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Fundamentos de la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús

La devoción al Sagrado Corazón no es sino una forma especial de devoción a Jesús. Al esclarecer su objeto, sus fundamentos y sus actos propios conoceremos qué es exactamente y qué hace distinta a esta devoción.

 

EL OBJETO ESPECIAL DE LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN

La naturaleza de esta cuestión es ya de por sí compleja y las dificultades que nacen a causa de la terminología la hacen aún más compleja. Sin profundizar en términos que son extremadamente técnicos, estudiaremos las ideas en sí mismas y, con el fin de saber pronto dónde estamos, nos detendremos en el significado y en el uso que se da a la palabra corazón en el lenguaje normal. (a) La palabra corazón despierta en nosotros, antes que nada, la idea del órgano vital que palpita en nuestro pecho y del que sabemos, aunque quizás vagamente, que está íntimamente conectado no sólo con nuestra vida física, sino también con nuestra vida moral y emocional. Tal relación explica, también, que el corazón de carne sea universalmente aceptado como emblema de nuestra vida moral y emocional, y que por asociación, la palabra corazón ocupe el sitio que tiene en el lenguaje simbólico y que esa palabra se aplique igualmente a las cosas mismas que son simbolizadas por el corazón. (Cfr. Jer. 31,33; Dt. 6,5; 29,3; Is. 29,13; Ez. 36,26; Mt. 6,21; 15,19; Lc. 8,15; Rm. 5,5; Catecismo de la Iglesia Católica, nos. 368, 2517, N.T.). Pensemos, por ejemplo, en expresiones como «abrir nuestro corazón», «entregar el corazón», etc. Llega a pasar que el símbolo es despojado de su significado material y en vez del signo se percibe sólo lo que es significado. De igual manera, en el lenguaje corriente la palabra alma ya no despierta la idea de aliento, y la palabra corazón sólo nos trae a la mente las ideas de valor o amor. Claro que aquí hablamos de figuras del lenguaje o de metáforas, más que de símbolos. El símbolo es un signo real, mientras que la metáfora es sólo un signo verbal.

El símbolo es algo que significa algo distinto de si mismo, mientras que la metáfora es una palabra utilizada para dar a entender algo distinto de su significado propio. Por último, en el lenguaje normal, nosotros pasamos continuamente de la parte al todo y, gracias a una forma muy natural de hablar, usamos la palabra corazón para referirnos a la persona. Todas estas ideas nos ayudarán a determinar el objeto de la devoción al Sagrado Corazón.

El problema comienza cuando se debe distinguir entre los significados material, metafórico y simbólico de la palabra corazón. Se trata de saber si el objeto de la devoción es el corazón de carne, como tal, o el amor de Jesucristo significado metafóricamente por la palabra corazón, o el corazón de carne en cuanto símbolo de la vida emocional y moral de Jesús, especialmente de su amor hacia nosotros. Afirmamos que se da debido culto al corazón de carne en cuanto éste simboliza y recuerda el amor de Jesús y su vida emocional y moral (Cfr. Pío XII, encíclica «Haurietis Aquas», 18,21,24, N.T.). De tal forma, aunque la devoción se dirige al corazón material, no se detiene ahí: incluye el amor, ese amor que constituye su objeto principal pero que únicamente se alcanza a través del corazón de carne, símbolo y signo de ese amor. La devoción al solo Corazón de Jesús, tomado éste como una parte noble de su divino cuerpo, no sería equivalente a la devoción al Sagrado Corazón tal y como la entiende y aprueba la Iglesia.

Y lo mismo se puede decir de la devoción al amor de Jesús, como si se tratara de una parte separada de su corazón de carne, o sin más relación con este último que la sugerida por una palabra tomada en su sentido metafórico. (Cfr. Gaudium et Spes, 22,2, N.T.) Pues hay que considerar que en esta devoción existen dos elementos: uno sensible, el corazón de carne, y uno espiritual, el que es representado y traído a la mente por el corazón de carne. Estos dos elementos no son dos objetos distintos, simplemente coordinados, sino que realmente constituyen un objeto solo, del mismo modo como lo hacen el alma y el cuerpo, y el signo y la cosa significada. De esos dos elementos el principal es el amor, que es la causa y la razón de la existencia de la devoción, tal como el alma es el elemento principal en el [[hombre. Consecuentemente, la devoción al Sagrado Corazón puede ser definida como una devoción al Corazón Adorable de Jesucristo en cuanto él representa y recuerda su amor. O, lo que equivale a lo mismo, se trata de la devoción al amor de Jesucristo en cuanto que ese amor es recordado y simbólicamente representado por su corazón de carne (Cfr. Encíclica de S.S. León XIII, Annum Sacrum; Catecismo de la Iglesia Católica nos. 479, 609. N.T.).

Es este simbolismo lo que de da su significado y su unidad, y su fuerza simbólica queda admirablemente completada al ser representado el corazón como herido. Como el Corazón de Jesús se nos presenta como el signo sensible de su amor, la herida visible en el Corazón nos recuerda la invisible herida de su amor («Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza», Catecismo de la Iglesia Católica, 1439, N.T.).

Ese simbolismo también nos deja en claro que la devoción, si bien concede al corazón un lugar especial, poco está interesada en los detalles anatómicos. Dado que en las imágenes del Sagrado Corazón la expresión simbólica debe predominar sobre todo lo demás, no se busca nunca la congruencia anatómica; ésta afectaría negativamente la devoción al debilitar la evidencia del simbolismo. Es de primera importancia que el corazón como emblema se pueda distinguir del corazón anatómico; lo apropiado de la imagen debe ser favorable a la expresión de la idea. En una imagen del Sagrado Corazón es necesario un corazón visible, pero éste debe ser, además de visible, simbólico. Y se puede afirmar algo semejante en el ámbito de la fisiología, porque el corazón de carne que constituye el objeto de la devoción, y que debe dejar ver el amor de Jesús, es el Corazón de Jesús, el Corazón real, viviente, que en verdad amó y sufrió; el que, como lo experimentamos en nuestros corazones, tuvo relación con las emociones y la vida moral de Cristo; el que, por el conocimiento, así sea rudimentario, que tenemos a partir de las operaciones de nuestra propia vida humana, jugó igual papel en las operaciones de la vida del Maestro. Sin embargo, la relación entre el Corazón y el Amor de Cristo no tiene un carácter puramente convencional, como es el caso entre la palabra y la cosa, o entre la bandera y el país que ésta representa.

Ese Corazón ha estado y está inseparablemente vinculado con la vida de Cristo, vida de bondad y amor. Basta, empero, que en nuestra devoción simplemente conozcamos y sintamos esta relación tan íntima. No tenemos por qué preocuparnos por la anatomía del Sagrado Corazón, ni con determinar cuáles son sus funciones en la vida diaria. Sabemos que el simbolismo del corazón se funda en la realidad y que constituye el objeto de nuestra devoción al Sagrado Corazón, la cual no está en peligro de caer en el error. Es precisamente esa característica la que define naturalmente a la devoción al Sagrado Corazón. Es más, ya que la devoción se dirige al amante Corazón de Jesús, ella debe abarcar todo aquello que es abrazado por ese amor. Y, en ese contexto, ¿no fue ese amor la causa de toda acción y sufrimiento de Cristo?. ¿No fue su vida interior, más que la exterior, dominada por ese amor? Por otro lado, teniendo la devoción al Sagrado Corazón como objeto al Corazón viviente de Jesús, eso mismo familiariza al devoto con toda la vida interna del Maestro, con sus virtudes y sentimientos y, finalmente, con Jesús mismo, infinitamente amante y amable. Consecuentemente, de la devoción al Corazón amante se procede, primero, al conocimiento íntimo de Jesús, de sus sentimientos y virtudes, de toda su vida emocional y moral; del Corazón amante se extiende a las manifestaciones de su amor. Hay otra forma de extensión que, teniendo la misma significación, se realiza, sin embargo, de diverso modo, pasando del Corazón a la Persona. Transición que, por otra parte, es algo que se realiza naturalmente. Cuando hablamos de un «gran corazón» siempre hacemos alusión a una persona, del mismo modo que cuando mencionamos el Sagrado Corazón nos referimos a Jesús. Esto no sucede porque ambas cosas sean sinónimas sino porque la palabra corazón se utiliza para indicar una persona, y esto es posible porque expresamos que tal persona está relacionada con su propia vida moral y emocional.

Del mismo modo, cuando nos referimos a Jesús como el Sagrado Corazón, lo que en realidad queremos expresar es al Jesús que manifiesta su Corazón, el Jesús amante y amable. Jesús entero queda recapitulado en su Corazón Sagrado, al igual que todas las cosas son recapituladas en Jesús. Dios continuamente se lamenta de ello en las Sagradas Escrituras; los santos siempre han escuchado en sus corazones la queja de ese amor no correspondido. Una de las fases esenciales de la devoción es la percepción de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y despreciado. El mismo Jesús reveló esa verdad a Santa Margarita María Alacoque, ante la que se quejó de ello amargamente.

Únicamente ese amor puede explicar a Jesús, así como sus palabras y obras. Empero, su amor brilla más resplandeciente en ciertos misterios a través de los que nos llegan grandes bienes, y en los cuales Jesús se manifiesta más generoso en la entrega de si mismo. Podemos pensar, por ejemplo, en la Encarnación, la Pasión y la

Eucaristía. Estos misterios, además, tienen un lugar especial en la devoción que, buscando a Jesús y los signos de su amor y su gracia, los encuentra aquí con una intensidad mayor que en cualquier evento particular.

Ya se dijo arriba que la devoción al Sagrado Corazón, dirigida al Corazón de Jesús como emblema de su amor, pone especial atención a su amor por la humanidad. Lógicamente, esto no excluye su amor a Dios, pues está incluido en su amor por los hombres. Se trata, entonces, de la devoción al «Corazón que tanto ha amado a los hombres», según las palabras citadas por Santa Margarita María.

Por último, surge la pregunta de si el amor al que honramos con esta devoción es el mismo con el que Jesús nos ama en cuanto hombre o se trata de aquel con el que nos ama en cuanto Dios. O sea, si se trata de un amor creado o de uno increado; de su amor humano o de su amor divino. Sin lugar a dudas se trata del amor de Dios hecho hombre, el amor del Verbo Encarnado. Ningún devoto separa estos dos amores, como tampoco separa las dos naturalezas de Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, No. 470, N.T.). Y aunque quisiésemos debatir este punto y solucionarlo a toda costa, sólo encontraremos que hay diferentes opiniones entre los autores. Algunos, por considerar que el corazón de carne sólo puede vincularse con el amor humano, concluyen que no puede simbolizar el amor divino que, a su vez, no es propio de la persona de Jesús y que, por tanto, el amor divino no puede ser objeto de la devoción. Otros afirman que el amor divino no puede ser objeto de la devoción si se le separa del Verbo Encarnado, o sea que sólo es tal cuando se le considera como el amor del Verbo Encarnado y no ven porqué no pueda ser simbolizado por el corazón de carne ni porqué la devoción debiera circunscribirse solamente al amor creado.

 

FUNDAMENTOS DE LA DEVOCIÓN

Esta cuestión puede ser estudiada bajo tres aspectos: el histórico, el teológico y el científico.

a. Fundamentos históricos

Al aprobar la devoción al Sagrado Corazón, la Iglesia no simplemente confió en las visiones de Santa Margarita María, sino que, haciendo abstracción de ellas, examinó el culto en si mismo. Las visiones de Santa Margarita María podían ser falsas, pero ello no debía repercutir en la devoción, haciéndola menos digna o firme. Sin embargo, el hecho es que la devoción se propagó principalmente bajo la influencia del movimiento que se inició en Paray-le-Monial. Antes de su beatificación, las visiones de Santa Margarita María fueron críticamente examinadas por la Iglesia, cuyo juicio, en tales casos, aunque no es infalible, sí implica una certeza humana suficiente para garantizar las palabras y acciones que se sigan de él.

b. Fundamentos teológicos

El Corazón de Jesús merece adoración, como lo hace todo lo que pertenece a su persona. Pero no la merecería si se le considerase como algo aislado o desvinculado de ésta. Definitivamente, al Corazón de Jesús no se le considera de ese modo, y Pío VI, en su bula de 1794, «Auctorem fidei», defendió con su autoridad este aspecto de la devoción contra las calumnias jansenistas. Si bien el culto se rinde al Corazón de Jesús, va más allá del corazón de carne, para dirigirse al amor cuyo símbolo expresivo y vivo es el corazón. No se requiere justificar la devoción acerca de esto. Es la Persona de Jesús a quien se dirige, y esta Persona es inseparable de su divinidad. Jesús, la manifestación viviente de la bondad de Dios y de su amor paternal; Jesús, infinitamente amable y amante, visto desde la principal manifestación de su amor, es el objeto de la devoción al Sagrado Corazón, del mismo modo que lo es de toda la religión cristiana. La dificultad reside en la unión del corazón y el amor, y en la relación que la devoción supone que existe entre ambos. Pero, ¿no es esto un error que ya ha sido superado hace mucho?. Sólo queda por ver si la devoción, bajo este aspecto, está bien fundamentada.

c. Fundamentos filosóficos y científicos

En este aspecto ha habido cierta falta de certeza entre los teólogos. No obviamente en lo tocante a la base del asunto, sino en lo que respecta a las explicaciones. En ocasiones ellos han hablado como si el corazón fuera el órgano del amor, aunque este punto no tiene relación con la devoción, para la cual basta que el corazón sea el símbolo del amor y sobre ello no cabe duda: sí hay una vinculación real entre el corazón y las emociones. Nadie niega el hecho de que el corazón es símbolo del amor y todos experimentamos que el corazón se convierte en una especie de eco de nuestros sentimientos. Un estudio de esta especie de resonancia sería muy interesante, pero no le hace falta a la devoción, ya que es un hecho atestiguado por la experiencia diaria; un hecho del cual la medicina puede dar razones y explicar las condiciones, pero que no es parte del presente estudio, ni su objeto requiere ser conocido por nosotros.

El acto propio de la devoción

El objeto mismo de la devoción exige un acto apropiado, si se considera que la devoción al amor de Jesús por nosotros debe ser, antes que nada, una devoción al amor a Jesús. Su característica debe ser la reciprocidad del amor; su objeto es amar a Jesús que nos ama tanto; pagar amor con amor. Más aún, habida cuenta que el amor de Jesús se manifiesta al alma devota como despreciado y airado, sobre todo en la Eucaristía, el amor propio de la devoción deberá manifestarse como un amor de reparación. De ahí la importancia de los actos de desagravio, como la comunión de reparación, y la compasión por Jesús sufriente. Mas ningún acto, ninguna práctica, puede agotar las riquezas de la devoción al Sagrado Corazón. El amor que constituye su núcleo lo abraza todo y, entre más se le entiende, más firmemente se convence uno de que nada puede competir con él para hacer que Jesús viva en nosotros y para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión con Jesús, con todo su corazón, su alma y sus fuerzas.

 

IDEAS HISTÓRICAS SOBRE EL DESARROLLO DE LA DEVOCIÓN

Cristo mostrando la llaga del costado por donde entró la lanza que traspasó el Corazón, de donde nace su Iglesia. Escultura en piedra del siglo XV. Francia. Fotografía de Juan Dejo Bendezú S.J,

1. Desde el tiempo de San Juan y San Pablo siempre ha existido en la Iglesia algo semejante a una devoción al amor de Dios, quien tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito, y al amor de Jesús, quien tanto nos ama que se entregó a si mismo por nosotros. Claro que, hablando adecuadamente, eso no era equivalente a la devoción al Sagrado Corazón, ni le rendía culto al Corazón de Jesús como símbolo de su amor.

Desde los primeros siglos, también, siguiendo el ejemplo del evangelista, ha sido costumbre meditar sobre el costado abierto de Cristo y el misterio de la sangre y agua, y se ha visto a la Iglesia como naciendo de esa herida, del mismo modo como Eva nació del costado de Adán (Cfr. San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 2, 85-89; Lumen Gentium, 3; Sacrosanctum Concilium, 5, N.T.) Sin embargo, no existe constancia alguna de que durante los primeros diez siglos se haya rendido culto al Corazón herido.

2. No es sino hasta los siglos XI y XII que encontramos señales inconfundibles de alguna devoción al Sagrado Corazón.

El corazón de Jesús es principio y término de nuestra reconciliación penitente, afirma rotundamente el teólogo francés Bertrand de Margerie S.J.

Se trataba de acercarse al Corazón Herido a través de la herida del costado, y la herida del Corazón simbolizaba la herida del Amor. Fue en el ambiente de fervor de los monasterios benedictinos o cistercienses, gracias al pensamiento de Anselmo o Bernardo, donde la devoción nació, aunque es imposible determinar con certidumbre cuáles hayan sido sus primeros textos o quiénes sus primeros devotos. Según Santa Gertrudis y Santa Matilde, y para el autor de la «Vitis mystica», la devoción ya era muy conocida en sus tiempos. No sabemos, sin embargo, exactamente a quién se debe la «Vitis mystica».

Hasta principios del siglo XX se le había venido atribuyendo su autoría a San Bernardo, pero algunas publicaciones de la hermosa y académicamente completa edición Quaracchi la atribuyen, y no sin razones de peso, a San Buenaventura («S. Bonaventurae opera omnia», 1898,VIII, LIII). Sea como sea, ese documento contiene uno de los más hermosos pasajes que se hayan inspirado en la devoción al Sagrado Corazón y que la Iglesia utiliza para las lecciones de la Liturgia de las Horas en su fiesta. Para Santa Matilde (+1298) y Santa Gertrudis (+1302), se trata de una devoción muy conocida que había sido base de muchas bellas oraciones y prácticas devocionales. Y merece especial atención la visión de Santa Gertrudis en la fiesta de San Juan Evangelista, ya que constituye un hito en la historia de la devoción. Habiéndosele permitido recostar su cabeza cerca del costado herido del Salvador, pudo escuchar los latidos del Divino Corazón.

Le preguntó a Juan si en la noche de la Última Cena él también había podido escuchar tan deliciosas pulsaciones y, si así había sido, porqué no había hablado de ello. Juan le respondió que esa revelación había sido reservada para tiempos posteriores, cuando el mundo, habiéndose enfriado, necesitara que su amor se le recalentara («Legatus divinae pietatis», IV, 305; «Revelationes Gertrudianae», ed. Poitiers y Paris, 1877).

3. A partir del siglo XIII y hasta el XVI, la devoción se propagó, pero sin desarrollarse internamente.

Era practicada en todas partes por almas escogidas, de lo que dan abundante testimonio las vidas de los santos y los anales de las diferentes congregaciones religiosas como franciscanos, dominicos, jesuitas, cartujos, etc. Empero, siempre fue una devoción individual de carácter místico. No había comenzado aún ningún movimiento generalizado, a menos que uno concibiera como tal la devoción a las Cinco Llagas entre las que la herida del Corazón figuraba prominentemente y a cuya propagación los franciscanos habían dedicado gran esfuerzo.

4. Parece ser que fue en el siglo XVI que la devoción avanzó y pasó del dominio místico al de la ascesis cristiana. Se convirtió en una devoción objetiva, con oraciones previamente formuladas y ejercicios especiales cuya práctica era muy recomendada a la par que su valor era apreciado. Esto lo sabemos gracias a los escritos de esos dos maestros de la vida espiritual, el piadoso Lanspergius (+1539), de los Cartujos de Colonia, y el devoto Lois de Blois (Blosius, 1566), un monje benedictino y abad de Liessies, en Hainaut. A ellos se pueden añadir San Juan de Ávila (+ 1569) y San Francisco de Sales, éste último del siglo XVII.

5. Desde entonces todo pareció ayudar al temprano nacimiento de la devoción. Los autores ascéticos hablan de ella, especialmente los de la Compañía de Jesús, Álvarez de Paz, Luis de la Puente, Saint-Jure y Nouet. Y no faltan tratados especializados, como la pequeña obra del Padre Druzbicki, «Meta Cordium, Cor Jesu». Entre los místicos y almas piadosas que practicaron la devoción podemos contar a San Francisco de Borja, San Pedro Canisio, San Luis Gonzaga y San Alfonso Rodríguez, de la Compañía de Jesús. Igualmente, a la Beata Marina de Escobar (+1633) en España; a las Venerables Magdalena de San José y Margarita del Santísimo Sacramento, ambas carmelitas, en Francia; Jeanne de San Mateo Deleloe (+1660), una benedictina, en Bélgica; la incomparable Armelle de Vannes (+1671). E incluso en ambientes jansenistas o mundanos, Marie de Valernod (+1654) y Angélique Arnauld; M. Boudon, archidiácono de Evreux, el Padre Huby, el apóstol de los retiros, en Bretaña y, sobre todos ellos, la Beata Marie de la Encarnación, quien falleció en Quebec en 1672. La Visitación parecía estar esperando a Santa Margarita María. Su espiritualidad, algunas intuiciones de San Francisco de Sales, las meditaciones de Mère l’Huillier (+1692), todo ello preparó el camino. La imagen del Corazón de Jesús estaba evidente en todas partes gracias, en gran manera, a la devoción franciscana a las Cinco Llagas y a la costumbre jesuita de colocar la imagen en la página de títulos de sus libros y en los muros de sus templos.

6. A pesar de eso la devoción seguía siendo algo individual o, a lo mucho, privado. El hacerla pública, honrarla en el Oficio Divino y establecerle una fiesta estaba reservado a San Juan Eudes (1602-1680). El Padre Eudes fue, más que nada, el apóstol del Corazón de María, pero en su devoción por el Corazón Inmaculado había siempre una parte para el Corazón de Jesús. Poco a poco se fue separando la devoción por el Sagrado Corazón y el 31 de agosto de 1670 se celebró con gran solemnidad la primera fiesta del Sagrado Corazón en el Gran Seminario de Rennes. El 20 de octubre le siguió Coutances y desde entonces quedó unida a esa fecha la fiesta de los eudistas. De ahí pronto cundió la fiesta a otras diócesis e igualmente la devoción fue adoptada por varias comunidades religiosas. Y así llegó a estar en contacto con la devoción que ya existía en Paray, en donde las dos se fundieron naturalmente.

7. Cristo escogió a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), una humilde monja visitandina del monasterio de Paray-le-Monial, para revelarle los deseos de su Corazón y para confiarle la tarea de impartir nueva vida a la devoción. Nada indica que esta piadosa religiosa haya conocido la devoción antes de las revelaciones, o que, al menos, haya prestado alguna atención a ella. Estas revelaciones fueron muy numerosas y son notables las siguientes apariciones: la que ocurrió en la fiesta de San Juan, en la que Jesús permitió a Margarita María, como antes lo había hecho con Santa Gertrudis, recargar su cabeza sobre su Corazón, y luego le descubrió las maravillas de su Amor, diciéndole que deseaba que fueran conocidas por toda la humanidad y que los tesoros de su bondad fueran difundidos. Añadió que Él la había escogido a ella para esta obra (27 de diciembre, probablemente del 1673). En otra, probablemente distinta de la anterior, Él pidió ser honrado bajo la figura de su corazón de carne. En otra ocasión, apareció radiante de amor y pidió que se practicara una devoción de amor expiatorio: la comunión frecuente, la comunión cada primer viernes de mes, y la observancia de la Hora Santa (probablemente en junio o julio de 1674). En otra, conocida como la «gran aparición», que tuvo lugar en la octava de Corpus Christi, 1675, probablemente el 16 de junio, fue cuando Jesús dijo: «Mira el Corazón que tanto ha amado a los hombres… en vez de gratitud, de gran parte de ellos yo no recibo sino ingratitud». Y le pidió que se celebrase una fiesta de desagravio el viernes después de la octava de Corpus Christi, advirtiéndole que debía consultar con el Padre de la Colombière, por entonces superior de la pequeña casa jesuita en Paray. Finalmente, aquellas en las que el Rey solicitó solemne homenaje y determinó que fuera la Visitación y los jesuitas quienes se encargasen de propagar la nueva devoción. Pocos días después de la «gran aparición», en junio de 1675, Margarita María informó de todo al Padre de la Colombière y este último, reconociendo la acción del [[Espíritu Santo]], se consagró él mismo al Sagrado Corazón, dio instrucciones a la visitandina para que pusiera por escrito los detalles de la aparición y utilizó cuanta oportunidad tuvo para discretamente circular ese relato en Francia e Inglaterra. A su muerte, el 15 de febrero de 1682, se encontró en su diario de retiros espirituales una copia manuscrita suya del relato que él había solicitado de Margarita María, con unas breves reflexiones acerca de la utilidad de la devoción. Ese diario, junto con el relato y un precioso «ofrecimiento» al Sagrado Corazón en el que se explica claramente la devoción, fue publicado en Lyón en 1684. El librito fue muy leído, aún en Paray, aunque no dejó de causar una «horrible confusión» a Margarita María, quien, a pesar de todo, decidió aprovecharlo para extender su preciada devoción. Se unieron al movimiento Moulins, con la Madre de Soudeilles, Dijon, con la Madre de Saumaise y la hermana Joly, Semur, con la Madre Greyfié y hasta Paray, que al principio se había resistido. Fuera de las Visitandinas, sacerdotes, religiosos y laicos abrazaron la causa. En especial un capuchino, los dos hermanos de Margarita María y algunos jesuitas, entre los que estaban los padres Croiset y Gallifet, quienes estaban destinados a desempeñar un papel importante en pro de la devoción.

8. La muerte de Margarita María, el 17 de octubre de 1690, no asfixió el entusiasmo de quienes estaban interesados en la devoción. Todo lo contrario. La pequeña narración que hizo el Padre Croiset en 1691 de la vida de la santa, como un apéndice de su libro «De la devotion au Sacre Coeur», sólo sirvió para aumentarlo. A pesar de todo tipo de obstáculos y de la lentitud de la Santa Sede, que en 1693 concedió indulgencias a las cofradías del Sagrado Corazón y que en 1697 otorgó a la Visitandinas licencia para celebrar la fiesta junto con la de las Cinco Llagas, pero que se negó a otorgar una fiesta común para toda la Iglesia, con Misa especial y oficio, la devoción se extendió, en particular entre las comunidades religiosas.

Quizás la primera ocasión para realizar una consagración solemne al Sagrado Corazón y un acto público de culto fuera de las comunidades religiosas la proporcionó la plaga de Marsella, en 1720. Otras ciudades del sur siguieron el ejemplo de Marsella y a partir de ahí la devoción se popularizó.

