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Los dones de Revelación: citas bíblicas

paloma del espiritu santo

 

El grupo “dones de revelación” reúne aquellos dones por medio de los cuales Dios comparte su conocimiento con su Iglesia.  La comunicación de este conocimiento se produce de manera sobrenatural y por la instrumentalidad de la persona que posee el don.

Los dones de Revelación son:

Palabra de Ciencia: Es el don por medio del cual Dios comparte el conocimiento de hechos que sucedieron en el pasado o que están sucediendo en el presente. Este conocimiento se adquiere de manera sobrenatural y más allá de toda posibilidad humana.

Hechos 5:3  Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad

Hechos 9:10- 11 Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor.  Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora,

Hechos 10: 19-20   Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado.

La revelación de ese conocimiento puede recibirse a través de unavisión, un sueño, una voz audible, un sentir interno, etc.; pero, siempre que se trate de la revelación de hechos pasados o presentes estamos ante la operación del don de Palabra de Ciencia.

Palabra de Sabiduría: Es el don por medio del cual Dios comparte el conocimiento de hechos que acontecer en el futuro.

Hechos 11:28-30   Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio. Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea;    lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo.

Hechos 21: 10-11   Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo,   quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.

Hechos 27: 21-24    Entonces Pablo, como hacía ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida.   Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave.   Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.

 Discernimiento de Espíritus: Es el don por medio del cual Dios revela qué tipo de espíritu es el que está operando en una situación determinada.   Es el don que manifiesta si un hecho sobrenatural procede de Dios o de Satanás.

Hechos 16: 16-18   Aconteció que mientras íbamos a la oración, nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos, adivinando.   Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación.   Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora.

 


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Diferencia entre Profecía, palabra de Conocimiento y palabra de Sabiduría

papiro con la paloma

 

Antes de mirar las diferencias, veamos primero lo que tienen en común. Los tres dones son dones de revelación, proceden de una revelación del Espíritu de Dios a Su pueblo. En los tres casos, el Espíritu Santo da una inspiración a un individuo que entonces proclama esa palabra.

San Pablo nos recuerda el origen de los dones carismáticos cuando nos dice en 1 Corintios 12 que

«Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo, diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otros don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según Su voluntad».

Es importante mantener este concepto de «diversidad de carismas. pero el Espíritu es el mismo» ante nosotros. Hacerlo nos recuerda que la prioridad no es el don, sino el Dador tras el don. En segundo lugar, el darnos cuenta que todos los carismas vienen de Dios nos ayudará a resistir la tentación del orgullo o el desaliento al querer comparar «nuestros» dones con otros. Recuerde, los carismas son dones dados por Dios a Su pueblo para el bien común. No se trata de la persona que recibe los carismas; se trata de honrar a Dios y de servir al cuerpo de Cristo. Con esto en mente, examinemos ahora la pregunta inicial.

Las definiciones precisas pueden variar ligeramente en distintas regiones del mundo, pero aquí le ofrecemos algunas pautas generales:

Una palabra de conocimiento es una inspiración del Espíritu en la que un individuo recibe información o «conocimiento» sobre una persona o situación. Puede oír a una persona decir algo como «Hay alguien en esta sala hoy que ha estado huyendo de Dios desde su infancia. El Señor le ama y quiere que deje de huir». Puede ser tan específico como «Hay aquí un hombre que lleva una camisa azul. El Señor está sanando su espalda». A veces la palabra de conocimiento se utiliza en el ambiente de un ministerio de oración donde el Señor da percepción a los que están orando o intercediendo por un individuo. Aunque la palabra de conocimiento puede ser muy precisa y a menudo profunda, se debería ejercer la sabiduría pastoral para no avergonzar a un individuo o causar escándalo dentro de un grupo.

Una palabra de sabiduría es una inspiración del Espíritu que imparte alguna percepción o comprensión profunda que conmueve fuertemente los corazones de aquellos que la oyen. Recuerde cómo las masas reaccionaban a Jesús, » ¿De dónde saca todo esto?» después de que les hubiera hablado. A diferencia de la palabra de conocimiento, la palabra de sabiduría no es tanto información como comprensión de alguno de los misterios de Dios.

La profecía, también un don de inspiración, es el Señor poniendo Su palabra en el corazón y los pensamientos de un individuo que entonces lo dice en voz alta. De hecho, la palabra profeta significa básicamente uno que habla de parte de otro. Las profecías son a menudo dadas en primera persona. Esto es, la persona que habla. hablará de un modo como si Dios mismo estuviera diciendo las palabras. Cuando una persona se levanta y dice. «¡Mi poder cubre la tierra!» sin duda no se está refiriendo a sí mismo. En algunas ocasiones, las profecías tendrán alguna percepción del futuro, pero la mayoría de las profecías están relacionadas con el aquí y ahora. Las profecías se dan para alentarnos, confortarnos. desafiarnos y para ayudar a dirigirnos.

Existe un elemento más que tienen estos dones espirituales en común. Todos exigen un discernimiento cuidadoso. No todo pensamiento, todo sentimiento de una persona es una manifestación auténtica del Espíritu. Los dones deberían emplearse con prudencia, humildad y oración.

Fuentes: Siervoscas

 


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Definiendo los Carismas de Revelación

dones espirituales

 

El Padre Onésimo, de México cuenta que una viejecita de su parroquia, se había hecho carismática. Un día le dice: Padre, ¿no quiere que le oremos para que reciba el Espíritu Santo? Él se resintió y les dijo: «yo ya recibí el Espíritu Santo al bautizarme, al confirmarme y al ser ordenado sacerdote, ya lo tengo». La viejita le contestó, entonces déjenos que le oremos para que se le note». ¿Se nota que tenemos el Espíritu Santo en nosotros?

PALABRA DE SABIDURÍA

Sabiduría y Ciencia aparentan ser iguales pero no lo son. Ciencia o conocimiento es lo que se puede estudiar en la escuela y universidad, lo que están en algún libro. Sabiduría es lo que nadie sabe sino solo Dios. Sabios son las personas que entran en lo que nadie sabe, lo que solo Dios sabe. Los sabios son los que hacen la ciencia, los descubridores, creadores, los que hacen conocido lo desconocido como el Dr. Alberto Einstein, que descubrió leyes naturales y teorías que nadie conocía.

Los que inventan medicinas, vacunas, como llegar a la luna, son personas que tienen la capacidad de imaginar y creer lo imposible. Muchas veces Dios mismo lo revela para el avance de sus criaturas. Las vacunas terminaron con la viruela, la poliomielitis, y muchas otras plagas. Rogamos a Dios que revele una cura para el SIDA.

Palabra de sabiduría, es llegar a saber algo misterioso y desconocido hasta ese momento 1 Corintios 2:6-16. Es mucho más lo que no sabemos que lo que sabemos. La sabiduría de Dios es infinita. Las Sagradas Escrituras son apenas un poquititito de esa gran sabiduría. Solo lo que hizo y dijo Jesús, en su breve vida en la tierra, si se escribiera, no alcanzaría el mundo para los poner los libros Juan 21:25, 20:30.

Aunque esto es una hipérbole, indica que Jesús hizo mucho más de lo que está escrito. Un libro no puede contener la infinita sabiduría de Dios. Por eso es que para conocer a Dios y su sabiduría, no es suficiente leer las Escrituras Santas, es necesario tener una relación íntima con él Juan 16:14,15, Efesios 1:17-21, 3:18-19, 2 Corintios 2:11-12. Y seguir recibiendo revelaciones de Él.

«Palabra de Sabiduría» no es recibir toda la sabiduría divina, sino una porción, la necesaria para esa ocasión. Es una palabra, una frase, un pensamiento. Yo necesito esta palabra de sabiduría generalmente cuando alguien viene a hacer confesión de sus pecados. Uno no solo debe escuchar lo que la persona dice, sino lo que no dice y lo que no quiere decir y aún lo que no dice porque no lo sabe. Qué importante es tener una Palabra de sabiduría en el momento oportuno Santiago 1:5.

A veces Dios da esta sabiduría en forma imperceptible, para ayudar nuestra humildad. Si Dios se le aparece a uno abiertamente o le habla con voz audible, en la Iglesia Católica lo canoniza como Santo y en la Iglesia Evangélica uno mismo se canoniza. Yo creo que Dios muchas veces me habló, sin que yo me de cuenta que es él. Lo hace así porque me ama y para que me mantenga humilde.

Él sabe que somos hechos de un material muy débil y podemos quebrarnos. Yo no creo saludable decir siempre «Dios me habló» o «El Señor me dijo» etc. porque me hace aparentar que soy más espiritual de lo que soy. Yo creo que cuando lleguemos a la gloria y nos digan cuantas veces Dios nos habló y enseñó personalmente, nos vamos a maravillar. Pero lo hizo imperceptiblemente para que no se nos vaya el humo a la cabeza. Claro, a veces él lo hace en forma evidente.

Ejemplo bíblico: Hechos 21:10-11. El profeta Agabo le revela a Pablo lo que le va a pasar en Jerusalén. Agabo nunca podría haber sabido esto, si no se lo revelaba Dios. Esto era una Palabra de Sabiduría. Hay muchísmos casos en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

PALABRA DE CIENCIA

La palabra de ciencia no es necesariamente algo futuro y escondido como la Palabra de Sabiduría. Es algo que se sabe, ya es conocimiento, pero que Dios lo revela. Un hecho, una verdad, que quizá la sabemos, ¡pero NO LA APRECIAMOS!

Ejemplo Bíblico: La visión de Pedro, Hechos 10:9-20. Dios le revela a Pedro que los gentiles también podían ser salvos. Jesús ya se los había dicho, pero nunca lo entendieron ni lo apreciaron. Con esta visión lo entendió, Hechos 10:28. Otro ejemplo es Mateo 16:15-17. Los discípulos ya habían visto a Jesús haciendo milagros, etc. se imaginaban, pensaban, pero ahora realizan que él ¡es el Cristo!

DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

Los espíritus son imperceptibles a los sentidos físicos. Uno que no es espiritual nunca puede discernir la presencia de ángeles o demonios. Quien tiene el don de Discernimiento de Espíritus los ve. Un creyente espiritual, aunque no tenga este don se da cuenta si hay una fuerte presencia de Ángeles en un lugar o de Demonios. Pero el que tiene el don, lo ve claro.

Ejemplo Bíblico: Uno de los ejemplos más notables es el de Eliseo y los Sirios, 2 Reyes 6:15-17. Los sirios habían rodeado el monte donde estaba Eliseo y su criado para matarlos. Cuando el criado vino asustado a decírselo, este le dijo: «no tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo y dijo: te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea». Entonces vio un inmenso ejército de ángeles que los protegía.

CONCLUSIÓN

Yo no creo que poseo estos dones, pero tuve una muestra de cada uno.

Palabra de Sabiduría es generalmente algo futuro, que nadie sabe sino solo Dios. Palabra de Ciencia, es algo que deberíamos saber pero no sabemos y Dios lo revela y Discernimiento de Espíritus es ver lo invisible.

Al recibir el Espíritu Santo, él da estos dones. No sería extraño que comiencen a manifestarse en personas que se consagran a servir al Señor

San Pablo nos exhorta a desear los mejores dones en una forma santa, no para hacer un comercio, ni para hacernos famosos en la Iglesia, sino para ayudar a la gente necesitada y para extender el reino de Dios.

Señor, creemos que tu eres el mismo ayer, hoy y por los siglos. Te pedimos que nos des la madurez primero, para que podamos usar estas virtudes y capacidades divinas con sabiduría y para gloria tuya y no nuestra. En el nombre de Jesús. Amen. 

 


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El bautismo Cristiano Católico

El término Bautismo procede del verbo griego baptizein, que significa sumergir, lavar. El simbolismo de los efectos del agua como signo de purificación es muy común en la historia de las religiones.  

El bautismo parece estar relacionado al ambiente judío tras la deportación de Babilonia. La inmersión se practicaba para la purificación legal. Los esenios practicaban este tipo de ablución purificadora que, para ellos, era también moral, como han podido demostrar sus piscinas rituales en Qumram.

Entre los fariseos del siglo I se extendió la costumbre de sumergir en agua a los prosélitos tras la circuncisión, rito que implicaba la capacidad del neófito para acceder a los sacrificios y participar en el culto del Templo.

Juan el Bautista asumió este rito dándole el sentido de medio para la conversión (cf. Mc 1 4) y purificación del pecado. Esto implicaba que el templo ya no era el único lugar para la obtención de la expiación.

La Iglesia católica considera el bautismo que administraba Juan el Bautista como prefiguración inmediata de lo que considera un sacramento. Según el evangelio, el Bautista tenía conciencia de que el rito que realizaba era un anuncio del que vendría (cf. Mc 1 8). Jesús no sólo se sometió al bautismo de Juan, sino que también llamó «bautismo» a su pasión y muerte (Mc 10 38 y paralelos).

El Concilio de Trento declaró que el bautismo de Cristo era diverso del de Juan. Y en el decreto Lamentabili, el Santo Oficio aclaró que el sacramento del bautismo no se puede considerar como un rito evolucionado de los usados por las religiones antiguas o por el judaísmo.

DIFERENCIAS ENTRE EL BAUTISMO DE JESÚS Y DE JUAN

Jesucristo enseñó a los apóstoles un bautismo diferente del conocido por los judíos. No era sólo un símbolo, sino una verdadera purificación y un llenarse del Espíritu Santo. Juan Bautista lo había anunciado: «Yo bautizo con agua, pero pronto va a venir el que es más poderoso que yo, al que yo no soy digno de soltarle los cordones de sus zapatos; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego». (Lc 3,16)

El hecho más importante para interpretar el Bautismo cristiano es el Bautismo de Jesús, en el que culminan las prefiguraciones del Antiguo Testamento sobre este sacramento.

Con ocasión de su Bautismo, Jesús experimentó su vocación, aceptando la misión y el destino que le llevarían a su muerte violenta. Así se explica que las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo bautizar (Mc 10,38; Lc 12,50) sea para referirse a su propia muerte.

El bautismo para Jesús tiene un sentido concreto: es el acto y el momento en que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en la vida, la vocación y el destino de la solidaridad incondicional con los hombres, especialmente los más pobres, hasta llegar a la misma muerte.

Juan bautizaba en vistas al juicio último de Dios; el Bautismo cristiano es la participación en la muerte y resurrección de Jesucristo; es decir, el bautizado ha muerto a una forma de existencia, para nacer a otra nueva que no acabará jamás.

La Iglesia bautiza porque así realiza el mandato de Jesús resucitado y porque está llena del Espíritu Santo para comunicar la salvación a través de este sacramento.

El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Solo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los cristianos. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Cuando se trata del Bautismo de niños, para su crecimiento en la fe es necesaria la ayuda de los padres y padrinos (CIC 1253-1255)

 

EL SIGNIFICADO DEL BAUTISMO CATÓLICO

El Bautismo, por ser un sacramento de iniciación, tiene unos efectos de regeneración e incorporación muy especiales:
«Al bautizado le son perdonados los pecados y recibe una vida nueva, se une a la muerte y resurrección de Jesucristo, participa de su misión sacerdotal, profética y real y es incorporado a la Iglesia»

Perdona los pecados y da una vida nueva. El Bautismo cristiano comporta una experiencia de liberación: de la misma forma que el paso del mar Rojo fue para los israelitas la experiencia fundamental de su liberación, así el paso por el agua bautismal comporta para los cristianos la experiencia de su propia libertad.

Por el bautismo, el cristiano se separa del destino colectivo de una humanidad fatalmente sometida a la esclavitud del pecado, liberándose del pecado original que corrompe y desgarra al hombre y al mundo. La persona que ha vivido la experiencia del Bautismo, ha vivido la experiencia de la liberación del pecado. El pecado ya no tiene dominio sobre los cristianos ( 1 Jn 3, 5-6)

Para el bautizado no existe más ley que la del amor, a eso re refiere Pablo en Rm 13, 8-10 y en Gal 5, 14. Luego la experiencia fundamental del creyente en el Bautismo es la experiencia del amor, no sólo del amor a Dios, sino también del amor al prójimo.

Une al bautizado a la Muerte y Resurrección de Jesucristo. De la misma manera que Jesús pasó por la muerte, para llegar a una vida sin límites, igualmente el cristiano tiene que pasar por una muerte (el Bautismo), para empezar una nueva vida, la vida de la fe, la vida propia del cristiano. Esto es lo que dice san Pablo en su carta a los Romanos:
«¿Ignoráis acaso que todos a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo hemos sido vinculados a su muerte? En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección» (Rm 6, 3-5)

«Morir con Cristo» significa morir al mundo, al orden establecido, como fundamento de la vida del hombre (Gal 6,14) o a los poderes del mundo que esclavizan (Col 2,20), a la esclavitud de la ley (Rom 7,6), a la vida en pecado (Rom 6,6) o a la vida para sí mismo ( 2 Cor 5, 14-15).

Hace participar al bautizado de la misión sacerdotal, profética y real de Jesucristo. Quien recibe el Bautismo queda revestido de Jesús el Mesías, lo que significa que la misma vida de Cristo está presente y actúa en el que ha recibido el Bautismo.

El bautizado, unido a Cristo en la Iglesia, es como Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, y está llamado a dar testimonio del Señor en este mundo. El Concilio Vaticano II ha enseñado que «los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y la unción del Espíritu Santo» ( LG 10; cfr. 1 Pe 2, 9-10).

El Bautismo imprime en el cristiano, un sello espiritual indeleble de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación. Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.

Incorpora al bautizado a la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los bautizados, pues el efecto fundamental del Bautismo es incorporar al hombre a la comunidad de la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los que libre y conscientemente han asumido como destino en la vida sufrir y morir por los demás, es decir, la Iglesia es la comunidad de los que viven para los demás; es así mismo, la comunidad de los que se han revestido de Cristo, reproduciendo en su vida lo que fue la vida de Jesús el Mesías.

La costumbre de bautizar a los niños desde pequeños data desde los primeros siglos de la Iglesia, pues no es posible privarlos de los efectos que el sacramento produce. El hombre nace con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, por lo que necesita el nuevo nacimiento en el Bautismo  para recibir la Gracia Divina.

 

DESARROLLO DEL RITO DE BAUTISMO CATÓLICO

En el Nuevo Testamento se habla de una inmersión en el agua, acompañada de unas palabras y que requiere la fe del bautizando (cf. Hch 8 36-37). Sin embargo, hubo teólogos en los primeros siglos que negaron la necesidad del agua. Contra ellos escribió Ireneo (en Adversus Haereses I 21 4) y Tertuliano (De Baptismo I). Pero la expresión más clara está en Agustín: «¿Qué es el bautismo? Es una ablución de agua con la palabra. Quita el agua y ya no hay bautismo» (Comentario al evangelio de Juan 15 4).

En la Didaké (capítulo VII) se habla de una celebración con inmersión en agua, pero también de un rito por el que se derramaba tres veces agua sobre la cabeza del neófito. Hipólito habla de una celebración que seguía al catecumenado y que tras oraciones, preguntas y exorcismos, sometía al candidato a una inmersión en el agua. Sin embargo, es difícil que incluso en la Iglesia primitiva sólo se hayan dado casos de bautismo por inmersión. Si según los Hechos de los apóstoles, tras la predicación de Pedro fueron tres mil las personas que se bautizaron resulta muy difícil pensar que todos se hayan arrojado al agua.

