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En Brasil beatifican a Nhá Chica, la primera negra hija de esclavos de Brasil [13-05-05]

La llaman “Madre de los Pobres”.
La hija de esclavos Francisca da Paula de Jesús será convertida este domingo en la primera beata negra, pobre, analfabeta y lega de Brasil, en una ceremonia que puede atraer a unos 60.000 católicos a la pequeña ciudad de Baependi, en donde la popularmente conocida como «Nhá Chica» es venerada.

 

nha-chica

 

La celebración en la pequeña ciudad del estado de Minas Geráis estará encabezada por el Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, cardenal Angelo Amato, en representación del papa Francisco.

A la ceremonia también asistirá el presidente del episcopado brasileño, cardenal Raymundo Damasceno, así como obispos y religiosos de varias diócesis de Minas Gerais, estado del sudeste brasileño en que queda Baependi.

Brasil, el país con mayor número de católicos del mundo, cuenta con dos santos, uno de los cuales nació en Italia, así como con una treintena de beatos, lista a la que se suma ahora una mujer a la que los habitantes de Minas Gerais le rinden culto como «madre de los pobres» y que durante parte del siglo XIX llegó a ser considerada santa aún en vida.

El proceso para reconocer los milagros que se le atribuyen a Nhá Chica se inició en 1989, casi 100 años después de su muerte, y su beatificación fue determinada en junio del año pasado por el entonces papa Benedicto XVI.

La futura beata nació en 1808 en la ciudad de Sao Joao del Rei, también en Minas Gerais, en una familia de esclavos y quedó huérfana a los 10 años.

Pese a haber heredado la fortuna de un hermano que enriqueció, Nhá Chica renunció a las riquezas y distribuyó los bienes entre los pobres y los dedicó a la construcción de una capilla dedicada a la Inmaculada Concepción, en donde hoy se ubica su santuario.

Aunque no ingresó a un convento ni se vinculó a alguna orden religiosa, la futura beata optó por nunca casarse y por dedicar la vida a la caridad y la oración, hasta su muerte el 14 de junio de 1885.

En 1991 el papa Juan Pablo II le concedió el título de «Sierva de Dios» y en 2007 la Congregación para la Causa de los Santos comenzó a analizar uno de los milagros que su miles de fieles le atribuyen, el de la cura de una profesora de la ciudad de Caxambú que sufría de una cardiopatía congénita y que fue declarada sana en 1996 sin necesidad de intervención quirúrgica y sin explicación científica.

Entre los devotos de Nhá Chica destaca el escritor Paulo Coelho, el autor brasileño más publicado en todo el mundo.

Según previsiones de las autoridades brasileñas, Baependi, una ciudad de 18.000 habitantes y ya engalanada con los colores blanco y amarillo de la bandera del Vaticano, recibirá este final de semana a cerca de 40.000 visitantes para la ceremonia de beatificación.

El sábado se realizó una celebración eucarística en la mañana en la iglesia matriz y la eucaristía solemne de beatificación en la tarde en un local abierto al público próximo al portal de la ciudad.

Para el domingo está prevista otra celebración eucarística en la iglesia matriz, una misa de acción de gracias en el mismo local de la beatificación y una procesión hasta el santuario de la Inmaculada Concepción.

Fuentes: Valores Religiosos, Signos de estos Tiempos

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El Vaticano aprueba nuevos milagros, uno de la Reina María Cristina de Saboya [13-05-04]

Nuevas virtudes heroicas y beatificaciones.
Como algunas beatificaciones, la de María Cristina de Saboya estaba trancada por razones políticas, aunque algunos medios católicos creen que no es políticamente usar el término trancado. Pedro el Papa Francisco parece dispuesto a destrabar temas políticos.

 

maria cristina de saboya

 

En la tarde del jueves 2 de mayo de 2013, el santo padre Francisco recibió en audiencia privada al cardenal Angelo Amato SDB, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Durante la audiencia el sumo pontífice ha autorizado a la Congregación promulgar los siguientes decretos:

– el milagro atribuido a la intercesión de la venerable sierva de Dios María Cristina de Saboya, reina de las dos Sicilias; nacida el 14 de noviembre de 1812 en Cagliari (Italia) y fallecida el 31 de enero de 1836 en Nápoles (Italia).

– el milagro, atribuido a la intercesión de la venerable sierva de Dios María Bolognesi, laica; nacida el 21 de octubre de 1924 en Bosaro (Italia) y fallecida el 30 de junio de 1980 en Rovigo (Italia).

– las virtudes heroicas del siervo de Dios Joaquim Rosselló i Ferrà, sacerdote fundador de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María, nacido el 28 de junio de 1833 en Palma de Mallorca (España) y fallecido el 20 de diciembre de 1909.

– las virtudes heroicas de la sierva de Dios María Teresa de San José (en el siglo: Giovanna Kieroci?ska), fundadora de la Congregación de las Hermanas Carmelitanas del Niño Jesús, nacida el 14 de junio de 1885 en Wielu? (Polonia) y fallecida el 12 de julio de 1946 en Sosnowiec (Polonia).

