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El Rito usado para la beatificación de Juan Pablo II [2011-05-01]

Después del acto penitencial de la misa de beatificación de Juan Pablo II, el cardenal Agostino Vallini, vicario general del Papa para la diócesis de Roma, se acercó a Benedicto XVI junto con el postulador de la causa, monseñor Slawomir Oder, y pidió que se proceda a la beatificación del Siervo de Dios:

Beatissime Pater,
Vicarius Generalis Sanctitatis Vestrae
pro Romana Dioecesi,
humillime a Sanctitate Vestra petit
ut Venerabilem Servum Dei
Ioannem Paulum II, papam,
numero Beatorum adscribere
benignissime digneris.

A continuación leyó una breve biografía del pontífice polaco:

Karol Józef Wojtyla nació en Wadowice (Polonia), el 18 de mayo de 1920, de Karol y Emilia Kaczorowska. Fue bautizado el 20 de junio en la iglesia parroquial de Wadowice.

Segundo de dos hijos, pronto la alegría y la serenidad de su infancia recibieron el duro golpe de la prematura muerte de su madre, fallecida cuando Karol tenía nueve años (1929). Tres años más tarde (1932) moría también su hermano mayor, Edmund, y en 1941, a los 21 años, Karol perdió también a su padre.

Educado en la más sana tradición patriótica y religiosa, aprendió de su padre, un hombre profundamente cristiano, la piedad y el amor al prójimo. que nutría con la oración constante y la práctica de los sacramentos.

Las características de su espiritualidad, a las que permaneció fiel hasta la muerte, fueron su sincera devoción al Espíritu Santo y el amor a la Virgen. Su relación con la Madre de Dios era especialmente profunda y viva, vivida con la ternura de un niño que se abandona en los brazos de la madre y con la virilidad de un caballero, siempre dispuesto a obedecer a las órdenes de su Señora: “Haced todo lo que el Hijo os dirá”. Su confianza total en María, que como obispo expresaría en el lema “Totus Tuus”, revelaba también el secreto de ver el mundo a través de los ojos de la Madre de Dios

La rica personalidad del joven Karol maduró gracias al entrelazamiento de sus dotes intelectuales, espirituales y morales con los acontecimientos de su época, que marcaron la historia de su patria y de Europa.

En los años de la escuela secundaria nació en él la pasión por el teatro y la poesía, que desarrolló a través de la actividad del grupo teatral de la Facultad de Filología de la Universidad Jagellónica, donde se matriculó en el curso académico 1938.

Durante la ocupación nazi de Polonia, mientras estudiaba en la clandestinidad, trabajó durante cuatro años (desde octubre de 1940 hasta agosto de 1944) como obrero en las fábricas de Solvay, viviendo desde dentro los problemas sociales del mundo del trabajo y recogiendo un valioso patrimonio de experiencias que utilizaría en futuro en su magisterio social primero como arzobispo de Cracovia y luego como Sumo Pontífice.

En esos años maduró en él el deseo del sacerdocio, al que se encaminó frecuentando desde octubre de 1942, los cursos clandestinos de teología en el seminario de Cracovia. En el discernimiento de su vocación sacerdotal fue ayudado en gran medida por un laico, Jan Tyranowski, un verdadero apóstol de la juventud. Desde entonces, el joven Karol tuvo la clara percepción de la vocación universal de todos los cristianos a la santidad y del papel insustituible de los laicos en la misión de la Iglesia.

Fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946 y al día siguiente, en la sugestiva atmósfera de la cripta de San Leonardo de la catedral de Wawel, celebró la primera misa.

Enviado a Roma para completar la formación teológica, fue alumno de la Facultad de Teología en el Angelicum, donde se dedicó con empeño a estudiar las fuentes de la sana doctrina y vivió su primer encuentro con la vitalidad y la riqueza de la Iglesia Universal, en la situación privilegiada que le ofrecía la vida fuera de la “cortina de hierro”. A esa época se remonta el encuentro de don Karol con S. Pío de Pietrelcina.

Se graduó con las notas más altas en junio de 1948 y regresó a Cracovia para iniciar la actividad pastoral, como vicario parroquial. Se entregó a su ministerio con entusiasmo y generosidad. Después de obtener la habilitación a la docencia, comenzó a enseñar en la universidad, en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, y después de la abolición de esta, en la del seminario diocesano de Cracovia y la Universidad Católica de Lublin.

Los años transcurridos con los jóvenes estudiantes le permitieron comprender plenamente la inquietud de sus corazones y el joven sacerdote fue para ellos no sólo un profesor, sino un guía espiritual y un amigo.

A la edad de 38 años, fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958, de manos del arzobispo Eugeniusz Baziak, al que sucedió como arzobispo en 1964. Fue creado cardenal por el Papa Pablo VI el 26 de junio de 1967.

Como pastor de la diócesis de Cracovia fue inmediatamente apreciado como hombre de fe robusta y valiente, cercano a la gente y a sus problemas reales.

Interlocutor capaz de escucha y diálogo, sin ceder nunca al compromiso, afirmó frente a todos el primado de Dios y de Cristo como fundamento de un verdadero humanismo y fuente de los derechos inalienables de la persona humana. Amado por sus diocesanos, estimado por sus compañeros obispos compañeros, era temido por quienes lo veían como un adversario.

El 16 de octubre de 1978 fue elegido Obispo de Roma y Romano Pontífice y tomó el nombre de Juan Pablo II. Su corazón de pastor, totalmente entregado a la causa del Reino de Dios, se extendió a todo el mundo. La “caridad de Cristo” le llevó a visitar las parroquias de Roma, a anunciar el Evangelio en todos los ambientes y fue la fuerza impulsora de los innumerables viajes apostólicos en los diversos continentes, llevados a cabo para confirmar en la fe a los hermanos y hermanas en Cristo, consolar a los afligidos y a los pusilánimes, a llevar el mensaje de reconciliación entre las iglesias cristianas, a construir puentes de amistad entre los creyentes del Único Dios y los hombres de buena voluntad.

Su luminoso magisterio no tuvo otro propósito que anunciar siempre y en todo el mundo a Cristo, Único Salvador de la humanidad.

En su extraordinario ardor misionero amó con un amor especialísimo a los jóvenes. Las convocaciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud tenían como objetivo anunciar a las nuevas generaciones a Jesucristo y su Evangelio para que fueran protagonistas de su futuro y cooperar en la construcción de un mundo mejor.

Su solicitud de Pastor universal se manifestó en la convocación de numerosas asambleas del Sínodo de los Obispos, en la erección de diócesis y circunscripciones eclesiásticas, en la promulgación de los códigos de derecho canónico latino y de las Iglesias Orientales y del Catecismo de la Iglesia Católica, en la publicación de cartas encíclicas y exhortaciones apostólicas. Para fomentar en el Pueblo de Dios momentos de vida espiritual más intensa, convocó el Jubileo extraordinario de la Redención, el Año Mariano, el Año de la Eucaristía y el Gran Jubileo del año 2000.

El optimismo arrollador, fundado en la confianza en la Providencia divina, llevó a Juan Pablo II, que había vivido la experiencia trágica de dos dictaduras, sufrido un atentado el 13 de mayo de 1981 y en los últimos años había sido probado físicamente por la enfermedad progresiva, a mirar siempre hacia horizontes de esperanza, invitando a la gente a abatir los muros de las divisiones, a eliminar la resignación para volar hacia metas de renovación espiritual, moral y material.

Concluyó su larga y fecunda existencia terrena en el Palacio Apostólico Vaticano, el sábado, 2 de abril de 2005, víspera del Domingo in Albis, que quiso que se llamara de la Divina Misericordia. El funeral solemne se celebró en esta Plaza de San Pedro el 8 de abril de 2005.

Un testimonio conmovedor del bien que realizó fue la participación de numerosas delegaciones de todo el mundo y de millones de hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que reconocieron en él un signo claro del amor de Dios por la humanidad.

Benedicto XVI leyó entonces la fórmula de beatificación. Al terminar se descubrió el tapiz con el nuevo beato, mientras se cantó el Himno del Beato en latín y se colocaron en el altar las reliquias de Juan Pablo II para la veneración de todos los fieles.

El cardenal Vallini terminó agradeciendo al Papa con estas palabras:

Beatissime Pater,
Vicarius Sanctitatis Vestrae
pro Romana Dioecesi,
gratias ex animo Sanctitati Vestrae agit
quod titulum Beati
hodie
Venerabili Servo Dei
Ioanni Paulo II, papae,
conferre dignatus es.

BEATO JUAN PABLO II

¡Ruega por nosotros! ¡Ruega por la Iglesia! ¡Ruega por el Sucesor de Pedro!

“¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Desde el Palacio nos has bendecido muchas veces en esta Plaza. Hoy te rogamos: Santo Padre, bendícenos. Amén.”

(De la homilía del Papa Benedicto XVI en la ceremonia de beatificación)

Fuente: VIS


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La importancia de la Oración en la vida de Juan Pablo II [2011-05-01]

El Arzobispo de Cracovia (Polonia) y secretario personal de Karol Wojtyla por más de 40 años, Cardenal Stanislaw Dziwisz, señaló que para el Papa Juan Pablo II «rezar era como respirar«.

En un artículo publicado por L’Osservatore Romano en ocasión de su participación en la multitudinaria vigilia que se celebró en vísperas de su beatificación, el Cardenal afirmó que «rezar para Juan Pablo II era respirar. Cuando hablaba luego de Jesucristo, no hacía otra cosa que contar su experiencia. Siempre hubo entonces correspondencia entre lo que decía y lo que vivía. Era siempre auténtico, incluso y sobre todo en la escucha».

Estar con el Papa, dijo, significaba garantizar sus espacios de silencio, especialmente el que dedicaba a Dios: «Dios y punto. Los dos. Juan Pablo II era una enamorado de Dios. Lo buscaba, nunca se cansó de estar con Él. En Dios sabía sumergirse en todo lugar, en toda condición: incluso cuando estudiaba o estaba en medio de la gente, lo hacía con la máxima naturalidad».

Para el Cardenal, si Juan Pablo II «es proclamado beato, es porque ya era santo en vida, lo era también para nosotros que estábamos a su alrededor, yo sabía que era un santo».

«Yo lo sabía desde hace tiempo, desde que estaba en vida e incluso antes de que fuera elegido para el pontificado. Yo lo sabía desde cuando comencé a vivir a su lado. No era un Papa que en lo privado fuese distinto al Papa público. Era siempre él mismo. Siempre como ante Dios».

El Arzobispo se presentó, «con la cabeza gacha y el corazón agradecido», usando una expresión del Pontífice polaco para expreser «el tumulto de sentimientos que están en mi alma al darles mi humilde testimonio en esta ‘noche de fe’ como se le ha llamado».

El Arzobispo reiteró su profunda gratitud por la beatificación del Papa peregrino y recordó el especial amor que le tenía a la Ciudad Eterna a la que bendecía todas las noches desde la ventana de su departamento.

«Su mirada –prosiguió el Cardenal– estaba nutrida por la fe, y la fe era potencia y profundidad de su mirada. En uno de sus últimos días, me acerqué al lecho del Papa, y viéndolo dormido, traté de levantarle con cierta emoción y respeto uno de los párpados: me tocó mucho ver que la mirada era muy vívida. No sólo estaba consciente, sino que estaba perfectamente presente. Era como si él nos velara. Y como si esperase que nosotros y los jóvenes que lo acompañaban desde la Plaza de San Pedro, estuviésemos listos».

Del Papa «brotaba incluso en esa situación algo de su antigua y plácida energía. La energía extraordinaria que había impulsado continuamente ante su mirada, motivándolo a exigirse todo tipo de empresa: ‘¿Y ahora qué debo hacer?’ Era la energía creativa que brotaba de su vida interior».

Finalmente el Cardenal Dziwisz dijo que la disciplina mental de Juan Pablo II «no lo abandonó nunca: hasta el final de todo, hasta la meta. Como un patriarca bíblico nos preparó para el desprendimiento, llevándonos de la mano, concentrado en lo que hacía. Moría como un luchador exhausto pero lúcido: Aquí estoy muerte, me tendrás solo un instante. Voy a mi Casa, con mi Padre y mi Madre, voy allí adonde siempre he querido llegar. Allí donde está la vida verdadera, para siempre, benditos«.

Fuente: EWTN



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La figura de María en el Magisterio de Juan Pablo II

El trabajo mariano y mariológico empezado por Pablo VI siguió fuertemente con Juan Pablo II. Se puede hablar tranquilamente de un papa mariano que reorientó la investigación mariológica, integró al magisterio el aporte mariológico de autores como Balthasar, Laurentín, De la Potterie, Ratzinger entre otros, y agregó ese espíritu mariano de la verdadera devotio monfortiana del cual era un fiel seguidor.

En general el trabajo teológico magisterial de Juan Pablo II se fundamenta en la reorientación mariológica del Concilio Vaticano II que recupera entre otros el sentido de uso analógico de la Sagrada Escritura dentro de la costumbre de Israel en especial con el título de Hija de Sión y renuncia al uso de una cierta terminología escolástica (redención objetiva, redención sujetiva, mediata e inmediata, merito de congruo y de condigno, terminos extraños a la tradición teológica de Oriente). Se puede decir que su mariología fue centrada en Cristo desde de la visión trinitaria, relacionada al misterio de la Iglesia, y en especial valorando el sentido pneumatológico y escatológico del misterio de la Virgen María mujer, esposa y madre.

A esto agregó esa sensibilidad propia del pueblo polaco al cual pertenecía que lo abría a las devociones marianas de todo el mundo como lo demostró en sus diferentes visitas a los santuarios mundiales nacionales, regionales e internacionales a lo largo de la geografía mundial. Fomentó el aspecto ecuménico relacionado con María haciendo una relectura exegética bíblica con fundamentación patrística para acercar el diálogo con los protestantes y con los ortodoxos. En definitiva se preocupó de fortalecer la importancia doctrinal, devocional litúrgica, pastoral de la presencia mediadora maternal de María.

