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Análisis grafológico de Juan Pablo II y Juan XXIII

La personalidad de dos papas según su escritura.

 

Evi Crotti, analiza la grafía de Roncalli y Wojtyla, los dos Papas beatos que serán canonizados este año.

 

juan pablo ii y juan xxiii

 

El análisis grafológico lo realizó la grafóloga Evi Crotti, fundadora de una escuela de grafología y titular, con Alberto Magni de un estudio que organiza cursos y ofrece preparación profesional.

Usted analizó la escritura de los dos Papas que serán canonizados en diciembre de este año por Francesco: Eoncalli y Wojtyla. ¿Qué fue lo que descubrió?

Juan Pablo II y Juan XXIII son dos personalidades completamente diferentes que siguieron caminos diferentes creyendo que las vías de Dios son infinitas; tal vez por este motivo cada camino recorrido en la fe lleva siempre a la vía verdadera.

Háblenos de Wojtyla…

Su palabra emanaba calor, alegría y seguridad: «No tengan miedo…». La escena que calcaba siempre era extraordinaria y sus palabras siempre estaban llenas de esperanza y de juventud. Al observar la grafía de Papa Wojtyla se nota un pensamiento especulativo, agudo y atento a las necesidades de la sociedad, que trata de derribar el muro del aburrimiento que se había instalado sobre todo en algunos jóvenes. Los revitalizó y animó usando su forma de expresarse y sirviéndose de sus dotes de actor, sin disminuir el núcelo de la fe. Es como si les siguiera el juego para estar más cerca de ellos. Él sabía que la gente lo quería y que poseía dotes particulares, de belleza y verdad. Como sostenían los griegos: «No hay verdad sin belleza ni belleza sin verdad». Este, en cierto sentido, se convirtió en uno de sus lemas.

 

escritura de juan pablo II

 

Usted una vez dijo que Wojtila era un “actor de Dios”. ¿No es una definición negativa?

No, para nada. Era normal ver al Papa Juan Pablo II inclinarse a besar el suelo, con el viento remolineando en su cabello y en su hábito; después, con un gesto delicado, los arreglaba nuevamente. Su mirada aguda y penetrante sabía ver los “signos de los tiempos” y entender que eran justamente los jóvenes los que debían ser conquistados para llevarlos nuevamente a la fe. El don que Dios le dio era la capacidad para penetrar en el ánimo y de comunicar rápidamente con los demás. Cuando lo definí “actor de Dios”, quise subrayar que fue el artífice de palabras nuevas que le permitieron llegar a los corazones de los hombres y al horizonte de los cielos.

Y su escritura, ¿qué es lo que revela?

La escritura de Papa Wojtyla fluye como notas musicales, con ritmo y vivacidad. Inteligencia profunda, creatividad, originalidad en el pensamiento; la serenidad y la sensibilidad se fundieron en una ética que no tiene nada de rígido o riguroso, pero que no daba lugar a ninguna forma de laicismo. Los indicadores grafológicos son la dimensión pequeña de las letras, la fluidez del gesto, el ritmo dinámico y el respeto del espacio; todos ellos son símbolos gráficos que expresan una naturaleza que encontró en la vocación sacerdotal la investidura adecuada de una saludable madurez espiritual.

¿Y qué nos puede decir de la escritura de Juan XXIII?

La grafía de Papa Juan XXIII es todo lo contrario de la del Papa antes descrito. Sus orígenes campesinos permanecieron en su interior (y se pueden encontrar en sus letras “g”, que parecen “espigas de trigo”, símbolo del vínculo con las personas y las cosas). No le interesaba si había alguna letra chueca o fuera de lugar, puesto que lo importante era que el trigo madurara y llegara al resultado final de la unión en el cuerpo místico de la Iglesia, que no excluye a nadie, sino que, al contrario, quiere abrazar a todos. Al analizar su escritura, surgen algunos detalles que pueden ayudar a definir a Juan XXIII como Papa generoso, fuerte y determinado. Basta recordar el Concilio Vaticano II. Sabía luchar para obtener justicia, estaba dispuesto incluso a usar tonos fuertes, como el campesino, con tal de defender su cosecha.

 

escritura de juan XXIII

 

¿Qué otras características emergen del análisis de la escritura de Roncalli?

Su escritura denota una cierta fluidez, pero que se detiene cada tanto con cada una de las “g”. Esto indica, además de otros signos, una naturaleza fuerte, tenaz y generosa. A la santidad, como hemos visto, no se llega a través de un único camino (y no es unidireccional), no tiene más reglas fijas que las del amor que compartían ambos Pontífices.

Fuentes: Vatican Insider, Signos de estos Tiempos

 

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El Cardenal Dziwisz recuerda sus 40 anos de secretario de Juan Pablo II

Karol Wojtyla fue un santo y será canonizado este año.

 

Quien fuera secretario personal de Juan Pablo II por 40 años, Stanislaw Dziwisz, rememora al próximo Santo y se congratula que así sea.

 

juan pablo ii

 

Dziwisz también escribió un libro sobre estos 40 anos, Una vida con Karol, donde recuerda aquel intento fallido de impartir la bendición Urbi et Orbi pocos días antes de morir, que se nos aparece con una carga emotiva aún más dramática, cuando leemos que Juan Pablo II se había preparado con sumo cuidado para la ceremonia. Pero finalmente no pudo hacerlo: le falló la voz, se quedó sin fuerzas. Entonces dio paso a la resignación: «Hágase tu voluntad… Totus tuus».

HABÍA ALGO MÁS EN ÉL

Pasé casi cuarenta años junto a un santo, trabajando a su lado en Cracovia y el Vaticano. Me preguntaron varias veces cuando Juan Pablo II se convirtió en un santo. Creo que se ha convertido desde su juventud. Karol Wojtyla era un tipo normal, fuerte y sensible, lleno de energía y entusiasmo por la vida. Pero desde el principio había en él algo «más».

No es fácil de descifrar este misterio, pero no hay duda de que el centro de la existencia de Karol Wojty?a fue Dios, Jesucristo, fue su primer y gran amor. Y allí permaneció fiel hasta el final. Hasta el último aliento. La fidelidad en el amor manifestado en la oración y el servicio. Karol Wojty?a mantuvo un diálogo con su Creador y Redentor. Nos reunimos con él, sobre todo en el santuario de su corazón. Además, se solicitó a la creación, en la belleza de la naturaleza, pero sobre todo en los hombres. Eran legendarias sus vacaciones con los jóvenes, más allá de los lagos y las montañas.

La profundidad de la contemplación del futuro Papa dio el fruto de su celo en el servicio a la Iglesia.Fue puesto a disposición de Jesús. Y Jesús, conociendo sus cualidades de mente y corazón, le confió cada vez más responsabilidad hasta memorable 16 de octubre 1978. Desde ese día, la santidad del Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal comenzó a hacerse visible para todo el mundo.

UN MAESTRO

Juan Pablo II tuvo que ampliar el tamaño de su corazón, para hacer lugar a todas las naciones, culturas y lenguas. Todo el mundo pudo verlo sumido en oración, con fervor proclamar la palabra de Dios, celebrar la Eucaristía con la mayor atención, enriquecer a la Iglesia con sus enseñanzas, ir en peregrinación a los rincones más lejanos de la tierra. La gente amaba a Juan Pablo II. Estaba fascinada por su personalidad, su humanidad. Vio la presencia de Dios.

Incluso el joven, sensible a la belleza, a la bondad y a la verdad, encuentró en Juan Pablo II un maestro. Que le enseñó la autenticidad de la vida. Era un maestro exigente. En la vida siempre apuntado alto y tenía la valentía de proponer al otro los más altos ideales de amor y servicio. El ideal de la santidad.

TEMPLADO POR EL SUFRIMIENTO

La santidad de Juan Pablo II también se manifestó a través del sufrimiento. Dios puso a prueba el oro en el crisol. Aceptó el sufrimiento con humildad y sumisión a la voluntad de Dios, con la Iglesia que Él compartió la experiencia del sufrimiento personal en un espíritu de fe. Sus palabras sobre el sentido del sufrimiento, su dimensión salvífica, fueron las palabras auténticas, que él mismo experimentó. 13 de mayo 1981, en la Plaza de San Pedro estuvo cerca de martirio. Dios le salvó la vida porque debía introducir a la Iglesia en el tercer milenio del cristianismo, para que nos ayudara a todos a «despegar».

Solemos contemplar las imágenes de aquella visita del Papa a Alí Agcá en la cárcel de Rebibbia como prueba de la redención del segundo ante el amor y el perdón del primero; pero don Stanislaw nos aparta un poco de esa impresión un tanto idílica. Agcá era un asesino profesional que sabía muy bien lo que hacía, y cuando apuntó y disparó no le cabía duda de que el Papa moriría. De hecho, su primera pregunta cuando éste fue a visitarle fue:

«¿Por qué no está usted muerto?».

Agcá no encontraba explicación racional al hecho de que su víctima siguiera viviendo; es más, estaba angustiado, obsesionado por la existencia de fuerzas poderosas que lo superaban, que él no conocía y que habían impedido que las cosas siguieran su curso. Ahora podían vengarse de él. «La diosa de Fátima», como él decía.

El criminal quería hablar con el Papa, sí, pero sólo para sonsacarle sobre esas «fuerzas» que le atemorizaban. Nunca jamás le pidió perdón. Cinco veces en cuatro páginas repite don Stanislaw, con dolor e indignación, que Agcá jamás pidió perdón a Juan Pablo II.

UN PAPA DE ESCALA MUNDIAL

Dice Stanislaw que estuve al lado de Juan Pablo II la mayoría de su servicio sacerdotal en la Iglesia. Y fue testigo todos los días de su oración y su trabajo, su descanso y su sufrimiento, sus viajes y sus muchas reuniones con la gente.

La santidad de Juan Pablo II era sencilla, humilde y servicial. Vivió para Dios y para llevar a otros a Dios, vio y escuchó a millones, estaba en boca de todo el mundo, aplaudido y criticado, convirtiéndose en un signo de contradicción como defensor de la vida y la dignidad humana.

Contribuyó a la caída de los sistemas totalitarios y a la apertura de muchas puertas a Cristo. Lo hizo con fuerza extraordinaria. Era un gigante de la fe. Un espíritu poderoso.

GRACIAS POR SU BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN

Damos las gracias a Benedicto XVI por haber iniciado el proceso de beatificación y canonización de Juan Pablo II, unos meses después de su muerte. Estamos muy agradecidos por la beatificación de hace dos años. Hoy damos gracias al Santo Padre Francisco por su decisión de la canonización del Beato Juan Pablo II. Este será el último sello de autenticidad de la santidad de este Papa, que llegó a Roma desde Polonia, «de un país lejano.»

Durante el funeral de Juan Pablo II, el 8 de abril de 2005, el momento más difícil para mí fue que cubrir con un paño de cara del difunto Pontífice. Esa cara tan cercana, tan amable, tan humana. Hoy estoy encantado por el hecho de que a partir de ahora en toda la Iglesia tendrá el rostro de un nuevo santo, St. John Paul II.