En 1726 se consideró oportuno acudir de nuevo a Roma para solicitar una fiesta propia, pero en 1729, de nuevo, Roma se negó. Mas por fin, en 1765, finalmente cedió y ese mismo año, a petición de la Reina, la fiesta fue aceptada semioficialmente por el episcopado francés. De todos los rincones del planeta llovieron las solicitudes a Roma, y a todas se dio respuesta afirmativa. Finalmente, gracias a las presiones de los obispos de Francia, el Papa Pío IX extendió la fiesta a la Iglesia Universal bajo la modalidad de rito doble mayor. En 1889 la Iglesia la elevó a rito doble de primera clase. En todos lados se realizaban actos de consagración y reparación junto con la devoción. En ocasiones, en especial después de 1850, grupos, congregaciones y hasta naciones enteras se han consagrado al Sagrado Corazón. En 1875 todo el mundo católico se consagró de esa manera. Aún así, el Papa aún no había decidido tomar la iniciativa o intervenir directamente. Eventualmente, el 11 de junio de 1899, por orden de León XIII, y con una fórmula prescrita por él, toda la humanidad fue solemnemente consagrada al Sagrado Corazón. La idea de llevar a cabo esa acción, que León XIII calificó como «el gran acontecimiento» de su pontificado, le había sido sugerida por una religiosa del Buen Pastor, de Oporto (Portugal), quien afirmó que ella lo había recibido directamente de Cristo. Ella, quien era miembro de la familia Drost-zu-Vischering, y cuyo nombre de religión era María del Divino Corazón, murió en la fiesta del Sagrado Corazón, dos días antes de la consagración, que había sido pospuesta hasta el siguiente domingo.

(Nota del traductor: S.S. León XIII promulgó, el 25 de mayo de 1899, la encíclica «Annum Sacrum», en la que recomienda la práctica de la devoción al Sagrado Corazón, y algunos de sus sucesores hicieron lo propio, en especial Pío XI, en su encíclica «Miserentissimus Redemptor», del 8 mayo de 1928, y Pío XII, en sus encíclicas «Summi Pontificatus», del 20 de octubre de 1939, «Mystici Corporis», del 29 de junio de 1943 y «Haurietis Aquas», del 15 de mayo de 1956. Esta última contiene una exposición integral del culto y la devoción al Sagrado Corazón y debe convertirse en lectura indispensable para quien desee conocer a fondo la posición pontificia al respecto. El Concilio Vaticano II, 1962-1965, hace referencia al Corazón de Cristo en varios documentos. Finalmente, el Papa Juan Pablo II incluyó el tema como parte del Catecismo de la Iglesia Católica, en 1992).

Al hacer mención de esas grandes manifestaciones públicas no debemos olvidar hacer también alusión a la vida íntima de la devoción en las almas, a las prácticas que la acompañan, a las obras y asociaciones de las que es el alma. Tampoco debemos pasar por alto el carácter social que ha asumido en años recientes. Los católicos franceses, en forma especial, se aferran a esa devoción como a una de sus mayores esperanzas de ennoblecimiento y salvación.

Fuente: Bainvel, Jean. «Devotion to the Sacred Heart of Jesus.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.

NOTAS
[1] Especial sobre el Sagrado Corazón de Jesús en Aci Prensa preparado por José Gálvez Krüger.
[2] Bertrand de Margerie S.J.
[3] Mateo Crawley SS.CC.
[4] Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María
[5] Corazón de María, Corazón de la Iglesia (I).
[6] Corazón de María, Corazón de la Iglesia (II).
[7] Colegio de la Recoleta (Lima- Peru)
[8] Cardenal Rouco presidirá renovación de consagración de España al Sagrado Corazón.
[9] Arzobispo de Quito preside renovación de Consagración de Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús.
[10] Gabriel García Moreno.
[11] Consagrarán a Panamá al Sagrado Corazón de Jesús.
[12] Colombianos renuevan consagración al Corazón de Jesús y María el 12 de octubre.
[13] Apostolado de la Oración.
[14] Margarita María Alacoque.
[15] El sagrado Corazón de Jesús en el Perú.
[16] Apostol peruano del Sagrado Corazón.
[17] Detente del Corazón de Jesús.
[18] Tesoro escondido en el Sacratísimo Corazón de Jesús.
[19] Librito «Tesoro escondido en el Sacratísimo Corazón de Jesús», texto íntegro de la primera edición, imprenta de Alonso del Riego, impresor de la Real Universidad, Valladolid, 1734.
[20]Vida de Bernardo de Hoyos.
[21] Principios del reinado del Corazón de Jesús en España, por el P. José Eugenio de Uriarte, S.J., Madrid, 1880
[22]Libro o manuscrito “Vida del V. y angelical joven P. Bernardo Francisco de Hoyos de la Compañía de Jesús”, escrito por su Director espiritual el P. Juan de Loyola S.J. poco después de la muerte de Bernardo en 1735.
[23] Carta del rey Felipe V de España al Papa Benedicto XIII, pidiendo Misa y Oficio propio del Sagrado Corazón de Jesús, para todos sus Reinos y Dominios (año 1727).
[24] Consagración de España al sagrado Corazón de Jesús.
[25] Canción «Viva Cristo Rey».
[26] Canción «Tu reinarás».
[27] Imágenes del Sagrado Corazón de Jesús.
[28] Novena al Sacratísimo Corazón de Jesús.
[29] Reinaré en España.
[30] Carta Encíclica Haurietis aquas.
[31] Carta Encíclica Annum Sacrum.
[32] Carta Encíclica Miserentissimus Redemptor
[33]Carta Encíclica Summi Pontificatus
[34] Carta Encíclica Mystici Corporis

 
 

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Visión del infierno de Santa Faustina Kowalska

«Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es! Los tipos de torturas que vi: la primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el eterno remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; (160) la cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo de Dios; la quinta tortura es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto; la sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima es la horrible desesperación, el odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias. Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero ése no es el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las almas particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido.

Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar para pecar. (161) Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del infierno para que pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos.

Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores sufrimientos, antes que ofenderte con el menor de los pecados».

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Haurietis Aquas Encíclica sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús

En su encíclica papal Auctorem Fidei, el Papa Pío VI mencionó la devoción al Sagrado Corazón. Siguiendo una revisión teológica, el Papa León XIII en su encíclica Annum Sacrum (25 de mayo de 1899) dijo que la humanidad en su totalidad debería ser consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, declarando su consagración el 11 de junio del mismo año.

Pío XII desarrolla en su encíclica Hauretis Aquas el culto al Sagrado Corazón que queda en parte plasmado en el siguiente punto del Catecismo de la Iglesia Católica:

En el punto 478 que “Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: “El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), “es considerado como el principal indicador y símbolo…del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres” (Pio XII, Enc.”Haurietis aquas”: DS 3924; cf. DS 3812).1

 

HAURIETIS AQUAS ENCÍCLICA SOBRE EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

PIO XII – 15 de mayo de 1956

INTRODUCCIÓN

Haurietis Aquas constituye la teología y el apoyo oficial de la Iglesia al culto del Sagrado Corazón de Jesús.

El papa vibra con los latidos del Corazón de Jesús, en los que se manifiesta su «triple amor»: amor divino, humano espiritual y humano sensible (1418). Afirma la gozosa necesidad de darle culto, pues ese Corazón sagrado, «al ser tan íntimo participante de la vida del Verbo Encarnado… es el símbolo legítimo de aquella inmensa caridad que movió a nuestro Salvador» a dar su sangre por nosotros (21). Nosotros hemos de adorar el Corazón de Jesús, porque es «el símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que nuestro Divino Redentor siente aun hoy hacia el género humano» (24). Queda claro, por todo ello, que necesariamente el culto al Corazón de Cristo «termina en la persona misma del Verbo Encarnado» (28).

Pío XII escribe aquí páginas muy bellas en la contemplación del amor de Jesucristo, manifestado en los diversos misterios de su vida terrena pasada y de su vida actualmente celestial: en él se nos revela el amor que nos tiene la Santísima Trinidad (17-24). Estas son, quizá, las páginas de la encíclica de más alto vuelo contemplativo.

Apoyándose en las consideraciones expuestas, el papa define con toda precisión teológica el sentido exacto del culto al Corazón de Cristo, que «se identifica sustancialmente con el culto al amor divino y humano del Verbo Encarnado, y también con el culto al amor mismo con que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres pecadores» (25).

Por eso mismo, «el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa profesión de la religión cristiana» (29),y ha de considerarse «la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como escuela eficacísima de la caridad divina» (36).

Notemos, por último, que esta encíclica vincula profundamente el culto al Corazón de Jesús y el culto a la Eucaristía (20 y 35), aspecto en el que también Pablo VI insistirá en su carta apostólica Investigabiles divitias .

 

EL CULTO AL CORAZÓN DE JESÚS

1. Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador(1). Estas palabras con las que el profeta Isaías prefiguraba simbólicamente los múltiples y abundantes bienes que la era mesiánica había de traer consigo, vienen espontáneas a nuestra mente, si damos una mirada retrospectiva a los cien años pasados desde que nuestro predecesor, de i. m., Pío IX, correspondiendo a los deseos del orbe católico, mandó celebrar la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal.

Innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón de Jesús infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas. Por ello, recordando las palabras del apóstol Santiago: Toda dádiva buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las luces(2), razón tenemos para considerar en este culto, ya tan universal y cada vez más fervoroso, el inapreciable don que el Verbo Encarnado, nuestro Salvador divino y único Mediador de la gracia y de la verdad entre el Padre celestial y el género humano, ha concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que vencer tantas dificultades y soportar pruebas tantas. Gracias a don tan inestimable, la Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su divino Fundador y cumplir más fielmente esta exhortación que, según el evangelista San Juan, profirió el mismo Jesucristo: En el último gran día de la fiesta, Jesús habiéndose puesto en pie, dijo en alta voz: «El que tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí». Pues, como dice la Escritura, «de su seno manarán ríos de agua viva». Y esto lo dijo El del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en El(3). Los que escuchaban estas palabras de Jesús, con la promesa de que habían de manar de su seno ríos de agua viva, fácilmente las relacionaban con los vaticinios de Isaías, Ezequiel y Zacarías, en los que se -profetizaba el Reino mesiánico, y también con la simbólica piedra, de la que, golpeada por Moisés, milagrosamente hubo de brotar agua(4).

2. La caridad divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal del Padre y del Hijo, en el seno de la augusta Trinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol de las Gentes, como haciéndose eco de las palabras de Jesucristo, atribuye a este Espíritu de Amor la efusión de la caridad en las almas de los creyentes: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado(5).

Este tan estrecho vínculo que, según la Sagrada Escritura, existe entre el Espíritu Santo, que es Amor por esencia, y la caridad divina que debe encenderse cada vez más en el alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, venerables hermanos, la íntima naturaleza del culto que se ha de atribuir al Sacratísimo Corazón de Jesucristo. En efecto, manifiesto es que este culto, si consideramos su naturaleza peculiar, es el acto de religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagramos al amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. E igualmente claro es, y en un sentido aún más profundo, que este culto exige ante todo que nuestro amor corresponda al Amor divino. Pues sólo por la caridad se logra que los corazones de los hombres se sometan plena y perfectamente al dominio de Dios, cuando los afectos de nuestro corazón se ajustan a la divina voluntad de tal suerte que se hacen casi una cosa con ella, como está escrito: Quien al Señor se adhiere, un espíritu es con El(6).

 

1. FUNDAMENTACIÓN TEOLÓGICA

Dificultades y objeciones

3. La Iglesia siempre ha tenido y tiene en tan grande estima el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús: lo fomenta y propaga entre todos los cristianos, y lo defiende, además, enérgicamente contra las acusaciones del naturalismo y del sentimentalismo; sin embargo, es muy doloroso comprobar cómo, en lo pasado y aun en nuestros días, este nobilísimo culto no es tenido en el debido honor y estimación por algunos cristianos, y a veces ni aun por los que se dicen animados de un sincero celo por la religión católica y por su propia santificación.

Si tú conocieses el don de Dios(7). Con estas palabras, venerables hermanos, Nos, que por divina disposición hemos sido constituido guardián y dispensador del tesoro de la fe y de la piedad que el divino Redentor ha confiado a la Iglesia, consciente del deber de nuestro oficio, amonestamos a todos aquellos de nuestros hijos que, a pesar de que el culto del Sagrado Corazón de Jesús, venciendo la indiferencia y los errores humanos, ha penetrado ya en su Cuerpo místico, todavía abrigan prejuicios hacia él y aun llegan a reputarlo menos adaptado, por no decir nocivo, a las necesidades espirituales de la Iglesia y de la humanidad en la hora presente, que son las más apremiantes. Pues no faltan quienes, confundiendo o equiparando la índole de este culto con las diversas formas particulares de devoción, que la Iglesia aprueba y favorece sin imponerlas, lo juzgan como algo superfluo que cada uno puede practicar o no, según le agradare; otros consideran oneroso este culto, y aun de poca o ninguna utilidad, singularmente para los que militan en el Reino de Dios, consagrando todas sus energías espirituales, su actividad y su tiempo a la defensa y propaganda de la verdad católica, a la difusión de la doctrina social católica, y a la multiplicación de aquellas prácticas religiosas y obras que ellos juzgan mucho más necesarias en nuestros días. Y no faltan quienes estiman que este culto, lejos de ser un poderoso medio para renovar y reforzar las costumbres cristianas, tanto en la vida individual como en la familiar, no es sino una devoción, más saturada de sentimientos que constituida por pensamientos y afectos nobles; así, la juzgan más propia de la sensibilidad de las mujeres piadosas que de la seriedad de los espíritus cultivados.

Otros, finalmente, al considerar que esta devoción exige, sobre todo, penitencia, expiación y otras virtudes, que más bien juzgan pasivas porque aparentemente no producen frutos externos, no la creen a propósito para reanimar la espiritualidad moderna, a la que corresponde el deber de emprender una acción franca y de gran alcance en pro del triunfo de la fe católica y en valiente defensa de las costumbres cristianas; y ello, dentro de una sociedad plenamente dominada por el indiferentismo religioso que niega toda norma para distinguir lo verdadero de lo falso, y que, además, se halla penetrada, en el pensar y en el obrar, por los principios del materialismo ateo y del laicismo.

Doctrina de los papas

4. ¿Quién no ve, venerables hermanos, la plena oposición entre estas opiniones y el sentir de nuestros predecesores, que desde esta cátedra de verdad aprobaron públicamente el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús? ¿Quién se atreverá a llamar inútil o menos acomodada a nuestros tiempos esta devoción que nuestro predecesor, de i. m., León XIII, llamó práctica religiosa dignísima de todo encomio, y en la que vio un poderoso remedio para los mismos males que en nuestros días, en forma más aguda y más amplia, inquietan y hacen sufrir a los individuos y a la sociedad? Esta devoción -decía-, que a todos recomendamos, a todos será de provecho. Y añadía este aviso y exhortación que se refiere a la devoción al Sagrado Corazón: Ante la amenaza de las graves desgracias que hace ya mucho tiempo se ciernen sobre nosotros, urge recurrir a Aquel único que puede alejarlas. Alas ¿quién podrá ser Este sino Jesucristo, el Unigénito de Dios? «Porque debajo del cielo no existe otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos»(8). Por lo tanto, a El debemos recurrir, que es «camino, verdad y vida(9)»

No menos recomendable ni menos apto para fomentar la piedad cristiana lo juzgó nuestro inmediato predecesor, de f. m., Pío XI, en su encíclica Miserentissimus Redemptor: ¿No están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y aun la norma de vida más Perfecta, Puesto que constituye el medio más suave de encaminar las almas al profundo conocimiento de Cristo Señor nuestro y el medio más eficaz que las mueve a amarle con más ardor y a imitarte con mayor fidelidad y eficacia?(10)

Nos, por nuestra parte, en no menor grado que nuestros predecesores, hemos aprobado y aceptado esta sublime verdad; y cuando fuimos elevado al sumo pontificado, al contemplar el feliz y triunfal progreso del culto al Sagrado Corazón de Jesús entre el pueblo cristiano, sentimos nuestro ánimo lleno de gozo y nos regocijamos por los innumerables frutos de salvación que producía en toda la Iglesia; sentimientos que nos complacimos en expresar ya en nuestra primera Encíclica(11). Estos frutos, a través de los años de nuestro pontificado -llenos de sufrimientos y angustias, pero también de inefables consuelos-, no se mermaron en número, eficacia y hermosura, antes bien se amentaran. Pues, en efecto, muchas iniciativas, y muy acomodadas a las necesidades de nuestros tiempos, han surgido para favorecer el crecimiento cada día mayor de este mismo culto: asociaciones, destinadas a la cultura intelectual Y a promover la religión y la beneficencia; publicaciones de carácter histórico, ascético y místico para explicar su doctrina; piadosas prácticas de reparación y, de manera especial, las manifestaciones de ardentísima piedad promovidas por el Apostolado de la Oración, a cuyo celo y actividad se debe que familias, colegios, instituciones y aun, a veces, algunas naciones se hayan consagrado al Sacratísimo Corazón de Jesús. Por todo ello, ya en Cartas, ya en Discursos y aun Radiomensajes, no pocas veces hemos expresado nuestra paternal complacencia(12).

Fundamentación del culto

5. Conmovidos, pues, al ver cómo tan gran abundancia de aguas, es decir, de dones celestiales de amor sobrenatural del Sagrado Corazón de nuestro Redentor, se derrama sobre innumerables hijos de la Iglesia católica por obra e inspiración del Espíritu Santo, no podemos menos, venerables hermanos, de exhortaros con ánimo paternal a que, juntamente con Nos, tributéis alabanzas y rendida acción de gracias a Dios, dador de todo bien, exclamando con el Apóstol: Al que es poderoso para hacer sobre toda medida con incomparable exceso más de lo que pedimos o pensamos, según la potencia que despliega en nosotros su energía, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo y Jesús por todas las generaciones, en los siglos de los siglos. Amén(13). Pero, después de tributar las debidas gracias al Dios eterno, queremos por medio de esta encíclica exhortaros a vosotros y a todos los amadísimos hijos de la Iglesia a una más atenta consideración de los principios doctrinales -contenidos en la Sagrada Escritura, en los Santos Padres y en los teólogos- sobre los cuales, como sobre sólidos fundamentos, se apoya el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús. Porque Nos estamos plenamente persuadido de que sólo cuando a la luz de la divina revelación hayamos penetrado más a fondo en la naturaleza y esencia íntima de este culto, podremos apreciar debidamente su incomparable excelencia y su inexhausta fecundidad en toda clase de gracias celestiales; y de esta manera, luego de meditar y contemplar piadosamente los innumerables bienes que produce, encontraremos muy digno de celebrar el primer centenario de la extensión de la fiesta del Sacratísimo Corazón a la Iglesia universal.

Con el fin, pues, de ofrecer a la mente de los fieles el alimento de saludables reflexiones, con las que más fácilmente puedan comprender la naturaleza de este culto, sacando de él los frutos más abundantes, nos detendremos, ante todo, en las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento que revelan y describen la caridad infinita de Dios hacia el género humano, pues jamás podremos escudriñar suficientemente su sublime grandeza; aludiremos luego a los comentarios de los Padres y Doctores de la Iglesia; finalmente, procuraremos poner en claro la íntima conexión existente entre la forma de devoción que se debe tributar al Corazón del Divino Redentor y el culto que los hombres están obligados a dar a su amor y al amor de la misma Santísima Trinidad a todo el género humano. Porque juzgamos que, una vez considerados a la luz de la Sagrada Escritura y de la Tradición los elementos constitutivos de esta devoción tan noble, será mas fácil a los cristianos beber con gozo las aguas en las fuentes del Salvador(14), es decir, podrán apreciar mejor la singular importancia que el culto al Corazón Sacratísimo de Jesús ha adquirido en la liturgia de la Iglesia, en su vida interna y externa, y también en sus obras: así podrá cada uno obtener aquellos frutos espirituales que señalarán una saludable renovación en sus costumbres, según lo desean los Pastores de la grey de Cristo.

Culto de latría

6. Para comprender mejor, en orden a esta devoción, la fuerza de algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, precisa atender bien al motivo por el cual la Iglesia tributa al Corazón del Divino Redentor el culto de latría. Tal motivo, como bien sabéis, venerables hermanos, es doble: el primero, común también a los demás miembros adorables del Cuerpo de Jesucristo, se funda en el hecho de que su Corazón, por ser la parte más noble de su naturaleza humana, está unido hipostáticamente a la Persona del Verbo de Dios, y, por consiguiente, se le ha de tributar el mismo culto de adoración con que la Iglesia honra a la Persona del mismo Hijo de Dios encarnado. Es una verdad de la fe católica, solemnemente definida en el Concilio ecuménico de Efeso y en el II de Constantinopla(15). El otro motivo se refiere ya de manera especial al Corazón del Divino Redentor, y, por lo mismo, le confiere un título esencialmente propio para recibir el culto de latría: su Corazón, más que ningún otro miembro de su Cuerpo, es un signo o símbolo natural de su inmensa caridad hacia el género humano. Es innata al Sagrado Corazón, observaba León XIII, de f. m., la cualidad de ser símbolo e imagen expresiva de la infinita caridad de Jesucristo, que nos incita a devolverle amor por amor(16).

Es indudable que los Libros Sagrados nunca se hace mención cierta de un culto de especial veneración y amor tributado al Corazón físico del Verbo encarnado  por su prerrogativa de símbolo de su encendidísima caridad. Pero este hecho, que hay que reconocer abiertamente, no nos ha de admirar ni puede en modo alguno hacernos dudar de que el amor de Dios a nosotros -razón principal de este culto- es proclamado e inculcado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento con imágenes con que vivamente se conmueven los corazones. Y estas imágenes, por encontrarse ya en los Libros Santos cuando predecían la venida del Hijo de Dios hecho hombre, han de considerarse como un presagio de lo que había de ser el símbolo y signo más noble del amor divino, es a saber, el sacratísimo y adorable Corazón del Redentor divino.

Antiguo Testamento

7. Por lo que toca a nuestro propósito, al escribir esta Encíclica, no juzgamos necesario aducir muchos textos de los libros del Antiguo Testamento que contienen las primeras verdades reveladas por Dios; creernos baste recordar la Alianza establecida entre Dios y el pueblo elegido, consagrada con víctimas pacíficas -cuyas leyes fundamentales, esculpidas en dos tablas, promulgó Moisés(17) e interpretaron los profetas-; alianza ratificada por los vínculos del supremo dominio de Dios y de la obediencia debida por parte de los hombres, pero consolidada y vivificada por los más nobles motivos del amor. Porque aun para el mismo pueblo de Israel la razón suprema de obedecer a Dios era no ya el temor de las divinas venganzas que los truenos y relámpagos fulgurantes en la ardiente cumbre del Sinaí suscitaban en los ánimos, sino más bien el amor debido a Dios: Escucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que hoy te mando estarán en tu corazón(18).

No nos extrañemos, pues, si Moisés y los profetas, a los que con toda razón llama el Angélico Doctor los «mayores» del pueblo elegido(19), comprendiendo bien que el fundamento de toda la ley se basaba en este mandamiento del amor, describieron las relaciones todas existentes entre Dios y su nación recurriendo a semejanzas sacadas del amor recíproco entre padre e hijo, o entre los esposos, y no representándolas con severas imágenes inspiradas en el supremo dominio de Dios o en nuestra obligada servidumbre llena de temor.

Así, por ejemplo, Moisés mismo, en su celebérrimo cántico, al ver liberado su pueblo de la servidumbre de Egipto, queriendo expresar cómo esa liberación era debida a la intervención omnipotente de Dios, recurre a estas conmovedoras expresiones e imágenes: Como el águila que adiestra a sus polluelos para que alcen el vuelo y encima de ellos revolotea, así (Dios) desplegó sus alas, alzó (a Israel) y le llevó en sus hombros(20). Pero ninguno, tal vez, entre los profetas, expresa y descubre tan clara y ardientemente como Oseas el amor constante de Dios hacia su pueblo. En efecto, en los escritos de este profeta que entre los profetas menores sobresale por la profundidad de conceptos y la concisión del lenguaje, se describe a Dios amando a su pueblo escogido con un amor justo y lleno de santa solicitud, cual es el amor de un padre lleno de misericordia y amor, o el de un esposo herido en su honor. Es un amor que, lejos de disminuir y cesar ante las monstruosas infidelidades y pérfidas traiciones, las castiga, sí, como lo merecen, en los culpables, no para repudiarlos y abandonarlos a sí mismos, sino sólo con el fin de limpiar y purificar a la esposa alejada e infiel y a los hijos ingratos para hacerles volver a unirse de nuevo consigo, una vez renovados y confirmados los vínculos de amor. Cuando Israel era niño, yo le amé; y de Egipto llamé a mi hijo… Yo enseñé a andar a Efraín, los tomé en mis brazos, mas ellos no comprendieron que yo los cuidaba. Los conducía con cuerdas de humanidad, con lazos de amor… Sanaré su rebeldía, los amaré generosamente, pues mi ira se ha apartado de ellos. Seré como el rocío para Israel, florecerá él como el lirio y echará sus raíces como el Líbano(21).

Expresiones semejantes tiene el profeta Isaías, cuando presenta a Dios mismo y a su pueblo escogido como dialogando y discutiendo entre sí con opuestos sentimientos: Mas Sión dijo: Me ha abandonado el Señor, el Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede, acaso, una mujer olvidar a su pequeñuelo, hasta no apiadarse del hijo de sus entrañas? Aunque ésta se olvidaré, yo no me olvidaré de ti(22). Ni son menos conmovedoras las palabras con que el autor del Cantar de los Cantares, sirviéndose del simbolismo del amor conyugal, describe con vivos colores los lazos de amor mutuo que unen entre sí a Dios y a la nación predilecta: Como lirio entre las espinas, así mi amada entre las doncellas… Yo soy de mi amado, y mi amado es para mí; El se apacienta entre lirios… Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, pues fuerte como la muerte es el amor, duros como el infierno los celos; sus ardores son ardores de fuego y llamas(23).

8. Este amor de Dios tan tierno, indulgente y sufrido, aunque se indigna por las repetidas infidelidades del pueblo de Israel, nunca llega a repudiarlo

definitivamente; se nos muestra, sí, vehemente y sublime; pero no es, en sustancia, sino el preludio a aquella muy encendida caridad que el Redentor prometido había de mostrar a todos con su amantísimo Corazón y que iba a ser el modelo de nuestro amor y la piedra angular de la Nueva Alianza.

