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La Sagrada Familia, Centro del Plan de Dios para la Raza Humana (últ. dom. del año)

El último domingo del año se celebra la Fiesta de la Sagrada Familia.

Que festeja la unidad de la familia humana.

Sagrada Familia es el nombre dado a la unidad de la familia de Jesús.

Jesús el Hijo de Dios, su madre la Virgen María, y su padre adoptivo José. 

sagrada familia de murillo

En la santa morada de Nazaret Jesús transformó la vida familiar.
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La bendijo como el plan de Dios para toda la raza humana y la primera sociedad.
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La familia cristiana ha sido elevada en Cristo a un sacramento, a un vehículo de la gracia y un signo de la presencia de Dios. 

La Iglesia anuncia que el matrimonio cristiano y la familia fundada sobre él es una vocación y una respuesta a la llamada del Señor.

En la Sagrada Familia de Jesús, María y José, aprendemos el camino del amor en la Escuela de Nazaret.

Recomendamos especialmente leer:

 

HISTORIA DE LA DEVOCIÓN

La devoción a la Sagrada Familia nació en Belén, junto con el Niño Jesús.
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Los pastores fueron a adorar al Niño y, al mismo tiempo, le dieron honor a su familia.
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Más tarde, en una forma similar, los tres Reyes Magos llegaron de Oriente para adorar y honrar al Rey recién nacido con regalos de oro, incienso y mirra.

Sabemos muy poco acerca de la vida de la Sagrada Familia a través de los Evangelios canónicos.

sagrada familia de durero

La Escritura nos dice prácticamente nada sobre los primeros años y la adolescencia del Niño Jesús.

Todo lo que sabemos son los hechos de la estancia en Egipto, el regreso a Nazaret, y los incidentes que se produjeron cuando el niño de doce años acompañó a sus padres a Jerusalén.

Varias obras no canónicas, incluyendo la Evangelio de la infancia de Tomás, tratan de llenar los espacios en blanco.

La devoción a la Sagrada Familia es un fenómeno reciente.

El culto de la Sagrada Familia creció en popularidad en el siglo XVII, y varias congregaciones religiosas han sido fundadas bajo este título.

El 26 de octubre 1921, la Congregación de Ritos (bajo el Papa Benedicto XV) inserta la Fiesta de la Sagrada Familia en el calendario general de rito latino.
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Hasta entonces se había celebrado a nivel regional. 

Papas anteriores (especialmente Leo XIII) promovieron la fiesta como una manera de contrarrestar la ruptura de la unidad familiar.

Hasta 1969, la fiesta de la Sagrada Familia se mantuvo en el primer domingo después de la Epifanía (6 de enero).

Fue trasladado a la fecha actual en 1969.

 

EL MENSAJE

El significado de la fiesta se patentiza cuando llegamos a entender las verdades más profundas que revela.

Nos enseña acerca de Jesús, María y José y sobre cada uno de nosotros y de nuestras propias familias.

La Fiesta de la Sagrada Familia no es sólo acerca de la Sagrada Familia, sino de nuestras propias familias también.
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El objetivo principal de la fiesta es presentar la Sagrada Familia como modelo para todas las familias cristianas, y para la vida doméstica en general. 

Nuestra vida familiar se santifica cuando vivimos la vida de la Iglesia dentro de nuestros hogares. 

Esto se conoce como la «iglesia doméstica» o la «iglesia en miniatura».

San Juan Crisóstomo instó a todos los cristianos para que cada casa sea una «iglesia de la familia», y santifique la unidad familiar

La fiesta de la Sagrada Familia es un buen momento para recordar la unidad familiar y orar por nuestras familias humanas y espirituales.

san jose y jesucristo Gerard Van Honthorst

También podemos aprovechar esta fiesta para reflexionar sobre el valor y la santidad de la unidad familiar, y para evaluar nuestra propia vida familiar.

¿De qué manera puede mejorarse? ¿Qué haría Jesús, María y José?

Podemos utilizar esta fiesta que preguntarnos qué estamos haciendo para promover a la familia dentro de nuestras propias culturas, barrios y comunidades.

San Pablo nos da algunos consejos sobre la vida familiar en Colosenses 3: 12-21:

Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia.

Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan ustedes lo mismo.

Por encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, para que el conjunto sea perfecto.

Así la paz de Cristo reinará en sus corazones, pues para esto fueron llamados y reunidos. Finalmente, sean agradecidos.

Que la palabra de Cristo habite en ustedes y esté a sus anchas. Tengan sabiduría, para que se puedan aconsejar unos a otros y se afirmen mutuamente con salmos, himnos y alabanzas espontáneas. Que la gracia ponga en sus corazones un cántico a Dios,

y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Esposas, sométanse a sus maridos como conviene entre cristianos.

Maridos, amen a sus esposas y no les amarguen la vida.

Hijos, obedezcan a sus padres en todo, porque eso es lo correcto entre cristianos.

Padres, no sean pesados con sus hijos, para que no se desanimen.

 

LA PRIMERA CÉLULA DE LA IGLESIA

La familia es la primera escuela de oración y de práctica, el lugar donde aprendemos esta nueva forma de vida, es la primera célula de la Iglesia, la Iglesia doméstica es la familia cristiana.

Es el lugar donde iniciamos el camino hacia la santidad y nos hacemos más plenamente humanos.

El Verbo encarnado, Jesucristo, se hizo uno de nosotros. Él nació en una familia humana. 

Eso no fue accidental ni incidental. Allí, en lo que el Papa Pablo VI llamó la «Escuela de Nazaret», podemos aprender el camino del amor.

La reflexión del difunto Papa llamado «El ejemplo de Nazaret» está en el Oficio de Lectura para la Liturgia de las Horas (Breviario) para la Fiesta de la Sagrada Familia.

Desde la antigüedad la familia cristiana se ha llamado una «iglesia doméstica».

En nuestra vida dentro de la familia cristiana Jesucristo está realmente presente.

Sin embargo, necesitamos ojos para verlo en el trabajo, oídos para escuchar sus instrucciones y corazones para hacer un lugar para Él para que habiten.

sagrada familia de murillo 2

En nuestra familia podemos aprender el camino del amor desinteresado al reflexionar en la Escuela de Nazaret.

Jesús pasó 30 de sus 33 años terrenales en Nazaret con su familia. Algunos escritores espirituales han llamado a estos los «años ocultos», porque hay poco escrito sobre ellos en los relatos evangélicos.

Sin embargo, revelan la santidad de la vida ordinaria.

En un discurso del 28 de diciembre de 2011 en la audiencia de los miércoles, el Papa Benedicto XVI habló de la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. Aquí está un breve fragmento:

«La casa de Nazaret es una escuela de oración donde aprendemos a escuchar, a meditar, a penetrar en el significado más profundo de la manifestación del Hijo de Dios, siguiendo ejemplo de María, José y Jesús.

La Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica, llamada a rezar unida.

La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración.

En la familia, los niños, desde la más temprana edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y el ejemplo de sus padres: vivir en un clima marcado por la presencia de Dios.

Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la experiencia de la oración.

Si no se aprende a rezar en la familia, luego será difícil colmar ese vacío.

Y, por lo tanto, quiero dirigiros la invitación a redescubrir la belleza de rezar juntos como familia en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret.

Y así llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia«.

 

ORACIÓN POR LA FAMILIA DIOS, DE QUIEN PROVIENE TODA PATERNIDAD EN EL CIELO Y EN LA TIERRA

Padre, que eres amor y vida, haz que cada familia humana que habita en nuestro suelo, sea, por medio de tu Hijo Jesucristo, ”nacido de mujer” y mediante el Espíritu Santo, fuente de Caridad Divina, un verdadero santuario de vida y amor para las nuevas generaciones.

Haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras de los cónyuges, para bien propio y de todas las familias del mundo.

Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia un fuerte sostén humano, para que crezcan en la verdad y el amor.

Haz que el amor, reforzado por la gracia del Sacramento del Matrimonio, se manifieste más fuerte que cualquier debilidad o crisis que puedan padecer nuestras familias.

Te pedimos por intermedio de la Familia de Nazaret, que la Iglesia pueda cumplir una misión fecunda en nuestra familia, en medio de todas las naciones de la tierra.

Por Cristo, nuestro Señor, Camino, Verdad y Vida, por los siglos de los siglos. Amén. 

San Juan Pablo II

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Los Sorprendentes Sucesos que generó la Sagrada Familia en Egipto

Uno de los hechos más misteriosos es la huida de la Sagrada Familia a Egipto.

¿Que sucedió durante ese tiempo?

¿Que milagros se produjeron?

¿En qué lugares estuvieron?

Este episodio es consecuencia de la visita del Ángel a José que le dice que huya a Egipto con la Sagrada Familia.

¿Por qué este aviso?

Debido a la amenaza de Herodes de matar a los niños menores de dos años residentes en Belén.

¿Y por qué Herodes los quería matar?

Por la noticia de que los Reyes Magos habían venido a honrar al Rey de los Judíos, que recién había nacido.

La Iglesia recuerda este asesinato de Herodes con el nombre de fiesta de los Santos Inocentes, el día 28 de diciembre.

Luego celebra la fiesta de la Sagrada Familia, el último domingo del año si cae entre el 25 y el 30 de diciembre, o de lo contrario el día 30.

En este artículo presentamos dos posiciones, la de Frank Duff (fundador de la Legión de María), que da una interpretación occidentalizada de la travesía.
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Y luego la tradición de Iglesia Copta (egipcia) cargada de la tradición de los lugares donde pasó la sagrada familia en su itinerario egipcio.

 

LA HUIDA A EGIPTO SEGÚN EL SIERVO DE DIOS FRANK DUFF

El episodio de la huida de la Sagrada Familia a Egipto se halla narrado en el Evangelio de San Mateo.

Los Magos habían venido a Belén a adorar al Rey Niño y a ofrendarle sus dones llenos de profundo significado.

Advertidos de lo alto no cumplieron su promesa de regresar a Herodes, sino que se volvieron derecho a su país.

Ellos habían venido providencialmente a representar a los gentiles y nuestro Señor les pagó la visita, en esta forma:

Un Ángel del Señor se aparece en sueños a José, diciéndole: Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para acabar con Él.

José, levantándose, tomó consigo al niño y a su madre, de noche, y se refugió en Egipto” (Mt 2,13-14).

Las palabras son muy sencillas, pero el acontecimiento es extraordinario.

dibujo de la huida a egipto

 

¿POR QUÉ A EGIPTO?

En primer lugar, había razones de carácter geográfico. Escapar al Norte era imposible.
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Hacia el Este significaba entrar en un interminable desierto que estaba por encima de sus fuerzas.
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El solo refugio de la jurisdicción de Herodes era Egipto.
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“Vengan de Egipto los magnates, Etiopía extienda sus manos a Dios”. (Salmo 67).

Por eso aún sin mandato del ángel, ellos habrían escogido ese destino.

La providencia de Dios utilizó las consideraciones humanas.

Pero había razones más profundas para refugiarse en Egipto y habitar allí. Trataré de exponerlas.

En cuanto a la ruta precisa que siguieron, he consultado muchos libros y me parece que la mejor descripción de su itinerario es la que trae el Padre Eugene Hoade, franciscano, conocedor insigne de la Tierra Santa donde ha pasado la mayor parte de su vida.

Los santos refugiados comenzaron a moverse por el sur a través de las montañas de Hebrón, por senderos empinados y seguidos de precipicios, peligrosos hasta de día, sin rastro alguno en la oscuridad, no se diga en las circunstancias aquellas.

Al amanecer miraron desde lo alto la llanura de los filisteos. Luego al occidente hacia Gaza, que está en el Mediterráneo.

María de Agreda, una de las grandes visionarias, dice que permanecieron allí dos días para recuperarse de su tremendo cansancio.

No es seguro pero es bastante probable que se juntaran a una caravana de Egipto.

En Bersabée comienza la tierra desolada que a poco se convierte en puro desierto, en un verdadero mar de arena.

Solos o en caravana debieron, a partir de este momento observar una dirección precisa para poder descansar por la noche en ciertos lugares, que no podían ser otros que los indicados por la presencia de agua, o sea oasis.

La leyenda se ha ocupado de este viaje más que de otras situaciones de la vida de la Sagrada Familia.

Nos cuenta una serie de milagros que vienen en socorro de estos perseguidos.

Pero esto es alejarse completamente de la realidad. Ellos no operaron milagros por poderosos que eran para realizarlos.

Ese viaje no fue una excursión pintoresca. Ellos soportaron todas las penalidades del camino como cualquier viajero, diferenciándose sólo en su equipaje más pobre.

De día el calor era intenso, produciendo torturas de sed y espejismos.

De noche el frío era severo y dormían sobre una estera sin el conveniente abrigo.

A lo largo de toda la ruta que se seguía a Egipto se encontraban huesos de animales muertos en el viaje.

El más grande sufrimiento, se ha dicho, sentido por María y José fue el del temor, de un terrible temor.

La sensibilidad de María lo convertía en pura agonía.

Pero una emoción todavía más intolerable fue el percatarse de que su Hijo era ya objeto de odio y de persecución para muerte.

El divino Infante era defendido con gran solicitud de estos sufrimientos.

Los cariñosos brazos matemos le acurrucaban protegiéndole del calor del día y del frío de la noche, y estaba bien alimentado por los pechos de su Madre.

No todo era desagradable.

Se movían por un territorio que hablaba de recuerdos para una mente judía.

Mil años antes, de acuerdo a la gran Alianza, Abrahán había tomado posesión simbólica de esa tierra para el Pueblo elegido.

Había sido atravesado por todos los antepasados de su raza.

José, el predecesor de San José, había sido llevado por esos lugares como prisionero, vendido por sus hermanos por plata.

Había estado destinado para llegar a ser poderoso en Egipto; y por él su padre Jacob y sus hermanos fueron a establecerse en Egipto.

Y luego una multitud de inmigrantes les siguieron. José y Jacob murieron allí y luego de embalsamarlos los enterraron.

Cientos de años más tarde Moisés y Aarón se levantarían y conducirían a su pueblo fuera de Egipto.

Ahora la Sagrada Familia estaba pasando por una región toda llena de asociaciones históricas.

Aquella humilde jovencita con su Niño era el punto culminante de toda aquella historia.

La mente de María estaría llena de ello, y ella y su esposo se habrían puesto a discutir sobre los diferentes papeles que cada lugar había desempeñado en el pasado.

Más tarde este territorio iba a convertirse en la habitación de multitud de anacoretas, los Padres del Desierto.

Si tomamos un mapa para seguirles, aparecería su itinerario a lo largo del Mediterráneo desde Gaza al El Arich que antes se llamaba Rinocolura, que etimológicamente quiere decir “los sin narices”, que alude al castigo que sufrió aquella gente cuando les cortaron las narices. Marcaba la frontera entre el reino de Herodes y el Egipto romano.

Por fin aquí estuvieron ya en seguro, pues se hallaban fuera de la jurisdicción de Herodes.

Luego avanzaron a Pelusio, cuyas ruinas están a 90 millas al oriente del actual Canal de Suez, y luego al sudoeste para entrar en el verde valle del Nilo; luego a través de Goshen donde vivieron en otro tiempo sus antepasados, y hacia Heliópolis.

Ciertas señales regionales grandemente deseadas se presentaron a la vista, y pronto estuvieron bajo la inspección legal.

Dominando el panorama cerca de Giza, asomaron las Pirámides y la gran Esfinge.

Esta, que tiene 189 pies de largo, y es el corte de una colina, ha sido el enigma de las edades, y se ha convertido en el signo mismo del misterio no revelado.

Su secreto no deja de tener cierta relación con el Todopoderoso a quien el plan divino le ha colocado ante ella en cumplimiento de la profecía:

“He aquí que el Señor viene de Egipto. Y estremécense los ídolos egipcios ante El, y el corazón de Egipto se derrite en su interior” (Isaías 19, 1).

Da curiosidad pensar que de todas las estructuras hechas por el hombre que fueron el objeto de la admiración de la Sagrada Familia durante su estadía en la tierra, hayan quedado ahora sólo estas.

La mayor parte de los escritores antiguos han recalcado la caída al suelo de todos los ídolos de un templo vecino al paso de la Sagrada Familia por los arcos macizos de piedra de Heliópolis.
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Había una tradición entre los letrados de Egipto que databa desde la permanencia del profeta Jeremías en esa región, y que decía que vendría un Rey de los judíos y que entonces los ídolos serían destruidos.

En la época actual la opinión católica no apoya los numerosos milagros que escritores de otros tiempos atribuían a nuestro Señor durante su infancia.

Por otra parte, el Evangelio describe Caná como el comienzo de sus milagros.

Sin embargo creo que este episodio de los ídolos podría admitirse, porque no fue obrado directamente por la Sagrada Familia ni con el propósito de conveniencia propia.

Pasaron por Heliópolis a un lugar llamado Matarié que está a seis millas al norte del Cairo.

Fue allí donde María y José hicieron una habitación humilde. Muchos son de la opinión de que pronto se trasladaron al Cairo.

Había una gran colonia judía en Leontópolis, a unas doce millas de Heliópolis, y no hay duda que debió haber ayudado a la Sagrada Familia, pues los judíos exiliados tenían un admirable sentido de compañerismo.

Matarié era una hermosa aldea con sombra de sicómoros.

Aún ahora el vestigio de un gran sicómoro es señalado como el árbol de María por los guías musulmanes, pues afirman que María frecuentemente se protegía bajo el árbol en los días de abundante follaje.

En Matarié está la única fuente de agua dulce que tiene Egipto, llamada hasta ahora la fuente de María, por haber bañado en ella María a su Niño y lavado su ropa.

La distancia desde la casa hasta este destino fue de trescientas millas, como he podido medirla en un mapa a escala.

Diferentes autores dicen que emplearon en cubrirla quince días, pero esto parece representar una caminata demasiado rápida para aquellas circunstancias.

No podían haber hecho sino entre veinte y treinta millas por día. Lo más exacto es que hicieron veinte días de viaje.

la huida a egipto vicente lopez fondo

 

¿CÓMO SE MANTUVIERON EN EGIPTO?

San José ejercía naturalmente su oficio y sería la colonia judía la que le proporcionaba obras; María se habrá ganado la vida tejiendo a mano, ya que en ello era muy experta.

Pero no falta quien afirma que pasaron un tiempo de hambruna y que María solía ir a respigar en los campos.

En este caso nadie duda que su pobreza habría sido grande.

Se dice que fue durante esta permanencia en Egipto cuando María tejió la túnica inconsútil para su Hijo, la que iba creciendo con El.

La residencia en Egipto fue para ellos un cambio de medio que debió haber sido una cosa lo más drástica.

Fuera del calor de todo el ceremonial judío, estimulado por la espera inmediata del Mesías, se vieron duramente transportados a la fría atmósfera del paganismo y de la idolatría.

Muchos de los ídolos se hallaban habitados de espíritus malignos que daban tremendas demostraciones de su poder.
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Sin embargo la presencia de la colonia judía les debió haber ayudado a conservar su manera nacional de vida con sus ritos religiosos.
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Incluso la celebración anual de la Pascua en la tierra misma donde se originó.

Pero aquí se dividen un tanto las opiniones de los historiadores.

Orsini dice que en Heliópolis había un templo a Yahvé construido según las líneas del gran Templo del Monte Sión en Jerusalén.

Esto no parece probable. Una mera colonia no está en capacidades para una construcción semejante ni para sostener a los sacerdotes ni el costoso ceremonial.

Por otra parte el Padre Faber que era un investigador muy inteligente declara que no había ningún templo y probablemente ninguna sinagoga.

Nos encontramos, pues, entre dos opiniones opuestas. ¿Por qué no una sinagoga? Pequeñas comunidades judías de cualquier parte tienen sus sinagogas.

Es fácil ver la gran diferencia entre un templo y una sinagoga.

El templo tiene su sacrificio; en cambio la sinagoga no es otra cosa que un simple lugar de reunión para el sábado y no precisa sino un local y un rabino, el cual no es sacerdote sino un expositor de la ley, y por lo mismo cualquier civil puede desempeñar este oficio de rabino.

Esto nos hace asegurar que sinagoga sí había en el vecindario de la Sagrada Familia y que ésta solía acudir allí.

Pero esta familia no estaba en las mismas condiciones que cualquier otra exilada y privada de las gloriosas celebraciones del templo de Jerusalén.

Esta pareja tenía una extraordinaria compensación en su exilio. Tenían a Jesús, y no les hacía falta ningún rito por significativo y bien elaborado que fuese.

Frente a Jesús todo ello era sombra y figura.

Todo el rico ceremonial de la Ley Antigua era solamente una indicación del Redentor, una anticipación de su venida y de su sacrificio salvador, y toda su eficacia provenía de esta venida.

Por lo mismo se entiende que María y José lo tenían todo en el Divino Niño y que no les hacía falta ningún rito, como no hace falta ninguna señal al que conoce el camino.

Es cierto que la mente de María se pasaría pensando más asiduamente en las Escrituras, las que se hallaban ya visiblemente en proceso de cumplimiento.

La inteligencia brillante de la Inmaculada Concepción sacaría vida de cada palabra de aquel texto Santo. Ella vería cosas que para otros estaban escondidas.

Frases de las que otros ojos ni caerían en la cuenta serían para ella proféticas o simbólicas de aquel Niño encantador que ella besaba con ardiente amor o lo estrechaba contra su seno con temor, según los particulares aspectos de su contemplación.

No dejaba de admirarse cada vez más hondamente de aquella espada de dolor predicha por el Santo Simeón en el sentido de que atravesaría su corazón.

Su agonía le vendría a causa de Jesús, y así no ignoraba que les sobrevendrían terribles cosas a Jesús y a ella.

La genealogía de la raza humana que comenzó con Adán es precisamente su árbol de familia.

Todos los fundadores de su pueblo son eslabones de la larga cadena que acababan en el último eslabón que ella estaba teniendo en sus brazos, aquella Prole que es el Nuevo Adán.

Con reverencia considera la verdad de que ella es la Mujer profetizada en la Caída, como un destello de esperanza en medio de las tinieblas.

Por todas partes veía ella a los esclavos trabajando allí donde sus antepasados habían trabajado en la misma clase de tareas, mezclando la arcilla, haciendo ladrillos, edificando, cavando. Su amor se le iba tras ellos.

En ellos veía a su propio pueblo.

Y la Madre de todos los hombres los recibía en su maternal corazón.

¿Qué inconcebibles bendiciones debieron haber descendido en aquella tierra de refugio y hospitalidad durante la permanencia allí de la Sagrada Familia?
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María de Agreda dice que las personas que tomaban contacto con ellos se hacían Santos y Grandes.

Huida de Egipto en la sagrada familia de gaudi

 

¿CUÁL SERÍA EL DESIGNIO PROVIDENCIAL DE SU VISITA A EGIPTO?

Además de salvar la vida del Niño, debió haber habido un propósito dentro del plan de la salvación.
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Lo que se ve claro es la necesidad que tenía Jesús de ir al escenario de los orígenes del Pueblo de Dios para asimilárselos.
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El tenía que juntarse al Cuerpo místico de los comienzos.
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La sustancia tenía que añadirse a lo que fue la sombra.
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Por así decirlo, tenía que tomar posesión del curso de todos sus antepasados o figuras, desde Abrahán en adelante, que habían sufrido ominosos períodos en Egipto.

En Egipto los Israelitas se hicieron realmente nación, fuera de los miles de pobres colonos que siguieron al patriarca José.

En Egipto se soldaron en verdadero pueblo a fuerza de ser perseguidos.

La permanencia de Jesús allí debe haber tenido un sinnúmero de significados y de símbolos, que convergían en aquella profecía expresada siglos antes de que aquel Hijo viniera al mundo:

“De Egipto llamé a mi Hijo” (Mateo 2,15).

 

¿CUÁNTO TIEMPO ESTUVO LA SAGRADA FAMILIA EN EGIPTO?

El Padre Faber que coleccionó todas las opiniones dice que el tiempo de siete años era la creencia general.

Nos coge de nuevo el que la erudición moderna rebaje este tiempo.

El Padre Hoade opta por pocos meses. Roschini dice lo mismo, pero una reciente autoridad concede cuatro años.

A mí no me parece la opinión de los pocos meses.

Toda la tradición y la idea cristiana general piensan en términos de un período mucho más largo, con el que están de acuerdo muchísimos escritos.

Lo más aceptable es el tiempo de los cuatro años.

Llegó el fin de la estada. San Mateo nos informa:

Muerto Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo:

«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño».

Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel.” (Cap. 2, 19-21).

Entonces con la misma prontitud con que hicieron la huida, se volvieron a su casa, dejando para siempre las Pirámides.

Se cree que el regreso fue por mar, por ser la forma más fácil y natural y porque ya no tenían por qué esconderse.
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Se habrían embarcado en Menfis y en dos días estarían en Alejandría.
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En otra embarcación habrían partido de Alejandría a Yamnia en cuatro días.
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Y finalmente se habrían encaminado por el pie del Monte Carmelo hasta Nazaret.

Su propósito fue ir a vivir en Belén, pero sabiendo que Arquelao, el hijo vicioso del cruel Herodes, estaba reinando en Judea, se dirigieron más bien a Galilea, donde reinaba Antipas, el otro hijo, y así se establecieron en Nazaret.

Nuevamente esta elección entre Arquelao y Antipas era el instrumento de la Providencia.

Porque la profecía decía: “El será llamado Nazareno” (San Mateo 2, 23).

huida a egipto piramide de fondo

 

LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA COPTA

Después de la cita de Mateo, la estancia de Jesús en Egipto aparece más desarrollada en los apócrifos de la infancia.

Todos ellos son muy posteriores a los canónicos.

Son el Evangelio de Taciano, el Evangelio Árabe de la Infancia, la Historia de José el Carpintero, la Historia árabe de José el carpintero, el evangelio del Pseudo Mateo, el Evangelio armenio de la Infancia y el Evangelio del Pseudo Tomás.

Por ejemplo, en el apócrifo llamado Pseudo Mateo se dice:

“Aconteció que al tercer día de camino [hacia Egipto], María se sintió fatigada por la canícula del desierto.

Y viendo una palmera le dijo a José: “Quisiera descansar un poco a la sombra de ella”.

José a toda prisa la condujo hasta la palmera y la hizo descender del jumento.

Y cuando María se sentó, miró hacia la copa de la palmera y la vio llena de frutos, y le dijo a José: “Me gustaría, si fuera posible, tomar algún fruto de esta palmera”.

Mas José le respondió: “Me admira el que digas esto, viendo lo alta que está la palmera, y el que pienses comer de sus frutos”.

“A mí me admira más la escasez de agua, pues ya se acabó la que llevábamos en los odres y no queda más para saciarnos nosotros y abrevar los jumentos”.

Entonces el niño Jesús, que plácidamente reposaba en el regazo de su madre, dijo a la palmera: “agáchate árbol, y con tus frutos da algún refrigerio a mi madre”.
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Y a estas palabras inclinó la palmera su penacho hasta las plantas de María, pudiendo así recoger todo el fruto que necesitaban para saciarse”.
(PsMt. 20, 1-2).

Las narraciones de Jesús en Egipto han sido especialmente importantes para la Iglesia Copta.

La tradición copta que avala el recorrido de la sagrada familia en Egipto parte de una revelación que tuvo el Papa Theophilus (384-412 d.C.) de la propia virgen María, quien le relató los pormenores del viaje y los lugares que visitaron.

El recorrido fue el siguiente: Salieron a través de las montañas de Hebrón para después dirigirse a Gaza.

De Gaza se desplazaron hasta El-Zanariq cerca de El-Arish. De allí fueron al norte de la península del Sinaí, deteniéndose en Pelusium.

En el delta del Nilo llegaron a Tel Basta, se dirigieron al sur hasta llegar a Al-Mahamma, después subieron al noroeste pasando por Phillippos y llegando a Meniet Genah, cruzaron el río Nilo y llegaron a Jemnoty. Más al noroeste llegaron a la ciudad de Saka o Lysous.

La travesía continuó hacía el sur llegando a Heliópolis.

mapara de la sagrada familia en egipto copto

 

NUMEROSAS IGLESIAS COPTAS CLAMAN SER UN LUGAR DONDE ESTUVO LA SAGRADA FAMILIA

La más importante es la de San Sergio que sostiene ser el lugar donde estaba la cueva que habitaron.

Miles de egipcios de todo el país se acercan dos veces al año a la aldea de Deir Abu Hennas, 300 kilómetros al sur de El Cairo.

Primero en enero, para festejar la llegada de Jesús, María y José a Egipto y el momento en el que desembarcó en esa aldea, y otra el uno de junio, para honrar a la Virgen María.

A pesar de que no existe ninguna referencia bíblica ni histórica sobre las etapas del viaje a Egipto, la tradición copta asegura que la Sagrada Familia permaneció alrededor de cuatro años en tierra de faraones.

En los que recorrió el país de norte a sur, desde la localidad de Farama, en la costa norte, hasta Asiut, casi 385 kilómetros al sur de El Cairo.

Deir Abu Hennes es uno de esos lugares por donde –cuentan los egipcios coptos– pasó en su peregrinar la Sagrada Familia.

Jesús, María y José acompañados por Salomé, la matrona que al ser testigo del “milagroso nacimiento de Jesús” prometió no abandonar nunca a María, cruzaron hace más de dos mil años desde la orilla oriental del Nilo, por la aldea de Abu Malek, hasta la pequeña población de Abu Hennas.

En una pequeña colina de Abu Hennas, bautizada Kom Mariam, descansaron antes de seguir camino al sur hacia Tell Amarna.

Donde en el siglo XIV a.C. había establecido su capital el “faraón hereje” Ajenatón, marido de Nefertiti y primer monarca conocido que impuso sobre sus dominios el monoteísmo.

Todos los 28 de enero, los coptos egipcios de la comarca de Al Malawi, donde está ubicada Abu Hennas, conmemoran la llegada de la Sagrada Familia al país y representan el momento en el que cruzaron el río sobre una faluca de pescadores.

Uno de los altos en el camino se encuentra en el llamado Gabal al Teir (Monte del Pájaro), ubicado sobre una montaña desde la que se contempla el fértil valle del Nilo.

Yque debe su nombre a la gran cantidad de aves que en ciertas épocas del año inundan su geografía.

En este monte, situado en las cercanías de la localidad de Samalot, en la provincia de al Minia, se levanta la iglesia de La Señora de la Palma.

Entre cuyos muros se esconde una pequeña cueva que durante tres días sirvió de refugio a la familia de Nazaret.

Iglesia de Abu Serga en Egipto por donde pasó la Sagrada Familia

Los peregrinos rezan dentro del templo, al que entran después de descalzarse, y muchos de ellos escriben peticiones en pedazos de papel o los nombres de las personas queridas.
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Después los colocan en la cueva que acogió a la Sagrada Familia, donde encienden una vela o los ponen debajo o junto a algún icono de la pequeña iglesia, cuyo origen se remonta al siglo IV después de Cristo.

