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31 visitas a María Santísima [de San Alfonso María de Ligorio]

El siguiente es un compendio de 31 pensamientos oraciones y peticiones a la Santísima virgen María.

Que fueron escritos por San Alfonso María de Ligorio.

San Alfonso fue el fundador de los padres redentoristas la Congregación del Santísimo Redentor.

Su advocación Mariana es Nuestra Señora del Perpetuo Socorro cuya historia puede leerse en el enlace.

San Alfonso nació en Nápoles en 1696.

Primero ejerció como abogado destacándose en la profesión.

Y a los 30 años se ordenó sacerdote llegando a ser Obispo.

Su apostolado lo hizo en los barrios periféricos de Nápoles.

Fue un importante teólogo y escribió obras sobre teología moral, ascética y espiritualidad.

Fue nombrado doctor de la iglesia y es considerado el patrono de los confesores y de los profesores de teología moral.

Estas son 31 visitas a la Santísima Virgen para orar durante un mes diariamente.

En cada día hay un pensamiento, una petición, una jaculatoria y además hay una oración final que es común a todos los días.

Una versión más larga puede leerse aquí.

 

ORACIÓN PARA FINALIZAR CADA VISITA DIARIA

¡Inmaculada Virgen y Madre mía santísima!. A ti, que eres la «Madre de mi Señor», la Reina del mundo, la abogada, la esperanza y el refugio de los pecadores, acudo en este día yo, que soy el más necesitado de todos.

Te alabo, Madre de Dios y te agradezco todas las gracias que hasta ahora me has hecho, especialmente la de haberme librado del infierno que tantas veces he merecido. Te amo, Señora y Madre mía, y por el amor que te tengo te prometo servirte siempre y hacer todo lo posible para que seas también amada de los demás. En ti pongo mi esperanza y mi eterna salvación.

Madre de misericordia, acéptame por tu hijo y acógeme bajo tu manto, y ya que eres tan poderosa ante Dios, líbrame de las tentaciones y dame fuerza para vencerlas hasta la muerte.

Te pido el verdadero amor a Jesucristo. De ti espero la gracia de una buena muerte. Madre mía, por el amor que tienes a Dios, te ruego que siempre me ayudes, pero mucho más en el último momento de mi vida. No me desampares mientras no me veas a tu lado en el cielo, bendiciéndote y cantando tus misericordias por toda la eternidad. Así sea.

 

Visita 1

Otra fuente para nosotros muy preciosa es nuestra Madre María, tan rica de bienes y gracias, dice san Bernardo, que no hay hombre en el mundo que no participe de su abundancia. Dios llenó de gracia a María Santísima, como se lo reveló el Ángel diciéndole: «Dios te salve llena de gracia». Pero no fue sólo para ella, sino también para nosotros, a fin de que según advierte san Pedro Crisólogo, de aquel tesoro de gracias hiciese participes a todos sus devotos.
Jaculatoria: Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.
Oración final

 

Visita 2

Lleguémonos al trono de la gracia para encontrar misericordia en el momento oportuno. María es, en sentir de san Antonino, ese trono, desde el cual dispensa Dios todas las gracias. Reina amabilísima, ya que tanto deseas ayudar a los pecadores, ve aquí a un gran pecador que a ti recurre. Ayúdame con tu poder y ayúdame pronto.
Jaculatoria: ¡Refugio único de los pecadores, apiádate de mi!
Oración final

 

Visita 3

«Sus lazos son ligadura de salud». Nos dice el devoto Pelbarto que la devoción a María es señal de predestinación. Supliquemos, pues, a nuestra Madre bendita que con amorosos lazos nos asegure siempre y cada vez más apretadamente en la confianza de su protección.
Jaculatoria: ¡Piadosa y dulce Virgen María, ruega por nosotros!
Oración final

 

Visita 4

«Yo soy la madre del amor hermoso», dice María, es decir, del amor que hermosea las almas. Vio santa María Magdalena de Pazzi que iba María santísima distribuyendo un licor dulcísimo que no era sino el amor divino. Don éste que sólo María dispensa; pidámoslo, pues,a María.
Jaculatoria: Madre mía, Esperanza mía, hazme todo de Jesús.
Oración final

 

Visita 5

Virgen María, san Bernardo te llama «robadora de los corazones». Dice que con tu belleza y con tu bondad andas robando los corazones. Roba, te lo pido, este corazón mío y toda mi voluntad. Yo te la entrego. Unida a la tuya, dásela a Dios.
Jaculatoria: Madre amabilísima, ruega por mí.
Oración final

 

Visita 6

«Como olivo hermoso en los campos». Yo soy, dice María, el hermoso olivo del que se extrae siempre aceite de misericordia, y estoy en campo abierto a fin de que todos me vean y puedan acudir a mí.
«Recordad diremos con san Bernardo, piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que haya sido de ti desamparado ninguno de cuántos se han acogido a tu socorro». No sea yo el primer desventurado que, acudiendo a ti, Madre, quede sin amparo.
Jaculatoria: María, concédeme la gracia de recurrir siempre a ti.
Oración final

 

Visita 7

Señora mía amabilísima, la Iglesia toda te proclama y saluda: Esperanza nuestra.
Ya que eres la esperanza de todos, sé también mi esperanza. San Bernardo te llamaba toda la razón de su esperanza, y añadía: «En ti espere el que desespera».
Esto es lo que yo quiero decirte: Madre mía, tú salvas hasta a los desesperados. En ti pongo toda mi esperanza.
Jaculatoria: Madre de Dios, ruega a Jesús por mí.
Oración final

 

Visita 8

«Quien sea pequeñuelo venga a mí”. María llama a todos los pequeñuelos que no tienen madre, con el fin de que acudan a ella, como a la más cariñosa de todas las madres.
Dice el padre Nieremberg que el amor de todas las madres es sombra y nada en comparación con el amor que María nos tiene a cada uno de nosotros.
Madre de mi alma, que tanto amas y deseas mi salvación más que nadie, después de Dios, muestra que eres mi madre.
Jaculatoria: Haz, Madre mía, que siempre me acuerde de ti.
Oración final

 

Visita 9

Toda semejante a Jesús es su Madre María, que, siendo Madre de misericordia, goza socorriendo y consolando a los miserables.
Y es tanto lo que desea está Madre dispensar sus gracias a todos, que, según san Bernardino de Busto, más desea ella hacerte bien y concederte gracias que tú deseas recibirlas.
Jaculatoria: Dios te salve, vida y esperanza nuestra.
Oración final

 

Visita 10

Nos dice la Reina de los cielos: «En mi mano están las riquezas para enriquecer a los que me aman».
Amemos a María si queremos ser ricos. Raimundo Jordán la llama «tesorera de las gracias». Bienaventurado el que con amor y confianza invoca a María. Madre mía, esperanza mía, tú puedes hacerme santo: de ti espero está gracia.
Jaculatoria: Madre de amor, ruega por mí.
Oración final

 

Visita 11

«Bienaventurado el que vela a mis puertas todos los días y aguarda a los umbrales de mi casa». Dichoso el que, como los pobres que están a la puerta de los ricos, pide solícito limosna a las puertas de la misericordia de María. Y más feliz aún el que cuida de imitar las virtudes que ve en María, pero en especial su pureza y su humildad.
Jaculatoria: Ayúdame, Esperanza mía.
Oración final

 

Visita 12

«Los que se guían por mi no pecarán. El que trata de obsequiarme dice María alcanzará la perseverancia. Los que me glorifican tendrán la vida eterna». Y los que trabajan en hacer que los demás me conozcan y amen serán predestinados». Promete, pues, hablar siempre que puedas, pública o privadamente de las glorias y de la devoción de María.
Jaculatoria: Quiero alabarte en todo momento, Virgen María.
Oración final

 

Visita 13

Nos exhorta san Bernardo a que busquemos la gracia y la busquemos por medio de María.
Ella, dice san Pedro Damiano, es la tesorera de las divinas misericordias: puede y quiere enriquecernos, que por eso nos invita y llama diciendo: «Quien sea pequeñuelo venga a mí».
Señora amabilísima, noble y amable, mira a este pobre pecador que a ti se encomienda y que confía enteramente en ti.
Jaculatoria: Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios.
Oración final

 

Visita 14

«Nadie se salva dice san Germán, hablando con María santísima, sino por ti, nadie se libra de sus males sino por ti, a nadie se concede gracia alguna sino por tu intercesión».
De suerte, Señora y esperanza mía, que si no me ayudas estoy perdido y no podré llegar a bendecirte en el paraíso. Pero sé muy bien lo que dicen los santos, que no desamparas a quien recurre a ti y que sólo se pierde quien no te invoca. Yo, pobrecito, acudo a ti y en ti pongo toda mi esperanza.
Jaculatoria: “Esta es toda mi confianza, ésta es la razón de mi esperanza» (san Bernardo).
Oración final

 

Visita 15

Déjame, dulcísima Virgen María, que te llame, con tu siervo san Bernardo, «toda la razón de mi esperanza». Y que te diga con san Juan Damasceno: «En ti he puesto toda mi confianza».
Tú me has de alcanzar el perdón de mis pecados, la perseverancia hasta la muerte y verme libre del purgatorio.
Por ti logran la salvación los que se salvan. Tú, Madre mía, me has de salvar. «Quien tú quieras se salvará, dice san Bernardo. Quiero salvarme, y me salvaré. Y como das la salvación a cuántos te invocan, te invocaré diciendo:
Jaculatoria: «Salvación de los que te invocan, sálvame» (san Buenaventura).
Oración final

 

Visita 16

Dijiste. Virgen Santa, a santa Brígida: “Por mucho que haya pecado el hombre, si verdaderamente arrepentido se vuelve a mí, yo estoy pronta a acogerlo. No miro la muchedumbre de sus culpas, sino la disposición con que a mí viene. Ni me desdeño de poner bálsamo en sus llagas y curarselas; porque me llaman, y soy en verdad, Madre de misericordia».
Ya que puedes y deseas curarme, a ti acudo, Médica celestial, para que cures las innumerables llagas de mi alma. Con solo una palabra que digas a tu Hijo quedaré curado.
Jaculatoria: María, Madre mía, ten piedad de mí.
Oración final

 

Visita 17

Reina mía dulcísimo, cuánto me agrada este hermoso nombre con que os invocan vuestros devotos: «Madre amable».
Si, Señora mía, te encuentro, a la verdad, toda amable. Tu belleza enamoró a tu mismo Señor. «El Rey deseó tu belleza».
Dice san Buenaventura que es tan amable vuestro nombre para los que os aman, que sólo al pronunciarlo o al oírlo pronunciar sienten que se inflama y acrecienta el deseo de amaros. Dulce, compasiva, amabilísima María, no es posible nombrarte sin que se encienda y recree el afecto de quien te ama. Justo es, pues, Madre del todo amable, que yo te ame. Mas no me contento solo con amarte, sino que deseo ahora en la tierra y después en el cielo ser, después de Dios, el que más te ame. Y si tal deseo es atrevido en demasía, cúlpese a tu amabilidad y al especial amor que me has demostrado. Si fueses menos amable, menos desearía yo amaros.
Acepta, Virgen bendita, este mi deseo, y en prueba de que me lo has aceptado, consígueme de tu Jesús este amor que te pido, ya que tanto agrada a Dios el amor que te tenemos.
Jaculatoria: Madre mía, te amo con toda mi alma.
Oración final

 

Visita 18

Así como los enfermos pobres, que por su miseria se ven desamparados de todos, hallan su único refugio en los hospitales públicos, así los pecadores más desamparados, aunque de todos sean despedidos, no se ven desamparados de la misericordia de María, a quien Dios puso en el mundo con el fin de que fuese el refugio y hospital público de los pecadores, como dice san Basilio. Y por esto san Efrén la lla¬ma «asilo de los pecadores».
Por eso, si acudo a ti, Reina mía, no puedes desecharme por mis pecados; antes bien, cuanto más desamparado me encuentro, más motivo tengo para ser acogido bajo el manto de tu protección, ya que Dios quiso crearte para que fueras el socorro de los desgraciados. A ti recurro, María, y me pongo bajo tu manto. Tú, que eres el refugio de los pecadores, sé mi refugio y la esperanza de mi salvación. Si tú me desechas, ¿a dónde acudiré?
Jaculatoria: María, refugio mío, sálvame.
Oración final

 

Visita 19

Dice el devoto Bernardino de Busto: «Pecador, quienquiera que seas, no desconfíes. Recurre a la Virgen con la certidumbre de ser socorrido, y la hallarás con las manos colmadas de misericordia y de gracias». Y «sabe añade , que más desea esta piadosísima Reina hacerte bien que tú el ser socorrido por ella».
De contínuo doy gracias a Dios, Virgen Santa, porque hizo que yo te conociera. Pobre de mí si no te hubiera conocido o si me olvidase de ti: gran riesgo correría mi salvación. Pero. yo, Madre mía, te bendigo, te amo y confío tanto en ti, que en tus manos pongo mi alma.
Jaculatoria: María, dichoso quien te conoce y en ti confía.
Oración final

 