Porque, en verdad, sólo Aquel que es el Unigénito del Padre y el Verbo hecho carne lleno de gracia y de verdad(24), al descender hasta los hombres, oprimidos por innumerables pecados y miserias, podía hacer que de su naturaleza humana, unida hipostáticamente a su Divina Persona, brotara un manantial de agua viva que regaría copiosamente la tierra árida de la humanidad, transformándola en florido jardín lleno de frutos. Obra admirable que había de realizar el amor misericordiosísimo y eterno de Dios, y que ya parece pre- nunciar en cierto modo el profeta jeremías con estas palabras: Te he amado con un amor eterno, por eso te he atraído a mí lleno de misericordia… He aquí que vienen días, afirma el Señor, en que pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; … éste será el pacto que yo concertaré con la casa de Israel después de aquellos días, declara el Señor: Pondré mi 1ey en su interior y la escribiré en su corazón; yo les seré su Dios, y ellos serán mi pueblo … ; porque les perdonaré su culpa y no me acordaré ya de su pecado(25).

 

II. NUEVO TESTAMENTO Y TRADICIÓN

9. Pero tan sólo por los Evangelios llegamos a conocer con perfecta claridad que la Nueva Alianza estipulada entre Dios y la humanidad -de la cual la alianza pactada por Moisés entre el pueblo y Dios fue tan sólo una prefiguración simbólica, y el vaticinio de jeremías una mera predicción es la misma que estableció y realizó el Verbo Encarnado, mereciéndonos la gracia divina. Esta Alianza es incomparablemente más noble y más sólida, porque, a diferencia de la precedente, no fue sancionada con sangre de cabritos y novillos, sino con la sangre sacrosanta de Aquel a quien aquellos animales pacíficos y privados de razón prefiguraban: el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo(26). Porque la Alianza cristiana, más aún que la antigua, se manifiesta claramente como un pacto fundado no en la servidumbre o en el temor, sino en la amistad que debe reinar en las relaciones entre padres e hijos. Se alimenta y se consolida por una más generosa efusión de la gracia divina y de la verdad, según la sentencia del evangelista San Juan: De su plenitud todos nosotros recibimos, y gracia por gracia. Porque la 1ey fue dada por Moisés, mas la gracia y la verdad por Jesucristo han venido(27).

Introducidos por estas palabras del discípulo al que amaban Jesús, y que, durante la Cena, reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús(28), en el mismo misterio de la infinita caridad del Verbo Encarnado, es cosa digna, justa, recta y saludable que nos detengamos un poco, venerables hermanos, en la contemplación de tan dulce misterio, a fin de que, iluminados por la luz que sobre él proyectan las páginas del Evangelio, podamos también nosotros experimentar el feliz cumplimiento del deseo significado por el Apóstol a los fieles de Efeso: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, a, modo que, arraigados y cimentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la alteza y la profundidad, hasta conocer el amor de Cristo, que sobrepuja a todo conocimiento, de suerte que estéis llenos de toda la plenitud de Dios(29).

10. En efecto, el misterio de la Redención divina es, ante todo y por su propia naturaleza, un misterio de amor, esto es, un misterio del amor justo de Cristo a su Padre celestial, a quien el sacrificio de la cruz, ofrecido con amor y obediencia, presenta una satisfacción sobreabundante e infinita por los pecados del género humano: Cristo sufriendo, por caridad y obediencia, ofreció a Dios algo de mayor valor que lo que exigía la compensación por todas las ofensas hechas a Dios Por el género humano(30). Además, el misterio de la Redención es un misterio de amor misericordioso de la augusta Trinidad y del Divino Redentor hacia la humanidad entera, puesto que, siendo ésta del todo incapaz de ofrecer a Dios una satisfacción condigna por sus propios delitos, Cristo, mediante la inescrutable riqueza de méritos que nos ganó con la efusión de su preciosísima Sangre, pudo restablecer y perfeccionar aquel pacto de amistad entre Dios y los hombres, violado por vez primera en el paraíso terrenal por culpa de Adán y luego innumerables veces por las infidelidades del pueblo escogido.

Por lo tanto, el Divino Redentor, en su cualidad de legítimo y perfecto Mediador nuestro, al haber conciliado bajo el estímulo de su caridad ardentísima hada nosotros los deberes y obligaciones del género humano con los. derechos de Dios, ha sido, sin duda, el autor de aquella maravillosa reconciliación entre la divina justicia y la divina misericordia, que constituye esencialmente el misterio trascendente de nuestra salvación. Muy a propósito dice el Doctor Angélico: Conviene observar que la liberación del hombre, mediante la pasión de Cristo, fue conveniente lanzo a su misericordia como a su justicia. A la justicia ciertamente, porque por su pasión Cristo satisfizo por el pecado del linaje humano: y así fue el hombre liberado por la justicia de Cristo. Y a la misericordia, porque, no siéndole posible al hombre satisfacer por el pecado, que manchaba a toda la naturaleza humana, Dios le dio un Redentor en la persona de su Hijo(31). Ahora bien: esto fue de parte de Dios un acto de más generosa misericordia que si El hubiese perdonado los pecados sin exigir satisfacción alguna. Por ello está escrito: Dios, que es rico en misericordia, movido por el excesivo amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos volvió a dar la vida en Cristo(32).

Amor divino y humano

11. Pero a fin de que podamos, en cuanto es dado a los hombres mortales, comprender con todos los santos cuál es la anchura y longitud, la alteza y la profundidad(33) del misterioso amor del Verbo Encarnado a su celestial Padre y hacia los hombres manchados con tantas culpas, conviene tener muy presente que su amor no fue únicamente espiritual, como conviene a Dios, puesto que Dios es espíritu(34). Es indudable que de índole puramente espiritual fue el amor de Dios a nuestros primeros padres y al pueblo hebreo; por eso, las expresiones de amor humano conyugal o paterno, que se leen en los Salmos, en los escritos de los profetas y en el Cantar de los Cantares, son signos Y símbolos, del muy verdadero amor, pero exclusivamente espiritual, con que Dios amaba al género humano; al contrario, el amor que brota del Evangelio, de las cartas de los Apóstoles y de las páginas del Apocalipsis, al describir el amor del Corazón mismo de Jesús, comprende no sólo la caridad divina, sino también los sentimientos de un afecto humano. Para todos los católicos, esta verdad es indiscutible. En efecto, el Verbo de Dios no ha tomado un cuerpo ilusorio y ficticio, como ya en el primer siglo de la era cristiana osaron afirmar algunos herejes, que atrajeron la severa condenación del apóstol San Juan: Puesto que en el mundo han salido muchos impostores: los que no confiesan a Jesucristo como Mesías venido en carne. Negar esto es ser un impostor y el anticristo(35). En realidad, El ha unido a su Divina Persona una naturaleza humana individual, íntegra y perfecta, concebida en el seno purísimo de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo(36). Nada, pues, faltó a la naturaleza humana que se unió el Verbo de Dios. El la asumió plena e íntegra tanto en los elementos constitutivos espirituales como en los corporales, conviene a saber. dotada de inteligencia y de voluntad y todas las demás facultades cognoscitivas, internas y externas; dotada asimismo de las potencias afectivas sensibles y de todas las pasiones naturales. Esto enseña la Iglesia Católica, y está sancionado y solemnemente confirmado por los Romanos Pontífices y los concilios ecuménicos: Entero en sus propiedades, entero en las nuestras(37); Perfecto en la divinidad y El mismo perfecto en la humanidad»(38); todo Dios [hecho] hombre, y todo el hombre [subsistente en] Dios(39).

12. Luego si no hay duda alguna de que Jesús poseía un verdadero cuerpo humano, dotado de todos los sentimientos que le son propios, entre los que predomina el amor, también es igualmente verdad que El estuvo provisto de un corazón físico, en todo semejante al nuestro, puesto que, sin esta parte tan noble del cuerpo, no puede haber vida humana y menos en sus afectos. Por consiguiente, no hay duda de que el Corazón de Cristo, unido hipostáticamente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo otro afecto sensible; mas estos sentimientos estaban tan conformes y tan en armonía con su voluntad de hombre esencialmente plena de caridad divina, y con el mismo amor divino que el Hijo tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo, que entre estos tres amores jamás hubo falta de acuerdo y armonía(40).

Sin embargo, el hecho de que el Verbo de Dios tomara una verdadera y perfecta naturaleza humana y se plasmara y aun, en cierto modo, se modelara un corazón de carne que, no menos que el nuestro, fuese capaz de sufrir y de ser herido, esto, decimos Nos, si no se piensa y se considera no sólo bajo la luz que emana de la unión hipostática y sustancial, sino también bajo la que procede de la Redención del hombre, que es, por decirlo así, el complemento de aquélla, podría parecer a algunos escándalo y necedad, como de hecho pareció a los judíos y gentiles Cristo crucificado(41). Ahora bien: los Símbolos de la fe, en perfecta concordia con la Sagrada Escritura, nos aseguran que el Hijo Unigénito de Dios tomó una naturaleza humana capaz de padecer y morir principalmente por razón del Sacrificio de la cruz, donde El deseaba ofrecer un sacrificio cruento a fin de llevar a cabo la obra de la salvación de los hombres. Esta es, además, la doctrina expuesta por el Apóstol de las Gentes: Pues tanto el que santifica como los que son santificados todos traen de uno su origen. Por cuya causa no se desdeña de llamarlos hermanos, diciendo: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos … ». Y también: «Heme aquí a mí y a los hijos que Dios me ha dado».Y por cuanto los hijos tienen comunes la carne y sangre, El también Participó de las mismas cosas… Por lo cual debió, en todo, asemejarse a sus hermanos, a fin de ser un pontífice misericordioso y fiel en las cosas que miren a Dios, para expiar los pecados del pueblo. Pues por cuanto El mismo fue probado con lo que padeció, por ello puede socorrer a los que son probados(42).

Santos Padres

13. Los SANTOS PADRES, testigos verídicos de la doctrina revelada, entendieron muy bien lo que ya el apóstol San Pablo había claramente significado, a saber, que el misterio del amor divino es como el principio y el coronamiento de la obra de la Encarnación y Redención. Con frecuente claridad se lee en sus escritos que Jesucristo tomó en sí una naturaleza humana perfecta, con un cuerpo frágil y caduco como el nuestro, para procurarnos la salvación eterna, y para manifestarnos y darnos a entender, en la forma más evidente, así su amor infinito como su amor sensible.

SAN JUSTINO, que parece un eco de la voz del Apóstol de las Gentes, escribe lo siguiente: Amamos y adoramos al Verbo nacido de Dios inefable y que no tiene principio: El, en verdad, se hizo hombre por nosotros para que, al hacerse partícipe de nuestras dolencias, nos procurase su remedio(43). Y SAN BASILIO, el primero de los tres Padres de Capadocia, afirma que los afectos sensibles de Cristo fueron verdaderos y al mismo tiempo santos: Aunque todos saben que el Señor poseyó los afectos naturales en confirmación de su verdadera y no fantástica encarnación, sin embargo, rechazó de sí como indignos de su purísima divinidad los afectos viciosos, que manchan la pureza de nuestra vida(44). Igualmente, SAN JUAN CRISÓSTOMO, lumbrera de la Iglesia antioquena, confiesa que las emociones sensibles de que el Señor dio muestra prueban irrecusablemente que poseyó la naturaleza humana en toda su integridad: Si no hubiera poseído nuestra naturaleza, no hubiera experimentado una y más veces la tristeza(45).

Entre los Padres latinos merecen recuerdo los que hoy venera la Iglesia como máximos Doctores. SAN AMBROSIO afirma que la unión hipostática es el origen natural de los afectos y sentimientos que el Verbo de Dios encarnado experimenté: Por lo tanto, ya que tomó el alma, tomó las pasiones del alma; pues Dios, como Dios que es, no podía turbarse ni morir(46).

En estas mismas reacciones apoya SAN JERÓNIMO el principal argumento para probar que Cristo tomó realmente la naturaleza humana: Nuestro Señor se entristeció realmente, para poner de manifiesto la verdad de su naturaleza humana(47).

Particularmente, SAN AGUSTÍN nota la íntima unión existente entre los sentimientos del Verbo encamado y la finalidad de la Redención humana: Jesús, el Señor, tomó estos afectos de la humana flaqueza, lo mismo que la carne de la debilidad humana, no por imposición de la necesidad, sino por conmiseración voluntaria, a fin de transformar en sí a su Cuerpo que es la Iglesia, para la que se dignó ser Cabeza; es decir, a fin de transformar a sus miembros en santos y fieles suyos; de suerte que, si a alguno de ellos le aconteciere contristarse y dolerse en las tentaciones humanas, no se juzgase por esto ajeno a su gracia, antes comprendiese que semejantes afecciones ni eran indicios de pecados, sino de la humana fragilidad; y como coro que canta después del que entona, así también su Cuerpo aprendiese de su misma Cabeza a padecer(48).

Doctrina de la Iglesia que con mayor concisión y no menor fuerza testifican estos pasajes de SAN JUAN DAMASCENO: En verdad que todo Dios ha tomado todo lo que en mí es hombre, y todo se ha unido a todo para procurar la salvación de todo el hombre. De otra manera no hubiera podido sanar lo que no asumió(49). Cristo, pues, asumió los elementos todos que componen la naturaleza humana, a fin de que todos fueran santificados(50).

Corazón físico

14. Es, sin embargo, de razón que ni los Autores sagrados ni los Padres de la Iglesia que hemos citado y otros semejantes, aunque prueban abundantemente que Jesucristo estuvo sujeto a los sentimientos y afectos humanos y que por eso precisamente tomó la naturaleza humana para procurarnos la eterna salvación, no refieran expresamente dichos afectos a su corazón físicamente considerado, hasta hacer de él expresamente un símbolo de su amor infinito.

Por más que los evangelistas y los demás escritores eclesiásticos no nos describan directamente los varios efectos que en el ritmo pulsante del Corazón de nuestro Redentor, no menos vivo y sensible que el nuestro, se debieron indudablemente a las diversas conmociones y afectos de su alma y a la ardentísima caridad de su doble voluntad -divina y humana, sin embargo frecuentemente ponen de relieve su divino amor y todos los demás afectos con él relacionados: el deseo, la alegría, la tristeza, el temor y la ira, según se manifiestan en las expresiones de su mirada, palabras y actos. Y principalmente el rostro adorable de nuestro Salvador sin duda debió aparecer como signo y casi como espejo fidelísimo de los afectos, que, conmoviendo en varios modos su ánimo, a semejanza de olas que se entrechocan, llegaban a su Corazón santísimo y determinaban sus latidos. A la verdad, vale también a propósito de Jesucristo cuanto el Doctor Angélico, amaestrado por la experiencia, observa en materia de psicología humana y de los fenómenos de ella derivados: La turbación de la ira repercute en los miembros externos y principalmente en aquellos en que se refleja más la influencia del corazón, como son los ojos, el semblante, la lenguas(51).

Símbolo del triple amor de Cristo

15. Luego, con toda razón, es considerado el corazón del Verbo Encarnado como signo y principal símbolo del triple amor con que el divino Redentor ama continuamente al Eterno Padre y a todos los hombres. Es, ante todo, símbolo del divino amor que en El es común con el Padre y el Espíritu Santo, y que sólo en El, como Verbo Encarnado, se manifiesta por medio del caduco Y frágil velo del cuerpo humano, ya que en El habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente(52).

Además, el Corazón de Cristo es símbolo de la ardentísima caridad que, infundida en su alma, constituye la preciosa dote de su voluntad humana y cuyos actos son dirigidos e iluminados por una doble y perfectísima ciencia, la beatífica y la infusa(53).

Finalmente, y esto en modo más natural y directo, el Corazón de Jesús es símbolo de su amor sensible, pues el Cuerpo de Jesucristo, plasmado en el seno castísimo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, supera en perfección, y, por ende, en capacidad perceptiva a todos los demás cuerpos humanos(54).

16. Aleccionados, pues, por los Sagrados Textos y por los Símbolos de la fe sobre la perfecta consonancia y armonía que reina en el alma santísima de Jesucristo y sobre cómo El dirigió al fin de la Redención las manifestaciones todas de su triple amor, podemos ya con toda seguridad contemplar y venerar en el Corazón del Divino Redentor la imagen elocuente de su caridad y la prueba de haberse ya cumplido nuestra Redención, y como una mística escala para subir al abrazo de Dios nuestro Salvador(55). Por eso, en las palabras, en los actos, en la enseñanza, en los milagros y especialmente en las obras que más claramente expresan su amor hacia nosotros- como la institución de la divina Eucaristía, su dolorosa pasión y muerte, la benigna donación de su Santísima Madre, la fundación de la Iglesia para provecho nuestro y, finalmente, la misión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre nosotros-, en todas estas obras, decimos Nos, hemos de admirar otras tantas pruebas de su triple amor, y meditar los latidos de su Corazón, con los cuales quiso medir los instantes de su terrenal peregrinación hasta el momento supremo, en el que, como atestiguan los Evangelistas, Jesús, luego de haber clamado de nuevo con gran voz, dijo: «Todo está consumado». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu(56). Sólo entonces su Corazón se paró y dejó de latir, y su amor sensible permaneció como en suspenso, hasta que, triunfando de la muerte, se levantó del sepulcro.

Después que su Cuerpo, revestido del estado de la gloria sempiterna, se unió nuevamente al alma del Divino Redentor victorioso ya de la muerte, su Corazón sacratísimo no ha dejado nunca ni dejará de palpitar con imperturbable y plácido latido, ni cesará tampoco de demostrar el triple amor con que el Hijo de Dios se une a su Padre eterno y a la humanidad entera, de la que con pleno derecho es Cabeza mística.

 

III. CONTEMPLACIÓN DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS

17. Ahora, venerables hermanos, para que de estas nuestras piadosas consideraciones podamos sacar abundantes y saludables frutos, parémonos a meditar y contemplar brevemente la íntima participación que el Corazón de nuestro Salvador Jesucristo tuvo en su vida afectiva divina y humana, durante el curso de su vida mortal. En las páginas del Evangelio, principalmente, encontraremos la luz con la cual iluminados y fortalecidos podremos penetrar en el templo de este divino Corazón y admirar con el Apóstol de las Gentes las abundantes riquezas de la gracia [de Dios] en la bondad usada con nosotros por amor de Jesucristo(57).

18. El adorable Corazón de Jesucristo late con amor divino al mismo tiempo que humano desde que la Virgen María pronunció su Fíat, y el Verbo de Dios, como nota el Apóstol, al entrar en el mundo dijo: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: Heme aquí presente. En el principio del libro se habla de mí. Quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad … » Por esta «voluntad» hemos sido santificados mediante la «oblación del cuerpo» de Jesucristo, que él ha hecho de una vez para siempre(58).

De manera semejante palpitaba de amor su Corazón, en perfecta armonía con los afectos de su voluntad humana y con su amor divino, cuando en la casita de Nazaret mantenía celestiales coloquios con su dulcísima Madre y con su padre putativo, San José, al que obedecía y con quien colaboraba en el fatigoso oficio de carpintero. Este mismo triple amor movía su Corazón en su continuo peregrinar apostólico, cuando realizaba innumerables milagros, cuando resucitaba a los muertos o devolvía la salud a toda clase de enfermos, cuando sufría trabajos, soportaba el sudor, hambre y sed; en las prolongadas vigilias nocturnas pasadas en oración ante su Padre amantísimo; en fin, cuando daba enseñanzas o proponía y explicaba parábolas, especialmente las que más nos hablan de la misericordia, como la parábola de la dracma perdida, la de la oveja descarriada y la del hijo pródigo. En estas palabras y en estas obras, como dice San Gregorio Magno, se manifiesta el Corazón mismo de Dios: Mira el Corazón de Dios en las palabras de Dios, para que con más ardor suspires por los bienes eternos(59).

Con amor aun mayor latía el Corazón de Jesucristo cuando de su boca salían palabras inspiradas en amor ardentísimo. Así, para poner algún ejemplo, cuando viendo a las turbas cansadas y hambrientas, dijo: Me da compasión esta multitud de gentes(60); y cuando, a la vista de Jerusalén, su predilecta ciudad, destinada a una fatal ruina por su obstinación en el pecado, exclamó: Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados: ¡cuántas veces quise recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus polluelos bajo las alas, y tú no lo has querido(61)! Su Corazón palpitó también de amor hacia su Padre y de santa indignación cuando vio el comercio sacrílego que en el templo se hacía, e increpó a los vendedores con estas palabras: Escrito está: «Mi casa será llamada casa de oración»; mas vosotros hacéis de ella una cueva de ladrones(62).

19. Pero particularmente se conmovió de amor y de temor su Corazón cuando, ante la hora ya tan inminente de los crudelísimos padecimientos y ante la natural repugnancia a los dolores y a la muerte, exclamó: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz(63); vibró luego con invicto amor y con amargura suma cuando, aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas palabras que suenan a última invitación de su Corazón misericordiosísimo al amigo que, con ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en manos de sus verdugos: Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?(64); en cambio, se desbordó con inmenso amor y profunda compasión cuando a las piadosas mujeres, que compasivas lloraban su inmerecida condena al tremendo suplicio de la cruz, les dijo así: Hijas de Jerusalén, no lloráis por mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos…, pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco qué se hará?(65)

Finalmente, colgado ya en la cruz el Divino Redentor, es cuando siente cómo su Corazón se trueca en impetuoso torrente, desbordado en los más variados y vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de angustia, de misericordia, de encendido deseo, de serena tranquilidad, como se nos manifiestan claramente en aquellas palabras tan inolvidables como significativas: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen(66); Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?(67); En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso(68); Tengo sed(69); Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu(70).

Eucaristía, María, Cruz

20. ¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón divino, signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los hombres sus más preciados dones: a Sí mismo en el sacramento de la Eucaristía, a su Madre Santísima y la participación en el oficio sacerdotal?

Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo al pensar en la institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con cuya efusión había de sellarse la Nueva Alianza, en su Corazón sintió intensa conmoción., que manifestó a sus apóstoles con estas palabras: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer(71); conmoción que, sin duda, fue aún más vehemente cuando tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: «Este es mi cuerpo, el cual se da por vosotros; haced esto en memoria mía». Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y dijo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por vosotros(72).

Con razón, pues, debe afirmarse que la divina EUCARISTÍA, como sacramento por el que El se da a los hombres y como sacrificio en el que El mismo continuamente se inmola desde el nacimiento del sol hasta su ocaso(73)», y también el SACERDOCIO, son clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de Jesús.

Don también muy precioso del Sacratísimo Corazón es, como indicábamos, la SANTÍSIMA VIRGEN, Madre excelsa de Dios y Madre nuestra amantísima. Era, pues, justo fuese proclamada Madre espiritual del género humano la que, por ser Madre natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la obra de regenerar a los hijos de Eva para la vida de la gracia. Con razón escribe de ella San Agustín: Evidentemente, Ella es la Madre de los miembros del Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que naciesen en la iglesia los fieles, que son los miembros de aquella Cabeza(74).

Al don incruento de Sí mismo bajo las especies del pan y del vino quiso Jesucristo nuestro Salvador unir, como supremo testimonio de su amor infinito, el sacrificio cruento de la Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime caridad que él propuso a sus discípulos como meta suprema del amor con estas palabras: -Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos(75). De donde el amor de Jesucristo, Hijo de Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo más elocuente, el amor mismo de Dios: En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su vida por nosotros; y así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos(76). Cierto es que nuestro Divino Redentor fue crucificado más por la interior vehemencia de su amor que por la violencia exterior de sus verdugos: su sacrificio voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada uno de los hombres, según la concisa expresión del Apóstol: Me amó y se entregó a sí mismo por mí(77).

Iglesia, sacramentos

21. No hay, pues, duda de que el Sagrado Corazón de Jesús, al ser participante tan íntimo de la vida del Verbo encarnado, y al haber sido por ello asumido como instrumento de la divinidad, no menos que los demás miembros de su naturaleza humana, para realizar todas las obras de la gracia y de la omnipotencia divina(78), por lo mismo es también símbolo legítimo de aquella inmensa caridad que movió a nuestro Salvador a celebrar, por el derramamiento de la sangre, su místico matrimonio con la Iglesia: Sufrió la pasión Por amor a la Iglesia, que había de unir a si comoEsposa(79). Por lo tanto, del Corazón traspasado del Redentor nació la Iglesia, verdadera dispensadora de la sangre de la Redención; y del mismo fluye abundantemente la gracia de los sacramentos que a los hijos de la Iglesia comunican la vida sobrenatural, como leemos en la sagrada Liturgia: Del Corazón abierto nace la Iglesia, desposada con Cristo… Tú, que del Corazón haces manar la gracia(80).

De este simbolismo, no desconocido para los antiguos Padres y escritores eclesiásticos, el Doctor común escribe, haciéndose su fiel intérprete: Del costado de Cristo brotó agua para lavar y sangre para redimir. Por eso 1a sangre es propia del sacramento de la Eucaristía; el agua, del sacramento del Bautismo, el cual, sin embargo, tiene su fuerza para lavar en virtud de la sangre de Cristo(81). Lo afirmado del costado de Cristo, herido y abierto por el soldado, ha de aplicarse a su Corazón, al cual, sin duda, llegó el golpe de la lanza, asestado precisamente por el soldado para comprobar de manera cierta la muerte de Jesucristo.

Por ello, durante el curso de los siglos, la herida del Corazón Sacratísimo de Jesús, muerto ya a esta vida mortal, ha sido la imagen viva de aquel amor espontáneo por el que Dios entregó a su Unigénito para la redención de los hombres, y por el que Cristo nos amó a todos con tan ardiente amor, que se inmoló a sí mismo como víctima cruenta en el Calvario: Cristo nos amó, y se ofreció a sí mismo a Dios, en oblación y hostia de olor suavísimo(82).

Ascensión

22. Después que nuestro Salvador subió al cielo con su cuerpo glorificado y se sentó a la diestra de Dios Padre, no ha cesado de amar a su esposa, la Iglesia, con aquel inflamado amor que palpita en su Corazón. Aun en la gloria del cielo, lleva en las heridas de sus manos, de sus pies y de su costado los esplendentes trofeos de su triple victoria: sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte; lleva además en su Corazón, como en arca preciosísima, aquellos inmensos tesoros de sus méritos, fruto de su triple victoria, que ahora distribuye con largueza al género humano ya redimido. Esta es una verdad consoladora, enseñada por el Apóstol de las Gentes cuando escribe: Al subirse a lo alto llevó consigo cautiva a una gran multitud de cautivos, y derramó sus dones sobre los hombres… El que descendió, ese mismo es el que ascendió sobre todos los cielos, para dar cumplimiento a todas las cosas(83).