Fuentes: Libertad Digital, Tempi, Signos de estos Tiempos 

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Juan Pablo II y Juan XXIII serán declarados santos a fin de año

El papa Francisco ya aprobó los milagros.

 

Francisco firmó el decreto por el cual se canonizará a Juan Pablo II y Juan XXIII y se especula que ambos será declarados santos en noviembre o diciembre de este año.

 

juan pablo ii y juan xxiii

 

También aprobó el acta de martirio de 43 sacerdotes y religiosas españoles, y el milagro para la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo, primer sucesor de San Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei. Y finalizó el proceso diocesano para la beatificación del cardenal vietnamita François-Xavier Nguyen Van Thuân.

LOS DOS PAPAS JUAN PABLO II Y JUAN XXIII

El Papa Francisco ha aprobado el decreto por el que canonizará a los beatos Juan Pablo II y Juan XXIII, según ha explicado el portavoz de la Oficina de Prensa del Vaticano, el padre Federico Lombardi.

Los cardenales y obispos de la Congregación para las Causas de los Santos aprobaron este martes el segundo milagro atribuido al beato Juan Pablo II y que abre las puertas a su canonización, según informaban fuentes vaticanas.

Aunque todavía no había confirmación oficial, las mismas fuentes barajaban la fecha del 24 de noviembre, el término de la celebración del Año de la Fe, o el 8 de diciembre, como posibles fechas para la ceremonia de canonización de Juan Pablo II.

Además, la prensa italiana ya indicaba el martes que la ceremonia de canonización de Juan Pablo II podría realizarse junto con la de Juan XXIII, conocido como el ‘Papa bueno’.

Así, el diario italiano ‘La Stampa’ señalaba este martes que «inesperadamente, los cardenales y obispos también tendrán que discutir sobre otro caso, que se ha añadido en estos últimos días, el de la canonización de Juan XXIII», el Pontífice que convocó el Concilio Vaticano II, fallecido hace 50 años y cuya beatificación se produjo en el año 2000.

En esta línea, precisaba que este cambio «no previsto» demuestra «la voluntad para celebrar juntas» las dos ceremonias de canonización y señala que Wojtyla y Roncalli,

«podrían ser santificados es diciembre de 2013, inmediatamente después de que termine el Año de la Fe, dado que la hipótesis inicial de octubre parece cada vez menos plausible por la falta de tiempo y por problemas de organización».

Karol Wojtyla fue beatificado el 1 de mayo de 2011, tras aprobarse un primer milagro con la firma del ahora Papa emérito Benedicto XVI. En aquella ocasión, se trató de la curación, dos meses después de su muerte, de la monja francesa Marie Simon Pierre, que padecía desde 2001 la enfermedad de Parkinson, la misma que sufrió Juan Pablo II en sus últimos años.

Por su parte, Juan XXIII fue beatificado por Juan Pablo II en septiembre de 2000, durante el Jubileo, en la misma celebración de la beatificación de Pío IX. En aquella ocasión, el milagro aprobado para su beatificación la curación de sor Caterina Capitani en 1966.

El Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II y murió mientras el Concilio seguía su curso, muchos obispos propusieron proclamar al ‘Papa bueno’ santo por aclamación, pero su sucesor, Pablo VI, prefirió seguir las vías canónicas, por lo que se puso en marcha un proceso canónico y después fue beatificado con su predecesor Pío XII.

Además de aprobar los decretos para la canonización de los beatos Juan Pablo II y Juan XXIII, el Papa Francisco también promulgó el acta de martirio de 42 sacerdotes y religiosas españoles que murieron por odio a la fe, y el acta que reconoce el milagro atribuido a la intercesión del Siervo de Dios Álvaro del Portillo, primer sucesor de San Josemaría Escrivá.

LOS 42 MÁRTIRES

Los 42 mártires se dividen en cuatro grupos y se unirán a la causa de los 480 mártires a ser beatificados el 13 de octubre en Tarragona (España).

Las actas de martirio aceptadas por Francisco son las del siervo de Dios José Guardiet y Pujol, sacerdote diocesano, nacido en Manlleu (España), y que murió el 3 de agosto de 1936 por odio a la fe. El Siervo de Dios Mauricio Íñiguez de Heredia y 23 compañeros mártires de la Orden de San Juan de Dios que fueron asesinados entre 1936 y 1937.

El Siervo de Dios Fortunato Velasco Tobar y 13 compañeros mártires de la Congregación de la Misión, que murieron entre 1934 y 1936; y la Sierva de Dios María Asunta y dos compañeras mártires, religiosas de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Madre del Divino Pastor, que fueron asesinadas en 1936.

MONSEÑOR ÁLVARO DEL PORTILLO

También ha aprobado otro milagro atribuido a la intercesión del Venerable Álvaro del Portillo, primer sucesor de San Josemaría al frente del Opus Dei.

Para el obispo Javier Echevarría Prelado del Opus Dei estos informes son

«una fuente de gran alegría y una feliz coincidencia.» 

«Juan Pablo II – dijo el prelado -, ha invertido generosamente y sin reservas al servicio de la humanidad. Nos acercó a Dios con su magisterio fecundo: a través de sus discursos, escritos, imágenes y muchos gestos llenos de significado. Toda su vida se basa en una unión íntima con Jesucristo: fue suficiente para ver cómo él oró para comprender la fecundidad de su ministerio» 

El milagro aprobado por la Santa Sede por intercesiónm de Portillo se refiere a la curación instantánea del niño chileno José Ignacio Ureta Wilson, que, pocos días después del nacimiento, sufrió un paro cardíaco de más de media hora, y sangrado severo. Sus padres oraron con mucha fe a través de la intercesión del obispo Alvaro del Portillo, y cuando los médicos pensaban que el bebé estaba muerto, sin ningún tratamiento adicional y de forma inesperada, el corazón del recién nacido comenzó a latir de nuevo, para llegar a 130 latidos por minuto. A pesar de la gravedad del cuadro clínico, diez años después de José Ignacio vive una vida normal. La curación milagrosa se llevó a cabo en agosto de 2003.

El proceso de beatificación se abrió el 5 de marzo de 2004 y su primera fase se desarrolló en la diócesis de Roma -ciudad en la que vivió casi 50 años y murió en 1994- y en la Prelatura del Opus Dei.

EL CARDENAL VAN THUÂN HACIA LOS ALTARES

También este viernes concluyó la fase diocesana del proceso de beatificación del cardenal vietnamita François-Xavier Nguyen Van Thuân (1928 – 2002).

Obispo de Nha Trang y después consagrado arzobispo de Saigon, pocos días antes de que las tropas del general Ho Chi Ninh conquistaran la capital de Vietnam del Sur, Van Thuân fue durante 13 años uno de los prisioneros del régimen comunista; después habría sido exiliado. En el Vaticano, Van Thuân fue secretario y después presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”; Juan Pablo II lo creó cardenal y murió en 2002.

“La mayor ambición del cardenal Van Thuân, educador de su gente –dijo el cardenal Peter Appiah Turkson, presidente del dicasterio vaticano, durante la presentación del volumen–, era la de ser (como, por lo demás pretendía la Madre Teresa de Calcuta) un “lápiz en manos de Dios”, para que Él escribiera lo que quisiera”.

Según monseñor Mario Toso, secretario del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” ante la crisis de la representación y de la política a nivel global, Van Thuan elaboró respuestas muy semejantes a las del cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco.

“En momentos de fuertes contrastes sociales y de degradación política […] los más fuertes son propensos a ver a los más débiles como vida de deshecho, tal y como ha recordado recientemente Papa Francisco”, indicó.

Y, qué mejor ejemplo de respuesta a esta cultura que el ejemplo del cardenal vietnamita, que,

“aún siendo prisionero, en condiciones de pobreza y de restricciones de su libertad, no perdió el ánimo, no se abandonó al odio hacia sus carceleros […] Mientras era “reeducado” por la fuerza, él educaba con otro método a sus enemigos. Los guardias se convirtieron en sus alumnos”.

 Fuentes: Vatican Insider, ACI Prensa, Korazym, Signos de estos Tiempos 

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Conozca el milagro por el que se canonizará a Juan Pablo II

Será santo en octubre.
Hace 4 días informábamos que «la comisión de teólogos de la Congregación para la Causa de los Santos aprobó la curación “inexplicable” de una mujer» que significaría la canonización de Juan Pablo II, ver aquí.

 

altar en la casa de floribeth mora

 

Había trascendido que se trataba de «una mujer de Costa Rica afectada de una grave lesión cerebral». Y que la interesada había pedido a Juan Pablo II su curación, mientras que en cambio su familia había perdido la fe precisamente por el disgusto de la enfermedad. Como han recuperado la fe al ver la curación inexplicable, se trataría de un «doble milagro». La curación habría tenido lugar el 1º de mayo de 2011, el día de la beatificación de Juan Pablo II.

QUIEN ES LA SANADA

Floribeth Mora, de 50 años, madre de cuatro hijos, abuela cuatro veces y esposa de un ex oficial de la Fuerza Pública, que vive en la localidad de Tres Ríos de Cartago, Costa Rica,  es la protagonista del milagro que podría llevar a los altares al Papa polaco.

Sus vecinos la describen como una mujer buena, trabajadora, humilde y caritativa. Da comida a los más pobres y se apunta a las nobles causas.

No es de extrañar que su casa reciba a las visitas, con un altar, con flores, velas y una enorme imagen del beato. No es de extrañar, tampoco, que su familia recuperara la fe y que hoy su testimonio sorprenda a los incrédulos.

Su amor en Juan Pablo II hace que también le atribuya como milagro el embarazo de una de sus hijas, que no podía concebir.

Ella y su esposo se dedican ahora a una empresa de seguridad privada.

Flory –como la llaman sus familiares y amigos– superó un aneurisma cuando ya estaba desahuciada por los médicos, por la intercesión del beato  Juan Pablo II.

EL ANEURISMA COMENZÓ POR UN DOLOR DE CABEZA

Todo comenzó el 8 de abril de 2011 al despertar.

«Me dio un dolor de cabeza tan fuerte que pensé que me reventaría la cabeza. Le pedí a mi esposo que me llevara al hospital porque me sentía bastante mal. Cuando llegué me encontraba muy mal por los vómitos y el dolor de cabeza», relata esta mujer en un testimonio escrito por ella misma hace un año.

En aquella primera visita al médico, le diagnosticaron estrés y presión alta. Al comprobar a lo largo de los días posteriores que su estado de salud no mejoraba, decidió acudir a un hospital en San José, la capital del país.

DESCUBREN EL ANEURISMA

«Tras varios exámenes me dijeron que tenía un pequeño derrame de sangre en mi cerebro, luego me hicieron un TAC y descubrieron que se trataba de un aneurisma cerebral en el lado derecho».

