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Completo Análisis para Comprender a los Estigmatizados con las Heridas de Cristo

Los estigmas parecen representar un signo de lo que sufrió Cristo durante la pasión.

Y por tanto constituyen un dato teológico.

Se inscriben en el tipo manifestaciones de sangre más comunes asociadas a la fe.

Desde Francisco de Asís (primer santo de la historia en que se ha podido comprobar este fenómeno) hasta el Padre Pío de Pietrelcina (uno de los últimos) se han dado unos 300 casos con estigmas.
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En la mayoría con comprobación científica.

Estas llagas se manifiestan en las manos, los pies, el costado y la cabeza de ciertos Santos como signo de su participación en la pasión de Cristo.

Los estigmas pueden ser visibles o invisibles; sangrientos o no; permanentes, periódicos (generalmente resurgiendo en días o temporadas asociadas con la pasión de Cristo) o transitorios.

Los estigmas invisibles pueden causar tanto dolor como los visibles. Los estigmas pueden permanecer muchos años, como el caso del Padre Pío, quien los llevó por 50 años y fue el primer sacerdote que se conoce estigmatizado.

San Francisco tenía los estigmas pero no era sacerdote.

Al morir sus estigmas desaparecieron milagrosamente.

Otros estigmatizados: Santa Rita de Cascia, Sta. Teresa Neuwman, Sta. Gema Galgani, Sta. Faustina (estigmas invisibles) y muchos otros (más de 60 de ellos han sido canonizados).

Además, los estigmas pueden ser don de Dios (como en los santos) o falsificación, o causados por el sujeto por problemas mentales.

En algunos casos de carácter diabólico.

Cierto número de Santos y de piadosos personajes han presentado sudores de sangre también.

Así Santa Lutgarda (1182-1246), cuando meditaba la pasión del Salvador, era a menudo arrebatada en éxtasis.

Entonces su cuerpo se inundaba de sangre, que fluía a la vista de todos, por su cara y sus manos.

Lo mismo hallamos en la bienaventurada Cristina de Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice (1736-1769), María Dominga Lazzari (1815-1848), M. Catalina Putigny (1803-1885), etc.

Por otra parte, cierto número de místicas, como Rosa María Andriani (1786-1845) y Teresa Neumann vertían lágrimas de sangre.

Los místicos son los primeros que nos dicen que han suplicado al Señor de asociarlos a su obra redentora.
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Son los primeros que nos dicen que Cristo los ha escuchado, permitiendo a sus cuerpos ser heridos como fuera herido el suyo.
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Y nos dicen también que ellos han pedido los dolores, pero no la manifestación exterior de los mismos.
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Todo su deseo residía en ser liberados de esos estigmas y todos sus esfuerzos tendían a disimularlos.

san francisco recibiendo los estigmas giotto

   

UN DATO INTERESANTE: CONSIDERAR CUANDO HAN RECIBIDO LOS ESTIGMAS LOS ESTIGMATIZADOS

Dice el padre pasionista Tito Paolo Zecca que

San Francisco de Asís recibió los estigmas cuando todos sus proyectos de santidad –fundación de la Orden, aprobación de la regla primitiva, viaje a Palestina– habían fracasado.
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Se encuentra solo y abandonado.
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La configuración con el Crucificado le consuela, pero al mismo tiempo el sufrimiento de los estigmas se convierte en un bien para su Orden y en un mensaje para toda la Iglesia”.

“Este mismo mensaje y misión de los estigmas puede constatarse en Santa María Magdalena de Pazzi y en santa Catalina de Siena.

En el siglo que acaba de concluir esta misión se constata con claridad en personajes como santa Gemma Galgani (fallecida en 1913), el beato padre Pío de Pietrelcina (1887-1968), y Marthe Robin (mística francesa fallecida en 1981)”.

Se trata de una experiencia de alegría y dolor en la que el Señor es siempre el que toma la iniciativa y los destinatarios de los estigmas consideran esto como una inmensa gracia, de la que no se sienten dignos.

“De hecho piden al Señor que se la quite, pues se avergüenzan. Esta actitud es evidente en el padre Pío”.

La respuesta está precisamente en su misión.
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Es un servicio que la Iglesia necesita
en un momento particular de su historia.
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Es como un signo profético, un llamamiento”

Rhoda estigmatizada

   

LA ESTIGMATIZACIÓN ES EL PRODIGIO SANGRIENTO MÁS IMPORTANTE

Consisten en la aparición espontánea de lecciones que recuerdan las que las torturas de la Pasión imprimieron sobre el cuerpo de Jesús.

Los estigmas revisten la forma de llagas, de yemas, de hemorragias, con o sin erosión de los tejidos, asestados en las manos, en los pies, en la cabeza o en el costado.

Se admite la existencia de estigmas invisibles, consistentes en fenómenos dolorosos de asiento en los mismos lugares, pero sin manifestación externa visible.

La aparición de los estigmas, en la mayoría de los casos, ha sido considerado durante la vida de los estigmatizados como debido a una acción sobrenatural, tanto por los sujetos mismos, como por gran parte de las personas que los rodearon.

Cierto número de ellos fueron objeto de proceso de canonización y los estigmas tomados en consideración como manifestación sobrenatural.

Por eso la Iglesia había instituido las fiestas de la Impresión de los estigmas de San Francisco de Asís (17 de setiembre) y de Santa Catalina de Siena (1° de abril) y la Transverberación del corazón de Santa Teresa (27 de agosto).

En sus oficios ha mencionado las estigmatizaciones de Santa Clara de Montefalco, de Santa Francisca Romana, Elisabet de Reute, Mateo Carreri, Estefanía de Sonsino, Lucía de Narni, Catalina de Racconigi, Catalina de Ricci, Carlos de Sezze y de Santa Verónica Giuliani.

El carácter milagroso de los estigmas en los Santos no ha sido admitido por la Iglesia más que después de encuestas médicas ordenadas por ella, tanto durante la existencia del estigmatizado como después de su muerte.

Por otra parte, la Iglesia admite el carácter sobrenatural de ciertos estigmas y los presenta a nuestra veneración como una manifestación divina, destinada a reavivar nuestra fe y a enseñarnos a condividir los sufrimientos que el Hombre Dios ha padecido en la cruz por nuestra salvación.

Pero ella no se pronuncia absolutamente sobre la naturaleza de los estigmas en el mayor número de los estigmatizados.

El problema se plantea, pues, de esta forma: la Iglesia atribuye un carácter sobrenatural solamente a un pequeño número de estigmas y no se pronuncia más que de acuerdo a la opinión de médicos y sabios.

Entonces, ¿cuándo podrá un médico afirmar que el estigma no es de origen natural?

Y ¿hay estigmas naturales? ¿Cómo se los reconoce?

Y ¿cómo se atienden o se cuidan?

st catalina de siena y los estigmas

   

LA HISTORIA DE LOS ESTIGMAS

Se admite habitualmente que San Francisco de Asís fue el primero en recibir los estigmas en 1224.
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Pero según ciertos autores y místicos, la frase de San Pablo al final de su Epístola a los Gálatas:
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“…porque yo llevo en mi cuerpo los estigmas del Señor Jesús”
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se debería entender literalmente y no en sentido figurado como se hace generalmente.

Por otra parte, en el siglo IV, San Ambrosio escribe:

Jesucristo te ha marcado con su sello imprimiéndote el signo de la Cruz para que te asemejes a Él también en los sufrimientos”.

Finalmente Héfélé, en su Histoire des Conciles, relata que en el sínodo de Canterbury, que tuvo lugar en 1222, se condenó a un impostor que se había impreso en las manos y en los pies las impresiones cruentas de la Cruz.

Tal impostura no se concibe absolutamente sin la existencia de algún estigmatizado anterior.

Finalmente, advirtamos que la Mystique chrétienne de Gorres, en 1836, no registra más que ochenta estigmatizados, mientras que el Dr. Imbert-Goubeyre señala trescientos veintiuno, y en su segunda edición en 1898, cita un corresponsal que le señala omisiones y lo invita a practicar investigaciones en los archivos de los conventos españoles. Y falta hablar del sigo XX.

La historia de la estigmatización no es, por lo tanto, más que esbozada y descubrirá probablemente estigmatizados anteriores a San Francisco.

De todos modos, después de San Francisco contamos con una treintena de estigmatizados en el siglo XIII, veintitrés en el siglo XIV, veinticuatro en el siglo XV, cerca de sesenta en el XVI, ciento veinte en el XVII, treinta aproximadamente en el XVIII, unos cuarenta en el XIX, y el siglo XX no le va en zaga a los precedentes.

santa lutgarde a los pies de jesus

   

LOS EXTRAORDINARIOS DONES DE LA PRIMERA MUJER ESTIGMATIZADA

Santa Lutgarde de Aywières (o Lutgarda o Lugtgardis) fue la primera mujer conocida estigmatizada de la Iglesia.

una de las primeras promotoras de la devoción al Sagrado Corazón.

Tuvo enormes dones y carismas del cielo. Especialmente la vinculación permanente de apariciones de Jesucristo. Que culminó en el intercambio místico de corazones.

Además se le apareció habitualmente la Santísima Virgen y tuvo una aparición de San Juan Evangelista.

Lutgarde nació en 1182 en Tongres, Bélgica.

A los 12 años entró en el convento benedictino de Santa Catalina en St. Trond.

Pronto veremos cómo Jesús tenía grandes planes para Lutgarde, que algún día ayudaría a llevar muchas almas a Él, pero no la obligó a corresponder a Su Voluntad.

Luego, cuando fue elegida Superiora del Convento decidió irse al convento Cistercense de Ayweres para permanecer como una monja oculta.

A fin de perfeccionar su vida espiritual, lo cual fue no sólo aprobado por el propio Jesús sino pedido por él.

En el convento benedictino, una vez algunas monjas fueron hacia ella que estaba a solas en oración en el medio de la noche, y la encontraron llena de un resplandor intenso que cubría todo su cuerpo que les sorprendió por completo.

En otra ocasión, en la Fiesta de Pentecostés, cuando el Veni Creator Spiritus se entonó en coro en la Tercia (oficio diurno), Lutgarde se levantó de repente dos codos del suelo, y fue aparentemente flotando en el aire sobre las alas de un poder espiritual invisible.

Le damos más atención a ella por ser poco conocida.

       

UNA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA: LUTGARDE SE CONVIERTE EN UN ALMA VÍCTIMA POR PECADORES Y HEREJES

Fue a través de la Madre de Dios que su vocación especial como víctima por los herejes se le anunció.

La Santísima Virgen María se apareció a Santa Lutgarde en profunda angustia, y la vista de la tristeza de la Virgen atravesó a la monja tan profundamente que ella gritó:

“¿Qué te aflige, oh mi querida Señora, que tu cara esta tan triste y pálida?”

La Virgen dolorosa respondió:
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“He aquí, mi Hijo vuelve a ser crucificado por los herejes y malos cristianos.
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Una vez más le están escupiendo en Su rostro.
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Por lo tanto, si tú aceptas, te pido que hagas penitencia y ayuno durante siete años, para aplacar la ira de mi Hijo que ahora cuelga pesada sobre toda la tierra”

La visión se había ido, y Lutgarde, con el corazón en fuego de deseo de hacer penitencia por un mundo lleno de pecado, comenzó el primero de sus tres ayunos de siete años.

estampita de santa lutgarde orando

UN AYUNO DE COMIDA

Durante estos años vivió de nada solo de pan y de la bebida ordinaria del convento, que sucedió ser cerveza suave.

Ayunos tan extraordinarios como éste, ya se habían conocido en la Iglesia antes de San Lutgarde, y de hecho, la talla común de los antiguos Padres del Desierto había sido un poco mejor que esto y se suele afirmar que sus ayunos eran milagrosos.

En el caso de una mujer – y con una constitución de ninguna manera demasiado fuerte – tal hazaña era evidentemente mucho más sorprendente, y, para disipar cualquier duda en cuanto a su carácter milagroso, Dios presentó pruebas de ello en la siguiente señal.

A San Lutgarde una vez más se le ordenó, bajo obediencia, tomar otros alimentos además de pan, pero era físicamente imposible para ella tragara cualquier otra cosa “incluso una habichuela”, como su biógrafo nos dice.

De hecho, añade que sus ayunos, en lugar de debilitar su salud, sólo aumentaron su fuerza y su poder de resistencia.

Este primer ayuno de siete años fue seguido por otro, y luego un tercer, que sólo diferían en detalles menores.
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El segundo fue también el resultado de una revelación, y su intención, en lugar de ser por los “malos cristianos y herejes” fue por los pecadores en general.

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Además de pan ella puso un poco de verduras en su dieta esta vez.

Santa Lutgarde tenía el carácter de su vocación cada vez más profundamente grabada en su alma por una serie de visiones durante el tiempo de este ayuno.

Las visiones tuvieron lugar casi a diario, y por lo general tuvieron lugar en Misa.

Ella vería a Jesús de pie ante el rostro de Su Padre Celestial, enseñándole Sus heridas, que tenían la apariencia de haber sido recientemente abiertas y estaban llenas de sangre.

Volviendo a Lutgarde, nuestro Señor diría:

“¿No veis cómo me ofrezco enteramente a Mi Padre, por Mis pecadores.

De la misma manera, tendrías que ofrecerte enteramente a Mí por Mi pecadores, y evitar la ira que ha sido encendida en contra de ellos, en retribución por el pecado”.

Su tercer ayuno de siete años la llevó hasta el final de su vida. Su intención fue más específica y más urgente que cualquiera de los otros.

En 1239 o 1240, Cristo se le apareció de nuevo, y le advirtió que Su Iglesia estaba expuesta a los ataques de un enemigo poderoso.

Este ataque resultaría en un daño terrible a las almas, a menos que alguien se comprometiera a sufrir y ganar la gracia de Dios.
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Así San Lutgarde comenzó su tercer y último ayuno.
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Ella murió en su séptimo año, pero su muerte sería serena con la confianza de la victoria.

Incluso en el año que la precedió, ella le contó a Tomás de Cantimpre (uno de sus biógrafos):

“Querido amigo, no te preocupes: este hombre que secretamente desea el derrocamiento de la Iglesia, ya sea que va a ser humillado por las oraciones de los fieles, o de lo contrario partirá de esta vida, y dejará a la Iglesia en paz”.

Al tiempo en que Tomas estaba escribiendo, sin embargo, estas profecías aún no se habían cumplido, a pesar de que pronto iban a ser, y por lo que no se atrevió a nombrar al enemigo que lo más probable fuera el emperador Federico II.

Federico II, culto y escéptico, consumido de orgullo y ambición y dado a una vida de indulgencia, apenas oculta su desprecio por la Iglesia y por la religión Cristiana – de hecho, por todas las religiones y por la misma noción de Dios.

Le habían oído decir que “tres impostores, Cristo, Moisés y Mahoma habían llevado al mundo a la ruina”.

Es de suponer que hombres como él estaban destinados a construir la, de nuevo a través de la incredulidad, el libertinaje, y la guerra.

También se dijo de él que una vez, al ver a un sacerdote que llevaba el Santísimo Sacramento a una persona enferma, había exclamado: “¿Cuánto tiempo más va a durar esta comedia?”.

Con esto podemos ver que él era un candidato probable que buscaba derrocar la Iglesia en ese momento.

   

A LUTGARDE SE LE DA LA HERIDA ESTIGMÁTICA EN EL COSTADO Y UN SUDOR DE SANGRE

Tomas Merton, en su biografía de la santa, informa que ella tenía una particular devoción a Santa Inés, la virgen y mártir romana.
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Un día ella estaba rezando a Santa Inés, cuando
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“de repente una vena cerca de su corazón estalló, y por medio de una herida abierta en el costado, la sangre comenzó a derramarse, empapando su túnica y capucha”.

Luego cayó al suelo y “perdió sus sentidos”.

Ella nunca fue conocida por haber sido herida de esta manera otra vez, pero se sabe que ella mantuvo la cicatriz hasta el final de su vida.

Esto tuvo lugar cuando tenía veintinueve años de edad.

Los testigos de este evento fueron dos monjas, una llamada Margaret, la otra Lutgarde de Limmos, quienes lavaban la ropa de la santa.

Thomas Merton también dice que en muchas ocasiones, esta santa cisterciense, meditando de la Pasión de Cristo caería en éxtasis y la sudaba sangre.

Un sacerdote que había oído hablar de este sudor de sangre buscaba una oportunidad para presenciarlo por él mismo.

Un día él la halló en éxtasis, apoyada contra una pared, con la cara y las manos chorreando de sangre.

Encontrando un par de tijeras, se las arregló para cortar un mechón del cabello de la santa, que estaba mojado con sangre (lo hacía pensando en tener pruebas del evento, y también para tener el mechón de pelo como una reliquia).
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Mientras estaba maravillado con la sangre en el mechón de pelo, la Santa de repente volvió en sí.
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Al instante la sangre se desvaneció; no sólo de la cara y las manos, sino también la sangre que estaba en sus manos.

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Thomas Merton escribe: “En eso, el sacerdote estaba tan sorprendido que casi se derrumbó por el asombro”.

santa lutgarda por goya

   

SU INTERCESIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO: UNA VISIÓN DEL PAPA INOCENCIO III

En julio de 1216, Santa Lutgarde de repente vio al Sumo Pontífice en una visión. Su cuerpo estaba envuelto en una gran llama.

Lutgarde no sabía que el Papa había muerto, ya que la noticia todavía no había llegado a Bélgica, e incluso si lo hubiera sabido, no habría sido capaz de reconocerlo ya que nunca lo había visto.

“¿Quién eres tú?”, preguntó a la figura en la llama.

“Yo soy el Papa Inocencio”.

“¡Qué!” gritó Lutgarde, en completo shock,

“¿Cómo es que usted, nuestro santo padre, está siendo atormentado en tan grande dolor?”

El Papa le reveló sus tres causas por qué se había concebido a sí mismo digno incluso del infierno.
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Pero dijo que tenía la gracia merecida para escapar de ese tormento fundando un monasterio dedicado a la Madre de Dios.
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Sin embargo, él dijo que había sido relegado al purgatorio hasta el Día del Juicio.
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Pero rogó por sus oraciones – y ha añadido que la gracia de aparecer ante ella y darle a conocer su gran necesidad también se había obtenido para él por nuestra Señora.

Lutgarde emprendió alguna penitencia extraordinaria por el alma del gran Pontífice, pero su naturaleza no es revelada a nosotros por su biógrafo.

Tampoco se nos dice las tres causas de este sufrimiento.

Lutgarde le había hecho saber a Tomas de Cantimpre, pero éste decidió enterrarlos en el olvido, por respeto a la memoria de tan eminente Papa.

Una confirmación de su visión puede ser apoyada a través de una visión similar en relación con el Papa Inocencio III tenida por el Beato Simón de Aulne, contemporáneo de Santa Lutgarde.

Famoso por sus dones carismáticos, sobre todo por su conocimiento milagroso de los secretos de las almas.

Este santo hermano laico cisterciense había sido llamado a Roma por el mismo Inocencio III, en el momento del Concilio de Letrán, es decir, poco antes de su muerte.

Y el Papa le había consultado no sólo en cuestiones de política de la Iglesia, sino incluso en asuntos espirituales personales.

Así, podemos encontrar alguna confirmación adicional de este santo personaje.

medalla de santa lutgarde

   

OTRA VISITA DE UN ALMA DEL PURGATORIO

Nuestro siguiente caso es el de un cierto abad que debó su liberación del purgatorio a San Lutgarde.

Este hombre, un noble culto y talentoso de Alemania, entró en la Orden del Císter y llegó a ser abad de Foigny.

Un amante ferviente de la Regla, que sin embargo, había fallado en entender la tremenda importancia de su 73vo. capítulo, y la condena de San Benito de que

“el mal celo de amargura separa a los hombres de Dios y les lleva al infierno”.

Simon (como le llamaban al abad) trató de hacer cumplir la regla en duro, con el disciplinario espíritu de un oficial militar del ejército, en lugar de aplicarlo con la sabiduría y la discreción de un padre amoroso.

Tuvo la desgracia de morir súbitamente en este estado de ánimo, y pronto se dio cuenta de lo poco que hubo del espíritu de Cristo en su camino formando hombres.

Santa Lutgarde lo había conocido antes de su entrada en la Orden, y fue afectada en gran medida por la noticia de su muerte, por lo que ella comenzó a orar, hacer penitencia y ayuno, con fervor rogando a Dios por su liberación.

Pronto recibió una respuesta, de una voz celestial, que fueron acogidas favorablemente sus oraciones, y que todo iría bien con su amigo.

Pero Lutgarde no estaba satisfecha con una declaración tan vaga. No fue suficiente saber que él podría salir del purgatorio en algún momento pronto, ella quería oír que estaba definitivamente en el cielo.

Hasta entonces, no podía descansar, y, volviendo, le suplicó al Sagrado Corazón de quitar cualquier consuelo que Él había destinado para ella, y concederlos todos a la pobre alma sufriendo del abad de Foigny.

Cristo no mantuvo por mas tiempo Su ardiente Caridad en suspenso.

Él se le apareció al poco tiempo y trajo con Él al alma de quien había intercedido con tanta insistencia amorosa.

“Seca tus lágrimas, Mi amada” dijo nuestro Señor a la santa. “Aquí está”.

Lutgarde se arrojó de bruces en el suelo, adorando la misericordia de Dios y bendiciéndolo por Su generosidad.

El alma del abad Simón, exultante y alabando a Dios, agradeció a su benefactora, y ella lo vio entrar al cielo.

No debemos imaginar que estas visiones de almas sin cuerpo pasaron ante la mente (tal vez incluso los ojos del cuerpo) de Santa Lutgarde sin sorprenderla hasta la profundidad de su alma con movimientos de asombro, amor y miedo.

Pero tal vez la experiencia más aterradora fue que sobrenaturalmente fue informada de la muerte de su propia hermana.

De repente, un día, en el aire por encima de su cabeza, oyó un terrible, resonante grito, la voz de una mujer en una gran angustia:
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“Ten piedad de mí, hermana querida, ten misericordia de mí y ora por mí, y para alcanzar misericordia para mí, como lo hiciste para todas esas otras almas”.

Poco después, la noticia de la muerte de su hermana le llega por los medios ordinarios, confirmando lo que había oído.