También consta –por el testimonio de Cipriano (Carta 69 12)– que algunos enfermos eran bautizados seguramente por aspersión o infusión.

Así con el paso del tiempo el bautismo por inmersión fue abandonado paulatinamente (debido a la costumbre de bautizar a los niños lo más pronto posible) y el de aspersión se usó muy poco dadas las dudas sobre la efectiva ablución. El Código de derecho canónico de 1983 indica que el bautismo se ha de administrar por inmersión o por infusión, de acuerdo con las normas establecidas por cada Conferencia episcopal (cf. núm. 854).

 

LA CELEBRACIÓN DEL BAUTISMO CATÓLICO ACTUAL

¿Quién puede recibir el Bautismo y quién lo puede administrar?
Todo ser humano, aún no bautizado, y sólo él, es capaz de recibir el Bautismo.

El ministro ordinario del Bautismo es el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono.

En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, si tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia al bautizar y emplea la fórmula bautismal trinitaria.

Celebración: El Bautismo cristiano se celebra bañando en agua al que lo recibe (bautismo por inmersión) o derramando agua por la cabeza (bautismo por infusión), mientras el ministro invoca a la Santísima Trinidad.
El rito completo consta de tres momentos:

Preparación: Consiste en la bendición del agua, en la renuncia de los padres y padrinos al pecado, en la profesión de fe y en una pregunta a los padres y padrinos sobre si desean que el niño sea bautizado.
Ablución o bautismo:
Mientras el ministro baña con agua a quien se bautiza, dice: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

Ritos complementarios: Son la crismación, la vestidura blanca y la entrega de la luz.

La crismación por la que el ministro unge la cabeza a cada bautizado con el santo crisma, como señal de incorporación al pueblo creyente;

La vestidura blanca, signo de la nueva vida y dignidad del cristiano.

La entrega de la luz de Cristo expresada por una velita cuya llama ha sido tomada del cirio pascual.

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Catequesis de Juan Pablo II sobre el Cielo

Juan Pablo II realizó esta catequesis sobre el cielo el 21 de julio de 1999.

La llamó “El cielo como plenitud de intimidad con Dios”.

1 . Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana.

Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, «esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama «el cielo». El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones mas profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024).

Hoy queremos tratar de comprender el sentido bíblico del «cielo», para poder entender mejor la realidad a la que remite esa expresión.

2. En el lenguaje bíblico el «cielo», cuando va unido a la «tierra», indica una parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: «En un principio creo Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1).

En sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se distingue de los hombres (cf. Sal, 104, 2 s; 115, 16; Is 66, l). Dios, desde lo alto del cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf. Sal 18, 7. 10; 144, 5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios ni se identifica con el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1R 8, 27); y eso es verdad, a pesar de que en algunos pasajes del primer libro de los Macabeos «el cielo» es simplemente un nombre de Dios (cf. 1M 3, 18. 19. 50. 60; 4, 24. 55). A la representación del cielo como morada trascendente del Dios vivo, se añade la de lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir, como muestran en el Antiguo Testamento las historias de Enoc (cf. Gn 5, 24) y Elías (cf. 2R 2, 11). Así, el cielo resulta figura de la vida en Dios. En este sentido, Jesús habla de «recompensa en los 1 cielos» (Mt 5, 12) y exhorta a «amontonar tesoros en el cielo» (Mt 6, 20; cf. 19, 21).

3. El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el misterio de Cristo. Para indicar qué el sacrificio del Redentor asume valor perfecto y definitivo, la carta a los Hebreos afirma que Jesús «penetró los cielos» (Hb 4, 14) y «no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo» (Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo.

Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto de gran intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo —por gracia habéis sido salvados— y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2, 4-7). Las criaturas experimentan la paternidad de Dios, rico en misericordia, a través del amor del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, el cual, como Señor, está sentado en los cielos a la derecha del Padre.

4. Así pues, la participación en la completa intimidad con el Padre, después del recorrido de nuestra vida terrena, pasa por la inserción en el misterio pascual de Cristo. San Pablo subraya con una imagen espacial muy intensa este caminar nuestro hacia Cristo en los cielos al final de los tiempos: «Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos (los muertos resucitados), al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolados, pues, mutuamente con estas palabras» (1Ts 4, 17-18).

En el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.

Es preciso mantener siempre cierta. sobriedad al describir estas realidades últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.

El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta verdad afirmando que, «por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha abierto» el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él» (n. 1026).

5. Con todo, esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, ,tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).

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La Epifanía de Dios y la Virgen María. Juan Pablo II y Benedicto XVI

Estos son dos materiales que muestran el magisterio de dos Papas sobre la Epifanía.

El texto de Juan Pablo II de 1989 se refiere a los misterios de la Maternidad Divina y a los reyes Magos.

El texto de Benedicto XVI de 2006 pone énfasis en la Luz de Cristo para concluir en la dimensión misionera…
  

  

AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO II
Miércoles 4 de enero de 1989

Queridos hermanos y hermanas:

El designio salvífico de Dios se manifiesta, durante el período navideño que estamos viviendo intensamente, con una cadena de festividades litúrgicas muy idóneas para presentarnos a lo largo de pocos días una amplia visión de conjunto. De la contemplación del Hijo de Dios, que se hizo Niño por nosotros en la gruta de Belén, pasamos a través del modelo inalcanzable de la Sagrada Familia, y así sucesivamente hasta llegar al acontecimiento del Bautismo del Señor, al comienzo de su vida pública.

La audiencia general de este miércoles cae en medio de dos festividades características: La Maternidad divina de María, y la Epifanía. Son dos misterios altamente significativos, que tienen entre ellos una profunda vinculación, sobre la cual hay que reflexionar.

2. El término «epifanía» significa manifestación: en ella se celebra la primera manifestación al mundo pagano del Salvador recién nacido.

En la historia de la Iglesia, la Epifanía aparece como una de las fiestas más antiguas, con vestigios ya en el siglo II, y es vivida como el día «teofánico» por excelencia, «dies sanctus». En los primeros tiempos, la celebración estuvo sobre todo vinculada al recuerdo del Bautismo del Señor, cuando el Padre celestial dio testimonio público de su Hijo en la tierra, invitando a todos a escuchar su Palabra. Pero muy pronto prevaleció la visita de los Magos, en los cuales se reconocen los representantes de los pueblos, llamados a conocer a Cristo desde fuera de la comunidad de Israel.

San Agustín, testigo atento de la tradición eclesial, explica sus razones de alcance universal afirmando que los Magos, primeros paganos en conocer al Redentor, merecieron significar la salvación de todas las gentes (cf. Hom. 203). Y así, en el arte cristiano primitivo, la escena fascinante de hombres doctos, ricos y poderosos, que hablan venido de lejos para arrodillarse ante el Niño, mereció el honor de ser la más representada de entre los acontecimientos de la infancia de Jesús.

Más tarde, en la misma festividad, se empezó a celebrar también la teofanía de las Bodas de Caná, cuando Jesús, al realizar su primer milagro, se manifestó públicamente como Dios. Muchas son, pues, las epifanías, porque son varios los caminos por los que Dios se manifiesta a los hombres. Hoy quiero subrayar cómo una de ellas, más aún, la que es fundamento de todas las demás, es la Maternidad de María.

3. En la antiquísima profesión de fe, llamada «Símbolo Apostólico», el cristiano proclama que Jesús nació «de» la Virgen María. En este artículo del «Credo» están contenidas dos Verdades esenciales del Evangelio.

La primera es que Dios nació de una Mujer (Gál 4, 4). Él quiso ser concebido, permanecer nueve meses en el seno de la Madre y nacer de Ella de modo virginal. Todo esto indica claramente que la Maternidad de María entra como parte integrante en el misterio de Cristo para el plan divino de salvación.

La segunda es que la concepción de Jesús en el seno de María sucedió por obra del Espíritu Santo, es decir, sin colaboración de padre humano. «No conozco varón» (Lc 1, 34), puntualiza María al enviado del Señor, y el arcángel le asegura que nada hay imposible para Dios (Lc 1, 37). María es el único origen humano del Verbo Encarnado.

4. En este contexto dogmático es fácil ver cómo la Maternidad de María constituye una epifanía nueva y totalmente característica de Dios en el mundo.

En efecto, la misma opción de virginidad perpetua que hizo María antes de la Anunciación, tiene ya un valor «epifánico» como llamada a las realidades escatológicas, que están más allá de los horizontes de la vida terrena. Pues esa opción indica una voluntad decidida de consagración total a Dios y a su amor, capaz por si solo de apagar plenamente las exigencias del corazón humano. Y el hecho de la concepción del Hijo, que sucede fuera del contexto de las leyes biológicas naturales, es otra manifestación de la presencia activa de Dios. Finalmente, el alegre suceso del nacimiento de Jesús constituye el culmen de la revelación de Dios al mundo en María y por medio de María.

Es significativo que el Evangelio ponga también a la Virgen en el centro de la visita de los Magos, cuando dice que ellos «entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre y, postrándose, lo adoraron» (Mt 2, 11).

A la luz de la fe, la Maternidad de la Virgen aparece de este modo como signo elocuente de la divinidad de Jesús, que se hace hombre en el seno de una Mujer, sin renunciar a la personalidad de Hijo de Dios. Ya los Santos Padres, como San Juan Damasceno, habían hecho notar que la Maternidad de la Santa Virgen de Nazaret contiene en sí todo el misterio de la salvación, que es puro don proveniente de Dios.

María es la Theotokos, como proclamó el Concilio de Éfeso, pues en su seno virginal se hizo carne el Verbo para revelarse al mundo. Ella es el lugar privilegiado escogido por Dios para hacerse visiblemente presente entre los hombres.

Al mirar a la Virgen Santísima estos días de Navidad, cada uno ha de sentir un interés más vivo en acoger, como Ella, a Cristo en su vida, para convertirse luego en su portador al mundo. Cada uno ha de esforzarse, dentro de su familia y en su ambiente de trabajo, por ser una pequeña, pero luminosa, «epifanía de Cristo».

Este es el deseo que dirijo a todos vosotros, amadísimos, en esta primera audiencia general del año nuevo.

LA EPIFANÍA DE DIOS Y LA VIRGEN MARÍA DE BENEDICTO XVI
Homilía en la Santa Misa de la Solemnidad de la Epifanía del Señor. 6 de enero de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

La luz que en Navidad brilló en la noche iluminando la gruta de Belén, donde están en silenciosa adoración María, José y los pastores, hoy resplandece y se manifiesta a todos.

La Epifanía es el misterio de luz, simbólicamente indicado por la estrella que guió en su viaje a los Magos. Ahora bien, el verdadero manantial luminoso, el «Sol que surge de lo alto» (Lucas, 1, 78), es Cristo. En el misterio de la Navidad, la luz de Cristo se irradia sobre la tierra, como si se difundiera en círculos concéntricos. Ante todo, sobre la Sagrada Familia de Nazaret: la Virgen María y José quedan iluminados por la divina presencia del Niño Jesús, manifestándose después esta luz del Redentor a los pastores de Belén, los cuales, informados por el ángel, acuden inmediatamente a la gruta y encuentran el «signo» que se les había preanunciado: un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Cf. Lucas 2, 12). Los pastores, junto a María y José, representan ese «resto de Israel», los pobres, los «anawim», a quienes se les anuncia la Buena Nueva. Por último, este fulgor de Cristo, alcaza también a los Magos, que constituyen las primicias de los pueblos paganos. Quedan ensombrecidos los palacios del poder de Jerusalén, adonde la noticia del nacimiento del Mesías llega, paradójicamente, a través de los Magos, sin que suscite felicidad, sino más bien temor y reacciones hostiles. Misterioso designio divino: «Vino la Luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3,19).

¿Pero qué es esta Luz? ¿Es sólo una sugerente metáfora o a esta imagen le corresponde una realidad? El apóstol Juan escribe en su primera carta: «Dios es Luz, en Él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5); y a más adelante añade: «Dios es Amor». Estas dos afirmaciones, unidas, nos ayudan a comprender mejor: la Luz, que aparece en Navidad, y que hoy se manifiesta a las gentes es el Amor de Dios, revelado en la Persona del Verbo Encarnado. Atraídos por esta Luz, vienen los Magos de Oriente.

En el misterio de la Epifanía, por tanto, junto a un movimiento de irradiación hacia el exterior, se manifiesta un movimiento de atracción hacia el centro, que lleva a su cumplimiento el movimiento ya inscrito en la Antigua Alianza. El manantial de este dinamismo es Dios, uno en su sustancia y trino en las personas, que atrae todo y a todos hacia sí. La Persona encarnada del Verbo se presenta como principio de recapitulación universal (Cf. Efesios 1, 9-10). Él es la meta final de la historia, el punto de llegada de un «éxodo», de un providencial camino de Redención, que culmina con su Muerte y Resurrección. Por este motivo, en la Solemnidad de la Epifanía, la liturgia prevé el llamado «Anuncio de Pascua»: el año litúrgico, de hecho, resume toda la historia de la salvación, en cuyo centro está «el Triduo del Señor Crucificado, Sepultado y Resucitado».

En la liturgia del Tiempo de Navidad se recurre a menudo, como estribillo, a un versículo del Salmo 97: «El Señor ha manifestado su salvación, a los ojos de los pueblos ha revelado su justicia» (v, 2). Son palabras que la Iglesia utiliza para subrayar la dimensión de «epifanía» de la Encarnación: el momento en el que el Hijo de Dios se hace hombre, entra en la historia, es el momento culminante de la autorrevelación de Dios a Israel y a todas las gentes. En el Niño de Belén, Dios se ha revelado con la humildad de la «forma humana», con la «condición de siervo», es más, de crucificado (Cf. Filipenses 2, 6-8). Es la paradoja cristiana. Este escondimiento constituye precisamente la más elocuente «manifestación» de Dios: la humildad, la pobreza, la misma ignominia de la Pasión, nos permiten saber cómo es Dios verdaderamente. El Rostro del Hijo revela fielmente al del Padre. Por este motivo, el misterio de la Navidad es, por así decir, todo una «epifanía». La manifestación a los Magos no añade nada ajeno al designio de Dios, sino que desvela una dimensión perenne y constitutiva, es decir: «que los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo por medio del Evangelio» (Ef. 3, 6).

Si se analiza superficialmente, la fidelidad de Dios a Israel y su manifestación a las gentes podrían parecer aspectos divergentes; en realidad son las dos caras de una misma moneda. De hecho, según las Escrituras, al ser fiel al pacto de amor con el pueblo de Israel, Dios revela su gloria también a los demás pueblos. «Gracia y fidelidad» (Salmo 88, 2), «Misericordia y verdad» (Salmo 84, 11) son el contenido de la gloria de Dios, son su «nombre», destinado a ser conocido y santificado por los hombres de toda lengua y nación. Pero este «contenido» es inseparable del «método» que Dios eligió para revelarse: la fidelidad absoluta a la alianza, que alcanza su cumbre en Cristo. El Señor Jesús es al mismo tiempo y de manera inseparable «Luz para iluminar a las gentes y gloria del pueblo de Israel» (Lucas 2,32), como exclamará el anciano Simeón, inspirado por Dios, al tomar al Niño entre sus brazos, cuando los padres lo presentaron en el templo. La luz que ilumina a las gentes, la luz de la Epifanía, emana de la gloria de Israel, la gloria del Mesías, nacido según las Escrituras, en Belén, «ciudad de David» (Cf. Lucas, 2, 4). Los Magos adoraron a un simple Niño en brazos de su Madre, María, porque en Él reconocieron el manantial de la doble luz que les había guiado: la luz de la estrella, y la luz de las Escrituras. Reconocieron en Él, al Rey de los judíos, gloria de Israel, pero también, al Rey de todas las gentes.

En el contexto de la Epifanía se manifiesta también el misterio de la Iglesia y su dimensión misionera. Está llamada a hacer resplandecer en el mundo la luz de Cristo, reflejándola en sí misma como la luna refleja la luz del sol. En la Iglesia, se han cumplido las antiguas profecías referidas a la ciudad santa, Jerusalén, como es el caso de la estupenda profecía de Isaías que acabamos de escuchar: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz…! Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada» (Isaías 60, 1-3). Es lo que tendrán que hacer los discípulos de Cristo: habiendo aprendido de Él a vivir con el estilo de las Bienaventuranzas, tendrán que atraer, a través del testimonio del amor, a todos los hombres a Dios. «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5, 16). Escuchando estas palabras de Jesús, nosotros, miembros de la Iglesia tenemos que experimentar toda la insuficiencia de nuestra condición humana, marcada por el pecado.

La Iglesia es santa, pero está formada por hombres y mujeres con sus limitaciones y sus errores. Cristo, sólo Él, al darnos el Espíritu Santo, puede transformar nuestra miseria y renovarnos constantemente. Es Él la luz de las gentes, «Lumen Gentium», que ha querido iluminar el mundo a través de su Iglesia (Cf. Concilio Vaticano II, Constitución «Lumen Gentium», 1).

«¿Cómo podrá suceder esto?» nos preguntamos también nosotros con las palabras que la Virgen dirigió al arcángel Gabriel. Pues, es justo Ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, quien nos da la respuesta: con su ejemplo de disponibilidad total a la Voluntad de Dios –«fiat mihi secundum verbum tuum» [He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra] (Lucas 1, 38)–, nos enseña a ser «epifanía» del Señor, con la apertura del corazón a la fuerza de la gracia y con la adhesión a la palabra de su Hijo, Luz del mundo y meta final de la historia.».

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La Santa Familia en Nazareth: la vida de hogar

-SU VIDA EN EL HOGAR,

-TRABAJOS DE JESÚS EN EL OFICIO CON SU PADRE.

-ENFERMEDAD DE JOSÉ.

 

Imposible e inútil sería querer arrancar del misterio los años transcurridos para la Santa Familia desde el hecho del Templo hasta la predicación de Jesús: esos diez y ocho años pasan, como hemos dicho, en un misterio no fácil de desvanecer, y en el que fuera temerario escribir una historia que ignoramos. Un solo hecho llena verdaderamente este total espacio, y es el silencio. El Evangelio no debía hablarnos más de la Sagrada Familia, porque todo su objeto se encierra en la vida y en la misión de Jesucristo, y ya por esto no había tampoco de María, por más que fuese su verdadera Madre, después de mencionar las relaciones que era necesario consignar.

Mucho más fácil es imaginar que explicar, dicen los Santos Padres, las eminentes virtudes que la Santísima Virgen practicó en aquel período de los citados diez y ocho años, escondida con su Hijo y en la sosegada y laboriosa vida del artesano con la que tenían que vivir; pero esta pobreza y esta existencia ignota no envilecía, como no envilece nunca el trabajo sino que ennoblece, obscurecía en parte el lustre y esplendor de la Santa Familia.

La Virgen Santísima pasó este tiempo de que nos estamos ocupando en profunda y tranquila soledad, la cual se la hacía tan deliciosa con la presencia visible de Jesucristo, como es la que gozan los espíritus bienaventurados en el cielo. José con su trabajo procuraba proveer las necesidades de la familia, haciendo más dulce, como resulta siempre, el pan amasado con el trabajo, fuente de toda virtud, auxiliado de su Hijo Jesús, que con él compartía los trabajos del taller. Por otro lado María, modelo de la mujer hacendosa y cuidadosa de su casa, cuidaba de aquel pobre y feliz hogar y del modesto ajuar, y sin perder de vista a su querido Hijo, era la representación más perfecta de la familia cristiana, y jamás se vio familia más santa, dichosa ni más digna de los homenajes y admiración de los humanos, en medio de aquella hermosa obscuridad.

