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Cómo fue la Última Cena de Jesús con sus Discípulos

La última Cena de Jesús con sus discípulos fue una variante de la tradicional cena de Pésaj de los judíos de aquella época.

La que históricamente había comenzado siendo una fiesta de llegada de la primavera entre los judíos.

Y luego se había convertido en un recordatorio de la liberación de la esclavitud en Egipto.

En la época de Jesús también tenía la expectativa de la llegada del mesías. 

ultima cena sentados en el suelo

Después de la destrucción del templo del año 70 dC, y hasta nuestros días, los judíos no comen más el cordero inmolado.

Pero los católicos y otras denominaciones  – como los cristianos ortodoxos, los bizantinos orientales, los luteranos, los anglicanos y algunos episcopales –  comen y beben la sangre del nuevo cordero en cada misa.

En la liturgia católica se hace presente el Misterio Pascual de Cristo.

O sea un evento real que ocurrió en la historia que se celebra pero no se repite.

  

LA DIFERENCIA ENTRE LA PASCUA JUDÍA Y LA PASCUA DE JESÚS EL JUEVES SANTO

Según la cronología de los relatos bíblicos Jesús realizó su última cena como una cena de pascua, pero el día anterior a la que los judíos celebran oficialmente la pascua

Jesús tuvo su cena de pascua con los apóstoles el Jueves Santo.

Y por la tarde noche fue a orar al huerto de Getsemaní y a la salida fue arrestado y llevado ante las autoridades religiosas judías.

El Viernes Santo Jesús fue condenado por Pilato, crucificado y murió a las 3 de la tarde.

Durante ese Viernes Santo estaban siendo sacrificados los corderos en el templo para la cena oficial de la Pascua judía.

La que se iba a realizar después de la puesta del sol el Viernes Santo.

Cuándo comenzó la Pascua judía Jesús ya había sido enterrado, porque fue enterrado al atardecer

De modo que Jesús celebró su propia Pascua y no la Pascua de la Antigua Alianza desde el punto de vista cronológico.

Aunque de hecho la cena Pascual de Jesús tomó el formato de la cena Pascual judía.

Pero la Pascua judía se comía entre los miembros de la familia con el padre presidiendo la cena.

Sin embargo en esta nueva cena Pascual Jesús come con los miembros de la iglesia y Dios preside la cena.

Por otro lado  el cordero macho sin mancha que se sacrificaba para la Pascua judía fue el mismo Jesús en la nueva Pascua

Jesús sin pecado es el nuevo cordero de pascua.

Y por su sangre tiene lugar el nuevo éxodo hacia la libertad de la esclavitud del pecado.

Siguiendo la promesa de entrar en la tierra prometida del cielo.

A diferencia también de la Pascua judía Jesús instituyó la eucaristía.

Y a diferencia de los corderos inmolados Jesús resucitó de entre los muertos.

El Papa Benedicto XVI escribe en su obra Jesús de Nazaret los siguiente,

“Una cosa emerge claramente de toda la tradición: esencialmente, esta comida de despedida no fue la antigua Pascua, sino la nueva, que Jesús realizó en este contexto.

A pesar de que la comida que Jesús compartió con los Doce no fue una cena de Pascua según las prescripciones rituales del judaísmo, sin embargo, en retrospectiva, la conexión interna de todo el evento con la muerte y la resurrección de Jesús se destacó claramente.

Fue la Pascua de Jesús.

Y en este sentido, Él hizo y no celebró la Pascua: los viejos rituales no se podían llevar a cabo; cuando llegó el momento, Jesús ya había muerto.

Pero se había entregado a sí mismo, y así había celebrado verdaderamente la Pascua con ellos.

Lo viejo no fue abolido; simplemente fue llevado a su pleno significado”.

ultima cena fondo

   

COMO FUE LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS

De acuerdo a las tradiciones, símbolos y gestos del “Pésaj” o cena pascual que vimos, Bernardo Estrada, profesor de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, recrea la Última Cena que pudo haber vivido Jesús con sus discípulos.

¿Cómo se desarrolló la última cena?

Lo más probable es que Cristo celebrase la Pascua el día anterior al día oficial, como ya ha señalado en alguna ocasión Benedicto XVI.

Es una cuestión sobre la que se debate, pero no resultaría extraño, pues en aquellos días confluía tanta gente en Jerusalén (unas 250.000 personas, cuando la población normal era de 35.000), que no se podían sacrificar todos los corderos en una sola jornada.

Así que el viernes era el verdadero día para inmolar corderos.

Efectivamente: anticipando la Última Cena, el verdadero Cordero pudo ser sacrificado en la Cruz el viernes, el día de la Pascua.

La cena pascual, ¿cómo iniciaba?

Como en cualquier fiesta hebrea, el inicio lo determinaba la mujer de la casa: cuando veía que el sol se oculta detrás de la casa del vecino, o cuando contemplaba la primera estrella en el cielo, encendía las velas: con ese gesto, comenzaba la cena.

Simbólicamente, esa luces recordaban la creación del mundo por Dios, cuyo inicio los hebreos sitúan en este mes del Nissán, el “mes de las espigas”, pues es cuando comienza a crecer la nueva vida (aunque tras el medievo, esa datación cambió).

¿Es así como Pascua y Creación se relacionan?

En cualquier caso, luego –con Cristo– hemos comprendido un significado más profundo (la Pascua es la nueva Creación).

Que esta festividad se celebrase en el “mes de las espigas” hace ver que las fiestas de Israel van ligadas en su origen a fiestas agrícolas.

La Pascua coincide con la fecha de la cosecha del primer trigo y al nacimiento de los primeros animales (corderos, etc).

En Pentecostés llega la verdadera cosecha; mientras que la fiesta de los Tabernáculos está unida a la cosecha de la vendimia.

Por eso el pan, el vino y el cordero son tan importantes. Dios –primero en Egipto y luego con el Señor Jesús – ha ido dando un sentido nuevo y más profundo a estas celebraciones.

Volviendo a la cena, ¿cómo se disponían los invitados?

Aunque la cena iniciaba de pie, luego se recostaban formando un cuadrado.

La gente se apoyaba sobre el brazo izquierdo, prácticamente acostada, y comía con la mano derecha.

A la derecha del Señor se situaría el más digno, probablemente Pedro.

Y a la izquierda estaría Juan, quien pudo descansar así sobre el pecho del Señor.

¿Cómo inició el Señor la Última Cena?

Podemos suponer que siguió el “orden de la Pascua”: es decir, la división de la cena en cuatro partes, cada una de las cuales se concluía con una copa de vino.

Entonces: la primera copa…

La cena comienza con una bendición (salmos 113 y 114), tras la que se toma la primera copa de vino mientras se dice:

“Bendito seas Tú, Adonai nuestro Dios, rey del universo, quien creó el fruto de la vid”.

La segunda…

Antes de beber la segunda, alguno recuerda un gran acontecimiento: la “Haggadah” o la narración de la fuga de Egipto, tal y como se cuenta en el libro del Éxodo.

El vino que se bebe a continuación les recuerda las diez plagas que azotaron al pueblo egipcio.

ultima cena icono

¿Cuándo lavó el Señor los pies a los Apóstoles?

Si bien no tenemos certeza, quizá fue tras esta segunda copa, que es cuando se realiza tradicionalmente la primera ablución o lavado de manos, al que el Señor quiso dar un profundo significado.

Luego vienen las “bendiciones”, una serie de preguntas que hace la persona más jóven a la más anciana o más digna: “¿Ma nishtaná halaila hazé micol haleilot?” (¿Por qué esta noche es diferente de todas las otras noches?). 

¿Y tras el lavado?

Es cuando empieza la cena propiamente dicha.

El más digno distribuye el primer pan ázimo, o Matzá, mientras repite esta bendición: 

“Bendito eres Tú, nuestro Señor, Rey del universo, que extraes pan de la tierra”. 

Pudo ser en este momento cuando el Señor consagró el Pan, aunque no podemos estar seguros.

Como se sabe, ese pan sin levadura –que se comerá más veces a lo largo de la cena– recuerda la prisa con que escaparon del Faraón.

Además, cada comensal tiene delante un cuenco con hierbas amargas que se sumergen en el Jaroset, una salsa especial (agua salada y algún condimento), que les recuerda el sufrimiento de aquella huída.

Y a continuación, el cordero.

Efectivamente: previamente, había sido sacrificado en el templo por un sacerdote, o bien por el cabeza de familia.

No se le tenía que haber roto ningún hueso y debía ser consumido entero.

¿Por qué la importancia del Cordero?

Cristo es el “Cordero de Dios”, cuyo sacrificio libera a los hombres.

Para los judíos, el cordero es el animal cuya sangre en las puertas de sus casas había liberado a sus primogénitos del ángel de la muerte en Egipto.

Desde aquella liberación, que precede y permite la huída por mar Rojo, comían el cordero tal y como les había indicado Moisés.

Faltan dos copas de vino.

La tercera se bebe al terminar la cena.

Se llama “copa de redención”, y con ella se recuerda el derramamiento de la sangre de los corderos inocentes que redimieron a Israel en Egipto.

Es la copa en la que se “da gracias”, por lo que se supone que es en esta copa cuando el Señor ofreció su Sangre a sus discípulos.

¿Y la última?

La cuarta, ya antes de marcharse, va unida al gran himno final: el Hallel, una preciosa oración compuesta por los salmos 115 a 118.

Se sirve también una quinta copa, que no se bebe.

Esa quinta copa es para Elías, a quien el pueblo hebreo espera para que anuncie la venida del Mesías (en Malaquías 4,5).

Cuando la cena se termina se manda un niño a la puerta a abrirla y ver si está Elías.

Cada año, el niño regresa desanimado y el vino se derrama sin que nadie lo beba.

PDF: Salmos recitados en la Cena Pascual.

   

COMO COMENZÓ FIESTA DE LA PASCUA ENTRE LOS JUDÍOS

Desde tiempos inmemoriales, los pastores nómadas celebraban, con ocasión del comienzo del año, o mejor aún, con ocasión de la época de transición entre el invierno y la primavera, una fiesta especial.
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Era la época del año en la cual nacían las crías de las ovejas.

Era la época en la cual ellos tenían que comenzar de nuevo la peregrinación que los conduciría al país cultivado, en cuyas inmediaciones podrían pasar el tiempo del verano.

En la noche del primer día de luna llena de la primavera se reunían los pastores en el desierto.

Sacrificaban un cordero, realizaban un rito mágico para espantar los espíritus que podían perjudicar a los ganados o para ganarse la protección de los buenos espíritus, y celebraban una cena.

En esta cena comían las carnes del cordero, con los vegetales que podían encontrar en el desierto.

Cuando la celebración tenía efectivamente un sentido religioso, agradecían a los dioses la protección sobre los ganados y la que ellos mismos experimentaban en la peregrinación que los llevaba más allá del desierto.

En algún momento, cuando ya el pueblo era sedentario, la fiesta de la Pascua, que era una fiesta pastoril, coincidió con la fiesta de primavera de los agricultores.
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Que consistía más que todo en comer los panes sin levadura, amasados con los primeros frutos de la cosecha de cereales.

ultima cena abstracto

   

LUEGO SE LE AGREGÓ EL FESTEJO DE LA LIBERACIÓN DE EGIPTO

La fiesta de primavera que ya existía antes del surgimiento de Israel como pueblo, se relacionó estrechamente con la experiencia de fe de la liberación de los hebreos, esclavos en el Egipto: Ex 12,12-13.21-23.
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Y ya no se celebró en función de los ganados (ni de las cosechas, en el caso de la fiesta de los campesinos), sino como conmemoración de la liberación del éxodo.
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La fiesta comenzaba con la cena pascual y se extendía por siete días, de acuerdo con la tradición de los ácimos: Ex 12,14-20.

Esta fiesta de la Pascua israelita tiene toda una historia, que nos obliga a considerar varios momentos.

Primero que todo, lo que podríamos designar como la celebración doméstica, cuando se realizaba un rito con la sangre (se marcaban el dintel y los postes de las casas), además de la cena propiamente dicha.

Luego la celebración centralizada en Jerusalén, que incluía un sacrificio cultual con la sangre (recogida por los sacerdotes en vasijas que se pasaban de mano en mano hasta el altar), la parte que correspondía a Dios en el banquete de la comunión.

Y una cena, que obedecía a un ritual bien establecido, en el que jugaban un papel fundamental las carnes del cordero, el pan ázimo, las hierbas amargas y las cuatro copas de vino.

Todos estos elementos de la cena encarnaban simbólicamente el memorial del éxodo para ser compartido fraternalmente.

