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Las Pérdidas que sufrió la Iglesia con la Reforma Protestante

Con el paso del tiempo algunos católicos han visto con buenos ojos a la Reforma Protestante.

Algunos incluso embarcaron a la Iglesia en ciertos festejos por los 500 años de la reforma en 2017.

Con el argumento que la reacción de Lutero y compañeros fue más o menos legítima, debido a la corrupción y desviaciones de la Iglesia medieval.

estatua de la libertad

Pero se olvidan de hacer una contabilidad del alto precio que la Iglesia tuvo que pagar por esta asonada.
.
Si lo hicieran, se espantarían de las pérdidas que sufrió la cristiandad.

Y de cómo fueron contaminados países enteros con la semilla del laicismo que introdujo la reforma y que hizo eclosión siglos después.

El rápido crecimiento del protestantismo occidental nubló el razonamiento de varios dentro de la Iglesia Católica y comenzaron a imitar algunas cosas.

Como por ejemplo denostar las devociones y la religiosidad popular.

Desconfiar y combatir el misticismo, los ambientes monacales y los hechos sobrenaturales, entre ellos las apariciones.

Limpiar los templos de imágenes y transformar el bello arte católico en productos de la cultura consumista utilitaria.

Y cambiar la belleza de las Iglesias y Catedrales por edificios funcionales, que no promueven el encuentro con lo divino, entre otras cosas.

   

LO QUE PERDIÓ LA IGLESIA CON LA REFORMA PROTESTANTE

No estamos intentando hacer un relatorio exhaustivo de las pérdidas, sino simplemente indicar 5 áreas en las cuales las pérdidas fueron especialmente importantes para la Iglesia.

  

La Iglesia perdió la unidad

En el año 1054 se produjo el cisma de Oriente, en el que la iglesia Oriental se separó de la iglesia Occidental.

Pero occidente se mantenía unido y era el faro de la cristiandad.

La reforma protestante destrozo la idea de un cristianismo unido.

Porque a partir de ahí comenzó una fragmentación infinita.

La cual fue producida por la idea de que cada uno podía interpretar la biblia por sí mismo.

Y entonces aparecieron cantidad de denominaciones diferenciadas por la manera de interpretar la Biblia y acicateadas por la ambición personal de los pastores de tener su propia Iglesia.

  

La Iglesia perdió los monasterios y los conventos

Los monasterios habían sido lugares de oración, generación y conservación del conocimiento y de apoyo a las comunidades cercanas.

Ellos conservaban una riqueza cultural en sus bibliotecas que fue destroza y quemada por la furia de los protestantes reformistas.

Y como consecuencia adicional miles de monjas y monjes quedaron sin hogar y algunos fueron ejecutados brutalmente

También se instaló la denostación de una forma de vida contemplativa, ordenada y silenciosa.

Que además permitía por ejemplo, que mujeres sin posibilidades pudieran formarse, tener una educación y participar en la reflexión teológica

  

La Iglesia perdió la belleza de los templos

La reforma mutiló los sentidos y la belleza blanqueando las paredes de los templos y quitándoles las imágenes.

Y cambiando la bella arquitectura de las iglesias por especies de “cajas de zapatos”, dónde la gente podría asistir a escuchar lo que decía el pastor, pero que no promovía el encuentro con lo divino.

Fue así que el arte religioso perdió su valor y así la cultura en general no tuvo el aporte del cristianismo como forma de expresión.

Y así el cristianismo se automutiló al dejar de llegar a todo el público.

  

Se perdió el concepto de devoción popular

Las peregrinaciones que inspiraban las reliquias era un acto de piedad y espiritualidad que se encarnaba en una devoción.

Y esto fue acabado por el protestantismo, que además denostaron las ayuda físicas para hacer la señal de la cruz o el uso del rosario para orar.

De la misma forma fueron criticados y combatidos el ayuno y la confesión, y cualquier devoción popular, sobre todo si tenía una imagen como referencia.

  

Se perdieron las experiencias místicas

La vida contemplativa generaba un misticismo que los profetas radicales del protestantismo rechazaron de plano.

Y esa tradición sigue hoy porque muchas denominaciones protestantes consideran que las apariciones marianas y las vivencias místicas son obras del demonio y lo dicen a voz en cuello.

