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La Cristiandad, Santo Tomás y la perfección cristiana

Santo Tomás de Aquino, al formular la teología de la perfección, consideró aspectos importantes de la relación entre el cristianismo y el mundo secular. El nacimiento de las Órdenes mendicantes trajo consigo graves disputas teológicas en torno a la pobreza y a los estados de perfección. Y esto dió ocasión a que Santo Tomás (1225-1274) tratara de estos te­mas con particular interés. Es en el siglo XIII, especialmente, cuando se alzan grandiosas las Catedrales y las Sumas teológicas, las mayores maravillas de la Edad Media.

Para lo que a nosotros nos importa aquí, conviene destacar entre sus obras: Contra impugnantes Dei cultum et religionem(contra Gui­llermo de Saint-Amour) (1256);Summa Theologiæ II-II, 179-189 (1261-1264); De perfectione vitæ spiritualis (contra Gerardo de Abbeville) (1269), y Contra pestiferam doctrinam retrahentium homines a religionis ingressu(1270).

Tratado sobre la perfección. Las cuestiones finales de la Summa Theologiæ nos ayudan a or­denar muchas ideas importantes sobre la vida espiritual de religiosos y laicos (II-II, 179-189). Las re­sumo.

–La vida humana se divide en activa y contemplativa, según que la dedicación principal en la persona (179-181). –La vida contemplativa es supe­rior a la activa por razón de su principio, las facultades intelectuales, elevadas por las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo; por suobjeto principal, Dios; y por su fin, que es el bien honesto, más que el bien útil. Es «la mejor parte» de María, siendo buena también la parte de Marta.

La vida contemplativa es de suyo más meritoria que la vida activa, pues se dedica inmediatamente al amor de Dios, aunque a veces la ac­tiva, por distintas causas, puede ser de hecho más meritoria. En un sentido, la acción es obstáculo para la contemplación; pero en otro, la vida activa, dando ocasión al ejercicio de las virtudes, ordena las pasiones del hombre, y de este modo favorece la contemplación. La vida activa es anterior a la contemplativa, en cuanto que dispone a ésta; aunque en otro sentido, la vida contemplativa es anterior a la activa, como la razón es anterior a la voluntad (182).

–Dios providente ha dado a los hombres distintas vocaciones específicas, diversos oficios y estados, y todos son necesarios para el bien común (183).

–La perfección cristiana en sí misma consiste espe­cialmente en la caridad, e integralmente en todas las virtudes bajo el imperio de la caridad. Puede cre­cer indefinida­mente, pues es un amor que crece hacia la totalidad, y consiste esencialmente en los pre­ceptos, aunque instrumentalmente en los consejos, como enseguida veremos. Por tanto, estado de perfección y per­fección personalcristiana no se identifican. El estado de perfección favo­rece la perfección personal. Pero ésta es posible sin aquél. Y también es posible que un cristiano, que vive en estado de perfección –un religioso, por ejemplo–, sea personalmente imperfecto (184-185).

–La profesión religiosa introduce en un verdadero estado de per­fección, que facilita tender a la perfección por los consejos evangélicos: pobreza, celibato y obediencia, obligándose a ellos con voto. En principio, es pecado más grave el de un religioso que el de un seglar (186-187).

–Conviene, para esplendor y utilidad de la Igle­sia, que haya Ordenes diversas, unas más dedicadas a la acción, otras a la contemplación. Puede incluso haber algunas dedicadas a una milicia defensiva, y debe haberlas para la predicación y los sacramentos o para el estudio de la verdad. La mayor o menor excelencia de las Ordenes religiosas, compa­radas entre sí, procede ante todo del fin al que prima­riamente se dedican, y secundariamente de las prácti­cas y observan­cias a que se obligan. Según esto, el grado 1º de perfección corresponde a la vida mixta, pues «contemplar y comunicar a los otros lo contemplado es más que sólo con­templar»; el 2º a la vida contemplativa, y –el 3º a la vida activa (188).

De este armonioso cuadro doctrinal am­pliaré ahora solamente lo que se refiere a preceptos y consejos, pues es aquí donde está en juego el tema central de nuestro estudio: en qué medida y en qué sentido dejar el mundo por los consejos evangélicos es medio necesario para la perfeccióncristiana.

Comienzo por recordar los errores que Santo Tomás hubo de combatir, y que hoy siguen vigentes. Los profesores seculares de París, condu­cidos por Gerardo de Abbeville (+1272), arremetieron contra las Ordenes mendicantes recién naci­das, incurriendo en dos errores fundamentales.

–1º. El menosprecio de los consejos evangéli­cos lleva a pensar que la perfección no está en modo alguno vinculada al estado de perfección. Grande fue, por ejemplo, la santidad de Abraham, y el patriarca tuvo esposa y grandes riquezas (Gerardo de Abbeville, Quodli­beto 14, a.1). Por el contrario, Santo Tomás niega tajantemente que los consejos evan­gélicos sean indiferentes en orden a conse­guir la perfección (STh II-II, 186, 4 ad2m). «Si quieres ser perfecto, déjalo todo y sígueme».

–2º. El menosprecio del estado de los religio­sos es otro error intrínsecamente vinculado al primero.Dicen algunos que la vida religiosa no tiene un origen divino, no existió al comienzo de la Iglesia, sino que procede solamente de sus fundadores concretos. Por el contrario, Santo Tomás enseña con la Iglesia que quienes profesan celibato, pobreza y obediencia «siguen lo instituído por Je­sucristo. Los que siguen a los santos fundadores de órdenes no ponen la atención en ellos, sino en Jesu­cristo, cuyas enseñanzas proclaman» (Contra retrahentium 16).

La doctrina espiritual sobre los preceptos y consejos se desarrolla escasamente en los siglos martiriales, cuando prácticamente todo cristiano, a causa de las persecuciones, se veía obligado a «dejar el mundo» en el que malvivía. Ya lo vimos en su momento (177). Es en el siglo XIII cuando esa doctrina, ya apuntada por los Padres, alcanza en Santo Tomás su enseñanza más perfecta, la misma que hoy da la Iglesia (cfCatecismo, n.1973):

–«De suyo y esencialmente la perfección cristiana consiste en la caridad, considerada en primer término como amor a Dios y en segundo lugar como amor al prójimo; sobre esto se dan los preceptos principales de la ley divina. Y adviértase aquí que el amor a Dios y al prójimo no caen bajo precepto se­gún alguna limitación, como si lo que es más que eso ca­yera bajo consejo. La forma misma del precepto expresa claramente la perfección, pues dice “amarás a tu Dios con todo tu corazón”, y todo y perfecto se iden­tifican; y «amarás a tu prójimo como a ti mismo», y cada uno se ama a sí mismo con todas sus fuerzas. Y esto es así porque “el fin del precepto es la caridad” (1Tim 1,5); ahora bien, para el fin no se señala medida, sino sólo para los medios : así el médico, por ejemplo, no mide la salud [el fin], sino la medi­cina o la dieta [los medios] que han de usarse para sanar. Por tanto, es evidente que la perfec­ción consiste esencialmente en la observancia de los mandamientos».

–«Secundaria e instrumentalmente la perfección consiste en el cumplimiento de los con­sejos, todos los cuales, como los pre­ceptos, se ordenan a la caridad, pero de ma­nera dis­tinta. En efecto, los preceptos se or­denan a quitar lo que es contrario a la cari­dad, es decir, aquello con lo que la caridad es incompatible [por ejemplo, “no mata­rás”]. Los consejos [por ejemplo, celibato, pobreza], en cambio, se ordenan a quitar los obstáculos que dificul­tan los actos de la ca­ridad (ad removendum impedimenta actus caritatis), pero que, sin em­bargo, no la contrarían, como el matrimonio, la ocupa­ción en negocios seculares, etc.» (STh II-II, 184,3).

Según esto, lo que determina la perfección cristiana no es el dejarlo todo (renuncia-con­sejos), sino el seguir a Cristo (amor-preceptos). Pero los consejos, instrumentalmente, facilitan mucho ese seguimiento en caridad. En este sentido, los apóstoles no son perfectos porque lo dejaron todo, sino porque siguieron totalmente a Cristo. Esto ha de aplicarse, por ejemplo, a la pobreza, que por ser un medio, no será tanto más perfecta cuanto más ex­trema. O a la virginidad, cuyo mérito procede no tanto de su abstención del matrimonio, sino de su especial consagración a Dios.

A la luz de esta doctrina, no conviene pues, consi­derar que los preceptos pueden cumplirse con llegar solamente a un límite, y que en cambio el seguimiento de los con­sejos implica ir más allá de lo exigido por los preceptos –«una cosa te falta» (Mc 10,21)–. Esta con­cepción, sugerida por las expresiones imprecisas de algunos Padres, y que todavía hoy mantiene sus ecos en los ambientes católico-semipelagianos, es falsa. Los preceptos, especialmente el de la caridad, impulsan a una en­trega total, y por tanto llevan hasta el final, es decir, conducen a la perfección. No es posible ir más allá de lo que elprecepto de la caridad promueve.

Sobre la primacía de la caridad, en orden a la plena santidad y perfección cristiana, da Santo Tomás tres aclaraciones muy iluminadoras.

–1. Primacía del afecto. Al hablar aquí del afecto no nos referimos al plano sentimental y sensible, sino a la ac­titud personal y volitiva más verdadera. Santo Tomás ve en ese afecto personal la verdad más profunda de la persona: su amor, «el hábito perfecto de la caridad» (De perfec. 23). Pues bien, «cuando el espíritu de alguien, quienquiera que sea, está afectado interior­mente de tal manera que por Dios se des­precia a sí mismo y todas sus cosas… ese hombre es per­fecto, ya sea religioso o secu­lar, clérigo o laico, y también el que está unido en matrimonio» (Quodlib. 3,17).

Es, pues, siempre la caridad la que da valor y mérito a todas y cada una de las vocaciones específicas, superándolas a todas y cada una, cualquiera que éstas sean. Y así dice Santo Tomás, comentando lo del joven rico, «es evidente que la perfección de la vida cristiana consiste, sobre todo, en el afecto de la caridad para con Dios» (Contra re­trah. 6). Y en este sentido, por ejemplo, Abraham, aún teniendo esposa, hijos y riquezas, tiene todo su afecto puesto en Dios, y por él está dispuesto a sacrificarlo todo, también a Isaac, su único hijo. Y por tanto es espiritualmente perfecto (De perfec. 8).

–2. Primacía de la disposición del ánimo. Santo Tomás afirma que «la perfección de la caridad consiste so­bre todo en la disposición de ánimo» (De perfec. 27). Ya vimos cómo San Agustín enseñaba esta verdad con toda claridad (177). En esa disposición del co­razón está lo fundamental. Y a la inversa: la perfección del amor al Señor es lo que da a la persona una disposición de ánimo totalmente libre: dispuesta a todo, a tener o a no-tener. Y en este sentido, «la perfección consiste en que el hombre tenga el ánimo dispuesto a practicar estos consejos siempre que sea necesa­rio» (ib. 21).

¿Pero esto, en concreto, en cuanto a vivir realmente los consejos, compromete de verdad a algo?… Compromete a todo. Veámoslo si no, aplicando este principio a tres sectores fundamentales de la vida cristiana:

Las riquezas. «La renuncia a los propios bienes puede ser entendida de dos modos. Primero, en cuanto practicada de hecho, y así no constituye esen­cialmente la perfección, sino que es un cierto instru­mento de per­fección… En segundo lugar, puede ser considerada en cuanto a la disposición del ánimo, o sea, en cuanto a que el hombre esté dispuesto a aban­donar o a distribuir todos sus bienes, si fuere necesa­rio. Y esto pertenece directamente a la perfección» (STh II-II 184, 7 ad1m).

El matrimonio. Los casados tienen que estar dispuestos para la continencia, absoluta o temporal, si ésta viene requerida en determinadas circunstancias (ausencia del cónyuge, enfermedad, conveniencia de demorar las posibles concepciones, etc.). Esto, que ya aparece cla­ramente expuesto en San Agustín (De coniugiis adul­terinis 2,19), verifica si es una realidad que «tienen mujer como si no la tuvieran» (1Cor 7,29). Cuando es así, el matrimo­nio se hace camino de perfección. Cuando no es así, es camino de mediocridad o de perdición.

El martirio. Todo cristiano, en afecto, en espíritu, en disposición de ánimo, ha de estar preparado incon­dicionalmente para el martirio, si la Providencia divina permite que llegue el caso (STh II-II, 124,3), pues el Evangelio deja bien claro que todo cristiano –sacerdote, religioso o laico– debe estar dispuesto a perder la vida antes que sepa­rarse de Cristo (Lc 9,23-24; 14,26-27.33; Jn 12,24-25). Y al hablar del posible martirio de los laicos, por ejemplo, no es preciso que pensemos en fusilamientos o de­portaciones. Cuidar durante años un pariente pa­rapléjico; permanecer fiel al cónyuge que abandonó el hogar; vivir en un nivel económico precario, renunciando por fidelidad a la pro­pia conciencia a otro mucho más confortable, etc., son situaciones que, en una u otra forma, se dan con relativa frecuencia a lo largo de toda vida laical que tienda a la perfección. Y en este sentido martirial, en esta real y verdadera disposición del ánimo, todos los cris­tianos viven en estado de per­fección.

–3. Primacía de lo interior y personal. «Hay dos tipos de perfección. Una exte­rior, que consiste en actos externos, los cuales son signo de los internos, como la virginidad y la pobreza voluntaria; y a esta perfección no to­dos está obligados. Otra es interior, y consiste en el amor a Dios y al prójimo. La posesión efectiva de esta per­fección no es obligatoria para todos, pero todos están obligados atender a ella» con el afecto (In ep. ad Hebr. 6, lect.1). Esta doctrina equivale a aquella que distingue la per­fección en sí misma, es decir, la caridad, y el estado de perfección, que consiste en el seguimiento de los consejos evangéli­cos.

Así se entiende, pues, que «en el estado de perfección hay quienes tienen una caridad sola­mente imper­fecta o en absoluto nula, como muchos obispos y religiosos que viven en pe­cado mortal… Mientras que hay muchos laicos, también casados, que poseen la perfección de la caridad, de tal modo que están dis­puestos [dispositio animi] a dar su vida por la sal­vación de los prójimos» (De perfec. 27). Nótese que Santo Tomás afirma que esto se da en muchos. Ya se en­tiende, pues, que la perfección cristiana está siempre vinculada a la per­fecta caridad, pero no lo está necesariamente a un cierto estado de vida.

Vemos esto, por ejemplo, en la pobreza: «el abandono de las propias riquezas no es la perfección, sino un instru­mento [medio] de perfección, porque es posible que alguien alcance la perfección [fin] sin abandonar de hecho las riquezas propias» (De perfec. 21). Y lo vemos igualmente en la virginidad: aunque en principio la virginidad es superior al matrimonio, en or­den a facilitar la perfección, «nada impide que para alguno en concreto este último sea mejor» (C. Gentiles III, 136, n.3113: cf. STh II-II 152, 4 ad2m).

La Iglesia tiene sumo aprecio por la vida religiosa, en la que los consejos evangélicos se siguen efectiva y afectivamente. Santo Tomás, que con tanta firmeza reco­noce en la perfección cristiana una primacía del afecto, de la disposición del ánimo y de la in­terioridad, deja, sin embargo, bien clara su con­vicción de que, si se quiere ser perfecto, es mejor dejarlo todo, esposa y casa, pro­piedades y ocupaciones seculares, para de este modo seguir a Cristo más fácilmente, «quitando así los obstáculos que dificultan [de hecho, no en principio] los ac­tos de la caridad».

Es ésta la doctrina de Cristo y de los Santos –Pablo, Agustín, Benito, Tomás, Juan de la Cruz–; es la fe tradicional de la Iglesia. Por eso Santo Tomás enseña que «de la posesión [efectiva] de las cosas mundanas nace el apego [afectivo] del alma a ellas». Y que como las posesiones suelen «arrastrar el afecto y distraerlo», por eso «es difícil conservar la caridad en medio de las posesiones» (STh II-II, 186,3), y por tanto, en principio, no tener es preferible a tener como si no se tuviera (1Cor 7).

Todos los cristianos, sacerdotes, religiosos y laicos, están llamados a la santidad, todos han de tender con esperanza a la perfección evangélica. Ordeno la doctrina hasta aquí recordada: –La perfección está en la caridad, que es de precepto. –Los consejos facilitan la perfección de la caridad, pues, por el camino de la renun­cia y la pobreza, quitan ciertos bienes de este mundo (familia, trabajos seculares), que siendo de suyo medios de perfección, de hecho son frecuentemente, dada la fragilidad del corazón humano, dificultades para el perfecto desarrollo de la caridad. –En todo caso, una es la perfección de estado y otra la perfección personal. Y no pocas veces son imperfectas personas que viven estado de perfección, y son perfectas personas que viven en camino imperfecto. –Todos los cristianos están llamados a la perfección: no todos están llamados a la perfección exterior, pero sí están todos llamados a la interior, que consiste en la per­fecta caridad. –No hay, pues, contradicción alguna en­tre la valoración de la vida religiosa y la estima de la vida laical. De hecho, la verdadera doctrina católica en estas cuestiones hace florecer los seminarios, los noviciados y los hogares cristianos. Y las doctrinas falsas acaban por cerrar seminarios y noviciados, y por mundanizar completamente los hogares cristianos.

Todas las vocaciones cristianas son heroicas. Tender hacia la perfecta santidad –la plena configuración a Cristo, la incondicional docilidad al Espíritu Santo, la perfección evangélica–, exige una actitud heroica tanto en los religiosos como en los laicos, aunque en modos diversos.

–La vida religiosa, según los consejos de Cristo, no puede seguirse sin el heroismo de una renuncia total (familia, posesiones, mundo) fielmente mantenida al paso de los años; pero facilita, sin duda, y asegura diariamente el ejercicio de las virtudes y el crecimiento en la santidad.

–La vida laical, en cambio, no puede tender hacia la santidad plena, dadas las condiciones tan desfavorables del mundo, sin ejercitarse frecuentemente en actos intensos de la virtud. Concretamente, cualquier acto religioso –Misa diaria, confesión frecuente, vida de austeridad y pobreza, modestia en el vestir y en las costumbres, lectura asidua de libros santos, dedicación a la oración y el apostolado–, que en la vida religiosa se cumple con relativa facilidad, exige en los laicos actos muy intensos de fe, abnegación y caridad. Ahora bien, ya sabemos que precisamente son los actos intensos de las virtudes las que les hacen crecer (STh I-II, 52,3; II-II, 24,6). Y Dios, que llama a los laicos a la vida laical, les asiste diariamente con su gracia para que el mundo de la familia y del trabajo sea de hecho para ellos como un gimnasio espiritual continuo donde cada día se ejercitan intensamente y se desarrollan los músculos espirituales (virtus, fuerza) de las virtudes cristianas. En otro lugar lo explico más ampliamente (Caminos laicales de perfección, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2008, 3ª ed.).

Y en este sentido, caracterizar la vocación religiosa por «el radicalismo evangé­lico», según hacen hoy algunos autores, como lo hizo el padre Jean-Marie Roger Tillard, O.P., no parece conveniente y puede fácilmente ser mal entendido. Es verdad que el radicalismo evangélico ha de ser vivido por los religiosos si verdaderamente tienden a la perfección; pero también ese radicalismo evangélico ha de ser afirmado, ¡y con qué intensidad y heroísmo!, por aquellos laicos que entienden su vida cristiana en el mundo como una progresiva transfiguración en Cristo y como la continua construcción de un templo doméstico en honor de la Santísima Trinidad.

Fuentes: P. José María Iraburu(185) La Cristiandad. Santo Tomás y la perfección cristiana

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El Final de la Cristiandad: El Renacimiento

El final de la Cristiandad no es brusco, por supuesto, sino que se produce gradualmente a lo largo de siglos. Aunque las divisiones cronológicas sean inevitablemente no poco arbitrarias, puede decirse que después del milenio de Cristiandad (500-1500), y ya en los últimos siglos de la Edad Media (XIV-XV), se inicia en Europa una crisis del cristianismo, que se agudiza en el Renacimiento y más aún por causa del Protestantismo. Son éstos los pasos primeros hacia la Ilustración, la Revolución francesa y la Descristianización de las naciones de occidente, la que actualmente estamos sufriendo en fase muy avanzada.

Entre 1500 y 1700, más o menos, halla­mos una época que a sí misma se llamóEdad Moderna. En ella la fe cristiana está aún pro­fundamente viva en los pueblos, al menos en algunos, como puede verse, por ejemplo, en la evangelización de América e incluso, aunque en formas más ambiguas, en el mismo Renacimiento. Pero ya en ese tiempo no pocos de los miembros más distinguidos de la socie­dad –y de la Iglesia– inician un distan­ciamiento de la tradición precedente, la an­tigua y la medieval, orientándose con entu­siasmo hacia novedades a veces incompatibles con el Evangelio y la Tradición católica.

El Renacimiento rechaza la austeridad penitencial de la Edad Media, inicia una ruptura con la Tradición católica anterior, y favorecido por la prosperidad económica y los descu­brimientos científicos y geográficos, va a dar en una cierta mundanización y en un optimismo antropológico y vitalista.

Así lo entiende, por ejemplo, Juan Pablo II, cuando afirma que «el hombre moderno, en un gigantesco desafío, desde el Renacimiento, se ha levantado con­tra el mensaje de salvación, y ha rechazado a Dios en nombre mismo de su dignidad de hombre. El ateísmo, reservado primero a un pequeño número de personas, esa inteligentsia que se consideraba una élite, se ha convertido hoy en un fenómeno de masas que pone a las Iglesias en estado de sitio» (Evangelización y ateísmo 10-X-1980).

Una apertura al mundo cada vez más in­condicional y gozosa, sin las reservas que la humildad tradicional cristiana im­ponía a las costumbres, caracteriza al Renacimiento. Y como consecuencia de esa mundanización y antropocentrismo, se va dando

un entendimiento de la gracia al modo semipelagiano, como el que se expone en la doctrina teológica del P. Luis de Molina, S. J. (1535-1600). Según ella el hombre, por sí mismo, es quien se autodetermina al bien; a un bien que luego reali­zará, eso sí, con el auxilio de la gracia. Ir más o menos adelante por el camino de la perfección cristiana depende, pues, fundamentalmente de la voluntad humana. Querer es poder, pues la gracia de Dios, que nunca se deja ganar en generosidad, asiste las buenas intenciones del hombre.

Las grandes síntesis filosóficas y teológicas medievales, con la mundaniza­ción y el semipelagianismo, se van erosionando en el Renacimiento, y ciertos rebrotes de averroísmo y nominalismo van amalgamando los grandes errores que conducirán al ateísmo de masas de nuestros días.

Una admiración nueva hacia la antigüedad pagana greco-romana caracteriza también al Renacimiento. Sin duda alguna, la Edad Media conocía y apreciaba la antigua cultura greco-romana, y es ella la que salva sus documentos y obras principales, transmitiéndolos a la Edad Moderna. Pero, aunque la cultura medieval asume en buena parte el clasicismo de la antigüedad, lo con­sidera superado por las grandes síntesis de la Cristiandad poste­rior. El Renacimiento, en cambio, es­tima la antigüedad como una edad de oro, al mismo tiempo que devalúa la Edad Media. Y así comienza entonces a creerse y a decirse que «habría habido dos épocas luminosas, Antigüedad y Rena­cimiento –los tiempos clásicos– y, entre ellas, una edad media, un pe­ríodo interme­dio, un bloque uniforme, una serie de “siglos groseros”, de “tiempos oscuros”» (Régine Pernaud, ¿Qué es la Edad Media?, Magisterio, Madrid 1986, 2ª ed., pgs. 55-56).

La crisis del cristianismo europeo en el Renacimiento es una crisis previsible, que lejos de producirse en forma inesperada y brusca, se inicia ya al final de la Edad Media, cuando el poder ci­vil se va emancipando de la autoridad reli­giosa, la ra­zón comienza a independizarse de la fe, y la filosofía de la teología. Es toda la unidad caracte­rística del mundo medieval la que se disgrega más y más en el Renacimiento.

Efectivamente, es a partir del Renacimiento cuando se agudizan mucho las disociaciones que van a terminar rom­piendo la unidad profunda que caracteriza la Cristiandad: disocia­ciones entre razón-fe, tierra-cielo, vida presente-vida eterna, gracia-li­bertad, laicos-religiosos, rey-Papa, oración-trabajo, natural-sobrenatural, política-mo­ral, vida personal-social… La Europa renacentista, en efecto, se va divi­diendo más y más: en naciones cada vez más cerradas en sí mismas; en las lenguas vernacúlas que se desarrollan, mientras retrocede el latín, la lengua común del Occi­dente cristiano; los pen­samientos, cada vez más críti­cos y subjeti­vos, van derivando hacia escuelas filosóficas y teológicas irrecon­ciliables. Y lo que es más grave y decisivo: en el Renacimiento todo va pasando del teocen­trismomedieval al antropocentrismo de los tiempos nuevos. Éstos son, como ya he dicho, los pasos iniciales hacia el ateísmo actual de masas, que analizaremos en su día.

La falsificación de la Edad Media se inicia en el Renacimiento, con gran virulencia en la Reforma protestante, pero también en ciertos ambientes socialmente altos de la Iglesia Católica. Se va haciendo predominante un distanciamiento crítico ha­cia la Edad Media –es decir, hacia la tradición cristiana, la vida mo­nástica y religiosa, la austeridad de costumbres en los laicos, el pensamiento filosófico y teológico de la escolás­tica, la primacía del Papa y de los Obispos, la conciencia de «el pecado del mundo», la ne­cesidad de la gracia y su absoluta primacía, etc.–. Ese distanciamiento, todavía tímido, llegará a ha­cerse una abierta repulsa en la apostasía del siglo XX, cuando se afirma culturalmente un rechazo consciente y sistemático de la tradición católica. Pero ya en este período, en la Edad Mo­derna, podemos observar ese menosprecio de la tradición católica precedente, que lleva consigo ne­cesariamente una falsificación peyora­tiva del milenio medieval, que, como digo, sólo alcan­zará formas extremas en la apostasía de nuestro siglo. Trataré de indicar en unos pocos trazos los principales rasgos antimedievales del Renacimiento, señalando al mismo tiempo su condición errónea.

Descubrimiento de la Antigüedad. No es cierto que en el XV-XVI, con ocasión de los viajes comerciales, se descubrieran las obras de la Antigüedad clá­sica, pues casi todas eran ya conocidas en la Edad Media. Lo que cambia en el Renacimiento es la ac­titud ha­cia ellas, pasándose ahora a una canonización admirativa de las mismas.

«En las letras como en las artes, la Edad Media no había cesado de inspirarse en la antigüedad, pero no consi­deraba por eso sus obras como arquetipos o modelos. Fue en el siglo XVI cuando se im­puso en este te­rreno, como en todos, la ley de la imitación» (Pernaud 83). A partir del Renacimiento las obras de arte son bellas en la medida en que se aproximan a los cáno­nes clásicos greco-romanos. El arte románico y el gótico, por tanto, es un arte bárbaro que, en lo posible, debe ser sustituído por la corrección impecable del arte nuevo, es decir, del antiguo. Así se llega al neoclásico en la segunda mitad del XVIII. El arquitecto Ventura Rodríguez, por ejemplo, destruye en la catedral de Pamplona su fachada románica y la sustituye por una plenamente clásica y academicista (1783). Dios le haya perdonado.

Uniformización de todo. También a partir del Renacimiento, la variedad medie­val de los derechos regionales, que recono­cen a costumbres, fueros y usatges una im­portancia principal, cede el paso progresi­vamente a un Derecho Romano uniformiza­dor. La mujer, con eso, pierde derechos cí­vicos ante el poder monárquico del paterfa­miliæ. Las pequeñas comunidades señoria­les, formadas por lazos atados con pactos personales, van quedando devaluadas ante la política de los nuevos Estados centralizados, orientados ya hacia el ab­solutismo y la uniformidad de súbditos y regiones. La diversidad estética de los estilos ar­tísticos medievales se va unificando también bajo los rigurosos cánones clásicos del arte an­tiguo. Y la variedad de las tradiciones litúrgicas cede también ante la universalidad de la liturgia romana, que en Trento se establece como casi la única de toda la Iglesia.

Sujeción de la Iglesia al poder civil. El nombramiento de Obispos y abades por los re­yes y señores, que durante toda la Edad Media, con excepción del período carolin­gio, constituyó unabuso cuando se produjo, se convirtió en el siglo XVI en práctica ha­bitual y norma de derecho.

Si bien en for­mas pactadas con la autoridad de la Iglesia, es entonces cuando nace el Patronato de los reyes de España y Portugal, o el Concordato por el cual en Francia, durante cuatro siglos, todos los Obispos y aba­des eran nombrados por el rey, primero, o por el presidente de la república, después (1516-1904).

–Rebrotan ahora los males que la Cris­tiandad medieval disminuyó o hizo desapa­recerEl aborto y el suicidio, vistos con ho­rror por el pueblo cristiano medieval, se irán multipli­cando en uncrescendo siempre continuo, que llega hasta nuestros días. La brujería, que al final de la Edad Media comienza a ser un grave problema social perseguido, se multiplica más y más en los siglos XV hasta el XVII, cuando se inicia ya la reacción contraria. La esclavi­tud, prácticamente extinguida en la Cris­tiandad medieval, asoma de nuevo en la Eu­ropa del XV, aumenta a partir del XVI, sobre todo en América, y se multiplica espanto­samente en el XVIII y primera mitad del XIX, cuando termina.

En punto a guerras, ha de afirmarse que la belicosidad de las edades moderna y contemporánea es incomparablemente mayor que la del milenio medie­val. Aparte de la guerra llamada de los «Cien años» (1340-1453), que tuvo alcan­ces regionales, la paz en la Edad Media predomina entre los reyes cristianos. Y es que Renacimiento y Reforma rompen la unidad espiritual y social de Europa, y abren las puertas a una época en la que guerras y disputas serán casi continuas entre las naciones de la Cristiandad, antes her­manas.

Y en fin, durante los siglos modernos la intolerancia religiosa se agu­diza en términos an­tes no conocidos. Dejando muy lejos los tiempos de San Fernando III de Castilla y León, que en el siglo XIII pudo llamarse el «rey de las tres religiones» (judía, cristiana y musul­mana), es en los siglos XV y XVI, cuando se mul­tiplican por toda Europa las expulsiones de judíos y moros. Pero en los tiempos modernos y contemporáneos han de producirse aún extremos de intolerancia social y religiosa indeciblemente mayores, como los procedentes de las ideas de Locke (Ensayo sobre la tolerancia, 1667; Carta sobre la tolerancia, 1689), Rousseau, Voltaire, Marx, Lenin, Hitler, etc.

Una profesora ayudante de la doctora Régine Pernaud incurrió una vez en un lapsus tan grave como signifi­cativo, aludiendo al caso Galileo como a algo característico del oscurantismo de la Edad Media. Fue preciso recordarle que «el affaire Galileo, atribuído por ella a los siglos oscuros del medioevo, había tenido lugar en la Edad Moderna, en 1633, exactamente. Galileo [1564-1642] fue contemporáneo de Descartes [1596-1650]. El affaire Galileo sucedió cien años después del nacimiento de Montaigne (1533) y más de un siglo después de la Reforma (1520)» (Pernaud 157-158).