De la Santa Familia debemos aprender, y en este silencio de ella hemos de hallar, que la verdadera grandeza de nuestra vida consiste en creer virtuosamente en la presencia de Dios que debe ser el término de todas nuestras acciones, ya que aquí en la tierra todo es como sombra sin duración ni consistencia, y sólo en Dios y a Dios debemos la vida terrenal, cuyo complemento será el día en que ajusten nuestras acciones por la práctica de la virtud.

Por ello vemos que María fue la primera y única discípula de su Hijo amado, y escogida entre todas las criaturas para imagen y espejo en que se representasen y reflejasen la nueva ley del Evangelio y de su Autor, y sirviese como de luminoso faro en su Iglesia, a cuya imitación se formasen los Santos y debiéramos imitar en los efectos de la redención humana. Es muy cierto que la virtud y beatitud los Santos fue y es obra del amor de Cristo y de sus merecimientos y obra perfecta de sus manos, pero comparadas con la grandeza María Santísima, pequeñas parecen al parangonarlas, y pobres, pues todos los Santos tuvieron sus imperfecciones si se les compara con Ella. Solo María, imagen viva del Unigénito, no tuvo ninguna de aquéllas, pues fue creada perfecta. Y por el modo como el Padre formó a María en su excelsa santidad, se vio aunque lejanamente su sabiduría al formarla, pues que había de ser el fundamento de su Iglesia, llamar a los Apóstoles, predicar a su pueblo y establecer la ley del Evangelio, bastando para ello la predicación de tres años en que super abundantemente cumplió esta grandiosa obra que le encomendó su Eterno Padre, justificó y santificó con su amor todos los creyentes, para estampar en su beatísima Madre la imagen de toda su santidad echando en Ella incesantemente la fuerza de su amor.

Fijémonos en la vida de la Santa Familia como modelo provechoso de enseñanza de las familias cristianas en el modo y manera de emplear bien el tiempo; veremos el trascurso del día en el santo hogar de Nazareth, y al mismo tiempo que aprendemos, meditemos sobre vida tan retirada, laboriosa y ejemplar y ésta enseña a las familias cristianas cómo se consagra a Dios la mañana. Pasemos con la imaginación un día entero entre aquellos modelos de trabajo y de virtud, examinemos todos los instantes de las horas del día para deducir de ellas provechosa enseñanza para nuestra felicidad terrena, tomando el ejemplo de una morada en la que no había momento ocioso, de la ociosidad, nuestra enemiga del espíritu tan combatida por la Santa Familia.

De la misma suerte que al abrirse las puertas al día, a la luz se abren nuestros ojos, y libres de la pesadez del sueño que repone nuestras fuerzas físicas, se despierta también nuestro entendimiento, de la misma suerte debe abrirse nuestra inteligencia y nuestro corazón en acción de gracias a Dios nuestro Señor, y en verdad ¡cuán claros y luminosos deben ser nuestros pensamientos al elevarlos al cielo, a la Divinidad, en aquellos momentos en que la pura luz del alba parece también purificar nuestros labios! Elevaban su oración de la mañana, pronunciábase el obligado schema y sólo pensaban en el cotidiano trabajo, sustento que nos da el pan nuestro de cada día, y Jesús con José dirigíanse al taller para labrar la madera, la madera que había de ser el lecho de muerte de aquel hermoso joven, que con sus miradas intensas, profundas cual las aguas del mar, animaban con su luz a su venerable padre, haciéndole más llevadera la fatiga del trabajo, la santificación de la actividad humana. María en el telar, con el huso y las ocupaciones domésticas, no daba descanso a la mañana hasta que la llegada del inmediato taller reunía la Familia para la reposición de las fuerzas corporales.

La Sagrada Familia nos da ejemplo vivo y permanente de cómo se ha de consagrar a Dios: es la hora de suspender la fatiga del trabajo para reanimar los cansados miembros de la rudeza del violento ejercicio. Reunida la Familia, dan gracias a Dios por el beneficio de aquel alimento que van a tomar, consagrado y santificado por el cumplimiento de la ley del trabajo. Jesús ora y bendice la comida como bendijo todos los elementos en los días de la creación: con aquella bendición de Jesús, los alimentos ¡cuán gratos y sanos no han de ser para quien con fe y devoción los recibe para restaurar sus fuerzas!

Después de la comida, ¡qué dulces coloquios no pasarían entre la Santa Familia, cómo se comentarían los trabajos realizados y los que pendientes quedaban en el taller, como en toda familia cristiana ese coloquio de sobremesa representa el amor y el afecto reunido ante el modesto altar de la refacción, y con la consideración de los esfuerzos de la mañana el adelanto de los trabajos realizados y anima el espíritu, para los trabajos que esperan para la tarde!

Y ésta se comenzaba con la continuación de las obras emprendidas, y llenos de fe, como todo cristiano debe hacer, las continuaban hasta que la dulce luz de un día que se despide para hundirse en el insondable del pasado, en la eternidad, les hacía suspender los trabajos y cerrar el taller, aquel templo de la laboriosidad, que nosotros tomamos por martirizador calabozo en que consumimos las horas del día y consideramos, no como templo de nuestra purificación por el cumplimiento de la ley divina, sino presidio a que nos condena nuestra pobreza y al que deseamos olvidar, relegar y maldecir el día en que la suerte nos proporciona la dicha de la holganza, la esclavitud del pecado de la ociosidad, que es el ideal de los humanos, huir del trabajo, separarse de lo que se estima como una maldición, ¡tener que trabajar! humillación que consideramos como depresivo estado para la dignidad del orgullo humano. ¡Y nos llamamos católicos, hijos de la doctrina de Jesús, que ennobleció y santificó el trabajo, no sólo el intelectual, sino que ensalzó y honró al trabajo manual, al más mísero de los trabajos, sirviéndole y ocupando sus divinas manos en los más vulgares y sencillos artefactos de la carpintería! Y no obstante, ¡nos avergonzamos de ser trabajadores los que nos llamamos sus discípulos, los que en Él comulgamos, creemos y adoramos, con el humilde Hijo del carpintero y oficial laborioso de su padre!

Llegaba la noche, y… ¿por qué no decirlo así, cuando nada nos lo contraría ni con ello ofendemos a la Santa Familia? Entonces José y Jesús tornaban a su casa, y hallándola sola bajarían los dos hacia la fuente que hemos dicho se denomina de la Virgen, y única en el pueblo de Nazareth, a donde María había ido con el grato fresco la tarde a recoger el agua necesaria para la familia, y que allí, a esa poética fuente que es necesario contemplar animada con el grupo de nazarenas que a ella acuden al crepúsculo de la tarde, cuando la naturaleza parece adormecerse con el encanto de la dudosa luz y el perfume de las flores y de los campos con su penetrante aroma, allí reunidos los tres felices y dichosos seres, ayudarían a María a llenar el pesado cántaro, cuya forma aún hoy conservan las nazarenas, y juntos y en dulce coloquio subirían la cuesta del pueblo para regresar a su modesta y pobre casita.

Nuevamente se reunían en torno de la pobre mesa, preparada por María, y la noche, esa hora tan grata para las familias cristianas en que terminada la labor del día se reúnen, y la santa velada se consagra a los afectos de la familia, de la oración y de la comunicación de los afectos, cuán gratas, cuán dulces son esas horas para los corazones amantes de los placeres honestos en el santo hogar cristiano, alumbrado por esa lámpara, que no sólo da luz, sino calor a los corazones allí reunidos y consagrados por el afecto y el amor.

Allí, alumbrados por la clara luna de Palestina, contemplando aquella naturaleza tan poética como soñadora, obra de sus manos, vemos en nuestra imaginación a la Santa Familia sentada, bendiciendo a Dios nuestro Señor y disfrutando con las noches de primavera y de verano, del fresco y perfume de las inmediatas huertas y jardines, menos gratos y dulces que el aroma de beatitud y felicidad que se desprendía de aquella santa casa y bendita Familia.

La oración de la noche, el schema y la decoración de los Mandamientos como precepto que debían cumplir los israelitas, la consagración de los últimos pensamientos del día a Dios nuestro Señor, buscar el descanso del cuerpo para reponer las fatigas del día, esos serían los últimos momentos de la velada de aquella Familia, modelo y ejemplo de las cristianas. Todavía en el mundo existen familias semejantes en la imitación de aquel modelo, todavía entre nosotros se advierte en el interior de las casas y se ve resplandecer a través de los cristales de los balcones la luz de la lámpara santa del hogar que representa una familia congregada a su calor, ora en el trabajo, ora en la lectura, en tanto que la deslumbrante de los cafés y otros centros atraen como a la mariposa a quemarse en su espléndida brillantez. ¡Ah! ¡y cómo consuela durante las noches frías y lluviosas del invierno, cuando al hogar se retira el padre que en aquel momento termina sus ocupaciones del día, ver arder con modesto reflejo la lámpara que con su luz modesta irradia un bienestar y dicha que aquella habitación se respira, y cuán grato es su calor, cuando mojados y ateridos por el frío se penetra en aquellas modestas habitaciones en que al par de sanas lecturas, de labores y estudio, de conversación y del rosario familiar, dan un calor al corazón que no comunican ni las más encendidas chimeneas, ni alumbran el corazón espléndidos lucernarios, porque allí existe el calor de la familia, el calor del amor de padres e hijos, de ese calor que sólo comunica el santo temor de Dios!

Así suponemos, como hemos dicho, viviría la Santa Familia, modelo de las familias cristianas, modelo que hemos de tener presente para nuestra enseñanza y esperanza de felicidad, cumpliendo con los preceptos del Evangelio, única fuente de dicha que hemos de conseguir durante nuestra marcha en la existencia terrenal.

Pero aquella dicha, aquella tranquila felicidad que gozaba la Santa Familia después de su regreso de Egipto, felicidad y dicha que había de ser tanto mayor cuanto era el disfrute de la tierra, de la patria perdida durante siete años; y si no compárese lo que en nuestro pecho ocurre, cuando volvemos al hogar perdido, qué dulce tranquilidad, sosiego y bienestar al tornar a vivir entre los pasados que nos son familiares, dentro de aquellos muros en que se han desenvuelto días de dicha, de penas y de dolores, y en donde se conserva el santo recuerdo de los padres, de los que nos precedieron y dieron vida y educación cristiana.

Así transcurrieron felices los días para la Sagrada Familia, viendo crecer a Jesús, cada día más hermoso, y llegando a los límites de la juventud, ayudando y siendo el sostén de José, de su padre terrenal, quebrantado más que por los años por las fatigas de una vida accidentada de viajes y sobresaltos, penas y temores por la preciosa existencia de aquel tesoro confiado a su cuidado.

José se hallaba enfermizo, no por la edad, y cuando la Virgen había cumplido los treinta y tres años, las enfermedades y dolores le impedían en muchas ocasiones dedicarse a sus habituales trabajos, teniendo no solo que interrumpirlos, sino en muchas ocasiones suspenderlos por algunos días.

Desde esta hora en adelante José tuvo que ceder a las instancias de María, que le rogaba dejase ya aquel trabajo con el que no podía por el estado de su salud, teniendo al fin que ceder a los ruegos de María, y convencido de su imposibilidad física, abandonó el trabajo del que Jesús no podía aún encargarse por sus pocos años y falta de experiencia para sustituirle en aquel oficio.

He aquí cómo expresa Casabó en su obra citada, el nuevo estado de la Sagrada Familia después que José tuvo que dejar el trabajo de la carpintería, con el cual cubría las escasas necesidades de aquélla:

«Desde esta hora en adelante, cediendo a las instancias de la Virgen, cesó en el trabajo corporal de sus manos, aunque ganaba la comida para todos tres, y dieron de limosna los instrumentos de su oficio de carpintero, para que nada estuviese ocioso y superfluo en aquella casa y familia. Desde entonces tomó María por su cuenta sustentar con su trabajo a su Hijo y a su Esposo, hilando y tejiendo hilo y lana, más de lo que hasta entonces había hecho. A pesar de su mucho trabajo, guardaba siempre la Virgen la soledad y retiro, y por esto la acudía aquella dichosísima mujer, su vecina, y llevaba las labores que hacía y le traía lo necesario. Ni la Virgen ni su Hijo comían carne; su sustento era sólo de pescados, frutas y yerbas y aún con admirable templanza y abstinencia. Para José aderezaba comida de carne, y aunque en todo resplandecía necesidad y pobreza, suplíalo todo el aliño y sazón que le daba María y agrado con que lo suministraba. Dormía poco la diligente Virgen y gastaba algunas veces en el trabajo mucha parte de la noche. Sucedía a veces que no alcanzaba el trabajo y la labor para conmutarla en todo lo necesario, porque José necesitaba más regalo que en lo restante de su vida y vestido, entonces entraba el poder de Jesús, quien multiplicaba las cosas que tenían en casa…

»Puesta de rodillas servía la Virgen la comida a su Esposo, y cuando estaba más impedido y trabajado, le descalzaba en la misma postura, y en su flaqueza le ayudaba llevándole del brazo. En los últimos tres años de la vida de José, cuando se agravaron más sus enfermedades, asistíale la Virgen de día y de noche, y sólo faltaba en lo que se ocupaba sirviendo y administrando a su Hijo, aunque también el mismo Jesús la acompañaba y ayudaba a servir al Santo Esposo».

Fuente: Capítulo XX: Vida de la Virgen María de Joaquín Casañ

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Estancia de la Sagrada Familia en Egipto y regreso a Judea

ESTANCIA EN EGIPTO DE LA SAGRADA FAMILIA

-POBLACIÓN EN QUE RESIDIERON.

-TRADICIONES Y RELACIONES POPULARES Y DERIVADAS DE LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS.

-OPINIONES DE ORSINI, SOR MARÍA DE ÁGREDA Y CASABÓ.

Llegaron nuestros viajeros al Egipto, a la tierra misteriosa de una civilización grandiosa, cuyos restos en sus obras admiramos, en su magnificencia el poder de los Faraones, restos que aún hoy, en medio de ruinas y desolación, víctimas de la barbarie de las razas que por el fértil valle del Nilo, del gran río, de misterioso e ignorado origen hasta nuestros días, fue una de las más hermosas regiones del mundo antiguo, con sus libros sagrados y su culto, con sus momias y sus pirámides, con sus jeroglíficos y comercio, son objeto hoy de detenido estudio que cada día da nuevos y fructíferos trabajos acerca de un país tan digno de llamar la atención de los historiadores y artistas.

Allí, en aquella estrecha faja de ricas tierras, lecho temporal del poderoso Nilo, que periódicamente las fecunda y abona, siendo sus campos modelo de rica producción, encerrando a este vasto granero en que el trigo y el arroz se dan en fabulosas cantidades, y en cuyas riberas crece el Papirus, el árbol que es el padre de la escritura, puesto que sus tallos suministraron la primera materia escriptórica, suave, dúctil y manejable, en que el hombre consignó sus pensamientos para hacerlos atravesar los siglos, conservarse y perpetuarse a través de las generaciones. Allí, allí tuvo su refugio y seguro puerto durante algunos años la perseguida Familia, el inocente Jesús, que comenzó por gozar seguridad en medio de sus enemigos, para venir a sufrir el martirio y la muerte por parte de sus hermanos de nacionalidad, de los mismos judíos, del pueblo escogido por Dios para el nacimiento de su Hijo, redentor de la pecadora humanidad.

A Heliópolis dicen los historiadores que encaminaron sus pasos los desterrados Jesús, María y José; otros opinan que fue Lentópolis, y véase el misterio y relación que guardan entre sí los hechos, y cuando la mano de Dios dispone con su suprema sabiduría, los ordena y manda.

Tierra extranjera para la Santa Familia era la tierra de Egipto, pero no obstante José no ignoraba, y aun también María, las benévolas relaciones que de en tiempo de los Patriarcas tuvieron egipcios con los judíos, y si luego en tiempos de Moisés vinieron los odios, cuando este gran legislador sacó por mandato de Dios a su pueblo, habían renacido otra vez aquellas pacíficas relaciones que existieron entre dos naciones que se estimaban, especialmente desde después del cautiverio de Babilonia, de suerte que en Lentópolis puede decirse que se había reunido una colonia de judíos, cuyo estado próspero le permitió levantar un templo a Jehová y su Biblia, el templo de Lentópolis y la Biblia de los setenta.

Esto, como se comprende, debió ser un gran consuelo para los pobres María y José, pues que en cierta manera les sería un gran consuelo encontrar allí recuerdos de la patria, templo y libro, su Dios, su ley y costumbres, todo en tierra extranjera. ¡Qué consuelo no sería para los desterrados el encontrar todo esto tan solo al entrar en la extraña tierra a los que venían a buscar hospitalidad!

¡Consuelo grande, alivio inmenso para la pena y zozobra que producen extranjeras tierras cuando a ellas se llega fugitivo y perseguido! He aquí, como hemos dicho, lo providencial del hecho, el llegar los desterrados a una ciudad en la que bien podían decirse que no eran extranjeros, y templar sus impresiones con la hospitalidad que tan grata les había de ser después de tan penosa y cruel marcha. En esta ciudad aposentaron por algún tiempo, y de allí partieron a la que se señala como la en que residieron durante su destierro María y José.

De la soberbia ciudad de Lentópolis, como de otras muchas famosas, no queda sino su recuerdo; desapareció, hundióse su templo, desaparecieron sus palacios y monumentos, todo pasó. Sólo como solitario mojón, piedra miliar que señala un término, un lugar, queda un antiquísimo obelisco levantado más de tres mil años antes de la venida de Jesús al mundo, y en torno de él restos de algunas esfinges. ¡De la ciudad, de sus templos, palacios y jardines, sólo el recuerdo que perpetúa y conserva aquel dedo de granito rojo que se levanta solitario en medio del campo, como diciendo: ¿buscáis a Lentópolis? No existe, fue barrida por el huracán de los siglos; sólo resto yo, solitario monolito, como para dar testimonio de lo que fue, de que en su recinto se albergó María y el Verbo humanado, y con mi dureza perpetúo la grandiosidad de un hecho que antes me doblegaré sobre mi base y hundiré mi cabeza en la arena, que el dulce nombre de María y de Jesús bendito desaparecerán del corazón de los buenos. Él es inmutable, perpetuo; yo soy polvo, que algún día arrastrarán los abrasados alientos del Simoun, que tal vez lleven mis átomos en suspensión a las heladas regiones del Norte, después de haberme abrasado por miles de años la deslumbrante y caliginosa luz del sol de los desiertos!

Cuál fue la causa de su marcha de Lentópolis al pueblo de Matarea, hoy Matarick, lo ignoramos, tanto más, cuanto como hemos dicho, nada indican ni señalan los Evangelios, y sólo en la tradición y en los conocidos como apócrifos, hallamos datos, indicaciones y tradiciones de la estancia de la Santa Familia en su destierro en Egipto.