En Gebel al Teir, donde cuando la Sagrada Familia cruzaba el río en compañía de un gran número de personas una roca se desprendió de la montaña.

Y hubiera caído sobre la barca si no la hubiese detenido el niño Jesús con su mano, cuenta un párroco a sus fieles dentro de la iglesia de esta población.

En otros lugares de Egipto, Jesús hizo que brotara agua, sanó a algún enfermo o descansó bajo la sombra de un árbol al que ahora acuden los peregrinos.

Aunque también aseguran que la Sagrada Familia dejó alguna maldición, como en el barrio Al Matariya, en El Cairo.
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Donde incluso hoy en día dicen que el pan no fermenta porque los vecinos se negaron a darle pan a la Virgen María cuando pasó por lo que entonces era una aldea.

La Iglesia Copta fue fundada en Egipto en el siglo I.

Su nombre deriva de la palabra griega aigyptios (egipcio), trasformado en gipt y después en qibt, de donde derivó la correspondiente voz árabe. Así pues, la palabra copto significa “egipcio”.

Según la tradición, la Iglesia Copta tiene su origen en las prédicas de San Marcos, autor del Segundo Evangelio en el siglo I, que llevó el cristianismo a Egipto en la época del emperador Nerón.

Forma parte de las antiguas iglesias orientales, que se separaron del resto en el Concilio de Calcedonia, en el año 451 y han evolucionado independientemente.

Según su tradición, la Iglesia Copta ha preservado minuciosamente la creencia y doctrina cristiana en su forma más antigua y pura, entregándola de generación en generación, sin cambios, conforme a la doctrina y los ritos apostólicos.

iglesia de san sergio en el cairo
Iglesia de San Sergio en El Cairo

 

LA SAGRADA FAMILIA PASÓ POR EL CAIRO

Uno de los lugares principales de culto es la “cueva del niño Jesús”, gruta situada en el barrio viejo del Cairo, y en la cual, según la tradición, vivió la Sagrada Familia durante su exilio en Egipto.

La Sagrada Familia vivió durante un mes en el antiguo El Cairo.

En este lugar se encuentra la cripta donde, según la tradición, se refugiaron la Virgen María, San José y el Niño Jesús, huyendo de la persecución.

Ahora, en este mismo sitio se puede ver lo que se considera el espacio cristiano más antiguo de Egipto: La Basílica de San Sergio o de la Sagrada Familia, que fue construida precisamente sobre la cripta donde pernoctaron Jesús, María y José, al huir de la matanza de Herodes en Israel. Data de hace aproximadamente 1500 años.

Provista de dos columnatas, y dividida en dos partes, subterránea y primer piso, esta basílica pertenece al rito copto ortodoxo

En pleno corazón de El Cairo, en su parte más antigua, se encuentra este barrio cristiano, a un costado de donde se halla la parte musulmana.

Como ocurre en Jerusalén, aquí se da un encuentro de religiones, ya que en este lugar se asentaron los primeros musulmanes, los primeros cristianos y también los judíos de una sinagoga, que fue la primera en este país africano.

Los barrios están contiguos, uno al lado de otro.

La cripta de La Sagrada Familia es pues, un lugar santo.

Hay mucha devoción a la Virgen María en El Cairo, y no muchas diferencias entre los ritos católicos y los coptos. La Misa se celebra de la misma forma: Ellos creen en el Salvador y en los santos.

La Basílica de San Sergio se asemeja al Arca de Noé.

Cuenta con iconos realizados a través de la misma técnica de los papiros; persisten dibujos en las paredes en forma de panales de abejas, «porque la Palabra de Dios es más dulce que la miel».

Son notables los vestigios de las primeras piedras que conformaron la basílica, los iconos de los padres de la Iglesia: Una cruz copta con doce puntos que representan a los Doce Apóstoles.

Ésta se encuentra justo en el piso que está bajo la Basílica, y es el lugar donde se cree que la Sagrada Familia permaneció oculta durante más de quince días.

Se trata de un espacio que ahora ha sido rehabilitado, ya que la cripta sufrió inundaciones, por su cercanía con el Río Nilo.

El lugar es una muestra del arte cristiano, copto antiguo, donde lucen trozos de madera incrustadas con marfil, en formas arabescas, de una sola pieza.


Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Oración del Papa Francisco a la Sagrada Familia de Nazareth

El domingo en el Ángelus.

 

El domingo 29 de diciembre, durante el ángelus, el papa Francisco ha rezado una oración escrita por él, y destinada a pedir por la familia y sus desafíos.

 

francisco inmaculada concepcion

 

Nunca más en las familias haya violencia, obstinación y división; y quien fue herido o escandalizado sea pronto consolado y curado.

El tema de la familia será tratado en profundidad durante el Sínodo de los Obispos que tendrá lugar en octubre de 2014

ORACIÓN A LA SAGRADA FAMILIA

Jesús, María y José,
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.

Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.

Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de obstinación y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.

Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.

ORACIÓN POR LAS FAMILIAS DE OCTUBRE DE 2013

Al culminar la Misa celebrada en la Plaza San Pedro el domingo 27 de octubre, el Papa Francisco elevó una oración por las familias, hecha por él, ante el ícono de la Sagrada Familia de Nazaret.

Jesús, María y José
A ustedes, la Sagrada Familia de Nazaret,
Hoy miramos con admiración y confianza;
En vosotros contemplamos
La belleza de la comunión en el amor verdadero;
A ustedes encomendamos a todas nuestras familias,
Y a que se renueven en las maravillas de la gracia.

Sagrada Familia de Nazaret,
Atractiva escuela del Santo Evangelio:
Enséñanos a imitar sus virtudes
Con una sabia disciplina espiritual,
Danos una mirada limpia
Que reconozca la acción de la Providencia
En las realidades cotidianas de la vida.

Sagrada Familia de Nazaret,
Fiel custodia del ministerio de la salvación:
Haz nacer en nosotros la estima por el silencio,
Haz de nuestras familias círculos de oración
Y conviértelas en pequeñas iglesias domésticas,
Renueva el deseo de santidad,
Sostener la noble fatiga del trabajo, la educación,
La escucha, la comprensión y el perdón mutuo.

Sagrada Familia de Nazaret,
Despierta en nuestra sociedad la conciencia
Del carácter sagrado e inviolable de la familia,
Inestimable e insustituible.

Que cada familia sea acogedora morada de Dios y de la paz
Para los niños y para los ancianos,
Para aquellos que están enfermos y solos,
Para aquellos que son pobres y necesitados.

Jesús, María y José,
A ustedes con confianza oramos,
A ustedes con alegría nos confiamos.

Fuentes: Vaticano, Signos de estos Tiempos

 

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La Santa Familia en Nazareth: la vida de hogar

-SU VIDA EN EL HOGAR,

-TRABAJOS DE JESÚS EN EL OFICIO CON SU PADRE.

-ENFERMEDAD DE JOSÉ.

 

Imposible e inútil sería querer arrancar del misterio los años transcurridos para la Santa Familia desde el hecho del Templo hasta la predicación de Jesús: esos diez y ocho años pasan, como hemos dicho, en un misterio no fácil de desvanecer, y en el que fuera temerario escribir una historia que ignoramos. Un solo hecho llena verdaderamente este total espacio, y es el silencio. El Evangelio no debía hablarnos más de la Sagrada Familia, porque todo su objeto se encierra en la vida y en la misión de Jesucristo, y ya por esto no había tampoco de María, por más que fuese su verdadera Madre, después de mencionar las relaciones que era necesario consignar.

Mucho más fácil es imaginar que explicar, dicen los Santos Padres, las eminentes virtudes que la Santísima Virgen practicó en aquel período de los citados diez y ocho años, escondida con su Hijo y en la sosegada y laboriosa vida del artesano con la que tenían que vivir; pero esta pobreza y esta existencia ignota no envilecía, como no envilece nunca el trabajo sino que ennoblece, obscurecía en parte el lustre y esplendor de la Santa Familia.

La Virgen Santísima pasó este tiempo de que nos estamos ocupando en profunda y tranquila soledad, la cual se la hacía tan deliciosa con la presencia visible de Jesucristo, como es la que gozan los espíritus bienaventurados en el cielo. José con su trabajo procuraba proveer las necesidades de la familia, haciendo más dulce, como resulta siempre, el pan amasado con el trabajo, fuente de toda virtud, auxiliado de su Hijo Jesús, que con él compartía los trabajos del taller. Por otro lado María, modelo de la mujer hacendosa y cuidadosa de su casa, cuidaba de aquel pobre y feliz hogar y del modesto ajuar, y sin perder de vista a su querido Hijo, era la representación más perfecta de la familia cristiana, y jamás se vio familia más santa, dichosa ni más digna de los homenajes y admiración de los humanos, en medio de aquella hermosa obscuridad.

De la Santa Familia debemos aprender, y en este silencio de ella hemos de hallar, que la verdadera grandeza de nuestra vida consiste en creer virtuosamente en la presencia de Dios que debe ser el término de todas nuestras acciones, ya que aquí en la tierra todo es como sombra sin duración ni consistencia, y sólo en Dios y a Dios debemos la vida terrenal, cuyo complemento será el día en que ajusten nuestras acciones por la práctica de la virtud.

Por ello vemos que María fue la primera y única discípula de su Hijo amado, y escogida entre todas las criaturas para imagen y espejo en que se representasen y reflejasen la nueva ley del Evangelio y de su Autor, y sirviese como de luminoso faro en su Iglesia, a cuya imitación se formasen los Santos y debiéramos imitar en los efectos de la redención humana. Es muy cierto que la virtud y beatitud los Santos fue y es obra del amor de Cristo y de sus merecimientos y obra perfecta de sus manos, pero comparadas con la grandeza María Santísima, pequeñas parecen al parangonarlas, y pobres, pues todos los Santos tuvieron sus imperfecciones si se les compara con Ella. Solo María, imagen viva del Unigénito, no tuvo ninguna de aquéllas, pues fue creada perfecta. Y por el modo como el Padre formó a María en su excelsa santidad, se vio aunque lejanamente su sabiduría al formarla, pues que había de ser el fundamento de su Iglesia, llamar a los Apóstoles, predicar a su pueblo y establecer la ley del Evangelio, bastando para ello la predicación de tres años en que super abundantemente cumplió esta grandiosa obra que le encomendó su Eterno Padre, justificó y santificó con su amor todos los creyentes, para estampar en su beatísima Madre la imagen de toda su santidad echando en Ella incesantemente la fuerza de su amor.

Fijémonos en la vida de la Santa Familia como modelo provechoso de enseñanza de las familias cristianas en el modo y manera de emplear bien el tiempo; veremos el trascurso del día en el santo hogar de Nazareth, y al mismo tiempo que aprendemos, meditemos sobre vida tan retirada, laboriosa y ejemplar y ésta enseña a las familias cristianas cómo se consagra a Dios la mañana. Pasemos con la imaginación un día entero entre aquellos modelos de trabajo y de virtud, examinemos todos los instantes de las horas del día para deducir de ellas provechosa enseñanza para nuestra felicidad terrena, tomando el ejemplo de una morada en la que no había momento ocioso, de la ociosidad, nuestra enemiga del espíritu tan combatida por la Santa Familia.

De la misma suerte que al abrirse las puertas al día, a la luz se abren nuestros ojos, y libres de la pesadez del sueño que repone nuestras fuerzas físicas, se despierta también nuestro entendimiento, de la misma suerte debe abrirse nuestra inteligencia y nuestro corazón en acción de gracias a Dios nuestro Señor, y en verdad ¡cuán claros y luminosos deben ser nuestros pensamientos al elevarlos al cielo, a la Divinidad, en aquellos momentos en que la pura luz del alba parece también purificar nuestros labios! Elevaban su oración de la mañana, pronunciábase el obligado schema y sólo pensaban en el cotidiano trabajo, sustento que nos da el pan nuestro de cada día, y Jesús con José dirigíanse al taller para labrar la madera, la madera que había de ser el lecho de muerte de aquel hermoso joven, que con sus miradas intensas, profundas cual las aguas del mar, animaban con su luz a su venerable padre, haciéndole más llevadera la fatiga del trabajo, la santificación de la actividad humana. María en el telar, con el huso y las ocupaciones domésticas, no daba descanso a la mañana hasta que la llegada del inmediato taller reunía la Familia para la reposición de las fuerzas corporales.

La Sagrada Familia nos da ejemplo vivo y permanente de cómo se ha de consagrar a Dios: es la hora de suspender la fatiga del trabajo para reanimar los cansados miembros de la rudeza del violento ejercicio. Reunida la Familia, dan gracias a Dios por el beneficio de aquel alimento que van a tomar, consagrado y santificado por el cumplimiento de la ley del trabajo. Jesús ora y bendice la comida como bendijo todos los elementos en los días de la creación: con aquella bendición de Jesús, los alimentos ¡cuán gratos y sanos no han de ser para quien con fe y devoción los recibe para restaurar sus fuerzas!

Después de la comida, ¡qué dulces coloquios no pasarían entre la Santa Familia, cómo se comentarían los trabajos realizados y los que pendientes quedaban en el taller, como en toda familia cristiana ese coloquio de sobremesa representa el amor y el afecto reunido ante el modesto altar de la refacción, y con la consideración de los esfuerzos de la mañana el adelanto de los trabajos realizados y anima el espíritu, para los trabajos que esperan para la tarde!

Y ésta se comenzaba con la continuación de las obras emprendidas, y llenos de fe, como todo cristiano debe hacer, las continuaban hasta que la dulce luz de un día que se despide para hundirse en el insondable del pasado, en la eternidad, les hacía suspender los trabajos y cerrar el taller, aquel templo de la laboriosidad, que nosotros tomamos por martirizador calabozo en que consumimos las horas del día y consideramos, no como templo de nuestra purificación por el cumplimiento de la ley divina, sino presidio a que nos condena nuestra pobreza y al que deseamos olvidar, relegar y maldecir el día en que la suerte nos proporciona la dicha de la holganza, la esclavitud del pecado de la ociosidad, que es el ideal de los humanos, huir del trabajo, separarse de lo que se estima como una maldición, ¡tener que trabajar! humillación que consideramos como depresivo estado para la dignidad del orgullo humano. ¡Y nos llamamos católicos, hijos de la doctrina de Jesús, que ennobleció y santificó el trabajo, no sólo el intelectual, sino que ensalzó y honró al trabajo manual, al más mísero de los trabajos, sirviéndole y ocupando sus divinas manos en los más vulgares y sencillos artefactos de la carpintería! Y no obstante, ¡nos avergonzamos de ser trabajadores los que nos llamamos sus discípulos, los que en Él comulgamos, creemos y adoramos, con el humilde Hijo del carpintero y oficial laborioso de su padre!

Llegaba la noche, y… ¿por qué no decirlo así, cuando nada nos lo contraría ni con ello ofendemos a la Santa Familia? Entonces José y Jesús tornaban a su casa, y hallándola sola bajarían los dos hacia la fuente que hemos dicho se denomina de la Virgen, y única en el pueblo de Nazareth, a donde María había ido con el grato fresco la tarde a recoger el agua necesaria para la familia, y que allí, a esa poética fuente que es necesario contemplar animada con el grupo de nazarenas que a ella acuden al crepúsculo de la tarde, cuando la naturaleza parece adormecerse con el encanto de la dudosa luz y el perfume de las flores y de los campos con su penetrante aroma, allí reunidos los tres felices y dichosos seres, ayudarían a María a llenar el pesado cántaro, cuya forma aún hoy conservan las nazarenas, y juntos y en dulce coloquio subirían la cuesta del pueblo para regresar a su modesta y pobre casita.

Nuevamente se reunían en torno de la pobre mesa, preparada por María, y la noche, esa hora tan grata para las familias cristianas en que terminada la labor del día se reúnen, y la santa velada se consagra a los afectos de la familia, de la oración y de la comunicación de los afectos, cuán gratas, cuán dulces son esas horas para los corazones amantes de los placeres honestos en el santo hogar cristiano, alumbrado por esa lámpara, que no sólo da luz, sino calor a los corazones allí reunidos y consagrados por el afecto y el amor.

Allí, alumbrados por la clara luna de Palestina, contemplando aquella naturaleza tan poética como soñadora, obra de sus manos, vemos en nuestra imaginación a la Santa Familia sentada, bendiciendo a Dios nuestro Señor y disfrutando con las noches de primavera y de verano, del fresco y perfume de las inmediatas huertas y jardines, menos gratos y dulces que el aroma de beatitud y felicidad que se desprendía de aquella santa casa y bendita Familia.

La oración de la noche, el schema y la decoración de los Mandamientos como precepto que debían cumplir los israelitas, la consagración de los últimos pensamientos del día a Dios nuestro Señor, buscar el descanso del cuerpo para reponer las fatigas del día, esos serían los últimos momentos de la velada de aquella Familia, modelo y ejemplo de las cristianas. Todavía en el mundo existen familias semejantes en la imitación de aquel modelo, todavía entre nosotros se advierte en el interior de las casas y se ve resplandecer a través de los cristales de los balcones la luz de la lámpara santa del hogar que representa una familia congregada a su calor, ora en el trabajo, ora en la lectura, en tanto que la deslumbrante de los cafés y otros centros atraen como a la mariposa a quemarse en su espléndida brillantez. ¡Ah! ¡y cómo consuela durante las noches frías y lluviosas del invierno, cuando al hogar se retira el padre que en aquel momento termina sus ocupaciones del día, ver arder con modesto reflejo la lámpara que con su luz modesta irradia un bienestar y dicha que aquella habitación se respira, y cuán grato es su calor, cuando mojados y ateridos por el frío se penetra en aquellas modestas habitaciones en que al par de sanas lecturas, de labores y estudio, de conversación y del rosario familiar, dan un calor al corazón que no comunican ni las más encendidas chimeneas, ni alumbran el corazón espléndidos lucernarios, porque allí existe el calor de la familia, el calor del amor de padres e hijos, de ese calor que sólo comunica el santo temor de Dios!

Así suponemos, como hemos dicho, viviría la Santa Familia, modelo de las familias cristianas, modelo que hemos de tener presente para nuestra enseñanza y esperanza de felicidad, cumpliendo con los preceptos del Evangelio, única fuente de dicha que hemos de conseguir durante nuestra marcha en la existencia terrenal.

Pero aquella dicha, aquella tranquila felicidad que gozaba la Santa Familia después de su regreso de Egipto, felicidad y dicha que había de ser tanto mayor cuanto era el disfrute de la tierra, de la patria perdida durante siete años; y si no compárese lo que en nuestro pecho ocurre, cuando volvemos al hogar perdido, qué dulce tranquilidad, sosiego y bienestar al tornar a vivir entre los pasados que nos son familiares, dentro de aquellos muros en que se han desenvuelto días de dicha, de penas y de dolores, y en donde se conserva el santo recuerdo de los padres, de los que nos precedieron y dieron vida y educación cristiana.

Así transcurrieron felices los días para la Sagrada Familia, viendo crecer a Jesús, cada día más hermoso, y llegando a los límites de la juventud, ayudando y siendo el sostén de José, de su padre terrenal, quebrantado más que por los años por las fatigas de una vida accidentada de viajes y sobresaltos, penas y temores por la preciosa existencia de aquel tesoro confiado a su cuidado.

José se hallaba enfermizo, no por la edad, y cuando la Virgen había cumplido los treinta y tres años, las enfermedades y dolores le impedían en muchas ocasiones dedicarse a sus habituales trabajos, teniendo no solo que interrumpirlos, sino en muchas ocasiones suspenderlos por algunos días.

Desde esta hora en adelante José tuvo que ceder a las instancias de María, que le rogaba dejase ya aquel trabajo con el que no podía por el estado de su salud, teniendo al fin que ceder a los ruegos de María, y convencido de su imposibilidad física, abandonó el trabajo del que Jesús no podía aún encargarse por sus pocos años y falta de experiencia para sustituirle en aquel oficio.

He aquí cómo expresa Casabó en su obra citada, el nuevo estado de la Sagrada Familia después que José tuvo que dejar el trabajo de la carpintería, con el cual cubría las escasas necesidades de aquélla:

«Desde esta hora en adelante, cediendo a las instancias de la Virgen, cesó en el trabajo corporal de sus manos, aunque ganaba la comida para todos tres, y dieron de limosna los instrumentos de su oficio de carpintero, para que nada estuviese ocioso y superfluo en aquella casa y familia. Desde entonces tomó María por su cuenta sustentar con su trabajo a su Hijo y a su Esposo, hilando y tejiendo hilo y lana, más de lo que hasta entonces había hecho. A pesar de su mucho trabajo, guardaba siempre la Virgen la soledad y retiro, y por esto la acudía aquella dichosísima mujer, su vecina, y llevaba las labores que hacía y le traía lo necesario. Ni la Virgen ni su Hijo comían carne; su sustento era sólo de pescados, frutas y yerbas y aún con admirable templanza y abstinencia. Para José aderezaba comida de carne, y aunque en todo resplandecía necesidad y pobreza, suplíalo todo el aliño y sazón que le daba María y agrado con que lo suministraba. Dormía poco la diligente Virgen y gastaba algunas veces en el trabajo mucha parte de la noche. Sucedía a veces que no alcanzaba el trabajo y la labor para conmutarla en todo lo necesario, porque José necesitaba más regalo que en lo restante de su vida y vestido, entonces entraba el poder de Jesús, quien multiplicaba las cosas que tenían en casa…

»Puesta de rodillas servía la Virgen la comida a su Esposo, y cuando estaba más impedido y trabajado, le descalzaba en la misma postura, y en su flaqueza le ayudaba llevándole del brazo. En los últimos tres años de la vida de José, cuando se agravaron más sus enfermedades, asistíale la Virgen de día y de noche, y sólo faltaba en lo que se ocupaba sirviendo y administrando a su Hijo, aunque también el mismo Jesús la acompañaba y ayudaba a servir al Santo Esposo».

Fuente: Capítulo XX: Vida de la Virgen María de Joaquín Casañ

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Estancia de la Sagrada Familia en Egipto y regreso a Judea

ESTANCIA EN EGIPTO DE LA SAGRADA FAMILIA

-POBLACIÓN EN QUE RESIDIERON.

-TRADICIONES Y RELACIONES POPULARES Y DERIVADAS DE LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS.

-OPINIONES DE ORSINI, SOR MARÍA DE ÁGREDA Y CASABÓ.

Llegaron nuestros viajeros al Egipto, a la tierra misteriosa de una civilización grandiosa, cuyos restos en sus obras admiramos, en su magnificencia el poder de los Faraones, restos que aún hoy, en medio de ruinas y desolación, víctimas de la barbarie de las razas que por el fértil valle del Nilo, del gran río, de misterioso e ignorado origen hasta nuestros días, fue una de las más hermosas regiones del mundo antiguo, con sus libros sagrados y su culto, con sus momias y sus pirámides, con sus jeroglíficos y comercio, son objeto hoy de detenido estudio que cada día da nuevos y fructíferos trabajos acerca de un país tan digno de llamar la atención de los historiadores y artistas.

Allí, en aquella estrecha faja de ricas tierras, lecho temporal del poderoso Nilo, que periódicamente las fecunda y abona, siendo sus campos modelo de rica producción, encerrando a este vasto granero en que el trigo y el arroz se dan en fabulosas cantidades, y en cuyas riberas crece el Papirus, el árbol que es el padre de la escritura, puesto que sus tallos suministraron la primera materia escriptórica, suave, dúctil y manejable, en que el hombre consignó sus pensamientos para hacerlos atravesar los siglos, conservarse y perpetuarse a través de las generaciones. Allí, allí tuvo su refugio y seguro puerto durante algunos años la perseguida Familia, el inocente Jesús, que comenzó por gozar seguridad en medio de sus enemigos, para venir a sufrir el martirio y la muerte por parte de sus hermanos de nacionalidad, de los mismos judíos, del pueblo escogido por Dios para el nacimiento de su Hijo, redentor de la pecadora humanidad.

A Heliópolis dicen los historiadores que encaminaron sus pasos los desterrados Jesús, María y José; otros opinan que fue Lentópolis, y véase el misterio y relación que guardan entre sí los hechos, y cuando la mano de Dios dispone con su suprema sabiduría, los ordena y manda.

Tierra extranjera para la Santa Familia era la tierra de Egipto, pero no obstante José no ignoraba, y aun también María, las benévolas relaciones que de en tiempo de los Patriarcas tuvieron egipcios con los judíos, y si luego en tiempos de Moisés vinieron los odios, cuando este gran legislador sacó por mandato de Dios a su pueblo, habían renacido otra vez aquellas pacíficas relaciones que existieron entre dos naciones que se estimaban, especialmente desde después del cautiverio de Babilonia, de suerte que en Lentópolis puede decirse que se había reunido una colonia de judíos, cuyo estado próspero le permitió levantar un templo a Jehová y su Biblia, el templo de Lentópolis y la Biblia de los setenta.

Esto, como se comprende, debió ser un gran consuelo para los pobres María y José, pues que en cierta manera les sería un gran consuelo encontrar allí recuerdos de la patria, templo y libro, su Dios, su ley y costumbres, todo en tierra extranjera. ¡Qué consuelo no sería para los desterrados el encontrar todo esto tan solo al entrar en la extraña tierra a los que venían a buscar hospitalidad!

¡Consuelo grande, alivio inmenso para la pena y zozobra que producen extranjeras tierras cuando a ellas se llega fugitivo y perseguido! He aquí, como hemos dicho, lo providencial del hecho, el llegar los desterrados a una ciudad en la que bien podían decirse que no eran extranjeros, y templar sus impresiones con la hospitalidad que tan grata les había de ser después de tan penosa y cruel marcha. En esta ciudad aposentaron por algún tiempo, y de allí partieron a la que se señala como la en que residieron durante su destierro María y José.

De la soberbia ciudad de Lentópolis, como de otras muchas famosas, no queda sino su recuerdo; desapareció, hundióse su templo, desaparecieron sus palacios y monumentos, todo pasó. Sólo como solitario mojón, piedra miliar que señala un término, un lugar, queda un antiquísimo obelisco levantado más de tres mil años antes de la venida de Jesús al mundo, y en torno de él restos de algunas esfinges. ¡De la ciudad, de sus templos, palacios y jardines, sólo el recuerdo que perpetúa y conserva aquel dedo de granito rojo que se levanta solitario en medio del campo, como diciendo: ¿buscáis a Lentópolis? No existe, fue barrida por el huracán de los siglos; sólo resto yo, solitario monolito, como para dar testimonio de lo que fue, de que en su recinto se albergó María y el Verbo humanado, y con mi dureza perpetúo la grandiosidad de un hecho que antes me doblegaré sobre mi base y hundiré mi cabeza en la arena, que el dulce nombre de María y de Jesús bendito desaparecerán del corazón de los buenos. Él es inmutable, perpetuo; yo soy polvo, que algún día arrastrarán los abrasados alientos del Simoun, que tal vez lleven mis átomos en suspensión a las heladas regiones del Norte, después de haberme abrasado por miles de años la deslumbrante y caliginosa luz del sol de los desiertos!

Cuál fue la causa de su marcha de Lentópolis al pueblo de Matarea, hoy Matarick, lo ignoramos, tanto más, cuanto como hemos dicho, nada indican ni señalan los Evangelios, y sólo en la tradición y en los conocidos como apócrifos, hallamos datos, indicaciones y tradiciones de la estancia de la Santa Familia en su destierro en Egipto.

Este pueblecillo de Matarea, hállase citado en los controvertidos libros, como tranquila y sosegada villa, en que su existencia estaría más en relación con la sosegada y pacífica de Nazareth a que la Sagrada Familia estaba más habituada, y más escondida y retirada por temor a un espionaje que aun allí pudiera el sanguinario Herodes ejercer, llevado en su afán y temor de ser destronado por Aquel que fueron a adorar los Magos.

Los ya citados libros y la tradición nos lo señalan como el lugar de su residencia, y allí, entre aquella fecunda vegetación, entre los hermosos rosales casi arbustos, entre bosques de jazmines, por entre tan hermosos y perfumados bosquecillos, nos lleva nuestra imaginación y nuestro amor a contemplar en los hermosos días de la niñez a Jesús discurriendo y correteando entre tan perfumadoras y hermosas plantas que habían de ofrecer doblemente sus perfumes a su Dios, al Hijo encarnado de su Creador, que las hermoseaba con su mirada y perfumaba más y más con sus manos.

Alejada unas siete leguas de la antigua Hermópolis, hoy la animada y comercial ciudad del Cairo, encuéntrase la antigua Matarea, hoy Matarick: allí nuevamente la tradición nos señala los recuerdos de la estancia de María y de Jesús. Pietro Della Valle, sentido literato italiano, nos recuerda y relata, nos pinta y describe la inmanencia de la tradición en estos lugares, y el nombre dulce y sentido de María en todos los detalles y recuerdos de aquellos desterrados. Caminando por un lado del lago de pequeñas dimensiones, filtraciones del sagrado río, y por el otro limitado el camino por una acequia o canal de riego, se llega a una aldea sombreada por copudos árboles, hermosos sicomoros y trepadores rosales, se descubre la pobre villa, oculto lugar de la vida infantil de Jesús y de su familia.

Como hemos dicho, no se camina por esta pobre aldea sin que el recuerdo de los ilustres y santos desterrados no se os presente de continuo. Vése el corpulento sicomoro y que el pueblo de Matarick conserva con religioso respeto por haber hallado grato descanso a su sombra la Sagrada Familia a su llegada a Egipto. Abbas-Pachá, musulmán, respetando la tradición y deseoso de conservar aquel tradicional recuerdo de la tan hermosa y poética para el Egipto y en especial para la pobre aldea, mandó construir en derredor del mismo un jardín, con grandes macizos de rosales y jazmines que embalsaman con su penetrante y embriagador perfume la atmósfera, que llenan de consuelo el alma con sus efluvios, no tan gratos en sus aromas como la belleza de la tradición.

Otro ilustre viajero, que a principios del siglo XVI visitó estos lugares, nos dice: «Al llegar al Cairo, pedí a la escolta del Sultán, y que para mí guarda me diera, que me acompañaran al sitio donde se ocultó Jesús cuando Herodes lo buscaba en Jerusalem para hacerlo matar, tanto para reverenciar aquel lugar santo, como porque había oído que en el mismo sitio habían crecido los arbustos del bálsamo, y deseaba mucho ver en qué consistían… Aquel sitio tiene hoy el nombre de Matarea. Aquellos arbustos estaban dentro de un jardín de unos doscientos pasos de largo. Mientras yo iba en busca esto, debajo de una choza vecina, donde la Virgen María, escondida, daba de mamar a su hijo Jesús, se arregló un altar para celebrar en él la misa, que dijo el guardián del convento de San Francisco del Monte Sión…

»En esta choza hay abierta en la pared una especie de ventanilla o pequeño armario, donde la Santísima Virgen acostumbraba a poner muy curiosamente a su Hijo cuando le convenía salir fuera para procurarse alimentos, y allí tienen los moros una lámpara continuamente encendida. Otra lámpara tienen igualmente pendiente del árbol que la tradición dice se abrió y encerró en su seno a Jesús cuando por allí pasó. Los moros le tienen en gran reverencia, y éste es una higuera a la que ellos llaman árbol de Faraón, y nosotros denominamos sicomoro, y muy peculiar en el país».

