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Juan Pablo II fue un místico: hechos extraordinarios de su vida

Algo que la mayoría no sabe.

 

Todo indica que Juan Pablo II no era sólo una inteligencia extraordinaria, sino que su verdadero poder, al parecer, fue su aspecto místico – una vida espiritual que apenas se dejó entrever para la mayoría. 

 

juan pablo ii

 

Pero existe evidencia de que lo sobrenatural ha rodeado a este gran hombre desde el principio. En el momento de su nacimiento el 18 de mayo de 1920, en una pequeña ciudad polaca llamada Wadowice, la madre de Juan Pablo pidió a la comadrona abrir la ventana para que los primeros sonidos que escuchara su recién nacido fueran los cantos en honor de María, la Madre de Dios, de una iglesia al otro lado de la calle. La habitación se inundó de luz. 

Tres meses después, el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María, las fuerzas polacas comandadas por el mariscal repelieron un ataque soviético poderoso a las puertas de Varsovia, que se hizo conocido como el “milagro del Vístula”, una victoria que paró que el comunismo se extendiera a Alemania y el resto de Europa occidental.

Así se inició una vida que el escritor, Tad Szulc, describe como lleno de

“una sucesión de acontecimientos dramáticos y coincidencias asombrosas, rayanas en lo místico.” 

De hecho el primer doctorado de Juan Pablo fue en teología mística – algo que ha sido despojado de los seminarios modernos (y por eso que muchos sacerdotes no saben cómo manejar los informes sobrenaturales) – y antes de que él fuera el Papa se encontró con el gran místico italiano, Padre Pío.

Según Szulc (un ex reportero de The New York Times que escribió un excelente libro sobre el Papa) la leyenda dice que Pío, al enterarse de la futura confesión del Papa, se arrodilló a sus pies, le predijo de que el clérigo polaco sería llamado al trono de Pedro y también sería blanco de un intento de asesinato.

En 1962 el futuro Papa supuestamente escribió al padre Pío para pedirle que ore por una madre que tenía cáncer – y luego se dirigió de nuevo una semana más tarde para decir que la mujer se había recuperado de repente.

En 1974, el Papa regresó a la ciudad del Padre Pío y pasó tres días en oración allí.

Monseñor Slawomir Oder, que ha escrito un bestseller internacional, ¿Por qué es un santo?,  documenta otros “episodios inusuales” en la vida de la gran Wojty?a, incluyendo el recuerdo de un testigo que tuvo una audiencia con el Papa después de haber participado en una misa privada en su capilla privada,

“En un determinado momento de la conversación”, dice Slawomir, “[el testigo] tenía la impresión de que el rostro del pontífice vaciló y se desvaneció, reemplazada por la imagen benevolente de la cara del Padre Pío. Cuando reveló su experiencia al Papa, él oyó la sencilla respuesta: ‘Yo lo veo, también’”.

Ha habido muchos rumores sobre las capacidades místicas de Juan Pablo II. Él tenía el aura de un visionario – un brillo alrededor de él que era casi incandescente – e hizo que visitara los principales santuarios sobrenaturales: Guadalupe, Lourdes, Fátima. Ha visitado Zaravanystya en Ucrania (donde la Virgen se ha aparecido a través de los tiempos históricos), fue profundamente devoto de Czestochowa y dijo que visitaría Medjugorje en la antigua Yugoslavia si Él no fuera el Papa (porque aún tiene que ser aprobada formalmente, aunque los fieles están autorizados a ir).

Los videntes afirman que él es uno de ellos, que también él puede ver u oír cosas. No hay corroboración de muchos informes y tenemos que tener cuidado con este tipo de rumores, pero si alguno fuera cierto no nos sorprendería. Los que se encontraron con él lo describen con una notable paz – una paz como la que siente en un lugar como Medjugorje – y se dice que un pequeño grupo de obispos que pasaba por la capilla privada del Papa, una vez echó un vistazo y vio al Papa levitando, mientras estaba en oración .

Una vez más, se trata de informes que habría que corroborar, pero no hay duda de que cuando se trataba de la oración el Papa era un místico.

Como dijo Szulc,

“Amigos que han conocido a Karol Wojtyla (su nombre de nacimiento) durante décadas insisten en que la oración y la meditación son la principal fuente de su fortaleza mental y física y su asombrosa capacidad de restaurar su energía a pesar de su horario de trabajo en el Vaticano y los agotadores viajes en avión por el mundo”. 

De hecho, de acuerdo con Szulc, se dice que el pontífice rezaba tanto como siete horas al día; en su capilla privada en la madrugada, a veces postrado ante el altar, luego con los invitados antes del desayuno, a menudo en su estudio junto a su dormitorio, en las misas y servicios, a bordo de aviones, en el asiento trasero de la limusina. Algunos dicen que durante la oración que se le oía pedir en voz alta por la Iglesia y el mundo.

¿Ha visto a la Virgen María? Desde luego, le ha proporcionado orientación excepcional. E incluso se ha comportado públicamente de una manera mística.

Fue muy parecido a dos de sus héroes: San Benito y San Gregorio Magno, los cuales eran igualmente místicos. A menudo ha sido un trueno, como un profeta del Antiguo Testamento (arremetiendo contra la ONU y el descenso del mundo en el pecado), y el 24 de junio 1977 – el mismo día que María aparecería cuatro años más tarde en Medjugorje por primera vez – dijo a un cardenal,

“Nos encontramos en presencia de la mayor confrontación en la historia, la más grande que la humanidad ha tenido que enfrentar. Estamos frente a la confrontación final entre la Iglesia y la anti-Iglesia, entre el Evangelio y la anti-evangelio”. 

Se refirió a “los signos de los tiempos”, una frase cargada de presagios místicos. Ha mostrado un gran afecto hacia Medjugorje y tenía lapsos en semi-inconciencia, a veces mientras recitaba el Rosario.

Cuando le dispararon en 1981 – en el aniversario de Fátima – la bala hizo un curso milagroso alrededor de los órganos vitales y vasos sanguíneos.

Dormía en una habitación pequeña en una cama individual con un cofre cercano (a pesar del esplendor que le rodeaba).

Si él fue un místico, ¿cuál es su profecía?: Rechazar la desesperación, él dice; Dios siempre gana al final.

Fuentes: Spirit Daily, Signos de estos Tiempos

 

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Un milagro frustró un atentado contra Juan Pablo II en Filipinas

Atentado de Al Qaeda.

 

En el año 1995, después del atentado de Alí Agca contra Juan Pablo II en 1981 y años antes del atentado contra las Torres Gemelas en el 2001, un grupo de Al Qaeda planeaban atentar contra el pontífice en una visita a Manila, pero el plan fue frustrado por un misterioso incendio.

 

cartel de juan pablo ii

 

Esto muestra dos cosas. Por un lado, que los terroristas islámicos tenían como objetivo al Papa ya hace casi 20 años y que la jihad contra los cristianos no es un hecho contemporáneo. Y en segundo lugar, que el ‘cielo’ ha proveído protección para el pontífice, como lo hizo en el atentado de 1981, ver aquí.

Un informe publicado en su momento dice que un complot terrorista de Osama Bin Laden contra el Papa Juan Pablo II durante una visita en 1995 a Filipinas fue frustrado cuando un accidente milagroso causó una explosión en el apartamento de Manila, donde se preparaba una bomba sólo una semana antes de la visita del pontífice. La trama involucró el uso de una bomba de fragmentación y un temporizador dentro de un reloj digital. Cuando los agentes investigaron encontraron el apartamento lleno de crucifijos, Biblias y sotanas – lo que indica que los terroristas iban a disfrazarse de sacerdotes.

En ese momento se informó que Juan Pablo II había sido objeto de al menos tres atentados fallidos contra su vida por parte de grupos terroristas fundamentalistas, según fuentes políticas y de prensa.

La CIA dice que el cerebro detrás de la trama terrorista Filipina fue Ramzy Youssef, que había trabajado bajo la dirección de Bin Laden y quien dos años antes organizó el primer ataque contra el World Trade Center, en febrero de 1993.

Uno de los terroristas detenido en Filipinas fue Abdulhakim Alihashim Murad – que fue detenido en los apartamentos Doña Josefa de Quirino Ave., Manila, que está a sólo 150 metros de la Casa de la Nunciatura Papal. Murad tenía entrenamiento como piloto. Las autoridades también recuperaron un mapa que cubre las áreas de Manila, indicando las zonas para interrumpir la visita del Papa en la Federación de Conferencias Episcopales de Asia en el Seminario de San Carlos.

Funcionarios estadounidenses dijeron que el complot contra el Papa fue descubierto en enero de 1995, cuando los bomberos filipinos fueron convocados a la vivienda en respuesta a informes de humo que salía de las ventanas. Los bomberos llamaron a la policía cuando encontraron ardiendo químicos en el apartamento vacío, de acuerdo con el Charlotte Observer. Más tarde, las autoridades confiscaron un disco de computadora que describe los planes para hacer estallar una docena de aviones jumbo 747 sobre el Océano Pacífico y de asesinar a Juan Pablo II.

Fuentes: Spirit Daily, Signos de estos Tiempos

 

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¿No será el momento de consagrar Rusia al Inmaculado Corazón de María?

Ante una Rusia nuevamente militarista.

 

Una vez más estamos en presencia de una Rusia agresiva y militarista dominando las noticias. Algunos dirán que no hace diferencia con el militarismo de EE.UU., que interviene directa o indirectamente en todos los conflictos del mundo con un estilo bélico y no de pacificación; y tienen razón. Pero la diferencia es que María se apareció en Fátima para pedir la Consagración del Rusia al Inmaculado Corazón de María por parte del Papa para que no siguiera esparciendo sus errores, cosa que formalmente nuca se hizo, a pesar de que según la vidente de Fátima, en una de sus últimas declaraciones antes de morir, había dicho que el cielo había tomado como válida la Consagración de Mundo hecha por Juan Pablo II. 

 

fatima y rusia

 

Y habrá otros que está confundidos con el lenguaje cristiano de Putin, que se presenta como el “campeón” mundial de la restauración de los valores cristianos en y el defensor de los cristianos. ¿Maquillaje, oportunismo, interés genuino, pura fe? Pero lo cierto es que si bien en Rusia el cristianismo ha hecho progresos luego de la caída del comunismo, sigue teniendo las tasas más altas de aborto, de alcoholismo, las más bajas de nacimiento, lo cual pone a la nación en extremo peligro.

Esto es para discernir.

EL PEDIDO DE LA CONSAGRACIÓN A RUSIA

El 13 de junio de 1929, mientras la Hermana Lucía estaba en el noviciado de las Hermanas Doroteas en Tuy, España, Nuestra Señora cumplió Su promesa del 13 de julio de 1917:

“…para prevenir esto, vendré a pedir la consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre consagrará Rusia a mí, y se convertirá, y un período de paz será otorgado al mundo. En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe…”

El 13 de junio de 1929, escribe la Hermana Lucía que, estando ella una noche sola… en medio de la capilla… cuando la única luz era la de la lámpara:

“De repente, se iluminó toda la capilla con una luz sobrenatural y sobre el altar apareció una cruz de luz que llegaba hasta el techo. En una luz más clara se veía, en la parte superior de la cruz, un rostro de un Hombre y Su Cuerpo hasta la cintura. Sobre su pecho había una paloma igualmente luminosa. Y clavado en la cruz, el cuerpo de otro hombre. Un poco por debajo de la cintura, suspendido en el aire, se veía un Cáliz y una Hostia grande sobre la cual caían unas gotas de Sangre que corrían a lo largo del Rostro del Crucificado y una herida en Su pecho. Escurriendo por la Hostia, esas gotas caían dentro del Cáliz.”

“Bajo el brazo derecho de la Cruz estaba Nuestra Señora con Su Inmaculado Corazón en Su Mano… (Era Nuestra Señora de Fátima con Su Inmaculado Corazón … en Su mano izquerda … sin espada ni rosas, pero con una corona de espinas y llamas). Bajo el brazo izquierdo (de la Cruz), unas grandes letras, como si fueran de agua clara cristalina, que corrían hacia el altar, formaban estas palabras: ‘Gracia y Misericordia’. Comprendí que me era mostrado el misterio de la Santísima Trinidad y recibí luces sobre este misterio que no me es permitido revelar”.

Luego Nuestra Señora dijo a la Hermana Lucía:

“Ha llegado el momento en que Dios pide al Santo Padre que haga, en unión con todos los Obispos del mundo, la Consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón; prometiendo salvarla por este medio. Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por pecados cometidos contra Mí, que vengo a pedir Reparación. Sacrifícate por esta intención y reza”.

En 1984 Juan Pablo II hizo una Consagración de Mundo al Inmaculado Corazón de María, que la hermana Lucía reputó como que fue aceptada por el “cielo”.

COMO CATÓLICOS, ¿CÓMO DEBEMOS RESPONDER AHORA? 

Debemos orar, por supuesto. Pero hay algo más que podamos hacer. Rusia está en extrema necesidad de conversión (como la mayoría de los países en el mundo), y mientras que a la Iglesia Ortodoxa se le ha dado más libertad en la Rusia post-soviética, la gente está muy lejos de convertirse.

Las tasas de aborto en Rusia y los países de la antigua Unión Soviética son los más altos del mundo. Mientras que la Iglesia Ortodoxa ha hecho algunos avances con el pueblo de Rusia, su alcance es aún muy limitado, e incluso en la mejor de las interpretaciones, la falta de comunión con la Santa Sede representa un serio problema para el pueblo ruso.

Debido a Rusia, las almas están pereciendo, el mundo está amenazado con la guerra, y las naciones continúan siendo aniquiladas.

Se necesita más. Lo que se necesita es que Rusia sea consagrada al Inmaculado Corazón de María. Rusia es un país en extrema necesidad de la ayuda de nuestra Madre Santísima.

¿PERO LA CONSAGRACIÓN DE RUSIA NO SE LLEVÓ A CABO EN 1984?

No se puede negar razonablemente la veracidad de la Hermana Lucía, o de cualquier otra persona involucrada en el asunto de que la consagración de 1984 fue ‘aceptada por el cielo.’

Habría que estar ciego para no ver que tan rápidamente en los talones de esa consagración, la amenaza planteada por la Unión Soviética se disipó tanto como el Leviatán comunista se desintegró. Que la consagración fue aceptada por el cielo y fue eficaz está más allá de toda duda razonable.

Pero también hay que admitir, que a pesar de la desintegración de la Unión Soviética fue un milagro, no parece por sí misma haber cumplido finalmente las promesas hechas por la Virgen.

Ninguna persona razonable puede hacer el caso de que el Inmaculado Corazón de María ha triunfado en el mundo en los últimos 30 años. En todo caso, parece claro que el mundo va alegremente en la dirección opuesta.

Mientras que la Iglesia Ortodoxa ha sido liberada hasta cierto punto en Rusia, con las tasas de aborto más altas del mundo y con un 22% de la población que sigue siendo  atea declarada y menos del 10% de la población asiste a la Iglesia una vez al mes, esto apenas representa la conversión de una manera significativa, incluso dejando totalmente de lado el cisma permanente de la Iglesia rusa.

Además, es imposible argumentar, que los errores de Rusia del siglo XX no siguen propagándose en todo el mundo, y que las últimas décadas llenas de guerra y decadencia pueden en modo alguno interpretarse como un período de paz que se concede al mundo.

Así que si uno cree en Fátima y en las promesas de la Virgen, se debe concluir que unos 30 años después de la Consagración del Mundo al Inmaculado Corazón de María, estas promesas no se han cumplido.

Estos le deja a uno con dos opciones a considerar. En primer lugar, que María aún cumplirá lo prometido, pero de una manera alejada de la consagración de 1984, quizás para no ser visto como una consecuencia obvia de ello.

O bien, es razonable suponer que, incluso la eficacia de la consagración de 1984, obviamente ésta no fue una consagración que finalmente precipitó el cumplimiento completo de las promesas de la Virgen.

Pero incluso dejando todo eso de lado. Rusia es un país que todavía es en gran parte prácticamente ateo y el hogar de prácticas abominables, y está de nuevo en marcha con una amenaza militarista y económica para sus vecinos.

Que Rusia tiene que ser y debe ser consagrada al Inmaculado Corazón de María parece tan claro como el día. No importa donde cualquier cristiano se encuentre respecto a Fátima y a la consagración de 1984, Rusia y el mundo, necesita de la protección de Nuestra Señora.

¿Hay alguna buena razón para argumentar por qué Rusia no debe ser consagrada (por primera vez o de nuevo) al Corazón Inmaculado de María? Estas consagraciones se renuevan periódicamente. Y si se produce esta consagración, ¿por qué no hacerlo por su nombre y en unión del público con los Obispos del Mundo? Ahora es el momento, Rusia y el mundo lo necesitan.

Fuentes: NC Register, Signos de estos Tiempos

 

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Catequesis de Juan Pablo II sobre la Resurrección

La resurrección de Jesucristo ha cambiado el curso de la historia. La vida ha vencido a la muerte.

Se necesita fe para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Dejémonos penetrar por los pensamientos y las emociones que vibran en la secuencia pascual: «Sí, estamos seguros: en verdad, Cristo ha resucitado».

María fue testigo silenciosa de todos estos acontecimientos. Pidámosle que nos ayude también a nosotros a acoger plenamente este anuncio pascual.

 

 LA RESURRECCIÓN COMO HECHO HISTÓRICO QUE AFIRMA LA FE

SS Juan Pablo II, 25 de enero, 1989

1. En esta catequesis afrontamos la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, documentada por el Nuevo Testamento, creída y vivida como verdad central por las primeras comunidades cristianas, transmitida como fundamental por la tradición, nunca olvidada por los cristianos verdaderos y hoy profundizada, estudiada y predicada como parte esencial del misterio pascual, junto con la cruz; es decir la resurrección de Cristo. De El, en efecto, dice el Símbolo de los Apóstoles que ‘al tercer día resucitó de entre los muertos’; y el Símbolo niceno-constantinopolitano precisa: ‘Resucitó al tercer día, según las Escrituras’.

Es un dogma de la fe cristiana, que se inserta en un hecho sucedido y constatado históricamente. Trataremos de investigar ‘con las rodillas de lamente inclinadas’ el misterio enunciado por el dogma y encerrado en el acontecimiento, comenzando con el examen de los textos bíblicos que lo atestiguan.

2. El primero y más antiguo testimonio escrito sobre la resurrección de Cristo se encuentra en la primera Carta de San Pablo a los Corintios. En ella el Apóstol recuerda a los destinatarios de la Carta (hacia la Pascua del año 57 d. De C.): ‘Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los Apóstoles. Y en último lugar a mi, como a un abortivo’ (1 Cor 15, 3-8).

Como se ve, el Apóstol haba aquí de la tradición viva de la resurrección, de la que él había tenido conocimiento tras su conversión a las puertas de Damasco (Cfr. Hech 9, 3)18). Durante su viaje a Jerusalén se encontró con el Apóstol Pedro, y también con Santiago, como lo precisa la Carta a los Gálatas (1,18 ss.), que ahora ha citado como los dos principales testigos de Cristo resucitado.

3. Debe también notarse que, en el texto citado, San Pablo no habla sólo de la resurrección ocurrida el tercer día ‘según las Escrituras’ (referencia bíblica que toca ya la dimensión teológica del hecho), sino que al mismo tiempo recurre a los testigos a los que Cristo se apareció personalmente. Es un signo, entre otros, de que la fe de la primera comunidad de creyentes, expresada por Pablo en la Carta a los Corintios, se basa en el testimonio de hombres concretos, conocidos por los cristianos y que en gran parte vivían todavía entre ellos. Estos ‘testigos de la resurrección de Cristo’ (Cfr. Hech 1, 22), sonante todo los Doce Apóstoles, pero no sólo ellos: Pablo habla de a aparición de Jesús incluso a más de quinientas personas a la vez, además de las apariciones a Pedro, a Santiago y a los Apóstoles.

4. Frente a este texto paulino pierden toda admisibilidad las hipótesis con las que se ha tratado, en manera diversa, de interpretar la resurrección de Cristo abstrayéndola del orden físico, de modo que no se reconocía como un hecho histórico; por ejemplo, la hipótesis, según la cual la resurrección no sería otra cosa que una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra tras la muerte (estado de vida, y no de muerte), o la otra hipótesis que reduce la resurrección al influjo que Cristo, tras su muerte, no dejó de ejercer (y más aún reanudó con nuevo e irresistible vigor) sobre sus discípulos. Estas hipótesis parecen implicar un prejuicio de rechazo a la realidad de la resurrección, considerada solamente como ‘el producto’ del ambiente, o sea, de la comunidad de Jerusalén. Ni la interpretación ni el prejuicio hallan comprobación en los hechos. San Pablo, por el contrario, en el texto citado recurre a los testigos oculares del ‘hecho’: su convicción sobre la resurrección de Cristo, tiene por tanto una base experimental.