Y algunas sociedades, como las de EE.UU., fueron formadas en una mezcla de religión y política que hoy vemos hacer eclosión en la política norteamericana.

En un reciente libro, el autor Joseph Bottum explica como los liberales norteamericanos de hoy – primos de los izquierdistas latinoamericanos y europeos –, son el fruto del post protestantismo.

Que volcó sobre la realidad social a las catequesis religiosas y endiosó las categorías sociales.

Mayflower

  

LOS PROTESTANTES LLEGARON EN EL MAYFLOWER A EE.UU.

Los liberales laicos de hoy son los descendientes directos de los puritanos y protestantes del siglo pasado, dice Joseph Bottum.

Profundamente interesados en llevar las categorías del pecado y de la salvación de que habla el cristianismo, a la política.

El liberalismo americano de hoy en día, a menudo se comenta que equivale a una religión secular.

Tiene sus propios textos sagrados y tabúes, cruzadas e inquisiciones.

La corrección política que subyace en él, por su parte, se remonta al protestantismo liberal del siglo pasado.

Joseph Bottum, en su libro An Anxious Age: The Post-Protestant Ethic and the Spirit of America, examina la religión secular post-protestante.

Sosteniendo que ganó fuerza y poder de permanencia mediante la refundición de la antigua línea principal del protestantismo en la forma de categorías catequísticas mundanas: anti racismo, anti discriminación de género, lucha contra la desigualdad, y así sucesivamente.

Lo que sostiene a los herederos del consenso protestante ya desaparecido, concluye, es un sentido de lo sagrado en esas categorías.

Que busca la seguridad de la salvación personal a través de asumir la postura correcta sobre temas sociales y políticos.

Precisamente debido a que la nueva religión secular penetra en los poros de la vida cotidiana, sostiene la certeza de la salvación y un aura espiritual auto-perpetuante.

El laicismo ha tenido éxito en términos religiosos. Esa es una forma poco común y muy poderosa de entender el problema.

Bottum es un católico devoto, ha argumentado antes que la Iglesia Católica había perdido la lucha contra el matrimonio entre personas del mismo sexo y debía pasar a otras cosas.

Pero él no expresa una visión heterodoxa de la sexualidad, sino una evaluación adusta de la menguante influencia de la Iglesia sobre temas sociales.

Aunque obviamente se percibe un estado de ánimo sombrío.

  

LA ESPIRITUALIDAD VOLCADA A LA POLÍTICA Y LOS TEMAS SOCIALES

La cultura de consenso de los Estados Unidos, Bottum argumenta, es descendiente inequívoca de la antigua línea principal protestante.

En particular, del «Evangelio Social» promulgado por Walter Rauschenbusch antes de la Primera Guerra Mundial.

Y adoptado por la mayoría liberal de las principales denominaciones durante la década de 1920.

Martin Lutero
Martin Lutero

Bottum quiere que entendamos que la vida interior de los estadounidenses seculares permanece densa de experiencia espiritual.

Y que la experiencia post-protestante se parece al mundo sobrenatural de la Edad Media.

Pero con nuevas entidades espirituales en lugar de los viejos demonios y duendes,

«Las ideas políticas y sociales elevadas a la categoría de divinidades extrañas.
.
Nacidas de la antigua idea religiosa de percibir más en el mundo que sólo el toma y daca de los seres humanos comunes.
.
Y adaptada a una época que se felicita 
piadosamente por su huida de muchas de las restricciones de la antigua religión».

Para los post-protestantes,

«Las fuerzas sociales de la intolerancia, el poder, la corrupción, la opinión de las masas, el militarismo y la opresión son los temas constantes de la historia«.

Estos horrores tienen una presencia palpable, casi metafísica en el mundo. 

Y los post-protestantes creen que la mejor manera de conocerse a sí mismos como morales es definirse a sí mismos en contra de esta clase de intolerancia y opresión.

Comprender el bien y el mal no en términos de la conducta personal, sino como un estado de la mente sobre la condición social.

El pecado, en otras palabras, se presenta como un hecho social.
.
Y la personalidad redimida se convierte en seguro de su propia salvación al ser consciente de ese hecho.
.
Al conocer y rechazar el mal que oscurece la sociedad a través de esas categorías de que hablamos.