Los moros, los islamitas, respetan mucho estos lugares por el recuerdo del profeta Jesús, y allí en la pobre aldea encontraréis a cada paso recuerdos de la estancia de los santos desterrados, del nombre santo de María, de Jesús y de José, con la tradición de la vieja Hermópolis de sus arboledas que se inclinaron ante la presencia del Salvador, doblegando sus fuertes ramas hasta besar con sus puntas la tierra bendecida por las pisadas de Jesús y su Santa Madre.

Llena de recuerdos está la misteriosa comarca; la fuente en la que la Virgen recogía el agua, donde lavaba las ropas del Niño Jesús, el árbol a cuya sombra corretearía el Niño y cobijaba a la Madre en sus labores domésticas del cuidado de la Familia. Aquellas tradiciones cuales hemos narrado, aquella alegría del espíritu que debía comunicar la vista del hermoso Niño en los albores de una niñez, de una infancia perseguida en su inocencia, aquel renuevo de hermoso rostro, puro y perfumado como los rosales que le cobijaban con su sombra en medio de aquella vetusta civilización, arrugada y decrépita por los siglos, aquellos monumentos sólidos, pesados, representación de lo inmutable y perenne en la esfera de la materia, aquellos altares de Menfis, con sus templos de pesadas columnatas rematadas con la simbólica flor del loto, húmeda, de hojas carnosas y pálidos colores como representación de una naturaleza y de unas ideas, de una religión y de un culto inmoble, sin avances ni retrocesos, con un patrón hierático desde la columna al templo, desde la estatua al escrito sagrado, con sus momias y sus artes, con su lujo oriental y sus tradiciones, sus pirámides y subterráneos, todo, todo había de conmoverse y derrocarse ante la palabra poderosa, ante la idea omnipotente, regeneradora y salvadora de aquel Niño obscuro, ignorado, ante la sabiduría de sus sacerdotes que había de cambiar la faz del mundo derrocando ante Dios los prestigios y diferencias, las castas y privilegios ante la santa libertad de las creencias de su fraternal doctrina. Ha sonado la hora de la renovación, resuena la hora nueva del espíritu, y aparece en las alturas del cielo como un nuevo sol encendido para esclarecer la obscuridad del mundo, una revelación divina guardadora de un Dios creador y su incomunicable Verbo. En esta transformación hay algo del poema en su fuente de bella inspiración, y ante la grandeza de las civilizaciones, ante el palacio, el templo, ante la estatua de Isis envuelta en su ceñida y blanca túnica, reflejo de pálidos rayos de la incomparable luna de las noches egipcias, con sus misteriosas procesiones, sus cánticos y perfumes, sus colores y refulgencia de metales y pedrerías, de sus flores y gasas, de sus músicas y bailes, todo cede, cae y se derrumba ante la pobre majestad, ante el humilde cántico de pastores, ante la luz irradiada por la cueva de Bethlén, la mirada dulce de una mujer, ante la modestia de un pobre artesano la sonrisa de un recién nacido, que con sus dulces ojos y llanto derroca civilizaciones, conmueve a la misma naturaleza y derriba con su debilidad de niño la obra potente de los siglos bajo el dominio error, del privilegio y de la esclavitud.

Ante la sencillez pastoril, ante la poesía de los campos, vienen a tierra orgullo, ciencia y preocupaciones, de asirios y persas, de griegos y egipcios, y hundiráse en el polvo la acumulación de estas civilizaciones concentradas en manos de los romanos, señores materiales del mundo conocido, ante la voz de un nazareno que predica la igualdad ante Dios y la fraternidad entre los humanos, y que sella con su sangre haciendo igual al gentil, al idólatra y al fetichista.

Por eso decimos que la parte hermosa de la sublime poesía que encierra la redención del género humano, tiene en sí el carácter que le presta la poesía, el sentimiento y la belleza, el de la más grande de las obras, como hija de Dios, comparada con el más inmenso de lo poemas que atesora la humanidad en el génesis de la belleza y sublimidad en el arte.

Ha sonado la hora en el reloj de los tiempos, y cae y desaparece el dios naturaleza, el dios casta, el dios fatalidad, el dios esclavitud, el dios faraónico de cruel tiranía, el dios de la política que encadena los pueblos; ha sonado la hora, y destronados caen ante el Dios verdadero, ante el Dios hombre, el Verbo encarnado, revelador y libertador del hombre, para quien ha de conquistar su libertad y respeto con la sangre comunicada a sus venas de la purísima y santa Virgen María, su Madre, corredentora del mundo, al que ha de librar con sus dolores, sus penas, sus lágrimas y pesares.

¡Dichosa, dichosa tierra de Egipto, que por siete años tuviste la felicidad de aposentar a la Santa Familia que consagró tu antigua tierra, y te hizo más notable que por tu civilización, por tu hospitalaria caridad y amparo a los perseguidos por el sanguinario Herodes!

Y para terminar este capítulo, en el que sólo la tradición y los apócrifos Evangelios nos dan noticias de la estancia de María y su Familia en la tierra de Egipto, copiaremos lo que acerca de ello nos dice, relata y cuenta la venerable escritora Sor María de Ágreda:
«Pero no es necesario hacer ahora mención de ellas (de las tradiciones), porque su principal asistencia, mientras estuvieron en Egipto, fue la ciudad de Heliópolis, que no sin misterio se llama ciudad del Sol, y ahora la dicen el gran Cairo.
«Llegaron a Heliópolis, y allí tomaron su asiento; porque los santos ángeles que los guiaban, dijeron a la Divina Reina y a San José, que en aquella ciudad habían de parar.
»Con este aviso tomaron allí posada común, y luego salió San José a buscarla, ofreciendo el pago que fuera justo; y el Señor dispuso que hallase una casa humilde y pobre, pero capaz para su habitación, y retirada un poco de la ciudad.
»Los tres días primeros que llegaron a Heliópolis (como tampoco en otros lugares de Egipto), no tuvo la Reina del cielo para sí y su Unigénito más alimentos de los que pidió de limosna su padre putativo José, hasta que con su trabajo comenzó a ganar algún socorro. Y con él hizo una tarima desnuda en que se reclinaba la Madre, y una cuna para el Hijo, porque el santo esposo no tenía otra cama más que la tierra pura, y la casa sin alhajas, hasta que con su propio sudor pudo adquirir algunas de las inexcusables para vivir todos tres».

Dejemos ahora en Egipto al Infante Jesús con su Madre Santísima y San José santificando aquel reino con su presencia y beneficios que mereció Judea…

Y con esto podemos dar por terminado este capítulo, copiando las palabras de Orsini que nos relata algunos otros detalles de la vida de los desterrados, con su lenguaje más poético que el que emplea Ágreda en su ascética relación:

«María, en Nazareth, había llevado una vida humilde y laboriosa; pero no había padecido ni vigilias, ni el temor horrible, ni las duras y terribles privaciones que arrastra consigo la indigencia: en Heliópolis pasó por el crisol de la pobreza (Orsini, como Ágreda, Heliópolis por la estancia constante de la desterrada Familia) y experimentó la miseria bajo todos sus aspectos. El oro de los persas estaba agotado; fue preciso crearse recursos, cosa difícil lejos de su patria y en un pueblo dividido en corporaciones nacionales y hereditarias (castas quiere decir), que miraba con desprecio a los extranjeros. (En esto exagera o desconocía Orsini el carácter de los egipcios y sus relaciones con los judíos.) El hijo de David y de Zorobabel se hizo simple jornalero, y la hija de los reyes trabajaba una parte de las noches para suplir al corto jornal de su esposo. Como eran pobres, observa San Basilio, es evidente que debieron entregarse a penosos trabajos para procurarse lo necesario… ¿Pero este necesario lo tenían siempre? Con frecuencia dice Landolfo de Sajonia: el Niño Jesús, acosado por el hambre, pidió pan a su Madre, que podía darle otra cosa que sus lágrimas».

Triste situación la de los pobres desterrados, inescrutables juicios de Dios que sujetaba a su Hijo, al Verbo encarnado, a los sufrimientos, necesidades y miseria de los humanos, que tanto templa el corazón, que tanto eleva el espíritu al reconocimiento de las bondades divinas y a la dicha de la gloria por el sufrimiento en esta vida que libra nuestra alma de la esclavitud del demonio.

Hermoso cuadro de humildad y de pobreza, que si nuestro ánimo estudia y comprende en su grandeza y sabiduría, ha de servirnos de espejo clarísimo en que refleje nuestra alma para templarla en la enseñanza de humildad y de pobreza que nos da Dios en la existencia terrenal de su Hijo; ¡de su Hijo que sufrió hambre, sed, y padeció y murió por nosotros!

Y concluimos con las palabras de Casabó en su Vida de la Virgen, comprobando lo mismo que hemos dicho:

«La permanencia de la Sagrada Familia en Egipto, es modelo de virtudes a las familias cristianas, y enseña a cada una de éstas que lo sea para las demás. Muy dura es la vida de un pobre desterrado en país extranjero. Pasa desconocido entre gentes desconocidas; no oye ya el idioma nativo que endulzaba los afanes del alma. Montes, valles, ríos y pueblos, todo es nuevo para él; ¡pobre desterrado! Y si a esto se añade las costumbres también diversas, y a más una religión falsa o idólatra, ¿quién podrá explicar la amargura de su vida? No poder gozar de las fiestas religiosas, cuyo único lenguaje es el que se hace oír en el destierro. He aquí la triste condición de fa Sagrada Familia en Egipto. Es la única que entre los egipcios conoce, posee y adora al verdadero Dios. Y sin embargo, todos pasan y nadie les hace caso. Si la tratan por breves instantes, admiran su bondad, santidad y dulzura, pero luego vuelven a las falsas adoraciones de los ídolos. José y María viven, sí, aislados, pero contentos; porque de su casa hacen un templo, de sus rodillas una cátedra al divino maestro Jesús, dándoles motivo de la ciega idolatría de los egipcios de venerar con más afecto vivo al Dios verdadero que habita en medio de ellos».

Sucede quizás que una familia cristiana se encuentre en países lejanos y viva desconocida entre extraños. ¿De dónde tomará aliento en la desolación que la rodea? Si como la Sagrada Familia, lleva consigo el santo temor de Dios, de la celestial Jerusalem, de nuestra verdadera patria, el cielo bastará para dulcificar sus amarguras del destierro sobre la tierra. Aun cuando una familia cristiana no salga jamás de su país natal, puede muy bien asemejarse a la Familia Nazarena. Si rara y única era la Familia de José en Egipto, muy raras son también en el Cristianismo ahora las familias verdaderamente buenas y cristianas. Todo el mundo es un Egipto, una nueva idolatría reina en él. El temor santo de Dios es desconocido en casi todas las casas; mucho conviene que haya familias modeladas en la Sagrada Familia, que saquen al mundo de la idolatría a que se ha entregado. Padres e hijos cristianos, volved vuestras miradas a Jesús, María y José, y a imitación suya santificad el Egipto, evangelizad al mundo y libertadlo de su ruina.

En medio de nuestras desventuras, ¡cuánto consuelo deben llevar a nuestras almas estas palabras tan llenas de esperanza!

  

REGRESO DE LA SAGRADA FAMILIA A JUDEA

-SU RESIDENCIA EN NAZARETH, SU ANTIGUA CASA.

-VIDA DE MARÍA Y EDUCACIÓN DE SU HIJO JESÚS.

-LA EDUCACIÓN POR LOS OFICIOS ENTRE LOS JUDÍOS.

-SU OFICIO FUE EL DE CARPINTERO, COMO JOSÉ, SU PADRE.

Nada tampoco nos dice el Evangelio del tiempo de la estancia en Egipto de la Santa Familia; pero hay una opinión, que es la más comúnmente recibida, y que no encierra en sí ninguna contradicción que pueda hacer dudosa o controvertible aquélla. Lafuente la admite como la más general y comúnmente recibida, siete años, es el tiempo que éste marca, señala o determina. También Orsini y la Venerable Ágreda la admiten, y así nosotros no hemos de oponer reparo ni tenemos datos algunos que pudieran hacer controvertible cronológicamente este punto.

Como hemos indicado y repetimos, el Evangelio sólo se expresa en estos términos:

«Y muerto Herodes, he aquí que el Ángel del Señor se apareció en sueños a Josef en el Egipto diciendo: -«Levántate y toma el Niño y su Madre y vuelve a tierra de Israel, pues que ya han muerto los que buscaban al Niño para quitarle la vida». Levantóse Josef, y tomando al Niño y a su Madre, regresó a su país de Israel. Mas oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allí mismo, y avisado en sueños, se retiró a tierra de Galilea, y desde que llegó allí habitó en la ciudad que se llama Nazareth, para que se cumpliera lo que dijeron los Profetas: -Que sería llamado Nazareno».

La narración del regreso a la patria es tan sencilla como el relato conciso de la ida, sigue en sencillez y laconismo el mismo orden. Adviértase aquí lo que ya hemos hecho notar anteriormente: no es María la que recibe órdenes del cielo por medio de un Ángel, no, es su esposo, su marido, quien por derecho divino es el jefe y superior de la familia, y el cielo mismo le reconoce ese derecho y obra conforme a él. Si el Ángel se aparece una vez a María en forma visible, es que por entonces el asunto de la Encarnación parece ser peculiar de María, y Dios dispone que por algún tiempo esté oculto a los ojos de José.

En cuanto a lo demás, los asuntos de la Santa Familia están referidos en el Evangelio con tal sobriedad, como hemos dicho, con tan encantadora sencillez, que no encontramos detalle que huelgue ni falte en su laconismo y poético lenguaje. Vese, por ello, que la Providencia es quien lo dispone y arregla con una majestuosa sencillez, con una dulzura encantadora y humanamente suave, conmovedora y sencilla. Obra fuerte y enérgicamente hacia el fin señalado en su omnipotente sabiduría, pero la disposición y marcha es suave, sin peligros ni contingencias, cual supera la sabiduría a la previsión.

Cuatro veces avisa el Ángel a José en lo concerniente a asuntos de su Familia, pero siempre en sueños, nunca en forma visible. «Por esta causa, dice D. Vicente Lafuente, todas esas leyendas de los Ángeles, apareciéndose a cada paso a la Virgen para traerle golosinas al Colegio, para venir a saludarla formados en escuadrones, como tropa que pasa revista, y para darle guardia de honor a preservarla de cualquier peligro, me parecen fantasías de imaginaciones demasiado vivas, que siendo ellas humildes, humildísimas (líbreme Dios de rebajarlas en un ápice), no han llegado a comprender la grandeza de la pequeñez, pues el amor de Dios que abrasaba sus almas (y esto les honra), les hacía sublevarse contra todo lo que les pareciese rebajar a la divinidad de Jesucristo aun en lo humano. No rebajemos, no, a esas almas puras y santas, porque su amor puro y acendrado, les haya hecho casi sublevarse, por decirlo así, contra las humillaciones voluntarias y espontáneas de Jesús, como se quejan a veces a Él con doloridas frases de los ultrajes que contra su divinidad consiente pudiendo evitarlos. ¡Ay! esa exaltación santa, ¿no es preferible mil veces a los ojos de Dios a este frío glacial de la critica con que nosotros discurrimos? No debe ser nuestro ánimo rebajar esas narraciones de almas puras, que suponen a la Santa Familia en contacto continuo con Ángeles en forma visible, pues si no las aceptamos tampoco las debemos negar, ni mucho menos condenar al desprecio, puesto que otros mucho más santos y más sabios las han aceptado».

Obedece José la voz del Ángel bien conocida para él, y no vacila un momento en disponer la partida, de la misma suerte que no vaciló para tomar el camino huyendo de los sicarios de Herodes. Por de pronto debemos decir, que las penalidades del regreso debieron ser las mismas, pues el mismo camino era y las mismas contrariedades debían sufrirse en ambos viajes.

Y aquí entra de nuevo la tradición que es la que de nuevo narra, cuenta y relaciona este nuevo sufrimiento de la Familia Sagrada al retornar a tierras de Israel y nuevamente refugiarse en Nazareth, de donde salieron para cumplir las órdenes del César y a donde vuelven de orden de Dios comunicada por el Ángel. En nuestra patria la tradición lo ha conservado, no sólo por el hecho sino también por la poesía popular, que en sus sencillos y rudos romances ha trasmitido los hechos de la Santa Familia, de la misma suerte que el romancero ha conservado los hechos legendarios de nuestra historia y ha sido el elemento filosófico de nuestro génesis histórico en los tiempos de la reconquista, en la lucha de nuestros antepasados contra los enemigos de la fe, en la fe de sus luchas, empresas y gestas tan hermosas como sencillas y popularmente contadas por esos Homeros desconocidos que en rudos y sencillos versos comunicaron y cantaron sus impresiones en las grandiosas luchas de nuestra historia. Copiaremos alguno de ellos, uno de esos que todavía se cantan y con los que las madres de los pueblos y las niñeras arrullan y duermen acompañando el sueño de los niños mecidos en sus regazos al compás de sencilla música de lánguida melopea:

Caminitos, caminitos,
Los que van a Nazaret,
Como el calor era mucho,
El Niño tenía sed.

-No pidas agua, mi Niño,
No pidas agua, mi bien,
Que los ríos bajan turbios
Y no hay agua que beber.

Allá abajo, no muy lejos,
Hay un verde naranjel,
Naranjel que guarda un ciego
Que es el dueño del vergel.

-Ciego, dame una naranja,
Que mi Niño tiene sed;
Coja, coja la Señora
Cuantas tenga a bien coger.

Ella coge de una en una,
Y ellas brotan tres a tres:
Cuantas más naranjas coge,
Aun más lleva el naranjel.

Ya se marchan con su Niño,
Y el ciego comienza a ver:
-¿Quién es aquella Señora
Que me ha hecho tanto bien?

Una joven con un Niño
Que vuelve hacia Nazaret:
-¡La Virgen María ha sido,
Con Jesús y San José!

Y si fuéramos a citar todos cuantos romances la musa popular ha inventado, creado y se cantan por las diversas comarcas de España, pudiendo formarse un riquísimo y abundante caudal, un copioso Folklore de la vida, hechos y milagrosas obras de la Santa Familia, cantados y relatados en las diferentes regiones de nuestra patria, tarea pesada fuera y que ocuparía algunos volúmenes.

Volvamos a nuestra narración y dejaremos para el fin de esta obra la inserción de aquellos romances populares que con relación a María hallamos como más sentidos y hermosos en su inspiración popular. Tomemos, después de siete años de destierro en egipciaca tierra, el camino del regreso a las tierras nativas, a la patria, a la tierra madre en que se abrieron los ojos a la luz del día y a la luz sobrenatural de nuestra religión, a esa tierra amada y bien querida que llamamos patria, en que duermen el sueño de la muerte nuestros padres, y en la que transcurrieron los primeros años de la niñez, esos años en que las impresiones son tan fuertemente grabadas en nuestra inteligencia, que nunca se olvidan y sólo desaparecen con la muerte.

Despidióse el Santo Matrimonio de sus vecinos y de los conocidos que con ellos se relacionarían durante aquellos siete años: tomarían nueva cabalgadura para emprender el viaje de retorno; emprendieron el camino, y por los mismos pasos regresaron a Israel y a tierra de Judea, a Nazareth, entrando en la casa que durante siete años había estado cerrada, sirviendo de comentario y de hablilla a los vecinos que los vieron marchar a Bethlén y nada habían sabido ya de ellos, tal vez presumirían muerta a María a consecuencia de su estado en las penalidades del viaje o en su alumbramiento, y a José emigrado a otra población, a Jerusalem quizá, donde le sería más productivo su oficio de carpintero.

Casabó relata e historia el hecho de la siguiente manera: «Porque el Niño debía llamarse Nazareno, pasaron a Nazareth, su patria, donde hallaron su antigua y pobre casa en poder de aquella mujer santa y parienta de José en tercer grado, que había acudido a servir cuando la Virgen estuvo ausente en casa de su prima Isabel.
»Todo lo hallaron bien guardado, y a su parienta que los recibió con gran consuelo por el gran amor que tenía a la Virgen, aunque entonces no sabía su dignidad».

En cambio, Orsini, siguiendo en este punto los vuelos de su fantasía, y exagerando en muchos puntos, no según nuestra opinión, sino según el parecer de escritores respetables, nos pinta un cuadro de desolación y de lástima, de abandono, que contrasta con la que hace Casabó. Véase cómo se expresa el citado Orsini:

«Después de una ausencia tan larga, la Santa Familia volvió a entrar en su humilde hogar en medio de las felicitaciones, del pasmo de las preguntas atropelladas de sus parientes, que todos a competencia la obsequiaron. Pero la desolación y los amargos recuerdos se hicieron bien pronto lugar a través de toda esa alegría. La casa abandonada de la pobre Familia, era apenas habitable; el techo medio arruinado y roto en algunos puntos, se había cubierto a trechos de altas yerbas y había dejado penetrar libremente en el interior el viento de invierno, y las lluvias deshechas de los equinoccios: el aposento bajo era frío, húmedo y verdecido; unas palomas silvestres hacían sus nidos en la celdita misteriosa y santificada en que el Verbo se hizo carne; las zarzas extendían por el pequeño patio sus guirnaldas morenas y espinosas; todo, finalmente, en esta antigua casa, envejecida ya por los años, había tomado aquel aspecto ruinoso que se advierte en los edificios abandonados como el sello de la ausencia de su dueño. Fue preciso ocuparse de esas urgentes reparaciones; fue preciso reemplazar los enseres y muebles inservibles o desaparecidos, fue preciso desempeñar tal vez un empréstito contraído en Egipto para la vuelta. Sin duda, entonces se vendieron hasta el jubileo, los campos que formaban la herencia paterna. De todo lo que poseían José y María antes de su largo viaje, no les quedó otra cosa que la arruinada casa de Nazareth, el taller de José y sus brazos».

La relación de Orsini, como se ve, no puede ser más fantástica e hija de una fogosa imaginación, pero cuyos detalles difieren bastante de la realidad, y si no, véase cómo concluye este ilustre escritor este punto:

«Pero Jesús estaba allí, joven aún (de siete años), Jesús tomó el hacha y siguió a su anciano padre (¿dónde y de dónde le constaba a Orsini la ancianidad de José en aquel entonces?) por los pueblos en que se les ofrecía ocupación; el trabajo proporcionado a su edad y fuerzas nunca faltó a su Madre. El bienestar había desaparecido por largo tiempo; pero a fuerza de privaciones, de vigilias y esfuerzos, se proveyó a las urgencias de primera necesidad. Jesús, María y José se entregaron a duros trabajos, y estos nobles corazones, que podían mandar a legiones de Ángeles, nunca pidieron a Dios otra cosa que el pan cotidiano».Como se ve, la descripción no puede ser más poética y llena de sentida impresión, pero la fantasía ha desvirtuado en mucho la realidad de las cosas y de los hechos. Orsini, llevado del calor, luz y hermosura de la tierra en que escribía su Vida de la Virgen, le llevó a fantasear de una manera tan sentida, como hemos visto, pero esta mismas galas le apartaron de la realidad de los hechos, como hemos dicho, y tanto más cuando esta descripción de Orsini no concuerda con las condiciones de la casa de Loreto que vemos y conocemos. Mal pudieran haberse criado zarzas en el patio de la casa, cuando ésta no lo tenía ni vestigios se conservan de que lo hubiera tenido. Respecto de los muebles, harto sabemos que éstos eran muy escasos aun entre los que hoy llamaríamos clase media, artesanos acomodados, y su deterioro no podía ser grande en muebles, sobrado pobres, sencillos, fuertes y nada lujosos, y no tardaría José con su robusto brazo en reponerlos, hallándose, como se encontraba, en la plenitud de sus fuerzas, en plena varonil edad.

Respecto de su estancia, tan pobre como la quiere pintar Orsini, siempre sería mejor que en Egipto; aquí tenían casa de su propiedad y la hacienda de sus padres, pues aun cuando la empeñasen, volvía a sus dueños en el tiempo del jubileo, y el trabajo manual de José y el de María con sus bordados y costuras, produciría para el sustento de la Familia, dada la sobriedad de las razas orientales.

¿Queréis ver un cuadro de realista hermosura representando a la Santa Familia en su tranquila, sosegada y pobre feliz vida después de la vuelta de Egipto cuando el Niño Jesús con sus gracias infantiles había de ser la alegría de aquella bendita casa? Tended la vista sobre ese cuadro; apoteosis de la vida de familia, de nuestro incomparable Murillo; contemplad aquella plácida y santa alegría que representan aquellos benditos seres, trinidad humana, representación en la tierra de la Santísima Trinidad. Contemplad, recread vuestra vista y vuestro espíritu en ese hermoso lienzo que debiera cobijarse en el sagrado del hogar de toda familia cristiana. Ved a San José, de semblante varonil, no anciano, ni decrépito como otros le pintan, sino vigoroso, fuerte, enérgico en su edad de cuarenta años, descansa un momento de su rudo trabajo, teniendo en un lado el mazo y los útiles de carpintería que deja descansar un momento mientras contempla sentado en un cabezo de madera y teniéndole entre sus rodillas a Jesús, de unos ocho años de edad, con su rizada y rubia cabellera, vestido con alba túnica que contempla entre sus manecitas un jilguero. A sus pies en actitud de saltar para coger el pajarillo, un perrillo faldero de blancas lanas espera el momento de coger la presa que el Niño Dios sostiene con la mano levantada para que no corra peligro la inocente avecilla.

La mirada tierna, cariñosa y penetrante de Jesús, demuestra la alegría que encierra su actitud, pues en Jesús, hasta los juegos nos sirven de enseñanza. «Esta avecilla que tengo sujeta en mi mano, si ahora está cautiva por algunos momentos, recobrará luego su libertad, que Yo el autor de la Naturaleza di la libertad, no sólo al hombre sino a los seres irracionales, que de ella se aprovechan para vivir, y no es justo se les prive de tal don mientras no abusan, o las necesidades lo exigen o imponen». María, en tanto, con semblante risueño contemplando el grupo de José y el Niño, sonriente y tranquila, devana una madeja de hilo gozándose y trabajando con pura y santa alegría, la tranquilidad del cumplimiento del deber consagrado por aquella divisa que debe ser la de todo cristiano: ORA ET LABORA.

Ruega y trabaja: lo contrario de lo que generalmente se desea, es decir, el no trabajar, bello ideal al que encaminan sus propósitos los que se creen católicos, no considerando al trabajo como un ennoblecimiento del hombre sino como una degradación o envilecimiento de los que se estiman en su nobleza o posición. Este cuadro, es un poema que habla al alma sin ruidos ni palabras huecas de sentido, enseñando y convenciendo con el ejemplo de tan virtuosa Familia, pero como hemos dicho, ¡son pocos los que saben leerlo en su pensamiento y enseñanza! Este idilio sagrado representa, con toda su dulce poesía, la vida tranquila y escondida de Jesús en Nazareth durante los años de su niñez en la compañía de sus padres, sin que el doloroso episodio de su pérdida en Jerusalem cuando las fiestas, a que acudió con sus padres: episodio doloroso y que por cuarenta horas turbó el tranquilo y sosegado transcurso de la retirada vida de la Santa Familia.

A pocos días de su vuelta a Nazareth, puede decirse que entró en el orden habitual de su vida María y la Santa Familia, y determinó el Señor ejercitar a la Madre del Verbo al modo como lo hizo en la niñez de Aquélla. Como verdadero maestro del espíritu, quiso formar una discípula tan sabia y excelente, que después fuese maestra y ejemplar vivo de la doctrina del Maestro. No la abandonó el Señor, pero estando con Ella y en Ella por inefable gracia y modo, se le ocultó su vista y suspendió los efectos dulcísimos que con Ella tenía, ignorando la Virgen el modo y la causa, porque nada le manifestó el Señor. Además, el Niño-Dios, sin darle a entender otra cosa, se le mostró más severo que solía, y estaba menos con Ella corporalmente, porque se retiraba muchas veces y la hablaba pocas palabras, y aquéllas con grande entereza y majestad.

«Esta conducta del Hijo sirvió de crisol en que se renovó y subió de quilates el oro purísimo del amor de María, que hacía heroicos actos de todas las virtudes; humillábase más que el polvo, reverenciaba a su Hijo santísimo con profunda adoración; bendecía al Padre y le daba gracias por sus admirables obras y beneficios, conformándose con su divina disposición y beneplácito; buscaba la voluntad santa y perfecta para cumplirlo en todo; encendíase en amor, en fe y en esperanza, y en todas las obras y sucesos aquel nardo de fragancia, despedía olor de suavidad para el Rey de los Reyes que descansaba en el corazón de la Virgen como en su lecho y tálamo florido y oloroso. Perseveraba en continuas peticiones con lágrimas, con gemidos y con repetidos suspiros de lo íntimo del corazón; derramaba su oración en la presencia del Señor y pronunciaba su tribulación ante el divino acatamiento».

De esta suerte señala Casabó el estado de María en su nuevo y tranquilo retiro de su vuelta a Nazareth. En cuanto a su vida y la de Jesús, veamos como también la relata el mencionado escritor:

«Tenía la Virgen prevenida por manos de José una tarima, y sobre ella una sola manta para que en ella descansara y durmiera el Niño Jesús, porque desde que salió de la cuna, ni más abrigo ni más cama quiso admitir para su descanso.

»Como Jesús deseaba restituirla a sus delicias, respondió a sus peticiones con sumo agrado estas palabras: «Madre mía, levantaos». Como esta palabra era pronunciada del mismo modo que esa palabra de Dios, del Eterno Padre, tuvo tanta eficacia, que con ella, instantáneamente quedó la divina Madre toda trasformada y elevada en altísimo éxtasis en que vio a la Divinidad abstractivamente. En esta visión la recibió el Señor con dulcísimos abrazos, con que pasó de las lágrimas en júbilo, de pena en gozo y de amargura en suavísima dulzura. A este misterio corresponde todo lo que la divina Virgen dijo de sí misma y leemos en el capítulo XXIV del Eclesiástico. No por esto faltaba María jamás a las obras que le tocaban en su servicio corporal y cuidado de su vida y la de su Esposo; porque a todo acudía sin mengua ni defecto, dándoles la comida y sirviéndoles, y a su Hijo siempre hincadas las rodillas con incomparable reverencia. Cuidaba también de que el Niño Jesús asistiese al consuelo de su Padre putativo como si fuera natural, y el Niño obedecía a su Madre en todo esto y asistía muchos ratos con José en su trabajo corporal, en que era continuo éste para sustentar con el sudor de su cara al Hijo de Dios y a su Madre. Cuando el Niño Jesús fue creciendo, ayudaba algunas veces a José en lo que parecía posible a la edad…»

Así transcurrieron los primeros años que sucedieron al retorno a Nazareth: años que si durante ellos la vida de María no nos presenta ningún hecho ni acontecimiento de esos que llaman poderosamente la atención, no por eso, esa que algunos llaman obscuridad, no fue sino preparación para los grandes hechos de su Hijo, y en los que María una parte tan importante había de representar en el grandioso poema de la redención del hombre.