De inmediato la trasladaron a otro centro, mientras los facultativos se mostraban sorprendidos por su aguante. Tras varios intentos por cerrar el goteo de sangre que sufría en su cerebro, el equipo médico que la atendió tuvo que desistir al encontrarse la dilatación en un lugar de difícil acceso

LE DAN UN MES DE VIDA

A partir de este momento, la situación empeoró sobremanera. Tras pasar unos días en observación, las limitaciones del sistema sanitario costarricense impidió llevar a cabo una operación.

«Se cerraban así mis posibilidad de sobrevivir a tan fatal diagnóstico», recuerda Floribeth.

Tal era la gravedad de su situación que regresó a casa con un aviso claro a su familia: sólo le quedaba un mes de vida. Sin embargo, a pesar de la desesperación que en un primer momento les generó pensar en el desenlace de la historia,

«nos llenamos de mucha fe, pero no puedo negar el miedo tan grande que sentía al ver lo que me estaba sucediendo».

EL DÍA DE LA BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II

Cuando amanecía en Costa Rica el 1º de mayo de 2011, Juan Pablo II ya había sido beatificado.

No se cumplía ni un mes de aquella mañana en la que su vida se parecía truncada,  cuando tuvo lugar otro giro inesperado.

En la plaza de San Pedro, más de un millón de personas participan en la beatificación de Juan Pablo II. Benedicto XVI proclamaba beato al Papa polaco destacando en primera persona cómo vivió la santidad de su predecesor en la sede de Pedro:

«Durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio», dice Floribeth.

UNA ORACIÓN DE ESE DOMINGO LO CAMBIÓ TODO

Como todos los domingos, la familia de Floribeth acudió a misa a la parroquia. Con pocas fuerzas, pero de nuevo animada por su esposo, acudieron al centro del barrio porque se estaba celebrando una procesión.

«En ese momento estaba pasando una carroza con la imagen de Jesús Sacramentado y sentí un frío en el cuerpo. Me bajé del coche y fui hasta allí».

Entonces, el sacerdote que acompañaba a la procesión declamaba una oración:

«¡Oh, Señor! Hay una sanación».

La mujer se detuvo y se puso a rezar:

«Le pedimos a nuestro Papa Juan Pablo que nos ayudara a pedirle a Dios que me ayudara».

Y en ese preciso instante, algo empezó a cambiar.

«Salí de ese parque con la fe de que yo fui la sanada».

Y TAMBIÉN LO REFORZÓ UNA RELIQUIA DE JUAN PABLO II

Unos días después de aquel hecho, Floribeth, consciente de que al Santuario de la Virgen de Ujarrás –cercano a su domicilio– había recibido unas reliquias del Papa polaco, decidió acudir a rezar.

«De nuevo, un milagro», apostilla.

Se trataba de un relicario que contiene muestras de sangre de Juan Pablo II, extraídas un día antes de morir. Sin embargo, a pesar del esfuerzo realizado, cuando llegó ya había terminado la exposición. Aun así, el padre Donald Solano hizo una excepción.

«Me la enseñó y la toqué. Seis meses después me hicieron otro examen en el cerebro y me indicaron que el aneurisma había desaparecido para la honra y la gloria de mi Dios».

EL NEUROCIRUJANO DEL CASO NO ENCUENTRA EXPLICACIÓN DE LA CURACIÓN

Según publicó el diario «La Nación» de Costa Rica, el neurocirujano Alejandro Vargas Román, que atendió a Floribeth Mora durante su enfermedad, confirmó que no encontró explicación científica a la desaparición repentina del aneurisma que padecía cuando analizaron exámenes posteriores a aquel 1 de mayo de 2011.

Además, Vargas reveló que funcionarios de la Santa Sede le consultaron sobre los detalles del caso durante la fase diocesana del proceso de canonización, la primera antes de que los informes sean remitidos a Roma y examinados por las diferentes comisiones de la Congregación para la Causa de los Santos.

«Médicamente, en teoría, nunca les va a desaparecer un aneurisma a las personas porque es una dilatación. Científicamente yo no le tengo ninguna explicación del por qué desapareció», comenta el doctor, que vivió en primera persona lo ocurrido en el hospital Calderón Guardia.

Fuentes: La Razón, Monumental, La Nación, Signos de estos Tiempos 

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Confirmado, Juan Pablo II será santo este año; fue aprobado su segundo milagro [13-06-19]

Sería canonizado en octubre.
La comisión de teólogos de la Congregación para la Causa de los Santos aprobó la curación «inexplicable» de una mujer, que se divulgará esa misma tarde de la canonización de Juan Pablo II.

 

sor maria simon milagro para la beatificacion

 

Dicen que se trata de un milagro que asombrará al mundo y que habría ocurrido la tarde de su beatificación, el 1 de mayo de 2011.

La canonización convertirá a Juan Pablo II en el segundo Papa proclamado santo en el último siglo, tras Pío X. Otros dos Papas beatificados, pero no declarados santos, son Pío IX y Juan XXII.

JUAN PABLO II SERÁ PRONTO SANTO

La comisión de teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos ha aprobado el segundo milagro atribuido a Juan Pablo II, el primero realizado después de la beatificación.

Llegados a este punto le falta el visto bueno de los cardenales y obispos de la Congregación para la proclamación de la santidad del Pontífice polaco; que se descuenta como un hecho, por lo que el Papa Juan Pablo II podría convertirse en santo sólo ocho años desde el día de su muerte, 2 de abril de 2005.

¿PROCLAMADO EN OCTUBRE? 

Fue en abril pasado que la consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos ha analizado la curación de una mujer, reconocida como inexplicable y atribuida al Beato Juan Pablo II.

Alguien ahora ya hace suposiciones sobre el día en que el anuncio podría ser; hablan del domingo 20 de octubre, a cavallo del 35 aniversario de la elección al papado (16 de octubre) y del inicio solemne del ministerio petrino (22 de octubre), el día en el que ya se celebra la designación de Beato a Juan Pablo II. A la aprobación de los cardenales y obispos debe seguir la última firma en el decreto del Papa Bergoglio.

SANACIÓN INEXPLICABLE

La noticia de que el consejo de médicos había reconocido como «inexplicable» la curación se conoció el 22 de abril, y se aceptó con mucho cuidado porque representa un paso importante hacia el proceso definitivo para la canonización.

La presentación del caso fue de monseñor Slawomir Oder, postulador de la causa, en enero a la Congregación vaticana para los santos.

Sobre la naturaleza de esta curación que ocurrió por la intercesión de Juan Pablo II, el Vaticano ha mantenido reserva, pero se habla de que «sorprenderá al mundo», un evento verdaderamente milagroso que se habría llevado a cabo en la tarde de la beatificación, que tuvo lugar el 1 de mayo de 2011.

Ha trascendido que se trata de la curación inexplicable de «una mujer de Costa Rica afectada de una grave lesión cerebral». Y que la interesada había pedido a Juan Pablo II su curación, mientras que en cambio su familia había perdido la fe precisamente por el disgusto de la enfermedad. Como han recuperado la fe al ver la curación inexplicable, se trataría de un «doble milagro».

Fuentes: Tempi, Signos de estos Tiempos 

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La vidente Vicka revela nuevos datos sobre las apariciones de Medjugorje [2013-06-15]

Un nuevo libro.
Un nuevo libro sobre la vidente Vicka de Medjugorje revela algunos elementos interesantes, como la bendición impartida por Juan Pablo II, entregada en un diploma con su firma, lo que junto con otros datos muestra una posición favorable del Beato Juan Pablo II a tales apariciones.

 

vicka en dublin

 

También revela en el séptimo secreto entregado a Vicka, que María reduce a la mitad la oración y el sacrificio, y también que estas apariciones son las últimas con las que se presenta de esa forma y que después vendrá de otra forma.

LA BENDICIÓN DE JUAN PABLO II A VICKA  

Un nuevo libro escrito por un irlandés llamado Finbar O’Leary documenta que un vidente del famoso sitio de las apariciones de Medjugorje (Bosnia-Herzegovina) recibió un documento previamente sin publicidad: una «bendición especial» del Papa Juan Pablo II, que indica claramente la predilección de Pontífice hacia las apariciones de renombre de María.

La bendición especial fue enviada para la vidente Vicka Ivankovic, y otra para el Padre Jozo Zovko, que era pastor de la Iglesia de Santiago Apóstol, la parroquia a la que pertenecen los videntes, en el momento de las primeras apariciones. El padre Jozo dijo durante mucho tiempo que Juan Pablo le habló de «proteger» a Medjugorje.

VickablessingEn la bendición se lee:

«imparto de corazón una especial bendición apostólica a Vicka Ivankovic e invoco una nueva efusión de gracias y favores celestiales y la continua protección de la Santísima Virgen María».

El documento no tiene fecha y está firmado personalmente por el Papa.

Al menos tres de los videntes han estado en presencia del Santo Padre, pero en el caso de Vicka estuvo diez veces. Pero la existencia de la Bendición Especial no había sido revelada previamente.

Vicka es ampliamente considerada como la más mística de las videntes y actualmente se está recuperando de graves problemas de espalda causados ??cuando peregrinos demasiado entusiastas al parecer la tiraron para abajo de las escaleras donde ella a menudo habla a las multitudes.

INDICIOS DE LA POSICIÓN FAVORABLE A LAS APARICIONES POR PARTE DE JUAN PABLO II

El Santo Padre en numerosas ocasiones alentó a obispos y cardenales a visitar el sitio de las apariciones. Se cree que él envió al cardenal Josef Ratzinger en calidad de observador, al menos dos veces, y una fotografía documenta una reunión entre el futuro Benedicto XVI y el famoso sacerdote de Medjugorje, Slavko Barbaric. La reunión fue en un restaurante en Linz, como lo muestra la foto.

 

ratzinger y barbaric

 

Cartas personales a los amigos en Polonia, a Zofia y Marek («ZM») Skwarniccy, también dan fe no sólo del interés, sino a la devoción de Juan Pablo II a Nuestra Señora de Medjugorje.

«Agradezco a Zofia por todo lo concerniente a Medjugorje», escribió el Papa. «Yo también voy allí cada día como peregrino en mis oraciones, me uno en la oración con todos aquellos que oran allí o reciben una llamada a la oración desde allí. Hoy hemos entendido mejor esta llamada. Me alegro de que en nuestro tiempo no falte gente de oración y apóstoles».

 

carta de juan pablo ii

 

En 1987, el Pontífice dijo a una segunda vidente, Mirjana Soldo, que si no fuera Papa, habría visitado Medjugorje ya.

Un sacerdote polaco dijo que cuando volaba al este Juan Pablo II era conocido por pedir a su piloto que volara sobre el pueblo para que pudiera bendecirlo.

Él quitó la autoridad del obispo de Mostar, que fuera negativo hacia las apariciones (y a los franciscanos que operan la parroquia), para que no pudiera pronunciarse sobre la materia.