EL CASO DE MARÍA CRISTINA DE SABOYA

Fiesta el 3 de mayo en Turín y Nápoles por el anuncio de que María Cristina de Saboya (1812-1836), reina de las Dos Sicilias, será beatificada.

Después de que Rolando Rivi (1931-1945), el seminarista asesinado por partisanos comunistas en el Módena, y el destrabe para la posible beatificación del Arzobispo Oscar Romero, esta es otra beatificación del Papa Francisco que muestra el deseo de desbloquear las causas frenadas por problemas y presión política.

Por supuesto, la aprobación de un milagro requiere su tiempo técnico. Pero no se puede ocultar el hecho de que la causa de beatificación de María Cristina se quedó durante décadas por las objeciones de los historiadores, según el cual proclamar beata a la esposa del rey Fernando II de las Dos Sicilias (1810-1859) y la madre de su sucesor, Francisco II (1836-1894) y dos bestias negras de la unificación, hubiera sido un insulto a la retórica de la unificación italiana.

¿Quién fue María Cristina de Saboya? Ella era la hija del rey Víctor Manuel I de Cerdeña (1759-1824), un firme opositor de la Revolución francesa y el liberalismo, y de la archiduquesa María Teresa de Asburgo (1773 – 1832), quien compartió las ideas contrarrevolucionarias de su esposo y pasará a la historia del reino de Cerdeña como una de las reinas más enérgicas.

Maria Cristina, la hija menor, nacida el 14 de noviembre 1812 en Cagliari, donde el soberano había huido para escapar la invasión francesa, era la favorito de su madre.

Muy religiosa cuando era niña, quería ser monja. Pero el rey Carlo Alberto (1798-1849) tenía otros proyectos. Quería dársela en matrimonio al rey de Nápoles, Fernando II de Borbón, en el contexto de los planes para la unificación pacífica y Federal de Italia en la que los historiadores aún se interrogan.

Las tres hermanas mayores de Maria Cristina se casaron respectivamente con el duque de Módena, el emperador de Austria y el duque de Parma. María Cristina lloraba mucho – al parecer incluso en su día de bodas, 21 de noviembre 1832 en Génova -, pero se inclinó por la razón de Estado.

Contrariamente a lo que se lee a menudo, incluso en enciclopedias populares como Wikipedia , los historiadores que han estudiado a fondo a Maria Cristina llegaron a la conclusión de que con Fernando II tuvo un matrimonio feliz.
Ciertamente, los dos cónyuges eran diferentes. Muy napolitano, juguetón, exuberante Fernando II, y muy piamontesa, reservada, tímida Maria Cristina. Pero el rey no era insensible a la belleza de su mujer, muy admirada por las damas de la corte, que lo fue conquistando por su gran bondad y caridad, que, entre otras cosas, mientras la reina estuvo viva, perdonaba a todos los condenados a muerte del reino.

María Cristina había heredado de sus padres, opiniones políticas muy firmes, aunque atemperada por su bondad innata. Él no dudó en criticar la política de los Saboya, y se opuso firmemente a las ideas liberales. La idea de que estaba en manos del clero y de los jesuitas, y que manifestaba exceso de pudor y moralismo, fue deriva en gran parte por una leyenda negra difundida por los autores de la unificación, que desgraciadamente se repite hoy.

Al igual que muchas mujeres – y muchas reinas – de la época, murió en las secuelas del parto después de dar a luz al último rey de Nápoles, Francisco II. Era el 31 de enero 1836 y la Reina tenía sólo cuarenta y tres años.

Había, además, predicho su muerte. Fue enterrada en Santa Clara, en Nápoles, y la devoción popular nunca olvidó la «pequeña reina santa», a quien pronto se empezó a atribuir milagros también. Ahora, su santidad comienza a ser reconocida por la Iglesia Universal.

Fuentes: La Nouva Bussola Quotidiana, Signos de estos Tiempos

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Revelados dos Milagros contemporáneas de monjas, estudiados por el Vaticano [2013-04-19]

Milagro de la “madre espiritual” de la Renovación Carismática Católica.
El Vaticano declara el milagro de la curación de un chico de Colorado Springs después de las oraciones a monja alemana Madre Teresa Bonzel. Y estudia el milagro para la canonización de la Madre Elena Guerra, que le insistió a León XIII para que amase y conociese al Espíritu Santo.

 

 

Las dos fundadoras de órdenes tenían sus seguidores que ante enfermedades de personas amigas recurrieron a su intercesión para que sanaran a dos enfermos, y ambas lo hicieron.

Y es especialmente interesante la vida de una de estas monjas, la madre Elena Guerra, porque intercedió ante el papa León XIII por la devoción al Espíritu Santo, y en la noche del fin del siglo XIX, él cantó el Veni Spiritus Creator.