Este pueblecillo de Matarea, hállase citado en los controvertidos libros, como tranquila y sosegada villa, en que su existencia estaría más en relación con la sosegada y pacífica de Nazareth a que la Sagrada Familia estaba más habituada, y más escondida y retirada por temor a un espionaje que aun allí pudiera el sanguinario Herodes ejercer, llevado en su afán y temor de ser destronado por Aquel que fueron a adorar los Magos.

Los ya citados libros y la tradición nos lo señalan como el lugar de su residencia, y allí, entre aquella fecunda vegetación, entre los hermosos rosales casi arbustos, entre bosques de jazmines, por entre tan hermosos y perfumados bosquecillos, nos lleva nuestra imaginación y nuestro amor a contemplar en los hermosos días de la niñez a Jesús discurriendo y correteando entre tan perfumadoras y hermosas plantas que habían de ofrecer doblemente sus perfumes a su Dios, al Hijo encarnado de su Creador, que las hermoseaba con su mirada y perfumaba más y más con sus manos.

Alejada unas siete leguas de la antigua Hermópolis, hoy la animada y comercial ciudad del Cairo, encuéntrase la antigua Matarea, hoy Matarick: allí nuevamente la tradición nos señala los recuerdos de la estancia de María y de Jesús. Pietro Della Valle, sentido literato italiano, nos recuerda y relata, nos pinta y describe la inmanencia de la tradición en estos lugares, y el nombre dulce y sentido de María en todos los detalles y recuerdos de aquellos desterrados. Caminando por un lado del lago de pequeñas dimensiones, filtraciones del sagrado río, y por el otro limitado el camino por una acequia o canal de riego, se llega a una aldea sombreada por copudos árboles, hermosos sicomoros y trepadores rosales, se descubre la pobre villa, oculto lugar de la vida infantil de Jesús y de su familia.

Como hemos dicho, no se camina por esta pobre aldea sin que el recuerdo de los ilustres y santos desterrados no se os presente de continuo. Vése el corpulento sicomoro y que el pueblo de Matarick conserva con religioso respeto por haber hallado grato descanso a su sombra la Sagrada Familia a su llegada a Egipto. Abbas-Pachá, musulmán, respetando la tradición y deseoso de conservar aquel tradicional recuerdo de la tan hermosa y poética para el Egipto y en especial para la pobre aldea, mandó construir en derredor del mismo un jardín, con grandes macizos de rosales y jazmines que embalsaman con su penetrante y embriagador perfume la atmósfera, que llenan de consuelo el alma con sus efluvios, no tan gratos en sus aromas como la belleza de la tradición.

Otro ilustre viajero, que a principios del siglo XVI visitó estos lugares, nos dice: «Al llegar al Cairo, pedí a la escolta del Sultán, y que para mí guarda me diera, que me acompañaran al sitio donde se ocultó Jesús cuando Herodes lo buscaba en Jerusalem para hacerlo matar, tanto para reverenciar aquel lugar santo, como porque había oído que en el mismo sitio habían crecido los arbustos del bálsamo, y deseaba mucho ver en qué consistían… Aquel sitio tiene hoy el nombre de Matarea. Aquellos arbustos estaban dentro de un jardín de unos doscientos pasos de largo. Mientras yo iba en busca esto, debajo de una choza vecina, donde la Virgen María, escondida, daba de mamar a su hijo Jesús, se arregló un altar para celebrar en él la misa, que dijo el guardián del convento de San Francisco del Monte Sión…

»En esta choza hay abierta en la pared una especie de ventanilla o pequeño armario, donde la Santísima Virgen acostumbraba a poner muy curiosamente a su Hijo cuando le convenía salir fuera para procurarse alimentos, y allí tienen los moros una lámpara continuamente encendida. Otra lámpara tienen igualmente pendiente del árbol que la tradición dice se abrió y encerró en su seno a Jesús cuando por allí pasó. Los moros le tienen en gran reverencia, y éste es una higuera a la que ellos llaman árbol de Faraón, y nosotros denominamos sicomoro, y muy peculiar en el país».

Los moros, los islamitas, respetan mucho estos lugares por el recuerdo del profeta Jesús, y allí en la pobre aldea encontraréis a cada paso recuerdos de la estancia de los santos desterrados, del nombre santo de María, de Jesús y de José, con la tradición de la vieja Hermópolis de sus arboledas que se inclinaron ante la presencia del Salvador, doblegando sus fuertes ramas hasta besar con sus puntas la tierra bendecida por las pisadas de Jesús y su Santa Madre.

Llena de recuerdos está la misteriosa comarca; la fuente en la que la Virgen recogía el agua, donde lavaba las ropas del Niño Jesús, el árbol a cuya sombra corretearía el Niño y cobijaba a la Madre en sus labores domésticas del cuidado de la Familia. Aquellas tradiciones cuales hemos narrado, aquella alegría del espíritu que debía comunicar la vista del hermoso Niño en los albores de una niñez, de una infancia perseguida en su inocencia, aquel renuevo de hermoso rostro, puro y perfumado como los rosales que le cobijaban con su sombra en medio de aquella vetusta civilización, arrugada y decrépita por los siglos, aquellos monumentos sólidos, pesados, representación de lo inmutable y perenne en la esfera de la materia, aquellos altares de Menfis, con sus templos de pesadas columnatas rematadas con la simbólica flor del loto, húmeda, de hojas carnosas y pálidos colores como representación de una naturaleza y de unas ideas, de una religión y de un culto inmoble, sin avances ni retrocesos, con un patrón hierático desde la columna al templo, desde la estatua al escrito sagrado, con sus momias y sus artes, con su lujo oriental y sus tradiciones, sus pirámides y subterráneos, todo, todo había de conmoverse y derrocarse ante la palabra poderosa, ante la idea omnipotente, regeneradora y salvadora de aquel Niño obscuro, ignorado, ante la sabiduría de sus sacerdotes que había de cambiar la faz del mundo derrocando ante Dios los prestigios y diferencias, las castas y privilegios ante la santa libertad de las creencias de su fraternal doctrina. Ha sonado la hora de la renovación, resuena la hora nueva del espíritu, y aparece en las alturas del cielo como un nuevo sol encendido para esclarecer la obscuridad del mundo, una revelación divina guardadora de un Dios creador y su incomunicable Verbo. En esta transformación hay algo del poema en su fuente de bella inspiración, y ante la grandeza de las civilizaciones, ante el palacio, el templo, ante la estatua de Isis envuelta en su ceñida y blanca túnica, reflejo de pálidos rayos de la incomparable luna de las noches egipcias, con sus misteriosas procesiones, sus cánticos y perfumes, sus colores y refulgencia de metales y pedrerías, de sus flores y gasas, de sus músicas y bailes, todo cede, cae y se derrumba ante la pobre majestad, ante el humilde cántico de pastores, ante la luz irradiada por la cueva de Bethlén, la mirada dulce de una mujer, ante la modestia de un pobre artesano la sonrisa de un recién nacido, que con sus dulces ojos y llanto derroca civilizaciones, conmueve a la misma naturaleza y derriba con su debilidad de niño la obra potente de los siglos bajo el dominio error, del privilegio y de la esclavitud.

Ante la sencillez pastoril, ante la poesía de los campos, vienen a tierra orgullo, ciencia y preocupaciones, de asirios y persas, de griegos y egipcios, y hundiráse en el polvo la acumulación de estas civilizaciones concentradas en manos de los romanos, señores materiales del mundo conocido, ante la voz de un nazareno que predica la igualdad ante Dios y la fraternidad entre los humanos, y que sella con su sangre haciendo igual al gentil, al idólatra y al fetichista.

Por eso decimos que la parte hermosa de la sublime poesía que encierra la redención del género humano, tiene en sí el carácter que le presta la poesía, el sentimiento y la belleza, el de la más grande de las obras, como hija de Dios, comparada con el más inmenso de lo poemas que atesora la humanidad en el génesis de la belleza y sublimidad en el arte.

Ha sonado la hora en el reloj de los tiempos, y cae y desaparece el dios naturaleza, el dios casta, el dios fatalidad, el dios esclavitud, el dios faraónico de cruel tiranía, el dios de la política que encadena los pueblos; ha sonado la hora, y destronados caen ante el Dios verdadero, ante el Dios hombre, el Verbo encarnado, revelador y libertador del hombre, para quien ha de conquistar su libertad y respeto con la sangre comunicada a sus venas de la purísima y santa Virgen María, su Madre, corredentora del mundo, al que ha de librar con sus dolores, sus penas, sus lágrimas y pesares.

¡Dichosa, dichosa tierra de Egipto, que por siete años tuviste la felicidad de aposentar a la Santa Familia que consagró tu antigua tierra, y te hizo más notable que por tu civilización, por tu hospitalaria caridad y amparo a los perseguidos por el sanguinario Herodes!

Y para terminar este capítulo, en el que sólo la tradición y los apócrifos Evangelios nos dan noticias de la estancia de María y su Familia en la tierra de Egipto, copiaremos lo que acerca de ello nos dice, relata y cuenta la venerable escritora Sor María de Ágreda:
«Pero no es necesario hacer ahora mención de ellas (de las tradiciones), porque su principal asistencia, mientras estuvieron en Egipto, fue la ciudad de Heliópolis, que no sin misterio se llama ciudad del Sol, y ahora la dicen el gran Cairo.
«Llegaron a Heliópolis, y allí tomaron su asiento; porque los santos ángeles que los guiaban, dijeron a la Divina Reina y a San José, que en aquella ciudad habían de parar.
»Con este aviso tomaron allí posada común, y luego salió San José a buscarla, ofreciendo el pago que fuera justo; y el Señor dispuso que hallase una casa humilde y pobre, pero capaz para su habitación, y retirada un poco de la ciudad.
»Los tres días primeros que llegaron a Heliópolis (como tampoco en otros lugares de Egipto), no tuvo la Reina del cielo para sí y su Unigénito más alimentos de los que pidió de limosna su padre putativo José, hasta que con su trabajo comenzó a ganar algún socorro. Y con él hizo una tarima desnuda en que se reclinaba la Madre, y una cuna para el Hijo, porque el santo esposo no tenía otra cama más que la tierra pura, y la casa sin alhajas, hasta que con su propio sudor pudo adquirir algunas de las inexcusables para vivir todos tres».

Dejemos ahora en Egipto al Infante Jesús con su Madre Santísima y San José santificando aquel reino con su presencia y beneficios que mereció Judea…

Y con esto podemos dar por terminado este capítulo, copiando las palabras de Orsini que nos relata algunos otros detalles de la vida de los desterrados, con su lenguaje más poético que el que emplea Ágreda en su ascética relación:

«María, en Nazareth, había llevado una vida humilde y laboriosa; pero no había padecido ni vigilias, ni el temor horrible, ni las duras y terribles privaciones que arrastra consigo la indigencia: en Heliópolis pasó por el crisol de la pobreza (Orsini, como Ágreda, Heliópolis por la estancia constante de la desterrada Familia) y experimentó la miseria bajo todos sus aspectos. El oro de los persas estaba agotado; fue preciso crearse recursos, cosa difícil lejos de su patria y en un pueblo dividido en corporaciones nacionales y hereditarias (castas quiere decir), que miraba con desprecio a los extranjeros. (En esto exagera o desconocía Orsini el carácter de los egipcios y sus relaciones con los judíos.) El hijo de David y de Zorobabel se hizo simple jornalero, y la hija de los reyes trabajaba una parte de las noches para suplir al corto jornal de su esposo. Como eran pobres, observa San Basilio, es evidente que debieron entregarse a penosos trabajos para procurarse lo necesario… ¿Pero este necesario lo tenían siempre? Con frecuencia dice Landolfo de Sajonia: el Niño Jesús, acosado por el hambre, pidió pan a su Madre, que podía darle otra cosa que sus lágrimas».

Triste situación la de los pobres desterrados, inescrutables juicios de Dios que sujetaba a su Hijo, al Verbo encarnado, a los sufrimientos, necesidades y miseria de los humanos, que tanto templa el corazón, que tanto eleva el espíritu al reconocimiento de las bondades divinas y a la dicha de la gloria por el sufrimiento en esta vida que libra nuestra alma de la esclavitud del demonio.

Hermoso cuadro de humildad y de pobreza, que si nuestro ánimo estudia y comprende en su grandeza y sabiduría, ha de servirnos de espejo clarísimo en que refleje nuestra alma para templarla en la enseñanza de humildad y de pobreza que nos da Dios en la existencia terrenal de su Hijo; ¡de su Hijo que sufrió hambre, sed, y padeció y murió por nosotros!

Y concluimos con las palabras de Casabó en su Vida de la Virgen, comprobando lo mismo que hemos dicho:

«La permanencia de la Sagrada Familia en Egipto, es modelo de virtudes a las familias cristianas, y enseña a cada una de éstas que lo sea para las demás. Muy dura es la vida de un pobre desterrado en país extranjero. Pasa desconocido entre gentes desconocidas; no oye ya el idioma nativo que endulzaba los afanes del alma. Montes, valles, ríos y pueblos, todo es nuevo para él; ¡pobre desterrado! Y si a esto se añade las costumbres también diversas, y a más una religión falsa o idólatra, ¿quién podrá explicar la amargura de su vida? No poder gozar de las fiestas religiosas, cuyo único lenguaje es el que se hace oír en el destierro. He aquí la triste condición de fa Sagrada Familia en Egipto. Es la única que entre los egipcios conoce, posee y adora al verdadero Dios. Y sin embargo, todos pasan y nadie les hace caso. Si la tratan por breves instantes, admiran su bondad, santidad y dulzura, pero luego vuelven a las falsas adoraciones de los ídolos. José y María viven, sí, aislados, pero contentos; porque de su casa hacen un templo, de sus rodillas una cátedra al divino maestro Jesús, dándoles motivo de la ciega idolatría de los egipcios de venerar con más afecto vivo al Dios verdadero que habita en medio de ellos».

Sucede quizás que una familia cristiana se encuentre en países lejanos y viva desconocida entre extraños. ¿De dónde tomará aliento en la desolación que la rodea? Si como la Sagrada Familia, lleva consigo el santo temor de Dios, de la celestial Jerusalem, de nuestra verdadera patria, el cielo bastará para dulcificar sus amarguras del destierro sobre la tierra. Aun cuando una familia cristiana no salga jamás de su país natal, puede muy bien asemejarse a la Familia Nazarena. Si rara y única era la Familia de José en Egipto, muy raras son también en el Cristianismo ahora las familias verdaderamente buenas y cristianas. Todo el mundo es un Egipto, una nueva idolatría reina en él. El temor santo de Dios es desconocido en casi todas las casas; mucho conviene que haya familias modeladas en la Sagrada Familia, que saquen al mundo de la idolatría a que se ha entregado. Padres e hijos cristianos, volved vuestras miradas a Jesús, María y José, y a imitación suya santificad el Egipto, evangelizad al mundo y libertadlo de su ruina.

En medio de nuestras desventuras, ¡cuánto consuelo deben llevar a nuestras almas estas palabras tan llenas de esperanza!

  

REGRESO DE LA SAGRADA FAMILIA A JUDEA

-SU RESIDENCIA EN NAZARETH, SU ANTIGUA CASA.

-VIDA DE MARÍA Y EDUCACIÓN DE SU HIJO JESÚS.

-LA EDUCACIÓN POR LOS OFICIOS ENTRE LOS JUDÍOS.

-SU OFICIO FUE EL DE CARPINTERO, COMO JOSÉ, SU PADRE.

Nada tampoco nos dice el Evangelio del tiempo de la estancia en Egipto de la Santa Familia; pero hay una opinión, que es la más comúnmente recibida, y que no encierra en sí ninguna contradicción que pueda hacer dudosa o controvertible aquélla. Lafuente la admite como la más general y comúnmente recibida, siete años, es el tiempo que éste marca, señala o determina. También Orsini y la Venerable Ágreda la admiten, y así nosotros no hemos de oponer reparo ni tenemos datos algunos que pudieran hacer controvertible cronológicamente este punto.

Como hemos indicado y repetimos, el Evangelio sólo se expresa en estos términos:

«Y muerto Herodes, he aquí que el Ángel del Señor se apareció en sueños a Josef en el Egipto diciendo: -«Levántate y toma el Niño y su Madre y vuelve a tierra de Israel, pues que ya han muerto los que buscaban al Niño para quitarle la vida». Levantóse Josef, y tomando al Niño y a su Madre, regresó a su país de Israel. Mas oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allí mismo, y avisado en sueños, se retiró a tierra de Galilea, y desde que llegó allí habitó en la ciudad que se llama Nazareth, para que se cumpliera lo que dijeron los Profetas: -Que sería llamado Nazareno».

La narración del regreso a la patria es tan sencilla como el relato conciso de la ida, sigue en sencillez y laconismo el mismo orden. Adviértase aquí lo que ya hemos hecho notar anteriormente: no es María la que recibe órdenes del cielo por medio de un Ángel, no, es su esposo, su marido, quien por derecho divino es el jefe y superior de la familia, y el cielo mismo le reconoce ese derecho y obra conforme a él. Si el Ángel se aparece una vez a María en forma visible, es que por entonces el asunto de la Encarnación parece ser peculiar de María, y Dios dispone que por algún tiempo esté oculto a los ojos de José.

En cuanto a lo demás, los asuntos de la Santa Familia están referidos en el Evangelio con tal sobriedad, como hemos dicho, con tan encantadora sencillez, que no encontramos detalle que huelgue ni falte en su laconismo y poético lenguaje. Vese, por ello, que la Providencia es quien lo dispone y arregla con una majestuosa sencillez, con una dulzura encantadora y humanamente suave, conmovedora y sencilla. Obra fuerte y enérgicamente hacia el fin señalado en su omnipotente sabiduría, pero la disposición y marcha es suave, sin peligros ni contingencias, cual supera la sabiduría a la previsión.

Cuatro veces avisa el Ángel a José en lo concerniente a asuntos de su Familia, pero siempre en sueños, nunca en forma visible. «Por esta causa, dice D. Vicente Lafuente, todas esas leyendas de los Ángeles, apareciéndose a cada paso a la Virgen para traerle golosinas al Colegio, para venir a saludarla formados en escuadrones, como tropa que pasa revista, y para darle guardia de honor a preservarla de cualquier peligro, me parecen fantasías de imaginaciones demasiado vivas, que siendo ellas humildes, humildísimas (líbreme Dios de rebajarlas en un ápice), no han llegado a comprender la grandeza de la pequeñez, pues el amor de Dios que abrasaba sus almas (y esto les honra), les hacía sublevarse contra todo lo que les pareciese rebajar a la divinidad de Jesucristo aun en lo humano. No rebajemos, no, a esas almas puras y santas, porque su amor puro y acendrado, les haya hecho casi sublevarse, por decirlo así, contra las humillaciones voluntarias y espontáneas de Jesús, como se quejan a veces a Él con doloridas frases de los ultrajes que contra su divinidad consiente pudiendo evitarlos. ¡Ay! esa exaltación santa, ¿no es preferible mil veces a los ojos de Dios a este frío glacial de la critica con que nosotros discurrimos? No debe ser nuestro ánimo rebajar esas narraciones de almas puras, que suponen a la Santa Familia en contacto continuo con Ángeles en forma visible, pues si no las aceptamos tampoco las debemos negar, ni mucho menos condenar al desprecio, puesto que otros mucho más santos y más sabios las han aceptado».