HAY MENOS DATOS SOBRE LA POSICIÓN DE FRANCISCO

No se sabe lo que Benedicto XVI – que convocó a una comisión del Vaticano para estudiar Medjugorje – pensaba sobre las supuestas apariciones, ni cómo el Papa Francisco considerará el informe de la comisión

Aaunque como cardenal Jorge Bergoglio, el nuevo Papa permitió al Padre Jozo, así como al vidente Ivan Dragicevic hablar en su arquidiócesis, lo bendijo personalmente y trabó amistad con el padre Jozo.

Sin embargo, la cautela ha empujado hasta ahora al Vaticano oficialmente en cuestiones de orientación o de una proclamación.

SÉPTIMO SECRETO Y FORMATO DE APARICIONES DE LA VIRGEN EN EL FUTURO

El libro, titulado ‘Vicka: Su Historia’, está en formato entrevista y también cubre los «secretos», confirmando que uno – el séptimo Vicka (que ha recibido nueve) – «reduce a la mitad la oración y el sacrificio»

Quedan, sin embargo, otros con castigos. Vicka también confirmó, en contra de algunos reportes, que la Santísima Madre de hecho dijo que,

«esta es la última vez que aparecería en esta forma, y que no va a venir de esta forma, una vez más».

«Estoy pasando las palabras de la Virgen tal y como ella las dijo», dijo la vidente.

Fuentes: Spirit Daily, Signos de estos Tiempos

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Catequesis sobre María Doctrina REFLEXIONES Y DOCTRINA

María, la «Llena de Gracia»

Catequesis de Juan Pablo II (8-V-96)

1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del saludo del ángel -Alégrate- constituye una invitación a la alegría que remite a los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sión. Lo hemos puesto de relieve en la catequesis anterior, explicando también los motivos en los que se funda esa invitación: la presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentran en María su pleno cumplimiento.

El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, después del saludo «alégrate», la llama «llena de gracia». Esas palabras del texto griego: «alégrate» y «llena de gracia», tienen entre sí una profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a la maternidad divina.

La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan que la gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría viene de Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es causa de un profundo gozo.

2. «Llena de gracia»: esta palabra dirigida a María se presenta como una calificación propia de la mujer destinada a convertirse en la madre de Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitución Lumen gentium, cuando afirma: «La Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Dios, como «llena de gracia»» (n. 56).

El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere al saludo angélico un valor más alto: es manifestación del misterioso plan salvífico de Dios con relación a María. Como escribí en la encíclica Redemptoris Mater: «La plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo» (n. 9).

Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de Dios. En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lucas, lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.

La expresión «llena de gracia» traduce la palabra griega «kexaritomene», la cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego, no se debería decir simplemente llena de gracia, sino «hecha llena de gracia» o «colmada de gracia», lo cual indicaría claramente que se trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en la forma de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfecta y duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significado de «colmar de gracia», es usado en la carta a los Efesios para indicar la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su Hijo amado (cf. Ef 1,6). María la recibe como primicia de la Redención (cf. Redemptoris Mater, 10).

3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertamente sorprendente. María no posee ningún título humano para recibir el anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdote, representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hombre, sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Además, es originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testamento y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entender las palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46).

El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de Dios resulta aún más evidente si se compara con el texto del evangelio de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje pone de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como la ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel modelos de los justos del Antiguo Testamento: «Caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Lc 1,6).

En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto, la expresión «de la casa de David» (Lc 1,27) se refiere sólo a José. No se dice nada de la conducta de María. Con esa elección literaria, san Lucas destaca que en ella todo deriva de una gracia soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ningún título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilección divina.

4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner en duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bien, quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia de Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hizo, como dice el ángel, llena de gracia. Precisamente la abundancia de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María.

En el Antiguo Testamento, Yahveh manifiesta la sobreabundancia de su amor de muchas maneras y en numerosas circunstancias. En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad de la misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en particular a los humildes y a los pobres, llega a su culmen.

La Iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experiencia de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hacia la Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios. Los invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la gracia divina que santifica y transforma los corazones.

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Catequesis sobre María Doctrina REFLEXIONES Y DOCTRINA

María es la Reina de los Apóstoles

María es la Reina de los Apóstoles porque ella fue escogida para ser la Madre de Jesucristo y darlo al mundo; fue hecha Madre nuestra y de los Apóstoles por Nuestro Salvador en la cruz.

Estaba con los Apóstoles mientras esperaban el descenso del Espíritu Santo, obteniendo abundancia de bendiciones sobrenaturales que recibieron en Pentecostés.»

 

JUAN PABLO II: AUDIENCIA GENERAL DEL MIÉRCOLES 6 DE SEPTIEMBRE DE 1995

Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve, que María se encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (Hch 1,14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quien cumpla la voluntad de Dios, -había dicho Jesús-, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34).

En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a María «la Madre de Jesús» (Hch 1,14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.

El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. María le abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella.

Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.

Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios.

Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su comienzo y su motivación profunda.

Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la contemplación del rostro de la Theotókos.

 

SER PARA CRISTO

El P. Santiago Alberione, organizador de obras apostólicas para los nuevos tiempos, escruta en la palabra de Dios el sentido del “apostolado”, y descubre en María la realización original y perfecta esa específica tarea apostólica de todo llamado: “engendrar” y “formar” a Cristo en los hombres.

Si el apostolado es, en sentido integral, engendrar y hacer crecer a Cristo en los hermanos, María es la expresión misma del apostolado: ella engendró y dio a Cristo al mundo.

María, “lleva siempre a Jesús, como la rama su fruto, y lo ofrece a los hombres». Ella irradia a Jesús. El verbo “irradiar” indica la naturaleza del apostolado, que es siempre y ante todo “recepción”, “asimilación” y “testimonio” de ese Cristo que anuncia y se da. Y sabemos que en María esto tiene sentido mucho más profundo que en el caso de cualquier otro apóstol o santo.

María nos da a Cristo Maestro, Camino, Verdad y Vida. Y nos lo da todo entero. Su acción no se agota en “dar a Jesús”, sino que pretende formarlo en los hombres. Por eso, María “forma y alimenta el Cuerpo místico”.

De este modo se convierte en modelo de todo apostolado: “María nos dio a Jesús y con él todo los bienes; todo bien. Los santos y los corazones apostólicos realizan un apostolado parcial: María lo realiza plenamente. Ella es apóstol universal, en el espacio, en el tiempo y en los individuos. Los apostolados y los apóstoles actúan en tiempos y lugares determinados; María da siempre, da en todas partes; y todo nos llega a través de María. Esta es su vocación y su misión: la de dar a Jesucristo”.

Esta es la razón por la que el P. Santiago Alberione, afirma que “la cristianización del mundo” se logrará a través de María; éste es el camino “más fácil y seguro” para la conversión de todos: siempre que se la reciba en la vida.

Por ser modelo fundamental para quien ha sido llamado a dar a Jesus al mundo, María es Reina, es decir, el vértice sumo y perfecto, la inspiradora y protectora de toda misión apostólica y de todo grupo o persona que se mete en el campo del apostolado.

Los maternales cuidados de María se dirigen de manera especial a los apóstoles –sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos consagrados- que continúan en la Iglesia su misión de “dar a Jesús al mundo”. Y no sólo eso, sino que se convierte para este escuadrón de personas en consejera, consuelo y fuente de energías, como lo fue para los apóstoles reunidos en el cenáculo a la espera del Espíritu: “María tiene el cometido de formar, sostener y coronar de frutos a los apóstoles de todos los tiempos”.

De aquí nace una enérgica invitación a volver a las fuentes: la primera devoción que encontramos en la Iglesia es la devoción a la Reina de los Apóstoles, como se manifiesta en el cenáculo.

En un mundo en que los problemas de toda índole se multiplican hay que multiplicar los apostolados, o sea, las posibilidades de intervenir y de comunicar a Cristo. Es, por tanto, “la hora de la Reina de los Apóstoles”.

Por eso se le ha confiado a ella el cometido de llamar a los apóstoles y de suscitar apostolados. Esta es la dinámica mariana para nuestro tiempo; y el P. Santiago Alberione encuentra cuatro motivos para ello:

1- María realizó y sigue realizando lo que hacen todos los apóstoles juntos.
2- María tiene la tarea de formar, sostener y coronar de frutos a los apóstoles de todos los tiempos.
3- Por María se debe llevar a cabo la cristianización del mundo.
4- María, además de las formas generales de apostolado, ejerció y ejerce también las particulares:

– el apostolado de la vida interior; el apostolado de la oración;
– el apostolado del testimonio; el apostolado del sufrimiento;
– el apostolado de la Palabra; el apostolado de la acción.

 

ORACIÓN ECUMÉNICA A MARÍA

Dios te salve María, madre, maestra y reina nuestra.
Escucha con bondad la súplica que te presentamos según el deseo de Jesús: Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
Vuelve tus ojos misericordiosos hacia todos los hombres. Muchos andan extraviados en las tinieblas, sin padre, sin pastor y sin maestro.
En ti, María, encontrarán ellos la senda para llegar a Cristo, pues el Padre te ha constituido “apóstol” para dar al mundo a Jesús, camino, verdad y vida.
Por ti, todos los católicos actúen con todas las energías por todas las vocaciones, por todos los apostolados.
Por ti, todos los creyentes por todos los no creyentes; todos los comprometidos por todos los indiferentes; todos los católicos por todos los no católicos.
Por ti, todos los llamados sean fieles a su vocación, todos los apóstoles sean santos, todos los hombres les escuchen.
Al pie de la cruz tu corazón se dilató para acogernos a todos como hijos.
Danos un corazón apostólico, modelado según el de Jesús, según el tuyo y el de san Pablo, para que un día podamos estar juntos contigo en la casa del Padre.
Bendice a tus hijos, María, madre, maestra y reina. Amén.

 

SANTUARIO-BASÍLICA DE SANTA MARÍA, REINA DE LOS APÓSTOLES (ROMA) Centro de oración por todas las vocaciones

La construcción del Santuario comenzó en mayo de 1945, como cumplimiento de un voto si la Virgen preservaba de los peligros de la guerra a todos sus hijos e hijas.

Dedicado a María, Reina de los Apóstoles y Madre de la humanidad, fue consagrado en noviembre de 1954. El 26 de noviembre de 1976 fue erigido como parroquia. Y el 4 de abril de 1984 Pablo VI la elevó a rango de Basílica menor.

El edificio, inspirado en el barroco romano, aunque aprovechando las técnicas modernas, lo constituyen tres plantas superpuestas, que juntas, desde el punto de vista artístico, a través de mosaicos, esculturas, frescos y letreros, pretenden ilustrar el tema: «El camino de la humanidad, por medio de María, en Cristo y en la Iglesia».

La iglesia superior es también iglesia parroquial. Con mosaicos, mármoles y frescos se describe la vida de María, Madre de la humanidad, sobre todo en la cúpula, donde una serie de ocho cuadros, que recogen los momentos centrales de la vida de la Virgen, confluyen en una gigantesca figura de la Madre de la humanidad, que con su manto abierto protege a toda la humanidad, rodeada de ángeles.