Está vinculada a ese argumento ‘ex factis’, que vemos escogido y seguido por los Apóstoles precisamente en aquella primera comunidad de Jerusalén. Efectivamente, cuando se trata de la elección de Matías, uno de los discípulos más asiduos de Jesús, para completar el número de los ‘Doce’ que había quedado incompleto por la traición y muerte de Judas Iscariote, los Apóstoles requieren como condición que el que sea elegido no sólo haya sido ‘compañero’ de ellos en el período en que Jesús enseñaba y actuaba, sino que sobre todo pueda ser ‘testigo de su resurrección’ gracias a la experiencia realizada en los días anteriores al momento en el que Cristo (como dicen ellos) ‘fue ascendido al cielo entre nosotros’ (Hech 1, 22).

5. Por tanto no se puede presentar la resurrección, como hace cierta crítica neostestamentaria poco respetuosa de los datos históricos, como un ‘producto’ de la primera comunidad cristiana, la de Jerusalén. La verdad sobre la resurrección no es un producto de la fe de los Apóstoles o de los demás discípulos pre o post-pascuales. De los textos resulta más bien que la fe ‘prepascual’ de los seguidores de Cristo fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro. El mismo había anunciado esta prueba, especialmente con las palabras dirigidas a Simón Pedro cuando ya estaba a las puertas de los sucesos trágicos de Jerusalén; ‘¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca’ (Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión y muerte de Cristo fue tan grande que los discípulos (al menos algunos de ellos) inicialmente no creyeron en la noticia de la resurrección. En todos los Evangelios encontramos la prueba de esto. Lucas, en particular, nos hace saber que cuando las mujeres, ‘regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas (o sea, el sepulcro vacío) a los Once y a todos los demás…, todas estas palabras les parecieron como desatinos y no les creían’ (Lc 24, 9. 11).

6. Por lo demás, la hipótesis que quiere ver en la resurrección un ‘producto’ de la fe de los Apóstoles, se confuta también por lo que es referido cuando el Resucitado ‘en persona se apareció en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a vosotros!’. Ellos, de hecho, ‘creían ver un fantasma’. En esa ocasión Jesús mismo debió vencer sus dudas y temores y convencerles de que ‘era El’: ‘Palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo’. Y puesto que ellos ‘no acababan de creerlo y estaban asombrados’ Jesús les dijo que le dieran algo de comer y ‘lo comió delante de ellos’ (Cfr. Lc 24,36-43).

7. Además, es muy conocido el episodio de Tomás, que no se encontraba con los demás Apóstoles cuando Jesús vino a ellos por primera vez, entrando en el Cenáculo a pesar de que la puerta estaba cerrada (Cfr. Jn 20, 19). Cuando, a su vuelta, los demás discípulos le dijeron: ‘Hemos visto al Señor’, Tomás manifestó maravilla e incredulidad, y contestó: ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado no creeré. Ocho días después, Jesús vino de nuevo al Cenáculo, para satisfacer la petición de Tomás ‘el incrédulo’ y le dijo: ‘Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente’. Y cuando Tomás profesó su fe con las palabras ‘Señor mío y Dios mío’, Jesús le dijo: ‘Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído’ (Jn 20, 24-29).

La exhortación a creer, sin pretender ver lo que se esconde Por el misterio de Dios y de Cristo, permanece siempre válida; pero la dificultad del Apóstol Tomás para admitir la resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de Jesús vivo, y luego suceder ante las pruebas que le suministró el mismo Jesús, confirman lo que resulta de los Evangelios sobre la resistencia de los Apóstoles y de los discípulos a admitir la resurrección.

Por esto no tiene consistencia la hipótesis de que la resurrección haya sido un ‘producto’ de la fe (o de la credulidad) de los Apóstoles. Su fe en la resurrección nació, por el contrario (bajo a acción de la gracia divina), de la experiencia directa de la realidad de Cristo resucitado.

8. Es el mismo Jesús el que, tras la resurrección, se pone en contacto con los discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la opinión (o el miedo) de que se tratara de un ‘fantasma’ y por tanto de que fueran víctimas de una ilusión. Efectivamente, establece con ellos relaciones directas, precisamente mediante el tacto. Así es en el caso de Tomás, que acabamos de recordar, pero también en el encuentro descrito en el Evangelio de Lucas, cuando Jesús dice a los discípulos asustados: ‘Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo’ (24, 39). Les invita a constatar que el cuerpo resucitado, con el que se presenta a ellos, es el mismo que fue martirizado y crucificado. Ese cuerpo posee sin embargo al mismo tiempo propiedades nuevas: se ha ‘hecho espiritual’ (y ‘glorificado’ y por lo tanto ya no está sometido a las limitaciones habituales a los seres materiales y por ello a un cuerpo humano. (En efecto, Jesús entra en el Cenáculo a pesar de que las puertas estuvieran cerradas, aparece y desaparece, etc.) Pero al mismo tiempo ese cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la demostración de la resurrección de Cristo.

9. El encuentro en el camino de Emaús, referido en el Evangelio de Lucas, es un hecho que hace visible de forma particularmente evidente cómo se ha madurado en la conciencia de los discípulos la persuasión de la resurrección precisamente mediante el contacto con Cristo resucitado (Cfr. Lc 24, 15-21). Aquellos dos discípulos de Jesús, que al inicio del camino estaban ‘tristes y abatidos’ con el recuerdo de todo lo que había sucedido al Maestro el día de la crucifixión y no escondían la desilusión experimentada al ver derrumbarse la esperanza puesta en El como Mesías liberador (‘Esperábamos que sería El el que iba a librar a Israel’) experimentan después una transformación total, cuando se les hace claro que el Desconocido, con el que han hablado, es precisamente el mismo Cristo de antes, y se dan cuenta de que El, por tanto, ha resucitado. De toda la narración se deduce que la certeza de la resurrección de Jesús había hecho de ellos casi hombres nuevos. No sólo habían readquirido la fe en Cristo, sino que estaban preparados para dar testimonio de la verdad sobre su resurrección.

Todos estos elementos del texto evangélico, convergentes entre sí, prueban el hecho de la resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los Apóstoles y del testimonio que, como veremos en las próximas catequesis, está en el centro de su predicación.

 

EL SEPULCRO VACÍO Y EL ENCUENTRO CON CRISTO RESUCITADO

SS Juan Pablo II, el 1 de febrero, 1989

1. La profesión de fe que hacemos en el Credo cuando proclamamos que Jesucristo ‘al tercer día resucitó de entre los muertos’, se basa en los textos evangélicos que, a su vez, nos transmiten y hacen conocer la primera predicación de los Apóstoles. De estas fuentes resulta que la fe en la resurrección es, desde el comienzo, una convicción basada en un hecho, en un acontecimiento real, y no un mito o una ‘concepción’, una idea inventada por los Apóstoles o producida por la comunidad postpascual reunida en torno a los Apóstoles en Jerusalén, para superar junto con ellos el sentido de desilusión consiguiente a la muerte de Cristo en cruz. De los textos resulta todo lo contrario y por ello, como he dicho, tal hipótesis es también crítica e históricamente insostenible. Los Apóstoles y los discípulos no inventaron la resurrección (y es fácil comprender que eran totalmente incapaces de una acción semejante). No hay rastros de una exaltación personal suya o de grupo, que les haya llevado a conjeturar un acontecimiento deseado y esperado y a proyectarlo en la opinión y en la creencia común como real, casi por contraste y como compensación de la desilusión padecida. No hay huella de un proceso creativo de orden psicológico)sociológico)literario ni siquiera en la comunidad primitiva o en los autores de los primeros siglos. Los Apóstoles fueron los primeros que creyeron, no sin fuertes resistencias, que Cristo había resucitado simplemente porque vivieron la resurrección como un acontecimiento real del que pudieron convencerse personalmente al encontrarse varias veces con Cristo nuevamente vivo, a lo largo de cuarenta días. Las sucesivas generaciones cristianas aceptaron aquel testimonio, fiándose de los Apóstoles y de los demás discípulos como testigos creíbles. La fe cristiana en la resurrección de Cristo está ligada, pues, a un hecho, que tiene una dimensión histórica precisa.

2. Y sin embargo, la resurrección es una verdad que, en su dimensión más profunda, pertenece a la Revelación divina: en efecto, fue anunciada gradualmente de antemano por Cristo a lo largo de su actividad mesiánica durante el período prepascual. Muchas veces predijo Jesús explícitamente que, tras haber sufrido mucho y ser ejecutado, resucitaría. Así, en el Evangelio de Marcos, se dice que tras la proclamación de Pedro en las cerca de Cesarea de Filipo, Jesús ‘comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente’ (Mc 8, 31-32). También según Marcos, después de la transfiguración, ‘cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contaran lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos’ (Mc 9. 9). Los discípulos quedaron perplejos sobre el significado de aquella ‘resurrección’ y pasaron a la cuestión, y agitada en el mundo judío, del retorno de Elías (Mc 9, 11): pero Jesús reafirmó la idea de que el Hijo del hombre debería ‘sufrir mucho y ser despreciado’ (Mc 9, 12). Después de la curación del epiléptico endemoniado, en el camino de Galilea recorrido casi clandestinamente, Jesús toma de nuevo la palabra para instruirlos: ‘El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará’. ‘Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle’ (Mc 9, 31-32). Es el segundo anuncio de la pasión y resurrección, al que sigue el tercero, cuando ya se encuentran en camino hacia Jerusalén: ‘Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará’ (Mc 10, 33-34).

3. Estamos aquí ante una previsión profética de los acontecimientos, en la que Jesús ejercita su función de revelador, poniendo en relación la muerte y la resurrección unificadas en la finalidad redentora, y refiriéndose al designio divino según el cual todo lo que prevé y predice ‘debe’ suceder. Jesús, por tanto, hace conocer a los discípulos estupefactos e incluso asustados algo del misterio teológico que subyace en los próximos acontecimientos, como por lo demás en toda su vida. Otros destellos de este misterio se encuentran en la alusión al ‘signo de Jonás’ (Cfr. Mt 12, 40) que Jesús hace suyo y aplica a los días de su muerte y resurrección, y en el desafío a los judíos sobre ‘la reconstrucción en tres días del templo que será destruido’ (Cfr. Jn 2, 19). Juan anota que Jesús ‘hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús’ (Jn 2 20-21). Una vez más nos encontramos ante la relación entre la resurrección de Cristo y su Palabra, ante sus anuncios ligados ‘a las Escrituras’.

4. Pero además de las palabras de Jesús, también a actividad mesiánica desarrollada por El en el período prepascual muestra el poder de que dispone sobre la vida y sobre la muerte, y la conciencia de este poder, como la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5, 39-42), la resurrección del joven de Naín (Lc 7, 12-15), y sobre todo la resurrección de Lázaro (Jn 11, 42-44) que se presenta en el cuarto Evangelio como un anuncio y una prefiguración de la resurrección de Jesús. En las palabras dirigidas a Marta durante este último episodio se tiene la clara manifestación de a autoconciencia de Jesús respecto a su identidad de Señor de la vida y de la muerte y de poseedor de las llaves del misterio de la resurrección: ‘Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás’ (Jn 11, 25-26).

Todo son palabras y hechos que contienen de formas diversas la revelación de la verdad sobre la resurrección en el período prepascual.

5. En el ámbito de los acontecimientos pascuales, el primer elemento ante el que nos encontramos es el ‘sepulcro vacío’. Sin duda no es por sí mismo una prueba directa. A Ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro en el que había sido depositado podría explicarse de otra forma, como de hecho pensó por un momento María Magdalena cuando, viendo el sepulcro vacío, supuso que alguno habría sustraído el cuerpo de Jesús (Cfr. Jn 20, 15). Más aún, el Sanedrín trató de hacer correr la voz de que, mientras dormían los soldados, el cuerpo había sido robado por los discípulos. ‘Y se corrió esa versión entre los judíos, (anota Mateo) hasta el día de hoy’ (Mt 28, 12-15).

A pesar de esto el ‘sepulcro vacío’ ha constituido para todos, amigos y enemigos, un signo impresionante. Para las personas de buena voluntad su descubrimiento fue el primer paso hacia el reconocimiento del ‘hecho’ de la resurrección como una verdad que no podía ser refutada.

6. Así fue ante todo para las mujeres, que muy de mañana se habían acercado al sepulcro para ungir el cuerpo de Cristo. Fueron las primeras en acoger el anuncio: ‘Ha resucitado, no está aquí… Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro…’ (Mc 16, 6-7). ‘Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: !Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite!. Y ellas recordaron sus palabras’ (Lc 24, 6-8).

Ciertamente las mujeres estaban sorprendidas y asustadas (Cfr. Mc 24, 5). Ni siquiera ellas estaban dispuestas a rendirse demasiado fácilmente a un hecho que, aun predicho por Jesús, estaba efectivamente por encima de toda posibilidad de imaginación y de invención. Pero en su sensibilidad y finura intuitiva ellas, y especialmente María Magdalena, se aferraron a la realidad y corrieron a donde estaban los Apóstoles para darles la alegre noticia.

El Evangelio de Mateo (28, 8-10) nos informa que a lo largo del camino Jesús mismo les salió al encuentro les saludó y les renovó el mandato de llevar el anuncio a los hermanos (Mt 28, 10). De esta forma las mujeres fueron las primeras mensajeras de la resurrección de Cristo, y lo fueron para los mismos Apóstoles (Lc 24, 10). ¡Hecho elocuente sobre la importancia de la mujer ya en los días del acontecimiento pascual!

7. Entre los que recibieron el anuncio de María Magdalena estaban Pedro y Juan (Cfr. Jn 20, 3-8). Ellos se acercaron al sepulcro no sin titubeos, tanto más cuanto que María les había hablado de una sustracción del cuerpo de Jesús del sepulcro (Cfr. Jn 20, 2). Llegados al sepulcro, también lo encontraron vacío. Terminaron creyendo, tras haber dudado no poco, porque, como dice Juan, ‘hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos’ (Jn 20, 9).

Digamos la verdad: el hecho era asombroso para aquellos hombres que se encontraban ante cosas demasiado superiores a ellos. La misma dificultad, que muestran las tradiciones del acontecimiento, al dar una relación de ello plenamente coherente, confirma su carácter extraordinario y el impacto desconcertante que tuvo en el ánimo de los afortunados testigos. La referencia ‘a la Escritura’ es la prueba de la oscura percepción que tuvieron al encontrarse ante un misterio sobre el que sólo la Revelación podía dar luz.

8. Sin embargo, he aquí otro dato que se debe considerar bien: si el ‘sepulcro vacío’ dejaba estupefactos a primera vista y podía incluso generar acierta sospecha, el gradual conocimiento de este hecho inicial, como lo anotan los Evangelios, terminó llevando al descubrimiento de la verdad de la resurrección.

En efecto, se nos dice que las mujeres, y sucesivamente los Apóstoles, se encontraron ante un ‘signo’ particular: el signo de la victoria sobre la muerte. Si el sepulcro mismo cerrado por una pesada losa, testimoniaba la muerte, el sepulcro vacío y la piedra removida daban el primer anuncio de que allí había sido derrotada la muerte.

No puede dejar de impresionar la consideración del estado de ánimo de las tres mujeres, que dirigiéndose al sepulcro al alba se decían entre si: ‘¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?’ (Mc 16, 3), y que después, cuando llegaron al sepulcro, con gran maravilla constataron que ‘la piedra estaba corrida aunque era muy grande’ (Mc 16, 4). Según el Evangelio de Marcos encontraron en el sepulcro a alguno que les dio el anuncio de la resurrección (Cfr. Mc 16, 5); pero ellas tuvieron miedo y, a pesar de las afirmaciones del joven vestido de blanco, ‘salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas’ (Mc 16, 8). ¿Cómo no comprenderlas? Y sin embargo la comparación con los textos paralelos de los demás Evangelistas permite afirmar que, aunque temerosas, las mujeres llevaron el anuncio de la resurrección, de la que el ‘sepulcro vacío’ con la piedra corrida fue el primer signo.

9. Para las mujeres y para los Apóstoles el camino abierto por ‘el signo’ se concluye mediante el encuentro con el Resucitado: entonces la percepción aun tímida e incierta se convierte en convicción y, más aún, en fe en Aquél que ‘ha resucitado verdaderamente’. Así sucedió a las mujeres que al ver a Jesús en su camino y escuchar su saludo, se arrojaron a sus pies y lo adoraron (Cfr. Mt 28, 9). Así le pasó especialmente a María Magdalena, que al escuchar que Jesús le llamaba por su nombre, le dirigió antes que nada el apelativo habitual: Rabbuni, ¡Maestro! (Jn 20, 16) y cuando El la iluminó sobre el misterio pascual corrió radiante a llevar el anuncio a los discípulos: ‘!He visto al Señor!’ (Jn 20, 18). Lo mismo ocurrió a los discípulos reunidos en el Cenáculo que la tarde de aquel ‘primer día después del sábado’, cuando vieron finalmente entre ellos a Jesús, se sintieron felices por la nueva certeza que había entrado en su corazón: ‘Se alegraron al ver al Señor’ (Cfr. Jn 20,19-20).

¡El contacto directo con Cristo desencadena la chispa que hace saltar la fe!

 

LAS APARICIONES DE JESÚS RESUCITADO

SS Juan Pablo II, 22 de Feb 1989

1. Conocemos el pasaje de la Primera Carta a los Corintios, donde Pablo, el primero cronológicamente, anota la verdad sobre la resurrección de Cristo: ‘Porque os transmití… lo que a mis vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras: que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce… ‘ (1 Cor 15,3-5). Se trata, como se ve, de una verdad transmitida, recibida, y nuevamente transmitida. Una verdad que pertenece al ‘depósito de la Revelación’ que el mismo Jesús, mediante sus Apóstoles y Evangelistas, ha dejado a su Iglesia.

2. Jesús reveló gradualmente esta verdad en su enseñanza pre-pascual. Posteriormente ésta, encontró su realización concreta en los acontecimientos de la pascua jerosolimitana de Cristo, certificados históricamente, pero llenos de misterio.

Los anuncios y los hechos tuvieron su confirmación sobre todo en los encuentros de Cristo resucitado, que los Evangelios y Pablo relatan. Es necesario decir que el texto paulino presenta estos encuentros (en los que se revela Cristo resucitado) de manera global y sintética (añadiendo al final el propio encuentro con el Resucitado a las puertas de Damasco: Cfr. Hech 9, 3-6). En los Evangelios se encuentran, al respecto, anotaciones más bien fragmentarias.

No es difícil tomar y comparar algunas líneas características de cada una de estas apariciones y de su conjunto para acercarnos todavía más al descubrimiento del significado de esta verdad revelada.

3. Podemos observar ante todo que, después de la resurrección, Jesús se presenta a las mujeres y a los discípulos con su cuerpo transformado, hecho espiritual y partícipe de la gloria del alma: pero sin ninguna característica triunfalista. Jesús se manifiesta con una gran sencillez. Habla de amigo a amigo, con los que se encuentra en las circunstancias ordinarias de la vida terrena. No ha querido enfrentarse a sus adversarios, asumiendo a actitud de vencedor, ni se ha preocupado por mostrarles su ‘superioridad’, y todavía menos ha querido fulminarlos. Ni siquiera consta que se haya presentado a alguno de ellos. Todo lo que nos dice el Evangelio nos lleva a excluir que se haya aparecido, por ejemplo, a Pilato, que lo había entregado a los sumos sacerdotes para que fuese crucificado (Cfr. Jn 19, 16), o a Caifás, que se había rasgado las vestiduras por a afirmación de su divinidad (Cfr. Mt 26, 63-66).

A los privilegiados de sus apariciones, Jesús se deja conocer en su identidad física: aquel rostro, aquellas manos, aquellos rasgos que conocían muy bien, aquel costado que habían traspasado; aquella voz, que habían escuchado tantas veces. Sólo en el encuentro con Pablo en las cercanías de Damasco, la luz que rodea al Resucitado casi deja ciego al ardiente perseguidor de los cristianos y lo tira al suelo (Cfr. Hech 9, 3-8); pero es una manifestación del poder de Aquél que, ya subido al cielo, impresiona a un hombre al que quiere hacer un ‘instrumento de elección’ (Hech 9, 15), un misionero del Evangelio.

4. Es de destacar también un hecho significativo: Jesucristo se aparece en primer lugar a las mujeres, sus fieles seguidoras, y no a los discípulos, y ni siquiera a los mismos Apóstoles, a pesar de que los había elegido como portadores de su Evangelio al mundo. Es a las mujeres a quienes por primera vez confía el misterio de su resurrección, haciéndolas las primeras testigos de esta verdad. Quizá quiera premiar su delicadeza, su sensibilidad a su mensaje, su fortaleza, que las había impulsado hasta el Calvario. Quizá quiere manifestar un delicado rasgo de su humanidad, que consiste en a amabilidad y en la gentileza con que se acerca y beneficia a las personas que menos cuentan en el gran mundo de su tiempo. Es lo que parece que se puede concluir de un texto de Mateo: ‘En esto, Jesús les salió al encuentro (a las mujeres que corrían para comunicar el mensaje a los discípulos) y les dijo: !¡Dios os guarde!!. Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: !No temáis. Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán!’ (28, 9-10).

