» (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 7, 4).

1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo «convence al mundo en lo referente al pecado» (Jn 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, 27-48).

 

V. DIVERSAS FORMAS DE PENITENCIA EN LA VIDA CRISTIANA

1434 La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad «que cubre multitud de pecados» (1 P 4,8).

1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (cf Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).

1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; «es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales» (Concilio de Trento: DS 1638).

1437 La lectura de la sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.

1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada «del hijo pródigo», cuyo centro es «el padre misericordioso» (Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

 

VI. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN

1440 El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con Él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (cf LG 11).

Sólo Dios perdona el pecado

1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: «El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: «Tus pecados están perdonados» (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.

1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del «ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18). El apóstol es enviado «en nombre de Cristo», y «es Dios mismo» quien, a través de él, exhorta y suplica: «Dejaos reconciliar con Dios» (2 Co 5,20).

Reconciliación con la Iglesia

1443 Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, Él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).

1444 Al hacer partícipes a los Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19). «Consta que también el colegio de los Apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 18,18; 28,16-20)» LG 22).

1445 Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios.

El sacramento del perdón

1446 Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como «la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la gracia» (Concilio de Trento: DS 1542; cf Tertuliano, De paenitentia 4, 2).

1447 A lo largo de los siglos, la forma concreta según la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del Señor ha variado mucho. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados particularmente graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio), estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes debían hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo, durante largos años, antes de recibir la reconciliación. A este «orden de los penitentes» (que sólo concernía a ciertos pecados graves) sólo se era admitido raramente y, en ciertas regiones, una sola vez en la vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses, inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a Europa continental la práctica «privada» de la Penitencia, que no exigía la realización pública y prolongada de obras de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia. El sacramento se realiza desde entonces de una manera más secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados veniales. A grandes líneas, esta es la forma de penitencia que la Iglesia practica hasta nuestros días.

1448 A través de los cambios que la disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y por otra parte, la acción de Dios por el ministerio de la Iglesia. Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia, en nombre de Jesucristo, concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así el pecador es curado y restablecido en la comunión eclesial.

1449 La fórmula de absolución en uso en la Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento: el Padre de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia:

«Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Ritual de la Penitencia, 46. 55 ).

 

VII. LOS ACTOS DEL PENITENTE

1450 «La penitencia mueve al pecador a soportarlo todo con el ánimo bien dispuesto; en su corazón, contrición; en la boca, confesión; en la obra, toda humildad y fructífera satisfacción» (Catecismo Romano 2,5,21; cf Concilio de Trento: DS 1673) .

La contrición

1451 Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es «un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar» (Concilio de Trento: DS 1676).

1452 Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama «contrición perfecta»(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf Concilio de Trento: DS 1677).

1453 La contrición llamada «imperfecta» (o «atrición») es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf Concilio de Trento: DS 1678, 1705).

1454 Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo y en la catequesis moral de los evangelios y de las Cartas de los Apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas (Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6).

La confesión de los pecados

1455 La confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.

1456 La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la Penitencia: «En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos» (Concilio de Trento: DS 1680):

«Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que han cometido. «Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora»  (Concilio de Trento: DS 1680; cf San Jerónimo, Commentarius in Ecclesiasten 10, 11).

1457 Según el mandamiento de la Iglesia «todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar, al menos una vez la año, fielmente sus pecados graves» (CIC can. 989; cf. DS 1683; 1708). «Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental (cf DS 1647, 1661) a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes» (CIC can. 916; CCEO can. 711). Los niños deben acceder al sacramento de la Penitencia antes de recibir por primera vez la Sagrada Comunión (CIC can. 914).

1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (cf Concilio de Trento: DS 1680; CIC 988, §2). En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso (cf Lc 6,36):

«Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus pecados. Si tú haces lo mismo, te unes a Dios. Hombre y pecador son dos cosas distintas; cuando oyes, hombre, oyes lo que hizo Dios; cuando oyes, pecador, oyes lo que el mismo hombre hizo. Deshaz lo que hiciste para que Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios Cuando empiezas a detestar lo que hiciste, entonces empiezan tus buenas obras buenas, porque repruebas las tuyas malas. […] Practicas la verdad y vienes a la luz» (San Agustín, In Iohannis Evangelium tractatus 12, 13).

La satisfacción

1459 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf Concilio de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe «satisfacer» de manera apropiada o «expiar» sus pecados. Esta satisfacción se llama también «penitencia».

1460 La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Único, expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2) una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, «ya que sufrimos con él» (Rm 8,17; cf Concilio de Trento: DS 1690):

«Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda «del que nos fortalece, lo podemos todo» (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda «nuestra gloria» está en Cristo […] en quien nosotros satisfacemos «dando frutos dignos de penitencia» (Lc 3,8) que reciben su fuerza de Él, por Él son ofrecidos al Padre y gracias a Él son aceptados por el Padre (Concilio de Trento: DS 1691).

 

VIII. EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO

1461 Puesto que Cristo confió a sus Apóstoles el ministerio de la reconciliación (cf Jn 20,23; 2 Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

1462 El perdón de los pecados reconcilia con Dios y también con la Iglesia. El obispo, cabeza visible de la Iglesia particular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los tiempos antiguos, como el que tiene principalmente el poder y el ministerio de la reconciliación: es el moderador de la disciplina penitencial (LG 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la medida en que han recibido la tarea de administrarlo, sea de su obispo (o de un superior religioso) sea del Papa, a través del derecho de la Iglesia (cf CIC can 844; 967-969, 972; CCEO can. 722,3-4).

1463 «Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos (cf CIC can 1331; CCEO can 1420), y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser concedida, según el derecho de la Iglesia, por el Papa, por el obispo del lugar, o por sacerdotes autorizados por ellos (cf CIC can 1354-1357; CCEO can. 1420). En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, aun el que carece de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado y de toda excomunión» (cf CIC can 976; para la absolución de los pecados, CCEO can. 725).

1464 Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder al sacramento de la Penitencia y deben mostrarse disponibles a celebrar este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera razonable (cf CIC can. 986; CCEO, can 735; PO 13).

1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.

1466 El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la intención y a la caridad de Cristo (cf PO 13). Debe tener un conocimiento probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia su curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él confiándolo a la misericordia del Señor.

1467 Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, la Iglesia declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas (CIC can. 983-984. 1388, §1; CCEO can 1456). Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. Este secreto, que no admite excepción, se llama «sigilo sacramental», porque lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda «sellado» por el sacramento.

 

IX. LOS EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO

1468 «Toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él con profunda amistad» (Catecismo Romano, 2, 5, 18). El fin y el efecto de este sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa, «tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual» (Concilio de Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera «resurrección espiritual», una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32).

1469 Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente. El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o afirmado en la comunión de los santos, el pecador es fortalecido por el intercambio de los bienes espirituales entre todos los miembros vivos del Cuerpo de Cristo, estén todavía en situación de peregrinos o que se hallen ya en la patria celestial (cf LG 48-50):

«Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación» (Juan Pablo II, Exhort. Apost. Reconciliatio et paenitentita, 31).

1470 En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida «y no incurre en juicio» (Jn 5,24).

 

X. LAS INDULGENCIAS

1471 La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia.

Qué son las indulgencias

«La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos» (Pablo VI, Const. ap. Indulgentiarum doctrina, normas 1).

«La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente» (Indulgentiarum doctrina, normas 2). «Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias» (CIC can 994).

Las penas del pecado

1472 Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la «pena eterna» del pecado. Por otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la «pena temporal» del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena (cf Concilio de Trento: DS 1712-13; 1820).

1473 El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del «hombre viejo» y a revestirse del «hombre nuevo» (cf. Ef 4,24).

En la comunión de los santos

1474 El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra solo. «La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística» (Pablo VI, Const. ap. Indulgentiarum doctrina, 5).

1475 En la comunión de los santos, por consiguiente, «existe entre los fieles, tanto entre quienes ya son bienaventurados como entre los que expían en el purgatorio o los que que peregrinan todavía en la tierra, un constante vínculo de amor y un abundante intercambio de todos los bienes» (Ibíd). En este intercambio admirable, la santidad de uno aprovecha a los otros, más allá del daño que el pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el recurso a la comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes y más eficazmente purificado de las penas del pecado.

1476 Estos bienes espirituales de la comunión de los santos, los llamamos también el tesoro de la Iglesia, «que no es suma de bienes, como lo son las riquezas materiales acumuladas en el transcurso de los siglos, sino que es el valor infinito e inagotable que tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos para que la humanidad quedara libre del pecado y llegase a la comunión con el Padre. Sólo en Cristo, Redentor nuestro, se encuentran en abundancia las satisfacciones y los méritos de su redención » (Indulgentiarum doctrina, 5).

1477 «Pertenecen igualmente a este tesoro el precio verdaderamente inmenso, inconmensurable y siempre nuevo que tienen ante Dios las oraciones y las buenas obras de la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos que se santificaron por la gracia de Cristo, siguiendo sus pasos, y realizaron una obra agradable al Padre, de manera que, trabajando en su propia salvación, cooperaron igualmente a la salvación de sus hermanos en la unidad del Cuerpo místico» (Indulgentiarum doctrina, 5).

La indulgencia de Dios se obtiene por medio de la Iglesia

1478 Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer a obras de piedad, de penitencia y de caridad (cf Indulgentiarum doctrina, 8; Concilio. de Trento: DS 1835).

1479 Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también miembros de la misma comunión de los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados.

 

XI. LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

1480 Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente los elementos de su celebración son: saludo y bendición del sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la penitencia; la absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición del sacerdote.