Durante esta época en que si no hallamos estos grandes hechos, en cambio la vida transcurre pacífica y sosegada, como la marcha de un caudaloso río que sin los ruidos ni espumas de una corriente estrepitosa, labra la dicha y la riqueza de sus riberas con sus fecundas aguas. De esta manera pasan los años de la niñez de Jesús, de su educación en la que parte tan importante tomó la Virgen María, como la tiene toda madre amante de sus hijos, y que ella es la que pone las primeras piedras del edificio de la educación de aquellos en quienes siembra esos primeros gérmenes que después han de ser la base de la dicha, felicidad y alegría de los hijos, o de desventura y de infelicidad, si aquella primera y materna educación, si aquellas primeras oraciones que la madre enseña a sus hijos, no han sido acertadas e inspiradas en el verdadero sentimiento maternal, que es el que encamina o tuerce con una equivocada inteligencia estos primeros pasos de la vida de los hijos.

María, durante estos años, consagraríase a la educación de su Hijo, comunicándole cuanto Ella podía comunicar a un niño, lo que en su educación en el Templo había aprendido, y de esta suerte arrojó en aquel hermoso corazón y clara inteligencia los primeros gérmenes de una enseñanza que como humano necesitaba desenvolver como niño, hasta que se manifieste su ciencia en el momento oportuno en que ha de dar principio a su misión de Salvador, de Maestro, de Redentor y Salvador de los humanos con su palabra, su doctrina, y sellar la obra con su sangre y su martirio.

«Jesús, que era el Señor y la fuente de todas las ciencias, dice Orsini, no tenía la menor necesidad de la enseñanza humana; pero como le placía ocultar sus resplandecientes luces bajo su corteza terrestre, y mostrarse en todo semejante a los demás hombres, no desdeñó en su primera infancia las lecciones de su piadosa Madre. Créese, en efecto, generalmente, que la primera educación de Jesucristo fue obra de María, y algunos teólogos pretenden que Él no recibió jamás otra. Los judíos que no siguen esta opinión, sostienen, por el contrario, que un rabino célebre que enseñaba entonces en Nazareth, continuó lo que la Santa Virgen había empezado. Pero la educación de Jesús, a pesar de lo que afirman los judíos, no fue la obra de los rabinos; sábese que no era celador ni tradicionario y que desaprobaba altamente las miras estrechas del egoísmo y de las argucias que formaban el espíritu degenerado de la Sinagoga. San Juan, por otra parte, resuelve la cuestión diciendo en su Evangelio, que los judíos miraban a Jesús como a un joven sin estudios».

Las investigaciones, crítica y estudio de las instituciones sabias como prudentes del pueblo judío, nos dan elementos para comprender el estado de la enseñanza, derivados del estudio del Talmud. No se ve allí nada que relacione con la instrucción de Grecia y Roma con la religiosa Palestina. Según la historia, Gamala, hijo del Sumo Pontífice, fue quien dictó disposiciones relativas a la enseñanza, en las que se determinan las reglas de instrucción pública, y en las que constan el organismo de la que debe darse en las escuelas y el número de las que deben existir en cada población, obligada a tener una en cada Sinagoga. Para todo cuanto se refiere a la materia de la enseñanza, hay que atenerse, como hemos dicho, al sabio código del Talmud, pues en él se compilan los usos, leyes, costumbres, tradiciones, ceremonias litúrgicas y organización de Israel. La escuela judía proviene de la Sinagoga, como la escuela moderna, aun cuando pese a los enemigos, proviene de la Iglesia, del Convento.

De las muchas investigaciones hechas por los historiadores cristianos en averiguación de los medios de instrucción que pudiera ofrecer Nazareth a Jesús durante su edad infantil, veremos que Sabatier en su Enciclopedia de Ciencias religiosas, y lo mismo Stapfer en su libro sobre Palestina, dan noticias emanadas todas de un cálculo de probabilidades, pero no de un conocimiento cierto en la materia. Por los monumentos históricos que poseemos, sólo probabilidades podemos presentar para la solución del problema. Sólo podemos si acaso presentar la probabilidad de que Jesús asistiría, acomodándose sus Padres a un uso y costumbre extendida, en la fiesta del Sábado, a lo que entonces se denominaba la catequización, institución muy parecida a nuestras escuelas dominicales católicas.

En muchas páginas del Talmud se encuentran descripciones de maestros. a quienes se llama Azanes, los cuales dependían de la Sinagoga, y están encargados de la enseñanza, cumpliendo de esta suerte la misión encomendada a nuestros sacerdotes en la de la doctrina cristiana.

Por otro lado ya lo hemos dicho: María, hubiera escuelas o no en Palestina, debió como hermosa y Madre ejemplar, ser la encargada de la enseñanza de su Hijo, como lo hacía toda madre israelita, como lo hace toda madre amante de sus hijos, pues a ella le está encomendada la enseñanza del regazo cuando el niño apenas puede balbucear las primeras oraciones, y ellas, ellas son las primeras que nos enseñan a pronunciar los dulces y consoladores nombres de Jesús y María, de nuestro Dios y su santa Madre, nombres que pronuncia el niño envuelto todavía sus labios con la leche del pecho de su madre, y cuyos dulces nombres y su consuelo son los últimos que pronuncia el hombre al dejar el mundo y terminar su existencia terrenal.

Y cual aprenden las avecillas en el nido escuchando el cántico de aquellos alados seres a quienes había infundido vida, con el espectáculo majestuoso de la naturaleza, y los gorjeos de una música que no era sino un cántico a Dios creador, Jesús aprendería entre aquel concierto y las enseñanzas de María a conocer la bondad y sabiduría del Padre que había distinguido siempre a aquel pueblo de Israel, con su próvido auxilio en las penas del mismo.

María debió tener, como era vieja y tradicional costumbre, conservados los rollos del Thorá, como llamaban a sus leyes, y en ellos Jesús, por ley natural sujeto en cuanto a hombre a las instituciones y leyes de su pueblo, aprendería los principios de la teología de su pueblo y los cánones de su religión. Y cumplidor de las leyes debió conocer muy pronto el schema, o sea la fórmula de la oración diaria citándola en voz alta y guardándola en su memoria como todos niños de su edad. El schema se componía de alabanzas a Jehová, de bendiciones a su nombre y aspiraciones al cumplimiento de los Mandamientos, recitarlos al dormirse y al despertar, cuyos preceptos llevaban hasta bordados en las franjas de sus vestiduras como recuerdo de su observancia. Y como de paso recordaremos y como un recuerdo a nuestra madre, veremos en nuestra mente a María enseñando y haciendo repetir el schema a Jesús, como aquella santa mujer nos enseñaba y hacía rezar el rosario, la santa oración cotidiana de la familia, ora en las serenas y hermosas veladas de las poéticas noches del verano, o en las lluviosas del invierno cuando la lluvia azotaba los cristales de nuestros balcones, y el viento helado gemía entre las rendijas de las puertas, haciéndonos pensar en los pobres sin albergue, en los caminantes y marinos que sufrían a aquellas horas las inclemencias de las frías noches invernales.

No puede prescindirse del tiempo que Jesús estuvo bajo el amparo de María y José, del tiempo que media entre la vuelta de Egipto y la hora en que, educado e instruido en la ley de amor por su santa Madre y José, inicia su predicación: los Evangelistas, como hemos dicho, hablan de todo esto con extrema sobriedad, a lo más encontramos en San Lucas, en el capítulo segundo, versículos 40, 41 y 42: «Y el Niño crecía y fortalecíase y llenaba de ciencia, y la gracia de Dios era con Él, e iba con sus padres todos los años por pascuas a Jerusalem».

La instrucción, pues, de Jesús, según dice Lafuente, se había completado con la dada por su Madre María Santísima: «Jesús había llegado a la edad de doce años; sus fuerzas no eran todavía suficientes para emprender rudas fatigas, a fin de ganar el necesario sustento en unión de su padre putativo, cuyo humilde oficio aprendía. Pero estaba en la época en que las buenas madres cuidan de la educación de sus hijos, cuando acabada la niñez y al iniciarse la adolescencia, comienza el período de la instrucción. La educación, pues, de Jesús, corría a cargo de su Virgen Madre, y ¿qué maestro mejor en lo humano? Jesús se desenvuelve en ese concepto. Es la omnipotencia y se muestra débil; es la omnisciencia, la Sabiduría eterna, y aparece necesitado de aprender, así como siendo Hijo del Eterno Padre, le tienen los de Nazareth por hijo del carpintero.

Además, como demostración de lo perfecto de la educación judía, en la que viene a completarse en la educación moderna, como el sumo de la perfección educativa actual de unir lo intelectual con lo físico, diremos que en aquel tiempo y entre aquellos hombres difícilmente solían exentarse las más altas personas de un oficio manual. Aun los entregados al cultivo de las ideas y al empleo de las altísimas facultades intelectuales, tenían algo de menestral; nosotros apenas podemos comprender que fueran los duchos en saberes y ciencias diestros artesanos. En nuestra educación y dado, en nuestra patria especialmente, el desequilibrio que guardamos entre la educación física e intelectual, los modernos no hemos aún apreciado lo justo y racional de esta mutua educación que nivela lo intelectual con lo físico, o conocimiento de algunas labores mecánicas.

»Su Madre le enseña el alef-beth, el abecedario hebreo; con Ella deletrea el Bresith y demás libros de Moisés; aprende a escribir, y más adelante decora la historia de su patria y del pueblo Israelita en esos mismos libros de Moisés y de Josué, los Jueces y los Reyes. Aprende también el derecho político, religioso y social en el Levítico, y en esos mismos libros en que se consigna el desarrollo social y político, interno y externo de su pueblo, bajo la forma teocrática y democrática a la vez, y su transición de éstas a la monarquía. Su Madre Santísima, que conocía la Sagrada Escritura, mejor y más a fondo que todos los doctores antiguos y modernos, y que los doctores mismos de la Iglesia, enseña a su Hijo, de talento precoz y privilegiado, eso mismo que tan perfectamente sabe y lo confía al entendimiento humano de su Hijo, pues si como Dios no tiene memoria, como hombre, la tiene».

Véase, si no, lo que ocurre en el extranjero y entre algunos eminentes hombres de ciencia o de Estado, que han sido y son hábiles artesanos o mecánicos: el emperador de Austria, es hábil carpintero; Gladstone, era un poderoso leñador, y entreteníase en sus descansos parlamentarios en derribar árboles; el gran presidente de los Estados Unidos, Lincoln, fue también cortador de maderas, y muchos entre muchos podrían citarse; pero esta costumbre, esta educación todavía no ha entrado en nuestro país, infatuado con recuerdos de pasada grandeza, de dorada miseria, de aquellos hidalgos de correcto traje que se alimentaban con duelos y quebrantos, esperando un corregimiento que los llevara a Ultramar a satisfacer hambre atrasada y sembrar las tristes cosechas que hemos recolectado en aquellas perdidas regiones por nuestra incuria, desmoralización y errado camino de desarrollos de riqueza, que hubieran podido engrandecernos en vez de ser nuestra ruina, y lo que es más triste, nuestro desprestigio ante las naciones que, titulándose civilizadas, han entronizado el imperio de la fuerza pisoteando el derecho y la razón, que en su día dará los frutos necesarios como consecuencia de tales principios y componendas.

Entre los judíos sucedía en aquellos tiempos lo contrario que todavía acontece en nuestros días, ya fuera para ejercitar las fuerzas físicas, ya también para adquirir el pan cotidiano con la honra del trabajo, todos a una, con raras excepciones, industriábanse con los oficios desde la infancia en las artes útiles y mecánicas.

Así es que Jesús, por indicación de María y José, tuvo el mismo oficio que su padre putativo; fue carpintero, y así le llama San Mateo en el cap. XIII, versículo LV, y nada más nos indica; pero los ya citados Evangelios apócrifos nos dan más detalles y nos dicen, y a fuer de ilustración los citamos, que Jesús construyó carretas, yugos, cribas, arcas, mesas, puertas y hasta un trono. El proto-evangelio de Santiago le supone maestro de obras, pero no cabe dudar de que el oficio ejercido por Jesús fue el de carpintero: recuérdese lo que decían los Evangelistas cuando las gentes de Nazareth se alarmaban oyendo hablar a Jesús, y se preguntaban cómo podía hablar y decir tales cosas el hijo del carpintero José.

Ejerció pues el divino Jesús el oficio de su padre, enseñándonos de esta suerte a ganar el sustento con nuestra labor, y de aquí que entre los judíos en la antigüedad y entre las naciones de raza anglosajona hoy, sea costumbre general el conocimiento de un oficio mecánico a más de los intelectuales de la profesión habitual de aquéllos por sus carreras científicas. Rabí Judá, dice, Stapfer dijo: «Quien a su hijo no enseña un oficio, lo hace bandido». Las clases acomodadas huían de dos oficios que no entraban en sus costumbres apegadas al terruño y como labriegos poco aficionados al movimiento y cambio activo de vida, así es que el de arriero o viajante y el de marino, no les parecían dignos y huían de ellos, pero en cambio los demás les eran bien aceptos, y así vemos que Hiel, era aserrador, Juanán, zapatero, Nanacha, herrero, San Pedro pescador y tejedor San Pablo.

Y con estas aclaraciones, terminaremos este capítulo de la educación e instrucción de Jesús por su Madre María Santísima, y veremos la condición humilde en que durante su segunda residencia en Nazareth, en que viviría la Sagrada Familia, desenvolviendo en el retiro, la tranquilidad y el trabajo la humana personalidad de Jesús, del Hijo de Dios como obra de la purísima María Santísima, auxiliada de la virtud y laboriosidad de José, modelo de esposos y de padres cuidadosos de la honrada y santa educación de los hijos, santificada por la laboriosidad de que eran ejemplo constante el santo y ejemplar matrimonio, envidia de humilde felicidad de los habitantes todos de Nazareth.

Fuente: Vida de la Virgen María por Joaquin Casañ

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La degollación de los Santos Inocentes

-HUIDA A EGIPTO POR ORDEN DE DIOS, SU VIAJE POR GALILEA, PELIGROS Y TRADICIONES ACERCA DE ESTA MARCHA.

-EL DESIERTO, SU LLEGADA EGIPTO.

Dejemos a la Santa Familia por unos momentos en su viaje de huida en demanda de la tierra de Egipto para salvar la vida del inocente Jesús, perseguido ya en la cuna por la perfidia de Herodes, a quien habían puesto en recelo y en cobarde temor, como sucede al sanguinario y cruel, las palabras de los Magos. Ya el usurpador monarca temblaba creyéndose destronado por un inocente niño, y en sus noches de angustia y de temor, se creía; atado, perseguido y su infame cabeza junto al tajo sobre el que el vencedor había de separar su cabeza del cuerpo. Como cruel y sanguinario, no soñaba más que con la sangre, y era el precursor de aquellos monarcas romanos que quisieron ahogar en sangre la doctrina de Jesucristo, que les había de ahogar a ellos en inmensa florescencia producida por la fecunda semilla que con aquélla hicieron fructificar los mártires.

Herodes creía poder aniquilar a aquel incógnito destronador mandando matar a todos los niños de su reino; creyó, en una disposición general, ahogar al niño revolucionario que temía y veía aparecérsele en sus sueños de cobardía, y así, su mandato cruel y sanguinario hizo exclamar a Augusto, el romano emperador, al tener noticia de aquella bárbara matanza de inocentes niños: «Preferible es ser cerdo a ser el hijo de Herodes»; pues el bárbaro monarca, en su cobarde crueldad, ni aun exceptuaba a su hijo, temiendo que aquél pudiera ser su destronador. ¡A tan cobarde y cruel barbarie, llegó su temor y orgullo en tener que ceder a otro el trono que como criado de Roma ocupaba, siendo su esclavo coronado!

Los racionalistas han querido sacar partido del silencio de los Evangelistas, excepción de San Mateo, del que nada dicen de este hecho bárbaro, ni le nombran Josefo, ni Tácito, ni Suetonio, para defender a Herodes. Y es natural por su parte la defensa de aquel tirano; obrar de otra suerte no sería portarse como amigos; pero no citan en cambio, además de San Mateo, a un texto de Macrobio que no admite dudas y que dice así: «Sabedor Augusto de que había Herodes, rey de los judíos, ordenado la degollación en Siria de numerosos niños comprendidos en la edad de dos años abajo, sin excepción de su propio hijo, exclamó: «Preferible es ser cerdo a ser hijo de Herodes».

Este párrafo les parece a los modernos racionalistas una falsedad, pues que Antipater, hijo de Herodes, no tenía la edad que le atribuye Macrobio (sin duda estos críticos poseen la partida de fecha del registro civil del nacimiento del hijo del sanguinario monarca); pero a pesar de ello, a pesar de que los historiadores protestantes reconocen la verdad del hecho, a pesar del texto de Macrobio, queda el Evangelio de San Mateo, que tiene la fuerza de la verdad como inspiración divina, superior a cuanto los sabios críticos pueden interpretar y suponer en su magna ciencia.

Dejemos el hecho como de sagrada historia, de veracidad indudable e indiscutible, como hija del Evangelio; dejemos la fuente sagrada de la que debemos tomar la relación como obra del Evangelista, y acudamos a las fuentes humanas, a la historia del hombre, como producto de su inteligencia y relación de los hechos y apreciación, humana de los actos, y veremos cómo opinan, juzgan y califican al tirano y sanguinario Herodes, y si dados otros hechos de su vida pudiera aparecer dudoso aquel acto. Para los judíos siempre fue Herodes un tirano pecaminoso, y por consecuencia, los hechos que se le atribuyen por tradición humana, no ya religiosa solamente, concuerdan mucho con la impresión profunda de su triste renombre y su recuerdo en la conciencia y en la historia. La arbitrariedad y cruel conducta que observó con los judíos que protestaron del atropello d respeto al Templo cuando mandó poner el águila imperial sobre pórticos de aquél, señalan su cobarde y aduladora conducta al profanar el santuario de Dios y del pueblo judío. Como a la protesta siguió el arrancar el símbolo imperial, ante aquel insulto, Herodes cogió a cuarenta de los celosos y dignos judíos que no consintieron tal profanación, y los mandó quemar vivos en los jardines de su palacio de Jericó. ¿Se podrá dudar, después de este hecho histórico, de la degollación de los inocentes niños por quien de tal manera procedió?

Herodes era idumeo, y en la tierra de Judá nunca el idumeo fue bien visto ni olió a justo ni humano: eran repugnantes a los hijos de la tierra prometida, a los descendientes de David y de Salomón, y de aquí que viviera aquél más en Jericó, pues conocía las ningunas simpatías que conseguía de los judíos. El acto de feroz crueldad se ejecutó y los inocentes niños fueron sacrificados en aras del sanguinario Herodes, burlado en sus esperanzas de que los Magos le hubieran indicado a su regreso el punto y señales en donde se encontraba y quién era el recién nacido.

Ahora bien; véase lo que Lafuente dice al ocuparse de este hecho:

«En el carácter astuto y violento de Herodes el viejo (que en el momento de la degollación se hallaba en Jericó enfermo), no es probable que tardase un mes en mandar matar a los niños inocentes, y si tardaron los padres de Jesús veinte o veinticinco días en salir de Belén, después de la adoración de los Magos, tuvo tiempo más que suficiente, para convencerse de la vuelta de aquéllos sin contar con él, dar la orden para aquellos asesinatos y principiar a cumplirla así que salió Jesús de aquel pueblo. Y como los prodigios vistos por los pastores y la adoración de los Magos, acontecimiento ruidoso en un pueblo pequeño como Belén, había hecho fijar la atención sobre aquellos humildes nazarenos a quienes Dios distinguía de tal modo, y que ahora eran causa ocasional de la matanza de sus hijos, era muy fácil a los sablistas de Herodes seguirlos a Jerusalem y después buscarlos en Nazareth, por lo cual, respetando mucho el pensar de San Juan Crisóstomo y los que opinan que la Santa Familia marchó de Jerusalem a Nazareth y de aquí a Egipto, parece lo más probable que marchase a este punto desde Jerusalem sin demora. Y que urgía la fuga y no admitía dilación, lo explican las palabras mismas de San Mateo en medio de su gran sobriedad: «Levántase, coge al Niño y a la Madre de noche y se fue a Egipto». Todo esto indica prisa, premura, terror y ¿cabe esto con la calmosa vuelta a Nazareth?»

Creemos acertado el juicio de este católico escritor, tanto más, cuanto que conociendo la situación topográfica de ambas ciudades, la vuelta a Nazareth, después del aviso del Ángel, era un retraso para deshacer el camino hecho y encaminarse a Egipto.

Llegamos a uno de los puntos más hermosos de la historia de María y de la sacra Familia, no por los sufrimientos y padeceres que experimentó en su largo y penoso viaje a través de arenales, desiertos, y del peligro inminente de las fieras y seres venenosos, del hambre y sed que padecieron, sino porque todos estos tormentos han sido embellecidos por la leyenda poética, tierna y sentida como hija del amor, veneración y encanto con que la poesía ha rodeado, junto con la fe a la errante Familia y los sufrimientos de aquellos pobres y perseguidos nazarenos, como providencial manifestación de la protección divina que los sacaba incólumes de la perversidad de los hombres e inclemencia de los elementos.

Así es, que las tradiciones populares, inspiradas en estos sentimientos, han revestido la fuga con leyendas más o menos románticas como la del bandido que con su cuadrilla sale a robar a los pobres viajeros y en vez de hacerlo así, los ampara, acompaña y da alimentos. Otra es la de Dimas el buen ladrón, que les sale al camino y al caer en sus manos los acompaña hasta dejarlos en las fronteras de la Arabia: leyenda que aprovechó D. Juan E. Hartzembusch en su drama El mal Apóstol y el Buen ladrón.

Ya es la del baño del hijo del bandido que estaba enfermo con el agua en que la Virgen había lavado los pañales del niño Jesús y la curación maravillosa de aquél: ya también la de la Virgen devolviendo la vista a un ciego que en recompensa les da naranjas para aplacar la sed y la de los sembrados anticipando su sazón al paso de la Virgen y de Jesús.

Orsini, en su estilo pintoresco y casi novelesco en algunos Pasajes, después de citar uno de San Buenaventura, recapitula estas leyendas diciendo:

«La tradición calla sobre una gran parte de ese interesante y peligroso itinerario. Sin duda los santos viajeros hicieron marchas largas y penosas a través de las montañas aprovechando las primeras horas del día y aguardando también con frecuencia para partir a la salida de la luna. Mientras que atravesaron la Galilea, las grutas profundas que hay en ella, llenas de sinuosidades desconocidas, en que es muy fácil ocultarse a todas las miradas, les ofrecieron un lugar de reposo y abrigo; pero también estas cuevas, con sus huecos o cavernas, tenían sus peligros, porque bandas numerosas de ladrones, que largo tiempo tuvieron ocupadas todas las fuerzas del reino, y a quienes la enfermedad de Herodes animaba a comparecer de nuevo, las escogían o preferían para plazas de seguridad: el temor de penetrar sin saberlo en una de estas guaridas de asesinos, debió más de una vez hacer vacilar a José en la entrada protectora de esas retiradas cavernas».

¿Cuál fue el itinerario que la perseguida Familia llevó hasta unirse a alguna caravana de las que se formaban en las ciudades marítimas de los Filisteos para atravesar el desierto? Si se consultan los cálculos de los eruditos cronologistas que no admiten intervalos en este viaje, los santos Esposos debieron encontrar una caravana que estaba de partida en las costas de Siria. Esto es tanto más verosímil cuanto que estaba cerca del equinoccio de primavera (del 3 de febrero en que emprendieron la huida al 21 de marzo, faltaba mes y medio), y cada uno quería anticiparse a la estación en que el Simoun ejerce su imperio en el desierto y revuelve su mar de arenas tan pérfidas como las mismas olas.

No tenemos noticias ciertas y precisas de la marcha, ruta o itinerario que llevarían María y José, las condiciones de su viaje eran tan especiales como su huida, cual propiamente lo era de la persecución de Herodes, que evitarían cual es consiguiente la comunicación con los del país a fin de evitar una delación que los pusiera en manos de su enemigo.

Sabemos, sí, que estuvieron en Ramla y en Gaza, y es indudable, históricamente, que se unirían, como hemos dicho, a alguna de las caravanas para atravesar el desierto, que de otra suerte les era imposible franquear solos aislados y sin quien pudiera socorrerlos en caso de necesidad.

Partiendo de Gaza, cuyas torres medio arruinadas, resonaban sordamente al estrellarse contra sus piedras las rumorosas olas que producían una tristeza y melancolías profundas, sobre todo durante la noche, en que su rumor aumenta, los pobres padres de Jesús pasarían noches de angustias y de insomnio creyendo oír llegar a cada momento los soldados de Herodes. Partieron de aquella triste ciudad incorporados a la caravana, y ya ante su vista no hallaron sino la inmensa sábana del desierto, vasta soledad de arena y cielo, sin un árbol que prestara su benéfica sombra a aquel sol abrasador, rojizo en su luz y que envolvía en nubes de fuego aquellas llanuras desoladas, sin más accidentes que los movedizos montículos de arena que arrebataba el viento del desierto trasladándolos con su hálito abrasador y mortífero. Secos matorrales abrasados y requemados por aquella luz de fuego, sin una gota de agua, ni un manantial en que poder refrescar los abrasados labios y un horizonte sin límites que se unía con la cúpula de un cielo apagado en su azul, y en el que no se manifestaba la más tenue ni ligera nubecilla, he ahí el cuadro, el paisaje por el que durante algunos días hablan de viajar nuestros peregrinos nazarenos.

Después de algunas marchas, después de sufrimientos sin relato, la caravana solía encontrar algún pequeño manantial perdido en el vasto desierto de arena, y que apenas brotaba su salobre agua, era absorbida por la sedienta arena; entonces, qué gozo para la caravana, qué alegría para María, que podía llevar a sus secos labios agua, agua que refrescara sus abrasadas fauces, aquella agua que ya quedaba turbia después de haber sido removida por los ricos mercaderes, señores de la caravana, era recogida por José, que como pobres seguían comitiva, sin que los poderosos hiciesen caso de ellos, ¡qué rico presente en tal necesidad! ¡qué alegría para María que con ella podía refrescar el abrasado rostro de su querido Jesús!

Así se caminaba días y días en medio de aquel tormento inconcebible: cuanto más iban alejándose de la Siria más escasas eran las fuentes y más cruel y desolante el inmenso desierto. Ya durante la marcha preséntase el fenómeno del espejismo, de esa engañosa ilusión de la vista en medio de aquellos terribles arenales. Allá a lo lejos descubríase un lago azul y transparente, cercado de palmeras, aspecto de una ciudad encantadora, entonces, entonces el ánimo se reanimaba, la esperanza de un lago en que poder beber y bañarse, devolviendo agilidad al cuerpo enardecido, se presentaba animando a la caravana y haciendo apresurar el paso a los camellos y viajeros. Pero ¡ah! que aquella mentida dicha era solo ilusión de los sentidos, avanzábase, se creía llegar ya a las orillas de aquel lago y sentir el contacto bienhechor de sus aguas, y aquel encanto, aquella ilusión desaparecía cual muchas de las que en el mundo existen, y se borran, desaparecen y anulan, cuando creemos tocarlas, cogerlas con nuestras manos.

Ante aquella engañosa ilusión, María, reanimada con las palabras de José, levantaba la desfallecida cabeza, abría los secos y abrasados labios y contemplaba sonriente al Niño Dios cobijado del ardiente sol bajo el amparo de su pobre manto. Dirigía su hermosa mirada a aquel consolador espectáculo que en lontananza se presentaba, cuando de repente aquella fresca esperanza de agua y sombra desaparecía y sólo se hallaba la triste realidad de una atmósfera de fuego, de un sol deslumbrador y las angustias y sufrimientos de una sed imposible de apagar en aquellos momentos. Y así trascurrían los días en continua, penosa y fatigosa marcha a través de aquel océano de arena, no menos terrible en sus oleadas de arena que las salobres del mar embravecido.

Tras un penoso día de marcha, la llegada de la noche era un consuelo para los pobres viajeros: a la llegada de ésta la caravana se detenía y acampaba: descargábanse los camellos: atábanse éstos en torno de los viajeros que comían sus raciones de dátiles, leche de las camellas, y cobijados por sus tiendas de cuero descansaban esperando la salida de la luna para continuar la pesada marcha.

En otro lado los criados, los esclavos, los viajeros pobres que se unían a las caravanas para contar con su compañía y auxilio en el desierto, formaban otro campamento sin más techumbre que los resguardara de la humedad de la noche que sus mantos y capas. Allí, tendidos sobre esterillas de junco, descansaban de las fatigas del día gozando en parte con el fresco húmedo de la noche que devolvía algún consuelo a sus abrasados miembros. Entre aquellos pobres y míseros esclavos, desheredados de la fortuna y nacidos para la servidumbre, sin patria, hogar ni familia, descansaban y comían su pobre ración José, María y el Hijo de Dios, aquel Jesús rey de cielos y tierra, que venía al mundo para establecer la verdadera libertad del hombre y sentar la doctrina de la igualdad ante Dios, sellando con su sangre la redención del hombre, la liberación de la esclavitud del pecado.

Y Aquel poderoso Señor, quedaba relegado a descansar entre los esclavos, separado de los ricos y sufría con sus santos padres los sufrimientos de la miseria. El creador de los elementos, sufría sus inclemencias, y allí, en brazos de su pura Madre, acompañado del justo varón José su padre, contemplaría desde el regazo de María la estrellada bóveda de los espacios infinitos en que asienta su trono entre el fulgor de los millares de astros que le iluminan y son jeroglíficos que escriben con signos de radiante luz su grandeza incomparable, tan grande como su misericordia. En aquel inmenso arenal, camino penoso, sin horizontes, camino cual el de la vida, lleno de peligros y asechanzas, de ataques y de sufrimientos, descansaban puestos los ojos en las brillantes constelaciones que temblaban en su insensibilidad material ante los sufrimientos de su Creador, bajo la mirada de aquellas estrellas, luna y sol que habían de temblar y anublarse de espanto y consternación el día de la muerte de aquel Niño que hoy contemplaban hermoso y sonriente y como encantado con el espléndido cuadro de una noche serena y de un cielo azul intenso obscuro, profundo, tachonado de brillantes constelaciones, pasaban en grato reposo hasta que se daba la voz de marcha para emprender un nuevo avance en la soledad del desierto la santa Familia, el Hijo de Dios.