Luego estuvo el caso del santo sacerdote Jean de Lierre, con cuyo consejo había entrado a Aywieres.

Él no tuvo que apelar a ella desde el purgatorio. Estas dos almas santas habían hecho un pacto entre las dos, en la que mutuamente prometieron que el primero de ellos en morir aparecería al otro a hacer el hecho conocido.

Jean de Lierre había ido a Roma en una misión en nombre de algunos conventos bajo su dirección en los Países Bajos, y murió al cruzar los Alpes.

Él no tardó en cumplir su convenio, se le apareció a Lutgarde en el claustro en Aywieres.

El hecho de que ella no se sorprendió al verlo allí y que, creyendo que estaba vivo, le hizo una señal para entrar en la sala donde se les permitía a las monjas hablar con los visitantes.

Él le respondió, diciendo:
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“Estoy muerto. He dejado este mundo.
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Pero he llegado para mantener mi pacto contigo
, he de informarte de mi muerte como prometí delante de Dios”.

Cayendo de rodillas ante él, Lutgarde de repente vio sus vestiduras llenas de esplendor, ardiendo en blanco y rojo y azul.

Preguntándole el significado de estos colores le dijeron que el blanco significaba la inocencia inmaculada de la virginidad que el hombre santo había conservado toda su vida.

El rojo denotaba los trabajos y sufrimientos en la causa de la justicia, que había absorbido gran parte de su tiempo y energía durante la vida y que había llevado finalmente a su muerte.

El azul mostró la perfección de la vida espiritual, es decir su vida de oración y de su unión con Dios.

estatua de santa lutgarde en praga

   

SU DON DE SANIDAD

Tomás de Cantimpre informa de una mujer que tuvo un hijo, un niño llamado John, que tenía ataques epilépticos.

Una noche, en un sueño, oyó las palabras:

“Ve a la Madre Lutgarde, que vive en Aywieres, y ella librará a tu hijo de su enfermedad.”

En consecuencia, al día siguiente la madre se levantó y tomó a su hijo y se fue a Aywieres.
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Lutgarde dijo una oración, puso el dedo en la boca, al mismo tiempo haciendo con el pulgar la señal de la cruz sobre su pecho, y desde aquel día estaba completamente curado.

Había una buena dama de Lieja llamada Matilda, que tenía dos hijos adultos en el ejército y había perdido a su marido.

Dejando lo que tenía de propiedad a los dos soldados, entró a Aywieres para terminar su vida en paz en el servicio de Dios.

Ella se estaba convirtiendo en una anciana, y era bastante sorda.

Un día, mientras el coro cantaba Vísperas de alguna gran fiesta, alguien hizo una señal a la vieja hermana Matilde, en el sentido de que las monjas estaban cantando muy alto y era simplemente hermoso para escucharlos.

La pobre anciana entendió el significado de la señal, e inclinó la cabeza y se puso a llorar porque estaba tan sorda que no había oído nada.

Lutgarde llegó en ese momento y la vio llorando, y le hizo una señal, preguntando cuál era el problema.

La Hermana Matilde contestó que estaba llorando porque era sorda, y no podía oír el canto.

Esta respuesta despertó la compasión de la Santa.
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Se arrodilló y rezó un poco, luego, levantándose, se humedeció los dedos con saliva y los colocó en los oídos de Matilda.

Y entonces la vieja monja de repente sintió la pared que impedía todo el sonido de su mente romperse con un rugido, y sus oídos se abrieron, oyó el dulce canto en un torrente de un sonido claro y maravilloso.

Dejando escapar un grito de alegría, tanto que su corazón se llenó de acción de gracias a Dios por su bondad y misericordia infinita.

   

LA IDENTIFICACIÓN MILAGROSA DE UNA RELIQUIA DESCONOCIDA

El incidente se refiere al descubrimiento de algunas reliquias en el monasterio de Jouarre, cerca de Meaux, en Francia.

Estaban en una tumba de alabastro en una cripta de la Capilla y el sacerdote que los había descubierto, habiendo fallado por medios ordinarios para averiguar de quién eran las reliquias, le pidió a Santa Lutgarde orar por una revelación concerniente al tema.

Poco después, el santo olvidado se le apareció a Lutgarde y declaró que era Santa Osmanna.
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Una virgen e hija del rey de Irlanda, que había venido a Francia y asumido su morada en Bretaña, en la que había llevado una vida muy santa.

No queriendo confiar simplemente en su propia revelación privada, Lutgarde pidió a la santa irlandesa que confirmara esto apareciéndose también al sacerdote de Jouarre, cosa que hizo, con gran rapidez y generosidad, no sólo una vez sino tres veces seguidas.

padre pio y estigmas

   

ESTIGMATIZACIONES EN OTROS SANTOS

Veamos tres casos.

San Francisco de Asís, 1182-1226

En 1224, a la edad de cuarenta y dos años, San Francisco entrega a Pedro de Catania el cuidado de sus monjes y se retira a la montaña de Alvernia, para vivir allí ascéticamente y en contemplación.

Pasó la noche que precede la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, solo, en oración, no lejos de la ermita.

Al llegar la mañana tuvo una visión que Tomás de Celano describe en Acta Sanctorum de la siguiente manera:

“El percibió a un hombre de Dios, una especie de serafín, que tenía seis alas y se tenía sobre él con las manos extendidas, los pies juntos, como clavado en una cruz.

Dos alas se elevaban por sobre su cabeza, dos se desplegaban para volar y dos finalmente le ocultaban todo el cuerpo.

Al ver eso, el bienaventurado servidor del Altísimo se llenó de admiración, pero ignoró el sentido de esa visión y rebosaba de alegría, cuando consideraba la belleza del serafín, lleno de tristeza cuando pensaba en su suplicio y en sus dolores.

Ahora bien, mientras que reflexionaba con inquietud sobre lo que significaría esa visión, comenzaron a aparecer las marcas de los clavos en sus pies y en sus manos.
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Al lado derecho había una llaga que parecía hecha con un golpe de lanza”.

Después de este relato, Tomás de Celano describe los estigmas:

Sus manos y sus pies estaban clavados en su centro.
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Las cabezas de los clavos, redondas y negras, estaban en el dorso de las manos y de los pies.
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Las puntas algo largas aparecían por el otro lado, encorvándose y sobresalían de la carne, donde salían.
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El costado derecho estaba como perforado por una lanza y la sangre fluía a menudo de la cicatriz”.

San Buenaventura, que era niño a la muerte del Santo, da exactamente la misma descripción según el testimonio ocular, especialmente del papa Alejandro IV.

Más de cincuenta Hermanos, de Santa Clara y sus Hermanas pudieron ver los estigmas, cuando murió San Francisco.

Son el tema de una nota de Fray León y de una carta de Fray Elias de Cortona.

   

Santa Verónica Giuliani, 1669-1727

La Iglesia celebra los estigmas de esta Santa en muchos pasajes de su oficio, el 9 de julio, sobre todo en la lección V:

“Entretanto, Jesús enriqueció a su esposa con los dones más ricos de su gracia.

Como lo atestigua la historia con sus múltiples pruebas, fue decorada de los sagrados estigmas, honrada con la corona de espinas y recibió la gracia de éxtasis casi perpetuos”.

Y en las Laudes, la oración reza así:

Señor Jesucristo, que habéis decorado a la Virgen Verónica con los estigmas de vuestra Pasión, sednos propicio y acordadnos de crucificar nuestra carne para alcanzar también los goces eternos”.

Santa Verónica Giuliani recibió en 1697 los estigmas en las manos, en los pies, en torno de la cabeza en forma de círculo rojo con relieves que parecían espinas, y una llaga en el costado.

Se reprodujeron durante 30 años. Los médicos trataron de curar sus llagas y encerraron sus manos en guantes sellados, pero sin éxito.

Las llagas del costado dieron lugar a experiencias practicadas en 1707 por el padre Capellati, en 1714 por el padre Crivelli y en 1726 por el padre Guelfi, cuyas declaraciones bajo juramento forman parte de las actas de canonización.

El obispo, monseñor Eustachi, había llamado al padre Crivelli, jesuíta renombrado y sabio, para poner a prueba a Verónica.

El padre la hizo llegar al confesonario y le ordenó pedir a Dios que le hiciera conocer lo que él, su confesor, le ordenaría mentalmente.

Después de algunos instantes de oración, ella conoció los mandamientos formulados de pensamiento por el P. Crivelli y que eran:

1 – que la llaga del costado, que entonces estaba cerrada, se abriera de nuevo y sangrara como las de las manos y las de los pies;

2 – que se quedara todo el tiempo que él quisiera;

3 – que se cerrara cuando él la ordenara y esto en presencia de todos los testigos que le plugiera traer;

4 – que sufriera de manera visible, cuando lo estimara conveniente, todos los dolores de la Pasión;

5 – que después de haber sufrido la crucifixión, extendida en su lecho, la sufriera también de pie y en el aire, como se le ordenara, delante de él y de todos los que se agregaran.

Algunos días después el Padre le ordenó que cumpliera la primera orden durante la Misa y pidió insistentemente el favor a Dios.

Esto se realizó. Prohibió que la llaga se cerrara y previno al obispo.

Veintitrés días más tarde, se presentó con el obispo a la reja del coro.

El padre Crivelli pasó unas tijeras a Santa Verónica y le ordenó que cortara sus ropas sobre la llaga del costado.

Ambos comprobaron que la herida estaba abierta y sangraba.

El confesor ordenó que la llaga se cerrara inmediatamente, y ambos testigos vieron cerrarse la llaga, sin rastro alguno de cicatriz.

   

San Padre Pío de Pietrelcina, 1887-1968

Su verdadero nombre era Francisco Forgione. Nació de pobres campesinos de Pietrelcina (Benevento) en 1887.

Muy religioso, entró en la Orden de los Capuchinos, tomando el nombre de Pío.

De tiempo en tiempo había que enviarlo de vuelta a su pueblo natal, a causa de su salud, minada por enfermedades de carácter oscuro, localizadas en los intestinos.

En 1917 fué exceptuado por las autoridades militares, después de un examen radioscópico, por tuberculosis pulmonar.

Caía, por otra parte, a menudo en estados de ausencia, mientras celebraba la Santa Misa.

Pero no se ha comprobado que sufriera de estados epilépticos.

Sus superiores se decidieron a enviarlo al convento de San Giovanni Rotondo, localidad conocida por su salubridad.

Se hallaba allí desde varios meses, cuando el 17 de setiembre de 1918 recibió los estigmas, de los que no habló a nadie.

Pero, tres días más tarde, durante la celebración de la Misa, cayó de pronto de espaldas.
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Los que lo levantaron y lo acostaron en el lecho, notaron entonces que sus manos y sus pies estaban atravesados por llagas sangrientas.
.
En el costado izquierdo se veía una herida como la que podría causar un arma punzante.

El padre Provincial llamó al Dr. Luis Romanelli de Barletta, que después de un examen renovado varias veces, redactó una descripción minuciosa de las llagas, que terminaba diciendo:

“He visitado cinco veces al Padre Pío en quince meses y he comprobado modificaciones en sus llagas; pero no he hallado una sola nota clínica que me autorice a determinar su naturaleza”.

El Dr. Ángel María Merla, viejo alcalde socialista de San Giovanni Rotondo, que nunca ponía el pie en la Iglesia, cuidó del Padre Pío durante años y declaró que sus llagas eran realmente, a su parecer, de naturaleza sobrenatural.

Se hizo llamar entonces al Dr. Amico Bignami, profesor de la Universidad de Roma, célebre por sus trabajos en la materia, que permaneció en San Giovanni solamente dos horas.

Este profesor declaró que el Padre Pío estaba sano, en absoluto libre de tuberculosis, perfectamente normal en su sistema nervioso y en su aparato circulatorio.

Que no se trataba de un simulador o de un sujeto psicopático y que la actitud del Padre le había dejado una excelente impresión.

Comprobó la existencia de las lesiones en las manos y los pies, pero juzgó que las heridas en los pies no eran profundas.

Efectuó finalmente el vendaje habitual de las manos, que cerró con un sello de seguridad, esperando obtener de este modo la curación de las llagas en pocos días.

Muchos días después del término fijado, el vendaje fué quitado: las llagas aparecieron sin alteración alguna; fluía de ellas todavía sangre viva y brillante.

Tres meses después, las autoridades eclesiásticas solicitaron al Dr. Jorge Festa de Roma que visitara a su vez al Padre Pío para dar una información exacta sobre sus lesiones y al mismo tiempo sus impresiones científicas.

El doctor hizo la visita en octubre de 1919.

Comprobó la existencia de las llagas en las manos y los pies; pero encontró que ya no correspondían a las primeras descripciones dadas por el Dr. Romanelli.

La membrana que las recubría había desaparecido; las lesiones penetraban en el tejido subcutáneo y secretaban continuamente sangre, a través de una delgada escara.

La herida del costado tampoco correspondía más a la descripción que había hecho el Dr. Romanelli.

Se presentaba en forma de una cinta del largo de dos centímetros aproximadamente, con contornos muy netos.

El color era rosado; la llaga estaba recubierta al centro por una escara de un rojo parduzco.

Aunque la lesión era superficial, manaba gotas de sangre en gran cantidad, a tal punto que al levantar la venda de tela que la cubría y que estaba toda empapada de sangre y habiéndola reemplazado por un pañuelo blanco, el Dr. Festa lo retiró completamente impregnado después de unas diez horas.

Esta emisión sero-sanguínea era continuada.

Más de cinco años después, en octubre de 1925, el Dr. Festa operó al Padre Pío de una hernia que le atormentaba desde unos siete años.

En esta ocasión, pudo nuevamente estudiar los estigmas del capuchino, en condiciones interesantes.
.
Comprobó que todos los días alrededor de un vaso de sangre y agua mojaba las vendas que el Padre llevaba constantemente sobre sus heridas.
.
No se nota en ellas la menor traza de infección.

El Padre Pío, que presentó también fenómenos de levitación, lectura del pensamiento, etc.

estigmas de maria esperanza

   

ESTIGMATIZACIÓN EN PERSONAS PIADOSAS

Veamos algunos casos:

   

Pasidea Grogi, 1564-1615

Ofrecía la misma particularidad que Santa Francisca de las Cinco Llagas de tener las llagas traspasadas, lo que se verificó por el paso de un pequeño bastón.

El orificio de la palma de la mano y del dorso del pie era redondo, del tamaño de un dinero, el del dorso de la mano y de la planta de los pies era puntiforme.

La llaga del costado estaba a la izquierda y medía dos dedos. La cabeza llevaba los estigmas de la corona.

Los estigmas de la Santa Francisca de las Cinco Llagas, 1715-1791 se presentaron en las manos, en los pies y en el costado.

Los de las manos y de los pies ofrecían la particularidad de ser transparentes, de manera que se podía ver a través de ellas.

Se recubrían en seguida con una ligera membrana, que no impedía sin embargo de ver la luz por transparencia.

   

Domenica Lazzari, 1815-1848

Es una de las estigmatizadas del Tirol que dio lugar a ardientes polémicas entre 1830 y 1840.

Los estigmas del dorso de las manos y de los pies, de un diámetro de tres centímetros, tenía a menudo forma de llagas cóncavas cónicas, a menudo un relieve rodeado de líneas irradiantes que sangraban.

Ernesto de Moy, profesor de derecho de la Universidad de Munich, escribe:

“Lo que nos sorprendió mucho, es que la sangre, en lugar de fluir hacia abajo por el costado del tobillo y del talón, se remontaba hacia la extremidad de los dedos y de allí descendía sobre la planta de los pies”.

Edmundo de Cázales, que acompañaba a de Moy, confirma el fenómeno, que también fue comprobado por lord Shrewsbury:

La sangre fluía bajo los dedos de los pies, como si María Dominga hubiera pendido realmente de la cruz.

Ya habíamos oído hablar de esa anulación de las leyes de la naturaleza y tuvimos toda la comodidad de poder comprobarlo con nuestros propios ojos.”

    

Teresa Miollis, 1806-1877

Fué observada por el doctor Reverdit, que a este respecto escribió:

“Resulta que es bien cierto y bien comprobado por mí:

1° que la señora Miollis estaba afectada por una gastro-duode-no-hepatitis crónica, con cirro del píloro, desde los 14 años;

2° que a los síntomas diversos y somáticos vinculados a ese estado patológico, se asocian o se sustituyen a menudo en ella otros, de los que el arte no puede hallar explicación o que la ciencia no sabe cómo atribuir ni atender;

3° que entre estos últimos cabe señalar las estigmatizaciones frecuentes en la palma de las manos, menos frecuentes en el pecho, más raras en el dorso de los pies y en la cabeza, pero que yo he visto y vuelto a ver en cada uno de esos puntos, como otras personas desinteresadas;

4° que el flujo de sangre o hemorragia ocurre sin desnudación de la piel, en el caso más frecuente y del cual no queda rastro alguno sobre el sistema cutáneo.

Que conserva siempre sobre el pecho, sobre la parte posterior del esternón la forma de una cruz.

Que ha brindado el viernes santo de esa última cuaresma, a diecisiete personas que la han visto como yo, la forma de escara en la palma de las manos y de una desnudación viva sobre el dorso de los pies;

que se presenta siempre en forma de gotitas alrededor de la frente.

Que la flictena pemfigoide (pequeño tumor vesicular o en forma de campana) producida como por una quemadura sobre la región precordial, precedida de dolores internos y vivos en el corazón, se ha desarrollado muchas veces y en circunstancias en las que seguramente no se había aplicado ningún rubefaciente ni vesicante, y cuando no existía ninguna otra flictena sobre la superficie cutánea;

6° que las estigmatizaciones con diapedesis o sudor de sangre se produjeron bajo mis ojos, sin que ninguna causa apreciable hubiera podido explicar su origen, ya sea por picadura, presión, etc..

Que ellas se manifestaron indiferentemente antes, durante y después de la época menstrual sin que parecieran experimentar influencia alguna de las medicaciones o régimen prescripto, del estado morboso habitual y de las involuciones o recrudescencias del mismo;

7° que, bien distintamente de los síntomas de la afección orgánica o material existente, los síntomas sobrenaturales o extraordinarios de la estigmatización se manifestaban los días de fiesta o de devoción, y siguiendo las horas de la oración, de la meditación, etc., sin alguna regularidad y sin que pareciera participar en ello la voluntad, sino con el recogimiento fervoroso que acompañaba siempre la oración.
.
Otras veces la voluntad no participaba en absoluto, siendo involuntaria la estigmatización o apareciendo hasta contra la voluntad…”

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ESTIGMATIZACIONES PRESUMIBLEMENTE DIABÓLICAS

Tomaremos como ejemplo el caso de la hermana N…., que constituyó el tema de la tesis de doctorado en teología del abate Segaud (Lyon, 1899).

Los hechos se han desarrollado en 1890 y 1891.

Los dolores y los estigmas tenían lugar a veces en el coro de la capilla de la Casa.

Allí, en éxtasis, los ojos fijos sobre una visión invisible para todos los demás presentes, la señora N. permanecía largo tiempo en esa actitud, con los brazos en cruz y la frente sangrando en forma tal que sus compañeras debían secarla con paños.

A menudo también, arrodillada en la barra de hierro de su lecho o en otro lugar, y en éxtasis, se mantenía en posturas asombrosas y naturalmente imposibles, de equilibrio inestable.

La señora N. tenía estigmas en seis regiones diferentes de su cuerpo.

En la cabeza, en la mano derecha, en la izquierda, en el pie derecho, en el izquierdo y en el costado izquierdo del pecho.

En la cabeza: Sobre la región situada inmediatamente sobre la frente, se ve cierto número de manchas sembradas irregularmente a través de los cabellos.

Algunas son simplemente rosadas, otras negruzcas a raíz de la presencia de una costra delgada de sangre seca adherente.

Examinadas con lupa, cada mancha está cubiesrta por una epidermis resquebrajada y aparentemente estriada.

Algunas tienen el largo de una lenteja, otras son casi puntiformes.

En su conjunto, esas manchas o estigmas forman una banda transversal de unos diez centímetros de largo por siete u ocho de ancho.

Nada semejante hallamos en las regiones parietales y occipitales del cuero cabelludo.

En las manos: La disposición de los estigmas es exactamente la misma en ambas manos.

Sobre la cara dorsal, como sobre la palmar de cada mano, el estigma es representado por una placa roja netamente delimitada, regular, de forma rectangular, con el largo más grande en el sentido del eje de la mano.

La dimensión de esta placa roja es de 10 milímetros de ancho por 13 de largo. Su situación es exactamente al nivel del tercer metacarpo, tres centímetros sobre la interlínea articular metacarpofalangial.

El estigma dorsal y el palmar se corresponden con tal precisión, que si una aguja traspasara las manos perpendicularmente, penetrando por el centro del estigma, saldría por el centro del otro.

La superficie de cada estigma es de un rojo de mediana intensidad; tiene algunos desechos de epidermis, muchos de tinte negruzco en caso de una hemorragia reciente.

En los pies: La descripción precedente se adapta en todos sus puntos a los estigmas de los pies, en forma, color, aspecto y situación.

En el costado izquierdo: Un poco atrás del seno, debajo de la axila, al nivel de un espacio intercostal, existe una placa roja, de forma oval, con su diámetro mayor dirigido desde adelante hacia atrás, de la dimensión de una pieza de cinco francos.

Esa placa es más profunda en la zona central que en la periférica.

La presión digital provoca en ella un dolor muy vivo.

Tres meses después de este primer examen que nos diera las comprobaciones citadas, los estigmas nuevamente examinados habían crecido en forma notable y estaban más rojos.

Este del costado medía ocho centímetros de largo por tres de ancho, su forma era la de un rombo muy alargado.

Se distinguía una zona media de un rojo más vivo, recubierta de una epidermis rugosa y pardo-negruzca, indicio de hemorragia y una suerte de levantamiento ampollar de data reciente.

Hemorragias. A través de estos estigmas se producían dos clases de flujos: uno poco abundante e inconstante, compuesto de un líquido amarillento sero-fibrinoso, que mojaba la ropa; el otro más frecuente y marcado, constituido por sangre pura de un rojo vivo.

La cantidad de sangre perdida es muy apreciable, a veces leve, a veces abundante.