También el episodio de la aparición a María de Magdala (Jn 20, 11-18) es de extraordinaria finura ya sea por parte de la mujer, que manifiesta toda su apasionada y comedida entrega al seguimiento de Jesús, ya sea por parte del Maestro, que la trata con exquisita delicadeza y benevolencia.

En esta prioridad de las mujeres en los acontecimientos pascuales tendrán que inspirarse la Iglesia, que a lo largo de los siglos ha podido contar enormemente con ellas para su vida de fe, de oración y de apostolado.

5. Algunas características de estos encuentros postpascuales los hacen, en cierto modo, paradigmáticos debido a las situaciones espirituales, que tan a menudo se crean en la relación del hombre con Cristo, cuando uno se siente llamado o ‘visitado’ por El.

Ante todo hay una dificultad inicial en reconocer a Cristo por parte de aquellos a los que El sale al encuentro, como se puede apreciar en el caso de la misma Magdalena (Jn 20, 14-16) y de los discípulos de Emaús (Lc 24, 16). No falta un cierto sentimiento de temor ante El. Se le ama, se le busca, pero, en el momento en que se le encuentra, se experimenta alguna vacilación…

Pero Jesús les lleva gradualmente al reconocimiento y a la fe, tanto a María Magdalena (Jn 20,16), como a los discípulos de Emaús (Lc 24, 26 ss.), y, análogamente, a otros discípulos (Cfr. Lc 24, 25)48). Signo de la pedagogía paciente de Cristo al revelarse al hombre, al atraerlo, al convertirlo, al llevarlo al conocimiento de las riquezas de su corazón y a la salvación.

6. Es interesante analizar el proceso psicológico que los diversos encuentros dejan entrever: los discípulos experimentan una cierta dificultad en reconocer no sólo la verdad de la resurrección, sino también la identidad de Aquél que está ante ellos, y aparece como el mismo pero al mismo tiempo como otro: un Cristo ‘transformado’. No es nada fácil para ellos hacer la inmediata identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que El ya no se encuentra en la condición anterior, y ante El están llenos de reverencia y temor.

Cuando, luego, se dan cuenta, con su ayuda, de que no se trata de otro, sino de El mismo transformado, aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento, de inteligencia, de caridad y de fe. Es como un despertar de fe: ‘¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’ (Lc 24, 32). ‘Señor mío y Dios mío’ (Jn 20, 28). ‘He visto al Señor’ (Jn 20, 18). Entonces una luz absolutamente nueva ilumina en sus ojos incluso el acontecimiento de la cruz; y da el verdadero y pleno sentido del misterio del dolor y de la muerte, que se concluye en la gloria de la nueva vida! Este será uno de los elementos principales del mensaje de salvación que los Apóstoles han llevado desde el principio al pueblo hebreo y, poco a poco, a todas las gentes.

7. Hay que subrayar una última característica de las apariciones de Cristo resucitado: en ellas, especialmente en las últimas, Jesús realiza la definitiva entrega a los Apóstoles (y a la Iglesia) de la misión de evangelizar el mundo para llevarle el mensaje de su Palabra y el don de su gracia.

Recuérdese a aparición a los discípulos en el Cenáculo la tarde de Pascua: ‘Como el Padre me envió, también yo os envío…’ (Jn 20, 21); ¡y les da el poder de perdonar los pecados!

Y en la aparición en el mar de Tiberíades, seguida de la pesca milagrosa, que simboliza y anuncia la fructuosidad de la misión, es evidente que Jesús quiere orientar sus espíritus hacia la obra que les espera (Cfr. Jn 21,1-23). Lo confirma la definitiva asignación de la misión particular a Pedro (Jn 21, 15)18): ‘¿Me amas?… Tú sabes que te quiero… Apacienta mis corderos…Apacienta mis ovejas…’.

Juan indica que ‘ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos’ (Jn 21,14). Esta vez, ellos, no sólo se habían dado cuenta de su identidad: ‘Es el Señor’ (Jn 21, 7), sino que habían comprendido que, todo cuanto había sucedido y sucedía en aquellos días pascuales, les comprometía a cada uno de ellos (y de modo muy particular a Pedro) en la construcción de la nueva era de la historia, que había tenido su principio en aquella mañana de pascua.

 

LA RESURRECCIÓN CULMEN DE LA REVELACIÓN

S.S. Juan Pablo II 8, de marzo, 1989

1. En la Carta de San Pablo a los Corintios, recordada ya varias veces a lo largo de estas catequesis sobre la resurrección de Cristo, leemos estas palabras del Apóstol: ‘Sino resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía es también vuestra fe’ (1 Cor 15, 14). Evidentemente, San Pablo ve en la resurrección el fundamento de la fe cristiana y casi la clave de bóveda de todo el edificio de doctrina y de vida levantado sobre la revelación, en cuanto confirmación definitiva de todo el conjunto de la verdad que Cristo ha traído. Por esto, toda la predicación de la Iglesia, desde los tiempos apostólicos, a través de los siglos y de todas las generaciones, hasta hoy, se refiere a la resurrección y saca de ella la fuerza impulsora y persuasiva, así como su vigor. Es fácil comprender el porqué.

2. La resurrección constituía en primer lugar la confirmación de todo lo que Cristo mismo había ú hecho y enseñado’. Era el sello divino puesto sobre sus palabras y sobre su vida. El mismo había indicado a los discípulos y adversarios este signo definitivo de su verdad. El ángel del sepulcro lo recordó a las mujeres la mañana del ‘primer día después del sábado’: ‘Ha resucitado, como lo había dicho’ (Mt 28, 6). Si esta palabra y promesa suya se reveló como verdad también todas sus demás palabras y promesas poseen la potencia de la verdad que no pasa, como El mismo había proclamado: ‘El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasará’ (Mt 24, 35; Mc 13, 31; Lc 21, 33). Nadie habría podido imaginar ni pretender una prueba más autorizada, más fuerte, más decisiva que la resurrección de entre los muertos. Todas las verdades, también las más inaccesibles para la mente humana, encuentran, sin embargo, su justificación, incluso en el ámbito de la razón, si Cristo resucitado ha dado la prueba definitiva, prometida por El, de su autoridad divina.

3. Así, la resurrección confirma la verdad de su misma divinidad. Jesús había dicho: ‘Cuando hayáis levantado (sobre la cruz) al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy’ (Jn 8, 28). Los que escucharon estas palabras querían lapidar a Jesús, puesto que ‘YO SOY’ era para los hebreos el equivalente del nombre inefable de Dios. De hecho, al pedir a Pilato su condena a muerte presentaron como acusación principal la de haberse ‘hecho Hijo de Dios’ (Jn 19, 7). Por esta misma razón lo habían condenado en el Sanedrín como reo de blasfemia después de haber declarado que era el Cristo, el Hijo de Dios, tras el interrogatorio del sumo sacerdote (Mt 26, 63-65; Mc 14, 62; Lc 22, 70): es decir, no sólo el Mesías terreno como era concebido y esperado por la tradición judía, sino el Mesías Señor anunciado por el Salmo 109/110 (Cfr. Mt 22, 41 ss.), el personaje misterioso vislumbrado por Daniel (7, 13-14). Esta era la gran blasfemia, la imputación para la condena a muerte: ¡el haberse proclamado Hijo de Dios! Y ahora su resurrección confirmaba la veracidad de su identidad divina y legitimaba la atribución hecha a Si mismo, antes de la Pascua, del ‘nombre’ de Dios: ‘En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, Yo soy’ (Jn 8, 58). Para los judíos ésa era una pretensión que merecía la lapidación (Cfr. Lv 24, 16), y, en efecto, ‘tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del templo’ (Jn 8, 59). Pero si entonces no pudieron lapidarlo, posteriormente lograron ‘levantarlo’ sobre la cruz: la resurrección del Crucificado demostraba, sin embargo, que El era verdaderamente Yo soy, el Hijo de Dios.

4. En realidad, Jesús aun llamándose a Sí mismo Hijo del hombre, no sólo había confirmado ser el verdadero Hijo de Dios, sino que en el Cenáculo, antes de la pasión, había pedido al Padre que revelara que el Cristo Hijo del hombre era su Hijo eterno: ‘Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique’ (Jn 17, 1). ‘… Glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese’ (Jn 17, 5). Y el misterio pascual fue la escucha de esta petición, la confirmación de la filiación divina de Cristo, y más aún, su glorificación con esa gloria que ‘tenia junto al Padre antes de que el mundo existiera’: la gloria del Hijo de Dios.

5. En el periodo prepascual Jesús, según el Evangelio de Juan, aludió varias veces a esta gloria futura, que se manifestaría en su muerte y resurrección. Los discípulos comprendieron el significado de esas palabras suyas sólo cuando sucedió el hecho.

Así, leemos que durante la primera pascua pasada en Jerusalén, tras haber arrojado del templo a los mercaderes y cambistas, Jesús respondió a los judíos que le pedían un ‘signo’ del poder por el que obraba de esa forma: ‘Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré… El hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús’ (Jn 2,19-22).

También la respuesta dada por Jesús a los mensajeros de las hermanas de Lázaro, que le pedían que fuera a visitar al hermano enfermo, hacia referencia a los acontecimientos pascuales: ‘Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella’ (Jn 11 , 4).

No era sólo la gloria que podía reportarle el milagro, tanto menos cuanto que provocaría su muerte (Cfr. Jn 11, 46)54); sino que su verdadera glorificación vendría precisamente de su elevación sobre la cruz (Cfr. Jn 12,32). Los discípulos comprendieron bien todo esto después de la resurrección.

6. Particularmente interesante es la doctrina de San Pablo sobre el valor de la resurrección como elemento determinante de su concepción cristológica, vinculada también a su experiencia personal del Resucitado. Así, al comienzo de la Carta a los Romanos se presenta: ‘Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos; Jesucristo, Señor nuestro’ (Rom 1, 1-4).

Esto significa que desde el primer momento de su concepción humana y de su nacimiento (de la estirpe de David), Jesús era el Hijo eterno de Dios, que se hizo Hijo del hombre. Pero, en la resurrección, esa filiación divina se manifestó en toda su plenitud con el poder de Dios que, por obra del Espíritu Santo, devolvió la vida a Jesús (Cfr. Rom 8, 11) y lo constituyó en el estado glorioso de ‘Kyrios’ (Cfr. Flp 2, 9-11; Rom 14, 9; Hech 2, 36), de modo que Jesús merece por un nuevo titulo mesiánico el reconocimiento, el culto, la gloria del nombre eterno de Hijo de Dios (Cfr. Hech 13, 33; Hb 1,1-5; 5, 5).

7. Pablo había expuesto esta misma doctrina en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, en sábado, cuando, invitado por los responsables de la misma, tomó la palabra para anunciar que en el culmen de la economía de la salvación realizada en la historia de Israel entre luces y sombras, Dios había resucitado de entre los muertos a Jesús, el cual se había aparecido durante muchos días a los que habían subido con El desde Galilea a Jerusalén, los cuales eran ahora sus testigos ante el pueblo. ‘También nosotros (concluía el Apóstol) os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy’ (Hech 13, 32-33; Cfr. Sal 2, 7).

Para Pablo hay una especie de ósmosis conceptual entre la gloria de la resurrección de Cristo y la eterna filiación divina de Cristo, que se revela plenamente en esta conclusión victoriosa de su misión mesiánica.

8. En esta gloria del ‘Kyrios’ se manifiesta ese poder del Resucitado (Hombre-Dios), que Pablo conoció por experiencia en el momento de su conversión en el camino de Damasco al sentirse llamado a ser Apóstol (aunque no uno de los Doce), por ser testigo ocular del Cristo vivo, y recibió de El la fuerza para afrontar todos los trabajos y soportar todos los sufrimientos de su misión. El espíritu de Pablo quedó tan marcado por esa experiencia, que en su doctrina y en su testimonio antepone la idea del poder del Resucitado a la de participación en los sufrimientos de Cristo, que también le era grata: Lo que se había realizado en su experiencia personal también lo proponía a los fieles como una regla de pensamiento y una norma de vida: ‘Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor… para ganar a Cristo y ser hallado en él… y conocerle a él el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos’ (Flp 3, 8-11). Y entonces su pensamiento se dirige a la experiencia del camino de Damasco: ‘… Habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús’ (Flp 3, 12).

9. Así pues, los textos referidos dejan claro que la resurrección de Cristo está estrechamente unida con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: es su cumplimiento, según el eterno designio de Dios. Más aún, es la coronación suprema de todo lo que Jesús manifestó y realizó en toda su vida, desde el nacimiento a la pasión y muerte, con sus obras, prodigios, magisterio, ejemplo de una vida perfecta, y sobre todo con su transfiguración. El nunca reveló de modo directo la gloria que había recibido del Padre ‘antes que el mundo fuese’ (Jn 17, 5), sino que ocultaba esta gloria con su humanidad, hasta que se despojó definitivamente (Cfr. Flp 2, 7-8) con la muerte en cruz.

En la resurrección se reveló el hecho de que ‘en Cristo reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9; cfr. 1, 19). Así, la resurrección ‘completa’ la manifestación del contenido de la Encarnación. Por eso podemos decir que es también la plenitud de la Revelación. Por tanto, como hemos dicho, ella está en el centro de la fe cristiana y de la predicación de la Iglesia

 

EL VALOR SALVÍFICO DE LA RESURRECCIÓN

SS Juan Pablo II, 15 de marzo de 1989

1. Si, como hemos visto en anteriores catequesis, la fe cristiana y la predicación de la Iglesia tienen su fundamento en la resurrección de Cristo, por ser ésta la confirmación definitiva y la plenitud de la revelación, también hay que añadir que es fuente del poder salvífico del Evangelio y de la Iglesia en cuanto integración del misterio pascual. En efecto, según San Pablo, Jesucristo se ha revelado como ‘Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos’ (Rom 1, 4). Y El transmite a los hombres esta santidad porque ‘fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación’ (Rom 4, 25). Hay como un doble aspecto en el misterio pascual: la muerte para liberar del pecado y la resurrección para abrir el acceso a la vida nueva.

Ciertamente el misterio pascual, como toda la vida y la obra de Cristo, tiene una profunda unidad interna en su función redentora y en su eficacia, pero ello no impide que puedan distinguirse sus distintos aspectos con relación a los efectos que derivan de él en el hombre. De ahí la atribución a la resurrección del efecto específico de la ‘vida nueva’, como afirma San Pablo.

2. Respecto a esta doctrina hay que hacer algunas indicaciones que, en continua referencia los textos del Nuevo Testamento, nos permitan poner de relieve toda su verdad y belleza.

Ante todo, podemos decir ciertamente que Cristo resucitado es principio y fuente de una vida nueva para todos los hombres. Y esto aparece también en la maravillosa plegaria de Jesús, la víspera de su pasión, que Juan nos refiere con estas palabra: ‘Padre… glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado’ (Jn 17, 1-2). En su plegaria Jesús mira y abraza sobre todo a sus discípulos a quienes advirtió de la próxima y dolorosa separación que sé verificaría mediante su pasión y muerte, pero a los cuales prometió asimismo: ‘Yo vivo y también vosotros viviréis (Jn 14, 19). Es decir: tendréis parte en mi vida, la cual se revelará después de la resurrección. Pero la mirada de Jesús se extiende a un radio de amplitud universal. Les dice: ‘No ruego por éstos (mis discípulos), sino también por aquellos, que por medio de su palabra, creerán en mí… (Jn 17, 20): todos deben formar una sola cosa al participar en la gloria de Dios en Cristo.

La nueva vida que se concede a los creyentes en virtud de la resurrección de Cristo, consiste en la victoria sobre la muerte del pecado y en la nueva participación en la gracia. Lo afirma San Pablo de forma lapidaria: ‘Dios, rico en misericordia…, estando muertos a causa de nuestros delitos nos vivificó juntamente con Cristo’ (Ef 2, 4-5). Y de forma análoga San Pedro: ‘El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo…, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha reengendrado para una esperanza viva’ (1 Pe 1, 3).

Esta verdad se refleja en la enseñanza paulina sobre el bautismo: ‘Fuimos, pues, con El (Cristo) sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva’ (Rom 6, 4).

3. Esta vida nueva (la vida según el Espíritu) manifiesta la filiación adoptiva: otro concepto paulino de fundamental importancia. A este respecto, es ‘clásico’ el pasaje de la Carta a los Gálatas: ‘Envió Dios a su Hijo… para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva’ (Gal 4, 4-5). Esta adopción divina por obra del Espíritu Santo, hace al hombre semejante al Hijo unigénito: ‘…Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios’ ‘m 8, 14). En la Carta a los Gálatas San Pablo se apela a la experiencia que tienen los creyentes de la nueva condición en que se encuentran: ‘La prueba de que sois hijos de Dios es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios’ (Gal 4, 6)7). Hay, pues, en el hombre nuevo un primer efecto de la redención: la liberación de la esclavitud; pero la adquisición de la libertad llega al convertirse en hijo adoptivo, y ello no tanto por el acceso legal a la herencia, sino con el don real de la vida divina que infunden en el hombre las tres Personas de la Trinidad (Cfr. Gal 4, 6; 2 Cor
13, 13). La fuente de esta vida nueva del hombre en Dios es la resurrección de Cristo.

La participación en la vida nueva hace también que los hombres sean ‘hermanos’ de Cristo, como el mismo Jesús llama a sus discípulos después de la resurrección: ‘Id a anunciar a mis hermanos…’ (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza sino por don de gracia, pues esa filiación adoptiva da una verdadera y real participación en la vida del Hijo unigénito, tal como se reveló plenamente en su resurrección.

4. La resurrección de Cristo (y, más aún, el Cristo resucitado) es finalmente principio y fuente de nuestra futura resurrección. El mismo Jesús habló de ello al anunciar la institución de la Eucaristía como sacramento de la vida eterna, de la resurrección futura: ‘El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día’ (Jn 6, 54). Y al ‘murmurar’ los que lo oían, Jesús les respondió: ‘¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes…?’ (Jn 6, 61-62).De ese modo indicaba indirectamente que bajo las especies sacramentales de la Eucaristía se da los que la reciben participación en el Cuerpo y Sangre de Cristo glorificado.

También San Pablo pone de relieve la vinculación entre la resurrección de Cristo y la nuestra, sobre todo en su Primera Carta a los Corintios; pues escribe: ‘Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron… Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo’ (1 Cor 15, 20-22). ‘En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: !La muerte ha sido devorada en la victoria!’ (1 Cor 15, 53-54). ‘Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo’ (1 Cor 15, 57).

La victoria definitiva sobre la muerte, que Cristo ya ha logrado, El la hace partícipe a la humanidad en la medida en que ésta recibe los frutos de la redención. Es un proceso de admisión a la ‘vida nueva’, a la ‘vida eterna’, que dura hasta el final de los tiempos. Gracias a ese proceso se va formando a lo largo de los siglos una nueva humanidad: el pueblo de los creyentes reunidos en la Iglesia, verdadera comunidad de la resurrección. A la hora final de la historia, todos resurgirán, y los que hayan sido de Cristo, tendrán la plenitud de la vida en la gloria, en la definitiva realización de la comunidad de los redimidos por Cristo ‘para que Dios sea todo en todos’ (1 Cor 15, 28).

5. El Apóstol enseña también que el proceso redentor, que culmina con la resurrección de los muertos, acaece en una esfera de espiritualidad inefable, que supera todo lo que se puede concebir y realizar humanamente. En efecto, si por una parte escribe que ‘la carne y la sangre no pueden heredar el reino de los cielos; ni la corrupción hereda la incorrupción’ (1 Cor 15, 50) lo cual es la constatación de nuestra incapacidad natural para la nueva vida), por otra, en la Carta a los Romanos asegura a los que creen lo siguiente: ‘Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros’ (Rom 8, 11). Es un proceso misterioso de espiritualización, que alcanzará también a los cuerpos en el momento de la resurrección por el poder de ese mismo Espíritu Santo que obró la resurrección de Cristo.

Se trata, sin duda, de realidades que escapan a nuestra capacidad de comprensión y de demostración racional, y por eso son objeto de nuestra fe fundada en la Palabra de Dios, la cual, mediante San Pablo, nos hace penetrar en el misterio que supera todos los límites del espacio y del tiempo: ‘Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida'(1 Cor 15, 45). ‘Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste’ (1 Cor 15, 49).

6. En espera de esa transcendente plenitud final, Cristo resucitado vive en los corazones de sus discípulos y seguidores como fuente de santificación en el Espíritu Santo, fuente de la vida divina y de la filiación divina, fuente de la futura resurrección.

Esa certeza le hace decir a San Pablo en la Carta a los Gálatas: ‘Con Cristo estoy crucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí’ (Gal 2, 20). Como el Apóstol, también cada cristiano, aunque vive todavía en la carne (Cfr. Rom 7, 5), vive una vida ya espiritualizada con la fe (Cfr. 2 Cor 10, 3), porque el Cristo vivo, el Cristo resucitado se ha convertido en el sujeto de todas sus acciones: Cristo vive en mí (Cfr. Rom 8, 2. 10)11;. Flp 1, 21; Col 3, 3). Y es la vida en el Espíritu Santo.