El altar mayor está presidido por un enorme mosaico de María, Reina de los Apóstoles, entregando a su Hijo Jesús a los apóstoles y evangelistas.

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Exorcismo de 27 legiones de demonios gracias a Juan Pablo II [2012-09-11]

Francesco Vaiasuso, un galerista de arte en Sicilia, escribió un libro donde relata que estuvo por años poseído por 27 legiones de demonios y que gracias a la aparición de Juan Pablo II, que le indicó como liberarse, lo pudo hacer.

Más allá de que este relato sea incontrovertible o no, demuestra una vez más la credibilidad exorcística de Karol Wojtyla, verdaderamente un excepción: a los 38 años obispo, a los 47 cardenal y a los 58 papa.

Poseído por el demonio desde que tenía 4 años y hasta que cumplió 31, Francesco fue poseído por 27 legiones del ejército de de satanás. Pero pudo liberarse gracias muchos exorcistas recibiendo también la ayuda fundamental de los santos, entre ellos Juan Pablo II, que se le apareció durante las crisis más violentas para consolarle y, al mismo tiempo, indicarle la salida.

Francesco Vaiasuso (galerista de arte de 40 años en Álcamo, Sicilia), escribió el libro  “Mi posesión. Cómo me libré de 27 legiones de demonios” con Paolo Rodari, vaticanista del periódico italiano “Il Foglio”, donde relata que  satanás ordenó que sus seguidores poseyeran su cuerpo durante todos estos años, pero esta presencia maléfica fue derrotada por los santos, lanzando de este modo un mensaje a muchos de los que tienen dudas acerca de la existencia del mundo preternatural, un mundo malvado más allá de la vida material, y del mundo sobrenatural.

Las primeras manifestaciones de la presencia demoniaca fueron las enfermedades. Años de sufrimientos incurables, por lo menos según los médicos.

Después un retiro espiritual en los montes Dolomitas de Sicilia. Fue un religioso jesuita el que intuyó que los malestares que sufría Francesco, tal vez, podían ser, más que naturales, espirituales. Así que le invitó a recitar una oración con él, que fluía sin dificultades, hasta que el religioso le pidió que renunciara al “espíritu de mediumnidad”. «Renuncio al espíritu de mediumnidad», le dice. Fracnesco trataba de repetir: «Renuncio al… al…». Pero no salía ningún sonido de su boca. Con un esfuerzo inhumano, finalmente, logró decir: «Espí… espí… espí…». No pudo pronunciar la palabra “espíritu”.

Lentamente, después de varios minutos, logró pronunciar otra palabra que parecía algo como «medianía». En realidad era un conjunto de sílabas sin sentido. También comenzaba a babear un poco. El religioso le ofreció un pañuelo para que se secara. Era solo un síntoma, nada más, de que algo oscuro habitaba en su interior.

Francesco estaba de acuerdo, por lo que pidió a algunos religiosos de confianza que le dieran un consejo. Y así fue como llegó a hablar con el padre Matteo La Grua, un importante exorcista de Palermo.

La primera vez que se encontraron fue dramática. Francesco, ante el exorcista, perdió completamente el control. Babeaba, gritaba, sentía que algo o alguien estaba dentro de sí y que lo controlaba. Pero no había perdido su lucidez, comprendía lo que estaba sucediendo y que no era él el que reaccionaba de esa forma tan violenta.

Y esta, como habría entendido tiempo después, es la particularidad de su caso: un caso único de lucidez; un poseído, sí, pero siempre consciente, incluso durante los exorcismos más difíciles. Sí, los exorcismos, porque Francesco sufrió cientos de ellos, durante años. Los mejores exorcistas sicilianos trataron de ayudarlo pero no obtuvieron resultados convincentes.

Pero Francesco también recibió otro tipo de ayuda. Y, que quede claro, Francesco no pretende convencer a nadie. Sin embargo, él mismo sostiene que durante los exorcismos, antes de la liberación definitiva, llegaban los santos a apoyarlo y consolarlo. Durante las posesiones más violentas, en un cierto momento, su rostro cambiaba de expresión radicalmente y se serenaba.

Sucedía cuando los santos, entre los que estaba San Pío de Pietrelcina, bajaban del cielo para consolarlo: «Francesco, también yo sufrí mucho, como tú», le habría dicho una vez el padre Pío.

«Pero tu sufrimiento está ayudando a muchas personas. Resiste, dentro de poco estarás libre».

APARECE JUAN PABLO II

Y después Juan Pablo II. Sus apariciones son de lo más irreal y, al mismo tiempo, prodigiosas de lo que se pueda imaginar. Un día, Juan Pablo II lo habría llevado al cielo. Aquí, en la tierra, su cuerpo se habría quedado completamente disociado ante un sacerdote que rezaba por él.

Arriba, en el cielo, su alma dialogaba con Juan Pablo II, que, vestido como el día de su elección como sucesor de Pedro, le dijo: «Tú debes ir ahí», señalando un punto preciso. Francisco se giró para ver hacia dónde señalaba y vio la Plaza San Pedro, llena de peregrinos hasta la Vía de la Consolación.

¿Este libro trata de llegar también a la Iglesia, a la Iglesia que le cuesta creer en la existencia de Satanás? Es difícil decirlo. Al final, permanece la sorpresa, la expectación por comprender por qué y cómo, desde que tenía 4 años, Satanás entró al cuerpo de Francesco.

Un enigma que se va revelando página tras página, la aventura de Francesco que descubrió, pocos días antes de la liberación, que todo se había originado en su interior.

Fuentes: Vatican Insider, Signos de estos Tiempos


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Catequesis sobre María Magisterio, Catecismo, Biblia REFLEXIONES Y DOCTRINA

Catequesis de Juan Pablo II sobre el culto a María en 1997

En 1997 SS Juan Pablo II realizó una serie de catequesis sobre el culto a la Virgen María dentro de la Iglesa. Trató temas como el origen del culto, su naturaleza, las devociones y el culto a las imágenes, la oración a María y el siginificado de la Virgen María para la Iglesia.
Y desarrolla especialmente la doctrina mariana surgida del Concilio Vaticano II, y trata de encajar su devoción en el escenario actual y en relación a las personas de la Divina Trinidad…

 

 

 

EL CULTO A LA VIRGEN MARÍA
Catequesis de Juan Pablo II (15-X-97)

1. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4,4). El culto mariano se funda en la admirable decisión divina de vincular para siempre, como recuerda el apóstol Pablo, la identidad humana del Hijo de Dios a una mujer, María de Nazaret.

El misterio de la maternidad divina y de la cooperación de María a la obra redentora suscita en los creyentes de todos los tiempos una actitud de alabanza tanto hacia el Salvador como hacia la mujer que lo engendró en el tiempo, cooperando así a la redención.

Otro motivo de amor y gratitud a la santísima Virgen es su maternidad universal. Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre celestial quiso revelar la dimensión -por decir así- materna de su divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas.

En el Calvario, Jesús, con las palabras: «Ahí tienes a tu hijo» y «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27), daba ya anticipadamente a María a todos los que recibirían la buena nueva de la salvación, y ponía así las premisas de su afecto filial hacia ella. Siguiendo a san Juan, los cristianos prolongarían con el culto el amor de Cristo a su madre, acogiéndola en su propia vida.

2. Los textos evangélicos atestiguan la presencia del culto mariano ya desde los inicios de la Iglesia.
Los dos primeros capítulos del evangelio de san Lucas parecen recoger la atención particular que tenían hacia la Madre de Jesús los judeocristianos, que manifestaban su aprecio por ella y conservaban celosamente sus recuerdos.

En los relatos de la infancia, además, podemos captar las expresiones iniciales y las motivaciones del culto mariano, sintetizadas en las exclamaciones de santa Isabel: «Bendita tú entre las mujeres (…). ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,42.45).

Huellas de una veneración ya difundida en la primera comunidad cristiana se hallan presentes en el cántico del Magníficat: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48). Al poner en labios de María esa expresión, los cristianos le reconocían una grandeza única, que sería proclamada hasta el fin del mundo.

Además, los testimonios evangélicos (cf. Lc 1,34-35; Mt 1,23 y Jn 1,13), las primeras fórmulas de fe y un pasaje de san Ignacio de Antioquía (cf. Smirn. 1, 2: SC 10, 155) atestiguan la particular admiración de las primeras comunidades por la virginidad de María, íntimamente vinculada al misterio de la Encarnación.

El evangelio de san Juan, señalando la presencia de María al inicio y al final de la vida pública de su Hijo, da a entender que los primeros cristianos tenían clara conciencia del papel que desempeña María en la obra de la Redención con plena dependencia de amor de Cristo.

3. El concilio Vaticano II, al subrayar el carácter particular del culto mariano, afirma: «María, exaltada por la gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y hombres, como la santa Madre de Dios, que participó en los misterios de Cristo, es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial» (Lumen gentium, 66).

Luego, aludiendo a la oración mariana del siglo III «Sub tuum praesidium» -«Bajo tu amparo»-, añade que esa peculiaridad aparece desde el inicio: «En efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades» (ib.).

4. Esta afirmación es confirmada por la iconografía y la doctrina de los Padres de la Iglesia, ya desde el siglo II.

En Roma, en las catacumbas de santa Priscila, se puede admirar la primera representación de la Virgen con el Niño, mientras, al mismo tiempo, san Justino y san Ireneo hablan de María como la nueva Eva que con su fe y obediencia repara la incredulidad y la desobediencia de la primera mujer. Según el Obispo de Lyon, no bastaba que Adán fuera rescatado en Cristo, sino que «era justo y necesario que Eva fuera restaurada en María» (Dem., 33). De este modo subraya la importancia de la mujer en la obra de salvación y pone un fundamento a la inseparabilidad del culto mariano del tributado a Jesús, que continuará a lo largo de los siglos cristianos.

5. El culto mariano se manifestó al principio con la invocación de María como «Theotókos» [Madre de Dios], título que fue confirmado de forma autorizada, después de la crisis nestoriana, por el concilio de Éfeso, que se celebró en el año 431.

La misma reacción popular frente a la posición ambigua y titubeante de Nestorio, que llegó a negar la maternidad divina de María, y la posterior acogida gozosa de las decisiones del concilio de Efeso testimonian el arraigo del culto a la Virgen entre los cristianos. Sin embargo, «sobre todo desde el concilio de Efeso, el culto del pueblo de Dios hacia María ha crecido admirablemente en veneración y amor, en oración e imitación» (Lumen gentium, 66). Se expresó especialmente en las fiestas litúrgicas, entre las que, desde principios del siglo V, asumió particular relieve «el día de María Theotókos», celebrado el 15 de agosto en Jerusalén y que sucesivamente se convirtió en la fiesta de la Dormición o la Asunción.

Además, bajo el influjo del «Protoevangelio de Santiago», se instituyeron las fiestas de la Natividad, la Concepción y la Presentación, que contribuyeron notablemente a destacar algunos aspectos importantes del misterio de María.