Visita 20

Me infunde una grata esperanza san Bernardo cuando acudo a ti, mi dulce Reina. Me dice que no os detenéis en examinar los méritos de los que recurren a tu misericordia, sino que te ofreces a auxiliar a cuántos te invocan. De suerte que si te pido alguna gracia, tú me escuchas benignamente. Esto es lo que te pido: soy un pobre pecador que merece mil infiernos; pero quiero mudar de vida, quiero amar a mi Dios, a quien tanto he ofendido.
A ti me ofrezco por esclavo; a ti me entrego, indigente como soy. Salva, te diré, a quien es tuyo y ya no se pertenece. Virgen mía, ¿me has oído?. Espero que me escuches y atiendas favorablemente.
Jaculatoria: María, Madre mía, tuyo soy. ¡Sálvame!
Oración final

 

Visita 21

Llama Dioniso Cartujano a la Santísima Virgen «abogada de todos los pecadores que a ella acuden».
Madre de Dios, ya que es oficio tuyo defender las causas de los reos más delincuentes que a ti recurren, aquí estoy a tus pies. A ti recurro diciéndote con santo Tomás de Villanueva: «Abogada nuestra, cumple tu oficio». Sí, cúmplelo encargándote de mi causa. Es cierto que he sido reo de gravísimos delitos a los ojos del Señor y que le he ofendido grandemente a pesar de tantas gracias y beneficios como me ha concedido; pero el mal está ya hecho y tú me puedes salvar. Basta que le digas a Dios que tú me defiendes, y El me perdonará y me salvará.
Jaculatoria: Madre mía amantísima, tú me tienes que salvar.
Oración final

 

Visita 22

Dulcísimo Señora y Madre mía, yo soy un vil rebelde a tu excelso Hijo; pero acudo arrepentido a tu clemencia para que me consigas el perdón. No me digas que no puedes, pues san Bernardo te llama «la dispensadora del perdón».
A ti, Madre, corresponde ayudar a los que están en peligro, que por eso te denomina san Efrén «auxilio de los que peligran». Y ¿quién, Reina mía, peligra más que yo?.
Perdí a mi Dios y he estado ciertamente condenado al infierno; no sé todavía si Dios me habrá perdonado, y puedo perderle de nuevo. De ti, que puedes alcanzarlo todo espero todo bien: el perdón, la perseverancia, la gloria. Espero ser en el reino de los bienaventurados uno de los que más ensalcen tu misericordia, Virgen Madre, salvándome por tu intercesión.
Jaculatoria: Las misericordias de María cantaré eternamente, eternamente las cantaré.
Oración final

 

Visita 23

Virgen querida, san Buenaventura os llama «Madre de los huérfanos, y san Efrén, «Refugio de los huérfanos».
Estos pobres huérfanos son los desventurados pecadores que han perdido a su Dios. Por tanto, a ti acudo, Virgen santísima, aquí me tienes: perdí al Señor, mi Padre. Pero tú, que eres mi Madre, haz que vuelva a encontrarlo. En está inmensa desgracia te llamo en mi ayuda. ¿Quedaré sin consuelo?. No, que Inocencio III me dice de ti: «¿Quién la invocó y no fue por ella socorrido?». Y ¿quién ha orado ante ti sin que le hayas escuchado y favorecido?. ¿Quién se ha perdido que a ti haya recurrido?. Sólo se pierde el que no acude a ti. Por ello, Madre mía, si quieres que me salve, haz que siempre te invoque y en ti ponga mi confianza.
Jaculatoria: María, Madre mía, haz que en ti ponga toda mi confianza.
Oración final

 

Visita 24

Virgen poderosa, cuando me asalta algún temor acerca de mi eterna salvación,¡cuánta confianza siento con solo recurrir a ti y considerar, de una parte, que tú, Madre mía, eres tan rica en gracias, que san Damasceno te llama «el mar de gracia»; san Buenaventura, «la fuente de donde brotan todas las gracias»; san Efrén, «el manantial de la gracia y de todo consuelo»; san Bernardo, «la plenitud de todo bien». Y ver, por otra parte, que eres tan inclinada a dispensar mercedes, que te crees ofendida, como dice san Buenaventura, de quien no te pide gracias.
Clementísima Reina, ya sé que tú, conoces mejor que yo las necesidades de mi alma y que me amas más de lo que yo puedo amarte.
¿Sabes, pues, qué gracia te pido?. Otórgame aquella que creas más conveniente para mi alma. Pídesela a Dios por mí, y así quedaré plenamente satisfecho.
Jaculatoria: Jesús mío, concédeme la gracia que María te pida para mí.
Oración final

 

Visita 25

Dice san Bernardo que María es el arca celestial en la que ciertamente nos libraremos del naufragio de la eterna condenación, si en ella nos refugiamos a tiempo.
Figura fue de María el arca en que Noé se salvó del universal naufragio de la tierra. Pero nota Esiquio que María es un arca más fuerte y más poderosa. Pocos fueron los hombres y animales que aquella amparó y salvó, pero esta nuestra arca salvadora recibe a cuántos se acogen bajo su manto y a todos seguramente los salva. Pobres de nosotros si no tuviésemos a María. Con todo, Reina mía, ¡cuántos se pierden!. ¿Y por qué?. Porque no recurren a ti, pues ¿quién se perdería si a ti acudiese?.
Jaculatoria: Virgen Santa, haz que todos te invoquemos.
Oración final

 

Visita 26

En ti, Madre nuestra, hallamos remedio a todos nuestros males; en ti, dice san Germán, tenemos el sostén de nuestra flaqueza; en ti exclama san Buenaventura, la puerta para salir de la esclavitud; en ti nuestra segura paz; en ti, como decía san Lorenzo Justiniano, encontramos el auxilio en las miserias de la vida; en ti, finalmente, la gracia divina y el mismo Dios, porque por ello san Buenaventura os llama «trono de la gracia de Dios», y Proclo, «puente felicísimo» por donde Dios, a quien nuestras culpas alejaron, pasa a habitar con su gracia en nuestras almas.
Jaculatoria: María, tú eres mi fortaleza, mi libertad, mi paz y mi salvación.
Oración final

 

Visita 27

Es María aquella torre de David de la cual dice el Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares que está edificada con baluartes y tiene mil defensas y armas para socorro de los que a ella acuden.
Tú eres, Virgen María, la defensa fortísima de cuántos se hallan en el combate.
¡Qué asaltos me dan continuamente mis enemigos para privarse de la gracia de Dios y de tu protección, Madre mía amabilísima!. Pero tú eres mi fortaleza y no te desdeñas, según decía san Efrén, de combatir por los que en ti confían. Defiéndeme y lucha por mí, que en ti deposito toda mi confianza.
Jaculatoria: María, vuestro hermoso nombre es la defensa mía.
Oración final

 

Visita 28

Cuanto alivio siento en mis miserias y cuanto consuelo en mis tribulaciones y qué esfuerzo recibo en la tentación no bien pienso en ti e imploro tu socorro, dulcísima Madre María.
Razón tenéis, santos del cielo, en llamar a la Virgen «puerto de atribulados», como san Efrén; «alivio de nuestras miserias y consuelo de los desgraciados», como san Buenaventura; «remedio de nuestro llanto», como san Germán.
Consuélame, Madre mía, pues me veo lleno de pecados, cercado de enemigos, tibio en el amor de Dios. Consuélame, pero que la consolación que me des sea el hacerme empezar una vida nueva que verdaderamente agrade a tu Hijo y a ti.
Jaculatoria: Conviérteme, transfórmame, Madre mía, que tú puedes hacerlo.
Oración final

 

Visita 29

San Bernardo llama a María «camino real para hallar al Salvador y la salvación». Si es cierto, Reina mía, que eres, como el mismo dice, quien conduce nuestras almas a Dios, no esperes que yo vaya a Dios si no me llevas en tus brazos. Llévame, si; y si resisto, llévame a la fuerza.
Con los dulces atractivos de tu amor fuerza cuanto puedas a mi alma, a mi rebelde voluntad, para que deje a las criaturas y busque sólo a Dios y su voluntad santísima. Muestra a los cielos cuán poderosa eres; muestra, entre tantos prodigios, esta otra maravilla de tu misericordia uniendo enteramente con Dios a quien tan lejos de El está.
Jaculatoria: María, puedes hacerme santo; de ti lo espero.
Oración final

 

Visita 30

La caridad de María para con nosotros, según nos lo afirma san Bernardo, no puede ser ni mayor ni más poderosa de lo que es. Por lo cual se compadece siempre generosamente de nosotros con su cariño y nos socorre con su poder.
Siendo, por tanto, purísima Reina mía, rica en poder y rica en misericordia, puedes y deseas salvamos a todos. Te diré, pues, hoy y siempre, con el devoto Blosio: «María santísima, en esta gran batalla que con el infierno tengo empeñada ayúdame siempre, y cuando veas que me hallo vacilante y próximo a caer, tiéndeme entonces, Señora mía, más pronto tu mano y sostenme con más fuerza».
¡Dios!, ¡cuántas tentaciones tendré que vencer hasta la hora de mi muerte! María, esperanza, refugio y fortaleza mía, no permitas que pierda la gracia de Dios, pues propongo acudir siempre a ti en todas las tentaciones, diciendo:
Jaculatoria: Ayúdame, María; María, ayúdame.
Oración final

 

Visita 31

Dice el beato Amadeo que la bienaventurada Reina María está continuamente ejercitando en la presencia de Dios el oficio de abogada nuestra e intercediendo con sus oraciones, que son para con Dios poderosísimas. Porque como ve nuestras miserias y peligros, la clementísima Señora se compadece de nosotros y nos socorre con amor de Madre.
De suerte que ahora mismo, Madre y Abogada mía, ves las miserias de mi alma y los peligros que me rodean y estás rezando por mí. Ruega y ruega y no dejes nunca de hacerlo hasta que me veas salvo y dándote humildes gracias en el cielo.
Dice el devoto Blosio que tú, dulcísima María, eres, después de Jesús, la salvación segura de vuestros siervos fieles. Yo te pido hoy esta gracia: concédeme la dicha de ser tu siervo hasta la muerte, para que después de esta vida vaya a bendecirte en el cielo, seguro ya de que jamás habré de apartarme de tus pies mientras Dios sea Dios.
Jaculatoria: María, Madre mía, haz que sea yo siempre tuyo.
Oración final

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A Nuestra Señora del Rosario de Pompeya DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros

Novenas a Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, del Beato Bartolo Longo

PARA CASOS DIFICILES Y DE ACCIÓN DE GRACIAS.
En el mes de Julio de 1879, el abogado Bartolomé Longo, consumido por la enfermedad, acordó acceder a los numerosos pedidos de componer una fórmula de plegaria para Nuestra Señora de Pompeya, dictando como su último trabajo y testamento, una Novena para alcanzar de la Virgen las gracias en los casos más desesperados; y cuando la enfermedad se lo permitía, casi sin fuerzas, se arrastraba hasta llegar a la capilla provisional, y ante la imagen taumaturga iba corrigiendo su trabajo, bañándolo en lágrimas que brotan de sus ojos.

Vea aquí la historia de la Advocación: NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE POMPEYA, ITALIA ( 7 DE OCTUBRE)

El 15 de agosto, día en que en nombre del Papa, fue colocada sobre la sagrada cabeza de la Virgen la riquísima corona de oro y piedras preciosas, el ilustre abogado se encontraba peor que nunca, postrado en el lecho. Perdidas las esperanzas de curación, suplicó que, como último remedio, llevaran la milagrosa imagen a su cuarto. Los que le rodeaban decían con befa que si sanaba, entonces creerían en los milagros de la Virgen. El se dirigió a Santa Catalina de Siena, diciendo con confianza: ¡Querida Santa! yo he escrito de Vos en los Quince Sábados, que os quejáis desde el Cielo por los pocos que acuden a Vos para recibir gracias como si en el Cielo hubiera disminuido el poder que acá en la tierra os concedió el Señor. Y. ¿cómo mis lectores darán fe a mis palabras, si yo que las escribí no soy el primero en recibir la gracia? Y ¿cómo creerán en los milagros de la Virgen de Pompeya si ella deja morir, a aquél que los publica y promueve la edificación de su templo?

Hacia la media noche abrió los ojos, habiendo desaparecido la fiebre juntamente con el dolor agudo de la nuca y espalda, y los primeros rayos del naciente día hirieron agradablemente sus pupilas, que desde mucho tiempo no podían soportar la luz. Y el historiador de las maravillas de Pompeya, el instrumento de los designios de María, vivió y vive sosteniendo el enorme peso de las obras de Pompeya, y de la publicación de dos periódicos.

La Santísima Virgen se dignó aceptar el humilde trabajo que en honor suyo hiciera el Abogado, y apareciéndose a la hija del Comendador Agrelli, después de curarla de una grave enfermedad, la dijo: Cada vez que desees alguna gracia hazme tres novenas rezando los quince misterios del Rosario y otras tres novenas en acción de gracias.

Miles y miles de personas, no solamente en Europa, sino en América, Africa y hasta en la China e Indias, consiguieron después por este medio innumerables dones y milagros, como así consta en documentos dignos de fe y certificados médicos, que pueden leerse en el periódico Il Rosario e la Nuova Pompei.

Desde 1879 hasta 1893, es decir, en los primeros catorce años, se publicaron dos millones y medio de ejemplares, llegando en el día a 344 las ediciones hechas. La rapidez de esta difusión ¿no es una prueba evidente de su eficacia?

El año 1889 escribió también el mismo Abogado la novena en acción de gracias, la que cuatro años después, o sea en 1893, ya había llegado a cuarenta ediciones de 10.000 ejemplares cada una.