La cena tenía una hermosa estructura pedagógica, que permitía que los niños aprendieran experimentalmente a ser judíos, a convertirse en miembros del pueblo elegido.

En la época de Jesús, la cena pascual tenía además una importancia escatológica muy grande.
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Las esperanzas mesiánicas eran cultivadas de una manera especial en esta cena.
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Lo que hace bien comprensible el hecho de que, ya en los mismos relatos por lo menos de los sinópticos, se dé tanta trascendencia a la referencia a esta fiesta.

   

LA CELEBRACIÓN PASCUAL DE LOS JUDÍOS DE HOY

Hay que tener en cuenta que, desde la destrucción del templo en el año 70 d. C. por los romanos, los judíos renunciaron a comer en la cena pascual un cordero inmolado.

Y también, que la cena pascual se celebra una vez que se ha asistido a la liturgia sinagogal.

Todo comienza en la tarde del Seder.
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Seder significa orden: los judíos llaman a la cena pascual cena del Seder, porque en ella todo está rigurosamente ordenado, pues se trata de la tarde más solemne del año.

Con anticipación ha sido retirado todo pan fermentado y ha sido guardada la vajilla ordinaria.

Para la fiesta hay una vajilla especial.

Se prepara pues la fuente del Seder (el plato), se ponen las copas en las que se servirá el vino como signo de la alegría, se acercan las sillas cómodas que reemplazan los triclinios en los cuales se recostaban los comensales en las cenas antiguas.

La introducción consiste en el servicio de la primera copa de vino, que se bebe mientras se pronuncia una oración de alabanza.

El padre de familia moja entonces la verdura en un agua salada, pronuncia una bendición y da algo a cada uno.
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Luego reparte un pan ázimo, del que separa la mitad para después de la cena.

Ahora tiene lugar la cena propiamente dicha.

El padre de familia dirige una invitación a «los que tienen hambre y a los pobres».

Se sirve entonces la segunda copa.

El menor de los asistentes pregunta sobre la razón por la cual se celebra en esta forma la fiesta.

Todos responden:

Un día fuimos esclavos del Faraón en el Egipto; entonces nos condujo el Eterno, nuestro Dios, fuera de allí.

Se narra entonces la historia de la liberación.

Con ocasión de la narración del recuerdo de las diez plagas, cada uno mete un dedo en la copa de vino, toma diez veces una gotita y la derrama.

No se debe beber completamente la copa de la alegría, pues entonces hubo mucho sufrimiento entre las gentes en el Egipto.

A la narración de la historia de la liberación responden todos con el Hallel, el conjunto de salmos de alabanza que tienen que ver con la liberación del Egipto.

Se bebe entonces la segunda copa.

El padre de familia toma el pan, pronuncia la acción de gracias, lo parte y da de él un trocito a cada uno.

De la misma manera toma de las hierbas amargas, las sumerge en la salsa, pronuncia una bendición, y da a cada cual de comer.

En ese momento son traídas las viandas propiamente dichas de la cena.

Antiguamente se comían ahora las carnes del cordero.

El postre es simplemente el trozo de pan ázimo reservado para este momento.

Después de comer se sirve la tercera copa.

El padre de familia comienza la oración de la mesa con las palabras: «Alabemos a quien nos da el alimento», y reza la oración de la mesa.

Se bebe entonces la tercera copa.

Se sirve finalmente la cuarta copa.

Se abre la puerta para que pueda entrar el mensajero del Mesías, el profeta Elías.

En medio de la mesa se pone una copa llena de vino para él.

Se canta la segunda parte del Hallel y se bebe la cuarta copa.

A veces hay una distinción entre cuarta y una quinta copa que veremos más abajo.

Fuentes:

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La Impresionante Historia del Cáliz de la Última Cena

El Santo Grial, el cáliz en que Jesús dio a beber vino (su sangre) a los discípulos, es un enigma.

Incluso ha sido buscado afanosamente por muchos ocultistas por el poder mágico atribuido; Hitler hizo ingentes esfuerzos, ver aquí.

santo grial de valencia

Son varios lo cálices que hay en el mundo que se atribuyen ser las verdaderas reliquias del santo grial.
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Pero hay tres que tienen más predicación, el que se conserva en Valencia, el que se conserva en León y el vaso que usaba el Padre Pío.

El Santo Grial, el cáliz que utilizó Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena, y en el que convirtió por vez primera el vino en la sangre del Señor, es una reliquia que ha unido la leyenda con la verdad.

Los caballeros de la Edad Media tenían como ideal la búsqueda del Santo Grial.
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Al que se atribuían poderes milagrosos y contenía un alto significado espiritual.
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Esto se manifestó en los Caballeros de la Tabla Redonda, en las grandes obras musicales de Ricardo Wagner, Parsifal y Lohengrin; lo buscó afanosamente Hitler.
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E incluso modernamente tenemos la búsqueda del Santo Grial en una película de Steven Spielberg con Harrison Ford titulada «Indiana Jones y la última cruzada».
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Por el mundo hay varios cálices que pretenden ser el Santo Grial de la Última Cena, pero parece que el que está en Valencia sería el auténtico.

juan pablo ii y el caliz de valencia

    

LA APARENTE POSICIÓN DEL VATICANO

Últimamente el Vaticano da señales de la autenticidad de la copa de Cristo que se venera en Capilla del Santo Cáliz de la Catedral de Valencia.

Una de ellas es aceptar que Valencia pueda celebrar un Año Santo Jubilar cada cinco años en conmemoración del Santo Cáliz de la Última Cena.

Esta señal la ha dado el cardenal Mauro Piacenza, penitenciario Mayor de la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede.

Y la dio a conocer monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, en la propia Catedral de Valencia, y posteriormente a través de un comunicado oficial de la Agencia AVAN (Arzobispado de Valencia Agencia de Noticias), recogido en la web de la Arquidiócesis de Valencia.

El Santo Cáliz de Valencia competía estrechamente con el de León – conocido como el Cáliz de Doña Urraca – por el reconocimiento de ser el cuenco que Jesucristo utilizó en la última Cena.

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Cómo fue la Última Cena de Jesús con sus discípulos

En este video está el anuncio en favor de Valencia que realizó el  monseñor Carlos Osoro durante una misa en la Catedral de Valencia:

En el museo de la catedral de Valencia se conserva el cáliz que la tradición aragonesa y buena parte del cristianismo identifica con el Santo Grial, y que consta de dos piezas:

El Santo Grial tiene 17 centímetros de altura. La copa mide 5,5 de altura y 9,5 de anchura.
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El pie está adornado de perlas y esmeraldas.
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El arqueólogo Antonio Beltrán ha fechado la talla de la copa superior en torno al siglo I.

El pie con asas se habría sido añadido posteriormente.

El pie consta de una columna central hexagonal con una tuerca redonda al medio y terminada en dos pequeños platos, uno donde se apoya la copa superior y otro en la parte inferior que sostiene el pie.

Las asas tienen forma de de serpiente, con sección también hexagonal.

La base, de forma elíptica, es de calcedonia y contiene 28 pequeñas perlas, dos rubíes y dos esmeraldas, todo ello guarnecido en oro.

capilla del santo cáliz de la catedral y algún detalle TFGP.

    

¿CUÁL FUE SU PERIPLO?

La historia del Santo Cáliz empieza en Roma, previsiblemente llevado por San Marcos a la Ciudad Eterna junto con San Pedro.
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El Papa Sixto II lo entregó a su diácono San Lorenzo, español, el año 258, ante la persecución romana a los cristianos.

San Lorenzo lo hizo llegar a su familia, en Huesca, y pasó por Yebra, Sirena y San Juan de la Peña, para llegar a Zaragoza y, desde 1437, venerarse en la catedral de Valencia.

La reliquia, que la tradición y los estudios dan como auténtica, ha sufrido las vicisitudes de las persecuciones religiosas a  lo largo de la Historia:
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– la romana, la musulmana, por eso se guardó en los Pirineos;
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– la napoleónica, fue llevada a Palma de Mallorca entre 1809 y 1813;
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– y  la de la guerra civil española, un sacerdote guardó el Santo Cáliz en unos  cojines, tras una pared de piedra.

Pero esto hay que buscarlo en la historia de San Marcos.

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SAN MARCOS, EL HEREDERO DEL SANTO GRIAL

Marcos Evangelista se cree tradicionalmente que fue el intérprete del apóstol Pedro, quien se dedicó a escribir el Evangelio de Marcos sobre la base de las predicaciones de San Pedro.

Fundó la Iglesia de África y se convirtió en obispo de Alejandría. Su fiesta es el 25 de abril y su símbolo es el león alado.

Pero se cree que fue también un importante protagonista de la Última Cena, la del Jueves Santo.
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Porque aunque no era uno de los apóstoles, su familia era la dueña del Cenáculo donde se realizó.
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Marcos servía el agua en la cena.
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Y luego, el Cáliz de la última cena, en la que Jesús dio a beber a sus discípulos, fue llevado por Marcos a Roma para que san Pedro celebrara las misas.

Según el teólogo del Nuevo Testamento William Lane una “tradición ininterrumpida” identifica a Marcos Evangelista con Juan Marcos, y a Juan Marcos como el primo de Bernabé.
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Esta identificación significa que Marcos sería el muchacho que llevaba el agua a la casa donde la Última Cena tuvo lugar.
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Y el muchacho que huyó desnudo cuando Jesús fue arrestado según los evangelios.

San Marcos era primo de San Bernabé y acompañó a este y a San Pablo en el primer viaje misionero que hicieron estos dos apóstoles.

Pero al llegar a regiones donde había muchos guerrilleros y atracadores, donde según palabras de San Pablo: «había peligro de ladrones, peligro de asaltos en los caminos, peligro de asaltos en la soledad» (2 Cor.), Marcos se atemorizó y se apartó de los dos misioneros y se volvió otra vez a su patria.

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En el segundo viaje Bernabé quiso llevar consigo otra vez a su primo Marcos, pero San Pablo se opuso, diciendo que no ofrecía garantías de perseverancia para resistir los peligros y las dificultades del viaje.

Esto hizo que los dos apóstoles se separaran y se fueran cada uno por su lado a misionar. Después volverá a ser otra vez muy amigo de San Pablo.

En lo que respecta a Pedro, el primer año del reinado de Herodes Agripa sobre Judea (41 dC) el rey mató a Santiago, hijo de Zebedeo, y arrestó a Pedro, planeando matarlo después de la Pascua.

Pedro fue salvado milagrosamente por los ángeles y se escapó (Hechos 12:1-19).

Pedro viajó a Antioquía, luego a través de Asia Menor llegó a Roma en el segundo año del reinado del emperador Claudio.

En algún momento, Pedro encontró a Marcos y lo adoptó como su compañero de viaje e intérprete.

Marcos Evangelista registra los sermones de Pedro, que se convirtieron en el Evangelio según San Marcos, antes de partir hacia Alejandría, en el tercer año de Claudio en el año 49 dC.

Fundó la Iglesia de Alejandría y se convirtió en el primer obispo. 

Según la tradición, la Iglesia Copta de Etiopía tiene su origen en las prédicas de San Marcos.

Se le reconoce como el fundador del cristianismo en África.

san marcos evangelista

    

LA FAMILIA DE SAN MARCOS ERA PROPIETARIA DEL SANTO GRIAL

La familia de San Marcos evangelista era rica. Tenía un molino de aceite en Getsemaní, donde fue la Oración del Huerto de Jesús.

También tenían una casa en la capital, en Jerusalén; y allí celebró Cristo la Última Cena: lo que hoy llamamos el Cenáculo.

Dicen los Hechos de los Apóstoles (12:12) que éstos de reunían con frecuencia en el Cenáculo, que era propiedad de la familia de San Marcos.

El Cenáculo, que mide 15,5 metros de longitud y 9,5 de anchura, ha sido mezquita durante siglos, pues los musulmanes tenían especial interés en convertir en mezquitas los principales lugares cristianos.

Hoy pertenece al Estado de Israel. En la planta baja han puesto el museo del «Holocausto nazi». Ver El Cenáculo: centro de la Santa Sión cristiana

Como es lógico la familia de San Marcos le puso al Señor para la cena la mejor vajilla que tenía.

En aquel tiempo las copas de más valor no eran las de oro y plata, sino las de piedras preciosas.

En las épocas griega y romana era de uso frecuente, en mesas lujosas, los vasos de piedras ricas.

Y es aquí donde el jesuita Jorge Loring empalma la historia del santo Grial de Valencia con San Marcos y San Pedro. 

La copa del Santo Grial de Valencia es de ágata. Parece ser del siglo II antes de Cristo.

Lo original es sólo la copa. Las asas y el pie son de orfebrería posterior.