Promovió el sentido mariano en las diferentes áreas teológico-pastorales, sobre todo en la defensa de la vida desde el misterio de la encarnación, de la maternidad de María, el valor de la muerte y del más allá con la asunción de María, de la verdadera corporalidad y de la verdadera personeidad de María como mujer, esposa y madre valorando la realidad de San José el esposo custodio asociado con María al mismo misterio de la redención. En este documento Juan Pablo describe los elementos más sobresalientes de José relacionado con María y José: 1) el matrimonio con María, 2) su ser depositario del misterio de Dios y junto a María recorre el itinerario de fe, 3) el servicio de la paternidad, 4) su condición de varón justo y esposo, 5) su trabajo como expresión del amor 6) y el primado de la vida interior.

Presentamos esquemáticamente la parte mariológica de algunos documentos del abundante magisterio de Juan Pablo II:

Encíclica Dives in Misericordia, Vaticano 1980.11.30, n. 9

“Nadie ha experimentado, como la Madre del Crucificado el misterio de la cruz, el pasmoso encuentro de la trascendente justicia divina con el amor: el « beso » dado por la misericordia a la justicia. Nadie como ella, María, ha acogido de corazón ese misterio: aquella dimensión verdaderamente divina de la redención, llevada a efecto en el Calvario mediante la muerte de su Hijo, junto con el sacrificio de su corazón de madre, junto con su « fiat » definitivo.”.

Encíclica Redemptoris hominis, Vaticano 1979.03.0, n. 22:

“La Madre de nuestra confianza:

Su propio Hijo quiso explícitamente extender la maternidad de su Madre —y extenderla de manera fácilmente accesible a todas las almas y corazones— confiando a ella desde lo alto de la Cruz a su discípulo predilecto como hijo. El Espíritu Santo le sugirió que se quedase también ella, después de la Ascensión de Nuestro Señor, en el Cenáculo, recogida en oración y en espera junto con los Apóstoles hasta el día de Pentecostés, en que debía casi visiblemente nacer la Iglesia, saliendo de la oscuridad. Posteriormente todas las generaciones de discípulos y de cuantos confiesan y aman a Cristo —al igual que el apóstol Juan— acogieron espiritualmente en su casa a esta Madre, que así, desde los mismos comienzos, es decir, desde el momento de la Anunciación, quedó inserida en la historia de la salvación y en la misión de la Iglesia.”.

Encíclica Dominum et Vivificantem, 18-5-1986, n. 51:

El Espíritu Santo, que cubrió con su sombra el cuerpo virginal de María, dando comienzo en ella a la maternidad divina, al mismo tiempo hizo que su corazón fuera perfectamente obediente a aquella auto-comunicación de Dios que superaba todo concepto y toda facultad humana. « ¡Feliz la que ha creído! »; así es saludada María por su parienta Isabel, que también estaba « llena de Espíritu Santo ». En las palabras de saludo a la que « ha creído », parece vislumbrarse un lejano (pero en realidad muy cercano) contraste con todos aquellos de los que Cristo dirá que « no creyeron », María entró en la historia de la salvación del mundo mediante la obediencia de la fe. Y la fe, en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano ante el don: ante la auto-comunicación de Dios por el Espíritu Santo.”.

EL AÑO MARIANO

El decreto del año mariano entre la solemnidad de Pentecostés 7 de junio del 1987 y la solemnidad de la Asunción del 1988 fue para Juan Pablo la preparación al Gran Jubileo de la Venida de Jesús en el Año 2000. Para esta ocasión publicó la Encíclica Redemptoris Mater el 25 de marzo del 1987 y la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem del 15 de agosto del 1988. El mismo Pontífice define el sentido de este Año Mariano:

“Así, mediante este Año Mariano, la Iglesia es llamada no sólo a recordar todo lo que en su pasado testimonia la especial y materna cooperación de la Madre de Dios en la obra de la salvación en Cristo Señor, sino además a preparar, por su parte, cara al futuro las vías de esta cooperación, ya que el final del segundo Milenio cristiano abre como una nueva perspectiva.” RM n. 49.

La Encíclica Redemptoris Mater presenta María relacionada con el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia. El primer enlace es desarrollado por tres frases bíblicas: Llena de gracia, Feliz la que ha creído y Ahí tiene a tu madre. La segunda parte se ocupa de María relacionada con la iglesia peregrina en especial la situación ecuménica y la faceta de María como signo profético de la liberación dentro de la tradición y del magisterio sobre e significando profundo y fecundo del Magnificat; y la tercera parte se adentra con la mediación materna y el sentido mismo del año mariano, es decir la importancia de su presencia operante maternal, y el valor de la consagración a María como forma de renovación de la fe por la verdadera filiación espiritual adoptiva con María a nivel personal y colectivo. También hace una amplia descripción del valor de la pastoral de santuarios marianos con sus relativas peregrinaciones, su geografía mundial que abarca Oriente y Occidente y todos los continentes y la importancia para vivir, renovar ese encuentro con Jesús propiciado por el encuentro personal con María, que maternalmente en esos lugares sagrados se hace presente en la acogida fraternal para recibir la gracia de Dios con el sacramento de la reconciliación y de la eucaristía.

La Carta Apostólica Mulieris Dignitatem centra su atención sobre el aporte antropológico de la mujer que por Juan Pablo encuentra en María un modelo activo, valido y presencial en el desenvolvimiento de la realidad de la mujer de manera armónica sin exageraciones feministas radicales, sino de forma auténtica envuelta en los valores cristianos de su esencial realidad física y espiritual propios de cara al futuro religioso, cultural y social de la humanidad.

Al mismo tiempo Juan Pablo decretó en el mismo Año Mariano la publicación de las Misas de la Virgen María, exactamente 44 celebraciones propias de Institutos Religiosos y de fiestas o memorias de Iglesias Particulares. Esta promulgación dirigida fundamentalmente a los Santuario Marianos, también ha sido un gran aporte para la celebración de la memoria y de las fiestas a lo largo del año litúrgico en las parroquias para favorecer el culto a la Virgen María entre el misterio de Cristo y de la Iglesia en sus tres características principales: ejemplar por su camino de fe y santidad, como figura para la Iglesia de virgen, esposa y madre y como imagen en la cual se contempla la misma Iglesia desea y espera llegar a ser.

El papa Juan Pablo entre sus innovaciones hizo un importante aporte magisterial abriendo y sistematizando el contenido de las audiencias generales de los miércoles en Roma y centrándolas en las catequesis sobre el Credo: el Creo en Dios Padre de las catequesis entre el 5 de diciembre 1984 y el 17 diciembre 1986, el Creo en Jesús Cristo entre el 7 de enero 1987 y el 19 de abril del 1989, el Creo en el Espíritu Santo entre el 26 de abril 1989 y 3 de julio del 1991, Creo en la Iglesia entre el 10 de julio 1991 hasta el 30 de agosto del 1995, y finalmente el María en el misterio de Cristo y de la Iglesia entre el 6 de septiembre del 1995 y el 12 de noviembre del 1997.

Esta catequesis mariana se divide en tres partes: I) La presencia de María en la historia de la Iglesia, II) la fe de la Iglesia sobre María, III) el rol de María en la Iglesia. El papa en la primera parte contempla la presencia de la Virgen María en el comienzo de la vida de la Iglesia y explica el desarrollo de la doctrina mariana en los primeros siglos hasta su especial presencia en el Concilio Vaticano II. En la segunda parte sigue el itinerario mariano del documento conciliar que pone en evidencia la contribución de la figura de la Virgen en la comprensión del misterio de la Iglesia.

De esta manera busca poner en evidencia el rol de la Santísima Virgen María en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico y toma en cuenta el desarrollo doctrinal eclesial hasta ahora. En la tercera parte Juan Pablo II pone en relieve el rol especial de María en la historia de la salvación y en la relación especial de María con la Iglesia, su mediación, intercesión, maternidad espiritual y cooperación.

Además, en esta etapa de su magisterio previo al gran Jubileo, Juan Pablo II autoriza en el año 1992 la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, documento fruto de un largo trabajo preparatorio con el aporte de muchos investigadores y especialistas de todas las disciplinas:

Este catecismo es la exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales son la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Liturgia y el magisterio de la Iglesia. Está destinado a servir como punto de referencia para los catecismos o compendios que sean compuestos en los diversos países.” (C.E.C.n.11). Está dirigido a los responsables de la catequesis: los obispos, los sacerdotes y a los catequistas (C.E.C.n.12).

La estructura del catecismo se divide en cuatro partes: Primera parte: la profesión de la fe, la segunda parte: Los sacramentos de la fe, tercera parte: la vida de la fe, la cuarta parte: la oración en la vida de la fe. María esta presente en la primera parte en:

  1. la obediencia de la fe (nn.144, 148-149), ejemplo de fe (nn.165, 273), ejemplo de esperanza (n.64), en el credo sobre la encarnación y el nacimiento de Cristo (nn.484-511), en el credo sobre el Espíritu Santo es decir sobre María como madre de Cristo y de la Iglesia nn.(963-975) obra del Espíritu Santo (nn.717, 721-723),
  2. en la segunda parte el culto a María (n.1172) en el memorial (n.1370),
  3. en la tercera parte en la eucaristía dominical (n.2177) y en el primer mandamiento de la Iglesia de oír misa en las fiestas litúrgicas (n.2042),
  4. en la cuarta parte la oración de María (nn.2617-2619, 2622) el camino de oración en comunión con la Santa Madre de Dios (nn. 2673-2679, 2682).

La figura de María emerge así en este catecismo entre el misterio de Cristo y de la Iglesia, ubicada en la historia de la salvación, presente en el culto de la Iglesia y en la oración personal y comunitaria. Es importante la relevancia en lo que se refiere a la acción del Espíritu Santo en María como en la Iglesia y el discurso sobre la gracia y María.

DESPUÉS DEL AÑO MARIANO

Dentro de la gran estructura magisterial de Juan Pablo, entre los años 1990-1999, de cara a la entrada al Nuevo Milenio, por lo cual el Santo Padre vivía un profundo y especial llamado histórico y pastoral, precede al acontecimiento jubilar del 2000 la realización de los diferentes Sínodos, que el mismo convocó para cada Iglesia particular. Los diferentes documentos: Ecclesia in America, Ecclesia in Asia, Ecclesia in Europa, Ecclesia in Africa, Ecclesia in Oceania, reflejan, además de una profunda visión cristológica global, también un unitario enfoque mariológico eclesial dentro del proceso de evangelización renovada y actualizada.

Además de lo hecho a nivel eclesial con los diferentes sínodos convocados, la preparación magisterial catequética para el gran Jubileo del año 2000 no dejó de tener su carácter mariano en los tres años que precedieron el evento: el año del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, en cada uno Juan Pablo presenta a María según la líneas del Concilio como Hija Predilecta de Padre, Madre del Hijo de Dios y sagrario del Espíritu Santo donde se de el misterio del la encarnación redentiva y se da el misterio de Pentecostés al comienzo de la vida de la Iglesia. En la persona de María primera redimida se conjuga la presencia del misterio trinitario y partir de ella en la Iglesia se desarrolla la misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso Para Juan Pablo María vive en el misterio de Dios y del hombre abriendo para la Iglesia que fundó su Hijo el carácter permanente de discípula y misionera que encarna y se hace obediente en la fe, evento permanente que marca el comienzo del nuevo milenio. En seguida unos trozos de los dos documentos acerca del gran Jubileo, uno anterior y uno posterior.

Tertio millennio adveniente, Vaticano, 10 de noviembre del año 1994: n.43:

“María Santísima, que estará presente de un modo por así decir « transversal » a lo largo de toda la fase preparatoria, será contemplada durante este primer año en el misterio de su Maternidad divina. ¡En su seno el Verbo se hizo carne! La afirmación de la centralidad de Cristo no puede ser, por tanto, separada del reconocimiento del papel desempeñado por su Santísima Madre. Su culto, aunque valioso, de ninguna manera debe menoscabar « la dignidad y la eficacia de Cristo, único Mediador ». María, dedicada constantemente a su Divino Hijo, se propone a todos los cristianos como modelo de fe vivida. « La Iglesia, meditando sobre ella con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo ».

Novo Millennio Ineunte, 6 de enero del 2001, nn. 58-59:

“Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos meses, junto con muchos Obispos llegados a Roma desde todas las partes del mundo, he confiado el tercer milenio. Muchas veces en estos años la he presentado e invocado como « Estrella de la nueva evangelización ». La indico aún como aurora luminosa y guía segura de nuestro camino. « Mujer, he aquí tus hijos », le repito, evocando la voz misma de Jesús (cf. Jn 19,26), y haciéndome voz, ante ella, del cariño filial de toda la Iglesia.”.

DESPUÉS DEL GRAN JUBILEO: SU ÚLTIMA PRODUCCIÓN

Del último magisterio mariano de Juan Pablo II se pueden seleccionar tres documentos importantes, uno sobre la importancia renovada del Santo Rosario y el otro el documento Ecclesia de Eucaristia de dedica una parte importante a María mujer eucarística, y por último la aprobación de la publicación por parte del Juan Pablo II del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia del 21 de diciembre del 2001 documento de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Este no es directamente parte de la producción de Juan Pablo: él solo fue quien lo aprobó. Con respecto a María considera la importancia del cristocentrismo de toda devoción a María y que debe expresar su dimensión trinitaria, su correspondencia con la Sagrada Escritura y la apertura ecuménica. La parte mariana presenta la siguiente estructura:

Capítulo V, La veneración a la Santa Madre del Señor (183-207): Algunos principios (183-186); Los tiempos de los ejercicios de piedad marianos (187-191); La celebración de la fiesta (187); El sábado (188); Triduos, septenarios, novenas marianas (189); Los «meses de María» (190-191); Algunos ejercicios de piedad, recomendados por el Magisterio (192-207); Escucha orante de la Palabra de Dios (193-194); El «Ángelus Domini» (195); El «Regina caeli» (196); El Rosario (197-202); Las Letanías de la Virgen (203); La consagración – entrega a María (204); El escapulario del Carmen y otros escapularios (205); Las medallas marianas (206); El himno «Akathistos» (207).