Esta certeza sostiene al Apóstol, como puede y debe sostener a cada cristiano en los trabajos y los sufrimientos de esta vida, tal como aconsejaba Pablo al discípulo Timoteo en el fragmento de una Carta suya con el que queremos cerrar )para nuestro conocimiento y consuelo) nuestra catequesis sobre la resurrección de Cristo: ‘Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio… Por eso todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna. Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con El, también viviremos con El; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con El; si le negamos, también El nos negará; si somos fieles, El permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo…’ (2 Tim 2, 8-13).

‘Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos’: esta afirmación del Apóstol nos da la clave de la esperanza en la verdadera vida en el tiempo y en la eternidad.

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Catolicismo NOTICIAS Noticias 2014 - enero - julio Papa Signos de estos Tiempos SIGNOS DE ESTOS TIEMPOS Signos extraordinarios de la Iglesia

Las últimas horas de Juan Pablo II

Recuerdos de su médico personal por 25 años.

 

Con el empeoramiento de la enfermedad, los últimos gestos y la débil demanda era: «déjame ir al Señor». A nueve años de la muerte del Papa prontamente santo, su médico cuenta esos momentos.

 

Papa_Juan_Pablo_II

 

Era un anciano agotado por la enfermedad, pero que vive los últimos momentos de la vida con una gran dignidad mezclado con expectativa, sabiendo que pronto irá a abrazar al Padre. 

Nueve años después de la muerte de Juan Pablo Il Libero pública algunos extractos de la entrevista con el médico personal del Papa Juan Pablo II, Renato Buzzonetti, recogido por Wlodzimierz Redzioch en el libro que acaba de publicar Ares Junto a Juan Pablo II, donde el doctor cita las notas de los últimos momentos críticos que pasó al lado del pontífice polaco, que el 27 de abril próximo será proclamado santo.

MUERE A LAS 21:37 

La cónica comienza con la Misa del Jueves, 31 de marzo de 2005, durante el cual el Papa

«cae enfermo con un resfriado, seguido por una elevación térmica severa y shock séptico grave. Gracias a la habilidad de servicio de reanimación, la situación crítica está controlada y dominada una vez más».

Seguido de horas de estancamiento, al Santo Padre se le administra la unción de los enfermos, en una celebración que no da marcha atrás de su papel como oficiante, a pesar de la precaria condición física:

«En la consagración, el Papa levantó su brazo derecho ligeramente dos veces, para el pan y para el vino. Atina a golpearse el pecho con la mano derecha en el momento del Agnus Dei».

Trascurre en esas condiciones todo el viernes por la tarde y sábado. En torno a las 16 del 2 de abril, se queda dormido e inconsciente, y luego entra en un coma profundo y muere a las 21:37

«Después de unos minutos de duelo, se canta el Te Deum en lengua polaca, y de la plaza, de improviso, se ve la ventana iluminada de la habitación del Papa».

UN VIA CRUCIS AL FINAL

Buzzonetti también habla de una frase, justo antes de entrar en estado de coma, el Papa le susurró a la monja enfermera Tobiana Sobodka:

«Déjame ir al Señor…»

y explica:

«Esas palabras no eran una rendición pasiva A la enfermedad ni un escape del sufrimiento, sino la conciencia profunda de un Vía Crucis que ahora se acercaba a la línea de llegada: el encuentro con Dios».

«Juan Pablo II no quería retrasar este evento muy esperado ya desde los años de su juventud. Para esto él había vivido. Eran, por lo tanto, las palabras de una expectativa y esperanza renovada, y el abandono final en las manos del Padre». 

Luego, el médico dice de cómo esos momentos fueron vividos por todos los presentes respetando el sufrimiento de Wojtyla:

«La racionalidad técnica, la conciencia y la sabiduría de los médicos, el amor ilustrado de la familia, estaban constantemente guiados por el respeto misericordioso y total para el hombre sufriente. No le fue concedido un ensañamiento terapéutico».

UN HOMBRE DESNUDO DELANTE DEL SEÑOR

Renato Buzzonetti explica cómo para él esas horas al lado del Papa Juan Pablo II han sido particularmente intensas y significativas:

«Fue la muerte de un hombre despojado de todo, había experimentado la hora de la batalla y la gloria y ahora se presentaba en su desnudez interior, pobre y solo, para el encuentro con su Señor». 

“En esta hora de dolor y asombro, tuve la sensación de estar en las orillas del lago de Tiberíades. Toda la historia parecía acerada, mientras que Cristo estaba a punto de llamar al nuevo Pedro“. 

“La línea isoeléctrica del electrocardiotanatograma registraba el final de la gran aventura terrenal de un hombre ya invocado grande y santo por el pueblo de Dios, pero parecía esbozar un nuevo horizonte, abierto a un futuro ya ha comenzado «.

BRUZZONETTI RECUERDA SU HISTORIA CON JUAN PABLO II

El médico personal del papa Juan Pablo II desde su elección hasta su muerte (1978-2005), el doctor Renato Buzzonetti, había recordado antes como se convirtió en médico personal del papa:

 “La tarde del 29 de diciembre de 1978, cuando trabajaba en el hospital San Camilo, recibí una llamada sorpresa de monseñor John Magee, de la secretaría particular del Santo Padre, que me pedía ir”.

A mi llegada,

“fui introducido en un pequeño salón y poco después, para gran sorpresa mía, Juan Pablo II llegó acompañado por dos médicos polacos”.

“Me hizo sentar en torno a una mesa y me dijo que quería nombrarme médico personal (···). A la mañana siguiente, escribí a su secretario particular monseñor Stanislaw Dziwisz, que aceptaba”.

El doctor Buzzonetti recuerda las relaciones “marcadas por una gran simplicidad” con Juan Pablo II.

“Por mi parte, siempre hubo con él una sinceridad filial y respetuosa y por parte del papa, una confianza afectuosa que se manifestaba en una gran sobriedad de gestos y de palabras”.

Juan Pablo II era un

“paciente dócil, atento, deseoso de conocer la causas de sus leves o graves males, pero sin la curiosidad exasperada, aunque comprensible, de algunos enfermos”, destaca.

“Nunca mostró momentos de desesperación frente al sufrimiento que enfrentaba con valentía”, añade.

Según el médico italiano, Juan Pablo II

“vivía una unión íntima con el Señor, hecha de oraciones y de contemplación continua”.

“Tenía una fe de acero y una alma en la que se mezclaban el romanticismo polaco y el misticismo eslavo”.

“Tenía una inteligencia penetrante, una capacidad de decisión rápida y sintética, una memoria segura y sobre todo, una capacidad evangélica para amar, compartir y perdonar”.

Al final de su vida, Juan Pablo II ya no podía hacer nada solo:

“no podía andar, no podía hablar más que con una voz débil y apagada, su respiración se había vuelto cansada y entrecortada, comía cada vez con mayor dificultad”.

El médico personal de Juan Pablo II durante más de 25 años se refiere también a las escapadas secretas del papa fuera del Vaticano y en las que él participó.

“Durante los primeros años, se trataba de salidas a la montaña o al mar, cerca de Roma, que incluían largas caminatas a pie o muchas horas de esquí. Con la edad, los trayectos a pie se hicieron más breves y las excursiones, tras el viaje en coche, concluían con una larga pausa a la sombra de una tienda de campaña ante vistas relajantes, al pie de cumbres a menudo nevadas y con un almuerzo en la bolsa”.

Y concluye explicando cómo acababa la jornada, antes de tomar el camino hacia Roma.

“Al Papa le gustaba escuchar los cantos de montaña entonados por su pequeña compañía, a los que se añadían los guardias del Vaticano y los policías italianos de la escolta, y me pedía dirigir este coro de manera improvisada, bajo la mirada divertida de Juan Pablo II”.

Fuentes: Tempi, Zenit, Signos de estos Tiempos

 

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Catequesis sobre María Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA REFLEXIONES Y DOCTRINA

María en el Calvario: Catequesis de Juan Pablo II

Estas son 4 catequesis de SS Juan Pablo II del año 1997, donde trata la participación de María en la Redención en 2 de ellas.

Y en otras 2 trata las dos palabras de Jesús en que entrega mutuamente a María a Juan: «MUJER, HE AHÍ A TU HIJO» y «HE AHÍ A TU MADRE».

  

MARÍA, AL PIE DE LA CRUZ, PARTÍCIPE DEL DRAMA DE LA REDENCIÓN
Catequesis de Juan Pablo II (2-IV-97)

1. Regina caeli laetare, alleluia! ¡Reina del cielo, alégrate, aleluya!
Así canta la Iglesia durante este tiempo de Pascua, invitando a los fieles a unirse al gozo espiritual de María, madre del Resucitado. La alegría de la Virgen por la resurrección de Cristo es más grande aún si se considera su íntima participación en toda la vida de Jesús.

María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del ángel Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías, comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. Su participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en el episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años, sino también durante toda su vida pública.

Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Cristo culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte del Redentor. Como testimonia el cuarto evangelio, en aquellos días ella se encontraba en la ciudad santa, probablemente para la celebración de la Pascua judía.

2. El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia de la Virgen en el Calvario, recordando que «mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), y afirma que esa unión «en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte» (ib., 57).

Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, nos detenemos a considerar la adhesión de la Madre a la pasión redentora del Hijo, que se realiza mediante la participación en su dolor. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la Resurrección, al pie de la cruz, donde María «sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima» (ib., 58).

Con estas palabras, el Concilio nos recuerda la «compasión de María», en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo.

Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimiento que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptación pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a su Hijo como «víctima» de expiación por los pecados de toda la humanidad.

Por último, la Lumen gentium pone a la Virgen en relación con Cristo, protagonista del acontecimiento redentor, especificando que, al asociarse «a su sacrificio», permanece subordinada a su Hijo divino.

3. En el cuarto evangelio, san Juan narra que «junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena»  (Jn 19,25). Con el verbo «estar», que etimológicamente significa «estar de pie», «estar erguido», el evangelista tal vez quiere presentar la dignidad y la fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su dolor.

En particular, el hecho de «estar erguida» la Virgen junto a la cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vida pública de Jesús. El Concilio recuerda que «la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58).

A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, ella, que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padre, que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»  (Lc 23,46), ella da así, como observa el Concilio, un consentimiento de amor «a la inmolación de su Hijo como víctima» (Lumen gentium, 58).

4. En este supremo «sí» de María resplandece la esperanza confiada en el misterioso futuro, iniciado con la muerte de su Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del camino hacia Jerusalén, enseñaba a sus discípulos «que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días» (Mc 8,31), resuenan en su corazón en la hora dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de la Resurrección.

La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.

[L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-IV-97]

 

LA VIRGEN MARÍA, COOPERADORA EN LA OBRA DE LA REDENCIÓN
Catequesis de Juan Pablo II (9-IV-97)

1. A lo largo de los siglos la Iglesia ha reflexionado en la cooperación de María en la obra de la salvación, profundizando el análisis de su asociación al sacrificio redentor de Cristo. Ya san Agustín atribuye a la Virgen la calificación de «colaboradora» en la Redención (cf. De Sancta Virginitate, 6; PL 40, 399), título que subraya la acción conjunta y subordinada de María a Cristo redentor.

La reflexión se ha desarrollado en este sentido, sobre todo desde el siglo XV. Algunos temían que se quisiera poner a María al mismo nivel de Cristo. En realidad, la enseñanza de la Iglesia destaca con claridad la diferencia entre la Madre y el Hijo en la obra de la salvación, ilustrando la subordinación de la Virgen, en cuanto cooperadora, al único Redentor.

Por lo demás, el apóstol Pablo, cuando afirma: «Somos colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), sostiene la efectiva posibilidad que tiene el hombre de colaborar con Dios. La cooperación de los creyentes, que excluye obviamente toda igualdad con él, se expresa en el anuncio del Evangelio y en su aportación personal para que se arraigue en el corazón de los seres humanos.

2. El término «cooperadora» aplicado a María cobra, sin embargo, un significado específico. La cooperación de los cristianos en la salvación se realiza después del acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente ella fue asociada de ese modo al sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó para obtener la gracia de la salvación a toda la humanidad.

El particular papel de cooperadora que desempeñó la Virgen tiene como fundamento su maternidad divina. Engendrando a Aquel que estaba destinado a realizar la redención del hombre, alimentándolo, presentándolo en el templo y sufriendo con él, mientras moría en la cruz, «cooperó de manera totalmente singular en la obra del Salvador» (Lumen gentium, 61). Aunque la llamada de Dios a cooperar en la obra de la salvación se dirige a todo ser humano, la participación de la Madre del Salvador en la redención de la humanidad representa un hecho único e irrepetible.

A pesar de la singularidad de esa condición, María es también destinataria de la salvación. Es la primera redimida, rescatada por Cristo «del modo más sublime» en su concepción inmaculada (cf. bula Ineffabilis Deus, de Pío IX: Acta 1,605), y llena de la gracia del Espíritu Santo.

3. Esta afirmación nos lleva ahora a preguntamos: ¿cuál es el significado de esa singular cooperación de María en el plan de la salvación? Hay que buscarlo en una intención particular de Dios con respecto a la Madre del Redentor, a quien Jesús llama con el título de «mujer» en dos ocasiones solemnes, a saber, en Caná y al pie de la cruz (cf. Jn 2,4; 19,26). María está asociada a la obra salvífica en cuanto mujer. El Señor, que creó al hombre «varón y mujer» (cf. Gn 1,27), también en la Redención quiso poner al lado del nuevo Adán a la nueva Eva. La pareja de los primeros padres emprendió el camino del pecado; una nueva pareja, el Hijo de Dios con la colaboración de su Madre, devolvería al género humano su dignidad originaria.

María, nueva Eva, se convierte así en icono perfecto de la Iglesia. En el designio divino, representa al pie de la cruz a la humanidad redimida que, necesitada de salvación, puede dar una contribución al desarrollo de la obra salvífica.

4. El Concilio tiene muy presente esta doctrina y la hace suya, subrayando la contribución de la Virgen santísima no sólo al nacimiento del Redentor, sino también a la vida de su Cuerpo místico a lo largo de los siglos y hasta el ésxaton: en la Iglesia, María «colaboró» y «colabora» (cf. Lumen gentium, 53 y 63) en la obra de la salvación. Refiriéndose misterio, de la Anunciación, el Concilio declara que la Virgen de Nazaret, «abrazando la voluntad salvadora de Dios (…), se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de  su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la Redención» (ib., 56).

Además, el Vaticano II no sólo presenta a María como la «madre del Redentor», sino también como «compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas», que colabora «de manera totalmente singular a la obra del Salvador con su obediencia, fe, esperanza y ardiente amor». Recuerda, asimismo, que el fruto sublime de esa colaboración es la maternidad universal: «Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium, 61).

Por tanto, podemos dirigirnos con confianza a la Virgen santísima, implorando su ayuda, conscientes de la misión singular que Dios le confió: colaboradora de la redención, misión que cumplió durante toda su vida y, de modo particular, al pie de la cruz.

[L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 11-IV-97]

  

«MUJER, HE AHÍ A TU HIJO»
Catequesis de Juan Pablo II (23-IV-97)

1. Después de recordar la presencia de María y de las demás mujeres al pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, he ahí a tu hijo». Luego dice al discípulo: «He ahí a tu madre»» (Jn 19,26-27).

Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen una «escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.

Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación de la piedad filial de Jesús hacia su madre, encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van mucho más allá de la necesidad contingente de resolver un problema familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirmada por la interpretación de muchos Padres y por el común sentir eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno de los hechos más importantes para comprender el papel de la Virgen en la economía de la salvación.

Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención no es confiar su madre a Juan, sino entregar el discípulo a María, asignándole una nueva misión materna. Además, el apelativo «mujer», que Jesús usa también en las bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión de su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado.

2. La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimiento en María, no cambia de por sí sus condiciones habituales de vida. En efecto, al salir de Nazaret para comenzar su vida pública, Jesús ya había dejado sola a su madre. Además, la presencia al pie de la cruz de su pariente María de Cleofás permite suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones con su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber encontrado acogida después de la muerte de su Hijo.

Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciadas en el momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después de las expresiones de Jesús a su madre, añade un inciso significativo: «Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido» (Jn 19,28), como si quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de la salvación.

3. La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una madre, la suya, que así se convierte también en madre nuestra.

Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera.

La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas de Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3,20). Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así, en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.

Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para ella muy doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: «Mujer, he ahí a tu hijo», permiten a María intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría la anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión universal.

Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.

4. Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de María, pero instauró una relación materna concreta entre ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no sea interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada uno de los cristianos.

Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de María, reconozca plenamente en ella a su madre, encomendándose con confianza a su amor materno.

[L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 25-IV-97]

 

«HE AHÍ A TU MADRE»
Catequesis de Juan Pablo II (7-V-97)

1. Jesús, después de haber confiado el discípulo Juan a María con las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo», desde lo alto de la cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: «He ahí a tu madre» (Jn 19,26-27). Con esta expresión, revela a María la cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador, también es la madre de los redimidos, de todos los miembros del Cuerpo místico de su Hijo.

La Virgen acoge en silencio la elevación a este grado máximo de su maternidad de gracia, habiendo dado ya una respuesta de fe con su «sí» en la Anunciación.

Jesús no sólo recomienda a Juan que cuide con particular amor de María; también se la confía, para que la reconozca como su propia madre.

Durante la última cena, «el discípulo a quien Jesús amaba» escuchó el mandamiento del Maestro: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12) y, recostando su cabeza en el pecho del Señor, recibió de él un signo singular de amor. Esas experiencias lo prepararon para percibir mejor en las palabras de Jesús la invitación a acoger a la mujer que le fue dada como madre y a amarla como él con afecto filial.

Ojalá que todos descubran en las palabras de Jesús: «He ahí a tu madre», la invitación a aceptar a María como madre, respondiendo como verdaderos hijos a su amor materno.

2. A la luz de esta consigna al discípulo amado, se puede comprender el sentido auténtico del culto mariano en la comunidad eclesial, pues ese culto sitúa a los cristianos en la relación filial de Jesús con su Madre, permitiéndoles crecer en la intimidad con ambos.

El culto que la Iglesia rinde a la Virgen no es sólo fruto de una iniciativa espontánea de los creyentes ante el valor excepcional de su persona y la importancia de su papel en la obra de la salvación; se funda en la voluntad de Cristo.

Las palabras: «He ahí a tu madre» expresan la intención de Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a su madre, la madre de todo creyente.

En la escuela de la Virgen, los discípulos aprenden, como Juan, a conocer profundamente al Señor y a entablar una íntima y perseverante relación de amor con él. Descubren, además, la alegría de confiar en el amor materno de María, viviendo como hijos afectuosos y dóciles.

La historia de la piedad cristiana enseña que María es el camino que lleva a Cristo y que la devoción filial dirigida a ella no quita nada a la intimidad con Jesús; por el contrario, la acrecienta y la lleva a altísimos niveles de perfección.

Los innumerables santuarios marianos esparcidos por el mundo testimonian las maravillas que realiza la gracia por intercesión de María, Madre del Señor y Madre nuestra.

Al recurrir a ella, atraídos por su ternura, también los hombres y las mujeres de nuestro tiempo encuentran a Jesús, Salvador y Señor de su vida.

Sobre todo los pobres, probados en lo más íntimo, en los afectos y en los bienes, encontrando refugio y paz en la Madre de Dios, descubren que la verdadera riqueza consiste para todos en la gracia de la conversión y del seguimiento de Cristo.

3. El texto evangélico, siguiendo el original griego, prosigue: «Y desde aquella hora el discípulo la acogió entre sus bienes» (Jn 19,27), subrayando así la adhesión pronta y generosa de Juan a las palabras de Jesús, e informándonos sobre la actitud que mantuvo durante toda su vida como fiel custodio e hijo dócil de la Virgen.

La hora de la acogida es la del cumplimiento de la obra de salvación. Precisamente en ese contexto, comienza la maternidad espiritual de María y la primera manifestación del nuevo vínculo entre ella y los discípulos del Señor.

Juan acogió a María «entre sus bienes». Esta expresión, más bien genérica, pone de manifiesto su iniciativa, llena de respeto y amor, no sólo de acoger a María en su casa, sino sobre todo de vivir la vida espiritual en comunión con ella.

En efecto, la expresión griega, traducida al pie de la letra «entre sus bienes», no se refiere a los bienes materiales, dado que Juan -como observa san Agustín (In Ioan. Evang. tract., 119,3)- «no poseía nada propio», sino a los bienes espirituales o dones recibidos de Cristo: la gracia (Jn 1,16), la Palabra (Jn 12,48; 17,8), el Espíritu (Jn 7,39; 14,17), la Eucaristía (Jn 6,32-58)… Entre estos dones, que recibió por el hecho de ser amado por Jesús, el discípulo acoge a María como madre, entablando con ella una profunda comunión de vida (cf. Redemptoris Mater, 45, nota 130).

Ojalá que todo cristiano, a ejemplo del discípulo amado, «acoja a María en su casa» y le deje espacio en su vida diaria, reconociendo su misión providencial en el camino de la salvación.