Como San Marcos acompañó a San Pedro a Roma a predicar el Evangelio, es lógico que se llevara consigo la copa de su familia, que utilizó el Señor en la Última Cena, para que en ella consagrara San Pedro al decir misa.

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Plaza de San Marcos en Roma

    

EL MARTIRIO DE SAN MARCOS

Se cree que Marcos fue martirizado en el año 68.

Los Hechos de San Marcos, un escrito de mitad del siglo IV, refieren que San Marcos fue arrastrado por las calles de Alejandría, atado con cuerdas al cuello. Después lo llevaron a la cárcel.

Se cuenta que el ángel del Señor se le apareció y le dijo:

“Oh Marcos, siervo bueno, regocíjate, porque tu nombre ha sido escrito en el libro de la vida, y se ha contabilizado en la congregación de los santos”.

El ángel desapareció, entonces el Señor se le apareció y le dio la paz. Su alma se regocijó y se alegró.
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A la mañana siguiente, los paganos sacaron a San Marcos de la prisión.
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Le ataron el cuello con una gruesa cuerda e hicieron lo mismo que el día anterior, lo arrastraron por las rocas y piedras.
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Por último, San Marcos, entregó su alma en las manos de Dios y recibió la corona del martirio.

Luego echaron su cuerpo a las llamas, pero los creyentes llegaron y tomaron el cuerpo santo, se lo llevó a la iglesia de Bokalia, lo envolvieron, rezaron al santo, y lo colocaron en un ataúd.

Pusieron el ataúd en un lugar secreto en esta iglesia.

En el 828 se cree que el cuerpo de San Marcos fuero robado de Alejandría por comerciantes venecianos y llevado a Venecia.

En 1063, durante la construcción de una nueva basílica en Venecia, las reliquias de San Marcos no pudieron ser encontradas.

Según la tradición, en 1094 el santo reveló la ubicación de sus reliquias, extendiendo un brazo desde un pilar.

Estas fueron colocados en un sarcófago en la basílica.

Pero los coptos creen que la cabeza del santo quedó en Alejandría.
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Cada año, en el día 30 del mes de Babah, la Iglesia Copta conmemora la consagración de la iglesia de San Marcos.
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Y la aparición de la cabeza del santo en la iglesia copta de San Marcos, en Alejandría, donde se conservaría su cabeza.

En junio de 1968 el Papa Cirilo VI de Alejandría envió una delegación oficial a Roma para recibir una reliquia de San Marcos del Papa Pablo VI.

La delegación estuvo integrada por 10 metropolitas y obispos, siete de los cuales eran coptos y tres etíopes, y tres prominentes líderes coptos laicos.

    

EL ESTUDIO DEL PADRE JORGE LORING 

El fallecido jesuita español ha realizado más investigación sobre el Santo Grial.

La palabra «grial» unos opinan que es una evolución de la palabra hebrea «goral» que significa copa grande, vaso, recipiente.

Otros opinan que procede del romance ibérico, pues con este significado aparece en el Arcipreste de Hita, en el Amadís de Gaula e incluso en el Quijote de Cervantes.

Si realmente la palabra «grial» procede de España, sería una confirmación de la existencia aquí del Santo Cáliz.

En aquel tiempo las copas de más valor no eran las de oro y plata, sino las de piedras preciosas.

En las épocas griega y romana era de uso frecuente, en mesas lujosas, los vasos de piedras ricas.

Plinio nos dice que los antiguos se preciaban de hacer cálices de piedras preciosas: y explica cómo se hacían.

En muchos museos y colecciones figuran vasos greco-romanos de piedra.

La copa del Santo Grial de Valencia es de ágata. Parece ser del siglo II antes de Cristo.
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Lo original es sólo la copa. Las asas y el pie son de orfebrería posterior.

Una evidencia que maneja el padre Loring está referida a las fórmulas de los cánones de misa.

Después del Concilio Vaticano II tenemos varias fórmulas para decir el canon de la misa: unas más largas y otras mas cortas.

Pero hasta el Concilio Vaticano II sólo había una fórmula: la del Canon Romano. Y se conserva inalterada desde los tiempos apostólicos.

En esta fórmula del Canon Romano se dice: «El Señor Jesús, tomando en sus santas manos ESTE CÁLIZ…».
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Cuando yo decía «este cáliz» pensaba en «un cáliz».
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Pero hora caigo (dice Loring) en la cuenta de que San Pedro decía «este cáliz» porque era el mismo que había utilizado el Señor en la Última Cena.

Consta por la historia que en Roma había un cáliz, llamado el «cáliz papal».
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Porque con él sólo decía misa el Papa, pues era el mismo cáliz que había utilizado el Señor en la Última Cena.

traslado santo caliz de valencia

Cuando la persecución del emperador Valeriano, que se estaba apoderando de los bienes de la Iglesia, el Papa de entonces, San Sixto II, encargó al diácono San Lorenzo, que era el administrador de los bienes de la Iglesia de Roma, que salvara el cáliz del Señor de la rapiña del emperador.

San Lorenzo, que después murió mártir en la parrilla, era español, aragonés, de Jaca.
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Para salvar el cáliz se lo entregó a un soldado del ejército romano, paisano suyo, que volvía a Jaca de permiso.
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Para que se lo entregara a sus padres, acompañando el cáliz con una carta que conocemos.

Al texto de esta carta se refiere el pergamino nº 136 de la colección Martín el Humano del Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona.

Es conocido el cuadro de la basílica romana de San Lorenzo-extramuros, en las afueras de Roma, en el que está San Lorenzo entregando un cáliz a un soldado que lo recibe de rodillas.

Este soldado se trajo el cáliz a Jaca y se lo entregó a la familia de San Lorenzo, y éstos al Obispo de Jaca.

Durante la invasión musulmana, este cáliz se escondió en el Pirineo aragonés. Por eso los Caballeros Medievales no sabían dónde estaba, y lo buscaban por el mundo.

En el siglo XIV, Martín el Humano, rey de Aragón y Cataluña, quiso llevarse a su Oratorio Real el Santo Cáliz del Señor, que se conservaba en el Monasterio de San Juan de la Peña, en el Pirineo aragonés, y en compensación hizo al monasterio un valioso donativo.

De esta donación se conserva documentación en el Archivo de la Corona de Aragón del 26 de Septiembre de 1399.

Más tarde, el 18 de Marzo de 1437, Alfonso el Magnánimo entregó el Santo Cáliz a la catedral de Valencia para que allí fuera custodiado; y ahí se encuentra desde entonces.

El 8 de Noviembre de 1982 el Papa Juan Pablo II, en su visita a la catedral de Valencia, oró ante él de rodillas, y lo utilizó cuando celebró misa en el Paseo de la Alameda, en la que ordenó a ciento cincuenta nuevos sacerdotes, procedentes de toda España.

Don Antonio Beltrán, Catedrático de Arqueología en la Universidad de Zaragoza, estudió el Santo Grial y en su libro «El Santo Cáliz de la Catedral de Valencia», publicado en 1984, dice:

«La Arqueología no tiene nada que oponer a la autenticidad del Santo Cáliz; antes bien, es capaz de probar con seguridad que, dada la fecha y origen de la copa, ésta pudo estar perfectamente en la mesa de la Cena del Señor.

Al resultado de nuestra investigación hemos llegado sin apartarnos un ápice del recto camino de observación, interpretación y determinación cronológica; pasos obligados en todo estudio arqueológico».

Pero hay otros cálices que afirman también ser el verdadero grial de la Última Cena del Jueves Santo, como el que se conserva en Antioquía, el Sacro Catino de Génova, el Vaso de Nanteos, el cáliz de Ardagh, el Cáliz de Doña Urraca en León y el Vaso del Padre Pío.

Expondremos algo sobre estos dos últimos.

santo grial de leon

    

EL CÁLIZ DE DOÑA URRACA EN LEÓN

En el año 2014 salió un libro que presenta una investigación afirmando que el verdadero Santo grial es el que está en la Basílica de San Isidoro en León España.

El cáliz está adornado por fuera con piedras preciosas que se habrían puesto en el siglo XI, pero el verdadero cáliz es la copa que está adentro.

Se trata de un vaso de ónice oscuro con vetas.

La historiadora Margarita Torres Sevilla dice que ha descubierto dos pergaminos originales egipcios fechados en el año 1054, donde consta que el cáliz habría sido enviado al rey de León Fernando el Grande.

El cáliz habría permanecido en la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén hasta el siglo IV, de donde fue saqueado por los musulmanes.

Este supuesto Santo Grial habría caído en manos del califa fatimí qué reinaba en Egipto, rama que en el año 972 fundó El Cairo.

Este cáliz fue regalado en 1054 por el califa al Emir de la taifa de Dénia como una copa de poder.

Y a su vez este califa se lo regaló a Fernando I Rey de León, porque quería congraciarse con el monarca que había enviado un cargamento de alimentos a Egipto en un año de hambruna.

La pieza fue denominada el Cáliz de Doña Urraca en honor a la hija de Fernando I, la infanta doña Urraca.

Los monarcas leoneses tenían la seguridad de poseer el verdadero cáliz porque en el panteón real hay un santuario dedicado al Cáliz de Doña Urraca y en la cripta hay muchas alusiones a este grial.

Según estos autores ninguno de los otros presuntos santos griales tiene documentación tan sólida.

La prueba que el grial de Doña Urraca es el de la documentación es que en los documentos egipcios dicen que se le saltó una esquirla y esta esquirla le falta al grial de León.

Entre la documentación que presentan los historiadores en el libro dice que el cáliz es de una tipología situada entre el siglo I aC y a siglo I dC.

santo grial del padre pio

    

¿PUEDE SER LA HUMILDE COPA QUE CONSERVABA EL PADRE PÍO, EL SANTO GRIAL?

En 2003, una revista italiana hizo la afirmación espectacular que el Padre Pío poseía el Santo Grial, y lo había querido dar a un sacerdote capuchino llamado Padre Cristóforo, de un convento cercano.   

Como se puede ver en las fotos, esto es un verdadero humilde grial, algo que el Maestro de la Humildad podría haber utilizado realmente en la Última Cena.

Según el artículo, el padre Pío escribió una carta al Padre Cristóforo, que ha sido autenticado.

Dice en parte:

«Para el Padre Cristóforo da Vico del Gargano, encomiendo los restantes humildes secretos que me han dado los fieles cristianos… le dejo el pequeño jarrón griego perteneciente al apóstol Pedro, guardado en secreto por mí, ya que fue un regalo de Dios para mi padre y un testigo de la gran luz, guárdela para los pobres fieles».

Uno de los frailes por entonces involucrados en el proceso de canonización del Padre Pío creía que la frase «a mi padre» en la carta, se refiere al padre espiritual del Padre Pío, San Francisco de Asís.

Así, este pequeño vaso o taza se transmitió a través de los siglos, desde San Pedro, a San Francisco, y finalmente a San Padre Pío.

De manera significativa, el Padre Pío también menciona que esta copa fue «testigo de la gran luz.»

Suena increíble, ¿pero podría ser que esta pequeña y humilde taza fuera en realidad el cáliz del Grial?

Tal vez no sea el cáliz principal, pero de acuerdo a las visiones de Ana Catalina Emmerich, el gran cáliz contiene en su interior una pequeña taza. 

Además, en la Última Cena, los Apóstoles consumen la Preciosa Sangre en vasos separados, había seis de ellos.

detalles del santo grial del padre pio

Los escritos de Emmerich afirman que la Preciosa Sangre que permaneció fue colocada en la taza pequeña, y la copa fue devuelta a su lugar dentro del gran cáliz. 

Estas reliquias, finalmente, se distribuyeron entre los Apóstoles según Emmerich, como se informa en el cuarto volumen de La Vida de Cristo y las Revelaciones de la Biblia.

La taza del Padre Pío fue expuesta en Roma junto con otras reliquias del Padre Pío en una exhibición especial.

La exposición viajó a los EE.UU. coordinada por Alberto Festa, sobrino nieto del doctor Giorgio Festa, médico y autor del libro clásico sobre los estigmas del Padre Pío.

Las investigaciones de Festa han establecido que la copa se remonta a la época de Cristo. Un libro también ha sido escrito conjuntamente con la exposición.

Esa publicación original de 2003 permite llegar a la conclusión de que existe una alta probabilidad de que la «humilde taza» del Padre Pío fue efectivamente utilizada el Jueves Santo, y contenía la Preciosa Sangre consagrada por el mismo Jesús.