El Santo Padre en la Carta Apostólica, Rosarium Virginis Mariae, del 16 de octubre del 2002, reconoce el valor del Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, por ser una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. Para Juan Pablo II la importancia de esta oración se fundamenta en importancia litúrgica que adquiere como la celebración de los misterios de la salvación dentro de la vivencia de la fe en Cristo y en la Iglesia: un misterio sencillo de profesión de fe y de acto de fe que permite una adhesión inmediata de cada fiel en comunión con la contemplación de los datos de la revelación con el misterio de la encarnación anunciación redención.

El Rosario es una continua invitación a la apropiación de la Palabra como María y con María, al asentimiento de la razón y la fe con el corazón, un verdadero camino de contemplación y compromiso. Para Juan Pablo II el Santo Rosario es una oración de gran significación para el comienzo de este milenio donde hay que remar mar adentro para proclamar a Cristo y hacer nuestro el Magnificat de María y anunciar así a Cristo como el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización RVM n.1:

”El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor”.

El otro documento es la Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, publicada el 17 de abril del 2003 presenta unas bellísimas reflexiones sobre María que más allá de su participación en el banquete eucarístico, se puede valorar desde su actitud interior: según Juan Pablo II se puede decir que María es mujer « eucarística » con toda su vida. En el capitulo VI él muestra este punto: En la Escuela de María, mujer eucarística, nn. 53-58. Presentamos un párrafo significativo del texto citado:

N. 56.” María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén « para presentarle al Señor » (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería « señal de contradicción » y también que una « espada » traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el « stabat Mater » de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de « Eucaristía anticipada » se podría decir, una « comunión espiritual » de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período post-pascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como « memorial » de la pasión.”.

APORTES DE CONTENIDO MARIOLÓGICO EN EL ECUMENISMO

Ha sido muy importante en el magisterio de Juan Pablo II su esfuerzo ecuménico. El quiso profundizar el aspecto mariano en la búsqueda de la unidad. El tema de María en su visión eclesial no podía quedar marginado y ser causa de disensión y divisiones entre los cristianos. En muchas actividades, alocuciones, mensajes, intervenciones, documentos el papa siempre miró a María como punto de encuentro para los hijos dispersos. En la catequesis: La Madre de la unidad y de la esperanza, en la audiencia General del 12 de noviembre del 1997, recuerda que María es verdaderamente la madre de la unidad de los cristianos y motivo de esperanza en el camino ecuménico.

Con respecto a los hermanos reformados él reconoce el acercamiento sobre la doctrina mariológica gracias a las contribuciones de teólogos protestantes y anglicanos actuales, es decir sobre la doctrina correspondiente a la maternidad divina, la virginidad, la santidad y la maternidad espiritual de María. Valorar la presencia de la mujer en la Iglesia implica y conlleva a un reacercamiento a la figura de María en la obra de la salvación. Y con respecto a los hermanos orientales los ortodoxos el papa reconoce el honor que le rinden como Madre del Señor y Salvador en venerarla como Madre de Dios y siempre Virgen, en su santidad e intercesión. Por eso personalmente la recuerda con las palabras de San Agustín Mater unitatis. A Ella confía devotamente la esperanza de alcanzar la verdadera unidad en, con y por Cristo. Ponemos algunas referencias ecuménicas y marianas importantes de Juan Pablo II:

Redemptoris Mater 25-3-1987. El camino de la Iglesia y la unidad de todos los cristianos: nn. 29-34.

N.6” La enseñanza de los Padres capadocios sobre la divinización ha pasado a la tradición de todas las Iglesias orientales y constituye parte de su patrimonio común. Se puede resumir en el pensamiento ya expresado por san Ireneo al final del siglo II: Dios ha pasado al hombre para que el hombre pase a Dios. Esta teología de la divinización sigue siendo uno de los logros más apreciados por el pensamiento cristiano oriental.

En este camino de divinización nos preceden aquellos a quienes la gracia y el esfuerzo por la senda del bien hizo «muy semejantes» a Cristo: los mártires y los santos. Y entre éstos ocupa un lugar muy particular la Virgen María, de la que brotó el Vástago de Jesé (cfr. Is 11, 1). Su figura no es sólo la Madre que nos espera sino también la Purísima que -como realización de tantas prefiguraciones vetero-testamentarias- es icono de la Iglesia, símbolo y anticipación de la humanidad transfigurada por la gracia, modelo y esperanza segura para cuantos avanzan hacia la Jerusalén del cielo.”.

Fuente: Padre Antonio Larocca smc para campus.udayton.edu


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notorio REFLEXIONES Y DOCTRINA Sobre los Santos y Beatos

El fundamento bíblico de la mariología de Juan Pablo II

Juan Pablo II afirmó el lugar que ocupaban las Sagradas Escrituras en la teología, al comienzo de su pontificado en la constitución apostólica Sapientia christiana (15.04.1979): «La Sagrada Escritura debe ser como “el alma de la Sagrada Teología” la cual se basa como “fundamento perenne” (n.24) sobre la Palabra de Dios escrita junto con la Tradición Viva (cf. DV 24)»

Haciendo referencia a esta importante afirmación, mons. Juan Szlaga señala: “No debería interpretarse como luz verde para la exégesis y para los estudios bíblicos en general, es un deber, y desatenderlo significa en teología separarse del alma viva y vivificante”. La magistral afirmación de Juan Pablo II insertada en el documento sobre los estudios eclesiásticos universitarios, concierne obviamente también a la mariología.

Más recientemente, en cuanto a los temas marianos, se ha comparado de un modo interesante la metodología de los documentos pontificios anteriores al concilio con la de documentos actuales. “La Biblia está presente en unos y otros, pero la metodología utilizada de esta fuente básica de la teología es diametralemente distinta. Los documentes anteriores al Concilio buscan en la Biblia una confirmación de la propia doctrina o al menos una ilustración bíblica de ésta. La doctrina mariana del Concilio y los documentos marianos post-conciliares utilizan la Biblia de forma completamente distinta.

Los documentos marianos post-conciliares se centran principalmente en el mensaje bíblico mariano en el contexto de la historia de la salvación, incluida en sentido amplio. La Biblia en estos documentos constituye el fundamento, el punto de partida. Nos encontramos frente a dos métodos, uno tradicional, llamado “cristotípico”, que parte de los privilegios de María, comenzando por la maternidad divina hasta el dogma de la Asunción, y un segundo método, que generalmente se define como “eclesiotípico”, que parte del paralelo entre María y la Iglesia. A partir del Concilio surgió esta nueva dirección “horizontal, que fue prevaliendo progresivamente, aunque se tengan que considerar complementarias ambas tendencias.

A continuación mostramos un texto clave de la mariología conciliar sobre anunciaciones marianas del Antiguo Testamento, partiendo del capítulo VIII de la constitución dogmática Lumen gentium, donde se observa cómo ambas perspectivas estaban presentes en el Concilio: “Los libros del Antiguo y Nuevo Testamento y la venerable tradición muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación, y por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la Salvación en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal y como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3,15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la primera, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.”

La summa mariológica del Concilio, junto a tres textos clásicos del Antiguo Testamento que hablan de la madre del Salvador y propios de la mariología cristotípica, el llamado “protoevangelio” (Gen 3, 15), la famosa profecía sobre Emanuel (Is 7, 14), con una referencia a la profecía de Miqueas (5, 2-3), similar en tiempo y contenido al texto de Isaías (Gen 3, 15; Is 7, 14; Mi 5, 2-3), menciona igualmente dos temas proféticos algo recientes en la mariología bíblica, pero que por el propio valor eclesial iluminan también el misterio de María: “ los humildes y los pobres de Yahvé» y la «Hija de Sión», ricamente simbólica y topoi de la mariología eclesio-típica.
Juan Pablo II también une perfectamente ambos métodos de la mariología, haciendo uso de los mismos textos. Se refleja muy bien en la encíclica Redemptoris Mater (1987), en la cual la primera parte (María en el misterio de Cristo) representa la mariología tradicional “cristotípica”, mientras que la segunda (La Madre de Dios en el centro de la Iglesia peregrina) es el ejemplo de la actual tendencia “eclesiotípica”.

La primera parte presenta a María en el misterio de Cristo y se la podría definir como “una síntesis de la mariología bíblica”. El Papa, en su obra se inspira sin duda en el octavo capítulo de la Lumen gentium. Más de 60 notas de la encíclica (sobre 147 en total) hacen referencia a LG 52-69, la introducción misma hace referencia al capítulo VIII de la Constitución conciliar sobre la Iglesia. Los textos bíblicos que el pontéfice cita en su encíclica son los mismos que aparecen en el texto conciliar, que aun citando escasamente el Antiguo Testamento, propone textos importantes de aspectos doctrinales. Pudiéndose leer así en la encíclica Redemptoris Mater: “El plan divino de la salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la llegada de Cristo, es eterno. […] Abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar particular a la mujer, que es la Madre de Aquel, al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación”. Como escribe el Concilio Vaticano II, « ella misma es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado» – según el Libro de la Génesis (Gen 3,15); “igualmente, esta es la Virgen que concebirá y dará luz a un hijo que se llamara Emmanuel” – según las palabras de Isaías (Is 7, 14). De tal modo el Antiguo Testamento prepara aquella “plenitud del tiempo”, en la que Dios “envió a su Hijo, nacido de una mujer, [… ] para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.

Hasta aquí no es necesario un análisis más profundizado de los textos “clásicos” del Antiguo Testamento utilizados por el Santo Padre en la primera parte de su encíclica. Son textos de los cuales se habla a menudo tanto en las obras tradicionales de mariología bíblica como en los comentarios en el Redemptoris Mater. Señalamos solamente que el Papa elabora el texto del Protoevangelio (Gen 3, 15) basándose también en sus meditaciones sobre la “nueva Eva”. Tal referencia aparece de nuevo al final de la primera parte de la encíclica en unas quince intervenciones de Juan Pablo II. En sintonía con la hermenéutica bíblica contemporánea, sin embargo, el Papa dirige las palabras del Protoevangelio directamente al Mesías anunciado y solo en segundo lugar a su Madre, la “nueva Eva”. Este título tradicional de María, que data de los tiempos de San Ireneo, aparece algunas veces en la enseñanza de Juan Pablo II y complementando la doctrina de San Pablo sobre Cristo “El Nuevo Adán”.

Con respecto al segundo de los textos clásicos: el de la Madre de Emmanuel (Is 7, 14), aparece en la enseñanza de Juan Pablo II unas doce veces, confirmando la verdad sobre la virginidad de María; el santo Padre explica aquel versículo en el vasto contexto del “Libro de Emmanuel”, indicando en primer lugar el sentido de la expresión. La profecía de Miqueas (5, 1) del nacimiento del Mesías en Betlemme sin embargo es citada escasamente, cautela probablemente dictada también por el hecho de que los exégetas contemporáneos difícilmente atribuyen este texto a María. Se le dedica más espacio a la mariología “eclesiotípica” de Juan Pablo II, cuyos textos de referencia aparecen frecuentemente, sobre todo en la segunda parte de la encíclica sobre la Madre del Redentor. Ésta comienza con el reclamo a las famosas palabras de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, que describen en un lenguaje bíblico el misterio del Pueblo de Dios: “Así como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez Iglesia (cf. 2 Esd 13, l; Nm 20, 4; Dt 23, l ss.), así el nuevo Israel, [ … ] se llama Iglesia de Cristo”. Luego el Papa añadió: “ Precisamente en este camino -peregrinación eclesial- a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de la historia de las almas, María está presente, como aquella que es “beata porque ha creído”, como aquella que avanzaba en la peregrinación de la fe, participando como ninguna otra criatura en el misterio de Cristo”.

Previamente se recuerdan los dos temas bíblicos que ilustran a María en el misterio de la Iglesia, el de la Hija de Sión y el de los pobres de Jahvé que aparecen en los textos conciliares, en el capítulo VII de la Lumen gentium. Se recuerda que la interpretación del topos “Hija de Sión” procedía de los protestantes, y que al principio fue acogida con escepticismo por parte de la exégesis católica. Sin embargo el tema de los “humildes y los pobres de Yahvé” fue desarrollado hace cincuenta años por el biblista Albert Gelin, desde entonces también lo tratan exégetas y teólogos de diferentes confesiones. Ambos temas se destacaron en la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, sin proporcionar referencias bíblicas expresamente. Uno de los redactores de la Lumen gentium, Gérard Philips, aclara así esta forma de redacción del texto: “Ninguno de los dos términos va acompañado de una referencia, porque en realidad forman una especie de bien común de la piedad veterotestamentaria [ … ]. La Hija de Sión, figura del pueblo elegido, lleva la promesa que se cumplirá en la plenitud de los tiempos”. La reserva del uso del título “Hija de Sión” por parte de los Padres Conciliares hacía referencia no tanto a su contenido sino más bien al método de transferirlo desde la comunidad de fe de Israel a María.
Efectivamente suscitó dudas también el hecho mismo de que este título no estuviera presente en la devoción mariana tradicional. Como ya hemos dicho, a mitad del siglo XX los protestantes (el luterano H. Sahlin, y después el anglicano A. G Hebert) volvieron centrar la atención en la posibilidad de interpretar algunos textos evangélicos a la luz de las profecías bíblicas respecto a la comunidad del post-exílio. “Es posible que una exégesis del Evangelio de Lucas presuponga que el Evangelista aparecido a María durante la Anunciación y el canto del Magnificat viera en ella la “Hija de Sión”, conocido desde el Antiguo Testamento. Puede ser que también en otros textos de Lucas y en general del Nuevo Testamento se encuentren otras alusiones al mismo pensamiento”.