6. Podemos decir que el culto mariano se ha desarrollado hasta nuestros días con admirable continuidad, alternando períodos florecientes con períodos críticos, los cuales, sin embargo, han tenido con frecuencia el mérito de promover aún más su renovación.

Después del concilio Vaticano II, el culto mariano parece destinado a desarrollarse en armonía con la profundización del misterio de la Iglesia y en diálogo con las culturas contemporáneas, para arraigarse cada vez más en la fe y en la vida del pueblo de Dios peregrino en la tierra.

 

NATURALEZA DEL CULTO MARIANO
Catequesis de Juan Pablo II (22-X-97)

1. El concilio Vaticano II afirma que el culto a la santísima Virgen «tal como ha existido siempre en la Iglesia, aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración, que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente» (Lumen gentium, 66).

Con estas palabras la constitución Lumen gentium reafirma las características del culto mariano. La veneración de los fieles a María, aun siendo superior al culto dirigido a los demás santos, es inferior al culto de adoración que se da a Dios, y es esencialmente diferente de éste.

Con el término «adoración» se indica la forma de culto que el hombre rinde a Dios, reconociéndolo Creador y Señor del universo. El cristiano, iluminado por la revelación divina, adora al Padre «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Al igual que al Padre, adora a Cristo, Verbo encarnado, exclamando con el apóstol Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Por último, en el mismo acto de adoración incluye al Espíritu Santo, que «con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria» (DS, 150), como recuerda el símbolo niceno-constantinopolitano.

Ahora bien, los fieles, cuando invocan a María como «Madre de Dios» y contemplan en ella la más elevada dignidad concedida a una criatura, no le rinden un culto igual al de las Personas divinas. Hay una distancia infinita entre el culto mariano y el que se da a la Trinidad y al Verbo encarnado.

Por consiguiente, incluso el lenguaje con el que la comunidad cristiana se dirige a la Virgen, aunque a veces utiliza términos tomados del culto a Dios, asume un significado y un valor totalmente diferentes. Así, el amor que los creyentes sienten hacia María difiere del que deben a Dios: mientras al Señor se le ha de amar sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (cf. Mt 22,37), el sentimiento que tienen los cristianos hacia la Virgen es, en un plano espiritual, el afecto que tienen los hijos hacia su madre.

2. Entre el culto mariano y el que se rinde a Dios existe, con todo, una continuidad, pues el honor tributado a María está ordenado y lleva a adorar a la santísima Trinidad.

El Concilio recuerda que la veneración de los cristianos a la Virgen «favorece muy poderosamente» el culto que se rinde al Verbo encarnado, al Padre y al Espíritu Santo. Asimismo, añade, en una perspectiva cristológica, que «las diversas formas de piedad mariana que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las circunstancias de tiempo y lugar, y según el carácter y temperamento de los fieles, no sólo honran a la Madre. Hacen también que el Hijo, Creador de todo (cf. Col 1,15-16), en quien «quiso el Padre eterno que residiera toda la plenitud» (Col 1,19), sea debidamente conocido, amado, glorificado, y que se cumplan sus mandamientos» (Lumen gentium, 66).

Ya desde los inicios de la Iglesia, el culto mariano está destinado a favorecer la adhesión fiel a Cristo. Venerar a la Madre de Dios significa afirmar la divinidad de Cristo, pues los padres del concilio de Éfeso, al proclamar a María Theotókos, «Madre de Dios», querían confirmar la fe en Cristo, verdadero Dios.

La misma conclusión del relato del primer milagro de Jesús, obtenido en Caná por intercesión de María, pone de manifiesto que su acción tiene como finalidad la glorificación de su Hijo. En efecto, dice el evangelista: «Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11).

3. El culto mariano, además, favorece, en quien lo practica según el espíritu de la Iglesia, la adoración al Padre y al Espíritu Santo. Efectivamente, al reconocer el valor de la maternidad de María, los creyentes descubren en ella una manifestación especial de la ternura de Dios Padre.

El misterio de la Virgen Madre pone de relieve la acción del Espíritu Santo, que realizó en su seno la concepción del niño y guió continuamente su vida.

Los títulos: Consuelo, Abogada, Auxiliadora, atribuidos a María por la piedad del pueblo cristiano, no oscurecen, sino que exaltan la acción del Espíritu Consolador y preparan a los creyentes a recibir sus dones.

4. Por último, el Concilio recuerda que el culto mariano es «del todo singular» y subraya su diferencia con respecto a la adoración tributada a Dios y con respecto a la veneración a los santos.

Posee una peculiaridad irrepetible, porque se refiere a una persona única por su perfección personal y por su misión.
En efecto, son excepcionales los dones que el amor divino otorgó a María, como la santidad inmaculada, la maternidad divina, la asociación a la obra redentora y, sobre todo, al sacrificio de la cruz.

El culto mariano expresa la alabanza y el reconocimiento de la Iglesia por esos dones extraordinarios. A ella, convertida en Madre de la Iglesia y Madre de la humanidad, recurre el pueblo cristiano, animado por una confianza filial, a fin de pedir su maternal intercesión y obtener los bienes necesarios para la vida terrena con vistas a la bienaventuranza eterna.

 

DEVOCIÓN MARIANA Y CULTO A LAS IMÁGENES
Catequesis de Juan Pablo II (29-X-97)

1. Después de justificar doctrinalmente el culto a la santísima Virgen, el concilio Vaticano II exhorta a todos los fieles a fomentarlo: «El santo Concilio enseña expresamente esta doctrina católica. Al mismo tiempo, anima a todos los hijos de la Iglesia a que fomenten con generosidad el culto a la santísima Virgen, sobre todo el litúrgico. Han de sentir gran aprecio por las prácticas y ejercicios de piedad mariana recomendados por el Magisterio a lo largo de los siglos» (Lumen gentium, 67).

Con esta última afirmación, los padres conciliares, sin entrar en detalles, querían reafirmar la validez de algunas oraciones como el Rosario y el Ángelus, practicadas tradicionalmente por el pueblo cristiano y recomendadas a menudo por los Sumos Pontífices como medios eficaces para alimentar la vida de fe y la devoción a la Virgen.

2. El texto conciliar prosigue invitando a los creyentes a «observar religiosamente los decretos del pasado acerca del culto a las imágenes de Cristo, de la santísima Virgen y de los santos» (ib.)

Así vuelve a proponer las decisiones del segundo concilio de Nicea, celebrado en el año 787, que confirmó la legitimidad del culto a las imágenes sagradas, contra los iconoclastas, que las consideraban inadecuadas para representar a la divinidad (cf. Redemptoris Mater, 33).

«Definimos con toda exactitud y cuidado -declaran los padres de ese concilio- que de modo semejante a la imagen de la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los sagrados vasos y ornamentos, en las paredes y cuadros, en las casas y caminos, las de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, de la Inmaculada Señora nuestra la santa Madre de Dios, de los preciosos ángeles y de todos los varones santos y venerables» (DS 600).

Recordando esa definición, la Lumen gentium quiso reafirmar la legitimidad y la validez de las imágenes sagradas frente a algunas tendencias orientadas a eliminarlas de las iglesias y santuarios, con el fin de concentrar toda su atención en Cristo.

3. El segundo concilio de Nicea no se limita a afirmar la legitimidad de las imágenes; también trata de explicar su utilidad para la piedad cristiana: «Porque cuanto con más frecuencia son contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que éstas miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor» (DS 601).

Se trata de indicaciones que valen de modo especial para el culto a la Virgen. Las imágenes, los iconos y las estatuas de la Virgen, que se hallan en casas, en lugares públicos y en innumerables iglesias y capillas, ayudan a los fieles a invocar su constante presencia y su misericordioso patrocinio en las diversas circunstancias de la vida. Haciendo concreta y casi visible la ternura maternal de la Virgen, invitan a dirigirse a ella, a invocarla con confianza y a imitarla en su ejemplo de aceptación generosa de la voluntad divina.

Ninguna de las imágenes conocidas reproduce el rostro auténtico de María, como ya lo reconocía san Agustín (De Trinitate 8, 7); con todo, nos ayudan a entablar relaciones más vivas con ella. Por consiguiente, es preciso impulsar la costumbre de exponer las imágenes de María en los lugares de culto y en los demás edificios, para sentir su ayuda en las dificultades y la invitación a una vida cada vez más santa y fiel a Dios.

4. Para promover el recto uso de las imágenes sagradas, el concilio de Nicea recuerda que «el honor de la imagen se dirige al original, y el que venera una imagen, venera a la persona en ella representada» (DS 601).

Así, adorando en la imagen de Cristo a la Persona del Verbo encarnado, los fieles realizan un genuino acto de culto, que no tiene nada que ver con la idolatría.

De forma análoga, al venerar las representaciones de María, el creyente realiza un acto destinado en definitiva a honrar a la persona de la Madre de Jesús.

5. El Vaticano II, sin embargo, exhorta a los teólogos y predicadores a evitar tanto las exageraciones cuanto las actitudes minimalistas al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios. Y añade: «Dedicándose al estudio de la sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores de la Iglesia, así como de las liturgias bajo la guía del Magisterio, han de iluminar adecuadamente las funciones y los privilegios de la santísima Virgen, que hacen siempre referencia a Cristo, origen de toda la verdad, santidad y piedad» (Lumen gentium, 67).

La fidelidad a la Escritura y a la Tradición, así como a los textos litúrgicos y al Magisterio garantiza la auténtica doctrina mariana. Su característica imprescindible es la referencia a Cristo, pues todo en María deriva de Cristo y está orientado a él.

6. El Concilio ofrece, también, a los creyentes algunos criterios para vivir de manera auténtica su relación filial con María: «Los fieles, además, deben recordar que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimiento pasajero y sin frutos ni en una credulidad vacía. Al contrario, procede de la verdadera fe, que nos lleva a reconocer la grandeza de la Madre de Dios y nos anima a amar como hijos a nuestra Madre y a imitar sus virtudes» (ib.).

Con estas palabras los padres conciliares ponen en guardia contra la «credulidad vacía» y el predomino del sentimiento. Y sobre todo quieren reafirmar que la devoción mariana auténtica, al proceder de la fe y del amoroso reconocimiento de la dignidad de María, impulsa al afecto filial hacia ella y suscita el firme propósito de imitar sus virtudes.

 

LA ORACIÓN A MARÍA
Catequesis de Juan Pablo II (5-XI-97)

1. A lo largo de los siglos el culto mariano ha experimentado un desarrollo ininterrumpido. Además de las fiestas litúrgicas tradicionales dedicadas a la Madre del Señor, ha visto florecer innumerables expresiones de piedad, a menudo aprobadas y fomentadas por el Magisterio de la Iglesia.

Muchas devociones y plegarias marianas constituyen una prolongación de la misma liturgia y a veces han contribuido a enriquecerla, como en el caso del Oficio en honor de la Bienaventurada Virgen María y de otras composiciones que han entrado a formar parte del Breviario.