El deseo de ser redimido del pecado (redefinido como un hecho social) identifica a los post-protestantes como hijos de los puritanos.

«Cuando reconocemos sus orígenes en la línea principal del protestantismo», Bottum observa, «podemos discernir algunas de las formas en que ven el mundo. 

Son, en su mayor parte, políticamente liberales, prefiriendo el gobierno en lugar de asociaciones privadas (como las familias intactas o las iglesias que dejaron atrás) que abordan las preocupaciones sociales.

Permanecen puritanos y muy críticos, al menos acerca de la salud, y como todos los puritanos están dispuestos a utilizar la ley para obligar a la conducta para que piensen bien»

Pero Bottum observa que las tasas de fertilidad entre los miembros de las iglesias principales secularizadas son tan bajas, que uno se siente tentado a considerar al post protestantismo como una maravilla de una sola generación.
.
Mientras que los hijos de la línea principal se ocupan con el yoga, la jardinería orgánica y las identidades de género, la cultura popular se vuelve moribunda.

Ya vimos los frutos del protestantismo ahora en EE.UU., y también en Europa en el otro artículo que mencionamos.

¿Y qué opinan otros católicos de peso?

  

¿HAY ALGO QUE FESTEJAR DE LA REFORMA?

El ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Müller, ha escrito que los católicos “no tienen ningún motivo para celebrar” el comienzo de la Reforma en un nuevo libro-entrevista.

Nosotros, los católicos no tenemos ninguna razón para celebrar el 31 de octubre de 1517, la fecha que se considera el inicio de la Reforma, que daría lugar a la ruptura del cristianismo occidental”.

La fecha, conocida como “Día de la Reforma”, señala el día en que Martín Lutero envía al arzobispo de Maguncia y Magdeburgo un documento de protesta por la venta de indulgencias; un texto que llegó a ser conocido como las 95 tesis.

Lutero no se propone la separación de la Iglesia, pero las 95 tesis finalmente condujeron a su excomunión en 1521.

El cardenal Müller dice en el nuevo libro:

“Si estamos convencidos de que la revelación divina se conserva entera y sin cambios a través de la Escritura y la Tradición, en la Doctrina de la Fe, en los Sacramentos, en la Constitución Jerárquica de la Iglesia por Derecho Divino, fundada en el Sacramento del Orden, no podemos aceptar que existan suficientes razones para separarse de la Iglesia”.

El cardenal Müller también señaló que los defensores de la Reforma habían enmarcado al Papa como anticristo, con el fin de justificar la separación de la Iglesia Católica.

El cardenal Müller dijo que el gran obstáculo para el ecumenismo era el relativismo y “la adopción acrítica de las ideologías modernas”.

Citando el documento del Vaticano II Dei Verbum , agregó:

“Un protestantización de la Iglesia Católica sobre la base de una visión secular sin referencia a la trascendencia no sólo no nos puede reconciliar con los protestantes, sino tampoco nos puede permitir un encuentro con el misterio de Cristo.
.
Porque en Él somos depositarios de una revelación sobrenatural a la que todos deben obediencia total con su entendimiento y voluntad”.

El año anterior, el cardenal dijo en los debates sobre el matrimonio y los sacramentos, que los pastores deben “estar muy atentos y no olvidar las lecciones de la historia de la iglesia”. 

Dijo que la confusión sobre la naturaleza sacramental del matrimonio, podría dar lugar a divisiones similares a las de la Reforma.

  

¿LOS CATÓLICOS NO ESTÁN METIENDO EL ENEMIGO EN CASA REVALUANDO A LUTERO?

Tradicionalmente los católicos han visto Lutero como un heresiarca. o sea el jefe de los herejes.

Y la ruptura luterana de Roma como una catástrofe religiosa y de la civilización.

Más recientemente, en línea con las iniciativas ecuménicas y pastorales actuales, este punto de vista se ha suavizado.

El ablandamiento ha sido muy notable durante el actual pontificado.

El Papa Francisco ha participado recientemente en una liturgia conjunta con la Iglesia de Suecia para conmemorar los quinientos años de la rebelión de Lutero.

También ha sugerido informalmente que un luterano casado con una católica podría decidir legítimamente recibir la comunión de un sacerdote católico.