1481 La liturgia bizantina posee expresiones diversas de absolución, en forma deprecativa, que expresan admirablemente el misterio del perdón: «Que el Dios que por el profeta Natán perdonó a David cuando confesó sus pecados, y a Pedro cuando lloró amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas sobre sus pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por medio de mí, pecador, os perdone en esta vida y en la otra y que os haga comparecer sin condenaros en su temible tribunal. El que es bendito por los siglos de los siglos. Amén» (Eulógion to méga [Atenas 1992] p. 222).

1482 El sacramento de la Penitencia puede también celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por el perdón recibido. Así la confesión personal de los pecados y la absolución individual están insertadas en una liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de conciencia dirigido en común, petición comunitaria del perdón, rezo del Padre Nuestro y acción de gracias en común. Esta celebración comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de la penitencia. En todo caso, cualquiera que sea la manera de su celebración, el sacramento de la Penitencia es siempre, por su naturaleza misma, una acción litúrgica, por tanto, eclesial y pública (cf SC 26-27).

1483 En casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria de la reconciliación con confesión general y absolución general. Semejante necesidad grave puede presentarse cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente. La necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente las confesiones individuales en un tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se verían privados durante largo tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. En este caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución, el propósito de confesar individualmente sus pecados graves en su debido tiempo (CIC can 962, §1). Al obispo diocesano corresponde juzgar si existen las condiciones requeridas para la absolución general (CIC can 961, §2). Una gran concurrencia de fieles con ocasión de grandes fiestas o de peregrinaciones no constituyen por su naturaleza ocasión de la referida necesidad grave. (cf  CIC can 962, §1, 2)

1484 «La confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión» (Ritual de la Penitencia, Prenotandos 31). Y esto se establece así por razones profundas. Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores: «Hijo, tus pecados están perdonados» (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él (cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

 

Resumen

1485 En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus Apóstoles y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23).

1486 El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.

1487 Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.

1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.

1489 Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el pecado, es un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de la salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para los demás.

1490 El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina.

1491 El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.

1492 El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar inspirado en motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es concebido por amor de caridad hacia Dios, se le llama «perfecto»; si está fundado en otros motivos se le llama «imperfecto».

1493 El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.

1494 El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de «satisfacción» o de «penitencia», para reparar el daño causado por el pecado y restablecer los hábitos propios del discípulo de Cristo.

1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de Cristo.

1496 Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son: 

— la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
— la reconciliación con la Iglesia;
— la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
— la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.

1497 La confesión individual e integra de los pecados graves seguida de la absolución es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

1498 Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.

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REFLEXIONES Y DOCTRINA Sacramentos y sacramentales

El sacramento de la penitencia en la historia

La penitencia es «un Sacramento de la Nueva Ley instítuida por Cristo donde es otorgado perdón por los pecados cometidos luego del bautismo a través de la absolución del sacerdote a aquellos que con verdadero arrepentimiento confiesan sus pecados y prometen dar satisfacción por los mismos. Es llamado un ‘sacramento’ y no una simple función o ceremonia porque es un signo interno instituido por Cristo para impartir gracia al alma. Como signo externo comprende las acciones del penitente al presentarse al sacerdote y acusarse de sus pecados, y las acciones del sacerdote al pronunciar la absolución e imponer la satisfacción» [1].

Es importante hacer notar que «la confesión no es realizada en el secreto del corazón del penitente tampoco a un seglar como amigo y defensor, tampoco a un representante de la autoridad humana, sino a un sacerdote debidamente ordenado con la jurisdicción requerida y con el poder de llaves es decir, el poder de perdonar pecados que Cristo otorgó a Su Iglesia» [2] La finalidad del presente estudio consiste en profundizar en el sustento bíblico e histórico del Sacramento, analizar a la luz de esta evidencia los errores introducidos a raíz de la Reforma Protestante, así como las distorsiones históricas que se manejan en las denominaciones surgidas de esta, al punto de llegar a convertirse en una historia alternativa completamente diferente a la real.

 

EL FUNDAMENTO BÍBLICO

La facultad que tiene la Iglesia para conceder en nombre de Dios el perdón de los pecados proviene del mismo Cristo quien confirió esta facultad a sus apóstoles al decirles «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» [3] También dijo a Pedro «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» [4] y a los apóstoles «Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.» [5]

El significado de atar y desatar no se limita a la autoridad de definir que es lícito y que no en cuando a doctrina, sino también a la facultad de conceder el perdón de los pecados, ya que el poder otorgado aquí no es limitado: «todo lo que atéis», «todo lo que desatéis», poder que a su vez es confirmado explícitamente por Cristo al permitir perdonar o retener los pecados.

 

OBJECIONES PROTESTANTES

Existen numerosas objeciones de parte de las diferentes denominaciones protestantes respecto al Sacramento de la Penitencia. El protestantismo en general declara que no es necesaria la intervención humana para que Dios perdone el pecado y que este debe ser confesado en privado sólo a Dios.

Un ejemplo lo he tomado del Manual Práctico Para la Obra del Evangelismo Personal donde se afirma:

«no hallamos en las Santas Escrituras ni una sola línea en que ordene al cristianismo confesar sus pecados ante un hombre» [6]

Otro ejemplo lo tenemos en los comentarios de uno de los numerosos apologistas aficionados del protestantismo en el Internet, quien escribe con más entusiasmo que sapiencia:

«Jesucristo admitió implícitamente que el único que perdona los pecados es Dios (Marcos 2, 7 y Lucas 5, 21). Y el mismo apóstol Juan afirma que Dios es fiel y justo para perdonar los pecados—Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad—(1 Juan 1, 8-9). Ni en este texto ni en ningún otro de la Escritura está registrado que algún apóstol obró de confesor o absolvió de pecados a algún cristiano.» [7]

Este tipo de objeción comete el error de confundir a quien concede el perdón (Dios), con el medio que Dios utiliza para administrarlo (el sacerdote). El texto citado no entra en contradicción con la confesión del pecado ante el sacerdote o la iglesia, sino que lo deja implícito (parte de algo que ya se sabía—que a la Iglesia le fue otorgada la facultad de perdonar pecados—para darnos a entender que Dios es fiel y justo para perdonar a quien reconozca sus faltas. Esto se hace más claro si se analiza el contexto entero. El versículo anterior dice: «Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos» lo que complementa el siguiente «[pero] si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos». El texto es en sí una exhortación al reconocimiento de las propias faltas (en vez de negarlas) y nunca una excusa o aval para confesar nuestros pecados directamente a Dios.

También es incorrecto afirmar que Cristo admitió que sólo Dios perdona el pecado. La Escritura señala que Él tiene facultad para hacerlo, sin entrar en polémica sobre su divinidad: «Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar los pecados» [8] Luego, prueba a través de un milagro físico (el signo externo de la curación del paralítico) lo que es un verdadero milagro espiritual (la realidad interna del perdón del pecado). Así, en la conclusión de esta enseñanza se nos declara: «Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres [9]. Es obvio que esto no se refiere a la sanidad física, que era la prueba tangible de un milagro mucho más portentoso, sino al milagro en sí de la curación espiritual del enfermo a través del perdón de sus pecados. Y aunque Cristo en ese momento hubiese querido reconocer eso implícitamente (cosa que no concedemos) esto tampoco tendría por qué impedir que Cristo posteriormente pudiera transmitir ese poder a sus apóstoles, tal como queda firmemente atestiguado en la Escritura.

Tampoco es cierto que ni ningún apóstol o ningún otro obró de confesor, o no existe en la Escritura la mención de confesar pecados a hombre alguno. Existen referencias bíblicas explícitas que echan por tierra estas afirmaciones demostrando que los pecadores arrepentidos no se limitaban a la confesión interior. El evangelio de Marcos narra cómo quienes acudían a Juan Bautista para ser bautizados le confesaban sus pecados «Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados [10] Lo mismo se afirma de aquellos que, al convertirse, acudían a los apóstoles «Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar sus prácticas [11] Existe evidencia también de que el pecador no solamente debía confesar su pecado a Dios, sino a la Iglesia: «Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados.» [12]

Aunque no vemos en estos textos una confesión auricular como la conocemos hoy, podemos ver dos hechos claves: Cristo concedió a los apóstoles la facultad de perdonar pecados, y que el pecador no se limitaba a la confesión interior. ¿Cómo pudieran los apóstoles perdonar pecados secretos a menos que los fieles se los confesaran?

Es incorrecta también la objeción de que cuando en la Escritura se ordena confesar los pecados se refiere a pedir perdón a los hermanos que hemos ofendido. Si bien una ofensa es un pecado, no todos los pecados son ofensas al prójimo y reducir así el significado del texto es desvirtuar su significado real y completo del texto.

Cuando la Escritura habla de confesión de pecados no se refiere a pedir perdón a algún hermano por haberle ofendido. Compárese esta interpretación con Marcos 1, 5: «Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados» ¿Deberíamos interpretar que toda la gente de Judea y Jerusalén había ofendido a Juan el bautista?. Si lo aplicamos a Hechos 19, 18 «Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar sus prácticas» ¿deberíamos interpretar que todos los nuevos conversos habían ofendido a los apóstoles? Note que el texto aquí es particularmente claro, porque habla de confesar y declarar «sus prácticas», no sus ofensas. Recordemos también que el primer ofendido por nuestros pecados es Dios, pues todo pecado es primeramente una violación de la justicia divina.