–Resurge el culto pagano del mundo visible. En fin, por los siglos XVI y XVII se inicia una época, ya apuntada en el otoño de la Edad Media, en que no pocos cristianos van orientándose más y más a la posesión go­zosa de este mundo visible. Todavía en ese tiempo perdura con fuerza, lo veremos en seguida, el espíritu de la tradición cristiana. Todavía ésta es la sa­via que vivifica gran parte del árbol eclesial, como puede comprobarse sobre todo en el XVI español, tanto en España como en la evangelización de His­panoamérica. Pero la paganiza­ción del cris­tianismo se inicia en el Renacimiento, sobre todo en el mundo de los altos personajes civiles y ecle­siásticos, y va logrando que la bautismal renuncia al mundo, la que abre la puerta a la vida nueva cristiana, se quede en nada. La norma que va ganando vigencia es ésta: «busquemos primero de todo los bienes de este mundo, que ya la bon­dad de Dios nos dará por añadidura la vida eterna».

La Virgen Sixtina, de Rafael Sanzio (1483-1520), cuya imagen va al comienzo de este artículo, es una de sus obras más hermosas y puede ayudarnos a conocer el Renacimiento. El cuadro, realizado al final de la vida del maestro por encargo de los monjes de la iglesia de San Sixto, en Placencia (1513-1518 ?), une la tierra (las cortinas) y el cielo (las nubes) en una composición de excepcional belleza. La Virgen María con el Niño aparece al centro en una especie de elipse vertical; a su izquierda, San Sixto; a su derecha, Santa Cecilia (o Santa Bárbara, según el Vasari). Posteriormente, el mismo Rafael acrecentó todavía la gracia del cuadro añadiendo en la base dos angelitos, entre aburridos y contemplativos.

El rostro de la Virgen es sagrado, misterioso, bellísimo. Su expresión es a un tiempo humana y sobrehumana, serena y asombrada (¿al saberse madre de un Niño divino?), majestuosa y como asustada (¿qué harán con mi Niño?). Una vez visto este rostro, ya no se olvida.

Pero quizá la inquietud de ese rostro puede significar otra cosa: «¿Cómo yo, siendo pecadora, la amante de Rafael, podré prestar mi imagen al rostro de la Santísima Virgen María?». Porque en efecto, Margarita Luti, notable por su gran belleza, llamada la Fornarina, hija de un panadero (fornaio) del Trastévere romano, fue durante años la amante de Rafael y su modelo más frecuente, sobre todo en las imágenes de la Virgen María, que son numerosas, como ésta. El maestro, un hombre sinceramente religioso, poco antes de morir, alejó a la Fornarina de su alcoba, y a los treinta y siete años, «confeso y contrito», falleció el 6 de abril de 1520, un Viernes Santo.

Belleza, pecado, cristianismo sincero, pero enfermo de mundo. La Virgen Sixtina de Rafael. La Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Puro Renacimiento.

Fuentes: P. José María Iraburu, (186) Final de la Cristiandad. El Renacimiento


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El rostro materno de María en los primeros siglos

Catequesis de Juan Pablo II (13-IX-95)

1. En la constitución Lumen gentium, el Concilio afirma que «los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos los santos, conviene también que veneren la memoria «ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor»» (n. 52). La constitución conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa, destacando así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María está presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos.

En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título de Madre de Jesús. Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de los Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás, corresponde a cuanto se dice en los evangelios: «¿No es éste (…) el hijo de María?», se preguntan los habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista san Marcos (6,3). «¿No se llama su madre María?», es la pregunta que refiere san Mateo (13,55).

2. A los ojos de los discípulos, congregados después de la Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere todo su significado. María es para ellos una persona única en su género: recibió la gracia singular de engendrar al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo junto a él, y en el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva maternidad con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él, con relación a toda la Iglesia.

Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de Jesús es un título de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, con este título los cristianos quieren afirmar que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia. Los fieles, recordando el lugar que ocupa María en la vida de Jesús, descubren todos los días su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual.

3. Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad virginal de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, ya las primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador. En particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos de conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el origen de la revelación sobre el misterio de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.

Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad, Jesús, hijo de José según la ley, por una intervención extraordinaria del Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente de María, habiendo nacido sin intervención de hombre alguno.

Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo.

La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. María es la única virgen que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su maternidad.

Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad cristiana la difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor ha llamado a ella. Esta vocación especial, que alcanza su cima en el ejemplo de Cristo, constituye para la Iglesia de todos los tiempos, que encuentra en María su inspiración y su modelo, una riqueza espiritual inconmensurable.

4. La afirmación: «Jesús nació de María, la Virgen», implica ya que en este acontecimiento se halla presente un misterio trascendente, que sólo puede hallar su expresión más completa en la verdad de la filiación divina de Jesús. A esta formulación central de la fe cristiana está estrechamente unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto, ella es Madre del Verbo encarnado, que es «Dios de Dios (…), Dios verdadero de Dios verdadero».

El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la fórmula equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), se atribuyó explícitamente a María sólo después de una reflexión que duró alrededor de dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto, comienzan a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.

Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es madre del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza humana y educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona divina, que vino para transformar el destino de la humanidad.

5. De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María (Sub tuum praesidium…, «Bajo tu amparo…») contiene la invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título no es fruto de una reflexión de los teólogos, sino de una intuición de fe del pueblo cristiano. Los que reconocen a Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de Dios y esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.

El concilio de Efeso, en el año 431, define el dogma de la maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el título de Theotókos, con referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a lo largo de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús, Madre virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la maternidad de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. Son afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad popular, que contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.

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La devoción Mariana en la Iglesia Primitiva

Como han puesto en evidencia los estudios mariológicos recientes, la Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo.

En las pinturas marianas de las catacumbas de Priscilase muestra a la Virgen con el Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado. (Ver imagen que encabeza este texto)

Esto le lleva a decir a San Josemaría Escrivá que:
«los primeros cristianos, a los que hemos de acudir siempre como modelo, dieron un culto amoroso a la Virgen. En las pinturas de los tres primeros siglos del cristianismo, que se conservan en las catacumbas romanas, se la contempla representada con el niño Dios en brazos. ¡Nunca les imitaremos bastante en esta devoción a la Santísima Virgen!»

Sobre la devoción a Santa María en los siete primeros siglos de la vida de Iglesia existe una documentación espléndida, amplísima y solvente.

 

VISIÓN GENERAL DE LOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS

Ya en los Evangelios la figura de la Virgen, discretamente presente, está rodeada de veneración. En estos pasajes, sobre todo en los relatos lucanos de la infancia del Señor y en la narración joánica de la presencia de Santa María al pie de la Cruz, se manifiesta una gran veneración hacia la Madre de Jesús y se encuentra descrita ya y como en germen, la veneración que le profesará el pueblo cristiano a lo largo de los siglos.

LOS PRIMEROS TESTIMONIOS PATRÍSTICOS

Los testimonios patrísticos sobre la Virgen comienzan ya en el mismo San Ignacio de Antioquía (+ ca. 110). Ignacio considera a Santa María en su carácter de Madre de Jesús y en el papel que su maternidad juega en la historia de la salvación. Esta maternidad es realzada, sobre todo, en la realidad de su facticidad frente a los gnósticos. Son conmovedores los textos en que Ignacio insiste en que Jesús ha nacido de (ex) Dios y de María(3).

Desde un primer momento la Virgen aparece cercana no sólo por su maternidad sobre el Señor, sino también por su intervención en la historia de la salvación. Buen testimonio de ellos es San Justino (+ 165). San Justino es el primero en dar testimonio del paralelismo Eva-María, de forma que la maternidad de Santa María sobre los creyentes comienza a abrirse camino en forma explícita en la conciencia de los cristianos(4). Ireneo de Lyón otorga forma extensa a este paralelismo, insistiendo en que Santa María es causa de salvación para sí misma y para todo el género humano(5).

Ireneo llama también a María abogada de Eva(6). Los mariólogos advierten con razón que estos textos ireneanos son de gran importancia(7). Tienen importancia desde el punto de la doctrina mariológica, y son de suma relevancia en el tema que estamos tratando. Estos textos y muchos otros del mismo tenor se encuentran en la base de la piedad cristiana hacia Santa María a la que comienza a acudir con confianza, precisamente por su característica de abogada e intercesora.

En este itinerario del apoyo teológico a la piedad popular hacia Santa María destaca Orígenes con rasgos propios (+ 253); su teología rodea de cariño y devoción a Santa María y ha atraído la atención de grandes mariólogos(8). Orígenes otorga gran importancia a la virginidad de Santa María y la presenta a las vírgenes como modelo a seguir. Ella recibió al Verbo en su seno; nosotros debemos recibir al Verbo en nuestra alma. Precisamente al presentar al evangelista San Juan como ejemplo de penetración espiritual de la Escritura, Orígenes afirma que sólo puede captar el sentido espiritual de la Escritura aquél que, como Juan, ha reposado su cabeza sobre el pecho de Jesús, aquél que, como Juan, ha recibido a María como Madre(9). Orígenes entiende que Juan recibe a María como Madre, por su parecido con Jesús; de ahí que entienda también que todo hombre que se asemeja a Cristo se convierte en hijo de María.

Se trata de expresiones mariológicas que merecen una gran atención a la hora de pensar en la devoción a María en los primeros siglos. Laa imagen que llega de Ella a los primeros cristianos a través de los Padres es la de una mujer sencilla y santa, Madre de Jesús, fuertemente implicada en la historia de la salvación, abogada incluso de Eva, ejemplo para las vírgenes, Madre de Cristo y de quienes se asimilan a él. Todo esto insinúa que ya a mediados del siglo III, al menos en Alejandría, se encontraba extendida la devoción a Santa María y la costumbre de invocarla con el título de Theotokos.

El testimonio más impresionante se encuentra en la oración Sub tuum praesidium, que consideraremos inmediatamente. El historiador Sócrates ofrece un dato verdaderamente interesante en torno a Orígenes. Según Sócrates, Orígenes habría explicado el significado del título Theotokos en su primer tomo de comentarios a la Carta de San Pablo a los Romanos(10). Se trata de un título mariano bien preciso y que será como una bandera discutida en los aledaños de Éfeso. Parece ser que Orígenes se habría sentido en la necesidad de explicar bien este título, por la gran difusión que había adquirido entre el pueblo cristiano la costumbre de invocar a Santa María como Madre de Dios.

Los escritos apócrifos recogen un amplio panorama de creencias populares y, sobre todo, constituyen un testimonio de la piedad popular de grandes sectores cristianos. Son notables las descripciones de la virginidad de Santa María en la Ascensión de Isaías (siglo I), Las Odas de Salomón (siglo II) y Los oráculos sibilinos (siglos II-III). Todos ellos destacan la virginidad de Santa María. El Protoevangelio de Santiago habla ya de la vida de oración y de la santidad de la Virgen. La Asunción de María es largamente tratada en el Transitus Mariae (siglos III-IV)(11). Recientemente se ha mostrado cómo el influjo de este apócrifo llega hasta la escinificación del misterio de Elche(12).

 

LA EDAD DE ORO DE LA PATRÍSTICA

A partir del siglo IV se comienzan a encontrar ya testimonios de panegíricos que exaltan, sobre todo, la maternidad de Santa María. Por esta fechas, como veremos inmediatamente, comienzan los testimonios en torno a las festividades marianas en los diversos ritos.

Comienzan también los testimonios de la invocación a Santa María. San Gregorio de Nacianzo cuenta que una virgen invoca a Santa María en el trance de perder su virginidad, y es auxiliada(13). San Gregorio de Nisa habla con naturalidad de una aparición de la Virgen a San Gregorio Taumaturgo (+ 270)(14).

Dos son los títulos marianos que se destacan en este claro movimiento espiritual: Virgen y Madre. El título de Madre invita a refugiarse en su misericordia inagotable, como se expresa en el Sub tuum praesidium. Juliano el Apóstata reprocha a los cristianos el que estén constantemente invocando a María como Theotokos(15). El título de Virgen invita a las vírgenes a tomarla como modelo. La piedad mariana recibe un fortísimo impulso con el florecimiento espiritual del siglo IV y, especialmente, con la vida monacal. San Atanasio pone en boca de su predecesor Alejandro de Alejandría (+ 328) esta exhortación a las vírgenes: «Tenéis, además, el estilo de vida de María, que es modelo e imagen de la vida propia de los cielos»(16).

Tras Nicea (a. 325) con su definición de la consustancialidad del Verbo con el Padre, se destaca aún más la dignidad de la Maternidad de Santa María. El pueblo cristiano la invoca como intercesora y como Theotokos llena de misericordia. El misterio de Cristo aparece cada vez más relacionado indisolublemente con el misterio de Santa María. La unidad de Cristo se refleja en la firmeza con que se confiesa la Theotokos. Esto explica la honda conmoción que sienten los ambientes monacales alejandrinos cuando llega la noticia de que Nestorio niega que Santa María sea Madre de Dios(17).

Entre los Padres orientales destaca por su influencia San Efrén (+ 473) y sus hermosos himnos dedicados a la Santa Madre de Dios. Se trata, quizás, del teólogo que más ha llegado a amplios sectores populares precisamente por influencia de sus himnos en la liturgia. Todo el Oriente vibra en este siglo con la devoción a Santa María. La mariología alcanza un gran esplendor. Baste recordar a los tres grandes Capadocios, a Cirilo de Jerusalén (+ 38) o a Epifanio de Salamina (+ 403).

Menos generosos en elogios y en alabanzas a Santa María se muestran los antioquenos. Destaca entre ellos San Juan Cristóstomo (+ 407) en el que encontramos expuesto con fuerza el paralelismo Eva-María y la maternidad virginal, aunque nunca utilice el término theotokos.

Entre los latinos destacan fundamentalmente San Ambrosio (+ 397), San Jerónimo (+ 419) y San Agustín (+ 430). También aquí se encuentra un gran desarrollo de la doctrina mariana en todos sus temas claves y de una forma simétrica al Oriente. Ambrosio subraya como Atanasio la importancia de la virginidad de Santa María para la espiritualidad cristiana y, en especial, para la espiritualidad monacal; San Jerónimo la presenta como ejemplo de virtud y llama madre especialmente de las vírgenes(18); San Agustín destaca la santidad personal de María y su relación con la Iglesia. Puede decirse que desde Nicea hasta Éfeso la devoción a Santa María se encuentra en aumento y extensión constante. La reacción del pueblo cristiano ante la negación nestoriana de la maternidad divina es buena prueba de la sensibilidad ya existente en torno a las cosas que miran a la veneración de la Santa Madre de Dios.

TRAS EL CONCILIO DE ÉFESO

El escándalo que conduce a Éfeso es bien conocido, así como los acontecimientos traumáticos que le acompañan. El escándalo comienza en Constantinopla el a. 428 con ocasión de un Sermón de Proclo en honor de Santa María en el que la aclama como Theotokos y con la reacción de Nestorio rechazando este título mariano. Con respecto a la devoción mariana son bien elocuentes tanto la correspondencia que se cruza entre los principales actores, como los sermones. Basta repasar las actas del Concilio de Éfeso y los Sermones allí pronunciados para palpar cómo el pueblo estaba implicado en estas disputas teológicas y cómo sentía que con la negación de la Theotokos se estaba lesionando la principal razón de su devoción a Santa María.

La cuestión central de Efeso no era mariológica, sino cristológica: la unidad de Cristo. En el terreno mariológico, el Concilio de Éfeso no ha añadido nada a lo que ya se creía universalmente por el pueblo cristiano: que santa María es Madre de Dios. Sin embargo, la solemne afirmación de la maternidad de Santa María hecha por Éfeso no sólo reafirmaba la unidad de Cristo, sino que abría una nueva etapa en la piedad mariana y en los perfiles más característicos de la vida cristiana. En efecto, desde la conciencia refleja de la dignidad maternal de Santa María, el pueblo cristiano –incluidos los obispos– captaron mejor no sólo el honor que se debe a María, sino su papel único en la historia de la salvación y su excelso poder de intercesión. Como observa Toniolo citando las homilías de Proclo y de Basilio de Seleucia, se llegó así a formular con conciencia refleja el carácter de un culto de hiperdulía a la Virgen, tras comprender su dignidad y su singular poder como Madre de Dios(19).

Los cristianos de Constantinopla, Alejandría y Éfeso vivieron estos acontecimientos con un gran fervor, como se desprende de los sermones y de la correspondencia epistolar que se cruza entre los principales actores. Es posible que ya al final de estos sucesos, hombres de Iglesia como Proclo, Pablo de Emesa o Cirilo tuviesen algún atisbo de la importancia que su lucha teológica iba a tener en el desarrollo ulterior de la Iglesia y en la piedad popular mariana. Se comprende su alegría exultante al final del Concilio. Su espíritu sigue estando presente aún entre nosotros que nos encontramos al final ya al comienzo del tercer milenio.

Tras Éfeso, la devoción a Santa María crece por la liturgia que comienza a llenarse de fiestas marianas, las iglesias dedicadas a Santa María y a su maternidad y las homilías marianas. En cada uno de estos campos la abundancia de datos es enorme. Tras Éfeso, el entusiasmo de los oradores de Constantinopla no tiene límites. Ellos exaltan la maternidad divina. También exaltan la virginidad de Santa María, su poder de intercesión, su realeza, su mediación. Es la época del surgimiento del himno Akathistos –a finales del s. V o principios del VI– y de las grandes homilías marianas como las de Germán de Constantinopla (+ 733). Con San Juan Damasceno (+749) en Oriente e Ildefonso de Toledo (+ 667) en Occidente la devoción a Santa María se manifiesta ya incluso como consagración a Santa María. También en Occidente se vive con fervor la devoción a Santa María. Citemos como nombres gloriosos y cercanos a San Leandro de Sevilla (+ 599) que insiste en Santa María como cumbre y modelo de la virginidad, o a San Isidoro de Sevilla y su influencia en la liturgia mozárabe(20), o San Ildefonso de Toledo y su doctrina en torno al «servicio» a Santa María, es decir, el esbozo de 1as grandes líneas de la esclavitud mariana(21).

 

LA ORACIÓN «SUB TUUM PRAESIDIUM» Y EL HIMNO «AKATHISTOS»

La oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, quizás el más antiguo y el más importante en torno a la devoción a Santa María. Me refiero a la oración «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios …». Se trata de un tropario (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud. Es quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos a la Virgen, e indiscutiblemente es la primera vez que este término aparece en un contexto oracional e invocativo.

G. Giamberardini en un documentado estudio ha mostrado la presencia del tropario en los más diversos ritos y las diversas variantes que encuentra, incluso en la liturgia latina(22). La universalidad de esta antífona hace pensar que ya a mediados del siglo III era usual invocar a Santa María como Theotokos, y que los teólogos, como Orígenes, comenzaron a prestarle atención, precisamente por la importancia que iba adquiriendo en la piedad popular. Simultáneamente esta invocación habría sido introducida en la liturgia.

En el rito romano, su presencia está ya testimoniada en el Liber Responsalis, atribuido a San Gregorio Magno y es copiado en el siglo IX en la siguiente forma: «Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix». Algunos manuscritos de los siglos X y XI, presentan unas deliciosas variantes de esta oración, manteniendo intacta la expresión Santa Dei Genitrix, en estricta fidelidad a la Theotokos del texto griego. Helas aquí:
«Sub tuis visceribus confugimus, Dei Genitrix, semper Virgo Maria» ; » Sub tuis visceribus confugio, Sancta Dei Genitrix»; «Sub tuis visceribus confugimus, Sancta Dei Genitrix»»(23).
Y en el rito ambrosiano: «»Sub tuam misericordiam confugimus, Dei Genitrix»»(24).

Se trata de traducciones fidelísimas del texto griego, tal y como aparece en el rito bizantino, en el que se utiliza la palabra griega eysplagknían, para referirse a las entrañas misericordiosas de la Madre de Dios(25). La consideración de la inmensa capacidad de las entrañas maternales de la Madre de Dios está en la base de la piedad popular que tanta importancia dio al título Theotokos para designar a la Madre de Jesús. Y quizás como lo más importante sea el hecho de que el testimonio del Sub tuum praesidium levanta en el mariólogo la sospecha de que el título Theotokos se origina a mediados del siglo III en la piedad popular como invocación a las entrañas maternales de Aquella que llevó en su seno a Dios y que, por esta razón, debe estar dotada de unas entrañas maternalmente inagotables. Esta vez, quizás, la piedad popular fue por delante de la Teología. Al menos, es muy verosímil que así fuese.

Esa piedad popular alcanza una de sus manifestaciones más hermosas en el himno Akathistos. Como su propio nombre indica es el himno que se canta de pie. Con este nombre de repertorio que sustituyó al título original la iglesia de oriente quiso hacer suyo este himno considerándolo como expresión privilegiada de su piedad mariana y cantándolo entero de pie en señal externa de atención reverente (26). Es un himno de acción de gracias, que en el rito bizantino tiene su fiesta propia.

He aquí cómo describe el Sinaxario esta fiesta de acción de gracias: «Celebramos esta fiesta en recuerdo de las prodigiosas intervenciones de la inmaculada madre de Dios. Este himno fue llamado Akáthistos como privado de espacio para sentarse, ya que todo el pueblo estuvo toda la noche entera cantando en pie este himno a la madre de Dios; y mientras que en todas las demás estrofas se acostumbra a estar sentados, en ésta de la madre divina todos nos ponemos de pie para escucharla»(27).

El himno está dividido en dos partes. La primera, estancias 1-12, está dedicada al misterio de Cristo; la segunda, estancias 13-24 propone la teología antigua en torno a Santa María: las seis primeras estancias (13-18) de esta parte la contemplan sumergida en el misterio de Cristo, mientras que las seis últimas la celebran presente en el misterio de la Iglesia. He aquí algún ejemplo del estilo y fervor del canto, tomada de la parte final:
«Ensalzando tu parto, el universo te canta como templo viviente, oh Theotokos. Ave, oh tienda del Verbo de Dios. Ave, tú, arca dorada por el Espíritu. Ave tú, noble honor de los sacerdotes. Ave, tú eres para la Iglesia como torre esbelta. Ave, por ti levantamos trofeos; ave, por ti caen vencidos los enemigos. Ave tú, medicina de mis miembros; ave, salvación de mi alma. Ave esposa inviolada. Oh Madre que debe ser alabada con toda clase de alabanzas, que diste a luz al Verbo más santo que todos los santos, al recibir ahora esta ofrenda, líbranos a todos de toda calamidad, y redime del suplicio futuro a los que te aclaman. Aleluia»(28).

El Akáthistos es calificado con justicia como el himno más hermoso de toda la Antigüedad y como la primera síntesis de la doctrina mariana. En él piedad popular y doctrina teológica encuentran una magnífica armonía.

 

LAS PRIMERAS FIESTAS MARIANAS: LOS PRIMEROS SERMONES MARIANOS

De entre estos sermones que alimentan la piedad popular he elegido algunos significativos. En ellos se refleja cómo era la piedad popular; se refleja, sobre todo, en qué forma se dirigían los pastores a sus fieles para ser entendidos por ellos. He elegido un sermón típico de finales del siglo IV o principios del siglo V, y tres sermones pronunciados durante el concilio de Éfeso.

EL «SERMO DE ANNUNTIATIONE DOMINI»

Este Sermón está colocado en la edición de Migne entre los que se atribuyen a san Juan Crisóstomo. René Laurentin opina que puede atribuirse a Gregorio de Nisa(29). La misma crítica interna muestra convincentemente su coincidencia con puntos personalísimos de la teología nisena. S. Alvarez Campos lo ofrece entre los ssermones nisenos, aunque advirtiendo que puede ser interpolado(30). El P. Aldama también lo atribuye al Niseno, y se da como probable fecha de la predicación los años 370-378, quizás un domingo anterior a la fiesta de Navidad(31). A nosotros nos interesa, sobre todo, su estilo literario, como exponente de los rasgos humanos de la piedad popular mariana de esos años.

La estructura del sermón es sencilla y bien fácil de seguir.
Todo el sermón no es más que parafrasear el relato lucano de la anunciación. He aquí unos ejemplos:
«En el mes sexto tras la concepción del Precursor es enviado Gabriel por el Verbo, «Sol de Justicia», a anunciar a Santa María el misterio de la Encarnación: «Ve –dice el Verbo a Gabriel– a la ciudad de Galilea, a Nazaret, a la virgen María, a la que está casa con el obrero José (téktoni), pues, que soy obrero (tekton) de toda criatura, me he desposado esta virgen para la salvación de los hombres. Anúnciale a Ella mi venida sin tumulto, no sea que se turbe, si no lo sabe por carecer de anuncio. Enséñale a Ella mi amor al hombre, por el cual quiero salir de Ella al mundo como hombre, para que, al conocer previamente el designio divino, no se turbe al observar su gravidez (…) Realiza ya tu misión, pues me encontrarás ya allí donde te envío; allí te precederé, permaneciendo aquí.

«Yo marcho hacia Ella ante ti y contigo. Lleva tú el anuncio de mi venida y yo, presente invisiblemente, sellaré tu anuncio con los hechos. Pues quiero renovar al género humano en el seno virginal; quiero en forma atemperada al hombre amasar de nuevo la imagen que modelé; quiero curar con una nueva modelación la vieja imagen hecha pedazos. Modelé de tierra virgen al primer hombre a quien el diablo, agarrándolo, lo arrastró y lo hundió como enemigo y pateó mi imagen caída. Quiero ahora hacerme para mí de tierra virgen un nuevo Adán para que la naturaleza se defienda a sí misma en forma congruente, y sea coronada con justicia por aquel que la abatió, y el enemigo sea avergonzado razonablemente»(32).

El texto citado, a pesar de su aparente ingenuidad, entraña un gran pensamiento teológico enraizado en la gran tradición mariológica. Resuena en estos párrafos la teología ireneana del nuevo Adán, hecho de tierra virgen –el seno de Santa María–, como el primer Adán fue modelado de la tierra virgen. Resuenan la imagen de Dios deteriorada por la instigación del diablo y restaurada por la misma humanidad de la que ya forma parte el Verbo en cuanto hombre.

El Sermón, delicioso, es una buena muestra de cómo se explicaba al pueblo la mariología en forma narrativa. Me refiero a que esta teología se le hacía llegar llanamente, parafraseando los textos de la Escritura en una exégesis, ingenua en apariencia, pero conocedora de la tradición en el fondo. Todo el sermón es así. Merece la pena meditarlo. Sólo citaré un trozo más: la forma en que se comenta el saludo del ángel a Santa María:
«Llega, pues, a la Virgen María el ángel, y entrando a Ella, le dice: Dios te salve llena de gracia (Lc 1,28). Llamó señora a la que era consierva suya, como quien era ya Madre del Señor. Dios te salve, llena de gracia. Tu primera madre, Eva, por haber transgredido el mandato, recibió el castigo de dar a luz con dolor; a ti te corresponde, en cambio, el saludo de la alegría. Ella engendró a Caín habiendo engendrado la envidia y el homicidio; tú engendrarás un hijo, que dará la vida y la incorrupción a todos (…) Alégrate, y pisa la cabeza de la serpiente (cf. Gn 3,15). Dios te salve, llena de gracia…»(33).

HOMILÍA DE PROCLO DE CÍZICO O DE CONSTANTINOPLA

Proclo fue el segundo sucesor de Nestorio en la sede de Constantinopla en el año 434. En el 426 había sido consagrado obispo de Cízico, pero no pudo tomar posesión de su sede. La homilía que nos ocupa fue pronunciada ante Nestorio en la Gran Iglesia de Constantinopla entre los años 428-429(34). Es una homilía sobria y de una magnífica construcción teológica. El orden lógico y la visión de conjunto de la unidad entre la mariología y la cristología la convierten en la homilía más perfecta de las implicadas en estos acontecimientos que llevan al Concilio de Éfeso, incluso más perfecta que las que se pronuncian en el mismo Concilio(35).

No es extraño. Proclo es ya por estas fechas predicador afamado de Constantinopla, y Constantinopla está acostumbrada a una tradición de grandes oradores sagrados, entre ellos nada menos que San Gregorio de Nisa y San Juan Crisóstomo, que le han precedido. Los párrafos de Proclo son floridos y cadenciosos; la construcción de la homilía, sin embargo, es lineal y sencilla en una síntesis perfecta de mariología, cristología y soteriología. Las metáforas y las comparaciones que utiliza son ya conocidas en su mayor parte, pues vienen siendo usadas desde los siglos anteriores. He aquí algunos párrafos significativos:

Introducción: Celebramos la fiesta de la virginidad maternal. Esta maternidad es glorificación del género femenino. La gracia de Dios es más grande que el pecado. Esta gracia consiste en que el Verbo se ha hecho verdaderamente hombre:
«La fiesta virginal nos invita a cantar alabanzas. Y hay razón para ello: el tema de esta fiesta es la castidad. Se realiza una glorificación de las mujeres y una gloria del sexo por el hecho de que María es, al mismo tiempo, virgen y madre. Esta unión de maternidad y virginidad es digna de ser amada (…) Que se levante la naturaleza y sean honradas las mujeres; que dance la humanidad y sean glorificadas las vírgenes, pues allí donde se multiplicó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5, 20). Hemos sido convocados por Santa María, tesoro sin mancilla de la virginidad, paraíso espiritual del segundo Adán, taller de la unidad de las dos naturalezas, pregón de la reconciliación salvadora, cámara nupcial donde el Verbo se ha desposarlo con la naturaleza humana, zarza viva de la naturaleza que el fuego del alumbramiento no ha consumido, nube verdaderamente clara que ha llevado sobre su cuerpo a Aquél que se asienta sobre los querubines, vellocino purísimo humedecido por el rocío celestial con el que el pastor ha revestido al rebaño, aquella que es esclava y madre, virgen y cielo, el único puente entre Dios y los hombres, el bastidor admirable de la economía sobre el cual fue tejida inefablemente la túnica de la unión, túnica cuyo tejedor fue el Espíritu Santo, cuya hilandera fue el poder que la cubrió con su sombra desde las alturas, cuya lana fue el antiguo vellón de Adán, cuyo cañamazo fue la carne impoluta surgida de la Virgen, cuya lanzadera fue la gracia inmensa de Aquél que lleva nuestra humanidad, cuyo hacedor es el Verbo que está en la Virgen por medio del oído (…) Aquél a quien no contienen 1os cielos, no ha desdeñado la estrechez de un vientre»(36).

El lenguaje y el estilo de esta homilía recuerdan, como es natural, las homilías marianas de Gregorio de Nisa o de San Juan Crisóstomo. El pueblo de Constantinopla está acostumbrado a esta oratoria florida, pero de nervio arquitectónico claro, en las que las imágenes y comparaciones están al servicio de las ideas que se desarrollan. Nótese, p.e., la precisión con que se describe el misterio de la encarnación en el seno de María: la unión de las dos naturalezas de Cristo es descrita como un tejido cuyo tejedor es el Espíritu, cuya lana procede del antiguo vellón de Adán, cuyo cañamazo fue la carne de la Virgen, cuya lanzadera fue la gracia, cuyo artífice es el mismo Verbo.