[L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española]

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Dos profecías de Juan Pablo II sobre el Muro de Berlín que se cumplieron

Los “servicios de arriba” de Karol Wojtyla.

 

En el mes de la canonización de Juan Pablo II queremos recordar dos profecías suyas. Una que contó el cardenal Meisner, que a mediados de los ’80, cuando nadie soñaba en la caída del comunismo, Juan Pablo II le profetizó que Meisner sería uno de los primeros en cruzar el muro de Berlín. Y el 9 de noviembre de 1989, el día que los canales de TV mostraban las manifestaciones frente al muro de Berlín, Juan Pablo le dijo al padre Halik que en 10 días se terminaba el comunismo, y ese día cayo el muro y 9 días después cayó Praga.

 

padre halik

 

El 9 de noviembre de 1989 aparecieron anuncios de radio y televisión en la RFA y Berlín Oeste que decían “¡El Muro está abierto!”. Muchos miles de berlineses del este se presentaron en los puestos de control y exigieron pasar al otro lado. Sin una orden concreta, pero bajo la presión de la gente, el punto de control de Bornholmerstrase se abrió a las 23 hs., seguido de otros puntos de paso. Pero la verdadera avalancha tuvo lugar a la mañana siguiente.

El Muro de Berlín cayó en la noche del jueves 9 de noviembre de 1989, al viernes 10 de noviembre de 1989, 28 años después de su construcción.

LA PROFECÍA DE MEDIADOS DE LOS 80

A mediados de los 80, cuando los propios alemanes ni siquiera soñaban con la reunificación, Juan Pablo II aseguró al actual arzobispo de Colonia, el cardenal Joaquín Meisner, que sería “el primero de muchos alemanes del Este que vayan a Alemania occidental”.

Su fuente -añadió- eran sus servicios secretos de “arriba”, y el entonces cardenal Ratzinger tenía asumido que se trataba de los “misterios de fe” del Papa.

“Serás el primero de muchos alemanes del Este que vayan a Alemania occidental, y muchos alemanes del Oeste irán a Alemania oriental”.

Juan Pablo II le hizo este anuncio al entonces obispo de Berlín, el hoy cardenal Joaquín Meisner, en septiembre de 1987, al anunciarle su nombramiento como arzobispo de Colonia. El cardenal contó en público esta anécdota en el 22º aniversario de la reunificación alemana.

LA PROFECÍA DE 1989

En la noche antes de que el Muro de Berlín cayera, el ganador del Premio Templeton de este año, Tomáš Halik, visitó al Beato Juan Pablo II. Recuerda que el Papa se apartó de la televisión, que mostraba las protestas en Alemania, y dijo:

«Este es el fin del comunismo».

Halik recuerda haber responddido:

«Santo Padre, disculpe. No creo que la infalibilidad papal trabaje en el mundo político. Vamos a tener cinco años de la perestroika». 

Y él dijo:

“No, no, esto vendrá en 10 días»

Y tenía razón. Al día siguiente, el Muro de Berlín cayó y nueve días después el régimen comunista en Praga se derrumbó también.

Esa fue también la semana en que fue canonizada Agnes de Praga, y para el sacerdote, filósofo y académico, que era tan antiguo como el propio Estado comunista, fue el cumplimiento de la profecía de que cuando Agnes fuera declarada santa, Bohemia tendría un brillante futuro.

¿QUIÉN ES EL PADRE HALIK?

Un cuarto de siglo más tarde, con el propio beato Juan Pablo a punto de ser canonizado este mes, Halik es una figura internacional muy respetada que ha tenido más de 200 publicaciones traducidas a numerosos idiomas, que da conferencias en todo el mundo en filosofía y psicología de la religión, y ha recibido más premios que la mayoría de nosotros hemos tenido cenas calientes.

Ahora, su nombre ha sido añadido a la página de Wikipedia de los galardonados con el Premio Templeton para el Progreso en Religión, como Desmond Tutu, el Dalai Lama, Billy Graham y el primer ganador en 1973, la Madre Teresa. El premio, creado por el filántropo estadounidense John Templeton, es el segundo más grande en términos monetarios, unos 1,1 millones de libras, aunque su valor es mayor en prestigio.

Tal vez el mayor experto mundial en religión y cultura, Halik se crió en un hogar secular, en uno de los círculos más irreligiosos de la sociedad más atea en la tierra.

Su padre era un historiador del arte y parte de la élite intelectual de Bohemia.

«Había una atmósfera de humanismo secular», recuerda.»Celebrábamos las fiestas cristianas pero nunca fuimos a la iglesia, y la Biblia fue parte de la educación, al igual que los mitos griegos.»

Hoy la República Checa tiene una observancia religiosa más baja que cualquier país europeo, un resultado no sólo del comunismo sino de una historia de la disidencia religiosa que se extiende desde Jan Hus en adelante. La tradición anticlerical es profunda, dice.

«Fue allí en la primera república [de entreguerras] y fue tal vez la razón por la que los comunistas escogieron Checoeslovaquia como un campo de experimentación para la ateizacion total de la sociedad.»

Esto fue en contraste con Polonia, donde el catolicismo era mucho más fuerte y por lo que el régimen se tenía que acomodar hasta cierto punto.

«Pero también por la mentalidad checa estamos siempre en el lado de los débiles, así que había un poco de simpatía por el catolicismo, y en mi generación era atractivo porque ir a una iglesia era una protesta política».

El joven Halik se sintió atraído por

«la cultura católica, la influencia intelectual».

En particular, fue

«alcanzado por un catolicismo Inglés».

«Mi padre era un historiador de la literatura», explica.

«Fue el editor del escritor checo Karel ?apek y ?apek estaba muy cerca de Chesterton. Así que en la biblioteca de mi padre estaban todos los libros de Chesterton».

De Chesterton le fascinaba, especialmente sus escritos sobre la paradoja, entonces se interesó por Graham Greene y John Henry Newman.

«El énfasis de Newman sobre la conciencia resonó con la tradición checa», dice.

Halik estudió sociología, filosofía y psicología en la Universidad Carolina de Praga. En 1968, con la flexibilización de las restricciones, abandonó el país para estudiar filosofía de la religión en la Universidad de Gales en Bangor.

Luego vino la represión soviética: tenía que decidir si quedarse o regresar a casa.

«En 1969 Jan Palach se quemó en la plaza de Wenceslao. Organicé el Requiem y tomé la decisión de quedarme. Fue difícil porque me encantaba la cultura británica. Yo estaba muy feliz aquí. Pero Palach hizo este sacrificio y pensé: ‘Tengo que hacer algo más con mi vida. No puedo vivir sólo para la carrera, el dinero. Debo dedicar mi vida a algo con los valores más altos’. Y creo que fue uno de los primeros pasos para mi decisión de ser sacerdote».

Los comunistas lo veían como un «enemigo del régimen» y se le prohibió enseñar en la universidad o viajar al extranjero. Como castigo, fue puesto a trabajar con los alcohólicos y drogadictos como psicólogo.

«Toda actividad religiosa que no esté controlado por el Estado podía ser castigada», dice.

«Era arriesgado y en nuestro grupo de sacerdotes era un traidor conocido. Fui interrogado muchas veces, pero nunca estuve en la cárcel».

Halik enseña en la «universidad clandestina» y publica en revistas de disidentes. Estudió teología en secreto y fue ordenado clandestinamente el 21 de octubre de 1978 en la Alemania Oriental. Fue uno de los primeros sacerdotes ordenados después de la elección de Juan Pablo II, y observó la instalación del pontífice polaco en la televisión alemana con el obispo,

«y pensé que tal vez un día voy a tener la oportunidad de conocer este Papa».

Sus actividades de la iglesia clandestina bajo el comunismo incluyen seminarios en los hogares y la distribución de material samizdat.Todos los palacios episcopales fueron intervenidos y él se ríe al recordar que el arzobispo de Munich visitó una vez el arzobispo de Praga y le preguntó:

«¿Se puede hablar abiertamente aquí» Su homólogo checo respondió «sí» mientras agitaba vigorosamente la cabeza.

Después de la caída del régimen comunista en Checoslovaquia, el P. Halik se encontró transformado en tan sólo un mes de un enemigo del estado a un amigo y camarada del nuevo presidente, Václav Havel. Su amistad se remonta a 1967, cuando Havel, a continuación, en sus 20 años, comenzó a visitar al padre de Halik y su grupo de discusión para los intelectuales. Utilizaron el contrabando de personas de Occidente para dar charlas, entre ellos Hans Küng y el filósofo canadiense Charles Taylor. Havel invitaría al círculo a su casa de vacaciones en Bohemia donde iba a cocinar («él era un cociner maravillosa») y escuchar las conversaciones.

«Él nunca tuvo una educación universitaria, pero tenía una intuición artística para reconocer lo que es la idea más importante», dice Halik. Hace una pausa, y luego añade: «Él era un héroe.»

Aunque Havel habló de Halik como posible sucesor en la presidencia de la República Checa, se ha mantenido al margen de la política y se centró en su parroquia en la Universidad Carolina, en la que ha ido en contra de la tendencia europea de declive. Ha bautizado a 1.000 jóvenes y «este año tenemos 105 catecúmenos y nuestras iglesias están llenas». La clave, dice, es proporcionar una «Iglesia viva» con «muchos programas espirituales, retiros, cursos de meditación» y proveer a los no creyentes, así como a los católicos. Parece estar funcionando: el comunismo checo ha sido enterrado y, a pesar de las probabilidades, el cristianismo en Bohemia sigue siendo el futuro.

Fuentes: The Catholic Herald, Signos de estos Tiempos

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Un deportista polaco está corriendo 2000 kms para llegar a la canonización de Juan Pablo II

Partió de Polonia y piensa llegar a Roma para el 27 de abril.

 

Piotr Kurylo, un católico de 42 años, partió el 15 de marzo para llegar a la canonización de Juan Pablo II, que se celebrará 27 de abril en Roma. Correrá dos mil kilometros.

 

Piotr Kurylo frente a una iglesia

 

Comenzó en el pueblo Studzieniczna al norte de Polonia, donde Karol Wojtyla solía pasar las vacaciones, y si todo va bien llegará a tiempo para la canonización de Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro.

80 KM AL DÍA 

«Algunos van a Roma en autobús, tren o avión. Yo soy un corredor de maratón, así que voy a mi manera», dijo a AFP Piotr Kurylo, un católico de 42 años.

Piotr tiene una camiseta impresa con la imagen del Papa polaco, lleva atada a la cintura un carro con los comestibles y ropa necesaria, duerme dentro del mismo carro, dejó a su esposa y sus dos hijos en casa, y se puso en marcha.

Para llegar a Italia, pasará a través de Eslovaquia, Hungría y Austria, haciendo cerca de 80 kilómetros al día.

UN TESTIMONIO DE FE

«Quiero que este viaje sea un testimonio de fe», explicó Piotr Kurylo, seguro de que su esfuerzo «es la mejor forma de rendir tributo a un gran hombre».

«Es un reto, pero tengo la voluntad de luchar, de vencer a la distancia», aseguró Kurylo, quien cree que «querer es poder» y espera que su acción sirva para demostrar que todas las personas pueden superarse.

«Cuando escuché que el papa iba a ser canonizado supe que debía correr hacía el Vaticano», apuntó Kurylo poco antes de comenzar una nueva etapa.

Esta no es la primera vez que Piotr Kurylo se embarca en una aventura así, ya que este polaco ha recorrido medio mundo en carreras por solidaridad con otras causas.

ORAR POR LA PAZ Y EL EJERCICIO 

Mientras corre por Karol Wojtyla, Piotr reza por la paz «especialmente en Ucrania», y, al mismo tiempo, practica ejercicios para ‘recargar las pilas y prepararse para maratones que le esperan el próximo verano.

Después de Roma, de hecho, participará en la UltraBalaton en Hungría, de 212 km en los alrededores del lago más grande de Europa Central. Luego viene el turno de la carrera Spartathlon con 246 kilómetros de Atenas a Esparta.

VERDADERO HÉROE DE LA FE 

«La gente a menudo se une a mí en la calle y corremos juntos. La respuesta de la gente fue muy cálida: me encomiendo a sus oraciones y llevo las de ellos a Roma», al igual que los peregrinos

El Padre Matusik Marek, sacerdote de la parroquia de Borki, donde Piotr se detuvo a descansar, dijo de él:

«Él es un verdadero héroe de la fe. Corre para defender la palabra y mantener viva la memoria de Juan Pablo II».

Fuentes: Tempi, AFP, Signos de estos Tiempos

 

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América Foros de la Virgen María Peregrinaciones y Santuarios

Alocuciones de Juan Pablo II peregrinando por los santuarios de América Latina

Desde su elección como Papa en 1978, Juan Pablo II visitó 26 países de América Latina, al que consideró el «continente de la esperanza» y de donde se llevó emocionantes recuerdos, según admitió en varias ocasiones.

Presentamos a continuación parte de homilías con contenido mariano, consagraciones y oraciones expresadas por él en esos viajes.

DE LA HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN LA CANONIZACIÓN DE JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN EN CIUDAD DE MÉXICO, 31 DE JULIO DE 2002

“Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava “que glorifica al Señor” (Lc 1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora”.
“El acontecimiento guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación” (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente inculturada”.
“Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres” (Sal 32, 13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones”.

DE LA HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN LA INAUGURACIÓN DEL NUEVO SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO 10 DE FEBRERO DE 1996

“Desde el 8 de septiembre de 1652, Santa María de Coromoto acompaña la fe de los indios y los blancos, de los mestizos y los negros de la tierra venezolana. A Ella, la Madre tan amada, le digo una vez más: «Tú que has entrado tan adentro en los corazones de los fieles a través de la señal de tu presencia, … vive como en tu casa en estos corazones, también en el futuro»”
“Si a lo largo de los siglos se han multiplicado en tantos lugares de la tierra los santuarios marianos, si son tan numerosos en América Latina y también aquí en Venezuela, entre los que destaca éste de Coromoto donde nos reunimos hoy, es precisamente porque para la Iglesia, para todos nosotros, es muy importante el testimonio materno de María sobre Cristo. Con su solicitud acompaña la difusión del Evangelio en todas las naciones. Este testimonio de María tiene una importancia particular para el continuo crecimiento y expansión de la Iglesia. María es Madre de la Iglesia porque es la Madre de Cristo.
¡Qué profundas son pues las razones para que vuestra Nación cristiana repita en este Santuario: «Tú eres el orgullo de nuestro pueblo»! (Jdt 15, 9)”.

A los pies de Nuestra Señora quiero depositar una vez más todas estas súplicas:
Virgen y Madre nuestra de Coromoto,
que siempre has preservado la fe del pueblo venezolano,
en tus manos pongo sus alegrías y esperanzas,
las tristezas y sufrimientos de todos tus hijos.
Implora sobre los Obispos y presbíteros los dones del Espíritu,
para que, fieles a sus promesas sacerdotales,
sean infatigables mensajeros de la Buena Nueva,
especialmente entre los más pobres y necesitados.
Infunde en los religiosos y religiosas
el ejemplo de tu entrega total a Dios,
para que en el servicio abnegado a los hermanos
los acompañen en sus trabajos y necesidades.
Madre de la Iglesia, alienta a los fieles laicos,
comprometidos en la Nueva Evangelización,
para que, con la promoción humana y
la evangelización de la cultura,
sean auténticos apóstoles en el Tercer Milenio.
Protege a todas las familias venezolanas
para que sean verdaderas iglesias domésticas,
donde se custodie el tesoro de la fe y de la vida,
se enseñe y se practique siempre la caridad fraterna.
Ayuda a los católicos a ser sal y luz para los demás,
como auténticos testigos de Cristo, presencia salvadora del Señor,
fuente de paz, de alegría y de esperanza.
Reina y Madre Santa de Coromoto,
ilumina a quienes rigen los destinos de Venezuela,
para que trabajen por el progreso de todos,
salvaguardando los valores morales y sociales cristianos.
Ayuda a todos y cada uno de tus hijos e hijas,
para que con Cristo, nuestro Señor y Hermano,
caminen juntos hacia el Padre
en la unidad del Espíritu Santo.
Amén.

SOLEMNE ACTO DE CONSAGRACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LA VIRGEN DE LOS TREINTA TRES. FLORIDA (URUGUAY) 8 DE MAYO DE 1988

1. ¡Feliz porque has creído, Madre del Redentor!
Ante tu imagen sagrada, oh Virgen de los Treinta y Tres,
todo el pueblo del Uruguay,
que te reconoce como Madre y Patrona,
se confía unánime a mis labios para ensalzarte:
“¡Feliz porque has creído!”,
y con inefable gratitud te aclama Maestra de su fe.
Tu mirada bondadosa acompaña los caminos de evangelización
y sostiene con amor solícito
la peregrinación de fe y de esperanza
de todo el Pueblo de Dios en esta sierra,
que en ti pone su confianza, a ti encomienda sus aspiraciones,
su futuro de paz, de progreso, de fidelidad a Cristo.

2. ¡Bendita entre las mujeres! ¡Bendito el fruto de tu seno!
Madre del Verbo de la vida, Virgen de Nazaret,
te encomiendo encarecidamente en este día
todas las familias del Uruguay.
Que sean felices afianzando más y más
el vínculo indisoluble y sagrado del matrimonio;
que sean benditas porque respetan la vida que nace,
como don que viene de Dios,
desde el mismo seno materno.
Haz que cada familia sea de veras una iglesia doméstica,
–a imagen de tu hogar de Nazaret–,
donde Dios esté presente
para hacer llevadero el yugo suave de su ley que es siempre amor,
y donde los hijos puedan crecer en sabiduría y gracia,
sin que les falte el alimento, la educación, el trabajo.
Que el amor de todos los uruguayos hacia ti,
se traduzca en respeto y promoción de la mujer,
ya que eres espejo de su vocación y dignidad,
con la Iglesia y en la sociedad.

3. ¡Virgen del Magnificat, fiel a Dios y a la humanidad!
Te ofrezco y pongo bajo tu amparo la Iglesia entera del Uruguay,
los obispos y los sacerdotes,
particularmente los recién ordenados,
los religiosos y religiosas,
los seminaristas y novicios
y cuantos están dedicados
al servicio de la evangelización
y del progreso de este pueblo:
los catequistas, los laicos comprometidos, los jóvenes.
Tú que eres la imagen perfecta y viva de la libertad,
de la unión indisoluble entre el amor de Dios
y el servicio a los hermanos,
entre la evangelización y la promoción humana,
enséñanos a poner en práctica
el amor preferencial de Dios por los pobres y humildes.
Que toda la Iglesia del Uruguay,
bajo tu valiosa ayuda y ejemplo,
trabaje sin descanso por implantar
el Evangelio de las bienaventuranzas,
garantía de libertad, de progreso, de paz;
promueva la solidaridad con las demás naciones hermanas,
y todos los uruguayos vivan en armonía y concordia,
conscientes de ser hijos de Dios y hermanos en Cristo,
sellados por el mismo Espíritu,
miembros de la misma Iglesia
e hijos tuyos, Madre del Redentor.
Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LA VIRGEN SANTÍSIMA DE COPACABANA, LA PAZ (BOLIVIA) – 10 DE MAYO DE 1988

Madre santísima de Copacabana,
al concluir esta celebración litúrgica
en la que hemos orado unidos
por las familias bolivianas,
imploro sobre ellas tu protección maternal.
Tú, que desde tu santuario nacional
acompañas con mirada bondadosa el caminar de este pueblo,
alienta con tu intercesión poderosa
a las familias de Bolivia,
que hoy confío a tus cuidados.
Protege e inspira
a las madres de familia de esta noble tierra,
que con dedicación admirable atienden
y dan consistencia a sus hogares,
guían a sus hijos por el camino del bien
y buscan su dignidad en lo cristiano y en lo humano.
Ilumina también a los padres
para que sepan ser siempre, en su vida familiar y social,
ejemplos de rectitud,
educadores responsables de sus hijos,
modelo de respeto a los valores religiosos y morales
que hacen estable y sana la familia.
Cuídate en especial de los hijos para que, a imitación de Jesús,
crezcan en edad, en sabiduría y en gracia,
recibiendo y difundiendo en su propio hogar
el amor y el respeto entre todos.
Modela su corazón joven
a fin de que, con comprensión y generosidad,
robustezcan la unión familiar,
vivan en obediencia a los principios cristianos
y sean así el apoyo de sus padres
y la esperanza de la sociedad boliviana.
Vela, Madre, con particular ternura
sobre las familias campesinas, que sufren el azote de la pobreza,
sobre los hogares de los mineros,
sobre los relocalizados, los que no tienen pan ni trabajo,
los más pobres y abandonados,
para que experimenten tu consuelo
y la solidaridad de los demás.
Enseña, finalmente,
a todos tus hijos bolivianos,
sin distinción de origen étnico o extracción social,
la fidelidad a la fe cristiana,
la valentía en la adversidad,
la convivencia de la idéntica dignidad de hijos y hermanos,
el empeño para mejorar la patria común,
el compromiso por la honestidad y la justicia,
la esperanza en un mundo nuevo
en el que reinen de veras el amor y la paz. Amén

RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II AL PUEBLO BOLIVIANO DESDE EL SANTUARIO MARIANO NACIONAL DE COPACABANA (BOLIVIA) – 14 DE MAYO DE1988, DURANTE EL VIAJE APOSTÓLICO EN URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

Queridos hermanos y hermanas de Bolivia:
Llevo en mi corazón el gozo del encuentro con vosotros y el recuerdo consolador de vuestra fe y de vuestra vida cristiana. Al sobrevolar ahora el santuario mariano nacional de Copacabana, os dirijo gozoso y confiado este mensaje por radio, antes de dejar vuestro país.
Son las últimas palabras de mi viaje pastoral, mientras me siento todavía entre vosotros. Con ellas quisiera hacerme peregrino de amor al santuario de la Madre y Patrona de Bolivia, junto al pueblo católico boliviano.
A este lugar de gracia, Copacabana, donde la fe sembrada por religiosos dominicos, agustinos, franciscanos y sacerdotes diocesanos floreció en la presencia solícita y maternal de la Virgen de Candelaria, acudo yo también como peregrino entre los peregrinos. Quiero acompañar en su recorrido a los miles de devotos bolivianos, que como los antiguos romeros del Cusco, Juli, Potosí, Salta y tantos otros lugares, con todo medio de transporte o a pie, vienen a postrarse ante la Virgen Morena, la Virgen del Lago; de ese lago majestuoso que guarda tantas y tan antiguas tradiciones de vuestros pueblos.
En la meta del santuario, a los pies de la imagen bendita de María, Madre de Jesús y nuestra, no habiendo podido hacerlo físicamente, me postro espiritualmente, en este Año Mariano. Y quisiera que mi plegaria se uniese, hoy y siempre, a la de cada hermano y hermana de Bolivia:
Madre de Copacabana, Tú que en éste y en otros santuarios dedicados a ti recibes las súplicas y tantos testimonios de amor de tus hijos, los alientas en sus amarguras, inspiras sus deseos de conversión y les muestras a tu Hijo en brazos, haz que cada uno de nosotros encontremos el camino hacia Cristo; que recobremos el aliento para ayudar al hermano pobre, al que sufre, al que necesita paz y gracia. Tú, Madre de Candelaria, guíanos por el camino que conduce a Jesús, tu Hijo y Hermano nuestro, “luz para iluminar a todas las gentes”, Palabra del Padre y presencia del Espíritu.
Que el peregrinar a tu santuario no sea sólo para suplicarte dones de la tierra, sino también los dones del Espíritu que robustezcan la fe, acrecienten la esperanza, muevan a obras de caridad.
Enseña a tus hijos de Bolivia caminos de convivencia fraterna, de vida honesta, de moral renovada, de respeto a cada hermano, de compromiso con su patria.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María. Así sea.