 

EVIDENCIA DE LA RECONCILIACIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

La realidad sacramental de la Iglesia es precedida en la historia por su modelo profético, la Ley Mosaica. En ella vemos (Levítico cc. 4 y 5) que Dios exigía un sacrificio ceremonial por los pecados cometidos. El sacrificio se realizaba en el Tabernáculo (luego en el Templo) y delante de los sacerdotes, lo cual en sí es una admisión pública por el pecado. El ejercicio de estas ceremonias no solo era público y además enseñaba a los pecadores la inevitable consecuencia del pecado: la muerte. El animal que se sacrificaba moría en lugar del pecador. El modo de ejecución de dichos sacrificios es un equivalente del Sacramento de la Reconciliación que no se puede negar y en el que tanto el sacerdote como el fiel tienen una participación claramente definida.

Si es una persona del pueblo la que peca inadvertidamente y se ha hecho culpable, cometiendo una falta contra alguna de las prohibiciones contenidas en los mandamientos del Señor, una vez que se le haga conocer el pecado que ha cometido, presentará como ofrenda por la falta cometida, una cabra hembra y sin defecto. Impondrá su mano sobre la cabeza de la víctima y la inmolará en el lugar del holocausto. Después el sacerdote mojará su dedo en la sangre, la pondrá sobre los cuernos del altar de los holocaustos y derramará el resto de la sangre sobre la base del altar. Luego quitará toda la grasa de la víctima, como se hace en los sacrificios de comunión, y la hará arder sobre el altar, como aroma agradable al Señor. De esta manera, el sacerdote practicará el rito de expiación en favor de esa persona, y así será perdonada. Si lo que trae como ofrenda por el pecado es un cordero, deberá ser hembra y sin defecto. Impondrá su mano sobre la cabeza de la víctima y la inmolará en el lugar donde se inmolan los holocaustos. Luego el sacerdote mojará su dedo en la sangre de la víctima, la pondrá sobre los cuernos del altar de los holocaustos, y derramará toda la sangre sobre la base del altar. Después quitará toda la grasa del animal, como se quita la grasa del cordero en los sacrificios de comunión, y la hará arder sobre el altar, junto con las ofrendas que se queman para el Señor. De esta manera, el sacerdote practicará el rito de expiación en favor de esa persona, por el pecado que cometió, y así será perdonada. (Levítico 4, 27-35)

 

EVIDENCIA HISTÓRICA

Existe una gran variedad de distorsiones históricas respecto al sacramento de la penitencia entre las denominaciones protestantes. Algunos ven la confesión auricular (componente importante del Sacramento) como un invento del segundo milenio. Un ejemplo de este tipo de distorsiones lo tenemos en el «Manual práctico para la obra del evangelismo personal» ya citado el cual a este respecto afirma:

«La confesión auricular a los sacerdotes fue oficialmente establecida en la Iglesia romana en el año de 1215. Más tarde en el Concilio de Trento, en 1557, pronunció maldiciones sobre todos aquellos que habían leído la Biblia lo suficiente para hacer a un lado la confesión auricular.» [13].

Es importante aclarar que las definiciones dogmáticas de los concilios no pueden interpretarse como que de alguna manera se está introduciendo una nueva doctrina. Estas suelen ocurrir cuando alguna verdad fundamental es cuestionada o necesita ser definida claramente para bien de los fieles.

Es importante aclarar que aunque la confesión auricular como la conocemos hoy pudo haber ido desarrollándose en su forma exterior a través del tiempo. Veremos que su esencia, radica en el hecho reconocido de la reconciliación del pecador por medio de la autoridad de la Iglesia. Y que ese hecho es parte del legado de la Iglesia, habiendo existido desde que Cristo otorgó dicho poder a los apóstoles. Comprobaremos que la disciplina penitencial, incluída la confesión de los pecados ante el sacerdote y ante la Iglesia, existe desde tiempos apostólicos.

Examinemos la Didajé (60-160 d.C) considerada uno de los más antiguos escritos cristianos no-canónicos y que antecede por mucho a la mayoría de los escritos del Nuevo Testamento. Estudios recientes señalan una posible fecha de composición anterior al 160 d.C. Es un excelente testimonio del pensamiento de la Iglesia primitiva. Dicho documento es particularmente insistente en requerir la confesión de los pecados antes de recibir la Eucaristía.

«En la reunión de los fieles confesarás tus pecados y no te acercarás a la oración con conciencia mala.»[14]

En la Didajé tenemos un temprano testimonio histórico opuesto a la posición protestante de confesar los pecados directamente a Dios.

 

ENSEÑAZAS DE LA IGLESIA

TESTIMONIO DE ORÍGENES (185-254 D.C)

Orígenes fue padre de la Iglesia, teólogo y comentarista bíblico. Vivió en Alejandría hasta el 231, pasó los últimos veinte años de su vida en Cesárea del Mar, Palestina y viajando por el Imperio Romano. Fue el mayor maestro de la doctrina cristiana en su época y ejerció una extraordinaria influencia como intérprete de la Biblia.

Afirma que luego del bautismo hay medios para obtener el perdón de los pecados cometidos luego de este. Entre ellos enumera la penitencia.

Además de esas tres hay también una séptima [razón] aunque dura y laboriosa: la remisión de pecados por medio de la penitencia, cuando el pecador lava su almohada con lágrimas, cuando sus lágrimas son su sustento día y noche, cuando no se retiene de declarar su pecado al sacerdote del Señor ni de buscar la medicina, a la manera del que dice «Ante el Señor me acusaré a mi mismo de mis iniquidades, y tú perdonarás la deslealtad de mi corazón.» [15]

Así Orígenes admite una remisión de pecados a través de la penitencia y la confesión ante un sacerdote. Afirma que es el sacerdote quien decide si los pecados deben ser confesados también en público.

«Observa con cuidado a quién confiesas tus pecados; pon a prueba al médico para saber si es débil con los débiles y si llora con los que lloran. Si él creyera necesario que tu mal sea conocido y curado en presencia de la asamblea reunida, sigue el consejo del médico experto.» [16]

También reconoce que todos los pecados pueden ser perdonados:

«Los cristianos lloran como a muertos a los que se han entregado a la intemperancia o han cometido cualquier otro pecado, porque se han perdido y han muerto para Dios. Pero, si dan pruebas suficientes de un sincero cambio de corazón, son admitidos de nuevo en el rebaño después de transcurrido algún tiempo (después de un intervalo mayor que cuando son admitidos por primera vez), como si hubiesen resucitado de entre los muertos» [17]

DECLARACIONES DE TERTULIANO

Estrictamente hablando Tertuliano no es considerado un padre de la Iglesia, sino un apologeta y escritor eclesiástico, ya que al final de su vida cae en herejía abrazando el montanismo. Sin embargo fue muy leído antes de su abandono de la Iglesia Católica. Tanto en su periodo ortodoxo como en su periodo herético tenemos en Tertuliano un testigo sin igual que nos informa sobre la práctica primitiva de la penitencia en la Iglesia.

Cuando escribe De paenitentia (aproximadamente en el año 203 d.C. siendo todavía católico). Habla aquí de una segunda penitencia que Dios «ha colocado en el vestíbulo para abrir la puerta a los que llamen, pero solamente una vez, porque ésta es ya la segunda» [18]

En los textos de Tertuliano se ve un entendimiento diáfano de cómo el creyente que ha caído en pecado luego del bautismo tiene necesidad del Sacramento de la Penitencia y expresa el temor de que éste sea mal entendido por los débiles como un medio para seguir pecando y obtener nuevamente el perdón:

» ¡Oh Jesucristo, Señor mío!, concede a tus servidores la gracia de conocer y aprender de mi boca la disciplina de la penitencia, pero en tanto en cuanto les conviene y no para pecar; con otras palabras, que después (del bautismo) no tengan que conocer la penitencia ni pedirla. Me repugna mencionar aquí la segunda, o por mejor decir, en este caso la última penitencia. Temo que, al hablar de un remedio de penitencia que se tiene en reserva, parezca sugerir que existe todavía un tiempo en que se puede pecar» [19] Tertuliano habla de «pedir» la penitencia, descartando la posibilidad de limitarse a una confesión directa con Dios. Esto lo explica

Tertuliano detalladamente cuando afirma que para alcanzar el perdón el penitente debe someterse a la confesión pública, y adicionalmente cumplir los actos de mortificación (capítulos 9-12).

El Testimonio de Tertuliano prueba también que la penitencia terminaba tal como hoy en día como una absolución oficial, luego de haber confesado el pecado:

«rehúyen este deber como una revelación pública de sus personas, o que lo difieren de un día para otro»«¿Es acaso mejor ser condenado en secreto que perdonado en público?» En el capítulo XII habla de la eterna condenación que sufren quienes no quisieron usar esta segunda «planca salutis».

En su periodo montanista Tertuliano niega a la Iglesia el poder de perdonar los pecados graves (adulterio y fornicación) afirmando que dicho perdón lo obtuvo sólo Pedro y negando que éste lo trasmitiera a la Iglesia. Las razones de esta negativa no son las razones de los protestantes de hoy, sino mas bien el carácter riguroso de la doctrina montanista que afirmaba que dichos pecados eran imperdonables.

Es así como se retracta de lo escrito por el mismo escribiendo De Pudicitia (Sobre la Modestia) cuando se ve impelido al enfrentarse a un obispo al que llama Pontifex Maximus y Episcopus Episcoporum (muy posiblemente el Papa Calixto) en virtud a un edicto donde escribe «Perdono los pecados de adulterio y fornicación a aquellos que han cumplido penitencia» confirmando así el poder de la Iglesia de perdonar pecados aun si se trata de adulterio y fornicación. Este edicto es otra evidencia de la posición oficial de la Iglesia que tiene conciencia del poder recibido de Cristo para otorgar el perdón los pecados.