LA BEATIFICACIÓN DE LA MADRE TERESA BONZEL

Una monja alemana que vivió hace 100 años podría ser nombrado santa porque el Vaticano cree que un niño de Colorado Springs experimentó un milagro en 1999.

Madre Teresa Bonzel, que fundó las Hermanas de San Francisco de la Perpetua Adoración en Olpe, Alemania, en 1863, está programada para ser beatificada en noviembre. Dos milagros son necesarios para la canonización o santificación.

Dos monjas de Colorado Spring oraron a Bonzel en nombre de Lucas Burgie de cuatro años de edad, y. los acontecimientos que siguieron – en los próximos 14 años – han sido minuciosamente analizados e investigados por funcionarios de la iglesia y los médicos.

Justo antes de la Pascua, el Papa Francisco afirmó que Theresa Bonzel fue responsable por el milagro necesario para su beatificación.

Luke, ahora de 18 años, no recuerda haber estado enfermo y no se acuerda de mejorar de repente. No le gusta hablar de nada de eso, dijo su madre. Pero él ha sido consciente de sí mismo sobre el evento a lo largo de su vida.

«No le gustaba ser señalado como el niño milagro», dijo Jan Burgie

COMO SUCEDIÓ EL MILAGRO DE BONZEL

En 1998, Lucas acababa de terminar un día de preescolar cuando cayó enfermo con una grave afección gastrointestinal que sus médicos no podían diagnosticar o incluso aliviar.

Sufrió durante seis meses. Experimentaba episodios violentos de diarrea entre ocho y 10 veces al día, dijo Jan Burgie.

Luke no podía ir a la escuela. Dejó de crecer, dijo su madre. Y los médicos estaban como perdidos. Comenzaron a sospechar de un tumor en el colon.

Pero la prueba nunca se realizó debido a que la enfermedad desapareció repentinamente el 22 de febrero de 1999, justo cuando dos miembros de la orden de Bonzel terminaron de rezar una novena. La hermana Margaret Mary Preister y la fallecida hermana Evangeline Spenner acababan de recitar una las oraciones durante nueve días seguidos pidiendo a la Madre Bonzel, que murió en 1905, que intercediera por Lucas.

LA INVESTIGACIÓN

Los médicos no podían explicar la recuperación repentina de Lucas, y la maquinaria del Vaticano para investigar los supuestos milagros empezó a funcionar.

«Estábamos a una familia normal – no ultra-santa», dijo Burgie, que es profesora de yoga. Su esposo, Mike, es un ingeniero mecánico.

La familia también fue investigada, ya que los funcionarios del Vaticano y el personal médico trataron de determinar si los padres habían dado a su hijo algo, como laxantes, para que estuviera tan mal durante tanto tiempo.

«Querían asegurarse de que no estábamos locos», dijo Burgie. «No me importa.»

«Creo que lo que sorprendería a la gente fuera de la iglesia es cómo los investigadores son muy dudosas», dijo el periodista Bill Briggs. «Para examinar estas alegaciones, se ven a cientos, si no miles, de las historias clínicas y otras piezas de evidencia. Es lo más alejado de un sello de goma».

LA ORDEN DE BONZEL EN COLORADO SPRING

Los miembros de la orden de Bonzel llegaron llegaron por primera vez a Colorado en 1932. El número de hermanas es alrededor de 30 en Colorado Springs. Muchas son hermanas mayores y jubiladas, y otras, también personas mayores, que manejan un hogar de ancianos, un centro de retiro y un centro de asesoramiento.

Ellas saben todo acerca de la familia Burgie. Lucas, que ha sido saludable la mayor parte de su vida, luchó en la escuela secundaria y es un ávido corredor de BMX que trabaja en una tienda de bicicletas. Tiene un segundo empleo en un restaurante de comida rápida porque está ahorrando dinero para comprar un coche, dijo su madre. Él está temporalmente posponer la universidad.

La hermana Evangeline Spenner, que había pedido tanto por Lucas, falleció hace unos años, pero la familia ha mantenido estrechos vínculos con las Hermanas Margaret Mary y Clarice.

La amistad comenzó cuando la hermana de Luke, Jill, a los 8 años, tuvo lo que su madre describe como un despertar espiritual. Jill se había vuelto muy cercana a la hermana Evangeline. Las hermanas pronto se dieron cuenta de las dificultades terribles de Luke.

Después de la cura de Lucas, las hermanas fueron las abuelas sustitutas para los niños Burgie.

Jill, ahora tiene 23 años, y su hermano Tim, 21 años, no son católicos practicantes en la actualidad, dijo Burgie.

«Dios le da tiempo para buscar», dijo.