¡Quién había de decir a aquellos pobres esclavos que fatigados dormían llevando sobre sus hombros la pesada carga de la vida, sin libertad, goces, familia ni afecciones, verdaderas bestias humanas al lado de sus señores, que aquel Niño que junto a ellos dormía, que aquel hijo de tan pobres padres era su Salvador, el que había venido para romper sus cadenas y proclamar su hermandad para con demás hombres!

Y así pasaban la noche los pobres viajeros hasta que la voz del jefe disponía y mandaba emprender nuevamente la marcha; pero siempre la tranquilidad reinaba, en el campamento en medio de soledad del desierto, en donde el silencio es tan inmenso cual su extensión; en donde nada se oye, nada se escucha si no es el latir apresurado del corazón, temeroso de ignotos peligros. Noches había que cuando mayor era si cabe el silencio, un grito de alarma del vigilante que guardaba el campo hacía levantarse precipitadamente; ya era el rugido del león o del tigre que olían carnicera presa rondando el campamento para caer sobre él; entonces el espanto, la alarma, sucedían al silencio, al reposo, y todos se preparaban para la defensa.

Ya en otras noches, no era el peligro de las fieras carniceras, era el peligro de la fiera humana, era la cuadrilla de árabes errantes, ladrones del desierto, que rondaban el campamento para caer sobre él y saquearlo, apresar a los viajeros y venderlos como esclavos. Entonces el espanto era mayor, no era ya el animal feroz quien atacaba, era la fiera humana, cien veces más terrible y más cruel y sanguinaria que el león y el tigre. Entonces, entre ayes y voces de temor, el campamento se levantaba, las flechas cruzaban el espacio y la caravana emprendía la marcha sosteniendo una retirada ante el ataque de los ladrones.

¡Qué espanto, qué temores y sobresaltos para la inocente María y el pacífico José, en medio de aquellos peligros, y temerosos más por la vida de Jesús que por la suya! Por la vida de Aquél que habían anunciado y adorado los Ángeles, reyes y pastores, expuesto a traidora flecha. Renunciamos a pintar lo que por el corazón de María pasaría en aquellos momentos, pues no hay pluma que con verdad, fuego y calor pueda reproducir el espanto y el terror de una madre ante los peligros y sufrimientos de un hijo.

A estos temores sucedíanse noches de calma, tranquilas y sosegadas, en que el descanso no era interrumpido: la caravana gozaba entonces con el fresco de la noche, tanto cuanto el sol abrasador y el seco calor del día arrollaba los cuerpos con su caldeado soplo. La brisa nocturna corría entonces sobre aquel mar de arena sin ruido, silenciosa, sin un matorral ni un árbol en que producir armonías con sus hojas, brisas que corrían por aquel blanco suelo como correrían por la inmensidad de los espacios sin límites, sin murmullo y muy majestuosamente solemnes cual la inmensidad de su Creador.

Vislumbrábase claridad en la unión de cielo y arena, es la luna que va a aparecer en el horizonte y entonces la caravana levanta las tiendas y emprende la marcha al amparo de la luz del astro de la noche. ¡Y así un día y otro día, noche tras noche, siempre avanzando en aquel océano de arena, sin límites al parecer, y repitiéndose los peligros, temores y asechanzas de alimañas y de los hombres!

Y así atravesó la errante familia el desierto, sufriendo hambre, sed y el espantoso calor y el reflejo y reverberación de aquella inmensa soledad, los ataques de las fieras y los aún más temibles de los hombres, llegando a vislumbrar las riberas del Nilo y sus bosques de papirus, lo cual debió ser de una inmensa alegría la vista de agua y vegetación a los fatigados viajeros, tostados y abrasados por el ambiente desolador del desierto.

No queremos privar a nuestros lectores de la descripción que del viaje hace la venerable Ágreda, a quien tenemos que seguir en muchos puntos, no sólo por su doctrina, sino también por lo sentido de la composición y color que sabe imprimir a sus descripciones:

«Salieron de Jerusalem a su destierro nuestros peregrinos divinos, encubiertos con el silencio y obscuridad de la noche, pero llenos del cuidado que se debía a la prenda del cielo que consigo llevaban a tierra extraña y para ellos no conocida. Sabía la Reina del cielo el intento de Herodes para degollar los niños, aunque no le manifestó entonces.
La tradición llena de milagros y hechos asombrosos la llegada a Egipto de los pobres desterrados, hundimiento de templos y de ídolos, sacudidas de alegría en los montes, y multitud de leyendas fantásticas creadas por la imaginación popular, que llena muchas veces de aberraciones y absurdos los más sencillos y hermosos hechos en los asuntos de nuestra religión. Absurdos que nadie se ha tomado cuidado de corregir, ya que no sea posible el desterrarlos, encauzándolos en un sentido estéticamente poético.

»En la ciudad de Gaza descansaron dos días por haberse fatigado algo San José y el jumentillo en que iba la Reina. El día tercero, después que nuestros peregrinos llegaron a Gaza, partieron de aquella ciudad para Egipto. Y dejando luego los poblados de Palestina, se metieron en los desiertos arenosos que llaman de Betsabé, encaminándose por espacio de sesenta leguas y más de despoblados, para llegar a tomar asiento en la ciudad de Heliópolis, que ahora se llama el Cairo de Egipto. En este desierto peregrinaron algunos días; porque las jornadas eran cortas, así por la descomodidad del camino tan arenoso, como por el trabajo que padecieron con la de abrigo y de sustento.

»Era forzoso en aquel desierto pasar las noches al sereno y sin abrigo en todas las sesenta leguas de despoblado; y esto en tiempo de invierno, porque la jornada sucedió en el mes de febrero, comenzándola seis días después de la Purificación. La primera noche que se hallaron solos en aquellos campos, se arrimaron a la falda de un montecillo, que fue sólo el refugio que tuvieron. Y la Reina del cielo, con su Niño en los brazos, se asentó en la tierra y allí tomaron algún alimento y cenaron de lo que llevaban desde Gaza. La Emperatriz del cielo dio el pecho a su infante Jesús, y su Majestad, con semblante apacible, consoló a la Madre y su esposo: cuya diligencia, con su propia capa y unos palos, formó un tabernáculo o pabellón para que el Verbo Divino y María Santísima se defendiesen algo del sereno, abrigándoles con aquella tienda de campo tan estrecha y humilde.

»Prosiguieron al día siguiente su camino, y luego les faltó en el viaje la prevención de pan y algunas frutas que llevaban, con que la Señora de cielo y tierra y su santo esposo llegaron a padecer grande y extrema necesidad, y a sentir el hambre. Y aunque la padeció mayor San José, pero entrambos la sintieron con harta aflicción. Un día sucedió que, a las primeras jornadas, que pasaron hasta las nueve de la noche sin haber cenado cosa alguna de sustento, aun de aquel pobre y grosero mantenimiento que comían, después del trabajo y molestias del camino, cuando necesitaba más la naturaleza de ser refrigerada».

Augusto Nicolás, con su criterio tan superior, fustiga duramente estas tradiciones, que califica de invenciones pueriles. «El Evangelio desdeña tales invenciones para atenerse a lo verdadero, que es mucho más sublime».

Es verdad, el Evangelio calla, pero no desdeña; el mismo San Juan nos dice al concluir el suyo, que no cabrían en el mundo los libros en que se escribiese todo lo que hizo Jesucristo si hubiese de escribirse. Creemos lo del Evangelio como cierto e indudable, y dejamos correr las tradiciones populares sin afirmarlas ni negarlas, ni ponerlas al nivel de los textos indudables. Hay que tener en cuenta que la imaginación y sus obras poéticas tienen un fin alto, cual es la belleza, y como la belleza suprema es Dios, de aquí, que cuanto tienda a la verdadera representación de aquélla, es un tributo presentado a la omnipotencia de Dios. Con lo que desechan los críticos hacen los poetas hermosos castillos que encantan deleitando, dice Lafuente, y si llevan las almas a Dios, ¿por qué los hemos de demoler?

Los Evangelios apócrifos están llenos de estas leyendas y tradiciones acerca de María y de Jesús; Evangelios denominados así, por no constar su autenticidad, y la Iglesia desde antiguo no los admitió como libros sagrados, sino como elementos histórico-poéticos; de ellos proceden estas leyendas, puras en su tradición unas, adulteradas por el pueblo otras. Así vemos con respecto a la entrada de los desterrados en Egipto, la tradición de que hemos hecho mérito antes, el ídolo egipcio redúcese a polvo en cuanto vislumbra la Santa Familia que se acerca. El habitante de aquellas regiones, dispuesto a vivir y enterrarse con sus antiguas creencias, huye así que ve hundirse en el polvo sus tradicionales altares.

María y Jesús con el bondadoso José, no saben sino hacer bien; hay allí un muchacho endemoniado a quien atosigan y martirizan los espíritus malos, y su madre se procura un pañal de aquel niño extranjero, Jesús, y con solo ceñírselo a la cabeza a modo de turbante, los demonios huyen, y queda sano y libre de sus enemigos.

En vano los esbirros de Herodes quieren perseguir a la Santa Familia, y en caballos ligeros como el viento del desierto, en dromedarios de largo paso y sostenida marcha, persiguen a Jesús y María montados en el pesado borriquillo de lento paso y escasa resistencia, y son perseguidos por aquellos bien montados jinetes. Ya casi los ven, ya los van en su alcance, próximos los perseguidores a darles ya un rosal, ya un jazmín o tamarindo, abren sus ramas, envuelven entre ellas, librando a la Santa Familia de sus perseguidores.

Ya también, la hermosa, de la necesidad del hambre que acosa a los fugitivos sin recurso de comida cuando una palmera cargada del nutritivo y dulce fruto se presenta a su vista, ¿mas cómo llegar a la altura en que se cimbrean aquellos dorados racimos? El Niño Jesús tiende a ellos sus manos, y entonces la palmera doblega su erguido tronco, hasta con sus ramas formar una verde y fresca tienda en que descansen los fatigados y hambrientos viajeros, poniendo al alcance de sus manos los preciados tesoros de sus frutos.

Y si fuéramos a seguir el inmenso número de tradiciones que, en la región egipcia y especialmente entre los cristianos coptos y al abisinios se conservan, formaríamos un hermoso volumen de estos hechos del viaje de la desterrada Familia, de su estancia en la región. del Nilo y de la infancia y juventud de Jesús. Basta con lo indicado para que se comprenda cuán hermosa es la tradición cuando se cimenta en hechos tan hermosos, embellecidos por tan poéticas como tiernas creaciones. Allí son numerosísimas, y allí entre ellos, según testimonio de algunos autores, allí nació la devoción a San José, cuya fiesta celebran los coptos en el día 26 de julio. Pero, Variot, sabio doctor francés que tanto ha escrito sobre los Evangelios apócrifos, cree nacida en Occidente esta devoción, y su promotor a Jerson, alma del Concilio de Constanza.

Dejemos descansar unos momentos a la Familia Santa ya en tierra de Egipto libre de la persecución de Herodes, tranquila María de enemigos que pudieran atentar contra la vida de su precioso Hijo y dedicarse ya su Esposo a los trabajos necesarios para la sustentación de la Familia en los de su oficio de carpintería.

Fuente: Vida de la Virgen María por Joaquin Casañ

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Foros de la Virgen María María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

Huida y permanencia de la Sagrada Familia en Egipto: visión de María Valtorta

Huida a Egipto. Enseñanzas sobre la última visión relacionada con la llegada de Jesús.

9 de Junio de 1944.

Mi espíritu ve la siguiente escena.

Es de noche. José está durmiendo en su modesto lecho, en su diminuta habitación. Su sueño es pacífico, como el de quien está descansando del mucho trabajo cumplido con honradez y diligencia.

Lo veo en la oscuridad de la estancia, oscuridad apenas interrumpida por un hilo de luz lunar que penetra por una rendija de la hoja de la ventana, que está sólo entornada, no cerrada del todo, como si José tuviera calor en esta pequeña habitación, o como si quisiera tener ese hilo de luz para saberse medir al amanecer y levantarse diligentemente. Está girado sobre uno de los lados, y sonríe mientras duerme, quién sabe ante qué visión que está soñando.

Pero su sonrisa se transforma en congoja. Emite el típico suspiro, profundo de quien está teniendo una pesadilla, y se despierta sobresaltado. Se sienta en la cama, se restriega los ojos, mira a su alrededor, y mira hacia la ventanita de la que proviene ese hilo de luz. Es plena noche; no obstante, coge la prenda de vestir que está extendida a los pies de la cama y, todavía sentado en el lecho, se la pone encima de la túnica blanca de manga corta que tenía sobre la piel.

Levanta las mantas, pone los pies en el suelo y busca las sandalias. Se las pone y se las ata. Se pone en pie y se dirige hacia la puerta que está frente a su cama; no hacia la que está lateral a la misma y que conduce al salón en que fueron recibidos los Magos.

Llama suavemente con la punta de los dedos: un casi insensible tic-tic. Debe haber oído que se le invita a entrar, pues abre con cuidado la puerta y la vuelve a entornar sin hacer ruido. Antes de ir a la puerta había encendido una lamparita de aceite, de una sola llama; por tanto, se ilumina con ella. Entra… En una habitacioncita sólo un poco más grande que la suya, con una cama pequeña y baja al lado de una cuna, ya ardía una lamparita: la llamita oscilante, en un rincón, parece una estrellita de luz tenue y dorada que permite ver sin molestar a quien esté dormido.

Pero María no está dormida, está arrodillada junto a la cuna. Tiene un vestido claro y está orando, y velando a Jesús, que duerme tranquilo. Jesús tiene la edad de la visión de los Magos. Es un niño de un año aproximadamente, un niño guapo, rosado y rubio, y está durmiendo, con su cabecita ensortijada hundida en la almohada y una manita bien cerrada junto a la garganta.

-¿No duermes? -pregunta José en voz baja denotando asombro -¿Por qué? ¿Jesús no está bien?.

-¡Oh, no! Él está bien. Yo estoy rezando. Luego me echaré a dormir. ¿Por qué has venido, José? Mientras habla, María sigue arrodillada donde estaba antes.

José, en voz bajísima para no despertar al Niño, pero en tono apremiante, dice:

-Tenemos que irnos de aquí enseguida, enseguida. Prepara el baulillo y un fardo con todo lo que puedas meter en ellos. Yo me encargo de preparar lo demás, llevaré lo más que pueda… Cuando empiece a clarear huimos. Lo haría incluso antes, pero tengo que hablar con la dueña de la casa….

-¿Y por qué esta huida?

-Después te lo explico mejor. Es por Jesús. Un ángel me ha dicho: «Toma al Niño y a la Madre y huye a Egipto». No pierdas tiempo. Yo ya empiezo a preparar todo lo que pueda.

No era necesario decirle a María que no perdiese tiempo. Apenas ha oído hablar de ángel, de Jesús y de huida, ha comprendido que un peligro se cierne sobre su Criatura, y de un salto se ha puesto en pie; su cara más blanca que un cirio, una mano contra el pecho, angustiada. Enseguida se ha puesto en movimiento, ágil, ligera, y ha empezado a colocar la ropa de vestir en el baulillo y en un fardo grande que ha extendido primero sobre su cama aún intacta. Sin duda está angustiada, pero no pierde las riendas; hace las cosas con rapidez pero no sin orden. De vez en cuando, pasando junto a la cuna, mira al Niño, que duerme ajeno a lo que está sucediendo.

-¿Necesitas ayuda? -pregunta cada cierto tiempo José, asomando la cabeza por la puerta entreabierta.

-No, gracias -responde siempre María.

Hasta que el fardo — que debe pesar bastante — no está lleno, no llama a José para que la ayude a cerrarlo y a quitarlo de encima de la cama. No obstante, José quiere hacerlo solo; coge el largo fardo y se lo lleva a su cuarto.

-¿Cojo también las mantas de lana? -pregunta María.

-Coge todo lo más que puedas; todo el resto lo perderemos. Toma todo lo que puedas. Nos servirá porque… ¡porque tendremos que estar fuera mucho tiempo, María!… -José está muy apenado al decir esto, y María… se puede uno hacer idea de cómo está; suspirando, dobla las colchas suyas y las de José, y éste las ata con una cuerda.

-Dejamos los bordados y las esterillas» dice mientras está atando las colchas -A pesar de que voy a tomar tres burros, no puedo cargarlos demasiado, pues el camino será largo e incómodo, parte entre montañas y parte por el desierto. Tapa bien a Jesús. Las noches serán frías, tanto en las montañas como en el desierto. He cogido los regalos de los Magos, porque en aquella tierra nos vendrán bien. Todo lo que tengo lo gasto para comprar los dos burros. Debo comprarlos, porque no podemos devolverlos. Voy ahora, antes de que amanezca. Sé dónde buscarlos. Tú termina de prepararlo todo – Y se marcha.

María recoge todavía algunos objetos. Observa a Jesús y sale, para volver con unos vestiditos que parecen todavía húmedos — quizás se lavaron el día antes —; los dobla y los envuelve en un pedazo de tela y los coloca junto con las otras cosas. Ya no queda nada más.

Se vuelve mirando a su alrededor y ve, en un rincón, un juguete de Jesús: una ovejita tallada en madera. La toma en sus manos… un sollozo entrecortado… un beso: la madera conserva las huellas de los dientecitos de Jesús, y las orejas de la ovejita están del todo llenas de mordisquitos. María acaricia ese objeto sin valor en sí, de una pobre madera clara, pero de mucho valor para Ella, ya que le habla del afecto de José por Jesús, y de su Niño. Lo pone también con las otras cosas encima del baulillo cerrado,.

Ahora ya sí que no queda nada. Sólo Jesús, que está en su cunita. María piensa que sería conveniente también preparar al Niño. Va donde la cuna y la mueve un poco para despertar al Pequeñuelo. Mas Él solamente refunfuña un poco; se da la vuelta y sigue durmiendo. María le acaricia delicadamente los ricitos. Jesús, bostezando, abre la boquita. María se inclina hacia Él y leo besa en la mejilla. Jesús termina de despertarse. Abre los ojos. Ve a su Mamá y sonríe, y tiende las manitas hacia su pecho.

-Sí, amor de tu Mamá. Sí, la leche. Antes que de costumbre… ¡De todas formas, Tú siempre estás preparado para mamar, corderito mío santo!

Jesús ríe y juguetea, agitando los piececitos por fuera de las mantas, y los brazos, con una de esas manifestaciones de alegría de los niños pequeños que tan bonitas son de ver. Hinca los piececitos contra el estómago de su Mamá, se curva en forma de arco y apoya su cabecita rubia en el pecho de Ella, y luego se echa bruscamente para atrás y se ríe agarrando con sus manitas las cintas que ciñen al cuello el vestido de María tratando de abrirlo. Con su camisita de lino, se le ve a Jesús guapísimo, regordete, rosado como una flor.

María se inclina. Así, inclinada, sobre la cuna como protección, llora y sonríe al mismo tiempo, mientras el Niño balbucea esas palabras, que no son palabras, de todos los niños pequeños, entre las cuales se oye nítida y repetidamente la palabra «mamá». La mira, asombrado de verla llorar. Alarga una manita hacia los brillantes hilos de llanto, que se la mojan al hacer la caricia. Primorosamente, vuelve a apoyarse en el pecho materno y en él se recoge enteramente, acariciándoselo con su manita.

María lo besa por entre el pelo y lo toma en brazos, se sienta y se pone a vestirlo: ya tiene el vestidito de lana, ya las diminutas sandalitas. Le da la leche. Jesús mama con avidez la leche buena de su Mamá, y, cuando ya le parece que por la parte derecha viene menos, va a buscar a la izquierda, y ríe al hacerlo, mirando a su Mamá de abajo arriba, para luego dormirse de nuevo — apoyado aún el carrillo rosado y redondo en el seno blanco y redondo — sobre el pecho de Ella.

María se levanta muy despacito y lo coloca sobre la manta acolchada de su cama. Lo tapa con su manto. Vuelve a la cuna y dobla las mantitas. Piensa en si conviene o no coger también el colchoncito. ¡Tan pequeño como es… se puede llevar! Lo pone, junto con la almohada, con las cosas que ya estaban encima del baulito. Y llora ante la cuna vacía. ¡Pobre Madre, perseguida en su Criatura!

José regresa.

-¿Estás preparada? ¿Está preparado Jesús? ¿Has cogido sus mantas y su camita? No podemos llevarnos la cuna, pero por lo menos que tenga su colchoncito. ¡Oh, pobre Pequeñuelo, perseguido a muerte!.

-¡José! -grita María agarrándose al brazo de José.

-Sí, María, a muerte. Herodes lo quiere muerto… porque tiene miedo de Él…

Esa fiera inmunda tiene miedo de este Inocente, por su reino humano. No sé lo que hará cuando comprenda que ha huido; pero para entonces nosotros ya estaremos lejos. No creo que se vengue buscándolo incluso en Galilea. Ya sería difícil para él descubrir que somos galileos; más difícil aún, saber que somos de Nazaret y quiénes somos exactamente. A no ser que Satanás le eche una mano en agradecimiento de sus fieles servicios. Mas… si eso sucede… Dios nos ayudará igualmente. No llores, María, que el verte llorar es para mí un dolor mucho mayor que el de tener que marchar al exilio.

-¡Perdóname, José! No lloro por mí, ni por los pocos bienes que pierdo. Lloro por ti… ¡Ya mucho te has tenido que sacrificar! Ahora, otra vez, te quedas sin clientes, sin casa… ¡Cuánto te cuesto, José!

-¿Cuánto? No, María. No me cuestas nada. Me consuelas. Siempre me consuelas. No pienses en el mañana. Tenemos el caudal que nos han dado los Magos. Nos servirán de ayuda al principio. Luego me buscaré un trabajo. Un obrero honrado y competente se abre camino enseguida. Ya lo has visto aquí. No me da abasto el tiempo para el cúmulo de trabajo.

-Sí, lo sé. Pero, ¿quién te va a aliviar tu nostalgia?

-¿Y a ti? ¿Quién te va a aliviar la nostalgia de esa casa que tanto amas?

-Jesús. Teniéndolo a Él, tengo todo lo que allí tenía.

-Y yo también teniendo a Jesús tengo ya esa patria que he esperado hasta hace pocos meses, y… tengo a mi Dios. Ya ves que no pierdo nada de lo que más amo. Basta con salvar a Jesús; si es así, todo nos queda. Aunque no volviéramos a ver este cielo, estos campos, o los aún más amados campos de Galilea, siempre tendremos todo porque lo tendremos a Él. Ven, María, que empieza a clarear. Llega el momento de saludar a la huésped y de cargar nuestras cosas. Todo irá bien. ‘

María se pone en pie, obediente. Se arropa en su manto; mientras tanto, José prepara un último bulto, se lo carga y sale.

María levanta delicadamente al Niño, lo arropa en un mantón y lo aprieta contra su pecho. Mira las paredes que durante meses la han hospedado y, rozándolas apenas, las toca con una mano. ¡Bendita esa casa, que ha merecido ser amada y bendecida por María!

Sale. Cruza la habitacioncita que era de José, entra en la estancia grande. La dueña de la casa, en lágrimas, la besa y se despide de Ella, y, levantando un borde del mantón, besa al Niño en la frente. Él duerme tranquilo. Bajan por la escalerita exterior.

Hay un primer claror de alborada que apenas permite ver. En la escasa luz se ven tres burros. El más fuerte lleva los enseres. Los otros van sólo con la albarda. José está manos a la obra para asegurar bien el baulillo y los paquetes en la albarda del primero. Veo, atados en un haz, y colocados encima del fardo, sus utensilios de carpintero.

Nuevos saludos y nuevas lágrimas. María se monta en su burrillo, mientras la patrona tiene a Jesús en brazos y lo besa una vez más; luego se lo devuelve a María. Monta también José, el cual ha atado su asno al que lleva los equipajes, para estar libre y poder así controlar el de María.

La huida comienza mientras Belén, que sueña todavía la fantasmagórica escena de los Magos, duerme tranquila, sin saber lo que le espera.

Y la visión cesa así.

Dice Jesús:

-Y también esta serie de visiones terminan así. Hemos ido mostrándote las escenas que precedieron, acompañaron y siguieron a mi Llegada; no por ellas mismas, que son muy conocidas, sino para aplicación, en ti y en los demás, del sentido sobrenatural que de ellas deriva, y dároslo como norma de vida.

Estas escenas son muy conocidas, aunque haya que decir que han sido alteradas por elementos que han ido superponiéndose con los siglos, debido siempre a ese modo de ver, humano, que, pretendiendo dar mayor gloria a Dios — y por ello queda perdonado —transforma en irreal lo que sería tan bonito dejar real. Porque ello no disminuye mi Humanidad ni la de María, de la misma manera que este ver las cosas en su realidad no ofende ni a mi Divinidad ni a la Majestad del Padre ni al Amor de la Trinidad santísima; antes bien, con ello resplandecen los méritos de mi Madre y mi perfecta humildad, y refulge la bondad omnipotente del eterno Señor.

El Decálogo es la Ley; mi Evangelio, la doctrina que os la hace más clara y más atractiva de seguirse. Serían suficientes esta Ley y esta Doctrina para obtener, de los hombres, santos.

Pero vuestra humanidad os pone tantas dificultades — humanidad que, verdaderamente, en vosotros sobrepuja demasiado al espíritu — que no podéis seguir estos caminos, y caéis, u os detenéis descorazonados. Os decís a vosotros mismos, y a quienes quisieran haceros caminar citándoos los ejemplos del Evangelio: «Pero Jesús, María, José… (y así todos los santos) no eran como nosotros. Eran fuertes; han sufrido, pero han sido inmediatamente consolados; fueron aliviados incluso de ese poco dolor que sufrieron; no sentían las pasiones… Eran seres que ya estaban fuera de la tierra».

¡Ese poco dolor!… ¡No sentían las pasiones!…

El dolor fue amigo fiel nuestro, con los más variados aspectos y nombres.

Las pasiones… No uséis mal la palabra, llamando «pasiones» a los vicios que os sacan del camino recto. Llamadlos sinceramente «vicios», y, además, capitales. No es que nosotros ignorásemos los vicios. Teníamos ojos y oídos, y Satanás hacía danzar ante nosotros y a nuestro alrededor estos vicios, mostrándonoslos en los viciosos con toda su carga de suciedad, o tentándonos con insinuaciones. Mas estas porquerías y estas insinuaciones, tendida como estaba la voluntad a querer agradar a Dios, en vez de producir lo que se había propuesto Satanás, producían lo contrario. Y cuanto más insistía él, más nos refugiábamos nosotros en la luz de Dios, por asco hacia las tinieblas fangosas que nos ponía ante los ojos del cuerpo y del espíritu.

Pero no hemos ignorado las pasiones en sentido filosófico entre nosotros.

Amamos la patria, y con ella a nuestra pequeña Nazaret, más que a cualquier otra ciudad de Palestina. Tuvimos afectos hacia nuestra casa, hacia los parientes y los amigos. ¿Por qué no íbamos a haberlos tenido? Pero no nos hicimos esclavos de los afectos, porque nada sino Dios debe ser señor; antes bien hicimos de ellos buenos compañeros nuestros.

Mi Madre gritó de alegría cuando, pasados aproximadamente cuatro años, volvió a Nazaret y puso pie en su casa, y besó esas paredes entre las cuales su «Sí» abrió su seno para recibir la Semilla de Dios. José saludó con alegría a los parientes, a los sobrinitos, crecidos en número y en edad. Gozó al verse recordado por sus conciudadanos y al ver que por sus dotes en el oficio lo buscaron enseguida. Yo fui sensible a la amistad. Sufrí por la traición de Judas como por una crucifixión moral. ¿Y qué?: ni mi Madre ni José antepusieron su amor a la casa, o a los familiares, a la voluntad de Dios.

Y Yo no escatimé palabras — si había que decirlas — que me habrían de acarrear el rencor de los hebreos o la animadversión de Judas. Yo sabía — y podría haberlo hecho — que bastaba el dinero para sujetarlo a mí; pero hubiera sido no a mí como Redentor sino a mí como rico. Yo, que multipliqué los panes, si hubiera querido, habría podido multiplicar el dinero; pero no había venido para proporcionar satisfacciones humanas. A nadie. Mucho menos a los que había llamado. Yo había predicado sacrificio, desapego, vida casta, puestos humildes. ¿Qué Maestro habría sido Yo, qué Justo, si hubiese dado dinero a uno para su sensualismo mental y físico, sólo porque ése hubiera sido el modo de sujetarlo a mí?

Para ser grandes en mi Reino hay que hacerse «pequeños». Quien quiera ser «grande» a los ojos del mundo no es apto para reinar en mi Reino; paja es para el lecho de los demonios. Porque la grandeza del mundo está en antítesis con la Ley de Dios.

El mundo llama «grandes» a quienes — con medios casi siempre ilícitos — saben conseguir los mejores puestos y, para hacerlo, hacen del prójimo escabel, y ponen su pie encima y lo aplastan; llama «grandes» a los que saben matar para reinar — matar moral o materialmente — y arrebatan puestos o se enseñorean de las naciones y se enriquecen desangrando a los demás, arrebatándoles la riqueza individual o colectiva. El mundo llama frecuentemente «grandes» a los delincuentes. No. La «grandeza» no está en la delincuencia, está en la bondad, la honradez, el amor, la justicia. ¡Observad qué venenosos frutos — recogidos en su malvado, demoníaco jardín interior — vuestros «grandes» os ofrecen!

Deseo hablar de la última visión, dejando de lado otras cosas, total, sería inútil, porque el mundo no quiere oír la verdad que le concierne. Esta visión da luz acerca de un detalle citado dos veces en el Evangelio de Mateo, una frase repetida dos veces: «¡Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto!»; «¡Levántate, toma al Niño y a su Madre y vuelve a la tierra de Israel!». Y has podido ver cómo en la habitación estaba María sola con el Niño.

La virginidad de María después del parto y la castidad de José sufren muchas agresiones por parte de quienes, siendo sólo lodo putrefacto, no admiten que uno pueda ser ala y luz. Desdichados, cuyo fauno está tan corrompido y cuya mente está tan prostituida a la carne, que son incapaces de pensar que uno como ellos pueda respetar a una mujer, viendo en ella el alma y no la carne; incapaces de elevarse a sí mismos viviendo en una atmósfera sobrenatural, tendiendo no a las cosas carnales, sino a las divinas.

Pues bien, a estos que combaten contra la suprema belleza, a estos gusanos incapaces de transformarse en mariposa, a estos reptiles cubiertos por la baba de su lujuria, incapaces de comprender la belleza de una azucena, Yo les digo que María fue virgen y siguió siéndolo, y que solo su alma se desposó con José, como también su espíritu únicamente se unió al Espíritu de Dios, y por obra de Éste concibió al Único que llevó en su seno: a mí, a Jesucristo, Unigénito de Dios y de María.