¡He aquí por lo menos 40.000 gracias concedidas en cuatro años por la Stma.

 

NOVENA PARA CASOS DIFÍCILES

¡Oh Santa Catalina de Siena, mi protectora y maestra! Tú que proteges a tus devotos cuando rezan el Rosario de María, asísteme en este instante, y dígnate rezar conmigo la Novena en honor de la Reina del Rosario, que ha colocado el trono de sus favores en el Valle de Pompeya, para que por tu intercesión obtenga yo la gracia que deseo. Así sea.

Luego se dice:

V. Dios, venid en mi ayuda.
R. Señor apresuraos a socorrerme.
V. Gloria al Padre y al hijo y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos. Así sea.

I. ¡Oh Virgen Inmaculada y Reina del Santo Rosario! en estos tiempos en que, apagada la fe en las almas, domina la impiedad, has querido levantar tu trono de Reina y Madre sobre la antigua Pompeya, morada de muertos paganos y desde aquel lugar, donde eran adorados los ídolos y demonios, Tú hoy, cual Madre de la divina gracia, derramas por doquiera los tesoros de las celestiales misericordias; ¡ah! desde aquel trono donde reinas vuelve, también a mí, oh María, esos tus ojos benignos, y ten piedad de mi, que tanto necesito de tu socorro. Muéstrate también conmigo cual te mostraste con tantos otros, verdadera Madre de misericordia, «Monstra te esse Matrem», mientras de todo corazón Te saludo e invoco por mi Soberana y por Reina del Santísimo Rosario.

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

II. Mi alma rendida al pie de tu trono, oh grande y gloriosa Señora, te venera entre los gemidos y angustias que sobremanera la oprimen. En medio de las penas y agitaciones en que me hallo, levanto confiado los ojos hacia Ti, que te dignaste elegir para tu morada las campiñas de pobres y desamparados labriegos; y que frente a la ciudad y anfiteatro de deleites paganos, en donde reinan el silencio y las ruinas, cual Señora de las Victorias elevaste tu poderosa voz llamando de todas partes de Italia y del mundo católico a tus devotos hijos para que te levantasen un templo. ¡Oh! apiádate finalmente de está alma que yace aletargada bajo el polvo y las sombras de la muerte! Ten piedad de mi, ¡oh! Señora; ten piedad de mí que me hallo abrumado de miserias y humillaciones. Tú que eres exterminio de los demonios defiéndeme de los enemigos que me asedian. Tú que eres el Auxilio de los cristianos, sácame de las tribulaciones en que me hallo sumido. Tú que eres nuestra vida, triunfa de la muerte que amenaza mi alma en los peligros a que se halla expuesta. Devuélveme la paz, la tranquilidad, el amor, la salud. Así sea.

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

III. ¡Ay!… el oír que tantos han sido colmados de favores sólo porque a Ti acudieron con fe, me infunde nuevo aliento y valor para llamarte en mi socorro. Tú prometiste a Santo Domingo que el que deseara gracias las obtendría con tu Rosario; y yo con el Rosario en la mano, te llamo, oh Madre, al cumplimiento de tus maternales promesas. Aún más: Tú misma, oh Madre, has obrado continuos prodigios para excitar a tus hijos a que te levantaran un templo en Pompeya. Tú, pues, quieres enjugar nuestras lágrimas y aliviar nuestros afanes; y yo con el corazón en los labios, con fe viva te llamo e invoco: ¡Madre mía! ¡Madre querida! ¡Madre bella!… ¡Madre dulcísima, ayúdame! Madre y Reina del Santo Rosario, no tardes más en tender hacía mí tu poderosa mano y salvarme; porque la tardanza, como ves, me llevaría a la ruina.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…

IV. ¿Y a quién he de acudir yo sino a Ti, que eres el alivio de los miserables, el refugio de los desamparados, el consuelo de los afligidos? ¡Ah, si; lo confieso: abrumada miserablemente mi alma bajo el enorme peso de las culpas, no merece más que el infierno y es indigna de recibir tus favores! Mas, ¿no eres Tú la esperanza de quién desespera, la poderosa Medianera entre Dios y el hombre, la Abogada ante el trono del Altísimo, el Refugio de los pecadores? ¡Ah, basta que digas una sola palabra en mi favor a tu divino Hijo, para que El te escuche! Pídele, pues, oh Madre, la gracia que tanto necesito… (se pide la gracia que se desea). Sólo Tú puedes obtenérmela. Tú que eres mi única esperanza, mi consuelo, mi alegría, mi vida. Así lo espero, así sea.

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

V. ¡Oh Virgen y Reina del Santo Rosario! Tú que eres la Hija del Padre celestial, la Madre del Hijo divino, la Esposa del Espíritu Santo; Tú que todo lo puedes ante la Trinidad Santísima, debes obtenerme esta gracia para mi tan necesaria, a no ser que sea de obstáculo para mi eterna salvación… (aquí se especifica la gracia que se desea). Te la pido por la Concepción Inmaculada, por tu divina Maternidad, por tus gozos, por tus dolores, por tus triunfos. Te la pido por el Corazón de tu amoroso Jesús, por aquellos nueve meses que lo llevaste en tu seno, por los trabajos y sinsabores de su vida, por su acerba Pasión y Muerte de Cruz, por su santísimo Nombre y por su sangre preciosísima. Te la pido, finalmente, por tu dulcísimo Corazón, por tu glorioso Nombre, ¡oh María! que eres Estrella del mar, Señora poderosísima, Puerta del paraíso y Madre de todas las gracias. En Ti confío.., todo lo espero de Ti: Tú me has de salvar. Así sea.

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

V. Hazme digno de alabarte, oh Virgen Sagrada.
R. Dame fortaleza contra tus enemigos.
V. Ruega por nosotros, Reina del Santísimo Rosario.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN. Oh Dios, cuyo Hijo Unigénito con su vida, muerte y resurrección nos adquirió el premio de la salvación eterna, concedenos, os suplicamos, que meditando estos misterios en el Santísimo Rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos las virtudes que contienen y alcancemos los bienes que prometen. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

 

NOVENA DE ACCIÓN DE GRACIAS

El Beato Bartolo Longo con la Cruz del Santo Sepulcro

V. Oh Dios, venid en mi ayuda.
R. Señor, apresuraos a socorredme.
V. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Así sea.

I. Heme aquí a tus plantas, ¡oh Madre Inmaculada de Jesús!, que gozas al ser llamada Reina del Rosario del Valle de Pompeya. Con regocijo de mi corazón, y con el ánimo henchido de la más viva gratitud, vuelvo a Ti, mi generosa Bienhechora, mi dulce Señora, Soberana de mi corazón, pues te has mostrado como verdadera Madre mía, Madre que inmensamente me ama. Yo te supliqué, con gemidos y lágrimas, y Tú me consolaste; yo me hallaba en duros aprietos, y Tú me devolviste la paz. Dolores y congojas mortales oprimían mi corazón, y Tú, oh Madre, desde tu trono de Pompeya con una piadosa mirada me tranquilizaste. ¡Ah! quién se dirigió a Ti con confianza y no fue escuchado ¡Oh, si todo el mundo conociera cuán buena y compasiva eres con quien sufre, todas las criaturas acudirían a Ti! Seas pues para siempre bendita, oh Virgen soberana de Pompeya; bendita para siempre de mí y de todos, de los hombres y de los ángeles, en la tierra y en el cielo. Así sea.

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

II. Doy gracias a Dios y a Ti, Madre mía, por los nuevos beneficios que por tu piedad y misericordia me han sido concedidos. ¿Qué hubiera sido de mi si Tú hubieras rechazado mis suspiros y lagrimas?. Por mí te tributen gracias los ángeles del Paraíso, y los coros de los apóstoles, de los mártires, de las vírgenes y de los confesores; por mí te den gracias también tantos pecadores por Ti salvados, que ahora gozan en el cielo de la visión de tu inmortal belleza. ¡Ojalá conmigo te amaran las criaturas todas, y el mundo entero se hiciera eco de mis agradecimientos! Por tantos favores recibidos, ¿qué podría yo devolverte, oh Reina, llena de piedad y magnificencia? La vida que me queda yo la consagro a Ti, para propagar por doquiera tu culto, oh Virgen del Rosario de Pompeya, por cuya merced el Señor me visitó con, su gracia. Promoveré la devoción de tu Rosario, narraré a todos la misericordia que me alcanzaste, predicaré siempre lo buena que fuiste conmigo para que los indignos y pecadores, como yo, acudan Ti con confianza.

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

III. ¿Con qué nombres te saludaré, candorosa paloma de paz? ¿Con qué título te invocaré, cuando los doctores te llamaron: «Señora de lo criado, Puerta de la vida, Templo de Dios, Alcázar de luz, Gloria de los cielos, Santa entre los santos, Paraíso del Altísimo?». Tú eres la tesorera de las gracias, la omnipotencia suplicante; diré más, la misericordia de Dios, que se derrama abundantemente sobre los desdichados. Pero sé también que es dulce a tu corazón el ser llamada Reina del Rosario del Valle de Pompeya; y llamándote así, siento la dulzura de tu místico nombre ¡oh Rosa del Paraíso, trasplantada al Valle de lágrimas para suavizar las penas de los tristes desterrados hijos de Eva!. Tú eres la rubicunda Rosa de caridad, más fragante que todos los aromas del Líbano, que en tu valle con perfume de celestial suavidad elevas los corazones de los pecadores a Dios. Tú la Rosa de eterna frescura que, regada por las aguas celestiales, echaste raíces en un terreno asolado por una lluvia de fuego. Tú la Rosa de inmaculada belleza que del sitio de desolación hiciste jardín ameno de las delicias del Señor. ¡Ensalzado sea Dios, que ha hecho tan admirable tu nombre! ¡Bendecid pueblos, el nombre de la Virgen da Pompeya, pues rebosa la tierra de su misericordia!

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

IV. Sumergido por la tempestad, desde el fondo del abismo levanté mis ojos a Ti ¡oh nueva estrella de esperanza, aparecida en nuestros días sobre el Valle de las ruinas! Desde la más intensa amargura, levanté mi voz a Ti, Reina del Rosario de Pompeya, y experimenté el poder de este título, de Ti tan querido. ¡Dios te salve, clamaré siempre, salve oh Madre de Piedad, mar inmenso de gracias, océano de bondad y compasión! Las nuevas glorias de tu Rosario, las recientes victorias de tu corona, ¿quién dignamente podrá cantarlas? Al mundo insensato que se arranca de los brazos de Jesús para entregarse en los de Luzbel, Tú le proporcionaste la salvación en aquel mismo Valle, donde Satanás devoraba a las almas. Tú hollaste triunfadora las ruinas de los templos paganos, y sobre sus escombros asentaste la grada de tu excelso trono. Tú, trocaste las playas de muerte en Valle de resurrección y de vida, y sobre la tierra que dominaba tu enemigo, edificaste la ciudadela de refugio, a donde se acogen los pueblos para hallar su amparo y salud. Allí tus hijos, dispersos por el mundo te levantaron un trono, como monumento de tus portentos y trofeo de tus misericordias. Desde aquel Trono me llamaste a mí también para admitirme entre los hijos de tu predilección; sobre mí, pobrecillo, se detuvo la mirada de tu clemencia. ¡Benditas sean por eternidad de eternidades tus obras oh Señora; y benditos para siempre todos los prodigios que obraste en el Valle del exterminio y de la desolación!

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

V. Todas las lenguas ensalcen tus glorias, ¡oh Señora!, y el tenue crepúsculo vespertino transmita a la clara aurora los dulces acordes de nuestras bendiciones. Todas las gentes Te llamen venturosa, y venturosa repitan las riberas del mar y la inmensidad de los cielos. Tres veces bienaventurada te llamaré con los Ángeles, Arcángeles y Principados; tres veces bienaventurada con las Potestades angelicales, con las Virtudes de los ciclos, con las Dominaciones soberanas. Dichosísima te pregonaré con los tronos, los Querubines y los Serafines. ¡Oh Soberana y Salvadora mía! No dejes de fijar tu mirada compasiva sobre mi familia, mi Patria y toda la Iglesia. Particularmente te suplico no me niegues la mayor de las gracias, esto es, la de que mi fragilidad no me aparte nunca jamás de Ti. Haz en fin, que todos los que cooperamos a la grandeza de tu Santuario de Pompeya, seamos del número de los escogidos.

¡Oh Santo Rosario de mi Madre, te estrecho contra mi pecho y con reverencia te beso! (aquí besa cada uno su rosario), Tú eres vía para llegar a todas las virtudes; tesoro de méritos para el paraíso; prenda de predestinación; inquebrantable cadena que sujeta al enemigo; manantial de paz para los que te honran en vida augurio de la victoria para los que te besan en la hora de la muerte! En aquella hora postrera yo te espero, oh Madre mía; tu presencia será la señal de mi salvación, y tu Rosario me franqueará las puertas del cielo. Así sea.

Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…

V. Ruega por nosotros, Reina del Santísimo Rosario.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN. ¡Oh Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo! que nos habéis enseñado a acudir a Vos con confianza y llamaros Padre Nuestro que estás en los cielos; ¡ah! bondadoso Señor, de quien es propio el usar siempre de misericordia y perdonar, por la intercesión de la Virgen Inmaculada, oíd propicio a los que nos gloriamos del título de hijos del Rosario; mirad con agrado nuestro humilde tributo de acción de gracias por los dones recibidos; y el trono que levantasteis en el Santuario de Pompeya, volvedlo cada día más glorioso e imperecedero; por los merecimientos de de Nuestro Señor Jesucristo Así sea.