SANTA MISA CELEBRADA POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN LA EXPLANADA DEL SANTUARIO MARIANO DE CAACUPÉ (PARAGUAY) – 18 DE MAYO DE 1988, DURANTE EL VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28).

1. ¡Cuántas personas han saludado a María con estas venturosas palabras, pronunciadas par primera vez en Nazaret! ¡En cuántas lenguas y escritos de la gran familia humana!
“Llena de gracia”. Así se dirige el mensajero divino a la Virgen María.
Estas palabras son un eco de la eterna bendición con que Dios ha vinculado la humanidad redimida a su Eterno Hijo: “El nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mondo…, predestinándonos a ser sus hijos adoptivos” (Ef 1, 4-5).
Al aceptar la Virgen el mensaje traído por el ángel, la eterna bendición divina descendió con la virtud del Altísimo sobre Ella y la cubrió con su sombra: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.. María respondió: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 31. 38).
Estamos viviendo en toda la Iglesia, amadísimos hermanos y hermanas, el Año Mariano. En este año dedicado a María, me es grato poder visitar el Pueblo de Dios que vive en esta tierra del Paraguay: un país, podríamos decir, eminentemente mariano, ya que en su geografía ha quedado claramente inscrito, en hermosa secuencia de nombres, el Evangelio de los misterios de María: Concepción, Encarnación, Asunción.
Che corazoité güivé, po ma maiteí; ha hianteté cheve Ñandeyara ta pende rovasá ha to hykuavó pende apytepe i mborayhú ha i ñe’e marangatú (De todo corazón os saludo y deseo que Dios os bendiga y derrame entre vosotros su amor y su palabra santa)

2. En este santuario nacional de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé quiero abrazar, en mi saludo de fe y amor a la Virgen, al Pastor de la diócesis, junto con todos los hermanos en el Episcopado que nos acompañan; asimismo saludo con afecto a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas y a toda la Iglesia en el Paraguay que viene a este santuario como a su propio hogar, porque es la casa de la Madre común.
Contemplando la imagen bendita de Nuestra Señora de Caacupé, parece como si se rehiciera la misteriosa trama de una historia secular, en la que coincide felizmente para esta nación la llegada del mensaje cristiano de salvación y la presencia maternal de María en estas tierras.
Se ha cumplido también aquí lo que tantas veces hemos visto en otros lugares: con la llegada del Evangelio, anunciando a Cristo, se hace a la vez presente su Madre, que es también Madre de los discípulos de Jesús y que congrega a todos sus hijos en la Iglesia, que es la familia de Dios. De este modo se realiza sin cesar el misterio de la comunidad eclesial, reunida en torno a María, como en el Cenáculo.
Caacupé es el lugar que María misma quiso elegir –como atestiguan los sencillos signos y testimonios que nos ha transmitido la historia de este santuario– para quedarse en medio de vosotros, para fijar en medio de estas montañas su morada, con un gesto exquisito de amor maternal y de fidelidad a su misión universal.
Este santuario nacional, con su fuerza “atractiva y irradiadora”, es lugar bendito donde encontraréis siempre a la Madre que Cristo nos ha entregado en el testamento de amor de la cruz (cf Jn 19, 27) .
Peregrinar a Caacupé, como soléis hacer con tanto fervor en torno al 8 de diciembre, cuando desde los cuatro puntos cardinales del Paraguay venís para congregaros aquí, es ir a ese encuentro con la Madre de Dios para consolidar la fe y la gracia de Dios en vosotros, y poder abrir de par en par los espacios de vuestro corazón a Cristo, el Redentor (cf. Redemptoris Mater, 28)
Caacupé es el núcleo de esa geografía mariana, tan plásticamente expresada en los nombres de vuestras ciudades, que perpetúan la memoria de los principales misterios de María.
Por ello, os aliento a conservar con sano orgullo las mejores tradiciones y costumbres de vuestro pueblo, a cultivar el idioma, las expresiones artísticas y, sobre todo, a afianzar más y más el profundo sentimiento religioso. Defendiendo vuestra identidad, además de prestar un servicio, cumplís un deber: el deber de transmitir vuestra cultura y vuestros valores a las generaciones venideras. De este modo, la nación entera se sentirá enriquecida, al mismo tiempo que la común fe católica impulsará a todos a abrir el corazón a los hermanos, sin excluir a nadie, en un esfuerzo solidario por trabajar con tesón en favor de la patria y del bien común.
Es bien sabido, amados hermanos y hermanas, que tanto en la vida de los nativos como de los campesinos no faltan dificultades y problemas. No pocas veces han sido objeto de marginación y olvido. La Iglesia de hoy, como hizo la Iglesia del pasado con figuras como San Roque González, fray Luis Bolaños y tantos otros misioneros, quiere apoyar decididamente las demandas de respeto a sus legítimos derechos, sin por ello dejar de recordarles sus deberes.
Este caminar solidario con los hermanos, potenciando sus valores y animando desde dentro su cultura, ocupa una parte sustancial en la perspectiva y en la realidad cumplida por el misterio de la Encarnación. Misterio de una presencia de Dios entre nosotros, de una comunión de Dios con nosotros, de la unidad indisoluble entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, porque con su Encarnación el Hijo de Dios “se ha unido en cierto modo con cada hombre” (Gaudium et spes, 22).
Los paraguayos han experimentado en lo íntimo la presencia continua de la Madre de Dios en este paraje, sereno y de singular belleza, casi oculto entre montes y cerros. Y han comprobado la eficacia de su mediación por los frutos de gracia y de santidad que desde aquí ha derramado sin cesar sobre su pueblo querido. En las horas difíciles de la historia de la nación, en los momentos de tribulación y de dolor, los paraguayos han dirigido su mirada hacia Caacupé, faro luminoso de su fe, en el cual han encontrado energías suficientes para motivar el heroísmo, la generosidad, la esperanza.
La mirada retrospectiva hacia el pasado de una maravillosa historia de fe, no nos exime del deber de una confrontación con los problemas presentes y con el futuro de la Iglesia y de la nación.
María, la mujer nueva, desde Caacupé, con su presencia eclesial, con su mediación materna, a la que con tanta hondura religiosa se encomiendan todos los paraguayos, os está diciendo que no se puede construir el futuro sin la luz del Evangelio.
Virgen de Caacupé, que irradias luz desde esta serranía, te pido de todo corazón que bendigas y que cuides en todo tiempo a esta nación paraguaya.

ACTO DE CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN CAACUPÉ, PRONUNCIADA POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN EL SANTUARIO MARIANO DE CAACUPÉ (PARAGUAY) 18 DE MAYO DE 1988

1. ¡Salve María, Estrella de la mañana!
Con todo el pueblo del Paraguay,
Santísima Virgen de Caacupé,
Purísima en tu Concepción Inmaculada,
Señora de los Milagros y Madre de la patria,
vengo a ratificar en tu presencia
la ofrenda de amor y de fidelidad
que te presentan agradecidos
los hijos de esta tierra
a quienes acompañas en su peregrinación en la fe.
Tu imagen nos habla de unión
entre Evangelio y cultura nativa,
del arraigo de la religiosidad popular,
del atractivo que ejercen desde siglos
tu nombre y tu santuario.

2. ¡Virgen Inmaculada, llena de gracia!
Ante tu imagen se inclinaron las generaciones pasadas,
y todos los paraguayos te reconocen como Patrona y guía.
En este día venturoso te ofrezco y te confío
la Iglesia entera del Paraguay,
los Pastores y los fieles,
los sacerdotes, los religiosos y religiosas,
los seglares, las familias, los jóvenes.
Encomiendo a tus solícitos cuidados la fidelidad del Paraguay
a su vocación y a sus raíces cristianas,
para que bajo tu continua protección
pueda alcanzar la plena realización
que Tú, María, nos indicas en tu Hijo
verdadero Dios y verdadero hombre.

3. ¡María de Nazaret, signo de consuelo y de esperanza!
A Ti que precedes y guías nuestro camino de fe,
nuestra peregrinación hacia el futuro,
encomendamos la nueva evangelización
que comienza en este santuario de Caacupé,
al igual que comenzó en Nazaret
con el misterio de la Encarnación,
y en el Cenáculo de Pentecostés
con la venida del Espíritu Santo.
Tú que eres primicia de la humanidad nueva,
salvaguarda los valores de la cultura autóctona,
la fe que arraiga en los corazones sencillos,
la profunda religiosidad del pueblo.

4. ¡Reina y Señora del Paraguay!
Reaviva en las mentes y en los corazones
el fervor de tus misterios,
grabados en lo más profundo
de nuestra fe y de nuestra cultura,
esos misterios que canta la geografía de la nación.
Tu Concepción: el amor del Padre que te llenó de gracia,
signo de la victoria sobre el pecado y sobre el mal.
La Encarnación: el misterio del Hijo de Dios hecho hombre,
la cercanía y el amor de nuestro Dios
que nos ha llegado por Ti.
Tu Asunción: el destino definitivo de la Iglesia
que resplandece en tu glorificación
a la derecha de Cristo, el Redentor Resucitado.
Hoy anhelamos y rogamos por tu intercesión
que toda la Iglesia del Paraguay,
reunida en torno a tu imagen,
como los Apóstoles en Pentecostés,
reciba una renovada efusión del Espíritu
para proclamar el Evangelio
con la entereza de una fe profunda
y la fecundidad del testimonio cristiano.
Sé Tú, oh María, el signo de la verdadera libertad
de todos los hijos de Dios en el Paraguay,
congregados en la unidad de la Iglesia
de la que Tú eres modelo perfecto
y Madre amorosa. Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN DE CHILE A LA VIRGEN DEL CARMEN PRONUNCIADO POR SU SANTIDAD JUAN PABLO II EN EL SANTUARIO NACIONAL DE MAIPÚ (SANTIAGO DE CHILE) 3 DE ABRIL DE 1987

1. Te bendecimos, ¡oh Dios nuestro!, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, porque elegiste a María, desde antes de la creación del
mundo, para ser santa e inmaculada ante Ti por el amor.
En previsión de los méritos de Cristo,
la redimiste y constituiste Madre del mismo Redentor.
Por virtud del Espíritu Santo hiciste de Ella para siempre
templo de tu gloria, una nueva criatura,
primicia de la nueva humanidad.
¡Bendito seas por siempre, Señor!

2. ¡Bendita Tú entre las mujeres, Virgen María,
y bendito el fruto de tu seno, Jesús!
En Ti, la llena de gracia, se refleja la bondad de Dios
y el destino de la criatura humana,
para alabanza de la gloria de su gracia
con la que nos enriqueció en su Hijo muy amado,
que es nuestro Hermano e Hijo tuyo, Jesucristo.
Tú, la humilde sierva del Señor,
eres el modelo de los discípulos de Cristo
que consagran su vida a realizar la voluntad del Padre
para la venida de su reino.

3. ¡Santa María, Madre de Cristo,
Madre de Dios y Madre nuestra!
Bajo tu amparo nos acogemos,
a tu intercesión maternal nos confiamos.
Como Tú te consagraste totalmente a Dios,
nosotros, siguiendo tu ejemplo
y en comunión contigo,
nos consagramos a Cristo el Señor;
nos consagramos también a Ti, nuestro modelo,
porque queremos hacer en todo la voluntad del Padre,
y ser como Tú fieles a las inspiraciones del Espíritu.

4. ¡Virgen del Carmen de Maipú,
Reina y Patrona del pueblo chileno!
A tu corazón de Madre encomiendo la Iglesia
y todos los habitantes de Chile:
los Pastores y los fieles,
todos los hijos de esta nación.
Que bajo tu protección maternal,
Chile sea una familia unida en el hogar común,
una patria reconciliada en el perdón
y en el olvido de las injurias,
en la paz y en el amor de Cristo.
Tú que eres la Madre de la Vida verdadera,
enséñanos a ser testigos del Dios vivo,
del amor que es más fuerte que la muerte,
del perdón que disculpa las ofensas,
de la esperanza que mira hacia el futuro
para construir, con la fuerza del Evangelio,
la civilización del amor en una patria reconciliada y en paz.

5. ¡Santa María de la Esperanza,
Virgen del Carmen y Madre de Chile!
Extiende tu escapulario, como manto de protección,
sobre las ciudades y los pueblos, sobre la cordillera y el mar,
sobre hombres y mujeres, jóvenes y niños,
ancianos y enfermos, huérfanos y afligidos,
sobre los hijos fieles y sobre las ovejas descarriadas.
Tú, que en cada hogar chileno tienes un altar familiar,
que en cada corazón chileno tienes un altar vivo,
acoge la plegaria de tu pueblo, que ahora, con el Papa, de nuevo se consagra a Ti.
Estrella de los mares y Faro de luz,
consuelo seguro para el pueblo peregrino,
guía los pasos de Chile en su peregrinar terreno,
para que recorra siempre senderos de paz y de concordia,
caminos de Evangelio, de progreso, de justicia y libertad.
Reconcilia a los hermanos en un abrazo fraterno;
que desaparezcan los odios y los rencores,
que se superen las divisiones y las barreras,
que se unan las rupturas y sanen las heridas.
Haz que Cristo sea nuestra Paz,
que su perdón renueve los corazones,
que su Palabra sea esperanza y fermento en la sociedad.

6. ¡Madre de la Iglesia y de todos los hombres!
Inspira y conserva la fidelidad a Cristo
en la nación chilena y en el continente latinoamericano.
Mantén viva la unidad de la Iglesia bajo la cruz de tu Hijo.
Haz que los hombres de todos los pueblos,
reconozcan su mismo origen y su idéntico destino,
se respeten y amen como hijos del mismo Padre,
en Cristo Jesús, nuestro único Salvador,
en el Espíritu Santo que renueva la faz de la tierra,
para gloria y alabanza de la Santísima Trinidad.
Amén.

ACTO DE CONSAGRACIÓN DE ARGENTINA A LA VIRGEN DE LUJÁN PRONUNCIADO POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN BUENOS AIRES (ARGENTINA) 12 DE ABRIL DE 1987

1.¡Dios te salve, María, llena de gracia,
Madre del Redentor!
Ante tu imagen de la Pura y Limpia Concepción,
Virgen de Luján, Patrona de Argentina,
me postro en este día aquí, en Buenos Aires,
con todos los hijos de esta patria querida,
cuyas miradas y cuyos corazones convergen hacia Ti;
con todos los jóvenes de Latinoamérica
que agradecen tus desvelos maternales,
prodigados sin cesar en la evangelización del continente
en su pasado, presente y futuro;
con todos los jóvenes del mundo,
congregados espiritualmente aquí,
por un compromiso de fe y de amor;
para ser testigos de Cristo tu Hijo
en el tercer milenio de la historia cristiana,
iluminados por tu ejemplo, joven Virgen de Nazaret,
que abriste las puertas de la historia al Redentor del hombre,
con tu fe en la Palabra, con tu cooperación maternal.

2. ¡Dichosa tú porque has creído!
En el día del triunfo de Jesús,
que hace su entrada en Jerusalén manso y humilde,
aclamado como Rey por los sencillos,
te aclamamos también a Ti,
que sobresales entre los humildes y pobres del Señor;
son éstos los que confían contigo en sus promesas,
y esperan de E1 la salvación.
Te invocamos como Virgen fiel y Madre amorosa,
Virgen del Calvario y de la Pascua,
modelo de la fe y de la caridad de la Iglesia,
unida siempre, como Tú,
en la cruz y en la gloria, a su Señor.

3. ¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia!
Te acogemos en nuestro corazón,
como herencia preciosa que Jesús nos confió desde la cruz.
Y en cuanto discípulos de tu Hijo,
nos confiamos sin reservas a tu solicitud
porque eres la Madre del Redentor y Madre de los redimidos.
Te encomiendo y te consagro, Virgen de Luján,
la patria argentina, pacificada y reconciliada,
las esperanzas y anhelos de este pueblo,
la Iglesia con sus Pastores y sus fieles,
las familias para que crezcan en santidad,
los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación,
humana y cristiana,
en una sociedad que cultive sin desfallecimiento
los valores del espíritu.
Te encomiendo a todos los que sufren,
a los pobres, a los enfermos, a los marginados;
a los que la violencia separó para siempre de nuestra compañía,
pero permanecen presentes ante el Señor de la historia
y son hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida.
Haz que Argentina entera sea fiel al Evangelio,
y abra de par en par su corazón
a Cristo, el Redentor del hombre,
la Esperanza de la humanidad.

4. ¡Dios te salve, Virgen de la Esperanza!
Te encomiendo a todos los jóvenes del mundo,
esperanza de la Iglesia y de sus Pastores;
evangelizadores del tercer milenio,
testigos de la fe y del amor de Cristo
en nuestra sociedad y entre la juventud.
Haz que, con la ayuda de la gracia,
sean capaces de responder, como Tú,
a las promesas de Cristo,
con una entrega generosa y una colaboración fiel.
Haz que, como Tú, sepan interpretar los anhelos de la humanidad;
para que sean presencia saladora en nuestro mundo
Aquel que, por tu amor de Madre, es para siempre
el Emmanuel, el Dios con nosotros,
y por la victoria de su cruz y de su resurrección
está ya para siempre con nosotros,
hasta el final de los tiempos.
Amén.