Obedece José la voz del Ángel bien conocida para él, y no vacila un momento en disponer la partida, de la misma suerte que no vaciló para tomar el camino huyendo de los sicarios de Herodes. Por de pronto debemos decir, que las penalidades del regreso debieron ser las mismas, pues el mismo camino era y las mismas contrariedades debían sufrirse en ambos viajes.

Y aquí entra de nuevo la tradición que es la que de nuevo narra, cuenta y relaciona este nuevo sufrimiento de la Familia Sagrada al retornar a tierras de Israel y nuevamente refugiarse en Nazareth, de donde salieron para cumplir las órdenes del César y a donde vuelven de orden de Dios comunicada por el Ángel. En nuestra patria la tradición lo ha conservado, no sólo por el hecho sino también por la poesía popular, que en sus sencillos y rudos romances ha trasmitido los hechos de la Santa Familia, de la misma suerte que el romancero ha conservado los hechos legendarios de nuestra historia y ha sido el elemento filosófico de nuestro génesis histórico en los tiempos de la reconquista, en la lucha de nuestros antepasados contra los enemigos de la fe, en la fe de sus luchas, empresas y gestas tan hermosas como sencillas y popularmente contadas por esos Homeros desconocidos que en rudos y sencillos versos comunicaron y cantaron sus impresiones en las grandiosas luchas de nuestra historia. Copiaremos alguno de ellos, uno de esos que todavía se cantan y con los que las madres de los pueblos y las niñeras arrullan y duermen acompañando el sueño de los niños mecidos en sus regazos al compás de sencilla música de lánguida melopea:

Caminitos, caminitos,
Los que van a Nazaret,
Como el calor era mucho,
El Niño tenía sed.

-No pidas agua, mi Niño,
No pidas agua, mi bien,
Que los ríos bajan turbios
Y no hay agua que beber.

Allá abajo, no muy lejos,
Hay un verde naranjel,
Naranjel que guarda un ciego
Que es el dueño del vergel.

-Ciego, dame una naranja,
Que mi Niño tiene sed;
Coja, coja la Señora
Cuantas tenga a bien coger.

Ella coge de una en una,
Y ellas brotan tres a tres:
Cuantas más naranjas coge,
Aun más lleva el naranjel.

Ya se marchan con su Niño,
Y el ciego comienza a ver:
-¿Quién es aquella Señora
Que me ha hecho tanto bien?

Una joven con un Niño
Que vuelve hacia Nazaret:
-¡La Virgen María ha sido,
Con Jesús y San José!

Y si fuéramos a citar todos cuantos romances la musa popular ha inventado, creado y se cantan por las diversas comarcas de España, pudiendo formarse un riquísimo y abundante caudal, un copioso Folklore de la vida, hechos y milagrosas obras de la Santa Familia, cantados y relatados en las diferentes regiones de nuestra patria, tarea pesada fuera y que ocuparía algunos volúmenes.

Volvamos a nuestra narración y dejaremos para el fin de esta obra la inserción de aquellos romances populares que con relación a María hallamos como más sentidos y hermosos en su inspiración popular. Tomemos, después de siete años de destierro en egipciaca tierra, el camino del regreso a las tierras nativas, a la patria, a la tierra madre en que se abrieron los ojos a la luz del día y a la luz sobrenatural de nuestra religión, a esa tierra amada y bien querida que llamamos patria, en que duermen el sueño de la muerte nuestros padres, y en la que transcurrieron los primeros años de la niñez, esos años en que las impresiones son tan fuertemente grabadas en nuestra inteligencia, que nunca se olvidan y sólo desaparecen con la muerte.

Despidióse el Santo Matrimonio de sus vecinos y de los conocidos que con ellos se relacionarían durante aquellos siete años: tomarían nueva cabalgadura para emprender el viaje de retorno; emprendieron el camino, y por los mismos pasos regresaron a Israel y a tierra de Judea, a Nazareth, entrando en la casa que durante siete años había estado cerrada, sirviendo de comentario y de hablilla a los vecinos que los vieron marchar a Bethlén y nada habían sabido ya de ellos, tal vez presumirían muerta a María a consecuencia de su estado en las penalidades del viaje o en su alumbramiento, y a José emigrado a otra población, a Jerusalem quizá, donde le sería más productivo su oficio de carpintero.

Casabó relata e historia el hecho de la siguiente manera: «Porque el Niño debía llamarse Nazareno, pasaron a Nazareth, su patria, donde hallaron su antigua y pobre casa en poder de aquella mujer santa y parienta de José en tercer grado, que había acudido a servir cuando la Virgen estuvo ausente en casa de su prima Isabel.
»Todo lo hallaron bien guardado, y a su parienta que los recibió con gran consuelo por el gran amor que tenía a la Virgen, aunque entonces no sabía su dignidad».

En cambio, Orsini, siguiendo en este punto los vuelos de su fantasía, y exagerando en muchos puntos, no según nuestra opinión, sino según el parecer de escritores respetables, nos pinta un cuadro de desolación y de lástima, de abandono, que contrasta con la que hace Casabó. Véase cómo se expresa el citado Orsini:

«Después de una ausencia tan larga, la Santa Familia volvió a entrar en su humilde hogar en medio de las felicitaciones, del pasmo de las preguntas atropelladas de sus parientes, que todos a competencia la obsequiaron. Pero la desolación y los amargos recuerdos se hicieron bien pronto lugar a través de toda esa alegría. La casa abandonada de la pobre Familia, era apenas habitable; el techo medio arruinado y roto en algunos puntos, se había cubierto a trechos de altas yerbas y había dejado penetrar libremente en el interior el viento de invierno, y las lluvias deshechas de los equinoccios: el aposento bajo era frío, húmedo y verdecido; unas palomas silvestres hacían sus nidos en la celdita misteriosa y santificada en que el Verbo se hizo carne; las zarzas extendían por el pequeño patio sus guirnaldas morenas y espinosas; todo, finalmente, en esta antigua casa, envejecida ya por los años, había tomado aquel aspecto ruinoso que se advierte en los edificios abandonados como el sello de la ausencia de su dueño. Fue preciso ocuparse de esas urgentes reparaciones; fue preciso reemplazar los enseres y muebles inservibles o desaparecidos, fue preciso desempeñar tal vez un empréstito contraído en Egipto para la vuelta. Sin duda, entonces se vendieron hasta el jubileo, los campos que formaban la herencia paterna. De todo lo que poseían José y María antes de su largo viaje, no les quedó otra cosa que la arruinada casa de Nazareth, el taller de José y sus brazos».

La relación de Orsini, como se ve, no puede ser más fantástica e hija de una fogosa imaginación, pero cuyos detalles difieren bastante de la realidad, y si no, véase cómo concluye este ilustre escritor este punto:

«Pero Jesús estaba allí, joven aún (de siete años), Jesús tomó el hacha y siguió a su anciano padre (¿dónde y de dónde le constaba a Orsini la ancianidad de José en aquel entonces?) por los pueblos en que se les ofrecía ocupación; el trabajo proporcionado a su edad y fuerzas nunca faltó a su Madre. El bienestar había desaparecido por largo tiempo; pero a fuerza de privaciones, de vigilias y esfuerzos, se proveyó a las urgencias de primera necesidad. Jesús, María y José se entregaron a duros trabajos, y estos nobles corazones, que podían mandar a legiones de Ángeles, nunca pidieron a Dios otra cosa que el pan cotidiano».Como se ve, la descripción no puede ser más poética y llena de sentida impresión, pero la fantasía ha desvirtuado en mucho la realidad de las cosas y de los hechos. Orsini, llevado del calor, luz y hermosura de la tierra en que escribía su Vida de la Virgen, le llevó a fantasear de una manera tan sentida, como hemos visto, pero esta mismas galas le apartaron de la realidad de los hechos, como hemos dicho, y tanto más cuando esta descripción de Orsini no concuerda con las condiciones de la casa de Loreto que vemos y conocemos. Mal pudieran haberse criado zarzas en el patio de la casa, cuando ésta no lo tenía ni vestigios se conservan de que lo hubiera tenido. Respecto de los muebles, harto sabemos que éstos eran muy escasos aun entre los que hoy llamaríamos clase media, artesanos acomodados, y su deterioro no podía ser grande en muebles, sobrado pobres, sencillos, fuertes y nada lujosos, y no tardaría José con su robusto brazo en reponerlos, hallándose, como se encontraba, en la plenitud de sus fuerzas, en plena varonil edad.

Respecto de su estancia, tan pobre como la quiere pintar Orsini, siempre sería mejor que en Egipto; aquí tenían casa de su propiedad y la hacienda de sus padres, pues aun cuando la empeñasen, volvía a sus dueños en el tiempo del jubileo, y el trabajo manual de José y el de María con sus bordados y costuras, produciría para el sustento de la Familia, dada la sobriedad de las razas orientales.

¿Queréis ver un cuadro de realista hermosura representando a la Santa Familia en su tranquila, sosegada y pobre feliz vida después de la vuelta de Egipto cuando el Niño Jesús con sus gracias infantiles había de ser la alegría de aquella bendita casa? Tended la vista sobre ese cuadro; apoteosis de la vida de familia, de nuestro incomparable Murillo; contemplad aquella plácida y santa alegría que representan aquellos benditos seres, trinidad humana, representación en la tierra de la Santísima Trinidad. Contemplad, recread vuestra vista y vuestro espíritu en ese hermoso lienzo que debiera cobijarse en el sagrado del hogar de toda familia cristiana. Ved a San José, de semblante varonil, no anciano, ni decrépito como otros le pintan, sino vigoroso, fuerte, enérgico en su edad de cuarenta años, descansa un momento de su rudo trabajo, teniendo en un lado el mazo y los útiles de carpintería que deja descansar un momento mientras contempla sentado en un cabezo de madera y teniéndole entre sus rodillas a Jesús, de unos ocho años de edad, con su rizada y rubia cabellera, vestido con alba túnica que contempla entre sus manecitas un jilguero. A sus pies en actitud de saltar para coger el pajarillo, un perrillo faldero de blancas lanas espera el momento de coger la presa que el Niño Dios sostiene con la mano levantada para que no corra peligro la inocente avecilla.

La mirada tierna, cariñosa y penetrante de Jesús, demuestra la alegría que encierra su actitud, pues en Jesús, hasta los juegos nos sirven de enseñanza. «Esta avecilla que tengo sujeta en mi mano, si ahora está cautiva por algunos momentos, recobrará luego su libertad, que Yo el autor de la Naturaleza di la libertad, no sólo al hombre sino a los seres irracionales, que de ella se aprovechan para vivir, y no es justo se les prive de tal don mientras no abusan, o las necesidades lo exigen o imponen». María, en tanto, con semblante risueño contemplando el grupo de José y el Niño, sonriente y tranquila, devana una madeja de hilo gozándose y trabajando con pura y santa alegría, la tranquilidad del cumplimiento del deber consagrado por aquella divisa que debe ser la de todo cristiano: ORA ET LABORA.

Ruega y trabaja: lo contrario de lo que generalmente se desea, es decir, el no trabajar, bello ideal al que encaminan sus propósitos los que se creen católicos, no considerando al trabajo como un ennoblecimiento del hombre sino como una degradación o envilecimiento de los que se estiman en su nobleza o posición. Este cuadro, es un poema que habla al alma sin ruidos ni palabras huecas de sentido, enseñando y convenciendo con el ejemplo de tan virtuosa Familia, pero como hemos dicho, ¡son pocos los que saben leerlo en su pensamiento y enseñanza! Este idilio sagrado representa, con toda su dulce poesía, la vida tranquila y escondida de Jesús en Nazareth durante los años de su niñez en la compañía de sus padres, sin que el doloroso episodio de su pérdida en Jerusalem cuando las fiestas, a que acudió con sus padres: episodio doloroso y que por cuarenta horas turbó el tranquilo y sosegado transcurso de la retirada vida de la Santa Familia.

A pocos días de su vuelta a Nazareth, puede decirse que entró en el orden habitual de su vida María y la Santa Familia, y determinó el Señor ejercitar a la Madre del Verbo al modo como lo hizo en la niñez de Aquélla. Como verdadero maestro del espíritu, quiso formar una discípula tan sabia y excelente, que después fuese maestra y ejemplar vivo de la doctrina del Maestro. No la abandonó el Señor, pero estando con Ella y en Ella por inefable gracia y modo, se le ocultó su vista y suspendió los efectos dulcísimos que con Ella tenía, ignorando la Virgen el modo y la causa, porque nada le manifestó el Señor. Además, el Niño-Dios, sin darle a entender otra cosa, se le mostró más severo que solía, y estaba menos con Ella corporalmente, porque se retiraba muchas veces y la hablaba pocas palabras, y aquéllas con grande entereza y majestad.

«Esta conducta del Hijo sirvió de crisol en que se renovó y subió de quilates el oro purísimo del amor de María, que hacía heroicos actos de todas las virtudes; humillábase más que el polvo, reverenciaba a su Hijo santísimo con profunda adoración; bendecía al Padre y le daba gracias por sus admirables obras y beneficios, conformándose con su divina disposición y beneplácito; buscaba la voluntad santa y perfecta para cumplirlo en todo; encendíase en amor, en fe y en esperanza, y en todas las obras y sucesos aquel nardo de fragancia, despedía olor de suavidad para el Rey de los Reyes que descansaba en el corazón de la Virgen como en su lecho y tálamo florido y oloroso. Perseveraba en continuas peticiones con lágrimas, con gemidos y con repetidos suspiros de lo íntimo del corazón; derramaba su oración en la presencia del Señor y pronunciaba su tribulación ante el divino acatamiento».

De esta suerte señala Casabó el estado de María en su nuevo y tranquilo retiro de su vuelta a Nazareth. En cuanto a su vida y la de Jesús, veamos como también la relata el mencionado escritor:

«Tenía la Virgen prevenida por manos de José una tarima, y sobre ella una sola manta para que en ella descansara y durmiera el Niño Jesús, porque desde que salió de la cuna, ni más abrigo ni más cama quiso admitir para su descanso.

»Como Jesús deseaba restituirla a sus delicias, respondió a sus peticiones con sumo agrado estas palabras: «Madre mía, levantaos». Como esta palabra era pronunciada del mismo modo que esa palabra de Dios, del Eterno Padre, tuvo tanta eficacia, que con ella, instantáneamente quedó la divina Madre toda trasformada y elevada en altísimo éxtasis en que vio a la Divinidad abstractivamente. En esta visión la recibió el Señor con dulcísimos abrazos, con que pasó de las lágrimas en júbilo, de pena en gozo y de amargura en suavísima dulzura. A este misterio corresponde todo lo que la divina Virgen dijo de sí misma y leemos en el capítulo XXIV del Eclesiástico. No por esto faltaba María jamás a las obras que le tocaban en su servicio corporal y cuidado de su vida y la de su Esposo; porque a todo acudía sin mengua ni defecto, dándoles la comida y sirviéndoles, y a su Hijo siempre hincadas las rodillas con incomparable reverencia. Cuidaba también de que el Niño Jesús asistiese al consuelo de su Padre putativo como si fuera natural, y el Niño obedecía a su Madre en todo esto y asistía muchos ratos con José en su trabajo corporal, en que era continuo éste para sustentar con el sudor de su cara al Hijo de Dios y a su Madre. Cuando el Niño Jesús fue creciendo, ayudaba algunas veces a José en lo que parecía posible a la edad…»

Así transcurrieron los primeros años que sucedieron al retorno a Nazareth: años que si durante ellos la vida de María no nos presenta ningún hecho ni acontecimiento de esos que llaman poderosamente la atención, no por eso, esa que algunos llaman obscuridad, no fue sino preparación para los grandes hechos de su Hijo, y en los que María una parte tan importante había de representar en el grandioso poema de la redención del hombre.

Durante esta época en que si no hallamos estos grandes hechos, en cambio la vida transcurre pacífica y sosegada, como la marcha de un caudaloso río que sin los ruidos ni espumas de una corriente estrepitosa, labra la dicha y la riqueza de sus riberas con sus fecundas aguas. De esta manera pasan los años de la niñez de Jesús, de su educación en la que parte tan importante tomó la Virgen María, como la tiene toda madre amante de sus hijos, y que ella es la que pone las primeras piedras del edificio de la educación de aquellos en quienes siembra esos primeros gérmenes que después han de ser la base de la dicha, felicidad y alegría de los hijos, o de desventura y de infelicidad, si aquella primera y materna educación, si aquellas primeras oraciones que la madre enseña a sus hijos, no han sido acertadas e inspiradas en el verdadero sentimiento maternal, que es el que encamina o tuerce con una equivocada inteligencia estos primeros pasos de la vida de los hijos.

María, durante estos años, consagraríase a la educación de su Hijo, comunicándole cuanto Ella podía comunicar a un niño, lo que en su educación en el Templo había aprendido, y de esta suerte arrojó en aquel hermoso corazón y clara inteligencia los primeros gérmenes de una enseñanza que como humano necesitaba desenvolver como niño, hasta que se manifieste su ciencia en el momento oportuno en que ha de dar principio a su misión de Salvador, de Maestro, de Redentor y Salvador de los humanos con su palabra, su doctrina, y sellar la obra con su sangre y su martirio.

«Jesús, que era el Señor y la fuente de todas las ciencias, dice Orsini, no tenía la menor necesidad de la enseñanza humana; pero como le placía ocultar sus resplandecientes luces bajo su corteza terrestre, y mostrarse en todo semejante a los demás hombres, no desdeñó en su primera infancia las lecciones de su piadosa Madre. Créese, en efecto, generalmente, que la primera educación de Jesucristo fue obra de María, y algunos teólogos pretenden que Él no recibió jamás otra. Los judíos que no siguen esta opinión, sostienen, por el contrario, que un rabino célebre que enseñaba entonces en Nazareth, continuó lo que la Santa Virgen había empezado. Pero la educación de Jesús, a pesar de lo que afirman los judíos, no fue la obra de los rabinos; sábese que no era celador ni tradicionario y que desaprobaba altamente las miras estrechas del egoísmo y de las argucias que formaban el espíritu degenerado de la Sinagoga. San Juan, por otra parte, resuelve la cuestión diciendo en su Evangelio, que los judíos miraban a Jesús como a un joven sin estudios».

Las investigaciones, crítica y estudio de las instituciones sabias como prudentes del pueblo judío, nos dan elementos para comprender el estado de la enseñanza, derivados del estudio del Talmud. No se ve allí nada que relacione con la instrucción de Grecia y Roma con la religiosa Palestina. Según la historia, Gamala, hijo del Sumo Pontífice, fue quien dictó disposiciones relativas a la enseñanza, en las que se determinan las reglas de instrucción pública, y en las que constan el organismo de la que debe darse en las escuelas y el número de las que deben existir en cada población, obligada a tener una en cada Sinagoga. Para todo cuanto se refiere a la materia de la enseñanza, hay que atenerse, como hemos dicho, al sabio código del Talmud, pues en él se compilan los usos, leyes, costumbres, tradiciones, ceremonias litúrgicas y organización de Israel. La escuela judía proviene de la Sinagoga, como la escuela moderna, aun cuando pese a los enemigos, proviene de la Iglesia, del Convento.