Independientemente de las sugerencias de los autores citados S. Lyonnet quiso destacar el hecho de que en el saludo del ángel a María (lc 1, 28) se cumpliera la fórmula del profeta, traducida por la Septuaginta con Chaire “Rallegrati” (Sof 3, 14; Gl 2, 21; Zc 9, 9; cf. Lam 4,21). No es el saludo común hebreo (shalom), sino el anuncio de un júbilo mesiánico dirigido a la Hija de Sión. Lyonnet profundizó posteriormente su tesis examinando el vínculo de la perícopa íntegra de Lc 1, 26-38 con los textos citados del profeta.

R. Laurentin llega a las mismas conclusiones en un estudio profundizado. Éste muestra que los tres textos proféticos (Sof 3, 14-17; Gl 2, 21-27 e Zc 9, 9-10) transmiten a la “Hija de Sión” el mismo mensaje de alegría por la proximidad de la llegada del Mesías. En su persona el mismo Yahvé preside en Sión como “rey” y “salvador”. Aquí es donde reencontramos las mismas características en el relato de la anunciación de San Lucas, aunque María es llamada kecharitomene y no “Hija de Sión” como la antigua Jerusalem. Laurentin añade que la identificación de María con la Hija de Sión es característica de todo el “Evangelio lucano de la infancia” hasta la presentación en el templo (Lc 2, 35). San Lucas actualiza los textos sobre Sion, refiriendo su realización a la persona de la Madre del Salvador.

H. Cazelles, distinguido conocedor del Antiguo Testameno y mariólogo, realizó posteriormente un estudio profundizado sobre la tipología de la “Hija de Sión”. Señaló que el concepto bíblico de “Hija de Sión” está sometido a una evolución gradual en los textos proféticos, hasta Jeremías y las Lamentaciones. Tras la cautividad de Babilonia la gloria del Jerusalén renovado vuelve a hacer referencia a la misma personificación de los antiguos misterios alegres y dolorosos. Entonces la “Hija de Sión” es llamada a la gloria como Pueblo elegido (Is 62, 11-12). Esto nos recuerda a la llamada de María a gozar de la maternidad mesiánica, cuando el mensajero divino se dirige a ella como “llena de gracia” (Lc 1, 28). Los capítulos finales del Libro de Isaías hablan del pueblo nuevo, generado en la alegría de Sión-Jerusalem (66, 6­lO). Sión se convierte de nuevo en “generatriz” como lo fue la “Hija de Sión” (Mi 4, 9-10).

Los salmos apenas mencionan el antiguo título de Jerusalem, pero éstos también hablan de la fecundidad y del júbilo materno de Sión. Basta recordar el Sal 87 (86) titulado “Sión, madre de los pueblos”. Es aquí donde los textos marianos de Juan Pablo II manifiestan un conocimiento perfecto de la exégesis bíblica contemporánea. El Papa se sirvió del título “Hija de Sión” al menos 20 veces, apenas mencionado en la Lumen gentium 55; en la encíclica mariana lo hace cuatro veces, una de ellas en la misma introducción de la Encíclica: “Su presencia en medio de Israel -tan discreta que pasó casi desaperdibida ante los ojos de sus contemporáneos- resplandecía claramente ante el Eterno, el cual había asociado a esta escondida « hija de Sión » (cf. So 3, 14; Za 2, 14) al plan salvífico que abarcaba toda la historia de la humanidad.” El Papa vuelve al significado de este título mariano un poco más adelante, meditando el sentido del saludo del ángel: La razón de este doble saludo es, pues, que en el alma de esta « hija de Sión » se ha manifestado, en cierto sentido, toda la « gloria de su gracia », aquella con la que el Padre [ … ] nos agradeció en el Amado”.

Asimismo en el ciclo de la catequesis mariana, Juan Pablo II relaciona esta definición bíblica con la Madre del Salvador y cita numerosas veces los textos proféticos del Antiguo Testamento. Es característico el hecho de que precisamente la “Hija de Sión” haya encontrado una aplicación particular en el diálogo ecuménico sobre el papel de María en el Nuevo Testamento. La temática de los “pobres de Yahvé” no constituía un problema para los Padres Conciliadores excepto por esta razón: que el Nuevo Testamento presenta exactamente al mismo Cristo. Por lo tanto, era fácil mostrar el ideal de Jesús en la vida de su Madre. La labor de los exégetas, comenzando por Alber Gelin, destacan en el himno del Magnificat la presencia del tema de la pobreza del Antiguo Testamento.

Junto a los textos proféticos ya citados podríamos indicar una serie de salmos, en los cuales domina el tema de la pobreza espiritual. También en este caso el Papa hace referencia a los resultados más recientes de la exégesis. También el modelo de los “pobres del Señor”, se desarrolló en la segunda parte de la encíclica, mientras que se habla de la “elección de los pobres” evidente en el Magnificat: “María está profundamente impregnada del espíritu de los «pobres de Yahvé », que en la oración de los Salmos esperaban de Dios su salvación, poniendo en él toda su confianza (cf. Sal 25; 31; 35; 55). En cambio, ella proclama la venida del misterio de la salvación, la venida del « Mesías de los pobres» (cf. Is 11, 4; 61, 1). La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús.” María impregnada del espíritu de los “pobres de Yahvé” aparece como el anuncio de la venida del “Mesías de los pobres”. Las referencias bíblicas se eligieron exhaustivamente: el Libro de Isaías anuncia el misterio de Cristo, mientras que los textos de los Salmos evocan un tema importante de la teología del Antiguo Testamento que se cumple en el Magnificat.

Destacamos con motivo de la mención del papa de la versión hebrea del salterio (la numeración de la Septuaginta queda en un segundo plano), subrayando la primacía del original sobre la versión tradicional. Con respecto a los Salmos cabe destacar su frecuente aparición en la enseñanza de Juan Pablo II, muy cercanos y siempre propuestos según el metodo de la lectio divina, anunciado en la carta apostólica Novo millennio ineunte, y refiriéndose frecuentemente al Salterio como fuente de las verdades reveladas.

En la mariología de Juan Pablo II el salmo citado con más frecuencia es el ya mencionado Sal 87(86) sobre la “maternidad de Sión”. Esporádicamente el Santo Padre vuelve a hacer referencia al Sal 45(44) (“Epitalarnio regale”), tan apreciado por la Tradición cristiana. Sin embargo en las intervenciones marianas del Papa no faltan referencias hacia otros textos de los salmos, que ilustran el misterio de la Madre de Dios. Así, por ejemplo, hablando una vez sobre el santuario de la Virgen Asunta de Kiev, el papa menciona la inscripción griega en el ábside de este templo: “Dios está en ella: no vacilará; Dios la socorrerá, antes de la mañana” [Sal 46(45), 6],la traducción litúrgica de la Iglesia oriental ha siempre dirigido estas palabras al misterio de la Encarnación. En la liturgia bizantina de la Anunciación el Santo Padre explica las palabras del Sal 24[23], 7.9: “Esta naturaleza que hoy levanta sus “antiguas puertas” para que “entre el rey de la gloria” [ … ] es realmente, como canta la liturgia, una nueva creación: junto a Cristo, engendrado en el seno de la Virgen, nace una nueva humanidad”. Se ve nuevamente cómo el Papa, conforme a la tradición más antigua de la Iglesia universal, funda el sentido mariológico del salmo en su cristología.

Sin embargo, el discurso con motivo del jubileo de Jasna Gora se centra en las palabras utilizadas en el Sal 48[47]: “Grande es el Señor, y muy digno de ser alabado en la ciudad de nuestro Dios. Su santo monte, altura hermosa, alegría de toda la tierra”. Aunque el sentido mariano sea solo una adaptación libre del sentido literal, la catequesis mariana no rechaza la tradición antigua oriental u occidental, que atribuye este Salmo a la Madre de Dios.

Existen otros textos hermosísimos que la eclesiología del Concilio extrajo del Antiguo Testamento y que el Papa retoma. La descripción de la estipulación de la alianza (Es 19, 24) es un texto clásico. El Papa recurre a este relato en un par de discursos en el Ángelus, en julio de 1983. La obediencia de María es la perfecta realización de las palabras de Israel: “Haremos cuanto dice el Señor” (Es 19, 8; cf. 24, 3.7). En este caso Juan Pablo II no acude al Concilio, sino a la exhortación Marialis cultus de Pablo VI, profundizando al mismo tiempo en tal analogía. Ya en el Medievo los teólogos usaban los textos “eclesiásticos” del Antiguo Testamento, relacionándolos directamente con María. Se observa sobre todo en los cantos matutinos en honor de la Inmaculada Concepción de María presentes hasta el día de hoy, en los que el Papa, explicando el papel de María en la Iglesia, habla de su simbología. Así, por ejemplo, en la homilía por la Asunción aclara el sentido de la imagen bíblica: “El Arca de la Alianza”, aquella en la cual “el Verbo se hizo carne”.

Las figuras femeninas que han tenido un papel redentor en los eventos del Antiguo Testamento también constituyen prefiguraciones de la Madre del Redentor. Sobre este tema el Santo Padre ha dedicado una de las catequesis del ciclo mariano. En sintonía con la antigua tradición litúrgica con frecuencia en la marilogía del Papa aparecen textos del deuterocanónico Libro de Judit. La mujer valiente que le había cortado la cabeza a Oloferne constituye una representación particularmente clara del anuncio de la victoria de la “nueva Eva” sobre la serpiente (Gen 3, 15). El mismo nombre de Judit vuelve a relacionarse con el nombre de Judas Macabeo y es símbolo del pueblo hebreo. La Iglesia pudo ver aquí fácilmente la personificación de la misión de salvación y reconoció en Judit el anuncio profético de la Madre del Salvador. La heroica fe de María tiene su antecedente bíblico en las figuras de muchas madres de Israel, como Sara (Gen 17, 15-21; 18, 10-14), Raquel (Gen 30, 22), la madre de Sansón (Gdc 13, 1-17) y Ana, madre de Samuel (1 Sam 1, 11-20). Hablando de su “esterilidad fecunda”, el Papa destaca la gratuidad del don de Dios. Ejemplo de la obediente sierva del Señor son en la catequesis del Papa “todos los que son llamados a ejercitar una misión en favor del pueblo elegido”: Abraham (Gen 26, 24), Isaac (Gen 24, 14), Jacob (Es 32, 13; Ez 37, 25) y David (2 Sam 7, 8 ecc.). “Son siervos también los profetas y los sacerdotes, a quienes se encomienda la misión de formar al pueblo para el servicio fiel del Señor”.

El libro del profeta Isaías exalta en la docilidad el “Siervo sufridor” un modelo de fidelidad a Dios que espera la salvación de los pecados de la multitud (cf.Is 42-53). Algunas mujeres representan también ejemplos de la fidelidad, como la reina Ester, que, antes de interceder por la salvación de los hebreos, dirigió una oración a Dios, como “tu sierva” (Est 4, 17). El Papa se sirve por lo tanto de la tipología bíblica y amplía la definición atribuyendo a María muchos ejemplos de la vida de los hombres. Primeramente el Santo Padre funde la tipología mariana sobre la cristología, hablando de la “sierva del Señor” indicando enseguida el más alto ejemplo enla Persona de Cristo, “Siervo del Señor”.

Sin embargo la figura de Ester, frecuentemente incluída en la tipología “majestuosa” de María, es mencionada por el Papa y con una adecuada aclaración. La tipología bíblica de hecho no se puede basar solo en comparaciones externas y casuales, para su aplicación es necesara el conocimieno de las reglas de la hermenéutica, de las cuales Juan Pablo manifiesta perfecto conocimiento. Un buen ejemplo es el uso de la mariología en los textos sapienciales del Antiguo Testamento, tenido poco en cuenta por los exégetas hasta hace poco. María, como “Madre del Verbo encarnado era Sedes Sapientiae, Esposa del Espíritu Santo, primera anunciadora y mediadora del Evangelio sobre el origen de Jesús”. El Papa también menciona textos que elogian las virtudes femeninas: “La literatura sapiencial señala la fidelidad de la mujer hacia la alianza divina como el punto cumbre de sus posibilidades y la fuente de admiración más grande. En realidad, aunque a veces pueda decepcionar, la mujer supera todas las expectativas cuando su corazón es fiel a Dios: “Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al Señor es digna de alabanza” (Pr 31, 30). En tal contexto, el libro de los Macabeos, en la historia de la madre de los siete hermanos martirizados en la persecución de Antioco Epifanes, presenta el ejemplo más admirable de nobleza en la prueba [… ]. En estas figuras de la mujer, en las cuales se manifiestan las maravillas de la gracia divina, se observa aquella que será la mujer más grande: María, la Madre del Señor”.

Es difícil tratar de forma exhaustiva en este breve texto la presencia de referencias al Nuevo Testamento en el magisterio del Papa, cuyas síntesis han sido ya elaboradas. Podemos añadir que su Letra Apostólica es sin duda una confirmación de la mariología de Juan Pablo IIRosarium Virginis Mariae, que establece el vigésimo quinto año de su ministerio petrino como año del santo Rosario. Entre las decenas citaciones y alusiones bíblicas contenidas en este documento tan importante, casi todas son obtenidas del nuevo Testamento. La elección de éstas indica claramente, como hemos podido afirmar, que la mariología de Juan Pablo II mana de la cristología y de la eclesiología. Todos los títulos y tres capítulos de la Carta hacen referencia primeramente a Cristo y luego a María.