Naturaleza de la maternidad virginal: Viene ahora la afirmación de la unidad de Cristo expresada también en diversas imágenes, que llevan como de la mano al paralelismo Cristo-Adán y a mostrar las razones que existen para que esta maternidad sea virginal:
«El ha sido engendrado de mujer ni como simplemente Dios, ni como simplemente hombre. Aquél que ha sido engendrado, ha mostrado como puerta de la salvación a aquella que en otro tiempo fue la puerta del pecado. Donde la serpiente había infundido su veneno mediante la desobediencia, el Verbo, habiendo entrado en su templo mediante la obediencia, le ha dado la vida. Allí donde emergió Caín el primer discípulo de la falta, allí, sin semilla, ha germinado Cristo, redentor de nuestra raza. El Dios amante del hombre no se ha ruborizado de nacer de una mujer (…) El no se manchó por habitar en las entrañas que El mismo había fabricado sin ignominia»(37).

La argumentación para defender una auténtica generación sexual de Dios es la misma que ya utilizó Gregorio de Nisa: el sexo está diseñado por Dios y, por tanto, no es indigno de recibir a Dios. La generación de Jesús es sexual, pero virginal.

Dignidad de la generación humana: Proclo sigue utilizando imágenes cada vez más expresivas de la fuerza con que es necesario afirmar que Dios ha sido engendrado y ha sido dado a luz. Esta generación forma parte del camino elegido por Dios para la salvación y muestra, a su vez, la dignidad de 1a generación humana:
«Si Cristo no hubiese sido engendrado por una mujer, no habría muerto. Si no hubiese muerto, no habría reducido a la impotencia por su muerte a aquél que tiene el poder de la muerte, es decir, al diablo (Hebr 2, 14). No hay ningún desdoro para un arquitecto en habitar la casa que él ha construido (…); no hay mancilla en el sin mancilla, si surge del vientre de una virgen: El mismo había formado este vientre sin mancilla, y El ha pasado a través de él, sin contraer mancilla alguna»(38).

Proclo vuelve sobre el tema en esos cadenciosos párrafos que harían las delicias de su auditorio de Constantinopla:
«¡Oh vientre en el cual se ha compuesto el registro de la común libertad! ¡Oh matriz en la cual se ha forjado el arma contra la muerte! ¡Oh surco en el que el agricultor de la naturaleza, Cristo, ha crecido sin semilla, como una espiga de trigo! ¡Oh templo en el que Dios ha llegado a ser gran sacerdote, no porque haya cambiado su naturaleza, sino porque se ha revestido, por misericordia, de aquél que es gran sacerdote según el orden de Melquisedeq (Hebr 6, 20)!»(39).

He aquí unidas maternidad divina, cristología y soteriología (doctrina de la salvación). Las ideas son sencillas y las imágenes floridas. Dios se ha hecho hombre; su generación y alumbramiento son verdadera generación y verdadero alumbramiento. Poco más se puede decir. El resto es intentar que el alma profundice en este abismo de misericordia mediante imágenes y metáforas que ayuden a saborear la verdad que nos trasciende. Y para ello nada mejor que utilizar la paradoja, porque el hecho de la encarnación es en sí paradójico.

La Theotokos: Proclo entra en la peroración de su sermón con una sola idea: mostrar que sólo pudo salvarnos alguien que fuera al mismo tiempo Dios y hombre. O Cristo es uno, o no pudo salvarnos. Es la misma argumentación que ya utilizó San Atanasio para defender la fe de Nicea: Lo que no fue tomado, no fue curado. Si el Verbo no hubiese tomado sobre sí a la naturaleza humana con toda radicalidad, no habría salvado al género humano. Y por esta razón, Santa María es Madre de Dios. He aquí algunas de sus frases:
«Un simple hombre no podía salvar; un simple Dios no podría sufrir (…) Siendo Dios se hizo hombre; por aquello que El era nos ha salvado; por aquello que ha llegado a ser, ha sufrido (…) El ha destruido la sentencia que nos condenaba a las espinas, porque ha sido coronado de espinas. Es el mismo Cristo el que ha estado en el seno del Padre y en el vientre de la Virgen, el que ha estado en los brazos de su madre y en las alas de los vientos, el que es adorado por los ángeles y el que come con los publicanos. Los serafines no osan mirarle cara a cara, y Pilato lo somete a interrogatorio»(40).

LOS SERMONES DE TEODOTO DE ANCIRA Y ACACIO DE MELITENE

En la misma línea de Proclo, aunque quizás con menos perfección literaria, encontramos los tres sermones de Teodoto de Ancira(41); el primero pronunciado en Éfeso en la Iglesia de San Juan Evangelista, y los otros dos leídos en el Concilio(42). El primero está centrado en la unidad de Cristo como fundamento imprescindible de la soteriología cristiana; el segundo alude con insistencia a la maternidad virginal utilizando las imágenes y la argumentación que eran ya tradicionales, como la zarza que arde sin consumirse, o la consideración de que el Autor de la inmortalidad no sólo no corrompió a su Madre, sino que le regaló la incorrupción; el tercero, pronunciado un día de Navidad, es el más florido de todos. He aquí una muestra:
En el exordio:
«Ilustre y prodigiosa es la ocasión de esta fiesta: ilustre, porque ella ha traído la salvación a los hombres; prodigiosa, porque ha vencido las leyes de la naturaleza. Pues, la naturaleza no conoce una virgen después de dar a luz, pero la gracia muestra a una madre, que ha permanecido virgen;1a gracia ha convertido a una mujer en madre y, sin embargo, no ha dañado su virginidad. La gracia ha conservado la virginidad. ¡Oh tierra que; sin semilla, hace brotar el fruto de la salvación! ¡Oh virgen que sobrepasa al mismo paraíso del Edén! Este paraíso ha producido toda clase de plantas, que surgían de la tierra virgen, pero esta Virgen es superior a esa tierra. Pues ella no ha hecho brotar árboles frutales, sino la vara de Jesé que trae a los hombres un fruto salvador. Esa tierra era virgen y María también es virgen, pero Dios encomendó a esa tierra el dar árboles, mientras que el mismo Creador se convirtió en fruto de esta Virgen según la carne. Ni la tierra ha recibido vástagos antes de producir los árboles, ni la Virgen ha perdido su virginidad por el hecho del alumbramiento. La Virgen es más ilustre que el paraíso, pues éste ha sido un campo cultivado por Dios, mientras que Ella ha producido a Dios según la carne, cuanto El eligió unirse a la naturaleza humana»(43).

El tema de Adán hecho de tierra virgen y el nuevo Adán hecho también de tierra virgen tiene una gran importancia en la teología ireneana(44). Son imágenes y argumentaciones que se han venido repitiendo desde entonces. Aquí radica una de las causas de la grandeza de la patrística griega, especialmente en los sermones: no se intenta un gran originalidad. Se intenta ante todo llegar al pueblo, hablándole de lo que ya le es familiar. El tiempo y la piedad van adensando ideas e imágenes, como sólo puede hacerlo una decantación de siglos. Un buen ejemplo es la forma en que Teodoto utiliza el argumento tan habitual de que el incorruptible no iba a corromper a su Madre:
«El ha sido concebido como hombre, y como Dios-Verbo ha conservado la virginidad. Pues si nuestro verbo, una vez concebido no corrompe el pensamiento, tampoco el Verbo esencial y sustancial de Dios, una vez concebido, ha corrompido la virginidad»(45).

El sermón de Acacio(46) pronunciado en Éfeso es mucho más breve, pero no menos enjundioso. He aquí este argumento magníficamente elegido para conmover al pueblo de Efeso:
«Yo no privo a la Virgen Madre de Dios del honor con que la ha adornado su servicio a la economía de la salvación. Sería absurdo que se glorificase a la cruz ignominiosa que lleva a Cristo, y a los altares de Cristo; que la cruz brillase en el frontispicio de los templos y, en cambio, que se privase de la dignidad de Madre de Dios a aquella que acogió a la divinidad para un beneficio tan grande. La Santa Virgen es, pues, Madre de Dios; pues el que ha nacido de ella es Dios. El no ha comenzado a existir a partir de su concepción; ha comenzado a ser hombre a partir de la concepción»(47).

EL SERMÓN DE SAN CIRILO

De los sermones pronunciados en Efeso, ninguno tan hermoso como el breve sermón de San Cirilo que consta en las Actas como el documento 80. Es el mismo que se lee en el oficio de lecturas de la festa de la Virgen de las Nieves. Está editado en PG 77, 991-996. El sermón tiene lugar en la iglesia de Santa María. Nos centraremos en este sermón analizando su argumentación y citando sus expresiones más hermosas, que, dada su claridad, necesitan de poca explicación. También Cirilo sabe utilizar un espléndido lenguaje y una construcción teológica, sencilla y coherente, envuelta en el rico lenguaje oriental. Y sabe llegar al corazón de sus oyentes:
«Tengo ante mis ojos una brillante asamblea: todos los santos se han reunido aquí con fervor, llamados por Santa María Madre de Dios, siempre virgen. Yo estaba lleno de pena, pero la presencia de los santos Padres ha cambiado esta tristeza en gozo. Se cumple ahora en nosotros esta dulce palabra del salmista David: ¡Cuán bueno y cuán gozoso el que los hermanos convivan unidos! (Sal 132,1).
»Te saludamos, santa y misteriosa Trinidad, que nos has convocado a la Iglesia de María Madre de Dios. Te saludamos, María, Madre de Dios, augusto tesoro de toda la tierra habitada, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la ortodoxia, templo indestructible, receptáculo de Aquél que no puede ser contenido, madre y virgen (…)
»Dios te salve a Ti, que has contenido en tu santa matriz virginal a Aquél a quien nada puede abarcarle; a Ti por quien la santa Trinidad es glorificada y adorada en toda la tierra; a Ti por quien se alegran los cielos; por quien exultan los ángeles y los arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador ha caído del cielo; por quien la creación caída es elevada al cielo; por quien ha llegado al conocimiento de la verdad toda la creación esclavizada a los ídolos; por quien se ha dado el santo bautismo a 1os creyentes (…) por quien el Hijo único de Dios ha brillado como una luz para aquellos que vivían en las tinieblas y en las sombras de la muerte (Lc 1,79)»(48).

LOS SERMONES DE PABLO DE EMESA EN ALEJANDRÍA

Entre los textos postconciliares merecen atención dos sermones de Pablo de Emesa, breves, pero que describen cuál es el ambiente popular de aquellos años(49). El primero fue pronunciado el día 25 de diciembre del año 432, ante el mismo Cirilo. Se respira un ambiente de triunfo y de fervor popular:
«Es oportuno exhortar hoy vuestra Reverencia, dice dirigiéndose a Cirilo, a formar un coro sagrado con nosotros y a cantar con los santos ángeles: Gloria a Dios en cl cielo y paz sobre la tierra, bendición divina a los hombres (cfr Lc 2,14). Pues nos ha nacido un niño en el que tiene su esperanza toda la creación visible e invisible. Hoy se cumple el embarazo prodigioso y tienen fin las molestias del embarazo de la Virgen que no ha conocido esposo. ¡Oh maravilla! La Virgen da a luz y permanece virgen. Ella se convierte en madre, pero no le sucede exactamente lo mismo que a las otras madres. La Virgen ha dado a luz como es lo natural en las madres, pero permaneciendo virgen, como no sucede en quienes dan a luz. El profeta Isaías ya había visto de antemano el milagro cuando exclama: He aquí que la virgen está en cinta y va a dar a luz un hijo y se le dará por nombre Emmanuel (Is 7,14). El evangelista interpreta este nombre al decir que se traduce Dios con nosotros (Mt 1, 23).
»El pueblo grita: !Esta es nuestra fe! !Don de Dios, ortodoxo Cirilo! !Esto es lo que queríamos oír! ¡anatema a quien nos hable así!
»El obispo Pablo prosigue: ¡Anatema fuera de la Iglesia a quien no dice esto, a quien no piensa esto, a quien no tiene estos sentimientos! «María, Madre de Dios, ha, pues, dado a luz al Enmanuel. El Enmanuel, es decir, el Dios encarnado. Pues Dios Verbo, engendrado por el Padre antes de todos los siglos de modo inefable y por encima de todo conocimiento, ha sido engendrado en estos últimos días por una mujer. En efecto, habiendo asumido completamente nuestra naturaleza, habiéndose apropiado desde el comienzo de la concepción las cualidades humanas, y habiéndose fabricado nuestro cuerpo como templo, ha salido de la Madre de Dios, como Dios perfecto y al mismo tiempo hombre perfecto. El concurso de las dos naturalezas, es decir de la deidad y de la humanidad, ha constituido para nosotros un solo Hijo, un solo Cristo, un solo Señor.
»El pueblo grita: ¡Bienvenido, obispo ortodoxo! Digno entre los dignos. Los cristianos dicen: Don de Dios, ortodoxo Cirilo.
»El obispo Pablo dice: Yo también sabía, amados míos, que había venido a visitar a un padre, a un ortodoxo»(50).

El ambiente está perfectamente reflejado. Idéntico ambiente festivo encontramos en el segundo sermón de Pablo de Emesa, pronutciado el 6 Tibi (1 de enero) del 433. Es una descripción sucinta y clara de la doctrina ciriliana sobre la encarnación. Al final, exclama Pablo:
«Os hemos presentado una doctrina que es vuestra doctrina. Es la doctrina de vuestro padre. Es vuestro tesoro ancestral, la enseñanza del bienaventurado Atanasio, la enseñanza del gran Teófilo, esas columnas de la ortodoxia. Pero ya que habéis soportado mis balbuceos con paciencia, oid ahora la sabiduría de vuestro padre. Habéis oído la flauta del campesino; oíd también la trompeta con toda su fuerza.
»El pueblo grita: ¡Hijo de Teófilo y de Atanasio, escuchamos la sabiduría de Cirilo!»(51).

El ciclo de sermones en torno a Éfeso se cierra en un claro ambiente de euforia. La afirmación de la maternidad de Santa María no sólo reafirmaba la unidad de Cristo, sino que abría una nueva etapa en la piedad mariana y en los perfiles más característicos de la vida cristiana. En efecto, desde la conciencia refleja de la dignidad maternal de Santa María, el pueblo cristiano –incluidos los obispos– captaron mejor no sólo el honor que se debe a María, sino su papel único en la historia de la salvación y su excelso poder de intercesión. Como observa Toniolo citando las homilía de Proclo y de Basilio de Seleucia, se llegó así a expresar un culto de hiperdulía a la Virgen, tras comprender su dignidad y su singular poder intercesor como Madre de Dios(52).

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Notas
1. Pontificia Academia Mariana Internationalis, De primordis cultus mariarni: Acta Congressus Mariologici-mariani Internationalis in Lusitania anno 1967, Roma 1970 (6 vols.); De cultu mariano saeculis VI-XI: Acta Congressus Mariologici-mariani Internationalis in Croatia anno 1971 celebrato, Roma 1972 (4 vols.).
2. Cfr p.e., D. Fernández, La spiritualité Mariale chez les Pères de l´Église, en «Dictionnaire de Spiritualité», 423-440; L. Gambero, Culto, en «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988, 534-554.
3. Cfr p.e., San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, 7,2; 18,2;19,1; Carta a los Esmirniotas, 1,1.
4. Cfr San Justino, Diálogo con Trifón, 87,2; 100,4-6.
5. San Ireneo, Adversus haereses, III, 22, 4.
6. San Ireneo, Adversus haereses, V,19, 1.
7. Cfr p.e., M. Jourjon, Marie avocate d’Eva selon saint Irénée, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2, 143- 148; D. Fernández, La spiriturilité Mariale chez Pères de l’Église, cit., 424.
8. Cfr p.e., C. Vaggagini, Maria nelle opere di Origene, Roma 1942; H. Crouzel, La mariologia di Origene, Milán 1968.
9. Orígenes, In Joannem 1, 4, GCS 4, p. 8.
10. Esta noticia de Sócrates sugiere a G. Giamberardini que el título Theotokos era ya corriente en Egipto en la época de Orígenes; y que éste se vio en la necesidad de precisar en qué sentido se llama a Santa María Theotokos. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuum praesidium» e il titolo Theotokos nella tradizione egiziana, en «Marianum» 31 (1969) 350-351; A.M. Malo, La plus ancienne prière à notre Dame, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2, 475-485.
11. Cfr Bagatti, Transitus Mariae, en «Marianum» 32 (1970) 279-287.
12. Cfr G. Aranda.
13. Cfr San Gregorio de Nacianzo, Oratio 24,10-11; PG 35,1180-1181.
14. Cfr San Gregorio de Nisa, De vita beati Gregorii, PG 46, 912.
15. Cfr San Cirilo de Alejandría, Contra Julianum, 8, PG 76, 901.
16. San Atanasio, Carta a las vírgenes, CSCO 151, 72 y 76.
17. He estudiado este asunto en La Maternidad divina de María. La lección de Éfeso, en «Estudios Marianos» y en el título de «Madre de Dios» en los autores preefesinos, ponencia presentada en la Semana de Estudios Marianos celebrada en Huelva (Septiembre de 2001).
18. San Jerónimo, Epístola 22, 8; Adversus Jovinianum,1,31.
19. Cfr E. Toniolo, Padres de la Iglesia, en S. de Fìores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988,1541.
20. Cfr I. Bengoechea, Doctrina y culto mariano en San Isidoro de Sevilla, en De cultu mariano saeculis VI-Xl, cit., t. 3, 161-195; G. Gironés, La Virgen en la liturgia mozárabe, en «Anales del Seminario de Valencia», 4, 1964.
21. Cfr J.M. Cascante, Doctrina mariana de San Ildefonso de Toledo, Barcelona 1958; La devoción y el culto a María en los escritos de san Ildefonso, en De cultu mariano saeculis VI-XI, cit., t. 3, 223-248.
22. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuúm praesidium» e il titolo «Theotokos» nella tradizione egiziana, en «Marianum» 31 (1969), 350-358.
23. Ms. Reising, Ms. Nonantola, Ms. Marturi. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuum praesidium» e il titolo «Theotokos» nella tradizione egiziana, cit., 333-335
24. Ibid, 336.
25. Ibid, 337.
26. Cfr E. Toniolo, Akáthistos, en S. de Fiores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», cit., 64-74. Cfr también Id., L’Inno acatisto, monumento di teologia e di culto mariano nella chiesa bizantina, en De cultu mariani saeculis VI-XI, cit., t. 4, 1-39; I. Ortiz de Urbina, En los albores de la devoción mariana: Akáthistos, en «Estudios Marianos» 35 (1970) 920; J. Castellano, Akáthistos. Canto litúrgico mariano, Roma 1979; A. Molina, María, Madre de la Reconciliación, en el himno Akáthistos, en «Estudios Marianos» 50 (1985) 111-138.
27. Cfr J.M. Quercii, In hymnum Acathistum, PG 92,1354.
28. G. Pisidas, Hymnus Acathistus, PG 2,1346.
29. Cfr R. Laurentin, Table rectifìcative des pièces authentiques ou discutiès contenues dans les deux Patrologies de Migne, en Court Traité de Théologie Mariale, París 1953,163.
30. Cfr S. Alvarez Campos, Corpus Marianum Patristicum II, Burgos 1970, nn. 923-933. He estudiado este Sermón en La mariología de san Gregorio de Nisa, en Scr Th 10 (1978) 409-46. El texto de este Sermón aún no ha aparecido en la Edición de W. Jaeger, Gregorii Nisseni Opera.
31. J.A. De Aldama, Repertorium pseudochrisostomicum, París 1965, 77-78.
32. Sermo de Annuntiatione, PG 62, 762.
33. Ibid, 766.
34. Proclo no tomó parte activa en el Concilio de Éfeso, pero ayudó a que su doctrina fuese recibida en Constantinopla. Es el Patriarca que mandó traer a Constantinopla los restos de San Juan Crisóstomo en el año 438. Muere en el 446 (Cfr J. Quasten, Patrología II, 1962, 545).
35. Cfr PG 65, 679-692; J.D. Mansi, 4, 577-588. Existen también traducciones siríaca, armenia y etiópica (cfr J. Quasten, Patrología II, cit., 546). Sobre su autenticidad, cfr R. Laurentin, Court traité de théologie mariale, París 1953, 161-163.
36. Homilía de Proclo de Cízico, nº 1. Cfr A.J. Festugière, Ephèse et Chalcédoine. Actes de Conciles, Beauchesne, París 1982, 154. Cfr E. Schwartz, Acta Conciliorum Oecumenicorum. Concilium Ephesinum, I, Berlín 1927, I, 1, 103. La imagen que utiliza Proclo es muy rica: El Verbo está en el seno de 1a Virgen, porque Ella atendió al mensaje del ángel, es decir, porque le engendró al recibirle por la fe.
37. Homilía de Proclo de Cízico, n. 2. Cfr J. Festugière, o. c.,155. Cfr E. Schwartz, o.c., I, l,104.
38. Ibidem, nº 3.
39. Ibid, nº 3.
40. Ibidem, nº 9.
41. Teodoto de Ancira fue primero amigo de Nestorio, y después su decidido adversario en Éfeso. Murió antes del 446. Cfr A. de Nicola, Dizionario Patristi e di Antichità Cristiane II, Roma 1984, 3399.
42. Cfr A.J. Festugière, o. c., 267-294;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2, 71-90.
43. Tercer.sermón de Teodoto de Ancira, n.1. Cfr A. . Festugière, o. c., 281;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2, 80.
44. Cfr p.e., San Ireneo, Adversus Haereses, 3, 21, 10-22; 1. Cfr A. Orb
e, Antropología de San Ireneo, Madrid 1969, 84-89.
45. Ibid, nº 2.
46. Acacio fue elegido obispo de Melitene antes del 430. Fue un apasionado adversario de Nestorio. Murió en torno al 438. Cfr D. Stiernon, Acacio de Melitene, en Dizionario Patristico e di Antichità Cristiane I, Roma 1983, 23.
47. Sermón de Acacio de Melitene. Cfr A.J. Festugière, o.c., 297; Cfr E. Schwartz, o.c., l, 2, 91.
48. Cirilo contra Nestorio cuando los siete se reunieron en Santa María, Cfr A.J. Festugière, o. c., 311-312;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2,102.
49. Pablo fue obispo de Emesa después del 410. Tuvo parte muy activa en Éfeso y en los acontecimientos que le siguieron. Murió entre el 43 y el 455.
50. Primer.sermón de Pahlo de Emesa en Alejandría. Cfr A.J. Feshzgière, o. c., 477-479;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 4,9-11.
51. Segundo sermón de Pablo de Emesa en Alejandría, Cfr A.J. Festugière, o. c., 483;. E. Schwartz, o.c., I, 4,14.
52. Cfr E. Toniolo, Padres de la Iglesia, en S. de Fiores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988,1541.

Fuente: Lucas F. Mateo-Seco

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La comunión en la mano es una costumbre protestante que las Conferencias Episcopales fueron adoptando

La norma de la Iglesia Católica sigue siendo comulgar en la boca, no obstante, luego del Concilio Vaticano II, y fuera de éste, se permitió comulgar en la mano a algunas arquidiócesis, lo que se fue generalizando a pedido de las Conferencias Episcopales. Sin embargo es llamativa la pregnancia de esta excepción, ya que Santos, Doctores y los últimos dos papas (Juan Pablo II y Benedicto XVI) llaman a comulgar en la boca.

Una de las tantas costumbres protestantes que ha tomado la Iglesia Católica y que forma parte de los signos de nuestros tiempos.

El Generalis Missalis Romani dice que en principio, la Comunión se recibe en la boca, pero, donde sea concedido (por la Conferencia Episcopal), el fiel puede, a elección, comulgar recibiendo la hostia en la mano. En cambio, cuando la Comunión se recibe «por intinción» (esto es, bajo ambas especies, mojando la hostia en el Cáliz), obviamente, sólo puede recibirse en la boca.

EVOLUCIÓN DE CÓMO SE RECIBE LA EUCARISTIA

Monseñor Schneider, que es experto en Patrística e Iglesia primitiva, explica las diferencias entre la forma de comulgar en la Iglesia primitiva y la actual práctica de la comunión en la mano.

Según afirmó, esta costumbre es «completamente nueva» tras el Concilio Vaticano II y no hunde sus raíces en los tiempos de los primeros cristianos, como se ha sostenido con frecuencia.

En la Iglesia primitiva había que purificar las manos antes y después del rito, y la mano estaba cubierta con un corporal, de donde se tomaba la forma directamente con la lengua: «Era más una comunión en la boca que en la mano», afirmó Schneider. De hecho, tras sumir la Sagrada Hostia el fiel debía recoger de la mano con la lengua cualquier mínima partícula consagrada. Un diácono supervisaba esta operación.

Jamás se tocaba con los dedos: «El gesto de la comunión en la mano tal como lo conocemos hoy era completamente desconocido» entre los primeros cristianos.

Aun así, se abandonó aquel rito por la administración directa del sacerdote en la boca, un cambio que tuvo lugar «instintiva y pacíficamente» en toda la Iglesia a partir del siglo V, en Oriente, y en Occidente un poco después. El Papa San Gregorio Magno en el siglo VII ya lo hacía así, y los sínodos franceses y españoles de los siglos VIII y IX sancionaban a quien tocase la Sagrada Forma.

Según monseñor Schneider, la práctica que hoy conocemos de la comunión en la mano nació en el siglo XVII entre los calvinistas, que no creían en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía. «Ni Lutero», que sí creía en ella aunque no en la transustanciación, «no lo habría hecho», dijo el obispo kazajo: «De hecho, hasta hace relativamente poco los luteranos comulgaban de rodillas y en la boca, y todavía hoy algunos lo hacen así en los países escandinavos».

LA VIRGEN MARÍA LLAMA A COMULGAR EN LA BOCA EN SUS APARICIONES

En «Mística Ciudad de Dios», Sor María de Jesús de Agreda relata su visión sobre cómo fue la primera Misa de los Apóstoles, al octavo día de la Venida del Espíritu Santo, en el mismo plato y cáliz en que había consagrado el Señor. La primera Misa la celebró San Pedro y asistió a ella María Santísima. Pues bien, en esas revelaciones aprobadas por la Iglesia, se dice que la Santísima Virgen comulgó de mano de San Pedro. Observen que dice de mano, no en la mano. Veamos cómo lo relata:

«Con profunda humildad y adoración se prepararon para comulgar. Y luego dijeron las mismas oraciones y salmos que Cristo Señor nuestro había dicho antes de consagrar, imitando en todo aquella acción, como la habían visto hacer a su divino Maestro. Tomó San Pedro en sus manos el pan ázimo que estaba preparado, y levantando primero los ojos al cielo con admirable reverencia, pronunció sobre el pan las palabras de la consagración del cuerpo santísimo de Cristo, como las dijo antes el mismo Señor Jesús».

«Luego san Pedro consagró el cáliz y con el sagrado cuerpo y sangre hizo las mismas ceremonias que nuestro salvador, levantándolos para que todos lo adorasen. Tras de esto se comulgó el apóstol a sí mismo y luego los once apóstoles, como María Santísima se lo había prevenido. Y luego por mano de San Pedro comulgó la divina Madre«.

En muchos otros mensajes a videntes María pide comulgar en la boca, y nunca menciona comulgar en la mano.

LAS DECLARACIONES DE LOS CONCILIOS

De Rouen: El Concilio de Rouén (año 650) prescribe: «A ningún laico, hombre o mujer, sea dada la eucaristía en la mano, sino en la boca.

De Bizancio: El Quinto Concilio de Constantinopla (año 691) prohibió a los fieles darse la Comunión a sí mismos (que es lo que sucede cuando la Sagrada Partícula es colocada en la mano del comulgante) y decretó una excomunión de una semana de duración para aquellos que lo hicieran en la presencia de un obispo, un sacerdote o un diácono.

De Trento: El Concilio de Trento (Dogmático) en fecha 11 de Octubre de1551, (ses. XIII, c.8) dispuso: «Siempre ha sido costumbre de la Iglesia de Dios, en la Comunión Sacramental, que los laicos tomen la comunión de manos de los sacerdotes, y que los sacerdotes celebrantes comulguen por sí mismos; costumbre que por razón y justícia DEBE MANTENERSE por provenir de la Tradición Apostólica». (El texto se refiere a la comunión en la boca, pues hacía ya muchos siglos que había sido prohibida en la mano.)

Vaticano II: No se pronunció sobre la comunión en la mano (autocomunión).

DECLARACIONES SANTOS, PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA Y DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA

Tertuliano: (160-220) «…cuidamos escrupulosamente que algo del cáliz o del pan pueda caer a tierra» (De corona, 3 PL 2, 99);

San Hipólito (170-235) «… cada uno esté atento… que ningún fragmento caiga y se pierda, porque es el Cuerpo de Cristo que debe ser comido por los fieles y no despreciado» (Trad. Ap. 32.).

Orígenes: (185-254) «Con qué precaución y veneración, cuando recibís el Cuerpo del Señor lo conserváis, de manera que no caiga nada o se pierda algo del don consagrado. Os consideraríais justamente culpables si cayese algo en tierra por negligencia vuestra» (In Exod. Hom., hom. XIII, 3, Migne, PG 12, 391).

El mismo Pablo VI comenta así este último texto: «»Consta que los fieles creían y con razón, que pecaban, según recuerda Orígenes, si, habiendo recibido el cuerpo del Señor, y conservándolo con todo cuidado y veneración, algún fragmento caía por negligencia» (Mysterium Fidei, 32).

San Cirilo: (315-387) «… recíbela cuidando que nada de ella se pierda, porque dime: si alguno te diese unas limaduras de oro ¿no las guardarías con toda diligencia procurando no perder nada de ellas? ¿No procurarás, pues, con mucha más diligencia que no se te caiga ninguna migaja de lo que es más precioso que el oro y las piedras preciosas?»).

San Efrén: (306-373) «Comed este pan y no piséis sus migas… una partícula de sus migas puede santificar a miles de miles y es suficiente para dar vida a todos los que la comen» (Serm. in hebd. s., 4, 4).

San Basilio: (330-379) afirma claramente que sólo está permitido recibir la Comunión en la mano en tiempos de persecución o, como era el caso de los monjes en el desierto, cuando no hubiera un diácono o un sacerdote que pudiera distribuirla. «No hace falta demostrar que no constituye una falta grave para una persona comulgar con su propia mano en épocas de persecución cuando no hay sacerdote o diácono» (Carta 93). Lo que implica que recibirla en la mano en otras circunstancias, fuera de persecución, será una grave falta.

S. Agustín: (354-430) “Sería locura insolente, el discutir qué se ha de hacer cuando toda la Iglesia Universal tiene ya una práctica establecida.” (carta 54,6; a Jenaro.)

San León Llamado el Magno, Sumo Pontífice entre 440-461, en sus comentarios al sexto capítulo de San Juan, habla de la Comunión en la boca como del uso corriente: «Se recibe en la boca lo que se cree por la Fe». El Papa no habla como si estuviera introduciendo una novedad, sino como si fuera un hecho ya bien establecido.

S. Gregorio: También llamado Magno, Papa entre 590 y 604, en sus Diálogos (Roman 3, c 3) relata cómo el Papa San Agapito obró un milagro durante la Misa, después de haber colocado la Hostia en la lengua de una persona. También Juan el Diácono nos habla acerca de esta manera de distribuir la Santa Comunión por ese Pontífice.

S. F. de Asís: (1182-1226) “Sólo ellos, (los sacerdotes), deben administrarlo, y no otros.” ( Carta 2ª, a todos los fieles, 35).