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A la Reina del Cielo Al Nombre de María DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros

Letanía y Nombres Misteriosos de la Reina del Cielo, mi Señora

Esta letanía fue compuesta por la Venerable Sor María de Jesús de Agreda. Está enriquecida con indulgencias por Sumo Pontífice y varios Prelados.
Sor María de Jesús nace el 2 de abril, 1602 en Ágreda, Soria, y muere el 24 de mayo de 1665 en el mismo lugar.

Religiosa Concepcionista Franciscana con extraordinarios dones místicos, padecía «muertes místicas» en las que permanecía durante horas inmóvil e insensible. También experimentaba éxtasis y levitación. Dicen que también tenía el don de bilocación.

Estos fenómenos la hicieron sospechosa ante el Santo Oficio (Inquisición) pero salió absuelta. Ello fomentó aún más su fama y hasta el rey Felipe IV fue a conocerla. El Papa Clemente X, en 1765, la declaró Venerable.

Su obra más importante, La Mística Ciudad de Dios, sobre la Vida de la Virgen, fué, según la Venerable, dictado por la Virgen María. La escribió dos veces. La primera fue quemada por la propia autora a causa de la imposición de un religioso anciano que era contrario a que las mujeres escribieran sobre temas teológicos, y la segunda versión fue publicada tras su muerte.

 

LA LETANÍA

Kyrie, eleyson. Christe, eleyson. Kyrie, eleyson.
Christe, audi nos. Christe, exaudi nos.

Santa Maria, Emperatriz del cielo y tierra, Ora pro nobis.
Hija del Eterno Padre,
Madre del Eterno Hijo,
Esposa del Eterno y santo Espíritu,
Complemento de la inefable y beatísima Trinidad,
Espejo inmaculado y perfectísimo de la Divinidad,
Esfera de la Divina omnipotencia,
Centro de la bondad incomprensible,
Aurora de la eternidad interminable,
Lucero del eterno sol y luz inaccesible,
Gloria de la Jerusalén triunfante,
Virtud y fortaleza de la Jerusalén militante,
Alegría del pueblo santo y escogido,
Ejemplar de los supremos y abrasados Serafines,
Resplandor de los iluminados Querubines,
Santa y justa emulación de la angélica naturaleza,
Victoria de los ejércitos del Señor Dios,
Honra de la humana naturaleza,
Decoro y hermosura de todo lo criado,
Triunfo y triunfadora de los enemigos del Altísimo,
Nobilísimo objeto en pura criatura de loa predestinados,
Corona de los Santos,
Laureola de las vírgenes,
Flor candidísima de la castidad virginal,
Bálsamo oloroso de la pureza corporal,
Prodigio inexplicable de la pureza espiritual,
Vencedora de la muerte y del pecado,
Judit animosa que al príncipe de las tinieblas degollaste,
Mujer fuerte cuyo precio vino de lejos de la Divinidad,
Mujer invicta e invencible que a la antigua serpiente quebrantaste la cabeza,
Torre de David contra el infierno,
Escala de Jacob que llega al cielo,
Manantial de toda gracia y vida eterna,
Archivo de las riquezas del muy alto,
Origen de los dones de su diestra,
Restauradora de la inconstancia y culpa de Eva,
Arco del cielo que el sereno de la piedad anuncias,
Nave de la contratación del cielo cargada del pan que nos sustenta,
Arca incorruptible del nuevo y eterno testamento,
Tierra santa donde llovió el cielo el maná vivo,
Tierra de promisión que mana leche y miel de gracia,
Vellocino rociado con la misma Divinidad,
Mesa franca del pacífico y verdadero rey Asuero,
Zarza no consumida y abrasada,
Oculta vida que a las almas resucitas,
Antídoto contra el veneno de la serpiente antigua,
Glorioso fin de la sabiduría de Dios y su potencia,
Ester privilegiada de la común ley de la culpa,
Prudente reina que a tu pueblo librasteis de la muerte,
Reina sola de tus vasallos fidelísima,
Retrato que engrandeces a tu Artífice,
Monte santo donde se dio la ley de amor,
Memorial justo que ofrecemos al justo Juez los pecadores,
Pura criatura a Dios más inmediata,
Custodia del escondido Sacramento,
Fénix única que en tu fuego renovada regeneraste al mundo,
Pelícano que con tu sangre en tu Hijo alimentas a tus hijos,
Amantísima que amas hasta el fin a quien te ama,
Estampa del ser divino que acredita el ser humano,
Instrumento del amor inmenso y de sus obras,
Atalaya que avisa al navegante,
Receta para enfermos incurables,
Imán que lleva a Si los corazones,
Antorcha que da luz al que va a oscuras,
Refugio y sagrado para quien huye de la justicia,
Terror para las furias del infierno,
Jerusalén adornada con su esposo,
Esposa que pacificas al verdadero Sansón indignado con los hombres,
Abogada que sabiamente alegas nuestra causa,
Madre del amor hermoso y santa esperanza,
Madre del temor discreto y grandeza del corazón,
Flor del campo,
Rosa mística,
Lirio de los valles,
Huerto cerrado,
Fuente sellada,
Puerta del cielo,
Casa del sol,
Mi dulce vida por quien vivo y por quien muero,
Mi madre y mi maestra, por quien me gobierno,
María siempre virgen prudentísima,

De todo mal y culpa, líbrame Señora.
De la ira del Altísimo,
De su desgracia y ofensa,
De la muerte súbita e improvisa,
Del furor y saña de mis enemigos,
De la astucia maliciosa de la serpiente,
De la ira, odio y mala voluntad,
Del espíritu inmundo,
De la ofensa de mis hermanos y prójimos,
De la inconstancia en la virtud,
De la muerte eterna por el pecado,
De la muerte eterna por el pecado,
De la muerte eterna por el pecado,
En el día del juicio,
Por tu purísima Concepción inmaculada,
Por tu natividad santísima,
Por tu presentación al templo,
Por la encarnación del Verbo eterno en tus purísimas entrañas,
Por la dignidad inefable de ser Madre de Dios,
Por el gozo que de ver a Dios de Ti hecho hombre y adorado recibiste,
Por la santa conversación y vida que con El hiciste,
Por lo que en tu vastísimo corazón con la profecía del Santo Simeón sentiste,
Por el dolor que sentiste, cuando le perdiste en Jerusalén,
Por el dolor cuando viste su prisión,
Por el dolor de verle con la cruz a cuestas,
Por el dolor de verle clavar y levantar en ella,
Por el dolor de verle expirar en ella,
Por el dolor de verle bajar de la cruz y sepultar,
Por todos los dorares que en toda su pasión, sentiste,
Por el gozo de su resurrección,
Por el no conocido que tuviste en su admirable ascensión,
Por la plenitud de dones que con la venida del Espíritu Santo recibiste,
Por tu admirable asunción,
Por tu admirable exaltación y coronación,
Por la gloria accidental de la Divinidad que gozas,
Por la gloria que das a los bienaventurados, gozarás y darás por todas las eternidades,

 

ORACIÓN

Santísima e inmaculada, por haberte preservado el Altísimo de toda mancha de pecado para que fueses digna Madre de su Unigénito Hijo, que de tus virginales entrañas tomó carne humana y se hizo hombre, suplícote purísima y bendita entre todas las mujeres, que me alcances de tu dilecto Hijo perdón cumplido de todos mis pecados; que sea escrita en el número de los predestinados, y en esta vida alcance la gracia final con que merezca la eterna, que esperamos por Ti, Señora Nuestra,. y por el mismo Señor que vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

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DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros

Novena en honor de la Virgen María con Oraciones de Santos

Se ora para la fiesta de María Reina, que es el 22 de Agosto, y su novena comienza el 13.

Esta novena tiene la peculiaridad de que las oraciones para cada día están compuestas por diferentes santos, algunos de ellos Doctores de la Iglesia. Se puede rezar en cualquiera de las festividades de la Santísima Virgen o en cualquiera de sus advocaciones. Además de esta novena en este mismo sitio hay una página dedicada a oraciones escritas a la Virgen por santos…

ORACIONES INICIALES PARA TODOS LOS DÍAS

Por la señal, etc.

Oración de San Bernardo para empezar todos los días

Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro, haya sido desamparado. Yo, pecador, animado con tal confianza, acudo a vos oh Madre, Virgen de las vírgenes: a vos vengo, delante de vos me presento gimiendo. No queráis, oh Madre del Verbo, despreciar mis palabras; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas. Amén.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh santísima Señora, excelentísima Madre de Dios y piadosísima Madre de los hombres! Después de Dios, tú eres la única esperanza de los pecadores y la mayor confianza de los justos. La Iglesia te llama vida, dulzura y esperanza nuestra, y todos los pueblos ponen en ti sus ojos, esperando de ti todas las gracias. Nosotros también, dulce abogada, acudimos a ti en estos días, instándote para que nos oigas y concedas las gracias que te pedimos. Danos, en primer lugar, un amor sincero a tu divino Hijo, observando su santa ley cristiana; alcánzanos también la salud del cuerpo y la serenidad del espíritu, la paz en la familia y la suficiencia de medios para la vida; concédenos, en fin, una santa muerte en la santa Iglesia católica.

¡Oh Virgen, que superas toda alabanza! Todo lo que tú quieres, lo puedes ante Dios, de quien eres Madre; y, aun cuando nosotros somos pecadores, tú eres dulce madre del Redentor y dulce madre nuestra, y puedes abogar por tus hijos pequeños y pecadores ante tu Hijo altísimo y redentor; a tu nombre se abren las puertas del cielo; en tus manos están todos los tesoros de la divina misericordia; óyenos, oh plácida Virgen y Madre, y, si nos conviene, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena.

Petición. Santa María, socorre a los desgraciados, ayuda a los pusilánimes, reanima a los que lloran, ora por el pueblo, intervén por el clero, intercede por las mujeres consagradas, sientan tu auxilio todos los que celebran tu santa festividad.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oración. Concédenos, por favor, Señor Dios, que nosotros, tus siervos, gocemos de continua salud de alma y cuerpo y, por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, seamos libres de las tristezas de la vida presente y disfrutemos de las alegrías de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

DÍA PRIMERO

Comenzar con la oración de todos los días.

Oración de Santo Tomás de Aquino (1225-1274). Doctor de la Iglesia.

Concededme, oh Reina del cielo, que nunca se aparten de mi corazón el temor y el amor de tu Hijo santísimo; que por tantos beneficios recibidos, no por mis méritos, sino por la largueza de su piedad, no cese de alabarle con humildes acciones de gracias; que a las innumerables culpas cometidas suceda una leal y sincera confesión y un firmísimo y doloroso arrepentimiento, y, finalmente, que logre merecer su gracia y su misericordia. Suplico también, oh puerta del cielo y abogada de pecadores, no consientas que jamás se aparte ni desvíe este siervo tuyo de la fe, pero particularmente que en la hora postrera me mantenga con ella abrazado; si el enemigo esforzare sus astucias, no me abandone tu misericordia y tu gran piedad. Por la confianza que tengo en ti puesta, alcánzame de tu santísimo Hijo el perdón de todos mis pecados y que viva y muera gustando las delicias de tu santo amor.

Terminar con la oración final de todos los días.

DÍA SEGUNDO

Comenzar con la oración de todos los días.

Oración de San Atanasio de Alejandría (295-373). Doctor de la Iglesia.

Propio es de ti, Señora, que siendo tú, al mismo tiempo que esclava del Señor, Madre de Dios, Reina y Señora, pues Dios quiso también ser Hijo tuyo, no apartes de nosotros tu memoria, habiendo de presentarnos ante el soberano e inexorable Juez, que, si a nosotros nos infunde pavor, es para contigo sobremanera amable y te otorga cuantas gracias le pides, pues eres llamada llena de gracia y de alegría por haber sobrevenido en ti el Espíritu Santo. Por esto, aun los ricos de la nación, los más favorecidos en justicia y santidad, claman a ti e invocan tu protección. No nos cierres las puertas de tu pecho, y deja que fluya sobre nosotros el mar de gracias que encierra.

Terminar con la oración final de todos los días.

DÍA TERCERO

Comenzar con la oración de todos los días.

Oración de San Anselmo (1033-1109). Doctor de la Iglesia.

No son para contar, Reina clementísima, los que, habiendo invocado tu nombre, han conseguido la eterna salvación; ¿y quieres que, invocándote yo, sea defraudado en mis esperanzas? Tal vez no oyes mis clamores en razón de mi gran maldad; pero, aun así, no dejaré de llamarte y de decirte con toda el alma: pues eres tan noble y benigna de condición, da oídos a quien humildemente llama a tus puertas y no le desatiendas en sus esperanzas, ni le abandones en su tribulación, ni le dejes sin una palabra de perdón en medio de su pecado. Sana con tus celestiales medicinas las profundas heridas en mi alma abiertas, desátame de los carnales lazos que me aprisionan en la tierra y abrígame siquiera con un jirón del espléndido manto de tu gloria. Amén.

Terminar con la oración final de todos los días.

DÍA CUARTO

Comenzar con la oración de todos los días.

Oración antigua de autor anónimo.