Las hemorragias mayores ocurren en los estigmas frontales y en el del costado izquierdo del pecho; las de los pies y de las manos son y fueron raras, muy pronunciadas en los primeros tiempos y reducidas más tarde a un rezumo.

La hemorragia de los estigmas frontales impregna toda la venda de la frente, la atraviesa y fluye sobre las mejillas de la vidente y hasta la losa donde se halla arrodillada.

En el costado izquierdo del pecho, el estigma da también un flujo importante que pasa a través de los vestidos.

Estas hemorragias y los dolores que la acompañan, acontecen durante el éxtasis, pero también fuera de él y a menudo durante el Santo Sacrificio de la Misa”.

Una vez ocurrió también que la vidente las sufrió sentada a la mesa, mientras que un sacerdote extranjero, del que no conocía la presencia, celebraba Misa.

Uno de los comisarios investigadores nombrado por la autoridad diocesana, vio a la vidente el coro de la capilla, las manos juntas en actitud de éxtasis frente a una visión para él invisible.

Durante todo el éxtasis, casi una hora, de su frente manó sangre muy pura que las demás religiosas secaban con un paño, y ella mantenía los brazos en cruz sin rigidez ni cansancio.

Los médicos que examinaron a la estigmatizada, llegaron a esta conclusión:
.
“No es posible admitir que la concentración del pensamiento, por fuerte e intensa que se quiera, logre producir tales prodigios.
.
Se trata de fenómenos de orden sobrenatural”.

Además la estigmatizada tenía visiones, éxtasis, discernimiento de conciencias, vista a la distancia, etc.

El examen de la causa, muy voluminoso, fue confiado a un teólogo muy versado en esta materia, que concluyó su informe así:

1° La mayoría de los fenómenos ocurridos a la señora N. no se pueden explicar naturalmente. Sobrepasan la fuerza de la naturaleza.

2° Ninguno de los fenómenos citados exige la intervención de Dios: no necesita, para ser realizado, de la omnipotencia divina.

3° Finalmente, en muchos de estos fenómenos hay el indicio, la marca de la influencia diabólica.

Estas tres conclusiones fueron desarrolladas y demostradas en una relación oral de casi cuatro horas ante el Obispo y su Consejo Episcopal, y se juzgó que todos los hechos acaecidos a la señora N. se debían a la intervención del demonio y que en consecuencia debían ser considerados y creídos como tales.

estigmas de mamma natuzza

   

ESTIGMAS INVISIBLES

Los estigmas invisibles consisten en dolores con asiento en los lugares habituales de los estigmas.
.
Son ya primitivos, ya secundarios de estigmas visibles.

Su realidad se ha confirmado de dos maneras: a veces los estigmas invisibles se han tornado visibles con la muerte: es el caso de Santa Catalina de Siena (1347-1380) y el de Nicolás de Ravena (fallecido en 1398), que hiciera estudios de medicina.

A veces el estigmatizado, como en el caso de la Venerable Magdalena Rémuzat (1698-1730), comienza a dudar del origen sobrenatural de sus dolores, y los estigmas se tornan visibles.

   

EXAMEN CRÍTICO DE LAS INVESTIGACIONES

La estigmatización ofrece, pues, caracteres de la mayor complejidad: alcanza a sujetos de todas edades: Magdalena Morice (1736-1769) fué estigmatizada a los ocho años; Delicia de Giovanni (1560-1642) a los setenta y cinco.

Toca a los hombres y mujeres, a religiosos y laicos, a vírgenes y a madres de familia.

Ocurre en enfermos y en sanos que llevan una vida normal y cuyos estigmas fueron descubiertos recién después de la muerte.

Los estigmas ofrecen los aspectos más diversos, desde una simple mancha hasta las llagas traspasadas o los relieves en forma de clavos; desde un simple rezumo hasta las hemorragias abundantes.

Su ubicación es igualmente de las más variadas: a veces en el centro de la mano, a veces en el puño, a veces a la derecha y otras a la izquierda, a menudo en corona alrededor de la cabeza o en forma de interesar todo el cuero cabelludo, como si fuera debida a un gorro de espinas.

Las llagas son redondas, ovales, rectangulares o cuadradas y pueden tener las mismas dimensiones en el dorso y en la palma o en la planta; también a veces la llaga de entrada, correspondiente a la cabeza del clavo, es voluminosa, mientras que la otra es puntiforme.

La llaga principal puede ser palmar o dorsal.

Los estigmas no son, pues, una reproducción exacta de las llagas de Cristo, y por otra parte no parecen ser la reproducción de imágenes de Cristo que los estigmatizados hayan podido tener en la vida.

Por eso numerosos estigmatizados, anteriores al siglo XVII, tienen la llaga del costado a la izquierda, mientras que todos los Cristo de esa época, siguiendo la tradición, tienen la llaga a la derecha.

Del mismo modo, no conocemos un solo Crucifijo, en que la cabeza del clavo sea dorsal, como lo muestran ciertos estigmas, como el de Teresa Neumann, que forman una ancha placa dorsal y un agujero puntiforme palmar.

Recordemos que la mayor parte de los estigmatizados presentan fenómenos complementarios, como éxtasis, levitación, comuniones milagrosas visibles, don de idiomas, lectura del pensamiento, premoniciones o profecías durante su vida y el hecho de que el cuerpo de muchos goza de incorruptibilidad después de su muerte.

Los médicos se han dividido en dos escuelas en el asunto de los estigmas: unos han querido atribuirles siempre un origen sobrenatural, ya sea divino ya sea diabólico; otros un origen natural por acción psíquica.

El origen siempre sobrenatural tiene en su contra el hecho de que la Iglesia, suprema autoridad en la materia, no ha reconocido ese origen más que en número restringido de estigmas, y que ella exige otras pruebas que la sola existencia de los estigmas para formular esa opinión.

Por otra parte, el Dr. von Arnhard, que el Dr. du Prel afirma era muy versado en la literatura oriental, habló a menudo de numerosos estigmas en los ascetas musulmanes, que se dedican profundamente al estudio de la vida de Mahoma.
.

Se referirían a las heridas recibidas por el Profeta durante sus batallas.

Los yogi y los ascetas de Brahma serían capaces de producir fenómenos análogos a los estigmas.
.
Sin embargo ignoramos si se trata de verdaderas llagas o de simples sufusiones sanguíneas.

La ausencia de estigmatizados anterior al siglo XIII, siempre que sea exacta, se torna incomprensible si los estigmas son naturales: el ardor de fe de los primeros cristianos, su aspiración al martirio, a la que a veces se ha atribuido un carácter morboso, deberían haber engendrado una abundancia de estigmatizados, con el ejemplo del suplicio de la cruz aplicado muchas veces bajo sus mismos ojos.

Más tarde, al acercarse el año 1000, la exaltación religiosa hubiera debido hacerlos abundar.

Finalmente los Flagelantes de la Edad Media poseían todo lo que era necesario como neurosis y fanatismo, para hacer abrir estigmas naturales.

No, se comprende tampoco cómo los protestantes, mucho más nutridos con las Escrituras que los católicos en el inicio, y cuya piedad llegó a menudo al fanatismo, no hayan realizado ninguna estigmatización.

Finalmente, a estas objeciones teológicas, históricas y estadísticas, contra la estigmatización siempre natural, se agregan las debidas a la incertidumbre de las doctrinas médicas.

La medicina nos deja, pues, en plena incertidumbre, aun para el enorme grupo de estigmatizaciones a las que la Iglesia se rehúsa de atribuir un carácter sobrenatural.

myrna estigmatizada

   

APLICACIONES PRÁCTICAS

Realmente, las estigmatizaciones, ya sean ellas sobrenaturales, ya sean naturales, implican grandes lecciones tanto morales como científicas.

La Iglesia nos enseña a ver en las estigmatizaciones de origen divino:

Una lección de piedad. Nuestro Señor acuerda a algunas almas de elección que, en su amor por Él, en su reconocimiento por la Redención que nos ha dado, desean compartir los sufrimientos de su Pasión, el privilegio de realizarla efectivamente en sus cuerpos.

Corona su amor cumpliendo su deseo y con eso los admite en su obra redentora.

Un testimonio de la solicitud divina. Gracias a la estigmatización, la Pasión redentora de Nuestro Señor, para las almas que comprenden su perpetuo renovarse en el Santo Sacrificio de la Misa, se convierte en otra cosa que el hecho histórico perdido en la lejanía de los siglos, sino en un hecho divino recordado a sus sentidos y a su espíritu por el milagro actualmente presente.

De allí las numerosas conversiones realizadas.

Un acto redentor. Nuestro Señor acuerda a los estigmatizados de participar realmente a los sufrimientos de la Pasión, y así, dada la reversibilidad de los méritos de la Comunión de los Santos, de merecer para los pecadores la gracia de la conversión o la remisión de una parte de la pena que corresponde a sus pecados.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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El fenómeno Sobrenatural de la Luminosidad que emiten los Cuerpos de Santos

Se ha podido medir por métodos científicos la emisión de luz de bajísima intensidad del cuerpo humano.

Pero hay también una emisión de luz que puede ser vista por los ojos de las personas.

Y que se da en circunstancias religiosas.

cristo glorificado luminoso

Al punto que Benedicto XIV, en su Trattato della Canonizzazione, dice que si quisiera relatar todo lo que los autores afirman de rayos, luces, claridades que han brillado milagrosamente sobre el rostro de los Santos, “nunca acabaría”.

El Dr. Garmann, en su libro sobre las Merveilles des Morts, relata numerosos fenómenos luminosos, algunos de los cuales le parecen absolutamente indudables.

Por otro lado la luminosidad es un atributo del cielo, destacado no sólo en la Biblia sino también en Experiencias Cercanas a la Muerte.

Y la escritura manifiesta que se reproduce en la tierra material en situaciones unidas místicamente con el cielo.

escalera al cielo

  

LA LUMINOSIDAD ES UN ATRIBUTO DEL CIELO

Los ángeles del cielo se describen como seres de luz de acuerdo con 2 Reyes 6:17, Daniel 10: 6, Mateo 28: 2-3 y 2 Corintios 11:14.

Mateo 28: 2-3 dice:

“el ángel del Señor bajó del cielo. . . su aspecto era como un relámpago”

2 Corintios 11:14 se hace eco de Mateo 28: 2-3:

“Y no es extraño, porque el mismo satanás se disfraza como ángel de luz”.

El ser angelical de Daniel 10: 6 también se describe como un ser de luz:

“Su cuerpo era como el topacio, su rostro brillaba como un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, sus brazos y piernas como de color de bronce bruñido, y su voz como el estruendo de una multitud.” 

El cuerpo de la resurrección de Jesús después de su ascensión al cielo se describe con luminosidad similar y gloria de acuerdo a Apocalipsis 1: 13-16:

“Y en medio de los candeleros como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro.

Su cabeza y sus cabellos eran blancos, como la lana blanca, como la nieve; sus ojos como llama de fuego; sus pies parecían de metal precioso acrisolado en el horno; su voz como voz de grandes aguas.

Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza

Después de resucitar y ascender al cielo, se espera que los cuerpos de los santos experimenten una transformación similar, según Mateo 13:43 y Daniel 12: 2-3. 

Mateo 13:43 dice:

“Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”

transfiguracion de jesus

  

EN LA TIERRA TAMBIÉN LA ESCRITURA HABLA DE LUMINISCENCIA

El Antiguo Testamento nos refiere:

“Después de eso Moisés descendió del monte Sinaí, llevando las dos tablas del testimonio; y no sabía que de su entrevista con el Señor, le habían quedado rayos de luz en el rostro.

Mas Aarón y los hijos de Israel, viendo que el rostro de Moisés despedía rayos, temieron acercársele

Cuando Moisés salió del tabernáculo, los Israelitas vieron que su rostro despedía luz.
.
Pero él lo velaba de nuevo todas las veces que les hablaba”.
(Éxodo 34: 29-35).

El Evangelio narra la Transfiguración de Nuestro Señor sobre el monte Tabor:

“Se transfiguró ante ellos. Su cara se tornó brillante como el sol y su vestidura, blanca como la nieve…” (Mateo 27:2).

ciudad del cielo

  

QUIENES TUVIERON EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE VIERON LA LUMINOSIDAD CELESTIAL

Durante las experiencias cercanas a la muerte (ECM) es bien sabido que un ser de luz – comúnmente identificado como Cristo – llama a una revisión de la vida.

De acuerdo con investigadores de ECM, cuanto mayor sea el reino celestial más luz emiten los objetos y seres en estos reinos. 

El Dr. George Ritchie dice lo siguiente en relación con el hecho de que los seres y objetos en el cielo son intrínsecamente luminiscentes:

“Y entonces vi. . . una ciudad. Una ciudad aparentemente interminable brillante, lo suficientemente brillante como para ser visto desde toda la distancia inimaginable

El brillo parecía provenir desde las mismas paredes y calles de este lugar,  y se podía discernir seres moverse dentro de ella. 

De hecho, la ciudad y todo en ella parecía estar hecho de luz, así como la figura a mi lado estaba hecha de luz”.

El Dr. George Ritchie dice lo siguiente respecto a los ocupantes de lo que es presumiblemente una de las regiones celestes superiores:

“Aún más sorprendente, que irradiaba luz casi tan brillante como Cristo”

El reverendo Howard Storm también describió los seres del cielo como seres de luz:

“en todas partes alrededor de nosotros había incontables seres luminosos como estrellas en el cielo, que van y vienen”.

El hecho de que todo en el cielo sea luminiscente implica que los espíritus que entran en estos reinos después de la resurrección se revisten luminiscentemente.
.
De la misma manera que nuestros espíritus se revisten de materia mientras están en el planeta tierra.

bio fosforescencia

  

LA CIENCIA SABE QUE LOS ORGANISMOS VIVOS EMITEN LUZ

Todos los organismos vivos, incluyendo seres humanos, emiten una luz de baja intensidad que no puede ser vista por el ojo desnudo.

Pero puede ser medida por fotomultiplicadores que amplifican las señales varios millones de veces y que permiten a los investigadores a registrarla en forma de un diagrama.

Las investigaciones han demostrado que el cuerpo emite luz visible 1.000 veces menos intensa que los niveles que pueden captar nuestros ojos.

De hecho, prácticamente todos los seres vivos emiten luz muy débil, lo que se piensa que es un subproducto de las reacciones bioquímicas que implican a los radicales libres .

Escribiendo en la revista PLoS ONE, investigadores han medido esa luminosidad utilizando cámaras ultrasensibles durante un período de varios días.

Sus resultados muestran que la cantidad de luz emitida sigue un ciclo de 24 horas, más alto en la tarde y más bajo por la noche.
.
Y que la luz más brillante se emite desde las mejillas, la frente y el cuello.

angel custodio luminoso

  

QUE TENEMOS ENTONCES

Que el Reino de los Cielos es descrito por la luz, la luminosidad, que proviene de los mismos seres y objetos.

Y como sabemos, todo lo que entra en el reino de los cielos es santo, por lo que no es de extrañar que la escritura describa situaciones en la tierra glorificadas precisamente con esa luminosidad.

Por otro lado sabemos que el propio cuerpo humano común emite luminosidad de baja intensidad, diferente de la luminosidad calorífica.

Entonces, no debería extrañarnos que en ciertas circunstancias la luminiscencia que emite el cuerpo humano sea notoriamente mayor como para que ser registrada por otros.

Y la santidad debería ser uno de esos casos porque es un anticipo del reino de los cielos.

Cuando los teólogos analizan estos temas en la escritura le dan invariablemente un contenido espiritual, o sea como que se está hablando de brillantez espiritual no de luminiscencia material.

Sin embargo la luminiscencia registrada en santos en la tierra es corroborada por miles de personas de todas las épocas, de modo que es algo que se materializa.

san ignacio de loyola 

  

LUMINOSIDAD RELIGIOSA

Benedicto XIV cita fenómenos luminosos presentados por Luis Bertrán, San Ignacio, San Francisco de Paula, San Felipe Neri, San Francisco de Sales.

Mencionaremos los ocurridos en ese antiguo médico de la Facultad de París, que fue el bienaventurado Gilberto de Santarem.

“Gilberto, nos dice Gorres según las Acta Sanctorum, estaba en el coro de Santarem y sintiendo acercarse el éxtasis, quiso correr a la sacristía; pero fue arrebatado ante la puerta que le cerraba y cayó al suelo.

 Una piadosa mujer de nombre Elvira Duranda, llegada por casualidad, lo vio en ese estado a través de una ventanita.

Al cabo de algunos instantes, ella vio una columna de luz descender sobre él y penetrar todo su cuerpo.
.
De forma tal que brillaba como el cristal más puro atravesado por un rayo de sol.

Transida de admiración a la vista de ese espectáculo, ella no pudo dejar de mirarlo hasta que al final, al cabo más o menos de dos horas, la luz desapareció poco a poco, y Gilberto se despertó con un profundo suspiro y comenzó a caminar a tientas como un ciego.

Siempre ocurría así en todos sus éxtasis; y le parecía cada vez, que pasaba de la luz más viva a un lugar oscuro, casi de repente.

Después de su muerte, su rostro estaba tan luminoso, que permitía la lectura del breviario en la oscuridad de la noche”.

La luminosidad del Padre Francisco Suárez(1538-1617), cuyas obras teológicas constituyen autoridad, y de su crucifijo, fue objeto de una declaración jurada del Hermano Da Silva:

“Don Pedro de Aragón me ordenó advertir al Padre Francisco Suárez de que lo acompañara a Santa Cruz para visitar al monasterio…

La primera habitación estaba oscura; llamé al Padre; él no me contestó.

Y como la cortina del gabinete de trabajo estaba bajada, por el intersticio entre la cortina y el montante de la puerta, vi una grandísima claridad.

Levanté la cortina y entré en el gabinete.

Vi entonces una gran luz que salía del crucifijo: cegaba a quien quería mirarla; era como cuando el sol se refleja sobre cristales, proyectando rayos muy inflamados.

Así salía la luz del Santo Crucifijo y me cegaba si la contemplaba; y era tal la luz que proyectaba, que yo no podía estar en la habitación sin ser deslumhrado por la luz que la llenaba.

Esta luz partiendo del crucifijo, daba en la cara y en el pecho del Padre Suárez.

Y en esa claridad yo le vi de rodillas delante del crucifijo.
.
Con la cabeza descubierta, las manos juntas y el cuerpo levantado sobre el suelo unos cinco palmos en el aire, al nivel de la mesa, sobre la cual se hallaba el crucifijo…”

icono de san francisco de sales

San Francisco de Sales se presentó muchas veces a los ojos de sus contemporáneos con la cara inflamada y en una irradiación luminosa, ya celebrando la Misa, ya comulgando, ya orando.

“En los días que siguieron a la solemnidad pascual —escribe su sobrino Carlos Augusto de Sales— todos los domingos el Santo Obispo explicaba catequísticamente los mandamientos de Dios a sus fieles de Annecy desde el púlpito de su gran iglesia.

Y una vez después de haber discurrido en forma excelente y maravillosa sobre el primer mandamiento, interrumpiendo su predicación y dirigiendo su palabra a Dios Padre, fue visto por todos los fieles completamente resplandeciente y rodeado de una luz tan grande y viva.
.
Que apenas podía ser distinguido en ella, sino que parecía convertirse todo él en luz.

Además entre todos los presentes que quedaron asombrados, tuvieron una clara y neta visión de esto, de manera especial Pedro Francisco Jaius, canónico teologal y penitenciario, Juan Luis Qucstán, también canónigo, Pedro Paget, párroco de la iglesia de Civry, Francisco du Nievre, párroco de Metet y los profesores del colegio, sin contar a Sergio Saget, ciudadano y miembro de la audiencia en el Consejo de Ginebra”.

San Felipe Neri, cuando conversaba con San Carlos Borromeo de cosas divinas, veía el rostro del cardenal brillar como el de un ángel.

Igualmente, un día que San Ignacio de Loyola escuchaba con gran atención un predicador en Barcelona, su cabeza se iluminó de pronto y San Felipe Neri asegura haberlo visto más de una vez en ese estado.

Más cerca de nosotros, el santo Cura de Ars fue visto en el púlpito con el rostro transfigurado y rodeado de una aureola.

El abate Combes vio a veces un halo luminoso rodear la cabeza de la mística Victoria Clara de Coux (fallecida en 1883), sobre todo cuando ella había comulgado.

luninosidad en manos

  

LUMINOSIDAD NO RELIGIOSA

En las sesiones mediúmnicas se producen a veces fenómenos luminosos, consistentes la más de las veces en una especie de fuegos fatuos que flotan en el aire a distancia del médium.

Home, Stainton Moses y otros presentaron algunos notables.

Hemos sido testigos personales de fenómenos de esta clase en Varsovia en 1927, con la señora Popielska; los he reseñado en esa época de esta manera:

Después aparecieron pequeños resplandores como fuegos fatuos, a veces como si fueran vistos a través de una cortina, a veces netamente adelante.

Subían, bajaban, iban hacia la derecha y la izquierda.

Todos estos fenómenos ocurren sin precipitación; durante su persistencia se puede verificar la posición de los espectadores.

Mi vecino, el coronel de ingenieros, comprobaba si yo tenía bien la cinta y si esa cinta estaba en relación con el médium”, que había atado (con nudos cosidos).

La luminosidad humana parecería limitarse a ese orden de fenómenos, por cuanto, dice Carlos Richet, “está demostrado que solamente los médiums tienen ese poder”.

Sin embargo se han señalado sudores fosforescentes (Dr. Tremoliéres en Pratique méd. chir., 1911).

Por otra parte, el Dr. Charles Fére, en la Revue neurologique de 1905, dice haber visto a dos enfermos afectos de cefaleas presentar luminosidad alrededor de la cabeza y de las manos.

Se le comunicó un fenómeno análogo en un paciente víctima de crisis de angustia.

Ancel, Bouin y Charpentier habrían observado, con inyecciones de extractos testiculares, una fosforescencia especial de la piel, cerca de la 2° vértebra lumbar, nivel del centro genital de la médula” (Leopold Lévi).

animal fosforescente

  

LUMINOSIDAD ANIMAL

Nos parece oportuno agregar a los hechos citados, los ejemplos de luminosidad biológica visible por el ojo que se encuentran en la naturaleza.