Deja así Tertuliano su testimonio hostil sobre la práctica de la Iglesia pre-nicena:

«Y deseo conocer tu pensamiento, saber qué fuente te autoriza a usurpar este derecho para la «Iglesia.» Sí, porque el Señor dijo a Pedro: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, « «a ti te he dado las llaves del reino de los cielos, « o bien: «Todo lo que desatares sobre la tierra, será desatado; todo lo que atares será atado»; tú presumes luego que el poder de atar y desatar ha descendido hasta ti, es decir, a toda Iglesia que está en comunión con Pedro, ¡Qué audacia la tuya, que perviertes y cambias enteramente la intención manifiesta del Señor, que confirió este poder personalmente a Pedro!» [20]

REGISTRO DE SAN CIPRIANO (258 D.C)

San Cipriano nació hacia el año 200, probablemente en Cartago, de familia rica y culta. Se dedicó en su juventud a la retórica. El disgusto que sentía ante la inmoralidad de los ambientes paganos, contrastado con la pureza de costumbres de los cristianos, le indujo a abrazar el cristianismo hacia el año 246 d.c. Poco después, en 248 d.C., fue elegido obispo de Cartago.

San Cipriano es un claro expositor de la conciencia de la Iglesia de haber recibido de Cristo el poder de perdonar pecados. Combate así la herejía de Novaciano, quien negaba que hubiera perdón para quienes en tiempo de persecución hubieran renegado de la fe (los lapsi). Así, en De opere et eleemosynis dice que quienes han pecado luego de haber recibido Bautismo pueden volver a obtener el perdón cualquiera que sea el pecado.

También deja un testimonio claro del deber de confesar el pecado mientras haya tiempo y mientras esta confesión pueda ser recibida por la Iglesia:

«Os exhorto, hermanos carísimos, a que cada uno confiese su pecado, mientras el que ha pecado vive todavía en este mundo, o sea, mientras su confesión puede ser aceptada, mientras la satisfacción y el perdón otorgado por los sacerdotes son aún agradables a Dios» [21]

ENSEÑANZA DE SAN HIPÓLITO MÁRTIR (CA. 235 D.C.)

Se desconoce el lugar y fecha de su nacimiento, aunque se sabe fue discípulo de San Ireneo de Lyon. Su gran conocimiento de la filosofía y los misterios griegos, su misma psicología, indica que procedía del Oriente. Hacia el año 212 d.C. era presbítero en Roma, donde Orígenes—durante su viaje a la capital del Imperio—le oyó pronunciar un sermón.

Con ocasión del problema de la readmisión en la Iglesia de los que habían apostatado durante alguna persecución, estalló un grave conflicto que le opuso al Papa Calixto, pues Hipólito se mostraba rigorista en este asunto, aunque no negaba la potestad de la Iglesia para perdonar los pecados. Tan fuerte fue el enfrentamiento que Hipólito se separó de la Iglesia y, elegido obispo de Roma por un reducido círculo de partidarios, conviertiéndose así en el primer antipapa de la historia. El cisma se prolongó tras la muerte de Calixto, durante el pontificado de sus sucesores Urbano y Ponciano. Terminó en el año 235 d.C., con la persecución de Maximiano, que desterró al Papa legítimo (Ponciano) y a Hipólito a las minas de Cerdeña, donde se reconciliaron. Allí los dos renunciaron al pontificado, para facilitar la pacificación de la comunidad romana, que de este modo pudo elegir un nuevo Papa y dar por terminado el cisma. Tanto Ponciano como Hipólito murieron en el año 235 d.C.

Hipólito es un excelente testimonio cómo la Iglesia estaba conciente de su propia autoridad de perdonar pecados, ya que, aun siendo intransigente, no llega a negar la facultad de la Iglesia para la absolución. Evidencia de esto la hay en La Tradición Apostólica, donde nos deja un testimonio indiscutible cuando reproduce allí la oración para la consagración de un obispo:

«Padre que conoces los corazones, concede a este tu siervo que has elegido para el episcopado… que en virtud del Espíritu del sacerdocio soberano tenga el poder de «perdonar los pecados» (facultatem remittendi peccata) según tu mandamiento; que «distribuya las partes» según tu precepto, y que «desate toda atadura» (solvendi omne vinculum iniquitatis), según la autoridad que diste a los Apóstoles»

Particularmente importante este testimonio, ya que La Tradición apostólica es la fuente de un gran número de constituciones eclesiásticas orientales, lo que confirma que dicha conciencia estaba extendida a lo largo de la Iglesia.

LAS CONSTITUCIONES APOSTÓLICAS DEL SIGLO IV

Al igual que en la Tradición Apostólica de San Hipólito, las constituciones apostólicas escritas en Siria el siglo IV incluyen una oración similar en la ordenación del obispo:

«Otórgale, Oh Señor todopoderoso, a través de Cristo, la participación en Tu Santo Espíritu para que tenga el poder para perdonar pecados de acuerdo a Tu precepto y Tu orden, y soltar toda atadura, cualquiera sea, de acuerdo al poder el cual Has otorgado a los Apóstoles» [22]

SAN BASILIO EL GRANDE (330-379 D.C.)

Obispo de Cesárea, y preeminente clérigo del siglo IV. Es santo de la Iglesia Ortodoxa y contado entre los Padres de la Iglesia.

Quasten comenta que aunque K. Holl opina que fue San Basilio quien introdujo la confesión auricular en el sentido católico, como confesión regular y obligatoria de todos los pecados, aun de los más secretos [23]. Añade tambien: «Su error, empero, está en identificar la Confesión Sacramental con la «confesión monástica» que era simplemente un medio de disciplina y de dirección espiritual y no implicaba reconciliación ni absolución sacramental. En su Regla [24] San Basilio ordena que el monje tiene que descubrir su corazón y confesar todas sus ofensas, aun sus pensamientos más íntimos, a su superior o a otros hombres probos «que gozan de la confianza de los hermanos.» En este caso, el puesto del superior puede ocuparlo alguno que haya sido elegido como representante suyo. No hay la menor indicación de que el superior o su sustituto tengan que ser sacerdotes. Se puede decir, pues, que Basilio inauguró lo que se conoce bajo el nombre de «confesión monástica» pero no así la confesión auricular, que constituye una parte esencial del Sacramento de la Penitencia.»

Comenta también Quasten:

«De sus cartas canónicas (cf. supra, p.234) se deduce que seguía todavía en vigor la disciplina que había existido en las iglesias de Capadocia desde los tiempos de Gregorio Taumaturgo. La expiación consistía en la separación del penitente de la asamblea cristiana (Capítulo VII).. En la Epistola canónica menciona cuatro grados: el estado de «los que lloran,» cuyo puesto estaba fuera de la iglesia, el estado de «los que oyen», que estaban presentes para la lectura de la Sagrada Escritura y para el sermón, el estado de «los que se postran», que asistían de rodillas a la oración, por último, el estado de quienes «estaban de pie» durante todo el oficio, pero no participaban en la comunión

SAN AMBROSIO DE MILÁN (340-396 D.C.)

Es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia latina. Nació hacia 340 d.c. en Tréveris, pero fue criado en Roma. Fue elegido obispo de Milán en 374 d.c. En el 387 D.c. bautizó a San Agustín de Hipona. Se hizo popular por la firmeza de que diera pruebas en 390 d.C. ante el emperador Teodosio, a quien prohibió el acceso a sus iglesias después de las matanzas de Tesalónica, hasta que el emperador hizo pública penitencia. Murió en Milán en 396 d.C.

Compuso entre el 384 d.C. y el 394 d.C. , De Paenitentia, que es un tratado no homilético en dos libros, en el cual Ambrosio refuta las afirmaciones de los novacianos acerca de la potestad de la Iglesia de perdonar pecados y facilita noticias de particular interés para conocer la practica penitencial de la Iglesia de Milán en el siglo IV.

«Profesan mostrando reverencia al Señor reservando sólo a El el poder de perdonar pecados. Mayor error no puede ser que el que cometen al buscar rescindir de Sus órdenes echando abajo el oficio que El confirió. La Iglesia Lo obedece en ambos aspectos, al ligar el pecado y al soltarlo; porque el Señor quiso que ambos poderes deban ser iguales» [25]

Enseña que este poder es una función del sacerdocio y que este puede perdonar todos los pecados:

«Pareciera imposible que los pecados deban ser perdonados a través de la penitencia; Cristo otorgó este (poder) a los apóstoles y de los Apóstoles ha sido transmitido al oficio de los sacerdotes» [26]

«El poder de perdonar se extiende a todos los pecados: «Dios no hace distinción; Él prometió misericordia para todos y a Sus sacerdotes les otorgó la autoridad para perdonar sin ninguna excepción» [27]

SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354-430 D.C.)

Considerado como uno de los más grandes padres de la Iglesia por su notable y perdurable influencia en el pensamiento de la Iglesia. Nacido en el año 354 d. C. llegó a ser, no sólo obispo de Hipona, sino uno de los más grandes teólogos que el mundo ha conocido y uno de los primeros doctores de la Iglesia. Intervino en las controversias que los cristianos sostuvieron con los maniqueos, donatistas, pelagianos, arrianos y paganos. Muere el 430 d.C., dejando tras de sí una gran cantidad de obras, parte de un legado que perdura hasta hoy.