Pentecostés

23. La misión del Espíritu Santo a los discípulos es la primera y espléndida señal del espléndido amor del Salvador, después de su triunfal ascensión a la diestra del Padre. De hecho, pasados diez días, el Espíritu Paráclito, dado por el Padre celestial, bajó sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo, como Jesús mismo les había prometido en la última cena: Yo rogaré al Padre y él os dará otro consolador para que esté con vosotros eternamente(84). El Espíritu Paráclito, por ser el Amor mutuo personal por el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, es enviado por ambos, bajo forma de lenguas de fuego, para infundir en el alma de los discípulos la abundancia de la caridad divina y de los demás carismas celestiales. Pero esta infusión de la caridad divina brota también del Corazón de nuestro Salvador, en el cual están encerrado todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia(85).

Esta caridad es, por lo tanto, don del Corazón de Jesús y de su Espíritu. A este común Espíritu del Padre y del Hijo se debe, en primer lugar, el nacimiento de la Iglesia y su propagación admirable en medio de todos los pueblos paganos, dominados hasta entonces por la idolatría, el odio fraterno, la corrupción de costumbres y la violencia. Esta divina caridad, don preciocísimo del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es la que dio a los Apóstoles y a los Mártires la fortaleza para predicar la verdad evangélica y testimoniarla hasta con su sangre; a los Doctores de la Iglesia, aquel ardiente celo por ilustrar y defender la fe católica; a los Confesores, para practicar las más selectas virtudes y realizar las empresas más útiles y admirables, provechosas a la propia santificación y a la salud eterna y temporal de los prójimos; a las Vírgenes, finalmente, para renunciar espontánea y alegremente a los goces de los sentidos, con tal de consagrarse por completo al amor del celestial Esposo.

A esta divina caridad, que redunda del Corazón del Verbo encarnado y se infunde por obra del Espíritu Santo en las almas de todos los creyentes, el Apóstol de las Gentes entonó aquel himno de victoria, que ensalza a la par el triunfo de Jesucristo, Cabeza, y de los miembros de su Místico Cuerpo sobre todo de cuanto algún modo se opone al establecimiento del Reino del amor entre los hombres: Quien podrá separarnos del amor de Cristo? La turbación?, la angustia?, el hambre?, la desnudes?, el riesgo, la persecución?, la espada?… Mas en todas estas cosas soberanamente triunfamos por obra de Aquel que nos amo. Porque seguro estoy de que ni muerte ni vida, ni angeles ni principados, ni lo presente ni lo venidero, ni poderío, ni altura, ni profundidades, ni otra alguna criatura sera capaz de separarnos del amor de Dios que se funda en Jesucristo nuestro Señor(86).

Sagrado Corazón, símbolo del amor de Cristo

24. Nada, por lo tanto, prohíbe que adoremos el razón Sacratísimo de Jesucristo como participación y símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que nuestro Divino Redentor siente aun hoy hacía el género humano. Ya no está sometido a las perturbaciones de esta vida mortal; sin embargo, vive y palpita y está unido de modo indisoluble a la Persona del Verbo divino, y, en ella y por ella, a su divina voluntad. Y porque el Corazón de Cristo se desborda en amor divino y humano, y porque está lleno de los tesoros de todas las gracias que nuestro Redentor adquirió por los méritos de su vida, padecimientos y muerte, es, sin duda, la fuente perenne de aquel amor que su Espíritu comunica a todos los miembros de su Cuerpo místico.

Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador en cierto modo refleja la imagen de la divina Persona del Verbo, y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y podemos considerar no sólo el sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. Luego, cuando adoramos el Corazón de Jesucristo, en él y por él adoramos así el amor increado del Verbo divino como su amor humano, con todos sus demás afectos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el Apóstol: Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de agua por la palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada(87).

Cristo ha amado a la Iglesia, y la sigue amando intensamente con aquel triple amor de que hemos hablado(88); y ése es el amor que le mueve a hacerse nuestro Abogado para conciliarnos la gracia y la misericordia del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros(89). La plegaria que brota de su inagotable amor, dirigida al Padre, no sufre interrupción alguna. Como en los días de su vida en la carne(90), también ahora, triunfante ya en el cielo, suplica al Padre con no menor eficacia: a Aquel que amó tanto al mundo que dio a su Unigénito Hijo, a fin de que todos cuantos eran en El no perezcan, sino que tengan la vida eterna(91). El muestra su Corazón vivo y herido, con un amor más ardiente que cuando, ya exánime, fue herido por la lanza del soldado romano: Por esto fue herido [tu Corazón], para que por la herida visible viésemos la herida invisible del amor(92).

Luego no puede haber duda alguna de que, ante las súplicas de tan grande Abogado hechas con tan vehemente amor, el Padre celestial, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros(93), por medio de El hará descender siempre sobre todos los hombres la exuberante abundancia de sus gracias divinas.

 

IV. HISTORIA DEL CULTO AL CORAZÓN DE JESÚS

25. Hemos querido, venerables hermanos, proponer a vuestra consideración y a la del pueblo cristiano, en sus líneas generales, la naturaleza íntima del culto al CORAZÓN de Jesús, y las perennes gracias que de él se derivan, tal como resaltan de su fuente primera, la revelación divina. Estamos persuadidos de que estas nuestras reflexiones, dictadas por la enseñanza misma del Evangelio, han mostrado claramente cómo este culto se identifica sustancialmente con el culto al amor divino y humano del Verbo Encarnado, y también con el culto al amor mismo con que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres pecadores; porque, como observa el Doctor Angélico, el amor de las tres Personas divinas es el principio y origen del misterio de la Redención humana, ya que, desbordándose aquél poderosamente sobre la voluntad humana de Jesucristo y, por lo tanto, sobre su Corazón adorable, le indujo con un idéntico amor a derramar generosamente su Sangre para rescatarnos de la servidumbre del pecado(94): Con un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustias hasta que se cumpla(95)!

Por lo demás, es persuasión nuestra que el culto tributado al amor de Dios y de Jesucristo hacia el género humano, a través del símbolo augusto del CORAZÓN traspasado del Redentor crucificado, jamás ha estado completamente ausente. de la piedad de los fieles, aunque su manifestación clara y su admirable difusión en toda la Iglesia se haya realizado en tiempos no muy remotos de nosotros, sobre todo después que el Señor mismo reveló este divino misterio a algunos hijos suyos, y los efigio para mensajeros y heraldos suyos, luego de haberles colmado con abundancia de dones sobrenaturales.

De hecho, siempre hubo almas especialmente consagradas a Dios que, inspiradas en los ejemplos de la excelsa Madre de Dios, de los Apóstoles y de insignes Padres de la Iglesia, han tributado culto de adoración, de gratitud y de amor a la Humanidad santísima de Cristo y en modo especial a las heridas abiertas en su Cuerpo por los tormentos de la Pasión salvadora.

Y ¿cómo no reconocer en aquellas palabras ¡Señor mío y Dios mío(96)!, pronunciadas por el apóstol Tomás y que revelan su espontánea transformación de incrédulo en fiel, una clara profesión de fe, de adoración y de amor, que de la humanidad llagada del Salvador se elevaba hasta la majestad de la Persona Divina?

Mas si el CORAZÓN traspasado del Redentor siempre ha llevado a los hombres a venerar su infinito amor por el género humano, porque para los cristianos de todos los tiempos han tenido siempre valor las palabras del profeta Zacarías, que el evangelista San Juan aplicó a Jesús Crucificado: Verán a Quien traspasaron(97), obligado es, sin embargo, reconocer que tan sólo poco a poco y progresivamente llegó ese CORAZÓN a constituir objeto directo de un culto especial, como imagen del amor humano y divino del Verbo Encamado.

Santos, Sta. Margarita María

26. Si queremos indicar siquiera las etapas gloriosas recorridas por este culto en la historia de la piedad cristiana, precisa, ante todo, recordar los nombres de algunos de aquellos que bien se pueden considerar corno los precursores de esta devoción que, en forma privada, pero de modo gradual, cada vez más vasto, se fue difundiendo dentro de los Institutos religiosos. Así, por ejemplo, se distinguieron por haber establecido y promovido cada vez más este culto al CORAZÓN Sacratísimo de Jesús: San Buenaventura, San Alberto Magno, Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena, el Beato Enrique Suso, San Pedro Canisio y San Francisco de Sales. San Juan Eudes es el autor del primer oficio litúrgico en honor del Sagrado CORAZÓN de Jesús, cuya fiesta solemne se celebró por primera vez, con el beneplácito de muchos Obispos de Francia, el 20 de octubre de 1672.

Pero entre todos los promotores de esta excelsa devoción merece un puesto especial Santa Margarita María Alacoque, porque su celo, iluminado y ayudado por el de su director espiritual -el Beato Claudio de la Colombiere-, consiguió que este culto, ya tan difundido, haya alcanzado el desarrollo que hoy suscita la admiración de los fieles cristianos, y que, por sus características de amor y reparación, se distingue de todas las demás formas de la piedad cristiana(98).

Basta esta rápida evocación de los orígenes y gradual desarrollo del culto del CORAZÓN de Jesús para convencernos plenamente de que su admirable crecimiento se debe principalmente al hecho de haberse comprobado que era en todo conforme con la índole de la religión cristiana, que es la religión del amor.

No puede decirse, por consiguiente, ni que este culto deba su origen a revelaciones privadas, ni cabe pensar que apareció de improviso en la Iglesia; brotó espontáneamente, en almas selectas, de su fe viva y de su piedad ferviente hada la persona adorable del Redentor y hacia aquellas sus gloriosas heridas, testimonio el más elocuente de su amor inmenso para el espíritu contemplativo de los fieles. Es evidente, por lo tanto, cómo las revelaciones de que fue favorecida Santa Margarita María ninguna nueva verdad añadieron a la doctrina católica- Su importancia consiste en que -al mostrar el Señor su CORAZÓN Sacratísimo- de modo extraordinario y singular quiso atraer la consideración de los hombres a la contemplación y a la veneración del amor tan misericordioso de Dios al género humano. De hecho, mediante una manifestación tan excepcional, Jesucristo expresamente y en repetidas veces mostró su CORAZÓN como el símbolo más apto para estimular a los hombres al conocimiento y a la estima de su amor; y al mismo tiempo lo constituyó como señal y prenda de su misericordia y de su gracia para las necesidades espirituales de la Iglesia en los tiempos modernos.

1765, Clemente XIII, y 1856, Pío IX

27. Además, una prueba evidente de que este culto nace de las fuente-,mismas del dogma católico está en el hecho de que la aprobación de la fiesta litúrgica por la Sede Apostólica precedió a la de los escritos de Santa Margarita María. En realidad, independientemente de toda revelación privada, y sólo accediendo a los deseos de los fieles, la Sagrada Congregación de Ritos, por decreto del 25 de enero de 1765, aprobado por nuestro predecesor Clemente XIII el 6 de febrero del mismo año, concedió a los Obispos de Polonia y a la Archicofradía Romana del Sagrado Corazón de Jesús la facultad de celebrar la fiesta litúrgica. Con este acto quiso la Santa Sede que tomase nuevo incremento un culto, ya en vigor y floreciente, cuyo fin era reavivar simbólicamente el recuerdo del amor divino(99), que había llevado al Salvador a hacerse víctima para expiar los pecados de los hombres.

A esta primera aprobación, dada en forma de privilegio Y aún limitada para determinados fines, siguió otra, a distancia casi de un siglo, de importancia mucho mayor y expresada en términos más solemnes. Nos referimos al decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del 23 de agosto de 1856, anteriormente mencionado, por el cual nuestro predecesor Pío IX, de i. m., acogiendo las súplicas de los Obispos de Francia y de casi todo el mundo católico, extendió a toda la Iglesia la fiesta del Corazón Sacratísimo de Jesús y prescribió la forma de su celebración litúrgica(100). Fecha ésta digna de ser recomendada al perenne recuerdo de los fieles, pues, como vemos escrito en la liturgia misma de dicha festividad, desde entonces, el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús, semejante a un río desbordado, venciendo todos los obstáculos, se difundió por todo el mundo católico.

De cuanto hemos expuesto hasta ahora aparece evidente, venerables hermanos, que en los textos de la Sagrada Escritura, en la Tradición y en la Sagrada Liturgia es donde los fieles han de encontrar principalmente los manantiales límpidos y profundos del culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, si desean penetrar en su íntima naturaleza y sacar de su pía meditación sustancia y alimento para su fervor religioso. Iluminada, y penetrando más íntimamente mediante esta meditación asidua, el alma fiel no podrá menos de llegar a aquel dulce conocimiento de la caridad de Cristo, en la cual está la plenitud toda de la vida cristiana, como, instruido por la propia experiencia, enseña el Apóstol: Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo…, para que, según las riquezas de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu ser fortalecidos en virtud en el hombre interior, y que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, estando arraigados y cimentados en caridad; a fin de que podáis… conocer también aquel amor de Cristo, que sobrepuja a todo conocimiento, para que seáis plenamente colmados de toda la plenitud de Dios(101). De esta universal plenitud es precisamente imagen muy espléndida el Corazón de Jesucristo: plenitud de misericordia, propia del Nuevo Testamento, en el cual Dios nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor para con los hombres(102); pues no envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve(103).

Culto al Corazón de Jesús, culto en espíritu y en verdad

28. Constante persuasión de la Iglesia, maestra de verdad para los hombres, ya desde que promulgó los primeros documentos oficiales relativos al culto del Corazón Sacratísimo de Jesús, fue que sus elementos esenciales, es decir, los actos de amor y de reparación tributados al amor infinito de Dios hacia los hombres, lejos de estar contaminados de materialismo y de superstición, constituyen una norma de piedad, en la que se cumple perfectamente aquella religión espiritual y verdadera que anunció el Salvador mismo a la Samaritana: Ya llega el tiempo, y ya estamos en él, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre desea. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarle en espíritu y en verdad(104).

Por lo tanto, no es justo decir que la contemplación del CORAZÓN físico de Jesús impide el contacto más íntimo con el amor de Dios, porque retarda el progreso del alma en la vía que conduce directa a la posesión de las más excelsas virtudes. La Iglesia rechaza plenamente este falso misticismo al igual que, por la autoridad de nuestro predecesor Incendio XI, de f. m., condenó la doctrina de quienes afirmaban: No deben (las almas de esta vía interna) hacer actos de amor a la bienaventurada Virgen, a los Santos o a la humanidad de Cristo; pues como estos objetos son sensibles, tal es también el amor hacia ellos. Ninguna criatura, ni aun la bienaventurada Virgen y los Santos, han de tener asiento en nuestro CORAZÓN; porque Dios quiere ocuparlo y poseerlo solo(105).

Los que así piensan son, natural mente, de opinión que el simbolismo del CORAZÓN de Cristo no se extiende más allá de su amor sensible y que no puede, por lo tanto, en modo alguno constituir un nuevo fundamento del culto de latría, que está reservado tan sólo a lo que es esencialmente divino. Ahora bien, una interpretación semejante del valor simbólico de las sagradas imágenes es absolutamente falsa, porque coarta injustamente su trascendental significado. Contraria es la opinión y la enseñanza de los teólogos católicos, entre los cuales Santo Tomás escribe así: A las imágenes se les tributa culto religioso, no consideradas en sí mismas, es decir, en cuanto realidades, sino en cuanto son imágenes que nos llevan hasta Dios encarnado. El movimiento del alma hacia la imagen, en cuanto es imagen, no se para en ella, sino que tiende al objeto representado por la imagen. Por consiguiente, del tributar culto religioso a las imágenes de Cristo no resulta un culto de latría diverso ni una virtud de religión distinta(106). Por lo tanto, es en la persona misma del Verbo Encarnado donde termina el culto relativo tributado a sus imágenes, sean éstas las reliquias de su acerba Pasión, sea la imagen misma que supera a todas en valor expresivo, es decir, el Corazón herido de Cristo crucificado.

Y así, del elemento corpóreo -el Corazón de Jesucristo- y de su natural simbolismo es legítimo y justo que, llevados en alas de la fe, nos elevemos no sólo a la contemplación de su amor sensible, sino más alto aún, hasta la consideración y adoración de su excelentísimo amor infundido, y, finalmente, en un vuelo sublime y dulce a un mismo tiempo, hasta la meditación y adoración del Amor divino del Verbo Encarnado. De hecho, a la luz de la fe -por la cual creemos que en la Persona de Cristo están unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina- nuestra mente se torna idónea para concebir los estrechísimos vínculos que existen entre el amor sensible del Corazón físico de Jesús y su doble amor espiritual, el humano y el divino. En realidad, estos amores no se deben considerar sencillamente como coexistentes en la adorable Persona del Redentor divino, sino también como unidos entre sí por vínculo natural, en cuanto que al amor divino están subordinados el humano espiritual y el sensible, los cuales dos son una representación analógica de aquél. No pretendemos con esto que en el Corazón de Jesús se haya de ver y adorar la que llaman imagen formal, es decir, la representación perfecta y absoluta de su amor divino, pues que no es posible representar adecuadamente con ninguna imagen criada la íntima esencia de este amor, pero el alma fiel, al venerar el Corazón de Jesús, adora juntamente con la Iglesia el símbolo y como la huella de la Caridad divina, la cual llegó también a amar con el Corazón del Verbo Encarnado al género humano, contaminado por tantos crímenes.

La más completa profesión de la religión cristiana

29. Por ello, en esta materia tan importante como delicada, es necesario tener siempre muy presente cómo la verdad del simbolismo natural, que relaciona al Corazón físico de Jesús con la persona del Verbo, descansa toda ella en la verdad primaria de la unión hipostática; en torno a la cual no cabe duda alguna, como no se quiera renovar los errores condenados más de una vez por la Iglesia, por contrarios a la unidad de persona en Cristo con la distinción e integridad de sus dos naturalezas.

Esta verdad fundamental nos permite entender cómo el Corazón de Jesús es el corazón de una persona divina, es decir, del Verbo Encarnado, y que, por consiguiente representa y pone ante los ojos todo el amor que El nos ha tenido y tiene aun. Y aquí está la razón de por qué el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa profesión de la religión cristiana. Verdaderamente, la religión de ,Jesucristo se funda toda en el Hombre Dios Mediador, de manera que no se puede llegar al Corazón de Dios sino pasando por el Corazón de Cristo, conforme a lo que El mismo afirmó: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí(107).

Siendo esto así, fácilmente se deduce que el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús no es sustancialmente sino el mismo culto al amor con que Dios nos amó por medio de Jesucristo, al mismo tiempo que el ejercicio de nuestro amor a Dios y a los demás hombres. Dicho de otra manera: Este culto se dirige al amor de Dios para con nosotros, proponiéndolo como objeto de adoración, de acción de gracias y de imitación; además, considera la perfección de nuestro amor a Dios y a los hombres como la meta que ha de alcanzarse por el cumplimiento cada vez más generoso del mandamiento «nuevo», que el Divino Maestro legó como sacra herencia a sus Apóstoles, cuando les dijo: Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis los unos a los otros como yo os he amado… El precepto mío es que os améis unos a otros como yo os he amado(108). Mandamiento éste en verdad nuevo y propio de Cristo; porque, como dice Santo Tomás de Aquino: Poca diferencia hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, pues, como dice Jeremías, «Haré un pacto nuevo con la casa de Israel»(109). Pero que este mandamiento se practicase en el Antiguo Testamento a impulso de santo temor y amor, se debía al Nuevo Testamento; en cuanto que, sí este mandamiento ya existía en la Antigua Ley, no era como prerrogativa suya propia, sino más bien como prólogo y preparación de la Ley Nueva(110).

 

V. SUMO APRECIO POR EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

30. Antes de terminar estas consideraciones tan hermosas como consoladoras sobre la naturaleza auténtica de este culto y su cristiana excelencia, Nos, plenamente consciente del oficio apostólico que por primera vez fue confiado a San Pedro, luego de haber profesado por tres veces su amor a Jesucristo nuestro Señor, creemos conveniente exhortaros una vez más, venerables hermanos, y por vuestro medio a todos los queridísimos hijos en Cristo, para que con creciente entusiasmo cuidéis de promover esta suavísima devoción, pues de ella han de brotar grandísimos frutos también en nuestros tiempos.

Y en verdad que si debidamente se ponderan los argumentos en que se funda el culto tributado al Corazón herido de Jesús, todos verán claramente cómo aquí no se trata de una forma cualquiera de piedad que sea lícito posponer a otras o tenerla en menos, sino de una práctica religiosa muy apta para conseguir la perfección cristiana. Si la devoción -según el tradicional concepto teológico, formulado por el Doctor Angélico- no es sino la pronta voluntad de dedicarse a todo cuanto con el servicio de Dios se relaciona(111), ¿puede haber servicio divino más debido y más necesario, al mismo tiempo que más noble y dulce, que el rendido a su amor? Y ¿qué servicio cabe pensar más grato y afecto a Dios que el homenaje tributado a la caridad divina y que se hace por amor, desde el momento en que todo servicio voluntario en cierto modo es un don, y cuando el amor constituye el don primero, por el que nos son dados todos los dones gratuitos?(112). Es digna, pues, de sumo honor aquella forma de culto por la cual el hombre se dispone a honrar y amar en sumo grado a Dios y a consagrarse con mayor facilidad y prontitud al servicio de la divina caridad; y ello tanto más cuanto que nuestro Redentor mismo se dignó proponerla y recomendarla al pueblo cristiano, y los Sumos Pontífices la han confirmado con memorables documentos y la han enaltecido con grandes alabanzas. Y así, quien tuviere en poco este insigne beneficio que Jesucristo ha dado a su Iglesia, procedería en forma temeraria y perniciosa, y aun ofendería al mismo Dios.

31. Esto supuesto, ya no cabe duda alguna de que los cristianos que honran el sacratísimo Corazón del Redentor cumplen el deber, ciertamente gravídico, que tienen de servir a Dios, y que juntamente se consagran a sí mismos y toda su propia actividad, tanto interna como externa, a su Creador y Redentor, poniendo así en práctica aquel divino mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas(113). Además de que así tienen la certeza de que a honrar a Dios no les mueve ninguna ventaja personal, corporal o espiritual, temporal o eterna, sino la bondad misma de Dios, a quien cuidan de obsequiar con actos de amor, de adoración y de debida acción de gracias. Si no fuera así, el culto al sacratísimo Corazón de Jesús ya no respondería a la índole genuina de la religión cristiana, porque entonces el hombre con tal culto ya no tendría como mira principal el servicio de honrar principalmente el amor divino; y entonces deberían mantenerse como justas las acusaciones de excesivo amor y de demasiada solicitud por sí mismos, motivadas por quienes entienden mal esta devoción tan nobilísima, o no la practican con toda rectitud.

Todos, pues, tengan la firme persuasión de que en el culto al augustísimo Corazón de Jesús lo más importante no consiste en las devotas prácticas externas de piedad, y que el motivo principal de abrazarlo tampoco debe ser la esperanza de la propia utilidad, porque aun estos beneficios Cristo nuestro Señor los ha prometido mediante ciertas revelaciones privadas, precisamente para que los hombres se sintieran movidos a cumplir con mayor fervor los principales deberes de la religión católica, a saber, el deber del amor y el de la expiación, al mismo tiempo que así obtengan de mejor manera su propio provecho espiritual.

Difusión de este culto

32. Exhortamos, pues, a todos nuestros hijos en Cristo a que practiquen con fervor esta devoción, así a los que ya están acostumbrados a beber las aguas saludables que brotan del Corazón del Redentor como, sobre todo, a los que, a guisa de espectadores, desde lejos miran todavía con espíritu de curiosidad y hasta de duda. Piensen éstos con atención que se trata de un culto, según ya hemos dicho, que desde hace mucho tiempo está arraigado en la Iglesia, que se apoya profundamente en los mismos Evangelios; un culto en cuyo favor está claramente la Tradición y la sagrada Liturgia, y que los mismos Romanos Pontífices han ensalzado con alabanzas tan multiplicadas como grandes: no se contentaron con instituir una fiesta en honor del Corazón augustísimo del Redentor, y extenderla luego a toda la Iglesia, sino que por su parte tomaron la iniciativa de dedicar y consagrar solemnemente todo el género humano al mismo sacratísimo Corazón(114). Finalmente, conveniente es asimismo pensar que este culto tiene en su favor una mies de frutos espirituales tan copiosos como consoladores, que de ella se han derivado para la Iglesia: innumerables conversiones a la religión católica, reavivada vigorosamente la fe en muchos espíritus, más íntima la unión de los fieles con nuestro amantísimo Redentor; frutos todos estos que, sobre todo en los últimos decenios, se han mostrado en una forma tan frecuente como conmovedora.

Al contemplar este admirable espectáculo de la extensión y fervor con que la devoción al sacratísimo Corazón de Jesús se ha propagado en toda clase de fieles, nos sentimos ciertamente lleno de gozo y de inefable consuelo; y, luego de dar a nuestro Redentor las obligadas gracias por los tesoro infinitos de su bondad, no podemos menos de expresar nuestra paternal complacencia a todos los que, tanto del clero como del elemento seglar, con tanta eficacia han cooperado a promover este culto.

Penas actuales de la Iglesia

33. Aunque la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, venerables hermanos, ha producido en todas partes abundantes frutos de renovación espiritual en la vida cristiana, sin embargo, nadie ignora que la Iglesia militante en la tierra y, sobre todo, la sociedad civil no han alcanzado aún el grado de perfección que corresponde a los deseos de Jesucristo, Esposo Místico de la Iglesia y Redentor del género humano. En verdad que no pocos hijos de la Iglesia afean con numerosas manchas y arrugas el rostro materno, que en sí mismos reflejan; no todos los cristianos brillan por la santidad de costumbres, a la que por vocación divina están llamados; no todos los pecadores, que en mala hora abandonaron la casa paterna, han vuelto a ella, para de nuevo vestirse con el vestido precioso(115) y recibir el anillo, símbolo de fidelidad para con el Esposo de su alma; no todos los infieles se han incorporado aún al Cuerpo Místico de Cristo. Hay más. Porque si bien nos llena de amargo dolor el ver cómo languidece la fe en los buenos, y contemplar cómo, por el falaz atractivo de los bienes terrenales, decrece en sus almas y poco a poco se apaga el fuego de la caridad divina, mucho más nos atormentan las maquinaciones de los impíos que, ahora más que nunca, parecen incitados por el enemigo infernal en su odio implacable y declarado contra Dios, contra la Iglesia y, sobre todo, contra aquel que en la tierra representa a la persona del divino Redentor y su caridad para con los hombres, según la conocidísima frase del Doctor de Milán: (Pedro) es interrogado acerca de lo que se duda, pero no duda el Señor; pregunta no para saber, sino para enseñar al que, antes de ascender al cielo, nos daba como «vicario de su amor(116)».

34. Ciertamente, el odio contra Dios y contra los que legítimamente hacen sus veces es el mayor delito que puede cometer el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a gozar de su amistad perfecta y eterna en el cielo; puesto que por el odio a Dios el hombre se aleja lo más posible del Sumo Bien, y se siente impulsado a rechazar de sí y de sus prójimos cuanto viene de Dios, une con Dios y conduce a gozar de Dios, o sea, la verdad, la virtud, la paz y la justicia(117).