Hay insectos (gusanos relucientes, luciérnagas, piróforos); bacterias, como las que contaminan la carne o el pescado y los torna luminosos en la oscuridad; protozoarios (fosforescencia del mar); vegetales (hongos y algas); pulpos, peces dotados de órganos luminosos y particularmente de verdaderos faros en la cabeza.

Morat y Doyon en su Physiologie escriben:

“Esos órganos semejan morfológicamente glándulas mucíparas transformadas.

En un comienzo la fosforescencia pudo deberse a la producción de un moco luminoso.

En ciertos moluscos la luminosidad es producida por una secreción mucosa de esta clase.

Las investigaciones se han dirigido sobre todo a la luz de los insectos.

La fotogénesis requiere humedad, una temperatura favorable y oxígeno (para la vida celular, pero no, al parecer, para la luminosidad misma).

Se halla en dependencia del sistema nervioso: la excitación a distancia la aumenta, los anestésicos (éter, cloroformo) la disminuyen, la estricnina la estimula.

jesus de la misericordia fondo

  

JUNTANDO TODOS LOS HECHOS

Los fenómenos mediúnicos parecen ser difícilmente asimilables a los prodigios religiosos y a la luminosidad animal.

En realidad, no es el cuerpo del médium el que se torna luminoso; se producen fuegos fatuos errantes, poco parecidos a una producción fisiológica y más a una muestra de un esfuerzo que se es capaz de hacer.

Advirtamos entretanto que una médium, miss Burton, que producía fenómenos luminosos a cuatro pies de distancia, presentaba la saliva fosforescente. ¿Podría compararse esto al mucus luminoso de los moluscos?

De todos modos, en razón de la rareza y debilidad de los fenómenos no religiosos, estamos en presencia de fenómenos luminosos religiosos por un lado y de la fotogénesis animal por el otro lado.

Nos parece que, como para los demás prodigios biológicos, se imponen distinciones.

La Transfiguración del Monte Tabor, que forma un acontecimiento aparte en la vida de Nuestro Señor, y que transforma hasta sus vestiduras, es evidentemente milagrosa, para edificación de los Apóstoles.

Lo mismo las luces emitidas por el cadáver de los Santos nos parecen milagrosas: el alma ya no está allí para transformar el cuerpo y además los fenómenos biológicos están extinguidos; esa luminosidad parece ser acordada por Dios para manifestar la santidad de sus servidores.

Pero no debemos olvidar la posibilidad de acción del alma sobre el cuerpo en ciertas condiciones. Hablando de los cuerpos gloriosos, el Padre Sempé escribe:

“El espíritu, reflejo de la inteligencia divina, no conoce las tinieblas de la materia.

El alma tornará a su cuerpo más luminoso que los astros: ese cuerpo, como el de Cristo, irradiará claridad”.

Además, la luminosidad podrá ser, en determinados casos, un milagro por sí misma.

Pero en otros parece preferible suponer que el hecho divino reside en la unión mística con Dios.
.
Y que la luminosidad es debida a la acción del alma que goza en forma anticipada del poder con que ella animará más tarde al cuerpo resucitado.

Y no está prohibido imaginar que para hacerlo el alma tal vez no hace más que determinar en el cuerpo humano procesos luminosos latentes como los que los científicos han podido medir en todos los seres humanos.

La luminosidad religiosa sería un milagro producido por consecuencia biológica de la unión mística.

Es más, la aureola que se pinta alrededor de la cabeza de los santos es precisamente esa luminosidad prodigiosa celestial.

  

TU LUZ BRILLARÁ COMO EL AMANECER

Cuando escuchamos que debemos “irradiar la luz de Cristo” como creyentes, entendemos con nuestra limitada percepción, que eso significa evangelizar.

Esto es ser testigos del Altísimo, mediante nuestras palabras, obras y buen ejemplo.

Y es porque los seres humanos en general, y esto nos incluye a nosotros, los creyentes, tendemos a humanizar todo, a materializar hasta nuestras experiencias de fe.

Sin embargo más de una vez nos hemos quedado maravillados al escuchar una homilía, un mensaje, una catequesis.

Y a pesar de recibir bienes espirituales, no hemos ido más allá de lo puramente físico y material.

Impresionados por la iluminación espiritual recibida, nos volvemos a nuestra vida con resabios de esa Luz, que puede mantenerse en nuestra memoria por algún tiempo.

O no.

Después de recibir los testimonios de gente que ha comprobado con sus propios ojos esas «transfiguraciones» de seres privilegiados, que lo fueron por sus sufrimientos y virtudes heroicas, no podemos menos que invocar al Espíritu Santo.

Él es el experto en luz, porque es Luz y procede de la Luz.

Y pedirle que nuestra vida, nuestros actos, nuestro permanente caminar en la presencia de Dios, nos otorgue aunque más no sea en una pequeña, mínima, diminuta proporción, ese regalo de luz que el Señor ha otorgado y otorga a Sus Santos.

Nos sabemos profundamente indignos de ese privilegio, pero también nos sabemos amados.

Si nos disponemos, de corazón, auténticamente, a entregarle nuestra vida a Dios, y a reflejar, en medio de nuestras miserias, una pequeñísima parte de ese Amor eterno que nos sostiene y alimenta, no nos veremos decepcionados.

Porque, como el Señor nos dijo a cada uno de nosotros a través del profeta Elías, “si haces esto, tu luz brillará como el amanecer” (Elías 58:8).

Fuentes:



María de los Ángeles Pizzorno de Uruguay, Escritora, Catequista, Ex Secretaria retirada

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Santos con el Don de la Invisibilidad, Pasaje a través de Cuerpos y Bilocación

Estos son prodigios en general raros, aunque la bilocación es más común que los otros.

Son un regalo de Dios que la Iglesia trata de entender y explicar.

personas vistas borrosas

No es para beneficio de los que los experimentan sino más bien para el beneficio de las almas de los demás.

San Francisco de Paula
San Francisco de Paula

 

INVISIBILIDAD

La facultad de tornarse invisible ha sido atribuida a muchos Santos, como San José de Steinfeld, el bienaventurado Nevelo de Faenza, Santa Bona de Pisa, San Luciano, San Francisco de Paula.

Se cuenta que Violante, esposa del rey Juan de Aragón, quiso ver por curiosidad el interior de la celda de San Vicente Ferrer, y como el Santo se rehusó a prestarse a este deseo, ella hizo forzar un día la puerta.

Entonces ella vio todo lo que había en el cuarto, pero no al Santo mismo, e igual cosa ocurrió a los que la acompañaban.

Ella preguntó entonces a los Hermanos dónde estaba Vicente; ellos contestaron que estaba allí ante ella y que estaban sorprendidos de que no lo viera.

Luego, dirigiéndose a él, le dijeron:

“¿Por qué, padre, no aparecéis ante la reina, que os visita, y por qué no le habláis?”  

Y él contestó:

“Yo nunca he permitido a mujer alguna que entrara en mi celda, ni a la misma reina, y Dios, para castigarla de haber entrado por la fuerza, tendrá sus ojos cerrados todo el tiempo que ella permanezca aquí, para impedir que me vea”.

La reina salió en seguida. Vicente la siguió; ella le pidió perdón de lo ocurrido y se alejó. (Ida Friederike Görres).

Sobre este tipo de sucesos no hay mayores investigaciones pero ciertos hechos parecen estar a favor de una invisibilidad real.
.
En cambio quienes cuestionan la verdadera invisibilidad, sino que lo adjudican a una ceguera subjetiva y selectiva que afecta a ciertas personas.

Esto es diferente a la tecnología que usan los aviones furtivos para que no sean detectados por los radars, que se basan en la forma del avión, los materiales, la pintura, y las tecnologías para reducer emidiones.

Y también diferente a las capas de invisibilidad que se manejan con varias tecnicas que podemos dividir en dos grupos:

A) redirigir la luz para que siga el mismo camino que si no hubiera nada en medio;

B) proyectar una copia exacta de lo que se encuentra detrás del objeto de forma que cuando alguien te mire, lo que vea sea la proyección de lo que tienes detrás y de la sensación de que no estás.

Santo Domingo
Santo Domingo

 

COMPENETRACIÓN: PASO A TRAVÉS DE LOS CUERPOS SÓLIDOS

Este prodigio tiene su ejemplo en el Evangelio, después de la Resurrección de Nuestro Señor:

“Hacia el atardecer del mismo día, que era el primero después del sábado, las puertas del lugar donde se reunían los discípulos, estaban cerradas, por temor a los judíos; Jesús vino, y de pie, entre ellos, les dijo: La paz sea con vosotros.

Y cuando les hubo hablado así, les mostró sus manos y su costado…

Y ocho días después, mientras los discípulos estaban todavía en el mismo lugar y Tomás con ellos, Jesús vino, estando cerradas las puertas; y de pie entre ellos, dijo: La paz sea con vosotros.

Él dijo en seguida a Tomás: Pon tu dedo aquí y mira mis manos; acerca tu mano y ponía en mi costado; y no seas más incrédulo, sino creyente.” (Juan 20:19-27)

La vida de los Santos relata prodigios análogos.

Santo Domingo fue trasladado con un Hermano que le acompañaba, al interior de una iglesia, delante de la cual se había puesto a orar, estando cerradas las puertas.

El bienaventurado Mauricio, de la Orden de los Frailes Predicadores, Clara de Agolantibus, etc., son citados también por haber pasado a través de puertas y paredes.

Muchos experimentadores han pretendido haberlas obtenido, sobre todo en forma de transporte de objetos que penetran en una habitación cerrada.

Charles Richet expresa sus reservas al respecto

“en la ciencia metapsíquica el transporte y el aporte de objetos son muy excepcionales, tanto que nunca pudieron ser comprobados”.

Y el cardenal Lépicier por su parte dice:

“Sería un error creer que los cuerpos glorificados gozan del privilegio de la compenetración, porque en este caso se trata, como hemos dicho ya, de una operación que corresponde únicamente a Dios”.

Por otra parte, vemos que el Dr. Richet no admite en nombre de las leyes físicas una imposibilidad absoluta de este fenómeno.

En realidad, Gorres, fundado en los fenómenos electrolíticos y de ionización, entrevé bases naturales posibles para esos fenómenos.

Lo mismo, lo que sabemos acerca de las membranas semipermeables, infranqueables para determinados cuerpos y permeables para otros, y finalmente ciertas teorías de la física moderna, no colocan a la compenetración fuera de nuestras concepciones fisiológicas.

La impermeabilidad es sólo una cualidad relativa: una variación de tensión superficial, de temperatura, etc., basta para permitir una compenetración que pareció imposible anteriormente.

El milagro tendría en este caso que hacer actuar o exaltar ciertos procesos naturales.

Acerca de la compenetración, el Padre Sempé también escribe:

El espíritu no conoce la maciza vulgaridad de la materia que impide a dos cuerpos coexistir en el mismo espacio.

El alma glorificada tornará al cuerpo más sutil que la luz: para ese cuerpo, como para el cuerpo de Cristo, no habrá ya masa impenetrable” (Messager du Coeur de Jésus, noviembre de 1933).

4 imagenes del padre pio
Padre Pio

 

BILOCACIONES

La presencia aparente de una misma persona en dos lugares diferentes, en el mismo instante, es un hecho raro, pero que al parecer ha sido bien demostrado.

Sobre esto puede leerse más aquí:

San José de Cupertino, hallándose en Roma, fue visto lejos de allí, por numerosas personas, asistiendo a Octavio Piccino.
.
Fue visto en Cupertino por su madre moribunda, mientras él se hallaba en Asís.

Se citan hechos semejantes acerca de San Pedro de Alcántara, San Antonio de Padua, San Francisco Javier, visto a la vez sobre un barco y en la chalupa a la deriva, de María de Agreda, etc.

Santo Tomás de Aquino enseña que la presencia de un mismo cuerpo en dos lugares diferentes al mismo tiempo es contradictoria porque la materia ocupa unas dimensiones específicas y no las puede ocupar en diferentes lugares simultáneamente.

Pero sí puede ocurrir que mientras un cuerpo está en un lugar, en otro lugar esté una representación o figura aparente del mismo.

Esta representación puede darse “sobrenaturalmente” (por intervención divina) o preternaturalmente, por intervención diabólica.

San Jose de Cupertino
San Jose de Cupertino

 

BILOCACIONES SOBRENATURALES

Los fenómenos de bilocación sobrenaturales se dan por una representación sensible, hecha milagrosamente por Dios, en uno de los lugares de la bilocación.

La bilocación puede ser de dos maneras: o puramente en espíritu o bien en cuerpo y alma, es decir la persona completa.

Cuando se realiza únicamente en espíritu y va acompañada de aparición, la presencia de la persona es física en el punto de partida, y es puramente representativa en donde tiene lugar la aparición, o sea, donde el espíritu se representa visiblemente revestido de un cuerpo.

Cuando la bilocación se hace en cuerpo y alma, la presencia de la persona es física allí donde el cuerpo y el alma se presentan y aparecen de una manera visible, y es representativa en el sitio que la persona abandona.

En el primer caso, el cuerpo que el espíritu toma para hacerse visible representa a la persona que físicamente está en otra parte.

En el segundo caso, el cuerpo que parece permanecer en el lugar de origen, y que las personas creen que no se ha movido para nada, no es más que una representación de la persona hecha por el ministerio de un ángel (o de otro modo desconocido por nosotros), mientras que la verdadera persona se ha trasladado en cuerpo y alma a la otra parte.

Esta doble presencia, representativa en un lado, y física, del otro, es esencial a la bilocación de cualquier manera que se verifique, ya sea en cuerpo y alma, o sea puramente en espíritu, pero de manera visible.

También se debe insistir en que esta doble presencia de la que hablamos, la una física, la otra representativa, supone necesariamente, para constituir verdadera bilocación, la traslación.
.
Es decir, el paso de la persona de un lugar a otro, ya sea en cuerpo y alma, ya al menos en espíritu.

Cuerpo flotando arriba de otro

 

BILOCACIONES PRETERNATURALES

El fenómeno de la bilocación puede tener a veces, sin duda ninguna, un origen preternatural o diabólico.

El demonio puede -permitiéndolo Dios- encargarse de realizar la representación de la persona “bilocada” en uno de los lugares de la bilocación.

Los ocultistas, espiritistas, teósofos y otros se refieren a la bilocación como el Viaje Astral.

El cuerpo físico, real, quedaría como muerto y el alma, con su “Periespírito”, actuaría en otro lugar.

Los parasicólogos pretenden explicar la bilocación como algo natural. Hablan de ideoplastia, fantasmogénesis, ectoplasma. Pero no logran dar una explicación razonable.

San Alfonso Maria de Ligorio
San Alfonso Maria de Ligorio

 

CASOS DE BILOCACIÓN

Estos son algunos casos de bilocación:

 

San Alfonso María de Ligorio

Del proceso de canonización:

“El venerable siervo de Dios, en cuanto residía en Arionzo, un lugarejo de su diócese, en 21 de septiembre de 1774 sufrió un desmayo.

Quedó por casi dos días sentado en una silla de brazos, sumergido en dulce y profundo sueño. Uno de los empleados quería despertarlo.

Además su Vicario General, Don Rubino, ordenó que no lo tocasen y que se quedasen vigilándolo constantemente en un cuarto próximo.

Cuando al final se despertó y tocó una campanilla, todas las personas de la casa acudieron.

Al verlas pasmadas, les preguntó el porqué. Respondieron: “¡Oh, Monseñor, ya hace dos días que Ud. no habla, ni come, ni da señal alguna de vida!”

“Entonces”, – respondió él, – “Uds. pensaban que yo estuviese durmiendo, pero no fue bien eso.
.
Uds. no saben que fui a asistir al Papa, que ahora ya no se encuentra más en la lista de los vivos”.

En efecto, después de breve lapso, se supo que Clemente XIV falleció el 22 de septiembre, a las ocho de la mañana, esto es, exactamente en la hora en que el siervo de Dios había tocado la campanilla.

San Antonio de Padua
San Antonio de Padua

 

San Antonio de Padua

Durante su estancia en Padua, según refieren Bartolomeu Pisano y Marcos de Lisboa, hubo varias demostraciones de bilocación, una es:

“Estando Santo Antonio en Padua, tuvo una visión, que llegó a mis oídos por medio de un religioso digno de fe.

En la su ciudad natal, Lisboa, vivían aún sus parientes: el padre, la madre, los hermanos y las hermanas, que se encontraban implicados en un caso de homicidio, cometido por otros”.

Había en aquella ciudad dos personas que se odiaban mortalmente.

Uno de ellos, encontrándose cierta noche con el hijo del rival, decidió vengarse en el heredero y, favorecido por la oscuridad, lo sorprendió, lo arrastró a su propia casa y allí lo asesinó bárbaramente.

Después, sepultó el cuerpo en el jardín de la casa de los parientes de Antonio.

Tratándose del desaparecimiento de un noble, la magistratura procedió enseguida a una investigación.

Sabiendo que el joven había sido visto aquella noche en las proximidades del palacio de Martinho, buscaron por los alrededores y por toda la propiedad.

Guiándose por la tierra removida hacía poco, llegaron al cadáver, lleno de heridas.

Bastó ese indicio para que las sospechas del homicidio cayesen sobre Martinho, que fue preso con toda la familia, según la costumbre de la época.

Aproximábase el día de la sentencia, que habría sido una condenación, si el Santo no hubiese venido en auxilio de los suyos”.

Cierta noche, él pidió licencia a su superior para salir del convento y se puso camino de Lisboa.

Allá llegó prodigiosamente en la mañana siguiente, cuando no serían suficientes tres meses para recorrer la distancia entre Padua y Lisboa.

Llegando a su tierra natal, se presentó al tribunal para pedir la libertad de su familia.

Como érase de esperar, no fue atendido, visto ser por demás graves los indicios acumulados contra ella”.

El Santo pidió entonces que le trajesen el cadáver de la víctima.

Al verlo, le ordenó en nombre de Cristo que volviese momentáneamente a la vida para indicar su asesino.

Y el cadáver se animó, confesó abiertamente que ningún miembro de la familia de Antonio era culpado de su muerte y después cayó nuevamente en su sueño de muerte.

La novedad del milagro y la solemne declaración de tal testimonio fueron suficientes para libertar la familia de Antonio, con la cual él pasó aquel día.

Se despidió al caer de la noche y en el día siguiente encontrábase nuevamente en su convento de Padua”.

Icono de San Jose de Cupertino

 

El Padre jesuita Eduardo Rodríguez

Toda España fue testigo de una de las bilocaciones milagrosas.

Al mismo tiempo que predicaba en la Catedral de Toledo, siendo irradiado el sermón por Radio Toledo, estaba predicando otro sermón en la Iglesia San Francisco El Grande, siendo irradiado por Radio Nacional de España.

 

El Padre Pío

Puede verse este artículo donde hay varias anécdotas de sus bilocaciones: Misteriosas Bilocaciones del Padre Pío.

 


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Que Son y Cómo Suceden los Milagros de Incombustibilidad

Hay un tipo de milagros del que se habla poco. 

Es la cualidad de refractar, repeler o ser inmune al fuego.  

Hay un hecho famoso que es la incombustibilidad del dedo de San Celso.

San Vicente Ferrer
San Vicente Ferrer

En el año 979, Egberto de Tréveris, queriendo comprobar la autenticidad del cuerpo de San Celso, hizo envolver en un paño la falange de un dedo.
.
Y luego ordenó que se echara en un incensario lleno de carbones ardiendo.
.
La reliquia permaneció todo el tiempo del canon de la Misa en el incensario y fue retirada intacta (Mabillon).

También en 1924, en oportunidad del Congreso Eucarístico de Amsterdam, se recordó el célebre milagro acaecido en esa ciudad en 1345.

Una hostia, devuelta por un enfermo y echada en el fuego, quedó intacta en medio de las llamas.
.
Fue retirada con la mano por una sirvienta que no sufrió ninguna quemadura.

El Consejo de los regidores procedió a una investigación severa y, el año siguiente, Jan van Arkel, obispo de Utrecht, después de un examen serio de los hechos, declaró que debía considerarse a Dios como autor de los prodigios comprobados.

La historia religiosa menciona numerosos hechos de esta naturaleza.

Nos limitaremos naturalmente a los que conciernen al cuerpo humano.

Santa catalina de Siena
Santa Catalina de Siena

 

INCOMBUSTIBILIDAD EN SANTOS

El ejemplo clásico es el de los tres jóvenes hebreos Ananías, Misael y Azarías, que Nabucodonosor hizo echar en un horno, «siete veces más ardiente que de costumbre», por haberse rehusado a inclinarse ante una estatua de oro erigida por orden del rey.

Enseguida los tres hombres fueron atados y echados en medio de las llamas del horno, con sus medias, sus tiaras, sus zapatos y sus vestidos.

Pues el mandato del rey era poderoso.

Y como el horno estaba calentado extraordinariamente, las llamas del fuego harían morir a los hombres que habían echado en él a Ananías, Misael y Azarías.

Entretanto esos tres hombres, Ananías, Misael y Azarías cayeron atados entre las llamas, alabando a Dios y bendiciendo al Señor…

Y el ángel del Señor descendió hacia Azarías y sus compañeros en el horno y apartó las llamas

Y formó en el medio del horno un viento fresco y un dulce rocío y el fuego no los tocó en ninguna forma, ni les molestó en nada ni les hizo sufrir algún dolor…

Entonces el rey Nabucodonosor quedó asombrado, se levantó de repente y dijo a los grandes de su corte: «¿No hemos echado tres hombres en el fuego?»

Ellos respondieron al rey: «Sí, señor».

Y Nabucodonosor les dijo: «Sin embargo yo veo a cuatro que caminan sin ataduras en medio del fuego y que son incorruptibles entre las llamas y el cuarto de ellos se parece al hijo de Dios».

Ananias-Azarias-Misael
Ananias-Azarias-Misael

Entonces Nabucodonosor, acercándose a la puerta del horno ardiente, dijo: «Ananías, Misael y Azarías, servidores del Altísimo, salid y venid».

Y en seguida Ananías, Misael y Azarías salieron del fuego.

Y los sápatras, los primeros oficiales, los jueces y los grandes de la corte del rey observaron atentamente a esos jóvenes y vieron que el fuego no había tenido acción alguna sobre sus cuerpos.