Ven, oh gloriosa Reina María; ven y visítanos; ilumina nuestras almas dolientes y danos el vivir santamente. Ven, salud del mundo, a lavar tantas manchas que nos afean, a disipar tantas tinieblas que nos envuelven. Ven, Señora de los pueblos, y apaga estas llamas de concupiscencia que nos abrasan, arrójanos el manto de tu pureza y señala el seguro camino que nos ha de llevar al puerto. Ven a visitar a los enfermos, a fortalecer a los débiles, a dar firmeza a los que fluctúan entre mares de dudas. Ven, estrella, luz de los mares, e infúndenos paz, gozo y devoción. Ven, oh cetro de reyes, poderío de las naciones, y vuelve al seno de la fe, al amor y vida de su unidad, a las muchedumbres extraviadas que no conocen lo que conviene a su salud. Ven, trayéndonos en tus manos los dones de tu casto, eterno esposo, el Espíritu Santo, para que vivamos por su lumbre y calor, y sean nuestro sustento aquellos frutos eternos que nos han de merecer entrar en la unidad de la vida bienaventurada. Amén.

Terminar con la oración final de todos los días.

DÍA QUINTO

Comenzar con la oración de todos los días

Oración de San Sofronio (siglo VII). Patriarca de Jerusalén.

Amansa, oh piadosa Madre, las olas de tristeza y de congoja que combaten mí corazón; apaga las llamas enemigas que me cercan; embota los dardos que manos crueles vienen arrojando contra mi alma, amenazando atravesarla y envenenarla y meter en ella la muerte. Oh alegría bienaventurada, oh paz, oh serenidad de los que te invocan, oh escudo y fortaleza de tus fieles servidores, ven y tiende tu mano sobre las llagas recibidas y sobre las angustias que me atormentan; da suavidad y paz a mi entendimiento, para que mi lengua engrandezca siempre la alteza de la merced recibida. Devuélvenos en lluvias de gracias las alabanzas que te dirigimos; abre ese manantial de gracias que por nosotros quiso encerrarse en ti y no vivamos ya entre noches, incertidumbres y temores; a ti seremos deudores de mercedes que jamás labios humanos podrán agradecer ni ponderar. Amén.

Terminar con la oración final de todos los días.

DÍA SEXTO

Comenzar con la oración de todos los días.

Oración de San Ildefonso (siglo VII). Arzobispo de Toledo.

Oh clementísima Virgen, que con mano piadosa repartes vida a los muertos, salud a los enfermos, luz a los ciegos, solaz a los desesperados y consuelo a los que lloran. Saca de los tesoros de tu misericordia refrigerio para mi ánimo quebrantado, alegría para mi entendimiento y llamas de caridad para mi durísimo pecho. Sé vida y salud de mi alma, dulzura y paz de mi corazón y suavidad y regocijo de mi espíritu. Y, pues, tú eres estrella clarísima del mar, madre llena de compasión, endereza mis pasos, defiéndeme de riesgos de enemigos, hasta aquella postrera y suspirada hora en la cual, asistido de tu auxilio, enriquecido con tu gracia, vencidas las enemistades del infernal dragón, salga de este mundo para los eternos y seguros gozos de la vida bienaventurada. Amén.

Terminar con la oración final de todos los días.

DÍA SÉPTIMO

Comenzar con la oración de todos los días.

Oración de San Juan Damasceno (649-749). Doctor de la Iglesia.

Nadie está en el cielo más cerca de la Divinidad simplicísima que tú, que tienes asiento sobre la cumbre de los querubines y sobre todos los ejércitos de los serafines, y por esto no es posible que tu intercesión sufra repulsa, ni que sean desatendidos tus ruegos. No nos falte tu auxilio mientras vivamos en este mundo perecedero; alárganos tu mano, para que, obrando las obras de salud y huyendo de los caminos del mal, demos seguro el paso de la eternidad. Por ti esperamos que, al cerrar a este destierro los ojos de la carne, se abrirán los del alma para anegarse en aquel piélago de soberana hermosura, de suavísimos deleites, por el cual ansiosamente suspiran las almas regeneradas y que nos anunció y mereció Cristo Señor nuestro haciéndonos ricos y salvos. A El por ti, Señora, rendimos gloria y alabanza, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Terminar con la oración final de todos los días.

DÍA OCTAVO

Comenzar con la oración de todos los días

Oración de San Efrén de Siria (306-373). Doctor de la Iglesia.

Oh Virgen purísima, Madre de Dios, Reina de todo lo criado, levantada sobre todos los cortesanos del cielo y más resplandeciente y pura que los rayos del sol: tú eres más gloriosa que los querubines, más santa que los serafines y sin comparación más sublime y aventajada que todos los ejércitos del cielo. Tú eres la esperanza de los patriarcas, la gloria de los profetas, la alabanza de los apóstoles, honra de los mártires, alegría de los santos, ornamento de las sagradas jerarquías, corona de las vírgenes, inaccesible por tu inmensa claridad, princesa y guía de todos y doncella sacratísima; por ti somos reconciliados con Cristo mi Señor. Guardame debajo de tus alas; y apiádate de mí, que estoy sucio con mis pasiones y manchado con los innumerables males que he cometido contra mi Juez y Criador. No tengo otra confianza sino en ti, que eres el áncora de mi esperanza, el puerto de mi salud y socorro oportuno en la tribulación.

Terminar con la oración final de todos los días.

DÍA NOVENO

Comenzar con la oración de todos los días.

Oración de San Germán (496-576). Obispo de París.

Ninguno se salva sino por ti, oh Virgen Santísima.’Ninguno se libra de males sino por ti, oh Virgen purísima. Ninguno recibe gracias de Dios sino por ti, oh Virgen castísima. Ninguno obtiene misericordia sino por ti, oh Virgen venerabilísima. ¿Quién, después de tu bendito Hijo, tiene tanto cuidado del linaje humano como tú? ¿Quién así nos defiende en nuestras tribulaciones? ¿Quién tan presto nos socorre y nos libra de las tentaciones que nos acosan y persiguen? ¿Quién, con sus piadosos ruegos, intercede por los pecadores y los libra de las penas que por sus pecados merecen? Por esto recurrimos a ti, oh purísima y dignísima de toda alabanza y de todo obsequio.

Haz que, por medio de tus oraciones, que tanto pueden con el Señor, las cosas eclesiásticas sean bien gobernadas y tú misma las conduzcas a puerto seguro. Viste ricamente a los sacerdotes de justicia y de la gloria de la fe probada, inmaculada y sincera. Dirige en estado próspero y tranquilo los cetros de los soberanos cristianos. Sé, en tiempo de guerra, la protección del ejército, que siempre milita bajo tu amparo, y confirma al pueblo para que, conforme Dios lo tiene mandado, persevere en el obsequio suave de la obediencia. Sé el muro inexpugnable de este pueblo que te tiene a ti como a torre de refugio y cimiento que la sostiene. Preserva la habitación de Dios y el decoro del templo de todo mal; libra a cuantos te alaban, da redención a los cautivos y sé refugio para el peregrino y consuelo para el desamparado. Extiende, por fin, a todo el orbe tu mano auxiliadora, para que, así como celebramos con alegría esta festividad, celebremos también todas las demás que te dedicamos, en Cristo Jesús, Rey de todas las cosas y verdadero Dios nuestro; a quien sea la gloria y la fortaleza, junto con el Padre Eterno, que es principio de la vida, y con el Espíritu coeterno, consubstancial, y que reina con los dos, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Terminar con la oración final de todos los días.

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A los Corazones de Jesús y María DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros

Oraciones de San Juan Eudes a los Corazones de Jesús y María

San Juan Eudes, presbítero, se dedicó a la predicación en las parroquias y después fundó la Congregación de Jesús y María. Fomentó de una manera especial la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, muere en Francia en 1680.

 

ORACIÓN DE MISERICORDIA A LOS CORAZONES DE JESÚS Y MARÍA

Oh benevolísimo y misericordísimo
Corazón de Jesús,
estampa en nuestros corazones
una imagen perfecta de tu gran misericordia,
para que podamos cumplir
el mandamiento que nos diste:
«Serás misericordioso
como lo es tu Padre «.

Madre de la misericordia,
vela sobre tanta desgracia, tantos pobres,
tantos cautivos, tantos prisioneros,
tantos hombres y mujeres que sufren persecución
en manos de sus hermanos y hermanas,
tanta gente indefensa,
tantas almas afligidas,
tantos corazones inquietos,

Madre de la misericordia,
abre los ojos de tu clemencia
y contempla nuestra desolación.
Abre los oídos de tu bondad
y oye nuestra súplica.

Amorosísima y poderosísima abogada,
demuéstranos que eres en verdad
la Madre de la Misericordia.

 

OFRECIMIENTO A LOS DOS CORAZONES

Oh Jesús, el Unico Hijo de Dios,
el Unico Hijo de María,
te ofrezco el Corazón bondadosísimo
de tu Madre Divina,
el cual para ti es el más precioso
y agradable de todos.

Oh María, Madre de Jesús,
te ofrezco el Corazón Sagradísimo
de tu amado Hijo,
quien es la vida y el amor de tu Corazón.

 

SALUDO AL CORAZÓN DE JESÚS Y DE MARÍA

Te saludamos, Corazón santo,
Te saludamos, Corazón manso,
Te saludamos, Corazón humilde,
Te saludamos, Corazón puro,
Te saludamos, Corazón sacerdotal,
Te saludamos, Corazón sabio,
Te saludamos, Corazón paciente,
Te saludamos, Corazón obediente,
Te saludamos, Corazón atento a la voluntad del Padre,
Te saludamos, Corazón fiel,
Te saludamos, Corazón fuente de felicidad,
Te saludamos, Corazón misericordioso,
Te saludamos, Corazón amante,

Te adoramos,
Te alabamos,
Te glorificamos,
Te damos gracias,
Te amamos,
Con todo nuestro corazón,
Con toda nuestra alma,
Con todas nuestras fuerzas,

Te ofrecemos nuestro corazón,
Te lo damos,
Te lo consagramos,
Te lo ofrecemos,
Recíbelo y poséelo totalmente,

Purifícalo,
Ilumínalo,
Santifícalo,
Y vive y reina en él, ahora y por siempre jamás. AMEN.

Saludo a María
Yo te saludo, María, Hija de Dios Padre,
Yo te saludo, María, Madre de Dios Hijo,
Yo te saludo, María, Esposa del Espíritu Santo,
Yo te saludo, María, Templo de la Divinidad,
Yo te saludo, María, Virgen de las vírgenes, de quién el Rey de los
cielos ha querido nacer,
Yo te saludo, María, Reina de los mártires,
Yo te saludo, María, Reina del mundo,
Yo te saludo, María, Reina de mi Corazón,
Yo te saludo, María, llena de gracia,

Bendito sea el fruto de tus entrañas, Jesús,
Bendito sea tu esposo, san José,
Bendito sea tu padre, san Joaquín,
Bendita sea tu madre, santa Ana,
Bendito sea tu hijo, san Juan,
Bendito sea tu ángel, san Gabriel,
Benditos sean todos aquellos que te aman y te bendicen. Amén
 
 

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DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros Via Crucis

Via Crucis del Cardenal Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)

El tema central de este Vía crucis se indica ya al comienzo, en la oración inicial, y después de nuevo en la XIV estación. Es lo que dijo Jesús el Domingo de Ramos, inmediatamente después de su ingreso en Jerusalén, respondiendo a la solicitud de algunos griegos que deseaban verle: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24).

De este modo, el Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto.
Interpreta su vida terrenal, su muerte y resurrección, en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la cual se sintetiza todo su misterio.
Puesto que ha consumado su muerte como ofrecimiento de sí, como acto de amor, su cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la resurrección.

Por eso él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna. El Verbo eterno –la fuerza creadora de la vida– ha bajado del cielo, convirtiéndose así en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en la fe y en el sacramento.

De este modo, el Vía crucis es un camino que se adentra en el misterio eucarístico: la devoción popular y la piedad sacramental de la Iglesia se enlazan y compenetran mutuamente.

La oración del Vía crucis puede entenderse como un camino que conduce a la comunión profunda, espiritual, con Jesús, sin la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El Vía crucis se muestra, pues, como recorrido «mistagógico».

A esta visión del Vía crucis se contrapone una concepción meramente sentimental, de cuyos riesgos el Señor, en la VIII estación, advierte a las mujeres de Jerusalén que lloran por él. No basta el simple sentimiento; el Vía crucis debería ser una escuela de fe, de esa fe que por su propia naturaleza «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Lo cual no quiere decir que se deba excluir el sentimiento.

Para los Padres de la Iglesia, una carencia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad; por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia al pueblo de Israel la promesa de Dios, que quitaría de su carne el corazón de piedra y les daría un corazón de carne (cf. Ez 11, 19).

El Vía crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre.

Esto nos hace pensar de nuevo en la imagen de Jesús acerca del grano, que él mismo trasforma en la fórmula básica de la existencia cristiana: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25; cf. Mt 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33: «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará»). Así se explica también el significado de la frase que, en los Evangelios sinópticos, precede a estas palabras centrales de su mensaje: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24).

Con todas estas expresiones, Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en este camino, el que nos quiere enseñar la oración del Vía Crucis.

Volvemos así al grano de trigo, a la santísima Eucaristía, en la cual se hace continuamente presente entre nosotros el fruto de la muerte y resurrección de Jesús. En ella Jesús camina con nosotros, en cada momento de nuestra vida de hoy, como aquella vez con los discípulos de Emaús.