Escribe contra aquellos que niegan quela Iglesia hubiera recibido el poder de perdonar pecados:

«No escuchemos a aquellos que niegan que la Iglesia de Dios tiene poder para perdonar todos los pecados» [28]

Para finalizar citaremos brevemente otros testimonios claros. San Pacián, Obispo de Barcelona (m. 390 d.C.) escribe respecto al perdón de los pecados:

«Este que tú dices, sólo Dios lo puede hacer. Bastante cierto: pero cuando lo hace a través de Sus sacerdotes es Su hacer de Su propio poder» [29]. San Atanasio (295-373 d.C.) escribe «Así como el hombre bautizado por el sacerdote es iluminado por la Gracia del Espíritu Santo, así también aquel quien en penitencia confiesa sus pecados, recibe a través del sacerdote el perdón en virtud de la gracia de Cristo» [30]

Estas evidencias demuestran que la Iglesia ha tenido siempre la conciencia plena de haber recibido de Cristo la facultad de perdonar pecados y considera este don como parte del depósito de la fe. Sorprendentemente tanto los padres de Oriente como de Occidente interpretan las palabras de Cristo tal como lo hacemos los católicos casi veinte siglos después. Es evidente, por lo tanto, que el Concilio de Trento solamente se hace eco de lo que ya la Iglesia enseñaba en contra de los herejes de los primeros siglos, los cuales, en su gran mayoría, ni siquiera defendían la posición protestante de hoy, ya que la gran mayoría de ellos no rechazaba que la Iglesia hubiera recibido tal facultad.

REFERENCIAS

[1] Enciclopedia Católica
[2] Enciclopedia Católica
[3] Juan 20, 21-23
[4] Mateo 16, 19
[5] Mateo 18, 18
[6] Manual Práctico para la Obra del Evangelismo Personal, pub. Iglesia de Dios (Israelita)
[7] La confesión auricular, D. Sapia, pub. www.conocereislaverdad.org
[8] Mateo 9, 6
[9] Mateo 9, 8
[10] Mateo 3, 6
[11] Hechos 19, 18
[12] Santiago 5, 16
[13] Manual Práctico para la Obra del Evangelismo Personal, pub. Iglesia de Dios (Israelita)
[14] Didajé IV, 14. Padres Apostólicos, Daniel Ruiz Bueno, pag. 82. pub. B.A.C 65
[15] «… dura et laboriosa per poenitentiam remissio peccatorum, cum lavat peccator in lacrymis stratum suum et fiunt ei lacrymae suae panes die ac nocte, et cum non erubescit sacerdoti domini indicare peccatum suum et quaerere medicinam.» Citado en inglés en «The Faith of the Early Fathers», Vol. 1 pp. 207. William A. Jurgens. Publ. Liturgical Press, 1970. Collegeville, Minnesota. Homilías Sobre los Salmos 2, 4.
[16] Homilías Sobre los Salmos 37, 2, 5.
[17] Contra Celsum 3, 50: EH 253.
[18] De Paenitentia (c.7).
[19] De Paenitentia (c.7).
[20] De Pudicitia (c.21).
[21] De Lapsi 28; Epistolae 16, 2.
[22] Constitutione Apostolica VIII, 5 p. i., 1. 1073.
[23] Enthusiasmus p.257; 2.a ed. 267
[24] Regulae fusius tractae 25, 26 y 46
[25] De poenitentia, I, ii, 6.
[26] Op.cit., II, ii, 12.
[27] Op.cit., I, iii, 10
[28] De agonia Christi, III.
[29] Epistola I ad Simpron, 6 en P.L., XIII, 1057.
[30] Fragmentum contra Novatum pag. XXVI, 1315.
 por José Miguel Arráiz

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REFLEXIONES Y DOCTRINA Sacramentos y sacramentales

Reflexiones sobre la Confesión

A la mayoría de los que no son católicos les incomoda un poco la sola idea del Sacramento de la Confesión. A menudo exclaman «¡Pero nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios!» Piensan que esta práctica de la Iglesia Católica es, en el mejor de los casos, una perversa presunción y en el peor de los casos una grotesca blasfemia. Así es que, los siguientes pensamientos tienen como finalidad ayudar a aclarar exactamente qué enseña la Iglesia y por qué lo enseña.

Comenzamos por el principio. Definitivamente, sólo Dios puede perdonar pecados. Punto. No hay vueltas que darle al asunto. El Catecismo de la Iglesia Católica lo confirma en el párrafo 1441 en el que leemos: «Sólo Dios perdona los pecados».

En segundo lugar: nuestro perdón depende completamente de la labor salvífica de Cristo en la Cruz. Es Su Preciosa Sangre la que nos limpia del pecado. Él pagó la deuda que nosotros no podríamos pagar (gracias a Dios). En tercer lugar: debemos identificar la verdadera cuestión subyacente -en otras palabras el camino mediante el cual Dios perdona nuestros pecados-. O sea ¿cómo y cuándo se usa la Sangre de Cristo en nuestras almas para que tenga lugar su purificación? ¿Recibimos perdón en el momento en que recitamos simplemente una «oración de arrepentimiento»? ¿o viene cuando caminamos al interior de una iglesia en respuesta a la llamada del altar? ¿O acaso ocurre cuando nos paramos de cabeza y citamos a Juan 3:16?

El punto es este: Dios pudo habernos ordenado algún procedimiento (o ninguno) en orden a obtener el perdón. La pregunta entonces es ésta: ¿qué medios escogió Dios para que la Sangre de Cristo sea útil a nuestras almas y como resultado nuestros pecados sean perdonados? Bueno, nosotros vemos en las Escrituras (y en la enseñanza constante de la Iglesia) que nuestro perdón y purificación original vienen a través del Sacramento del Bautismo. En el Bautismo, la Sangre de Cristo lava nuestras almas y nuestros pecados son perdonados (Por ejemplo Hechos 22:16, en donde San Pablo había dicho que «Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre»). Sin embargo, ¿qué sucede con los pecados serios cometidos después del bautismo? ¿Tenemos de bautizarnos de nuevo?

No precisamente. La Iglesia ha creído siempre y así lo ha enseñado que el Bautismo válido es un evento irrepetible. Siendo así el caso, la pregunta subsiste: ¿cómo es que somos perdonados de los pecados serios cometidos después del Bautismo? Primero, permítame hacer los siguientes comentarios aclaratorios. He utilizado el término pecado «serio», y éste requiere una explicación. Por supuesto, en un sentido, todo pecado es serio. Pero, la Iglesia Católica utiliza la designación «serio» para referirse a aquellos que son conocidos como pecados mortales o pecados graves. En otras palabras, pecados que causan una herida mortal al alma, que pone el alma, por decirlo así, en estado de gravedad… lo cual es algo serio. Mientras todo pecado es malo, no todo pecado mata a la vida de la gracia en el alma. Esta distinción es vista en 1 Juan 5:16-17 donde existe una distinción entre el pecado que provoca la muerte y el pecado que no la produce. Definición: no todo pecado tiene la misma gravedad.

Pecado que es libremente elegido y que es entendido como un asunto serio es llamado pecado «serio», «mortal» o «grave», que mata la vida de la gracia en el alma. Esos pecados deben ser purificados por un perdón para que uno pueda entrar al Cielo. Inicialmente todo tipo de pecado es perdonado en el Bautismo. Sin embargo, la pregunta que aún permanece es ésta: ¿Cómo son perdonados esta clase de pecados después del Bautismo? Es aquí donde el Sacramento de la Confesión aparece en escena (nota: este sacramento también es conocido como el Sacramento de la Penitencia y el Sacramento de la Reconciliación).

En el Sacramento de la Confesión es Dios quien perdona al pecador, pero lo hace a través del sacerdote (quien está actuando en el lugar de Cristo). Ahora, la pregunta es ésta: ¿Dónde encontramos apoyo para ésta práctica en las Escrituras? Para responder a esta pregunta, por favor considere lo siguiente: Marcos 2:1-12: En este pasaje de la Escritura, encontramos el relato familiar del paralítico que fue descendido desde el techo por sus amigos. Lo interesante de este pasaje es el hecho de que los judíos inicialmente protestaron contra Jesús cuando él perdonó los pecados de aquél hombre. Ellos dijeron: «Está blasfemando, ¿quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?» (versículo siete). Jesús respondió diciendo: «El Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados» (versículo diez) .Y, como para validar lo que había dicho, Él procedió a curar al hombre. Ahora, Jesucristo — Hijo de Dios e Hijo del Hombre -dijo que como «el Hijo del Hombre»- Él tenía autoridad en la tierra para perdonar los pecados. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, pero es bajo la designación de «Hijo del Hombre» que Él perdonó los pecados del paralítico.

El punto al que estoy tratando de llegar es éste: Jesucristo -el Hijo del Hombre- subsecuentemente delegó la misma autoridad a otros hombres, especialmente elegidos. Esto se ve en Juan 20:21-23. «Entonces Jesús les dijo otra vez: ‘la paz con vosotros: así como mi padre me ha enviado, así también os envío yo’ . Y dicho ésto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid al Espíritu Santo: A quienes perdonéis los pecados les quedarán perdonados; y a quienes se los retengáis les quedarán retenidos'» (Biblia de Jerusalén) He escuchado muchos intentos de racionalizar el significado aparente de estos versículos, pero invariablemente todas ellas terminan vaciando las palabras de su significado esencial. Si las palabras significan algo, vemos a Nuestro Señor delegando a hombres especialmente seleccionados (en este caso los apóstoles, y por correspondencia, sus sucesores) la autoridad para perdonar los pecados en el nombre de Jesús. Y esto es exactamente lo que la Iglesia Católica enseña.