Que ni un solo cabello de su cabeza se había quemado, que no se veía rastro de las llamas en sus vestiduras y que ni el mismo olor del fuego los había alcanzado». (Daniel, III, 21-94).

Las Acta sanctorum describen más de cincuenta casos de incombustibilidad en mártires y más de una decena en otros santos.

Tertuliano nos habla del apóstol San Juan caído completamente (demersus, sumergido) en aceite hirviendo y milagrosamente preservado.

O. Leroy refiere como rodeada de garantías especiales de autenticidad (las declaraciones de los testigos oculares han llegado hasta nosotros en las causas oficiales), la incombustibilidad de Juan Buono, fundador de la ermita de San Agustín, que falleciera en 1245.

Un día, Juan Buono, sentado cerca del fuego con algunos Hermanos, comenzó a exhortarles a la perseverancia religiosa.

Si tenían confianza en Dios, les aseguraba, su protección no les faltaría ni en las cosas materiales ni en las espirituales.

Dios está siempre dispuesto a hacer milagros por sus amigos…
.
Y para probarlo, Juan se levantó y, caminando sobre las brasas del hogar, las removió como se hace con el agua cuando se lavan las manos.

Quedó haciéndolo aproximadamente durante el tiempo necesario para rezar la mitad del salmo Miserere mei Deus

El hermano Salveti examinó los pies, las piernas y la orla inferior de la túnica, pero no halló rastro alguno del fuego«.

Sadrac, Mesac y Abed nego
Sadrac, Mesac y Abed nego

Santa Catalina de Sena, durante un éxtasis, cayó en un gran fuego encendido.
.
Y fue hallada, por su cuñada, en medio de las brasas y las llamas, sin daños ni en el cuerpo ni en los vestidos.

El proceso de canonización de San Francisco de Paula registró también las declaraciones de testigos oculares de hechos de incombustibilidad: reparación de un horno de cal viva, manejo de hierros candentes y de brasas ardiendo.

¿No es oportuno relacionar estos hechos con milagros de detención de un incendio, como el que presenció Turena y que narra el general Weygand? Este dice:

«Pascal fué profundamente sorprendido en 1656, cuando su sobrinita fué sanada por un milagro de la Santa Espina.

Turena lo fué también por el que se produjo en el Louvre durante el incendio que estalló allí poco antes de la muerte de Mazarino.

Las llamas fueron detenidas por el Santísimo Sacramento llevado por un sacerdote: «Yo lo he visto, decía Turena; no puedo dudar: yo lo he visto».

San Francisco de Paula
San Francisco de Paula

 

LAS PRUEBAS POR EL FUEGO, INCOMBUSTIBILIDAD JUDICIAL (ORDALÍAS)

La prueba del fuego era una costumbre de origen bárbaro, que parece remontarse a la más lejana antigüedad.

Muchos Santos se sometieron a ella para justificarse de una acusación, como San Juan Limosnero y San Brice, hechos que la vinculan con la incombustibilidad de los Santos.

Un ejemplo célebre es la ordalía sufrida por Ema, hija de Ricardo II, duque de Normandía, y madre de San Eduardo.

«Ema, merced a algunos señores ingleses, tenía demasiada influencia política.

El apoyo que hallaba en el obispo de Winchester, hizo que se le atribuyera a ese prelado como amante.

Roberto, arzobispo de Canterbury, sugirió que la reina debía purgarse de esa acusación por la prueba del fuego.

Y así se decidió.

Ema daría nueve pasos con los pies desnudos, sobre nueve rejas de arado enrojecidas en el fuego.

Ella ofreció de dar cinco pasos más, por cuenta del obispo, su presunto cómplice.

La reina se preparó a la prueba, pasando la noche en oración sobre la tumba de San Swithin; luego la ordalía tuvo lugar en la iglesia que lleva su nombre.

Ema apareció vestida como una mujer común.

Llevaba una pequeña túnica que le llegaba a las rodillas.

Sus piernas y sus pies estaban desnudos.

Dos obispos la conducían.

Ella avanzó sobre las rejas candentes en presencia de Eduardo y de los dignatarios del reino.
.
Ella caminaba —dicen las crónicas— con los ojos fijos en el cielo.
.
Pasó sobre las rejas y al llegar al vestíbulo de la iglesia, preguntó si llegaría pronto al lugar peligroso.

Pintura de San Celso
Pintura de San Celso

No había sentido nada.

Eduardo, asombrado, quiso ser castigado por haber sospechado de su madre; se hizo fustigar públicamente».

Los accidentes que se produjeron, obligaron a abandonar poco a poco esa prueba.

Pero su larga persistencia, a pesar de los accidentes, es la prueba de que —como lo observa Leroy— hubo casos positivos.

El padre Bouchet, misionero en Pondichery al comienzo del siglo XVIII, narra que muchos de sus fieles se sometieron a la prueba del aceite hirviendo y retiraron la mano sana.

Uno de sus cristianos, celoso en grado extremo, llenó un recipiente de aceite.

Lo hizo hervir —escribe el padre Bouchet—, luego ordenó a su mujer de meter la mano en el aceite; ella obedeció en el acto, diciendo que no la retiraría hasta que él no se lo ordenara.

La firmeza de esa mujer asombró al marido; quedó un momento sin decir nada, pero viendo que no daba señales de dolor y que su mano no se había quemado en absoluto, se echó a sus pies y le pidió perdón.

Cuatro o cinco días después vino a verme con su mujer y me contó todo entre lágrimas.
.
Yo interrogué a la mujer, que me aseguró que no había sentido otra cosa que como si su mano se hallara en el agua tibia…

Se podrá creer lo que se quiera; pero yo que he visto hasta dónde llegaban los celos locos de ese hombre, y la convicción que después tenía de la virtud de su esposa, no puedo dudar de la verdad del hecho».

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INCOMBUSTIBILIDAD RELIGIOSA NO CRISTIANA

La antigüedad nos ha transmitido el recuerdo de los Hirpes, a quienes alude Virgilio, y que, todos los años, hacían un sacrificio a Apolo sobre el monte Soracte y pasaban tres veces sobre brasas ardientes.

En Castabala, en la baja Sicilia, las sacerdotisas de Diana Perasia caminaban sobre el fuego sin quemarse.

El «Firewalk» que se practicaba hasta hace poco aún en la Polinesia, es muy conocido por las descripciones de ingleses o de misioneros franceses residentes en el Pacífico y que han sido testigos oculares.

Los indígenas cavan una fosa de unos tres metros de diámetro.

Ponen en el fondo un lecho de piedras y luego encienden un fuego intenso.

El oficiante principal —parece— tiene el privilegio de la incombustibilidad, el «mana», y puede comunicarlo a quien quiere.
.
Él mismo pasa sobre las piedras quemantes, seguido de los que le acompañan en el rito.

El coronel Gudgeon, de Rarotonga, pasó también sobre esas piedras calientes, el 20 de enero de 1898.

Afirmó que no sintió ninguna sensación de calor, sino una picazón muy parecida a pequeñas conmociones o sacudidas eléctricas, que duró todavía algunas horas después de la experiencia.

Sin embargo, el horno era muy caliente. Media hora después de su paso, unas hojas de te, verdes, echadas sobre las piedras, se secaron y ardieron en llamas.

Ceremonias análogas tenían lugar en la India, pero en lugar de piedras calientes es un lecho de brasas inflamadas que sirve como camino de fuego.

El 21 de agosto de 1899, en Peralur, un joven cayó sobre el brasero sin sufrir daño.

Entre los que caminaron sobre los carbones encendidos, se hallaba un hindú europeizado: Rajagopal Moodelliar, de Madras, profesor en el colegio de Pachaiyappa.

Cabe notar que en ciertas regiones, hay una alteración del rito: los fieles toman precauciones y patalean en el lodo antes de pasar por el brasero.

Esto reduce singularmente el valor de la prueba, pero confirma la de los casos desprovistos de esa precaución.

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San Vicente Ferrer

 

INCOMBUSTIBILIDADES DIVERSAS

Hay entre ellas la incombustibilidad de la convulsionaria María Sonnet, que el 12 de mayo de 1731, envuelta en una sábana y en convulsión permaneció durante treinta y seis minutos (en cuatro veces) entre las llamas de un fuego muy vivo.

Y una quinta vez nueve minutos, en presencia de once testigos, entre ellos un sacerdote, doctor en teología, un canónigo, Carré de Monegeron, consejero del Parlamento, etc.

El Journal des Savants publicó en 1677 un artículo pormenorizado sobre un prestidigitador inglés, Richarson, que «comía fuego».

En 1781, un médium, Home, realizó en presencia de William Crookes curiosas experiencias: transporte de un carbón en un pañuelo, encender un carbón mantenido en la mano, mediante el soplo; depósito de un carbón ardiendo, capaz de quemar un papel sobre el cual fué colocado, sobre la mano de una asistente, que no sintió dolor alguno; cara entre las llamas, etc.

En 1921, monseñor Despatures, párroco y luego obispo de Mysore fué invitado por el rey a una experiencia con fuego.

«La experiencia —escribió a O. Leroy— debía realizarse en el Palacio de Verano; yo fui hacia las seis de la tarde.

Se había abierto en el parque una trinchera de cerca de un pie de profundidad, larga más o menos cuatro metros, ancha dos.

Se había llenado esa fosa de carbón de madera rojo por un espesor de aproximadamente nueve pulgadas (25 centímetros).

Cuando llegué fui directamente al horno citado y lo examiné con mucha atención.

No quería ser víctima de un timo.

Di la vuelta con cuidado alrededor de la trinchera y me pude asegurar que se trataba de fuego real.

Acercándose un poco, se sentían oleadas de calor espantosas.

Cerca del horno se hallaba un mahometano de la India septentrional. Era el héroe de la velada…

Tomamos asiento a unos 25 metros del brasero. El Turco vino a prosternarse delante del rey, según la costumbre hindú y se fue hasta la trinchera ardiente.
.
Creía que ese hombre penetraría él mismo en el fuego. Estaba equivocado.
.
Se quedó a un metro del brasero e invitó a un empleado del palacio a caminar sobre las brasas.

Le hizo una señal para que se adelantara y le espetó un discurso en el cual pareció poner toda su facultad de persuasión.

El otro no se movió.

Entretanto el Turco se le había acercado y tomándole por los hombros, lo empujó entre el fuego.

En el primer momento el Hindú trató de salir del fuego; luego, de pronto, la expresión de terror pintada en el rostro, dejó lugar a una sonrisa asombrada y el hombre comenzó a atravesar la trinchera en el sentido de su longitud, lentamente, como quien pasea, y lanzando a derecha e izquierda miradas satisfechas.

El hombre tenía los pies y las piernas desnudas; cuando salió del brasero, sus compañeros lo rodearon y le pidieron sus impresiones.

Las explicaciones del Hindú fueron convincentes, porque uno, dos, cinco y después diez sirvientes del palacio atravesaron entonces el horno.

Luego les tocó el turno a los músicos del rey, entre los cuales había numerosos cristianos.

Desfilaron de tres en tres por el fuego.

En ese momento trajeron algunas carretillas de grandes hojas de palmera desecadas y las echaron sobre las brasas, de donde se elevaron llamas más altas que un hombre.

El Turco persuadió nuevamente a muchos empleados de palacio para que atravesaran las llamas, lo que hicieron sin daño alguno.

A su turno volvieron a pasar los músicos.

Llevaban sus instrumentos y sobre ellos sus copias de la música en papeles.

Y yo vi que las llamas lamían sus caras, rodeaban las distintas partes de los instrumentos y envolvían las hojas de papel sin inflamarse.

Calculo que doscientas personas caminaron sobre las brasas y un centenar pasaron entre las llamas.

A mi lado se hallaban dos ingleses: el jefe de policía del reino (un católico) y un ingeniero.

Solicitaron ambos del rey la autorización para intentar la experiencia; el rey les dijo que podían hacerlo bajo su responsabilidad personal.

Se dirigieron al Turco, quien les hizo seña de pasar por el brasero.

Cuando volvieron a mi lado, les pedí sus impresiones. «Sentimos que estábamos en un horno, contestaron, pero el fuego no nos hizo nada».

Cuando el rey se levantó para indicar que la sesión había terminado, el Turco, siempre a un costado del brasero, se revolcaba en el suelo, como atormentado por dolores atroces.
.
Pedía agua.
.
Unos sirvientes se la llevaron y él bebió con avidez.
.
Un brahmán a mi lado hizo esta observación: «Él ha tomado sobre sí las quemaduras del fuego».

Quince días después, el Turco ofreció una nueva sesión en un suburbio de la ciudad.

Muchas personas pasaron sobre las brasas sin quemarse.

Al final, aunque el Turco hubiera dado la señal para que nadie pasara más, tres personas siguieron el movimiento.

Quedaron gravemente quemadas.

Se las trasladó al hospital de la gobernación y el Turco fue citado por la justicia como responsable del accidente.

Él se disculpó haciendo notar que nadie de los que habían pasado con su permiso, habían sufrido quemaduras y que esas personas habían penetrado en el brasero a pesar de sus advertencias.

¿A qué se pueden atribuir esos efectos?

No creo que se le pueda asignar una causa material.

Por lo demás, nada se empleó para ese fin.

Yo creo en la influencia de una entidad superior que no es Dios…»

El relato de monseñor Despatures fué confirmado a O. Leroy por cuatro testigos: Rhimboo Cletty, secretario del rey, H. Lingaray Urs, A. B. Mackintosh, profesor y J. C. Rollo, principal del colegio de Musore. H. Lingaray Urs y J. C. Rollo atravesaron el fuego con su calzado puesto: ninguno de los dos sintió ninguna sensación de quemadura ni rastro alguno de fuego.

planchas de libro de mormon

 

APRECIACIÓN DE LOS HECHOS

Es conveniente en primer lugar recordar las condiciones que confieren naturalmente cierta incombustibilidad relativa al cuerpo humano.

Mojando la mano, con preferencia en un líquido muy volatilizable (alcohol, éter) o aun si ella está húmeda de sudor, se puede mantenerla en plomo fundido o tocar una colada en fusión; hasta se puede pasar la lengua sobre un hierro al rojo sin quemarse.

Pero la prueba «debe hacerse muy rápidamente y también con mucha habilidad, porque la simple irradiación puede quemar las partes de la mano cercanas a la que toca el metal fundido» (Cazin, La Chaleur, Hachette, París, 1867).

En realidad, la inmunidad es causada por la capa aisladora que se forma alrededor de la mano por el líquido volatilizado, y es por lo tanto, más que muy breve.

El fenómeno, por lo demás, es empleado frecuentemente en forma práctica por los obreros metalúrgicos, los cocineros, y otros que manejan rápidamente un objeto candente, brasas, etc.

Es así que se puede apagar una vela, aplastando el pabilo entre los dedos.

Recordemos que cada kilogramo de sudor, para evaporarse, consume alrededor de 537 calorías.

Comparando estos datos físicos con los ejemplos de incombustibilidad citados, parece que bien pocos pueden explicarse naturalmente. S

ería necesario hacer experimentos para establecer las posibles discriminaciones.

En todo caso, los hechos mayores: los hebreos en el horno, Juan Buono, María Sonnet, la experiencia de Mysore, en que los vestidos participan de la incombustibilidad, parecen irreductibles a un proceso natural.

Por eso, sobre todo comprobando la frecuencia y el predominio del elemento religioso en esos hechos, estamos inclinados a pensar en el elemento sobrenatural.

Elemento sobrenatural: intervención de Dios mismo en el cristianismo, para recompensar la fe y la virtud; elemento preternatural angélico (evidente por los hebreos Ananías, Mosael y Azarías) o diabólico.

Pero aún este caso, es verosímil admitir, como la mayoría de los milagros que la intervención sobrenatural actúa solamente para determinar y completar los factores naturales realizables. 

Fuente: Dr. Henri Bon, Medicina Católica

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La Levitación

La levitación ha sido el tema de un notable trabajo de Olivier Leroy, profesor adjunto de la Universidad, que ha estudiado también la incombustibilidad. Se sabe que ella consiste en el levantamiento, el mantenimiento y el desplazamiento en el aire del cuerpo humano o de diversos objetos, sin apoyo visible y sin la acción manifiesta de alguna fuerza física.

La mayoría del contenido de este articulo se subsumido en este otro:

http://forosdelavirgen.org/72522/el-fenomeno-de-la-levitacion-en-los-santos-2013-11-26/

 

APRECIACIÓN DE LOS HECHOS

Advertimos en primer lugar una diferencia esencial entre los hechos religiosos y los no religiosos, tanto que se trate de levitación corporal como de levitación de objetos. Los primeros son independientes de toda condición de lugar, de iluminación, de ambiente y de sujeto: ocurren dentro o fuera de una iglesia, en un locutorio, en una celda o en una habitación; en plena luz o no, en la soledad, en presencia de dos o tres personas o ante una muchedumbre; el sujeto no se prepara en absoluto al fenómeno y es levantado independientemente de su voluntad, en éxtasis o no. La levitación puede llegar a notable altura y realizar un verdadero traslado a distancia y durar horas.

La levitación no religiosa requiere habitualmente locales favorables, una iluminación discreta o nula, un grupo de personas simpáticas formando cadena, un médium en estado de trance. El desplazamiento es rara vez importante y tiene sólo una duración muy breve.

Hemos comprobado que la levitación espontánea fisiológica o patológica no existe, al parecer.

El Dr. Carlos Richet, en los desplazamientos de objetos a poca distancia del médium, admite la posibilidad de la expansión fluida (ectoplasma) fuera del cuerpo de estos últimos. Aunque esta concepción provoque numerosas objeciones, los resultados obtenidos por los diversos experimentadores y sobre todo la frecuencia y, diríase, la vulgaridad de las levitaciones de objetos durante sesiones mediúmnicas o metapsíquicas, serían muy favorables a una posibilidad de acción motora a distancia por el cuerpo humano.

Pero cuando se trata de fenómenos más importantes, como las levitaciones corporales, vemos a los médiums invocar a placer las teorías espiritistas. Un amigo de Home, el Dr. Hawksley, escribió a este respecto: «Después de un serio examen de los hechos, he llegado a la conclusión que esas manifestaciones son provocadas posiblemente por un espíritu inteligente que domina o posee el cuerpo de mi amigo y que puede abandonarlo al producir diversos fenómenos lejos de él: tocar un instrumento de música, levantar o trasladar objetos, leer el pensamiento y responder en manera inteligente, a las cuestiones formuladas mediante signos… Por cierto, me inclino a creer que Home es un poseso, a pesar de que conozco su vida y sus costumbres y estoy por ello convencido de que es un hombre sincero, leal, generoso y bueno».

Henos aquí llevados, por lo tanto, por los mismos médiums y sus adláteres a la intervención probable de un preternatural, que según la teología no podría nunca ser el hecho de almas descarnadas, sino de demonios. Por esta razón hallamos las levitaciones diabólicas.

Las levitaciones en las religiones no cristianas demostrarían, con todas las reservas por una levitación natural restringida, la intervención a veces del Espíritu del Mal, que trata de trastornar los espíritus; a veces, la de lo preternatural angélico o de lo sobrenatural divino, en la medida con que Dios quiera animar el impulso sincero hacia Él; a veces finalmente una consecuencia de la unión mística, como lo expondremos en seguida.

Finalmente, las levitaciones en los Santos y personas piadosas, con excepción de ciertas pruebas diabólicas, procederían generalmente en forma directa o indirecta de Dios, para manifestar la virtud del sujeto. La opinión clásica (López, Ezquerra, Scaramelli, Benedicto XV) ve en la levitación del extático «una comunicación anticipada y milagrosa de la agilidad de los cuerpos gloriosos».

Sin embargo, hay muchos casos en que la levitación en los Santos ocurre con caracteres tan extraordinarios que no permiten absolutamente suponerla bajo la acción directa de Dios: San José de Cupertino debió ser excluido de los ejercicios de la comunidad, en razón de los escándalos que provocaba; los paseos de Sor María de Jesús Crucificado por los tilos son mediocremente edificantes; los objetos levantados en el aire y dejados caer con ruido, alimentan muy poco la piedad de los presentes. Por otra parte, levitaciones como las del Padre Francisco Suárez ocurren en la soledad de una celda y a veces sin que ellos tengan conciencia del hecho: no parece que se pueda atribuir a las mismas un fin de estímulo personal o de edificación pública. Además, ciertas levitaciones tienen caracteres de regularidad en sus repeticiones, y de imperfección, que las hacen poco comprobables por los presentes, que las aprecian como fenómenos de alguna manera automáticos y sometidos a condiciones de producción y desarrollo.

Estas consideraciones han llevado a diversos autores, como el Padre de Grandmaison, a considerar algunos casos de levitación en personas piadosas, no ya un milagro directo, sino la consecuencia directa de cierto estado de unión mística con Dios. Es además lo que dice haberle sido revelado Santa Catalina de Sena: «el alma perfecta vive en unión constante con Dios; aunque mortal todavía, ella goza de la dicha de los inmortales, y a pesar del peso de su cuerpo, recibe la alegría del espíritu. Así algunas veces, el cuerpo es levantado por esa unión perfecta del alma conmigo, como si el cuerpo hubiera perdido su peso para tornarse liviano. Sin embargo, nada ha perdido de su peso; pero como la unión del alma conmigo es más perfecta que la unión entre el cuerpo y el alma, la fuerza del espíritu fijo en mí, levanta de la tierra el peso del cuerpo».

Y el Padre Sempé escribe: «No pidamos, pues, a los ángeles para el cuerpo del extático, lo que el alma puede darle ella misma, como un excedente de lo que a ella misma le da Dios».

Pero en este caso puede preguntarse si el espíritu de los médiums, fijo fuera de sí mismos en el estado de trance, no podría en medida leve determinar un salto de las facultades posibles del cuerpo humano a un estado superior.

En resumen, la levitación podría proceder:
a) tal vez, cuando no es importante, de aptitudes mal conocidas del cuerpo humano;

b) de intervenciones diabólicas, ya manifiestas, ya veladas, bajo apariencias espiritistas o metapsíquicas;

c) de una modificación de las cualidades corporales bajo la acción de un alma penetrada por la gracia de la unión mística, extática o no;

d) de una intervención angélica o divina, parecida a la que se demuestra en una levitación como la del ostensorio de Faverney.