La primera invocación mariana que se conoce se remonta al siglo III y comienza con las palabras: «Bajo tu amparo (Sub tuum praesidium) nos acogemos, santa Madre de Dios…». Pero la oración a la Virgen más común entre los cristianos desde el siglo XIV es el «Ave María».

Repitiendo las primeras palabras que el ángel dirigió a María, introduce a los fieles en la contemplación del misterio de la Encarnación. La palabra latina «Ave», que corresponde al vocablo griego xaire, constituye una invitación a la alegría y se podría traducir como «Alégrate». El himno oriental «Akáthistos» repite con insistencia este «alégrate». En el Ave María llamamos a la Virgen «llena de gracia» y de este modo reconocemos la perfección y belleza de su alma.

La expresión «El Señor está contigo» revela la especial relación personal entre Dios y María, que se sitúa en el gran designio de la alianza de Dios con toda la humanidad. Además, la expresión «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús», afirma la realización del designio divino en el cuerpo virginal de la Hija de Sión.

Al invocar a «Santa María, Madre de Dios», los cristianos suplican a aquella que por singular privilegio es inmaculada Madre del Señor: «Ruega por nosotros pecadores», y se encomiendan a ella ahora y en la hora suprema de la muerte.

2. También la oración tradicional del Ángelus invita a meditar el misterio de la Encarnación, exhortando al cristiano a tomar a María como punto de referencia en los diversos momentos de su jornada para imitarla en su disponibilidad a realizar el plan divino de la salvación. Esta oración nos hace revivir el gran evento de la historia de la humanidad, la Encarnación, al que hace ya referencia cada «Ave María». He aquí el valor y el atractivo del Ángelus, que tantas veces han puesto de manifiesto no sólo teólogos y pastores, sino también poetas y pintores.

En la devoción mariana ha adquirido un puesto de relieve el Rosario, que a través de la repetición del «Ave María» lleva a contemplar los misterios de la fe. También esta plegaria sencilla, que alimenta el amor del pueblo cristiano a la Madre de Dios, orienta más claramente la plegaria mariana a su fin: la glorificación de Cristo.

El Papa Pablo VI, como sus predecesores, especialmente León XIII, Pío XII y Juan XXIII, tuvo en gran consideración el rezo del rosario y recomendó su difusión en las familias. Además, en la exhortación apostólica Marialis cultus, ilustró su doctrina, recordando que se trata de una «oración evangélica, centrada en el misterio de la Encarnación redentora», y reafirmando su «orientación claramente cristológica» (n. 46).

A menudo, la piedad popular une al rosario las letanías, entre las cuales las más conocidas son las que se rezan en el santuario de Loreto y por eso se llaman «lauretanas».

Con invocaciones muy sencillas, ayudan a concentrarse en la persona de María para captar la riqueza espiritual que el amor del Padre ha derramado en ella.

3. Como la liturgia y la piedad cristiana demuestran, la Iglesia ha tenido siempre en gran estima el culto a María, considerándolo indisolublemente vinculado a la fe en Cristo. En efecto, halla su fundamento en el designio del Padre, en la voluntad del Salvador y en la acción inspiradora del Paráclito.

La Virgen, habiendo recibido de Cristo la salvación y la gracia, está llamada a desempeñar un papel relevante en la redención de la humanidad. Con la devoción mariana los cristianos reconocen el valor de la presencia de María en el camino hacia la salvación, acudiendo a ella para obtener todo tipo de gracias. Sobre todo, saben que pueden contar con su maternal intercesión para recibir del Señor cuanto necesitan para el desarrollo de la vida divina y a fin de alcanzar la salvación eterna.

Como atestiguan los numerosos títulos atribuidos a la Virgen y las peregrinaciones ininterrumpidas a los santuarios marianos, la confianza de los fieles en la Madre de Jesús los impulsa a invocarla en sus necesidades diarias.

Están seguros de que su corazón materno no puede permanecer insensible ante las miserias materiales y espirituales de sus hijos.

Así, la devoción a la Madre de Dios, alentando la confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los fieles por el camino exigente
de las bienaventuranzas.

4. Finalmente, queremos recordar que la devoción a María, dando relieve a la dimensión humana de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de la humanidad, el «Dios con nosotros», que ella concibió como hombre en su seno purísimo, engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la resurrección.

 

MARÍA, MADRE DE LA UNIDAD Y DE LA ESPERANZA
Catequesis de Juan Pablo II (12-XI-97)

1. Después de haber ilustrado las relaciones entre María y la Iglesia, el concilio Vaticano II se alegra de constatar que la Virgen también es honrada por los cristianos que no pertenecen a la comunidad católica: «Este Concilio experimenta gran alegría y consuelo porque también entre los hermanos separados haya quienes dan el honor debido a la Madre del Señor y Salvador…» (Lumen gentium, 69; cf. Redemptoris Mater, 29-34).

Podemos decir, con razón, que la maternidad universal de María, aunque manifiesta de modo más doloroso aún las divisiones entre los cristianos, constituye un gran signo de esperanza para el camino ecuménico.

Muchas comunidades protestantes, a causa de una concepción particular de la gracia y de la eclesiología, se han opuesto a la doctrina y al culto mariano, considerando que la cooperación de María en la obra de la salvación perjudicaba la única mediación de Cristo. En esta perspectiva, el culto de la Madre competiría prácticamente con el honor debido a su Hijo.

2. Sin embargo, en tiempos recientes, la profundización del pensamiento de los primeros reformadores ha puesto de relieve posiciones más abiertas con respecto a la doctrina católica. Por ejemplo, los escritos de Lutero manifiestan amor y veneración por María, exaltada como modelo de todas las virtudes: sostiene la santidad excelsa de la Madre de Dios y afirma a veces el privilegio de la Inmaculada Concepción, compartiendo con otros reformadores la fe en la virginidad perpetua de María.

El estudio del pensamiento de Lutero y de Calvino, como también el análisis de algunos textos de cristianos evangélicos, han contribuido a despertar un nuevo interés en algunos protestantes y anglicanos por diversos temas de la doctrina mariológica. Algunos incluso han llegado a posiciones muy cercanas a las de los católicos por lo que atañe a los puntos fundamentales de la doctrina sobre María, como su maternidad divina, su virginidad, su santidad y su maternidad espiritual.

La preocupación por subrayar el valor de la presencia de la mujer en la Iglesia favorece el esfuerzo de reconocer el papel de María en la historia de la salvación.

Todos estos datos constituyen otros tantos motivos de esperanza para el camino ecuménico. El deseo profundo de los católicos sería poder compartir con todos sus hermanos en Cristo la alegría que brota de la presencia de María en la vida según el Espíritu.

3. Entre nuestros hermanos que «dan el honor debido a la Madre del Señor y Salvador», el Concilio recuerda especialmente a los orientales, «que concurren en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios llenos de fervor y de devoción» (Lumen gentium, 69).

Como resulta de las numerosas manifestaciones de culto, la veneración por María representa un elemento significativo de comunión entre católicos y ortodoxos.

Sin embargo, subsisten aún algunas divergencias sobre los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción, aunque estas verdades fueron ilustradas al principio precisamente por algunos teólogos orientales: basta pensar en grandes escritores como Gregorio Palamas ( 1359), Nicolás Cabasilas ( después del 1396) y Jorge Scholarios ( después del 1472).

Pero esas divergencias, quizá más de formulación que de contenido, no deben hacernos olvidar nuestra fe común en la maternidad divina de María, en su perenne virginidad, en su perfecta santidad y en su intercesión materna ante su Hijo. Como ha recordado el concilio Vaticano II, el «fervor» y la «devoción» unen a ortodoxos y católicos en el culto a la Madre de Dios.

4. Al final de la Lumen gentium, el Concilio invita a confiar a María la unidad de los cristianos: «Todos los fieles han de ofrecer insistentes súplicas a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones, también ahora en el cielo, exaltada sobre todos los bienaventurados y ángeles, en comunión con todos los santos, interceda ante su Hijo» (ib.).

Así como en la primera comunidad la presencia de María promovía la unanimidad de los corazones, que la oración consolidaba y hacía visible (cf. Hch 1,14), así también la comunión más intensa con aquella a quien Agustín llama «madre de la unidad» (Sermo 192, 2; PL 38, 1.013), podrá llevar a los cristianos a gozar del don tan esperado de la unidad ecuménica.

A la Virgen santa se dirigen incesantemente nuestras súplicas para que, así como sostuvo en los comienzos el camino de la comunidad cristiana unida en la oración y el anuncio del Evangelio, del mismo modo obtenga hoy con su intercesión la reconciliación y la comunión plena entre los creyentes en Cristo.

Madre de los hombres, María conoce bien las necesidades y las aspiraciones de la humanidad. El Concilio le pide, de modo particular, que interceda para que «todos los pueblos, los que se honran con el nombre de cristianos, así como los que todavía no conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en paz y concordia en el único pueblo de Dios para gloria de la santísima e indivisible Trinidad» (Lumen gentium, 69).

La paz, la concordia y la unidad, objeto de la esperanza de la Iglesia y de la humanidad, están aún lejanas. Sin embargo, constituyen un don del Espíritu que hay que pedir incansablemente, siguiendo la escuela de María y confiando en su intercesión.

5. Con esta petición, los cristianos comparten la espera de aquella que, llena de la virtud de la esperanza, sostiene a la Iglesia en camino hacia el futuro de Dios.

La Virgen, habiendo alcanzado personalmente la bienaventuranza por haber «creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1,45), acompaña a los creyentes -y a toda la Iglesia- para que, en medio de las alegrías y tribulaciones de la vida presente, sean en el mundo los verdaderos profetas de la esperanza que no defrauda.


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A la Inmaculada Concepción DEVOCIONES Y ORACIONES

Oración del Papa Juan Pablo II a María Inmaculada

SANTA MISA CON OCASIÓN DEL 150° ANIVERSARIO DE LA PROCLAMACIÓN DEL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN 

HOMILÍA DE JUAN PABLO II
Miércoles 8 de diciembre de 2004

1. «Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28).

Con estas palabras del arcángel Gabriel, nos dirigimos a la Virgen María muchas veces al día. Las repetimos hoy con ferviente alegría, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, recordando el 8 de diciembre de 1854, cuando el beato Pío IX proclamó este admirable dogma de la fe católica precisamente en esta basílica vaticana.

Saludo cordialmente a cuantos han venido hoy aquí, en particular a los representantes de las Sociedades mariológicas nacionales, que han participado en el Congreso mariológico y mariano internacional, organizado por la Academia mariana pontificia.

Amadísimos hermanos y hermanas, os saludo también a todos vosotros aquí presentes, que habéis venido a rendir homenaje filial a la Virgen Inmaculada. De modo especial, saludo al señor cardenal Camillo Ruini, al que renuevo mi más cordial felicitación por su jubileo sacerdotal, expresándole toda mi gratitud por el servicio que, con generosa entrega, ha prestado y sigue prestando a la Iglesia como mi vicario general para la diócesis de Roma y como presidente de la Conferencia episcopal italiana.