Sto Tomás: (1225-1274) «Porque debido a la reverencia hacia este sacramento, nada Lo toca, sino lo que es consagrado; de aquí que el corporal y el cáliz son consagrados, y así mismo las manos del sacerdote, para tocar este sacramento.» (Suma Teológica: Pt. III, Q.82, Art. 3).

Es decir, se falta a la reverencia debida a este Sacramento, cuando lo tocan manos que no están consagradas; doctrina que fue luego confirmada por S.S. Juan Pablo II en Domenica Cenæ, como veremos luego.

San Pío X «Cuando se recibe la Comunión es necesario estar arrodillado, tener la cabeza ligeramente humillada, los ojos modestamente vueltos hacia la Sagrada Hostia, la boca suficientemente abierta y la lengua un poco fuera de la boca reposando sobre el labio inferior». (Catecismo de San Pío X). Y Contestando a quienes le pedían autorización para comulgar de pie alegando que: los israelitas comieron de pie el cordero pascual les dijo: «El Cordero Pascual era tipo (símbolo, figura o promesa) de la Eucaristía. Pues bien, los símbolos y promesas se reciben de pie, MAS LA REALIDAD SE RECIBE DE RODILLAS y con amor».

Cuando estaba este santo pontífice en su lecho de muerte, en Agosto de 1914, y se le administró la Sagrada Comunión como Viático, no la recibió, y no le estaba permitido, en la mano: la recibió en la lengua de acuerdo a la ley y a la práctica de la Iglesia Católica.

Pio XII: “Hay que reprobar severamente la temeraria osadía de quienes introducen intencionadamente nuevas costumbres litúrgicas, o hacen renacer ritos ya desusados, y que no están de acuerdo con las leyes y rúbricas vigentes.”

( Mediator Dei, 17.)

Pablo VI: El texto original de la ya mencionada consulta a los Obispos sobre la comunión en la mano, decía: “En nombre y por encargo del Santo Padre, me es grato comunicar…” Al leerlo, el Papa dijo al encargado de redactar la carta:

-¿Grato? ¡No me es grato para nada!

Y corrigió el texto de la siguiente forma:

“En nombre y por encargo del Santo Padre, es mi deber comunicar…”

En esa misma carta el Papa corrigió otra frase añadiendo de su puño y letra lo que está en negritas:

“Por mandato explícito del Santo Padre que no puede dejar de considerar la eventual innovación con evidente aprensión

M. Teresa: “…el peor mal de nuestro tiempo es la Comunión en la mano.” (The Wanderer, 23 de marzo de 1982)

OPINIÓN DE SS JUAN PABLO II

Periodista: – Santo Padre, ¿Cuál es su opinión sobre la comunión en la mano?

A lo que el Papa responde: – Hay una carta apostólica sobre un permiso especial válido para esto. Pero yo le digo a Ud. que no estoy a favor de esta práctica, ni tampoco la recomiendo. El permiso fue otorgado debido a la insistencia de algunos obispos diocesanos.

Entrevistado por la revista Stimme des glaubens durante su visita a Fulda (Alemania) en Noviembre de 1980.

En su Carta “Domenica Cenæ”, de 24 de febrero de 1980, el Papa dice: “El tocar las Sagradas Especies y su distribución con las propias manos, es un privilegio de los ordenados”.

Y para que nadie interpretase de otra forma estas palabras, tres meses después, ante las cámaras de la televisión francesa, negaba la Comunión en la mano a la esposa del primer ministro Giscard d’Estaing.

En la Instrucción “Inestimabile Donum” de la Congregación para el Culto Divino, sancionada el día 17 de abril del mismo año de 1980, el Papa reitera: “No se admite que los fieles tomen por sí mismos (autocomunión) el pan consagrado y el cáliz sagrado, y mucho menos que se lo hagan pasar de uno a otro”.

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REFLEXIONES Y DOCTRINA Usos, Costumbres, Historia

Diccionario de términos religiosos y eclesiásticos

A continuación, encontrará un glosario de términos religiosos y eclesiásticos, indicado especialmente para aquellos que van a misa y saben como se llaman los instrumentos que se usan, la vestimenta y los distintos elementos de la liturgia.
 

 

 

 

A

ABAD: Es el Superior de una Congregación Monástica o de un Monasterio. Puede ser Mitrado, asemejándose a un Obispo pero sin todas sus potestades.

ABSOLUCIÓN SACRAMENTAL: Acto por el cual el sacerdote perdona los pecados en nombre de Dios. En el Sacramento de la Penitencia o Reconciliación dice, después de escuchar la confesión del penitente: “Yo te absuelvo de todos tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén” (Véase también CONFESIÓN)

ABSTINENCIA: Acto de penitencia que consiste en abstenerse de comer carne.

ACCIÓN DE GRACIAS: Forma de oración en la que agradecemos a Dios los bienes recibidos.

ACLAMACIÓN: Expresión breve, normalmente jubilosa, que profiere la asamblea en determinados momentos de la celebración. Viene de “clamar”, gritar. Son aclamaciones, por ejemplo: Amén, Aleluya, Demos gracias a Dios, Te alabamos Señor, Gloria a Ti, Señor Jesús.

ACÓLITO: Ministro no ordenado (Véase MINISTERIOS). El acólito ayuda al Presbítero (Véase PRESBÍTERO) y al Diácono (Véase DIÁCONO) en el altar. Se le confía también la distribución de la Comunión cuando hace falta, bien en la Misa, bien fuera de ella, especialmente a los enfermos.

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO: Es un prelado que administra una Iglesia particular (diócesis), a veces en forma transitoria, mientras se designa al obispo titular.

ADVIENTO: Tiempo litúrgico, o parte del Año Litúrgico (Véase AÑO LITÚRGICO) que dura más o menos cuatro semanas y que prepara a la celebración de la Navidad. También se llama Adviento a la preparación para el fin de los tiempos o escatología. Adviento significa “llegada”.

ÁGAPE: Convite de caridad que celebraban los primeros cristianos, generalmente en relación con la Eucaristía. Hoy se dice de un convite en el que el aspecto de convivencia y caridad tiene mayor relieve que el de un banquete. Ágape en griego significa caridad.

AGENTE EVANGELIZADOR: Expresión genérica para referirse a quienes tienen responsabilidades específicas en la acción pastoral de la Iglesia: Sacerdotes, diáconos, religiosos, y laicos con tareas de responsabilidad en la Evangelización.

AGENTE PASTORAL: Véase AGENTE EVANGELIZADOR

ALBA: Vestidura (túnica) de lienzo blanco que se ponen los celebrantes, (obispos, sacerdotes, diáconos y ministros) sobre el hábito y el amito, para celebrar una liturgia, y que le cubre todo el cuerpo. Significa la pureza ritual y el despojamiento de toda corrupción.

AMBÓN: Lugar elevado (según el sentido etimológico) o al menos destacado, desde el cual se proclaman las lecturas, el salmo responsorial (Véase MISA – Partes), el Pregón Pascual, así como, facultativa, la Homilía (Véase MISA – Partes) y la Oración de los fieles (Véase MISA – Partes).

AMITO: Vestidura sagrada que usa (facultativamente) el sacerdote debajo del Alba (Véase ALBA). Es un lienzo que protege el cuello y cae sobre los hombros y la espalda. Se sujeta con dos cintas que se entrelazan delante del pecho.

ALELUYA (o Alleluya o Aleluia): Palabra hebrea que significa “alabad y Yahvé”, “alaben al Señor”. Es una exclamación de alabanza. En tiempos de penitencia, como la Cuaresma, no se utiliza.

ALMA: Los filósofos griegos nos enseñaron a distinguir en el ser humano, el cuerpo y el alma. El alma no es una parte del cuerpo, sino lo que hace que el cuerpo sea uno, vivo e inteligente. Es el principio vital del hombre.

ALOCUCIÓN: Discurso, normalmente breve, dirigido por un superior.

ALTAR: Piedra o mesa en la que antiguamente se ofrecían sacrificios u otras ofrendas a Dios. Hoy sólo se ofrece en el altar el sacrificio de la Santa Misa. Representa a Cristo, por eso se le saluda, inciensa, besa (ver Ara). Después del Concilio Vaticano II se prefiere hablar de ‘mesa’, más que de altar.

AMÉN: Palabra hebrea que ha pasado a todos los idiomas y significa “de acuerdo”, “es cierto”, “así sea”. Respondemos “amén” a la oración que alguien reza en voz alta, en nombre de nosotros, para afirmar que la hacemos realmente nuestra y deseamos que se realice lo que pedimos.

ANÁFORA: Véase MISA.

ANAMNESIS: Véase MISA.

ANGELUS: Ángelus. «Angel», en latín. Así se llaman las plegarias que los católicos rezan desde hace siglos, habitualmente a las 12 h. del mediodía. Evocan el anuncio del arcángel san Gabriel a la Virgen María de que iba a ser la Madre de Dios encarnado, Jesucristo: Angelus Domini nuntiavit Mariae: «El ángel del Señor anunció a María». «Y concibió por obra del Espíritu Santo» «He aquí la esclava del Señor» «Hágase en mí según su Palabra». «Y el verbo se hizo carne». «Y habitó entre nosotros».

ANTIGUO TESTAMENTO: El conjunto de los libros de la Biblia redactados antes de Cristo. Corresponde a la antigua Alianza entre Dios y el pueblo de Israel. Lo componen 47 libros.

AÑO LITÚRGICO: El orden que la Iglesia da a las celebraciones de los misterios de la fe, a lo largo del año. Son los llamados tiempos litúrgicos. El Año Litúrgico comienza cuatro semanas antes del 25 de Diciembre y está compuesto por los tiempos de: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario.
Véase cada uno de estos tiempos.

APOLOGÍA: Expresión escrita u oral de defensa o justificación. En las celebraciones existen en forma de oración.

APÓSTOL: Viene de una palabra griega que significa “enviado”, mandado a cumplir una misión.

ARA: Altar en que se ofrecen sacrificios. Piedra consagrada del altar. (Véase ALTAR)

ARCANO: Secreto. En la antigüedad cristiana estuvo vigente la “disciplina del arcano”, en virtud de la cual no se daban a conocer a los paganos aspectos o verdades de la fe que no estaban en condiciones de comprender (por ej., la Eucaristía) y a los neófitos se les iban revelando sólo progresivamente.

ARCHIDIÓCESIS o ARQUIDIÓCESIS: Es la diócesis que encabeza (o sea, la capital de) una provincia eclesiástica.

ARZOBISPO: Es el obispo que preside una arquidiócesis. También se le puede llamar ‘Metropolitano‘. Cuando un arzobispo pasa de una arquidiócesis a una diócesis, la Iglesia les mantiene el vocativo de ‘arzobispo‘, el que se antepone al de ‘obispo‘.

ASAMBLEA: Comunidad de creyentes reunidos para una celebración religiosa.

ASCENSIÓN: Acción por la cual Jesús Resucitado subió al cielo en cuerpo y alma.

ASPERSIÓN: Es el acto de asperjar (del latín aspergere), o sea rociar o derramar agua bendita sobre los fieles u objetos para bendecirlos. Es un rito de purificación bautismal que se realiza en el tiempo pascual en la Misa en lugar del acto penitencial.
Para asperjar, se usa en ocasiones una rama parecida a la del arbusto oloroso llamado hisopo. Por ello, se llama también así al instrumento de mango largo rematado con una bola metálica con orificios que ayudan a esparcir el agua bendita. El recipiente que contiene el agua bendita se llama acetre

ASUNCIÓN: Acción por la cual Dios hizo entrar en la vida eterna a la Virgen María, Madre de Jesús, cuando había llegado la hora de su muerte.

ATRIO: Patio interior cercado de pórticos. Andén o pórtico delante de algunos templos y palacios.

AVE MARÍA: Principal oración que se dirige a la Virgen María. Consta, primero, de un saludo inspirado en el del Ángel Gabriel y en el de Santa Isabel y, en la segunda parte, de una súplica.

AYUNO: Forma de penitencia que consiste en privarse total o parcialmente de alimentos por motivos religiosos. La Iglesia pide dos días de ayuno en el año: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo.

B

BÁCULO: Bastón o ‘cayado‘ utilizado como apoyo. Lo usaban los pastores en el cuidado del rebaño. Ahora, símbolo del ministerio pastoral de los obispos.

BALDAQUINO: Véase CIBORIO.

BAPTISTERIO: Lugar destinado a la celebración del Bautismo, donde está la fuente bautismal, normalmente dentro del templo.

BASÍLICA: Templo cristiano de significación destacada al que se reconoce un prestigio especial. Significa “palacio de príncipe”.
Hay basílicas ‘mayores‘ (las cuatro grandes basílicas mayores están en Roma: San Pedro, San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor) y basílicas ‘menores‘.

BAUTISMO: Primer Sacramento que recibe un cristiano. Este sacramento incorpora a la Iglesia y a la vida cristiana: hace hijos de Dios y partícipes de la Salvación de Cristo.

BEATIFICACIÓN: Declaración que hace el Sumo Pontífice en la que expresa que un determinado siervo de Dios es digno de culto, después de muerto. El proceso de beatificación es previo al de la canonización. (Véase CANONIZACIÓN).

BEATIFICAR: Es declarar ‘beato‘ a un siervo de Dios.

BEATO: Es el ‘siervo de Dios‘ que ha sido beatificado. El itinerario para la santidad es: se le reconocen a un cristiano ejemplar fallecido ‘virtudes heroicas‘; luego, se le declara ‘siervo de Dios‘; después ‘beato‘ y, finalmente, ‘santo‘.

BENDICIÓN:
a) Fórmula oracional de alabanza a Dios, a Cristo, a los santos. Se la llama “bendición ascendente”, cuando se quiere precisar.
b) Favor de Dios (de Cristo, de los Santos) a los hombres. Se la llama “bendición descendente”, si se quiere precisar.
c) Parte de la misa. (Véase MISA – Partes).

BIBLIA: Libro sagrado del los judíos y de los cristianos. Los primeros tienen sólo el Antiguo Testamento. Los cristianos, el Antiguo y el Nuevo (Evangelios, Hechos de los Apóstoles, Cartas de los Apóstoles y Apocalipsis). La Biblia reúne 72 libros o documentos.

BINACIÓN: Celebración de dos misas el mismo día. El sacerdote que las celebra se dice que bina. Se usa análogamente “trinación”.

BIRRETE: O ‘birreta‘, solideo que cubre la cabeza de los cardenales. Es de color rojo y la entrega el Papa cuando crea un cardenal.

BLASFEMIA: Expresión injuriosa contra Dios o los santos.

BOSQUEJO HISTÓRICO: Breve reseña que a veces se hace de algún santo, ya en forma escrita en Libros Litúrgicos (Véase LIBROS LITÚRGICOS), ya en discursos orales.

BREVIARIO: Nombre que tenía comúnmente hasta la reforma litúrgica postconciliar lo que ahora llamamos Liturgia de las Horas (Véase LITURGIA DE LAS HORAS) u Oficio Divino.

C

CALI: (Véase CONTRIBUCIÓN A LA IGLESIA)

CÁLIZ: Copa que emplea el sacerdote en la celebración Eucarística.

CANON: Significa “regla fija”. Se habla de “canon de la Misa” (Véase PLEGARIA EUCARÍSTICA). También se usa para designar las normas o cuerpo de las leyes propias de la Iglesia que constituyen el Código de Derecho Canónico.

CANÓNIGO: Título honorífico de algunos presbíteros que atienden el servicio religioso en una catedral. Ellos conforman el CABILDO.

CANONIZACIÓN: Acción solemne por la cual el Papa declara “santo” a un cristiano ejemplar, ya beatificado.

CANONIZAR: Es declarar santo a un beato.

CAPA PLUVIAL: Vestidura litúrgica en forma de capa que usa el presbítero en ciertas ceremonias, como procesiones, matrimonio fuera de la Misa, etc.

CAPELLÁN: Sacerdote designado para atender un templo, un convento o un establecimiento como un hospital, un regimiento, un colegio.

CAPILLA: Lugar pequeño dedicado al culto.

CARDENAL: Es la más alta dignidad después del Pontífice Romano. Tiene dos funciones fundamentales:
1.    Auxiliar y asesorar al Papa en el gobierno de toda la Iglesia.
2.    Cuando la Santa Sede está vacante, gobernar colectivamente la Iglesia Universal hasta la designación del nuevo Papa.
La elección y nombramiento de los Cardenales compete exclusivamente al Papa, quien los elige entre los miembros destacados del Episcopado de las diversas naciones y entre los eclesiásticos más distinguidos por su ciencia y sus servicios en la Curia Romana. Su número es variable, al arbitrio también del Sumo Pontífice hasta un máximo de 120. Actualmente son obispos, aunque en el momento de la elección pueden ser sólo sacerdotes.
Los cardenales son consultados también por el Papa en la causa de los santos.
Los cardenales tienen la misión de elegir, entre ellos, al Papa, en una reunión llamada CÓNCLAVE (‘con clave‘ o ‘con llave‘. Se encierran a deliberar y votar).
El Papa puede llamar a una reunión del colegio de cardenales, denominada CONSISTORIO. Hay consistorios ordinarios y extraordinarios.
Los CARDENALES se ‘CREAN‘. No se ‘nombran‘ ni se ‘designan‘.
Un CARDENAL en una diócesis no tiene autoridad jerárquica por ser tal, sino por ser OBISPO de esa diócesis. Es un título, no un cargo. También se llama a los cardenales PRÍNCIPES DE LA IGLESIA.
¿Cómo nos podemos dirigir a un cardenal? Se les puede nombrar como Su Eminencia, su Eminencia Reverendísima, Excelencia. A muchos no les gusta ese trato, por lo que lo más normal es llamarles CARDENAL, o SEÑOR CARDENAL.
Un cardenal deja de ser monseñor.

CARISMA: Don gratuito dado por Dios como servicio a los demás, en función del progreso de la sociedad y la Iglesia.

CARTA APOSTÓLICA: Documento Papal que se presenta en forma de carta a una persona determinada o grupo, aunque su intención es normalmente universal.

CASULLA: Vestidura litúrgica que llevan los sacerdotes y los obispos sobre los demás ornamentos cuando van a celebrar la Misa. Cambia de color según el tiempo litúrgico.

CATECISMO: Texto de la Doctrina Cristiana que se utiliza como apoyo de la Catequesis (Véase CATEQUESIS).

CÁTEDRA: Sede o asiento, símbolo del que preside. Respecto del Papa, se habla de la ‘cátedra de Pedro‘. Está además, la ‘cátedra‘ o asiento del obispo en la catedral.

CÁTEDRA DE SAN PEDRO: La autoridad del Papa, sucesor de San Pedro, vista desde el aspecto doctrinal.

CATEDRAL: Iglesia en que está la sede o cátedra del obispo. Está en la ciudad cabecera de la diócesis.

CATEQUESIS: Es la acción por la cual la Iglesia educa en la fe a sus miembros, sean éstos adultos, jóvenes o niños.

CATÓLICO: Significa “universal”. La Iglesia se llama católica porque está abierta a todos los hombres de cualquier raza o condición.

CELAM: Abreviatura que significa Consejo Episcopal Latinoamericano. Es el organismo que coordina el trabajo de la Iglesia en el continente latinoamericano. Está formado por obispos y personal que los ayuda. Fundado en 1955, tiene una sede en Bogotá, Colombia. Ha realizado cuatro asambleas generales: en Río de Janeiro, en 1955; en Medellín, en 1968, en Puebla, en 1979 y en Santo Domingo, en 1992.

CELEBRACIÓN: Véase LITURGIA.

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA: Véase PARALITURGIA.

CÉLIBE: Persona no casada. El término se usa para designar a quienes viven esa situación por consagración a Dios, como los sacerdotes, religiosos y religiosas.

CIBORIO: Especie de dosel que cubre el altar.

CIRIALES: Candeleros altos que llevan los Acólitos (Véase ACÓLITO) a los lados del Santísimo (Véase SANTÍSIMO), de la Cruz, del presidente de la celebración.

CIRIO: Vela de cera que se emplea en las Iglesias. En las celebraciones litúrgicas, los cirios son imagen visual de nuestra fe.

CISMA: División que se produce en la Iglesia cuando algunos católicos rechazan la autoridad del Papa, salen de la comunión de la Iglesia y, en general, forman otra Iglesia. Dejan de ser católicos.

CLERO: Conjunto de hombres consagrados a Dios en el servicio a la Iglesia: obispos, sacerdotes, diáconos casados y los que se preparan al sacerdocio en su fase próxima.

CLERO DIOCESANO: Cada DIÓCESIS tiene un ‘clero diocesano‘, conformado por los sacerdotes y diáconos que dependen directamente del Obispo y no de una Congregación religiosa.

COLECTA: a)    Acción de recoger los donativos de los fieles.
b)    Oración colecta (Véase MISA – Partes).

COLECTA PROPIA: La oración colecta que una celebración eucarística lleva como específica, es decir, no tomada de otros formularios.

COLORES LITÚRGICOS: Los colores empleados en los ornamentos de los celebrantes en las ceremonias litúrgicas; también se usan en telas de adornos. Han variado según tiempos y lugares. Ahora se emplean en nuestro rito los colores blanco, rojo, verde, morado y a veces rosado y azul.

COMITÉ EJECUTIVO DE LA CONFERENCIA ESPISCOPAL: está formado por el Presidente, el Vicepresidente y el Secretario de la conferencia episcopal, además de cuatro miembros elegidos por la Asamblea.

COMISIÓN PERMANENTE DE LA CONFERENCIA ESPISCOPAL: Está formada por los siete miembros del Comité Ejecutivo y los catorce Presidentes de las Comisiones Episcopales.

COMUNIDAD CRISTIANA: Es un grupo de creyentes que viven su compromiso con Jesucristo, juntos, de manera estable y fraternal. Dentro de la Iglesia tiene denominaciones genéricas y particulares. De este modo, así se denomina a todos los componentes de una parroquia y también a un grupo reducido de personas.

COMUNIDAD ECLESIAL DE BASE: Puede variar según países, pero suele ser un grupo de creyentes, generalmente alrededor de una capilla, que viven su compromiso con Jesucristo, juntos, de manera estable y fraternal. Se reúnen periódicamente a estudiar, orar, programar acciones apostólicas.

COMUNIÓN: Unidad en la fe, de todos los católicos. También se refiere al acto de recibir la Hostia consagrada en la celebración Eucarística porque expresa esa unidad a Cristo y su Iglesia.

COMUNIÓN DE LOS SANTOS: Unión profunda que existe entre Cristo y todos los que están vinculados a Él por la fe en la Tierra, en el Purgatorio y en el Cielo.

CONCELEBRACIÓN: Celebración de la Eucaristía realizada por varios sacerdotes, en el mismo altar, consagrando juntos el mismo pan y el mismo vino.

CONCELEBRANTES: Cada uno de los obispos y/o presbíteros que conjuntamente actúan como ministros en la Eucaristía o en otra celebración sacramental.

CONCILIO: Asamblea de obispos presidida por el Papa o un delegado suyo. El Papa Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II, en el siglo XX. Un Concilio convocado por el Papa y cuyos acuerdos han sido aprobados por él, constituye la máxima autoridad de la Iglesia.

CÓNCLAVE: Véase CARDENAL.

CONFERENCIA EPISCOPAL: Conjunto de los obispos de un grupo de diócesis, generalmente de un país.
La Conferencia Episcopal española la forman todos los obispos con responsabilidades pastorales vigentes. Se reúne al menos una vez al año y la representa la comisión Permanente (Véase COMISIÓN PERMANENTE), cuando no están reunidos en Asamblea Plenaria.
La Conferencia Episcopal NO ES UNA INSTANCIA JERÁRQUICA, sino de coordinación. Sus acuerdos y documentos no obligan a los obispos que la integran, salvo cuando el Reglamento lo estipula así y dispone un quórum determinado.

CONFESIÓN: Parte de la celebración del sacramento de la Penitencia o Reconciliación, en la que el penitente declara al confesor los pecados cometidos. A veces se usa como sinónimo del sacramento de la Penitencia, del que es parte.

CONFIRMACIÓN: Sacramento por el cual Jesucristo otorga una especial donación del Espíritu Santo a un bautizado que está dispuesto a asumir un compromiso cristiano permanente. Es la ratificación del Sacramento del Bautismo.

CONGREGACIÓN DE LA SANTA SEDE: Véase DICASTERIO.

COMMUNICATIO IN SACRIS: Comunicación en lo sagrado. Se entiende de la concelebración sacramental.

COMPLETAS: Véase LITURGIA DE LAS HORAS.

CONOPEO: Velo con que se cubre el copón cuando queda guardado en el sagrario. También si se expone el Santísimo (véase SANTÍSIMO) sin emplear la custodia.

CONSAGRACIÓN:
a)    Acción por la cual se destina a una persona o cosa al servicio de Dios. Así, por ejemplo, se dice “consagrar un templo”. Un hombre o mujer se consagran a Dios por sus votos religiosos, un sacerdote u obispo son consagrados el día de su ordenación. En la Misa se consagra el pan y el vino.
b)    Véase MISA – Partes

CONTRIBUCIÓN A LA IGLESIA: Aporte que los católicos dan a la Iglesia para que ésta pueda cumplir su misión pastoral. Antes se llamó “dinero del culto”. Actualmente es el 1% de los ingresos brutos mensuales.

CONTRICIÓN: Arrepentimiento sincero que es necesario para obtener de Dios el perdón de los pecados. Es dolor de haber pecado por haber ofendido a Dios.

CONSEJO DE PRESBITERIO: Grupo de sacerdotes elegidos por el clero de una diócesis y/o designado por el obispo, que asesoran al obispo en el Gobierno diocesano.

CONSISTORIO: Véase CARDENAL.

COPÓN: Vaso sagrado que se emplea para colocar las Hostias (véase HOSTIA); cuando se trata de pequeña cantidad, éstas se colocan en la Patena (véase PATENA). En el Sagrario la Reserva (véase RESERVA) suele estar en un Copón.

CORO: a) Grupo de cantores.
b) Rezo coral de quienes tienen el cometido de celebrar la Liturgia de las Horas (véase LITURGIA DE LAS HORAS), como los monjes, los canónicos, etc.

CORONACIÓN: Acción de colocar corona a una imagen o estatua religiosa en ceremonia litúrgica.

CORPORAL: Lienzo blanco sobre el cual se colocan la Hostia (véase HOSTIA), la Patena (véase PATENA), el Cáliz (véase CÁLIZ). Es como un pequeño mantel colocado sobre el mantel del altar.

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA: Documento Papal de la máxima importancia, similar a la Bula, aunque sin las características formales de ésta, como el sello en bola de plomo.

CREDENCIA: Pequeña mesa ubicada cerca del altar sobre la que se colocan elementos u objetos que se van a necesitar en la celebración.

CRISMA: Óleo sagrado consagrado por el obispo el Jueves Santo, compuesto de aceite y bálsamo. Se emplea en el Bautismo, en la Confirmación y en otras ocasiones.

CRISMACIÓN: Acción de ungir con el Santo Crisma (Véase CRISMA).

CRISTIANO: Persona bautizada que acepta a Jesús como Señor y Salvador y procura vivir según su enseñanza, unido a su Iglesia.

CRISTO: Título dado a Jesús para reconocerlo como Mesías. Es una palabra griega que significa “ungido”.

CRUCIFIJO: Es una imagen de Cristo en la cruz.

CRUZ: Antiguo instrumento de suplicio para los esclavos y delincuentes en el que murió Jesús a raíz de una condena injusta. La cruz se ha convertido en la señal distintiva de los cristianos, porque la muerte de Jesús en ella, dolorosa y humillante, fue un verdadero triunfo espiritual.

CUARENTA HORAS: Práctica de adorar al Santísimo (véase SANTÍSIMO), durante aproximadamente cuarenta horas en tres días seguidos.

CUARESMA: Período del año litúrgico que va desde el Miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo (40 días) durante el cual los cristianos se preparan para celebrar la Pascua de Resurrección. Es un tiempo de penitencia, ayuno y oración.

CURA: Sacerdote encargado de una Parroquia. Cura es casi lo mismo que párroco. De por sí significa “cuidado”. En este caso, cuidado de almas.

CURIA: Se denomina así a los servicios administrativos de la Iglesia en una diócesis o en Roma.

CUSTODIA: Vaso sagrado en el que se coloca la Hostia consagrada de suerte que puede ser vista. Por eso también se lo llama Ostensorio. Se emplea para la Exposición del Santísimo (véase SANTÍSIMO) y para las procesiones en las que se lleva el Santísimo.

D

DALMÁTICA: Vestidura sagrada parecida a la Casulla que se coloca encima del Alba. Hoy la usa el Diácono, aunque fue ornamento episcopal también.

DECANATO: Conjunto de parroquias, vecinas entre sí, en que se divide una diócesis para organizar su acción pastoral con criterios comunes para facilitar el crecimiento de sus comunidades. El decano gobierna el decanato.

DERECHO CANÓNICO: Conjunto de normas que constituye el sistema jurídico-legal fundamental de la iglesia universal.

DIACONÍA: a) Término griego que significa servicio.
b) Sector o comunidad que está bajo la responsabilidad de un diácono.

DIÁCONO: Ministro eclesiástico que forma parte del clero, junto al obispo y al sacerdote.
Puede impartir la bendición, presidir una celebración del matrimonio, bautizar, predicar, celebrar exequias y liturgias de la Palabra. Su función principal es el servicio a los pobres y a la comunidad.
Un diácono no es sacerdote y no puede presidir una Misa o eucaristía, ni confesar.

•    Hay diáconos en tránsito al sacerdocio, que son los seminaristas en la etapa final de sus estudios para ser sacerdotes o presbíteros.
•    Y hay diáconos permanentes, que son ciudadanos, generalmente hombres casados, que han recibido la sagrada orden del Diaconado. Un diácono permanente no llegará al sacerdocio y cumple las mismas funciones del diácono en tránsito al sacerdocio.

DICASTERIO: Término con que también se denomina a las Sagradas Congregaciones de la Curia Vaticana. Es relativamente equivalente a los Ministerios que ayudan al Santo Padre en el Gobierno de la Iglesia.
Por ejemplo, el cardenal Antonio Cañizares presidente de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Salvo el Secretario de Estado, todas las demás Congregaciones tienen un mismo nivel jerárquico y no hay segunda, tercera o cuarta en importancia.

DIÓCESIS: Es una jurisdicción territorial de la Iglesia y cada una constituye una ‘Iglesia particular‘, cuya máxima autoridad es el OBISPO.

DISCURSO: Pieza oratoria de extensión no muy amplia sobre una materia determinada. En el ámbito eclesial se distingue de otras piezas, como la homilía, que es parte de una celebración religiosa.

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA:
a)    Desarrollo de la enseñanza social del Evangelio, aplicada a los problemas típicamente modernos de la vida en común.
b)    Principales documentos de la Doctrina Social de la Iglesia. Se identifica con las encíclicas de los papas. Entre las más conocidas, tenemos:
•    Rerum Novarum (Sobre las cosas nuevas), primer gran documento social de la Iglesia. Fue promulgado por el Papa León XII el 15 de mayo de 1891.
•    Quadragésimo Anno (a los 40 años). Pío XI, 1931.
•    Mater et Magistra (Madre y Maestra – La Iglesia). Juan XXIII, 15-5-1961.
•    Pacem in Terris (La Paz en la Tierra). Juan XIII, 11-4-1963.
•    Populorum Progressio (El Desarrollo de los Pueblos). Pablo VI, 26-3-1967.
•    Octogésima Adveniens (A los 80 años). Pablo VI, 14-5-1981
•    Laborem Exercens (Al Realizar el Trabajo). Juan Pablo II, 14-9-1981.