ORACIÓN INICIAL

V /. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R /. Amen.

Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del gano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La cruz –la entrega de nosotros mismos– nos pesa mucho. Pero en tu Vía crucis tú has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un momento ya pasado, porque tu amor es por mi vida de hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu cruz y que, acompañándote, me ponga contigo al servicio de la redención del mundo. Ayúdame para que mi Vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tu huellas. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26
Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió :«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

MEDITACIÓN
El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de maldad. Sabe que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho. También los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros […], lo matasteis en una cruz…»
(Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia es pisoteada por la bellaquería, por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.

ORACIÓN
Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán» ha sofocado la voz de la conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra vida. El día de Pentecostés has conmovido en corazón e infundido el don de la conversión a los que el Viernes Santo gritaron contra ti. De este modo nos has dado esperanza a todos. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la conversión.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Stabat mater dolorosa,
iuxta crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 27-31
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

MEDITACIÓN
Jesús, condenado por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los signos de poder ostentados por los potentes de este mundo son un insulto a la verdad, a la justicia y a la dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias y sus palabras grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras pomposas, una caricatura de la tarea a la que se deben por su oficio, el de ponerse al servicio del bien. Jesús, precisamente por ser escarnecido y llevar la corona del sufrimiento, es el verdadero rey. Su cetro es la justicia (Sal 44, 7). El precio de la justicia es el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.

ORACIÓN
Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por ese camino (Mt 10, 38). Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Cuius animam gementem,
contristatam et dolentem
pertransivit gladius.

TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del libro del profeta Isaías 53, 4-6
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.

MEDITACIÓN
El hombre ha caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador. ¿No es acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio muerto, sangrando al borde del camino? Jesús que cae bajo la cruz no es sólo un hombre extenuado por la flagelación. El episodio resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8). En su caída bajo el peso de la cruz aparece todo el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro orgullo: la soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos. La humillación de Jesús es la superación de nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de autonomía y aprendamos de él, del que se ha humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.

ORACIÓN
Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedica
mater Unigeniti!

CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.

MEDITACIÓN
En el Vía crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus discípulos. También hubo de oír estas palabras: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?… El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mt 12, 48-50). Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo, sino también en el corazón. Porque incluso antes de haberlo concebido en el vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había dicho: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo… Será grande…, el Señor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31 ss). Pero poco más tarde el viejo Simeón le diría también: «y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría recordar palabras de los profetas como éstas: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría boca; como un cordero llevado al matadero» (Is 53, 7). Ahora se hace realidad. En su corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30). Los discípulos han huido, ella no. Está allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: «Bendita tú que has creído» (Lc 1, 45). «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste es su gran consuelo en aquellos momentos.

ORACIÓN
Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble –que serías la madre del Altísimo– también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quæ mærebat et dolebat
Pia mater, cum videbat
Nati poenas incliti.

QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».

MEDITACIÓN
Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24). Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.

ORACIÓN
Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quis est homo qui non fleret,
matrem Christi si videret
in tanto supplicio?

SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del libro del profeta Isaías 53, 2-3
No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
Del libro de los Salmos 26, 8-9
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.

MEDITACIÓN
«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro » (Sal 26, 8-9). Verónica –Berenice, según la tradición griega– encarna este anhelo que acomuna a todos los hombres píos del Antiguo Testamento, el anhelo de todos los creyentes de ver el rostro de Dios. Ella, en principio, en el Vía crucis de Jesús no hace más que prestar un servicio de bondad femenina: ofrece un paño a Jesús. No se deja contagiar ni por la brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es la imagen de la mujer buena que, en la turbación y en la oscuridad del corazón, mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su corazón se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón –había dicho el Señor en el Sermón de la montaña–, porque verán a Dios» (Mt 5, 8). Inicialmente, Verónica ve solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor. Pero el acto de amor imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús: en el rostro humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos acompaña también en el dolor más profundo. Únicamente podemos ver a Jesús con el corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros. Sólo el amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.

ORACIÓN
Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y la pureza que nos permiten ver tu presencia en el mundo. Cuando no seamos capaces de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte y mostrar al mundo tu imagen.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Pro peccatis suæ gentis
vidit Iesum in tormentis
et flagellis subditum.

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16
Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.

MEDITACIÓN
La tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la caída de Adán –en nuestra condición de seres caídos– y en el misterio de la participación de Jesús en nuestra caída. Ésta adquiere en la historia for-mas siempre nuevas. En su primera carta, san Juan habla de tres obstáculos para el hombre: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Interpreta de este modo, desde la perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos sus excesos y perversiones, la caída del hombre y de la humanidad. Pero podemos pensar también en cómo la cristiandad, en la historia reciente, como cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las grandes ideologías y la superficialidad del hombre que ya no cree en nada y se deja llevar simplemente por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre. El hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro corazón; cae para levantarnos.

ORACIÓN
Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no podemos reincorporarnos. Líbranos del poder de la concupiscencia. En lugar de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver. Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos. Levántanos para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quis non posset contristari,
Christi matrem contemplari,
dolentem cum Filio?

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 28-31
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?

MEDITACIÓN
Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros… porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»

ORACIÓN
Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar un concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Tui Nati vulnerati,
tam dignati pro me pati,
poenas mecum divide.

NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 27-32
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se sienta solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá haya esperanza; que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque el Señor no desecha para siempre a los humanos: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor.

MEDITACIÓN
¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).

ORACIÓN
Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Eia mater, fons amoris,
me sentire vim doloris
fac, ut tecum lugeam

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 33 -36
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo.

MEDITACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor experimenta todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús, «tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era «de una sola pieza», sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero sumo sacerdote.

ORACIÓN
Señor Jesús, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del mundo. Pero es exactamente así como cumples la palabra de los profetas. Es así como das significado a lo que aparece privado de significado. Es así como nos haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac ut ardeat cor meum
in amando Christum Deum,
ut sibi complaceam.

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Mateo 7, 37-42
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».

MEDITACIÓN
Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se oculta el rostro, era despreciado… Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba»  (Is 53, 3 ss). Detengámonos ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos de descubir su rostro en aquellos que tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del Señor Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.

ORACIÓN
Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar, has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar tu libertad «comprometida» y a encontrar en la estrecha unión contigo la verdadera libertad.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Sancta mater, istud agas,
Crucifixi fige plagas
cordi meo valide.

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Juan 19, 19-20
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Del Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».

MEDITACIÓN
Sobre la cruz –en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua del pueblo elegido, el hebreo– está escrito quien es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías porque habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2). Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando de este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente vencido y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.

ORACIÓN
Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, aparece difuminado, irreconocible. Pero en la cruz te has hecho reconocer. Porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora. Haz que se manifieste tu salvación.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac me vere tecum flere,
Crucifixo condolore,
donec ego vixero.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 54-55
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.

MEDITACIÓN
Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia. A él no le quiebran las piernas como a los otros dos crucificados; así se manifiesta como el verdadero cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la turbación del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él no está solo. Están los fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también un hombre rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde Jesús es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel, el jardín del que había sido expulsado Adán cuando se alejó de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar. Y llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había anunciado el misterio del rena-cer por el agua y el Espíritu. También en el sanedrín, que había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús después de su muerte. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.

ORACIÓN
Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La fe no ha muerto del todo, el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Vidit suum dulcem Natum
morientem, desolatum,
cum emisit spiritum.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 59-61
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

MEDITACIÓN
Jesús, deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores. Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios, la «sobreabundancia» de su amor. Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser demasiado para Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón de la montaña (Mt 5, 20). Pero es necesario recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos […] el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 14-15). En la descomposición de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez más el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplica-ción del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía.

ORACIÓN
Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro: el sepulcro está vacío porque él –el Padre– no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció la corrupción» (Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos ale-grarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu resurrección.

Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quando corpus morietur,
fac ut animæ donetur
paradisi goria. Amen.

BENDICIÓN
V /. Dominus vobiscum.
R /. Et cum spiritu tuo.
V /. Sit nomen Domini benedictum.
R /. Ex hoc nunc et usque in sæculum.
V /. Adiutorium nostrum nomine Domini.
R /. Qui fecit cælum et terram.
V /. Benedicat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et, Spiritus Sanctus.
R /. Amen.

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DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros Via Crucis

Vía Crucis escrito por el Cardenal Karol Wojtyla (Juan Pablo II)

En esta meditación trataremos de seguir las huellas del Señor en el camino que va desde el pretorio de Pilato hasta el lugar llamado «calavera», el Gólgota en hebreo(Jn 19, 17). El Vía Crucis de nuestro Señor Jesucristo esta históricamente vinculado a los sitios que el hubo de recorrer.

Pero hoy día ha sido trasladado también a muchos otros lugares, donde los fieles de Divino Maestro quieren seguirle en espíritu por las calles de Jerusalén. En algunos santuarios, como, el calvario de Zebrydowska, la devoción de los fieles a la pasión ha reconstruido el Vía Crucis con estaciones muy alejadas entre sí. Habitualmente en nuestras iglesias las estaciones son catorce, como en Jerusalén entre el pretorio y la basílica del Santo sepulcro.

Ahora nos detendremos espiritualmente en estas estaciones, meditando en el misterio de Cristo cargando con la cruz.

I Estación: Jesús condenado a muerte

La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho sus pasiones y ser respuesta al grito: «!crucifícale! !crucifícale! » (Mc 15, 13 -14, etc.),. El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18, 38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo al «margen». Pero era sólo en apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 18,36-37), debía afectar profundamente el alma del pretor Romano. Esta fue y es una Realeza, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.

El hecho de que a Jesús, hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3,16).

También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.

II Estación: Jesús carga con la cruz

Empieza la ejecución, es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con la cruz como los otros condenados que van a sufrir la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53,12). Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terriblemente magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas. Ecce homo! (Jn 19,5). En el se encierra toda la verdad del hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías: «Fue traspasado por nuestras iniquidades… y en sus llagas hemos sido curados» (Is 53,5). Está también presente en el una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo» (Jn 19,5): «!Mirad lo que habéis hecho de este hombre!». En esta afirmación parece oírse ota voz, como queriendo decir: «!Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!».

Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce homo!

Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27, 17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19,17). Ha empezado la ejecución.

III Estación: Jesús cae por primera vez

Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. no recurre a sus fuerzas sobrehumanas, no recurre al poder de los ángeles. «¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles?»(Mt 26,53). No lo pide. Habiendo aceptado el cáliz de manos del Padre (Mc 14,36, etc.), quiere beberlo hasta las heces. Esto es lo que quiere. Y por esto no piensa en ninguna fuerza sobrehumana, aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden sentirse dolorosamente sorprendidos los que le habían visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las mutilaciones, a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Esta negado todo esto? Y, sin embargo, «nosotros esperábamos», dirán unos días después los discípulos de Emaús (Lc 24,21). «Si eres hijo de Dios…» (Mt 27,40), le provocaran todos los miembro del sanedrín. «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» (Mc 15, 31; Mt 27,42), gritará la gente.

Y él acepta estas frases de provocación, que parecen anular todo el sentido de su misión, de los sermones pronunciados, de los milagros realizados. Acepta todas estas palabras, decide no oponerse. Quiere ser ultrajado. quiere vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel hasta el final, hasta los mínimos detalles, a esa afirmación: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (cf. Mc 14,36 etc.).

Dios salvará a la humanidad con las caídas de Cristo bajo la cruz.

IV Estación: Jesús encuentra a su Madre

La Madre María se encuentra con su hijo en el camino de la cruz. La cruz de El es su cruz, la humillación de él es la suya, suyo el oprobio público de Jesús. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y lo capta su corazón: «…y una espada atravesará tu alma» (Lc 2,35). Palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanza ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta invisible espada, hacia el calvario de su hijo, hacia su propio calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón, y así la representa en pinturas y esculturas.

!Madre Dolorosa!«!Oh tú que has padecido junto con El!», repiten los fieles, íntimamente convencidos de que así justamente debe expresarse el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo en su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «com-pasión». También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.

V Estación: Simón Cireneo ayuda a Jesús

Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (cf. Mc 15,21; Lc 23, 26), no la quería llevar ciertamente. Hubo que obligarle. caminaba junto a Cristo bajo el mismo peso. Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían no poder aguantar más. Estaba cerca de él: más cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser varón, no se le pide que le ayude. le han llamado a él, a Simón de Cirene padre de Alejandro y de Rufo, como refiere el evangelio de Marcos (Mc 15,21). le han llamado, le han obligado.

¿Cuánto duro esta coacción? ¿cuánto tiempo camino a su lado, dando muestras de que no tenía nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena? ¿cuánto tiempo anduvo así, dividido interiormente, con una barrera de indiferencia entre él y es hombre que sufría? «estaba desnudo, tuve sed, estaba preso»(cf. Mt 25,35.36), llevaba la cruz…¿la llevaste conmigo?… ¿la has llevado conmigo verdaderamente hasta el final?No se sabe. San Marcos refiere solamente el nombre de los hijos del Cireneo y la tradición sostiene que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada a san Pedro (cf. Rom 16,13).

VI Estación: La Verónica limpia su rostro

La tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del Cireneo. Porque lo cierto es que -aunque, como mujer, no carga físicamente la cruz y no se la obliga a ello- llevó sin duda está cruz con Jesús: la llevó como podía, como en aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba su corazón: limpiándole el rostro.

Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el lienzo con el que secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba cubierto todo él cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar señales y perfiles.

Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado también de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico de Cristo. Son muchos los que indudablemente preguntaran: «Señor cuando hemos hecho todo esto?» Y Jesús responderá: cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El salvador, en afecto, imprime su imagen sobre todo acto de caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.

VII estación: Jesús cae por segunda vez

«Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo» (sal 22 [21],7): las palabras del salmista-profeta encuentra su plena realización en estas estrechas, arduas callejuelas de Jerusalén, durante las últimas horas que preceden a la pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican las palabras del salmista, aunque nadie piense en ellas. No recapacitan en ellas ciertamente todos cuantos dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús de Nazaret que cae por segunda vez bajo la cruz se ha hecho objeto de escarnio.

Y El lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae, pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre, voluntad expresada asimismo en las palabras del profeta. Cae por propia voluntad, porque «¿cómo se cumplirían, si no, las escrituras?» (Mt 26,54):«Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22 [21], 7); por tanto ni siquiera «Ecce Homo» (Jn 19,5); menos aún, peor todavía.

El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre en cambio, como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe la conciencia del hombre. Remordimiento por esta segunda caída.

VIII Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén

Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, a pesar, del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloran su vista: «No lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23,28). No podemos quedarnos en la superficie del mal hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más honda verdad de la conciencia.

Esto es justamente lo que lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2,25) y siempre lo conoce. Por esto El debe ser en todo momento el más cercano testigo de nuestros actos y de los juicios que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga incluso que estos juicios deben ser en todo momento ponderados, razonables, objetivos -dice:«No lloréis»-; pero al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: no los advierte porque El es que lleva la cruz.

Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!

IX Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén

«Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 1,8 ). Cada estación de esta Vía es una piedra miliar de esa obediencia y de ese anonadamiento.

Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las palabras del profeta: «Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53,6).

Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que Jesús cae una vez más, la tercera, bajo la cruz. Cuando pensamos en quién es el que cae, quién yace entre el polvo del camino bao la cruz, a los pies de gente hostil que no le ahorra humillaciones y ultrajes…

¿Quién es el que cae? ¿Quién es Jesucristo? «Quién, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre s humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz»(Fil 2,6-8).

X Estación: Jesús, despojado de sus vestidos

Cuando Jesús despojado de sus vestidos, se encuentra ya en el Gólgota (cf. Mc 15,24, etc.), nuestros pensamientos se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al origen de este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión, es todo él una llaga (cf. Is 52,14). El misterio de la encarnación: El Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la virgen (cf. Mt 1,23; Lc 1,26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las palabras del salmista: «No te complaces tú en el sacrificio y la ofrenda…, pero me has preparado un cuerpo» (Sal 40 [39], 8.7; Heb 10,7). El cuerpo del hombre expresa su alma. «Entonces dije: ‘¡Heme aquí que vengo!’…para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad»(sal 40[39],9; Heb 10,7). «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29). Este cuerpo desnudo cumple la voluntad del Hijo y del Padre en cada llaga, en cada estremecimiento de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero de sangre que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en los cardenales de cuello y espaldas en el terrible dolor de las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando es despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio, cuando encierra en sí el inmerso dolor de la humanidad profanada.

El cuerpo del hombre es profanado de varias maneras.

En esta estación debemos pensar en la Madre de Cristo, porque bajo su corazón, en sus ojos, entre sus manos el cuerpo del Hijo de Dios ha recibido una adoración plena.

XI Estación: Jesús clavado en la cruz

«Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos» (Sal 22 [21], 17-18). «Puedo contar…»: ¡qué palabras proféticas! sabemos que este cuerpo es un rescate. Un gran rescate es todo este cuerpo: las manos, los pies y cada hueso. Todo el hombre en máxima tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso, cada órgano, cada célula todo en máxima tensión.«Yo, si fuere levantado de la tierra atraeré todos a mi»(Jn 12,32). Palabras que expresan la plena realidad de la crucifixión entra todo el mundo que Jesús quiere atraer a Sí(cf. Jn 12,32). El mundo está sometido a la gravitación del cuerpo, que tiende por inercia hacia lo bajo.

Precisamente en esta gravitación estriba la pasión del crucificado. «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba»(Jn 8, 23). Sus palabras desde la cruz son;«Padre perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

XII Estación: Jesús muere en la cruz

Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca al Padre (c.f. Mc 15,34; Mt 27,46; Lc 23,46). Todas las invocaciones atestiguan que el es uno con el Padre.«Yo y el Padre somos una misma cosa»(Jn 14,9); «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso oro yo también» (Jn 5,17).

He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabactani?: «Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado?» (Mc 15,34; Mt 27,46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. el hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.

Abrazan.

He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En El… vivimos y nos movemos y existimos» (Act 17,28). En El: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de la cruz.

El misterio de la redención.

XIII Estación: Jesús en brazos de su Madre

En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente el momento en que María acogió el saludo del ángel Gabriel: «concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús… Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre… y su Reino no tendrá fin» (Lc 1,31-33). María sólo dijo: «hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38), como si desde el principio hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo en este momento.

En el misterio de la redención se entrelazan la gracia, esto es, el don de Dios mismo, y el «pago » del corazón humano. En este misterio somos enriquecidos por un Don de lo alto (Sant 1,17)y al mismo tiempo somos comprados con el rescate del hijo de Dios (cf. 1 Cor 6,20; 7,23; Act 20,28). Y María, que fue más enriquecida que nadie con estos dones, es también la que paga más. Con su corazón.

A este misterio está unida la maravillosa promesa realizada por Simeón cuando la presentación de Jesús en el templo: «Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones»

También esto se cumple. ¡Cuántos corazones humanos se abren ante el corazón de esta Madre que tanto ha pagado!

Y Jesús está de nuevo todo él en sus brazos, como lo estaba en el portal de Belén (cf. Lc 2,16), durante la huida a Egipto (cf. Lc 2,14),en Nazaret (cf. Lc 2,39-40). La piedad.

XIV Estación: Entierro de Jesús

Desde el momento en que el hombre, a causa de pecado, se alejó del árbol de la vida (cf. Gen 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas.

En las cercanías del calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27,60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc 15,42-46, etc.). Lo depositaron apresuradamente, para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn 19,31), que empezaba en el crepúsculo.

Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la muerte con la muerte. O mors! ero mors tua!: «Muerte, ¡yo seré tu muerte!»(1.ª antif. Laudes del Sábado Santo). El árbol de la vida , del que el hombre fue alejado por su pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. «Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6,51).

Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta, aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo (cf. Gen 3,19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven la esperanza de Resurrección.

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DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros Via Crucis

Via Crucis de San Alfonso María de Ligorio

San Alfonso tuvo una gran devoción a la meditación de la Pasión del Señor. Invita a considerar una escena y ayuda con una oración.

Una novedad es que el actor irlandés Liam Neeson ha colaborado con la discográfica Little Lamb Music poniendo voz a un Vía Crucis de san Alfonso María de Ligorio. En el disco el actor Liam Neeson pone voz a textos y música de san Alfonso María de Ligorio.

 

Arrodíllate ante el altar, haz un Acto de Contrición, y forma la intención de ganar las indulgencias bien para ti, o para las almas en el Purgatorio.

Después di:

SEÑOR mío Jesucristo, Vos anduvisteis con tan grande amor este camino para morir por mí, y yo os he ofendido tantas veces apartándome de Vos por el pecado; mas ahora os amo con todo mi corazón, y porque os amo, me arrepiento sinceramente de todas las ofensas que os he hecho. Perdóname, Señor, y permíteme que os acompañe en este viaje. Vais a morir por mi amor, pues yo también quiero vivir y morir por el vuestro, amado Redentor mío. Si, Jesús mío, quiero vivir siempre y morir unido a Vos

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es sentenciado a muerte

Considera cómo Jesús, después de haber sido azotado y coronado de espinos, fue injustamente sentenciado por Pilato a morir crucificado.

ADORADO Jesús mío: mis pecados fueron más bien que Pilato, los que os sentenciaron a muerte. Por los méritos de este doloroso paso, os suplico me asistáis en el camino que va recorriendo mi alma para la eternidad. Os amo, ¡ oh Jesús mío más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mi como os agrade. Amén.

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús es cargado con la cruz

Considera cómo Jesús, andando este camino con la cruz a cuestas, iba pensando en ti y ofreciendo a su Padre por tu salvación la muerte que iba a padecer.

AMABILÍSIMO Jesús mío: abrazo todas las tribulaciones que me tenéis destinadas hasta la muerte, y os ruego, por los méritos de la pena que sufristeis llevando vuestra Cruz, me deis fuerza para llevar la mía con perfecta paciencia y resignación. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío!, más que a mi mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez

Considera esta primera caída de Jesús debajo de la Cruz. Sus carnes estaban despedazadas por los azotes; su cabeza coronada de espinas, y había ya derramado mucha sangre, por lo cual estaba tan débil, que apenas podía caminar; llevaba al mismo tiempo aquel enorme peso sobre sus hombros y los soldados le empujaban; de modo que muchas veces desfalleció y cayó en este camino.

AMADO Jesús mío: más que el peso de la Cruz, son mis pecados los que os hacen sufrir tantas penas. Por los méritos de esta primera caída, libradme de incurrir en pecado mortal. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mio !, más que a mi mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

CUARTA ESTACIÓN
Jesús encuentra a su afligida madre

Considera el encuentro del Hijo con su Madre en este camino. Se miraron mutuamente Jesús y Maria, y sus miradas fueran otras tantas flechas que traspasaron sus amantes corazones.

AMANTÍSIMO Jesús mío: por la pena que experimentasteis en este encuentro, concededme la gracia de ser verdadero devoto de vuestra Santísima Madre. Y Vos, mi afligida Reina, que fuisteis abrumada de dolor, alcanzadme con vuestra intercesión una continua y amorosa memoria de la Pasión de vuestro Hijo. Os amo, ¡Oh Jesús, amor mío!, más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

QUINTA ESTACIÓN
Simón ayuda a Jesús a llevar la cruz

Considera cómo los judíos, al ver que Jesús iba desfalleciendo cada vez más, temieron que se les muriese en el camino y, como deseaban verle morir de la muerte infame de Cruz, obligaron a Simón el Cirineo a que le ayudase a llevar aquel pesado madero.

DULCÍSIMO Jesús mío: no quiero rehusar la Cruz, como lo hizo el Cirineo, antes bien la acepto y la abrazo; acepto en particular la muerte que tengáis destinada para mí, con todas las penas que la han de acompañar, la uno a la vuestra, y os la ofrezco. Vos habéis querido morir por. mi amor, yo quiero morir por el vuestro y por daros gusto; ayudadme con vuestra gracia. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío! más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

SEXTA ESTACIÓN
La Verónica limpia el rostro de Jesús

Considera cómo la devoto mujer Verónica, al ver a Jesús tan fatigado y con el rostro bañado en sudar y sangre, le ofreció un lienzo. y limpiándose con él nuestra Señor, quedó impreso en éste su santa imagen.

AMADO Jesús mío: en otro tiempo vuestro rostro era hermosisímo; mas en este doloroso viaje, las heridas y la sangre han cambiado en fealdad su hermosura. ¡Ah Señor mío, también mi alma quedó hermosa a vuestros ojos cuando recibí la gracia del bautismo, mas yo la he desfigurado después con mis pecados. Vos sólo, ¡ oh Redentor mío!, podéis restituirle su belleza pasada: hacedlo por los méritos de vuestra Pasión. Os amo, ¡oh Jesús, amor mío!, más que a mi mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez

Considera la segunda caída de Jesús debajo de la Cruz, en la cual se le renueva el dolor de las heridas de su cabeza y de todo su cuerpo al afligido Señor.

OH PACIENTÍSIMO. Jesús mio. Vos tantas veces me habéis perdonado, y yo he vuelto a caer y a ofenderos. Ayudadme, por los méritos de esta nueva caída, a perseverar en vuestra gracia hasta la muerte. Haced que en todas las tentaciones que me asalten, siempre y prontamente me encomiende a Vos. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío! más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

OCTAVA ESTACIÓN
Las mujeres de Jerusalén lloran por Jesús

Considera cómo algunas piadosas mujeres, viendo a Jesús en tan lastimosa estado, que iba derramando sangre por el camino, lloraban de compasión; mas Jesús les dijo: no lloréis por mí, sino por vosotras mismas y por vuestras hijos.

AFLIGIDO Jesús mío: lloro las ofensas que os he hecho, por los castigos que me han merecido, pero mucho más por el disgusto que os he dado a Vos, que tan ardientemente me habéis amado. No es tanto el Infierno, como vuestro amor, el que me hace llorar mis pecados. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío!, más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez

Considera la tercera caída de Jesucristo. Extremada era su debilidad y excesiva la crueldad de los verdugos, que querían hacerle apresurar el paso, cuando apenas le quedaba aliento para moverse.