La mayor novedad de la Carta Apostólica sobre el santo Rosario fue el anuncio de un nuevo ciclo de meditaciones. El Papa propuso añadir a los cinco misterios del Rosario el título de “misterios de la luz”. En el contexto de esta propuesta aparece una vez más el carácter cristocéntrico de esta oración: «En realidad, todo el mistero de Cristo es luz. Él es “la luz del mundo” (Jn 8, 12), pero esta dimensión surge particularmente en los años de la vida pública, cuando se anunció el Evangelio del Reino». Tratando el contenido de los cinco “misterios de la luz”, Juan Pablo II hace referencia a los textos evangélicos, de donde originan estos misterios; al final de este párrafo se refleja claramente el cristocentrismo de la mariología del Papa: “En estos misteros, excepto en el de Caná, la presencia de María queda en el trasfondo. Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz» “.

Tal ejemplo prueba que Juan Pablo II recorre coherentemente el camino indicado por el Concilio y por su predecesor, el Papa Pablo VI. Fue la Constitución dogmática sobre la Iglesia de hecho, la que adaptó la mariología al misterio de la Iglesia. . Paolo VI posteriormente dedicó a la renovación del culto mariano la Exhortación Apostólica Marialis cultus del 2 de febrero de 1974, indicando las referencias fundamentales de esta renovación: la trinitaria, la cristológica, la pneumatológica y la eclesiológica. En la Carta sobre el santo Rosario, Juan Pablo II hace referencia directa a este documento, definiendo el Rosario “la oración del corazón cristológico” . Confirmación de tal definición es la elección de citaciones bíblicas, que en su mayoría hacen referencia a Cristo.

Concluyendo, la mariología bíblica de Juan Pablo II refleja un profundo conocimiento de la exégesis tradicional, fundada sobre algunos textos que hacen referencia en general a la Madre del Salvador (Gen 3, 15; Is 7, 14; Mi 5, 2s.) como también a la tipología Eva-María difusa en la devoción mariana medieval. Al mismo tiempo desarrolla con éxito la línea de la literatura sapiencial, relacionando el espíritu paulino de Cristo – Sabiduría de Dios (1 Cor l, 24) con María – sede de la Sabiduría. Sin embargo, la enseñanza del Papa hace referencia sobre todo a los temas sugeridos en Lumen gentium 55 en la exégesis bíblica del siglo XX: “los pobres de Yahvé” y la “Hija de Sión”. La asunción de métodos de enseñanza del Antiguo Testamento tan variados permite comparar a Juan Pablo II con aquel patrón del Evangelio que “extrae con sabiduría de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas” (Mt 13, 52). A su vez los textos marianos del Nuevo Testamento en la interpretación de Juan Pablo II están muy relacionados al kerigma apostólico, de caracter fundamental, que refleja el papel central de Cristo en la economía de la salvación.

Fuente: diocesisdetlaxcala.org.mx




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REFLEXIONES Y DOCTRINA Sobre los Santos y Beatos

El Carisma Mariano de Juan Pablo II

La elección de S.S. Juan Pablo II trajo una profunda y universal resurgencia en la Espiritualidad Mariana. Juan Pablo II desarrolla doctrina mariana en nuevas formas siempre edificado en la tradición viva de la Iglesia. El no es solo un fiel intérprete de la doctrina, sino que expande nuevos caminos en el pensamiento, en la teología, enseñanza y en la espiritualidad mariana. Podríamos decir que esta devoción mariana fue en muchos aspectos un particular carisma de su pontificado.

¿Qué es un carisma? Es un don del Espíritu Santo, dado en un momento particular de la historia, para el bien de la Iglesia.

Este carisma mariano fue manifestado muy claramente en la vida de Juan Pablo II y en su misión petrina, con sus palabras, en su Magisterio, con los hechos y con sus gestos. Como nos dice la Constitución Dogmática Dei Verbum, “Cristo se reveló, la Palabra se hizo carne, y reveló el plan de salvación no solo con palabras, sino que con hechos, con gestos claros que estaban intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras y los gestos, por muy pequeños que sean, manifiesten y confirmen la doctrina. Que los hechos estén explicados por las palabras y que las palabras, proclamen las obras y esclarezcan el misterio contenido en ellas” ( Dei Verbum # 2).

Si el Magisterio de Juan Pablo II se considera el más amplio en muchos temas, entre ellos la Mariología, no podemos olvidar que si enseñó tanto sobre la Santísima Virgen y si la hizo un tema constante de su Magisterio, igual, de elocuente fueron sus gestos. Esos detalles con los que constantemente dirigía la mirada de toda la Iglesia a la Madre de Dios, y nuestra Madre. ¡Cuantas fotos podemos contemplar, especialmente en todos los libros que han surgido después de su muerte, de Juan Pablo II con una imagen de la Virgen! ¿Si nos ponemos a pensar, sería muy difícil imaginarnos al Papa sin la Virgen o sin un rosario en mano? ¿Podemos imaginarnos a Juan Pablo II en un país sin peregrinar a un santuario mariano? ¿Podemos imaginarnos al Papa sin el Totus Tuus representándole?

Todos los gestos del Papa fueron tan petrinos: tan pastorales, tan paternos… y todos sus gestos fueron tan marianos… Que bello haber sido testigos oculares de un particular carisma en la Iglesia que no acaba con él, sino que experimenta un resurgir o una claridad singular: Pedro haciendo gestos que revelan su dependencia, su acogida, su confianza y amor a la Madre de Dios.

Los gestos

El semblante externo, los movimientos que revelan afectos interiores; rasgos notables que revelan el corazón. Podemos sin temor a exagerar, decir que Juan Pablo II ha sido un Papa sumamente gesticular: ha querido claramente dar a la Iglesia un semblante mariano, sus movimientos y rasgos nos han revelado el amor tan profundo de su corazón hacia la Santísima Virgen María. En un momento histórico en la Iglesia, en que muchos veían la devoción a María como una necesidad de los incultos, de los sencillos. El Espíritu Santo levantó a un hombre de gran calidad humana, espiritual e intelectual, a Pedro que supo enseñarnos a todos que tanto los reyes como los pastores se deben postrar ante Jesús que está en brazos de su Madre.

Hemos dicho que Juan Pablo II fue un hombre de palabras, de obras y de gestos. Y no solo en la Mariología. Pero nos vamos a concentrar, en recorrer brevemente sus gestos y sus palabras, y así “hacer memoria”, que en lenguaje bíblico significa “actualizar”, de su gran legado mariano a la Iglesia.

Sus peregrinaciones a los santuarios marianos

Podemos decir que en el Pontificado de Juan Pablo II, nuestra mirada fue de manera particular dirigida hacia la Madre de Dios. Ningún Papa había hecho tantas peregrinaciones a Santuarios Marianos alrededor del mundo, consagrando cada país, cada continente, cada familia y toda la Iglesia al Corazón Inmaculado. Dirigía constantemente la atención de los fieles a los Santuarios y a la importancia de las peregrinaciones: En los múltiples santuarios, que son antenas de la buena nueva, especialmente en los santuarios marianos, “no sólo los individuos o grupos locales, sino a veces naciones enteras y continentes buscan el encuentro con la Madre del Señor. Tal vez se podría hablar de una específica “geografía” de la fe y de la piedad mariana, que abarca todos estos lugares de especial peregrinación del pueblo de Dios, el cual busca el encuentro con la Madre de Dios para hallar, en ellos la presencia materna de María.” Peregrinar para Juan Pablo II era ir con toda la Iglesia a la “tienda del encuentro” con Dios, con la Virgen, con los santos, para pedir las gracias particulares que en esos lugares santos particularmente se conceden. (Los nuevos y actuales Caná)

La peregrinación a tantos santuarios marianos, fue un gesto singular de que la geografía, pero también la historia de las naciones está singularmente marcada por la presencia mariana, tan fuerte y vigorosa, que la identidad histórica y cultural de los pueblos está ligada a esa presencia mariana. Para él los santuarios marianos constituyen el corazón de los países y continentes. A la basílica de Guadalupe, le llamó el corazón mariano de América.
Las peregrinaciones constituyeron parte irrenunciable de su programa en los viajes apostólicos.

Su motto episcopal: ¡Totus Tuus!

La expresión deriva de San Luis María Grignion de Montfort. Es la abreviatura de la forma más completa de la consagración a la Madre de Dios.

En su libro Cruzando el Umbral de la Esperanza, nos dijo sobre su motto: “Totus Tuus”.

Esta fórmula no es una simple expresión de devoción: es algo más. La orientación de mi espiritualidad. Se afirmó en mí, en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo Cristocéntrico. Gracias a San Luís Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, Cristocéntrica, más aún, que está profundamente radicada en el misterio Trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención.

En lema Totus Tuus se inspira en la doctrina de San Luís María Grignion de Montfort (cf. Don y misterio, pp. 43-44; Rosarium Virginis Mariae, 15). Estas dos palabras expresan la pertenencia total a Jesús por medio de María: «Tuus totus ego sum, et omnia mea, tua sunt», escribe San Luís María; y traduce: “Soy todo vuestro, y todo lo que tengo os pertenece, ¡oh mi amable Jesús!, por María vuestra santísima Madre”

Todo por Jesucristo a través de María. Así vivió, así cumplió su misión y así murió, con el Totus Tuus en sus labios y en su corazón. En su testamento espiritual Juan Pablo II pone su vida entera en manos de la Virgen, a quien se consagró totalmente con su lema Totus Tuus. Como hizo Cristo en la cruz, también él ha querido, al salir de este mundo, dejarnos en manos de María: “En estas mismas manos maternales dejo todo y a todos aquellos con los que me ha unido mi vida y mi vocación. En estas manos dejo sobre todo a la Iglesia, así como a mi nación y a toda la humanidad”.

Su escudo Papal

El escudo papal (derecha) representa la cruz de Cristo y la “M” de María Santísima, Su Madre, al pie de la cruz. Es la primera vez que un escudo papal contiene una letra.

Quiere ser un homenaje al misterio central del cristianismo: el de la Redención. Representa principalmente una cruz, cuya forma, sin embargo, no corresponde a ninguno de los habituales modelos heráldicos en la materia. La razón del inusual desplazamiento de la parte vertical de la cruz aparece enseguida, si se considera el segundo objeto insertado en el escudo: la grande y majestuosa M mayúscula, que recuerda la presencia de la Virgen bajo la Cruz y su excepcional participación en la Redención. La intensa devoción del Pontífice a la Santísima Virgen se manifiesta en esta manera, como se expresaba también en el lema del entonces Cardenal Wojtyla: TOTUS TUUS. No se puede olvidar que justamente en el territorio de la Provincia eclesiástica de Cracovia se encuentra el celebérrimo santuario mariano de Czestochowa, donde el pueblo polaco nutre, desde hace siglos, su filial devoción hacia la Virgen.

El ha invitado a través de su pontificado a detenernos sin temor al pie de la Cruz, y ante el Corazón abierto de par en par del Hijo de Dios y de María, nos ha pedido que aceptemos esas palabras salvíficas que constituyen el corazón del Totus Tuus, la gran consagración desde el principio y de todos los tiempos, proclamada por Cristo. Al pie de la Cruz, Cristo, confía al discípulo amado y en él a toda la Iglesia, al cuidado maternal de María. Para que lo que Ella ha hecho con él (San Juan), lo haga ahora con su cuerpo místico. “He aquí, a tu Madre”. “Mujer, he aquí a tu Hijo”. (En el acto de consagración del 8 de octubre, puso a la Virgen de Fátima al pie de la cruz, el se arrodilló a la izquierda, como San Juan. Nos dio en vivo su escudo papal)

Características del Escudo: Lleno de sencillez

El escudo, la cruz de Cristo
En el panel derecho, una M: la presencia y total colaboración maternal de María en el misterio de la salvación.
El panel izquierdo, vacío. Esperando ser ocupado por cada discípulo de Cristo que esté dispuesto a participar del sacrificio redentivo y a ser como San Juan, que se entrega a la Madre y es acogido por ella.

Este lema, Totus Tuus, este “Todo tuyo y a través tuyo para Jesús”, ha sido el programa de vida. Escuchemos lo que dijo en su libro “Don y misterio” sobre el santuario de Kalwaria y su ministerio episcopal: “Desde niño, este itinerario de confianza en la Madre de Dios, y más aún como sacerdote y como obispo, me llevaba frecuentemente por los senderos marianos de Kalwaria, este es el principal santuario mariano de la Arquidiócesis de Cracovia. Iba allí con frecuencia y caminaba solitario por aquellas sendas presentando en la oración al Señor los diferentes problemas de la Iglesia, sobre todo en el difícil período que se vivía bajo el comunismo. Mirando hacia atrás constato como «todo está relacionado»: hoy como ayer nos encontramos con la misma intensidad en los rayos del mismo misterio, encontrar a Jesús por medio de María”.

La Maternidad de María

La dimensión Mariana en Juan Pablo II es fruto de toda una vida de profunda devoción a María Santísima como Madre, que llevó, como él mismo lo ha dicho, un largo proceso de maduración. Podríamos decir que Juan Pablo II en su experiencia personal y en su dimensión teológica, coloca, la Maternidad de María como el tronco sobre el cual se desarrollan todas las ramas (dimensiones) de su vida y espiritualidad mariana.

Él está convencido que cada discípulo de Cristo debe encontrarse en las palabras del Maestro en la Cruz: “He aquí a tu hijo; hijo he aquí a tu Madre” y que estas palabras son el testamento de Cristo que deben ser acogidas por cada uno de los fieles de la Iglesia. «En Juan, el discípulo amado, cada persona, descubre que es hijo o hija de aquella que dio al mundo al Hijo de Dios».