DOGMA: Es un punto de doctrina que la Iglesia ha definido de manera muy precisa y solemne, generalmente para subrayar su importancia y destacarla ante los fieles. Los católicos tienen obligación de aceptar los dogmas.

DOXOLOGÍA: Oración de alabanza.

E

ECUMENISMO: Por su origen, significa “universal”. El movimiento ecuménico significa la apertura de diálogo hacia los otros cristianos, no católicos.

ELEVACIÓN: Rito de la Misa que consiste en elevar las Especies Consagradas (Pan y Vino) para adoración de los fieles. La Elevación Mayor tiene lugar en el momento de la Consagración (véase MISA – Partes), y la Elevación Menor durante la Doxología con que concluye la Plegaria Eucarística (véase MISA – Partes).

EMBOLISMO: Añadidura o prolongación de una oración.

ENCÍCLICA: Carta solemne escrita por el Papa a los pastores y fieles en general, e incluso, a todos los hombres, relativa a un tema específico.

EPÍCLESIS: Véase MISA – Partes.

EPIFANÍA: Significa manifestación. Así se denomina a la Solemnidad comúnmente conocida como fiesta de los Reyes Magos.

EPISCOPADO: El conjunto de los obispos de un país o región.

EPISCOPAL: Es un adjetivo que significa: del obispo, de uno o varios obispos. Por ejemplo: Documento Episcopal, la Conferencia Episcopal, Vicario Episcopal.

EPÍSTOLA: Significa carta. En el Nuevo Testamento se habla de las Epístolas de San Pablo y de las Epístolas católicas. En este caso “católicas” significa universales, dirigidas a todas las iglesias.

ESCRITURAS: Se llama así también a la Biblia. También “Sagrada Escritura”, porque esos Libros escritos por hombres han sido totalmente inspirados por Dios mismo.

ESCRUTINIOS: Análisis de las disposiciones de candidatos al bautismo (catecúmenos adultos) o a otros sacramentos. Estos escrutinios forman parte de celebraciones litúrgicas.

ESPÍRITU SANTO: Es la tercera Persona en Dios, uno y trino, y vive en la Iglesia y en el corazón de los creyentes. Su acción es esencial a la vida de la fe: concede dones y carismas a los cristianos y es prenda de la vida futura.

ESTACIÓN:
a)    La Iglesia de Roma en la que antiguamente se reunían los fieles de los distintos barrios para la celebración presidida por el Papa. Cada fiesta o día importante tenía su estación o lugar fijo de celebración.
b)    Uno de los 14 momentos de dolor que vivió Jesucristo en su pasión y muerte, y que la liturgia de la Iglesia revive en el rezo del Vía Crucis, particularmente en los oficios del Viernes Santo.

ESTOLA: Banda larga de color variable que el sacerdote lleva sobre el alba para celebrar la Eucaristía y otros sacramentos. El diácono también la usa, terciada.

EUCARISTÍA: Sacramento por el que se celebra y actualiza el misterio Pascual de Jesús. Este, en la Última Cena de su vida, en vez de celebrar la antigua pascua judía, se entregó a sí mismo, transformando de antemano su condena de muerte en un sacrificio voluntario para la salvación del mundo. Etimológicamente significa una oración de acción de gracias.
También véase MISA.

EUCOLOGÍA: Conjunto de elementos oracionales de una celebración.

EVANGELIO: La Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo recogida en los libros de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan.

EVANGELIZAR: Es el acto de anunciar el Evangelio, el primer anuncio de la salvación de Jesús.

EXCOMUNIÓN: Sanción por la cual se separa a un católico de la comunidad eclesial debido a alguna falta grave, pública o privada. El excomulgado no puede recibir el cuerpo de Cristo en la Eucaristía ni otros sacramentos, mientras no se reintegre arrepentido a la iglesia.

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA: Los Papas vienen dando este nombre a algunos de sus documentos importantes dirigidos a todos los católicos. Su importancia es similar a la de las Encíclicas (véase ENCÍCLICA), de las que se distinguen porque en éstas predomina el carácter doctrinal, en tanto que en las Exhortaciones prevalece el pastoral.

EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO: Colocación del Santísimo en forma visible, normalmente en la Custodia (véase CUSTODIA), para adoración de los fieles.

F

FE: Actitud fundamental del cristiano por la que pone en Dios toda su confianza y cree lo que Dios le enseña por su Hijo y por la Iglesia.

FIESTA: Celebración de algún aspecto del Misterio Pascual de Cristo. En los días más solemnes se denomina Solemnidad.

FIESTA DE GUARDAR: Llamamos “fiesta de guardar” a unas cuatro fiestas religiosas en el año que no caen en día domingo, en las cuales, como en domingo, se debe honrar a Dios participando en la Misa, dejando de trabajar, haciendo obras buenas.

FRACCIÓN DEL PAN: Ver MISA – Partes.

G

GÉNESIS: Palabra griega que significa “origen”, “comienzo”. Se usa como título del primer libro de la Biblia, cuyos capítulos iniciales presentan los orígenes del mundo y de la humanidad.

GENUFLEXIÓN: Acción de doblar una rodilla en señal de adoración a Dios.

GLORIA:    a) El Cielo
b) Un himno de la Misa (véase MISA)

H

HEREJE: Es el católico que se separa de la Iglesia por no estar de acuerdo con un punto doctrinal.

HOMILÍA: Predicación que el obispo, el sacerdote o el diácono hacen durante la misa, después de la proclamación del Evangelio, en relación con la Escritura leída o con otra parte de la celebración, con la vida de los oyentes y con el misterio celebrado.
La HOMILÍA es una predicación. La HOMILÍA, por sí sola NO ES UNA CELEBRACIÓN. NO ES UNA MISA. Es una parte de esa celebración. Se puede decir que el sacerdote u obispo PRONUNCIA una homilía, NO que CELEBRA u OFICIA una homilía.

HOMILIARIO: Libro que contiene Homilías.

HOSTIA: Término proveniente del latín, que significa “víctima”. Designa el Pan que el sacerdote consagra en la misa.

HUMERAL: Paño rectangular que el sacerdote se coloca sobre los hombros y brazos para tomar ciertos objetos, como la Custodia (Véase CUSTODIA) y el Copón (Véase COPÓN) para bendecir o llevarlos en procesión.

I

ICONO o ÍCONO: Imagen. Se emplea de modo particular para las pinturas de tipo oriental.

IGLESIA: La palabra «Iglesia» [«ekklèsia», del griego «ek-kalein» – «llamar fuera»] significa «convocación». Designa asambleas del pueblo, en general de carácter religioso. El término «Kiriaké», del que se deriva las palabras «church» en inglés, y «Kirche» en alemán, significa «la que pertenece al Señor».
En el lenguaje cristiano, la palabra «Iglesia» designa no sólo la asamblea litúrgica, sino también la comunidad local o toda la comunidad universal de los creyentes. Estas tres significaciones son inseparables de hecho.
La «Iglesia» es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
La Iglesia es la gran comunidad fundada por Cristo y constantemente sostenida por el Espíritu Santo para continuar su presencia y acción en el mundo. A ella pertenecen todos los bautizados.
No es correcto decir ‘Iglesia española‘. La Iglesia católica es una sola, es universal (eso significa ‘católica‘). No es mexicana, ni argentina, ni peruana. Es mejor hablar de ‘la Iglesia EN Colombia… EN Perú’ etc.
En el uso corriente, iglesia designa también al templo donde se reúnen los cristianos.

INCENSARIO: Utensilio utilizado en las ceremonias litúrgicas para colocar ascuas sobre las cuales se echa incienso. (Véase INCIENSO) Las volutas de agradable olor que se producen son dirigidas con movimientos del mismo incensario hacia los objetos o personas de la asamblea en señal de veneración.

INCIENSO: Sustancia resinosa aromática extraída de varios árboles.

INVOCACIÓN: Oración breve en la que se pide auxilio o ayuda a Dios o a los santos.

J

JERARQUÍA: Es la autoridad de la Iglesia. La forman el Papa y los obispos en comunión con los sacerdotes y diáconos.

K

KERIGMA: Término griego derivado de “Kerix”; heraldo, mensajero. Significa el Mensaje cristiano con su matiz de alegre anuncio.

L

LABOREM EXCERCENS: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.

LAICO: O “seglar”. Viene del griego ‘laos‘, que significa ‘pueblo‘. Son laicos los cristianos no consagrados por el sacramento del Orden. Ellos desarrollan su vida de fe en las tareas normales del mundo: vida matrimonial, política, profesional, etc.
Los laicos no forman parte del ‘clero‘.

LAUDES: Véase LITURGIA DE LAS HORAS.

LECCIONARIO: Libro que contiene las lecturas que se proclaman en la Eucaristía o en otras celebraciones litúrgicas.

LECTIO DIVINA: “Lectura Divina”. Se dice de la lectura de la Biblia que acostumbran a hacer de modo sistemático especialmente los monjes. Por extensión se aplica también a la lectura de otras espirituales.

LECTURA DE LA MISA: Véase MISA – Partes.

LETANÍA: Oración popular que comprende una serie de invocaciones con respuesta común.

LIBROS LITÚRGICOS: Los que contienen las celebraciones oficiales de la Iglesia.

LITURGIA: Designa el conjunto de la oración pública y oficial de la Iglesia. Tiene su cumbre y fuente en la Eucaristía.
“Litúrgico” es todo lo relativo a la liturgia.
LITURGIA es una Reunión de fieles para celebrar un acontecimiento de la fe. También se le puede llamar OFICIO RELIGIOSO o CELEBRACIÓN.

LITURGIA DE LA PALABRA: Acto de oración comunitaria en la que el contenido central es escuchar textos de la Palabra de Dios, orar y dar gracias. Puede ser un acto aislado o parte de otro mayor.
Es una asamblea pequeña o grande que se reúne para escuchar diversos textos bíblicos, intercalados con cantos y oraciones. De ser posible también con una homilía, a cargo de un sacerdote o un diácono.
Una LITURGIA DE LA PALABRA suele celebrarse los Domingo en capillas y lugares donde no es posible celebrar la MISA o EUCARISTÍA. En esta celebración, presidida por un diácono o un laico, éste puede distribuir la comunión. Pero NO ES UNA MISA. Se usan hostias ya consagradas en una misa. (Véase MISA).

LITURGIA DE LAS HORAS:  Rezo litúrgico dispuesto por la Iglesia para todos los fieles y encomendado en forma más específica a los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas. Su finalidad es santificar el tiempo, rezando las correspondientes “horas” en su respectivo momento.

Partes de la LITURGIA DE LAS HORAS, también llamadas Horas:
•    Laudes o alabanzas matinales, a primeras horas del día.
•    Tercia, Sexta y Nona son las “Horas menores”. Su momento es hacia las nueve, las doce y las quince horas, respectivamente.
•    Vísperas, al caer el día o concluir el trabajo.
•    Completas, breve oración para el momento de acostarse.
•    Hora de Lecturas. En principio es oración nocturna, si bien sólo suelen rezarla durante la noche (hacia la 1 h. o algo después) los contemplativos. Por ese carácter nocturno se llamaba a esta Hora Maitines, divididos en Primero, Segundo y Tercer nocturnos.

LITURGIA EUCARÍSTICA: Se designa también así a la Misa.
Precisamente corresponde a la parte central de la Misa, después de la Liturgia de la Palabra y de las ofrendas. Incluye el canon (Véase MISA – Partes)

LITURGIA PENITENCIAL: Acto de oración comunitaria cuyo contenido específico es el arrepentimiento y deseos de reconciliación con Dios y los hermanos. Puede incluir el Sacramento de la Reconciliación. (Véase CONFESIÓN)

M

MAGISTERIO: Función de la Iglesia por la cual interpreta rectamente y mantiene vivas e íntegras no sólo las enseñanzas de Jesús, sino toda la Revelación. Esta tarea la desempeñan el Papa y los obispos. Para eso tienen la gracia y autoridad que les otorga el Espíritu Santo.

MAGNIFICAT: Canto que la Virgen María, según la narración de San Lucas (Lc. 1,46-55), pronunció en casa de su prima Isabel cuando fue a visitarla.

MÁRTIR: Palabra griega que significa “testigo”. Los cristianos la emplean para designar a los que han sido testigos de Cristo, en alguna persecución, hasta morir por su fe.

MARTIROLOGIO: Libro que contiene los nombres de los santos mártires con indicaciones sobre origen, día y lugar del martirio, etc.

MATER ET MAGISTRA: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.

MEMORIA: Celebración Litúrgica de grado inferior al de Solemnidad, Fiesta o Domingo.

MEMORIAL: Memorial es la celebración de la Iglesia en cuanto que es mucho más que una memoria o recuerdo. Es la nueva presencia de Cristo, posible porque, al haber consumado el Misterio Pascual, vive más allá de las leyes del tiempo y del espacio. Se aplica sobre todo a la Eucaristía.

METROPOLITANO: Véase ARZOBISPO

MIÉRCOLES DE CENIZA: Día en que comienza la Cuaresma. Se llama así porque desde tiempos inmemoriales se pone ceniza en la frente a los que asisten a la celebración litúrgica de la comunidad. El significado de este gesto es recordarnos que somos mortales y que debemos humillarnos y convertirnos a Dios.

MILAGRO: Hecho singular, generalmente inexplicable por simples causas humanas, que se produce en un ambiente religioso; los creyentes lo reconocen como un signo de la intervención de Dios a favor de los hombres y como un llamado a responder a su amor.

MINISTERIO: Es el servicio encomendado a algunos miembros de la Iglesia para atender algunas necesidades pastorales. Hay ministerios ‘ordenados‘: obispo, presbítero, diácono, quienes ejercen un ministerio. Hay otros ministerios ‘no ordenados‘: acólitos, lectores, ministros de la comunión, etc. Son ‘laicos‘.

MINISTRO: Persona que ha recibido delegación para un servicio especial en la comunidad eclesial.

MINISTROS LAICOS: Designación específica para cuando un ministerio es atendido por un laico, no clérigo.

MISA, LITURGIA EUCARÍSTICA, O EUCARISTÍA: Actualización del sacrificio de Cristo. La Misa es la más importante y central entre todas las celebraciones de la Iglesia. También se la llama: Eucaristía, Celebración Eucarística, Santo Sacrificio.
Sólo la puede presidir una persona ordenada como sacerdote (que ha recibido el sacramento del Orden Sacerdotal). Él tiene el poder de CONSAGRAR el pan y el vino: por las palabras de la CONSAGRACIÓN, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Si no hay CONSAGRACIÓN, NO HAY MISA.
El sacerdote u obispo que encabeza una misa, LA PRESIDE. Es el PRESIDENTE de esa liturgia. Todos los demás, LA CELEBRAN, incluso los laicos. Los demás sacerdotes y/u obispos que acompañan al presidente, CONCELEBRAN la misa.

Partes de la Misa

A. Rito de Entrada: Comprende todo lo que precede a las lecturas, o sea.
•    Antífona o canto de entrada
•    Saludo al altar: el sacerdote y los ministros al llegar al altar lo veneran con un beso.
•    Saludo a la Asamblea por parte del sacerdote.
•    Acto penitencial. Invitación a reconocer los propios pecados y oraciones en las que se pide a Dios perdón.
•    Señor, ten piedad: Canto (o recitación) en el que se aclama al Señor y se pide su misericordia.
•    Gloria, Himno en el que se alaba a Dios Padre y a Cristo. Proviene de los primeros siglos cristianos. También se lo llama doxología mayor (la doxología o alabanza menor es el “gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”…).
•    Colecta u oración colecta, que generalmente hace referencia a lo propio de la fiesta o al carácter de la celebración. Con ella concluye el rito de entrada.

B. Liturgia de la Palabra: Comprende las Lecturas de la Sagrada Escritura (Biblia), el salmo responsorial, la aclamación al Evangelio, la lectura del Evangelio, la homilía, el credo y la oración de los fieles.
•    Primera lectura. Cuando hay tres lecturas, la primera está tomada del Antiguo Testamento; así los domingos y otros días solemnes. Si sólo hay dos lecturas (los días ordinarios entre semana), se toma del Antiguo Testamento o bien del Nuevo, excepto del Evangelio.
•    Salmo responsorial: es un salmo (véase SALMO) o parte de un salmo con el que se responde a la lectura escuchada. Lo canta o profiere un solista desde el ambón (véase AMBÓN) y el pueblo responde a cada estrofa con un estribillo.
•    Segunda lectura: (cuando hay tres), Se toma del Nuevo Testamento, excepto del Evangelio.
•    Aclamación del Evangelio. Comprende el Aleluya (excepto en Cuaresma) (véase ALELUYA) y un versículo, normalmente tomado del mismo evangelio que se va a leer.
•    Evangelio: Es la última de las lecturas. Se toma de uno de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
•    Homilía: Véase HOMILÍA.
•    Credo o profesión de la fe. Es la profesión comunitaria de la fe católica con una de dos fórmulas opcionales (una larga y más conceptual y otra breve y sencilla). En los artículos o partes de esta fórmula se recogen los contenidos centrales de la fe cristiana. Por eso se lo llama también “símbolo de la fe”. Se dice los domingos y solemnidades.

•    Oración de los fieles u oración universal. Es una serie de peticiones, dichas por una o varias personas. A cada intención responde el pueblo con una fórmula de súplica. Las intenciones son: por la Iglesia, por los gobernantes, por los especialmente necesitados y por la asamblea.

C. Liturgia Eucarística: Comprende la preparación de las ofrendas, la plegaria eucarística y el rito de Comunión.
•    Preparación de los dones. A veces a este rito se lo sigue llamando ofertorio, aunque esta palabra es menos adecuada. Comprende el hecho de llevar al altar y disponer el pan, el vino y el agua. Se acompaña el rito práctico con algunas oraciones. La principal es la Oración sobre las ofrendas, que hace referencia a los dones presentados al altar (el pan y el vino). Durante este rito puede haber canto.
•    Anáfora o Plegaria eucarística. Es la oración central de la misa y de todas las de la Iglesia. Es una oración de acción de gracias y de santificación. En algún caso también se le llama canon. Comprende:
• Diálogo inicial.
• Prefacio: solemne acción de gracias y alabanza que culmina en el Santo.
• Epíclesis (invocación) para que los dones queden consagrados.
• Narración de la institución de la Eucaristía.
• Anámnesis (recuerdo, memorial) de los principales misterios del Señor.
• Ofrecimiento del sacrificio.
• Intercesiones y comunión de los santos: peticiones y recuerdo de los santos y de cuantos nos precedieron hacia el cielo.
• Doxología final. Doxología significa alabanza. Es una solemne alabanza a la Santísima Trinidad.
• Amén o ratificación de la asamblea.
•    Rito de Comunión. Comprende los siguientes momentos:
• Padrenuestro u oración dominical (o sea “del Señor”) precedido de una introducción.
• Rito de la Paz. El sacerdote la desea a todos e invita a que mutuamente se la expresen con un gesto.
• Inmixtión o inmixción, o sea, el gesto de mezclar una pequeña parte de la Hostia con el vino consagrado. Lo hace el sacerdote dejando caer en el cáliz un trocito que corta de la Hostia.
• Cordero de Dios. Es un canto dirigido a Cristo, llamado “Cordero de Dios” por el hecho de ser ofrecido en sacrificio, como el cordero de la Pascua judía. Se canta o reza durante la fracción y la “inmixtión”.

• Comunión. Es uno de los actos esenciales de la Misa. Consiste en comer y beber el cuerpo y la sangre de Cristo, o sea el pan y el vino que han sido consagrados en la Plegaria Eucarística. Comulga el sacerdote y luego distribuye la comunión a los fieles que se acercan para dicho fin y que están preparados espiritualmente. A veces la hostia consagrada es distribuida untada en el vino consagrado (comunión bajo las dos especies).
Canto de Comunión es el que se desarrolla mientras se distribuye la comunión.
• Poscomunión es la oración que profiere en voz alta el sacerdote después de la comunión.

E. Rito de conclusión. Comprende:
•    Un saludo del sacerdote.
•    La bendición final, que en algunas ocasiones se desarrolla con mayor solemnidad.
•    El envío y la despedida con que se disuelve la asamblea.
A veces mientras sale la gente se tiene un canto de salida.

MISA DE EXEQUIAS O DE DIFUNTOS: Una misa que se celebra antes del funeral de un fallecido.
No confundir con RESPONSO, que es una oración fúnebre.

MISAL: Libro con las oraciones utilizadas por el sacerdote durante la Santa Misa.

MISTAGOGIA: Introducción al misterio cristiano, más allá de la simple instrucción doctrinal.

MITRA: Ornamento propio del obispo en celebraciones solemnes. Es una especie de gorro o sombrero alto, terminado en punta con dos bandas o tiras de tela que cuelgan por detrás.

MONICIÓN: Breve intervención al comienzo o en el interior de una celebración litúrgica que tiene como fin mover a la oración con sentimiento común en toda la asamblea.

MONSEÑOR: Es un título que otorga la Santa Sede a algunas personas ya sea por su cargo o por los servicios relevantes que ejercen en la Iglesia.
Todos los obispos reciben el trato de MONSEÑOR.
Pero también se les dice MONSEÑOR -aunque no tengan formalmente ese título- a sacerdotes que ejercen una responsabilidad pastoral o cargo importante

MUCETA: Especie de capa corta, que cubre los brazos hasta el codo, utilizando por el Santo Padre de color blanco.

N

NAVIDAD: Tiempo litúrgico que recuerda el nacimiento de Jesús. La Epifanía (manifestación) recuerda la visita de los Reyes Magos.
Nota: NAVIDAD NO ES PASCUA. Pascua es la víspera del Domingo de Resurrección, al término de la Semana Santa. (Véase PASCUA).

NEÓFITO: Literalmente, “nueva planta”. Se dice de los recientemente bautizados que están en la última etapa de su formación catecumenal.

NOCTURNO: Véase LITURGIA DE LAS HORAS.

NUNCIO APOSTÓLICO: Representante de la Santa Sede en el país. Es un diplomático con representación oficial ante el Gobierno y también cumple función pastoral en la relación con el Episcopado nacional.
Se le puede decir NUNCIO, SEÑOR NUNCIO, MONSEÑOR.

O

OBISPADO: Sede de un obispo, en la diócesis.

OBISPO: Sacerdote que ha recibido la plenitud del Sacramento del Orden.
Es la autoridad máxima, Pastor y jefe de una Iglesia particular (diocesana), denominado también ORDINARIO de esa diócesis. Los OBISPOS son sucesores directos de los Apóstoles.

OBISPO AUXILIAR: Es el obispo asignado a un obispo titular de una diócesis o arquidiócesis para ayudarle en el gobierno eclesiástico.

OBISPO COADJUTOR: Es el obispo designado para gobernar una diócesis con las facultades o poderes de obispo ordinario cuando el titular no puede ejercer adecuadamente su ministerio. Tiene derecho a sucesión.

OBLATAS: Los elementos que se llevan al altar en el momento de la presentación de Ofrendas. (Véase MISA).

OCTAVA: El octavo día a contar desde el día de una solemnidad. También el conjunto de los ocho días.

OCTOGÉSIMA ADVENIENS: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

OFERTORIO: Véase MISA – Partes.

OFICIO DIVINO: Otro nombre de la Liturgia de las Horas. Véase LITURGIA DE LAS HORAS.

OFRENDAS: Los dones que se llevan al altar para ser consagrados (pan, vino, agua). Otros dones que se presentan en el mismo momento con otra finalidad: caridad, obsequio, etc.

ÓLEO: Aceite consagrado por el obispo el Jueves Santo, que se emplea en algunos Sacramentos. Es símbolo del don del Espíritu Santo y de su fuerza.

ORACIÓN UNIVERSAL U ORACIÓN DE LOS FIELES: Véase MISA – Partes.

ORACIÓN EUCARÍSTICA: Véase MISA – Partes.

ORACIONES PRESIDENCIALES: Las que en la celebración corresponden al ministro que preside.

ORDINARIO: El obispo de una determinada diócesis u otro a quien se le ha confiado el cuidado de una diócesis o de una circunscripción equivalente, como prelatura o vicariato apostólico.

ORIENTACIONES PASTORALES: Conjunto de sugerencias que el Episcopado Nacional emite periódicamente para enfatizar aspectos de la acción pastoral que responden mejor a la situación del país. No son normas, aunque el obispo diocesano las puede hacer suyas y normatizar.

ORTODOXO: Palabra que tiene dos sentidos:
a)    Calidad de la persona que profesa la auténtica y verdadera doctrina de la Iglesia.
b)    Miembros de la Iglesia Católica oriental separada de la Iglesia Católica.

P

PACEM IN TERRIS: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

PADRE: Se llama así a los presbíteros, curas, sacerdotes, sean diocesanos o religiosos.

PALIA: Pequeño cuadrado de lino almidonado con el que se cubre el cáliz.

PALIO: Insignia Pontifical que da el Papa a los Arzobispos y a algunos Obispos. Se trata de una banda ancha, con cruces negras; en su parte central está dividida, pasa sobre los hombros y, unida por detrás y adelante, cae sobre el pecho y la espalda.
También se llama PALIO a un dosel portátil, sostenido por cuatro o seis varas largas, bajo el cual va el obispo o presbítero portando el Santísimo (la Hostia consagrada).

PAPA: Sumo Pontífice Romano, Vicario de Cristo, sucesor de San Pedro en el Gobierno Universal de la Iglesia Católica. Obispo de Roma. El Papa goza de plena jurisdicción sobre toda la Iglesia católica de la que es su cabeza visible.
Sus leyes tienen eficacia universal. Define las diferencias entre los fieles y las autoridades eclesiásticas sobre cuestiones esenciales.
En su persona se expresa la Unidad de la Iglesia. Sólo a él los obispos dan cuenta de su ministerio episcopal. Y lo hacen por grupos cada cinco años en la llamada ‘visita ad limina apostolorum (‘a la morada de los apóstoles’).
El PAPA es el sucesor directo del Apóstol Pedro. Los OBISPOS son sucesores directos de los Apóstoles.
El Papa cuenta con un órgano colegiado: el COLEGIO DE CARDENALES.
Al Papa se llama, entre otros vocativos, SANTO PADRE, SU SANTIDAD, SUMO PONTÍFICE, PONTÍFICE, JEFE DE LA IGLESIA CATÓLICA, OBISPO DE ROMA, SANTIDAD, PADRE, SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS, SUCESOR DE PEDRO.
Utiliza algunos símbolos: el báculo pastoral (Véase BÁCULO), la Mitra (Véase MITRA).

PALMATORIA: Candelero bajo provisto de asa. Hoy está prácticamente en desuso en la liturgia.

PANEGÍRICO: Alocución laudatoria que normalmente tiene por objeto en la liturgia a algún santo.

PANTOCRATOR: El que todo lo contiene. Figura de Cristo sentado en una actitud de bendecir, que se coloca en al ábside de un templo dominando toda la nave.

PARÁBOLA: Es una comparación para expresar con fuerza y sencillez la enseñanza que encierra. Jesús las utilizó con frecuencia.

PARALITURGIA: Celebración no litúrgica pero estructurada en forma parecida a la liturgia. Normalmente centrada en la Palabra. Por eso se la llama también Celebración de la Palabra.

PÁRROCO: Presbítero que, en nombre del obispo, se hace cargo de la parroquia asignada.

PARROQUIA: Una determinada comunidad de fieles, constituida de modo estable en una diócesis y que se encomienda a un ‘párroco‘. La Parroquia es la más pequeña división jurídica de la Iglesia.

PARUSÍA: La venida de Cristo en los últimos tiempos.

PATENA: Platillo que conjuntamente con el Cáliz se usa en la celebración de la Eucaristía. En la patena se pone el pan para la consagración.

PASCUA: Significa ‘paso‘, el ‘paso‘ de Jesucristo de la muerte a la vida. Son cincuenta días de gloriosa celebración. El tiempo de PASCUA culmina con la solemnidad de PENTECOSTÉS: Dios entrega su Espíritu Santo a los apóstoles y se constituye la Iglesia.
El TRIDUO PASCUAL: Celebración de tres días con los que termina la CUARESMA. Esos tres días son los últimos de la SEMANA SANTA, la que comienza con el DOMINGO DE RAMOS.
La puerta del Triduo es el JUEVES SANTO, día de la caridad, del amor fraterno y de la institución de la Eucaristía.
Luego viene el VIERNES SANTO, en el que se exalta la Cruz Gloriosa de Jesucristo. El Viernes Santo NO SE CELEBRAN MISAS.
El SABADO SANTO no hay celebraciones en el día.
Y se cierra el Triduo el DOMINGO DE RESURRECCION O PASCUA.
VIGILIA PASCUAL: Se celebra en la noche del Sábado para el Domingo. La PASCUA es la más importante de las fiestas cristianas. La PASCUA es el centro de la Eucaristía y en torno a ella gira toda la vida del cristiano.

PASTORAL: Expresión que designa el tipo de acción de la Iglesia, el cuidado por “el rebaño”. Es decir, la acción de la Iglesia en el mundo.

PECTORAL: La Cruz que los obispos occidentales llevan colgada sobre el pecho, o el medallón que llevan en forma similar los orientales.

PENTECOSTÉS: Es el día que se celebra la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, actualizada hoy en su Iglesia.

PERÍCOPA: Trozo de algún capítulo de la Biblia que constituye una unidad narrativa. Ejemplo: una parábola, un milagro, las bienaventuranzas.

PÍXIDE: Vaso destinado a contener la Hostia Consagrada.

PLEGARIA EUCARÍSTICA: Véase MISA – Partes.

PLUVIAL: Véase CAPA PLUVIAL

PONTIFICAL:
a)    Como adjetivo: referente al Pontífice u Obispo.
b)    El libro litúrgico que contiene las celebraciones en que interviene el obispo como ministro.

PONTÍFICE: Véase PAPA

POPULORUM PROGRESSIO: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.

PORCIÚNCULA: Pequeña capilla en el lugar mismo donde murió San Francisco. Hoy está dentro de la basílica de Nuestra Señora de Los Ángeles en Asís.

POSCOMUNIÓN: Véase MISA – Partes.

PRÉDICA: Véase HOMILÍA

PREDICAR: Dar a conocer el Evangelio y sus consecuencias para la vida personal y social.
(Véase EVANGELIZAR, HOMILÍA).

PREFACIO: Véase MISA – Partes.

PRELADO: Pastor a cargo de una Prelatura. Estrictamente, PRELADO no es sinónimo de OBISPO.

PRELATURA: Nombre de una jurisdicción eclesiástica que aún no llega a ser diócesis. El pastor propio de una prelatura puede ser un obispo, un prelado o un abad, designados por el Papa.

PRESBITERIO:
a)    Lugar del Templo en torno al altar, reservado a los ministros durante la celebración.
b)    El conjunto de los presbíteros que con el obispo son los responsables primeros de la pastoral de una diócesis.