Fuentes:


Sergio Fernández, Editor de los Foros de la Virgen María

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El Cenáculo: centro de la Santa Sión cristiana

Sala del Cenáculo donde Jesús realizó el Lavatorio de pies, la Ultima Cena, y descendió el Espíritu Santo a los Apóstoles reunidos con María

El Cenáculo es el centro de Sión cristiano, donde se iniciaron los gestos del Amor de Jesús antes de subir a la Cruz y donde nació la Iglesia. Allí tuvo lugar el lavatorio de pies de Jesús a sus discípulos, la última cena y la venida del Espíritu santo cuando los Apóstoles están reunidos con María luego de la muerte de Jesucristo.

La sala de la última cena y descendimiento del Espíritu Santo ha pasado por varias manos, construcciones y reconstrucciones, y hoy el edificio es propiedad del gobierno israelí, que usa el piso superior como atractivo turístico para los cristianos, pero no deja celebrar la liturgia allí.

Puerta de David o de Sión

 

EL MONTE SIÓN

Sión fue el nombre cananeo de la colina rocosa en que se asentaba la Jerusalén jebusea del sureste, que David conquistó y convirtió en capital; se llamó, desde entonces, “ciudad de David” (2 Sam 5,7; 1Cr 11,4-5; 1 Re 8,1; 2 Cr 5,2). El significado se generalizó para referirse a Jerusalén (2 Re 19,21; Sa148,12; 133,3; Is 1,8; 10,24; 60,14). Los deportados al exilio y los que logran regresar, sueñan todos con reconstruir Sión o Jerusalén (Sal 51,20; 126,1; 137,1.3).

  

Vista aerea de Monte Sión

Transferida el Arca al monte del Templo (Moria), se aplicará a éste el nombre de Sión, como morada de Yahvé (Is 8,18; Jer 31,12; 1Mc 7,32-33; Sal 74,2). Y tras el destierro, al no realizarse la esperanza histórica de la restauración política, Sión asumió el valor simbólico de pueblo de Dios; en ocasiones, significa también la institución religiosa de los judíos (Sal 126,1; Is 33,14; Mi 1,13: Za 2,14; So 3,14). Y por su relación con el Mesías, Sión es igualmente sinónimo de la Jerusalén celestial (Rm 11,26; Hb 12,22; Sal 110,2). Baste comprobar una cita: “Os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial” (Hb 12,22).

Finalmente, por haberse iniciado el cristianismo en torno al Cenáculo, de tantos recuerdos para la primitiva comunidad cristiana, el nombre de Sión es aplicado por los bizantinos a la montaña del suroeste, donde se celebró la Última Cena y adonde descendió el Espíritu Santo. La convicción de que la Iglesia era la continuación del “pueblo de Dios”, fue motivo para denominarse Santa Sión la primitiva basílica bizantina. Con ello la colina del Cenáculo suplantaba en el nombre a la de la primera ciudad de David. Nacía una Sión cristiana.

 

EL CENÁCULO

Sala del Cenáculo

El monte Sión cristiano – entre los valles del Tyropeon y la Gehenna – se encuentra hoy fuera de las murallas de Jerusalén. Se accede a él normalmente por la llamada puerta de Sión o de David, abierta en 1540 por Solimán II el Magnífico, para comunicar esa parte alta (de unos 780m.) con la ciudad interior. En torno a la “sala alta” del Cenáculo, hay para el cristiano todo un cúmulo de recuerdos, de los que ofrecemos las citas del Evangelio:
   –Preparación de la Pascua: Mc 14, 12-17.
   –Lavatorio de los pies: Jn  13,4-17.
   –Oración sacerdotal: Jn 14; 15; 16; 17.
   –Mandamiento nuevo del amor: Jn 15.
   –Eucaristía: Mc 14,22-25; Mt 26, 26-29; Lc 22,19-20; 1Cor 11,23-26.
   –Aparición del Resucitado: Jn 20,19-23; Mc 10,14; Lc 24,36-45.
   –Pentecostés: Hch 2,1-12.

 

HISTORIA DE LA SIÓN CRISTIANA ANTIGUA

Las fuentes literarias coinciden en localizar el Cenáculo en la colina del suroeste de la Ciudad Santa. También la arqueología parece estar de acuerdo. En 1951, se descubrieron restos evidentes de lo que pudo ser la primitiva construcción de los siglos I-II d.C., donde la naciente iglesia judeocristiana convirtió en iglesia sinagogal -dedicada al Señor o a los Apóstoles – la casa o sala de la Cena pascual, enriquecida con tantos acontecimientos. Reliquia de esta casa-sinagoga puede ser el muro absidal que aún sigue en pie, detrás del cenotafio llamado “tumba de David”. Su destino sería guardar los rollos o libros sagrados. A ello se añaden grafitos – hoy desaparecidos o cubiertos – y piedras de cimientos y angulares de algunas partes del primitivo edificio.

Esa casa-iglesia de los primeros siglos mantuvo las dos plantas, de las que “la alta era propiamente el Cenáculo (Mc 14,15; Lc 22,12). No perderá nunca esa estructura a pesar de las transformaciones sucesivas.

El lugar o casa de oración comienza a tener importancia después de la Ascensión (Hch 2,1). Desde el año 58, será la primera sede episcopal de Jerusalén, regida por Santiago, el hermano del Señor, al frente de los judeocristianos. Afortunadamente, ni las legiones de Tito ni las de Adriano se percataron de aquel rincón venerado del extremo suroeste, que siguió como lugar de cita de la primitiva comunidad. Lo alcanzaron a ver testigos y peregrinos anteriores y posteriores a la gran basílica del siglo IV.

Son conocidos los problemas por los que atravesó esta iglesia madre” de Sión,  que nació con el signo del martirio. Santiago y Simeón y los 13 obispos siguientes – anteriores todos a la segunda rebelión judía del año 135 dC. – son el tributo martirial de los judeocristianos de Jerusalén. En los primeros años de la Aelia Capitolina de Adriano, se sentó en el “trono de Santiago” el obispo Marcos (133-135), del que afirma Eusebio (HE V, 12) que fue “el primer obispo tomado de entre los Gentiles para dirigirla”.

Luego vino la dispersión de los cristianos de Jerusalén por Jordania y Siria, a lo que hay que sumar los conflictos creados por la secta de los ebionitas. El concilio de Cesarea (l96 dC.) Fijó en domingo la celebración de la Pascua, lo que no gustó a la iglesia de Jerusalén, aferrada a la fecha del 14 de nisán por su condición de judeocristiana. La reacción del obispo Narciso le llevó a exiliarse voluntariamente por discrepancia de criterio. Le sucedió el apologeta y mártir Alejandro de Capadocia (202-211), que dejó constancia escrita de la iglesia del monte Sión. La problemática sigue aún, un siglo largo más tarde, cuando Macario (314-333) se ve en la obligación de recoger las tradiciones de la iglesia local para informar a los arquitectos de Constantino acerca de los “lugares santos”, sepultados por Adriano dos siglos antes.

Y aquí termina la época de independencia de la sede de Sión. Hasta el año 70 dC es decir, en vida de los obispos “parientes del Señor, el Cenáculo era una casa de dos plantas – cedida a los cristianos- que conserva el aspecto originario. Al pasar a “sede episcopal, el edificio – con las necesarias transformaciones – se identifica como una “pequeña iglesia de Dios, mencionada por los escritores y testigos anteriores al año 335.

 

DOS SEDES EPISCOPALES

A la muerte de Macario, sin que cese la afluencia de peregrinos, el Cenáculo sufre la competencia de la sede del Santo Sepulcro, por lo que se identifica como la iglesia “superioro de arriba. Los primeros obispos de abajo – de Jerusalén a secas – son Máximo (333-48) y San Cirilo de Jerusalén (348-386). Por las catequesis de Cirilo conocemos la dura realidad de la iglesia judeocristiana del monte Sión, que él llama “Iglesia superior de los Apóstoles”, con graves problemas de división. Los testimonios de otros testigos confirman la tensión o discrepancias,  sobre todo en los casos de escritores cualificados, que no se limitan -como los simples peregrinos- a describir lo que ven.

Algunos ejemplos de unos y otros. El peregrino de Burdeos (333 dC.) -que pasó por Sión – sólo vio una de las “siete sinagogas que allí existieron”, pero no entra en las causas de esta merma. Egeria (384 dC.) parece hablar de dos iglesias en Sión. Si estaba en pie la de Juan, no la describe; se limita a decir que asistió a la procesión que iba del Martyrium a Sión y a la liturgia y predicación que allí se celebraba “en otra iglesia, donde la multitud de creyentes, después de la pasión del Señor, solía recogerse juntamente con los Apóstoles”. Pero San Gregorio de Nisa, que visitó por entonces Jerusalén (385 dC.), no logró entenderse en su diálogo con los judeocristianos, a los que deja mal en una de sus cartas polémicas. Epifanio de Salamina (392 dC.) es explícito al afirmar que la destrucción de Adriano (117- 138) no afectó a “la pequeña Iglesia de Dios, donde los discípulos habían subido a la sala superior… construida en aquella parte de Sión que se libró de la destrucción”. Y añade que de las siete sinagogas, una quedó en pie hasta tiempos de Constantino, “como cabaña en una viña”. El historiador Eusebio, que escribe a principios del siglo IV, testifica también que “el trono de Santiago… se ha conservado hasta hoy”. Y san Jerónimo, que sostuvo grandes discusiones con el patriarca Juan, no parece interesarse por su basílica, pero asegura que vio la columna de la Flagelación en la nave de la Iglesia y el lugar donde descendió el Espíritu Santo.

En efecto, a fines del siglo IV, como desafío a la mermada comunidad judeocristiana del Cenáculo, el obispo Juan II de Jerusalén (386-417) edificó, con ayuda bizantina, la gran basílica de Santa Sión (Hagia Sión”), de grandes proporciones, en el flanco norte de la anterior. De su grandiosidad se hacen eco los elogios homiléticos de Esiquio de Jerusalén (c· 440 dC), el peregrino Teodosio (530 dC.) – que da su ubicación y la llama «madre de todas las iglesias» – y el Breviario de Jerusalén (también del año 530), que la designa como “basílica enormemente grande”.

La basílica de Juan debió de ser espléndida: 60m de larga, 40 de ancha y 80 columnas. Pero sólo duró incólume hasta los persas. Como indica el plano arqueológico de Bagatti – Alliata, abarcaba gran parte del entorno sacro actual: en la nave septentrional, se recordaba la dormición de la Virgen; desde la meridional se subía a la capilla superior que recordaba la Cena y los hechos de Pentecostés. De aquí se descendía a una capilla inferior, que conmemoraba el lavatorio de los pies y la aparición a los apóstoles.

 

ENTRE DESTRUCCIONES Y RECONSTRUCCIONES

Parece que, durante los siglos siguientes y hasta su destrucción (966 dC.), el Cenáculo deja de ser un santuario independiente e individuado; simplemente forma parte de la basílica. De hecho, los peregrinos o textos no la mencionan expresamente, mientras que no olvidan otros recuerdos menores. Entre éstos, en la Santa Sión eran veneradas las reliquias de San Esteban, la columna de la Flagelación, la conmemoración del santo rey David (25 de diciembre) y la de Santiago, primer obispo de Jerusalén.

La basílica fue incendiada por los persas de Corroes 614 dC.), pero el patriarca Modesto la reedificó tras la reconquista de Heraclio (629). A Modesto le sucede San Sofronio (634-638 dC.), que canta a Sión en sus Anacreónticas, pero que se vio en el trance – un año antes de su muerte – de entregar las llaves de Jerusalén al califa Omar (637).

Arculfo, en el año 670, vio la basílica, que le pareció grande y de estructura pétrea, pero en su dibujo sólo destacó los lugares y reliquias santas. Hay también una descripción armenia de la iglesia de Sión (s. VII dC.). Y en el Leccionario georgiano de la iglesia de Jerusalén (de los s. VII-VIII) se señalan los días de celebraciones propias de la basílica.

Si no de momento, sí a lo largo de la ocupación islámica fue destruida la Santa Sión (en 966 ó en 1009), excepto la sala de doble piso del Cenáculo, que es lo que los cruzados hallaron en ruinas, el 15 de julio de 1099. No tardaron en reconstruirla, reduciendo a tres las cinco naves y dedicándola a Santa María del Monte Sión. Individuaron, a uno y otro lado, los lugares sacros del Cenáculo y de la Dormición, respetando los dos planos del Cenáculo, de tal modo que los peregrinos posteriores vuelven a hablar del Cenáculo y a describirlo (Sewulfo, Daniel, J. de Wirzburg, Teodorico).

La obra de los cruzados -que necesariamente debió de ser de estilo románico-  fue destruida por Saladino (1187 dC.).