2. ¡Cuán grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy!

Un misterio que no cesa de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos. El tema del Congreso que acabo de recordar -«María de Nazaret acoge al Hijo de Dios en la historia»- ha favorecido una profundización de la doctrina de la concepción inmaculada de María como presupuesto para la acogida en su seno virginal del Verbo de Dios encarnado, Salvador del género humano.

«Llena de gracia», : con este apelativo, según el original griego del evangelio de san Lucas, el ángel se dirige a María. Este es el nombre con el que Dios, a través de su mensajero, quiso calificar a la Virgen. De este modo la pensó y vio desde siempre, ab aeterno.

3. En el himno de la carta a los Efesios, que se acaba de proclamar, el Apóstol alaba a Dios Padre porque «nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales» (Ef 1, 3).

¡Con qué especialísima bendición Dios se ha dirigido a María desde el inicio de los tiempos! ¡Verdaderamente bendita, María, entre todas las mujeres! (cf. Lc, 1, 42).

El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada ante él por el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de Jesucristo (cf. Ef 1, 4-5).

4. La predestinación de María, como la de cada uno de nosotros, está relacionada con la predestinación del Hijo. Cristo es la «estirpe» que «pisaría la cabeza» de la antigua serpiente, según el libro del Génesis (cf. Gn 3, 15); es el Cordero «sin mancha» (cf. Ex 12, 5; 1 P 1, 19), inmolado para redimir a la humanidad del pecado.

En previsión de la muerte salvífica de él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos. Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (cf. Ap 12, 11).

5. Contemplamos hoy a la humilde joven de Nazaret, santa e inmaculada ante Dios por el amor (cf. Ef 1, 4), el «amor» que, en su fuente originaria, es Dios mismo, uno y trino.

¡La Inmaculada Concepción de la Madre del Redentor es obra sublime de la santísima Trinidad! Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus, recuerda que el Omnipotente estableció «con el mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría» (Pii IX Pontificis Maximi Acta, Pars prima, p. 559).

El «sí» de la Virgen al anuncio del ángel se sitúa en lo concreto de nuestra condición terrena, como humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad, no de la historia, sino en la historia. En efecto, preservada inmune de toda mancha de pecado original, la «nueva Eva» se benefició de modo singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Ella, la primera redimida por su Hijo, partícipe en plenitud de su santidad, ya es lo que toda la Iglesia desea y espera ser. Es el icono escatológico de la Iglesia.

6. Por eso la Inmaculada, que es «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio), precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (cf. Lumen gentium, 58; Redemptoris Mater, 2).

En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipada en su miembro más noble, la gracia salvadora de la Pascua.

En el acontecimiento de la Encarnación encuentra indisolublemente unidos al Hijo y a la Madre: «Al que es su Señor y su Cabeza y a la que, pronunciando el primer «fiat» de la nueva alianza, prefigura su condición de esposa y madre»  (Redemptoris Mater, 1).

7. A ti, Virgen inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, te renuevo hoy, de modo especial, la consagración de toda la Iglesia.

Guía tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios.

Acompaña tú a todos los cristianos por el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de la Belleza divina.

Obtén tú, una vez más, paz y salvación para todas las gentes. El Padre eterno, que te escogió para ser la Madre inmaculada del Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por medio de ti, las maravillas de su amor misericordioso. Amén.

 

MARÍA INMACULADA, MUJER EUCARÍSTICA

Oración de Juan Pablo II ante la Imagen de la Inmaculada en la Plaza de España de Roma (8-12-2004)

1 ¡Virgen Inmaculada!
Una vez más estamos aquí para rendirte homenaje
a los pies de esta columna,
desde la cual velas con amor
sobre Roma y sobre el mundo entero
desde cuando, hace ciento cincuenta años,
el beato Pío IX proclamó,
como verdad de la fe católica,
tu preservación de toda mancha de pecado
en previsión de la muerte y resurrección
de tu Hijo Jesucristo.

2 ¡Virgen Inmaculada!
Tu intacta belleza espiritual
es para nosotros fuente viva de confianza y de esperanza.
Tenerte como Madre, Virgen Santa,
nos afianza en el camino de la vida
como prenda de eterna salvación.
Por ello a ti, oh María,
recurrimos confiados.
Ayúdanos a construir un mundo
en el que la vida del hombre se vea siempre amada y defendida;
toda forma de violencia, desterrada;
la paz, por todos tenazmente buscada.

3 ¡Virgen Inmaculada!
En este Año de la Eucaristía,
concédenos celebrar y adorar
con renovada fe y ardiente amor
el santo misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Bajo tu magisterio, oh Mujer eucarística,
enséñanos a conmemorar las maravillosas obras
que Dios no deja de realizar en el corazón de los hombres.
Con materno desvelo, Virgen María,
guía siempre nuestros pasos por los caminos del bien. Amén.

(Original italiano procedente del archivo informático
de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA.)

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Beatificación Canonización Catolicismo NOTICIAS Noticias 2011

Juan Pablo II decía de sí mismo «Soy un biedaczek, un pobre tipo» y fue beatificado [2011-05-01]

En los últimos años, decía de sí mismo en lengua polaca: «Soy un biedaczek, un pobre tipo». Un pobre viejo enfermo y extenuado. Él, que era tan atlético, se había convertido en el hombre de los dolores. Sin embargo, precisamente en ese momento su santidad comenzó a brillar, dentro y fuera de la Iglesia.

Antes no, Karol Wojtyla fue admirado más como héroe que como santo. Su santidad comenzó a conquistar las mentes y los corazones de tantos hombres y mujeres de todo el mundo, cuando él entendió lo que Jesús había profetizado para la vejez del apóstol Pedro: «En verdad te digo: cuando eras joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo extenderás tus manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras».

Al ser ahora proclamado beato, Juan Pablo II revela al mundo la verdad de la frase de Jesús: «Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos».

Él no irradió santidad a la hora de sus triunfos. Los numerosos aplausos que recogió cuando recorría el mundo a ritmos impresionantes eran demasiado interesados y seleccionados para ser sinceros. El Papa que hizo que se derrumbara la cortina de hierro fue una bendición a los ojos de Occidente. Pero cuando se batió en defensa de la vida de cada hombre que nace en esta Tierra, en defensa de la vida más frágil, más pequeña, la vida del recién concebido pero cuyo nombre ya está escrito en el cielo, entonces pocos lo escucharon y muchos sacudieron la cabeza.

La historia de su pontificado ha sido generalmente de luces y sombras, con fuertes contrastes. Pero su perfil dominante, durante muchos años, no ha sido el del santo, sino el del combatiente. Cuando en el año 1981 estuvo al borde la muerte, atacado no se sabe bien todavía por qué, el mundo se inclinó reverente. Observó el minuto de silencio, para retomar inmediatamente después la vieja música, poco amiga.

Muchos desconfiaban de él también dentro de la Iglesia. Para muchos era «el Papa polaco», representante de un cristianismo anticuado, antimoderno, de pueblo. De él no vislumbraban la santidad sino la devoción, que no congeniaba con quien soñaba un catolicismo interior y «adulto», tan amigablemente inmerso en el mundo hasta tornarse invisible y silencioso.

Sin embargo, poco a poco, de la corteza del Papa atleta, héroe, combatiente y devoto comenzó a revelarse también la santidad.

Fue el Jubileo, el Año Santo del 2000, el momento del viraje decisivo. El Papa Wojtyla quiso que fuese un año de arrepentimiento y de perdón. El primer domingo de Cuaresma de ese año, el 12 de marzo, ofició ante los ojos del mundo una liturgia penitencial sin precedentes. Por siete veces, simbolizando los siete vicios capitales, confesó las culpas cometidas por cristianos durante siglos, y por todas ellas pidió perdón a Dios. Exterminio de los herejes, persecuciones contra los judíos, guerras de religión, humillación de las mujeres… El rostro doliente del Papa, ya signado por la enfermedad, era el ícono de ese arrepentimiento. El mundo lo observó con respeto, pero también con desdén. Juan Pablo II se expuso, inerme, a bofetones y a gestos de burla. Se dejó flagelar. Hubo quienes pretendieron que él formulara siempre otros arrepentimientos, también por culpas ajenas. Ante todas estas cosas él se golpeaba el pecho.

Pero es cierto que jamás pidió públicamente perdón por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes sobre niños pequeños. Pero ni siquiera se recuerda que alguien haya saltado alguna vez sobre él en el año 2000 para reprocharle esta omisión. El escándalo no era tal todavía, para los distraídos maestros de opinión de entonces. Hoy sí, los mismos que en ese entonces callaron lo acusan por ese silencio, lo acusan de haberse dejado enredar por ese sacerdote indigno que fue Marcial Maciel. Pero son acusaciones póstumas que destilan hipocresía.

Para comprender qué es lo que había de verdadero en la santidad de ese Papa hubo millones y millones de hombres y mujeres que en la hora de su muerte le han tributado el más grandioso «gracias» colectivo jamás dado a un hombre en el último siglo. Los jefes de Estado y de gobierno de casi doscientos países que llegaron a Roma para sus exequias lo hicieron también porque no pudieron sustraerse a esa oleada de afecto que invadió el mundo.

Pero ese Jubileo suyo del año 2000 Juan Pablo II quiso que fuese también el año de los mártires. Los innumerables mártires, muchos sin nombre, asesinados por odio a la fe en ese «Dominus Iesus» que el Papa quiso reafirmar como único salvador de todos, para los muchísimos que estaban olvidados.

Y el mundo intuyó esto: que en la figura doliente del Papa estaba la bienaventuranza prometida por Dios a los pobres, a los afligidos, a los hambrientos de justicia, a los que obran la paz, a los misericordiosos. El Papa burlado, hostigado, sufriente, el Papa que de a poco perdía el uso de la palabra compartía el destino que Jesús había anunciado a sus discípulos: «Bienaventurados sean cuando los insulten, los persigan y, mintiendo, digan toda clase de maldades contra ustedes por mi causa».

Las bienaventuranzas son la biografía de Jesús y, en consecuencia, de quienes lo siguen con un corazón puro. Son la imagen del mundo nuevo y del hombre nuevo que Jesús ha inaugurado, el desplome de los criterios mundanos.

«Contemplarán al que traspasaron». Al igual que en la cruz, muchos ven hoy en Karol Wojtyla beato un anticipo del paraíso.

[Este comentario ha sido redactado por Sandro Magister para «La Tercera«, el más importante diario de Chile, y fue publicado en el día de la beatificación de Juan Pablo II, el 1 de mayo de 2011].

DE LA HOMILÍA DE LA MISA DE BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II

por Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas. […] éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina  Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. […]

«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia.

La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.

Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro.

María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14). […]

Queridos hermanos y hermanas, […] el nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado».

¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible.

Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es «Redemptor hominis», Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.

Karol Wojtyla subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza».

Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz. […]

¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Amén.

El texto íntegro de la homilía:

«Queridos hermanos y hermanas…»

Fuente: Sandro Magister para chiessa online



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