Y que los conflictos entre católicos y luteranos sobre la doctrina de la justificación, el punto básico que se trata en división de Lutero con Roma, son ahora una cosa del pasado.

De manera más general, el lenguaje papal en materia de derecho y misericordia sugiere el alejamiento de la visión católica de que la gracia nos permite superar nuestros pecados hacia la visión de Lutero, que simplemente nos libera de sus consecuencias.

Lo que parece haber llevado a Lutero a romper con Roma fue su abrumador sentimiento de culpa por su incapacidad para mantener la ley moral.

Estaba en un lío, y no le parecía que el camino Católica de humildad, arrepentimiento, perdón, sacramento, la gracia y la santificación estuviera funcionando.

Por lo que decidió que el mundo mismo es un gran lío irreversible.

El hombre es totalmente depravado, el libre albedrío una ilusión, y la Iglesia no puede hacer nada y es fundamentalmente inútil.

Además Dios mismo es incomprensible e incluso contradictorio en sí mismo, ya que él es bueno, pero hace al hombre capaz de cualquier cosa menos mal.

Básicamente entonces la respuesta de Lutero fue depender totalmente de la misericordia de Cristo, que podría o podría no-optar por encubrir nuestros pecados.

Eso nos permite no preocuparnos si seguimos pecando siempre y cuando hayamos aceptado a Jesús.

Lo que estamos viendo es la continuación de la reevaluación de Lutero que comenzó hace décadas.

Y que se puso de relieve en 1983, cuando San Juan Pablo II celebró el 500º cumpleaños de Lutero con una carta.

Entre otras cosas, quiso destacar el “gran impacto en la historia” de Lutero y habló de su “profunda piedad” y “pasión ardiente”.

La preocupación por la actitud católica que está cambiando hacia Lutero es justificada, porque es el hombre que inició la rebelión protestante que lo separó de Roma.

Un acontecimiento fundamental en el surgimiento del mundo moderno, y de una variedad de movimientos liberales y radicales le han reclamado como inspiración.

Así que si nos preocupa la tendencia hacia una sociedad mundial organizada en principios, en su totalidad seculares, y cada vez más intolerantes, debemos saber que es la consecuencia del protestantismo.

El simple hecho de por qué la Iglesia Católica ha estado reevaluando a Lutero desde hace algún tiempo, es porque está mirando con un ojo hacia la unidad última con nuestros hermanos luteranos separados.

Sin embargo esto implica rebajar nuestro entendimiento de quien es Dios y que quiere de nosotros.

Fuentes:

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Filtración desde dentro de la curia romana sobre como debe ser su reforma [13-06-05]

Un miembro de la curia romana que mantiene su anonimato.
Un miembro destacado de la Curia romana, que prefiere conservar el anonimato y, por eso, firma como Ireneo de Lyon, lanza, desde su conocimiento de la maquinaria vaticana, una hoja de ruta para la Reforma de la Curia. Con el objetivo de aportar su grano de arena y servir de cauce a otras aportaciones procedentes de todos los sectores eclesiales.

 

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Era de esperar. A pocos meses de su elección a la Cátedra de Roma, el Papa francisco constituyó una especie de Consejo de la Corona «para aconsejarlo en el gobierno de la Iglesia universal» y para «estudiar un proyecto de revisión de la Constitución apostólica Pastor Bonus».

Algunos susurran que la idea de este grupo de cardenales que asesora al Papa había surgido ya antes de la renuncia de Benedicto XVI, con el objetivo de limitar el poder del cardenal Tarcisio Bertone, que los ocho cardenales que forman el grupo ya estaban en contacto antes del cónclave y que, entre ellos, estaba también Bergoglio. Difícil probarlo.

Lo cierto es que si hay algo de lo que se arrepiente Benedicto XVI es de no haber llevado a cabo la reforma de la Curia romana.

Pero examinemos los hechos. El grupo de trabajo está integrado por cardenales representantes de los cinco continentes, comenzando por el presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, el italiano Giuseppe Bertello, seguido del arzobispo emérito de Santiago de Chile, el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa; el arzobispo de Bombay, Oswald Gracias; el arzobispo de Múnich, Reinhard Marx, y el arzobispo de Kinshasa, Laurent Monsengwo Pasinya. El grupo se completa con el arzobispo de Boston, Sean Patrick O’Malley, el arzobispo de Sídney, George Pell, y el de Tegucigalpa, cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, con funciones de coordinador. El obispo de Albania, Marcello Semeraro, actúa de secretario.