En el párrafo 1441 del Catecismo (párrafo citado al inicio de este ensayo), leemos: «Sólo Dios perdona los pecados. Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: ‘El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra’ y ejerce ese poder divino: ‘Tus pecados están perdonados’. Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres para que lo ejerzan en su nombre». Así que, es Dios quien perdona los pecados, usando en el Sacrificio de Cristo en la Cruz, por medio del Bautismo (en nuestro perdón inicial cuando nacemos de nuevo a la familia de Dios) y el Sacramento de la Confesión (para los pecados serios cometidos después del Bautismo).

Esto ha sido enseñado y practicado por la Iglesia desde el principio y es atestiguado por las Escrituras como demuestran las citas de arriba. Y todo esto está relacionado con en el tremendo misterio de la Encarnación y el correspondiente misterio de la Iglesia. En otras palabras, en nuestra Bendita Encarnación del Señor (cuando Él toma para sí mismo una naturaleza humana santificada para rescatarnos), Él, en efecto, hizo la más simple de las acciones humanas y santificó la más común de las sustancias materiales.

Por treinta y tres años Él caminó esta tierra haciendo cosas que cualquiera realiza: comer, trabajar, dormir, conversar, reír, etc. En todas esas cosas Él fue Dios -Dios en la Carne- quien estaba actuando, de tal modo haciendo todas esas acciones santas. En otras palabras, la máxima bendición que se haya concedido a la Creación es la Encarnación, para que, por medio de ésta, Dios mostrara su complacencia en el universo material. En primer lugar, Dios no sólo se complació en crearlo, sino que se ha complacido de participar en él asumiendo para Sí mismo la naturaleza humana. Ahora, la Iglesia -como el Cuerpo Místico de Cristo- es, en efecto, una extensión de la Encarnación a través del tiempo y del espacio.

Cuando nosotros -como miembros de la Iglesia de Cristo- tocamos, confortamos, alimentamos o curamos, es -en realidad- Cristo quien está haciendo esas cosas en nosotros (para eso somos Su Cuerpo). En ninguna parte es este misterio realizado más profundamente que en la administración de los Sacramentos. Los Sacramentos, como canales de gracia especialmente ordenados por Dios, utilizan el universo material para hacernos llegar «mercancías» espirituales. (gracias de Dios), Y, como extensiones de la Encarnación de Cristo, se observa que Cristo es el principal administrador detrás de cada Sacramento. Es Él quien bautiza. Él es quien nos da el Sagrado Cuerpo y la Preciosa Sangre en la Eucaristía. Él es quien une a un hombre y una mujer en Santo Matrimonio. Y Él es quien perdona nuestros pecados en el Sacramento de la Confesión. Pero, notemos algo importante: en todos estos Sacramentos nuestro Señor utiliza un agente humano. Por esto nuestro Señor le dijo a los Apóstoles, «Como el Padre Me ha enviado, así también os envío Yo» (Juan 20:21).

Podemos especular interminablemente sobre por qué Dios ha escogido extendernos la Salvación por este camino (por medio de los Sacramentos). Y esta especulación puede producir su fruto, el fruto de una comprensión más profunda. Sin embargo, baste por ahora decir que las Escrituras y la enseñanza constante de la Iglesia (desde el principio) atestiguan que nuestro Señor, por su divina autoridad, ha ordenado una «economía» Sacramental de Salvación. De modo que, en el Sacramento de la Confesión, nosotros gozamos la misma increíble bendición que el paralítico en Marcos 2:1-12 disfrutó: Nosotros escuchamos la voz de Cristo a través de su sacerdote decirnos: «Tus pecados te son perdonados…levántate toma tu camilla y anda».

Demos entonces, gracias a Dios

Por Bruce SullivanTomado de Voxfidei.com

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Dialogo Interreligioso REFLEXIONES Y DOCTRINA

Cuaresma Ortodoxa

La cuaresma Católica se asemeja en fechas y duración con la Gran Cuaresma de los cristianos Ortodoxos, que a su vez no tienen una sola, sino que varias en el año (por ejemplo la cuaresma de navidad).

La Gran Cuaresma – la reina de las cuaresmas – es el período de preparación de 40 días para la Semana Santa. En este período la forma por antonomasia para prepararse es por medio del ayuno.

Culturalmente en el cristianismo occidental cuando se piensa en “Ayuno” automáticamente se piensa en no comer carne (o “in extremis” no comer).

En el mundo ortodoxo la cosa no funciona así.

 

EL AYUNO

La Ortodoxía no entiende el ayuno como un imperativo categórico formal (mera formalidad), esto es, como una privación de comida o de cualquier cosa de forma que hay que cumplir.

Al contrario, el ayuno es un instrumento, una herramienta, un medio y no un fin, es un regalo que se hace a uno mismo con el fin de facilitar la búsqueda de Dios ¿aló?¿Un regalo? Así es, por medio del ayuno uno se despoja de todo aquello que te entorpece en este camino,

La clave es la siguiente:
Ayuno = Oración + Arrepentimiento + Desapego + Vida comunitaria

La iglesia recomienda un ideal de ayuno: abstinencia de carnes y todo producto animal (incluye huevo, leche, quesos, etc), abstinencia total en ciertas ocasiones, es obligatorio para todo el que pueda realizarlo, a una persona que con suerte puede comer, no se le puede exigir que no coma tal o cual cosa, así como no se le puede exigir a un enfermo a un anciano ayunar de la misma forma que una persona buena y sana. Pero si se le puede pedir a aquellas personas que sean mas caritativo, mas piadosos o que renuncie a ciertos vicios.

Es por esto que cada cristiano debe – sin ser acomodaticio ni pusilánime – encontrar su “sistema de ayunar”, hallar su mejor forma en la cual pueda hacer su “esfuerzo total” – para llegar a Dios, y este esfuerzo total tiene que ser de cuerpo y espíritu porque ambos están íntimamente conectados entre sí. “El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba” (Mateo 19:12).

El ayuno es un proceso interno, es decir, no se ayuna por pose o figuración (Mateo 6:16). Si alguien ayuna para dárselas de místico o un asceta espiritual de segunda mano, no esta ayunando ¿por? porque no hay desapego, y en este caso el apego lo da el afán de figuración, el EGO.

Si bien es un proceso interno, no significa que sea un proceso solitario, cuando se comparte con hermanos en la fe que también están haciendo su propio “esfuerzo total” por llevar una vida mas quieta disciplinada y contemplativa, sea orando, meditando, cantando, haciendo obras de caridad, compartiendo una cena este difícil período de “limpieza espiritual” se hace muchísimo mas llevadero – lo cual nos lleva al concepto genuino de Iglesia como “Comunidad”-. Cristo dijo “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33)

Si no observas el ayuno, no te ganaste un pasaje en primera clase al infierno, sino que te perdiste una magnífica oportunidad de mejorar como persona y principalmente como Cristiano.

 

LOS OFICIOS DE LA GRAN CUARESMA

Los oficios de la Gran Cuaresma en los días de semana se caracterizan por melodías especiales que expresan su carácter penitencial. Las vestimentas y ornamentos utilizados en la iglesia son de colores apagados. Los troparios diarios también son de carácter de intercesión, rogando a Dios mediante Sus santos que tenga misericordia de nosotros pecadores.

En el oficio de Matutinos, no se canta el Salmo “Dios el Señor …” como de costumbre, sino que en su lugar se canta el Aleluya largo. Hay una mayor cantidad de lectura de salmos, como en las horas canónicas, y los himnos hacen referencia al esfuerzo de purificación y crecimiento espiritual que hacemos durante la Cuaresma.

Tres libros del Antiguo Testamento tienen especial importancia durante la Gran Cuaresma. Estos son el libro de Génesis, el de Proverbios, y el del Profeta Isaías. De hecho, se leen cada uno de estos libros en forma casi completa durante este tiempo. Lecturas tomadas de Génesis y Proverbios son agregadas al oficio de Vísperas, y del Profeta Isaías a la Sexta Hora. Ya que no se celebra la Divina Liturgia, no hay lecturas de la Epístola ni del Evangelio.

Una oración especialmente conocida en la tradición ortodoxa es rezada en todos los oficios de la Gran Cuaresma. Esta es la Oración de San Efrén el Sirio. Es una súplica a Dios, acompañada de prosternaciones, rogándole que nos dé aquellas virtudes necesarias para la vida cristiana.

El Domingo de la Abstinencia de Queso en la tarde, se acostumbre a celebrar un oficio especial de Vísperas llamado las Vísperas del Perdón. Es el primer oficio de la Gran Cuaresma. Este domingo es dedicado especialmente al perdón. Estamos prontos a entrar en el tiempo litúrgico en que nos esforzamos en forma especial para reconciliarnos con Dios y con el prójimo. Es costumbre, entonces, en la Iglesia Ortodoxa, durante las Vísperas del Perdón, que cada uno de los fieles que participen en este oficio se acerque a todos los presentes individualmente, para pedirles su perdón y también ofrecerles perdón por cualquiera falta que pueda haber cometido.

Durante la primera semana de la Gran Cuaresma, se reza el Gran Canon de San Andrés de Creta. Consiste en una larga serie de versículos de carácter penitencial, basados en temas bíblicos, a cada uno de los cuales los fieles responden: Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí. Se repite este Canon también el día jueves de la quinta semana de la Gran Cuaresma.

Los días viernes de la Cuaresma se reza un oficio denominado el Acathiston a la Virgen María, Theotokos. Es una oración de alabanza a la Madre de Dios, cuya autoría se atribuye a San Romano el Melodista. Durante los primeros cuatro viernes, se canta una cuarta parte del oficio, hasta completarlo. Luego, el quinto viernes, se reza el oficio entero.