No es fácil aclarar cómo Wilibrando, en 1212, halló “un cenobio grande y hermoso a la vista”. Lo servían los sirianos. Más radical debió de ser la destrucción del sultán de Damasco, el Malek el-Mohaddam, en 1219. Y entonces sí que se imponía una restauración a fondo de la sala superior del Cenáculo. ¿Quién la realizó?

 

LA ETAPA DE LOS FRANCISCANOS

Aspecto exterior del edificio donde esta el Cenáculo

A juzgar por el nuevo tipo de arquitectura – ahora gótica – han transcurrido bastantes años. No es seguro que la sala fuera rehecha de manera profunda en la breve tregua de Federico II (1229-39); pero sí es muy probable que allí se celebraron cultos mientras el local lo permitió. En el año 1244, la calma de la tregua – que era sólo de diez años – se interrumpió por el asalto de los feroces karismini. Sin que se pueda precisar la gravedad de los deterioros, las noticias nos trasladan al año 1335, en que Santiago de Verona habla claramente de un edificio de “bóvedas dobles” junto a las ruinas de la iglesia, que es sin duda la cruzada.

Esas bóvedas pertenecen ya a otra construcción. En 1333, Roberto de Nápoles y Sancha de Mallorca adquieren, por inmensa suma de dinero, los terrenos -una gran parte- del monte Sión para donarlos a los franciscanos. No es lógico que alzaran un convento para los frailes, un hospicio para peregrinos, y se cruzaran de brazos ante el Cenáculo. Parte al menos de la obra -la vivienda- estaba terminada para 1335. En 1342, la bula Gratias agimus de Clemente VI confirma la donación a los menores.

No es posible resolver la datación exacta de la sala gótica del Cenáculo, que quiere semejar un gran comedor con dos gruesas columnas centrales que se abren en palmera para sostener la nervatura ojival. Si se admite que la obra es de la tregua de Federico II (antes de 1244), su arquitectura es muy avanzada con respecto al arte occidental. Parece más obvio relacionarlo con las formas constructivas de la Nicosía del siglo XIV, lo que equivale, a afirmar que su recio estilo gótico corresponde a la etapa de pacífica posesión de los franciscanos, quizá ya en la segunda mitad del “trecento”. Si se piensa en fechas más posteriores, las líneas rebajadas de las ojivas podrían resultar ya arcaizantes. Ello no impide que las reconstrucciones y ampliaciones prosiguieran durante largos años.

La escalera del fondo conduce a la sala alta, donde los cruzados celebraban ya la venida del Espíritu Santo, así como la otra sala inferior -al ras de suelo- les servía para conmemorar el lavatorio y el recuerdo de David. 

En todo caso, se han salvado – una vez más – las dos salas superpuestas, que en adelante tendrán historia independiente. En 1429, los religiosos fueron expulsados de la sala inferior, que volvieron a recuperar por dinero, para perderla definitivamente en 1452. Los judíos habían instigado a los musulmanes, haciéndoles conocer las infundadas noticias de Benjamín de Tudela, que tampoco ellos sabían hasta 1167. La pretendida “tumba de David”, era sólo el señuelo que desencadenó la ambición. Los despojos continuaron en 1524, pues un decreto de Solimán II arrebataba también la sala superior, tras dos siglos de posesión; y poco después, en 1551, los mismos otomanos expulsan de su convento de Sión a los franciscanos y convierten en mezquita -de Nebi Daud o Profeta David- la sala del Cenáculo, vedando además rigurosamente el acceso a todos los cristianos. 

Aún así, los menores se resistieron a salir del lugar; se alojaron como pudieron en un local vecino – llamado «el horno» hasta que, en 1559, compraron a los georgianos el convento de San Salvador, sede desde entonces de la Custodia de Tierra Santa. Se iban, pero no aceptaban los hechos consumados. Por eso, el Custodio continúa llevando el título de “Guardián del convento del Santo Sión”. Bernardino Amico, a fines del siglo XVI, se ingenió para hacer un interesante diseño del lugar que habían abandonado los franciscanos.

 

SIGLOS POSTERIORES

La prohibición de entrar en Sión siguió en pie en los siglos siguientes, si bien consta de visitas aisladas, siempre por dinero. En el siglo XIX, se suavizó la situación y se toleró la entrada, pero nunca la celebración de misas. Para justificar la postura, añadieron el mihrab (1929) y ricas alfombras, como símbolos de mezquita oficial, y se instaló una verja (hoy retirada) para señalar el límite de la tolerancia. En 1936, los franciscanos fundaron al lado un nuevo convento destinado a las celebraciones de los peregrinos. Está precisamente en la “casa del horno”, pared por medio del Cenáculo auténtico. En 1948, tras la división de la ciudad, el Cenáculo caía en la parte nueva o israelí. La sala del Cenotafio se convirtió en sinagoga y el resto de los bajos en monumento nacional para conmemorar el “holocausto” de judíos en Europa. 

Como consecuencia de la guerra de 1967, las familias musulmanas que residían en el Cenáculo abandonaron el local, que pasó a protección del ministerio de Cultos de Israel. Hoy, los israelíes permiten a los cristianos las visitas de la sala, pero no las funciones litúrgicas. Se basan para ello en una interpretación peculiar del “statu quo”.

La Custodia, que no ha renunciado a los derechos, reitera sus reclamaciones periódicas.

 

OTROS ATRACTIVOS PARA VISITAR EL MONTE SIÓN

Basílica de San Pedro Gallicantu

  

Hagia María o Iglesia de la Dormición en Monte Sión

  

Tumba de David en el Monte Sión

 

Fuente: Félix del Buey, ofm para Revista Tierra Santa

 
 

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Beata Ana Catalina Emmerich Foros de la Virgen María MENSAJES Y VISIONES

Visión de la preparación de la Pascua a la Institución de la Eucaristía, visiones de la beata Ana Catalina Emmerick

El relato de la “Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” comienza con la Última Cena y concluye con la Resurrección. Narra la Pasión de Jesucristo a través de minuciosas descripciones concretas de personas, lugares y acontecimientos, por lo que resulta comprensible que este libro haya servido de inspiración para el director y actor Mel Gibson, a la hora de hacer su película «La Pasión de Cristo».

Cuenta el mismo Gibson que se encontraba rezando en su despacho tratando de ser iluminado sobre el guión de su película, cuando este libro de Ana Catalina se desprendió de la librería y cayó sobre su regazo, como una señal del cielo.

I. Preparación de la Pascua

Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la última gran comida del Señor y sus amigos, en casa de Simón el Leproso, en Betania, en donde María Magdalena derramó por última vez los perfumes sobre Jesús.

Los discípulos habían preguntado ya a Jesús dónde quería celebrar la Pascua. Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a Santiago y a Juan: les habló mucho de todo lo que debían preparar y ordenar en Jerusalén, y les dijo que cuando subieran al monte de Sión, encontrarían al hombre con el cántaro de agua. Ellos conocían ya a este hombre, pues en la última Pascua, en Betania, él había preparado la comida de Jesús: por eso San Mateo dice: cierto hombre. Debían seguirle hasta su casa y decirle: «El Maestro os manda decir que su tiempo se acerca, y que quiere celebrar la Pascua en vuestra casa». Después debían ser conducidos al Cenáculo, y ejecutar todas las disposiciones necesarias.

Yo vi los dos Apóstoles subir a Jerusalén; y encontraron al principio de una pequeña subida, cerca de una casa vieja con muchos patios, al hombre que el Señor les había designado: le siguieron y le dijeron lo que Jesús les había mandado. Se alegró mucho de esta noticia, y les respondió que la comida estaba ya dispuesta en su casa (probablemente por Nicodemo); que no sabía para quién, y que se alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era Elí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la muerte de Juan Bautista. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados, alquilaba una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no tenían hospedaje en la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo que pertenecía a Nicodemo y a José de Arimatea. Enseñó a los dos Apóstoles su posición y su distribución interior.

II. El Cenáculo

Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, se halla una antigua y sólida casa, entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio espacioso cercado de buenas paredes. Al lado izquierdo de la entrada se ven otras habitaciones contiguas a la pared; a la derecha, la habitación del mayordomo, y al lado, la que la Virgen y las santas mujeres ocuparon con más frecuencia después de la muerte de Jesús. El Cenáculo, antiguamente más espacioso, había servido entonces de habitación a los audaces capitanes de David: en el se ejercitaban en manejar las armas. Antes de la fundación del templo, el Arca de la Alianza había sido depositada allí bastante tiempo, y aún hay vestigios de su permanencia en un lugar subterráneo. Yo he visto también al profeta Malaquías escondido debajo de las mismas bóvedas; allí escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio de la Nueva Alianza.

Cuando una gran parte de Jerusalén fue destruida por los babilonios, esta casa fue respetada: he visto otras muchas cosas de ella; pero no tengo presente más que lo que he contado.

Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a ser propiedad de Nicodemo y de José de Arimatea: habían dispuesto el cuerpo principal muy cómodamente y lo alquilaban para servir de Cenáculo a los extranjeros, que la Pascua atraía a Jerusalén. Así el Señor lo había usado en la última Pascua.

El Cenáculo, propiamente, está casi en medio del patio; es cuadrilongo, rodeado de columnas poco elevadas. Al entrar, se halla primero un vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después de entrar en la sala interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes están adornadas, para la fiesta, hasta media altura, de hermosos tapices y de colgaduras.

La parte posterior de la sala está separada del resto por una cortina. Esta división en tres partes da al Cenáculo cierta similitud con el templo. En la última parte están dispuestos, a derecha e izquierda, los vestidos necesarios para la celebración de la fiesta. En el medio hay una especie de altar; en esta parte de la sala están haciendo grandes preparativos para la comida pascual. En el nicho de la pared hay tres armarios de diversos colores, que se vuelven como nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi toda clase de vasos para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento reposó allí.

En las salas laterales del Cenáculo hay camas en donde se puede pasar la noche. Debajo de todo el edificio hay bodegas hermosas. El Arca de la Alianza fue depositada en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el hogar. Yo he visto allí a Jesús curar y enseñar; los discípulos también pasaban con frecuencia las noches en las laterales.

III. Disposiciones para el tiempo pascual

Vi a Pedro y a Juan en Jerusalén entrar en una casa que pertenecía a Serafia (tal era el nombre de la que después fue llamada Verónica). Su marido, miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de la casa atareado con sus negocios; y aun cuando estaba en casa, ella lo veía poco. Era una mujer de la edad de María Santísima, y que estaba en relaciones con la Sagrada Familia desde mucho tiempo antes: pues cuando el niño se quedó en el templo después de la fiesta, ella le dio de comer. Los dos apóstoles tomaron allí, entre otras cosas, el cáliz de que se sirvió el Señor para la institución de la Sagrada Eucaristía.

IV. El Cáliz de la santa Cena

El cáliz que los apóstoles llevaron de la casa de Verónica, es un vaso maravilloso y misterioso. Había estado mucho tiempo en el templo entre otros objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había olvidado. Había sido vendido a un aficionado de antigüedades. Y comprado por Serafia había servido ya muchas veces a Jesús para la celebración de las fiestas, y desde ese día fue propiedad constante de la santa comunidad cristiana. El gran cáliz estaba puesto en una azafata, y alrededor había seis copas. Dentro de el había otro vaso pequeño, y encima un plato con una tapadera redonda. En su pie estaba embutida una cuchara, que se sacaba con facilidad.

El gran cáliz se ha quedado en la Iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y lo veo todavía conservado en esta villa: ¡aparecerá a la luz como ha aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban; una de ellas está en Antioquía; otra en Efeso: pertenecían a los Patriarcas, que bebían en ellas una bebida misteriosa cuando recibían y daban la bendición, como lo he visto muchas veces. El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país de Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo usó en el sacrificio, cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y se lo dejó a este Patriarca.

V. Jesús va a Jerusalén

Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, hizo una despedida tierna a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el Apóstol de la fe, y a Juan, el Apóstol del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo que María Magdalena, cuyo dolor era muy violento, que su amor era grande, pero que todavía era un poco según la carne, y que por ese motivo el dolor la ponía fuera de sí. Habló también del proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó por él.

Judas había ido otra vez de Betania a Jerusalén con pretexto de hacer un pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le enseñaron los soldados encargados de prender al Salvador. Calculó sus idas y venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del Señor poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos. Era activo y servicial; pero lleno de avaricia, de ambición y de envidia, y no combatía estas pasiones.

Había hecho milagros y curaba enfermos en la ausencia de Jesús. Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que iba a suceder, Ella le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con Él. Pero Él le recomendó que tuviera más resignación que las otras mujeres; le dijo también que resucitaría, y el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero estaba profundamente triste. El Señor le dio las gracias, como un hijo piadoso, por todo el amor que le tenía. Se despidió otra vez de todos, dando todavía diversas instrucciones.