No se trata de una tradición que haya florecido después, por un amoroso respeto hacia mi Bienaventurada Madre; se trata de una verdad conocida ya desde los primeros tiempos.

Mateo no nació siglos más tarde; era contemporáneo de María. Mateo no era un pobre ignorante que hubiera vivido en los bosques y que fuera propenso a creerse cualquier patraña. Era un funcionario de hacienda, como diríais ahora vosotros (nosotros entonces decíamos recaudador). Sabía ver, oír, entender, escoger entre la verdad y la falsedad. Mateo no oyó las cosas por referencias de terceros, sino que las recogió de labios de María, preguntándole a Ella, llevado de su amor hacia el Maestro y hacia la verdad.

Y no quiero pensar que estos que niegan la inviolabilidad de María piensen que Ella quizás pudo mentir. Mis propios parientes, si hubiera habido otros hijos, hubieran podido desmentir su testimonio: Santiago, Judas, Simón y José eran condiscípulos de Mateo. Por tanto éste hubiera podido fácilmente confrontar las versiones, si hubiese habido otras versiones. Y sin embargo Mateo nunca dice: «¡Levántate y toma contigo a tu mujer!». Dice: «¡Toma contigo a la Madre de Él!». Y antes dice: «Virgen desposada con José»; ‘José, su esposo».

Y que éstos no objeten que se trataba de un modo de hablar de los hebreos, como si decir «la mujer de» fuera una infamia. No, negadores de la Pureza. Ya desde las primeras palabras del Libro se lee: «… y se unirá a su mujer». Se la llama «compañera» hasta el momento de la consumación física del vínculo matrimonial, y luego se la llama «la mujer de» en distintos momentos y en distintos capítulos. Así se les llama a las esposas de los hijos de Adán; y a Sara, llamada «mujer de» Abraham: «Sara, tu mujer». Y también: «Toma contigo a tu mujer y a tus dos hijas», a Lot. Y en el libro de Rut está escrito: «La Moabita, mujer de Majlón». Y en el primer libro de los Reyes se dice: «Elcana tuvo dos mujeres»; y luego: «Elcana después conoció a su mujer Ana»; y también: «Elí bendijo a Elcana y a la mujer de éste». Y también en el libro de los Reyes está escrito: «Betsabé, mujer de Urías Eteo, vino a ser mujer de David y le dio a luz un hijo». Y ¿qué se lee en el libro azul de Tobías, lo que la Iglesia os canta en vuestras bodas, para aconsejaros que seáis santos en el matrimonio? Se lee: «Llegado Tobit con su mujer y con su hijo…»; y también: «Tobit logró huir con su hijo y con su mujer».

Y en los Evangelios, o sea, en tiempos contemporáneos a Cristo, en que, por tanto, se escribía con lenguaje moderno respecto a aquellos tiempos — por lo que no pueden sospecharse errores de trascripción — se dice, y precisamente lo dice Mateo en el capítulo 22: «…y el primero, habiendo tomado mujer, murió y dejó su mujer a su hermano». Y Marcos en el capítulo 10: «Quien repudia a su mujer…». Y Lucas llama a Isabel mujer de Zacarías, cuatro veces seguidas; y en el capítulo 8 dice: ‘Juana, mujer de Cusa».

Como podéis ver, este nombre no era un vocablo proscrito por quien estaba en las vías del Señor, un vocablo inmundo, no digno de ser proferido, y mucho menos escrito, donde se tratara de Dios y de sus obras admirables. Y el ángel, diciendo: «el Niño y su Madre», os demuestra que María fue verdadera Madre suya, pero no fue la mujer de José; siempre fue: la Virgen desposada con José.

Y ésta es la última enseñanza de estas visiones. Y es una aureola que resplandece sobre las cabezas de María y de José. La Virgen inviolada. El hombre justo y casto. Las dos azucenas entre las que crecí oyendo sólo fragancias de pureza.

A ti, pequeño Juan, te podría hablar sobre el dolor de María por su doble, brusca separación de la casa y de la patria. Pero no hay necesidad de palabras. Tú lo comprendes y ello te hace morir. Dame tu dolor. Sólo quiero esto. Es más que cualquier otra cosa que puedas darme. Es viernes, María. Piensa en mi dolor y en el de María en el Gólgota para poder soportar tu cruz.

Nuestra paz y nuestro amor quedan contigo.

 

LA SAGRADA FAMILIA EN EGIPTO. UNA LECCIÓN PARA LAS FAMILIAS.

25 de Enero de 1944 (12 de la noche).

La suave visión de la Sagrada Familia. El lugar está en Egipto. No tengo dudas de ello porque veo el desierto y una pirámide.

Veo una casucha de un solo piso, el bajo, toda blanca. Una pobre casa de una muy pobre gente. Las paredes están apenas revocadas y cubiertas de una mano de cal. La casita tiene dos puertas, una junto a la otra, que introducen en sus dos únicas habitaciones, en las que, por ahora, no entro. La casita está en medio de un pedazo de tierra arenosa rodeada por una protección de cañas hincadas en el suelo: una protección muy débil contra los ladrones; puede servir sólo como defensa contra algún perro o gato vagabundo. Claro, ¿a quién le van a venir ganas de robar donde se ve que no hay ni sombra de riqueza?

Esta poca tierra que el seto de cañas limita ha sido cultivada pacientemente como una pequeña huerta, a pesar de ser árida y poco fértil. Para hacer más tupido y menos escuálido el seto, han traído unas plantas trepadoras, que me parecen modestos convólvulos. Sólo en uno de los lados, hay un arbusto de jazmines en flor y una mata de rosas de las más comunes. En la huertecilla, en los pocos cuadros del centro, noto que hay unas modestísimas verduras, bajo un árbol dejado crecer libremente, que no sé qué clase de árbol es, y que da un poco de sombra al terreno soleado y a la casita. A este árbol está atada una cabrita blanca y negra, que está comiendo y rumiando las hojas de algunas ramas dejadas caer al suelo.

Allí cerca, sobre una estera extendida en el suelo, está el Niño Jesús. Me da la impresión de que tiene unos dos años, o dos años y medio como mucho. Está jugando con unos pedacitos de madera tallados, que parecen ovejitas o caballitos, y con unas virutas de madera de color claro, menos rizadas que sus bucles de oro. Con sus manitas regordetas está tratando de poner estos collares de madera en el cuello de sus animalitos.

Está tranquilo y sonriente. Muy guapo. Una cabecita toda de bucles de oro muy tupidos; piel clara y delicadamente rosácea; ojitos vivos, brillantes, de color azul intenso. La expresión, naturalmente, es distinta, pero reconozco el color de los ojos de mi Jesús (dos zafiros oscuros y bellísimos).

Viste una especie de larga camisita blanca, que será, sin duda, su túnica; con las mangas hasta el codo. Los pies, en este momento, al desnudo. Las diminutas sandalias están sobre la estera y juega también con ellas el Niño: mete en la suela sus animalitos, y tira de la correa de la sandalia, como si fuera un carrito. Son unas sandalias muy sencillas: una suela y dos correas, que salen: una, de la puntera; otra, del talón; la de la puntera tiene un punto en que se bifurca y una parte pasa por el ojo de la correa del talón para anudarse luego con la otra parte, formando un anillo en la garganta del pie.

Un poco separada — también a la sombra del árbol — está la Virgen. Está tejiendo en un tosco telar; mientras, vigila al Niño. Veo que las finas y blancas manos van y vienen entramando, y el pie, calzado con sandalia, mueve el pedal. La viste una túnica de color flor de malva, un violeta rosáceo, como el de ciertas amatistas. Tiene la cabeza descubierta, con lo cual puedo ver cómo sus cabellos rubios están separados en dos en la cabeza y peinados sencillamente con dos trenzas que a la altura de la nuca le forman un bonito moño. Las mangas de la túnica son largas y más bien estrechas. No lleva ningún adorno, aparte de su belleza y de su expresión dulcísima. El color del rostro, del pelo y de los ojos, la forma de la cara, son como siempre que la veo. Aquí parece jovencísima. Aparenta apenas veinte años.

En un momento dado se levanta; se inclina hacia el Niño y, cuidadosamente, le pone otra vez las sandalias y se las ata; lo acaricia y lo besa en la cabecita y en los ojitos. El Niño farfulla unas palabras y Ella responde, pero no entiendo las palabras. Luego vuelve a su telar, extiende sobre la tela y sobre la trama un paño, coge la banqueta en que estaba sentada y se la lleva a la casa. El Niño la sigue con la mirada, sin importunarla cuando Ella lo deja solo.

Se ve que el trabajo ha terminado y que empieza a caer la tarde. En efecto, el Sol baja hacia las arenas desnudas y un verdadero fuego invade el cielo detrás de la pirámide lejana.

María vuelve. Coge de la mano a Jesús para que se levante de la esterilla. El Niño obedece sin resistencia. Mientras su Mamá está re-cogiendo los juguetes y la estera y llevando esas cosas a casa, Él corre hacia la cabrita con un trotecillo de sus bien torneadas piernecitas, y le echa los bracitos al cuello. La cabrita bala y frota su morrito en los hombros de Jesús.

María vuelve. Tiene ahora un largo velo sobre la cabeza y una ánfora en la mano. Coge a Jesús de la manita y se encaminan los dos, rodeando la casa, hacia la otra fachada.

Yo los sigo, admirando la gracia de la escena: la ‘Virgen conformando su paso al del Niño, y el Niño a su lado dando saltitos o pasitos rápidos. Veo cómo se alzan y se posan los rosados talones, con la gracia propia de los pasos de los niños, sobre la arena del senderillo. Me doy cuenta de que su túnica no le llega a los pies, sino sólo hasta la mitad del muslo. Es primorosa, sencillísima, y está sujeta a la cintura por un cordoncito también blanco.

Veo que en la parte delantera de la casa el seto está interrumpido por una tosca cancilla; María la abre para salir al camino (un mísero camino al extremo de una ciudad — o pueblo —, donde el centro habitado termina en el campo abierto, que aquí está constituido de arena y alguna que otra casita, pobre como ésta, con alguna que otra mísera huerta).

No veo a nadie. María mira hacia el centro, no hacia el campo, como si esperara a alguien, luego se dirige a un pilón —

o pozo — que está a unos cuantos metros más arriba, sombreado en círculo por palmeras. Y veo que el terreno en ese lugar tiene hierba verde.

Veo que se acerca por el camino un hombre; no demasiado alto, pero robusto. Reconozco en él a José. Viene sonriente. Es más joven que cuando lo vi en la visión del Paraíso. Aparenta como mucho cuarenta años. Su pelo y barba son tupidos y negros; la piel, más bien tostada; los ojos, oscuros. Un rostro honesto y agradable, un rostro que inspira confianza.

Al ver a Jesús y a María acelera el paso. Trae sobre el hombro izquierdo una especie de sierra y una especie de cepillo de carpintero, y en la mano otras herramientas del oficio, no iguales que las de ahora, pero sí muy parecidas. Parece como si estuviera regresando de haber hecho algún trabajo en casa de alguno. Su vestido es de un color entre avellana y marrón; no muy largo — le llega sólo hasta un buen trozo por encima del tobillo —, con las mangas cortas, hasta el codo. Lleva a la cintura una correa de cuero — me parece —. Se trata de un vestido típicamente de trabajo. Calzan sus pies unas sandalias cruzadas a la altura del tobillo.

María sonríe y el Niño emite unos grititos de alegría mientras tiende hacia adelante su bracito libre. Cuando se encuentran los tres, José se inclina para ofrecerle al Niño un fruto — por el color y la forma, creo que es una manzana —. Luego le tiende los brazos y el Niño deja a su Mamá y se acurruca entre los brazos de José, e inclina su cabecita para apoyarla en la cavidad que forma el cuello de él. José besa a Jesús y Jesús besa a José. Una acción llena de afectuosa gracia.

Me he olvidado de decir que María, diligentemente, había cogido las herramientas de trabajo de José para que pudiera abrazar al Niño sin ningún estorbo.

Luego José, que se había acuclillado para ponerse a la altura de Jesús, se alza de nuevo. Coge sus herramientas con la mano izquierda y mantiene al pequeño Jesús estrechado contra su robusto pecho con la derecha; así, se encamina hacia la casa mientras María va a  la fuente a llenar su ánfora.

Entrado en el recinto de la casa, José baja al suelo al Niño, coge el telar de María y lo lleva a casa; luego ordeña a la cabrita. Jesús observa atentamente estas operaciones, como también la de encerrar a la cabrita en un cuartito hecho en uno de los lados de la casa.

Se pone la tarde. Veo el rojo del ocaso hacerse violáceo sobre la arena que parece temblar por el calor; y la pirámide parece más oscura.

José entra en la casa, en una habitación que debe ser taller, cocina y comedor al mismo tiempo. Se ve que el otro cuarto es el destinado al descanso; pero en él yo no entro. Hay una tenue lumbre encendida. Hay un banco de carpintero, una pequeña mesa, unas banquetas, unas repisas donde están los pocos platos y vasos que tienen y también dos lámparas de aceite. En uno de los rincones, el telar de María. Y… mucho, mucho orden y limpieza; es una morada pobrísima, pero está limpísima.

Quisiera hacer esta observación: en todas las visiones que tienen por objeto la vida humana de Jesús, he notado que, tanto El, como María, como José, como Juan, tienen siempre en orden y limpios el vestido y la cabeza; vestidos modestos, peinados sencillos pero de una limpieza que les hace aparecer señoriales.

María vuelve con el ánfora. Ha llegado rápido el crepúsculo. Cierran la puerta. Una lamparita, que José ha encendido y colocado sobre su banco, da claridad a la habitación; encorvado hacia éste, él sigue trabajando, en unas pequeñas tablas. Mientras tanto María prepara la cena. También la lumbre da claridad a la habitación. Jesús, con sus manitas apoyadas en el  banco y con la cabecita mirando hacia arriba, observa lo que hace José.

Luego se sientan a la mesa después de haber rezado. No se hacen — es natural — el signo de la cruz, pero rezan; José dirige la oración, María responde. No entiendo las palabras. Debe ser un salmo. Lo dicen en una lengua que me es totalmente desconocida.

Se sientan a cenar. Ahora la lamparita está encima de la mesa. María tiene a Jesús en su regazo y le da a beber la leche de la cabrita y moja en la leche unas rebanadas de un pan pequeño y de forma redondeada, de corteza y miga duras. Parece un pan hecho con centeno y cebada. Tiene mucho salvado, claro, porque es pan moreno. Entre tanto, José come pan y queso: una raja delgada de queso y mucho pan. Luego María sienta a Jesús en una banquetita que está a su lado y trae a la mesa unas verduras cocidas — creo que están hervidas y condimentadas en la forma en que normalmente hacemos nosotros — y, después de servirse José, también las come Ella.

Jesús mordisquea tranquilo su manzana, y descubre sonriendo sus dientecitos blancos. La cena termina con unas aceitunas o dátiles. No sé bien, porque, para ser aceitunas, son demasiado claras, pero, para ser dátiles, son demasiado duros. Vino, nada. Es una cena de gente pobre.

Pero tanta es la paz que se respira en esta habitación, que no podría dármela igual la visión de ningún pomposo palacio. ¡Y cuánta armonía!

Dice Jesús:  

-La lección, para ti y para los demás, está en las cosas que has visto. Es una lección de humildad, de resignación y de armonía. Sirva de ejemplo a todas las familias cristianas, y, de forma particular, a las que viven en este peculiar y doloroso momento.

Has visto una casa pobre; una casa pobre — y esto es lo doloroso — en un país extranjero.

Muchos, sólo por el hecho de ser unos fieles «pasables», que rezan y me reciben a mí bajo las especies eucarísticas, que rezan y comulgan por «sus» necesidades, no por las necesidades de las almas y para la gloria de Dios — porque es muy raro el que al orar no sea egoísta —, muchos, sólo por este hecho, esperan poder disfrutar de una vida material fácil al amparo del más mínimo dolor, de una vida próspera y feliz.

José y María me tenían a mí, Dios verdadero, como Hijo suyo, y, no obstante, no tuvieron ni siquiera ese mínimo bien de ser pobres en su patria, en el país donde se los conocía; donde, por lo menos, tenían una casita «suya» y al menos la preocupación del alojamiento no añadía angustia a las muchas otras, en el país en que, por ser conocidos, habría sido más fácil encontrar trabajo y proveer a las necesidades de la vida. Son dos expatriados precisamente por tenerme a mí. Un clima distinto, un país distinto — ¡y tan triste respecto a los dulces campos de Galilea! —, lengua distinta, costumbres distintas, allí, entre una gente que no los conocía y que, como es normal entre los pueblos, desconfiaban de expatriados y desconocidos.

Les faltaban los queridos y cómodos muebles de «su» casita, y esas otras muchas cosas, humildes pero necesarias, que allí había y que entonces no parecían tan necesarias, mientras que aquí, rodeados de esta nada, habrían parecido incluso bonitas (como lo superfluo que hace deliciosas las casas de los ricos). Sentían la nostalgia de la tierra y de la casa, y la preocupación de esas pobres cosas dejadas allí, de la huertecita que quizás ninguno cuidaría, de la vid y de la higuera y de las otras plantas útiles. Les apremiaba la necesidad de conseguir el alimento cotidiano, el vestido, el fuego todos los días; y la necesidad de atenderme a mí, un Niño, al cual no se le podía dar la comida que a sí mismo uno puede darse. Y tenían el corazón lleno de pesares: por las nostalgias, la incógnita del mañana, la desconfianza de la gente, reacia como es, especialmente en los primeros momentos, a acoger ofertas de trabajo de dos desconocidos.

Y a pesar de todo, ya has visto cómo en esta morada se respira serenidad, sonrisa, concordia; y cómo, de común acuerdo, se trata de embellecerla — incluso la mísera huertecita — para que se asemeje más a la que han dejado y para hacerla más confortable. Y cómo en ellos hay un solo pensamiento: hacerme esa tierra menos hostil, a mí, Santo; hacerme esa tierra menos mísera, a mí, que vengo de Dios. Es un amor de creyentes y de padres, que se manifiesta en mil cuidados, que van desde la cabrita — comprada con muchas horas extra de trabajo — hasta los juguetitos tallados en la madera que sobraba, o hasta esa fruta cogida sólo para mí, negándose a sí mismos un bocado.

¡Oh, amado padre mío de la Tierra, cuánto te ha querido Dios, Dios Padre en las Alturas; Dios Hijo, que se ha hecho Salvador, en la Tierra!

En esta casa no hay nerviosismos, caras largas o sombrías, como no hay tampoco el echarse en cara recíprocamente nada, y mucho menos a Dios, que no los ha colmado de bienestar material. José no acusa a María de ser causa de su incomodidad, como tampoco María acusa a José de no saberle dar un mayor bienestar. Se aman santamente, eso es todo, y, por tanto, su preocupación no es el propio bienestar, sino el del cónyuge. El verdadero amor no conoce egoísmo. El verdadero amor es siempre casto, aunque no sea perfecto en la castidad como el de los dos esposos vírgenes. La castidad unida a la caridad conlleva todo un bagaje de otras virtudes y, por tanto, hace, de dos que se aman castamente, dos cónyuges perfectos.

El amor de mi Madre y de José era perfecto. Por tanto era impulso de todas las virtudes, especialmente de la caridad para con Dios, que en todo momento era bendecido, a pesar de que su santa voluntad resultase penosa para la carne y para el corazón; era bendecido porque por encima de la carne y del corazón, en estos dos santos, vivía y dominaba más intensamente el espíritu, el cual magnificaba agradecido al Señor por haberlos elegido para ser los custodios de su eterno Hijo.

En aquella casa se hacía oración. Demasiado poco se reza en las casas ahora. Se levanta el día y desciende la noche, empezáis a trabajar y os sentáis a la mesa… sin un pensamiento para el Señor, que os ha permitido ver un nuevo día, que os ha permitido llegar a una nueva noche, que ha bendecido vuestros esfuerzos y ha concedido que éstos os fueran medio para obtener ese alimento, ese fuego, esos vestidos, ese techo que, sí, también le son necesarios a vuestra condición humana.

Siempre es «bueno» lo que viene de Dios, que es bueno. Aunque ello sea pobre y escaso, el amor le da sabor y sustancia; ese amor que os hace ver en el eterno Creador al Padre que os ama.

En aquella casa había frugalidad. La habría habido aunque el dinero no hubiera faltado. Se comía para vivir, no para gozo de la gula con la insaciabilidad de los comilones y los caprichos de los glotones, que se llenan hasta rebosar o desperdician dinero en alimentos caros sin pensar siquiera en quien escasea de comida o no la tiene, sin reflexionar en que si fueran moderados ellos muchos podrían ser aliviados de las dentelladas del hambre.

En aquella casa había amor por el trabajo. Este amor hubiera existido aunque el dinero hubiera abundado; porque, trabajando, el hombre obedece al mandato de Dios y se libera del vicio que, cual tenaz hiedra, aprieta y ahoga a los ociosos, que son como bloques de piedra inmóviles. Bueno es el alimento, sereno es el descanso, contento se siente el corazón, cuando uno ha trabajado bien y disfruta de su tiempo de reposo entre un trabajo y otro. El vicio, con sus múltiples facetas, no arraiga ni en la casa ni en la mente de quien ama el trabajo; al no arraigar el vicio, prospera el afecto, la estima, el respeto mutuo, y crecen los tiernos vástagos en un ambiente puro, viniendo a ser así a su vez origen de futuras familias santas.

En aquella casa reinaba la humildad. ¡Cuán vasta lección de humildad para vosotros, soberbios! María habría tenido, humanamente, miles de motivos para ensoberbecerse y para obtener que el cónyuge la adorase. Muchas mujeres lo hacen, y sólo por ser un poco más cultas, o de ascendencia más noble, o más acaudaladas que el marido. María es Esposa y Madre de Dios, y, sin embargo, sirve — no se hace servir — al cónyuge, y es toda amor para con él. José es la cabeza en esa casa; ha sido juzgado por Dios digno de ser cabeza de familia, de recibir de Dios al Verbo encarnado y a la Esposa del Espíritu Santo para custodiarlos. Y, con todo, se muestra solícito en aligerar a María de esfuerzos y labores, y se ocupa de los más humildes quehaceres que puede haber en una casa, para que María no se fatigue; y no sólo esto, sino que, como puede, en la medida de sus posibilidades, la alivia y se las ingenia para hacerle cómoda la casa y alegre de flores la pequeña huerta.

En aquella casa se respetaba el orden: sobrenatural, moral y material. Dios, como Señor supremo que es, recibe culto y amor: éste es el orden sobrenatural. José es el cabeza de familia, y recibe afecto, respeto y obediencia: orden moral. La casa es un don de Dios, como también el vestido y los enseres; en todas las cosas se manifiesta la Providencia de Dios, de ese Dios que proporciona la lana a las ovejas, plumas a los pájaros, hierba a los prados, heno a los animales, semillas y ramas a las aves; de ese Dios que teje el vestido del lirio de los valles. Casa, vestido, enseres: estas cosas hay que recibirlas con gratitud, bendiciendo la mano divina que las otorga, tratándolas con respeto, como don del  Señor; no mirándolas, porque sean pobres, con enfado; y sin maltratarlas abusando de la Providencia: éste es el orden material.

No has comprendido la conversación en dialecto nazareno, ni tampoco las palabras de la oración, pero las cosas que has visto han servido de gran lección. ¡Meditadla, vosotros, los que tanto sufrís ahora por haber faltado en tantas cosas a Dios, incluso en aquellas en que jamás faltaron los santos Esposos que me fueron Madre y padre!

Y tú regocíjate con el recuerdo del pequeño Jesús; sonríe pensando en sus pasitos infantiles. Dentro de poco le verás caminar bajo una cruz; entonces será una visión de llanto.

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PRIMERA LECCIÓN DE TRABAJO A JESÚS, QUE SE SUJETÓ A LA REGLA DE LA EDAD

21 de Marzo de 1944.

Veo aparecer, dulce como un rayo de sol en día lluvioso, a mi Jesús, pequeñuelo de unos cinco años aproximadamente, todo rubio y todo lindo con un sencillo vestidito azul celeste que le llega hasta la mitad de sus bien contorneados muslos.

Está jugando con la tierra en el pequeño huerto. Está haciendo montoncillos de tierra, y plantando encima ramitas, como si fueran bosques en miniatura; con piedrecitas marca los senderos. Luego intenta hacer un pequeño lago en la base de sus minúsculas colinas. Para ello coge un fondo de alguna pieza vieja de loza y lo entierra, hasta el borde; luego lo llena de agua con una botija que zambulle en un pilón usado como lavadero o para regar el huerto. Pero lo único que consigue es mojarse el vestido, sobre todo las mangas. El agua se sale del plato desportillado, y, tal vez, rajado, y… el lago se seca.

José ha salido a la puerta y, silencioso, se queda un tiempo mirando todo ese trabajo que está haciendo el Niño, y sonríe. En efecto, es un espectáculo que hace sonreír de alegría. Luego, para impedir que Jesús se moje más, le llama. Jesús se vuelve sonriendo, y, viendo a José, corre hacia él con sus bracitos tendidos hacia adelante. José, con el borde de su indumento corto de trabajo, le seca las manitas llenas de tierra y se las besa. Y comienza un dulce diálogo entre los dos.

Jesús explica su trabajo y su juego, así como las dificultades que había encontrado para llevarlo a cabo. Quería hacer un lago como el de Genesaret (por ello supongo que le habían hablado de él o que lo habían llevado a verlo). Quería hacerlo en pequeño, como entretenimiento. Aquí estaba Tiberíades, allí Magdala, allí Cafarnaúm. Esta era la vía que llevaba, pasando por Caná, a Nazaret. Quería botar al lago unas barquitas — estas hojas son barcas — e ir a la otra orilla. Pero, el agua se sale…

José observa y se interesa tomándolo todo con seriedad. Luego propone hacer él «mañana» un pequeño lago, no con el plato desportillado, sino con un pequeño recipiente de madera, bien estucado y empecinado, en el que Jesús podrá botar verdaderas barquitas de madera que José le va a enseñar a hacer. Precisamente en este momento le iba a traer unas pequeñas herramientas de trabajo, adecuadas para Él; para que pudiera aprender, sin mayor esfuerzo, a usarlas.

-¡Así te podré ayudar! -dice Jesús con una sonrisa.
-Así me podrás ayudar, y te harás un hábil carpintero. Ven a verlas.

Y entran en el taller. Y José le muestra un pequeño martillo, una sierra pequeña, unos minúsculos destornilladores, una garlopa como de juguete; todo ello puesto encima de un banco de carpintero recién hecho: un banco adecuado a la estatura del pequeño Jesús.

-¿Ves cómo se sierra? Se apoya este pedazo de madera así. Se coge la sierra así, y, con cuidado de no ir a los dedos, se sierra. Prueba tú…

Y empieza la lección. Y Jesús, rojo del esfuerzo y apretando los labios, sierra con cuidado, y luego alisa la tablita con la garlopa, y, a pesar de que esté no poco torcida, le parece bonita, y José le alaba y le enseña a trabajar, con paciencia y amor.

María regresa — estaba fuera de casa —, se asoma a la puerta y mira. Ninguno de los dos la ve porque están vueltos de espaldas. La Madre sonríe al ver el interés con que Jesús usa la garlopa, y el afecto con que José le enseña.

Pero Jesús debe sentir esa sonrisa. Se vuelve. Ve a su Mamá y corre hacia Ella con su tablita medio cepillada y se la enseña. María observa con admiración y se inclina hacia Jesús para darle un beso. Le pone en orden los ricitos despeinados, le seca el sudor de su cara acalorada, y, afectuosa, le escucha cuando Jesús le promete que le va a hacer una banquetita para que trabaje más cómoda.

José, erguido junto al minúsculo banco, apoyada su mano en uno de los lados, mira y sonríe.

He presenciado la primera lección de trabajo a mi Jesús. Y toda la paz de esta Familia santa está en mí.
Dice Jesús:
-Te he confortado, alma mía, con una visión de mi niñez, feliz dentro de su pobreza por haber estado rodeada del afecto de dos santos mayores cuales el mundo no tiene ninguno.

Se dice que José fue el padre nutricio mío. ¡Cierto es que, si bien no pudo, como hombre, darme la leche con que me nutrió María, sí se quebrantó a sí mismo trabajando para darme pan y confortación, y tuvo una dulzura de sentimientos de verdadera madre! De él aprendí — y jamás alumno alguno tuvo un maestro mejor — todo aquello que hace del niño un hombre; un hombre, además, que ha de ganarse el pan.

Si bien mi inteligencia de Hijo de Dios era perfecta, hay que reflexionar y creer que Yo no quise saltarme sin más la regla de la edad. Por eso, humillando mi perfección intelectiva de Dios hasta el nivel de una perfección intelectiva humana, me sujeté a tener como maestro a un hombre, a tener necesidad de un maestro. Y el hecho de haber aprendido con rapidez y buena voluntad no me quita el mérito de haberme sujetado a un hombre, como tampoco le quita a este hombre justo el de haber sido él quien nutrió mi pequeña mente con las nociones necesarias para la vida.

Esas gratas horas pasadas al lado de José (quien, como a través de un juego, me puso en condiciones de ser capaz de trabajar), esas horas, no las olvido ni siquiera ahora que estoy en el Cielo. Y cuando miro a mi padre putativo, veo nuevamente el huertecito y el humoso taller, y me parece ver a mi Madre asomándose con esa sonrisa suya que hacía de oro el lugar y dichosos a nosotros.

¡Cuánto deberían las familias aprender de estos esposos perfectos, que se amaron como ningunos otros lo hicieran!

José era la cabeza. Clara e indiscutible era su autoridad familiar; ante ella se plegaba reverente la de la Esposa y Madre de Dios; a ella se sujetaba el Hijo de Dios. Todo lo que José decidía, bien hecho estaba; sin discusiones, sin obstinaciones, sin resistencia alguna. Su palabra era nuestra pequeña ley. ¡Y, a pesar de ello, cuánta humildad tuvo! Jamás abusó de su poder, jamás dictaminó cosa alguna contra todo canon, simplemente por ser el jefe. La Esposa era su dulce consejera, y aunque Ella, en su profunda humildad, se considerase la sierva de su consorte, éste extraía, de su sabiduría de Llena de Gracia, la luz para conducirse en todo lo que acaecía.

Y Yo así fui creciendo, cual flor protegida por dos vigorosos árboles, entre estos dos amores que se entrelazaban por encima de mí para protegerme y amarme.

No. Mientras la edad me hizo ignorar el mundo, Yo no sentí nostalgia del Paraíso. Presentes estaban Dios Padre y el Divino Espíritu, pues María estaba llena de Ellos. Y los ángeles allí moraban, porque nada les hacía alejarse de esa casa. Y hasta podría decir que uno de ellos se había revestido de carne y era José, alma angélica liberada del peso de la carne, dedicada sólo a servir a Dios y a su causa y a amarlo como le aman los serafines. ¡Oh, la mirada de José!: pacífica y pura como la de una estrella ajena a toda concupiscencia terrena. Era nuestro descanso y nuestra fuerza.