Para Juan Pablo II, identificarse como hijo de María, fue determinante en el desarrollo de su espiritualidad Mariana. Descubrirse en el rostro de San Juan evocó una profunda conciencia de la necesidad de acoger en su corazón, en su interior, a la Madre del Salvador, y que era el expreso deseo del Redentor, que él asumiese ese amor filial, dejando a la Virgen ejercer toda su misión materna.

Como expresó en la Encíclica Madre del Redentor # 45: «La maternidad en el orden de la gracia igual que en el orden natural caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace más comprensible el hecho que, en el testamento de Cristo en el Gólgota, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: Ahí tienes a tu hijo. En estas mismas palabras esta indicado el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no solo de Juan, sino de todo cristiano. El Redentor confía su madre al discípulo y al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. A los pies de la cruz comienza aquella especial entrega del hombre a la madre de Cristo.»

Respecto a la devoción mariana, cada uno de nosotros debe tener claro que no se trata solo de una necesidad del corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde también a la verdad sobre la Madre de Dios. María es la Nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán – Cristo -, comenzando por la Anunciación, a través de la noche del Nacimiento en Belén, el banquete de la Boda en Caná de Galilea, la Cruz sobre el Gólgota, hasta el Cenáculo de Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor es la Madre de la Iglesia». (S.S. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza). Estaba “convencido que María nos conduce a Cristo” pero a partir de allí comenzó “a comprender que también Cristo nos conduce a su Madre” (Giovanni Paolo II, Dono e misterio, pag. 37-38)

La maternidad espiritual de María, se expresa particularmente, con su mediación materna. Ella intercede ante su Hijo e interviene directamente en la economía de la salvación para alcanzarnos las gracias de santidad que Cristo ha hecho posible para la Iglesia con su sacrificio redentor.

Firma Mariana

Juan Pablo II quien definitivamente tuvo una “forma de ver mariana” la Iglesia, su propia misión, leer la historia y llevar a cabo los designios de Dios. Un corazón mariano contempla los misterios con ojos marianos. Pues los ojos son el reflejo del corazón. A la vez, pone un sello mariano en todo lo que hace, como poniendo las llaves de su acción en las manos de la Virgen. Esto es muy típico de Juan Pablo II.

Dedicó tres años de audiencias generales a impartir la más extensa catequesis mariana que algún Papa hubiese antes hecho. Concluía todos sus documentos pontificios, sus alocuciones, homilías, discursos, etc. con una invocación mariana o haciendo una clara relación del tema con la vida de la Santísima Virgen. Podríamos decir que quiso sellar cada tema dirigiéndonos a Aquella que ha vivido todos estos misterios plenamente en comunión con Cristo. Es como si hubiese querido firmar cada una de sus intervenciones con la presencia de la Virgen.

La Encíclica Madre del Redentor del 25 Marzo de 1987

Además de las audiencias generales dedicadas a la Santísima Virgen, quiso dejarnos una encíclica Mariana: Madre del Redentor: Es quizás la articulación mas clara del pensamiento y sentir mariano del Papa. Claramente, había manifestado su intención de despertar en todos los fieles, una sólida y necesaria espiritualidad mariana, basada en la Tradición de la Iglesia y en las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

El énfasis de Juan Pablo II sobre la maternidad de María en relación a Cristo Redentor es evidente desde el título que eligió para su sexta encíclica: Madre del Redentor. De quien dice en la primera frase del documento: “La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de salvación”… negarlo, dijo en una audiencia, sería negar la historia. En su libro “Cruzando el umbral de la esperanza” escribió “respecto a la devoción mariana, cada uno de nosotros debe tener claro que no se trata sólo de una necesidad del corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde también a la verdad objetiva sobre la Madre de Dios. María es la nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán -Cristo-, comenzando en la Anunciación, a través de la noche en Belén, en las bodas de Caná, en la Cruz sobre el Gólgota, hasta el cenáculo en Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor y es Madre de la Iglesia”.

Esta encíclica es el documento mariano mas importante del Papa y es la expresión de su devoción y doctrina mariana, el fruto maduro de un largo camino de relación filial con la Virgen. Sus palabras al entregar a la Iglesia este documento fueron: «he estado pensando sobre este tema por un largo tiempo. Lo he ponderado profundamente en mi propio corazón». Y en el libro Cruzando el umbral de la esperanza: “esta forma madura de devoción a la madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la Redemptoris Mater y la Mulieris Dignitatem”

Con esta encíclica, Juan Pablo II quiso recalcar que la Virgen tiene un lugar preciso en la economía de la salvación porque ella estaba destinada desde el principio para ser la Madre del Hijo de Dios, que nacería de ella en la plenitud de los tiempos. Esta plenitud revela, que el culmen de la historia, hacia la que caminaba y desde la que parte, es la Encarnación del Hijo de Dios, llevada a cabo por el poder del Espíritu Santo y la cooperación materna de María. Los reyes magos, representan la historia: recorren largos y difíciles caminos tras una estrella hasta que su búsqueda termina con el Mesías, y desde ahí parten por otro camino. Pero ellos, igual que los pastores, encuentran al Mesías en brazos de su Madre. La humanidad, la historia, cada corazón está llamado a encontrar al Señor, que se ha encarnado y que ha venido al mundo por medio de una Mujer, la Virgen.

Año Mariano (1987-1988)

Para resaltar el vínculo especial de la humanidad con la Madre quiso proclamar en la Iglesia, un Año Mariano: que sería una anticipación del Jubileo y prepararía para este. Para él, este año incluyó mucho de lo que se expresaría plenamente en el Año 2000.

Nos invitó a que profundizáramos en la doctrina de fe sobre María, pero que esta fuese “una fe vivida, la teología del corazón”, para que la Iglesia viviese auténtica “espiritualidad mariana”.

Recordó a muchos testigos y maestros de la espiritualidad mariana, particularmente la figura de San Luís María Grignión de Montfort, el cual propone a los cristianos la consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para vivir fielmente el compromiso del bautismo.

En este año, la Iglesia fue llamada a recordar todo lo que en su pasado testimonia la especial y materna cooperación de la Madre de Dios en la obra de la salvación de Cristo el Señor, sino además a preparar, por su parte, de cara al futuro, las vías de esta cooperación, ya que el final del segundo milenio cristiano se abre como una nueva perspectiva.

Luego en Tertio Millennio Adveniente: nos indicó como este Año Mariano precedió de cerca a los acontecimientos de 1989. Son sucesos que sorprenden por su envergadura y especialmente por su rápido desarrollo: el año 1989 trajo consigo una solución pacífica que ha tenido casi la forma de un desarrollo “orgánico”. Además se podía percibir cómo, en la trama de lo sucedido, operaba con premura materna la mano invisible de la Providencia: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho..?” (Is 49, 15).

Año Jubilar

Juan Pablo II no podía separar la celebración del Año Jubilar del 2000 de su dimensión mariana. El jubileo del nacimiento del Salvador está ligado plenamente a su Madre, ya que a través de Ella viene el Redentor al mundo: lo trae y lo presenta al mundo. (Redemptoris Mater # 3):
“En la perspectiva del año dos mil, ya cercano, en el que el Jubileo bimilenario del nacimiento de Jesucristo orienta, al mismo tiempo, nuestra mirada hacia su Madre”.

1. Razón para hacer un año mariano: la oportunidad de hacer preceder tal conmemoración por un análogo Jubileo, dedicado a la celebración del nacimiento de María.
2. Es constante por parte de la Iglesia la conciencia de que María apareció antes de Cristo en el horizonte de la historia de la salvación. Es un hecho que, mientras se acercaba definitivamente “la plenitud de los tiempos”, o sea el acontecimiento salvífico del Emmanuel, la que había sido destinada desde la eternidad para ser su Madre ya existía en la tierra.

Este “preceder” suyo a la venida de Cristo se refleja cada año en la liturgia de Adviento. Por consiguiente, si los años que se acercan a la conclusión del segundo Milenio después de Cristo y al comienzo del tercero se refieren a aquella antigua espera histórica del Salvador, es plenamente comprensible que en este período deseemos dirigirnos de modo particular a la que, en la «noche» de la espera de Adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera “estrella de la mañana” (Stella matutina). En efecto, igual que esta estrella junto con la “aurora” precede la salida del sol, así María desde su concepción inmaculada ha precedido la venida del Salvador, la salida del “sol de justicia” en la historia del género humano.

El Papa ve esta singular presencia de la Virgen en la historia antes y después de la Encarnación como el patrón de un patrón divino que debemos captar: la presencia de la Madre en la historia de la Iglesia. Con su mediación materna prepara los momentos de gracia, precede las manifestaciones y movimientos de gracia.

Muy particular fue el hecho que en el Año Jubilar, el Papa, quiso en Mayo y Octubre, dos meses marianos por excelencia: viajar a Fátima para la beatificación de los pastorcitos en Mayo 13, entregó su anillo a los pies de la Virgen. Y la Renovación de la Consagración en Octubre 8: “La alegría jubilar no sería completa si la mirada no se dirigiese a Aquélla que, obedeciendo totalmente al Padre, engendró”

El Año del Santo Rosario

Muy evidente fue la devoción del Santo Padre al rezo del Santo Rosario. Estableció en el Vaticano todos los primeros sábados de mes, el rezo del Santo Rosario. De ahí, establece la costumbre de cada cierto tiempo, promover el rosario internacional: conectando cinco principales santuarios marianos del mundo. Proclamó el Año del Rosario en el 2002: “puso una corona mariana al Jubileo del 2000”. Con dicha proclamación introdujo los cinco misterios luminosos: Nos dio la carta apostólica: Rosarium Virginis Mariae. Con todo esto, el Santo Padre propuso una verdadera revolución espiritual mariana al rescatar con sólidos argumentos teológicos y pastorales el valor del Santo Rosario.

El Papa señalo que el Rosario que ha sido difundido gradualmente en el segundo milenio por numerosos santos y fomentado por el Magisterio, “sigue siendo también en este tercer milenio apenas iniciado, una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad”. Especialmente cuando el camino espiritual de la Iglesia es “remar mar adentro” (¡Duc in altum! Novo Millennio Ineunte # 58) para proclamar a Cristo Señor y Salvador, Camino, Verdad y Vida, la meta y fin de la historia humana.

El rosario

Oración aunque de carácter mariano es centrada en Cristo. A Jesús por María.
Compendio de todo el mensaje evangélico.
Con él, aprendemos de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la grandeza de su amor.

A través de él, se obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos del Redentor, o sea, en el rosario experimentamos la mediación materna de María.

El Papa revela: “Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes”. ¿Qué entregaba a cada persona que se encontraba con él?. Un rosario. “Mi oración preferida por su sencillez y profundidad”.

Consagración mariana

Consagrarse es entrar en alianza, comunión profunda de corazón con el Corazón Inmaculado para así ser llevados a alcanzar una plena comunión de corazón con el Corazón de Cristo. “Debemos permanecer en alianza con el Corazón de Jesús a través del Corazón Inmaculado de María”. Se dedicó a llevar a toda la Iglesia hacia una profunda unión espiritual con Cristo a través de María, por medio de la Consagración Total. Se ha dedicado a despertar en toda la Iglesia, el amor, y devoción filial a la Santísima Virgen.

Juan Pablo II hizo de la consagración mariana un punto clave en su vida personal y en su misión petrina. Un famoso mariólogo, Stephano D’Fiores: «Si los últimos Papas han hablado favorablemente sobre la Consagración Mariana, Juan Pablo II la ha hecho una de las características claves de su Pontificado. Para Juan Pablo II, la consagración Mariana, es un punto elemental en su programa de vida espiritual y pastoral».

Su profunda piedad mariana, teológicamente enriquecida, llevó a Juan Pablo II, hacia una espiritualidad de profunda confianza. Es este sentido de confianza lo que llevó al Santo Padre a pronunciar estas palabras en Czestochowa en 1979, en el monasterio de Jasna Gora, durante su primera peregrinación a Polonia: “Soy un hombre de una gran confianza, aquí aprendí a serlo. Aprendí a ser un hombre de profunda confianza aquí, en oración y meditación frente al gran ícono de María, la primera discípula: Hágase en mí según tu Palabra”.

Al descubrir que Cristo mismo lo ha confiado al cuidado materno de María, comprende que a tal amor materno solo puede responder con la entrega total y generosa de sí, al Corazón de la Madre. «Y ya que María fue dada como Madre personalmente a él, el discípulo responde con «la entrega». La entrega es la respuesta al amor de una persona, y, en concreto al amor de la madre. Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, introduce a María en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su yo humano y cristiano»

Para Juan Pablo II, la consagración es crucial para manifestar el poder de María para intervenir en la historia humana

Quizás podríamos encontrar la explicación en el retiro que él dio al Papa Pablo VI y los miembros de la Curia en 1976: «la experiencia de los fieles ve a la Madre de Dios como a la que está, de manera especial unida a la Iglesia en los momentos mas difíciles de su historia, cuando los ataques hacia ella se hacen cada vez mas amenazadores. Esto está en plena concordancia con las visión de la mujer revelada en Génesis y en el Apocalipsis. Precisamente en los periodos en que Cristo, y por lo tanto su Iglesia, son el signo de implacable contradicción, María aparece particularmente cercana a la Iglesia, porque la Iglesia será siempre el Cuerpo místico de Su Hijo…. En estos periodos de la historia, surge la particular necesidad de confiarse, consagrarse a María. Dios Padre confíó a su único Hijo a la humanidad. La criatura humana a quien Él le confíó primero a su hijo, fue María. Y hasta el fin de los tiempos ella permanecerá como a la que Dios confía su misterio de Salvación».