Pudiendo, pues, observar que, por desgracia, el número de los que se jactan de ser enemigos del Señor eterno crece hoy en algunas partes, y que los falsos principios del materialismo se difunden en las doctrinas y en la práctica; y oyendo cómo continuamente se exalta la licencia desenfrenada de las pasiones, ¿qué tiene de extraño que en muchas almas se enfríe la caridad, que es la suprema ley de la religión cristiana, el fundamento más firme de la verdadera y perfecta justicia, el manantial más abundante de la paz y de las castas delicias? Ya lo advirtió nuestro Salvador: Por la inundación de los vicios, se resfriará la caridad de muchos(118).

Un culto providencial

35. Ante tantos males que, hoy más que nunca, trastornan profundamente a individuos, familias, naciones y orbe entero, ¿dónde, venerables hermanos, hallaremos un remedio eficaz? ¿Podremos encontrar alguna devoción que aventaje al culto augustísimo del Corazón de Jesús, que responda mejor a la índole propia de la fe católica, que satisfaga con más eficacia las necesidades espirituales actuales de la Iglesia y del género humano? ¿Qué homenaje religioso más noble, más suave y más saludable que este culto, pues se dirige todo a la caridad misma de Dios?(119). Por último, ¿qué puede haber más eficaz que la caridad de Cristo -que la devoción al Sagrado Corazón promueve y fomenta cada día más- para estimular a los cristianos a que practiquen en su vida la perfecta observancia de la ley evangélica, sin la cual no es posible instaurar entre los hombres la paz verdadera, como claramente enseñan aquellas palabras del Espíritu Santo: Obra de la justicia será la paz?(120)

Por lo cual, siguiendo el ejemplo de nuestro inmediato antecesor, queremos recordar de nuevo a todos nuestros hijos en Cristo la exhortación que León XIII, de i. m., al expirar el siglo pasado, dirigía a todos los cristianos y a cuantos se sentían sinceramente preocupados por su propia salvación y por la salud de la sociedad civil: Ved hoy ante vuestros ojos un segundo lábaro consolador y divino: el Sacratísimo, Corazón de Jesús… que brilla con refulgente esplendor entre las llamas. En El hay que poner toda nuestra confianza; a El hay que suplicar y de El hay que esperar nuestra salvación(121).

Deseamos también vivamente que cuantos se glorían del nombre de cristianos e ,intrépidos, combaten por establecer el Reino de Jesucristo en el mundo, consideren la devoción al Corazón de Jesús como bandera y manantial de unidad, de salvación y de paz. No piense ninguno que esta devoción perjudique en nada a las otras formas de piedad con que el pueblo cristiano, bajo la dirección de la Iglesia , venera al Divino Redentor. Al contrario, una ferviente devoción al Corazón de Jesús fomentará y promoverá, sobre todo, el culto a la santísima Cruz, no menos que el amor al augustísimo Sacramento del altar. Y, en realidad, podemos afirmar -como lo ponen de relieve las revelaciones de Jesucristo mismo a Santa Gertrudis y a Santa Margarita María- que ninguno comprenderá bien a Jesucristo crucificado si no penetra en los arcanos de su Corazón. Ni será fácil entender el amor con que Jesucristo se nos dio a sí mismo por alimento espiritual si no es mediante la práctica de una especial devoción al Corazón Eucarístico de Jesús; la cual -para valemos de las palabras de nuestro predecesor, de f. m., León XIII- nos recuerda aquel acto de amor sumo con que nuestro Redentor, derramando todas las riquezas de su Corazón, a fin de prolongar su estancia con nosotros hasta la consumación de los siglos, instituyó el adorable Sacramento de la Eucaristía(122). Ciertamente, no es pequeña la parte que en la Eucaristía tuvo su Corazón, por ser tan grande el amor de su Corazón con que nos la dio(123).

Final

36. Finalmente, con el ardiente deseo de poner una firme muralla contra las impías maquinaciones de los enemigos de Dios y de la Iglesia, y también hacer que las familias y las naciones vuelvan a caminar por la senda del amor a Dios y al prójimo, no dudamos en proponer la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como escuela eficacísima de caridad divina; caridad divina en la que se ha de fundar, como en el más sólido fundamento, aquel Reino de Dios que urge establecer en las almas de los individuos, en la sociedad familiar y en las naciones, como sabiamente advirtió nuestro mismo predecesor, de p. m.: El reino de Jesucristo saca su fuerza y su hermosura de la caridad divina: su fundamento y su excelencia es amar santa y ordenadamente. De donde se sigue, necesariamente: cumplir íntegramente los propios deberes, no violar los derechos ajenos, considerar los bienes naturales como inferiores a los sobrenaturales y anteponer el amor de Dios a todas las cosas(124).

Y para que la devoción al Corazón augustísimo de Jesús produzca mas copiosos frutos de bien en la familia cristiana y aun en toda la humanidad, procuren los fieles unir a ella estrechamente la devoción al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios. Ha sido voluntad de Díos que en la obra de la Redención humana, la Santísima Virgen María estuviese inseparablemente unida con Jesucristo; tanto, que nuestra salvación es fruto de la caridad de Jesucristo y de sus padecimientos, a los cuales estaban íntimamente unidos el amor y los dolores de su Madre. Por eso, el pueblo cristiano que por medio de María ha recibido de Jesucristo la vida divina, después de haber dado al Sagrado Corazón de Jesús el debido culto, rinda también al amantísimo Corazón de su Madre celestial parecidos obsequios de piedad, de amor, de agradecimiento y de reparación. En armonía con este sapientísimo y suavísimo designio de la divina Providencia, Nos mismo, con un acto solemne, dedicamos y consagramos la santa Iglesia y el mundo entero al Inmaculado razón de la Santísima Virgen María(125).

37. Cumpliéndose felizmente este año, como indicamos antes, el primer siglo de la institución de la fiesta dc1 Sagrado Corazón de Jesús en toda la Iglesia por nuestro predecesor Pío IX, de f m., es vivo deseo nuestro, venerables hermanos, que el pueblo cristiano celebre en todas partes solemnemente este centenario con actos públicos de adoración, de acción de gracias y de reparación al Corazón divino de Jesús. Con especial fervor se celebrarán, sin duda, estas solemnes manifestaciones de alegría cristiana y de cristiana piedad -en unión de caridad y de oraciones con todos los demás fieles- en aquella nación en la cual, por designio de Dios, nació aquella santa virgen que fue promotora y heraldo infatigable de esta devoción.

Entre tanto, animados por dulce esperanza, y como gustando ya los frutos espirituales que copiosamente han de redundar -en la Iglesia- de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, con tal de que esta, como ya hemos explicado, se entienda rectamente y se practique con fervor, suplicamos a Dios quiera hacer que con el poderoso auxilio de su gracia se cumplan estos nuestros vivos deseos, a la vez que expresamos también la esperanza de que, con la divina gracia, como frutos de las solemnes conmemoraciones de este año, aumente cada vez más la devoción de los fieles al Sagrado Corazón de Jesús, y así se extienda más por todo el mundo su imperio y reino suavísimo: reino de verdad y de vida, reino de gracia, reino de justicia, de amor y de paz(126).

Como prenda de estos dones celestiales, os impartimos de todo corazón la Bendición Apostólica, tanto a vosotros personalmente, venerables hermanos, como al clero y a todos los fieles encomendados a vuestra pastoral solicitud, y especialmente a todos los que se consagran a fomentar y promover la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de mayo de 1956, año decimoctavo de nuestro pontificado.

SS. Pío XII

 

NOTAS:
1. Is12,3
2. San 1,17
3. Jn7,37,39
4. Cf.Is 12,3;Ez 47,1-12;Zac 13,1;Ex 17,1-17;Num 20,7-13; 1Cor 10,4;Ap 7,17;22,1.
5. Rom 5,5
6. 1Cor 6,17
7. Jn4,10
8. Hech 4,12.
9. Enc. Annum Sacrum, 25 mayo 1899:AL 19 (1900) 71,77-78.
10. Enc. Misserentissimus Redentor, 8 mayo 1928:AAS 30(1928)167.
11. Cf.en. Summi Pontificatus, 20oct.1939:AAS 31 (1939)415
12. Cf.AAS 32 (1940) 276;35 (1943) 170;37 (1945)263-264:40(1948)501;41(1949)331.
13. Ef3,20-21.
14. Is 12,3
15. Conc. Ephes. Can.8;cf.Mansi,Sacrorum Concilirum amplis. Collectiio,4, 1083 C; Conc. Const. II, can 9; cf. Ibid,9, 382E
16. Cf. Enc.Annum sacrum:AL 19 (1900) 76.
17. Cf. Ex 34.27-28.
18. Dt 6,4-6
19. II-II 2,7:ed. Leon. 8 (1895) 34.
20. Dt 32,11.
21. Os 11,1,3-4; 14,5-6.
22. Is 49,14-15
23. Cant 2,2; 6,2; 8,6.
24. Jn 1,14.
25. Jer 31,3;31,33-34.
26. Cf.Jn1,29;Heb9,18-28;10,1-17
27. Jn 1,16-17
28. Ibid., 21
29. Ef 3,17-19
30. Sum. Theol. 3,48,2: ed. Leon. 11 (1903)464.
31. Cf. Enc. Misserentissimus Redemptor: AAS 20 (1928) 170.
32. Ef2,4; Sum.theol. 3,46,1 ad 3:ed. Leon 11 (1903)436.
33. Ef3,18
34. Jn 4,24
35. 2Jn 7.
36. Cf.Lc1,35
37. S Leon Magno, Ep domg. Lectis dilectionis tue ad Flavianum Const. Patr. 13 jun. A. 449; cf. PL 54,763.
38. Conc Chalced. A.451; cf. Mansi, op. Cit. 7,115B.
39. S Gelasio Papa, tr.3: Necessarium, de duebus naturis in Christo; cf.A. Thiel., Rom. Pont. A S Hilaro usque ad Pelagium II, p.532.
40. Cf. S. Th., Sum.theol.3,15,4;18,6 ed Leon II 1903 189 et 237
41. Cf 1 Cor 1,23
42. Heb 2,11-14.17-18
43. Apol. 2,13;PG 6,465.
44. Ep. 261,3:PG32,972.
45. In lo. Homil. 63,2:PG 59,350.
46. De fde ad Grtianum 2,7,56:PL16,594.
47. Cf. Super Mat.26,37: PL26,205.
48. Enarr in Ps 87,3 PL 37,1111.
49. De fide orth. 3,6:PG 94,1006.
50. Ibid.,3,20:PG 94, 1081.
51. II-II 48,4: ed. Leon. 6 (1891)306.
52. Col 2,9
53. Cf. Sum. Theol. 3,9.1-3; ed. Leon. 11(1903)142
54. Cf. Ibid., 3,33,2 ad 3;46,6: ed Leon. 11 (1903)342,433.
55. Tit 3,4
56. Mt 27,50; Jn 19,30
57. Ef 2,7
58. Heb 10,5-7,10
59. Registr. Epist.4,ep.31 ad Theodorum medicum:PL 77,706.
60. Mc 8,2
61. Mt 23,37
62. Ibid.,21,13
63. Ibid.,26,39
64. Ibid.,26,50; Lc 22,48
65. Lc 23,28.31.
66. Ibid.,23,34
67. Mt27,46
68. Lc 23,43
69. Jn 19,28
70. Lc 23,46
71. Ibid.,22,15
72. Ibid.,22,19-20
73. Mal 1,11
74. De Sancta Virginitate 6:PL
75. Jn 15,13
76. 1 Jn 3,16
77. Gal 2,20
78. Cf. S. Th., Sum. Theol.3,19,1:ed. Leon. 11 (1906)329.
79. Sum theol.suppl. 42,1 ad 3: ed.Leon. 12(1906)81
80. Hymn. ad Vesp.Feti Ssmi. Cordis Iesu.
81. 3,66,3 ad 3:ed Leon. 12(1906)65
82. Ef 5.2
83. Ibid.,4,8,10.
84. Jn14,16
85. Col2,3
86. Rom 8,35.37-39
87. Ef5,25-27
88. Cf.1Jn 2.1
89. Heb 7,25
90. Ibid.,5,7.
91. Jn 3,16
92. S Buenaventura, Opusc. X Vitis Mistica 3,5:Opera Omnia; Ad Claras Aquas (Quaracchi)1898,164. Cf S.TH3,54,4:ed. Leon. 11 (1903)513
93. Rom 8,32
94. Cf. 3,48,5:ed Leon 11 (1903)467
95. Lc 12,50
96. Jn 20,28
97. Ibid.,19,37; cf. Zac 12,10.
98. Cf. Litt. Enc. Miserentissimus Redemptor: AAS 20 (1928) 167-168.
99. Cf.A Gardellini, Decreta authentica (1857) n.4579, tomo 3,174
100. Cf. Decr. S.C. Rit. Apud N. Nilles, De rationibus festorum Sacratisimi Cordis Iesu et purissrmi Cordis Marie, 5ta ed. (Innsbruck 1885). Tomo 1,167.
101. Ef 3,14,16-19
102. Tit 3,4
103. Jn 3,17
104. Ibid., 4,23-24
105. Inocencio XI, consist. Ap. Coelestis Pastor, 19 nov.1687:Bullarium Romanum (Romae 1734), tomo 8, p.443
106. II-II 81,3 ad 3:ed Leon. 9 (1897)
107. Jn 14,6
108. Ibid., 13,34; 15,12
109. Jer 31,31
110. Comment. In Evang.S. Ioann. 13, lect.7,3:ed. Parmae (1860), tomo 10,p.541
111. II-II 82,1: ed.Leon. 9 (1897)187
112. Ibid., 1,38,2:ed. Leon. 4 (1888)393
113. Mc 12,30; Mt 22,37
114. Cf. Leon XIII, enc. Annum Sacrum:AL19 (1900)71s. Decr. S C Rituum, 28 jun. 1899, in Decr. Auth.3, n. 3712. Pio XI, enc. Miserentissimus Redemptor:AAS 20 (1928)177s. Decr. SC. Rit.29 en 1929:AAS (1929)77.
115. Lc 15,22
116. Exposit. In Evang. Sec. Lucam, 10,175:PL 15,1942.
117. Cf.S Th.,Sum.theol. II-II 34,2 ed. Leon. 8(1895)274
118. Mt24,12
119. Cf. Enc. Miserentissimus Redentor: AAS 20 (1928)166.
120. Is 32,17
121. Enc. Annum Sacrum: AL 19 (1900)79. Enc. Miserentissimus Redentor: AAS 20 (1928) 167/
122. Litt.ap.quibus Archisodalitas a Corde Eucharistico Iesu ad S. Iochim de Urbe ergitur, 17 febr. 1903:AL 22 (1903)307s; cf. Enc Mirae caritatis, 22 mayo 1902: AL 22 (1903)116
123. S. Alberto M., De Eucharistia, dist. 6, tr.I: OperaOmnia ed. Borgnet, vol.38 (Parisilis 1890)p.358.
124. Enc. Tametsi: Acta Leonis 20 (1900)303
125. Cf. AAS 34 (1942)345s.
126. Ex Miss. Rom. Praef. Iesu Christi Regis.
 
 

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Miserentissimus Redemptor Carta Encíclica sobre la Expiación que Todos deben al Sagrado Corazón de Jesús

Ambrogio Damiano Achille Ratti; Desio, 1857 – Roma, 1939) Papa romano bajo cuyo pontificado (1922-1939) se dio solución a la «cuestión romana» en el Tratado de Letrán, según el cual se reconoce el Estado independiente del Vaticano y se regulan las relaciones de la Santa Sede con el entonces Reino de Italia.

El 6 de febrero de 1922, en el cónclave que siguió a la muerte de Benedicto XV, resultó elegido papa. Era un hombre de estudio, de una cultura excepcional y además estaba muy bragado en los asuntos de la curia romana.

Pío XI destacó como gran animador de las misiones y como mecenas de las ciencias en las más variadas expresiones. En el primer aspecto, unificó el movimiento misionero en torno a las Obras Misionales para la Propagación de la fe, para la Santa Infancia y para el Clero indígena; creó el Museo Misionero en el palacio de Letrán (Roma); consagró en Roma a los primeros obispos chinos y japoneses e instituyó 78 nuevas misiones en tierras de infieles.

Como mecenas de las ciencias reformó, adaptándolos a las exigencias de los tiempos, los programas de seminarios y universidades católicos, con la constitución apostólica «Deus scientiarum Dominus» (1931); fundó el Instituto Pontificio de Arqueología Cristiana; instaló una emisora de radiodifusión en el Vaticano, que él mismo inauguró el 12 de febrero de 1931 con su mensaje «Qui arcana Dei»; fundó la Academia Pontificia de las Ciencias, con 70 miembros escogidos de entre los más ilustres científicos del mundo.
Hondamente preocupado por el imparable ascenso del nacionalsocialismo de Hitler, consintió en establecer con él un concordato en 1933, concordato que el Führer no respetó ni siquiera en sus principios. Las relaciones estaban ya rotas cuando Hitler visitó a Mussolini en Roma (mayo de 1938) y se abstuvo de visitar el Vaticano. Angustiado por el terrible huracán que veía impotente cernirse sobre Europa, Pío XI ofreció su vida a Dios «por la paz y la prosperidad de los pueblos», y murió justo antes de que estallara la II Guerra Mundial.

 

CARTA ENCÍCLICA DE PÍO XI (8-V-1928)

Aparición de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque

1. Nuestro Misericordiosísimo Redentor, después de conquistar la salvación del linaje humano en el madero de la Cruz y antes de su ascensión al Padre desde este mundo, dijo a sus apóstoles y discípulos, acongojados de su partida, para consolarles: «Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Voz dulcísima, prenda de toda esperanza y seguridad; esta voz, venerables hermanos, viene a la memoria fácilmente cuantas veces contemplamos desde esta elevada cumbre la universal familia de los hombres, de tantos males y miserias trabajada, y aun la Iglesia, de tantas impugnaciones sin tregua y de tantas asechanzas oprimida.

Esta divina promesa, así como en un principio levantó los ánimos abatidos de los apóstoles, y levantados los encendió e inflamó para esparcir la semilla de la doctrina evangélica en todo el mundo, así después alentó a la Iglesia a la victoria sobre las puertas del infierno. Ciertamente en todo tiempo estuvo presente a su Iglesia nuestro Señor Jesucristo; pero lo estuvo con especial auxilio y protección cuantas veces se vio cercada de más graves peligros y molestias, para suministrarle los remedios convenientes a la condición de los tiempos y las cosas, con aquella divina Sabiduría que «toca de extremo a extremo con fortaleza y todo lo dispone con suavidad» (Sal 8,1). Pero «no se encogió la mano del Señor» (Is 59, 1) en los tiempos más cercanos; especialmente cuando se introdujo y se difundió ampliamente aquel error del cual era de temer que en cierto modo secara las fuentes de la vida cristiana para los hombres, alejándolos del amor y del trato con Dios.

Mas como algunos del pueblo tal vez desconocen todavía, y otros desdeñan, aquellas quejas del amantísimo Jesús al aparecerse a Santa Margarita María de Alacoque, y lo que manifestó esperar y querer a los hombres, en provecho de ellos, plácenos, venerables hermanos, deciros algo acerca de la honesta satisfacción a que estamos obligados respecto al Corazón Santísimo de Jesús; con el designio de que lo que os comuniquemos cada uno de vosotros lo enseñe a su grey y la excite a practicarlo.

2. Entre todos los testimonios de la infinita benignidad de nuestro Redentor resplandece singularmente el hecho de que, cuando la caridad de los fieles se entibiaba, la caridad de Dios se presentaba para ser honrada con culto especial, y los tesoros de su bondad se descubrieron por aquella forma de devoción con que damos culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia» (Col 2, 3).

Pues, así como en otro tiempo quiso Dios que a los ojos del humano linaje que salía del arca de Noé resplandeciera como signo de pacto de amistad «el arco que aparece en las nubes» (Gén 2, 14), así en los turbulentísimos tiempos de la moderna edad, serpeando la herejía jansenista, la más astuta de todas, enemiga del amor de Dios y de la piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como padre cuanto temérsele como implacable juez, el benignísimo Jesús mostró su corazón como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes, asegurando cierta la victoria en el combate. A este propósito, nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, en su encíclica Annum Sacrum, admirando la oportunidad del culto al Sacratísimo Corazón de Jesús, no vaciló en escribir: «Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, sufría la opresión del yugo de los Césares, la Cruz, aparecida en la altura a un joven emperador, fue simultáneamente signo y causa de la amplísima victoria lograda inmediatamente. Otro signo se ofrece hoy a nuestros ojos, faustísimo y divinísimo: el Sacratísimo Corazón de Jesús con la Cruz superpuesta, resplandeciendo entre llamas, con espléndido candor. En El han de colocarse todas las esperanzas; en El han de buscar y esperar la salvación de los hombres».

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús

3. Y con razón, venerables hermanos; pues en este faustísimo signo y en esta forma de devoción consiguiente, ¿no es verdad que se contiene la suma de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, como que más expeditamente conduce los ánimos a conocer íntimamente a Cristo Señor Nuestro, y los impulsa a amarlo más vehementemente, y a imitarlo con más eficacia? Nadie extrañe, pues, que nuestros predecesores incesantemente vindicaran esta probadísima devoción de las recriminaciones de los calumniadores y que la ensalzaran con sumos elogios y solícitamente la fomentaran, conforme a las circunstancias.

Así, con la gracia de Dios, la devoción de los fieles al Sacratísimo Corazón de Jesús ha ido de día en día creciendo; de aquí aquellas piadosas asociaciones, que por todas partes se multiplican, para promover el culto al Corazón divino; de aquí la costumbre, hoy ya extendida por todas partes, de comulgar el primer viernes de cada mes, conforme al deseo de Cristo Jesús.

La consagración

4. Mas, entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eter
na bondad de Dios. Después que nuestro Salvador, movido más que por su propio derecho, por su inmensa caridad para nosotros, enseñó a la inocentísima discípula de su Corazón, Santa Margarita María, cuánto deseaba que los hombres le rindiesen este tributo de devoción, ella fue, con su maestro espiritual, el P. Claudio de la Colombière, la primera en rendirlo. Siguieron, andando el tiempo, los individuos particulares, después las familias privadas y las asociaciones y, finalmente, los magistrados, las ciudades y los reinos.

Mas, como en el siglo precedente y en el nuestro, por las maquinaciones de los impíos, se llegó a despreciar el imperio de Cristo nuestro Señor y a declarar públicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta hubo asambleas que gritaban: «No queremos que reine sobre nosotros» (Lc 19, 14), por esta consagración que decíamos, la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús prorrumpía unánime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: «Es necesario que Cristo reine (1 Cor 15, 25). Venga su reino». De lo cual fue consecuencia feliz que todo el género humano, que por nativo derecho posee Jesucristo, único en quien todas las cosas se restauran (Ef 1, 10), al empezar este siglo, se consagra al Sacratísimo Corazón, por nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, aplaudiendo el orbe cristiano.

Comienzos tan faustos y agradables, Nos, como ya dijimos en nuestra encíclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las preces reiteradas y numerosas de obispos y fieles, con el favor de Dios completamos y perfeccionamos, cuando, al término del año jubilar, instituimos la fiesta de Cristo Rey y su solemne celebración en todo el orbe cristiano.

Cuando eso hicimos, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey. Por esto ordenábamos también que en el día de esta fiesta se renovase todos los años aquella consagración para conseguir más cierta y abundantemente sus frutos y para unir a los pueblos todos con el vínculo de la caridad cristiana y la conciliación de la paz en el Corazón de Cristo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan.

La expiación o reparación

5. A estos deberes, especialmente a la consagración, tan fructífera y confirmada en la fiesta de Cristo Rey, necesario es añadir otro deber, del que un poco más por extenso queremos, venerables hermanos, hablaros en las presentes letras; nos referimos al deber de tributar al Sacratísimo Corazón de Jesús aquella satisfacción honesta que llaman reparación.

Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación.

Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y «saturado de oprobio» y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo.

Pecadores como somos todos, abrumados de muchas culpas, no hemos de limitarnos a honrar a nuestro Dios con sólo aquel culto con que adoramos y damos los obsequios debidos a su Majestad suprema, o reconocemos suplicantes su absoluto dominio, o alabamos con acciones de gracias su largueza infinita; sino que, además de esto, es necesario satisfacer a Dios, juez justísimo, «por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias». A la consagración, pues, con que nos ofrecemos a Dios, con aquella santidad y firmeza que, como dice el Angélico, son propias de la consagración, ha de añadirse la expiación con que totalmente se extingan los pecados, no sea que la santidad de la divina justicia rechace nuestra indignidad impudente, y repulse nuestra ofrenda, siéndole ingrata, en vez de aceptarla como agradable.

Este deber de expiación a todo el género humano incumbe, pues, como sabemos por la fe cristiana, después de la caída miserable de Adán el género humano, inficionado de la culpa hereditaria, sujeto a las concupiscencias y míseramente depravado, había merecido ser arrojado a la ruina sempiterna. Soberbios filósofos de nuestros tiempos, siguiendo el antiguo error de Pelagio, esto niegan blasonando de cierta virtud innata en la naturaleza humana, que por sus propias fuerzas continuamente progresa a perfecciones cada vez más altas; pero estas inyecciones del orgullo rechaza el Apóstol cuando nos advierte que «éramos por naturaleza hijos de ira» (Ef 2, 3).

En efecto, ya desde el principio los hombres en cierto modo reconocieron el deber de aquella común expiación y comenzaron a practicarlo guiados por cierto natural sentido, ofreciendo a Dios sacrificios, aun públicos, para aplacar su justicia.

Expiación de Cristo

6. Pero ninguna fuerza creada era suficiente para expiar los crímenes de los hombres si el Hijo de Dios no hubiese tomado la humana naturaleza para repararla. Así lo anunció el mismo Salvador de los hombres por los labios del sagrado Salmista: «Hostia y oblación no quisiste; mas me apropiaste cuerpo. Holocaustos por el pecado no te agradaron; entonces dije: heme aquí» (Heb 10, 5. 7). Y «ciertamente El llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; herido fue por nuestras iniquidades» (Is 53, 4-5); y «llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 Pe 2, 24); «borrando la cédula del decreto que nos era contrario, quitándole de en medio y enclavándole en la cruz» (Col 2, 14) «para que muertos al pecado, vivamos a la justicia» (1 Pe 2, 24).