Jesús y los nueve Apóstoles salieron a las doce de Betania para Jerusalén; anduvieron al pie del monte de los Olivos, en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no cesaba de instruirlos. Dijo a los Apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces les había dado su pan y su vino, pero que hoy quería darles su carne y su sangre, y que les dejaría todo lo que tenía. Decía esto el Señor con una expresión tan dulce en su cara, que su alma parecía salirse por todas partes, y que se deshacía en amor, esperando el momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron; creyeron que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar todo el amor y toda la resignación que encierran los últimos discursos que pronunció en Betania y aquí.

Cuando Pedro y Juan vinieron al Cenáculo con el cáliz, todos los vestidos de la ceremonia estaban ya en el vestíbulo. En seguida se fueron al valle de Josafat y llamaron al Señor y a los nueve Apóstoles. Los discípulos y los amigos que debían celebrar la Pascua en el Cenáculo vinieron después.

VI. Última Pascua

Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de San Juan Bautista.

Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero; vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre.

Los vasos y los instrumentos necesarios fueron preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado.

El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron un ramo de hisopo que mojó en la sangre. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura, y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo.

Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en otro tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo. Todas las puertas estaban cerradas mientras tanto.

El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás estaban extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos traídos del templo. Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una capa más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas anchas arremangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada: los discípulos en las salas laterales, el Señor con los Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la vuelta, Mateo y Felipe.

Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los Apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los Apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy de prisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de pie, apoyándose sólo un poco sobre el respaldo de su silla. Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyó la otra. Trajeron otra copa de vino; y Jesús decía: «Tomad este vino hasta que venga el reino de Dios». Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y habiéndose lavado otra vez las manos, se sentaron en las sillas.

Al principio estuvo muy afectuoso con sus Apóstoles; después se puso serio y melancólico, y les dijo: «Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros, cuya mano está conmigo en esta mesa». Había sólo un plato de lechuga; Jesús la repartía a los que estaban a su lado, y encargó a Judas, sentado en frente,
que la distribuyera por su lado. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que espantó a todos los Apóstoles, dijo: «Un hombre cuya mano está en la misma mesa o en el mismo plato que la mía», lo que significa: «Uno de los doce que comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan». No designó claramente a Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato era una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería darle un aviso, pues, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir lechuga. Jesús añadió: «El hijo del hombre se va, según esta escrito de Él; pero desgraciado el hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no haber nacido».

Los Apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: «Señor, ¿soy yo?», pues todos sabían que no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó sobre Juan por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor quién era, pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía miedo que le hubiera querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y, como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo: «Señor, ¿quién es?». Entonces tuvo aviso que quería designar a Judas. Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: «Este a quien le doy el pan que he mojado». Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando el Señor mojó el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a Judas, que preguntó también: «Señor, ¿soy yo?». Jesús lo miró con amor y le dio una respuesta en términos generales. Era para los judíos una prueba de amistad y de confianza. Jesús lo hizo con una afección cordial, para avisar a Judas, sin denunciarlo a los otros; pero éste estaba interiormente lleno de rabia. Yo vi, durante la comida, una figura horrenda, sentada a sus pies, y que subía algunas veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó con los ojos.

VII. El lavatorio de los pies

Se levantaron de la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según costumbre, para el oficio solemne, el mayordomo entró con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera agua al vestíbulo, y salió de la sala con sus criados. De pie en medio de los Apóstoles, les habló algún tiempo con solemnidad. No puedo decir con exactitud el contenido de su discurso. Me acuerdo que habló de su reino, de su vuelta hacia su Padre, de lo que les dejaría al separarse de ellos. Enseñó también sobre la penitencia, la confesión de las culpas, el arrepentimiento y la justificación. Yo comprendí que esta instrucción se refería al lavatorio de los pies; vi también que todos reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas.

Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo a los Apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo. Él se fue al vestíbulo, y se puso y ciñó una toalla alrededor del cuerpo. Mientras tanto, los Apóstoles se decían algunas palabras, y se preguntaban entre sí cuál sería el primero entre ellos; pues el Señor les había anunciado expresamente que iba a dejarlos y que su reino estaba próximo; y se fortificaban más en la opinión de que el Señor tenía un pensamiento secreto, y que quería hablar de un triunfo terrestre que estallaría en el último momento.

Estando Jesús en el vestíbulo, mandó a Juan que llevara un baño y a Santiago un cántaro lleno de agua; en seguida fueron detrás de él a la sala en donde el mayordomo había puesto otro baño vacío.

Entró Jesús de un modo muy humilde, reprochando a los Apóstoles con algunas palabras la disputa que se había suscitado entre ellos: les dijo, entre otras cosas, que Él mismo era su servidor; que debían sentarse para que les lavara los pies. Se sentaron en el mismo orden en que estaban en la mesa. Jesús iba del uno al otro, y les echaba sobre los pies agua del baño que llevaba Juan; con la extremidad de la toalla que lo ceñía, los limpiaba; estaba lleno de afección mientras hacía este acto de humildad.

Cuando llegó a Pedro, éste quiso detenerlo por humildad, y le dijo: «Señor, ¿Vos lavarme los pies?». El Señor le respondió: «Tú no sabes ahora lo que hago, pero lo sabrás mas tarde». Me pareció que le decía aparte: «Simón, has merecido saber de mi Padre quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy; tú solo lo has confesado expresamente, y por eso edificaré sorbe ti mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza acompañará a tus sucesores hasta el fin del mundo». Jesús lo mostró a los Apóstoles, diciendo: «Cuando yo me vaya, él ocupará mi lugar». Pedro le dijo: «Vos no me lavaréis jamás los pies». El Señor le respondió: «Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo». Entonces Pedro añadió: «Señor, lavadme no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús respondió: «El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más que los pies; está purificado en todo el resto; vosotros, pues, estáis purificados, pero no todos». Estas palabras se dirigían a Judas. Había hablado del lavatorio de los pies como de una purificación de las culpas diarias, porque los pies, estando sin cesar en contacto con la tierra, se ensucian constantemente si no se tiene una grande vigilancia. Este lavatorio de los pies fue espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio de su celo, no vio más que una humillación demasiado grande de su Maestro: no sabía que Jesús al día siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta la muerte ignominiosa de la cruz.

Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y más afectuoso: acercó la cara a sus pies; le dijo en voz baja, que debía entrar en sí mismo; que hacía un año que era traidor e infiel. Judas hacía como que no le oía, y hablaba con Juan. Pedro se irritó y le dijo: «Judas, el Maestro te habla». Entonces Judas dio a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: «Señor, ¡Dios me libre!». Los otros no habían advertido que Jesús hablaba con Judas, pues hablaba bastante bajo para que no le oyeran, y además, estaban ocupados en ponerse su calzado. En toda la pasión nada afligió más al Salvador que la traición de Judas. Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. Enseñó sobre la humildad: les dijo que el que serví a los otros era el mayor de todos; y que desde entones debían lavarse con humildad los pies los unos a los otros; en seguida se puso sus vestidos. Los Apóstoles desataron los suyos, que los habían levantado para comer el cordero pascual.

VIII. Institución de la Sagrada Eucaristía

Por orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que había lazado un poco: habiéndola puesto en medio de la sala, colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro lleno de vino. Pedro y Juan fueron a buscar al cáliz que habían traído de la casa de Serafia. Lo trajeron entre los dos como un Tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella una fuente ovalada con tres panes asimos blancos y delgados; los panes fueron puestos en un paño con el medio pan que Jesús había guardado de la Cena pascual: había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una de aceite espeso, la otra de aceite líquido y la tercera vacía.

Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y de beber en el mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de fraternidad y de amor que se usaba para dar la bienvenida o para despedirse. Jesús elevó hoy este uso a la dignidad del más santo Sacramento: hasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo.

El Señor estaba entre Pedro y Juan; las puertas estaban cerradas; todo se hacía con misterio y solemnidad. Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró, y habló muy solemnemente. Yo le vi explicando la Cena y toda la ceremonia: me pareció un sacerdote enseñando a los otros a decir misa.

Sacó del azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita; tomó un paño blanco que cubría el cáliz, y lo tendió sobre el azafate y la tablita. Luego sacó los panes asimos del paño que los cubría, y los puso sobre esta tapa; sacó también de dentro del cáliz un vaso más pequeño, y puso a derecha y a izquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan y los óleos, según yo creo: elevó con sus dos manos la patena, con los panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa, y la cubrió. Tomó después el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan echara el agua que había bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó con una cucharita : entonces bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio, y lo puso sobre la mesa.

Juan y Pedro le echaron agua sobre las manos. No me acuerdo si este fue el orden exacto de las ceremonias: lo que sé es que todo me recordó de un modo extraordinario el santo sacrificio de la Misa.

Jesús se mostraba cada vez más afectuoso; les dijo que les iba a dar todo lo que tenía, es decir, a Sí mismo; y fue como si se hubiera derretido todo en amor. Le volverse transparente; se parecía a una sombra luminosa. Rompió el pan en muchos pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un poco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. Oró y enseñó todavía: todas sus palabras salían de su boca como el fuego de la luz, y entraban en los Apóstoles, excepto en Judas. Tomó la patena con los pedazos de pan y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que será dado por vosotros. Extendió su mano derecha como para bendecir, y mientras lo hacía, un resplandor salía de Él: sus palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los Apóstoles como un cuerpo resplandeciente: yo los vi a todos penetrados de luz; Judas solo estaba tenebroso.

Jesús presentó primero el pan a Pedro, después a Juan; en seguida hizo señas a Judas que se acercara: éste fue el tercero a quien presentó el Sacramento, pero fue como si las palabras del Señor se apartasen de la boca del traidor, y volviesen a Él. Yo estaba tan agitada, que no puedo expresar lo que sentía. Jesús le dijo: «Haz pronto lo que quieres hacer». Después dio el Sacramento a los otros Apóstoles. Elevó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y pronunció las palabras de la consagración: mientras las decía, estaba transfigurado y transparente: parecía que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano, y lo puso sobre la mesa. Juan echó la sangre divina del cáliz en las copas, y Pedro las presentó a los Apóstoles, que bebieron dos a dos en la misma copa. Yo creo, sin estar bien segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No volvió a su sitio, sino que salió en seguida del Cenáculo. Los otros creyeron que Jesús le había encargado algo.

El Señor echó en un vasito un resto de sangre divina que quedó en el fondo del cáliz; después puso sus dedos en el cáliz, y Pedro y Juan le echaron otra vez agua y vino. Después les dio a beber de nuevo en el cáliz, y el resto lo echó en las copas y lo distribuyó a los otros Apóstoles. En seguida limpió el cáliz, metió dentro el vasito donde estaba el resto de la sangre divina, puso encima la patena con el resto del pan consagrado, le puso la tapadera, envolvió el cáliz, y lo colocó en medio de las seis copas. Después de la Resurrección, vi a los Apóstoles comulgar con el resto del Santísimo Sacramento. Había en todo lo que Jesús hizo durante la institución de la Sagrada Eucaristía, cierta regularidad y cierta solemnidad: sus movimientos a un lado y a otro estaban llenos de majestad. Vi a los Apóstoles anotar alguna cosa en unos pedacitos de pergamino que traían consigo.

IX. Instituciones secretas y consagraciones

Jesús hizo una instrucción particular. Les dijo que debían conservar el Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin del mundo; les enseñó las formas esenciales para hacer uso de él y comunicarlo, y de qué modo debían, por grados, enseñar y publicar este misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto de las especies consagradas, cuándo debían dar de ellas a la Virgen Santísima, cómo debían consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviado el Consolador. Les habló después del sacerdocio, de la unción, de la preparación del crisma, de los santos óleos. Había tres cajas: dos contenían una mezcla de aceite y de bálsamo. Enseñó cómo se debía hacer esa mezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué ocasiones. Me acuerdo que citó un caso en que la Sagrada Eucaristía no era aplicable: puede ser que fuera la Extremaunción; mis recuerdos no están fijos sobre ese punto. Habló de diversas unciones, sobre todo de las de los Reyes, y dijo que aun los Reyes inicuos que estaban ungidos, recibían de la unción una fuerza particular.

Después vi a Jesús ungir a Pedro y a Juan: les impuso las manos sorbe la cabeza y sobre los hombros. Ellos juntaron las manos poniendo el dedo pulgar en cruz, y se inclinaron profundamente delante de Él, hasta ponerse casi de rodillas. Les ungió el dedo pulgar y el índice de cada mano, y les hizo una cruz sobre la cabeza con el crisma. Les dijo también que aquello permanecería hasta el fin del mundo. Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé recibieron asimismo la consagración. Vi que puso en cruz sobre el pecho de Pedro una especie de estola que llevaba al cuello, y a los otros se la colocó sobre el hombro derecho.