Desde el punto de vista jurídico, en el seno de la Curia no cambia nada. De hecho, se trata de un «grupo», no de una «comisión» y, mucho menos, de un «consejo». Es, más bien, un grupo de sabios pastores a los que el pastor de la Iglesia universal les pide que le aconsejen para guiarla de la mejor manera posible.

Dicho grupo tendrá que dialogar, además, de cara a una revisión de la Constitución apostólica «Pastor Bonus» sobre la curia romana. Y, a primeros de octubre celebrará su primera reunión formal.

La Pastor Bonus es la ley que rige el funcionamiento de la Curia romana: Secretaría de Estado, Congregaciones, Consejos Pontificios y Tribunales. Fue Juan Pablo II, en 1988, el que promulgó la Pastor Bonus, para adecuar la Curia a las modernas exigencias de nuestros días.

En 1967, Pablo VI había realizado la gran reforma de la Curia con la ‘Regimini ecclesiae universae’. El Papa Montini, que había tenido una amplia experiencia curial, lo cambió todo, haciendo a la Curia mucho más funcional y eficiente, pero, al mismo tiempo, quiso atribuir una enorme importancia y poder a la Secretaría de Estado, confiriéndole la supervisión y la coordinación de todos los dicasterios y de todos los organismos de la Curia.

Creo (y espero vivamente) que el Consejo de la Corona de los ocho cardenales comience su trabajo redimensionando el papel de la Secretaría de Estado. El núcleo duro está precisamente aquí. El que relea una copia de los Anuarios Pontificios del tiempo de Pío XII podrá constatar fácilmente que la Secretaría de Estado venía al final de todos los dicasterios de la Curia romana. Y venía al final, porque es y, en realidad, sigue siendo, la Secretaría del Papa.

El Papa Montini había trabajado siempre en la Secretaria de Estado y quiso colocarla por encima de todos los demás dicasterios, para que actuase de puente entre el Papa y los dicasterios. En los Anuarios pontificios actuales campa sobre todos los demás dicasterios, con sus dos secciones: la primera para los Asuntos Generales y a segunda para las relaciones con los Estados. Y, en la cima de la pirámide, el Secretario de estado, cuyo enorme poder supera, con mucho, el de cualquier primer ministro.

Esta estructura ralentizó mucho el acceso al Papa de parte de los presidentes de los dicasterios y anuló casi por completo «las audiencias de mesa». En la práctica, todavía hoy, se entrevistan con el Papa, en fecha fija, los Prefectos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el viernes por la tarde), el de Obispos (el sábado a última hora de la mañana) y el de Propaganda Fide (el viernes al final de la mañana). A veces, se reúnen con el Papa los prefectos de la Congregación para las Iglesias Orientales y el de la Causa de los Santos.

Todo lo demás está controlado y filtrado por la Secretaría de Estado. Es fácil deducir que, de esta forma, el Papa no conozca ‘ex auditu’ por parte de cada uno de los Prefectos la evolución y la problemática de cada dicasterio. Éstos vienen pidiendo, desde hace tiempo, una relación «de mesa» y en directo con el Pontífice. Porque, abolidas las «audiencias de mesa», son el Secretario de Estado y el Sustituto de la Secretaría de Estado los que sesionan con el Papa.

Hay que tener en cuenta que, por derecho, los prefectos de las Congregaciones de la Curia romana actúan con potestad ordinaria vicaria, es decir en nombre del Romano Pontífice. Por el contrario, la Secretaría de Estado, en strictu senso’ no es un dicasterio y no gozaría de esa potestad ordinaria vicaria, dado que su rol es el de ser la Secretaría del Papa.

El objetivo fundamental de la reforma de la Curia debería ser el de privilegiar la colegialidad, en línea con las indicaciones, nunca puestas en práctica, del Concilio Vaticano II, de ser un instrumento al servicio del Papa y no un organismo en cierto modo autónomo y, menos todavía, un condicionante en el ejercicio del ministerio del sucesor de Pedro y de sus relaciones con el episcopado.