Expiación nuestra, sacerdotes en Cristo

7. Mas, aunque la copiosa redención de Cristo sobreabundantemente «perdonó nuestros pecados» (Col 2, 13); pero, por aquella admirable disposición de la divina Sabiduría, según la cual ha de completarse en nuestra carne lo que falta en la pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia (Col 1, 24), aun a las oraciones y satisfacciones «que Cristo ofreció a Dios en nombre de los pecadores» podemos y debemos añadir también las nuestras.

8. Necesario es no olvidar nunca que toda la fuerza de la expiación pende únicamente del cruento sacrificio de Cristo, que por modo incruento se renueva sin interrupción en nuestros altares; pues, ciertamente, «una y la misma es la Hostia, el mismo es el que ahora se ofrece mediante el ministerio de los sacerdotes que el que antes se ofreció en la cruz; sólo es diverso el modo de ofrecerse»; por lo cual debe unirse con este augustísimo sacrificio eucarístico la inmolación de los ministros y de los otros fieles para que también se ofrezcan como «hostias vivas, santas, agradables a Dios» (Rom 12, 1). Así, no duda afirmar San Cipriano «que el sacrificio del Señor no se celebra con la santificación debida si no corresponde a la pasión nuestra oblación y sacrificio».

Por ello nos amonesta el Apóstol que, «llevando en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús» (2 Cor 4, 10), y con Cristo sepultados y plantados, no sólo a semejanza de su muerte crucifiquemos nuestra carne con sus vicios y concupiscencias (Cf. Gál 5, 24), «huyendo de lo que en el mundo es corrupción de concupiscencia» (2 Pe 1, 4), sino que «en nuestros cuerpos se manifieste la vida de Jesús» (2 Cor 4,
10), y, hechos partícipes de su eterno sacerdocio, «ofrezcamos dones y sacrificios por los pecados» (Heb 5, 1).

Ni solamente gozan de la participación de este misterioso sacerdocio y de este deber de satisfacer y sacrificar aquellos de quienes nuestro Señor Jesucristo se sirve para ofrecer a Dios la oblación inmaculada desde el oriente hasta el ocaso en todo lugar (Mal 1-2), sino que toda la grey cristiana, llamada con razón por el Príncipe de los Apóstoles «linaje escogido, real sacerdocio» (1 Pe 2, 9), debe ofrecer por sí y por todo el género humano sacrificios por los pecados, casi de la propia manera que todo sacerdote y pontífice «tomado entre los hombres, a favor de los hombres es constituido en lo que toca a Dios» (Heb 5, 1).

Y cuanto más perfectamente respondan al sacrificio del Señor nuestra oblación y sacrificio, que es inmolar nuestro amor propio y nuestras concupiscencias y crucificar nuestra carne con aquella crucifixión mística de que habla el Apóstol, tantos más abundantes frutos de propiciación y de expiación para nosotros y para los demás percibiremos. Hay una relación maravillosa de los fieles con Cristo, semejante a la que hay entre la cabeza y los demás miembros del cuerpo, y asimismo una misteriosa comunión de los santos, que por la fe católica profesamos, por donde los individuos y los pueblos no sólo se unen entre sí, mas también con Jesucristo, que es la cabeza;.«del cual, todo el cuerpo compuesto y bien ligado por todas las junturas, según la operación proporcionada de cada miembro, recibe aumento propio, edificándose en amor» (Ef 4, 15-16). Lo cual el mismo Mediador de Dios y de los hombres, Jesucristo, próximo a la muerte, lo pidió al Padre: «Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad»(Jn 17, 23).

Así, pues, como la consagración profesa y afirma la unión con Cristo, así la expiación da principio a esta unión borrando las culpas, la perfecciona participando de sus padecimientos y la consuma ofreciendo sacrificios por los hermanos. Tal fue, ciertamente, el designio del misericordioso Jesús cuando quiso descubrirnos su Corazón con los emblemas de su pasión y echando de sí llamas de caridad: que mirando de una parte la malicia infinita del pecado, y, admirando de otra la infinita caridad del Redentor, más vehementemente detestásemos el pecado y más ardientemente correspondiésemos a su caridad.

Comunión Reparadora y Hora Santa

9. Y ciertamente en el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de expiación y reparación; ni hay nada más conforme con el origen, índole, virtud y prácticas propias de esta devoción, como la historia y la tradición, la sagrada liturgia y las actas de los Santos Pontífices confirman.

Cuando Jesucristo se aparece a Santa Margarita María, predicándole la infinitud de su caridad, juntamente, como apenado, se queja de tantas injurias como recibe de los hombres por estas palabras que habían de grabarse en las almas piadosas de manera que jamás se olvidarán: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios los ha colmado, y que en pago a su amor infinito no halla gratitud alguna, sino ultrajes, a veces aun de aquellos que están obligados a amarle con especial amor». Para reparar estas y otras culpas recomendó entre otras cosas que los hombres comulgaran con ánimo de expiar, que es lo que llaman Comunión Reparadora, y las súplicas y preces durante una hora, que propiamente se llama la Hora Santa; ejercicios de piedad que la Iglesia no sólo aprobó, sino que enriqueció con copiosos favores espirituales.

Consolar a Cristo

10. Mas ¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín: «Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo».

Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo trabajando, doliente, sufriendo durísimas penas «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», tristeza, angustias, oprobios, «quebrantado por nuestras culpas» (Is 53, 5) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual tanto más hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los pecados de los hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el Hijo de Dios se entregase a la muerte; y aun ahora esta misma muerte, con sus mismos dolores y tristezas, de nuevo le infieren, ya que cada pecado renueva a su modo la pasión del Señor, conforme a lo del Apóstol: «Nuevamente crucifican al Hijo de Dios y le exponen a vituperio» (Is 5). Que si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (Lc 22, 43) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada liturgia, el mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué quien me consolara y no lo hallé» (Sal 68, 21).

La pasión de Cristo en su Cuerpo, la Iglesia

11. Añádase que la pasión expiadora de Cristo se renueva y en cierto modo se continúa y se completa en el Cuerpo místico, que es la Iglesia. Pues sirviéndonos de otras palabras de San Agustín: «Cristo padeció cuanto debió padecer; nada falta a la medida de su pasión. Completa está la pasión, pero en la cabeza; faltaban todavía las pasiones de Cristo en el cuerpo». Nuestro Señor se dignó declarar esto mismo cuando, apareciéndose a Saulo, «que respiraba amenazas y muerte contra los discípulos» (Hch 9, 11), le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 5); significando claramente que en las persecuciones contra la Iglesia es a la Cabeza divina de la Iglesia a quien se veja e impugna. Con razón, pues, Jesucristo, que todavía en su Cuerpo místico padece, desea tenernos por socios en la expiación, y esto pide con El nuestra propia necesidad; porque siendo como somos «cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte miembro» (1 Cor 12, 27), necesario es que lo que padezca la cabeza lo padezcan con ella los miembros (1 Cor 12, 27).

Necesidad actual de expiación por tantos pecados

12. Cuánta sea, especialmente en nuestros tiempos, la necesidad de esta expiación y reparación, no se le ocultará a quien vea y contemple este mundo, como dijimos, «en poder del malo» (Jn 5, 19). De todas partes sube a Nos clamor de pueblos que gimen, cuyos príncipes o rectores se congregaron y confabularon a una contra el Señor y su Iglesia (2 Pe 2, 2). Por esas regiones vemos atropellados todos los derechos divinos y humanos; derribados y destruidos los templos, los religiosos y religiosas expulsados de sus casas, afligidos con ultrajes, tormentos, cárceles y hambre; multitudes de niños y niñas arrancados del seno de la Madre Iglesia, e inducidos a renegar y blasfemar de Jesucristo y a los más horrendos crímenes de la lujuria; todo el pueblo cristiano duramente amenazado y oprimido, puesto en el trance de apostatar de la fe o de padecer muerte crudelísima. Todo lo cual es tan triste que por estos acontecimientos parecen manifestarse «los principios de aquellos dolores» que habían de preceder «al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora» (2 Tes 2, 4).

Y aún es más triste, venerables hermanos, que entre los mismos fieles, lavados en el bautismo con la sangre de
l Cordero inmaculado y enriquecidos con la gracia, haya tantos hombres, de todo orden o clase, que con increíble ignorancia de las cosas divinas, inficionados de doctrinas falsas, viven vida llena de vicios, lejos de la casa del Padre; vida no iluminada por la luz de la fe, ni alentada de la esperanza en la felicidad futura, ni caldeada y fomentada por el calor de la caridad, de manera que verdaderamente parecen sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte. Cunde además entre los fieles la incuria de la eclesiástica disciplina y de aquellas antiguas instituciones en que toda la vida cristiana se funda y con que se rige la sociedad doméstica y se defiende la santidad del matrimonio; menospreciada totalmente o depravada con muelles halagos la educación de los niños, aún negada a la Iglesia la facultad de educar a la juventud cristiana; el olvido deplorable del pudor cristiano en la vida y principalmente en el vestido de la mujer; la codicia desenfrenada de las cosas perecederas, el ansia desapoderada de aura popular; la difamación de la autoridad legítima, y, finalmente, el menosprecio de la palabra de Dios, con que la fe se destruye o se pone al borde de la ruina.

Forman el cúmulo de estos males la pereza y la necedad de los que, durmiendo o huyendo como los discípulos, vacilantes en la fe míseramente desamparan a Cristo, oprimido de angustias o rodeado de los satélites de Satanás; no menos que la perfidia de los que, a imitación del traidor Judas, o temeraria o sacrílegamente comulgan o se pasan a los campamentos enemigos. Y así aun involuntariamente se ofrece la idea de que se acercan los tiempos vaticinados por nuestro Señor: «Y porque abundó la iniquidad, se enfrió la caridad de muchos» (Mt 24, 12).

El ansia ardiente de expiar

13. Cuantos fieles mediten piadosamente todo esto, no podrán menos de sentir, encendidos en amor a Cristo apenado, el ansia ardiente de expiar sus culpas y las de los demás; de reparar el honor de Cristo, de acudir a la salud eterna de las almas. Las palabras del Apóstol: «Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia» (Rom 5, 20), de alguna manera se acomodan también para describir nuestros tiempos; pues si bien la perversidad de los hombres sobre manera crece, maravillosamente crece también, inspirando el Espíritu Santo, el número de los fieles de uno y otro sexo, que con resuelto ánimo procuran satisfacer al Corazón divino por todas las ofensas que se le hacen, y aun no dudan ofrecerse a Cristo como víctimas.

Quien con amor medite cuanto hemos dicho y en lo profundo del corazón lo grabe, no podrá menos de aborrecer y de abstenerse de todo pecado como de sumo mal; se entregará a la voluntad divina y se afanará por reparar el ofendido honor de la divina Majestad, ya orando asiduamente, ya sufriendo pacientemente las mortificaciones voluntarias, y las aflicciones que sobrevinieren, ya, en fin, ordenando a la expiación toda su vida.

Aquí tienen su origen muchas familias religiosas de varones y mujeres que, con celo ferviente y como ambicioso de servir, se proponen hacer día y noche las veces del Ángel que consoló a Jesús en el Huerto; de aquí las piadosas asociaciones asimismo aprobadas por la Sede Apostólica y enriquecidas con indulgencias, que hacen suyo también este oficio de la expiación con ejercicios convenientes de piedad y de virtudes; de aquí finalmente los frecuentes y solemnes actos de desagravio encaminados a reparar el honor divino, no sólo por los fieles particulares, sino también por las parroquias, las diócesis y ciudades.

LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS
Causa de muchos bienes

14. Pues bien: venerables hermanos, así como la devoción de la consagración, en sus comienzos humilde, extendida después, empieza a tener su deseado esplendor con nuestra confirmación, así la devoción de la expiación o reparación, desde un principio santamente introducida y santamente propagada. Nos deseamos mucho que, más firmemente sancionada por nuestra autoridad apostólica, más solemnemente se practique por todo el universo católico. A este fin disponemos y mandamos que cada año en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús –fiesta que con esta ocasión ordenamos se eleve al grado litúrgico de doble de primera clase con octava– en todos los templos del mundo se rece solemnemente el acto de reparación al Sacratísimo Corazón de Jesús, cuya oración ponemos al pie de esta carta para que se reparen nuestras culpas y se resarzan los derechos violados de Cristo, Sumo Rey y amantísimo Señor.

No es de dudar, venerables hermanos, sino que de esta devoción santamente establecida y mandada a toda la Iglesia, muchos y preclaros bienes sobrevendrán no sólo a los individuos, sino a la sociedad sagrada, a la civil y a la doméstica, ya que nuestro mismo Redentor prometió a Santa Margarita María «que todos aquellos que con esta devoción honraran su Corazón, serían colmados con gracias celestiales».

Los pecadores, ciertamente, «viendo al que traspasaron» (Jn 19, 37), y conmovidos por los gemidos y llantos de toda la Iglesia, doliéndose de las injurias inferidas al Sumo Rey, «volverán a su corazón» (Is 46, 8); no sea que obcecados e impenitentes en sus culpas, cuando vieren a Aquel a quien hirieron «venir en las nubes del cielo» (Mt 26, 64), tarde y en vano lloren sobre El (Cf. Ap 1, 7).

Los justos más y más se justificarán y se santificarán, y con nuevos fervores se entregarán al servicio de su Rey, a quien miran tan menospreciado y combatido y con tantas contumelias ultrajado; pero especialmente se sentirán enardecidos para trabajar por la salvación de las almas, penetrados de aquella queja de la divina Víctima: «¿Qué utilidad en mi sangre?» (Sal 19, 10); y de aquel gozo que recibirá el Corazón sacratísimo de Jesús «por un solo pecador que hiciere penitencia» (Lc 15, 4).

Especialmente anhelamos y esperamos que aquella justicia de Dios, que por diez justos, movido a misericordia, perdonó a los de Sodoma, mucho más perdonará a todos los hombres, suplicantemente invocada y felizmente aplacada por toda la comunidad de los fieles unidos con Cristo, su Mediador y Cabeza.

La Virgen Reparadora

15. Plazcan, finalmente, a la benignísima Virgen Madre de Dios nuestros deseos y esfuerzos; que cuando nos dio al Redentor, cuando lo alimentaba cuando al pie de la cruz lo ofreció como hostia, por su unión misteriosa con Cristo y singular privilegio de su gracia fue, como se la llama piadosamente, reparadora. Nos, confiados en su intercesión con Cristo, que siendo el «único Mediador entre Dios y los hombres» (Tim 2, 3), quiso asociarse a su Madre como abogada de los pecadores, dispensadora de la gracia y mediadora, amantísimamente os damos como prenda de los dones celestiales de nuestra paternal benevolencia, a vosotros, venerables hermanos, y a toda la grey confiada a vuestro cuidado, la bendición apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, día 8 de mayo de 1928, séptimo de nuestro pontificado.

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A Santa María Margarita de Alacoque DEVOCIONES Y ORACIONES

Novena a Santa María Margarita de Alacoque

La Novena comienza el 7 de octubre y la fiesta se celebra el 16 de octubre.

ORACIONES PREPARATORIAS PARA TODOS LOS DÍAS

Acto de contrición. ¡Oh Señor! a quien ingrato he ofendido, y misericordioso habéis dilatado el castigo que merecían tantas culpas, poned el colmo a tantas bondades: lavad mi alma con la sangre y agua preciosísimas que brotan de vuestro Costado; borrad esas manchas que la afean y ofenden vuestra mirada amorosa. Las lloro con todo mi corazón, y más quisiera haber muerto en la lucha por conservar vuestro amor y vuestra gracia, que haberos ofendido. Perdonadme, Jesús mío, lavadme y quedaré más blanco que la nieve; cread en mí un corazón nuevo y será todo para Vos. Así sea.

Oración. Adorable Trinidad, os damos gracias por todos los favores con que os dignasteis enriquecer a vuestra sierva la Bienaventurada Margarita María, y por intercesión de la misma os pedimos las gracias que deseamos conseguir en esta Novena.

Padre Eterno, yo os ofrezco el Corazón de Jesús, vuestro Hijo muy amado, como se os ofrece El mismo en sacrificio. Recibid por mí esta ofrenda juntamente con todos los deseos, sentimientos, afectos, movimientos de ese Corazón Sagrado. Son todos míos, puesto que se inmola por mí, y no deseo tener en adelante más deseos que los suyos. Recibidlos en satisfacción de mis pecados y en acción de gracias por todos vuestros beneficios. Recibidlos para que por su méritos nos concedáis a todos las gracias que necesitamos durante la vida y especialmente la gracia de la perseverancia final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y de alabanza que ofrecemos a vuestra divina Majestad, porque solo por el Corazón de Jesús sois honrado y glorificado dignamente. Amén.

Rezar un Credo al Sagrado Corazón por la conversión de los pecadores.

A continuación rezar la oración del día que corresponda:

ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS

Padrenuestro, Avemaría y gloria.
Pedir aquí la gracia que se desea obtener con la novena.

Ruega por nosotros Santa Margarita María, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración. Oh Dios que por una bondad inefable quisisteis manifestar a los hombres los inmensos bienes que en tiempo y eternidad conseguirán por la devoción al Corazón de Jesucristo vuestro Divino Hijo, y os valisteis de vuestra sierva Santa Margarita María para darlo a conocer; os suplico me concedáis por su intercesión que yo la practique amando y desagraviando al Corazón Divino, para que, sirviéndoos fielmente durante mi vida, logre poseeros en la bienaventuranza, donde vivís y reináis con el Hijo y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

DÍA PRIMERO

¡Oh Bienaventurada Margarita María, que al solo nombre de pecado quedabas traspasada del más profundo dolor! consígueme a mí y a todos los pecadores un grande aborrecimiento al pecado y la gracia de no contristar ya jamás al Corazón amabilísimo de Jesús con mis infidelidades; y lo que deseo en esta Novena, si es para gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

DÍA SEGUNDO

¡Oh Bienaventurada Margarita María, que tanto agradaste al Corazón dulcísimo de Jesús por tu sincerísima humildad! Impétrame la gracia de imitarte y la de grabar profundamente en mi corazón estas palabras del divino Maestro: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y la gracia que pido en esta Novena, si es para la gloria de Dios y bien de mí alma. Amén.

DÍA TERCERO

¡Oh Bienaventurada Margarita María, que no tenías mayor consuelo ni deseabas nada con más ansia, que sufrir mucho por Jesucristo! Ayuda mi flaqueza y alcánzame la gracia de soportar con paciencia, y aún con alegría, las tribulaciones y adversidades que Dios quiera enviarme, y la gracia que deseo, si es para su gloria y bien de mi alma. Amén.

DÍA CUARTO

¡Oh Bienaventurada Margarita María, que fuiste una víctima de obediencia a tu celestial Esposo y a tus Superiores! consígueme que yo triunfe de mi orgullo, y obedezca dócilmente a la Santa Iglesia y a todos los que tengan para mí el lugar de Dios. Amén.

DÍA QUINTO

¡Oh Bienaventurada Margarita Maria, elegida entre millares para ser el Apóstol de la devoción al Sagrado Corazón! alcánzame un amor grande a este Corazón Divino, de modo que pueda experimentar los frutos de tan saludable devoción, y la gracia que te pido en esta Novena, si es para gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

DÍA SEXTO

¡Oh Bienaventurada Margarita María, que dejaste escrito: «la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, no es solo una devoción de oraciones, sino principalmente una de devoción de perfecta imitación», impétrame la gracia de imitar las virtudes de este Corazón divino, y especialmente su dulzura, su humildad y su ardentísima caridad. Amén.

DÍA SÉPTIMO

¡Oh Bienaventurada Margarita María, que por tus virtudes mereciste el privilegio de tener a Dios siempre íntimamente presente y la de hacer tu morada en el Corazón de Jesús! ¡Ah! despréndeme, por tu intercesión, de todo afecto al mundo y a mí mismo, de modo que no obre sino en la presencia de Dios y en unión con el Corazón Sagrado de Jesús; y lo que deseo conseguir en esta novena, si es para su gloria y bien de mi alma. Amén.

DÍA OCTAVO

¡Oh Bienaventurada Margarita María, que por tu fidelidad a la gracia llegaste a la más alta y heroica santidad! Compadécete de mi inconstancia y consígueme que yo comprenda bien que, de ser fiel y dócil a la gracia, depende mí santificación y mi felicidad eterna. Alcánzame también lo que tanto deseo si es para gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

DÍA NOVENO

¡Oh Bienaventurada Margarita María, que hallabas tus delicias en la oración, y particularmente en la adoración del Santísimo Sacramento! alcánzame una sólida y constante devoción a este augustísimo Misterio, a fin de que sea mi único consuelo en la vida, y mi dulcísimo refugio en el momento de la muerte. Consígueme también la gracia que te pido en esta Novena, si es para gloría de Dios y bien de mi alma. Amén.

Oración para el último día de la novena. ¡Oh Santa Margarita María, que por una especial predilección fuisteis escogida de Dios para propagar la devoción y culto del Sacratísimo Corazón de su Hijo Santísimo! Por el encendido amor que os infundió el Espíritu Santo hacia el Divino Corazón de Jesús, por las grandes contradicciones y trabajos que sufristeis en llevar a cabo vuestra empresa, por los méritos eminentes y corona inmortal con que os halláis dichosamente adornada en la gloria, os suplico me alcancéis del Señor un amor ardiente, tierno y constante al Sagrado Corazón de Jesús, y que a imitación vuestra se haga mi corazón semejante al suyo; y que recibiendo copiosamente sus influencias, me consagre del todo a su amor y servicio y viva sólo para El, y muera en el seno de su amor, a fin de que mi alma pase a glorificarle eternamente en el cielo en vuestra compañía. Amén.

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Sucesos TESTIMONIOS Y MILAGROS

Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús

Estatua del Sagrado Corazón del monumento

El día 14 de mayo de 1733, en la iglesia de San Ambrosio, de la ciudad de Valladolid, el Sagrado Corazón hizo al jesuita Padre Bernardo de Hoyos, la tan conocida Gran Promesa: “Reinaré en España -le dijo- y con más veneración que en otras partes”. Y el P. Hoyos manifestó a uno de los primeros apóstoles de la devoción al Sagrado Corazón en España lo siguiente: “Si se echa tarde la semilla de esta devoción, no importa. Aunque España comience la última en su carrera, podrá su alentado fervor alcanzar y, por ventura, pasar con el favor divino a los primeros”. Y completaba su profecía, diciendo: “Espero que se ha de introducir, qué digo introducir, que se ha de entronizar en España el Corazón adorable de Jesús”.

Y cuando en el plan de la Divina Providencia llegó el día de levantar el trono desde el cual el Corazón de Jesús, en cumplimiento de su promesa, había de reinar sobre España y elegir el lugar para entronizar en la Nación su sagrada imagen, la elección recayó sobre el Cerro de los Ángeles, en Getafe y a 13 kilómetros de Madrid, capital.

La idea partió de don Francisco Belda y Pérez de Nueros, quien en una carta abierta con fecha 13 de junio de 1900 dirigida al director de la revista “La Semana Católica”, de Madrid, y que fue publicada en el número 17 del mismo mes y año, proponía la elección de dicho lugar para el emplazamiento del Monumento Nacional al Sagrado Corazón de Jesús y a la Inmaculada, delante de la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles. La iniciativa estaba lanzada, pero su plan, sin duda, por las circunstancias adversas de entonces, quedó como desterrado y casi condenado al olvido.

El Monumento al Sagrado Corazón

Dos lustros más tarde, el solemne Congreso Eucarístico de Madrid en el año 1911, con aquel inesperado final de la consagración de España, con texto del P. Postíus, en el salón del trono de palacio y ante los Reyes, dio nuevo impulso al deseo de levantar, pese a que ya se estaba  construyendo el Tibidabo en Barcelona, un Templo Nacional consagrado al Corazón de Jesús en Madrid. La idea prendió con fuerza y entusiasmo en la “Unión de Damas Españolas” junto con la infanta María Teresa y el Obispo de Madrid-Alcalá D. José María Salvador y Barrera, quienes apadrinaban la idea de dedicar la catedral de la Almudena, -en obras-, como  dicho Templo Nacional, ratificando la consagración efectuada pocos días antes en el Palacio Real. Por lo que en la cripta de la Almudena, con nueva fórmula del P. Oliver Copóns, volvió a repetirse la ofrenda de España, de sus instituciones, de sus leyes, de sus hogares y de sus habitantes al Corazón de Jesús, logrando así establecer un nexo entre la consagración nacional y el templo nacional, imitando el ejemplo parisino de Monmartre.

Pero, poco después, sería otro seglar, don Ramón García Rodrigo de Nocedal, fervoroso miembro de la Adoración Nocturna y terciario franciscano de la iglesia de San Fermín de los Navarros quien daría el empujón definitivo a la propuesta primera de D. Francisco Belda, para la erección del Monumento al Sagrado Corazón en Madrid. Él también, desconociendo la iniciativa de éste, eligió el Cerro de los Ángeles por estas razones: por estar situado en el centro geográfico de España, significando también el deseo de que el Sagrado Corazón ocupara el centro de la vida del país y por estar próximo a la Corte, centro oficial de la Nación. Y esta idea se la transmitió al peruano Mateo Crawley, religioso de los Sagrados Corazones, y al ya santo jesuita P. José María Rubio, entonces director de las “Marías de los Sagrarios” de Madrid.

Desde 1914, el Padre Crawley había establecido su obra de entronizaciones en Madrid con el placet del Primado, Cardenal Guisasola, creando el “Secretariado Central de Entronizaciones” como una sección de la “Unión de Damas Españolas”, cuya presidencia la ostentaba doña María de la Natividad Quindos de Tejada y Villarroel, Duquesa de la Conquista, y quien tenía por director espiritual al P. José de Calasanz Baradat. Y ante el ingente número de entronizaciones en los hogares se comenzó a hablar también de realizar una entronización solemne y nacional del Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Los padres Crawley, Baradat y Rubio junto con las “Damas Españolas” se dedicaron por su cuenta a promover la iniciativa de los señores Belda y Rodrigo de Nocedal.

En ese mismo año de 1914, tuvo lugar otro hecho de importancia corazonista: se inició el proceso de beatificación del P. Bernardo de Hoyos.

El cerro de los Angeles con el Monumento

El 30 de junio de 1916, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, fue colocada la primera piedra del monumento por el obispo de Madrid-Alcalá Mons. Salvador y Barrera, acompañado de una amplia representación de sus promotores, autoridades civiles y militares, clérigos  y de numeroso público, según consta en acta. Y en agosto de ese mismo año, el papa Benedicto XV concedía indulgencias a todos aquellos que  ayudasen en la construcción.