El primer sábado de la Gran Cuaresma es dedicado a la memoria de San Teodoro de Tiro. Los sábados siguientes (segundo, tercero y cuarto) son dedicados a la memoria de los fieles difuntos. Los himnos litúrgicos que se cantan en estos días ruegan por todos los fieles difuntos. Además, se reza el Responso por los Difuntos, nombrándolos individualmente. Se agregan otras oraciones y letanías a la Divina Liturgia las cuales, tal como las lecturas de las Sagradas Escrituras, hacen referencia a los difuntos y su salvación en Cristo.

En general el día sábado, incluso fuera de la Gran Cuaresma, es el día en que la Iglesia recuerda a los difuntos. Esto es porque el sábado es el día que Dios bendijo para la vida en este mundo. Debido al pecado, sin embargo, este día ahora simboliza a toda la vida terrenal que conduce a la muerte. Incluso Cristo el Señor yacía muerto el día sábado, “descansando de todas sus obras,” y “pisoteando la muerte con la muerte.” Es así entonces, que en la Iglesia de Cristo del Nuevo Testamento, el sábado se hace un día especial para recordar a los difuntos y ofrecer súplicas a Dios por su salvación.

 

ORACIÓN DE SAN EFRÉN EL SIRIO

Señor y Dueño de mi vida, el espíritu de ocio, de indiscreción, de ambici
ón y de locuacidad, no me lo des. postración

Mas el espíritu de castidad, de humildad, de paciencia, y de amor, concédemelo a mí, tu siervo. postración

Si, Señor y Rey, concédeme percibir mis propias ofensas, y no juzgar a mi hermano, porque bendito eres por los siglos de los siglos. Amén. postración

Luego doce reverencias, diciendo cada vez:

Dios, purifícame a mí, pecador.

Y otra vez la oración entera con una postración al final.

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Dialogo Interreligioso REFLEXIONES Y DOCTRINA

El mes de Ramadán (en el Islam)

Este artículo sobre el mes de Ramadán, es realizado por la Hna. María de Roncesvalles en el marco del dialogo interreligioso.

Ramadán es el noveno mes del calendario musulmán, conocido internacionalmente por ser el mes en el que los musulmanes realizan un ayuno diario desde el alba hasta que se pone el sol, generalmente cae en el mes de septiembre.

El calendario islámico es lunar. Los meses comienzan cuando es visible el primer cuarto creciente después de la luna nueva, es decir, un par de días después de ésta. El año en el calendario lunar es 11 días más corto que en el calendario solar, por lo que las fechas del calendario musulmán no coinciden todos los años con las fechas del calendario gregoriano, de uso universal

Ramadán es el mes sagrado para el Islam. En este mes los musulmanes ayunan desde la salida del sol hasta su ocaso (este ayuno constituye uno de los cinco pilares de la doctrina musulmana).

Lo definen como “el mes de la sumisión y acercamiento a Dios, de la lucha contra los deseos y pasiones, llamada por el mismo Mahoma “la gran guerra”, del cumplimiento de las plegarias rituales y paciencia frente a las adversidades de la vida«.

Sin juzgar la intención de cada uno al hacer el ayuno obligatorio del Ramadán, hay ciertos aspectos que dejan entrever que no todo es como lo definen y que en la práctica las cosas son diferentes.

 

SIGNIFICADO DE RAMADÁN Y ESTABLECIMIENTO DEL MES

Ramadán deriva de la raíz de la palabra árabe ramida o ramada que significa:
– quemar o chamuscar.
– consumirse por dolor y sufrimientos.

Para algunos musulmanes la palabra Ramadán significa la sensación de fuego producido en el estomago por el ayuno. Otros lo atribuyen a la purificación que hacen de sus pecados, ya que son “quemados” como quema el sol la tierra; por último están quienes lo relacionan con la forma que tienen de aceptar las piedras y la arena el calor del sol, así están los corazones y las almas para aceptar gustosamente las amonestaciones de Dios.

Como un metal, dicen, por el calor puede perder la forma, el Ramadán ayuda para cambiar a los creyentes verdaderos y renovarlos.

Este mes es considerado como el mes del Corán, al finalizar este se da comienzo a la fiesta del ftir.

Este mes preside siempre al aid al- adha o fiesta de sacrificio, que se realiza dos meses después.

Los musulmanes creen que durante este mes, Alá reveló los primeros versos del Corán, alrededor del año 610 d.C.
Según las enseñanzas islámicas Mahoma se habría retirado al desierto, cerca de la Meca, mientras pensaba acerca de su fe. Una noche una voz lo llamó desde el noveno cielo: era el ángel Gabriel, quién le dijo que él había sido elegido para recibir la palabra de Dios.

En los días siguientes, Mahoma se descubrió a sí mismo hablando sobre los versos que debían ser transcriptos en el Corán.

“Es el mes de ramadán, en que fue revelado el Corán como dirección para los hombres y como pruebas claras de la dirección y del criterio. Y quién de vosotros esté presente ese mes, que ayune en él, y quien esté enfermo o de viaje, un número igual de días. Alá quiere hacéroslo fácil y no difícil. ¡Completad el número señalado de días y ensalzad a Alá por haberos dirigido! Quizás así seáis agradecidos.” (sura 2.185)

Primero el ayuno fue prescrito solo por diez días en preparación a la “noche del poder” o “lailat al- qadr” (ésta fue la noche en la que Mahoma afirma que recibió el Corán), luego se extendió a todo el mes.

Ésta noche es especialmente sagrada para el musulmán. Solo fue descubierto el verdadero día a Mahoma y sus compañeros, pero la tradición coloca este día entre el 27 o el 29 del mes de Ramadán.

“Lo hemos revelado en la noche del destino. Y ¿Cómo sabrás qué es la noche del destino? La noche del Destino vale más de mil meses. Los ángeles y el espíritu y descienden en ella, con permiso de su Señor, para fijarlo todo. ¡Es una noche de paz, hasta el rayar del día!” (Sura 97.1-5)

El gobierno de Pakistán fue quien formó un comité especial para determinar el día en el que comienza y termina este mes.
El problema que se presentaba siempre era que debía comenzar el 29 del mes de Sha’ban, pero solo si el cielo estaba claro y podía ser vista la luna. Tenía que haber alguna forma que uniese a todos los que realizaban el ayuno en los distintos países

Todo este mes lo consideran sagrado, pero en especial los siguientes días: el día 6, nacimiento de Husain, el día 10 la muerte de Khadija, el día 17 la batalla de Badr, el día 19 la ocupación de la Meca, el 21 la muerte de Ali y el 27 la noche del poder.

 

TIPOS DE AYUNO

Hay diversos tipos de ayuno. En realidad la palabra ayuno significa abstenerse de ciertos alimentos o bebidas. Si se privan en el día de esto, pero cuando es licito se cometen excesos en el comer, no hay verdadera abstención.

a-) Obligatorios (Ramadán) o voluntarios (Ashura)

b-) Penitenciales (Ramadán), expiatorios ( por ejemplo por la caza de algún animal durante la gran peregrinación que se realiza en la Kaaba“…no matéis la caza si estáis sacralizados… ofrecerá una res de su rebaño, equivalente a la caza que mató…o bien expiará dando de comer a los pobres o ayunando algo equivalente, para que guste la gravedad de su conducta”(sura 5. 95) o para sustituirlo por alguna otra obligación (por ejemplo si no tiene una animal para ofrecer durante la gran peregrinación puede ayunar)

c-) Legítimos (Ramadán)

d-) Válidos (solo para aquellos que están física y mentalmente sanos).

e-) Inválidos (personas que no están bien física y mentalmente sanos, por intoxicación, por menstruación o hemorragias después del parto).

Están obligados a ayunar por lo tanto todos los hombres y mujeres (inclusive los niños a partir de los 12 años) de acuerdo a lo recién enumerado.

Para aquellos que se encuentran impedidos para realizar el ayuno de Ramadán, por un cierto tiempo, como puede ser el caso de una persona que está enferma y debe tomar medicinas, deberá hacer el ayuno apenas le sea posible, la misma cantidad de días que no lo hizo.

En algunos casos, prefieren no tomar las medicinas, para no tener que hacer el ayuno solos, ya que de esta forma se hace más difícil poder cumplirlo. Pero esto puede hacerse siempre y cuando no perjudique más la salud.

Existen cuatro escuelas distintas sobre el modo en cómo debe guardarse el ayuno, pero en general coinciden en los siguientes puntos:

* Debe hacerse primero el propósito o intención para realizar el ayuno y después cumplirlo.
* La intención será siempre para purificar el cuerpo y el alma, por eso deben abstenerse de las relaciones sexuales, de insultar, calumniar, murmurar, defraudar y lucrar ilícitamente.
* Deberán abstenerse de aquellas cosas que cortan el ayuno, llamadas » muftirat» (alimentos y bebidas, fumar cigarrillos, el oler perfumes, el provocarse el vomito sin autorización del medico, entre otras).
*Deberán abstenerse de estas » muftirat» desde la primera luz del alba hasta un poco después del ocaso.

 

REGLAS QUE REGULAN EL AYUNO DE RAMADÁN

a-Con respecto al tiempo.

– Quien se durmió antes del alba sin intención de realizar el ayuno, si se levanta antes del mediodía y pone la intención de ayunar, su ayuno es correcto. Pero si se levanta después del mediodía no puede hacer la intención de ayuno obligatorio.

– Si una persona hace la intención de ayunar antes de la llamada de la oración del alba, luego se duerme y se levanta después del ocaso, su ayuno es correcto.