PRESBÍTERO: Literalmente significa anciano. De hecho, es sinónimo de Sacerdote.

PROCLAMACIÓN: La Proclamación de las Lecturas, de la Palabra, del Evangelio, etc. Es el hecho de leerlas o proferirlas ante la asamblea con cierta solemnidad, respeto y veneración.

PROFESIÓN DE FE: El hecho de proferir públicamente los contenidos substanciales de la propia fe. A veces se da el nombre también a la misma fórmula que encierra dichos contenidos.

PRÓJIMO: El que está más cerca de nosotros en afecto y solicitud.

PROFETA: Persona que tiene el don de anunciar el designio de Dios frente a los acontecimientos de un pueblo.

PROVINCIA ECLESIÁSTICA: Según la división territorial de la Iglesia Católica, las diócesis de una determinada Conferencia Episcopal se agrupan en Provincias Eclesiásticas, a cuyo frente hay una archidiócesis metropolitana. El Arzobispado castrense de España no pertenece a ninguna Provincia Eclesiástica. En la actualidad las diócesis españolas están agrupadas en 14 Provincias Eclesiásticas.

PUEBLO DE DIOS: Expresión para referirse a todos los cristianos. Con ella el Concilio Vaticano II quiso recalcar que todos los creyentes somos la Iglesia.

PÚLPITO: Lugar destinado a la predicación dentro del templo. Está separado del presbiterio, es decir, ubicado en la nave y elevado. Hoy ya no se emplea, pues el lugar propio de la predicación litúrgica es el Ambón, o bien la Sede del Presidente.

PURIFICADOR: Paño blanco que se emplea para limpiar el cáliz u otros vasos sagrados durante o después de la celebración de la misa. También lo usa el sacerdote para limpiarse los labios después de beber la Sangre de Cristo.

PURGATORIO: El Purgatorio es un estado en el que se encuentra la persona que ha muerto en gracia de Dios pero que no está plenamente purificada, y donde se es purificado para disfrutar plenamente de la presencia de Dios. Se trata de una persona salvada que vive en el amor de Dios y la salvación pero no de una manera plena, ya que ha de esperar ese encuentro hasta que esté preparado, es decir, cuando haya sido perfectamente purificado.

Q

QUADRAGESIMO ANNO: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

R

RAMOS: El domingo de Ramos es la celebración del Día en que Jesús fue proclamado Mesías por una muchedumbre en su entrada a Jerusalén.

RELIGIOSO: Además de referirse a una actitud humana general, en el lenguaje de la Iglesia alude específicamente a los hombres o mujeres consagrados a Dios en una agrupación particular (congregación religiosa).

RELIQUIAS: Restos del cuerpo de santos, normalmente de sus huesos. Por extensión, objetos que tuvo en uso.

RERUM NOVARUM: Véase DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

RESPONSO: Oración fúnebre. Canto u oración dialogado en sufragio (intercesión) por los difuntos. No confundir con Misa de exequias o de difuntos, que es una celebración Eucarística que se celebra antes del funeral de un fallecido. El responso es sin Misa.

RETIRO: Tiempo de oración, meditación y reflexión, en silencio.

RITO: Ceremonia religiosa que se desarrolla según normas determinadas, con una pauta y orden preestablecidos, con símbolos y signos. Un rito puede ser una ceremonia por sí sola o ser parte de otra mayor. Por ejemplo, el rito de la comunión, dentro de la misa; el rito de la imposición de las manos, dentro de la Confirmación, etc.

RITOS INICIALES: Véase MISA – Partes
Se aplica similarmente a otras celebraciones.

RITO PENITENCIAL: Véase MISA – Partes

RITO DE COMUNIÓN: Véase MISA – Partes

RITUAL: Libro litúrgico que contiene las fórmulas y ritos de las celebraciones sacramentales (aquéllas en las que se administran los sacramentos: Bautismo, Confesión, Unción de los Enfermos, etc). Hay un ritual por cada sacramento (los sacramentos son siete) o celebraciones litúrgicas similares como funerales, profesión religiosa, bendiciones, etc.

ROQUETE: Vestidura blanca que usan los ministros ayudantes en las ceremonias litúrgicas encima de la sotana.

S

SACERDOTE: Término que se emplea para designar a quien ha recibido el sacramento del Orden Sacerdotal, o sea, el Ministerio ordenado.
El sacerdote colabora con el obispo en su acción pastoral, en la enseñanza, la predicación del Evangelio y la celebración de los sacramentos. También se les llama ‘presbíteros‘, ‘curas‘ y ‘clérigos‘. Y en su conjunto conforman el ‘clero‘ de una diócesis.
•    Hay sacerdotes DIOCESANOS, que dependen directamente del obispo.
•    Y hay sacerdotes RELIGIOSOS, que pertenecen a órdenes religiosas o congregaciones y viven en comunidad con otros religiosos. Dependen de su propio SUPERIOR o PROVINCIAL.

SACRAMENTO: Acción ritual y festiva de Cristo y de la Iglesia por la cual el creyente celebra e incrementa su unión con Cristo. Los sacramentos son: Bautismo, Confirmación, Reconciliación, Eucaristía, Orden Sagrado, Matrimonio, Unción de los Enfermos.
También se usa la palabra sacramento como sinónimo de signo.

SALMO: Composición poético-musical propia sobre todo del pueblo hebreo. La mayor parte de los salmos bíblicos se encuentran en el Libro de los Salmos, que contiene 150 composiciones de este género.

SALMODIA: El conjunto de los salmos que se cantan o recitan en una celebración que contiene varios. Por ejemplo, los de Laudes o Vísperas (Véase LITURGIA DE LAS HORAS).

SALMO RESPONSORIAL: Véase MISA – Partes

SANTÍSIMO: Santísimo Sacramento, o simplemente el Santísimo, designa el Pan y el Vino consagrados, que se exponen para su adoración o que se reservan en el Sagrario.

SANTO PADRE: Véase    PAPA

SCHOLA CANTÓRUM:    Coro especialmente destinado a las celebraciones litúrgicas.

SEDE: Asiento destacado desde el cual el obispo o sacerdote presiden una celebración.

SEGLAR: Se utiliza como sinónimo de Laico. (Véase LAICO)

SEXTA: Véase LITURGIA DE LAS HORAS

SIGILO SACRAMENTAL: Secreto absoluto a que está obligado el sacerdote que oye confesiones.

SINAXIS O SYNAXIS: La reunión, la asamblea de los fieles.

SÍNODO DE OBISPOS: Es una asamblea de obispos que se reúnen convocados por el Papa, generalmente por regiones del mundo. Está el sínodo de Europa, el de América, etc. Concurren representantes por conferencia episcopal. El ‘sínodo ordinario‘ de una región se reúne cada tres años.

SOLIDEO: (‘Sólo a Dios‘). Pequeña pieza de género que usan los obispos y el Papa sobre la cabeza, en su parte posterior. Los obispos, color violeta; los cardenales, rojo y el Papa, blanco.

SUFRAGIOS: Oraciones litúrgicas ofrecidas por los difuntos.

SUMO PONTÍFICE: Véase PAPA

T

TABERNÁCULO: Pequeño receptáculo a modo de minúscula capilla en el que se guarda el Santísimo o Sagrada Eucaristía.

TEÁNDRICO: Referente al ser divino-humano, es decir, a Cristo.

TE DEUM: Es un Oficio Religioso, una celebración solemne de acción de gracias. NO ES UNA MISA. El Te Deum es un antiguo himno de acción de gracias, que se canta en ocasiones muy señaladas, como las Fiestas Patrias, por ejemplo. Las palabras ‘Te Deum’ se refieren al comienzo del himno de acción de gracias: “a ti, Dios”.

TEOLOGÍA: Ciencia que estudia a Dios desde el punto de vista de la fe en la Revelación.

TIARA: Corona triple que usaban los papas, en lugar de la actual mitra, hasta los tiempos del Concilio Vaticano II.

TIEMPO LITÚRGICO: Véase AÑO LITÚRGICO.

TIEMPO ORDINARIO: Son todos los tramos del año en que la Iglesia no considera un tiempo litúrgico especial como Navidad, Pascua, Adviento, Cuaresma, etc.

TRIDUO: Serie de tres días de celebración. El principal es el “Triduo Pascual” o “Triduo sacro”, que va desde la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección (Véase PASCUA). Normalmente se habla de triduo de preparación, al estilo de las novenas.

TRISAGIO: Oración de alabanza al “tres veces santo”, es decir, a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

TROPO: Desarrollo musical con palabras añadidas a las del original. Fue muy empleado en algunas épocas y actualmente también está prevista la posibilidad de introducir tropos en algunas piezas de la liturgia.

U

UNCIÓN DE LOS ENFERMOS: El Sacramento propio de la situación de enfermedad grave (no precisamente de moribundos) o de vejez, cuando ella supone ya posibilidad probable de muerte cercana.

URBI ET ORBI: Urbis et Orbis «A la ciudad (Roma) y al mundo», «De la ciudad (Roma) y del mundo». Se suele referir, por ejemplo a la Bendición “Urbi et Orbe» que da el Papa.

V

VENERACIÓN DEL ALTAR: Gesto o gestos con los cuales se muestra el religioso respeto al Altar, como símbolo de Cristo y lugar del sacrificio. Son gestos de veneración del altar la inclinación, el beso, la incensación, según los casos.

VERSÍCULO: Frase de la Biblia de unas dos o tres líneas. Los libros bíblicos se dividen en capítulos y éstos en versículos con el fin de identificar con precisión y encontrar rápidamente dónde se encuentra una referencia o afirmación.

VIÁTICO: La Comunión llevada con cierta solemnidad al enfermo cuya muerte se prevé cercana. Esta comunión es alimento y fuerza para el decisivo viaje a la eternidad.

VICARÍA: Servicio específico que se estructura en una diócesis, puede ser funcional o sectorial.

VICARIATO APOSTÓLICO: Parecido a una prelatura, un territorio que por diversas razones aún no es una diócesis. Generalmente, una zona especial de misión, por lo que suele estar en manos de una congregación misionera.

VICARIO: Una persona que ejerce una autoridad en nombre de otra.

VICARIO APOSTÓLICO: Vicario que gobierna un Vicariato Apostólico, en nombre del Papa (véase VICARIATO APOSTÓLICO).

VICARIO EPISCOPAL: Vicario que se responsabiliza, ya sea de una zona de la diócesis a nombre del obispo (por ejemplo: vicario de la zona norte de Santiago), o bien de un grupo de personas o área pastoral (por ejemplo, el vicario para los trabajadores).

VICARIO PARROQUIAL: Vicario que ayuda al párroco en su ministerio.

VIGILIA: Vela nocturna de preparación a fiestas o acontecimientos importantes. Por extensión se aplica a veces a la víspera de un día festivo.

VIGILIA PASCUAL: Véase PASCUA.

VISITA AD LIMINA: Véase PAPA.

VINAJERAS: Vasos o pequeños recipientes de diversas formas y material (vidrio, metal …) en los cuales se llevan al altar el vino y el agua para la celebración eucarística.

Fuente: Blog Católico de Javier

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Devociones REFLEXIONES Y DOCTRINA Usos, Costumbres, Historia

Por los caminos medievales: la edad de oro de la devoción mariana

Durante la Edad Media, el nacimiento de muchas órdenes religiosas y la construcción de santuarios son los signos principales de la devoción a la Madre de Dios. Pero también la literatura y la iconografía reflejan este sentimiento popular

La Edad Media es la Edad de oro de la devoción mariana en occidente. La teología, la iconografía y el culto marianos profundamente arraigados en la cristiandad oriental pasan con una fuerza creciente también a occidente renovados con el encuentro entre los nuevos pueblos, latinos, germanos, celtas y eslavos, convertidos al cristianismo.

Estos pueblos cristianizados aportan, según su propia sensibilidad, nuevos elementos en las expresiones cultuales relacionadas con la Madre de Dios. Los escritores eclesiásticos medievales desarrollan cada vez más la reflexión teológica sobre la posición única de María en el plano de la Redención, llegando a establecer que a ella se le debe un culto más elevado que a los demás santos y ángeles, un culto que se llamará de hiperdulía.

Refiriéndose a la Virgen, San Buenaventura afirma: «El hecho de que María sea preferida a las demás criaturas proviene de lo que la Madre de Dios es, y por eso tiene que ser honrada y venerada más que las demás. Los maestros teólogos llaman a este honor hiperdulía» (In III Sent., dist.9, a.1, q.3).

El sentido de la fe del pueblo cristiano lo ha percibido siempre de una forma sublime dedicando a la Virgen innumerables expresiones de afecto y devoción que impregnaban toda la vida religiosa y profana de la sociedad medieval. Los fieles quedaban atraídos y fascinados por la grandeza de María, como se expresa en toda la literatura popular y erudita medieval.

 

LA LITERATURA MARIANA

La piedad mariana se pone de manifiesto en las predicaciones, en los códices y en los libros de oración litúrgica como misales, libros de las horas y cantoneras miniadas de los monasterios y catedrales. Se difunden numerosas leyendas marianas donde se resalta la confianza en María y sus continuos milagros en favor de sus hijos devotos.

Los más renombrados monjes, escritores, oradores y misioneros medievales de occidente –como el inglés san Beda el Venerable (673-735) (de su pluma nacieron algunas de las más bellas poesías a la Virgen); el ravenés, gran reformador de la Iglesia, san Pedro Damián (1007-1072); san Anselmo de Aosta (1034-1109); san Bernardo; el dominico san Vicente Ferrer (1350-1419); el franciscano san Bernardino de Siena y muchos otros– dedican a la predicación mariana gran parte de sus energías y componen homilías, himnos y tratados de gran profundidad teológica y literaria en honor de María. Todo el Medievo está sembrado de una multitud de escritores, poetas y teólogos de María. Nos vemos en el compromiso de tener que elegir algunos nombres y textos.

 

MARÍA TIENE UN LUGAR DE HONOR EN LA PINTURA Y EN LA ESCULTURA

Desde la Alta Edad Media, se difunden por todas partes imágenes y esculturas de la Virgen que enseguida pasan a formar parte de los grandes mosaicos de las basílicas, de los murales románicos y de las portadas de las iglesias, casi siempre integradas en el ciclo de la historia salvífica cuyo centro es Cristo.

 

IGLESIAS, SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES

Durante el Medievo grandes multitudes se trasladan de una región a otra. Como observa Raymond Oursel (Peregrinos del Medievo. Los hombres, los caminos, los santuarios), en un clima de gran precariedad política y social, la gente que no siente un fuerte vínculo por su tierra se mueve buscando referencias seguras para la vida.

Los cristianos concebían la batalla por la salvación como un drama que recorre la vida y que implica a la Iglesia militante en la tierra junto con la Iglesia purgante (Purgatorio) y la triunfante (Paraíso). Por encima de todos está Dios, después, descendiendo, la Madre de Dios, María, los Ángeles y los santos (Vitor Turner -Edith Turner, Image and Pilgrimage in Christian Culture).

Este es el sentido de las peregrinaciones, de las iglesias dedicadas a los Misterios de Cristo, a la Virgen y a los santos. Los caminos que unen los países europeos están plagados de iglesias dedicadas a ellos. Algunas de estas iglesias se convierten en punto de referencia especial gracias también a los milagros y a eventos históricos vinculados a la protección de la Virgen como la liberación de una guerra, de una peste, la reconciliación entre facciones en guerra o simplemente a una aparición que presenta diferentes formas, desde el descubrimiento de un icono mariano, a una verdadera y propia aparición sobrenatural en momentos especialmente calamitosos.

Desde el siglo IX las iglesias dedicadas a la Virgen se multiplican. La primacía la tienen las consagradas al Misterio de la Asunción. Cuando aparece en las iglesias la costumbre de construir más capillas y altares laterales, no hay iglesia que no tenga una dedicada a la Virgen. A ella se dedican oratorios y pequeñas capillas, templetes marianos en los caminos del campo y en los cruces; a ella se dedican las campanas de las iglesias; los cristianos empiezan a bautizar tomando su nombre; surgen los primeros grandes santuarios marianos que pueblan la geografía europea y que son la meta de peregrinación de las más diversas regiones europeas como Puy-en-Velay en Francia; en España: Covadonga en Asturias, donde comienza la “Reconquista española” bajo la mirada de la Virgen; Montserrat en Cataluña; el Pilar de Zaragoza; Guadalupe en Extremadura.

En Inglaterra, conocida entonces como la “tierra de María” surge Walsingham (hacia el 1061). Este santuario mariano se considera la cuna del cristianismo en Inglaterra y tal vez sea la primera iglesia mariana de la isla, donde más tarde –hacia 1184– los normandos erigen una bellísima iglesia que será saqueada en 1530 en la época del cisma de Enrique VIII.

En Italia (desde el siglo XV), la Santa Casa de Loreto, construida sobre la casa de María de Nazaret. Pero todo el mapa europeo está sembrado de estos santuarios que muestran la mirada misericordiosa de María sobre el pueblo cristiano. Surgen confraternidades marianas que agrupan a artesanos y trabajadores, que dan solemnidad a las fiestas de María y erigen iglesias, oratorios y altares en su honor.

 

ÓRDENES RELIGIOSAS

Hacia el siglo XII asistimos a movimientos de intensa reforma eclesial; el caso más significativo es, sin duda, el de la orden cisterciense, guiado por la gran personalidad de san Bernardo.

Europa vive un contexto de profunda inquietud y de continuas peregrinaciones con una movilidad humana que hoy causa un profundo estupor. Nace el movimiento eclesial de los caballeros, cruzados y peregrinos. Ligados a estos fenómenos encontramos nuevas órdenes monásticas que nacen a partir de la experiencia benedictina, como los Cistercienses y el fenómeno de los Canónigos regulares, que cuidan con delicada atención la oración y el culto divino en colegiatas e iglesias, como los premostratenses. Todos ellos otorgan un puesto especial a María en su experiencia cristiana.

El fenómeno de esta movilidad cristiana a través de los caminos europeos y también hacia Tierra Santa, tanto para visitar los lugares santos como con motivo de las cruzadas, produce una doble consecuencia: los cristianos entran en contacto directo y físico con los lugares vinculados a la historia bíblica; especialmente, vuelven a descubrir los lugares de la vida de Jesús y de María. Además, traen reliquias y recuerdos de Tierra Santa vinculados a esos lugares. Construyen capillas e iglesias para custodiarlos y para poder “verlos” y “tocarlos”, se instituyen fiestas y sagrarios para poder “celebrarlos”; debido a que todos quieren una “reliquia”, muchas veces las dividen físicamente; papas, reyes, obispos, abades y nobles las donan a personas, iglesias y lugares como signo de amistad y de alianza.

En el mundo medieval en el que los matrimonios entre las grandes familias nobles, incluso geográficamente lejanas, están a la orden del día –desde Inglaterra y Dinamarca hasta España y Sicilia–, príncipes y mujeres nobles llevan consigo devociones, iconos y “reliquias” marianas, como parte de su misma dote o como signos de benevolencia hacia las nuevas “patrias”. Por otra parte, los peregrinos difunden las devociones marianas por doquier.

En este período nace y crece el movimiento de las ordenes hospitalarias y militares, como los Templarios y los seguidores de san Juan Crisóstomo o Caballeros de Malta, y otras congregaciones mixtas de sacerdotes y laicos, que tienen como punto de referencia comunidades monacales y de canónigos regulares. Todas estas congregaciones tienen como punto de partida, como corazón de su carisma, la presencia de María, que hace el Misterio de Cristo cercano, carnal y humano. Miran a María, es más sencillo para ellos seguir de cerca las “huellas” humanas de Cristo, que todos tratan incluso de tocar visitando los lugares de su vida mortal o, por lo menos, los lugares donde estos misterios son representados.

Nos adentramos, por tanto, en una nueva época iniciada a partir del siglo XIII, el “otoño del Medievo” y preámbulo de la modernidad. La época arrastra como herencia numerosos conflictos, pestes, guerras y duros contrastes con el Islam. Prisioneros, esclavos y enfermos están a la orden del día. Dios concede a su Iglesia carismas que responden a estas necesidades: las ordenes hospitalarias y las de la redención de los esclavos, como los Trinitarios y los Mercedarios, estos últimos nacidos en Barcelona bajo la protección de la Virgen de la Merced.

 

LAS ÓRDENES MENDICANTES

En este momento de cambio de época, nacen en el seno de la Iglesia movimientos a veces heterodoxos y neognósticos que enseguida se sitúan al margen de la Iglesia y la combaten; pero especialmente nacen otros que se mueven entre la búsqueda de una autenticidad evangélica y la fascinación por la renovación de la vida cristiana en la fidelidad a la Iglesia: son las órdenes mendicantes.

Estas nuevas órdenes sitúan en el corazón de su experiencia el Misterio de la humanidad de Cristo encarnado y, por tanto, la presencia de María. Ha sido siempre el signo de su eclesialidad y ortodoxia. Entre ellos recordamos algunos como los dominicos, los franciscanos, los carmelitas y los siervos de María que se ponen bajo la protección de la Virgen. Esta última orden tuvo su origen en la experiencia de gracia de siete comerciantes florentinos, que abandonaron sus actividades para buscar en la contemplación del Misterio de la Virgen, especialmente en sus sufrimientos, una unión más completa con Cristo.

A los diferentes fundadores se asocian numerosas devociones marianas que se harán muy populares hasta nuestros días como el Rosario (muy vinculado a los dominicos), el Misterio de la Navidad (es suficiente recordar “los nacimientos” iniciados con San Francisco en Greccio), la veneración de los sufrimientos de la Virgen, etcétera.

 

LA ORACIÓN

Este inmenso movimiento de devoción mariana tendrá una gran influencia en la liturgia de la Iglesia y en la institución de numerosas fiestas litúrgicas en honor de los diferentes misterios de la Virgen. Seguramente mucho antes del siglo IX, ya se consideraba el sábado como un día dedicado a Santa María.

Desde el siglo X encontramos monjes, clérigos y muchos laicos que empiezan a rezar una especie de pequeño oficio (Officium parvum) o Liturgia de las Horas en honor de la Virgen, antes circunscrita al sábado y extendida después a todos los días de la semana por obra de los monjes cistercienses, camaldulenses y canónigos regulares que lo añaden a su canto del rezo de las horas en sus iglesias. Además, el Papa Urbano II ordena que se rece después del Oficio solemne todos los sábados. Esto se convertirá en la forma más popular de oración a la Virgen en el Medievo que se conserva hasta nuestros días.

Sin embargo, son dos las invocaciones marianas que destacan en este período: el rezo del Avemaría y de la Salve Regina. La primera, añadiendo sólo la palabra “Jesús”, se convierte en la oración cristiana más recitada y universal junto con el Padrenuestro, a partir del siglo XII; a ella se añaden otras invocaciones tomando la forma actual con el “Santa María” a partir del siglo XIII. Muchos cristianos en la Edad Media empiezan a rezar 150 Ave Marías como imitación de la oración y de las invocaciones de los 150 salmos; el uso se extiende también como forma sencilla sustituyendo al rezo y canto del breviario de los monasterios. A veces se dividían en decenas; se introducían otras invocaciones; se recordaban los Misterios de la vida de Jesucristo. Así nació el Rosario y otras formas de oración del Avemaría a modo de salmodia. El Rosario se convirtió en una de las formas de oración más sencilla y más común del pueblo cristiano.

También la Salve Regina es otra invocación a la Virgen muy antigua, conocida ya antes de san Bernardo (siglo XII) y muy extendida entre el pueblo. En esa época siguieron difundiéndose los himnos, las secuencias como el Stabat Mater dolorosa y las composiciones rítmicas en honor de María, los laudes y las representaciones sagradas. El Angelus se extiende a partir del siglo XIII.

 

FIESTAS MARIANAS

Hay otras muchas fiestas de la Virgen que fueron instituidas en diferentes lugares durante el Medievo y que después se extendieron a toda la Iglesia. Es el caso de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María que se celebraba en Inglaterra y en Normandía en el siglo XI. El Misterio fue sacado a la luz teológicamente por san Anselmo: la preservación de la Virgen del pecado original.

La fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima santa Isabel (que hoy se celebra el 31 de mayo) tiene su origen en el siglo XIII; el papa Bonifacio IX (1389-1404) la extendió a toda la Iglesia y en 1608 Clemente VIII compuso los textos litúrgicos.

La devoción y la fiesta de la Virgen del Carmen tienen su origen en algunos caballeros cristianos que en el siglo XII se retiraron al monte Carmelo, en Palestina, donde el profeta Elías había defendido la fe de Israel en el Dios vivo. Se dedicarán a la contemplación del Misterio bajo el patrocinio de la Santa Madre de Dios, María. Así nació la orden de los Carmelitas. El primer general de la orden, el inglés san Simón Stock recibió de la Virgen el “escapulario”, como prenda y promesa de vida eterna y extendió su devoción y su fiesta (16 de julio).

Otra fiesta de origen medieval es la del Rosario, aunque se instituyó más tarde en honor de Santa María de la Victoria (así se llamaba al principio) para celebrar la liberación de los cristianos de los ataques de los turcos, en la victoria naval del 7 de octubre de 1571 en Lepanto (Grecia). Pero mucho antes, en el Medievo, los vasallos solían ofrecer a sus soberanos coronas de flores como signo de honor y sumisión. Los cristianos adoptaron esta costumbre en honor de María, ofreciéndole la triple “corona de rosas” que recuerda su alegría (Misterios gozosos), sus sufrimientos (Misterios dolorosos) y su gloria (Misterios gloriosos) al participar en los Misterios de la vida de su Hijo Jesús: este es el sentido del rosario. 

Fuente: Fidel González en huellas-cl.com

 

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El espejo mariano de la feminidad en la edad media

Es bien sabido que el siglo XII coincide con un movimiento de renovación espiritual marcado, entre otros rasgos, por el fortalecimiento de la devoción mariana (1) y que esta situación es tanto más innovadora cuanto que contrasta nítidamente con la que presentan los primeros siglos del medievo, caracterizados religiosamente por una devoción designo popular centrada en el culto a los santos –santos masculinos, casi en exclusiva (2) –.

Pues bien, ese movimiento que repercute sobre muchos y muy variados aspectos de la vida medieval, supone la exaltación, sobretodo el género humano, de una figura de mujer singularísima no sólo por sus capacidades, sino, en particular, por sus virtudes. Santa María Virgen, Madre de Jesús, el Cristo Redentor, se perfila ya con toda claridad, tras siglos en que sus devotos han ido distinguiendo las notas características de su imagen, como la presencia femenina por antonomasia en un santoral que, en sus dimensiones históricas, quizá había tenido –hasta entonces– inequívocos contenidos masculinos. Nadie ignora tampoco que Castilla, en concreto, y la Península ibérica, en general, se incorporó plena y entusiásticamente al movimiento produciendo, una trilogía de obras que se cuentan entre las más excelsas del XIII. Me refiero, claro es, a Los milagros de Santa María de Gonzalo de Berceo (3), al Liber Mariae del franciscano Juan Gil de Zamora (4), y a las Cantigas de Santa María, firmadas por el rey Alfonso X (5).

La corriente devocional de la Plena Edad Media ha insistido en utilizar, como temas preferentes de meditación, las figuras humanas de Jesús y de María, ya en sus relaciones mutuas, ya en sus perfiles y rasgos individuales, las relaciones y los perfiles que ilustran los Evangelios. Por este camino ambas figuras, la del Hijo y la de la Madre, se han ofrecido a los cristianos como los más acabados modelos de comportamiento. Y como tales se utilizan por una pastoral hábil que pretende, desde luego y en términos generales, animar a la práctica de las virtudes que adornaron a ambos, pero, también, exhortara la reproducción de los arquetipos que uno y otra representan (6).

En efecto, si Jesús es, nada más y nada menos, que el Dios encarnado para redimir al hombre de la caída de Adán, para María, la Nueva Eva, Madre del Nuevo Adán, que interpretó en la economía de la salvación el papel de vehículo inmaculado de la víctima que ha de ser inmolada, está reservado en la historia de la Iglesia un puesto sin parangón posible: Ella es la imagen humana de perfiles ideales por excepcionalísimos, patrón de conducta obligado para cualquier cristiano.

Pero aún podemos ir más lejos en el terreno de las prácticas devocionales. Tanto la Madre como el Hijo desarrollaron su vida terrena de acuerdo con la normativa imperante en una época y en un contexto cultural; y en esa época y en ese contexto cultural los papeles atribuidos a los dos sexos se diferenciaban con toda nitidez. Naturalmente, ambos acomodaron sus comportamientos, al menos en lo esencial, a los esquemas entonces establecidos para las personas de sus respectivos sexos. En consecuencia, las lecturas y meditaciones sobre los pasajes evangélicos han ido perfilando, en el siglo XIII, un arquetipo masculino y un paradigma femenino. Jesús aparece como el acabado ejemplo de varón y María –en mayor grado todavía, si cabe– como el espejo de actitudes a tomar por las mujeres.

Pues bien; incluso es posible afirmar que en razón de la calidad de las dos personas, ya la Edad Antigua y más aún la Edad Media, confundiendo lo sustancial con lo anecdótico, los modos y las modas, pudo interpretar que semejantes esquemas de conducta respondían a un orden social basado en la naturaleza de los sexos y, en consecuencia, querido por el Cielo. No tiene nada de particular que, una vez creados los modelos, la predicación aplicara todos los recursos a alentar la reproducción de los mismos.

 

LA IMAGEN FEMENINA DE LA NUEVA EVA

Es innegable que la constitución de un modelo femenino de manifiesta grandeza y superior dignidad en el contexto histórico de la Edad Media sirvió para redimir a las mujeres del lastre que venían arrastrando desde el comienzo de la historia: inculpadas de ser las responsables máximas de la caída en el pecado y, en consecuencia, del desencadenamiento de todos los males y todas las esclavitudes que, desde entonces, afligían a los mortales (7).

Porque, en efecto, María, el Ave visitada por el arcángel San Gabriel, inmaculada desde su concepción, plena de pureza y de gracia, se perfila ya en los primeros tiempos del cristianismo (8) y se confirma en este momento que nosotros estudiamos, como la contrafigura de Eva (9). Una y otra son madres, madres de gran significación, la primera de todo el género humano, la segunda del Redentor del mismo. Pero mientras en aquélla una actitud desobediente, consecuencia de la debilidad de su temperamento, se traduce en una conducta reprobable que precipita a todos sus hijos a un abismo de pecado y muerte, en Ésta la práctica de la obediencia–práctica que se destaca entre la de las otras virtudes que conforman el brillante abanico de sus cualidades– fortifica su carácter y hace irreprochable su conducta. Por ello es digna de engendrar al Hijo de Dios.