El costo de la obra fue sufragada por suscripción popular. Miles de personas, desde el propio Papa, la Familia Real, los Cardenales, Arzobispos y Obispos, el Protectorado Español de Marruecos, América… hasta gente de todas las clases sociales, contribuyeron ilusionada y generosamente a la recaudación de fondos para la construcción del Monumento. Se recaudó más de medio millón de pesetas y el sobrante se le entregó al Obispo de Madrid-Alcalá para fines determinados. La estatua del Corazón de Jesús fue costeada, con una aportación de 50.000 pesetas, por el señor Conde de Guaquí, paisano del P. Mateo y embajador del Perú en el Vaticano, quien, en carta particular, expresaba su propósito con estas palabras: “Es mi intención, ciertamente, honrar al Sagrado Corazón. Pero también manifestar así muy solemnemente la gratitud del Perú a aquella España católica que nos civilizó con la fe de Cristo y la moral del Evangelio”.

El proyecto les fue encomendado al arquitecto Carlos Maura y Nadal y al escultor Aniceto Marinas. Las dimensiones del Monumento eran 28 metros de altura, por 31,50 de ancho y 16 de fondo.

La imagen de Jesús medía 9 metros, constaba de 45 piezas, y para labrarla se precisaron 37 metros cúbicos de piedra. El material empleado era piedra arenisca de Almorquí, y en la totalidad del Monumento se invirtieron 882 toneladas.

La inauguración, en principio, estaba prevista para el día 10 de noviembre de 1918, pero la epidemia que asolaba el país obligó a posponerla, fijándose el acto para el 30 de mayo de 1919, fiesta de san Fernando Rey y aniversario de boda de los Reyes.

Sólo una semana antes, el 24 de mayo, el nuevo Obispo de Madrid-Alcalá, don Prudencio Melo Alcalde, – en un número extraordinario del Boletín Oficial del Obispado – dirigió una circular al Clero y Fieles de su Diócesis acerca de la inauguración del Monumento al S. C. de Jesús en el Cerro de los Ángeles , en la que, entre otras cosas dijo: “… porque el Monumento, oración esculpida en piedra, profesión de fe y de amor de un pueblo cristiano, se levanta gallardo sobre el Cerro de los Ángeles, y, Dios mediante, el día 30 de los corrientes, festividad del Santo Rey Fernando III, hemos de celebrar su inauguración.

La fórmula de la Consagración, muy breve, rezaba así: “Corazón de Jesús Sacramentado, Rey de Reyes y Señor de los que dominan: ante vuestro augusto trono de gracia y de misericordia se postra España entera, hija muy amada de vuestro Corazón.  Somos vuestro pueblo que de nuevo se consagra hoy a Vos. Reinad sobre nosotros. Que vuestro imperio se dilate por los siglos de los siglos. Amén.

Y, por fin, llegó el 30 de mayo de 1919, el día soñado y señalado para la bendición del Monumento y la Consagración de España al  Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles.

Principalmente utilizaremos como hilo conductor, para conocer con todo lujo de detalles lo allí vivido en tan fervorosa e histórica fecha, el artículo-crónica que el jesuita P. Remigio Vilariño, eminente testigo presencial, escribió en el mensajero del año 1919 (pág. 520-534), complementado con algunos párrafos de la prensa de aquellos días.

“Llegado, pues, el día de San Fernando – escribe el P. Vilariño –, aniversario de la boda del Rey, a media mañana, una no interrumpida fila de autos y coches de varias clases, de cabalgaduras y hasta de carros se dirigía al Cerro de los Ángeles, distante de Madrid unos quince kilómetros. Por el tren, en distintos viajes, llegaron también bastantes a Getafe, desde donde tenían que andar hasta el Cerro algo más de dos kilómetros.

A poco de salir de Madrid se presentaba el Cerro como un altar gigante en medio de la llanura. Acercándose un poco más se veía la ermita de la Virgen de los Ángeles. Acercándose más todavía se distinguía bien el monumento y la estatua de Nuestro Señor. Extendida por el viento hacia ella una gran bandera española presentaba el emblema de la patria que miraba a Jesucristo y se extendía hacia Él como deseando besarle y envolverle y abrazarle.

El silencio aumentaba en el corazón envolviendo mil vagos pensamientos.

La subida se hizo con mucho orden gracias a las acertadas disposiciones que se tomaron. Llegó toda la gente, que se fue replegando en las sillas que en número de tres mil se había dispuesto ordenadamente. Llegó la nobleza, los caballeros con sus uniformes, los Grandes con sus insignias, los Prelados con sus capisayos, Comisionados y Representantes de muchas asociaciones, los Ministros todos menos el de Hacienda que estaba enfermo. Llegó para hacer guardia y presentar honores el Regimiento del Rey que se situó al lado del monumento

A las once y media en punto se izó en la tribuna regia, formada por tapices, el pendón morado de Castilla, y aparecieron los reyes en medio de aclamaciones y vivas al rey cristiano que venía entonces como nunca en nombre de la Nación. Estaba el rey vestido de capitán general de media gala, cruzado el pecho por la banda de Mérito militar roja, y por el Toisón de Oro, el gran collar de Carlos III y la venera de las Órdenes militares. La Reina Victoria Eugenia traje gris con abrigo de seda negro y sombrero del mismo color.

El Rey Alfonso XIII en la Consagración

El Rey pasó revista a la compañía, situándose después en la tribuna con las demás  Reales Personas – las Reinas, los Infantes e Infantas – y séquito.      El Gobierno del Sr. Maura en pleno y el Cardenal Primado recibieron a los Soberanos a la puerta de la tribuna.

“Al punto, el  Nuncio de Su Santidad, Monseñor Francesco Ragonesi, revestido de Pontifical y asistido por canónigos de la S. I. Catedral de Madrid, bendijo el Monumento. Luego el señor Obispo de Madrid-Alcalá, D. Prudencio Melo Alcalde comenzó la Santa Misa. El Orfeón del Círculo de San José y el del Sindicato Obrero femenino de María Inmaculada entonaron durante el Santo Sacrificio el “Gloria in excelsis Deo” y el “O salutaris Hostia”, de Gayoso. Imponente fue el acto de la elevación por vez primera en aquel altar colocado al pie del monumento, mientras la banda saludaba con la marcha real al “Rey de Reyes”, que no ya en imagen, sino realmente presidía desde entonces nuestra reunión y venía a recibir nuestra Consagración”

Antes de la bendición final, fue leído el siguiente telegrama de su Santidad: “El Santo Padre ha sabido con particular satisfacción la inauguración del Monumento Nacional dedicado al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, de esa Diócesis. Concede de muy buen grado a V. E. la facultad de dar la Bendición Papal, con indulgencia plenaria, en las condiciones ordinarias, a todos los que asistan a la ceremonia religiosa” –Cardenal Gasparri –. Y terminada la misa, Mons. Melo impartió la Bendición Papal concedida por S. S. Benedicto XV.

Y llegó el momento más augusto de toda la ceremonia, el momento por el cual estábamos allí todos congregados en medio de España: Su Consagración al Sagrado Corazón de Jesús.

Cuando, en su día, se le preguntó al Rey Alfonso XIII si asistiría a la inauguración del Monumento, él contestó: “No hay dificultad”. Y cuando se le volvió a preguntar si leería el acto de Consagración, respondió. “Sí, por cierto”. De ahí que, cuando, posteriormente, el P. Mateo le felicitó por haber asumido esa responsabilidad, el propio Rey le contestó: “No merezco tantos parabienes, Padre, pues no he hecho sino cumplir con un deber de conciencia. Era preciso probar que, si soy oficialmente católico, no lo soy menos íntima y privadamente”.

Acabada la misa, en el centro del altar se expuso en rica custodia al Señor en hostia consagrada en la misma misa, y el Duque del Infantado y el señor Obispo de Sión se dirigieron a la tribuna real para acompañar a su Majestad hacia el altar. Siguió al Rey toda la real familia, que quedó de rodillas junto al altar. Alfonso XIII, lleno de serena majestad, subió las gradas del Monumento hasta el pie del altar donde  recibió el pergamino que le ofreció el Duque del Infantado con la fórmula de la Consagración.

Sobre la fórmula de la Consagración hemos de consignar que es innegable su relación con otras ya usadas en dos ocasiones extraordinarias anteriores: al terminar la procesión del Congreso Eucarístico Nacional de Valencia,  noviembre de 1893, y la del Congreso Eucarístico Internacional de Madrid en junio de 1911 Ambas fórmulas le fueron presentadas al Rey, quien escogió una adaptación de la de Valencia con algunos retoques personales compatibles con otras sugerencias aducidas por algunos.

El Monarca, puesto de rodillas al lado de la Epístola y apoyado en su sable, presenció reverente la Exposición del Santísimo Sacramento. Terminado el “Pange lingua”, permaneciendo todos de rodillas, alzóse únicamente el Rey y vuelto hacia el Santísimo y ligeramente también a su pueblo que le rodeaba y le escuchaba, con voz pausada y serena, pero marcada y firme, pronunció el Acto de Consagración con estas palabras:

“Corazón de Jesús Sacramentado, Corazón del Dios – Hombre, Redentor del Mundo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan:

España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones, se postra hoy reverente ante ese trono de tus bondades que para Ti se alza en el centro de la Península.

Todas las razas que la habitan, todas las regiones que la integran, han constituido en la sucesión de los siglos, y a través de comunes azares y mutuas lealtades, esta gran Patria Española, fuerte y constante en el amor a la Religión y en su adhesión a la Monarquía.

Sintiendo la tradición católica de la realeza española y continuando gozosos la historia de su fe y de su  devoción a Vuestra Divina Persona, confesamos que Vos vinisteis a la tierra a establecer el Reino de Dios en la paz de las almas redimidas por vuestra sangre y en la dicha de los pueblos que se rijan por vuestra santa Ley. Reconocemos que tenéis por blasón de vuestra divinidad conceder participación de vuestro poder a los príncipes de la tierra, y que de Vos reciben eficacia y sanción todas las leyes justas, en cuyo cumplimiento estriba el imperio del orden y de la paz. Vos sois el camino seguro que conduce a la posesión de la vida eterna; luz inextinguible que alumbra los entendimientos para que conozcan la verdad y el principio propulsor de toda vida y de todo legítimo progreso social, afianzándose en Vos y en el poderío y suavidad de vuestra gracia todas las virtudes y heroísmos que elevan y hermosean el alma.

Venga, pues, a nosotros Vuestro Santísimo Reino, que es Reino de justicia y de amor. Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de las ciencias y de las letras y en nuestras leyes e instituciones patrias.

Gracias, Señor, por habernos librado misericordiosamente de la común desgracia de la guerra, que a tantos pueblos ha desangrado. Continuad con nosotros la obra de vuestra amorosa providencia.

Desde estas alturas que para Vos hemos escogido como símbolo del deseo que nos anima de que presidáis todas nuestras empresas, bendecid a los pobres, a los obreros, a los proletarios, para que en la pacífica armonía de todas las clases sociales encuentren justicia y caridad que haga más suave su vida, más llevadero su trabajo.

Bendecid al Ejército y a la Marina, brazos armados de la Patria, para que en la lealtad de su disciplina y en el valor de sus armas sean siempre salvaguardia de la nación y defensa del derecho.

Bendecidnos a todos los que aquí reunidos en la cordialidad de unos mismos santos amores de la Religión y de la Patria, queremos consagraros nuestra vida pidiéndoos como premio de ella el morir en la seguridad de vuestro amor y en el regalado seno de vuestro Corazón adorable. Así sea”.

La familia Real en la Consagración

Al acabar, el público prorrumpió en vítores y aclamaciones. El jesuita P. Zacarias García Villada, posteriormente asesinado en julio de 1936, comentaba que se trató de un “acto de acatamiento, por el que nuestro Rey, humillando su cabeza, reconocía a Jesucristo por Rey de Reyes y Señor de los que dominan”. Desde ese momento, aseguraba, “se puede decir con verdad que se ha cumplido la promesa que el Corazón divino hizo al P. Hoyos, de que reinaría en España con más veneración que en otras partes”. Hoy, desde lo alto del Cerro de los Ángeles, puede decir el Sagrado Corazón de Jesús las palabras esculpidas en el fuste de aquel grandioso monumento: “REINO EN ESPAÑA”.

Y desde este día el Cerro de los Ángeles empezó a ser para los españoles algo íntimamente unido e inseparable de la Nación, porque, como en aquella fecha escribía el cronista de la revista “Ciencia Tomista”, “España se había consagrado allí al Salvador del mundo, como en tiempos de Recaredo y de Pelayo, de Alfonso VIII, de Fernando III el Santo y de Felipe II”.

“La primera parte del texto consagratorio – escribe Luis Cano en su excelente y documentada obra “Reinaré en España”, concatenando diversas citas de varios autores – resaltaba el papel de la monarquía y de la religión en la constitución de España como patria. Desde ese momento Alfonso XIII contaría con una adhesión entusiasta de un gran sector del catolicismo español, que creía en la unión del trono y del altar y veía en él la encarnación de la monarquía católica que haría posible un resurgimiento nacional. La fórmula reconocía también el origen divino del poder político, algo que reforzaba todavía más esa misión providencial del Monarca”.

“Los grandes problemas nacionales se reflejaban también en la fórmula, aunque veladamente: el anhelo del orden y de la paz social; la búsqueda de una pacífica armonía de las clases sociales; la situación del ejército, que en esos momentos sufría la tentación de la indisciplina y la desmoralización por culpa de la desastrosa guerra de Marruecos.

“También se mencionaba la Primera Guerra Mundial en la que España había conseguido mantener la neutralidad. El acto del Cerro de los Ángeles constituía un agradecimiento a Dios por la especial protección de la Providencia, que a través del Sagrado Corazón – el símbolo por excelencia de la paz –  había preservado al país de ese flagelo. Los comentaristas señalaron que éste había sido uno de los principales motivos del acto del Cerro”

La consagración se vivió con fervor en toda España, como se había pedido a través de la carta pastoral del Obispo de Madrid, Mons. Melo Alcalde: las misas de comunión general en todas las iglesias en acción de gracias por la paz; la recitación de la breve fórmula de consagración ante el Santísimo expuesto, a las doce de la mañana, como signo de unión a la consagración general que en esos momentos se realizaba en el Cerro de los Ángeles; el repique de campanas, los adornos, luces y colgaduras en balcones y fachadas contribuyeron a dar a ese día el regocijo de un gran acontecimiento festivo. El P. García Villada decía que la consagración fue “un acto de agradecimiento a Dios y de reparación, una profesión de fe pública, valiente y alentadora… y una de las páginas más trascendentales de la historia contemporánea de nuestra patria”.  Fue, sobre todo, una afirmación de la realeza de Cristo y de su soberanía sobre la nación española.

Pero, como advertía el P. Vilariño, no bastaba proclamar oficialmente que Cristo reina en España para que ese reinado fuera ya efectivo. El jesuita invitaba a los lectores del “Mensajero” a que no se duerman en la almohada de la confianza, que es la almohada de los desengaños. El reinado de Cristo en España estaba por hacer: el acto del Cerro de los Ángeles era la señal de partida para ponerse en marcha,  pero lo importante era trabajar para que “ reine el amor de Cristo en los corazones de los hombres, en las familias españolas, en las inteligencias de los sabios, en las cátedras, en las letras, en las leyes, y en todas las instituciones patrias. Eso, eso, hay que procurar a toda costa. En definitiva, una presencia de la religión cristiana que no se quedara en meras manifestaciones exteriores o triunfalistas. Un catolicismo que informara a la vez la vida colectiva y personal”.

El P. Antonio Madariaga consideró a la consagración como “todo un programa de regeneración social; justicia y amor”. Justicia no sólo en el sentido jurídico-moral, sino también como “adaptación del hombre a las normas de rectitud y de la honestidad” y como el ajustamiento “al ideal de perfección, que no es otro que la ley evangélica, que, supuesta la ley natural escrita por Dios en los corazones de los hombres, añade los preceptos y consejos dados por Jesucristo y que constituyen la ascética cristiana”.

En contraste con el entusiasmo del pueblo sinceramente católico que se siente unido al acto de su Rey, surgió el grito furioso de las sectas, que escupían su rabia contra aquel acto que era calificado de “delirio y loco desafío”. Consta con toda certeza que primero quisieron disuadir al Rey de llevarlo a efecto, y luego forzarle a su anulación (por compromisos masónicos) para garantizar su trono.

Ciertamente, el significado del paso que Alfonso XIII había dado y su trascendencia eran muy claros y levantó contra él una oleada de protestas , a la vez que se difundía el rumor de que iba a ser destronado en cuestión de pocos años.

Apenas inaugurado, el partido liberal disparó el primer tiro del combate que terminaría con la destrucción del Monumento en agosto de 1936. “El acto realizado por el Rey – se dijo –  encierra una trascendencia inmensa y es un reto para el liberalismo” y la fórmula de consagración empleada por el Monarca “es vergüenza de España y escándalo para Europa”.

En un mitin electoral celebrado aquellos días, Miguel Morayta calificó de bochornoso el espectáculo de Madrid engalanado para celebrar la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús; Roberto Castrovido dijo que el acto del Cerro de los Ángeles era “dogmáticamente una herejía y estéticamente una aberración”; Julián Besteiro afirmó que era “un acto bochornoso y peligroso”, y Pablo Iglesias terminó su diatriba contra el Cerro de los Ángeles diciendo: “La locura ha hecho presa en la cabeza de nuestros gobernantes”.

Tras haber expuesto el acto y la fórmula de la Consagración  y la disparidad de criterios y pareceres  sobre el hecho, vamos a concluir la narración de lo que se vivió en aquel histórico día en el Cerro de los Ángeles con el colofón final: la Procesión Eucarística.

“España estaba consagrada al Corazón de Jesús. Había hecho su besamanos –escribe el P. Vilariño – ante el Rey del Universo en el altar del trono erigido en medio de España, y ya el Señor iba a retirarse de entre nosotros. Le acompañaron en la procesión los más nobles de la concurrencia, y recogiendo nuestras amantes miradas, pasó en medio de todos por la larga calle del Cerro, desde el monumento hasta la ermita.

Sencillo, pero solemne paso. Portaba el ostensorio de oro de la Casa Real el Sr. Cardenal Primado. Llevaban las varas del palio el infante don Carlos, el Ministro de la Guerra, el Duque del Infantado, el Marqués de Aguilafuente, el Vizconde del Val  de Erro y el Duque de Vistahermosa. El palio era de tisú de oro, propiedad el Convento de las Reparadoras de Madrid.

Seguían, -con velas encendidas-, los Prelados, la Familia Real, el Gobierno, las Órdenes Militares, representantes de la Guarnición de Madrid, una Comisión de Artillería de Getafe y de la Junta de Acción Católica, presidida por el Marqués de Comillas.

La ondulada procesión cubría el Cerro. Por un lado resonaba el “Tantum ergo”, por otro el “Pange lingua”, por otro la Marcha Real”, por otro el “Himno Eucarístico”. Y en todos los corazones el himno de acción de gracias y el aleluya del gozo religioso y patriótico.

Desde la altura de la ermita se nos dio la bendición con el Santísimo a los ecos lejanos de la Marcha Real.

–  Su Majestad puede ya retirarse – cuentan que le dijeron al Rey.

–      No, -respondió Alfonso XIII-, le acompañaremos hasta que quede reservado en su Sagrario. Y le siguió hasta la iglesia como antes.

“Todo estaba hecho, y hecho con felicidad, sigue diciendo el padre Remigio Vilariño. El desfile se hizo primero de sus Majestades y Altezas con aclamaciones y vivas mucho más entusiastas y sinceros que antes de la fiesta. Luego de todo el público por su orden con íntima satisfacción y alegría”

Hemos pasado un día hermoso. Para todo aquel que ame a Nuestro Señor Jesucristo, y que conozca algo de los tesoros  de amor que nuestro Redentor se merece por el amor que Él nos tiene y por el amor que ha tenido a España en los tiempos pasados, ha sido un día hermoso, magnífico… inolvidable.

En la Crónica ofrecida por el diario madrileño El Universo”  leemos lo siguiente : “… en aquel marco inolvidable, la voz sonora y potente de un Monarca valiente y gallardo, que hace pública  y solemne manifestación de la fe que dio sobrenombre glorioso a sus antecesores, y a él mismo, en ceremonia que trae el recuerdo, conmovido, las gestas de los Recaredos, de los Fernandos, de los Jaimes, grandes como guerreros, inmortales como legisladores, amados como padres de sus pueblos, de lo que nosotros somos continuadores”.

El acto, único en su clase y como no se había visto quizás en España, fue calificado años más tarde por Su Santidad el Papa Pío XI de “gesto inmortal de verdadera y soberana caballerosidad, digno en todo de la historia y de la hidalguía del pueblo español, caballeroso por excelencia”.

Podemos resumirlo todo, según las informaciones de la Prensa, con estas palabras: Celebración con inusitada solemnidad y extraordinaria brillantez  la inauguración del Monumento, en un marco inolvidable y con esplendores de un culto único en lo de acercar el arte a la divinidad.  Prodigio de orden  y excelente organización del acto de un modo insuperable en todos sus detalles, sin dar lugar a confusión alguna en la colocación de los invitados y asistentes a la ceremonia.

Participaron en tan solemne, masivo, piadoso y emotivo acto  los Reyes, la Reina Madre María Cristina, los Infantes, los Príncipes, El Gobierno de la Nación , el Sr. Nuncio, Cardenal Primado, veintidós Prelados,  Cabildo y Clero de Madrid, Órdenes Militares (Alcántara, Montesa y Calatrava) Duques, Marqueses, Condes, Gentilhombres, toda la Aristocracia de la Capital,  un sinfín de Autoridades civiles y militares y más de quince mil personas que llegaron en trenes especiales, coches, autos, carros y a pié, formando filas interminables a lo largo de las carreteras desde Getafe, pueblos circunvecinos  y desde el propio Madrid, quienes conservarán un recuerdo indeleble de tan hermosa y espléndida ceremonia.

“En suma, ha sido una fiesta grandiosa, imponente, de una incomparable grandeza imposible de ser reflejada  en estas líneas, de acertar con la referencia ni dar con el acertado comentario, pues reseñarla tal como fue es una empresa superior a las fuerzas humanas”.

Y terminamos con unas palabras de D. Emiliano Aníbarro Espeso, quien fue Director de la Obra Nacional del Cerro de los Ángeles y Rector del Santuario durante mucho años, tomadas del Librito “Ayer y Hoy del Cerro de los Ángeles”, que dice así: “El centro geográfico de España, el día 30 de mayo de 1919 se convirtió en centro de atracción espiritual de todos los españoles. Allí, al pie del Monumentos del Sagrado Corazón de Jesús, convergían los pensamientos, los sentimientos de amor, de fe y de entusiasmo de todos los pueblos de la nación española, y de allí irradiaban palpitaciones de alegría, afecto, gratitud y bendición, que se extendieron por todas las tierras de España anunciando la buena nueva del advenimiento del reinado del Sagrado Corazón de Jesús en el pueblo de sus predilecciones”.

Fuente: Vicente Lorenzo Sandoval. Director de la Obra Nacional del Cerro de los Ángeles y Rector del Santuario del Sagrado Corazón de Jesús.Getafe, “Cerro de los Ángeles”, 15 de Junio de 2009

 
 

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Al Sagrado Corazón de Jesús DEVOCIONES Y ORACIONES

Oraciones varias al Sagrado Corazón de Jesús

ORACIÓN ANTE UNA IMAGEN DEL SAGRADO CORAZÓN

Oh amantísimo Jesús, como expresión de mi gratitud y en satisfacción de mis pecados yo, N…, os doy mi corazón. Me consagro enteramente a Vos y me propongo nunca más ofenderos o despreciar vuestra santa gracia.

 

ACORDAOS SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Acordaos ¡oh sagrado Corazón de Jesús! de todo lo que habéis hecho por salvar nuestras almas, y no las dejéis perecer. Acordaos del eterno e inmenso amor que habéis tenido por ellas; no rechacéis estas almas que vienen a Vos, agobiadas bajo el peso de sus miserias oprimidas bajo el de tantos dolores. Conmoveos a la vista de nuestra debilidad, de los peligros que nos rodean por todas partes, de los males que nos hacen suspirar y gemir.

Llenas de confianza y amor, venimos a vuestro Corazón, corno el corazón del mejor de los padres, del más tierno y más compasivo amigo. Recibidnos, ¡oh Corazón sagrado! en vuestra infinita ternura; hacednos sentir los efectos de vuestra compasión y de nuestro amor; sed nuestro apoyo, nuestro mediador cerca de vuestro Padre, y en nombre de vuestra preciosa sangre y de vuestros méritos, concedednos la fuerza en nuestras debilidades, consuelo en nuestras penas, y la gracia de amaros en el tiempo y de poseeros en la eternidad.

Corazón de Jesús, yo vengo a Vos porque sois mi único refugio, mi sola pero cierta esperanza; Vos sois el remedio de todos mis males, el alivio de todas mis miserias, la reparación de todas mis faltas, la seguridad de todas mis peticiones, la fuente infalible e inagotable para mi, y para todos la luz, fuerza, constancia, paz y bendición.

Estoy seguro que no os cansaréis de mí y que no cesaréis de amarme, protegerme y ayudarme, porque me amáis con un amor infinito.

Tened piedad de mi, según vuestra gran misericordia, y haced de mí, por mi, y en mí todo lo que queráis, porque yo me abandono a Vos con una entera confianza de que Vos no me abandonaréis jamás. Así sea.

 

ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS PARA UNA GRAVE NECESIDAD

Oh Divino Jesús que dijiste: «Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y a quien llama se le abre». Mírame postrado a tus plantas suplicándote me concedas una audiencia. Tus palabras me infunden confianza, sobre todo ahora que necesito que me hagas un favor:

(Se ora en silencio pidiendo el favor)

¿A quién he de pedir, sino a Ti, cuyo Corazón es un manantial inagotable de todas las gracias y dones? ¿Dónde he de buscar sino en el tesoro de tu corazón, que contiene todas las riquezas de la clemencia y generosidad divinas? ¿A dónde he de llamar sino a la puerta de ese Corazón Sagrado, a través del cual Dios viene a nosotros, y por medio del cual vamos a Dios?

A Ti acudimos, oh Corazón de Jesús, porque en Ti encontramos consuelo, cuando afligidos y perseguidos pedimos protección; cuando abrumados por el peso de nuestra cruz, buscamos ayuda; cuando la angustia, la enfermedad, la pobreza o el fracaso nos impulsan a buscar una fuerza superior a las fuerzas humanas.

Creo firmemente que puedes concederme la gracia que imploro, porque tu Misericordia no tiene límites y confío en que tu Corazón compasivo encontrará en mis miserias, en mis tribulaciones y en mis angustias, un motivo más para oír mi petición.