Yo vi que Jesús les comunicaba por esta unción algo esencial y sobrenatural que no sé explicar. Les dijo que en recibiendo el Espíritu Santo consagrarían el pan y el vino y darían la unción a los Apóstoles. Me fue mostrado aquí que el día de Pentecostés, antes del gran bautismo, Pedro y Juan impusieron las anos a los otros Apóstoles, y ocho días después a muchos discípulos. Juan, después de la Resurrección, presentó por primera vez el Santísimo Sacramento a la Virgen Santísima. Esta circunstancia fue celebrada entre los Apóstoles. La Iglesia no celebra ya esta fiesta; pero la veo celebrar en la Iglesia triunfante. Los primeros días después de Pentecostés yo vi a Pedro y a Juan consagrar solos la Sagrada Eucaristía: más tarde, los otros hicieron lo mismo.

El Señor consagró también el fuego en una copa de hierro, y tuvieron cuidado de no dejarlo apagar jamás: fue conservado al lado del sitio donde estaba puesto el Santísimo Sacramento, en una parte del antiguo hornillo pascual, y de allí iban a sacarlo siempre para los usos espirituales. Todo lo que hizo entonces Jesús estuvo muy secreto y fue enseñado sólo en secreto. La Iglesia ha conservado lo esencial, extendiéndolo bajo la inspiración del Espíritu Santo para acomodarlo a sus necesidades.

Cuando estas santas ceremonias se acabaron, el cáliz que estaba al lado del crisma fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte mas retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina, y desde entonces fue el santuario. José de Arimatea y Nicodemus cuidaron el Santuario y el Cenáculo en la ausencia de los Apóstoles. Jesús hizo todavía una larga instrucción, y rezó algunas veces. Con frecuencia parecía conversar con su Padre celestial: estaba lleno de entusiasmo y de amor. Los Apóstoles, llenos de gozo y de celo, le hacían diversas preguntas, a las cuales respondía. La mayor parte de todo esto debe estar en la Sagrada Escritura.

El Señor dijo a Pedro y a Juan diferentes cosas que debían comunicar después a los otros Apóstoles, y estos a los discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad de cada uno para estos conocimientos. Yo he visto siempre así la Pascua y la institución de la Sagrada Eucaristía. Pero mi emoción antes era tan grande, que mis percepciones no podían ser bien distintas: ahora lo he visto con más claridad. Se ve el interior de los corazones; se ve el amor y la fidelidad del Salvador: se sabe todo lo que va a suceder. Como sería posible observar exactamente todo lo que no es más que exterior, se inflama uno de gratitud y de amor, no se puede comprender la ceguedad de los hombres, la ingratitud del mundo entero y sus pecados. La Pascua de Jesús fue pronta, y en todo conforme a las prescripciones legales. Los fariseos añadían algunas observaciones minuciosas.

Extracto realizado por corazones.org

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Beata Ana Catalina Emmerich MENSAJES Y VISIONES

Visiones de La Última Cena de Jesús por Ana Catalina Emmerich

I – Preparativos de la Cena Pascual

«Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la última gran comida del Señor y sus amigos, en casa de Simón el Leproso, en Betania, en donde María Magdalena derramó por la última vez los perfumes sobre Jesús. Los discípulos habían preguntado ya a Jesús dónde quería celebrar la Pascua.

Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a Santiago y a Juan: les habló mucho de todo lo que debían preparar y ordenar en Jerusalén, y les dijo que cuando subieran al monte de Sión, encontrarían al hombre con el cántaro de agua. Ellos conocían ya a este hombre, pues en la última Pascua, en Bethania, él había preparado la comida de Jesús: por eso San Mateo dice: cierto hombre. Debían seguirle hasta su casa y decirle: «El Maestro os manda decir que su tiempo se acerca, y que quiere celebrar la Pascua en vuestra casa». Después debían ser conducidos al Cenáculo y ejecutar todas las disposiciones necesarias.

Yo vi los dos Apóstoles subir a Jerusalén; y encontraron al principio de una pequeña subida, cerca de una casa vieja con muchos patios, al hombre que el Señor les había designado: le siguieron y le dijeron lo que Jesús les había mandado. Se alegró mucho de esta noticia, y les respondió que la comida estaba ya dispuesta en su casa (probablemente por Nicodemus); que no sabía para quién, y que se alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era Helí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la muerte de Juan Bautista. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados, alquilaba una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no tenían hospedaje en la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo que pertenecía a Nicodemus y a José de Arimatea. Enseñó a los dos Apóstoles su posición y su distribución interior.

II – El Cenáculo

Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, se halla una antigua y sólida casa, entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio espacioso cercado de buenas paredes. Al lado izquierdo de la entrada se ven otras habitaciones contiguas a la pared; a la derecha, la habitación del mayordomo, y al lado, la que la Virgen y las santas mujeres ocuparon con más frecuencia después de la muerte de Jesús. El Cenáculo, antiguamente más espacioso, había servido entonces de habitación a los audaces capitanes de David: en él se ejercitaban en manejar las armas. Antes de la fundación del templo, el Arca de la Alianza había sido depositada allí bastante tiempo, y aún hay vestigios de su permanencia en un lugar subterráneo.

Yo he visto también al profeta Malaquías escondido debajo de las mismas bóvedas; allí escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio de la Nueva Alianza. Cuando una gran parte de Jerusalén fue destruida por los babilonios, esta casa fue respetada: he visto otras muchas cosas de ella; pero no tengo presente más que lo que he contado. Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a ser propiedad de Nicodemus y de José de Arimatea: habían dispuesto el cuerpo principal muy cómodamente y lo alquilaban para servir de Cenáculo a los extranjeros, que la Pascua atraía a Jerusalén.

Así el Señor lo había usado en la última Pascua. El Cenáculo, propiamente, está casi en medio del patio; es cuadrilongo, rodeado de columnas poco elevadas. Al entrar, se halla primero un vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después se entra en la sala interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes están adornadas para la fiesta, hasta media altura, de hermosos tapices y de colgaduras. La parte posterior de la sala está separada del resto por una cortina. Esta división en tres partes da al Cenáculo, cierta similitud con el templo. En la última parte están dispuestos, a derecha e izquierda, los vestidos necesarios para la celebración de la fiesta. En el medio hay una especie de altar; en esta parte de la sala están haciendo grandes preparativos para la comida pascual. En el nicho de la pared hay tres armarios de diversos colores, que se vuelven como nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi toda clase de vasos para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento reposó allí. En las salas laterales del Cenáculo hay camas en donde se puede pasar la noche. Debajo de todo el edificio hay bodegas hermosas. El Arca de la Alianza fue depositada en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el hogar. Yo he visto allí a Jesús curar y enseñar; los discípulos también pasaban con frecuencia las noches en las laterales.

III – El cáliz

Vi a Pedro y a Juan en Jerusalén entrar en una casa que pertenecía a Serafia (tal era el nombre de la que después fue llamada Verónica, por ser ella de Verona). Su marido, miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de la casa, atareado con sus negocios; y aun cuando estaba en casa, ella lo veía poco. Era una mujer de la edad de María Santísima, y que estaba en relaciones con la Sagrada Familia desde mucho tiempo antes: pues cuando el niño se quedó en el templo después de la fiesta, ella (la Verónica Serafia) le dio de comer. Los dos apóstoles tomaron allí, entre otras cosas, el cáliz de que se sirvió el Señor para la institución de la Sagrada Eucaristía. El cáliz que los apóstoles llevaron de la casa de (Serafia) Verónica, es un vaso maravilloso y misterioso.

Había estado mucho tiempo en el templo entre otros objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había olvidado. Había sido vendido a un aficionado de antigüedades. Y, comprado por Serafia, había servido ya muchas veces a Jesús para la celebración de las fiestas, y desde ese día fue propiedad constante de la santa comunidad cristiana.

El gran cáliz estaba puesto en una azafata, y alrededor había seis copas. Dentro de él había otro vaso pequeño, y encima un plato con una tapadera redonda. En su pie estaba embutida una cuchara, que se sacaba con facilidad. El gran cáliz se ha quedado en la iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y lo veo todavía conservado en esta villa: ¡aparecerá a la luz como ha aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban; una de ellas está en Antioquía; otra en Efeso: pertenecían a los Patriarcas, que bebían en ellas una bebida misteriosa cuando recibían y daban la bendición, como lo he visto muchas veces. El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país de Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo usó en el sacrificio, cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y se lo dejó a este Patriarca.

IV – Despedidas

Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Bethania, hizo una despedida tierna a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el Apóstol de la fe, y a Juan, el Apóstol del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo que María Magdalena, cuyo dolor era muy violento, que su amor era grande, pero que todavía era un poco según la carne, y que por ese motivo el dolor la ponía fuera de sí. Habló también del proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó por él. Judas había ido otra vez de Bethania a Jerusalén con pretexto de hacer un pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le enseñaron los soldados encargados de prender al Salvador. Calculó sus idas y venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del Señor poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos. Era activo y servicial; pero lleno de avaricia, de ambición y de envidia, y no combatía estas pasiones. Había hecho milagros y curaba enfermos en la ausencia de Jesús.

Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que iba a suceder, Ella le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con Él. Pero Él le recomendó que tuviera más resignación que las otras mujeres; le dijo también que resucitaría, y el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero estaba profundamente triste. El Señor le dio las gracias, como un hijo piadoso, por todo el amor que le tenía.

Se despidió otra vez de todos, dando todavía diversas instrucciones. Jesús y los nueve Apóstoles salieron a las doce de Bethania para Jerusalén; anduvieron al pie del monte de los Olivos, en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no cesaba de instruirlos. Dijo a los Apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces les había dado su pan y su vino, pero que hoy quería darles su carne y su sangre, y que les dejaría todo lo que tenía. Decía esto el Señor con una expresión tan dulce en su cara, que su alma parecía salirse por todas partes, y que se deshacía en amor, esperando el momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron: creyeron que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar todo el amor y toda la resignación que encierran los últimos discursos que pronunció en Bethania y aquí. Cuando Pedro y Juan vinieron al Cenáculo con el cáliz, todos los vestidos de la ceremonia estaban ya en el vestíbulo. Enseguida se fueron al valle de Josafat y llamaron al Señor y a los nueve Apóstoles. Los discípulos y los amigos que debían celebrar la Pascua en el Cenáculo vinieron después.

V – El cordero Pascual

esús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de San Juan Bautista. Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero; vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre. Los vasos y los instrumentos necesarios fueron preparados.

Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y trajéronle un ramo de hisopo que mojó en la sangre. Enseguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo. Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en otro tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo.

Todas las puertas estaban cerradas mientras tanto. El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás estaban extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos traídos del templo.

Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una capa más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas anchas arremangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada: los discípulos en las salas laterales, el Señor con los Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la vuelta, Mateo y Felipe.

Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los Apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los Apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy deprisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de pie, apoyándose sólo un poco sobre el respaldo de su silla. Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyó la otra. Trajeron otra copa de vino; y Jesús decía: «Tomad este vino hasta que venga el reino de Dios». Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y habiéndose lavado otra vez las manos, se sentaron en las sillas.

Al principio estuvo muy afectuoso con sus Apóstoles; después se puso serio y melancólico, y les dijo: «Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros, cuya mano está conmigo en esta mesa». Había sólo un plato de lechuga; Jesús la repartía a los que estaban a su lado, y encargó a Judas, sentado enfrente, que la distribuyera por su lado. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que espantó a todos los Apóstoles, dijo: «Un hombre cuya mano está en la misma mesa o en el mismo plato que la mía», lo que significa: «Uno de los doce que comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan». No designó claramente a Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato era una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería darle un aviso, pues, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir lechuga.

Jesús añadió: «El hijo del hombre se va, según esta escrito de Él; pero desgraciado el hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no haber nacido». Los Apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: «Señor, ¿soy yo?», pues todos sabían que no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó sobre Juan por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor quién era, pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía miedo que le hubiera querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y, como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo: «Señor, ¿quién es?». Entonces tuvo aviso que quería designar a Judas. Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: «Este a quien le doy el pan que he mojado». Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando el Señor mojó el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a Judas, que preguntó también: «Señor, ¿soy yo?». Jesús lo miró con amor y le dio una respuesta en términos generales. Era para los judíos una prueba de amistad y de confianza. Jesús lo hizo con una afección cordial, para avisar a Judas, sin denunciarlo a los otros; pero éste estaba interiormente lleno de rabia. Yo vi, durante la comida,  una figura horrenda, sentada a sus pies, y que subía algunas veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó con los ojos.