No nos puede sorprender, por tanto, que a lo largo de la Plena Edad Media la consideración de la mujer haya ido mejorando progresivamente hasta superar aquel estadio de la Alta Edad Media, en que «la fisiología femenina sugería apreciaciones y juicios negativos…en que se considera a la mujer la causa y el instrumento principal con que se consuma la concupiscentia carnis«10.Sin embargo, no nos equivoquemos ni llevemos al extremo las conclusiones. No faltan tratadistas para quienes las actitudes adoptadas por María en las páginas de los Evangelios, eran el mejor testimonio de la aceptación por Ella de la condición inferior de su sexo. Porque, si bien en un sentido teológico amplio la disponibilidad de María a las sugerencias divinas puede interpretarse como modelo de sometimiento de la creatura a su Dios en reconocimiento de la superioridad de su criterio; opuesta a Eva, como la opusieron algunos,

María sería la mujer obediente que, conocedora de las limitaciones intelectivas propias de la condición femenina, renunciaría a sus propias concepciones para someterse a cualquier ser catalogado como superior. La humildad y la obediencia, virtudes teóricamente genéricas, podrían ser entendidas en estos pasajes bíblicos –se dice– como virtudes de signo específicamente femenino. De todo lo cual se concluye que, de estas visiones, resultado de la elevación a categoría universal de algo que no pasaría de ser circunstancia histórico-cultural, habrían quedado justificadas las posturas inmovilistas.

 

LAS CLAVES DEL MODELO

Con el bagaje conceptual que la devoción mariana ha ido cosechando a lo largo de los siglos, el nuevo orden religioso que se erige en la Plena Edad Media dispone de los elementos más fecundos para intentar ofrecer a las mujeres un cuadro de dignas posibilidades de realización personal, sin que ello signifique el quebrantamiento del orden social establecido. A partir de ahora las mujeres podrán aspirar a alcanzar la perfección que adornó a María representando alguno de los papeles que la sociedad les tiene encomendado: ya en el de madres, ya en el de vírgenes; excepcionalmente en el de reinas o señoras, más frecuentemente en el de criadas. Pero siempre, mediante la práctica de aquellas virtudes que, aún siendo genéricas, la tradición consideró como más características de la Madre del Redentor: la castidad, la templanza, la modestia, la obediencia, la misericordia…

Debemos insistir en que el modelo, precisamente por el adorno de estas virtudes genéricas, es susceptible de ser propuesto tanto a mujeres–sus inmediatas destinatarias–, como a hombres. Las Homilías en honor de la Virgen, pronunciadas por San Bernardo ante los monjes de su comunidad, son el más depurado ejemplo de este género de utilizaciones (11).

La exaltación de la Madre de Misericordia, con entrañas caritativas hacia los suyos, representa toda una revolución. Por esta vía y progresivamente, se introducen en el código de comportamiento masculino valores y actitudes considerados al principio de la Edad Media como específicos de la mujer. Y por esta vía también, la sociedad del pleno medieval en su conjunto va alterando su axiología originaria y dando cabida en ella a rasgos menos violentos, más humanitarios.

En principio, la extensión y magnificación de María como Madre universal, capaz de salvar a los condenados por la justicia, tanto humana como divina (12), abre en los horizontes de la piedad –de la piedad popular, sobre todo– una profunda brecha con el pasado. La Divinidad, justiciera por antonomasia durante los primeros siglos medievales, ha adquirido, por imperativo de los tiempos (13) y por intercesión de María, rostros más humanos.

También es cierto, en sentido contrario, que en razón de la sensibilidad del momento, María verá resaltadas ciertas de sus notas distintivas, al tiempo que se encuentra privada aún de algunos de los rasgos que más adelante definirán su figura (14). Me parece significativo el hecho de que San Bernardo en sus Homilías, basadas en el episodio de la Anunciación, subraye en María la condición de «mujer fuerte»15, renunciando a presentar la imagen de la mujer desvalida al pie de la cruz.

Pero todo lo analizado hasta aquí, nos sirve para reafirmarnos en nuestra primitiva posición: Ella, con sus dimensiones universales, sirve como ningún otro elemento de la época para dignificar al género femenino, para que éste consiga unas cuotas de prestigio tras el que guarecerse en momentos de desorden moral.

Sin embargo, conviene no olvidar que la veneración a María, mujer excepcionalísima, no ha conseguido borrar todos los prejuicios misóginos de la época ni aún en aquellos textos y autores que pudieran parecer más «feministas» (16). Y así, en Las Partidas, uno de los textos jurídicos más favorables –en el contexto medieval– a la mujer, se incluye el siguiente comentario referente a la psicología femenina: «porque son las mugeres naturalmiente cobdiciosas et avariciosas» (xiv, t. xi, l. iii).

 

LOS PERFILES DE MARÍA

La Edad Media no encontrará contradicción interna, en la figura de María, entre las supuestas debilidades inherentes a su condición femenina y las grandezas relativas a su maternidad virginal. Muy al contrario, todos los perfiles de esta mujer singular vienen a confirmar el enunciado básico, el teorema fundamental que define el camino hacia la santidad para las mujeres: precisamente por estas debilidades genéricas de su sexo, ellas se fortalecen en el ejercicio de las virtudes, y en razón de las deficiencias de su entendimiento, se orientan hacia el bien en la práctica de la obediencia. Pero analicemos los modelos en su expresa proyección femenina con algún detenimiento:

María, Madre espiritual, modelo de casadas.

Las mujeres casadas pueden mirarse en el espejo de María y, concretamente, poner en práctica un rosario de virtudes como la humildad, la abnegación, la disponibilidad y la actitud caritativa hacia propios y extraños consideradas, a justo título, como genuinamente marianas.

La propuesta es simple: si se acomodan al esquema, si reproducen la imagen de María en sus detalles en el seno de sus familias, alcanzarán la perfección dentro de su estado y, por ende, la santidad. No sólo eso; el derecho canónico concibe el matrimonio en función de sus fines y entre esos fines destaca, por su trascendencia, el de la generación y educación de la prole. De modo que, dentro del cristianismo, la condición de mujer casada, se encuentra indisolublemente ligada –al menos en el plano teórico– a la condición maternal.

Pues bien, las invocaciones a María como Madre se multiplican a lo largo y ancho de la literatura marial del siglo XIII castellano, con una variadísima y riquísima gama de contenidos. Por una parte, María se ensalza como «Madre de Cristo Rey», «de Cristo señor poderoso», «señor de justicia», «creador del mundo» y también de «Cristo Salvador», «pastor bueno» (17). En consecuencia Santa María es la «Madre gloriosa» por antonomasia (18).Por otra; es aclamada, con toda frecuencia como madre espiritual, en ese papel que desempeña tan a menudo desde que san Agustín la proclamara «Madre de los miembros de la Iglesia» (19) y Alfonso X, siguiendo su ejemplo, la saludara como «Madre espiritual» (20). Porque María es concebida como Madre singularísima, la única realmente merecedora de recibir los calificativos más entrañables y más exaltadoras de la lengua: «Madre buena», «Madre de piedad» (21).

Por todo ello y en tercer lugar, los poetas del XIII no dudan en establecer una vinculación personal con Ella y así mientras Alfonso X se dirige a Santa María como «mia Madre» (22), Berceo, hijo también de la Virgen («Madre del tu Golzalvo», estr. 911) exclama conmovido: «Madre, dándote buen preçio que eres pïadosa» (estr. 391), para, a continuación, dedicarle uno de los más entrañables párrafos de piedad filial que se hayan escrito: La Madre gloriosa, solaz de los cuitados, non desdennó los gémitos de los omnes lazrados; non cató al su mérito nin a los sus peccados,mas cató su mesura, valió a los quemados (estr. 395).

Ahora bien; esa Madre de cristianos, dista mucho de ser una madre para todo el género humano. Los poetas acomodan perfectamente el modelo a las conveniencias de la época, para hacer representar a la Señora ciertos papeles en concordancia con los programas políticos vigentes. Así, el mismo Berceo, reivindica la condición vengadora de Santa María, cuando los agravios se dirijan contra su Hijo: Sepades que judios fazen alguna cosa en contra Jesu Christo, Fijo de la Gloriosa, por essa cuita anda la Madre querellosa,non es esta querella baldrera nin mentirosa (estr. 423).

En resumidas cuentas y como avanzábamos más arriba, estamos en presencia de un rostro más humano, más próximo, más cordial, pero al que aún le faltan detalles y gestos. Ese rostro es, en buena medida, el rostro de la época, o más bien, el mejor rostro de la época, pero no el mejor de todos los imaginables. Él se propone a las mujeres destinadas al siglo, a aquellas encargadas de perpetuar en el tiempo las esencias y los valores del mundo medieval cristiano. Ellas serán castas, piadosas, caritativas, obedientes y, sobre todo, plenamente imbuidas del lugar que les corresponde en razón de la debilidad física, psíquica e intelectiva de su sexo.

María, Virgen Inmaculada, espejo de religiosas.

Pero María, virgen consagrada a Dios, atenta a sus indicaciones, en estrecha comunicación con Él, obediente a sus mandatos, es el ideal de perfección para hombres y mujeres de vocación claustral –especialmente ellas– y para aquellas jóvenes que, destinadas al matrimonio, esperan la hora de consumarlo. La exaltación repetidísima de su inmaculada virginidad coloca al cristiano en una dimensión nueva: la valoración de la renuncia a la procreación.

En efecto, la mariología, al hacer de la castidad perpetua el punto de partida, el fermento mismo, a partir del cual pudo fructificar con todas las garantías el restante abanico de cualidades marianas, determinó que fuera la virginidad la razón última de los más preciados títulos de Aquélla (23). Así en el terreno literario es posible pasar de salutaciones como «Virgen santa», «Virgen pura»,  «Virgen hermosa», a otros que postulan lo mismo pero en grado superlativo del tipo de «Virgen gloriosa», «Virgen sin par», para desembocaren los de mayor contenido teológico: «Virgen que nos guía», «Virgen que nos mantiene», «Virgen que nos acaudilla» (24).

Con el ejemplo de María es posible postular incluso la superioridad de la condición monástica en tanto en cuanto sometida al voto de la castidad perpetua. Y ello en razón de la fecundidad espiritual de las vírgenes voluntariamente célibes. En efecto, María ‘espejo’ de la Iglesia demostró sobradamente las posibilidades que, en orden a la trasmisión de la gracia, ofrecía una total disponibilidad a los planes del Altísimo. En otras palabras, si la Madre de Dios, la corredentora, lo fue por su santidad inmaculada, por su práctica de la virtud de la castidad, por su dedicación a la meditación y la oración, las vírgenes cristiana pueden aspirar a realizar papeles similares siempre que la imitación del modelo les haga merecedoras de ello.

Y así desde los primeros siglos del cristianismo hubo mujeres –muy pocas, es cierto– que, acreditando su condición de guías espirituales, merecieron ocupar un puesto entre los padres de la Iglesia. Son las llamadas «madres del desierto», cuya fecundidad exuberante se impuso a las restricciones docentes contenidas en las cartas paulinas (cfr. 1 Cor. 14, 34 y 1 Tim. 2, 12)25.Luego, ya en la Edad Media, la maternidad espiritual de María siguió rindiendo sus frutos en orden a la justificación de la autoridad de las abadesas sobre las comunidades monásticas26. Por eso María es proclamada con toda justicia en la Cantiga CCLXXX, la composición que se dedica a exaltar su figura como «espejo de la Iglesia», «patrona de las vírgenes».

María referente de todas las condiciones sociales.

Pero además de los apelativos tradicionales de Virgen y Madre, los poetas del XIII aplican a María una amplia gama de sustantivos referentes a condiciones sociales de la mujer, que indican, a mi entender, su deseo de hacer de Ella el paradigma de la condición femenina en todos y cada uno de los estados que a ellas les cumple representar.

Así en la pluma de sus cantores medievales María es saludada como reina y señora y como criada; como gloriosa y como terrena; como poderosa, en la cúspide del orden social y como humilde en la indefinición de las masas populares (27). Porque, ciertamente, Santa María demostró–primero como figura histórica y luego como persona gloriosa– que podía representarlo todo, desde el papel de Reina del Cielo al de mujer de un discreto menestral, y representarlo tan bien que mereciera siempre los más exaltados calificativos.

Al alcanzar el siglo XIII la Madre de Jesús ha conquistado, gracias a la exégesis que de su figura han ido realizando los más conspicuos escritores cristianos (28), esa versatilidad interpretativa que le es propia y se ofrece ya a los tratadistas de entonces como un hito referencial, sin necesidad incluso de hacer referencia expresa de él.

Veamos un ejemplo de lo más revelador a mí entender. Al modelo mariano se atiene estrictamente el retrato que hace Ximénez de Rada (29) de la reina doña Berenguela, una de las personalidades femeninas más relevantes de fines del XII y comienzos del XIII. Nadie ignora que Berenguela, la hija mayor de Alfonso VIII y de Leonor de Inglaterra, contrajo matrimonio con Alfonso IX de León, un matrimonio sumamente comprometido, pues las indiscutibles ventajas políticas del mismo estaban contrapesadas por el inconveniente de serlos cónyuges consanguíneos en grado prohibido por el derecho canónico en vigencia por aquel entonces. También es bien sabido que de la unión nacieron varios hijos antes de que fuera disuelta por la exigencia del pontífice y que entre ellos figura Fernando III, rey de Castilla y León y santo de la Iglesia católica. Pues bien; en la pluma del Toledano, doña Bereguela aparece adornada con un amplio abanico de virtudes que se acomoda perfectamente al catálogo mariano de las que aquí hemos considerado.

La virtud de la caridad se expresa en ella en el socorro constante a los pobres y a las órdenes religiosas (lib. 7, cap.xxxvi). La práctica de la virtud de la humildad, continuada a lo largo de toda su vida, alcanza su máxima expresión en los días posteriores al a muerte de su hermano Enrique I, fue entonces cuando, «refugiándose en los muros del pudor y de la modestia» (lib. 9, cap. v), renunció a la herencia que le correspondía como primogénita de Alfonso VIII, en favor de su hijo Fernando. Repleta ella misma de virtudes, tuvo el acierto de educar a su hijo en el esquema de valores que correspondía a la condición masculina de aquél «porque no le inculcó nunca afanes de mujeres, sino siempre de grandeza» (lib. 9, cap. XVII). Por ello y por su comportamiento en los períodos de dificultad por los que atraviesa Castilla a fines del XII y comienzos del XIII merece de su biógrafo el calificativo de mujer fuerte: fuerte se demuestra organizando sucesivamente las honras fúnebres de su hermano Fernando, de su padre o de Enrique I. En palabras del de Rada escritas a raíz de la muerte de Fernando, «su prudencia superó a su virtud contra lo que cabía esperar en una persona de su sexo» (lib. 9, cap. XXXVI).

María encarnación de todas las bellezas y garantía contra todos los males.

En estrecha correlación con los esquemas hasta aquí trazados encontramos todavía un rico muestrario de las salutaciones. Como Madre y madre vivificadora tanto en lo material como en lo espiritual, María es apellidada de «puerto» y de «puerta». En este sentido afirma Berceo que:

ella es dicha puerta a qui todos corremos,
e puerta por la qual entrada atendemos (estr. 35).

Y el estilo poético de las Cantigas utiliza los mismos recursos con resultados igualmente bellos, así María es el «porto u arriban os coitados» (30). Con similares contenidos teológicos encontramos otro epíteto de gran tradición en estos siglos. Me refiero al de «Estrella», y concretamente «Estrella del mar» divulgado por San Bernardo, el acuñador de la célebre jaculatoria «Mira a la estrella, invoca a María» (31). Siguiendo las huellas del prior de Claraval los poetas marianos españoles prodigan los calificativos y las imágenes de estirpe luminosa. «Estrella del día», «estrella del mediodía», «estrella muy clara», «luz del mundo» y, por fin, «estrella del mar» son metáforas corrientes en las Cantigas32. Tan expresivas o más son las frases de Berceo:

La benedicta Virgen es estrella clamada,
estrella de los mares, guïona deseada (estr. 32).

o aquella otra también de la Introducción:

Es clamada y éslo de los cielos, reína,
tiemplo de Jesu Christo, estrella matutina (estr. 33).

El rosario de salutaciones se completa con otras como «alba» y «flor»de carácter estético y «abogada», «escudo», «frontera» o «loriga» de signo protector (33). Pues bien, aún admitiendo que todos esos apelativos tienen como designio acrecentar la devoción de los cristianos hacia ella, no cabe duda de que semejante rosario de alabanzas aplicadas al modelo animan a la reproducción de sus notas distintivas.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

a) En un momento como el presente, en que mujeres con conciencia de tal y hombres de sensibilidad asistimos sobrecogidos, incrédulos e impotentes a la perpetración de los más atroces crímenes contra la humanidad en general y contra las mujeres en particular, estamos en mejor situación que nunca para valorar los efectos positivos que la creación del modelo mariano y su difusión produjo en el sentir colectivo de las sociedades medievales. No sólo en cuanto se comportó como elemento disuasorio de humillaciones y vejaciones hacia los miembros del sexo femenino, sino también en cuanto propició respetos y consideraciones hacia él.

b) Es cierto que ese mismo modelo, aplicable a las mujeres virtuosas y honestas, en otras palabras, a las integradas en el férreo sistema socio-económico medieval, desprotegía a las otras, a las marginales, abandonándolas a un destino del que no siempre eran responsables. Se me podrá oponer que la Virgen, en su acepción de madre de misericordia, acoge bajo su manto protector a todos los mortales sean santos o pecadores (34); pero yo no dedico estas páginas a los perfiles devocionales de la imagen mariana, sino a los trazos del referente modélico; y allí, por definición, no se admiten más que los rasgos positivos, todos en grado superlativo. Así que aunque la Iglesia ha utilizado normalmente la imagen de María para exaltar la caridad y la comprensión hacia los marginales, no es menos evidente que esos marginales quedaban estigmatizados con la consideración de tales, más aún asimilados a Eva, la madre del fratricida, la responsable de la entrada del pecado, contrafigura de María.

c) En definitiva, el atractivísimo rostro que de María presentó la Edad Media contribuyó eficazmente a cimentar el orden social del período. Porque, en efecto, esa imagen mariana de mujer recatada y obediente, a la par que bellísima y misericordiosísima, se ofrecía como una tentación a los ideólogos del pleno medievo, tan proclives a buscar argumentos teológicos para sus ideaciones políticas. Y María, bajo ese rostro concreto, fue, durante siglos, una auténtica fortaleza, un bastión inconmovible frente a las asechanzas de los enemigos del orden establecido.

d) Pero también María, madre compasiva, contribuyó poderosamente a alterar la faz de los tiempos. Gracias a Ella adquirieron categoría de valores universales ciertos rasgos como la piedad, la misericordia o la caridad, que la axiología impregnada de signos violentos del alto medievo había considerado debilidades femeninas o actividad de monjes.

NOTAS

1 De «invasora» califica J.F. Rivera Recio la conducta de la devoción mariana en el siglo XII, «Espiritualidad popular medieval» en Historia de la Espiritualidad I,Juan Flors, Barcelona, 1969, 650.
2 Sobre estas cuestiones se ha registrado en los últimos años una nutrida producción historiográfica. A modo de ejemplo destacaré la obra de R. Folz, Lessaints Rois de Moyen Age en Occident (VI-XIII siècles), Société des bollandistes,Bruselas, 1984, 55; el autor, que dedica un largo capítulo a los reyes mártires, los presenta como imagen de Cristo en la cruz. Por otro lado en el siglo XII, «el siglo de los santos reyes», culmina una larga serie de canonizaciones de reyes quecomenzó con la de San Esteban en 1083. Igualmente interesante es la obra de P.A.Sigal, L’homme et le miracle dans la France médiévale (XI-XII siecle), Cerf, Paris,1985, 316ss, donde se analizan las prácticas religiosas, las fórmulas religiosas y las supersticiones. Se pone de manifiesto el enorme valor del milagro, integrándolo enel contexto histórico, social, económico, intelectual y literario de su época.
3 Las referencias a esta obra se basarán en la edición de Michael Gerli, Milagros de Nuestra Señora, Cátedra, Madrid, 1988.
4 Se encuentra sin editar en Biblioteca Nacional de Madrid, manuscrito, 9503.
5 En las referencias a esta fuente utilizaré la edición de la Real Academia Española, Madrid, 1990. Edición facsimil de la publicada por la misma entidad en1889. Ahora bien; para las cien primeras existe una edición reciente de W.Mettmann, Cantigas de Santa María [cantigas 1 a 100], Castalia, Madrid, 1986.Sobre el clima de exaltación mariana que se vive en Castilla: Historia de la Iglesia en España, dirigida por R. García Villoslada, BAC, Madrid, 1982, II/2º, 301ss.
6 A propósito de estas cuestiones véase Faire Croire. Modalités de la diffusion et de la réception des messages religieux de XIIe au XVe siècle, École française de Rome, Roma, 1981.
7 A. Vauchez, La espiritualidad del occidente medieval, Cátedra, Madrid, 1985,97, responsabilizó a San Jerónimo y a una tradición patrística hostil de la corrientede misoginia que era propia de tantos clérigos en el medievo.
8 J. A. Aldama, María en la patrística de los siglos I y II, BAC, Madrid, 1970,272ss; Marina Warner, Tú sola entre las mujeres. El mito y el culto de la VirgenMaría, Taurus, Madrid, 1991, 82ss.
9 La Cantiga CCCXX desarrolla por extenso la oposición María-Eva. En honor a su interés para nuestro tema me voy a permitir copiar algunos fragmentos:
Del mismo tenor es la Cantiga LX, de la que sólo copiaré la primera estrofa:
Entre Av’ e Eva
gran departiment’á.
10 O. Giordano, Religiosidad popular en la Alta Edad Media, Gredos, Madrid,1983, 196-197.
11 Editadas en las Obras completas de San Bernardo, BAC, Madrid, 1984, II.
12 L. Maldonado, Génesis del cristianismo popular. El inconsciente colectivo en un proceso histórico, Cristiandad, Madrid, 1979, 110-111.
13 Caroline Walker Bynum, Jesus as mother. Studies in the Spirituality of the Middle Ages, University of California, Berkeley. Véase especialmente «The Feminization of Religious Langage and Its Social Context», 135-146.
14 Por ejemplo, no conozco referencias a Ella como Reina de la Paz, durante la plena Edad Media.
15 San Bernardo, Homilía II, 5, 619: «¿Quien hallará una mujer fuerte?» se pregunta con Salomón. Para responder que hay una, María, la madre del varón fuerte.
16 San Bernardo, Homilía II, 5, 619; el abad de cisterciense incluye el siguiente comentario: «Se ve que el sabio –Salomón– conocía la debilidad de la mujer, la fragilidad de su cuerpo y la inconstancia de su espíritu».
17 Véanse las salutaciones correspondientes a estas advocaciones en Mª Isabel Pérez de Tudela, «La imagen de la Virgen María en las ‘Cantigas’ de Alfonso X», En la España Medieval, 1992 (15), 300-301. Como «Madre del Reï celestial» es ensalzada por Gonzalo de Berceo en la estrofa 124 de los Milagros de Nuestra Señora y como «Madre de Dios vero», en la 309.
18 Mª Isabel Pérez de Tudela, 302; Gonzalo de Berceo, a título de ejemplo, las estrofas 156 y 302.
19 J. Ibáñez y F. Mendoza, María en la liturgia hispana, Eunsa, Pamplona, 1975,63.
20 Mª Isabel Pérez de Tudela, 301; Gonzalo de Berceo, estrofas 158 («Madre tan pïadosa») y 227 («madre pïadosa que nunqua fallecio»).
21 Mª Isabel Pérez de Tudela, 302.
22 Mª Isabel Pérez de Tudela, 301.
23 No todas las mariologías han partido de la virginidad perpetua de María como del primer atributo mariano del cual derivarían todos los demás. Más bien al contrario, la mayoría de los tratadistas solían y suelen considerar como atributo primero y principal la maternidad divina de María.
24 Mª Isabel Pérez de Tudela, 304-305.
25 Joseph M. Soler, «Madres del desierto y maternidad espiritual», en Mujeres del absoluto. El monacato femenino historia, instituciones, actualidad. XX Semana de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos, 1986, 45-65. En palabras del autor:»trasmitieron una doctrina espiritual con el mismo derecho que cualquier padre. Lo único que una madre espiritual no podía hacer era absolver sacramentalmente los pecados».
26 A. Linaje subraya el caso de Fontevrault, el célebre monasterio dúplice francés donde la autoridad de las abadesas se dejaba sentir no sólo sobre la comunidad femenina, sino también sobre la masculina. El autor señala que esa autoridad era de naturaleza mariana, réplica de la que el propio Jesús había conferido a su Madre sobre San Juan poco antes de morir: A. Linaje, 110. Véase también, para el monacato femenino castellano: J. Escrivá de Balaguer, La Abadesa de las Huelgas.Estudio teológico jurídico, Ediciones Rialp, Madrid, 21974.
27 En palabras de G. de Berceo: «la Madre gloriosa… la Madre de Christo, crïadae esposa» (estrofa 64).
28 Véase el camino recorrido en H. Barre, Prières anciennes de l’occidente a lamère du sauveur, P. Lethielleux Editeur, Paris, 1963. También, L. Hernan, Mariología poética española, BAC, Madrid, 1988.
29 Ximénez de Rada, «De rebus Hispaniae», Opera, Anubar, Valencia, 1968. Lasversiones en castellano corresponden a la traducción de Juan Fernández Valverde,Alianza, Madrid, 1989.
30 Cantiga, 6/62 de la edición de W. Mettmann.
31 Homilía II, 639 de la edición citada.
32 Mª Isabel Pérez de Tudela, 317 y 318, en donde se intenta establecer relación entre las imágenes de luz y las de «camino», «vía» y «meta».
33 Mª Isabel Pérez de Tudela, 317-319.
34 L. Maldonado, 111, recuerda a propósito de estas cuestiones la Virgen de la misericordia de Piero della Francesca conservada en Borgo Santo Sepulcro.

Fuente: EL ESPEJO MARIANO DE LA FEMINIDAD EN LA EDAD MEDIA ESPAÑOLA de Mª ISABEL PÉREZ DE TUDELA, Anuario Filosófico, 1993



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Historia del dogma de la Inmaculada Concepción

¿Evolucionan los dogmas de la Iglesia? Tal podría ser la pregunta que se formulase el lector. Sí y no. No evolucionan en su contenido, es decir, lo que hoy es verdadero, mañana o dentro de un siglo no vendrá a ser falso; pero sin evolucionar en lo que afirman o niegan, pueden evolucionar y evolucionan en la conciencia que de ellos va adquiriendo la misma Iglesia.

Para poner una comparación, cada dogma (que vale lo mismo que una verdad revelada por Dios) es una semillita que el mismo Cristo ha sembrado en el campo fecundo de su Iglesia; semilla que germina, crece y se desarrolla cuando las circunstancias lo favorecen.

Sino que, en nuestro caso, el tempero lo da el mismo Espíritu Santo, aquel espíritu de verdad del que decía Cristo a los Apóstoles: «Cuando yo me vaya, Él os guiará y os enseñará toda verdad, recordándoos cuanto os dije». No todo lo que Jesús hizo o dijo quedó escrito, ni tampoco cuanto enseñaron los Apóstoles que de Él recibieron el depósito de la fe. Pero nada se perdió. Parte de sus enseñanzas, las no escritas, quedaron como en el subconsciente de la Iglesia, y aflora cuando suena la hora de la Providencia, en forma tan clara y patente, que muchas veces no puede ser ahogada ni por la autoridad de los Doctores, como en el caso de nuestro dogma.

2.- Porque el dogma de la Inmaculada Concepción de María es de los clásicos para demostrar la fuerza inmanente que lleva toda doctrina divina depositada en la parcela de Dios, que es la reunión de los fieles con sus Pastores y el Sumo Pontífice romano, que los preside.

3.- Lo vamos a constatar en la Historia del dogma. No siendo éste de los que la Sagrada Escritura consigna con claridad absoluta, fue necesario, para llegar a la definición del mismo, escudriñar lo que enseñó la tradición y acudir al común sentir de la Iglesia.

 

I.- LA INMACULADA CONCEPCIÓN EN LOS PRIMEROS SIGLOS

En los primeros siglos del cristianismo, los Santos Padres no se propusieron el problema de la Concepción Inmaculada de María. Recuérdese lo que hemos dicho en el capítulo primero de nuestro Tratado, al propósito. Pero la doctrina sobre el privilegio de María está contenida, como el árbol en la semilla, en las enseñanzas de los mismos Padres al contraponer la figura de María a la de Eva en relación con la caída y la reparación del género humano; al exaltar, con palabras sumamente encomiásticas, la pureza admirable de la Virgen; y al tratar sobre la realidad de su maternidad divina. Los principios de la ciencia sobre María que dejaron firmísimamente sentados los primeros Doctores de la Iglesia.

1.º EL PRINCIPIO DE RECAPITULACIÓN

1.- Con estas palabras: principio de recapitulación, recirculación o reversión, es conocida la doctrina patrística sobre el plan divino de la salvación del género humano.

2.- A los antiguos Padres llamó poderosísimamente la atención, no menos que a nosotros, el bello vaticinio sobre la Redención humana contenido en el Protoevangelio. Y habiendo escrito San Pablo que Cristo es el nuevo Adán, completaron sin esfuerzo el paralelismo, contraponiendo María a Eva. Apenas podrá hallarse un Santo Padre que no eche mano de este recurso al hablar de la Redención. Y es tan constante la doctrina, tan universal el principio, que no es posible no admitir que arranque de la misma tradición apostólica.

3.- Citemos, por todos, a San Ireneo: «Así como aquella Eva, teniendo a Adán por varón, pero permaneciendo aún virgen, desobediente, fue la causa de la muerte, así también María, teniendo ya un varón predestinado, y, sin embargo, virgen obediente, fue causa de salvación para sí y para todo el género humano… De este modo, el nudo de la desobediencia de Eva quedó suelto por la obediencia de María. Lo que ató por su incredulidad la virgen Eva, lo desató la fe de María Virgen». Es decir, que como un nudo no se desata sino pasando los cabos por el mismo lugar, pero a la inversa, así la redención se obró de modo idéntico, pero a la inversa de la caída.

4.- Este paralelismo, que contiene dos aspectos, semejanza y contraposición, está repetido, según acabamos de decir, como un principio básico al tratar de María. Y como es fácil comprender, no alcanza toda su fuerza sino poniendo los extremos de la contraposición en igualdad de circunstancias: Eva, virgen e inocente, es causa de la ruina del género humano; María, Virgen e inocente también, causa de su salvación; Eva, adornada desde el momento de su existencia de la gracia, reclama, en la comparación, a María, también con la gracia desde el primer momento de su ser.

La legitimidad del principio de recapitulación ha sido declarada por el Papa Pío IX en su Bula dogmática sobre la Inmaculada.

2.º EXALTACIÓN DE LA PUREZA DE MARÍA

1.- Un coro unánime de voces proclama a María purísima, sin mancha, la más sublime de las criaturas, etc. En esta universal aclamación de la pureza de María ha de haber, necesariamente, un principio general que la impulse. Los Santos Padres de la antigüedad no estaban mucho más informados que nosotros sobre la vida de la Virgen. ¿Qué les mueve, pues, a afirmar con tanto énfasis, con tanta seguridad, que María no admite comparación en su grandeza y elevación moral con criatura alguna? Su divina Maternidad. Evidentemente, sus alabanzas arrancan del principio que más tarde formuló San Anselmo: «La Madre de Dios debía brillar con pureza tal, cual no es posible imaginar mayor fuera de la de Dios». Ahora bien, para admitir su Concepción Inmaculada, caso de proponerse la pregunta, no necesitaban cambiar de rumbo. Bastaba sacar las consecuencias del principio sentado y admitido.