MILAGRO PARA LA CANONIZACIÓN DE LA BEATA ELENA GUERRA

La beata Elena Guerra fue beatificada en 1959 por Juan XXIII, que la admiraba por su devoción al Espíritu Santo y en la que se inspiró para escribir su oración al Espíritu Santo en la convocatoria del Concilio Vaticano II:

«dígnese el Divino Espíritu escuchar de la forma más consoladora la plegaria que asciende a Él… renueva en nuestro tiempo los prodigios como en un nuevo pentecostés«.

Ahora, un milagro que está estudiando la diócesis brasileña de Uberlandia podría llevar a la canonización de esta religiosa italiana, cuando en 2014 se cumple el centenario de su fallecimiento.

Y no sería de interés sólo para las Oblatas del Espíritu Santo, que ella fundó, sino para los 40 o 60 millones de católicos de la Renovación Carismática Católica (depende de cómo se cuenten), donde se la considera como una especie de «abuela fundadora» y una conexión con Roma que «equilibra teológicamente» el origen sociológico de la Renovación en ambientes protestantes en los años 60.

COMO SUCEDIÓ EL MILAGRO

Los hechos sucedieron en 2010 en la ciudad de Uberlandia, Brasil: un auxiliar de enfermería llamado Paulo Gontijo cayó desde una altura de 6 metros y fue hospitalizado con traumatismo cráneoencefálico, en coma. 

Su párroco, William García, de la parroquia de Santa Mónica, acudió y le impartió la extrema unción mientras estaba en coma. Dos días después, los médicos declaraban que Pablo estaba con muerte cerebral.

Pero la hermana del enfermero no se rindió. Muy devota de la beata Elena Guerra, ella puso a orar a la familia y a los parroquianos, con el padre William incluido, invocando la intercesión de la beata. Y Pablo Gontijo se recuperó milagrosamente, para asombro de los médicos.

No sucedió en un lugar confuso ni primitivo, sino en un hospital urbano del año 2010, rodeado de médicos.

La diócesis está analizando el suceso a tres niveles: médico, teológico y jurídico. Reunidos todos los documentos con gran rigor, se enviarán a Roma para la siguiente fase del proceso. Si la Congregación de Causa de los Santos y el Papa lo aprobaran, Elena Guerra sería santa.

QUIEN ES LA HERMANA ELENA GUERRA

Elena Guerra nació en Lucca, Italia, en 1835 y desde su confirmación, cuando tenía 10 años de edad, fue muy sensible a la presencia del Espíritu Santo y propagadora de su devoción en una época en que era «el gran desconocido» de la espiritualidad católica.

En 1872, después de una enfermedad, que la retuvo en casa durante años, y de una peregrinación a Roma, fundó la «Congregación de Santa Zita», para la formación de niñas y jóvenes. La alumna más famosa que tuvo fue la jovencísima Gema Galgani, que sería después Santa Gema, apóstol de la pureza y el perdón.

También fundó las Oblatas del Espíritu Santo y se volcó en la «buena prensa», y en escribir folletos y hojas sueltas, casi siempre dirigidas a la mujer en distintos estadios de vida.

SU RELACIÓN CON LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA

Viene por su devoción al Espíritu Santo.

Entre 1895 y 1903, Elena Guerra escribió 12 cartas al Papa León XIII pidiéndole una predicación renovada sobre el Espíritu Santo. El Papa accedió y en Provida Matris Caritate pedía a la Iglesia una novena solemne al Espíritu Santo entre Ascensión y Pentecostés. Elena organizó entonces grupos de oración que llamaba «Cenáculos permanentes» para pedir la venida del Espíritu. Pero la devoción al Espíritu no acababa de resonar en la población.

Entonces el 31 de diciembre de 1900, León XIII organizó una velada de oración en San Pedro y a las doce de la noche el Papa entonó ante todos el himno Veni Creator Spiritus.

Esa misma noche, en Topeka, Kansas, un misionero metodista y un grupo de jóvenes que estudiaban la Biblia se planteaban un interrogante. En los 5 momentos que en Hechos de los Apóstoles se habla de «bautismo en el Espíritu Santo» se habla también de «oración en lenguas».

El misionero dijo a sus alumnos:

«me pregunto qué pasaría si mañana orásemos para recibir el Espíritu Santo tal como describe la Biblia, con ese hablar en lenguas».

Pasó esa noche, y llegó el 1 de enero, y rezaron todo el día. Pero no sucedía nada.

Una joven llamada Agnes Oznam recordó que en esos pasajes de Hechos (Samaría, Damasco, Éfeso) se hablaba de un gesto: la imposición de manos.

«Pastor, ¿oraría usted por mí con ese gesto de la imposición de manos, para que reciba el Bautismo en el Espíritu, le pidió.

Él lo hizo y Oznam escribiría después su experiencia así:

 «como si un fuego ardiese en toda mi persona, palabras extrañas de una lengua que jamás había estudiado me venían espontáneamente a los labios y me llenaba el alma de alegría indescriptible, como si brotasen ríos de agua viva de lo más profundo de mi ser».