En este contexto, no se excluye que el Papa Francisco prevea, para su reforma de la Curia, un papel más decisivo para las Conferencias episcopales y para los organismos internacionales que aglutinan a las Conferencias episcopales nacionales. La Iglesia caminaría así hacia una comunidad de escucha y acogida de las comunidades locales que son emanación de la Iglesia universal. De esta forma, se basaría no tanto en la estructura cuanto en las comunidades. El de la colegialidad es uno de los temas conciliares todavía por desarrollar y que el Papa Francisco parece decidido a abordar. Se trata de un problema muy sentido en el seno de la Iglesia. Sería importante ver cuántos poderes, hasta ahora consultivos, querrá compartir el Papa Francisco y transformarlos en deliberativos. Pienso -a título de ejemplo- en el Sínodo de Obispos. Por medio de la colegialidad la Iglesia podrá estar mucho más cercana a la realidad de lo que lo está en la actualidad.

Por este motivo, la auténtica reforma debe comenzar por redefinir y rediseñar el papel y el servicio de la Secretaría de Estado, que debe volver a sus antiguas y únicas funciones de Secretaria papalis. De esta forma, no solo se conseguirá autonomía para los dicasterios, sino que, además, permitirá que se relacionen directamente con el Sumo Pontífice.

Desde esta perspectiva, también habría que redimensionar el papel del Secretario de Estado. Éste, rodeado de un equipo de estrechos colaboradores, podría ser el ‘primus inter pares’ de los colaboradores del Papa y no un auténtico primer ministro de un gobierno.

Enunciada esta premisa, lo más razonable es pensar que la Curia romana, en la que está pensando Francisco, debe ser ágil, sencilla, esencial, funcional, con menos dicasterios y menos oficiales. Hoy hay en la Curia 9 dicasterios y 12 Consejos Pontificios, más las Comisiones y los Tribunales. Y, sobre todo, tendrá que ser una Curia de auténtico servicio.

Al iniciar su ministerio de Obispo de Roma, pastor de la Iglesia universal y sucesor de Pedro, el Santo Padre Francisco declaró: «Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar».

Éste será a mi juicio, el objetivo de la reforma de la Curia en la que está trabajando el Papa Francisco a través del poder consultivo de su Consejo de la Corona.

SEGUNDA PARTE: PROPUESTAS CONCRETAS

Pablo VI anunció la necesidad de adecuar la Curia Romana a las exigencias del Concilio Vaticano II inmediatamente después de su elección, en 1963. Pero necesitó cuatro años de intensa labor por parte de una comisión cardenalicia creada ad hoc e integrada por tres purpurados hasta poder promulgar la ‘Regimini Ecclesiae Universae’.

Una análoga comisión cardenalicia fue creada por Karol Wojtyla en 1985 y tardó tres años en promulgar la ‘Pastor Bonus’. Con la esperanza de que los miembros del Consejo de la Corona sean un poco más rápidos, sólo nos queda hacer nuestra aportación sobre los dicasterios, congregaciones, consejos, etc., en medio de un redimensionamiento de la estructura, para dotarla de mayor agilidad y eficacia.

Actualmente, las Congregaciones son nueve: Doctrina de la Fe, Iglesias Orientales, Culto Divino y disciplina de los sacramentos, Causa de los santos, Obispos, Evangelización de los pueblos, Clero, Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica y Educación católica.

Más numerosos sin embargo son los Consejos Pontificios, exactamente doce: Laicos, Unión de los cristianos, Familia, Justicia y Paz, Cor Unum, Pastoral para los trabajadores sanitarios, Textos Legislativos, Diálogo interreligioso, Comunicaciones sociales y Nueva evangelización (creado en 2010). Estos Consejos Pontificios tienen una función de promoción de actividades y iniciativas de su competencia. Y finalmente las Oficinas que son tres, Cámara Apostólica, Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y Prefectura de los Asuntos económicos de la Santa Sede.

Es muy difícil aventurar cuáles serán las opciones operativas que serán sugeridas y propuestas por el Santo Padre. Mi función, en este caso, como conocedor de la Curia por dentro, es sugerir los siguientes cambios en la organización de los dicasterios no sólo por razones económicas, sino también con el fin de no desperdiciar recursos y no duplicar funciones sin necesidad.