Para él, la consagración es vista desde el punto de vista de intervención maternal de María en la historia (especialmente en las luchas entre el bien y el mal en cada momento histórico)de cada individuo y en la historia de las naciones, y del mundo entero. El tuvo una visión clara sobre el momento histórico que atravesábamos: confiar en particular la vida de la Iglesia a la Santísima Virgen. Ella “la mujer del proto-evangelio” y la “mujer vestida del sol”, esta envuelta por designio de Dios en todas las luchas de la Iglesia en contra de los poderes de la oscuridad. “María, Madre del Verbo encarnado, esta situada en el centro mismo de aquella enemistad, de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación”. (Redemptoris Matter, #11)

Perfil Mariano de la Iglesia

Si un carisma es siempre un don para el bien de la Iglesia, como sería el carisma o los carismas de un Papa?. Su carisma era para el bien de la Iglesia Universal. Que bello, que un carisma mariano se hubiese unido tan entrelazadamente con el carisma petrino: ¡Un papa mariano!. “un don para Roma y para el mundo entero” (Cardenal Ruinio, julio 2005)

Juan Pablo II, encarna en sí mismo, los dos grandes perfiles de la Iglesia: “Mariano y Petrino: “El Concilio Vaticano II, confirmando la enseñanza de toda la tradición, ha recordado que en la jerarquía de la santidad precisamente la “mujer”, María de Nazaret, es “figura” de la Iglesia. Ella “precede” a todos en el camino de la santidad; en su persona la “Iglesia ha alcanzado ya la perfección con la que existe inmaculada y sin mancha” (cf. Ef 5, 27) En este sentido se puede decir que la Iglesia es, a la vez, “mariana” en que continúa el eco del fiat de María (evidente en la santidad del amor y de la vida que continúa en el corazón de la iglesia) y “Apostólico-Petrina”, la dimensión institucional que le da cohesión y orden al cuerpo. Los dos principios de unidad, “La dimensión mariana de la Iglesia, precede a su dimensión petrina” (Catecismo de la Iglesia Catolica # 972)

Se considera uno de los grandes legados de Juan Pablo II, entre muchos, el haber vivido, enseñado, de palabras, obras y gestos, al inicio del Tercer Milenio, el “perfil mariano” de la Iglesia, que compendia en sí el contenido más profundo de la renovación conciliar. La nueva primavera de la Iglesia se da en el Cenáculo: donde Pedro, los apóstoles (y en ellos todos nosotros) estamos unidos, congregados en oración, a los pies de la Madre del Redentor y Madre de la Iglesia. Acogiendo con alegría y totalidad, el don de la presencia materna en el Corazón de la Iglesia.

Fuente: Madre Adela Galindo, SCTJM para corazones.org



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REFLEXIONES Y DOCTRINA Sobre los Santos y Beatos

Biografía de Juan Pablo II

Wadowice, Cracovia, 1920 – Roma, 2005. Sacerdote polaco, de nombre Karol Wojtyla, elegido Papa en octubre de 1978 mientras ocupaba el puesto de cardenal-arzobispo de Cracovia; fue primer pontífice no italiano en más de cuatro siglos.

Era hijo de un oficial de la administración del Ejército polaco y de una maestra de escuela. De joven practicó el atletismo, el fútbol y la natación. Fue también un estudiante excelente, y presidió diversos grupos estudiantiles. Desarrolló, además, una gran pasión por el teatro, y durante algún tiempo aspiró a estudiar Literatura y convertirse en actor profesional.

Durante la ocupación nazi, compaginó sus estudios y su labor de actor, con el trabajo de obrero en una fábrica, para mantenerse y para evitar su deportación o encarcelamiento. Fue miembro activo de la UNIA, organización democrática clandestina que ayudaba a muchos judíos a encontrar refugio y escapar de la persecución nazi.

En tales circunstancias, la muerte de su padre le causó un profundo dolor. La lectura de San Juan de la Cruz, que entonces buscó como consuelo, y la heroica conducta de los curas católicos que morían en los campos de concentración nazi fueron decisivas para que decidiera seguir el camino de la fe. Mientras se recuperaba de un accidente, el futuro pontífice decidió seguir su vocación religiosa, y en 1942 comenzó sus estudios sacerdotales. Ordenado sacerdote el 1.º de noviembre de 1946, amplió sus estudios en Roma y obtuvo el doctorado en Teología en el Pontifico Ateneo Angelicum. De regreso a Polonia, desarrolló una doble tarea, por un lado pastoral, llevada a cabo en diversas parroquias obreras de Cracovia, y por otro lado intelectual, impartiendo clases de Ética en la Universidad Católica de Lublin y en la Facultad de Teología de Cracovia.

En 1958 fue nombrado auxiliar del arzobispo de Cracovia, a quien sucedió en 1964. Ya en esa época, era un líder visible que a menudo asumía posiciones críticas contra el comunismo y los funcionarios del gobierno polaco. Durante el Concilio Vaticano II destacó por sus intervenciones sobre el esquema eclesiástico y el texto sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo.

En 1967 el Papa Paulo VI lo nombró cardenal, y el 16 de octubre de 1978, a la edad de cincuenta y ocho años, fue elegido para suceder al papa Juan Pablo I, fallecido tras treinta y cuatro días de pontificado. De este modo, se convirtió en el primer Papa no italiano desde 1523 y en el primero procedente de un país del bloque comunista.

Desde sus primeras encíclicas, Redemptoris hominis (1979), y Dives in misericordia (1980), exaltó el papel de la Iglesia como maestra de los hombres y destacó la necesidad de una fe robusta, arraigada en el patrimonio teológico tradicional, y de una sólida moral, sin mengua de una apertura cristiana al mundo del siglo XX. Denunció la Teología de la Liberación, criticó la relajación moral y proclamó la unidad espiritual de Europa.

El 13 de mayo de 1981 sufrió un grave atentado en la Plaza de San Pedro del Vaticano, donde resultó herido por los disparos del terrorista turco Mehmet Ali Agca. A raíz de este suceso, el Papa tuvo que permanecer hospitalizado durante dos meses y medio. El 13 de mayo de 1982 sufrió un intento de atentado en el Santuario de Fátima durante su viaje a Portugal. Sin embargo, el pontífice continuó con su labor evangelizadora, visitando incansablemente diversos países, en especial los pueblos del Tercer Mundo (África, Asia y América del Sur).

Igualmente, siguió manteniendo contactos con numerosos líderes religiosos y políticos, destacando siempre por su carácter conservador en cuestiones sociales y por su resistencia a la modernización de la institución eclesiástica. Entre sus encíclicas cabe mencionar: Laborem exercens (El hombre en su trabajo, 1981); Redemptoris mater (La madre del Redentor, 1987); Sollicitudo rei socialis (La preocupación social, 1987); Redemptoris missio (La misión del Redentor, 1990) y Centessimus annus (El centenario, 1991).

Entre sus exhortaciones y cartas apostólicas destacan Catechesi tradendae (Sobre la catequesis, hoy, 1979); Familiaris consortio (La familia, 1981); Salvifici doloris (El dolor salvífico, 1984); Reconciliato et paenitentia (Reconciliación y penitencia, 1984); Mulieris dignitatem (La dignidad de la mujer, 1988); Christifidelis laici (Los fieles cristianos, 1988) y Redemptoris custos (El custodio del Redentor, 1989). En Evangelium vitae (1995), trató las cuestiones del aborto, las técnicas de reproducción asistida y la eutanasia. Ut unum sint (Que todos sean uno), de 1995, fue la primera encíclica de la historia dedicada al ecumenismo. En 1994 publicó el libro Cruzando el umbral de la esperanza.

El pontificado de Juan Pablo II no ha estado exento de polémica. Su talante tradicional le ha llevado a sostener algunos enfoques característicos del catolicismo conservador, sobre todo en lo referente a la prohibición del aborto y los anticonceptivos, la condena del divorcio y la negativa a que las mujeres se incorporen al sacerdocio. Sin embargo, también ha sido un gran defensor de la justicia social y económica, abogando en todo momento por la mejora de las condiciones de vida en los países más pobres del mundo.

Tras un proceso de intenso deterioro físico, que le impidió cumplir en reiteradas ocasiones con sus apariciones públicas habituales en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005. Su desaparición significó para algunos la pérdida de uno de los líderes más carismáticos de la historia contemporánea; para otros implicó la posibilidad de imaginar una Iglesia católica más acorde a la sociedad moderna. En cualquier caso, su muerte ocurrió en un momento de revisionismo en el seno de la institución, de una evaluación sobre el protagonismo que tiene en el mundo de hoy y el que pretende tener en el del futuro. Su sucesor, Benedicto XVI, anunció ese mismo año el inicio del proceso de beatificación de Juan Pablo II.

Fuente: biografiasyvidas.com




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DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros Via Crucis

Vía Crucis escrito por el Cardenal Karol Wojtyla (Juan Pablo II)

En esta meditación trataremos de seguir las huellas del Señor en el camino que va desde el pretorio de Pilato hasta el lugar llamado «calavera», el Gólgota en hebreo(Jn 19, 17). El Vía Crucis de nuestro Señor Jesucristo esta históricamente vinculado a los sitios que el hubo de recorrer.

Pero hoy día ha sido trasladado también a muchos otros lugares, donde los fieles de Divino Maestro quieren seguirle en espíritu por las calles de Jerusalén. En algunos santuarios, como, el calvario de Zebrydowska, la devoción de los fieles a la pasión ha reconstruido el Vía Crucis con estaciones muy alejadas entre sí. Habitualmente en nuestras iglesias las estaciones son catorce, como en Jerusalén entre el pretorio y la basílica del Santo sepulcro.

Ahora nos detendremos espiritualmente en estas estaciones, meditando en el misterio de Cristo cargando con la cruz.

I Estación: Jesús condenado a muerte

La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho sus pasiones y ser respuesta al grito: «!crucifícale! !crucifícale! » (Mc 15, 13 -14, etc.),. El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18, 38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo al «margen». Pero era sólo en apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 18,36-37), debía afectar profundamente el alma del pretor Romano. Esta fue y es una Realeza, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.

El hecho de que a Jesús, hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3,16).

También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.

II Estación: Jesús carga con la cruz

Empieza la ejecución, es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con la cruz como los otros condenados que van a sufrir la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53,12). Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terriblemente magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas. Ecce homo! (Jn 19,5). En el se encierra toda la verdad del hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías: «Fue traspasado por nuestras iniquidades… y en sus llagas hemos sido curados» (Is 53,5). Está también presente en el una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo» (Jn 19,5): «!Mirad lo que habéis hecho de este hombre!». En esta afirmación parece oírse ota voz, como queriendo decir: «!Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!».

Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce homo!

Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27, 17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19,17). Ha empezado la ejecución.

III Estación: Jesús cae por primera vez

Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. no recurre a sus fuerzas sobrehumanas, no recurre al poder de los ángeles. «¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles?»(Mt 26,53). No lo pide. Habiendo aceptado el cáliz de manos del Padre (Mc 14,36, etc.), quiere beberlo hasta las heces. Esto es lo que quiere. Y por esto no piensa en ninguna fuerza sobrehumana, aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden sentirse dolorosamente sorprendidos los que le habían visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las mutilaciones, a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Esta negado todo esto? Y, sin embargo, «nosotros esperábamos», dirán unos días después los discípulos de Emaús (Lc 24,21). «Si eres hijo de Dios…» (Mt 27,40), le provocaran todos los miembro del sanedrín. «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» (Mc 15, 31; Mt 27,42), gritará la gente.

Y él acepta estas frases de provocación, que parecen anular todo el sentido de su misión, de los sermones pronunciados, de los milagros realizados. Acepta todas estas palabras, decide no oponerse. Quiere ser ultrajado. quiere vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel hasta el final, hasta los mínimos detalles, a esa afirmación: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (cf. Mc 14,36 etc.).

Dios salvará a la humanidad con las caídas de Cristo bajo la cruz.

IV Estación: Jesús encuentra a su Madre

La Madre María se encuentra con su hijo en el camino de la cruz. La cruz de El es su cruz, la humillación de él es la suya, suyo el oprobio público de Jesús. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y lo capta su corazón: «…y una espada atravesará tu alma» (Lc 2,35). Palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanza ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta invisible espada, hacia el calvario de su hijo, hacia su propio calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón, y así la representa en pinturas y esculturas.

!Madre Dolorosa!«!Oh tú que has padecido junto con El!», repiten los fieles, íntimamente convencidos de que así justamente debe expresarse el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo en su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «com-pasión». También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.

V Estación: Simón Cireneo ayuda a Jesús

Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (cf. Mc 15,21; Lc 23, 26), no la quería llevar ciertamente. Hubo que obligarle. caminaba junto a Cristo bajo el mismo peso. Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían no poder aguantar más. Estaba cerca de él: más cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser varón, no se le pide que le ayude. le han llamado a él, a Simón de Cirene padre de Alejandro y de Rufo, como refiere el evangelio de Marcos (Mc 15,21). le han llamado, le han obligado.

¿Cuánto duro esta coacción? ¿cuánto tiempo camino a su lado, dando muestras de que no tenía nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena? ¿cuánto tiempo anduvo así, dividido interiormente, con una barrera de indiferencia entre él y es hombre que sufría? «estaba desnudo, tuve sed, estaba preso»(cf. Mt 25,35.36), llevaba la cruz…¿la llevaste conmigo?… ¿la has llevado conmigo verdaderamente hasta el final?No se sabe. San Marcos refiere solamente el nombre de los hijos del Cireneo y la tradición sostiene que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada a san Pedro (cf. Rom 16,13).

VI Estación: La Verónica limpia su rostro

La tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del Cireneo. Porque lo cierto es que -aunque, como mujer, no carga físicamente la cruz y no se la obliga a ello- llevó sin duda está cruz con Jesús: la llevó como podía, como en aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba su corazón: limpiándole el rostro.

Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el lienzo con el que secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba cubierto todo él cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar señales y perfiles.

Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado también de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico de Cristo. Son muchos los que indudablemente preguntaran: «Señor cuando hemos hecho todo esto?» Y Jesús responderá: cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El salvador, en afecto, imprime su imagen sobre todo acto de caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.

VII estación: Jesús cae por segunda vez

«Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo» (sal 22 [21],7): las palabras del salmista-profeta encuentra su plena realización en estas estrechas, arduas callejuelas de Jerusalén, durante las últimas horas que preceden a la pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican las palabras del salmista, aunque nadie piense en ellas. No recapacitan en ellas ciertamente todos cuantos dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús de Nazaret que cae por segunda vez bajo la cruz se ha hecho objeto de escarnio.

Y El lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae, pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre, voluntad expresada asimismo en las palabras del profeta. Cae por propia voluntad, porque «¿cómo se cumplirían, si no, las escrituras?» (Mt 26,54):«Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22 [21], 7); por tanto ni siquiera «Ecce Homo» (Jn 19,5); menos aún, peor todavía.

El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre en cambio, como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe la conciencia del hombre. Remordimiento por esta segunda caída.

VIII Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén

Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, a pesar, del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloran su vista: «No lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23,28). No podemos quedarnos en la superficie del mal hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más honda verdad de la conciencia.

Esto es justamente lo que lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2,25) y siempre lo conoce. Por esto El debe ser en todo momento el más cercano testigo de nuestros actos y de los juicios que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga incluso que estos juicios deben ser en todo momento ponderados, razonables, objetivos -dice:«No lloréis»-; pero al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: no los advierte porque El es que lleva la cruz.

Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!

IX Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén

«Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 1,8 ). Cada estación de esta Vía es una piedra miliar de esa obediencia y de ese anonadamiento.

Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las palabras del profeta: «Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53,6).

Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que Jesús cae una vez más, la tercera, bajo la cruz. Cuando pensamos en quién es el que cae, quién yace entre el polvo del camino bao la cruz, a los pies de gente hostil que no le ahorra humillaciones y ultrajes…

¿Quién es el que cae? ¿Quién es Jesucristo? «Quién, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre s humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz»(Fil 2,6-8).

X Estación: Jesús, despojado de sus vestidos

Cuando Jesús despojado de sus vestidos, se encuentra ya en el Gólgota (cf. Mc 15,24, etc.), nuestros pensamientos se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al origen de este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión, es todo él una llaga (cf. Is 52,14). El misterio de la encarnación: El Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la virgen (cf. Mt 1,23; Lc 1,26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las palabras del salmista: «No te complaces tú en el sacrificio y la ofrenda…, pero me has preparado un cuerpo» (Sal 40 [39], 8.7; Heb 10,7). El cuerpo del hombre expresa su alma. «Entonces dije: ‘¡Heme aquí que vengo!’…para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad»(sal 40[39],9; Heb 10,7). «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29). Este cuerpo desnudo cumple la voluntad del Hijo y del Padre en cada llaga, en cada estremecimiento de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero de sangre que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en los cardenales de cuello y espaldas en el terrible dolor de las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando es despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio, cuando encierra en sí el inmerso dolor de la humanidad profanada.

El cuerpo del hombre es profanado de varias maneras.

En esta estación debemos pensar en la Madre de Cristo, porque bajo su corazón, en sus ojos, entre sus manos el cuerpo del Hijo de Dios ha recibido una adoración plena.

XI Estación: Jesús clavado en la cruz

«Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos» (Sal 22 [21], 17-18). «Puedo contar…»: ¡qué palabras proféticas! sabemos que este cuerpo es un rescate. Un gran rescate es todo este cuerpo: las manos, los pies y cada hueso. Todo el hombre en máxima tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso, cada órgano, cada célula todo en máxima tensión.«Yo, si fuere levantado de la tierra atraeré todos a mi»(Jn 12,32). Palabras que expresan la plena realidad de la crucifixión entra todo el mundo que Jesús quiere atraer a Sí(cf. Jn 12,32). El mundo está sometido a la gravitación del cuerpo, que tiende por inercia hacia lo bajo.

Precisamente en esta gravitación estriba la pasión del crucificado. «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba»(Jn 8, 23). Sus palabras desde la cruz son;«Padre perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

XII Estación: Jesús muere en la cruz

Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca al Padre (c.f. Mc 15,34; Mt 27,46; Lc 23,46). Todas las invocaciones atestiguan que el es uno con el Padre.«Yo y el Padre somos una misma cosa»(Jn 14,9); «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso oro yo también» (Jn 5,17).

He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabactani?: «Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado?» (Mc 15,34; Mt 27,46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. el hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.

Abrazan.

He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En El… vivimos y nos movemos y existimos» (Act 17,28). En El: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de la cruz.

El misterio de la redención.

XIII Estación: Jesús en brazos de su Madre

En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente el momento en que María acogió el saludo del ángel Gabriel: «concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús… Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre… y su Reino no tendrá fin» (Lc 1,31-33). María sólo dijo: «hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38), como si desde el principio hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo en este momento.

En el misterio de la redención se entrelazan la gracia, esto es, el don de Dios mismo, y el «pago » del corazón humano. En este misterio somos enriquecidos por un Don de lo alto (Sant 1,17)y al mismo tiempo somos comprados con el rescate del hijo de Dios (cf. 1 Cor 6,20; 7,23; Act 20,28). Y María, que fue más enriquecida que nadie con estos dones, es también la que paga más. Con su corazón.

A este misterio está unida la maravillosa promesa realizada por Simeón cuando la presentación de Jesús en el templo: «Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones»

También esto se cumple. ¡Cuántos corazones humanos se abren ante el corazón de esta Madre que tanto ha pagado!

Y Jesús está de nuevo todo él en sus brazos, como lo estaba en el portal de Belén (cf. Lc 2,16), durante la huida a Egipto (cf. Lc 2,14),en Nazaret (cf. Lc 2,39-40). La piedad.

XIV Estación: Entierro de Jesús

Desde el momento en que el hombre, a causa de pecado, se alejó del árbol de la vida (cf. Gen 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas.

En las cercanías del calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27,60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc 15,42-46, etc.). Lo depositaron apresuradamente, para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn 19,31), que empezaba en el crepúsculo.

Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la muerte con la muerte. O mors! ero mors tua!: «Muerte, ¡yo seré tu muerte!»(1.ª antif. Laudes del Sábado Santo). El árbol de la vida , del que el hombre fue alejado por su pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. «Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6,51).

Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta, aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo (cf. Gen 3,19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven la esperanza de Resurrección.

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DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Juan Pablo II

Oraciones de Juan Pablo II a la Virgen María

AVEMARÍA

¡Dios te salve, María!
Te saludamos con el Angel: Llena de gracia.
El Señor está contigo.
Te saludamos con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz porque has creído a las promesas divinas!
Te saludamos con las palabras del Evangelio:
Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios y la has cumplido.

¡Tú eres la llena de gracia!
Te alabamos, Hija predilecta del Padre.
Te bendecimos, Madre del Verbo divino.
Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.
Te invocamos; Madre y Modelo de toda la Iglesia.
Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.

¡El Señor está contigo!
Tú eres la Virgen de la Anunciación, el Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación.
Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la visitación.
Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén, la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.
Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo, lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.
Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y del milagro de Caná.
Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección.
Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.

Bendita…
porque creíste en la Palabra del Señor,
porque esperaste en sus promesas,
porque fuiste perfecta en el amor.
Bendita por tu caridad premurosa con Isabel,
por tu bondad materna en Belén,
por tu fortaleza en la persecución,
por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,
por tu vida sencilla en Nazaret,
por tu intercesión en Cana,
por tu presencia maternal junto a la cruz,
por tu fidelidad en la espera de la resurrección,
por tu oración asidua en Pentecostés.
Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos,
por tu maternal protección sobre la Iglesia,
por tu constante intercesión por toda la humanidad.

¡Santa María, Madre de Dios!
Queremos consagrarnos a ti.
Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.
Porque tu Hijo Jesús nos confió a ti.
Porque has querido ser Madre de la Iglesia.
Nos consagramos a ti:
Los obispos, que a imitación del Buen Pastor
velan por el pueblo que les ha sido encomendado.
Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.
Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vida
por el Reino de Cristo.
Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.
Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.
Los seglares comprometidos en el apostolado.
Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.
Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.
Los enfermos, los pobres, los encarcelados,
los perseguidos, los huérfanos, los desesperados,
los moribundos.

¡Ruega por nosotros pecadores!
Madre de la Iglesia, bajo tu patrocinio nos acogemos y a tu inspiración nos encomendamos.
Te pedimos por la Iglesia, para que sea fiel en la pureza de la fe, en la firmeza de la esperanza, en el fuego de la caridad, en la disponibilidad apostólica y misionera, en el compromiso por promover la justicia y la paz entre los hijos de esta tierra bendita.

Te suplicamos que toda la Iglesia se mantenga siempre en perfecta comunión de fe y de amor, unida a la Sede de Pedro con estrechos vínculos de obediencia y de caridad.

Te encomendamos la fecundidad de la nueva evangelización, la fidelidad en el amor de preferencia por los pobres y la formación cristiana de los jóvenes, el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, la generosidad de los que se consagran a la misión, la unidad y la santidad de todas las familias.

¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!
¡Virgen, Madre nuestra! Ruega por nosotros ahora. Concédenos el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos.

Que cese la violencia y la guerrilla.
Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica.
Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad. Te lo pedimos a ti, a quien invocamos como Reina de la Paz.
¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!
Te encomendamos a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, a todos los que han muerto en las catástrofes naturales, a todos los que en la hora de la muerte acuden a ti como Madre.
Sé para todos nosotros Puerta del cielo, vida, dulzura y esperanza, para que, juntos, podamos contigo glorificar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
¡Amén!

INVOCACIÓN A LA VIRGEN

María, hija de Israel, tú has proclamado la misericordia ofrecida a los hombres, de edad en edad, por el amor misericordioso del Padre.

María, Virgen Santa, Sierva del Señor, tú has llevado en tu seno el fruto precioso de la Misericordia divina.

María, tú que has guardado en tu corazón las palabras de salvación, testimonias ante el mundo la absoluta fidelidad de Dios a su amor.

María, tú que seguiste a tu Hijo Jesús hasta el pie de la cruz con el fiat de tu corazón de madre, te adheriste sin reserva al servicio redentor.

María, Madre de misericordia, muestra a tus hijos el Corazón de Jesús, que tú viste abierto para ser siempre fuente de vida.

María, presente en medio de los discípulos, tú haces cercano a nosotros el amor vivificante de tu Hijo resucitado.

María, Madre atenta a los peligros y a las pruebas de los hermanos de tu Hijo, tú no cesas de conducirles por el camino de la salvación.

VIRGEN Y MADRE

Oh Virgen santísima,
Madre de Dios,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
míranos clemente en esta hora.

Virgo fidélis, Virgen fiel,
ruega por nosotros.
Enséñanos a creer como has creído tu.
Haz que nuestra fe
en Dios, en Cristo, en la Iglesia,
sea siempre límpida, serena, valiente, fuerte, generosa.

Mater amábilis, Madre digna de amor.
Mater pulchrae dilectiónis, Madre del Amor Hermoso,
¡ruega por nosotros!
Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos
como les amaste tú;
haz que nuestro amor a los demás
sea siempre paciente, benigno, respetuoso.

Causa nostrae laetítiae, causa de nuestra alegría,
¡ruega por nosotros!
Enséñanos a saber captar, en la fe,
la paradoja de la alegría cristiana,
que nace y florece en el dolor,
en la renuncia,
en la unión con tu Hijo crucificado:
¡haz que nuestra alegría
sea siempre auténtica y plena
para podérsela comunicar a todos!
Amén.

 

VIRGEN FIEL, PODEROSA Y CLEMENTE

¡Oh Virgen naciente, esperanza y aurora de la salvación para todo el mundo!, vuelve benigna tu mirada maternal hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias.

¡ Oh Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y dispuesta a recibir, conservar y meditar la Palabra de Dios!, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro preciado transmitido por nuestros padres.

¡Oh Virgen poderosa, que con tu pie aplastas la cabeza de la serpiente tentadora!, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las que hemos renunciado a Satanás, a sus obras y seducciones, y sepamos dar al mundo un gozoso testimonio de esperanza cristiana.

¡ Oh Virgen clemente, que siempre has abierto tu corazón maternal a las invocaciones de la humanidad, a veces lacerada por el desamor y hasta, desgraciadamente, por el odio y la guerra! enséñanos a crecer, todos juntos, según las enseñanzas de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial. Amén.

 

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

¡Ave María, Mujer humilde,
bendecida por el Altísimo !
Virgen de la esperanza, profecía de tiempos nuevos,
nosotros nos unimos a tu cántico de alabanza
para celebrar las misericordias del Señor,
para anunciar la venida del Reino
y la plena liberación del hombre.

¡Ave María, humilde Sierva del Señor,
Gloriosa Madre de Cristo !
Virgen fiel, Morada Santa del Verbo,
enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra,
a ser dóciles a la Voz del Espíritu Santo,
atentos a sus llamados en la intimidad de la conciencia
y a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.

¡Ave María, Mujer del dolor,
Madre de los vivientes !
Virgen Esposa ante la Cruz, Eva nueva,
Sed nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos a vivir y a difundir el Amor de Cristo,
a detenernos contigo ante las innumerables cruces
en las que tu Hijo aún está crucificado.

¡Ave María, Mujer de la fe,
primera entre los discípulos !
Virgen Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre
razón de la esperanza que habita en nosotros,
confiando en la bondad del hombre y en el Amor del Padre.
Enséñanos a construir el mundo desde adentro:
en la profundidad del silencio y de la oración,
en la alegría del amor fraterno,
en la fecundidad insustituible de la Cruz.

Santa María, Madre de los creyentes,
Nuestra Señora de Lourdes,
ruega por nosotros.

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