Ese fue el origen moderno (o recuperado) de la práctica que suma la imposición de manos, la oración en lenguas y la efusión del Espíritu, común hoy a unos 400 millones de cristianos, entre pentecostales y carismáticos católicos o protestantes.

ORACIÓN DE LA BEATA ELENA GUERRA

Benignísimo Jesús,
mandadnos vuestro Espíritu con su Luz,
para que seáis mejor conocido.
Mandádnoslo con su Fuego,
para que seáis más amado.
Mandádnoslo con sus Dones
para que seáis verdaderamente imitado.
Amén.

Fuentes: Denver Post, Religión en Libertad, Signos de estos Tiempos 

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Quien fue Santa Hildegarda de Bingen

El contenido de este artículo se ha subsumido en este otro:

Las Profecías de Santa Hildegarda de Bingen para Nuestro Tiempo – Hablan de la gran persecución de la Iglesia y del Anticristo…

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Juan Pablo II decía de sí mismo «Soy un biedaczek, un pobre tipo» y fue beatificado [2011-05-01]

En los últimos años, decía de sí mismo en lengua polaca: «Soy un biedaczek, un pobre tipo». Un pobre viejo enfermo y extenuado. Él, que era tan atlético, se había convertido en el hombre de los dolores. Sin embargo, precisamente en ese momento su santidad comenzó a brillar, dentro y fuera de la Iglesia.

Antes no, Karol Wojtyla fue admirado más como héroe que como santo. Su santidad comenzó a conquistar las mentes y los corazones de tantos hombres y mujeres de todo el mundo, cuando él entendió lo que Jesús había profetizado para la vejez del apóstol Pedro: «En verdad te digo: cuando eras joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo extenderás tus manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras».

Al ser ahora proclamado beato, Juan Pablo II revela al mundo la verdad de la frase de Jesús: «Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos».

Él no irradió santidad a la hora de sus triunfos. Los numerosos aplausos que recogió cuando recorría el mundo a ritmos impresionantes eran demasiado interesados y seleccionados para ser sinceros. El Papa que hizo que se derrumbara la cortina de hierro fue una bendición a los ojos de Occidente. Pero cuando se batió en defensa de la vida de cada hombre que nace en esta Tierra, en defensa de la vida más frágil, más pequeña, la vida del recién concebido pero cuyo nombre ya está escrito en el cielo, entonces pocos lo escucharon y muchos sacudieron la cabeza.

La historia de su pontificado ha sido generalmente de luces y sombras, con fuertes contrastes. Pero su perfil dominante, durante muchos años, no ha sido el del santo, sino el del combatiente. Cuando en el año 1981 estuvo al borde la muerte, atacado no se sabe bien todavía por qué, el mundo se inclinó reverente. Observó el minuto de silencio, para retomar inmediatamente después la vieja música, poco amiga.

Muchos desconfiaban de él también dentro de la Iglesia. Para muchos era «el Papa polaco», representante de un cristianismo anticuado, antimoderno, de pueblo. De él no vislumbraban la santidad sino la devoción, que no congeniaba con quien soñaba un catolicismo interior y «adulto», tan amigablemente inmerso en el mundo hasta tornarse invisible y silencioso.

Sin embargo, poco a poco, de la corteza del Papa atleta, héroe, combatiente y devoto comenzó a revelarse también la santidad.

Fue el Jubileo, el Año Santo del 2000, el momento del viraje decisivo. El Papa Wojtyla quiso que fuese un año de arrepentimiento y de perdón. El primer domingo de Cuaresma de ese año, el 12 de marzo, ofició ante los ojos del mundo una liturgia penitencial sin precedentes. Por siete veces, simbolizando los siete vicios capitales, confesó las culpas cometidas por cristianos durante siglos, y por todas ellas pidió perdón a Dios. Exterminio de los herejes, persecuciones contra los judíos, guerras de religión, humillación de las mujeres… El rostro doliente del Papa, ya signado por la enfermedad, era el ícono de ese arrepentimiento. El mundo lo observó con respeto, pero también con desdén. Juan Pablo II se expuso, inerme, a bofetones y a gestos de burla. Se dejó flagelar. Hubo quienes pretendieron que él formulara siempre otros arrepentimientos, también por culpas ajenas. Ante todas estas cosas él se golpeaba el pecho.

Pero es cierto que jamás pidió públicamente perdón por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes sobre niños pequeños. Pero ni siquiera se recuerda que alguien haya saltado alguna vez sobre él en el año 2000 para reprocharle esta omisión. El escándalo no era tal todavía, para los distraídos maestros de opinión de entonces. Hoy sí, los mismos que en ese entonces callaron lo acusan por ese silencio, lo acusan de haberse dejado enredar por ese sacerdote indigno que fue Marcial Maciel. Pero son acusaciones póstumas que destilan hipocresía.