En primer lugar, creo que se deberían reducir a la mitad los Pontificios Consejos y pasar de 9 a 10 las Congregaciones.

1. Además de las 9 Congregaciones existentes, debería crearse la Congregación del pueblo de Dios. La Lumen Gentium, tras haber descrito el misterio de la Iglesia (1-8), coloca en el primer puesto al Pueblo de Dios. Pues bien, existen congregaciones de Obispos, del Clero y de Religiosos. Falta la Congregación del Pueblo de Dios. Sería una manera espléndida de conmemorar y aplicar lo dicho por el Concilio Vaticano II, en su 50 aniversario. Este nuevo dicasterio debería englobar las competencias de los actuales Pontificios Consejos para los Laicos, para la Familia, para la pastoral de emigrantes e itinerantes y para la pastoral de los agentes sanitarios. Se trata de no subdividir al pueblo de Dios en categorías. De ahí que la nueva congregación deba ser competente en la pastoral de todas las vocaciones y servicios laicales.

2. El Pontificio Consejo Cor Unum podría unirse al de Justicia y Paz. La «solicitud de la Iglesia católica hacia los necesitados» (PB 145) puede conjugarse perfectamente con la promoción de la justicia y de la paz. Por lo tanto, paz, justicia y solidaridad. Un trinomio adecuado para un nuevo Consejo Pontificio.

3. El Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización debería pasar a llamarse Pontificio Consejo para la Evangelización y el Ministerio de la Palabra, atribuyendo a este dicasterio:
-Todo lo que en el Código de Derecho Canónico se refiere a la catequesis.
-Lo referido a la homilética
-La enseñanza de la Religión en las escuelas
-E, incluso, la Pontificia comisión bíblica.

4. El ámbito de la Cultura podría ser confiado a la Congregación para la Educación, a la que han quitado competencias sobre los seminarios, para pasársela a la congregación del Clero, una decisión que podría revisarse. En la actualidad, la congregación del Clero supervisa el 50% de la formación de los seminaristas y el otro 50% depende de otro dicasterio. La situación no parece demasiado armónica. Parecía más armoniosa la situación anterior, según la cual la congregación del Clero era competente sobre los dos primeros grados del sacramento del orden: diaconado y presbiterado. La formación de los seminaristas parece armonizarse mejor con la formación académica, supervisada por la congregación de la Educación.

Según esta hipótesis de trabajo las Congregaciones pasarían a ser 10 y los Pontificios consejos, 6.

Como principios generales, la reforma de la Curia debería inspirarse en los siguientes:

-Redimensionar la Secretaría de Estado, que debería volver a su antigua función de Secretaría papal.
-Retomar las ‘audiencias de mesa’ para los prefectos de los dicasterios, para que puedan hablar directamente con el Papa.
-Una significativa reducción de los organismos curiales.
-Un papel menos asfixiante de la Curia romana respecto a las iglesias locales.
-El retorno a una mayor colegialidad en el seno de la propia Curia romana.

En este sentido, cabe decir una palabra sobre los que prestan servicio al Papa en la Curia romana, que deberían regir su actuación al menos por estos dos principios generales:

1. Que, antes de empezar a trabajar en la Curia, hayan laborado durante al menos un quinquenio en la actividad pastoral. Incluidos los aspirantes al servicio diplomático de la Santa Sede. El servicio en la Curia romana es esencialmente un servicio al obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal y sus colaboradores deben tener experiencia pastoral y de cura de almas.

2. Que los oficiales de servicio cambien de organismo con cierta asiduidad, para evitar el excesivo apego a un puesto y adquirir continuamente nuevas competencias.

Todo lo aquí expuesto es sólo una hipótesis de trabajo. Es decir, un servicio. Personalmente, me encantaría que todos los que lo deseasen interviniesen para hacer sus propias aportaciones, matizaciones y sugerencias.

De esta forma, el Consejo de la Corona ampliaría su radio de acción a implicaría a las bases. Y la reforma de la Curia romana podría nacer de una consulta eclesial.

Fuentes: Religión Digital, Signos de estos Tiempos

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