Quiero que mi corazón esté lleno de la confianza con que oró el centurión romano en favor de su criado; de la confianza con que oraron las hermanas de Lázaro, los leprosos, los ciegos, los paralíticos que se acercaban a Ti porque sabían que tus oídos y tu Corazón estaban siempre abiertos para oír y remediar sus males.

Sin embargo… dejo en tus manos mi petición, sabiendo que Tú sabes las cosas mejor que yo; y que, si no me concedes esta gracia que te pido, sí me darás en cambio otra que mucho necesita mi alma; y me concederás mirar las cosas, mi situación, mis problemas, mi vida entera, desde otro ángulo, con más espíritu de fe.

Cualquiera que sea tu decisión, nunca dejaré de amarte, adorarte y servirte, oh buen Jesús.

Acepta este acto mío de perfecta adoración y sumisión a lo que decrete tu Corazón misericordioso. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria al Padre.

Sacratísimo Corazón de Jesús, en Vos confío. (3 veces).
 
 

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Al Sagrado Corazón de Jesús DEVOCIONES Y ORACIONES

Acto de Desagravio al Sagrado Corazón de Jesús

ACTO DE DESAGRAVIO DE PÍO XI

¡Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro amantísimo Corazón.

Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de vuestra ley.

Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra vos y contra vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del amor y, en fin, los públicos pecados de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al magisterio de la Iglesia por vos fundada.

¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre! Mas, entretanto, como reparación del honor divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen vuestra Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que vos mismo ofrecisteis un día sobre la cruz al Eterno Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante el auxilio de vuestra gracia, repararemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor, oponiendo la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en vuestro seguimiento.

¡Oh benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación; concedednos que seamos fieles a vuestros mandatos y a vuestro servicio hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual lleguemos felizmente a la gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

ACTO PARA DESAGRAVIAR Y CONGRACIARSE AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Oh Corazón clementísimo de Jesús, divino propiciatorio, por el cual prometió el Eterno Padre que oiría siempre nuestras oraciones: yo me uno con vos para ofrecer a vuestro Eterno Padre este mi pobre y mezquino corazón, contrito y humillado en su divino acatamiento, y deseoso de reparar cumplidamente sus ofensas, en especial las que vos recibís de continuo en la Eucaristía, y señaladamente las que yo, por mi desgracia, también he cometido.

Quisiera, divino Corazón, lavar con lágrimas y borrar con sangre de mis venas las ingratitudes con que todos hemos pagado vuestro tierno amor. Junto mi dolor, aunque tan leve, con aquella angustia mortal que os hizo en el huerto sudar sangre a la sola memoria de nuestros pecados. Ofrecédselo, Señor, a vuestro Eterno Padre, unido con vuestro amabilísimo Corazón.

Dadle infinitas gracias por los grandes beneficios que nos hace continuamente, y supla vuestro amor nuestra ingratitud y olvido. Concededme la gracia de presentarme siempre con gran veneración ante el acatamiento de vuestra divina Majestad, para resarcir de algún modo las irreverencias y ultrajes que en vuestra presencia me atreví a cometer, y que de hoy en adelante me ocupe con todo mi conato en atraer con palabras y ejemplos muchas almas que os conozcan y gocen las delicias de vuestro Corazón.

Desde este momento me ofrezco y dedico del todo a dilatar la gloria de este sacratísimo y dulcísimo Corazón. Le elijo por el blanco de todos mis afectos y deseos, y desde ahora para siempre constituyo en él mi perpetua morada, reconociéndole, adorándole y amándole con todas mis ansias, como que es el Corazón de mi amabilísimo Jesús, de mi Rey y soberano dueño, Esposo de mi alma, Pastor y Maestro, verdadero Amigo, amoroso Padre, Guía segura, firmísimo Amparo y Bienaventuranza. Amén.
 
 

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Al Sagrado Corazón de Jesús DEVOCIONES Y ORACIONES Galería

Letanias al Sagrado Corazon de Jesus

En su forma actual fueron aprobadas por el Papa León XIII, el 2 de abril de 1899 y reconocida como una oración litúrgica oficial para la Iglesia Universal.

Mucho antes de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María, el padre Gaspar Druzbicki, jesuita polaco, quien murió en 1662 compuso ocho Letanías al Sagrado Corazón y San Juan Eudes había editado una en un libro de oraciones publicado en el 1668.

La primera Letanía que tiene relación con la Letanía actual, apareció en un librito que fue publicado por el monasterio de la visitación de Moulins. Este librito se llamaba “Livret de Moulins.”

De algunos pasajes de las cartas de Santa Margarita María se puede deducir que fue ella misma quien las compuso. Por lo que se conoce, ella tenía la costumbre de rezarlas frecuentemente.

Apareció otra Letanía en el 1689, en un librito de devoción al Sagrado Corazón escrito por la Hna. Joly, del convento de la Visitación de Dijon. Este librito se conoce con el nombre de “Livret de Sour Joly.”

Esta Letanía era conocida de Santa Margarita María y probablemente la rezaba. Dos años más tarde en el 1691 una tercera Letanía fue publicada en la segunda edición del libro del Padre Croiset sobre la devoción al Sagrado Corazón.

La venerable Madeleine de Rémusat, de la Visitación de Marcellas, compuso una Letanía, que fue publicada en el 1718, en su manual de la Confraternidad de la adoración perpetua del Sagrado Corazón.

Esta Letanía, sin embargo, no fue escrita originalmente por ella sino que, de las 27 invocaciones que tiene, 17 son tomadas de la Letanía compuesta por el Padre Croiset y 5 de la Letanía compuesta por la Hna. Joly. Sin embargo se hizo muy famosa y popular bajo el nombre de la Letanía de Marcellas, porque fueron cantadas en las procesiones penitenciales organizadas por Monseñor de Belsunce cuando se desató una terrible plaga en la ciudad en el 1720.

Fue esta Letanía de Marcellas, a la que se añadieron seis invocaciones de la Letanía de Moulins y del Padre Croiset, la que fue aprobada por el Papa León XIII y se convirtió en la Letanía oficial del Sagrado Corazón. La Letanía tiene 33 invocaciones en honor a los 33 años de la vida de nuestro Señor en la tierra. De estas 33 invocaciones, 15 están en concordancia, en lo que se refiere a su sentido, con la Letanía de Moulins, por lo que pudiéramos decir que la Letanía que nosotros rezamos hoy en día es casi la misma que Santa Margarita María solía rezar.

 

LETANÍAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (aprobadas para toda la Iglesia en 1891)

Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Trinidad Santa, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre ,(R: ten piedad de nosotros).
Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios, (R).
Corazón de Jesús, de majestad infinita, (R ).
Corazón de Jesús, santuario de la divinidad, (R ).
Corazón de Jesús, templo de la Santísima Trinidad, (R ).
Corazón de Jesús, abismo de sabiduría, (R ).
Corazón de Jesús, casa de Dios, puerta del Cielo, (R ).
Corazón de Jesús, silla de la grandeza y de la majestad de Dios, (R ).
Corazón de Jesús, deseo de los eternos collados, (R ).
Corazón de Jesús, que reposas entre los lirios, (R ).
Corazón de Jesús, océano de bondad, (R ).
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, (R ).
Corazón de Jesús, trono de misericordia, (R ).
Corazón de Jesús, tesoro que no se agota jamás, (R ).
Corazón de Jesús, magnífico con los que te invocan, (R ).
Corazón de Jesús, de cuya plenitud hemos sido enriquecidos, (R ).
Corazón de Jesús, modelo de todas las virtudes, (R ).
Corazón de Jesús, infinitamente amable e infinitamente bueno, (R ).
Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad, (R ).
Corazón de Jesús, objeto de las complacencias del Padre celestial, (R ).
Corazón de Jesús, hostia viviente, Santa y agradable a Dios, (R ).
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados, (R ).
Corazón de Jesús, lleno de amargura por nuestra causa, (R ).
Corazón de Jesús, triste hasta la muerte en el jardín de los Olivos, (R ).
Corazón de Jesús, saciado de oprobios, (R ).
Corazón de Jesús, herido de amor, (R ).
Corazón de Jesús, obediente hasta morir en la cruz, (R ).
Corazón de Jesús, desangrado en la cruz, (R ).
Corazón de Jesús, traspasado por la lanza, (R ).
Corazón de Jesús, transido de dolor por nuestros pecados, (R ).
Corazón de Jesús, nuestra vida y nuestra resurrección, (R)
Corazón de Jesús, nuestra paz y nuestra reconciliación, (R )..
Corazón de Jesús, ultrajado en el Santísimo Sacramento de tu amor, (R ).
Corazón de Jesús, refugio de los pecadores, (R ).
Corazón de Jesús, fuerza de los débiles, (R ).
Corazón de Jesús, consuelo de los afligidos, (R ).
Corazón de Jesús, perseverancia de los justos, (R ).
Corazón de Jesús, salud y salvación de los que en Ti esperan, (R ).
Corazón de Jesús, esperanza de los que en Ti mueren (R).
Corazón de Jesús, dulce apoyo de tus adoradores, (R ).
Corazón de Jesús, delicia de todos los Santos, (R )
Corazón de Jesús, vocación de los religiosos y religiosas, (R )..
Corazón de Jesús, nuestra ayuda en las tribulaciones, (R ).,
Corazón de Jesús, protector de las familias que te invocan, (R ).
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

V. Jesús, manso y humilde de corazón,
R. haz nuestro corazón, semejante al tuyo.

ORACIÓN

Señor mío Jesucristo, que por un nuevo beneficio de tu amor, te has dignado abrir a tu Iglesia las riquezas inefables de tu Corazón, haz que podamos devolver amor por amor a ese adorable Corazón, y con nuestros homenajes de respeto y adoración, reparar los ultrajes con que la ingratitud de los hombres no cesa de ofenderte.
Te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
 
 

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Al Sagrado Corazón de Jesús DEVOCIONES Y ORACIONES

Detente del Sagrado Corazón

El “detente” es un pequeño emblema que se lleva sobre el pecho, con la imagen del Sagrado Corazón. Es propio de quien ama llevar consigo un signo de su amado, así el “detente” es signo de nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús y de nuestra confianza en su protección contra las acechanzas del maligno. Le decimos “detente”, en nombre de Jesús, al demonio y a toda maldad.

Se le conoce también como el “Pequeño Escapulario del Sagrado Corazón”, aunque no es, en el sentido estricto de la palabra, un escapulario.

Origen: Proviene de Santa Margarita María Alacoque, como lo atestigua una carta dirigida por ella a la Madre Saumaise el 2 de Marzo de 1686 en la que le dice: “Él (Jesús) desea que usted mande a hacer unas placas de cobre con la imagen de su Sagrado Corazón para que todos aquellos que quisieran ofrecerle un homenaje las pongan en sus casas, y unas pequeñas para llevarlas puestas.” (Vida y Obras, vol. II, p.306, nota). Ella misma llevaba una sobre su pecho, debajo del hábito e invitaba a sus novicias a hacer lo mismo. Hizo muchas de estas imágenes y recomendaba que su uso era muy agradable al Sagrado Corazón.

 

EL DETENTE Y LA PLAGA DE MARSELLA

Fue especialmente en el año 1720, durante una terrible plaga en Marsella, Francia (Cf. Hamon, op.cit., vol. III, p. 431) que este pequeño escapulario, o como se le llamó “Salvaguardia,” se difundió entre todos los fieles. Este “Detente” consistía en un pedazo de tela blanca en la cual la imagen del Sagrado Corazón era bordada, con la leyenda “Oh Corazón de Jesús, abismo de amor y misericordia, en ti confío” (Las palabras: “Detente, el Corazón de Jesús está aquí” corresponden a un período posterior. Hamon, ibid.,Nota).

La forma que hoy tiene el detente fue dada por la Venerable Ana Magdalena Rémuzat, a quien el Señor le había dejado saber de antemano el daño que iba a causar la plaga y también el maravilloso auxilio que la ciudad encontraría en la devoción a Su Sagrado Corazón. Ella hizo, con la ayuda de sus hermanas en religión, miles de estos emblemas y los repartieron por toda la ciudad y alrededores. La historia nos relata que poco después la plaga cesó. (Cf. Hamon, op. cit., vol III, p.425; Beringer, op. cit., vol I, n. 953, p. 520).

Entre los regalos que el Papa Bendicto XIV, en el 1748, envió a la princesa Polaca Mary Lczinska con la ocasión de su matrimonio con el Rey de Francia Luis XV, habían, de acuerdo a las memorias de ese tiempo, “muchos escudos del Sagrado Corazón hechos de taffeta roja y bordados en oro.” (De Franciosi, s.j., La dévotion au Sacré-Coeur de Jésus, p. 289).

En el tiempo de la Revolución Francesa se desató una violenta persecución contra la Iglesia. Estos escapularios se tuvieron por “la manifestación viva del fanatismo” y como evidencia de hostilidad al régimen revolucionario. Durante el juicio de la reina María Antonieta, se produjo en su contra, como evidencia, un pedazo de papel muy fino que se encontró entre sus pertenencias, en el que la imagen del Sagrado Corazón estaba dibujada, con la llaga, la cruz y la corona de espinas, y con la leyenda: “Sagrado Corazón de Jesús, ten misericordia de nosotros.” (Ibid., p. 290).

El uso del detente se extendió grandemente, especialmente desde el 1866, durante los estragos producidos por la epidemia del cólera de Amiens, Roubaix, Cairo y otras partes. Su influencia beneficiosa se hizo evidente. Después de la guerra Franco-Alemana los “Salvaguardia” probaron ser en mas de una ocasión, un escudo que protegió a muchos soldados franceses de las balasenemigas. (Cf. Messager du Coeur de Jésus, vol. XIX, p. 180).

 

INDULGENCIA

El Papa Pío IX le concedió en el año 1872, una indulgencia de 100 días una vez al día a todos los fieles que usaran alrededor de sus cuellos este emblema piadoso y rezaran un Padre Nuestro, Ave María y Gloria. (Preces et pia opera, n. 219).

En un breve de fecha 20 de Junio de 1873 encontramos la respuesta a dos preguntas en referencia al Detente:
1. Como no es un escapulario en el sentido estricto de la palabra, sino mas bien un escudo o emblema del Sagrado Corazón, las reglas generales para el escapulario propiamente llamado, no son aplicable a él. Así que no necesita ni una bendición especial, ni una ceremonia o inscripción. Es suficiente con usarlo para que cuelgue en el cuello.
2. La leyenda “Detente, el Corazón de Jesús está aquí” no es requerido.
(Beringer, op. cit., n. 953; Preces et pia opera, n. 219.)

Fuente: corazones.org
 
 

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Al Sagrado Corazón de Jesús DEVOCIONES Y ORACIONES

Novenas al Sagrado Corazón de Jesús

Presentamos 2 Novenas al Sagrado Corazón.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene por objeto el Corazón de Jesucristo y el amor inmenso en que se abrasa por nosotros.

Tiene por fin devolverle amor por amor, darle gracias por sus beneficios y reparar los ultrajes que no cesa de recibir.

Esta devoción es la más excelente sea por su objeto material, que es el corazón de carne del Hombre Dios, manantial de la sangre que ha salvado al mundo, sea sobre todo por su objeto espiritual que es el amor de este divino Salvador.

Este divino Corazón ha sido formado para nosotros en el seno de María; ha palpitado, ha orado, se ha conmovido, ha sufrido. El ha dictado las hermosas páginas del Evangelio; es la fuente de los Sacramentos.

 

NOVENA “A”

ORACIONES FINALES PARA CADA DIA

ORACIÓN
Corazón de Jesús, llena nuestro mundo de tu amor Tú que, a pesar de las debilidades y egoísmos de los hombres, haces comprender que se ensancha tu Corazón, cuando ves crecer la Civilización del Amor. Haz de nosotros almas generosas que se entreguen por entero a tu proyecto de salvación sobre la humanidad. Sagrado Corazón de Jesús en ti confío. Amén.

PETICIÓN
Sagrado Corazón de Jesús, tú conoces nuestras necesidades e intenciones. Nos has dicho: «pedid y se os dará», lo hago con fe sincera y te confio esta petición… Todo lo espero de tu infinita bondad si es para tu gloría y para nuestro bien. Amén

LETANÍAS
Corazón de Jesús, bondad y amor infinitos. Ruega por nosotros.
Corazón de Jesús, fortaleza de los que sufren. Corazón de Jesús, consuelo de los afligidos.
Corazón de Jesús, digno de toda alabanza.
Corazón de Jesús, salvación de los que en tí esperan. Corazón de Jesús, paciente y lleno de misericordia.
Corazón de Jesús, fuente de vida.

OFRECIMIENTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS
¡Divino Corazón de Jesús! Por medio del Corazón Inmaculado de María, te ofrezco las oraciones, obras y trabajos de este día, para corresponder a tu gran amor. Te presento mi vida entera para que se haga tu voluntad y no la mía. Haz que toda mi persona contribuya a la construcción de tu Reino. Que mi corazón responda a los impulsos de tu Corazón. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

DÍA PRIEMRO: DIVINO CORAZÓN DE JESÚS

«He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres». Jesús mismo nos da su Corazón. Nos lo ha dado todo. Pero permanezco insensible a sus dones. Me olvido de su amor y busco lo que en el fondo no me llena.

DÍA SEGUNDO: DIOS ME AMA

Jesucristo nos muestra al Padre para que le conozcamos y sepamos que es todo amor. Nuestro Dios es Misericordioso. ¿Cómo correspondo a tanto amor? ¿Amo a Dios con todo el corazón, con todo el ser y entendimiento?
Aunque me olvide de Dios, Él no se olvidará nunca de mi.

DÍA TERCERO: CONFIANZA EN EL CORAZÓN DE CRISTO

La fe es la ayuda de nuestra vida. Tan necesaria como el aire y la comida. A veces no la expresamos, nos avergonzamos de ser creyentes, la separamos de nuestra vida y se debilita. Cristo lo arriesgó todo por nosotros ¿Y yo qué estoy dispuesto a ofrecer? Jesús pide tu fe para obrar en ti.

DÍA CUARTO: LA ORACIÓN

Los apóstoles pidieron al Señor que les enseñara a rezar. Rezar es mantener fresca la relación con Dios. ¿Cuándo rezo? ¿Cómo es mi comunicación con Él? Apartarse de la oración es apartarse de Dios y escuchar otras voces. Sólo Dios habla desde el corazón al corazón, ahí es donde se hace entender y nos impulsa a actuar desde él.

DÍA QUINTO: LA VIDA, UN REGALO PARA AMAR

El Corazón de Jesús nos habla del amor a Dios y a los hermanos. No basta con no odiar, no hacer el mal, no ser egoísta. Cristo nos pide hacer el bien, servir, amar, construir. Mi vida ¿se contenta con no hacer el mal o busca hacer el bien?
El Corazón de Jesús anima, consuela, da esperanza, fortalece, perdona, ofrece,…

DÍA SEXTO: HUMILDES Y SENCILLOS DE CORAZÓN

Jesús valoró la humildad y sencillez. Ser y vivir desde la humildad es el fundamento de todas las virtudes. El ejemplo lo tenemos en la Virgen María, Dios se fijó en la humildad de su sierva y ella le dejó actuar. Es entonces cuando Dios hace obras grandes a través nuestro.

DÍA SÉPTIMO: EL CORAZÓN DE JESÚS EN TU CORAZÓN

Dios penetra lo más profundo de nuestro ser y nos conoce mejor que nosotros mismos. Ante Él no cabe la mentira o el engaño. Vivir desde la verdad contagia y crea amistad, confianza, seguridad. Vivir la vida con autenticidad construye el Reino del Corazón de Cristo y nos hace portadores de su luz y verdad.

DÍA OCTAVO: POR MARÍA AL CORAZÓN DE JESÚS

Jesús nos da a su Madre. Por voluntad suya, María se convierte en madre de todos. Sus Gracias nos vienen a través de ella. ¿Cómo amo a la Madre de Jesús? ¿Recurro a ella y le rezo?
Ella es ejemplo de seguimiento al Corazón de Jesús, ejemplo de discípula fiel hasta el final. La llena de Gracia para inundamos de las Gracias de su Hijo.

DÍA NOVENO: EL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Una dulce palabra sale del sagrario: «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré». Así habla el Corazón de Dios. Él quiere ser tu fuerza, tu consuelo, tu sentido. Necesitamos alimentamos de Él y beber de la fuente que mana de su Corazón. Desea que vivamos cada día en el Corazón de Jesús. Espera tu respuesta.

 

NOVENA “B”

Por la señal de la santa Cruz, etc. Señor mío Jesucristo, etc.

ORACIÓN PREPARATORIA

¡Oh Corazón divinísimo de mi amado Jesús, en quien la Santísima Trinidad depositó tesoros inmensos de celestiales gracias! Concededme un corazón semejante a vos mismo, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, vuestro sagrado culto y bien de mi alma. Amén.
Rezar a continuación la oración del día que corresponda.

ORACIONES FINALES

Al Padre eterno. ¡Oh Padre Eterno! Por medio del Corazón de Jesús, mi vida, mi verdad y mi camino, llego a Vuestra Majestad; por medio de este adorable Corazón, os adoro por todos los hombres que no os adoran; os amo por todos los que no os aman; os conozco por todos los que, voluntariamente ciegos, no quieren conoceros. Por este divinísimo Corazón deseo satisfacer a Vuestra Majestad todas las obligaciones que os tienen todos los hombres; os ofrezco todas las almas redimidas con la preciosa sangre de vuestro divino Hijo, y os pido humildemente la conversión de todas por el mismo suavísimo Corazón. No permitáis que sea por más tiempo ignorado de ellas mi amado Jesús; haced que vivan por Jesús, que murió por todas. Presento también a Vuestra Majestad, sobre este santísimo Corazón, a vuestros siervos, mis amigos, y os pido los llenéis de su espíritu, para que, siendo su protector el mismo deífico Corazón, merezcan estar con vos eternamente. Amén.
Hacer aquí la petición que se desea obtener con esta novena

Oración.

¡Oh Corazón divinísimo de Jesús, dignísimo de la adoración de los hombres y de los ángeles! ¡Oh Corazón inefable y verdaderamente amable, digno de ser adorado con infinitas alabanzas, por ser fuente de todos los bienes, por ser origen de todas las virtudes, por ser el objeto en quien más se agrada toda la Santísima Trinidad entre todas las criaturas! ¡Oh Corazón dulcísimo de Jesús! Yo profundísimamente os adoro con todos los espíritus de mi pobre corazón, yo os alabo, yo os ofrezco las alabanzas todas de los más amantes serafines y de toda vuestra corte celestial y todas las que os puede dar el Corazón de vuestra Madre Santísima. Amén.

DÍA PRIMERO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón sacratísimo y melifluo de Jesús, que, con ferventísimos deseos y ardentísimo amor, deseáis corregir y desterrar la sequedad y tibieza de nuestros corazones! Inflamad y consumid las maldades e imperfecciones del mío, para que se abrase en vuestro amor; dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, ¡oh amantísimo Corazón!, y la que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma.

Tres Padrenuestros, tres Avemarías, en reverencia de las tres insignias de la Pasión con que se mostró el divino Corazón a Santa Margarita de Alacoque. Oraciones finales.

DÍA SEGUNDO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón amabilísimo de Jesús, celestial puerta por donde nos llegamos a Dios y Dios viene a nosotros! Dignaos estar patente a nuestros deseos y amorosos suspiros, para que, entrando por vos a vuestro Eterno Padre, recibamos sus celestiales bendiciones y copiosas gracias para amaros. Dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, ¡oh amante Corazón!, y la que os pido en esta novena, sí es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Oraciones finales.

DÍA TERCERO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón Santísimo de Jesús, camino para la mansión eterna y fuente de aguas vivas! Concededme que siga vuestras sendas rectísimas para la perfección y para el cielo, y que beba de vos el agua dulce y saludable de la verdadera virtud y devoción, que apaga la sed de todas las cosas temporales. Dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, ¡oh amante Corazón!, y la que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Oraciones finales.

DÍA CUARTO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón purísimo de Jesús, espejo cristalino en quien resplandece toda la perfección! Concededme que yo pueda contemplaros perfectamente, para que aspire a formar mi corazón a vuestra semejanza, en la oración, en la acción y en todos mis pensamientos, palabras y obras. Dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, ¡oh amante Corazón!, y la que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Oraciones finales.

DÍA QUINTO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón dulcísimo de Jesús, órgano de la Trinidad venerada, por quien se perfeccionan todas nuestras obras! Yo os ofrezco las mías, aunque tan imperfectas, para que supliendo vos mi negligencia, puedan aparecer muy perfectas y agradables ante el divino acatamiento. Dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, ¡oh amante Corazón!, y la que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Oraciones finales.

DÍA SEXTO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón amplísimo de Jesús, templo sagrado donde me mandáis habite con toda mi alma, potencias y sentidos! Gracias os doy por la inexplicable quietud. sosiego y gozo que yo he hallado en este templo hermoso de la paz, donde descansaré gustoso eternamente. Dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, ¡oh amante Corazón!, y la que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Oraciones finales.

DÍA SÉPTIMO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón clementísimo de Jesús!, divino propiciatorio, por el cual ofreció el Eterno Padre que oiría siempre nuestras oraciones, diciendo: «Pídeme por el Corazón de mi amantísimo Hijo Jesús; por este Corazón te oiré, y alcanzarás cuanto me pides». Presento sobre vos a vuestro Eterno Padre todas mis peticiones, para conseguir el fruto que deseo. Dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, ¡oh amante Corazón!, y la que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Oraciones finales.

DÍA OCTAVO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón amantísimo de Jesús, trono ígneo y lucidísimo, inflamado en el amor de los hombres, a quienes deseáis abrasados mutuamente en vuestro amor! Yo deseo vivir siempre respirando llamas de amor divino en que me abrase, y con que encienda a todo el mundo, para que os corresponda amante y obsequioso. Dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, ¡oh amante Corazón!, y la que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Oraciones finales.

DÍA NOVENO

Acto de contrición y oración preparatoria.

Oración. ¡Oh Corazón dolorosísimo de Jesús, que para ablandar nuestra dureza y hacer más patente el amor con que padecisteis tantos dolores y penas para salvarnos, los quisisteis representar en la cruz, corona de espinas y herida de la lanza, con que os manifestasteis paciente y amante al mismo tiempo! Dadme la gracia de resarcir las injurias e ingratitudes hechas contra vos, correspondiendo agradecido a vuestro amor, y la que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y bien de mi alma. Amén.

Tres Padrenuestros y Avemarías. Oraciones finales.

 
 

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