Para comprender qué es lo que había de verdadero en la santidad de ese Papa hubo millones y millones de hombres y mujeres que en la hora de su muerte le han tributado el más grandioso «gracias» colectivo jamás dado a un hombre en el último siglo. Los jefes de Estado y de gobierno de casi doscientos países que llegaron a Roma para sus exequias lo hicieron también porque no pudieron sustraerse a esa oleada de afecto que invadió el mundo.

Pero ese Jubileo suyo del año 2000 Juan Pablo II quiso que fuese también el año de los mártires. Los innumerables mártires, muchos sin nombre, asesinados por odio a la fe en ese «Dominus Iesus» que el Papa quiso reafirmar como único salvador de todos, para los muchísimos que estaban olvidados.

Y el mundo intuyó esto: que en la figura doliente del Papa estaba la bienaventuranza prometida por Dios a los pobres, a los afligidos, a los hambrientos de justicia, a los que obran la paz, a los misericordiosos. El Papa burlado, hostigado, sufriente, el Papa que de a poco perdía el uso de la palabra compartía el destino que Jesús había anunciado a sus discípulos: «Bienaventurados sean cuando los insulten, los persigan y, mintiendo, digan toda clase de maldades contra ustedes por mi causa».

Las bienaventuranzas son la biografía de Jesús y, en consecuencia, de quienes lo siguen con un corazón puro. Son la imagen del mundo nuevo y del hombre nuevo que Jesús ha inaugurado, el desplome de los criterios mundanos.

«Contemplarán al que traspasaron». Al igual que en la cruz, muchos ven hoy en Karol Wojtyla beato un anticipo del paraíso.

[Este comentario ha sido redactado por Sandro Magister para «La Tercera«, el más importante diario de Chile, y fue publicado en el día de la beatificación de Juan Pablo II, el 1 de mayo de 2011].

DE LA HOMILÍA DE LA MISA DE BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II

por Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas. […] éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina  Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. […]

«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia.

La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.

Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro.

María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14). […]

Queridos hermanos y hermanas, […] el nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado».

¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible.

Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es «Redemptor hominis», Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.

Karol Wojtyla subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza».

Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz. […]

¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Amén.

El texto íntegro de la homilía:

«Queridos hermanos y hermanas…»

Fuente: Sandro Magister para chiessa online



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El Rito usado para la beatificación de Juan Pablo II [2011-05-01]

Después del acto penitencial de la misa de beatificación de Juan Pablo II, el cardenal Agostino Vallini, vicario general del Papa para la diócesis de Roma, se acercó a Benedicto XVI junto con el postulador de la causa, monseñor Slawomir Oder, y pidió que se proceda a la beatificación del Siervo de Dios:

Beatissime Pater,
Vicarius Generalis Sanctitatis Vestrae
pro Romana Dioecesi,
humillime a Sanctitate Vestra petit
ut Venerabilem Servum Dei
Ioannem Paulum II, papam,
numero Beatorum adscribere
benignissime digneris.

A continuación leyó una breve biografía del pontífice polaco:

Karol Józef Wojtyla nació en Wadowice (Polonia), el 18 de mayo de 1920, de Karol y Emilia Kaczorowska. Fue bautizado el 20 de junio en la iglesia parroquial de Wadowice.

Segundo de dos hijos, pronto la alegría y la serenidad de su infancia recibieron el duro golpe de la prematura muerte de su madre, fallecida cuando Karol tenía nueve años (1929). Tres años más tarde (1932) moría también su hermano mayor, Edmund, y en 1941, a los 21 años, Karol perdió también a su padre.

Educado en la más sana tradición patriótica y religiosa, aprendió de su padre, un hombre profundamente cristiano, la piedad y el amor al prójimo. que nutría con la oración constante y la práctica de los sacramentos.

Las características de su espiritualidad, a las que permaneció fiel hasta la muerte, fueron su sincera devoción al Espíritu Santo y el amor a la Virgen. Su relación con la Madre de Dios era especialmente profunda y viva, vivida con la ternura de un niño que se abandona en los brazos de la madre y con la virilidad de un caballero, siempre dispuesto a obedecer a las órdenes de su Señora: “Haced todo lo que el Hijo os dirá”. Su confianza total en María, que como obispo expresaría en el lema “Totus Tuus”, revelaba también el secreto de ver el mundo a través de los ojos de la Madre de Dios

La rica personalidad del joven Karol maduró gracias al entrelazamiento de sus dotes intelectuales, espirituales y morales con los acontecimientos de su época, que marcaron la historia de su patria y de Europa.

En los años de la escuela secundaria nació en él la pasión por el teatro y la poesía, que desarrolló a través de la actividad del grupo teatral de la Facultad de Filología de la Universidad Jagellónica, donde se matriculó en el curso académico 1938.

Durante la ocupación nazi de Polonia, mientras estudiaba en la clandestinidad, trabajó durante cuatro años (desde octubre de 1940 hasta agosto de 1944) como obrero en las fábricas de Solvay, viviendo desde dentro los problemas sociales del mundo del trabajo y recogiendo un valioso patrimonio de experiencias que utilizaría en futuro en su magisterio social primero como arzobispo de Cracovia y luego como Sumo Pontífice.