DE LA HOMILÍA DEL SANTO PADRE, JUAN PABLO II, DURANTE LA CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN EL CAMPO “JUAN PABLO II” DE CHIQUINQUIRÁ (COLOMBIA) JULIO DE 1986

1. ¡Dichosa Tú que has creído! (cf. Lc 1, 45)
Como peregrino a tu santuario de Chiquinquirá, me postro ante Ti, oh Madre de Jesús, pronunciando las palabras con las que te saludó Isabel, la esposa de Zacarías, en el umbral de su casa.
2. ¡Dichosa Tú, que has creído!
Son muchos los lugares en la tierra desde los cuales los hijos del Pueblo de Dios, nacidos de la Nueva Alianza, te repiten a porfía las palabras de esta bienaventuranza: “Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mi?” (Lc 1, 42-43)
Y uno de esos lugares, que Tú has querido visitar, como la casa de Isabel, es éste: el santuario mariano del Pueblo de Dios en tierra colombiana.
Aquí en Chiquinquirá quisiste, oh Madre, disponer para siempre tu morada. Durante cuatro siglos, tu presencia vigilante y valerosa ha acompañado ininterrumpidamente a los mensajeros del Evangelio en estas tierras para hacer brotar en ellas, con la luz y la gracia de tu Hijo, la inmensa riqueza de la vida cristiana. Bien podemos repetir hoy, recordando las palabras de mi venerado predecesor el Papa Pío XII, que “Colombia es jardín mariano, entre cuyos santuarios domina, como sol entre las estrellas, Nuestra Señora de Chiquinquirá”.
Amadísimos hermanos y hermanas: Al cumplirse el cuarto centenario de la Renovación de esta venerada imagen, me sumo gozosamente a vosotros en esta peregrinación de fe y de amor. He venido a este lugar a postrarme a los pies de la Virgen, deseoso de confortaros en la fe, esto es, en la verdad de Jesucristo, de la cual forma parte la verdad de María y la verdadera devoción hacia Ella. Quiero también orar con vosotros por la paz y la prosperidad de esta amada nación, ante Aquella que proclamáis Reina de la Paz y que con afecto filial invocáis como Reina de Colombia.
3. En mi peregrinación a este santuario, quiero abrazar en mi saludo de fe y de amor a la Virgen, a todos cuantos están viviendo con vuestra presencia o en espíritu estos momentos de gracia: en primer lugar a mis hermanos en el Episcopado, en particular, a los Pastores de la provincia eclesiástica de Tunja: los obispos de Chiquinquirá, Duitama, Garagoa y Casanare. Asimismo a las autoridades, encabezadas por el Señor Presidente de la República; a los Pueblo de Dios que en este santuario de María se encuentra como en su propia casa, por ser casa de la Madre común. Mis manos se alargan, en aras de fervor mariano, para estrechar de modo singular en el mismo abrazo a todos vosotros, los campesinos, quienes a base de esfuerzo y de sudor cultiváis esta tierra, participando en el misterio de Dios, creador y providente: Dios que da la lluvia para que la tierra dé sus frutos (cf. Sal 85 [84], 13). …
La devoción a la Virgen María, tan firmemente arraigada en vuestra genuina religiosidad, tan popular, no puede y no debe ser instrumentalizada, por nadie; ni como freno a las exigencias de justicia y prosperidad que son propias de la dignidad de los hijos de Dios; ni como recurso para un proyecto puramente humano de liberación que muy pronto se revelaría ilusorio. La fe que los pobres ponen en Cristo y la esperanza de su reino tienen como modelo y protectora a la Virgen María.
María, aceptando la voluntad del Padre, abre el camino de la salvación y hace posible que con la presencia del reino de Dios se haga su voluntad en esta tierra así como ya se hace en el cielo. María, proclamando la fidelidad de Dios por todas las generaciones, asegura la victoria de los pobres y de los humildes; esa victoria que ya se refleja en su vida y por la cual todas las generaciones la llamarán bienaventurada (cf. Lc 1, 46-53).

ORACIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II A LA VIRGEN DEL ROSARIO, PRONUNCIADA EN LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE CHIQUINQUIRÁ (COLOMBIA) EL 3 DE JULIO DE 1986

1. ¡Dios te salve María!
Te saludamos con el Ángel: Llena de gracia.
El Señor está contigo.
Te saludamos con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz porque has creído a las promesas divinas!
Te saludamos con las palabras del Evangelio: Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios y la has cumplido.

2. Tú eres la ¡llena de gracia!
Te alabamos, Hija predilecta del Padre.
Te bendecimos, Madre del Verbo divino.
Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.
Te invocamos, Madre y Modelo de toda la Iglesia.
Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.

3. ¡EI Señor está contigo!
Tú eres la Virgen de la Anunciación, el Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación.
Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la visitación.
Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén, la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.
Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo, lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.
Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y del milagro de Caná.
Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección.
ú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.

4. Bendita porque creíste en la Palabra del Señor,
porque esperaste en sus promesas,
porque fuiste perfecta en el amor.
Bendita por tu caridad premurosa con Isabel,
por tu bondad materna en Belén,
por tu fortaleza en la persecución,
por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,
por tu vida sencilla en Nazaret,
por tu intercesión en Caná,
por tu presencia maternal junto a la cruz,
por tu fidelidad en la espera de la resurrección,
por tu oración asidua en Pentecostés.
Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos
por tu materna protección sobre la Iglesia
por tu constante intercesión por toda la humanidad.

5. ¡Santa María, Madre de Dios!
Queremos consagrarnos a Ti.
Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.
Porque tu Hijo Jesús nos confió a todos a Ti.
Porque has querido ser Madre de esta Iglesia de Colombia y has puesto aquí en Chiquinquirá tu santuario.
Nos consagramos a Ti todos los que hemos venido a visitarte en esta celebración solemne de los cuatrocientos años de la renovación de tu imagen.
Te consagro toda la Iglesia de Colombia, con sus Pastores y sus fieles:
Los obispos, que a imitación del Buen Pastor velan por el pueblo que les ha sido encomendado.
Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.
Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vida por el reino de Cristo.
Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.
Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.
Los seglares comprometidos en el apostolado.
Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.
Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.
Los enfermos, los pobres, los encarcelados, los perseguidos, los huérfanos, los desesperados, los moribundos.
Te consagro toda esta nación de Colombia de la que eres, Virgen de Chiquinquirá, Patrona y Reina.
Que resplandezcan en sus instituciones los valores del Evangelio.

6. ¡Ruega por nosotros pecadores!
Madre de la Iglesia, bajo tu patrocinio nos acogemos y a tu inspiración nos encomendamos.
Te pedimos por la Iglesia de Colombia, para que sea fiel en la pureza de la fe, en la firmeza de la esperanza, en el fuego de la caridad, en la disponibilidad apostólica y misionera, en el compromiso por promover la justicia y la paz entre los hijos de esta tierra bendita.
Te suplicamos que toda la Iglesia de Latinoamérica se mantenga siempre en perfecta comunión de fe y de amor, unida a la Sede de Pedro con estrechos vínculos de obediencia y de caridad.
Te encomendamos la fecundidad de la nueva evangelización, la fidelidad en el amor de preferencia por los pobres y la formación cristiana de los jóvenes, el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, la generosidad de los que se consagran a la misión, la unidad y la santidad de todas las familias.

7. “Ahora y en la hora de nuestra muerte”.
¡Virgen del Rosario, Reina de Colombia, Madre nuestra! Ruega por nosotros ahora.
Concédenos el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos.
Que cese la violencia y la guerrilla.
Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica.
Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad.
Te lo pedimos a Ti a quien invocamos como Reina de la Paz.
¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!
Te encomendamos a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, a todos los que han muerto en las catástrofes naturales, a todos los que en la hora de la muerte acuden a Ti como Madre y Patrona.
Sé para todos nosotros, Puerta del Cielo, vida, dulzura y esperanza, para que juntos podamos contigo glorificar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
¡Amén!

ORACIÓN DE OFRECIMIENTO A LA VIRGEN DE COROMOTO, PRONUNCIADA POR SANTO PADRE JUAN PABLO II, EN CARACAS, 27 DE ENERO DE 1985

Y ahora con gran confianza en su maternal ayuda queremos hacer esta mañana el acto de ofrecimiento de todos los hijos de Venezuela a Nuestra Señora de Coromoto.
A Ti, Madre Santísima, que has sido la protectora de la fe del pueblo venezolano, te confío hoy la fe de este pueblo. Defiéndela contra los peligros del laicismo, de los ataques que la amenazan, del consumismo, de la visión horizontalista de la vida que atenta contra su vigor.
En tus manos, oh María, Madre de Cristo y nuestra, pongo las alegrías y las tristezas, las esperanzas y sufrimientos, los desvelos y necesidades de todas las familias venezolanas. Cuida en ellas la vida, aun la no nacida, protege a sus niños y jóvenes, conforta a sus enfermos y ancianos, aumenta el amor de los esposos, para que caminen siempre en la luz de tu Hijo y busquen la estabilidad de su unión en el sacramento. Asiste asimismo a las familias emigrantes, especialmente a las venidas de Cuba, de la República Dominicana, de Colombia, del Ecuador y de Europa, que son las más numerosas.
Te encomiendo, oh María, Madre de la Iglesia, a los ministros de tu Hijo, a las almas consagradas, a los que sintieron la llamada a su servicio y al de sus hermanos. Alienta sus anhelos apostólicos, afianza su fidelidad, inspírales deseos de santidad, acompaña su generosa entrega eclesial. Te confío también el problema de la escasez de vocaciones.
Inspira a esta Iglesia para que redoble su vitalidad, suscitando en su seno abundantes y selectas vocaciones. Bendice a cuantos con su trabajo honrado procuran el bienestar de los hermanos: al campesino y al obrero, al empresario y al artesano, a los profesionales y a quienes tienen responsabilidades de dirección en la sociedad. Ayúdales a ejercer su misión con gran sentido de honradez, diligencia y moralidad, escuchando el fuerte clamor de justicia que brota de tantos corazones.
Virgen Santa de Coromoto, en unión colegial con mis hermanos obispos de Venezuela, te pido: ilumina los destinos de Venezuela; guía esta noble nación, por los caminos de la paz y del progreso cristiano; ayuda a todos sus hijos, para que de la mano con Cristo, nuestro Señor y Hermano, caminen hacia el Padre común en la unidad del Espíritu Santo. Amén.

DE LA HOMILÍA DURANTE LA SANTA MISA CELEBRADA POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE SUYAPA EN TEGUCIGALPA (HONDURAS), 8 DE MARZO DE 1983

Un mismo nombre, María, modulado con diversas advocaciones, invocado con las mismas oraciones, pronunciado con idéntico amor. En Panamá se la invoca con el nombre de la Asunción; en Costa Rica, Nuestra Señora de los Ángeles; en Nicaragua, la Purísima; en El Salvador se la invoca como Reina de la Paz; en Guatemala se venera su Asunción gloriosa; Belice ha sido consagrada a la Madre de Guadalupe y Haití venera a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Aquí, el nombre de la Virgen de Suyapa tiene sabor de misericordia por parte de María y de reconocimiento de sus favores por parte del pueblo hondureño…
5. Queridos hermanos e hijos de este pueblo de Honduras, de donde han salido preciosas iniciativas de catequesis y de proclamación de la Palabra, para llevar el Evangelio a los más pobres y sencillos a quienes Jesús reconoce esa sabiduría que viene del Padre (cf. Lc 10, 21): Quisiera resumiros en dos palabras la sublime lección del Evangelio de María: La Virgen es Madre; la Virgen es Modelo.
No podemos acoger plenamente a la Virgen como Madre sin ser dóciles a su palabra, que nos señala a Jesús como Maestro de la verdad que hay que escuchar y seguir: “Haced lo que El os diga”. Esta palabra repite continuamente María, cuando lleva a su Hijo en brazos o lo indica con su mirada. …
“He aquí a tu Madre”. El Papa peregrino os repite la palabra de Jesús. Acogedla en vuestra casa; aceptada como Madre y Modelo. Ella os enseñará los senderos del Evangelio. Os hará conocer a Cristo y amar a la Iglesia; os mostrará el camino de la vida; os alentará en vuestras dificultades. En Ella encuentra siempre la Iglesia y d cristiano un motivo de consuelo y de esperanza, porque “Ella precede con su luz al Pueblo de Dios peregrino en esta tierra, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor” (cf. Lumen Gentium, 68).
Con esta esperanza, como signo de compromiso filial por parte de todos y como manifestación de la confianza que hemos depositado en María, Madre y Modelo, quiero dirigir a la Virgen nuestra Señora esta plegaria de ofrecimiento de todos los pueblos de América Central que he visitado en mi viaje apostólico:
Ave, llena de gracia, bendita entre las mujeres, Madre de Dios y Madre nuestra, Santa Virgen María.
Peregrino por los países de América Central, llego a este santuario de Suyapa para poner bajo tu amparo a todos los hijos de estas naciones hermanas, renovando la confesión de nuestra fe, la esperanza ilimitada que hemos puesto en tu protección, el amor filial hacia ti, que Cristo mismo nos ha mandado.
Creemos que eres la Madre de Cristo, Dios hecho hombre, y la Madre de los discípulos de Jesús. Esperamos poseer contigo la bienaventuranza eterna de la que eres prenda y anticipación en tu Asunción gloriosa. Te amamos porque eres Madre misericordiosa, siempre compasiva y clemente, llena de piedad.
Te encomiendo todos los países de esta área geográfica. Haz que conserven, como el tesoro más precioso, la fe en Jesucristo, el amor a ti, la fidelidad a la Iglesia.
Ayúdales a conseguir, por caminos pacíficos, el cese de tantas injusticias, el compromiso en favor del que más sufre, el respeto y promoción de la dignidad humana y espiritual de todos sus hijos.
Tú que eres la Madre de la paz, haz que cesen las luchas, que acaben para siempre los odios, que no se reiteren las muertes violentas. Tú que eres Madre, enjuga las lágrimas de los que lloran, de los que han perdido a sus seres queridos, de los exiliados y lejanos de su hogar; haz que quienes pueden, procuren el pan de cada día, la cultura, el trabajo digno.
Bendice a los Pastores de la Iglesia, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y religiosas, a los seminaristas, catequistas, laicos apóstoles y delegados de la Palabra. Que con su testimonio de fe y de amor sean constructores de esa Iglesia de la que tú eres Madre.
Bendice a las familias, para que sean hogares cristianos donde se respete la vida que nace, la fidelidad del matrimonio, la educación integral de los hijos, abierta a la consagración a Dios. Te encomiendo los valores de los jóvenes de estos pueblos; haz que encuentren en Cristo el modelo de entrega generosa a los demás; fomenta en sus corazones el deseo de una consagración total al servicio del Evangelio.
En este Año Santo de la Redención que vamos a celebrar, concede a todos los que se han alejado, el don de la conversión; y a todos los hijos de la Iglesia, la gracia de la reconciliación; con frutos de justicia, de hermandad, de solidaridad.
Al renovar nuestra entrega de amor a ti, Madre y Modelo, queremos comprometernos, como tú te comprometiste con Dios, a ser fieles a la Palabra que da la vida.
Queremos pasar del pecado a la gracia, de la esclavitud a la verdadera libertad en Cristo, de la injusticia que margina a la justicia que dignifica, de la insensibilidad a la solidaridad con quien más sufre, del odio al amor, de la guerra que tanta destrucción ha sembrado, a una paz que renueve y haga florecer vuestras tierras.
Señora de América, Virgen pobre y sencilla, Madre amable y bondadosa, tú que eres motivo de esperanza y de consuelo, ven con nosotros a caminar, para que juntos alcancemos la libertad verdadera en el Espíritu que te cubrió con su sombra;. en Cristo que nació de tus entrañas maternas; en el Padre que te amó y te eligió como primicia de la nueva humanidad. Amén.

ACTO DE OFRECIMIENTO A LA VIRGEN DE LUJÁN DURANTE LA SANTA MISA CELEBRADA POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN EN BUENOS AIRES (ARGENTINA) 11 DE JUNIO DE 1982

A la Madre de Cristo y Madre de cada uno de nosotros queremos pedir que presente a su Hijo el ansia actual de nuestros corazones doloridos y sedientos de paz.
A Ella que, desde los años de 1630, acompaña aquí maternalmente a cuantos se la acercan para implorar su protección, queremos suplicar hoy aliento, esperanza, fraternidad.
Ante esta bendita imagen de María, a la que mostraron su devoción mis predecesores Urbano VIII, Clemente XI, León XIII, Pío XI y Pío XII, viene también a postrarse, en comunión de amor filial con vosotros, el Sucesor de Pedro en la cátedra de Roma.
La tradición del santuario de Luján ha colocado estas palabras en el centro mismo de la liturgia, a cuya participación invita a todos los peregrinos. Es como si quisiera decir: aprended a mirar al misterio que constituye la gran perspectiva para los destinos del hombre sobre la tierra, y aun después de la muerte. Sabed ser también hijos e hijas de esta Madre, que Dios en su amor ha dado al propio hijo como Madre.
Aprended a mirar de esta manera, particularmente en los momentos difíciles y en las circunstancias de mayor responsabilidad; hacedlo así en este instante en que el Obispo de Roma quiere estar entre vosotros como peregrino, rezando a los pies de la Madre de Dios en Luján, santuario de la nación argentina.
Al santuario de Luján hemos venido hoy en el espíritu de esa entrega. Y yo – Obispo de Roma – vengo también para pronunciar este acto de ofrecimiento a Ti de todos y cada uno.
De manera especial te confío todos aquellos que, a causa de los recientes acontecimientos, han perdido la vida: encomiendo sus almas al eterno reposo en el Señor. Te confío asimismo los que han perdido la salud y se hallan en los hospitales, para que en la prueba y el dolor sus ánimos se sientan confortados.
Te encomiendo todas las familias y la nación. Que todos sean partícipes de esta elevación del hombre en Cristo proclamada por la liturgia de hoy. Que vivan la plenitud de la fe, la esperanza y la caridad como hijos e hijas adoptivos del Padre Eterno en el Hijo de Dios.
Que por tu intercesión, oh Reina de la paz, se encuentren las vías para la solución del actual conflicto, en la paz, en la justicia y en el respeto de la dignidad propia de cada nación.
Escucha a tus hijos, muéstrales a Jesús, el Salvador, como camino, verdad, vida y esperanza. Así sea.

DE LA HOMILÍA DE LA SANTA MISA CELEBRADA POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN LA BASÍLICA DE GUADALUPE (MÉXICO) 27 DE ENERO DE 1979

1. ¡Salve, María!
CUÁN PROFONDO es mi gozo, queridos Hermanos en el Episcopado y amadísimos hijos, porque los primeros pesos de mi peregrinaje, como Sucesor de Pablo VI y de Juan Pablo I, me traen precisamente aquí. Me traen a Ti, María, en este Santuario del pueblo de México y de toda América Latina, en el que desde hace tantos siglos se ha manifestado tu maternidad.
Congregados aquí el Sucesor de Pedro y los sucesores de los Apóstoles, nos damos cuenta de cómo esas palabras se han cumplido, de manera admirable, en esta tierra.
En efecto, desde que en 1492 comienza la gesta evangelizadora en el Nuevo Mundo, apenas una veintena de años después llega la fe a México. Poco más tarde se crea la primera sede arzobispal regida por Juan de Zumárraga, a quien secundarán otras grandes figuras de evangelizadores, que extenderán el cristianismo en muy amplias zonas. …
De hecho los primeros misioneros llegados a América, provenientes de tierras de eminente tradición mariana, junto con los rudimentos de la fe cristiana van enseñando el amor a Ti, Madre de Jesús y de todos los hombres. Y desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México. No menor ha sido Tu presencia en otras partes, donde Tus hijos te invocan con tiernos nombres, como Nuestra Señora de la Altagracia, de la Aparecida, de Luján y tantos otros no menos entrañables, para no hacer una lista interminable, con los que en cada Nación y aun en cada zona los pueblos latinoamericanos Te expresan su devoción más profunda y Tú les proteges en su peregrinar de fe.
El Papa – que proviene de un País en el que tus imágenes, especialmente una: la de Jasna Gora, son también signo de Tu presencia en la vida de la nación, en su azarosa historia – es particularmente sensible a este signo de Tu presencia aquí, en la vida del Pueblo de Dios en México, en su historia, también ella no fácil y a veces hasta dramática. Pero estás igualmente presente en la vida de tantos otros pueblos y naciones de América Latina, presidiendo y guiando no sólo su pasado remoto o reciente, sino también el momento actual, con sus incertidumbres y sombras. Este Papa percibe en lo hondo de su corazón los vínculos particulares que Te unen a Ti con este Pueblo y a este Pueblo contigo. Este Pueblo, que afectuosamente Te llama “ la Morenita ”. Este Pueblo – e indirectamente todo este inmenso Continente – vive su unidad espiritual gracias al hecho de que Tú eres la Madre.Una Madre que, con su amor, crea, conserva, acrecienta espacios de cercanía entre sus hijos….
4. Permite pues que yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Papa, junto con mis Hermanos en el Episcopado que representan a la Iglesia de México y de toda la América Latina, en este solemne momento, confiemos y ofrezcamos a Ti, sierva del Señor, todo el patrimonio del Evangelio, de la Cruz, de la Resurrección, de los que todos nosotros somos testigos, apóstoles, maestros y obispos.