Hay muchos que piensan que Yo no sufrí humanamente cuando la muerte apagó esa mirada de santo, esa mirada celadora presente en nuestra casa. Si bien, siendo Dios — y, como tal, conociendo la feliz ventura de José — no me apenó su partida (que tras breve estancia en el Limbo le había de abrir el Cielo), como Hombre sí lloré en esa casa privada de su amorosa presencia. Lloré por el amigo desaparecido. ¿Y es que, acaso, no debía haber llorado por este santo mío, en cuyo pecho, de pequeño, yo había dormido, y del cual había recibido amor durante tantos años?

Finalmente, pongo ante la consideración de los padres cómo sin contar con una erudición pedagógica José supo hacer de mí un hábil artesano. Apenas llegado Yo a la edad que me permitía manejar las herramientas, no dejándome saborear la ociosidad, me encaminó al trabajo, y se sirvió sobre todo de mi amor por María para estimularme a trabajar: hacer aquellos objetos que le fueran útiles a Mamá. Y así se inculcaba el debido respeto que todo hijo debería tener hacia su madre, y sobre este respetuoso y amoroso fulcro apoyaba la formación del futuro carpintero.

¿Dónde están ahora las familias en que a los pequeños se les haga amar el trabajo como medio para realizar algo grato a los padres? Los hijos, actualmente, son los déspotas de la casa. Se desarrollan indiferentes, duros, mezquinos para con sus padres, a quienes consideran a su servicio, como si fueran sus esclavos; no los aman, y de ellos reciben a su vez poco amor. En efecto, al mismo tiempo que hacéis de vuestros hijos unos déspotas caprichosos, os separáis de ellos desentendiéndoos vergonzosamente.

Padres del siglo veinte (ya veintiuno), vuestros hijos son de todos menos vuestros: son de la nodriza, de la institutriz, del colegio, si sois ricos; de los compañeros, de la calle, de las escuelas, si sois pobres. No son vuestros. Vosotras, madres, los generáis, nada más; vosotros, padres hacéis lo mismo. Y, sin embargo, un hijo no es sólo carne; es mente, es corazón, es espíritu. Creed, pues, que nadie tiene más deber y derecho que un padre y una madre de formar esta mente, este corazón, este espíritu.

La familia existe, debe existir. No hay teoría o progreso alguno que pueda válidamente demoler esta verdad sin provocar un desastre. Una institución familiar desmoronada sólo puede dar futuros hombres y mujeres cada vez más depravados, causa a su vez de calamidades crecientes. En verdad os digo que sería preferible que no os casarais más, que no engendrarais más sobre esta tierra, en lugar de tener estas familias menos unidas que un clan de monos, estas familias que no son escuela de virtud, de trabajo, de amor, de religión, sino un caos en que todos viven autónomamente, como engranajes desengranados que al final terminan por romperse.

Seguid, seguid destruyendo. Ya estáis viendo y sufriendo los frutos de vuestra acción quebrantadora de la forma más santa de la vida social. Seguid, seguid, si queréis. Pero luego no os quejéis de que este mundo sea cada vez más infernal, morada de monstruos devoradores de familias y naciones. ¿Así lo queréis? Pues sea así…»

Esto lo decía Jesús en 1944… ¿Qué diría ahora, en 2005, con tantísima corrupción, con tantísimos devaneos y divorcios en los matrimonios, que ya ni siquiera se casan sino que se juntan como los animales, y encima en uniones brutales de hombres con hombres y de mujeres con mujeres, queriendo incluso adoptar hijos, en estas uniones abominables (ante los ojos de Dios) para que éstos vivan la corrupción desde pequeños?…

 

MARÍA, MAESTRA DE JESÚS, JUDAS Y SANTIAGO.

Veo la habitación (ya en Nazaret) que habitualmente usan como comedor, la misma en que María teje o cose. Es la habitación contigua al taller de José, cuyo diligente trabajar se siente; aquí hay, por el contrario, silencio. María está cosiendo unas piezas de lana alargadas, ciertamente tejidas por Ella, que tienen aproximadamente medio metro de anchas y un poco más del doble de largas; creo entender que están destinadas a ser un manto para José.

Por la puerta abierta de la parte del huerto-jardín se ve el seto formado por unas matas de enredado ramaje de esas margaritas pequeñas de color azul-violeta que comúnmente se llaman «Marías» o «Cielo estrellado». Desconozco su exacto nombre botánico. Están florecidas. Por tanto, debe ser otoño. De todas formas, los árboles tienen todavía un follaje verde tupido y hermoso, y las abejas, desde dos colmenas adosadas a una pared soleada, vuelan zumbando, danzando y brillando al sol, de una higuera a la vid, de ésta a un granado lleno de redondos frutos, algunos de los cuales han estallado ya por exceso de vigor y muestran sus collares de jugosos rubíes, alineados en el interior de su verde-rojo cofre, de compartimentos amarillos.

Bajo los árboles. Jesús está jugando con otros dos niños de más o menos su misma edad. Son de pelo rizado, no rubios. Es más, uno de ellos es intensamente moreno: una cabecita de corderito negro que hace resaltar aún más la blancura de la piel de su carita redonda en que se abren dos ojazos de un azul tendente al violáceo; bellísimos. El otro es menos rizado y de un color castaño oscuro, tiene ojos castaños y coloración más morena, aunque con una tonalidad rosácea en los carrillos. Jesús, con su cabecita rubia, entre los otros dos, oscuros, parece ya aureolado de fulgor. Están jugando en concordia con unos pequeños carritos en los que hay… distintas mercancías:: piedrecitas, virutas, pedacitos de madera. Eran mercaderes, sin duda, y Jesús era el que compraba para su Mamá, a la que le lleva ora una cosa, ora otra; María, sonriendo, acepta los objetos comprados.

Pero después de un poco el juego cambia. Uno de los dos niños propone:
-¿Por qué no hacemos el Éxodo a través de Egipto? Jesús es Moisés; yo, Aarón; tú… María.
-¡Pero si yo soy chico!
-¡No importa! ¿Qué más da? Tú eres María y bailas ante el becerro de oro, que será aquella colmena.
-Yo no bailo. Soy un hombre y no quiero ser una mujer; soy un fiel, y no quiero bailar ante el ídolo.

Jesús interviene diciendo:
-Pues no hacemos este pasaje. Podemos hacer ese otro de cuando le eligen a Josué sucesor de Moisés. Así no está ese feo pecado de idolatría y Judas estará contento de ser hombre y sucesor mío. ¿Verdad que estás contento?
-Sí, Jesús. Pero entonces Tú tienes que morir, porque Moisés muere después. No quiero que Tú mueras; Tú, que siempre me quieres tanto».
-Todos morimos… Pero Yo antes de morir bendeciré a Israel, y, dado que aquí sólo estáis vosotros, en vosotros bendeciré a todo Israel.

Es aceptada la propuesta. Pero luego surge una cuestión: si el pueblo de Israel, después de tanto caminar; llevaba o no los carros que tenía al salir de Egipto. Hay disparidad de ideas.
Se recurre a María.
-Mamá, Yo digo que los israelitas tenían todavía los carros. Santiago dice que no. Judas no sabe a quién de los dos dar la razón. ¿Tú sabes si los tenían?
-Sí, Hijo. El pueblo nómada tenía todavía sus carros. En los descansos los reparaban. Montaban en ellos los más débiles. Se cargaba en ellos aquellos víveres o cosas que un pueblo tan numeroso necesitaba. Todas las demás cosas iban en los carros, menos el Arca, que la llevaban a mano.
La cuestión está resuelta.

Los niños van al final del huerto y, desde allí, entonando salmos, vienen hacia la casa. Jesús viene delante cantando salmos con su vocecita de plata. Detrás de Él vienen Judas y Santiago portando un pequeño carrito elevado al rango de Tabernáculo. Pero, dado que además de a Aarón y a Josué tienen que representar también al pueblo, se han quitado los cinturones y se han atado al pie los otros carros en miniatura, y así caminan, serios como si fueran verdaderos actores.

Hacen el recorrido de la pérgola, pasan por delante de la puerta de la habitación donde está María, y Jesús dice:
-Mamá, pasa el Arca, salúdala.
María se levanta sonriendo y se inclina ante su Hijo que, radiante, pasa, aureolado de sol.

Acto seguido Jesús trepa un poco por el lado del monte que limita la casa, o mejor, el huerto. Arriba de la gruta, erguido, dirige unas palabras a… Israel. Manifiesta los preceptos y las promesas de Dios, señala a Josué como caudillo, le llama a sí — Judas también sube arriba de la peña —, le anima y le bendice. Luego pide una… tabla (es la hoja ancha de una higuera) y escribe el cántico, y lo lee; no todo, pero sí una buena parte de él, y al hacerlo da la impresión de que realmente lo estuviera leyendo en la hoja. A continuación se despide de Josué, el cual le abraza llorando, y sube más arriba, justo hasta el borde de la peña. Allí bendice a todo Israel, es decir, a los dos niños que están prosternados en tierra, y luego se acuesta sobre la corta hierbecilla, cierra los ojos y… muere.

María se había quedado, sonriente, a la puerta, y, cuando lo ve echado en el suelo, rígido, grita:
-¡Jesús! ¡Jesús! ¡Levántate! ¡No estés así! ¡Mamá no quiere verte muerto!.
Jesús se levanta del suelo, sonríe, y va hacia Ella corriendo, y la besa. Se acercan lo mismo Santiago y Judas, y María los acaricia también.

-¿Cómo puede acordarse Jesús de ese cántico tan largo y difícil y de todas esas bendiciones? – pregunta Santiago.
María sonríe y responde sencillamente:
-Tiene una memoria muy buena y está muy atento cuando yo leo.
-Yo, en la escuela, estoy atento, pero con tanta lamentación me viene el sueño… Entonces, ¿no voy a aprender nunca?.
-Aprenderás. Tranquilo.

Llaman a la puerta. José atraviesa con paso rápido huerto y habitación, y abre.
-¡La paz sea con vosotros, Alfeo y María!
-Y con vosotros. Paz y bendición.

Es el hermano de José con su mujer. Un rústico carro tirado por un robusto burro está parado en la calle.
-¿Habéis tenido buen viaje?
-Sí, bueno. ¿Y los niños?
-Están en el huerto con María.

Ya los niños venían corriendo a saludar a su mamá. También María está viniendo, trayendo a Jesús de la mano. Las dos cuñadas se besan.
-¿Se han portado bien?
-Sí, muy bien, y han sido muy cariñosos. ¿La familia está toda bien?
-Todos están bien. Nos han dado recuerdos para vosotros. De Caná os mandan muchos regalos: uvas, manzanas, queso, huevos, miel. Y… José, he encontrado exactamente lo que tú querías para Jesús. Está en el carro, en aquella cesta redonda.

La mujer de Alfeo, sonriendo, se curva hacia Jesús, que la está mirando con unos ojos maravillados, abiertísimos; y le besa en esos dos pedacitos de azul y dice:
-¿Sabes lo que he traído para ti? Adivina.
Jesús piensa, pero no adivina. Probablemente lo hace a propósito, para que José tenga la alegría de dar una sorpresa. En efecto, José entra trayendo consigo una cesta redonda. La deposita en el suelo a los pies de Jesús, desata la cuerda que está sujetando la tapadera, la levanta… y una ovejita toda blanca, un verdadero copo de espuma, aparece, dormida sobre un heno muy limpio.
-¡Oh! -exclama Jesús con estupor y beatitud, mientras hace ademán de echarse hacia el animalito, pero… no, se vuelve y corre a donde José, que aún está agachado, y lo abraza y lo besa dándole las gracias.

Los primitos miran con admiración al animalito, que ahora está despierto y alza su rosado morrito y bala buscando a su mamá. Sacan de la cesta a la ovejita y le ofrecen un manojo de tréboles. Ella come, mirando a su alrededor con sus mansos ojos.
Jesús repite una y otra vez: -¡Para mí! ¡Para mí! ¡Padre, gracias!.
-¿Te gusta mucho?
-¡Oh, mucho! Blanca, limpia… una cordera… ¡oh! -y le echa sus bracitos al cuello a la ovejita, pone su cabeza rubia sobre la cabecita, y se queda así, satisfecho.
-También os he traído a vosotros otras dos -dice Alfeo a sus hijos -Pero son de color oscuro. Vosotros no sois ordenados como lo es Jesús y, si hubieran sido blancas, las tendríais mal. Serán vuestro rebaño, las tendréis juntas, y así vosotros dos, golfos, no estaréis ya más por ahí por las calles tirando piedras.

Los dos niños van corriendo al carro para ver a estas otras dos ovejas, más negras que blancas.
Jesús por su parte se ha quedado con la suya. La lleva al huerto, le da de beber, y el animalito le sigue como si lo conociera desde siempre. Jesús la llama. Le pone por nombre «Nieve». Ella responde balando jubilosa.

Los llegados ya están sentados a la mesa. María les sirve pan, aceitunas y queso. Trae también un ánfora de sidra o de agua de manzanas, no lo sé; veo que es de un color dorado muy claro.

Los niños juegan con los tres animales y ellos se ponen a conversar. Jesús quiere que estén las tres ovejas, para darles a las otras también agua y un nombre:
-La tuya, Judas, se llamará «Estrella», por el signo ese que tiene en la frente; y la tuya «Llama», porque tiene un color como el de ciertas llamas de brezo lánguido.
-De acuerdo.
-Espero haber resuelto así la historia de las peleas entre muchachos – dice Alfeo -Tu idea, José, ha sido la que me ha iluminado. Dije: «Mi hermano quiere una cordera para Jesús, para que juegue un poco. Yo me llevo dos para esos golfos, para que estén un poco tranquilos y no tener siempre problemas con otros padres por cabezas o rodillas rotas. Un poco la escuela y un poco las ovejas, lograré tenerlos quietos. Por cierto, este año tendrás que mandar tú también a Jesús a la escuela. Ya es tiempo.
-Yo no voy a mandarlo jamás a Jesús a la escuela -dice María con tono resoluto. Resulta insólito oírla hablar así, y además antes que José (!).
-¿Por qué? El Niño tiene que aprender, para que a su debido tiempo sea capaz de afrontar el examen de la mayoría de edad…».
-El Niño sabrá; pero no irá a la escuela. Está decidido.
-Pues serías la única que actuara así en Israel.
-Pues seré la única, pero actuaré así. ¿No es verdad, José?
-Así es; Jesús no tiene necesidad de ir a la escuela. María se ha formado en el Templo y es una verdadera doctora en el conocimiento de la Ley. Será su Maestra. Es también mi deseo.
-Le estáis mimando demasiado al muchacho.
-Eso no puedes decirlo. Es el mejor de Nazaret. ¿Lo has visto alguna vez llorar o cogerse alguna pataleta o negarse a obedecer o faltar al respeto?
-No. Pero un día será así si lo seguís mimando.
-Tener al lado a los hijos no es mimarlos; es quererlos, con mente cabal y buen corazón. Nosotros amamos así a nuestro Jesús, y, dado que María es una mujer más instruida que el maestro, será Ella la Maestra de Jesús.

-Y cuando sea hombre, tu Jesús será una mujercita temerosa hasta de las moscas.
-No lo será. María es una mujer fuerte y sabe educarle virilmente; y yo no soy ningún mezquino, y sé dar ejemplos viriles. Jesús es un niño sin defectos físicos ni morales. Por tanto se desarrollará recto y fuerte en el cuerpo y en el espíritu. Estate seguro de esto, Alfeo. No dejará mal a la familia. Y, además, ya lo he decidido y es suficiente.
-Lo habrá decidido María. Tú sólo….
-¿Y si así fuera? ¿No es acaso bonito que dos personas que se aman estén en la disposición de tener el mismo pensamiento y la misma voluntad, porque mutuamente abrazan el deseo del otro y lo hacen propio? Si María desease estupideces, yo le diría que no, pero lo que pide son cosas llenas de sabiduría, y yo las apruebo y hago mías. Nosotros nos amamos como el primer día… y lo seguiremos haciendo mientras vivamos, ¿verdad, María?
-Sí, José. Y aún en el caso — y ojalá no suceda jamás — de que uno de los dos muriese y el otro no, nos seguiríamos amando.
José le acaricia a María la cabeza, como si fuera una hija pequeña, y Ella a su vez lo mira con ojos serenos y amorosos.

La cuñada interviene diciendo:
-Tenéis realmente razón. ¡Si yo fuera capaz de enseñar!… En la escuela nuestros hijos aprenden el bien y el mal; en casa, sólo el bien. Pero yo no sé hacerlo… Si María…
-¿Qué quieres, cuñada? Habla libremente. Tú sabes que te quiero y que me siento contenta cada vez que puedo satisfacerte en algo.
-No, yo lo que pensaba… era… Santiago y Judas son sólo un poco mayores que Jesús. Ya van a la escuela… ¡pero, para lo que saben!… Por el contrario, Jesús ya sabe muy bien la Ley… Yo quisiera… bueno, ¿si te pidiera que los tuvieras también a ellos cuando enseñas a Jesús? Creo que ganarían en bondad y en conocimientos. Al fin y al cabo son primos y sería justo que se quisieran como hermanos.., ¡Qué feliz me sentiría!.
-Si José y tu marido quieren, yo por mí estoy dispuesta. Hablar para uno o para tres es igual. Repasar la Escritura es motivo de gozo. Que vengan.
Los tres niños, que habían entrado despacito, han oído estas palabras y están a la espera del veredicto.
-Te harán desesperar, María -dice Alfeo.
-¡No! Conmigo siempre se portan bien. ¿Verdad que os vais a portar bien si yo os enseño?
Los dos niños acuden a su lado corriendo, uno a la derecha, el otro a la izquierda. Le ponen los brazos en torno a los hombros apoyando en ellos sus cabecitas, y hacen promesas de todo el bien posible.
-Déjalos que prueben, Alfeo, y déjame probar también a mí. Yo creo que no quedarás descontento de la prueba. Que vengan todos los días desde la hora sexta hasta la tarde. Será suficiente, créelo. Conozco el arte de enseñar sin cansar. A los niños hay que tenerlos cautivados y distraídos al mismo tiempo. Hay que comprenderlos, amarlos y ser amados para conseguir de ellos. Y vosotros me queréis, ¿no?

La respuesta es dos fuertes besos.
-¿Lo ves?
-Ya lo veo. Sólo me queda decirte: «Gracias». Y Jesús ¿qué va a decir cuando vea a su mamá entretenida en otros? ¿Tú qué dices, Jesús?
-Yo digo: «Bienaventurados los que le prestan atención y levantan su morada junto a la de Ella». Como con la Sabiduría, dichoso aquel que es amigo de mi Madre. Me gozo viendo que aquéllos a quienes amo son sus amigos.
-¿Quién pone tales palabras en labios de este Niño? – pregunta Alfeo asombrado.
-Nadie, hermano, nadie de este mundo.
La visión cesa en este momento.
Dice Jesús:
-Y María fue Maestra mía, de Santiago y de Judas. Y éste es el motivo por el cual hubo entre nosotros amor fraternal, además de por el parentesco; por la ciencia y por haber crecido juntos, como tres sarmientos con un único palo como soporte: la Madre mía. Que en verdad mi dulce Madre era doctora como nadie en Israel. Sede de la Sabiduría, de la verdadera Sabiduría, Ella nos instruyó para el mundo y para el Cielo. Digo que «nos instruyó», porque yo fui alumno suyo no en modo distinto de mis primos. Y el «sello» colocado sobre el misterio de Dios fue mantenido contra las pesquisas de Satanás, mantenido bajo la apariencia de una vida común.

 

PREPARATIVOS PARA LA MAYORÍA DE EDAD DE JESÚS Y SALIDA DE NAZARET

Veo a María encorvada hacia una batea, o, mejor, un barreño de barro, mezclando algo que despide vapor en el aire frío y sereno que llena el huerto de Nazaret.
Debe ser pleno invierno. Lo deduzco del hecho de que, menos olivos, todos los árboles están deshojados y exhaustos. Arriba, un cielo tersísimo y un sol que aun siendo radiante no logra templar la tramontana que hay, que sopla y hace chocar unas con otras las desnudas ramas u ondular las ramitas entre grises y verdes de los olivos.

La Virgen María lleva un vestido tupido de color marrón casi negro, que la cubre enteramente. Se ha colocado delante una tela basta, a manera de mandil, para protegerlo. Saca de la tina el palo conque estaba removiendo el contenido. Veo que del palo caen gotas de un bonito color bermejo. María observa, se moja un dedo con las gotas que caen, y prueba el color en el mandil. Parece satisfecha.
Entra en la casa y vuelve a salir con muchas madejas de blanquísima lana, y las echa, una a una, en la tina, con paciencia y cautela.

Mientras está haciendo esto, entra su cuñada — que viene del taller de José — María de Alfeo. Se saludan. Se hablan.
-¿Queda bien? -pregunta María de Alfeo.
-Espero que sí.
-Me aseguró esa gentil que se trata de la misma tinta y del mismo sistema de teñir que utilizan en Roma. Si me lo dio es porque se trataba de ti y por haber hecho aquellas labores. Ella dice que no hay quien borde como tú, ni siquiera en Roma. Debes haber perdido la vista haciéndolas…
María sonríe y hace un movimiento de cabeza como diciendo:
-¡Son cosas sin importancia!.
La cuñada mira las últimas madejas de lana antes de pasárselas a María, y exclama:
-¡Qué bien las has hilado! Son hilos tan finos y uniformes que parecen cabellos. Tú todo lo haces bien… y ¡qué rápida! ¿Estas últimas serán más claras?.
-Sí, para la túnica; el manto es más oscuro.
Las dos mujeres se ponen a trabajar juntas: primero, en la tina; luego sacan las madejas, ya de un lindo color purpúreo, y corren veloces a sumergirlas en el agua helada que llena el pilón, colocado bajo la fina vena que mana y cae produciendo notas de risitas apenas perceptibles. Aclaran una y otra vez y luego extienden las madejas sobre unas cañas aseguradas a los árboles de unas ramas a otras.
-Con este viento se secarán bien y rápido -dice la cuñada.
-Vamos donde José. Hay lumbre. Debes estar helada -dice María Stma. -Has sido buena conmigo ayudándome. He acabado pronto y con menos esfuerzo. Gracias.
-¡Oh! ¡María! ¿Qué no haría yo por ti! Estar a tu lado es motivo siempre de gozo. Además… todo este trabajo es por Jesús. Y, ¡es tan encantador tu Hijo!… Ayudándote a ti para la celebración de su mayoría de edad, me parecerá sentirme yo también madre suya.
Y las dos mujeres entran en el taller, lleno de ese olor a madera cepillada que es típico de los talleres de carpintero.

Y la visión sufre una interrupción… para continuar después, en el momento de la partida de Jesús para Jerusalén a los doce años.
Su figura es bellísima. Está tan desarrollado, que parece un hermano menor de su joven Madre (ya le llega a María a los hombros); su cabeza, rubia y ensortijada, de melena hasta más abajo de las orejas — ya no tiene el pelo corto, como en los primeros años de su vida — parece un casco de oro repleto de relucientes bucles laborados.
Va vestido de rojo, un bonito rojo de rubí claro: una túnica que le llega hasta los tobillos dejando ver sólo los pies, calzados con sandalias; es una túnica suelta, de mangas largas y amplias. En el cuello, en los bordes de las mangas y en la base, grecas tejidas con colores sobrepuestos, muy bonitas…

Veo el momento en que Jesús entra, acompañado de su Madre, en el — digámoslo así — comedor de la casa de Nazaret.
Jesús tiene doce años. Es un muchacho alto, bien formado, fuerte, aunque no gordo; parece, por su complexión, más adulto de lo que realmente es; le llega ya a su Madre a la altura de los hombros. Su rostro es todavía redondeado y rosado, es todavía el rostro de Jesús niño, rostro que, con el paso del tiempo, con la edad juvenil y viril, se habrá de alargar, y tomará un cromatismo indefinido, una tonalidad como la de ciertos alabastros delicados que tienden apenas al amarillo-rosa.
Sus ojos — también sus ojos — son todavía ojos de niño. Son grandes y miran bien abiertos, con una chispa de alegría perdida en la seriedad de la mirada. Pasado el tiempo, ya no estarán tan abiertos… Los párpados descenderán hasta medio cerrar los ojos, para velarle al Puro y Santo el exceso de mal que hay en el mundo. Solamente en los momentos de los milagros, o cuando ponga en fuga a los demonios o a la muerte, o para curar las enfermedades y los pecados; solamente entonces los abrirá, y centellearán, aún más que ahora. Pero, ni siquiera entonces tendrán esta chispa de alegría mezclada con la seriedad… La muerte y el pecado estarán cada vez más cerca y más presentes, y, con ambos, el conocimiento — con su faceta humana — de la inutilidad del sacrificio a causa de la voluntad contraria del hombre. Sólo en rarísimos momentos de alegría, por estar con los redimidos, y especialmente con los puros — generalmente niños — brillarán de júbilo estos ojos santos y buenos.

Ahora, estando con su Madre, en su casa, y con San José frente a Él, sonriéndole con amor, y con esos primitos suyos que le admiran, y con su tía, María de Alfeo, que le está acariciando, se siente feliz. Mi Jesús tiene necesidad de amor para sentirse feliz, y en este momento lo tiene.
Está vestido con una túnica suelta, de lana, de color rojo rubí claro, suave, perfectamente tejida, fina y compacta al mismo tiempo. En el cuello, por la parte de delante, en la base de las mangas largas y amplias, y en la base de la túnica, que llega hasta abajo dejando apenas ver los pies calzados con sandalias nuevas y bien hechas — no las usuales suelas sujetas al pie con unas correas —, tiene una greca, no bordada, sino tejida en un color más oscuro sobre el color rubí de la túnica. Deduzco que debe ser obra de su Madre, porque la cuñada la admira y alaba.

Su bonito pelo rubio tiene ya una tonalidad más cargada que cuando era un niño pequeño, con reflejos cobrizos en los aros de los bucles que terminan bajo las orejas; ya no son esos ricitos cortos y vaporosos de la infancia, pero tampoco es la melena de la edad adulta, ondulada, que termina a la altura de los hombros en delicada forma tubular; de todas maneras ya tiende a ésta, en color y forma.
-He aquí a nuestro Hijo -dice María levantando con su mano derecha la izquierda de Jesús. Parece como si se lo quisiera presentar a todos y confirmar la paternidad del Justo, que sonríe. Y añade: -Bendícelo, José, antes de partir para Jerusalén. No fue necesaria la bendición para su inicio en la escuela, primer paso en la vida; hazlo ahora que Él va al Templo para ser declarado mayor de edad. Y bendíceme también a mí. Tu bendición… (María contiene el llanto) lo fortalecerá a Él y me dará fuerza a mí para separarme de Él un poco más…
-María, Jesús será siempre tuyo. La fórmula no lesionará nuestras mutuas relaciones. Yo no te voy a disputar a este Hijo, amado nuestro. Ninguno merece como tú el guiarlo en la vida, ¡oh Santa mía!
María se inclina, toma la mano de José y la besa: es la esposa, y ¡qué respetuosa y amante de su consorte!

José acoge este signo de respeto y de amor con dignidad, mas luego alza esa misma mano y la deposita sobre la cabeza de su Esposa diciéndole:
-Sí. Te bendigo, Bendita, y a Jesús contigo. Venid, mis únicos tesoros, honor y finalidad míos -José se muestra solemne: con los brazos extendidos y las palmas vueltas hacia abajo sobre las dos cabezas inclinadas, igualmente rubias y santas, pronuncia la bendición: «El Señor os guarde y os bendiga, tenga misericordia de vosotros y os dé paz. El Señor os dé su bendición». Y luego dice: -En marcha. La hora es propicia para el viaje.

María coge un manto, amplio, de color granate oscuro, y en elegantes pliegues lo dispone sobre el cuerpo de su Hijo. ¡Y cómo lo acaricia al hacerlo!
Salen. Cierran. Se ponen en marcha. Otros peregrinos van en la misma dirección. Fuera del pueblo, las mujeres se separan de los hombres. Los niños van con quien quieren. Jesús se queda con su Madre.
Los peregrinos caminan — la mayoría entonando salmos — por las campiñas llenas de hermosura en el más jubiloso tiempo de primavera. Frescos prados, tiernos cereales, frescos follajes en los árboles poco ha florecidos; hombres cantando por los campos y por los caminos, cantos de pájaros en celo entre las frondas; límpidos arroyos, espejo de las flores de las orillas; corderitos saltarines al lado de sus madres… Paz y alegría bajo el más hermoso cielo de abril.
La visión cesa así.

 

JESÚS EXAMINADO EN SU MAYORÍA DE EDAD EN EL TEMPLO

El Templo en días de fiesta. Muchedumbre de gente entrando o saliendo por las puertas de la muralla, o cruzando los patios o los pórticos; gente que entra en esta o en aquella construcción sita en uno u otro de los distintos niveles en que está distribuido el conjunto del Templo.
Y también entra, cantando quedo salmos, la comitiva de la familia de Jesús; todos los hombres primero, luego las mujeres. Se han unido a ellos otras personas, quizás de Nazaret, quizás amigos de Jerusalén, no lo sé.

José, después de haber adorado con todos al Altísimo desde el punto en que se ve que los hombres podían hacerlo — las mujeres se han quedado en un piso inferior —, se separa, y, con su Hijo, cruza de nuevo, en sentido inverso, unos patios; luego tuerce hacia una parte y entra en una vasta habitación que tiene el aspecto de una sinagoga (!) — ¿Es que había sinagogas en el Templo? —; habla con un levita, y éste desaparece tras una cortina de rayas para volver después con algunos sacerdotes ancianos. Creo que son sacerdotes; son, eso sí, no cabe duda, maestros en cuanto al conocimiento de la Ley y tienen por eso como misión examinar a los fieles.