VI – El lavatorio de pies: simbolismo de la confesión

Se levantaron de la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según costumbre, para el oficio solemne, el mayordomo entró con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera agua al vestíbulo, y salió de la sala con sus criados. De pie en medio de los Apóstoles, les habló algún tiempo con solemnidad. No puedo decir con exactitud el contenido de su discurso. Me acuerdo que habló de su reino, de su vuelta hacia su Padre, de lo que les dejaría al separarse de ellos. Enseñó también sobre la penitencia, la confesión de las culpas, el arrepentimiento y la justificación. Yo comprendí que esta instrucción se refería al lavatorio de los pies; vi también que todos reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas. Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo a los Apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo. Él se fue al vestíbulo, y se puso y ciñó una toalla alrededor del cuerpo. Mientras tanto, los Apóstoles se decían algunas palabras, y se preguntaban entre sí cuál sería el primero entre ellos; pues el Señor les había anunciado expresamente que iba a dejarlos y que su reino estaba próximo; y se fortificaban más en la opinión de que el Señor tenía un pensamiento secreto, y que quería hablar de un triunfo terrestre que estallaría en el último momento.

Estando Jesús en el vestíbulo, mandó a Juan que llevara un baño y a Santiago un cántaro lleno de agua; enseguida fueron detrás de él a la sala en donde el mayordomo había puesto otro baño vacío. Entró Jesús de un modo muy humilde, reprochando a los Apóstoles con algunas palabras la disputa que se había suscitado entre ellos: les dijo, entre otras cosas, que Él mismo era su servidor; que debían sentarse para que les lavara los pies. Se sentaron en el mismo orden en que estaban en la mesa. Jesús iba del uno al otro, y les echaba sobre los pies agua del baño que llevaba Juan; con la extremidad de la toalla que lo ceñía, los limpiaba; estaba lleno de afección mientras hacía este acto de humildad.

Cuando llegó a Pedro, éste quiso detenerlo por humildad, y le dijo: «Señor, ¿Vos lavarme los pies?». El Señor le respondió: «Tú no sabes ahora lo que hago, pero lo sabrás mas tarde». Me pareció que le decía aparte: «Simón, has merecido saber de mi Padre quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy; tú solo lo has confesado expresamente, y por eso edificaré sorbe ti mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza acompañará a tus sucesores hasta el fin del mundo». Jesús lo mostró a los Apóstoles, diciendo: «Cuando yo me vaya, él ocupará mi lugar».

Pedro le dijo: «Vos no me lavaréis jamás los pies». El Señor le respondió: «Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo». Entonces Pedro añadió: «Señor, lavadme no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús respondió: «El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más que los pies; está purificado en todo el resto; vosotros, pues, estáis purificados, pero no todos». Estas palabras se dirigían a Judas.

Había hablado del lavatorio de los pies como de una purificación de las culpas diarias, porque los pies, estando sin cesar en contacto con la tierra, se ensucian constantemente si no se tiene una grande vigilancia. Este lavatorio de los pies fue espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio de su celo, no vio más que una humillación demasiado grande de su Maestro: no sabía que Jesús al día siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta la muerte ignominiosa de la cruz.

Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y más afectuoso: acercó la cara a sus pies; le dijo en voz baja, que debía entrar en sí mismo; que hacía un año que era traidor e infiel. Judas hacía como que no le oía, y hablaba con Juan. Pedro se irritó y le dijo: «Judas, el Maestro te habla». Entonces Judas dio a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: «Señor, ¡Dios me libre!». Los otros no habían advertido que Jesús hablaba con Judas, pues hablaba bastante bajo para que no le oyeran, y además, estaban ocupados en ponerse su calzado. En toda la pasión nada afligió más al Salvador que la traición de Judas. Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. Enseñó sobre la humildad: les dijo que el que servía a los otros era el mayor de todos; y que desde entones debían lavarse con humildad los pies los unos a los otros; enseguida se puso sus vestidos. Los Apóstoles desataron los suyos, que los habían levantado para comer el cordero pascual.

VII – Institución de la Eucaristía

or orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que había lazado un poco: habiéndola puesto en medio de la sala, colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro lleno de vino. Pedro y Juan fueron a buscar al cáliz que habían traído de la casa de Serafia. Lo trajeron entre los dos como un Tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella una fuente ovalada con tres panes ácimos blancos y delgados; los panes fueron puestos en un paño con el medio pan que Jesús había guardado de la Cena pascual: había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una de aceite espeso, la otra de aceite líquido y la tercera vacía.

Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y de beber en el mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de fraternidad y de amor que se usaba para dar la bienvenida o para despedirse. Jesús elevó hoy este uso a la dignidad del más santo Sacramento: hasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo. El Señor estaba entre Pedro y Juan; las puertas estaban cerradas; todo se hacía con misterio y solemnidad. Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró, y habló muy solemnemente. Yo le vi explicando la Cena y toda la ceremonia: me pareció un sacerdote enseñando a los otros a decir misa. Sacó del azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita; tomó un paño blanco que cubría el cáliz, y lo tendió sobre el azafate y la tablita. Luego sacó los panes ácimos del paño que los cubría, y los puso sobre esta tapa; sacó también de dentro del cáliz un vaso más pequeño, y puso a derecha y a izquierda las seis copas de que estaba rodeado.

Entonces bendijo el pan y los óleos, según yo creo: elevó con sus dos manos la patena, con los panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa, y la cubrió. Tomó después el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan echara el agua que había bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó con una cucharita: entonces bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio, y lo puso sobre la mesa. Juan y Pedro le echaron agua sobre las manos. No me acuerdo si este fue el orden exacto de las ceremonias: lo que sé es que todo me recordó de un modo extraordinario el santo sacrificio de la Misa.

Jesús se mostraba cada vez más afectuoso; les dijo que les iba a dar todo lo que tenía, es decir, a Sí mismo; y fue como si se hubiera derretido todo en amor. Le vi volverse transparente; se parecía a una sombra luminosa. Rompió el pan en muchos pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un poco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. Oró y enseñó todavía: todas sus palabras salían de su boca como el fuego de la luz, y entraban en los Apóstoles, excepto en Judas. Tomó la patena con los pedazos de pan y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que será dado por vosotros. Extendió su mano derecha como para bendecir, y mientras lo hacía, un resplandor salía de Él: sus palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los Apóstoles como un cuerpo resplandeciente: yo los vi a todos penetrados de luz; Judas solo estaba tenebroso. Jesús presentó primero el pan a Pedro, después a Juan; enseguida hizo señas a Judas que se acercara: éste fue el tercero a quien presentó el Sacramento, pero fue como si las palabras del Señor se apartasen de la boca del traidor, y volviesen a Él. Yo estaba tan agitada, que no puedo expresar lo que sentía. Jesús le dijo: «Haz pronto lo que quieres hacer». Después dio el Sacramento a los otros Apóstoles.

Elevó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y pronunció las palabras de la consagración: mientras las decía, estaba transfigurado y transparente: parecía que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano, y lo puso sobre la mesa. Juan echó la sangre divina del cáliz en las copas, y Pedro las presentó a los Apóstoles, que bebieron dos a dos en la misma copa. Yo creo, sin estar bien segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No volvió a su sitio, sino que salió enseguida del Cenáculo. Los otros creyeron que Jesús le había encargado algo.

El Señor echó en un vasito un resto de sangre divina que quedó en el fondo del cáliz; después puso sus dedos en el cáliz, y Pedro y Juan le echaron otra vez agua y vino. Después les dio a beber de nuevo en el cáliz, y el resto lo echó en las copas y lo distribuyó a los otros Apóstoles. Enseguida limpió el cáliz, metió dentro el vasito donde estaba el resto de la sangre divina, puso encima la patena con el resto del pan consagrado, le puso la tapadera, envolvió el cáliz, y lo colocó en medio de las seis copas. Después de la Resurrección, vi a los Apóstoles comulgar con el resto del Santísimo Sacramento. Había en todo lo que Jesús hizo durante la institución de la Sagrada Eucaristía, cierta regularidad y cierta solemnidad: sus movimientos a un lado y a otro estaban llenos de majestad. Vi a los Apóstoles anotar alguna cosa en unos pedacitos de pergamino que traían consigo.

VIII – Unción de los Apóstoles

Jesús hizo una instrucción particular. Les dijo que debían conservar el Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin del mundo; les enseñó las formas esenciales para hacer uso de él y comunicarlo, y de qué modo debían, por grados, enseñar y publicar este misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto de las especies consagradas, cuándo debían dar de ellas a la Virgen Santísima, cómo debían consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviado el Consolador.

Les habló después del sacerdocio, de la unción, de la preparación del crisma, de los santos óleos. Había tres cajas: dos contenían una mezcla de aceite y de bálsamo. Enseñó cómo se debía hacer esa mezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué ocasiones. Me acuerdo que citó un caso en que la Sagrada Eucaristía no era aplicable: puede ser que fuera la Extremaunción; mis recuerdos no están fijos sobre ese punto. Habló de diversas unciones, sobre todo de las de los Reyes, y dijo que aun los Reyes inicuos que estaban ungidos, recibían de la unción una fuerza particular. Después vi a Jesús ungir a Pedro y a Juan: les impuso las manos sobre la cabeza y sobre los hombros. Ellos juntaron las manos poniendo el dedo pulgar en cruz, y se inclinaron profundamente delante de Él, hasta ponerse casi de rodillas. Les ungió el dedo pulgar y el índice de cada mano, y les hizo una cruz sobre la cabeza con el crisma. Les dijo también que aquello permanecería hasta el fin del mundo.

Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé recibieron asimismo la consagración. Vi que puso en cruz sobre el pecho de Pedro una especie de estola que llevaba al cuello, y a los otros se la colocó sobre el hombro derecho. Yo vi que Jesús les comunicaba por esta unción algo esencial y sobrenatural que no sé explicar. Les dijo que en recibiendo el Espíritu Santo consagrarían el pan y el vino y darían la unción a los Apóstoles. Me fue mostrado aquí que el día de Pentecostés, antes del gran bautismo, Pedro y Juan impusieron las manos a los otros Apóstoles, y ocho días después a muchos discípulos.

Juan, después de la Resurrección, presentó por primera vez el Santísimo Sacramento a la Virgen Santísima. Esta circunstancia fue celebrada entre los Apóstoles. La Iglesia no celebra ya esta fiesta; pero la veo celebrar en la Iglesia triunfante. Los primeros días después de Pentecostés yo vi a Pedro y a Juan consagrar solos la Sagrada Eucaristía: más tarde, los otros hicieron lo mismo. El Señor consagró también el fuego en una copa de hierro, y tuvieron cuidado de no dejarlo apagar jamás: fue conservado al lado del sitio donde estaba puesto el Santísimo Sacramento, en una parte del antiguo hornillo pascual, y de allí iban a sacarlo siempre para los usos espirituales.

Todo lo que hizo entonces Jesús estuvo muy secreto y fue enseñado sólo en secreto. La Iglesia ha conservado lo esencial, extendiéndolo bajo la inspiración del Espíritu Santo para acomodarlo a sus necesidades. Cuando estas santas ceremonias se acabaron, el cáliz que estaba al lado del crisma fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte más retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina, y desde entonces fue el santuario. José de Arimatea y Nicodemus cuidaron el Santuario y el Cenáculo en la ausencia de los Apóstoles. Jesús hizo todavía una larga instrucción, y rezó algunas veces. Con frecuencia parecía conversar con su Padre celestial: estaba lleno de entusiasmo y de amor. Los Apóstoles, llenos de gozo y de celo, le hacían diversas preguntas, a las cuales respondía.

La mayor parte de todo esto debe estar en la Sagrada Escritura. El Señor dijo a Pedro y a Juan diferentes cosas que debían comunicar después a los otros Apóstoles, y estos a los discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad de cada uno para estos conocimientos. Yo he visto siempre así la Pascua y la institución de la Sagrada Eucaristía. Pero mi emoción antes era tan grande, que mis percepciones no podían ser bien distintas: ahora lo he visto con más claridad. Se ve el interior de los corazones; se ve el amor y la fidelidad del Salvador: se sabe todo lo que va a suceder. Como sería posible observar exactamente todo lo que no es más que exterior, se inflama uno de gratitud y de amor, no se puede comprender la ceguedad de los hombres, la ingratitud del mundo entero y sus pecados. La Pascua de Jesús fue pronta, y en todo conforme a las prescripciones legales. Los fariseos añadían algunas observaciones minuciosas.»

Fuente: Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús

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