– Si en el mes de Ramadán un no-musulmán acepta el Islam debe hacer el ayuno a partir del día siguiente, pero si la conversión tiene lugar antes o después del mediodía no debe ayunar este día ni tampoco compensarlo.

-Si un enfermo se curara antes del mediodía de un día del mes de Ramadán y desde el alba no hizo nada que anulara el ayuno, debe hacer la intención (de ayunar) y cumplir el resto del día. Pero si se curara después del mediodía el ayuno de ese día no es obligatorio para él.

-Si una persona tiene duda sobre si cierto día es el último del mes de Sha’ban o el primero del mes de Ramadán no es obligatorio que ayune. Pero si quiere hacerlo no puede hacer la intención de ayuno de Ramadán (es decir: no debe ayunar con intención de ayuno obligatorio pues no sabe si realmente está en el primer día de Ramadán); pero si ayunó con intención de ayuno de compensación y después se entera de que efectivamente era el primer día de Ramadán, ese día le cuenta como ayuno de Ramadán (no debe compensarlo aunque no lo ayunó con intención de Ramadán).

b-con respecto a las comidas o bebidas.

-Si el ayunante durante la comida se diera cuenta de que llegó el alba, deberá sacar la comida de la boca y su ayuno quedará anulado si intencionalmente tragase esa comida.

-Según la precaución obligatoria el ayunante no deberá aplicarse inyecciones alimenticias (Ej.: de vitaminas, suero, etc.), pero no habrá inconvenientes en el uso de anestesia o de inyecciones medicinales.

-El ayuno no quedará anulado si traga saliva, aunque ésta se acumule por pensar en algo apetitoso.

-Si el ayunante tuviera tanta sed que tuviera temor de morirse, podrá tomar la cantidad necesaria de agua para salvar su vida, pero su ayuno quedará anulado. Además si estuviese en el mes de Ramadán por el resto del día deberá abstenerse de realizar otras cosas de las que anulan el ayuno.

-Masticar y probar el gusto de la comida para los niños si no llega (el alimento) a la garganta no anulará el ayuno, aunque esto último ocurra por accidente. Pero quedará anulado (el ayuno) si el ayunante sabía que esta comida podía llegar a la garganta y ser tragada (y no obstante lo hace), debiendo en este caso hacer la compensación (qadá) y además deberá cumplir con la reparación expiatoria (kaffarah).

 

FINAL DEL MES DE RAMADÁN

Se celebra el final del mes del ayuno el primer día del Décimo Mes, posterior al del Ramadán. Tradicionalmente, el 29 del Ramadán después de la puesta del sol la gente sale fuera para ver el nuevo cuarto creciente lunar en el horizonte occidental donde se pone el sol. Si se avista el cuarto creciente, se declaran el final del Ramadán y el Final del Ayuno. Si no se avista el cuarto creciente, se amplía el Ramadán en un día.

Este día la gente se levanta muy temprano y después de haberse duchado, perfumado y vistiendo preferiblemente ropas nuevas, se dirigen a la mezquita o hacia el lugar donde se congregan todos, diciendo “Dios es Grande, no hay más Dios que Dios, y sólo Dios merece toda alabanza”. Los musulmanes pronuncian estas frases en las casas, en las calles y en el sitio de congregación mientras se espera al imán. Era costumbre de Mahoma reunir a la congregación para la oración del Final del Ayuno a cielo descubierto.

El imán dirige las oraciones y pronuncia un sermón, al final de este, la oración que continúa se denomina «munajat», la oración de los fieles en la cual se suplica por la remisión de los pecados, por la salud, por una buena cosecha, por la prosperidad de todos los musulmanes, etc. Luego diciendo «aid Mubarak» se saludan, se abrazan y se felicitan los unos a los otros por haber hecho felizmente el Ramadán, y se pide a Dios que acepte los esfuerzos realizados en obediencia a Él.

Durante el día, la gente se visita y los niños reciben regalos. Esencialmente, el Final del Ayuno es un día para dar gracias a Dios y también para reunirse los familiares y los amigos, este clima de fiesta dura tres días.

Justamente por ser considerado para los musulmanes una gran fiesta debería haber alegría principalmente interior que se trasmita a lo exterior, no basta con reunirse familiares y amigos a saludarse si uno no está verdaderamente alegre, convencido de que lo hecho en el mes de Ramadán es tenido en cuenta por Dios.

Por ser algo principalmente interior, esa alegría, no debería perderse aun cuando por ejemplo la situación económica no sea favorable. Sin embargo en varias oportunidades, al preguntar nosotras a musulmanes como habían pasado las fiestas, la respuesta era casi siempre la misma: ¿puede haber fiesta cuando no hay trabajo, cuando la situación política esta mal, cuando uno tiene muchos problemas?

Como ya citado en la introducción….El mes de Ramadán (ayuda a tener) paciencia frente a las adversidades y pruebas que puede deparar la vida”. Esto muestra una vez más una contradicción, porque si ayuda a tener paciencia ante los problemas, ¿cómo no se puede entonces estar alegres en medio de las dificultades?

 

LA LIMOSNA DEL FINAL DE RAMADÁN

Zaqat habitualmente se traduce como limosna: esta tiene que ser al menos practicada dos veces en el año; al final del Ramadán, es obligatoria hacerlo.
Según una tradición, la cantidad que hay que dar de alimentos era medido por «un saa» (la medida de cuatro manos llenas).

Así cualquier musulmán entregará por él y su familia, cuatro saa de alimentos (equivalentes a 2 kilos y medio) por personas que haya en la casa. Deberá hacerlo, siempre y cuando el que ofrece tenga para dejar en su casa. Se recomienda entregar alimentos que puedan almacenarse o dar directamente la suma del dinero que en algunos países esta fijado previamente.

Ellos consideran este acto como un derecho que tienen los pobres y que los ayuda a purificar cualquier falta cometida durante el ayuno.
Quien realice esto antes del aid se lo acepta como el zakat, pero quien lo da después es considerado como cualquier otra limosna, por eso es muy importante que sea entregado y distribuido antes de aid al fitr.

Por esta limosna se unen todos dejando de lado las diferencias de clases sociales ya que tanto pobres como ricos podrán festejar.

Para los cristianos la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna, es también una práctica de justicia que agrada a Dios (Cat. I. Cat. 2447) pero esta ha de ser realizada teniendo en cuenta que no se debe dar para ser visto, u honrarse por haberlo hecho. “Cuidad de no practicar vuestra justicia, delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial…tú en cambio cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedara en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto te dará su recompensa” (Mt6.1,3-4).

 

ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DEL MES DE RAMADÁN

Durante este mes en los momentos que están permitidos los alimentos y las bebidas, se prefiere para romper el ayuno aquellos alimentos que dan rápidamente energías, como por ejemplo los dátiles y las bebidas dulces. Siguiendo una cantidad indescriptible de variedad de platos.

Es llamado mes del Corán porque durante las oraciones de todo el mes se recita el Corán entero, generalmente por aquel que dirige la oración, y si este no se encuentra lo hace quien este capacitado.

Hay quienes también se retiran todo el mes a la mezquita para recitar y estudiar el Corán, repitiendo frases de alabanzas y gloria a Dios. Como no se permite salir de la mezquita la comida se la llevan sus familiares.

La mayoría de los restaurantes permanecen cerrados durante el día, y los que tienen abierto deben tapar la vidriera para que no se vea hacia adentro. Está terminantemente prohibido comer en la calle o en algún lugar público a la vista de aquellos que están realizando el ayuno. En los países islámicos esta regla corre para todos, aun para los que no son musulmanes.

Durante el día se puede ver a la gente comprando alimentos en mucha cantidad. Un rato antes de que suene la sirena que avisa que les es permitido comer, ya no queda nadie en las calles.

En algunos países de régimen más fundamentalistas se cambian los horarios de trabajo y de las escuelas para que el ayuno se realice más fácilmente.

Es durante todo este mes que se registran más cantidad de enfermedades del sistema digestivo por el gran desorden que hacen cuando cortan el ayuno.
Es de destacar también que durante este tiempo se encuentran más nerviosos y más propensos a las peleas, especialmente de la mitad del mes en adelante.

Ellos consideran este tiempo como el más favorable para alcanzar el perdón y la misericordia de Dios, por tanto aquel que se arrepienta de verdad, quedará libre de todo pecado. El mejor momento para pedir perdón es durante las primeras horas de la mañana antes de que salga el sol.

Pero algunos afirman que este ayuno no es para que el alma se aflija de sus pecados. ¿Cómo quedar libre entonces de todo pecado, renunciar a las malas obras y tener verdadero arrepentimiento si el ayuno no es medio para esto?

A diferencia del Ramadán, la cuaresma (o el adviento) es verdaderamente un tiempo de conversión a Dios, de ruptura con el pecado, de aversión al mal, con repugnancia hacia las malas acciones cometidas y al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de la gracia. El ayuno, la oración o la limosna, son medios para acercarnos a Dios. Se pide a Dios que nos cambie, ya que nosotros somos débiles y pecadores.

Por último, no se puede poner en el mismo nivel, el final del ayuno de Ramadán y el final del ayuno de la cuaresma, porque luego de ésta se celebra el gran triunfo de la vida sobre la muerte, la Resurrección de Nuestro señor Jesucristo, por ello “la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la “Fiesta entre las fiestas”, “Solemnidad de las Solemnidades” (Cat. I. Cat. 1169) y ¿puede haber motivo de más alegría que saberse poseedores de la vida eterna por los méritos de Jesucristo?

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