¡Oh Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que Tu Hilo ha anunciado y a extender el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanos en la fe, ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los grandes tesoros encerrados en les almas del Pueblo de Dios que nos ha sido encomendado.
Te ofrecemos todo este Pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad Tuya. Tú que has entrado tan adentro en los corazones de los fieles a traves de la señal de Tu presencia, que es Tu imagen en el Santuario de Guadalupe, vive como en Tu casa en estos corazones, también en el futuro. Sé uno de casa en nuestras familias, en nuestras parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos.
Y hazlo por medio de la Iglesia Santa, la cual, imitándote a Ti, Madre, desea ser a su vez una buena madre, cuidar a les almas en todas sus necesidades, enunciando el Evangelio, administrando los Sacramentos, salvaguardando la vida de les familias mediante el sacramento del Matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por medio del Santo Sacramento del altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad.
¡Oh Madre! Despierta en les jóvenes generaciones la disponibilidad al exclusivo servicio a Dios. Implora para nosotros abundantes vocaciones locales al sacerdocio y a la vida consagrada.
¡Oh Madre! Corrobora la fe de todos nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en cada campo de la vida social, profesional, cultura! y política, actúen de acuerdo con la verdad y la ley que Tu Hijo ha traído a la humanidad, para conducir a todos a la salvación eterna y, al mismo tiempo, para hacer la vida sobre la sierra más humana, más digna del hombre.
La Iglesia que desarrolla su labor entre les naciones americanas, la Iglesia en México, quiere servir con todas sus fuerzas esta causa sublime con un renovado espíritu misionero. ¡Oh Madre! haz que sepamos servirla en la verdad y en la justicia. Haz que nosotros mismos sigamos este camino y conduzcamos a los demás, sin desviarnos jamás por senderos tortuosos, arrastrando a los otros.
Te ofrecemos y confiamos todos aquellos y todo aquello que es objeto de nuestra responsabilidad pastora!, confiando que Tú estarás con nosotros, y nos ayudarás a realizar lo que Tu Hijo nos ha mandado. Te traemos esta confianza ilimitada y con ella, yo, Juan Pablo II, con todos mis Hermanos en el Episcopado de México y de América Latina, queremos vincularte de modo todavía más fuerte a nuestro ministerio, a la Iglesia y a la vida de nuestras naciones. Deseamos poner en Tus manos nuestro entero porvenir, el porvenir de la evangelización de América Latina.
¡Reina de los Apóstoles! Acepta nuestra prontitud a servir sin reserva la causa de Tu Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos.
¡Reina de la Paz! Salva a les Naciones y a los Pueblos de todo el Continente, que tanto confían en Ti, de les guerras, del odio y de la subversión.
Haz que todos, gobernantes y súbditos, aprendan a vivir en paz, se eduquen para la paz, hagan cuanto exige la justicia y el respeto de los derechos de todo hombre, para que se consolide la paz.
Acepta esta nuestra confiada entrega, oh sierva del Señor. Que tu materna! presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia se convierta en fuente de alegría y de libertad para cada uno y para todos; fuente de aquella libertad por medio de la cual “ Cristo nos ha liberado ”, y finalmente fuente de aquella paz que el mundo no puede dar, sino que sólo la da El, Cristo.
Finalmente, oh Madre, recordando y confirmando el gesto de mis Predecesores Benedicto XIV y Pío X, quienes Te proclamaron Patrona de México y de toda la América Latina, Te presento una diadema en nombre de todos tus hijos mexicanos y latinoamericanos, para que los conserves bajo tu protección, guardes su concordia en la fe y su fidelidad a Cristo, Tu Hijo. Amén.



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Milagro de curación de un feto atribuido a Juan Pablo II

Testimonio de lo que sucedió en el 2013.

 

Este milagro de curación de un feto al que diagnosticaron ausencia de huesos en el cráneo y posible síndrome de Down sucedió en Jaén, España. Sus padres y allegados habían pedido la intecesión de Juan Pablo II y al niño nacido le pusieron el nombre de Juan Pablo.

 

juan pablo ii

 

Aunque Juan Pablo II va a ser canonizado de cualquier forma, los antecedentes han sido enviados a Roma y los padres del niño han querido difundir el milagro.  

“Mi nombre es Mario Lozano Crespo y el de mi esposa Marzena Katarzyna Tomczyk, de nacionalidad polaca y, cuando ocurrió el suceso que voy a relatar, éramos padres de un niño llamado Mario, que nació el día 6 de Enero de 2012, aquí, en la ciudad de Jaén. Nuestro matrimonio y paternidad era plenamente feliz, siempre con la ayuda de Dios, que nos inunda de fe y de seguridad frente a los avatares de cada día.

En Marzo de 2013, mi esposa se encontraba nuevamente encinta de lo que iba a ser nuestro segundo hijo; corría ya su decimosegunda semana de embarazo y el día 22 de dicho mes acudimos a la primera cita rutinaria de obstetricia en el Hospital Maternal de Jaén. Pero nuestra tranquilidad y esperanzadora alegría iba a cambiar por completo.

Mientras mi esposa estaba siendo atendida por la médico-ginecóloga, yo cuidaba del pequeño Mario fuera, por los pasillos. Ella tardaba demasiado en salir de la consulta y, cuando lo hizo, fue para decirme que querían hablar conmigo porque el asunto no tenía buen aspecto. Efectivamente, así era. Dicha ginecóloga me dijo –muy seria-, que la criatura se encontraba con varias malformaciones no sólo somáticas, sino también –al parecer- de tipo cromosómico con el resultado de posible síndrome de Down.

“La razón de la tardanza en la atención de su esposa” – me manifestó-, “se ha debido a que la hemos inspeccionado a fondo, los resultados ecográficos han sido analizados por otros tres ginecólogos más y los cuatro hemos llegado a la misma conclusión que le estoy comunicando”.

Yo estaba absolutamente petrificado y escuchando a la facultativa como en sueños. No me sorprendió cuando me informó sobre las posibilidades que existían:

“Aunque se trata de una información ecográfica -visual- y no podemos hablar de algo definitivo, tengo que decirle que los cuatro ginecólogos estamos de acuerdo en que el feto parece adolecer de graves malformaciones, por lo que, para saber con mayor exactitud de qué clase se trata –sobre todo en lo referente a los de tipo cromosómico-, le informo que disponen de la prueba de la amniocentesis. Ahora bien, le informo también de que dicha prueba entraña un riesgo para el feto. De esto también he informado a su esposa y ella se ha negado, por eso se lo repito a usted para saber la opinión de los dos, aunque ella ya nos ha dicho que usted también diría que no.”

En medio de mi aturdimiento pregunté si dicha prueba podría aportar o servir para alguna solución, y su contestación fue negativa. “Eso sólo nos aporta información, porque si existe un problema cromosómico nada se puede hacer. Por lo demás, sobre las malformaciones físicas que vemos en la ecografía, sólo depende de la propia Naturaleza a lo largo del periodo de gestación…quedan muchos meses…”

Mi respuesta fue: No. “Yo le respondo en los mismo términos que mi esposa, basta que pueda existir el mínimo riesgo para la criatura para que nos neguemos a la realización de cualquier prueba.”

La ginecóloga, con rostro muy serio, mezcla de profesionalidad y preocupación por el asunto –rodeada de algunas enfermeras que me escuchaban con muchísima atención-, continuó con su deber informativo –muy probablemente a su pesar y con independencia de sus convicciones personales-, “por último le comunico que existe un periodo legal para la interrupción del embarazo. Si se deciden deberán comunicarlo dentro de unos días. Su esposa también ha dicho que no”.

Mi respuesta fue nuevamente la misma: No.

Salimos del complejo hospitalario como autómatas. Ya en casa rompimos a llorar. Sin embargo, algo interno nos sostenía. Yo incluso puede regresar ese mismo día a mi trabajo y –sorprendentemente- realizaba mi labor como cualquier jornada.

Decidimos buscar otros facultativos. Las mejores referencias apuntaban a un experto ginecólogo en la población de Linares, así que –muy esperanzados- pedimos cita y allá nos presentamos en la tarde del día 3 de Abril. (Precisamente la víspera –día 2- se conmemoraba el aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II).

Don Alfredo Borrego analizó con meticulosa profesionalidad a Marzena en su gabinete privado. La fama de este ginecólogo era justa y probada, sobre todo –se corría de boca en boca-, por sus ecografías tridimensionales. Esta vez –pensábamos-, no habría dudas visuales.

Un buen rato más tarde, sentados ya frente a él en su despacho, escuchábamos verdaderamente atónitos los resultados: “Se trata de un varoncete y…, lo que tiene es algo más que posible síndrome de Down; se trata de una “acrania”.

Ante nuestros rostros de estupor, adivinando nuestra ignorancia, continuó: “la acrania es una anomalía en la formación de los huesos del cráneo; es decir, consiste en la inexistencia de huesos en la cabeza –total o parcialmente-, en el caso de su hijo, la afección es en la cara…no tiene huesos en medio de la cara…no tiene nariz. Una brecha que se extiende también por el resto del cráneo.”

Y, así mismo, este ginecólogo nos habló de la amniocentesis, al menos –nos dijo-, “por si hubiera algún tipo de probabilidad de solución –no de tipo cromosómico-, sino que pudiera existir alguna información por remota que pudiera ser, para remediar alguna de sus malformaciones. Pero eso, tendría que estudiarse.” Este doctor también nos informó sobre los plazos para abortar, si bien nos advirtió que “si abortan, nunca sabrán si eso -al final- es lo que parece y pudo tener solución o no.”

Ya eran cinco los ginecólogos que nos referían malformaciones y posible síndrome de Down. Nuestro regreso a Jaén –por cierto, en medio de un temporal de lluvia-, no es para describirlo.

Pero esa fuerza interior persistía con insistencia. En medio de todo, ahí había algo que nos asistía con enorme poder. Además, sabíamos que nuestra decisión era la correcta. Los días siguientes hicimos nuestra vida normal –a pesar de la visión dantesca de las fotografías de Internet al escribir la palabra “acrania”-. Redoblamos nuestros rezos diarios con más fervor que nunca. Precisamente, los Domingos acudíamos a Misa a un recién construido templo que había recibido el nombre de nuestro entrañable Papa Juan Pablo II –querido en todo el orbe, pero tanto más en su Polonia natal, de donde es mi esposa Marzena-. Y por si fuera poco, durante los días de estos hechos que relato, trajeron con solemnidad algunas de sus reliquias, para ser depositadas en el ara del Altar. También tomó ella agua que trajimos de la fuente milagrosa del Santuario de Lourdes, a donde habíamos acudido durante el verano anterior completamente ajenos a lo que nos iba a ocurrir.

Recordando los términos del doctor Borerego: “Por si hubiese algún remedio por remoto que fuese…”, decidimos dar el paso de la prueba de la amniocentesis, si bien con las máximas precauciones, y volvimos a pedir cita. Por teléfono nos dijo: “les voy a poner en contacto con otro ginecólogo -al que reconozco como una autoridad en la materia- que les va a hacer unas pruebas previas.”

Fijada para el día 10 de Abril, acudimos a la consulta del Doctor Galdeano en el hospital San Agustín de Linares. Aquella mañana soleada nosotros ya teníamos absolutamente asumido que aceptaríamos lo que Dios nos enviase y nos poníamos en sus manos para que nos guiase en las decisiones que hubiésemos de tomar. Así que, en esos pensamientos estábamos mientras el citado ginecólogo –el sexto- auscultaba meticulosamente a Marzena, por eso, nuestra sorpresa y asombro era enorme cuando nos informaba sobre los resultados obtenidos ese día: “El feto está perfectamente, se encuentra bien formado y no existe rastro de malformación alguna..vean las ecografías..”. Pregunté por la “acrania”. “No existe rastro de malformación alguna física, ahora bien, no podemos saber acerca de problemas de tipo cromosómico”.

Con eso nos bastó, ya no quisimos saber nada más de la prueba de la amniocentesis, aceptaríamos que tuviese incluso síndrome de Down. Lo principal -al parecer-, estaba claro: ¡nuestro niño estaba perfectamente formado y tan sólo en el plazo de unos días!.

El día 29 de Abril nos encontrábamos de nuevo en la consulta del doctor Borrego quien ya disponía de los datos y resultados de las pruebas del día 10 en el hospital de San Agustín. No salía de su asombro. “Tengo aquí los resultados de las pruebas del doctor Galdeano y las contrasto con las de sólo 26 días antes. Me parece increíble. No piensen ustedes que hubo error alguno. El feto estaba como les dije y ahora…en cambio la verdad es que no encuentro explicación.”

Para nosotros estaba clarísimo: se trataba de un auténtico milagro. Pero seguimos rezando. El niño aún podría tener síndrome de Down.

Don Juan no era el párroco, pues el citado templo bajo la advocación de Juan Pablo II pertenece a una parroquia lejana, pero era el sacerdote amable y cariñoso que oficiaba la Misa dominical. Así que un Domingo después de la Misa propuso a Marzena que tocase con su vientre el altar y que lo hiciese durante los días que quisiera, y así lo hizo todo el resto del periodo de gestación, cuando no se oficiaba. Además, toda la familia repartida por España y Polonia rezaba.

Por fin, el día 17 de Octubre, a las 16,15 horas nacía Juan Pablo, un niño precioso, completamente sano y fuerte, con 4,540 Kilos y 55 cms., que es –junto con Mario-, nuestra alegría.

No dudamos de que se ha tratado de un auténtico milagro. Incluso la matrona -Juana-, refiere que la acrania deja secuelas aunque se arregle con el tiempo. Deja huellas físicas y psíquicas. Pero -de momento- nuestro Juan Pablo no tiene ni rastro de ellas.

Esto lo referimos para contribuir a la causa de la canonización de nuestro querido y entrañable Papa Juan Pablo II y aunque ya lo haya sido cuando llegue a conocimiento de quien proceda este relato, que sirva -al menos-, para su mayor reconocimiento.

Caso de interesar podríamos enviar documentación sobre el caso.

Fdo. Mario Lozano Crespo.”

Fuentes: Infovaticana, Signos de estos Tiempos

 

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Catolicismo NOTICIAS Noticias 2014 - enero - julio Papa Signos de estos Tiempos Signos extraordinarios de la Iglesia

El dilema moral del cardenal Dziwisz, secretario de Juan Pablo II

¿Traicionó a Juan Pablo II?

 

Para muchos en el mundo católico que el confidente más estrecho de Juan Pablo II haya ‘traicionado’ a la última voluntad y testamento del Pontífice publicando las notas personales que el pontífice le ordenó quemar, causa escozor. Pero otros le felicitan de haber usado el buen criterio para publicar valientemente materiales espirituales de Juan Pablo II.

 

cartel de juan pablo ii
Juan Pablo ordenó que las notas fueran quemadas después de su muerte y puso a Dziwisz, su secretario, a cargo de la tarea. Para sorpresa de todos, Dziwisz, ahora cardenal, dijo recientemente que él «no tuvo el coraje» para destruir las notas y está haciendo su publicación como una visión valiosa en la vida interna del amado pontífice.

El libro «En gran medida en manos de Dios. Notas Personales 1962-2003» salió en Polonia el miércoles.

El libro en idioma polaco contiene meditaciones religiosas que Karol Wojtyla registró entre julio de 1962 y marzo de 2003, que abarca un período en el que Wojtyla pasó de ser un obispo en Polonia a un papa trotamundos.

La decisión de publicar no va en contra de la infalibilidad papal, que se aplica únicamente a cuestiones de doctrina de la Iglesia. Y Dziwisz también fue libre de seguir su conciencia – ya que la obligación de obedecer al Papa termina con su muerte o jubilación.

Aún así, algunos están expresando conmoción de que un ayudante de confianza desafiara las órdenes del Papa, sobre todo en un tema tan sagrado como una voluntad.

El libro de 640 páginas consiste en ideas profundamente religiosas, con pensamientos que surgen de citas de la Biblia. Mientras los sacerdotes, teólogos y filósofos tal vez lo sientan inspirador, lo laicos lo encontrarán opaco.

Sin embargo, un comentario críptico sobre los sacerdotes pecadores, registrado en marzo de 1981, tal vez adquiere un nuevo significado bajo la avalancha de casos de abusos sexuales del clero católico romano.

«El aspecto social del pecado», escribió Juan Pablo, «hiere a la Iglesia como comunidad. Especialmente el pecado de un sacerdote.»

Dziwisz fue secretario personal de Juan Pablo II y el más estrecho colaborador durante casi 40 años en Polonia y en el Vaticano, donde – expertos del Vaticano dicen – tomó decisiones clave en los años de decadencia del Papa. Después de la muerte de Juan Pablo II en 2005 a los 84 años, fue nombrado Arzobispo de Cracovia, en el sur de Polonia, donde está construyendo un monumento museo al papa polaco.

«No tuve ninguna duda», dijo recientemente. «Estas notas son muy importantes, porque dicen mucho sobre el lado espiritual, sobre la persona, sobre el gran Papa, que habría sido un crimen destruirlos», dijo Dziwisz

Y señaló la desesperación de los historiadores después que se quemaron las cartas del Papa Pío XII.

El respetado reverendo Adam Boniecki, escribió en un semanario católico polaco que se encontró al principio «sorprendido de manera desagradable» por la decisión de Dziwisz, pero después de leer el libro,

«estoy agradecido con él por haber tomado el riesgo de seguir su propia conciencia y no ser un formalista meticuloso».

Algunos devotos ordinarios también dieron su apoyo, pero otros le han criticado.

El Rev. Jan Machniak, quien escribió el prefacio, dijo a The Associated Press que el libro está dirigido a lectores que tienen que poner orden su vida, o que necesitan orientación de su propio crecimiento espiritual.

El libro puede ser más sorprendente por lo que no contiene: referencia a los acontecimientos mundiales y a la caída del comunismo en Polonia natal de Juan Pablo II, en el que el Papa tuvo un papel fundamental.

Pero Juan Pablo dio una visión enigmática en sus preocupaciones sociales

«La falta de acercamiento emocional a la persona humana – aparentemente sustituida por la noción de la ‘calidad de vida’ – es un síntoma de nuestros tiempos.»

Fuentes: Agencias, Signos de estos Tiempos

 

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Catolicismo NOTICIAS Noticias 2014 - enero - julio Papa Religion e ideologías Reliquias Satanismo Signos de estos Tiempos SIGNOS DE ESTOS TIEMPOS Signos extraordinarios de la Iglesia

El motivo del robo de las reliquias de Juan Pablo II podría ser satánico

El 2 de febrero comienza el año satánico.

 

El pasado 25 de enero, se descubrió que fue robada una reliquia con la sangre del beato Juan Pablo II en la pequeña iglesia de San Pedro de la Ienca, en las faldas del Gran Sasso, en la región de L’Aquila. La reliquia, robada junto con una cruz, es un pedacito de tela de la sotana que vestía el Papa polaco en el grave atentado sufrido en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981.

 

relicario con reliquias de juan pablo ii sustraido de iglesia de San Pietro della Ienca

 

«Un robo sacrílego» y un «acto despreciable» fue la reacción en Italia para el robo en una pequeña iglesia en los Abruzzos al este de Roma.

La policía local ha puesto en marcha una importante investigación sobre el robo, ordenando la revisión por parte de 50 carabineros y el empleo de perros sabuesos para rastrear a los ladrones.

«Fue un robo por encargo, estoy seguro», dijo Pasquale Corriere, un ex concejal de la ciudad en las cercanías de L’Aquila y ahora presidente de la Asociación Cultural San Pietro alla Ienca – un grupo que promueve varios proyectos en torno a las reliquias de Juan Pablo II.

Los ladrones aserraron los barrotes de la ventana y no se llevaron ni el dinero de las limosnas, que no era despreciable pues el lugar es destino de peregrinación de muchos fieles.

La Procuraduría de L’Aquila abrió también una investigación sobre el caso. En relación con el robo, ”no se debe excluir la pista satánica”, según el comité de voluntariado del Observatorio Antiplagio.

El día de los hechos

“coincide en el calendario satánico con el comienzo del dominio del demonio Volac, evocado del 25 al 29 de enero, periodo que también comprende el recuerdo sacrílego y la naturaleza satánica del holocausto nazi en la Jornada de la Memoria, para preparar el Año nuevo satánico, que se celebra el primero de febrero”.

Las reliquias fueron entregadas a la ermita en 2011 por el cardenal Stanislaw Dziwisz en memoria de sus muchas visitas.

Los lugareños dicen que Juan Pablo II visitó el pequeño santuario de montaña 112 veces, tanto con carácter oficial como en secreto. Juan Pablo II, a lo largo de sus casi 27 años de pontificado, acostumbraba ir en secreto a esa zona montañosa, donde amaba esquiar, pasear y meditar.

La reliquia de Wojtyla, que será canonizado el 27 de abril junto con Juan XXIII, alcanzaría un precio de “decenas de miles de euros”. Por lo tanto, cabe la posibilidad de que el autor del robo no pertenezca a una secta, sino que haya visto el negocio con algún adorador del diablo sin problemas de liquidez.

El Arzobispo Giuseppe Petrocchi de L’Aquila ha expresado incredulidad y consternación por lo ocurrido. En un comunicado, hizo un llamamiento a los responsables de este

«acto despreciable de estar abiertos a la luz del Evangelio» y devolver la «reliquia de nuestro Protector, que pronto será elevado a los altares.»

Casi una semana después del robo de la reliquia de sangre del Beato Papa Juan Pablo II, los agentes encontraron el pequeño trozo de tela de la sotana del Pontífice polaco que quedó manchada de sangre durante el atentado mencionado. Hasta el momento hay dos detenidos y continúan las investigaciones.

Según señala el diario La Nación, por el robo ocurrido  hay dos jóvenes detenidos, de 23 y 24 años, quienes confesaron haber robado el relicario y la cruz del templo.

Al cierre de esta noticia no se conoce el móvil de robo ni tampoco donde está el resto de lo robado, lo que posiblemente se conocerá en la próximas horas.

Fuentes: Agencias, Signos de estos Tiempos

 

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