En esos años maduró en él el deseo del sacerdocio, al que se encaminó frecuentando desde octubre de 1942, los cursos clandestinos de teología en el seminario de Cracovia. En el discernimiento de su vocación sacerdotal fue ayudado en gran medida por un laico, Jan Tyranowski, un verdadero apóstol de la juventud. Desde entonces, el joven Karol tuvo la clara percepción de la vocación universal de todos los cristianos a la santidad y del papel insustituible de los laicos en la misión de la Iglesia.

Fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946 y al día siguiente, en la sugestiva atmósfera de la cripta de San Leonardo de la catedral de Wawel, celebró la primera misa.

Enviado a Roma para completar la formación teológica, fue alumno de la Facultad de Teología en el Angelicum, donde se dedicó con empeño a estudiar las fuentes de la sana doctrina y vivió su primer encuentro con la vitalidad y la riqueza de la Iglesia Universal, en la situación privilegiada que le ofrecía la vida fuera de la “cortina de hierro”. A esa época se remonta el encuentro de don Karol con S. Pío de Pietrelcina.

Se graduó con las notas más altas en junio de 1948 y regresó a Cracovia para iniciar la actividad pastoral, como vicario parroquial. Se entregó a su ministerio con entusiasmo y generosidad. Después de obtener la habilitación a la docencia, comenzó a enseñar en la universidad, en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, y después de la abolición de esta, en la del seminario diocesano de Cracovia y la Universidad Católica de Lublin.

Los años transcurridos con los jóvenes estudiantes le permitieron comprender plenamente la inquietud de sus corazones y el joven sacerdote fue para ellos no sólo un profesor, sino un guía espiritual y un amigo.

A la edad de 38 años, fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958, de manos del arzobispo Eugeniusz Baziak, al que sucedió como arzobispo en 1964. Fue creado cardenal por el Papa Pablo VI el 26 de junio de 1967.

Como pastor de la diócesis de Cracovia fue inmediatamente apreciado como hombre de fe robusta y valiente, cercano a la gente y a sus problemas reales.

Interlocutor capaz de escucha y diálogo, sin ceder nunca al compromiso, afirmó frente a todos el primado de Dios y de Cristo como fundamento de un verdadero humanismo y fuente de los derechos inalienables de la persona humana. Amado por sus diocesanos, estimado por sus compañeros obispos compañeros, era temido por quienes lo veían como un adversario.

El 16 de octubre de 1978 fue elegido Obispo de Roma y Romano Pontífice y tomó el nombre de Juan Pablo II. Su corazón de pastor, totalmente entregado a la causa del Reino de Dios, se extendió a todo el mundo. La “caridad de Cristo” le llevó a visitar las parroquias de Roma, a anunciar el Evangelio en todos los ambientes y fue la fuerza impulsora de los innumerables viajes apostólicos en los diversos continentes, llevados a cabo para confirmar en la fe a los hermanos y hermanas en Cristo, consolar a los afligidos y a los pusilánimes, a llevar el mensaje de reconciliación entre las iglesias cristianas, a construir puentes de amistad entre los creyentes del Único Dios y los hombres de buena voluntad.

Su luminoso magisterio no tuvo otro propósito que anunciar siempre y en todo el mundo a Cristo, Único Salvador de la humanidad.

En su extraordinario ardor misionero amó con un amor especialísimo a los jóvenes. Las convocaciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud tenían como objetivo anunciar a las nuevas generaciones a Jesucristo y su Evangelio para que fueran protagonistas de su futuro y cooperar en la construcción de un mundo mejor.

Su solicitud de Pastor universal se manifestó en la convocación de numerosas asambleas del Sínodo de los Obispos, en la erección de diócesis y circunscripciones eclesiásticas, en la promulgación de los códigos de derecho canónico latino y de las Iglesias Orientales y del Catecismo de la Iglesia Católica, en la publicación de cartas encíclicas y exhortaciones apostólicas. Para fomentar en el Pueblo de Dios momentos de vida espiritual más intensa, convocó el Jubileo extraordinario de la Redención, el Año Mariano, el Año de la Eucaristía y el Gran Jubileo del año 2000.

El optimismo arrollador, fundado en la confianza en la Providencia divina, llevó a Juan Pablo II, que había vivido la experiencia trágica de dos dictaduras, sufrido un atentado el 13 de mayo de 1981 y en los últimos años había sido probado físicamente por la enfermedad progresiva, a mirar siempre hacia horizontes de esperanza, invitando a la gente a abatir los muros de las divisiones, a eliminar la resignación para volar hacia metas de renovación espiritual, moral y material.