De las muchas investigaciones hechas por los historiadores cristianos en averiguación de los medios de instrucción que pudiera ofrecer Nazareth a Jesús durante su edad infantil, veremos que Sabatier en su Enciclopedia de Ciencias religiosas, y lo mismo Stapfer en su libro sobre Palestina, dan noticias emanadas todas de un cálculo de probabilidades, pero no de un conocimiento cierto en la materia. Por los monumentos históricos que poseemos, sólo probabilidades podemos presentar para la solución del problema. Sólo podemos si acaso presentar la probabilidad de que Jesús asistiría, acomodándose sus Padres a un uso y costumbre extendida, en la fiesta del Sábado, a lo que entonces se denominaba la catequización, institución muy parecida a nuestras escuelas dominicales católicas.

En muchas páginas del Talmud se encuentran descripciones de maestros. a quienes se llama Azanes, los cuales dependían de la Sinagoga, y están encargados de la enseñanza, cumpliendo de esta suerte la misión encomendada a nuestros sacerdotes en la de la doctrina cristiana.

Por otro lado ya lo hemos dicho: María, hubiera escuelas o no en Palestina, debió como hermosa y Madre ejemplar, ser la encargada de la enseñanza de su Hijo, como lo hacía toda madre israelita, como lo hace toda madre amante de sus hijos, pues a ella le está encomendada la enseñanza del regazo cuando el niño apenas puede balbucear las primeras oraciones, y ellas, ellas son las primeras que nos enseñan a pronunciar los dulces y consoladores nombres de Jesús y María, de nuestro Dios y su santa Madre, nombres que pronuncia el niño envuelto todavía sus labios con la leche del pecho de su madre, y cuyos dulces nombres y su consuelo son los últimos que pronuncia el hombre al dejar el mundo y terminar su existencia terrenal.

Y cual aprenden las avecillas en el nido escuchando el cántico de aquellos alados seres a quienes había infundido vida, con el espectáculo majestuoso de la naturaleza, y los gorjeos de una música que no era sino un cántico a Dios creador, Jesús aprendería entre aquel concierto y las enseñanzas de María a conocer la bondad y sabiduría del Padre que había distinguido siempre a aquel pueblo de Israel, con su próvido auxilio en las penas del mismo.

María debió tener, como era vieja y tradicional costumbre, conservados los rollos del Thorá, como llamaban a sus leyes, y en ellos Jesús, por ley natural sujeto en cuanto a hombre a las instituciones y leyes de su pueblo, aprendería los principios de la teología de su pueblo y los cánones de su religión. Y cumplidor de las leyes debió conocer muy pronto el schema, o sea la fórmula de la oración diaria citándola en voz alta y guardándola en su memoria como todos niños de su edad. El schema se componía de alabanzas a Jehová, de bendiciones a su nombre y aspiraciones al cumplimiento de los Mandamientos, recitarlos al dormirse y al despertar, cuyos preceptos llevaban hasta bordados en las franjas de sus vestiduras como recuerdo de su observancia. Y como de paso recordaremos y como un recuerdo a nuestra madre, veremos en nuestra mente a María enseñando y haciendo repetir el schema a Jesús, como aquella santa mujer nos enseñaba y hacía rezar el rosario, la santa oración cotidiana de la familia, ora en las serenas y hermosas veladas de las poéticas noches del verano, o en las lluviosas del invierno cuando la lluvia azotaba los cristales de nuestros balcones, y el viento helado gemía entre las rendijas de las puertas, haciéndonos pensar en los pobres sin albergue, en los caminantes y marinos que sufrían a aquellas horas las inclemencias de las frías noches invernales.

No puede prescindirse del tiempo que Jesús estuvo bajo el amparo de María y José, del tiempo que media entre la vuelta de Egipto y la hora en que, educado e instruido en la ley de amor por su santa Madre y José, inicia su predicación: los Evangelistas, como hemos dicho, hablan de todo esto con extrema sobriedad, a lo más encontramos en San Lucas, en el capítulo segundo, versículos 40, 41 y 42: «Y el Niño crecía y fortalecíase y llenaba de ciencia, y la gracia de Dios era con Él, e iba con sus padres todos los años por pascuas a Jerusalem».

La instrucción, pues, de Jesús, según dice Lafuente, se había completado con la dada por su Madre María Santísima: «Jesús había llegado a la edad de doce años; sus fuerzas no eran todavía suficientes para emprender rudas fatigas, a fin de ganar el necesario sustento en unión de su padre putativo, cuyo humilde oficio aprendía. Pero estaba en la época en que las buenas madres cuidan de la educación de sus hijos, cuando acabada la niñez y al iniciarse la adolescencia, comienza el período de la instrucción. La educación, pues, de Jesús, corría a cargo de su Virgen Madre, y ¿qué maestro mejor en lo humano? Jesús se desenvuelve en ese concepto. Es la omnipotencia y se muestra débil; es la omnisciencia, la Sabiduría eterna, y aparece necesitado de aprender, así como siendo Hijo del Eterno Padre, le tienen los de Nazareth por hijo del carpintero.

Además, como demostración de lo perfecto de la educación judía, en la que viene a completarse en la educación moderna, como el sumo de la perfección educativa actual de unir lo intelectual con lo físico, diremos que en aquel tiempo y entre aquellos hombres difícilmente solían exentarse las más altas personas de un oficio manual. Aun los entregados al cultivo de las ideas y al empleo de las altísimas facultades intelectuales, tenían algo de menestral; nosotros apenas podemos comprender que fueran los duchos en saberes y ciencias diestros artesanos. En nuestra educación y dado, en nuestra patria especialmente, el desequilibrio que guardamos entre la educación física e intelectual, los modernos no hemos aún apreciado lo justo y racional de esta mutua educación que nivela lo intelectual con lo físico, o conocimiento de algunas labores mecánicas.

»Su Madre le enseña el alef-beth, el abecedario hebreo; con Ella deletrea el Bresith y demás libros de Moisés; aprende a escribir, y más adelante decora la historia de su patria y del pueblo Israelita en esos mismos libros de Moisés y de Josué, los Jueces y los Reyes. Aprende también el derecho político, religioso y social en el Levítico, y en esos mismos libros en que se consigna el desarrollo social y político, interno y externo de su pueblo, bajo la forma teocrática y democrática a la vez, y su transición de éstas a la monarquía. Su Madre Santísima, que conocía la Sagrada Escritura, mejor y más a fondo que todos los doctores antiguos y modernos, y que los doctores mismos de la Iglesia, enseña a su Hijo, de talento precoz y privilegiado, eso mismo que tan perfectamente sabe y lo confía al entendimiento humano de su Hijo, pues si como Dios no tiene memoria, como hombre, la tiene».

Véase, si no, lo que ocurre en el extranjero y entre algunos eminentes hombres de ciencia o de Estado, que han sido y son hábiles artesanos o mecánicos: el emperador de Austria, es hábil carpintero; Gladstone, era un poderoso leñador, y entreteníase en sus descansos parlamentarios en derribar árboles; el gran presidente de los Estados Unidos, Lincoln, fue también cortador de maderas, y muchos entre muchos podrían citarse; pero esta costumbre, esta educación todavía no ha entrado en nuestro país, infatuado con recuerdos de pasada grandeza, de dorada miseria, de aquellos hidalgos de correcto traje que se alimentaban con duelos y quebrantos, esperando un corregimiento que los llevara a Ultramar a satisfacer hambre atrasada y sembrar las tristes cosechas que hemos recolectado en aquellas perdidas regiones por nuestra incuria, desmoralización y errado camino de desarrollos de riqueza, que hubieran podido engrandecernos en vez de ser nuestra ruina, y lo que es más triste, nuestro desprestigio ante las naciones que, titulándose civilizadas, han entronizado el imperio de la fuerza pisoteando el derecho y la razón, que en su día dará los frutos necesarios como consecuencia de tales principios y componendas.

Entre los judíos sucedía en aquellos tiempos lo contrario que todavía acontece en nuestros días, ya fuera para ejercitar las fuerzas físicas, ya también para adquirir el pan cotidiano con la honra del trabajo, todos a una, con raras excepciones, industriábanse con los oficios desde la infancia en las artes útiles y mecánicas.

Así es que Jesús, por indicación de María y José, tuvo el mismo oficio que su padre putativo; fue carpintero, y así le llama San Mateo en el cap. XIII, versículo LV, y nada más nos indica; pero los ya citados Evangelios apócrifos nos dan más detalles y nos dicen, y a fuer de ilustración los citamos, que Jesús construyó carretas, yugos, cribas, arcas, mesas, puertas y hasta un trono. El proto-evangelio de Santiago le supone maestro de obras, pero no cabe dudar de que el oficio ejercido por Jesús fue el de carpintero: recuérdese lo que decían los Evangelistas cuando las gentes de Nazareth se alarmaban oyendo hablar a Jesús, y se preguntaban cómo podía hablar y decir tales cosas el hijo del carpintero José.

Ejerció pues el divino Jesús el oficio de su padre, enseñándonos de esta suerte a ganar el sustento con nuestra labor, y de aquí que entre los judíos en la antigüedad y entre las naciones de raza anglosajona hoy, sea costumbre general el conocimiento de un oficio mecánico a más de los intelectuales de la profesión habitual de aquéllos por sus carreras científicas. Rabí Judá, dice, Stapfer dijo: «Quien a su hijo no enseña un oficio, lo hace bandido». Las clases acomodadas huían de dos oficios que no entraban en sus costumbres apegadas al terruño y como labriegos poco aficionados al movimiento y cambio activo de vida, así es que el de arriero o viajante y el de marino, no les parecían dignos y huían de ellos, pero en cambio los demás les eran bien aceptos, y así vemos que Hiel, era aserrador, Juanán, zapatero, Nanacha, herrero, San Pedro pescador y tejedor San Pablo.

Y con estas aclaraciones, terminaremos este capítulo de la educación e instrucción de Jesús por su Madre María Santísima, y veremos la condición humilde en que durante su segunda residencia en Nazareth, en que viviría la Sagrada Familia, desenvolviendo en el retiro, la tranquilidad y el trabajo la humana personalidad de Jesús, del Hijo de Dios como obra de la purísima María Santísima, auxiliada de la virtud y laboriosidad de José, modelo de esposos y de padres cuidadosos de la honrada y santa educación de los hijos, santificada por la laboriosidad de que eran ejemplo constante el santo y ejemplar matrimonio, envidia de humilde felicidad de los habitantes todos de Nazareth.

Fuente: Vida de la Virgen María por Joaquin Casañ

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La degollación de los Santos Inocentes

-HUIDA A EGIPTO POR ORDEN DE DIOS, SU VIAJE POR GALILEA, PELIGROS Y TRADICIONES ACERCA DE ESTA MARCHA.

-EL DESIERTO, SU LLEGADA EGIPTO.

Dejemos a la Santa Familia por unos momentos en su viaje de huida en demanda de la tierra de Egipto para salvar la vida del inocente Jesús, perseguido ya en la cuna por la perfidia de Herodes, a quien habían puesto en recelo y en cobarde temor, como sucede al sanguinario y cruel, las palabras de los Magos. Ya el usurpador monarca temblaba creyéndose destronado por un inocente niño, y en sus noches de angustia y de temor, se creía; atado, perseguido y su infame cabeza junto al tajo sobre el que el vencedor había de separar su cabeza del cuerpo. Como cruel y sanguinario, no soñaba más que con la sangre, y era el precursor de aquellos monarcas romanos que quisieron ahogar en sangre la doctrina de Jesucristo, que les había de ahogar a ellos en inmensa florescencia producida por la fecunda semilla que con aquélla hicieron fructificar los mártires.

Herodes creía poder aniquilar a aquel incógnito destronador mandando matar a todos los niños de su reino; creyó, en una disposición general, ahogar al niño revolucionario que temía y veía aparecérsele en sus sueños de cobardía, y así, su mandato cruel y sanguinario hizo exclamar a Augusto, el romano emperador, al tener noticia de aquella bárbara matanza de inocentes niños: «Preferible es ser cerdo a ser el hijo de Herodes»; pues el bárbaro monarca, en su cobarde crueldad, ni aun exceptuaba a su hijo, temiendo que aquél pudiera ser su destronador. ¡A tan cobarde y cruel barbarie, llegó su temor y orgullo en tener que ceder a otro el trono que como criado de Roma ocupaba, siendo su esclavo coronado!

Los racionalistas han querido sacar partido del silencio de los Evangelistas, excepción de San Mateo, del que nada dicen de este hecho bárbaro, ni le nombran Josefo, ni Tácito, ni Suetonio, para defender a Herodes. Y es natural por su parte la defensa de aquel tirano; obrar de otra suerte no sería portarse como amigos; pero no citan en cambio, además de San Mateo, a un texto de Macrobio que no admite dudas y que dice así: «Sabedor Augusto de que había Herodes, rey de los judíos, ordenado la degollación en Siria de numerosos niños comprendidos en la edad de dos años abajo, sin excepción de su propio hijo, exclamó: «Preferible es ser cerdo a ser hijo de Herodes».

Este párrafo les parece a los modernos racionalistas una falsedad, pues que Antipater, hijo de Herodes, no tenía la edad que le atribuye Macrobio (sin duda estos críticos poseen la partida de fecha del registro civil del nacimiento del hijo del sanguinario monarca); pero a pesar de ello, a pesar de que los historiadores protestantes reconocen la verdad del hecho, a pesar del texto de Macrobio, queda el Evangelio de San Mateo, que tiene la fuerza de la verdad como inspiración divina, superior a cuanto los sabios críticos pueden interpretar y suponer en su magna ciencia.

Dejemos el hecho como de sagrada historia, de veracidad indudable e indiscutible, como hija del Evangelio; dejemos la fuente sagrada de la que debemos tomar la relación como obra del Evangelista, y acudamos a las fuentes humanas, a la historia del hombre, como producto de su inteligencia y relación de los hechos y apreciación, humana de los actos, y veremos cómo opinan, juzgan y califican al tirano y sanguinario Herodes, y si dados otros hechos de su vida pudiera aparecer dudoso aquel acto. Para los judíos siempre fue Herodes un tirano pecaminoso, y por consecuencia, los hechos que se le atribuyen por tradición humana, no ya religiosa solamente, concuerdan mucho con la impresión profunda de su triste renombre y su recuerdo en la conciencia y en la historia. La arbitrariedad y cruel conducta que observó con los judíos que protestaron del atropello d respeto al Templo cuando mandó poner el águila imperial sobre pórticos de aquél, señalan su cobarde y aduladora conducta al profanar el santuario de Dios y del pueblo judío. Como a la protesta siguió el arrancar el símbolo imperial, ante aquel insulto, Herodes cogió a cuarenta de los celosos y dignos judíos que no consintieron tal profanación, y los mandó quemar vivos en los jardines de su palacio de Jericó. ¿Se podrá dudar, después de este hecho histórico, de la degollación de los inocentes niños por quien de tal manera procedió?

Herodes era idumeo, y en la tierra de Judá nunca el idumeo fue bien visto ni olió a justo ni humano: eran repugnantes a los hijos de la tierra prometida, a los descendientes de David y de Salomón, y de aquí que viviera aquél más en Jericó, pues conocía las ningunas simpatías que conseguía de los judíos. El acto de feroz crueldad se ejecutó y los inocentes niños fueron sacrificados en aras del sanguinario Herodes, burlado en sus esperanzas de que los Magos le hubieran indicado a su regreso el punto y señales en donde se encontraba y quién era el recién nacido.

Ahora bien; véase lo que Lafuente dice al ocuparse de este hecho:

«En el carácter astuto y violento de Herodes el viejo (que en el momento de la degollación se hallaba en Jericó enfermo), no es probable que tardase un mes en mandar matar a los niños inocentes, y si tardaron los padres de Jesús veinte o veinticinco días en salir de Belén, después de la adoración de los Magos, tuvo tiempo más que suficiente, para convencerse de la vuelta de aquéllos sin contar con él, dar la orden para aquellos asesinatos y principiar a cumplirla así que salió Jesús de aquel pueblo. Y como los prodigios vistos por los pastores y la adoración de los Magos, acontecimiento ruidoso en un pueblo pequeño como Belén, había hecho fijar la atención sobre aquellos humildes nazarenos a quienes Dios distinguía de tal modo, y que ahora eran causa ocasional de la matanza de sus hijos, era muy fácil a los sablistas de Herodes seguirlos a Jerusalem y después buscarlos en Nazareth, por lo cual, respetando mucho el pensar de San Juan Crisóstomo y los que opinan que la Santa Familia marchó de Jerusalem a Nazareth y de aquí a Egipto, parece lo más probable que marchase a este punto desde Jerusalem sin demora. Y que urgía la fuga y no admitía dilación, lo explican las palabras mismas de San Mateo en medio de su gran sobriedad: «Levántase, coge al Niño y a la Madre de noche y se fue a Egipto». Todo esto indica prisa, premura, terror y ¿cabe esto con la calmosa vuelta a Nazareth?»

Creemos acertado el juicio de este católico escritor, tanto más, cuanto que conociendo la situación topográfica de ambas ciudades, la vuelta a Nazareth, después del aviso del Ángel, era un retraso para deshacer el camino hecho y encaminarse a Egipto.

Llegamos a uno de los puntos más hermosos de la historia de María y de la sacra Familia, no por los sufrimientos y padeceres que experimentó en su largo y penoso viaje a través de arenales, desiertos, y del peligro inminente de las fieras y seres venenosos, del hambre y sed que padecieron, sino porque todos estos tormentos han sido embellecidos por la leyenda poética, tierna y sentida como hija del amor, veneración y encanto con que la poesía ha rodeado, junto con la fe a la errante Familia y los sufrimientos de aquellos pobres y perseguidos nazarenos, como providencial manifestación de la protección divina que los sacaba incólumes de la perversidad de los hombres e inclemencia de los elementos.

Así es, que las tradiciones populares, inspiradas en estos sentimientos, han revestido la fuga con leyendas más o menos románticas como la del bandido que con su cuadrilla sale a robar a los pobres viajeros y en vez de hacerlo así, los ampara, acompaña y da alimentos. Otra es la de Dimas el buen ladrón, que les sale al camino y al caer en sus manos los acompaña hasta dejarlos en las fronteras de la Arabia: leyenda que aprovechó D. Juan E. Hartzembusch en su drama El mal Apóstol y el Buen ladrón.

Ya es la del baño del hijo del bandido que estaba enfermo con el agua en que la Virgen había lavado los pañales del niño Jesús y la curación maravillosa de aquél: ya también la de la Virgen devolviendo la vista a un ciego que en recompensa les da naranjas para aplacar la sed y la de los sembrados anticipando su sazón al paso de la Virgen y de Jesús.

Orsini, en su estilo pintoresco y casi novelesco en algunos Pasajes, después de citar uno de San Buenaventura, recapitula estas leyendas diciendo:

«La tradición calla sobre una gran parte de ese interesante y peligroso itinerario. Sin duda los santos viajeros hicieron marchas largas y penosas a través de las montañas aprovechando las primeras horas del día y aguardando también con frecuencia para partir a la salida de la luna. Mientras que atravesaron la Galilea, las grutas profundas que hay en ella, llenas de sinuosidades desconocidas, en que es muy fácil ocultarse a todas las miradas, les ofrecieron un lugar de reposo y abrigo; pero también estas cuevas, con sus huecos o cavernas, tenían sus peligros, porque bandas numerosas de ladrones, que largo tiempo tuvieron ocupadas todas las fuerzas del reino, y a quienes la enfermedad de Herodes animaba a comparecer de nuevo, las escogían o preferían para plazas de seguridad: el temor de penetrar sin saberlo en una de estas guaridas de asesinos, debió más de una vez hacer vacilar a José en la entrada protectora de esas retiradas cavernas».