Desde el punto de vista biológico, la primera y la tercera causa de la levitación parecen atraer especialmente la atención, la primera por los problemas fisiológicos que plantea, la tercera por ese rastro de influencia del alma sobre el cuerpo y de las cualidades posibles del cuerpo humano, que la misma nos da. Cierta relación podría existir entre ambos casos. De cualquier modo, en el segundo caso entrevemos la realización biológica de la frase de San Pablo: «Nuestra ciudad está en los cielos, de donde esperamos a nuestro Salvador y Señor Jesucristo, que reformará nuestros cuerpos miserables sobre el modelo de su cuerpo glorioso» (A los Filip., III, 20-21).

Fuente: Dr. Henri Bon, Medicina Católica, (1942)

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El fenómeno sobrenatural del Ayuno Absoluto (Inedia) y la santificación

Teresa Neumann

La fisiología y la patología enseñan que el hombre no puede sobrevivir a una abstención total de alimentos prolongada por algunas semanas. Esta es la regla general para el acontecer totalmente humano, sin embargo, la Iglesia registra numerosos casos de ayunos absolutos durante años, perfectamente documentados, ya que las investigaciones que se aplican desde Benedicto XIV son muy estrictas. Sin embargo, el ayuno absoluto durante años, por sí solo, no es causa de santidad.  

En lo estrictamente humano, se puede mencionar el caso del alcalde de Cork, que se dejó morir de hambre para protestar contra el dominio inglés en Irlanda: su agonía, durante la cual no tomó más que líquido, duró cerca de dos meses y medio. En 1831, el bandido Granié, condenado a muerte, rehusó todo alimento, excepto un poco de agua; murió al cabo de sesenta y tres días, en medio de convulsiones reducido a 26 kilogramos de peso (Dr. Moreau-Christophe, inspector de prisiones). En 1924 el Dr. P. Noury, en Concours medical, publicó la observación de una nonagenaria, que habiéndose fracturado el cuello del húmero, declaró que no quería quedar debilitada y que prefería morir. Rehusó toda otra alimentación que no fuera un poco de agua y algunos granos de uva: se extingió a los cuarenta y nueve días.

Frente a estos datos, la historia de los místicos nos presenta, entre otros, a la bienaventurada Angela de Foligno (fallecida en el año 1309), que permaneció doce años sin tomar alimento alguno; a Santa Catalina de Sena (1347-1380), ocho años aproximadamente; a la bienaventurada Elisabet de Reute (fallecida en 1421), más de quince años; a Santa Lidvina de Schiedam (1380-1433) veintiocho años; al bienaventurado Nicolás de Flue (1417-1487), veinte años; a la bienaventurada Catalina de Racconigi (1468-1547), diez años; Dominga del Paraíso (1473-1553), veinte años; etc. De nuestros tiempos citaremos a Rosa María Andriani (1786-1845), veintiocho años; Domenica Labbari (1815-1848) y Luisa Lateau (1850-1883), catorce años.

Muchos otros nombres podrían citarse, sin contar los que nunca se han divulgado. En todo caso, la mayoría de estos hechos han sido controlados en forma muy severa. El Dr. Imbert-Gourbeyre recuerda la encuesta ordenada en el siglo VIII por el obispo, sobre el ayuno de Santa Walpurgis. El de Santa Lidvina, fue en 1420 objeto de una comprobación pública, formada por el bailío, el alcalde, los ujieres y los cónsules de la ciudad de Schiedam. También el del bienaventurado Nicolás de Flue fue controlado por las autoridades civiles y eclesiásticas. Se levantó un acta que reza: «Hacemos saber a todos y a cada uno, que Nicolás Flue, después de haber dejado a su padre, a su hermano, a su mujer y a sus hijos, para retirarse en una soledad llamada Raust, se mantuvo allí, por la gracia de Dios, sin comer ni beber durante dieciocho años, viviendo aún santamente en este instante en que escribimos este documento, y gozando de sus facultades: lo que atestiguamos por haberlo visto y sabido en verdad».

El papa Inocencio VII hizo controlar el ayuno de la bienaventurada Colomba de Rietti, que seguía desde veinte años; en 1659, la famosa pastora de Laus estuvo bajo el control del mismo obispo de Embrum. En 1868 la abstinencia de la hermana Esperanza de Jesús fue comprobada oficialmente por el obispo de Ottawa, asistido por dos médicos, uno católico, el Dr. Baubién, otro protestante, el Dr. Ellis. La hermana fue sometida, durante seis semanas, a la vigilancia más rigurosa, encerrada en una habitación y atendida constantemente por dos hermanas que no la dejaron un segundo. Al final de la experiencia en presencia del obispo, ella pesaba 124 libras, en cambio de las 113 iniciales…

Teresa Neumann, que desde la Navidad de 1926 no toma ningún alimento ni sólido ni líquido, fue sometida al control que su médico juzgó de un rigor absoluto: durante 15 días, cuatro hermanas franciscanas de Mallersdorf, especialmente adecuadas para la vigilancia, observaron constantemente, día y noche, a la ayunadora. Ella fue pesada regularmente; se midió el agua con que se enjuagaba la boca antes y después del uso; la sangre fluyente de las llagas fue recogida y enviada al examen de un laboratorio; las orinas y materias fecales fueron recogidas, medidas, pesadas y analizadas química y microscópicamente. Del miércoles al sábado hubo una pérdida de 3 a 4 kilogramos, recobrada los demás días, de modo que el peso a la mitad y al final de la experiencia se halló cerca de los 55 kilogramos, como al principio. Orina: 350 gr. en una semana. Heces: 20 a 30 gr. en cuatro o cinco semanas. En el examen microscópico no se halló rastro de alimentos. Las autoridades eclesiásticas solicitaron un nuevo control.

Haremos notar, finalmente, que la Iglesia ha creído que determinados ayunos estaban bien probados, para mencionarlos en la bula de canonización de Santa Catalina de Sena, en las beatificaciones de Santa Catalina de Ginebra, de San Pedro de Alcántara, de Santa Rosa de Lima y muchos otros. Los ha nombrado hasta en los oficios litúrgicos de varios santos, como en el caso del Venerable José de Leonissa.

En realidad no se puede comprender en ningún modo la posibilidad de realización natural de tales ayunos.

Los animales de letargo invernal, como la marmota, el oso, el erizo, el murciélago, etc. se hunden en la inmovilidad y caen en un estado de letargo con un amortiguamiento de la circulación y la respiración, y la temperatura considerablemente rebajada. El mantenimiento de esa existencia, reducida al mínimum, exige entretanto la combustión de las grasas y de elementos tisulares, que dan siempre una disminución de peso. Ayunadores como Cetti, pierden 6 kilogramos en 10 días de ayuno, Breithaps 3 kilogramos en seis días; Succi 12,200 en veintinueve días (Arthus, Physiologie). Merlatti resistió cincuenta días; Succi, cuya última experiencia se realizó en 1904, no excedió los treinta días, y lo mismo Gayer en 1910.

En 1922, los doctores Marsel Labbé y Stevenin presentaron a la Sociedad de Biología de París la observación de un hombre que fue sometido experimentalmente a un ayuno de cuarenta días, con bebidas (agua y limonada). El peso se redujo en 700 gramos por día, durante los primeros 10 días, luego solamente en 250 gramos por día. El metabolismo de 43 calorías por hora y por metro cuadrado de superficie corporal al principio, bajó progresivamente a 16 calorías al final del ayuno. Nosotros poseemos la experiencia de numerosos casos de anorexia mental. Hemos hallado metabolismos rebajados más allá del 50 ó 60 % en sujetos que perdieron más de 20 kilogramos de su peso. Ahora bien, a pesar de esa rebaja en la combustión, a pesar de la toma de una cantidad mínima de alimentos, el deceso sobrevino siempre en algunos meses en los casos rebeldes.

HACE FALTA ALGO MÁS PARA LA SANTIFICACIÓN

El organismo humano no puede mantener su vitalidad sin combustión y toda combustión implica una pérdida de ácido carbónico y desechos; de ello proviene el enflaquecimiento y, si no hay aporte de materiales de reemplazo, la muerte sobreviene después de cierto tiempo.

Observemos además que los Santos y las personas piadosas llevaron en su mayoría una vida normal y hasta muy activa. No sólo no padecieron el letargo de los animales invernantes, sino que Santa Catalina de Sena, Santa Nicolina, Santa Ágata de la Cruz, Santa Lidvina durmieron apenas algunos instantes por noche, a veces nada en absoluto. Su desgaste debió ser por lo tanto el máximo.

En tales condiciones, la hipótesis de un milagro se presenta fácilmente al espíritu. Y sin embargo la Iglesia no se satisface con estos resultados biológicos de apariencia netamente demostrativa.

Benedicto XIV exige que en esos casos se realice una severa encuesta. Hay que comprobar la duración de la abstinencia, la conservación de las fuerzas físicas y morales, la ausencia de hambre en plena salud. Hay que excluir cualquier causa mórbida o morbosa del ayuno. Sobre todo hay que estar seguros de la santidad del ayunador, informarse del grado heroico de sus virtudes, de sus dones sobrenaturales de éxtasis, de ciencia infusa y de profecía, si el caso lo requiere. Hay que reconocer la causa del ayuno: vanidad o razón humana, o bajo el impulso del Espíritu Santo y en plena sumisión a la obediencia. Por otra parte, el ayunador no debe haber sido ayudado en su ayuno más que por la administración de la Santa Eucaristía y haber cumplido todos los deberes de su estado. Y es sólo cuando hay una contestación satisfactoria a estas diferentes condiciones, que el ayuno puede ser admitido como milagroso.

Por eso se explica que la Iglesia no tenga forzosamente en cuenta el ayuno absoluto de larga duración para una beatificación o una canonización y que no eleve a los altares a todos los ayunadores piadosos. El ayuno, por sí solo, no demuestra la santidad; hay que tener en cuenta una posible intervención diabólica; hay que tener en cuenta posibilidades desconocidas de la naturaleza.

En ciertas circunstancias ¿no será posible que el hombre asimile como las plantas el ácido carbónico y el nitrógeno atmosférico? ¿Se puede recibir la energía vital de otra o de combustiones internas? ¡Un autor, en la revista Hippocrate (1934), propuso para Teresa Neumann la hipótesis de una asimilación de las irradiaciones solares! La Iglesia no nos prohibe estas suposiciones que, científicamente, nos parecen temerarias; y si negamos el milagro, nos conducimos correctamente. Pero entonces la posibilidad de la vida futura de nuestros cuerpos gloriosos, inmutables y sin necesidades, se torna naturalmente concebible…

Si la Iglesia reconoce en algunos de sus Santos el otorgamiento de parte de Dios de tal privilegio, ya en su existencia terrenal, como una recompensa para ellos, como ejemplo y estímulo para los demás fieles, ella no excluye la posibilidad de los fenómenos en otras condiciones y esto vale por la mayoría de los fenómenos. El reconocimiento de la participación de Dios, en lugar de disminuir la de la ciencia, le abre al contrario, horizontes más amplios. En todas partes donde se halle a Dios, el conocimiento humano se agranda, porque Él es el Señor de las ciencias: Deus scientiarum Dominus.

Fuente: Dr. Henri Bon, Medicina Católica, (1942)

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Los milagros de sangrado de cuerpos y objetos

Reliquia de brazo de San Esteban

La historia, sobre todo la religiosa, narra un número bastante elevado de prodigios de sangre. Se trata de sangrado de cadáveres o partes de esqueleto o de objetos usados o pertenecientes de personajes santos. Uno de los sangrados más significativos es el de hostias, siendo el más común el sangrado llamado milagro eucarístico, que se produce ante dudas del sacerdote o para mostrar a los fieles la presencia de Jesucristo en la eucaristía.

 

CRUENTACIÓN EN PERSONAJES PIADOSOS

Cruentación (sangrado) al poco tiempo después de la muerte

Tal es el caso de San Andrés Avelino, fallecido en Napóles el 10 de noviembre de 1608. Sesenta horas después de su muerte, fluyó una notable cantidad de sangre de una leve incisión que se le practicara en la oreja. El Padre Faber en su Vie des Compagnons de saint Alphonse de Liguori, relata que incisiones hechas en el brazo y en la cabeza del cadáver del Padre Sarnelli, 48 horas después de su muerte, dieron sangre. «Uno de nuestros hermanos legos, al cortar los cabellos del difunto Padre Latessa, fallecido en 1755, por inadvertencia hirió la piel y de esa herida insignificante manó la sangre tan abundante que todos los vestidos del difunto se empaparon y nos vimos obligados a retirarlos y a distribuir los fragmentos, para satisfacer la devoción de los fieles».

Al Padre Pablo Caffaro, fallecido a la edad de 47 años en 1735, «se le abrió una vena antes de sepultarlo y en seguida corrieron de ella unas gotas de sangre». San Francisco Caracciolo, fundador de los Menores regulares, falleció en 1608 en Agnone (Italia). Se quiso embalsamarlo para llevarlo a Napóles. Más de sesenta horas después de la muerte, su cuerpo era flexible y a un golpe de bisturí del cirujano manó un raudal de sangre roja y perfumada.

Cruentación tardía

El cuerpo de San Bernardino de Sena sangró días después de su deceso. Lo mismo aconteció con el cuerpo del Padre Domingo Blasucci: «Se le retiró de su tumba 20 días después de su muerte, se le abrió una vena y la sangre fluyó como si hubiera estado viviendo».

El cadáver de Santa Catalina de Bolonia sangró tres meses después de su muerte. El padre José Landi, cuyo testimonio está corroborado por el del mismo San Alfonso de Ligorio, declara haber asistido a la exhumación del cuerpo del Padre César Sportelli, fallecido en Nocera de Pagani en 1750, y sepultado en una tumba húmeda desde tres años y siete meses. Abierto el ataúd, «aunque sus vestidos estaban deshechos y casi consumidos, su cuerpo estaba tan entero, flexible y hermoso, como el día de su muerte y exhalaba un olor suave. Nuestra sorpresa aumentó mucho más, cuando vimos que los intestinos no estaban corrompidos y que el estómago mantenía su elasticidad. Se hizo una sangría y, para gloria de su siervo, Dios permitió que la incisión manara gotas de sangre roja».

Cruentación a la orden

Aquí hallamos el fenómeno más notable y acerca del cual los testimonios son los más formales. Citemos el caso de San Gerardo Majella, para quien el 17 de octubre de 1755 fue labrada un acta notarial comprobando las hemorragias, habiendo ocurrido el deceso el día 15 del mismo mes, poco antes de la medianoche; el acta fue impresa en el legajo del proceso de beatificación ante la S. Congregación de Ritos. He aquí el relato del Padre Tannoja:

«Tres horas después de la muerte, se decidió practicar una sangría al santo cuerpo. «Durante toda vuestra vida habéis sido obediente, dijo el Padre Buonamano, por lo tanto yo os mando darnos esta prueba de vuestra virtud». Se abrió entonces una venda del brazo derecho e inmediatamente fluyó gota a gota de la incisión una cantidad superior a las dos libras de sangre, como si hubiera estado vivo. El cuerpo fue expuesto durante dos días… En seguida antes de la inhumación, el Padre Buonamano renovó la orden intimada al cadáver del santo joven, de sangrar todavía, y el cadáver dio una cantidad de sangre tan abundante como la primera vez. Además, todos los miembros se conservaban flexibles y una transpiración tan abundante cubría de perlas su frente, que se pudo impregnar algunos pañuelos».

Y el R. P. Thurston de quien se conoce el espíritu crítico, al reproducir ese relato, escribe: «Es absolutamente imposible suponer que el Padre Tannoja, de tendencias personales más bien rigoristas, haya afirmado a sabiendas hechos que supiera inexactos. Por otra parte, debió haber conocido todos los testigos de los hechos que relata.»

El bienaventurado Ángel de Acri, muerto en 1739, a la edad de 70 años, no tenía palidez cadavérica; sus miembros estaban suaves y él presentaba el sudor de la cara, mientras que la sangría fue negativa. Tres días después de su muerte, a la orden del Padre Superior, tendió el brazo y dio sangre. Este hecho fue presentado a la S. Congregación de Ritos, como prueba de santidad.

El Venerable Juan Bautista de Borgoña, de la Orden de los Frailes Menores, murió a los 26 años de edad en Napóles en 1726. Su cadáver sangró por orden de su Superior y continuó también sangrando después de la autopsia practicada por los cirujanos. Además se han conservado las declaraciones formales de esos cirujanos, que afirman en el proceso de beatificación que ese fenómeno y los demás observados en el cadáver, no podían explicarse, a su juicio, por la acción de causas naturales.

Estos hechos conciernen a Italia, donde parece que se le ha prestado una atención especial, pero, como dice el Padre Thurston, de quien los tomamos, idénticos casos se hallan en España y en los países del Norte.

Cruentación judicial

El Dr. Querleux, en su tesis, recuerda que «el cadáver de Enrique II sangró, se dice, a la vista de su hijo Ricardo (1189) y el de Luis de Orleans a la vista de Juan sin Miedo (1404): ambos reconocían a sus asesinos».

En realidad, es una tradición antigua y conservada mucho tiempo, que Dios puede permitir que un cuerpo sangre para denunciar a un asesino. Hallamos varios ejemplos, recogidos por el Dr. Garmann en una obra muy curiosa sobre los Milagros o Maravillas de los Muertos. «Es una vieja costumbre germánica —nos dice— la de convocar a los vecinos cuando se descubre a un individuo asesinado. Si niegan tener alguna responsabilidad en ese homicidio, se les conduce frente al cadáver. Se les propone una fórmula de juramento y se les obliga a tocar con el dedo o con la mano las heridas y el ombligo del cadáver, repitiendo tres veces: «Que Dios me dé un signo de que soy inocente de esta muerte», llamando al difunto por su nombre. Es también costumbre germánica conservar la mano o aun sólo el pulgar de la víctima y, si han corrido los años, cuando no queda más que la osamenta, poner a los sospechosos en presencia de esos restos: si éstos sangran, y parece que esto ocurrió, se someten los prevenidos a la tortura».

De todos modos, es difícil separar lo que hay de real y lo que hay de legendario en esas narraciones de cruentaciones judiciales. Garmann insiste sobre el hecho de que autores absolutamente dignos de fe han visto producirse la cruentación ante sus ojos. Tal el relato de Hipólito de Marsella, que, siendo gobernador de Albenga (prov. de Savona) debió investigar la muerte de un hombre asesinado de noche. Un anciano le aconsejó hacer desfilar ante el cadáver a los sospechosos. Cuando el culpable se presentó, las heridas del cadáver comenzaron a sangrar. El gobernador se quedó perplejo, pero coincidiendo otros indicios, el hombre fue sometido a la tortura y confesó.

En Ratisbona, en 1630, a la presencia del Emperador y de los Grandes del Imperio, un judío que había matado a un joven, hijo de un comerciante de Francfort, fue llevado cerca del cadáver; el reo comenzó a negar, pero confundido por la cruentación, confesó su delito.

Valleriola, médico muy estimado, muerto en 1584, atestigua también haber presenciado un hecho análogo.

La cruentación, en otros casos, se consideró como una prueba de inocencia del que fuera ejecutado injustamente. Libavius (muerto en 1588) que gozó gran fama y, según se dice, habló por primera vez de la transfusión de sangre, relata que un obispo que sospechaba de uno de sus familiares enriquecido, que hubiese robado, lo hizo crucificar. La sangre del desgraciado siguió fluyendo mientras estaba suspendido, lo que se consideró como un milagro que atestiguaba su inocencia.

Cruentación normal post mortem

Los autores que se han preocupado de los signos de la muerte, han estudiado el valor del síntoma «ausencia de hemorragia». «La sangre, nos dice Ferreres y Geniesse, que ha sido lanzada a las venas, se acumula en las venas cavas, en las cavidades del corazón derecho, los vasos pulmonares y el sistema capilar de esos mismos órganos (Ver Chierici, Icard). Estos fenómenos explican por qué, casi siempre, en los muertos y a veces en los casos de muerte aparente, la sección de las arterias o de las venas no deja aparecer sangre… La sangre que ha sido rechazada en gran parte hacia el centro, obedeciendo a leyes físicas descenderá hacia las regiones más bajas, se infiltrará a través de los tejidos y producirá las manchas o livideces cadavéricas. A veces se produce un fenómeno que es útil mencionar aquí: los gases que se desarrollan en el interior, empujando la sangre hacia la periferia, pueden hacer sangrar heridas abiertas, hacer salir sangre de la nariz, devolver a los ojos flojos y opacos una cierta apariencia de vida, etc..»

También los doctores Duvoir y Desoille, en su Practique médico-chirurgicale (1931), escribieron a propósito de los signos de la muerte: «Sobre todo, como se hace demasiado a menudo en la práctica, no se debe abrir una vena para demostrar que la circulación está detenida. Este procedimiento es malo, porque la llaga peligra sangrar, si no inmediatamente, por lo menos pocas horas más tarde, bajo los efectos de la putrefacción (circulación postuma)».

 

APRECIACIÓN DE LOS HECHOS

Para las cruentaciones que ocurren poco tiempo después de la muerte, fácilmente se presentan dos hipótesis:

La primera es definida por el R. Padre Thurston: «La conclusión firme es que en Napóles se espera que el cuerpo de toda persona santa fallecida, debe sangrar. Y se siente cierta pena al provocar la duda que esta convicción haya podido hacer inhumar determinadas personas especialmente santas, antes que su muerte hubiese sido comprobada por los signos habitúales de la descomposición». En otro lugar, a propósito del Padre Caffaro, dice: «Por lo que parece, se procedió lo mismo, en seguida, a la sepultura, procedimento que hoy podría dar lugar a una investigación judicial y, tal vez, a una condena por asesinato».

La segunda hipótesis es que se trata de cruentación debida simplemente a la circulación postuma, causada por la putrefacción.