Concluyó su larga y fecunda existencia terrena en el Palacio Apostólico Vaticano, el sábado, 2 de abril de 2005, víspera del Domingo in Albis, que quiso que se llamara de la Divina Misericordia. El funeral solemne se celebró en esta Plaza de San Pedro el 8 de abril de 2005.

Un testimonio conmovedor del bien que realizó fue la participación de numerosas delegaciones de todo el mundo y de millones de hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que reconocieron en él un signo claro del amor de Dios por la humanidad.

Benedicto XVI leyó entonces la fórmula de beatificación. Al terminar se descubrió el tapiz con el nuevo beato, mientras se cantó el Himno del Beato en latín y se colocaron en el altar las reliquias de Juan Pablo II para la veneración de todos los fieles.

El cardenal Vallini terminó agradeciendo al Papa con estas palabras:

Beatissime Pater,
Vicarius Sanctitatis Vestrae
pro Romana Dioecesi,
gratias ex animo Sanctitati Vestrae agit
quod titulum Beati
hodie
Venerabili Servo Dei
Ioanni Paulo II, papae,
conferre dignatus es.

BEATO JUAN PABLO II

¡Ruega por nosotros! ¡Ruega por la Iglesia! ¡Ruega por el Sucesor de Pedro!

“¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Desde el Palacio nos has bendecido muchas veces en esta Plaza. Hoy te rogamos: Santo Padre, bendícenos. Amén.”

(De la homilía del Papa Benedicto XVI en la ceremonia de beatificación)

Fuente: VIS


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La importancia de la Oración en la vida de Juan Pablo II [2011-05-01]

El Arzobispo de Cracovia (Polonia) y secretario personal de Karol Wojtyla por más de 40 años, Cardenal Stanislaw Dziwisz, señaló que para el Papa Juan Pablo II «rezar era como respirar«.

En un artículo publicado por L’Osservatore Romano en ocasión de su participación en la multitudinaria vigilia que se celebró en vísperas de su beatificación, el Cardenal afirmó que «rezar para Juan Pablo II era respirar. Cuando hablaba luego de Jesucristo, no hacía otra cosa que contar su experiencia. Siempre hubo entonces correspondencia entre lo que decía y lo que vivía. Era siempre auténtico, incluso y sobre todo en la escucha».

Estar con el Papa, dijo, significaba garantizar sus espacios de silencio, especialmente el que dedicaba a Dios: «Dios y punto. Los dos. Juan Pablo II era una enamorado de Dios. Lo buscaba, nunca se cansó de estar con Él. En Dios sabía sumergirse en todo lugar, en toda condición: incluso cuando estudiaba o estaba en medio de la gente, lo hacía con la máxima naturalidad».

Para el Cardenal, si Juan Pablo II «es proclamado beato, es porque ya era santo en vida, lo era también para nosotros que estábamos a su alrededor, yo sabía que era un santo».

«Yo lo sabía desde hace tiempo, desde que estaba en vida e incluso antes de que fuera elegido para el pontificado. Yo lo sabía desde cuando comencé a vivir a su lado. No era un Papa que en lo privado fuese distinto al Papa público. Era siempre él mismo. Siempre como ante Dios».

El Arzobispo se presentó, «con la cabeza gacha y el corazón agradecido», usando una expresión del Pontífice polaco para expreser «el tumulto de sentimientos que están en mi alma al darles mi humilde testimonio en esta ‘noche de fe’ como se le ha llamado».

El Arzobispo reiteró su profunda gratitud por la beatificación del Papa peregrino y recordó el especial amor que le tenía a la Ciudad Eterna a la que bendecía todas las noches desde la ventana de su departamento.

«Su mirada –prosiguió el Cardenal– estaba nutrida por la fe, y la fe era potencia y profundidad de su mirada. En uno de sus últimos días, me acerqué al lecho del Papa, y viéndolo dormido, traté de levantarle con cierta emoción y respeto uno de los párpados: me tocó mucho ver que la mirada era muy vívida. No sólo estaba consciente, sino que estaba perfectamente presente. Era como si él nos velara. Y como si esperase que nosotros y los jóvenes que lo acompañaban desde la Plaza de San Pedro, estuviésemos listos».

Del Papa «brotaba incluso en esa situación algo de su antigua y plácida energía. La energía extraordinaria que había impulsado continuamente ante su mirada, motivándolo a exigirse todo tipo de empresa: ‘¿Y ahora qué debo hacer?’ Era la energía creativa que brotaba de su vida interior».

Finalmente el Cardenal Dziwisz dijo que la disciplina mental de Juan Pablo II «no lo abandonó nunca: hasta el final de todo, hasta la meta. Como un patriarca bíblico nos preparó para el desprendimiento, llevándonos de la mano, concentrado en lo que hacía. Moría como un luchador exhausto pero lúcido: Aquí estoy muerte, me tendrás solo un instante. Voy a mi Casa, con mi Padre y mi Madre, voy allí adonde siempre he querido llegar. Allí donde está la vida verdadera, para siempre, benditos«.

Fuente: EWTN



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