¿Cuál fue el itinerario que la perseguida Familia llevó hasta unirse a alguna caravana de las que se formaban en las ciudades marítimas de los Filisteos para atravesar el desierto? Si se consultan los cálculos de los eruditos cronologistas que no admiten intervalos en este viaje, los santos Esposos debieron encontrar una caravana que estaba de partida en las costas de Siria. Esto es tanto más verosímil cuanto que estaba cerca del equinoccio de primavera (del 3 de febrero en que emprendieron la huida al 21 de marzo, faltaba mes y medio), y cada uno quería anticiparse a la estación en que el Simoun ejerce su imperio en el desierto y revuelve su mar de arenas tan pérfidas como las mismas olas.

No tenemos noticias ciertas y precisas de la marcha, ruta o itinerario que llevarían María y José, las condiciones de su viaje eran tan especiales como su huida, cual propiamente lo era de la persecución de Herodes, que evitarían cual es consiguiente la comunicación con los del país a fin de evitar una delación que los pusiera en manos de su enemigo.

Sabemos, sí, que estuvieron en Ramla y en Gaza, y es indudable, históricamente, que se unirían, como hemos dicho, a alguna de las caravanas para atravesar el desierto, que de otra suerte les era imposible franquear solos aislados y sin quien pudiera socorrerlos en caso de necesidad.

Partiendo de Gaza, cuyas torres medio arruinadas, resonaban sordamente al estrellarse contra sus piedras las rumorosas olas que producían una tristeza y melancolías profundas, sobre todo durante la noche, en que su rumor aumenta, los pobres padres de Jesús pasarían noches de angustias y de insomnio creyendo oír llegar a cada momento los soldados de Herodes. Partieron de aquella triste ciudad incorporados a la caravana, y ya ante su vista no hallaron sino la inmensa sábana del desierto, vasta soledad de arena y cielo, sin un árbol que prestara su benéfica sombra a aquel sol abrasador, rojizo en su luz y que envolvía en nubes de fuego aquellas llanuras desoladas, sin más accidentes que los movedizos montículos de arena que arrebataba el viento del desierto trasladándolos con su hálito abrasador y mortífero. Secos matorrales abrasados y requemados por aquella luz de fuego, sin una gota de agua, ni un manantial en que poder refrescar los abrasados labios y un horizonte sin límites que se unía con la cúpula de un cielo apagado en su azul, y en el que no se manifestaba la más tenue ni ligera nubecilla, he ahí el cuadro, el paisaje por el que durante algunos días hablan de viajar nuestros peregrinos nazarenos.

Después de algunas marchas, después de sufrimientos sin relato, la caravana solía encontrar algún pequeño manantial perdido en el vasto desierto de arena, y que apenas brotaba su salobre agua, era absorbida por la sedienta arena; entonces, qué gozo para la caravana, qué alegría para María, que podía llevar a sus secos labios agua, agua que refrescara sus abrasadas fauces, aquella agua que ya quedaba turbia después de haber sido removida por los ricos mercaderes, señores de la caravana, era recogida por José, que como pobres seguían comitiva, sin que los poderosos hiciesen caso de ellos, ¡qué rico presente en tal necesidad! ¡qué alegría para María que con ella podía refrescar el abrasado rostro de su querido Jesús!

Así se caminaba días y días en medio de aquel tormento inconcebible: cuanto más iban alejándose de la Siria más escasas eran las fuentes y más cruel y desolante el inmenso desierto. Ya durante la marcha preséntase el fenómeno del espejismo, de esa engañosa ilusión de la vista en medio de aquellos terribles arenales. Allá a lo lejos descubríase un lago azul y transparente, cercado de palmeras, aspecto de una ciudad encantadora, entonces, entonces el ánimo se reanimaba, la esperanza de un lago en que poder beber y bañarse, devolviendo agilidad al cuerpo enardecido, se presentaba animando a la caravana y haciendo apresurar el paso a los camellos y viajeros. Pero ¡ah! que aquella mentida dicha era solo ilusión de los sentidos, avanzábase, se creía llegar ya a las orillas de aquel lago y sentir el contacto bienhechor de sus aguas, y aquel encanto, aquella ilusión desaparecía cual muchas de las que en el mundo existen, y se borran, desaparecen y anulan, cuando creemos tocarlas, cogerlas con nuestras manos.

Ante aquella engañosa ilusión, María, reanimada con las palabras de José, levantaba la desfallecida cabeza, abría los secos y abrasados labios y contemplaba sonriente al Niño Dios cobijado del ardiente sol bajo el amparo de su pobre manto. Dirigía su hermosa mirada a aquel consolador espectáculo que en lontananza se presentaba, cuando de repente aquella fresca esperanza de agua y sombra desaparecía y sólo se hallaba la triste realidad de una atmósfera de fuego, de un sol deslumbrador y las angustias y sufrimientos de una sed imposible de apagar en aquellos momentos. Y así trascurrían los días en continua, penosa y fatigosa marcha a través de aquel océano de arena, no menos terrible en sus oleadas de arena que las salobres del mar embravecido.

Tras un penoso día de marcha, la llegada de la noche era un consuelo para los pobres viajeros: a la llegada de ésta la caravana se detenía y acampaba: descargábanse los camellos: atábanse éstos en torno de los viajeros que comían sus raciones de dátiles, leche de las camellas, y cobijados por sus tiendas de cuero descansaban esperando la salida de la luna para continuar la pesada marcha.

En otro lado los criados, los esclavos, los viajeros pobres que se unían a las caravanas para contar con su compañía y auxilio en el desierto, formaban otro campamento sin más techumbre que los resguardara de la humedad de la noche que sus mantos y capas. Allí, tendidos sobre esterillas de junco, descansaban de las fatigas del día gozando en parte con el fresco húmedo de la noche que devolvía algún consuelo a sus abrasados miembros. Entre aquellos pobres y míseros esclavos, desheredados de la fortuna y nacidos para la servidumbre, sin patria, hogar ni familia, descansaban y comían su pobre ración José, María y el Hijo de Dios, aquel Jesús rey de cielos y tierra, que venía al mundo para establecer la verdadera libertad del hombre y sentar la doctrina de la igualdad ante Dios, sellando con su sangre la redención del hombre, la liberación de la esclavitud del pecado.

Y Aquel poderoso Señor, quedaba relegado a descansar entre los esclavos, separado de los ricos y sufría con sus santos padres los sufrimientos de la miseria. El creador de los elementos, sufría sus inclemencias, y allí, en brazos de su pura Madre, acompañado del justo varón José su padre, contemplaría desde el regazo de María la estrellada bóveda de los espacios infinitos en que asienta su trono entre el fulgor de los millares de astros que le iluminan y son jeroglíficos que escriben con signos de radiante luz su grandeza incomparable, tan grande como su misericordia. En aquel inmenso arenal, camino penoso, sin horizontes, camino cual el de la vida, lleno de peligros y asechanzas, de ataques y de sufrimientos, descansaban puestos los ojos en las brillantes constelaciones que temblaban en su insensibilidad material ante los sufrimientos de su Creador, bajo la mirada de aquellas estrellas, luna y sol que habían de temblar y anublarse de espanto y consternación el día de la muerte de aquel Niño que hoy contemplaban hermoso y sonriente y como encantado con el espléndido cuadro de una noche serena y de un cielo azul intenso obscuro, profundo, tachonado de brillantes constelaciones, pasaban en grato reposo hasta que se daba la voz de marcha para emprender un nuevo avance en la soledad del desierto la santa Familia, el Hijo de Dios.

¡Quién había de decir a aquellos pobres esclavos que fatigados dormían llevando sobre sus hombros la pesada carga de la vida, sin libertad, goces, familia ni afecciones, verdaderas bestias humanas al lado de sus señores, que aquel Niño que junto a ellos dormía, que aquel hijo de tan pobres padres era su Salvador, el que había venido para romper sus cadenas y proclamar su hermandad para con demás hombres!

Y así pasaban la noche los pobres viajeros hasta que la voz del jefe disponía y mandaba emprender nuevamente la marcha; pero siempre la tranquilidad reinaba, en el campamento en medio de soledad del desierto, en donde el silencio es tan inmenso cual su extensión; en donde nada se oye, nada se escucha si no es el latir apresurado del corazón, temeroso de ignotos peligros. Noches había que cuando mayor era si cabe el silencio, un grito de alarma del vigilante que guardaba el campo hacía levantarse precipitadamente; ya era el rugido del león o del tigre que olían carnicera presa rondando el campamento para caer sobre él; entonces el espanto, la alarma, sucedían al silencio, al reposo, y todos se preparaban para la defensa.

Ya en otras noches, no era el peligro de las fieras carniceras, era el peligro de la fiera humana, era la cuadrilla de árabes errantes, ladrones del desierto, que rondaban el campamento para caer sobre él y saquearlo, apresar a los viajeros y venderlos como esclavos. Entonces el espanto era mayor, no era ya el animal feroz quien atacaba, era la fiera humana, cien veces más terrible y más cruel y sanguinaria que el león y el tigre. Entonces, entre ayes y voces de temor, el campamento se levantaba, las flechas cruzaban el espacio y la caravana emprendía la marcha sosteniendo una retirada ante el ataque de los ladrones.

¡Qué espanto, qué temores y sobresaltos para la inocente María y el pacífico José, en medio de aquellos peligros, y temerosos más por la vida de Jesús que por la suya! Por la vida de Aquél que habían anunciado y adorado los Ángeles, reyes y pastores, expuesto a traidora flecha. Renunciamos a pintar lo que por el corazón de María pasaría en aquellos momentos, pues no hay pluma que con verdad, fuego y calor pueda reproducir el espanto y el terror de una madre ante los peligros y sufrimientos de un hijo.

A estos temores sucedíanse noches de calma, tranquilas y sosegadas, en que el descanso no era interrumpido: la caravana gozaba entonces con el fresco de la noche, tanto cuanto el sol abrasador y el seco calor del día arrollaba los cuerpos con su caldeado soplo. La brisa nocturna corría entonces sobre aquel mar de arena sin ruido, silenciosa, sin un matorral ni un árbol en que producir armonías con sus hojas, brisas que corrían por aquel blanco suelo como correrían por la inmensidad de los espacios sin límites, sin murmullo y muy majestuosamente solemnes cual la inmensidad de su Creador.

Vislumbrábase claridad en la unión de cielo y arena, es la luna que va a aparecer en el horizonte y entonces la caravana levanta las tiendas y emprende la marcha al amparo de la luz del astro de la noche. ¡Y así un día y otro día, noche tras noche, siempre avanzando en aquel océano de arena, sin límites al parecer, y repitiéndose los peligros, temores y asechanzas de alimañas y de los hombres!

Y así atravesó la errante familia el desierto, sufriendo hambre, sed y el espantoso calor y el reflejo y reverberación de aquella inmensa soledad, los ataques de las fieras y los aún más temibles de los hombres, llegando a vislumbrar las riberas del Nilo y sus bosques de papirus, lo cual debió ser de una inmensa alegría la vista de agua y vegetación a los fatigados viajeros, tostados y abrasados por el ambiente desolador del desierto.

No queremos privar a nuestros lectores de la descripción que del viaje hace la venerable Ágreda, a quien tenemos que seguir en muchos puntos, no sólo por su doctrina, sino también por lo sentido de la composición y color que sabe imprimir a sus descripciones:

«Salieron de Jerusalem a su destierro nuestros peregrinos divinos, encubiertos con el silencio y obscuridad de la noche, pero llenos del cuidado que se debía a la prenda del cielo que consigo llevaban a tierra extraña y para ellos no conocida. Sabía la Reina del cielo el intento de Herodes para degollar los niños, aunque no le manifestó entonces.
La tradición llena de milagros y hechos asombrosos la llegada a Egipto de los pobres desterrados, hundimiento de templos y de ídolos, sacudidas de alegría en los montes, y multitud de leyendas fantásticas creadas por la imaginación popular, que llena muchas veces de aberraciones y absurdos los más sencillos y hermosos hechos en los asuntos de nuestra religión. Absurdos que nadie se ha tomado cuidado de corregir, ya que no sea posible el desterrarlos, encauzándolos en un sentido estéticamente poético.

»En la ciudad de Gaza descansaron dos días por haberse fatigado algo San José y el jumentillo en que iba la Reina. El día tercero, después que nuestros peregrinos llegaron a Gaza, partieron de aquella ciudad para Egipto. Y dejando luego los poblados de Palestina, se metieron en los desiertos arenosos que llaman de Betsabé, encaminándose por espacio de sesenta leguas y más de despoblados, para llegar a tomar asiento en la ciudad de Heliópolis, que ahora se llama el Cairo de Egipto. En este desierto peregrinaron algunos días; porque las jornadas eran cortas, así por la descomodidad del camino tan arenoso, como por el trabajo que padecieron con la de abrigo y de sustento.

»Era forzoso en aquel desierto pasar las noches al sereno y sin abrigo en todas las sesenta leguas de despoblado; y esto en tiempo de invierno, porque la jornada sucedió en el mes de febrero, comenzándola seis días después de la Purificación. La primera noche que se hallaron solos en aquellos campos, se arrimaron a la falda de un montecillo, que fue sólo el refugio que tuvieron. Y la Reina del cielo, con su Niño en los brazos, se asentó en la tierra y allí tomaron algún alimento y cenaron de lo que llevaban desde Gaza. La Emperatriz del cielo dio el pecho a su infante Jesús, y su Majestad, con semblante apacible, consoló a la Madre y su esposo: cuya diligencia, con su propia capa y unos palos, formó un tabernáculo o pabellón para que el Verbo Divino y María Santísima se defendiesen algo del sereno, abrigándoles con aquella tienda de campo tan estrecha y humilde.

»Prosiguieron al día siguiente su camino, y luego les faltó en el viaje la prevención de pan y algunas frutas que llevaban, con que la Señora de cielo y tierra y su santo esposo llegaron a padecer grande y extrema necesidad, y a sentir el hambre. Y aunque la padeció mayor San José, pero entrambos la sintieron con harta aflicción. Un día sucedió que, a las primeras jornadas, que pasaron hasta las nueve de la noche sin haber cenado cosa alguna de sustento, aun de aquel pobre y grosero mantenimiento que comían, después del trabajo y molestias del camino, cuando necesitaba más la naturaleza de ser refrigerada».

Augusto Nicolás, con su criterio tan superior, fustiga duramente estas tradiciones, que califica de invenciones pueriles. «El Evangelio desdeña tales invenciones para atenerse a lo verdadero, que es mucho más sublime».

Es verdad, el Evangelio calla, pero no desdeña; el mismo San Juan nos dice al concluir el suyo, que no cabrían en el mundo los libros en que se escribiese todo lo que hizo Jesucristo si hubiese de escribirse. Creemos lo del Evangelio como cierto e indudable, y dejamos correr las tradiciones populares sin afirmarlas ni negarlas, ni ponerlas al nivel de los textos indudables. Hay que tener en cuenta que la imaginación y sus obras poéticas tienen un fin alto, cual es la belleza, y como la belleza suprema es Dios, de aquí, que cuanto tienda a la verdadera representación de aquélla, es un tributo presentado a la omnipotencia de Dios. Con lo que desechan los críticos hacen los poetas hermosos castillos que encantan deleitando, dice Lafuente, y si llevan las almas a Dios, ¿por qué los hemos de demoler?

Los Evangelios apócrifos están llenos de estas leyendas y tradiciones acerca de María y de Jesús; Evangelios denominados así, por no constar su autenticidad, y la Iglesia desde antiguo no los admitió como libros sagrados, sino como elementos histórico-poéticos; de ellos proceden estas leyendas, puras en su tradición unas, adulteradas por el pueblo otras. Así vemos con respecto a la entrada de los desterrados en Egipto, la tradición de que hemos hecho mérito antes, el ídolo egipcio redúcese a polvo en cuanto vislumbra la Santa Familia que se acerca. El habitante de aquellas regiones, dispuesto a vivir y enterrarse con sus antiguas creencias, huye así que ve hundirse en el polvo sus tradicionales altares.

María y Jesús con el bondadoso José, no saben sino hacer bien; hay allí un muchacho endemoniado a quien atosigan y martirizan los espíritus malos, y su madre se procura un pañal de aquel niño extranjero, Jesús, y con solo ceñírselo a la cabeza a modo de turbante, los demonios huyen, y queda sano y libre de sus enemigos.

En vano los esbirros de Herodes quieren perseguir a la Santa Familia, y en caballos ligeros como el viento del desierto, en dromedarios de largo paso y sostenida marcha, persiguen a Jesús y María montados en el pesado borriquillo de lento paso y escasa resistencia, y son perseguidos por aquellos bien montados jinetes. Ya casi los ven, ya los van en su alcance, próximos los perseguidores a darles ya un rosal, ya un jazmín o tamarindo, abren sus ramas, envuelven entre ellas, librando a la Santa Familia de sus perseguidores.

Ya también, la hermosa, de la necesidad del hambre que acosa a los fugitivos sin recurso de comida cuando una palmera cargada del nutritivo y dulce fruto se presenta a su vista, ¿mas cómo llegar a la altura en que se cimbrean aquellos dorados racimos? El Niño Jesús tiende a ellos sus manos, y entonces la palmera doblega su erguido tronco, hasta con sus ramas formar una verde y fresca tienda en que descansen los fatigados y hambrientos viajeros, poniendo al alcance de sus manos los preciados tesoros de sus frutos.

Y si fuéramos a seguir el inmenso número de tradiciones que, en la región egipcia y especialmente entre los cristianos coptos y al abisinios se conservan, formaríamos un hermoso volumen de estos hechos del viaje de la desterrada Familia, de su estancia en la región. del Nilo y de la infancia y juventud de Jesús. Basta con lo indicado para que se comprenda cuán hermosa es la tradición cuando se cimenta en hechos tan hermosos, embellecidos por tan poéticas como tiernas creaciones. Allí son numerosísimas, y allí entre ellos, según testimonio de algunos autores, allí nació la devoción a San José, cuya fiesta celebran los coptos en el día 26 de julio. Pero, Variot, sabio doctor francés que tanto ha escrito sobre los Evangelios apócrifos, cree nacida en Occidente esta devoción, y su promotor a Jerson, alma del Concilio de Constanza.

Dejemos descansar unos momentos a la Familia Santa ya en tierra de Egipto libre de la persecución de Herodes, tranquila María de enemigos que pudieran atentar contra la vida de su precioso Hijo y dedicarse ya su Esposo a los trabajos necesarios para la sustentación de la Familia en los de su oficio de carpintería.

Fuente: Vida de la Virgen María por Joaquin Casañ

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Todos los días nace El Señor en los Corazones cuando…

El pueblo de Israel esperaba al Mesías que Dios había prometido por medio los profetas, que vendría a liberarlos de la opresión e Isaías lo describe así:

«El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande, los que vivían tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos…Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre ‘Maravilla de Consejero’, ‘Dios Fuerte’, ‘Siempre Padre’, ‘Príncipe de Paz’. Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y considerarlo por la equidad y la justicia» (Is 9,1.5-6).
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Esperaban, pues, un guerrero, un rey fuerte y poderoso que pueda guiar un gran ejército y llevarlos a la liberación.