José presenta a Jesús. Antes ambos se habían inclinado con gran reverencia ante los diez doctores, los cuales se habían sentado con majestuosidad en unas banquetas bajas de madera. José dice:
-Éste es mi hijo. Desde hace tres lunas y doce días ha entrado en el tiempo que la Ley destina para la mayoría de edad. Mas yo quiero que sea mayor de edad según los preceptos de Israel. Os ruego que observéis que por su complexión muestra que ha dejado la infancia y la edad menor; os ruego que lo examinéis con benignidad y justicia para juzgar que cuanto aquí yo, su padre, afirmo, es verdad. Yo lo he preparado para este momento y para que tenga esta dignidad de hijo de la Ley. Él sabe los preceptos, las tradiciones, las decisiones, conoce las costumbres de las fimbrias y de las filacterias, sabe recitar las oraciones y las bendiciones cotidianas. Puede, por tanto, conociendo la Ley en sí y en sus tres ramas, Halasia, Midrás y Haggadá, guiarse como hombre. Por ello, deseo ser liberado de la responsabilidad de sus acciones y de sus pecados. Que de ahora en adelante quede sujeto a los preceptos y pague en sí las penas por las faltas respecto a ellos. Examinadlo.
-Lo haremos. Acércate, niño. ¿Tu nombre?
-Jesús de José, de Nazaret.
-Nazareno… Entonces, ¿sabes leer?
-Sí, rabí. Sé leer las palabras escritas y las que están encerradas en las palabras mismas.
-¿Qué quieres decir con ello?
-Quiero decir que comprendo el significado de la alegoría o del símbolo celado bajo la apariencia; de la misma forma que no se ve la perla pero está dentro de la concha fea y cerrada.
-Respuesta no común, y muy sabia. Raramente se oye esto en boca de adultos, ¡así que fíjate tú, oírselo a un niño, y además, por si fuera poco, nazareno!….
Se ha despertado la atención de los doctores y sus ojos no pierden de vista un instante al hermoso Niño rubio que los está mirando seguro; sin petulancia, sí, pero también sin miedo.
-Eres honra de tu maestro, el cual, ciertamente, era muy docto.
-La Sabiduría de Dios estaba recogida en su corazón justo.
-¿Estáis oyendo? ¡Dichoso tú, padre de un hijo así!.
José, que está en el fondo de la sala, sonríe y hace una reverencia.
Le dan a Jesús tres rollos distintos y le dicen:
-Lee el que está cerrado con una cinta de oro.
Jesús lo desenrolla y lee. Es el Decálogo. Pero, leídas las primeras palabras, un juez le quita el rollo y dice:
-Sigue de memoria.
Jesús sigue, tan seguro que parece como si estuviera leyendo. Y cada vez que nombra al Señor hace una profunda reverencia.
-¿Quién te ha enseñado a hacer eso? ¿Por qué lo haces?
-Porque es un Nombre santo y hay que pronunciarlo con signo interno y externo de respeto. Ante el rey, que lo es por breve tiempo, se inclinan los súbditos, y es sólo polvo, ¿ante el Rey de los reyes, ante el altísimo Señor de Israel, presente, aunque sólo visible al espíritu, no habrá de inclinarse toda criatura, que de Él depende con sujeción eterna?
-¡Muy bien! Hombre, nuestro consejo es que pongas a tu Hijo bajo la guía de Hil.lel o de Gamaliel. Es nazareno… pero
sus respuestas permiten esperar de Él un nuevo gran doctor.
-Mi hijo es mayor de edad. Hará lo que Él quiera. Yo, si su voluntad es honesta, no me opondré.
-Niño, escucha. Has dicho: «Acuérdate de santificar las fiestas, teniendo en cuenta que el precepto de no trabajar en día de sábado fue dicho no sólo para ti, sino también para tu hijo y tu hija, para tu siervo y tu sierva, e incluso para el jumento». Entonces, dime: si una gallina pone un huevo en día de sábado, o si una oveja pare, ¿será lícito hacer uso de ese fruto de su vientre, o habrá que considerarlo como cosa oprobiosa?
-Sé que muchos rabíes — el último de los cuales, en vida aún, es Siammai — dicen que el huevo puesto en día de sábado va contra el precepto. Pero Yo pienso que hay que distinguir entre el hombre y el animal, o quien cumple un acto animal como dar a luz. Si le obligo al jumento a trabajar, yo, al imponerme con el azote a que trabaje, cumplo también su pecado. Pero, si una gallina pone un huevo que ha ido madurando en su ovario, o si una oveja pare en día de sábado — porque ya está en condiciones de nacer su cría —, entonces no. Tal obra, en efecto, no es pecado, como tampoco lo son, a los ojos de Dios, ni el huevo puesto ni el cordero parido en sábado.
-¿Y cómo puede ser eso, si todo trabajo, cualquiera que fuere, en día de sábado, es pecado?
-Porque el concebir y generar corresponde a la voluntad del Creador y están regulados por leyes dadas por Él a todas las criaturas. Pues bien, la gallina no hace sino obedecer a esa ley que dice que después de tantas horas de formación el huevo está completo y ha de ponerse; y la oveja lo mismo, no hace sino que obedecer a esas leyes puestas por Aquel que todo hizo, el cual estableció que dos veces al año, cuando ríe la primavera por los campos floridos y cuando el bosque se despoja de su follaje y el frío intenso oprime el pecho del hombre, las ovejas se emparejasen para dar luego leche, carne y sustanciosos quesos en las estaciones opuestas, en los meses de más arduo trabajo por las mieses, o de más dolorosa escasez a causa de los hielos. Pues entonces, si una oveja, llegado su tiempo, da a luz a su criatura, ¡oh, ésta bien puede ser sagrada incluso para el altar, porque es fruto de obediencia al Creador!.
-Yo no seguiría examinándole. Su sabiduría es asombrosa y supera a la de los adultos.
-No. Se ha declarado capaz de comprender incluso los símbolos. Oigámoslo.
-Que antes diga un salmo, las bendiciones y las oraciones.
-También los preceptos.
-Sí. Di los midrasiots.
Jesús dice sin vacilar una letanía de «no hagas esto… no hagas aquello… ». Si nosotros debiéramos tener todavía todas estas limitaciones, siendo rebeldes como somos, le aseguro que no se salvaría ninguno…
-Vale. Abre el rollo de la cinta verde.
Jesús abre y hace ademán de leer.
-Más adelante, más.

Jesús obedece.
-Basta. Lee y explica, si es que te parece que haya algún símbolo.
-En la Palabra santa raramente faltan. Somos nosotros quienes no sabemos ver ni aplicar. Leo: cuarto libro de los Reyes, capítulo veintidós, versículo diez: «Safan, escriba, siguiendo informando al rey, dijo: ‘El Sumo Sacerdote Jilquías me ha dado un libro’. Habiéndolo leído Safan en presencia del rey, éste, oídas las palabras de la Ley del Señor, se rasgó las vestiduras y dio…».
-Sigue hasta después de los nombres.
-«…esta orden: ‘Id a consultarle al Señor por mí, por el pueblo, por todo Judá, respecto a las palabras de este libro que ha sido encontrado; pues la gran ira de Dios se ha encendido contra nosotros porque nuestros padres no escucharon, siguiendo sus prescripciones, las palabras de este libro’…».
-Basta. Este hecho sucedió hace muchos siglos. ¿Qué símbolo encuentras en un hecho de crónica antigua?
-Lo que encuentro es que no hay tiempo para lo eterno. Y Dios es eterno, y nuestra alma, como eternas son también las relaciones entre Dios y el alma. Por tanto, lo que había provocado entonces el castigo es lo mismo que provoca los castigos ahora, e iguales son los efectos de la culpa.
-¿Cuáles?
-Israel ya no conoce la Sabiduría, que viene de Dios; y es a Él, y no a los pobres seres humanos, a quien hay que pedirle luz; pero la luz no se recibe sin justicia y fidelidad a Dios. Por eso se peca, y Dios, en su ira, castiga.
-¿Nosotros ya no sabemos? ¿Qué dices, niño? ¿Y los seiscientos trece preceptos?
-Los preceptos existen, pero son palabras. Los sabemos, pero no los ponemos en práctica. Por tanto, no sabemos. El símbolo es éste: todo hombre, en todo tiempo, tiene necesidad de consultar al Señor para conocer su voluntad, y debe atenerse a ella para no atraer su ira.
-El niño es perfecto. Ni siquiera la celada de la pregunta insidiosa ha confundido su respuesta. Que sea conducido a la verdadera sinagoga.
Pasan a una habitación de mayores dimensiones y más pomposa. Aquí lo primero que hacen es rebajarle el pelo. José recoge los rizos. Luego le aprietan la túnica roja con un largo cinturón dando varias vueltas en torno a la cintura; le ciñen la frente y un brazo con unas cintas, y le fijan con una especie de bullones unas cintas al manto. Luego cantan salmos, y José alaba al Señor con una larga oración, e invoca toda suerte de bienes para su Hijo.
Termina la ceremonia. Jesús sale acompañado de José. Vuelven al lugar de donde habían venido, se unen de nuevo con los varones de la familia, compran y ofrecen un cordero, y luego, con la víctima degollada, van a donde las mujeres.
María besa a su Jesús. Es como si hiciera años que no lo viera. Lo mira — ahora tiene indumento y pelo más de hombre
— lo acaricia… Salen y todo termina.

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Cortaron el famoso “árbol de Virgen María en el Cairo”, que dio refugio a la Sagrada Familia

Un importante peregrinaje mariano.

 

El Árbol de la Virgen María en El Cairo, en el barrio Matariya, uno de los sitios arqueológicos y turísticos más visitados de Egipto, ha sido cortado y muchos hablan de «catástrofe histórica». 

 

arbol de la virgen maria en el cairo cortado

 

Según la tradición, para escapar de Herodes, María, José y Jesús huyeron a Egipto, y en el Cairo, encontraron refugio bajo la sombra de un árbol sicómoro. Se dice que el tronco del árbol se abrió milagrosamente para protegerlos de ladrones que los perseguían.

ÁRBOL CORTADO 

Ahora parte del árbol ha sido cortado, y lo ha descubierto y documentado la agencia de prensa cristiana MCN. La fecha del accidente es desconocida.

Los responsables del sitio han dicho que el sicómoro fue dañado por el clima, pero por las fotos de MCN se puede ver que ha sido cortado con un hacha.

ACUSADOS LOS ISLAMISTAS 

El Padre Barsoom Shaker, un sacerdote de la iglesia de Santa Maria de Matariya, barrio en el que está el árbol, ha declarado a MCN:

“La Iglesia no tiene nada que ver con el sitio arqueológico, que depende del superintendente de trabajos arqueológicos”.

La pared que protegía al sicómoro, construida por un cristiano copto, fue dañada. Los responsables aún se desconocen, pero el padre Shaker ha acusado a los islamistas por el accidente.

LA HISTORIA DEL ÁRBOL DE MARÍA

Situado en un barrio llamado Matariya, muy cerca del corazón de El Cairo, está este lugar al que millones de peregrinos acuden todos los años. El objeto de estas visitas no es otro que el conocido Árbol de la Virgen María, uno de los lugares más sagrados para los cristianos católicos y coptos en Egipto.

Cuando nació Jesús, Herodes comenzó a temer por su reino. Así que ordenó matar a todos los niños varones de Belén y sus alrededores. La Sagrada Familia escapó junto al niño buscando refugio en Egipto, y según cuenta la tradición, éstos realizaron una parada bajo la sombra de un sicómoro (una especie de higuera con hojas parecida a la morera).

La historia cuenta que el tronco de ese árbol abrió milagrosamente su corteza para protegerlos de los bandidos que los estaban persiguiendo. A su vez, una cascada de agua milagrosa manó de un lugar cercano con el fin de que la familia bebiera y pudieran lavar sus prendas.

En el charco de este improvisado manantial surgió un árbol balsámico que crece desde entonces.

Es esta historia la que ha propiciado que cada año llegue un gran número de peregrinos en la época navideña, desde aproximadamente el siglo IV, para visitar el lugar esperando que la virgen se aparezca a sus fieles.

Dicen que la corteza del árbol balsámico cuenta con propiedades medicinales. Además, de esta se extraería un elixir utilizado para elaborar perfumes y un aceite sagrado.

En cuanto al nombre del barrio, Matariya, viene de la palabra latina mater o madre, y su nombre viene dado, evidentemente, para conmemorar la presencia de la Virgen María.

Fuentes: Tempi, Signos de estos Tiempos

 

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A la Sagrada Familia DEVOCIONES Y ORACIONES

Rosario de la Sagrada Familia de Nazareth

La vida oculta de Nazareth permite a todo hombre y mujer estar en comunión con Jesús en las cosas más ordinarias de la vida cotidiana. Nazareth es la escuela donde se empieza a comprender la vida de Jesús, es decir, es la escuela del Evangelio.

En primer lugar nos enseña el silencio, atmósfera admirable e indispensable para el espíritu. En ella aprendemos también una lección de trabajo. ¡Oh, morada de Nazareth, casa del «hijo del carpintero»!…

 

«SALVE, OH SAGRADA FAMILIA DE NAZARETH»
Salve, Oh Sagrada Familia de Nazareth,
Jesús, María y José
bendita eres
y bendito es el Hijo de Dios
que en ti ha nacido, Jesús.

Sagrada Familia de Nazareth,
a ti nos consagramos:
guía, sostén
y protege en el amor
a nuestras familias. Amén.

 

I. MISTERIO

La Sagrada Familia, Obra de Dios

«Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo el dominio de la ley, para liberarnos del dominio de la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios» (Gal 4,4-5).

He aquí que en el principio del nuevo testamento, como ya al inicio del antiguo testamento, está una pareja. Pero mientras que en aquella de Adán y Eva estaba la fuente del mal que ha dominado al mundo, en la de José y María encontramos el el vértice desde el cual se expande la santidad sobre toda la tierra. El salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la cual se manifiesta su voluntad omnipotente de purificar y santificar a la familia, santuario del amor y la cuna de la vida.

Oremos para que el Espíritu Santo renueve a las familias, según el modelo de la Sagrada Familia de Nazareth.

Padre Nuestro.
10 Salve, Oh Sagrada Familia de Nazareth
Gloria al Padre.

Jesús, María y José
Ilumínennos, socórrannos y sálvennos. Amén.

 

II. MISTERIO

La Sagrada Familia en Belén

«El ángel les dijo: « No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para ustedes y para todo el pueblo: Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre »… Fueron de prisa y encontraron a María, a José y niño acostado en el pesebre». (Lc. 2, 10-12.16).

El nacimiento de Jesús en Belén ha dado inicio a esta Familia, única y excepcional en la historia de la humanidad; en esta Familia ha venido al mundo, ah crecido y ha sido educado el hijo de Dios, concebido y nacido de la Madre Virgen.

Oremos: María y José: mediante su intercesión obtengamos la gracia de amar y adorar a Jesús sobre todas las cosas.

Padre Nuestro.
10 Salve, Oh Sagrada Familia de Nazareth
Gloria al Padre.

Jesús, María y José
Ilumínennos, socórrannos y sálvennos. Amén.

 

III. MISTERIO

La Sagrada Familia en el Templo

«Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: « Mira, este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. »» (Lc. 2,33-35).

El rescate del primogénito es deber del padre, que es cumplido por José. El evangelista revela que «el padre y la madre de Jesús se admiraron de las cosas que se decían de él» y, en particular, de lo que dice Simeón señalando a Jesús, en su cántico a Dios, como la «salvación preparada por Dios ante todos los pueblos» y «luz para alumbrar a las naciones y gloria para el pueblo de Israel».

Oremos, confiando a la Sagrada Familia, a la Iglesia y a todas las familias humanas.

Padre Nuestro.
10 Salve, Oh Sagrada Familia de Nazareth
Gloria al Padre.

Jesús, María y José
Ilumínennos, socórrannos, y sálvennos. Amén

 

IV. MISTERIO

La Sagrada Familia huye y regresa de Egipto

«El ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: « Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise; porque Herodes va a buscar al niño para matarlo ». José se levantó de noche, tomó al niño y a su madre, y partió hacia Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes… Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: « Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño »». (Mt. 2, 13-14. 19-21)

Así como Israel había emprendido el camino del éxodo «de la condición de esclavitud» para iniciar la antigua Alianza, así José, depositario y cooperador del misterio providencial de Dios custodia también en el exilio a aquel que habría de realizar la nueva alianza.

Oremos para que nuestra adhesión al evangelio sea total y fielmente activa.

Padre Nuestro.
10 Salve, Oh Sagrada Familia de Nazareth.
Gloria al Padre.

Jesús, María y José
Ilumínennos, socórrannos y sálvennos. Amén.

 

V. MISTERIO

La Sagrada Familia en la casa de Nazareth

«Volvió con ellos a Nazareth, donde vivió obedeciéndoles. Su madre guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 51-52).

Jesús fue desde el inicio el centro de su gran amor, lleno de solicitud y afecto; fue su gran vocación; fue su inspiración; fue el gran misterio de su vida. En la casa de Nazareth él fue obediente y sumiso, así como debe serlo un hijo hacia sus propios padres. Esta obediencia de Jesús a María y José llena casi todos los años de su vida sobre la tierra y constituye por tanto el símbolo de aquella total e ininterrumpida obediencia que tributa al Padre Celeste. A la Sagrada familia pertenece así una parte relevante de aquel divino misterio, cuyo fruto es la redención del mundo.

Oremos y pidamos la luz y la ayuda de Dios para crear en familia el mismo clima espiritual de la casa de Nazareth.

Padre Nuestro.
10 Salve, Oh Sagrada Familia de Nazareth.
Gloria al Padre.

Jesús, María y José
Ilumínennos, socórrannos, sálvennos. Amén.

 

LETANIAS DE LA SAGRADA FAMILIA

Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo,ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
Cristo, socórrenos Cristo, socórrenos
Padre celestial, que eres Dios, ten piedad de nosotros
Hijo, Redentor del mundo, que eres Dios, ten piedad de nosotros
Espíritu Santo, que eres Dios, ten piedad de nosotros
Santísima Trinidad, que eres un solo Dios, ten piedad
de nosotros

Jesús, hijo del Dios vivo, que hecho hombre por amor a nosotros
has ennoblecido y santificado los vínculo de la familia
Ten piedad de nosotros

Jesús, María y José, a quienes honramos con el nombre de Sagrada Familia. Ayúdanos
Sagrada Familia, imagen de la Santísima Trinidad sobre la tierra. Ayúdanos
Sagrada Familia, modelo de perfecto de todas las virtudes. Ayúdanos
Sagrada Familia, no acogida en Belén pero glorificada por el canto de los ángeles. Ayúdanos
Sagrada Familia, que recibiste los regalos de los pastores y de los magos. Ayúdanos
Sagrada Familia; exaltada por el santo anciano Simeón. Ayúdanos
Sagrada Familia, perseguida y obligada a refugiarse en tierra extraña. Ayúdanos
Sagrada Familia, que viviste rechazada y oculta. Ayúdanos
Sagrada Familia, fidelísima a la ley del Señor. Ayúdanos
Sagrada Familia, modelo de las familias
regeneradas en el espíritu cristiano. Ayúdanos
Sagrada Familia, cuya cabeza es
modelo de amor paterno. Ayúdanos
Sagrada Familia cuya madre es modelo
de amor materno. Ayúdanos
Sagrada Familia, cuyo hijo es modelo
de obediencia y de amor filial. Ayúdanos
Sagrada Familia, modelo y protectora
de todas las familias cristianas. Ayúdanos
Sagrada Familia, refugio nuestro en la vida
y esperanza a la hora de la muerte. Ayúdanos

De todo aquello que nos quita la paz y la unión de los corazones, Oh Sagrada Familia Libéranos
De la desesperación del corazón, Oh Sagrada Familia Libéranos
De los apegos a los bienes terrenos, Oh Sagrada Familia Libéranos
Del deseo de la vanagloria, Oh Sagrada Familia Libéranos
De la mala muerte, Oh Sagrada Familia Libéranos
Por la perfecta unión de los corazones. Escúchanos
Por tu pobreza y tu humildad, Oh Sagrada Familia Escúchanos
Por tu perfecta obediencia, Oh Sagrada Familia Escúchanos
Por tus aflicciones y dolorosos padecimientos, Oh Sagrada Familia Escúchanos
Por tus trabajos y tus dificultades, Oh Sagrada Familia Escúchanos
Por tus oraciones y tu silencio, Oh Sagrada Familia Escúchanos
Por la perfección de tus acciones, Oh Sagrada Familia Escúchanos

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Perdónanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Óyenos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Ten piedad y misericordia de nosotros.

Oh Sagrada Familia nos refugiamos en ti con amor y esperanza. Haznos sentir los efectos de tu saludable protección. Amén.

Fuente: Arquidiócesis de San Luis Potosi. México

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A la Sagrada Familia DEVOCIONES Y ORACIONES

Oraciones a la Sagrada Familia

ORACIÓN I

Sagrada Familia de Nazaret;
enséñanos el recogimiento,
la interioridad;
danos la disposición de
escuchar las buenas inspiraciones y las palabras
de los verdaderos maestros.
 
Enséñanos la necesidad
del trabajo de reparación,
del estudio,
de la vida interior personal,
de la oración,
que sólo Dios ve en los secreto;
enséñanos lo que es la familia,
su comunión de amor,
su belleza simple y austera,
su carácter sagrado e inviolable. Amén 

   

ORACIÓN II

Jesús, José y María, os doy mi corazón
y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi
última agonía.
Jesús, José y María, en ustedes descanse
en paz el alma mía. 

 

ORACIÓN III

Sagrada Familia de Nazaret, comunión de amor de Jesús, María y José, modelo e ideal de toda familia cristiana, a ti confiamos nuestras familias. 

Haz de cada familia un santuario en el que se acoja y se respete la vida: una comunidad de amor abierta a la fe y a la esperanza, un hogar en el que reinen la comprensión, la solidaridad; y en el que se viva la alegría de la reconciliación y de la paz. 

Concédenos que todas nuestras familias tengan una vivienda digna en la que nunca falten el pan suficiente y lo necesario para una vida verdaderamente humana. 

Abre el corazón de nuestros hogares a la oración, a la acogida de la Palabra de Dios y al testimonio cristiano; que cada una de nuestras familias sea una auténtica Iglesia doméstica en la que se viva y se anuncie el Evangelio de Jesucristo. 

Amén 

 

ORACIÓN IV

Era pobre y silenciosa,
Pero con rayos de luz;
Olor a jazmín y a rosa
Y el niño que la alboroza:
Es la casa de Jesús. 

Un taller de carpintero
Y un gran misterio de fe;
Manos callosas de obrero,
Justas manos de hombre entero:
Es la casa de José. 

Había júbilo y canto;
Ella lavaba y barría,
Y el arcángel saludando
Repetía noche y día:
«Es la casa de María». 

Familia pobre y divina,
Pobre mesa, pobre casa,
Mucha unión, ninguna espina
Y el ejemplo que culmina:
En un amor que no pasa. 

Concédenos, Padre,
Una mesa y un hogar,
Amor para trabajar,
Padres a quien querer
Y una sonrisa que dar. 

Amén 

 

VIDA Y COSTUMBRES DOMÉSTICAS DE LA VIRGEN

Vistió la humilde Virgen lino y lana,
Honró en su estado al grande y al pequeño,
Ira, cólera o risa, ni por sueño
Mostró tener, ni turbación humana., 

De estatura de cuerpo fue mediana,
Rubio el cabello, el color trigueño,
Afilada nariz, rostro aguileño,
Cifrando en él un alma humilde y llana. 

Los ojos verdes de color de oliva,
La ceja negra, arqueada, hermosa,
La vista santa, penetrante y viva. 

Labios y boca de purpúrea rosa,
Con gracia en las palabras excesiva,
Representando a Dios en cualquier cosa. 

Andrés Rey de Artieda. 

 

LA SACRA FAMILIA

Zagal, ¿dónde está mi bien?
-En María, Jesús y José.
-¿A dónde está mi alegría?
-En Jesús, José y María.
-¿A dónde toda la luz?
-En María, José y Jesús.
-¿Qué nuevo prodigio es?
-Igual no se ha visto alguno: 

Tres soles parecen uno,
Un sol, y parece tres.
Es tan grande el resplandor
De Jesús, José y María,
Que no vio más claro día
En sus finezas amor.
Este soberano ardor
Abrasa todo desdén. 

Zagal, ¿dónde está mi bien? etc.
Crece tanto la intención
Cuando el amor la acrisola,
Que de tres una luz sola
Parece por reflexión.
No hay helado corazón
De los que sus rayos ven. 

Zagal, ¿dónde está mi bien?
-En María, Jesús y José.
-¿A dónde está mi alegría?
-En Jesús, José y María.
-¿A dónde toda la luz?
-En María, José y Jesús.
-¿Qué nuevo prodigio es?
-Igual no se ha visto alguno: 

Tres soles parecen uno,
Un sol, y parece tres. 

G. Tejada. 

 

HUIDA A EGIPTO

¿Dónde vais, Zagala,
Sola en el monte?
Mas quien lleva el Sol
No teme la noche.
¿Dónde vais, María,
Divina esposa,
Madre gloriosa
De quién os cría?
¿Qué haréis si el día
Se va al ocaso,
Y en el monte acaso
La noche os coge?
Mas quien lleva el Sol
No teme la noche.
El ver las estrellas
Me causa enojos,
Pero vuestros ojos
Más lucen que ellas;
Ya sale con ellas
La noche escura,
A vuestra hermosura
La luz se esconde;
Mas quien lleva el Sol
No teme la noche. 

L. De Vega.

 

CAMINAD A EGIPTO

Caminad a Egipto
Con el Niño, Madre,
Que ha mandado Herodes
Buscarle y matarle;
Pero, ya que es hombre,
Dad lugar que pase,
Para nuestra vida
De su muerte el cáliz,
Pues que ya nos deja
Su cuerpo y su sangre
En el pan y en vino
Que a todos reparte;
Ya en la cruz le enclavan,
Y a su eterno Padre
Su espíritu envía,
Y el cielo nos abre. 

Que de noche le mataron
Al caballero,
A la gala de María,
La flor del cielo.
Como el sol que arde
Tanto se cubría,
Noche parecía,
Aunque era la tarde.
La muerte cobarde
Mató, aunque muerto,
Al caballero,
A la gala de María,
La flor del cielo. 

L. De Vega.
 

 

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Consagración de los Hogares a la Sagrada Familia de Nazareth

Sin darse cuenta los hogares copian modelos familiares inspirados en la televisión, en el cine, en las novelas, en los ejemplos que han conocido entre sus familiares, amigos y conocidos. Estos modelos, con muchísima frecuencia, son dañinos, porque conducen a la desorganización de la vida familiar, a grandes frustraciones, a rupturas de la convivencia. No valdrá la pena copiar conscientemente el modelo de la familia de Nazareth? Este fue el hogar que Dios Padre preparó para su propio Hijo…

Imitar las virtudes del hogar de Nazareth en el contexto de hoy no significa recrear las condiciones de vida de los tiempos de Jesús. Significa vivir hoy esos valores de relación que nunca se vuelven anticuados porque no envejecen. Son valores que son tan necesarios hoy como en todos los tiempos.

Consagrar el hogar a Jesús, José y María, significa una decisión seria y consciente de una familia, por la cual acogen a la Sagrada Familia de Nazareth, como ejemplo para ir moldeando la vida diaria de acuerdo con las virtudes que son necesarias para ser una familia verdaderamente cristiana. Es no sólo invocar su presencia en la vida del hogar sino también hacer que esta presencia sea posible por el estilo de vida que se empeñan en promover sus miembros.

Hay ciertas fechas que son muy propicias para esta consagración, v.g. la fiesta de la Sagrada Familia y la Novena de Navidad. Pero también hay otras , v. gr. el aniversario del matrimonio de los padres. Mas no se trata de restringirse a estas fechas. Puede ser que el día más propicio sea aquél en el cual la familia está especialmente motivada.

Se recomienda que la familia que quiere hacer su consagración se prepare espiritualmente mediante los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía y busquen un día adecuado para que puedan destinar un tiempo de paz y recogimiento a la consagración.

Ayuda mucho crear un ambiente físico propicio: en una mesa preparar un pequeño altar adornado con la imagen de la Sagrada Familia, uno o dos cirios encendidos, unas flores.

 

I. PRIMERA LECTURA: COL. 3, 12-17 – LECTURA DE LA CARTA A LOS COLOSENSES

Dios los ama a Uds. y los ha escogido para que pertenezcan a su pueblo. Vivan pues revestidos de verdadera compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Tengan paciencia unos con otros, y perdónense si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también Uds. Sobre todo revístanse de amor, que es el perfecto lazo de unión. Y que la paz de Cristo dirija sus corazones, porque con este propósito los llamó Dios a formar un solo cuerpo. Y sean agradecidos.

Que el mensaje de Cristo esté siempre en sus corazones. Instrúyanse y anímense unos a otros con toda sabiduría. Y todo lo que hagan o digan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre, por medio de El.

Palabra de Dios.
Todos: Te alabamos, Señor.

 

II. SEGUNDA LECTURA – LECTURA DEL SANTO EVANGELIO DE SAN LUCAS (2, 15-19)

El día del nacimiento de Jesús, los pastores que habían escuchado el mensaje del ángel comenzaron decirse unos a otros: – Vamos, pues, a Belén a ver esto que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado.

Fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el establo.
Cuando lo vieron se pusieron a contar lo que el ángel les había dicho acerca del niño, y todos los que lo oyeron se admiraban de lo que decían los pastores.
María guardaba todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente.

Palabra de Dios.
Todos: Te alabamos, Señor.

Pueden dedicar unos momentos a reflexionar sobre el mensaje de la Palabra de Dios que nos llega en ambos textos.

 

III. PLEGARIA DE CONSAGRACIÓN

Padre Celestial, que has preparado el hogar de José y María para la llegada de tu Hijo, Jesucristo, nosotros (decir los nombres de todos los miembros de la familia) N…, N….., N…. queremos consagrar nuestra familia a la Sagrada Familia de Nazareth.

Queremos que en nuestro hogar nos empeñemos en realizar el plan que has trazado para nuestras vidas.

Danos la gracia de esforzarnos en practicar en nuestra vida diaria los valores y las virtudes que son necesarios para hacer que:
– el amor venza nuestra tendencia al egoísmo;
– la cooperación y la solidaridad venzan nuestra tendencia a competir entre nosotros.

Concédenos que nos esforcemos en ser responsables en el trabajo, en el estudio, en el cumplimiento de nuestros deberes como personas y como familia.

Queremos que, según el ejemplo de Jesús, de María y de José, tengamos en cuenta lo que Tú quieres de nosotros, al tomar nuestras decisiones.

Te rogamos que tengamos siempre la lucidez del espíritu y la generosidad del corazón para emplear nuestras capacidades y nuestros bienes materiales de acuerdo con tu santa Voluntad.

Inspíranos para aprender a establecer las justas prioridades en el manejo de ese precioso don tuyo que es el tiempo. Y ante todo, que seamos más sensibles a las necesidades y a los sentimientos de las personas que queremos.

Padre Celestial, haz que nosotros vivamos siempre esta consagración esmerándonos en cultivar la paz, la confianza, la alegría y la comprensión entre nosotros los miembros de esta familia y con las demás personas, comenzando por las más cercanas.

Te rogamos que nos protejas y protejas también a las personas que amamos, de todos los males que puedan provenir de nosotros mismos, del mundo materialista que nos rodea y del espíritu maligno.

Haz que seamos más receptivos a la acción del Espíritu Santo y a la inspiración de la Santa Familia de Nazareth. Amén.

Fuente: MSCPerú

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