Pero el examen de los hechos demuestra que si las dos hipótesis han podido a veces corresponder a la realidad, no pueden absolutamente explicarlo todo. Justamente cuando expresaba su temor por inhumaciones prematuras, antes de hallar los signos de la putrefacción, el R. Padre Thurston citó el caso del bienaventurado Buenaventura de Potenza, que falleció en Napóles en 1711. Por orden de su Superior levantó el brazo derecho para ser sangrado; hubo abundante efusión de sangre y la cara se cubrió de sudor, mientras que los miembros permanecían flexibles. «De cualquier manera, escribe el Padre Thurston, parece bien comprobado que el cuerpo estaba perfectamente conservado, cuando fue exhumado treinta años más tarde». Estoy absolutamente de acuerdo con el R. Padre Thurston para lamentar que no se hayan esperado los signos de la putrefacción, pero ¡se ve que a veces hubiera debido esperarse bastante tiempo! En todo caso, no tenemos motivos para suponer que la muerte es menos exacta, cuando los contemporáneos han comprobado, que treinta años después, el cuerpo se hallaba en el mismo estado. Además, en esos casos la circulación postuma nada tiene que ver, porque no podemos suponer que la putrefacción, una vez iniciada, podría detenerse para dejar finalmente un cuerpo intacto numerosos años más tarde.

Por lo tanto, si la búsqueda de la sangría de los cadáveres, poco después de la muerte, como signo de santidad puede ser considerada como prácticamente carente de valor, la conservación ulterior del cadáver daría a ese signo un valor real.

Por otra parte, la emisión tardía de sangre, sobre todo la cruentación «por orden» parece verdaderamente poderse interpretar como un fenómeno milagroso.

Y por lo que se refiere a la cruentación judicial, no nos parece imposible que Dios haya escuchado las oraciones de los que le pedían un signo de inocencia o de culpabilidad, para asegurar una justicia mejor. Dios no sabe qué hacer con nuestros pequeños juicios humanos, pero una fe ardiente y profunda puede obtenerlo todo de El.

 

SOBRE OBJETOS MATERIALES

Los prodigios de sangre no se encuentran solamente sobre el cuerpo humano, sino también sobre objetos materiales: osamenta, objetos diversos, hostias.

Osamenta

Un prodigio, que en su época tuvo una enorme repercusión y dejó vestigios materiales importantes, fue el del «brazo» de San Esteban, en Besanzón. Se sabe que en el año 415 se descubrieron en Jerusalén los restos de San Esteban. A propósito de este descubrimiento, dice el Padre Lagrange: «El hallazgo de las reliquias de San Esteban en una época de fe, pero también de duda y de crítica, de competiciones encarnizadas y de controversias interminables, aceptado por todos los partidos y todas las Iglesias, nos parece uno de los hechos más ciertos de la historia». En 444, San Celedonio, elegido obispo de Besanzón, fue depuesto por un Concilio reunido por San Hilario, obispo de Arles; San Celedonio apeló al Papa y fue a Roma. Otro Concilio lo restableció en todos sus derechos. Una carta del Papa San León lo comunicó a los obispos de la Secuania y de la provincia de Vienne, mientras que una constitución del emperador Valentiniano III, dirigida a Ecio, gobernador de las Galias, recordaba su deber de sumisión al Pontífice romano (8 de julio de 445).

A raíz de estos incidentes, y probablemente para indemnizarlo de tantas molestias, el emperador de Oriente, Teodosio el Joven, dio a San Celedonio una reliquia de San Esteban para su basílica destinada a ese mártir. Hacia 446 una deputación llevó los huesos de un brazo de San Esteban, que fueron recibidos solemnemente por el obispo de Besanzón, en presencia de la emperatriz de Occidente, Galla Plácida, acompañada por el obispo San Gaudioso.

«Se hallaban presentes otros diez obispos de las Galias, escribe el historiador Dunod; y habiendo ellos pedido a Celedonio algunas partículas de un hueso del brazo de San Esteban, aquél comenzó a despejar fragmentos con una pequeña pinza, y de allí manó la sangre en cantidad suficiente como para dar un pequeño frasco a cada obispo y conservar una parte también en Besanzón. San Gaudioso se llevó un frasquito que se encuentra en Napóles. Gregorio de Tours habla de otro que se conservaba en su época en Bourgues. Un tercer frasquito está en el tesoro de San Severino en Colonia. Cuando, en 1137, se abrió el sagrario del altar principal de la iglesia de San Esteban de Dijón, se halló otro frasquito con una partícula del brazo de San Esteban; fue probablemente por esas reliquias que la iglesia de San Esteban de Dijon fue dedicada al mártir por el obispo de Langres, que se halló presente a la recepción del brazo de San Esteban, en Besanzón. El cartulario de esa iglesia y sus Lecciones propias del Oficio de San Esteban, concuerdan con las muestras acerca del milagro y comprueban el del frasquito y de los huesos hallados en el sagrario del altar a comienzos del siglo XII».

Ciertos autores llegan a pensar que fue el esplendor del milagro lo que determinó a fijar la fecha del 3 de agosto, día de la recepción de las reliquias de Besanzón, aunque el cuerpo de San Esteban haya sido descubierto en el mes de diciembre.

De cualquier manera, esa narración fundada en los manuscritos y breviarios bizantinos, corresponde notablemente a las inquietudes que manifestara, hace algunos años, el R. Padre Thurston acerca de la autenticidad de la sangre de San Esteban conservada en Napóles.

«En la iglesia de San Gaudioso, — escribe — se conserva un frasquito que se pretende contenga sangre de San Esteban, protomártir. Es citado por Eugenio, en 1624; en 1664, Sabbatini, testigo sabio y bien informado, habla en estos términos: «Nuestra ciudad de Napóles, conserva el precioso tesoro de sangre de ese santo (San Esteban), que, durante el canto del himno Deus tuorum militum, se licúa a la vista de todos los presentes, prodigio del que fuimos testigos muchas veces, porque le hemos visto antes sólido y en seguida licuado».

«Ahora bien, Eugenio nos dice en Napoli Sacra, pág. 198, cómo se halló accidentalmente esa reliquia en 1561. Se sabía que debía tratarse de sangre, porque el contenido del frasquito era negro y duro, pero se supo que era sangre de San Esteban, porque uno de los canónigos de nombre Luciano, tomando el frasco en sus manos, tuvo de pronto la inspiración de invocar al santo Mártir con las palabras Video cáelos apertos, etc., después de lo cual la sangre se licuó y aumentó de volumen, que hubo necesidad de verterla en otros dos pequeños frascos».

Parece verosímil que la «inspiración» del canónigo Luciano no debe haber sido fortuita, resultando de una tradición que atribuía la sangre a San Esteban. Agreguemos que San Gaudioso dio su nombre a la catacumba de Napóles en que fue inhumado (Dict. d’archéologie chrétienne de Cabrol y Leclerq). Era obispo de Abitina en África y, echado por la persecución de los Vándalos, halló refugio en Napóles en el año 439 y murió el 28 de octubre de 453.

Advirtamos, acerca de la sangre de San Esteban, que la crítica, aun bien intencionada y competente, tiene oportunidad de tomar como modelo la prudencia de la Iglesia, que estima que las reliquias antiguas deben mantenerse veneradas allí donde han estado hasta el presente, a menos que en un caso particular haya razones ciertas para considerarlas falsas o supuestas (Cod. juris. can. 1284-1285).

Sin conocer los documentos de la Iglesia de Besanzón, de la de Dijon, de San Gregorio de Tours, etc. el R. Padre Thurston, declara:

«Para mí, y, yo estoy convencido de ello, para todos los que han estudiado seriamente la hagiografía, la única solución absolutamente inadmisible es la que nos obligaría a creer que la pretendida sangre milagrosa de San Juan Bautista, de San Esteban, de San Lorenzo, de Santa Úrsula y de otros, es parte de restos auténticos del líquido vital que corrió un tiempo en las venas de las personas históricas que llevaron esos nombres. Y si las reliquias no son auténticas, ¿cómo se podrá creer que cada año, y aun varias veces en el año, la Omnipotencia divina derogue las leyes físicas del universo, para satisfacer la curiosidad o la credulidad de un puñado de fieles y convertirse de este modo, en alguna medida, en garantía de una mentira?»

Por cierto, la «sangre de San Esteban» no es la que fluía en las venas del mártir, sino otra que provino milagrosamente de un hueso del santo; pero ¿es menos sangre de San Esteban de lo que fueron los peces y los panes, el alimento multiplicado por el Salvador, al partir pocos panes y pocos peces? Además parece perfectamente comprensible y digno de la solicitud divina, que Dios supla las lagunas de nuestros archivos, la ignorancia de nuestra erudición, con un prodigio que preste autenticidad a la sangre que Él ha creído útil crear milagrosamente. La prudencia es seguramente una norma, para todo lo que concierne al misterio divino; pero ella se impone por lo menos en la misma medida sino más, a la duda o a la negación que a la afirmación, porque todo es posible a Dios, ¡y nuestro espíritu es tan limitado en sus conceptos y en sus conocimientos!

Objetos diversos

Hallamos un ejemplo antiguo en una carta del Papa San Gregorio Magno a la Emperatriz Constantina, esposa de Mauricio, que había pedido una reliquia importante de San Pablo, que él no quiso regalar. «Todo lo que hacemos, escribe, es enviar en un cofrecillo de boj, una pieza de seda o de lino (brandeum) que ha sido colocada sobre el sagrado cuerpo del Santo. Y grande es la virtud de esta clase de reliquias; así, en la época del Papa León, de santa memoria, los Griegos dudaron acerca de estas reliquias y el Pontífice se hizo traer tijeras, cortó el brandeum y la sangre manó en el lugar de la incisión».

Hasta nuestros días se han producido muchos casos análogos.

Hostias

La historia religiosa ha registrado numerosos prodigios consistentes en el ensangrentamiento de hostias, que llegó hasta un verdadero y propio flujo de sangre. La ocasión ha sido a menudo en caso de su profanación: como las hostias de Billettes en 1290, de Aviñón en 1554, que, perforadas a puñaladas, dejaron fluir sangre; las de Gantes en 1354, robadas por ladrones y las de Napóles en 1581 profanadas por un comulgante, que dieron sangre en abundancia. En otros casos se trató de sacerdotes que dudaron acerca de la presencia real. El célebre milagro de Bolsena se realizó en una ocasión semejante.

Fue en 1263; un sacerdote alemán, honesto y piadoso, pero atormentado por las dudas acerca de la presencia real, fue a Roma. Llegado a Bolsena, en la diócesis de Orvieto, celebró la Misa en la iglesia de Santa Catalina, cuando en el momento de la elevación, la hostia apareció cubierta de sangre y esa sangre corrió sobre el corporal. El sacerdote quiso llevar hostia y corporal a la sacristía, pero algunas gotas cayeron al suelo, manchando cinco baldosas de mármol. La Santa Hostia y el Corporal se llevaron a Orvieto, donde se hallaba el Papa Urbano IV. Las cinco baldosas de mármol fueron sacadas del pavimento; cuatro quedaron en Bolsena y la quinta fue depositada en la iglesia de Perchiano, en la diócesis de Amalia. Varios prodigios hicieron ilustres esas reliquias. Por lo que se refiere al milagro de Bolsena, tuvo tanta repercusión que el Papa Urbano IV aprovechó la ocasión para establecer, definitivamente y a perpetuidad en la Iglesia universal, la fiesta del Corpus Domini, llamada en Francia Féte-Dieu.

Otras veces se trató de un sacerdote que temió que una consagración de hostias no fuese válida. Así, en 1833, en Rupt-aux-Nonnains (Mosa), el abate Cristóbal Simón estaba por administrar la primera Comunión a los niños de la parroquia. Tuvo dudas sobre la validez de la consagración de 70 pequeñas hostias que había colocado sobre el corporal. Mientras recogía las partículas caídas de las pequeñas hostias, «vio esas partículas hinchadas al llegar al borde de la patena, casi hasta el tamaño de un grano de cebada, tomar primero un color anaranjado, luego un rojo más vivo, para reventar en seguida y expander una sangre viva y bermeja. El estimó en dos cucharaditas la cantidad de sangre milagrosa que se reunió en el medio de la patena y en ciento cincuenta las manchas que dejaran las gotas penetradas en el corporal». El abate Julio Morel, que relata este hecho, dice que un acontecimiento parecido se produjo cuatro veces el 7 de febrero, el 29 de abril, el 8 de mayo y el 15 de mayo de 1859, en Vrigne-aux-Bois en las Ardenas.

Prodigios de esta naturaleza ocurrieron en Asti, el 25 de julio de 1533, en la iglesia de San Marcos y el Papa Pablo III reconoció la autenticidad del milagro, otorgando indulgencias, y el 10 de mayo de 1718 en la iglesia del establecimiento Migliavacca. Se conserva el cáliz manchado de sangre en este último milagro.

Vino consagrado

Agreguemos a las hostias que sangran, la transformación del agua y del vino de la Misa en líquido sanguíneo. El Padre Yepes, en su Chronique genérale de Vordre de Saint-Benóit (Valladolid 1613), relata haber venerado en la iglesia del monasterio de Cebrero en Galicia, dos ampollas conteniendo una, una Hostia, parecida a un trozo de carne desecada, y la otra una masa parecida a sangre recién coagulada. Estas reliquias son consecuencia de una duda emitida por el capellán del monasterio, extrañado de la piedad de un labrador que había desafiado la tormenta y el cansancio, para «ver un poco de pan y de vino». La hostia se transformó en carne y el cáliz se llenó de sangre. Largos años después, la reina Isabel de Portugal ordenó colocar la hostia y el cáliz en ampollas de cristal.

Los Annali de Camáldoli conservan la relación de la duda sobre la presencia real que asaltó al Padre Lázaro de Venecia, prior del Monasterio de Bagno (Italia), en 1412, después de la consagración. El vino consagrado tomó el aspecto de sangre viva y roja, hirvió y desbordó el cáliz sobre el corporal, que se conserva en la iglesia de Santa María de Bagno.

En 1429, en Alkmaar, en Holanda, un sacerdote dejó caer algunas gotas de vino consagrado sobre su casulla. Los sacerdotes que examinaron la casulla después de la Misa, hallaron que las gotas, de vino blanco, habían dejado en la tela tres manchas rojas, como de sangre. Se cortó esa parte de la casulla que se la echó en el fuego; pero la tradición afirma que el trozo de casulla quedó suspendido sobre las llamas. De todos modos, la reliquia fue conservada y monseñor Bottemanne, obispo de Haarlem, pudo declarar en 1897 su autenticidad y autorizar un culto público.

 

APRECIACIÓN DE LOS HECHOS

La realidad de los hechos parece indiscutible: han ocurrido generalmente en público, han sido objeto de investigaciones civiles y religiosas inmediatas, guiadas por el espíritu del Concilio de Colonia, que en 1452 recomendó la mayor prudencia en el examen de tales prodigios; a menudo los autores de la duda o de la profanación se denunciaron por sí mismos, mereciendo duras penitencias o crueles suplicios; finalmente, la sangre resultante del milagro quedó muchas veces como testimonio material y duradero del milagro.

Una explicación que estuvo singularmente en boga, a tal punto que nosotros también la hemos oído enunciar por el profesor de biología de una Facultad de Ciencias, en pleno curso de «P. C. N.», y que en 1934 hallamos afirmada como realidad en una revista de medicina, es la del bacillus prodigiosus. El Larousse du XX° siécle nos lo explica en estos términos: «Bacillus prodigiosus. — Pequeño bacilo corto, fácilmente colorable, aerobio. Se desarrolla bien en todos los medios de cultivo habitual, siempre que se halle al abrigo de la luz, y está caracterizado por la hermosa coloración roja de sus colonias, cuando se desarrollan en un medio suficientemente aireado y a una temperatura de cerca de 20 centígrados. Se nota sobre el pan, en la leche, en las patatas, y causa el fenómeno, un tiempo misterioso, de las hostias que sangran. No parece ser patógeno».

Veamos el origen de esta perfecta certidumbre desde el punto de vista de la interpretación natural de las hostias sangrantes. El Dr. Truessant escribe:

«Muchos de los fenómenos que han sorprendido la imaginación de pueblos ignorantes y crédulos, se deben solamente a la presencia de microbios colorados (microbios cromógenos). En 1819 un cultivador de Liguara, cerca de Padua, notó con terror manchas de sangre salpicadas sobre una sopa de maíz hecha la víspera y encerrada en su armario. Al día siguiente, manchas parecidas se vieron sobre el pan, la carne y todos los alimentos que se hallaban en el mismo armario. Se creyó naturalmente en un milagro, en una advertencia del cielo, hasta el momento en que se decidió someter la causa del prodigio a un naturalista de Padua, que reconoció fácilmente allí la presencia de un vegetal miscroscópico que Ehremberg halló en circunstancias análogas en Berlín en 1848 y que denominó Monas prodigiosas… Es para los modernos el Micrococcus prodigiosus. Se le ha visto no sólo sobre el pan, sino también sobre hostias, en la leche, en la cola, y en general sobre las sustancias alimenticias o harinosas, expuestas al calor húmedo. Según Rebenhorst, que lo estudió recientemente, este microbio sería muy polimorfo…» (Les microbes, les ferments, les moissures, Alean, París, 1886).

Es absolutamente posible que hostias hayan sido contaminadas por ese microbio y hayan presentado manchas debidas a su proliferación. Pero es suficiente comparar los casos principales de hostias sangrantes con los caracteres biológicos o bacteriológicos del bacillus prodigiosus, para ver que esta explicación es netamente inadmisible al respecto. En realidad, el bacilo se desarrolla bien, siempre que se halle al abrigo de la luz, esté aireado, a cerca de 20 centígrados de temperatura, y sobre substancias alimenticias o harinosas expuestas al calor húmedo.

Ahora bien, en Bolsena, Asti, Rupt-aux-Nonnains y en otros muchos casos, el prodigio se ha efectuado en plena Misa; la hostia se hallaba pues en plena luz; además parece poco probable que la temperatura de 20 centígrados haya sido frecuente en las iglesias, sobre todo en Rupt-aux-Nonnains (Mosa), donde la primera Comunión, día del acontecimiento, tuvo lugar ese año, por la muerte del párroco, el mes de enero, el domingo después de la Epifanía. Además parece difícil que se haya realizado la condición del calor húmedo: una hostia húmeda es considerada normalmente como alterada y no utilizable.

En todo caso, el prodigio es instantáneo, lo que no corresponde fácilmente a una proliferación microbiana: la hostia, normal antes, aparece o se torna cruenta. No se puede suponer que el microbio se haya desarrollado en el interior de la hostia y sea libertado por su rotura: una hostia está hecha de pasta homogénea, no en forma de hojaldre y no brinda fisuras en su conjunto; por otra parte el microbio es aerobio y se desarrolla en la superficie y no en el interior. Finalmente la producción de sangre es tal que en pocos minutos manan gotas múltiples, fenómenos del que no conocemos otro análogo en bacteriología.

No olvidemos que corre de los huesos de San Esteban tanta sangre como basta para ofrecer frasquitos a Bourges, a Napóles, a Colonia, a Dijon, etc. El «brandeum» de San León no es una substancia alimenticia. Ante los hechos, el papel del bacillus prodigiosus parece, pues, una hipótesis falaz y sin valor. Si hemos de buscar la economía del milagro, la producción o exaltación por parte de Dios de un fenómeno biológico normal, nos parece más sencillo, en lugar de recurrir a una proliferación extraordinaria del bacillus prodigiosus, creer que la sangre humana se forma a costas del pan y del vino y que la transformación en alguna forma, in vitro, fuera del organismo, no es tal vez un milagro supra naturam o contra naturam sino solamente (!) praeter naturam. En todo caso, parece que desde el punto de vista científico, la acción de Dios se manifiesta plenamente en la mayor parte de estos prodigios cruentos.

 

LA SANGRE FUERA DEL CUERPO HUMANO

La sangre, fuera del cuerpo humano, ha presentado a menudo fenómenos de licuación, retomando el aspecto de la sangre fresca, de ebullición, de aumento o reducción de volumen y de peso, que a veces han parecido hallarse en relación con objetos, orígenes o actos religiosos, y revestir un carácter sobrenatural. Hallamos, por ejemplo, desde el punto de vista judicial, la apelación al testimonio de Dios. El Dr. Germann refiere, según Libavius, la historia de un hotelero, que en 1505, en Tigur, había asesinado a un mercenario y había escondido el cadáver en un bosque. Hallado el cuerpo, el hotelero fue confundido por la cruentación de un puñal hallado sobre el cadáver y que se cubría de sangre en su presencia. A veces ocurrió eso con los vestidos de la víctima, manchados de sangre.

De cualquier modo, el caso más célebre y universalmente conocido es el de la sangre de San Jenaro, en Napóles, que todos los años, desde hace siglos, se licúa en público y en condiciones de contralor civil, religioso y científico absolutamente exacto. Pero su gloria lo hace considerar como único y se olvidan los prodigios análogos. Diremos, pues, unas palabras sobre éstos, antes de ocuparnos en su examen.

Sangre que permanece líquida

Encontramos muchos ejemplos de este fenómeno en los artículos del R. Padre Thurston.

La sangre del cardenal Leandro Colloredo, muerto en Roma en el año 1709, y proveniente de una sangría practicada la víspera, se halló coagulada dos días más tarde. Pero fragmentos de este coágulo, colocados en una ampolla, han vuelto al estado líquido, cuando se miró la ampolla al cabo de un mes. La sangre seguía siendo líquida en 1738, cuando el Padre Pucetti, que refiere el hecho, escribía la vida del Cardenal.

El Padre Silos, en su Histoire des cleros réguliers, escrita en 1666, atestigua haber comprobado personalmente el estado líquido de la sangre de un padre teatino, Francisco Olimpio, fallecido en Napóles en 1639, sangre conservada en una ampolla perteneciente al principe Francisco Caetani.

Del bienaventurado Bernardino Realini, muerto en Leece en el año 1616, varios testigos declararon en el proceso de beatificación que se habían conservado varias ampollas de su sangre. En algunas la sangre se coaguló y se endureció, en otras quedó líquida y perfumada más de un siglo, en otras el volumen aumentó al punto de llenar la ampolla, normalmente llena por la mitad solamente.

Una ampolla de sangre del Venerable Juan Bautista de Borgoña, fallecido en Napóles en 1726, estaba líquida todavía en 1864 y fue enviada a Roma por orden de Pío IX, para el proceso de beatificación.