El ángel se lo anuncia así a José: «José, Hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21).

Mateo añade: «Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa ‘Dios con nosotros» (Mt 1,22-23).

José y María fueron a censarse a Belén. «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. (Lc 2,6-14).

Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor.

El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad»

Como siempre Jesús es desconcertante, nos desconcierta porque nos saca de toda lógica humana, porque su actuar se basa en el amor y siendo de condición divina se despojó de su rango para compartir nuestra condición humana; lo esperaban como rico y nació en la pobreza; esperaban un guerrero y sus armas fueron el perdón y la paz; su revolución se hizo por medio del amor y el signo de su triunfo está en el madero de la cruz.

Dios se hizo hombre, para que aquel que vive en tinieblas y sombras de muerte pueda vivir en la luz; para que aquel que vive en pecado se levante y experimentando la misericordia del Señor viva en la gracia; para que aquel que se siente solo y abatido, sepa que tiene a alguien a su lado; para que aquel que sufre y llora, tenga consuelo; para que aquel que pasa por la injusticia y la violencia, experimente la paz; «Dios se hizo hombre, para que el hombre se haga Dios» (S. Agustín).

Si para esto ha venido el Señor, podemos decir que todos los días nace el Señor, en aquellos corazones que se abren para recibirlo como si fueran unos pesebres, en aquellos corazones que llenos de gozo no solo cantan sino que dan gloria a Dios con sus obras y se esfuerzan por mantener la paz entre los hombres.

Todos los días nace el Señor, en aquellos hogares que son comunidades de vida y amor, donde los esposos y padres e hijos se esfuerzan por comprenderse y amarse.

Todos los días nace el Señor, en aquellas personas que en los campos, en las fabricas, en las oficinas, van cumpliendo con su labor cotidiana, si egoísmos ni envidias, solo pensando que con su trabajo contribuyen al bienestar de la sociedad.

Todos los días nace el Señor, en aquellos hospitales donde el personal tiene que luchar contra la enfermedad y la muerte, y ponen todo su conocimiento y esfuerzo al servicio de la vida.

Todos los días nace el Señor, en los medios de comunicación que nos transmiten la verdad sin manipulaciones y sus programas nos culturizan.

Todos los días nace el Señor, en las escuelas donde los maestros educan y van formando no solo con la palabra sino también con el ejemplo.

Todos los días nace el Señor, en aquellas autoridades que con honestidad buscan la justicia, el desarrollo y las paz para sus pueblos.

Todos los días nace el Señor, en aquellas personas que consagran su vida a Dios y a la Iglesia y viven con fidelidad su compromiso, sirviendo a Cristo en sus hermanos.

Fuente ACI Prensa

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El dogma de la Inmaculada Concepción se Encuentra contenido en las Escrituras

El Dogma de la Inmaculada Concepción se encuentra contenido realmente en las Escrituras y el Espíritu Santo ha sido quien lo ha clarificado a la Iglesia para conocimiento de toda la humanidad.

Dios tenía a María como parte de su plan salvífico desde el principio: Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya… (Gn 3,15).

No es por casualidad que Jesús llama a María «mujer», la nueva Eva- en la cruz- porque allí venció a Satanás. (También Pablo utiliza la palabra «mujer» en Gál 4,4). Jesús la exalta como la Nueva Eva: la mujer.

Existen muchos malentendidos sobre la doctrina. El Papa Pío IX, en 1854, proclamó la fe de la Iglesia: que María, desde el momento de su concepción, por un don gratuito de Dios y por los méritos de Jesucristo, fue preservada de toda mancha del pecado original. Esta doctrina incluye que María nunca desobedeció a Dios en toda su vida.

Los protestantes dicen que sólo Dios no tiene pecado, y entonces que María es pecadora. Prueba de esto es que ella misma llamó a Jesús Salvador (Lc 1, 47). Además, dicen ellos, Pablo escribió que no hay ningún justo, nadie busca a Dios,… todos pecaron (Ro 3, 10-12 y 23) Pablo citó al rey David. Si llevamos lejos el argumento de que nadie es justo llegamos hasta el extremo del absurdo porque la Biblia dice que Elizabeth y Zacarías eran justos (Lc 1, 6 y 2, 5), y mientras Pablo dice «nadie busca a Dios», Cornelio sí lo buscaba (Hch 10, 3-5). Adán y Eva eran justos antes de pecar. ¿No son justos los ángeles y santos en el cielo? ¿No es Jesús justo? ¿Como puede Santiago decir en 5, 15: La oración eficaz del justo puede mucho si no hay justos?

La palabra griega para «todos» no necesariamente indica universalidad absoluta. En Romanos 5, 12 Pablo dice que la muerte pasó a todos, pero sabemos que Enoc y Elías no murieron. (Ver «todo» en Hch 1,1, y Mc 16, 20).

Hay tres argumentos bíblicos que muestran este dogma:

1- La Santidad absoluta de Dios.
2- Las figuras del Antiguo Testamento referidas a María.
3- El saludo del ángel Gabriel, el día de la Anunciación.

Paso a explicarme:

 

1- La Santidad absoluta de Dios

Esta prueba ya la he desarrollado con anterioridad, por o cual es conocida ya por ustedes. Sin embargo, la repetiré para que quede la explicación en este mismo epígrafe.

En Éxodo 3, 5 leemos: ”Yahvé dijo: Quita las sandalias de tus pies, que el lugar donde estás es tierra santa”. Cristo es Dios, y su presencia también santifica, entonces, ¿Cómo iba a mezclarse el pecado en el vientre que había contenido la carne del Dios Unigénito? Según el Éxodo, eso no podía ser, por que lo que Dios toca directamente, es para Él.

Según el Éxodo, el lugar donde Dios habla y se manifiesta es un lugar santo, y lo más revelador, no puede ser tocado por nada profano. Moisés no podía mezclar el polvo de la tierra profana con el polvo del lugar donde Dios estaba hablando… por que la presencia de Dios santifica.

Números 4, 15: Cuando Aarón y sus hijos hayan acabo de cubrir el santuario y sus utensilios todos y se levante en campamento, vendrán los hijos de Caat para llevarlos, pero sin tocar las cosas santas” no sea que mueran

Dios mismo prohíbe que manos no consagradas toquen los utensilios que servían para su culto, ya que solo debían ser tocados por los sacerdotes…¿Cómo iba a permitir Dios que el vientre que había sido tocado por el Sumo y Eterno Sacerdote Jesús fuera tocado por Satanás?

1 Samuel 5, 1 y siguientes El texto es muy largo, pero en resumen: Los filisteos capturan el arca de la alianza y la ponen delante de Dagón, pero dagón cae de su altar ante el arca, y los filisteos son castigados con plagas.

Veamos algo: Si el Arca del alianza que contenía el maná, las tablas de la Ley y la vara de Aarón (las tres son figuras de Cristo) no toleraba estar cerca de profanos y pecadores…¿Cómo el vientre de María que contuvo a Cristo, pan bajado del cielo, Jesús Palabra del Padre, Jesús Sumo y Eterno Sacerdote, iba a estar en contacto con el pecado?

Recordemos que el Antiguo Testamento es solo el anuncio y el Nuevo es el cumplimiento y su plenitud. Por lo tanto, la santidad de Dios se nos revela más plena en el Nuevo, con la Encarnación de Cristo.

En Lucas 19, 45-48 leemos que Jesús expulsó a los mercaderes del Templo… por que el Templo es la casa de oración. En el Nuevo Pacto, el Templo es Jesús mismo:

Juan 2, 19-21 “Destruid este templo que en tres días lo levantaré…pero Él habla del Templo de su cuerpo”

Si Jesús expulsó a hombres pecadores del Templo del Antiguo Testamento, por ser éste sagrado…¿Cómo es posible que el pecado habitara en el mismo lugar en que estuvo el Sagrado y definitivo Templo de Dios, que es Cristo?

Mateo 9, 20-23: “Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, se acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: Con solo que toque su vestido quedaré sana…”

Mateo 14, 36: ”Suplicándole que les dejase tocar siquiera la orla de su vestido, y todos los que le tocaba quedaban sanos”

He aquí un hecho: Los vestidos de Jesús, estaban “santificados”, ¿Qué de aquel vestido que durante 9 meses albergó al Dios Eterno?

 

2. Las figuras marianas en el Antiguo Testamento

Principalmente tres:

a. Eva

María está prefigurada en Eva, la madre de nuestra raza. (Hay que recodar que los tipos son solamente sombras de los antitipos del Nuevo Testamento). María es nuestra madre por ser la madre de la Iglesia cuerpo de Cristo (Ap 12, 17). Lo que Eva perdió por desobedecer, María lo corrigió por su fe: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra (Lc 1, 38). Mientras la serpiente venció a Eva (Gn 3, 13), Dios protegió a María de su mordedura: Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto… (Ap 12, 13-16).

b. La enemistad entre la Mujer y su simiente y la Serpiente

Vemos en Génesis algo muy importante: dice la simiente suya (la simiente de la mujer) (3, 15), y la palabra griega en la versión de la Setenta es SEMENOS (semen en castellano). Entonces, ya que una mujer no tiene semen, la única mujer a quien se podría referir es a María, cuyo hijo fue concebido sin hombre, porque las demás personas nacen de mujer y hombre, de quien viene el semen. Génesis nos dice que existiría entre la mujer y la serpiente una enemistad completa y que la mujer iba a herir a la serpiente: Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya. Esta mujer (María prefigurada) está en enemistad total con el diablo. No existiría tal enemistad total si María hubiese pecado como pecó Eva. No son socios. La serpiente es fuente de todo pecado y maldad. Al fin y al cabo es Dios quien hace que María no peque: YO PONDRÉ enemistad entre tú y la mujer (Gn 3, 15).

c. Tabernáculo y Arca de la Alianza

También María es el Nuevo Tabernáculo. El primer tabernáculo fue detalladamente construido según Éxodo 25, 9 y 39, 42-43 para ser perfecto y sin mancha (2 Cr 7, 2). Esto prefigura a María. La gloria de Dios cubrió y llenó el primer tabernáculo (Ex 40, 34-38). Comparar esto con las palabras de Gabriel en Lucas 1, 35 donde María está cubierta con esta gloria, sobre ella bajó la gloria del Espíritu Santo.

Hay un paralelismo entre Lc 1, 35 y Ex 40, 34-35. La fuerza del paralelismo está aquí: Como la nube que envuelve la tienda de la reunión significa que el interior de la morada está lleno de la gloria del Señor, así el poder del Espíritu que desciende y cubre con su sombra a María hace que su seno quede lleno de la presencia de un ser que será Santo e Hijo de Dios. La punta de los paralelos señalados está en la equivalencia entre «la gloria del Señor» por una parte y los apelativos Santo e Hijo de Dios por otra. El niño que deberá nacer de María será de naturaleza divina.

María fue prefigurada como el tabernáculo perfectamente construido sin mancha. La traducción de los Setenta (LXX) utiliza la misma palabra y habla de la misma manera de María (el poder del Altísimo la llena en Lc 1, 35) como lo que pasó con el tabernáculo (Ex 40, 34-35).

Es claro también que Lucas quiere que veamos a María como otra arca de la alianza también construida perfectamente. Comparar también segunda de Samuel (6, 9), vemos que David dice algo semejante a lo que dice Elizabeth a María (en Lc 1, 43): ¿Cómo ha de venir a mí el arca de Yahvé?; David salta frente al arca (2 S 6, 14) como saltó de alegría Juan el Bautista frente a María (Lc 1, 44) la Nueva Arca de la Nueva Alianza que contiene a Jesús el verdadero pan de cielo (el primer arca contenía el maná). Y no es por casualidad que del arca se dice que estuvo en casa de Obed-edom geteo tres meses (2 S 6, 11), igual que se dice de María: Y se quedó María con ella como tres meses (Lc 1, 56). Así se encuentra este enlace entre el arca construida perfectamente y María en el libro del Apocalipsis: Y el tempo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo Apareció en el cielo UNA GRAN SEÑAL: una mujer vestida del sol… (Ap 11, 19-12,1).

 

3- El saludo del ángel Gabriel, el día de la Anunciación

Probablemente otros tocarán el punto del “kecharitomene» y su relación con la Virgen María y su Inmaculada Concepción. Yo no lo haré, sino que dejaré que quien lo quiera explicar, lo explique. Yo haré uso de otra palabra del ángel el día de la anunciación, y que en cierta medida encierra este dogma.

El ángel Gabriel le dice a María:

“Jaire kecharitomene», “Alégrate, llena de gracia”.

Jaire, que significa alégrate, es la forma como Dios quiso que se saludara a María, y no por un simple formalismo ni por etiqueta, sino por que Dios quiere demostrarnos algo: María es la Hija de Sión profetizada siglos antes por tres santos profetas: Sofonías, Joel y Zacarías.

Joel 2, 21. 27: “Suelo, no temas; alégrate y gózate, porque el SEÑOR hizo grandes cosas… Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”.

En la profecía de Joel, dios habla al “suelo” y le invita a la alegría. ¿Qué significa este suelo? Si examinamos otros textos de las Escrituras, el suelo es fertilidad, quien da vida. Pero hay tres textos donde el “suelo” evoca a María:

Génesis 2,7: “Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla…”

Dios ha tomado tierra del suelo y con ella creo a Adán. Dios tomó carne de María, y con ella llegó a existir Cristo, el Nuevo Adán.

Génesis 22, 13: Subió Abraham con Isaac al monte de Moriah para sacrificarlo… Dios impide que lo sacrifique y luego…”Alzó Abraham los ojos, y vio tras sí a un carnero enredado por los cuernos en la espesura, y tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en ve de su hijo”.

En el texto anterior, el carnero es la figura de Cristo, quien es ofrecido en sacrificio sustituto por nuestros pecados, y así como el carnero salvó a Isaac de morir, así el Nuevo Carnero nos salva de la muerte eterna. Pero hay un detalle que debemos tomar en consideración. Al igual que con Melquisedec, de ese carnero no se habla su origen. Abraham no lo había visto antes, sino que repentinamente lo vió. El carnero, sin origen, es fruto de la tierra de Moriah, por lo que simboliza esta tierra también a María, la tierra que nos proporciona el Carnero de nuestra salvación.

Éxodo 3, 1-2: “Moisés, llegado al monte Horeb, se le apareció el ángel de Yahvé en llama de fuego de en medio de una zarza….”

El fuego y la voz que salen de la zarza, son también figuras de Cristo, Verbo del Padre y luz del mundo. Lo interesante es que la Voz y el Fuego, salen de la zaza que estaba plantada en el monte de Horeb, así como el Verbo y la Luz del mundo salieron de la Virgen María.

Volviendo al profeta Joel, vemos que cando dice “Suelo, alégrate”, es una evocación directa a María, que en otras partes de la Escritura es prefigurada como “monte, suelo, tierra”, que nos produce a Cristo.

Joel 2, 21. 27: “Suelo, no temas; alégrate y gózate, porque el SEÑOR hizo grandes cosas… Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”.

Comprueban que esa profecía se refiere a María, el hecho que la Virgen admite que en ella se cumplen esas profecías:

Lucas 1, 49: “Por que ha hecho maravillas en mí el Poderoso, cuyo nombre es Santo”.

Entonces vemos que Joel profetiza al “suelo” que se alegre, por que el Señor hizo Maravillas.

En el Nuevo Testamento el ángel le dice a María que se alegre, y María nos muestra la causa de esa alegría: El Poderoso ha obrado en ellas maravillas.

No hay duda que Joel se está refiriendo a María en esta profecía.

Y aquí viene lo revelador de esta profecía con el dogma de la Inmaculada Concepción: “Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”.

Claramente se profetiza que si Dios está en medio de “Israel”, éste no será avergonzado.

El Espíritu santo llenó a María, y Cristo se hace en carne en su vientre. Dios habita en medio de María, y poniendo atención a las palabras de Joel, María no podía ser avergonzada, por lo tanto, María no puede tener pecado.

Salmos 44.15 Cada día mi vergüenza está delante de mí, y me cubre la confusión de mi rostro.

La misma Biblia relaciona la vergüenza con el pecado. Y Dios ha declarado por medio de Joel que si él habita en medio de alguien, no habrá vergüenza, por ende, no habrá pecado.

La Trinidad completa habitó en María, según las palabras de Joel, según la misma Biblia, ¿Tendrá entonces ella pecado?

Otro texto que evoca el “Jaire” de Gabriel es:

Zacarías 9, 9: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí, tu Rey vendrá a ti, Justo y Salvador”

Pero un texto donde la Inmaculada Concepción aparece claro, es el de Sofonías:

Sofonías 3, 14-17: “Canta, oh hija de Sión; da voces de júbilo, Oh Israel; gózate y regocíjate de todo corazón, oh hija de Jerusalén. El SEÑOR ha revocado los decretos en tu contra, echó fuera tu enemigo; El SEÑOR es Rey de Israel en medio de ti; nunca más verás el mal. En aquel tiempo se dirá a Jerusalén: No temas; Sión, no se debiliten tus manos. El SEÑOR está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cantar”.

Otro texto completamente mariano.

Al igual que con los otros textos y con Lucas, se invita a la hija de Sión a alegrarse.

Al igual que con Joel, se declara que el Señor está en medio de la hija de Jerusalén. No olvidar que el ángel Gabriel también lo declaró al decirle: “El Señor está contigo”.

Vemos que el Ave María ya había sido dicho por Joel y por Sofonías mucho antes que por Gabriel: Alégrate, que el Señor está contigo”.

Lo importante en este texto son las otras palabras de Sofonías:

“El SEÑOR ha revocado los decretos en tu contra, echó fuera tu enemigo”

El texto anterior es una prueba irrefutable de la Inmaculada Concepción:

La que es invitada a alegrase, por que en medio de ella está Yahvé Dios, resulta que tiene otro motivo de alegría: El Señor ha retirado contra ella sus decretos. El decreto del pecado y la muerte, dado en Génesis a la humanidad, y también tiene otro motivo de alegría: Ha echado fuera a su enemigo, que también evoca la enemistad del Génesis, entre la Serpiente y la Mujer. Es en este texto donde se dice que el enemigo no ha tocado a al mujer. Por lo tanto, la Mujer, la hija de Sión no tiene los decretos dados en contra la humanidad, y tampoco ha sido tocada por el Enemigo.

Por lo tanto, la mujer que es invitada a alegrarse por que el Señor habita en medio de ella, es inmaculada.

Autor: Alex Grandet Fuente: Catholic.net

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La Inmaculada Concepción de la Virgen María (Catequesis de Juan Pablo II)

Catequesis de Juan Pablo II (29-V-96)

1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación…
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Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3,15) como una fuente escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplastará la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta a la serpiente bajo sus pies.

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto, por consiguiente, no atribuye a María, sino a su Hijo la victoria sobre Satanás.

Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.

2. En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.

A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese período de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (AAS 45 [1953], 579).

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.

3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1).

La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual, cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12,5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la mujer-Madre de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12,2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19,25), donde participa, con el alma traspasada por la espada (cf. Lc 2,35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.

Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50,7; Jb 14,2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5,12.18). Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Cor 5,21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abundó el pecado» (Rm 5,20).

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.

VIDEO
La Virgen Maria – La Inmaculada Concepcion (1/9)

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