2.- Leamos algo de estas loas dedicadas a la Virgen.
San Hipólito, mártir, dice: «Ciertamente que el arca de maderas incorruptibles era el mismo Salvador. Y por esta arca, exenta de podredumbre y corrupción, se significa su tabernáculo, que no engendró corrupción de pecado. Pues el Señor estaba exento de pecado y estaba, en cuanto hombre, revestido de maderas incorruptibles, es decir, de la Virgen y del Espíritu Santo, por dentro y por fuera, como de oro purísimo del Verbo de Dios». Y en otra parte llama a María, «toda santa, siempre Virgen, santa, inmaculada Virgen».

En las actas del martirio de San Andrés, apóstol, se leen estas palabras que el Santo dirigió al Procónsul: «Y puesto que de tierra fue formado el primer hombre, quien por la prevaricación del árbol viejo trajo al mundo la muerte, fue necesario que, de una virgen Inmaculada, naciera hombre perfecto el Hijo de Dios, para que restituyera la vida eterna que por Adán perdieron los hombres». Aunque estas actas, como algunos opinan, no sean genuinas, es decir, contemporáneas de San Andrés, tienen una venerable antigüedad y nos atestiguan lo que entonces se pensaba de la Santísima Virgen.

San Efrén de Siria, apellidado Arpa del Espíritu Santo, canta de este modo a la Virgen: «Ciertamente tú (Cristo) y tu Madre sois los únicos que habéis sido completamente hermosos; pues en ti, Señor, no hay defecto, ni en tu Madre mancha alguna». Y en otras partes llama a María, Inmaculada, incorrupta, santa, alejada de toda corrupción y mancha, mucho más resplandeciente que el sol, etc.

San Ambrosio pone en labios del pecador: «Ven, pues, Señor Jesús, y busca a tu cansada oveja, búscala, no por los siervos ni por los mercenarios, sino por ti mismo. Recíbeme, no en aquella carne que cayó en Adán. No de Sara, sino de María, virgen incorrupta, íntegra y limpia de toda mancha de pecado».

Y San Jerónimo: «Proponte por modelo a la gloriosa Virgen, cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre del Señor».

La lista podría alargarse muchísimo más. La conclusión es la siguiente: los Santos Padres no se proponen la pregunta sobre la Inmaculada Concepción, pero son tales las alabanzas que dirigen a la pureza de María, que, caso de plantearse la cuestión, hubieran llegado a la verdad por el mismo camino que seguían. Y desde luego, lo que les impulsa a la alabanza tan unánime y fervorosa de la pureza de María es la existencia de una tradición que puede calificarse de apostólica, derivada de las enseñanzas de los Apóstoles.

 

II.- LA INMACULADA CONCEPCIÓN HASTA LA EDAD MEDIA

A partir del siglo IV, la Iglesia occidental no corre parejas con la oriental en profesar la Concepción Inmaculada de María. La herejía nestoriana que atacó directamente, única en la historia, la prerrogativa máxima de la Virgen, su divina maternidad, y que iba extendiéndose en el siglo V, ofreció más frecuente ocasión y aun necesidad de exaltar la soberana figura de la Bienaventurada Madre de Dios; al paso que en Occidente, en esta misma época, el hereje Pelagio desfiguraba el concepto de pecado original y sus funestas consecuencias en los hombres, por lo que los Padres se ven constreñidos a tratar antes de la universalidad del pecado que de la gloriosa excepción que representa la Virgen.

Leamos algunos testimonios de una y otra Iglesia.

1.º LA IGLESIA ORIENTAL

1.- En la Iglesia oriental encontramos el esforzado defensor de la maternidad divina de María, San Cirilo, que escribe: «¿Cuándo se ha oído jamás que un arquitecto se edifique una casa y la deje ocupar por su enemigo?». No se puede expresar más claramente la idea de la Concepción Inmaculada.

Y Teodoto de Ancira: «Virgen inocente, sin mancha, santa de alma y cuerpo, nacida como lirio entre espinas». Y en otra parte: «María aventaja en pureza a los serafines y querubines».

Proclo, secretario de San Juan Crisóstomo, en el mismo siglo V, dice de María que está formada «de barro limpio», es decir, de naturaleza humana, pero incontaminada.

2.- En el siglo VI, leemos en un himno compuesto por San Jaime Nisibeno: «Si el Hijo de Dios hubiera encontrado en María una mancha, un defecto cualquiera, sin duda se escogiera una madre exenta de toda inmundicia». Y a la santidad de María la califica de «Justicia jamás rota».

San Teófanes alaba así a María: «Oh, incontaminada de toda mancha». Y en otra parte: «El purísimo Hijo de Dios, como te hallase a Ti sola purísima de toda mancha, o totalmente inmune de pecado, engendrado de tus entrañas, limpia de pecados a los creyentes».

San Andrés de Creta: «No temas, encontraste gracia ante Dios, la gracia que perdió Eva… Encontraste la gracia que ningún otro encontró como Tú jamás».

Y en la carta a Sergio, aprobada por el Concilio Ecuménico VI, Sofronio dice de María: «Santa, inmaculada de alma y cuerpo, libre totalmente de todo contagio».

En adelante, la palabra Inmaculada, Purísima, ya no se refiere directamente a la sola virginidad de María. A medida que van adelantando los siglos se va perfilando con mayor precisión la idea de la Concepción Inmaculada.

Y así en el siglo VIII podemos leer estas palabras tan claras de San Juan Damasceno: «En este paraíso (María) no tuvo entrada la serpiente, por cuyas ansias de falsa divinidad hemos sido asemejados a las bestias».

En los siglos IX y X se contornea aún con mayor claridad la Concepción sin mancha de María. San José el Himnógrafo: «Inmune de toda mancha y caída, la única Inmaculada, sin mancha, sola sin mancha», dice de la Virgen.

Y San Juan el Geómetra en un hermoso verso: «Alégrate, Tú, que diste a Cristo el cuerno mortal; alégrate, Tú, que fuiste libre de la caída del primer hombre».

No es necesario proseguir porque en adelante la palabra Inmaculada, entre los orientales, ya tiene un significado preciso y concreto: la exención de María del pecado original. Además, desde el siglo VII la Iglesia oriental celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción, aunque no fuera universalmente. Sobre el significado de la fiesta oigamos a San Juan de Eubea: «Si se celebra la dedicación de un nuevo templo, ¿cómo no se celebrará con mayor razón esta fiesta tratándose de la edificación del templo de Dios, no con fundamentos de piedra, ni por mano de hombre? Se celebra la concepción en el seno de Ana, pero el mismo Hijo de Dios la edificó con el beneplácito de Dios Padre, y con la cooperación del santísimo y vivificante Espíritu». Como se observará, en estas palabras se menciona la creación de María y, asimismo, su santificación, como insinúa la alusión al Espíritu Santo a quien se apropia.

2.º EN LA IGLESIA OCCIDENTAL

1.- En la Iglesia occidental, el proceso hasta llegar a la confesión clara y paladina de la Concepción Inmaculada de María resultó más lento debido a circunstancias especiales que lo entorpecieron. Pero el concepto que los Santos Padres manifiestan tener de la grandeza espiritual y moral de la excelsa Madre de Dios no desmerece ni cede en nada al de los orientales. La admisión de una mancha en María hubiera producido en Occidente, al igual que en el Oriente, un escándalo entre los fieles, y hubiera chocado con la idea que se profesaba sobre la santidad eximia de la Bienaventurada Virgen. Y en efecto, de ello echó mano el hereje Pelagio para atacar a su contrincante San Agustín, en la discusión sobre el pecado original que aquél negaba. Juliano, discípulo del hereje, escribía dirigiéndose al Obispo de Hipona: «Tú entregas a María al diablo por razón del nacimiento», es decir, si afirmas que el pecado original se trasmite por generación natural, María fue súbdita del diablo, porque de esta manera descendió y de este modo fue concebida por sus padres.

A esto contestó el Santo Doctor: «La condición del nacimiento se destruye por la gracia del renacimiento». Se discute si, con estas palabras, el santo Obispo admitió la Inmaculada Concepción. Pero es lo cierto que nuestro Doctor enseña que los pecados actuales tienen su origen en el pecado original. «Nadie, dice, está sin pecado actual, porque nadie fue libre del original». Ahora bien, opina que María no tuvo pecado actual alguno. «Excepto la Virgen María, de la cual no quiero, por el honor debido al Señor, suscitar cuestión alguna cuando se trata de pecado… Si pudiéramos congregar todos los santos y santas… cuando aquí vivían, ¿no es verdad que unánimemente hubieran exclamado: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos y no hay verdad en nosotros?». Así, según el principio que sienta el mismo Santo Doctor, hemos de concluir que María careció del pecado original.

En esta misma época, hacia el 400, encontramos el máximo poeta cristiano Prudencio que, interpretando la fe de la Iglesia en la pureza sin mancha de María, canta en escogidos versos: «La víbora infernal yace, aplastada la cabeza, bajo los pies de la mujer. Por aquella virgen, que fue digna de engendrar a Dios, es disuelto el veneno, y retorciéndose bajo sus plantas, vomita impotente su tóxico sobre la verde yerba».

2.- En el siglo V, San Máximo escribe estas palabras: «María, digna morada de Cristo, no por la belleza del cuerpo, sino por la gracia original».

Al revés de lo que sucede en Oriente, en Occidente, a medida que van avanzando los siglos, se habla con mayor cautela sobre este asunto. No que se nuble por completo la creencia en la Concepción Inmaculada de María, pues sabemos que pronto comenzó a celebrarse su fiesta, sino que los autores eclesiásticos, por la autoridad de San Agustín, cuya opinión sobre este misterio es dudosa, y ante la necesidad de defender el dogma cierto de la universalidad del pecado original y sus consecuencias, se ven constreñidos antes a tratar de este punto que a establecer e ilustrar la excepción que constituye María a la ley universal del pecado.

Buena prueba de que la fe en este glorioso privilegio de María no quedó ofuscada nos la suministra la Liturgia. Dícese que en el siglo VII, y por obra de San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, ya se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada en España. Algunos, empero, dudan de la autenticidad del documento en que se apoyan los que lo defienden.

Pero con toda seguridad se celebraba ya en el siglo IX, como aparece por el calendario de mármol de Nápoles, que reza: «Día 9 de diciembre, la Concepción de la Santa Virgen María». La fecha de la celebración (la misma en que la celebran los orientales) indica que la fiesta transmigró de Oriente, con el que mantenía intensa relación comercial Nápoles. No es ésta la única constancia que queda de la celebración litúrgica. Por los calendarios de los siglos IX, X y XI sabemos que se celebraba también en Irlanda e Inglaterra.

3.- Pero, a pesar de la celebración litúrgica, el significado de la solemnidad no estaba teológicamente fijado. Y no deja de llamar la atención que fuese el Santo quizá más devoto de María quien frenase los impulsos del pueblo cristiano, suscitando la discusión teológica más enconada de la historia de los dogmas. Me refiero a San Bernardo.

Habiendo llegado a sus oídos que los monjes de Lyón, en 1140, introdujeron la fiesta, el Santo Abad les escribió una carta vehementísima, reprobando lo que él llama una innovación «ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición antigua». La carta es uno de los mejores documentos para probar la gran devoción del Santo a María. Cada vez que la nombra, la pluma le rezuma unción, y con la inimitable galanura de estilo que le caracteriza, convence al lector de que en todo el raciocinio no hay ni brizna de pasión. Impugna el privilegio porque así cree deber hacerlo.

A pesar del enorme prestigio del santo Doctor, su carta no quedó sin réplica. El primero que replicó a la misma, Pedro Comestor, ya hace notar la confusión de San Bernardo en el asunto, y distingue entre la concepción del que concibe, es decir, el acto de los padres, y la concepción del ser concebido, vale decir, la concepción activa y pasiva, que ya hemos definido antes. Ni faltó tampoco, como en toda polémica, la frase dura y encendida de parte del contradictor: «Dos veces -escribió Nicolás, monje de San Albano- fue traspasada el alma de María: en la Pasión de su Hijo y en la contradicción de su Concepción».

Aunque la carta del Doctor Melifluo no pudo impedir la extensión de la fiesta, que cada día cobró más auge, proyectó una influencia insospechada en las discusiones teológicas de los siglos posteriores.

 

III.- CONTROVERSIA DE LOS ESCOLÁSTICOS HASTA EL BEATO ESCOTO

1.- Los siglos XIII y XIV son los del máximo esplendor de la ciencia divina llamada Teología. Los que la cultivaron se llaman Escolásticos, y hubo varios centros de importancia, entre los más ilustres, la Sorbona de París y la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Al comentar los Escolásticos el «Libro de las Sentencias» de Pedro Lombardo, que les servía como de manual y guía para dar sus lecciones, se toparon con la cuestión de la Concepción de María. Los Doctores de París se inclinaron por la opinión maculista, y los de Oxford por la inmaculista, es decir, excluyeron a María de la común caída del pecado de origen. La victoria quedó por éstos últimos, y concretamente por el Beato Escoto, su más alto exponente y representante.

2.- En París, los Maestros se plantean la cuestión en estos términos: ¿Cuándo fue santificada la Virgen María? Santificada aquí equivale, como se verá por el contexto de toda la cuestión, a purificada. Por lo que en el mismo planteamiento del problema ya se da algo como presupuesto y seguro: que hubo en María algo que necesitaba purificación. Causa de proponerse el problema en esos términos es el error contenido en el «Libro de las Sentencias» que comentaban. El error consistía en afirmar que el pecado original se identifica con la concupiscencia de la carne, que corrompe y mancha al alma. Y ponían un ejemplo: Como la inmundicia del recipiente hace que el vino de suyo dulce se convierta en vinagre, así la concupiscencia de la carne, que se transmite por generación natural, mancha la pureza del alma. En su concepto, el pecado original tenía dos elementos: uno material, que es la concupiscencia de la carne, y otro formal, lo propiamente llamado pecado, que es la carencia de la gracia.

Partiendo, pues, del principio que la carne, inficionada por la generación natural, inficiona a su vez el alma, los Doctores de París se preguntan: ¿Cuándo fue santificada, es decir, purificada María de esta infección inherente a la carne?

3.- El primero en plantearse la cuestión en estos términos es Fray Alejandro de Halés. Sienta el principio de que a «María se le otorgó cuando podía dársele», pero no saca todas las consecuencias que de él se derivan. Y siguiendo la opinión que acabamos de exponer sobre el pecado original, se pregunta si María fue santificada en sus padres, respondiéndose que no, pues aunque ellos fueran santísimos, su santidad no pudo trasfundirse a la carne que concibieron. Continúa investigando si la carne de María fue purificada antes que su alma entrase y fuese infundida en la misma, y resuelve que tampoco, porque la carne no puede ser sujeto de santidad alguna ni de ninguna gracia. Prosigue interrogando si fue santificada en el mismo momento de infundirse el alma en el cuerpo, y se inclina también por la negativa. La conclusión es que fue santificada después de la concepción, aunque antes de nacer, porque si esto se concedió a Jeremías y al Bautista, «no puede negarse a tan excelsa Virgen lo que a otros se concedió».

4.- Sigue por el mismo camino, y con una conclusión más enérgica, el Doctor San Alberto Magno. Este cree ser de fe que María fue concebida en pecado original, pues las Escrituras, en el célebre texto de San Pablo, enseñan «que en Adán todos pecaron», y si todos, también Ella.

5.- Los dos colosos de la ciencia teológica, que continuaron la labor de enseñanza de los dos ya mencionados, prosiguen, aunque más expeditos, por el mismo sendero. Son Santo Tomás y San Buenaventura.

El Doctor Angélico, Santo Tomás, afirma y repite con insistencia en varias partes de sus obras, escritas en diversas épocas, que María contrajo el pecado de origen. Citemos sólo lo que escribe en su obra máxima, «La Suma». «A la primera pregunta de si María fue santificada antes de recibir el alma», responde que no, porque la culpa no puede borrarse más que por la gracia, cuyo sujeto es sólo el alma. «A la segunda, es decir, si lo fue en el momento de recibir el alma», responde que ha de decirse que «si el alma de María no hubiese sido jamás manchada con el pecado original, esto derogaría a la dignidad de Cristo que está en ser el Salvador universal de todos. Y así, bajo la dependencia de Cristo, que no necesitó salvación alguna, fue máxima la pureza de la Virgen. Porque Cristo de ningún modo contrajo el pecado original, sino que fue santo en su concepción misma, según aquello de San Lucas: «El que ha de nacer de Ti, santo, será llamado Hijo de Dios». Pero la Santísima Virgen contrajo ciertamente el pecado original, si bien quedó limpia de él antes del nacimiento». Y en otra parte se pregunta cuándo fue santificada, y responde: «Poco después de su concepción».

A estas palabras tan claras se les ha querido dar últimamente un significado distinto, haciendo mil equilibrios para que signifiquen que Santo Tomas no negó el privilegio de María, como si negarlo entonces supusiese defecto alguno. El Santo y ponderadísimo Doctor reiría de buena gana las acrobacias intelectuales de algunos de sus comentaristas.

San Buenaventura insinúa tímidamente la solución verdadera de la cuestión, pero se declara explícitamente partidario de la opinión maculista. Después de exponer la opinión común, escribe: «Algunos dicen que en el alma de la Santísima Virgen la gracia de la santificación se adelantó a la mancha del pecado original… Esto significa, según ellos, lo que San Anselmo dice de la Santísima Virgen: que María fue pura, con pureza tan alta, que mayor, fuera de la de Dios, no se puede imaginar. Esto no repugna a la fe cristiana, porque la misma Virgen fue liberada del pecado original por la gracia que dependía y tenía su origen en Cristo, como las demás gracias de los Santos. Estos fueron levantados después de caídos, la Virgen fue sostenida en el acto de caer para que no cayera, según la referida opinión». Ninguno había expuesto aún en París tan claramente, ni insinuado con tanta precisión, los argumentos a favor de la Inmaculada. Pero San Buenaventura se inclinó por la contraria. Tiranía de la razón que se impuso sobre los anhelos del amor.

4.- No estaba reservada a los Doctores de París la empresa de defender el privilegio de María. Cuando la doctrina contraria a la Inmaculada Concepción era corriente entre los teólogos, corroborada por la autoridad de los grandes maestros, «bajó a la palestra el Doctor providencial que Dios mandó a la Iglesia para este caso», decía el antiguo Oficio de la Inmaculada: el Beato Juan Duns Escoto.

 

IV.- LA INTERVENCIÓN DEL DOCTOR MARIANO

1.- El Beato Juan Duns Escoto nació en Maxton (Escocia), de la noble familia Duns. Se formó en la Universidad de Oxford, y en la misma y en París enseñó teología. Al llegar a París, la cuestión sobre la Concepción de María estaba definitivamente ventilada y resuelta en sentido negativo. Su doctrina sobre la exención de María de todo pecado chocó con el ambiente reinante en la Universidad, y, según el estilo de la época, tuvo que defender su opinión en una disputa pública con los doctores de la misma. El rotundo triunfo que alcanzó, midiendo su ingenio y saber con los Maestros más renombrados, hizo aquella discusión científica celebérrima en los anales de la Universidad y aun de la Iglesia. La leyenda y la tradición, como acostumbran con los hechos trascendentales, la han adornado con mil detalles hermosos. Las crónicas eclesiásticas aseguran que, al pasar el Doctor por los claustros de la Universidad para la discusión, se postró ante una imagen de María, implorando su auxilio, y que la marmórea imagen inclinó su cabeza. En el aula magna de la Universidad, aguardaban al Doctor todos los Maestros. Presidían la Asamblea los Legados del Papa, presentes a la sazón en París para negociar ciertos asuntos con el Rey. Sea de ello lo que fuere, la tradición nos dice que se opusieron al Doctor Mariano doscientos argumentos, que él refutó y pulverizó después de recitarlos uno tras otro de memoria. El número de argumentos, aun sin llegar a los doscientos, fue grande, porque de los fragmentos de la disputa que han llegado hasta nosotros se pueden recoger cincuenta. La nobilísima Asamblea se levantó aclamándole unánimemente vencedor. Una defensa similar del privilegio mariano tuvo lugar en Colonia, donde el triunfo alcanzado por el Defensor de María fue tal, que hasta los niños le aclamaban por las calles: ¡Vencedor Escoto!

Todos estos detalles de la leyenda demuestran la impresión que causó la defensa escotista en la imaginación de los contemporáneos que veían irremisiblemente perdida la causa en el terreno intelectual. Pero si los detalles son legendarios, queda en pie la historicidad del hecho conocido con el nombre de Disputa de la Sorbona, como ha probado con sus estudios el mariólogo P. Carlos Balic, conocido en todos los centros teológicos.

2.- Pasemos a exponer la doctrina del Doctor Mariano. Notemos ante todo que el Beato Juan Duns Escoto se plantea la cuestión de modo completamente diferente al de los que le precedieron: «¿Fue concebida María en pecado original?». Este modo de preguntar no presupone ni prejuzga nada, y tiene un sentido claro y terminante: ¿Tuvo o no tuvo el pecado original? Ello arranca de la idea que nuestro Doctor tiene del pecado de origen, hoy común a todos los teólogos. Para el Beato Escoto, el pecado original no consiste más que en la negación de la gracia que se debiera poseer. Y por eso no ha de preguntarse nada sobre la carne, como hacían los anteriores.

A la pregunta, pues, de si María fue concebida en pecado, responde: No. ¿Motivos? La perfectísima Redención de su Hijo y la honra y honor del mismo. Es decir, que la dificultad de los contrarios la esgrime él como argumento casi único.

Resumámoslo: «Se afirma que en Adán todos pecaron y que en Cristo y por Cristo todos fueron redimidos. Y que si todos, también Ella. Y respondo que sí, Ella también, pero Ella de modo diferente. Como hija y descendiente de Adán, María debía contraer el pecado de origen, pero redimida perfectísimamente por Cristo, no incurrió en él. ¿Quién actúa más eximiamente, el médico que cura la herida del hijo que ha caído, o el que, sabiendo que su hijo ha de pasar por determinado lugar, se adelanta y quita la piedra que provocaría el traspié? Sin duda que el segundo. Cristo no fuera perfectísimo redentor, si por lo menos en un caso no redimiera de la manera más perfecta posible. Ahora bien, es posible prevenir la caída de alguno en el pecado original. Y si debía hacerlo en un caso, lo hizo en su Madre».

El Beato Escoto va aplicando el argumento ora desde el punto de vista de Cristo Redentor perfectísimo, ora desde el punto de vista del pecado, ora desde el ángulo de María, llegando siempre a la misma conclusión. Su argumento quedó sintetizado para la posteridad con aquellas cuatro celebérrimas palabras: Potuit, decuit, ergo fecit, pudo, convino, luego lo hizo. Podía hacer a su Madre Inmaculada, convenía lo hiciera por su misma honra, luego lo hizo.

baner inmaculadaconcepcion

De todo lo cual se deduce, escribe el Doctor Alastruey, en su conocida «Mariología»:

1.º Que el Doctor Mariano distingue perfectísimamente entre la ley universal del pecado de origen, en la que entra María, y la caída real. Es decir, entre el débito, como dicen los teólogos, y la contracción del pecado. María debía contraerlo por ser descendiente de Adán, pero no lo contrajo porque fue preservada. Por eso, su preservación se llama privilegio.

2.º Que el Doctor Mariano concilia a perfección la preservación de María y su dependencia de la Redención de Cristo. Esto lo consigue distinguiendo entre la Redención curativa y la preservativa. Esta última es, en opinión suya y ante el testimonio de la razón, redención más perfecta. Por lo que María, en su privilegio, lejos de menoscabar el honor de Cristo escapando a su influjo, como temían los antiguos, depende de Él en forma más brillante y más efectiva.

3.º Finalmente, Escoto consiguió pulverizar los principales argumentos de la opinión contraria y poner en claro que nada podía deducirse de los dogmas de la fe que fuera contrario a la Concepción Inmaculada de María.

Las páginas del Doctor Mariano vinieron a ser el arsenal en que recogían armas y argumentos los defensores del privilegio de María; y al cabo de tantos siglos de disquisiciones científicas, se llegó a la definición dogmática sin que se pudiese añadir a sus páginas ni una idea, ni un argumento, ni una distinción más.

Y para que no faltase al aguerrido defensor de la Virgen el testimonio de la opinión contraria, se lo propinó el Padre Gerardo Renier, que de enemigo doctrinal pasó, como muchos a lo largo de la historia del Dogma, a adversario personal del Beato Escoto, escribiendo a propósito de sus enseñanzas en París: «El primer sembrador de esta herética maldad (la Inmaculada Concepción) fue Juan Duns Escoto, de la Orden Franciscana». Calificación teológica que, como es evidente, fue profética. No se había visto jamás que un puñado de barro lanzado contra el adversario se convirtiera en el trayecto en un manojo de rosas y lirios.

 

V.- HASTA LA DEFINICIÓN DOGMÁTICA

1.- Siguieron al Beato Escoto, como es fácil suponer, todos los franciscanos, que le adoptaron por Maestro, y entre sus discípulos se pueden citar nombres tan ilustres como Francisco Mayrón, Andrés de Neuchateu, Juan Basols, etc. Toda la Orden Franciscana en general, escribe Campana en María en el Dogma católico, aceptó la doctrina de su Maestro de modo que, al poco tiempo, a la Concepción Inmaculada se la llamó la opinión franciscana, nombre con que fue designada hasta la definición dogmática.

2.- Perdido ya el prestigio en la Universidad de París, la opinión contraria apeló al Papa Juan XXII en su corte de Aviñón. Y a pesar de que el Pontífice estaba en grave disensión con la Orden Franciscana a causa de las controversias sobre la pobreza, tras una disputa entre un franciscano y un dominico, el Papa se inclinó por la opinión inmaculista, y como conclusión mandó celebrar la fiesta en la capilla papal. La determinación de Juan XXII significó un paso decisivo para el triunfo de la Inmaculada. Y nos hallamos en 1325, es decir, a unos veinte años solamente de la Defensa de Escoto.

2.- Un incidente que revela los sentimientos y proceder de toda una generación fue el sucedido en 1335. Juan de Monzón recibió la investidura de Doctor. En su primera lección magistral sostuvo cuatro proposiciones contra la Inmaculada Concepción. La Universidad las reprobó y confió al franciscano Juan Vital que las refutara, como hizo en su «Defensórium pro I. M. Conceptione». Confirmada la sentencia o calificación de la Universidad por el Obispo de París, el dominico apeló al Papa, ante el cual triunfó nuevamente la opinión inmaculista. Pero la lucha, escribe el P. Sola, S.J., en su libro «La Inmaculada Concepción», había llegado a su punto culminante. Como Escoto había arrastrado tras sí a toda su escuela, Monzón arrastró, asimismo, a toda la tomista. Y si los discípulos de Escoto formularon el voto de defender el privilegio hasta la sangre, los contrarios formularon, asimismo, el de defender la doctrina de Santo Tomás sobre este tema.

3.- No es necesario seguir ya más el curso de las discusiones científicas, porque en adelante la opinión maculista va perdiendo sensiblemente terreno, y su actuación, interés. Ya es conocido que en el Concilio de Basilea se tuvo un largo debate entre maculistas e inmaculistas con el triunfo de éstos, pero la decisión del Concilio quedó sin valor porque, al tomarla, el Concilio ya no era canónico.

Ante Sixto IV, y nos hallamos en el siglo XV, se sostuvo otra disputa entre el dominico Bandelli y el franciscano Francisco de Brescia; la victoria de éste fue tan rotunda, que la Asamblea se levantó aclamándole Sansón, nombre con que es conocido en la Historia.

Y de triunfo en triunfo, llegamos al Concilio de Trento que, al hablar de la universalidad del pecado original, aunque no define el dogma de la excepción de María, significó su opinión con estas palabras: «Declara, sin embargo, este santo Concilio que, al hablar del pecado original, no intenta comprender a la bienaventurada e inmaculada Virgen María, sino que hay que observar sobre esto lo establecido por Sixto IV».

4.- Las palabras del Concilio fueron decisivas para la extensión de la doctrina inmaculista y no tardó mucho en ser opinión universal.

Apenas se hallará una Orden religiosa que no pueda presentar nombres ilustres de grandes teólogos que favorecieron la prerrogativa de la Virgen, contribuyendo a su triunfo. La Compañía de Jesús puede presentar a Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Toledo, Suárez, San Pedro Canisio, San Roberto Belarmino y otros muchos más. La gloriosa Orden Dominicana, el celebérrimo Ambrosio Catarino, Tomás Campanella, Juan de Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán y San Pío V, papa, etc. La Orden Carmelitana, ya en 1306, determinó celebrar la fiesta en el Capítulo General reunido en Francia, y los agustinos defendieron también la prerrogativa de la Virgen ya en 1350.

5.- La contribución de nuestra Patria [España] al triunfo del Dogma de la Inmaculada Concepción merece capítulo aparte, y por cierto bien nutrido y glorioso, pero ello nos apartaría del carácter puramente doctrinal que tienen estas breves notas históricas. Recordemos solamente, como tan significativas, las legaciones de nuestros reyes a los Sumos Pontífices pidiendo la definición del dogma. Por eso Pío IX quiso que el monumento a la Inmaculada, después de su definitivo oráculo, se levantara en la romana Plaza de España.

 

VI.- LA DEFINICIÓN DOGMÁTICA DE LA INMACULADA

1.- El Papa Pío IX, de feliz memoria, se decidió a dar el último paso para la suprema exaltación de la Virgen, definiendo el dogma de su Concepción Inmaculada. Dícese que en las tristísimas circunstancias por las que atravesaba la Iglesia, en un día de gran abatimiento, el Pontífice decía al Cardenal Lambruschini: «No le encuentro solución humana a esta situación». Y el Cardenal le respondió: «Pues busquemos una solución divina. Defina S. S. el dogma de la Inmaculada Concepción».

Mas para dar este paso, el Pontífice quería conocer la opinión y parecer de todos los Obispos, pero al mismo tiempo le parecía imposible reunir un Concilio para la consulta. La Providencia le salió al paso con la solución. Una solución sencilla, pero eficaz y definitiva. San Leonardo de Porto Maurizio había escrito una carta al Papa Benedicto XIV, insinuándole que podía conocerse la opinión del episcopado consultándolo por correspondencia epistolar… La carta de San Leonardo fue descubierta en las circunstancias en que Pío IX trataba de solucionar el problema, y fue, como el huevo de Colón, perdónese la frase, que hizo exclamar al Papa: «Solucionado». Al poco tiempo conoció el parecer de toda la jerarquía. Por cierto que un obispo de Hispanoamérica pudo responderle: «Los americanos, con la fe católica, hemos recibido la creencia en la preservación de María». Hermosa alabanza a la acción y celo de nuestra Patria.

2.- Y el día 8 de diciembre de 1854, rodeado de la solemne corona de 92 Obispos, 54 Arzobispos, 43 Cardenales y de una multitud ingentísima de pueblo, definía como dogma de fe el gran privilegio de la Virgen:

«La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles».

Estas palabras, al parecer tan sencillas y simples, están seleccionadas una por una y tienen resonancia de siglos. Son eco, autorizado y definitivo, de la voz solista que cantaba el común sentir de la Iglesia entre el fragor de las disputas de los teólogos dela Edad Media.

Fuente: Pascual Rambla, O.F.M., Tratado popular sobre la Santísima Virgen; Parte III, Cap. V: Historia del dogma de la Inmaculada Concepción.

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