Anotemos, finalmente, entre muchos otros casos, el del padre Antonio Montecúccoli, que fue General de los Capuchinos en 1633 y que falleció en retiro en 1648. El Dr. Pellegrini, ayudado por otro médico, le sangró antes de su muerte y dos días después; una ampolla permaneció líquida cuatro años, otra seis y otra, perteneciente al Dr. Pellegrini y que contenía sangre retirada por lo menos una semana antes de la muerte, estaba líquida todavía y sin rastros de corrupción dieciocho años más tarde.

Estos diferentes casos nos presentan, por lo tanto, ejemplos de fluidez, ya conservada, ya recobrada, después de un corto período de coagulación. Esa fluidez se conserva por un tiempo variable que va desde algunos años hasta más de 138. Finalmente, tenemos a veces el aumento de volumen.

Sangre con licuación múltiple

He aquí entretanto otro género de fenómenos. En primer lugar la sangre de nuestro colega San Pantaleón, cuidadosamente examinada en 1924, por el capitán inglés I. R. Grant, en Ravello, cerca de Amalfi (Italia). El relicario se halla en la capilla del Santísimo Sacramento de la cátedra.

«El relicario es un vaso de vidrio en forma de disco circular, cuyas caras son planas. Contiene en su parte inferior… un asiento de substancia oscura opaca, que según la tradición sería un poco de arena o de tierra, sobre la que se volcó la sangre, cuando la cabeza del mártir fue separada del cuerpo. Sigue inmediatamente una capa de substancia blanquecina y sobre ella una capa muy estrecha, parecida a una cinta de sangre, de color pardo oscuro; todo perfectamente opaco. Encima hay una capa de materia que parece desecada, finalmente un poco encima de esta última, una línea de minúsculas ampollas desecadas, que marca el nivel más alto alcanzado por la materia adiposa durante la licuación. Más alto todavía, y enteramente separadas del resto se ven en el interior del vidrio, algunas placas no transparentes, de color rojizo. Sobre la cara exterior del relicario hay un depósito notable de fino polvo, que comprueba que no se la ha tocado desde hace mucho tiempo. Se ve además una gran grieta que comienza un poco debajo del nivel de la sangre, toca la parte superior del relicario y se prolonga sobre el otro lado. Fué, se dice, el resultado de un accidente. En 1759, la sangre estaba líquida; un canónigo acercó la llama de un cirio al vidrio, que se resquebrajó. La sangre comenzó a filtrar a través de la grieta. El canónigo suplicó al Santo que detuviera el desastre. La sangre cesó en seguida de filtrar, pero quedan sobre la pared exterior, a lo largo de la grieta, algunas gotas de color pardo oscuro, como de cera; me pareció que la grieta era demasiado marcada para que retuviera un líquido cualquiera por sobre su nivel. El sábado 19 de julio de 1924, inmediatamente después de la Misa de las seis, el arcipreste me invitó a subir sobre la pequeña plataforma detrás del relicario y a examinar su contenido. Era la primera vez que yo lo veía después de la fiesta de la Traslación, en mayo, y no había cambio apreciable.

El viernes siguiente, 23 de julio, a la misma hora, subimos de nuevo juntos sobre la plataforma. En seguida, nada hubo que observar. Mientras todos nos pusimos un instante de rodillas, el arcipreste recitó una breve oración; cuando nos levantamos, vimos que la licuación había comenzado ya. Todos observamos distintamente que la parte izquierda de la estrecha banda de sangre había tomado color vivo, del tinte de un rubí. Examinando el relicario de frente, vi muy claramente que las gotitas pardas oscuras que estaban en la parte exterior de la grieta, se habían humedecido, volviéndose casi enteramente líquidas, aunque su color permaneciera el mismo… El 26 de julio la licuación no era todavía completa; el 27 de julio pude comprobar que el prodigio se había cumplido enteramente por la mañana. No podía tenerse la menor duda sobre el carácter líquido de las gotitas, anteriormente endurecidas, que adherían a la parte exterior del recipiente, y un examen más atento hecho el martes 29 de julio me demostró que las mismas eran de un rojo oscuro, si se proyectaban sobre la sangre colocada en el interior y un rojo más claro, si se destacaban sobre la sustancia lechosa citada más arriba…

Así he descrito mis propias observaciones acerca de este prodigio de Ravello. Otra porción de la sangre de San Pantaleón se conserva no sólo en Napóles, como lo indicó el Padre Thurston, sino también en el Convento de la Coronación de Madrid. A mi solicitud, Cronin, doctor en teología, observó los fenómenos concernientes a esa reliquia; él comprobó que el cambio ocurre la víspera de la fiesta .(26 de julio), mientras es objeto de la veneración de los presentes. Se conserva en la iglesia, en una ampolla móvil. La sangre consiste en una masa dura, seca, sólida, como una especie de barro cocido de un tono pardo muy oscuro, que toma el aspecto de la sangre fresca, líquida y de color vivo. Permanece en ese estado el día de la fiesta, luego se solidifica progresivamente, durante la noche siguiente. En Ravello, en cambio, se comprueba que la sangre permanece líquida durante más de seis semanas después de la fiesta; mientras que la conservada en Valle della Luciana y que también vi, queda líquida todo el año… Me atrevo a expresar mi convencimiento de que los hechos que he visto y descrito, no parecen susceptibles de ser explicados por causas naturales».

El Dr. Isenkrahe refiere en su libro, además del estudio de la sangre de San Jenaro, la visita hecha en 1911 a la iglesia de Santa María de la Merced y de San Alfonso.

«Se conserva allí una ampolla conteniendo sangre de San Alfonso de Ligorio (1787). El párroco muestra con placer la reliquia a los extranjeros: se trata de un pequeño relicario en cuyo centro hay un pequeño recipiente de vidrio en forma esférica, cerrado por un tapón de corcho, y de un pulgar y medio, aproximadamente, de diámetro. En el fondo del vaso hay una substancia en apariencia consistente, de color oscuro y adherente a la pared. El párroco se puso de rodillas, recitó una breve oración, dio vuelta el relicario y se vieron correr hilitos rojos de sangre. Tres días después, el profesor Isenkrahe volvió acompañado por un amigo. La licuación se produjo en idénticas condiciones. Interrogando al párroco, que en ese entonces era monseñor Arnaldo Nappi, supo que la licuación se realiza por completo si se espera un período suficiente; la solidificación se hace poco a poco; el prodigio se ve tanto a la luz del día como a la de un cirio; no depende ni de la temperatura, ni de la estación, etc. Nunca se ha visto la sangre licuarse antes de rezarse la oración. Por otra parte, después de seis años de experiencia, monseñor Nappi tampoco afirmaba que hubiera visto el fenómeno producirse antes del rezo».

Volvamos ahora al milagro de San Jenaro. La sangre de San Jenaro, martirizado en el año 305, se conserva

«en dos ampollas o pequeñas redomas de cristal, de dimensiones desiguales. La grande, de cuello estrecho, pero de flancos redondeados más grandes, parece una pera aplastada, con una capacidad de cerca de 60 centímetros cúbicos; contiene una sustancia hasta la mitad de su altura más o menos.

La pequeña tiene una forma delgada y alargada; la substancia se halla en ella sólo en el estado de manchas leves, rojizas, sobre las paredes internas.
Ambas están libres un tiempo y se verificaba el estado de la substancia con un pequeño estilete de plata. Desde hace tres siglos, están encerradas en un relicario.
El relicario está formado por un círculo de plata muy delgado, cerrado delante y atrás por placas de cristal. Las ampollas están selladas en su cumbre y en la base dentro del relicario, mediante una masilla que parece muy antigua.
Relativamente pequeño, su altura no excede de 12 centímetros y medio; su espesor es de 3 centímetros apenas. Está terminado por una corona y un crucifijo de plata, y sostenido por un tubo cilindrico hueco, largo 20 centímetros.
Se distinguen netamente las dos ampollas a través de las placas de vidrio y se puede seguir fácilmente las modificaciones del estado de la substancia contenida en su interior.

El milagro consiste en que la sangre que se encuentra en estado seco en las ampollas, se licúa todos los días viernes seguidos, durante el mes de mayo y el de septiembre, y el 16 de diciembre de cada año, generalmente unas 18 veces por año en total.
La primera mención histórica de la licuación es de 1389; en una crónica siciliana se dice: El 17 de agosto de este año 1389 tuvo lugar una gran procesión en ocasión del Milagro que hizo Nuestro Señor Jesucristo sobre la sangre de San Jenaro. La sangre contenida en una ampolla se licuó, como si hubiera salido ese día del cuerpo del Bienaventurado».

«La licuación se realizó seguramente con anterioridad. En el siglo XVI un poema dice que «el milagro no ha faltado nunca desde mil años y más».

Desde 1659 se lleva un Diario del Tesoro o de los Milagros, por los sacerdotes del Tesoro y la Deputación laica, en el cual se certifican todas las licuaciones, actualmente (1935) en un número superior a 4700.

Todas las fiestas, la muchedumbre llena la Capilla del Tesoro y la Catedral. Hacia las 9 de la mañana, los Capellanes y la Delegación laica van en busca del relicario en el armario que lo guarda detrás del altar de la Capilla del Tesoro.

El tesorero, sosteniendo el relicario, se coloca delante del altar sobre la grada más alta, frente al público. Da vuelta al mismo de arriba hacia abajo y lo presenta a la muchedumbre. La sangre permanece coagulada en el fondo de la ampolla; un sacerdote anuncia a la muchedumbre: «É duro», la sangre es dura.

Entonces comienzan oraciones especiales para pedir a Dios el cumplimiento del milagro.

En un plazo que varía de un minuto hasta una hora o más, se ve reblandecerse la sangre y deslizarse lentamente a lo largo de la pared de la ampolla. En el momento en que alcanza el cuello de la misma, toda la sangre se licúa en general completamente y de un solo golpe. El sacerdote asistente agita un pañuelo blanco y estalla el canto del Te Deum.

El oficiante presenta el relicario a la muchedumbre, dándole vueltas para permitir a todos la comprobación de la fluidez de la sangre. Luego todo el mundo es admitido al beso del relicario, hasta las 11, para comprobar mejor la licuación. Entonces se lleva el relicario hasta el altar mayor de la catedral, donde queda expuesto hasta la noche. Entonces se le vuelve a llevar al Tesoro, donde a la mañana siguiente se le halla coagulado.

Pero el fenómeno no se limita a la licuación. La misma está acompañada por una variación de volumen. Las actas la mencionan sólo desde 1709, pero sin darle mayor importancia. Esta variación consiste en un aumento que se produce gradualmente de día a día en mayo y que hace que la sangre llegue a llenar completamente la ampolla, mientras antes no alcanzaba generalmente a la mitad. En septiembre se produce una reducción, realizada generalmente de una vez el 19 de este mes, después de la licuación. La ampolla que ha quedado llena de sangre coagulada, después de las fiestas de mayo, presenta a veces rápidamente en algunos minutos, a veces gradualmente en el curso del día, un descenso de nivel igual a una tercera parte o más de la ampolla. Esta disminución se completa a veces en los días siguientes.

Finalmente, esa variación de volumen corresponde a una variación de peso. En 1902, a raíz de un desafío del periódico «L’Asino»El Burro«, semanario encarnizadamente antirreligioso), el abate Sperindeo, profesor de matemáticas y física en Napóles se proveyó de balanzas de precisión. Pesó el relicario en el mes de mayo, el último día de la fiestas, cuando la ampolla está llena: halló un peso de 1 kg. 014 gr. 900, verificado tres veces seguidas con doble pesada.

En el mes de setiembre siguiente, el último día de las fiestas, cuando la substancia presentaba una gran reducción de volumen (25 centímetros cúbicos, aproximadamente), el experimento renovado tres veces con doble pesada dio 0 kg. 987 gr. 910, es decir, una diferencia de 26 gr. 990.
Dos años más tarde, el 19 de setiembre de 1904, no habiendo disminuido todavía la sangre, el Padre Silva repitió el experimento y halló el peso de 1 kg. 015 gr. Dos días después, el 21 de setiembre, la pesada se repitió y dio 1 kg. 004 gr. El 22 de setiembre el peso era de 1 kg. 008 gr. Finalmente, el último día, 1 kg. 011 gr. La temperatura era de cerca 25 centígrados».

En resumen, el milagro de San Jenaro consiste en una licuación y coagulación de sangre que se produce generalmente 18 veces por año, en mayo, septiembre, diciembre y, a veces, en otras fechas. En mayo hay aumento de volumen y de peso, en septiembre reducción. Esto se realiza en un lapso que varía de un minuto a varias horas, sin que haya relación alguna con la temperatura exterior o el número de los asistentes, de modo cierto después de seis siglos por lo menos y, tal vez, desde el año 315, época de la traslación del cuerpo de San Jenaro de Pozzuoli a Napóles.

 

APRECIACIÓN DE LOS HECHOS

Podríamos citar todavía los casos de piedras y telas embebidas con la sangre de un mártir, de espinas de la corona de Nuestro Señor, cuyas manchas se reavivan o también se tornan húmedas y resplandecientes. Pero el que puede lo más, puede también lo menos, y si podemos hacernos una opinión definida sobre los prodigios de sangre de San Jenaro, de San Alfonso de Ligorio, de San Pantaleón, de San Esteban, etc., las demás manifestaciones cruentas serán más fácilmente comprensibles.

La conservación de la fluidez de la sangre, fuera del organismo, está en contradicción con lo que sabemos acerca de la evolución habitual de la sangre en esas condiciones: coagulación en los vasos no parafinados o en ausencia de agregados de substancias anticoagulantes (fluoruro, citrato, oxalato, etc.), putrefacción, desecamiento. Entretanto, algunas sangres han sido recogidas sobre el cadáver; se sabe que esta sangre, habitualmente, muestra tanto menor tendencia a la coagulación cuanto más tarde haya sido recogida después de la muerte (Thoinot). Se puede también dudar de que los recipientes que recogieron la sangre hayan contenido alguna substancia dotada de propiedades anticoagulantes y antisépticas ignoradas por los prácticos de la época. Se puede también admitir la hipótesis de que, en la farmacopea en uso, algunos medicamentos hayan podido modificar las propiedades desde el punto de vista de la coagulación. El empleo frecuente de sanguijuelas, puede tal vez implicar una incoagulabilidad persistente de la sangre: se conocen hemorragias que pueden sobrevenir como consecuencia de su empleo, y el empleo anticoagulante intravascular o in vitro de extracto de cabezas de sanguijuelas (Doyon).

La simple persistencia de la fluidez de la sangre y su mantenimiento pueden pensarse, por lo tanto, como provenientes de elementos no mencionados por ignorancia o supuestos sin acción en ese sentido. Un estudio atento en cada caso y también experimentos diversos serían sin duda necesarios para apreciar cada fenómeno en su valor.

La documentación biológica es bastante pobre acerca de la suerte de la sangre fuera del organismo. En fin, es nuestra carencia científica la que hace difícil decir en qué medida esos casos de fluidez pueden ser naturales o proceder de una intervención sobrenatural, que comprueba así la santidad del difunto, como lo han admitido y lo admiten numerosos espíritus sanos.

Es, por lo tanto, el estudio de los fenómenos mejor marcados, los de la licuación intermitente, el que permitirá formarse una idea más exacta. Fuera de los fenómenos mismos, tres puntos principales han dado lugar a múltiples controversias:

a) Substancia y autenticidad de las reliquias — Muchos autores se han apoderado de esta cuestión y han vacilado en aceptar la posibilidad de lo sobrenatural, porque no tenían a mano el pergamino del estado civil de las reliquias. La frase del Padre Thurston, que hemos citado a propósito de la sangre de San Esteban, es típica a este respecto. No vacilamos en decir que esta dificultad nos parece prácticamente inexistente: se puede escribir un pergamino (¡se conocen tantos ejemplos!), un acta puede imitarse; si admitimos que —según las enseñanzas de Cristo— el milagro demuestra a Dios, hallamos que basta fácilmente para dar autenticidad a una reliquia. Vemos por otra parte, por ejemplo, que en el año 979, Egberto de Tréveris, queriendo comprobar la autenticidad del cuerpo de San Celso, hizo envolver en un paño la falange de un dedo y ordenó que se echara en un incensario lleno de carbones ardiendo; la reliquia permaneció todo el tiempo del canon de la Misa en el incensario y fue retirada intacta (Mabillon).

Además, la misma autentificación —a nuestro modo de ver— no debe ser tomada en el sentido histórico y arqueológico estrecho, sino en un sentido que puede llamarse teológico. Sabemos que las visiones de los mártires no les son acordadas a título documental histórico, sino a título documental religioso. Para las reliquias nos parece rezar la misma norma, posiblemente.

Por eso, que la sangre de San Esteban haya venido de sus huesos en lugar que de su cuerpo; que la «leche de Nuestra Señora», donada a la iglesia de Napóles por el cardenal Perrenot de Granvelle, y que se licúa la víspera de la Asunción, sea el simple exudado calcáreo de una gruta donde la Virgen dijera haber amamantado al Niño Jesús; que el brandeum que tocara los restos de San Pablo y que fue enviado por el Papa San Gregrorio Magno a la emperatriz pudo creerse más tarde parte del vestido del apóstol; que un facsímil de un clavo de la Pasión pudo ulteriormente haber sido creído auténtico y parecer autentificado por milagros, esto nos parece perfectamente admisible y nada perturbador en absoluto.

«Siguiendo el ejemplo y la enseñanza de Santo Tomás, el culto de las santas reliquias es un culto de dulía relativa: la veneración rendida a la osamenta, a las cenizas, a las telas, etc., no se detiene en esos objetos, sino que pasa a los Santos mismos como a su objetivo formal. Es lo mismo como cuando tenemos respeto por algo que toca de cerca a una persona, por la que tenemos afecto. Y esto no significa que la Iglesia fomenta la creencia que coloca en la misma reliquia una virtud mágica o una virtud curativa, cuando el milagro se produce al contacto con la reliquia» (Dom Baudot, en Dict. des Con. Religieuses).

El objeto material es por lo tanto la simple ocasión, el simple substrato del culto, y el milagro no es una demostración arqueológica, sino la sanción, el estímulo, la recompensa de la piedad de los fieles hacia Dios y hacia el servidor de Dios a quien evoca la reliquia.

Por lo que se refiere a la substancia misma, conocemos en bastantes casos su naturaleza sanguínea exacta, para no tener que inquietarnos por los que no han sido exactamente verificados a ese respecto. Advirtamos que, como a menudo se trata de un suelo arenoso embebido de sangre, la pureza de ésta puede estar lejos de ser absoluta. Pero eso importa muy poco porque no conocemos ninguna sustancia en el mundo capaz de presentar los fenómenos comprobados. El prodigio queda el mismo, con cualquier substancia que sea, y sabemos de modo cierto que en muchos casos es realmente sangre la que se conserva y produce el milagro. (Las ampollas conservadas en las tumbas pueden contener: a) aromas; b) las especies sacramentales de la Eucaristía; c) reliquias (a veces, por lo mismo, sangre de un mártir que no es la persona inhumada); d) sangre de la persona inhumada que puede no ser un mártir: el uso cierto de los siglos XVI, XVII, XVIII de recoger la sangre de las sangrías de personas piadosas, se remonta tal vez a los primeros siglos).

Advirtamos de paso que el origen de la costumbre de recoger la sangre de los mártires o no mártires, en pequeñas ampollas o en paños, no nos parece bien aclarado. ¿Se reanudarán tal vez a la idea oriental, sobre todo hebrea, del alma-sangre que da tanta importancia al flujo o a la falta de flujo de sangre entre los judíos? La costumbre puede, pues, haber sido practicada aun en el tiempo de Cristo, y haberse separado de su idea primitiva, para convertirse solamente en un hábito de respeto hacia la sangre de los mártires o de las personas veneradas. Por lo demás, se han hallado ampollas en dos cementerios judíos de los primeros siglos (Dom Cabrol).

De cualquier modo, en esta cuestión de la substancia y autenticidad, el prodigio es lo que cuenta y domina, y debe ser el centro esencial de todo estudio al respecto.

b) Explicaciones naturales — Ahora bien, todos los ensayos de interpretación natural de los fenómenos han podido ver la luz solamente a raíz de la ignorancia o del desconocimiento deliberado de los caracteres esenciales del prodigio: independencia absoluta de todas las condiciones físicas del medio, variación espontánea de pesos y volumenes. Hay más: el autor de una de estas interpretaciones, Sebastián de Luca, profesor de química de la Universidad de Napóles, que al recibir hacia 1860 a Berthelot parodió el milagro con un poco de blanco de ballena y tintura de ancusa (orcaneta), se convirtió ulteriormente, cuando en 1879 consintió en asistir él mismo al prodigio.

c) Explicación sobrenatural — Dado que ninguna explicación natural ha podido proponerse todavía con viso de verisimilitud, y dado sobre todo que los fenómenos están en contradicción con muchos datos físicos, químicos y biológicos, nos queda libre el campo para la hipótesis de una intervención sobrenatural, con la condición que algún dato positivo nos la pueda sugerir y luego sostener. Ahora bien, nosotros comprobamos que esos fenómenos biológicos tienen un factor constante, uno solo: el factor religioso. Esos hechos se producen con sangre procedente de personas santas, se realizan en ocasión de fiestas religiosas, se cumplen consecutivamente a oraciones. Finalmente el fenómeno de la sangre de San Jenaro parece haber ocurrido dos veces en relación con amenazas contra los clérigos o la ciudad de Napóles, demostrando de esta manera su obediencia a una voluntad inteligente.

A la inversa, ni en los Museos donde se conservan armas o vestidos manchados de sangre por algún drama histórico, ni en las colecciones de los Institutos médico-legales ricos en instrumentos de crimen, ni en los laboratorios donde se encuentran vasos llenos de sangre, se han señalado prodigios de esta naturaleza.

Lógicamente, por lo tanto, se desemboca en el milagro. Y es la conclusión que han adoptado casi unánimes fieles, sabios, sacerdotes, teólogos, obispos, cardenales y papas que han asistido de cerca al prodigio.

Parece difícil que se pueda proceder diversamente, tratando de penetrar lo mejor posible en el mecanismo biológico y en el sobrenatural, por un estudio atento. En todas estas cuestiones, la Iglesia pide a la ciencia que proyecte el máximo de luz.

Fuente: Dr. Henri Bon, Medicina Católica, (1942)

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