ATORMENTADO Jesús mío: por los méritos de la debilidad que quisisteis padecer en vuestro camino al Calvario, dadme la fortaleza necesaria para vencer los respetos humanos y todos mis desordenados y perversos apetitos, que me han hecho despreciar vuestra amistad. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío!, más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras

Considera cómo al ser despojado Jesús de sus vestiduras por los verdugos, estando la túnica interior pegada a las carnes desolladas por los azotes, le arrancaran también con ella la piel de su sagrado cuerpo. Compadece a tu Señor y dile:

INOCENTE Jesús mío: por los méritos del dolor que entonces sufristeis, ayudadme a desnudarme de todos los afectos a las cosas terrenas, para, que pueda yo poner todo mi amor en Vos, que tan digno sois de ser amado. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío!, más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz

Considera cómo Jesús, tendido sobre la Cruz, alarga sus pies y manos y ofrece al Eterno Padre el sacrificio de su vida por nuestra salvación; le enclavan aquellos bárbaros verdugos y después levantan la Cruz en alto, dejándole morir de dolor, sobre aquel patíbulo infame.

OH DESPRECIADO Jesús mío. Clavad mi corazón a vuestros pies para que quede siempre ahí amándoos y no os deje más. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío!, más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido: no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez: haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz

Considera cómo Jesús, después de tres horas de agonía, consumido de dolores y exhausto de fuerzas su cuerpo, inclina la cabeza y expía en la Cruz.

OH DIFUNTO Jesús mío. Beso enternecido esa Cruz en que por mí habéis muerto. Yo, por mis pecados, tenía merecida una mala muerte, mas la vuestra es mi esperanza. Ea, pues. Señor, por los méritos de vuestra santísima muerte, concededme la gracia de morir abrazado a vuestros pies y consumido por vuestro amor. En vuestras manos encomiendo mi alma. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío!, más que a mí mismo, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz

Considera cómo, habiendo expirado ya el Señor, le bajaron de la Cruz dos de sus discípulos. José y Nicodemo, y le depositaran en los brazos de su afligida Madre, María, que le recibió con ternura y le estrechó contra su pecho traspasado de dolor.

OH MADRE AFLIGIDA. Por el amor de este Hijo, admitidme por vuestro siervo y rogadle por mí. Y Vos, Redentor mío, ya que habéis querido morir por mí, recibidme en el número de los que os aman más de veras, pues yo no quiero amar nada fuera de Vos. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mío!, más que a mí mismo, me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es colocado en el sepulcro

Considera cómo los discípulos llevaron a enterrar o Jesús, acompañándole también su Santísima Madre, que le depositó en el sepulcro con sus propias manos. Después cerraron la puerta del sepulcro y se retiraron.

OH JESÚS MÍO SEPULTADO. Beso esa losa que os encierra. Vos resucitasteis después de tres días; por vuestra resurrección os pido y os suplico me hagáis resucitar glorioso en el día del juicio final para estar eterna-mente con Vos en la Gloria, amándoos y bendiciéndoos. Os amo, ¡ oh Jesús, amor mio!, más que a mí mismo, me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; no permitáis que vuelva a separarme de Vos otra vez; haced que os ame siempre y disponed de mí como os agrade. Amén.

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DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros Por las Almas del Purgatorio y Fieles Difuntos

Mensaje de Amor de sor Consolata Betrone por las Almas del Purgatorio

Que el SAGRADO CORAZÓN DE JESUS da al mundo por medio de Sor Consolata Betrone (1903-1946)

“JESUS, MARIA OS AMO, SALVAD ALMAS”

300 días de indulgencia

Turín, 1 de octubre de 1949 + M. Card. Fossati Arz.

Hágase este acto de amor lo más frecuente posible para todas las necesidades

Dijo Nuestro Señor a Sor Consolata: “No pierdas tiempo. Recuerda que un Acto de Amor decide la salvación eterna de una alma y vale como reparación de mil blasfemias. Solo en el Cielo conocerás su valor y su fecundidad para salvar almas”.

Nuestro Señor se ha valido de Sor Consolata Betrone para darnos a conocer el camino que conduce a esta renovación, y que se conoce con el nombre de:

PEQUEÑISIMO CAMINO DE AMOR

¿En qué consiste? Como siempre en unirse a Jesús.

¿Cómo? Por el amor.

Es pequeñísimo, porque para andarlo sólo ay que dar un paso: AMAR.

 Atiende alguna de las palabras de Jesús a Sor Consolata. El mismo Señor le enseñó la fórmula del acto de amor que más le agradaba:

 “¡JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD ALMAS”! y pedía con insistencia la renovación frecuente e incesante de este acto de amor.

 “sígueme con el acto de amor día por día, hora por hora, minuto por minuto.” (21 de mayo de 1936).

 “Piensa en Mí y en las almas. En Mí, para amarme; en las almas para salvarlas”. (22 de agosto de 1934).

 “Por ningún motivo apartes tu mirada de Jesús, así bogarás más de prisa hacia la ribera eterna”. (8 de agosto de 1935.)

 “Consolata, di a las almas que prefiero un acto de amor a cualquier otro don que puedan ofrecerme…Tengo sed de amor”. (16 de diciembre de 1935).

 

¿MISERICORIDIA O JUSTICIA?

Jesús lo ha repetido muchas veces en estos últimos años. No quiere usar de su tremenda justicia, y de su mano justiciera, nos ofrece su amoroso Corazón. Nos pide amor. Escogió a Sor Consolata y le impuso la misión de narrar al mundo la Misericordia Infinita de su Divino Corazón.

“jamás olvides que soy y gusto de ser exclusivamente bueno y misericordioso con mis criaturas”. “…No los he creado para el infierno, sino para el Paraíso. No para ir a hacer compañía a los demonios, sino para gozar de mi amor eternamente”.  “…al infierno va el que quiere… Piensa cuán necio es vuestro temor de condenaros, después que para salvar vuestra alma he derramado mi sangre…”

 

PERO… ES NECESARIO SABER QUE:

 

Este amor que Jesús pide a todas las almas no es un amor de palabreas. El “Jesús, María, os amo, salvad almas”, tiene que ser efectivo, salido del corazón. Por esto, el Pequeñísimo Camino de Amor que conduce a la renovación espiritual del mundo se resume en estos tres puntos, que constituyen el fundamento de las enseñanzas de Jesús a Sor Consolata:

      *Un acto incesante de amor (hecho con el corazón)

   * *Un “si” a todos: con la sonrisa, viendo y tratando a Jesús en todos.

* * *Un “si” a todo (cuanto Dios nos pida) con el agradecimiento.

Se trata, pues, de un verdadero programa de vida espiritual.

Un  “JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD ALMAS”, pronunciado al levantarse, nos hará sonreír durante el día; nos ayudará a cumplir mejor nuestros deberes en el hogar, en la oficina, en el campo, en la cocina, en la calle, en el mercado, en la esuela, etc. Se recita con facilidad, si distraerse, con agrado.

Un “JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD ALMAS”, santifica nuestros esfuerzos suaviza las penas. Convierte la tristeza en alegría, Conforta en las luchas de la vida. Fortalece en las tentaciones. Hace agradable nuestro trabajo. Consuela en las enfermedades.

Y trae bendiciones a nuestras labores y a nuestras familias.

Dios merece ser amado por ser nuestro Sumo Bien.

Esta jaculatoria es un dulce cántico para Jesús y María

¡Qué grato es repetirlo frecuentemente!

¡Cuán agradable es avivar el fuego de amor a Dios!

Cuando tengas tiempo libre, ocúpalo enriqueciéndote espiritualmente: toma tu rosario en tus manos y cada cuenta repite;

“JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD ALMAS”…  ¡en cinco minutos habrás salvado 44 almas de pecadores; habrás reparado por 55.000 blasfemias!…

Y si lo repites varias veces al día podrás salvar centenares y miles de almas… y esto sin ser misionero entre paganos, ni predicador…

 ¡Cuánto  consuelo cuando tu alma expire en Dios y cuanta gloria tendrás en el Cielo!

“Quién salva un alma, asegura su propia salvación” (San Agustín). Y tú, hermano tienes a tu alcance, desde este momento, un medio tan fácil tan sencillo para salvar a un sinnúmero de almas,  realizando tu diaria actividad, o sin salir de casa.

¡Cómo te lo premiarán Jesús y María cuando dejes esta vida terrenal y tu morada eterna se con los escogidos de Dios!

Las almas que salvemos.  Con este Acto de Amor, serán nuestra corona de gloria en el Cielo.

Cuando uno está ocupado en su trabajo manual o intelectualmente, se puede repetir este Acto de Amor, con la mente, y tiene el mismo valor, como lo reveló un día Nuestro Señor Jesucristo a Sor Consolata.

   Pronunciemos frecuentemente este Acto de Amor y así acumularemos tesoros “preciosos para nuestra vida eterna:

 

“JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD ALMAS”,

Repitámoslo incesantemente al día:

Por la Iglesia y por el Papa;

Por las necesidades de la Patria;

Por el pleno acierto de sus Gobernares;

Por las santificación de los sacerdotes;

Por las almas del Purgatorio;

Por los agonizantes;

Por los que comulgan sacrílegamente;

Por los misioneros;

Por los enfermos (o alguno en particular);

Por la conversión  de los pecadores;

Por la mayor santificación de las almas fieles;

En las dudas, en las tentaciones;

En las dificultades de la vida;

Por alguna intención particular.

Hagamos que lo conozcan también nuestros amigos y parientes; que lo reciten; que lo propaguen. Gran alivio será para el moribundo si se lo insinúa.

Al levantarnos, fijemos en él nuestro pensamiento.

Al acostarnos, sea nuestra última oración:

“JESUS, MARIA OS AMO, SALVAD ALMAS”

Todas las demás oraciones que rezan durante el día, no tienen la seguridad de salvar una sola alma: el Acto de Amor sí la tiene, por haberlo revelado el mismo Jesús.

Perfecciona este Ideal en tu vida cristiana viviendo el siguiente Acto de Consagración:

Corazón santísimo de Jesús, que tanto as amado a los hombres, a quienes no les pides si no amor.

Yo…, deseoso de satisfacer el ardiente deseoso de tu Corazón divino, por manos de María Inmaculada, me consagro a Ti (en el pequeñismo camino de amor) obligándome a darte el incesante Acto de Amor, el “si” a todos con la sonrisa y el “si” a todo con el agradecimiento.

Acepta, ¡oh Jesús  Bueno!, este mi Acto de Consagración, sumérgelo en tu preciosísima Sangre, Valóralo con tu gracia omnipotente, a fin de que sea fiel comenzando en la tierra pueda eternizarse en el cielo.  Corazón  de Jesús  sediento de amor y de almas, hazme tu pequeña victima de amor para cooperar contigo y con vuestra Santísima Madre y Madre nuestra en la salvación de las almas. Así sea. (Esta consagración no obliga al alma bajo pecado).

O R A C I O N

¡Oh Jesús, que te dignaste elegir a sor Consolata Betrone para que, cual ardiente apóstol de tu Divino  Corazón, difundiese por el mundo la doctrina del incesante acto de amor, estableciendo así  en la Iglesia el pequeñísimo camino de amor! Te rogamos que, como creemos has glorificado ya a tus Sierva en el Cielo, la quieras glorificar en la tierra, para así demostrar al mundo la eficacia salvadora del nuevo camino espiritual. A este fin Te pedimos nos concedas por su intersección la gracia que deseamos, seguros de que seremos escuchados si ello ha de redundar en bien de nuestras almas ¡JESUS MARIA, OS AMO SALVAD ALMAS!

 (Récese esta oración durante un triduo o novena comulgando alguna vez.)

 (cuanto se contiene en esta hojita es resumen de la obra “El Corazón de Jesús al mundo”, escrita por el padre Lorenzo Sales y publicada en Buenos Aires, con el Gil Obstat del P. Ángel M. Cosan, S. S. P., y el Imprimátur de Mons. Dr. Canónigo Ramón Novoa, Pro-Vicario, el 2 de agosto de 1952.)

Recuerda siempre las Divinas Exigencias: Reza muchas veces al día el Incesante Acto de Amor: “JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD ALMAS”.

+ (CON LAS DEBIDAS LICENCIAS.)

Difundido por: Asociación Chilena Eucarístico-Mariana de Laicos de San MIguel Arcángel. “ACHEMSAMI” Avda. Ejército 647, Santiago – Chile

¡Sea para gloria de Dios!

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A las Grandezas y Gracias de María DEVOCIONES Y ORACIONES notorio Oraciones de Santos y Otros

Las Grandezas y la Gracia de María por San Bernardo de Claraval

Nacido en Borgoña, Francia. Llamado «Mellifluous Doctor» (boca de miel) por su elocuencia. San Bernardo, abad es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que mas impacto ha tenido. Famoso por su gran amor a la Virgen María. Compuso muchas oraciones marianas. Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval y muchos otros.

 Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado. Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra, Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.

SU AMOR A LA VIRGEN SANTÍSIMA

Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo por la claridad y el amor con que habla de ella. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: «Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María». Y repetía la bella oración que dice: «Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir». El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante.

Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial.

Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.

“LAS GRANDEZAS DE MARÍA” PÁRRAFOS SELECTOS

“Dichosa fue en todo María, a quien ni faltó la humildad, ni dejó de adornarla la virginidad. Singular virginidad, que no violó, sino que honró la fecundidad; ilustrísima humildad, que no disminuyó sino que engrandeció su fecunda virginidad; incomparable fecundidad, a la que acompañan juntas la virginidad y humildad”.

“Qué maravillas que Dios, a quien leemos y vemos admirable en sus Santos, se haya mostrado más maravilloso en su Madre?”.

“Por eso quiso que fuese Virgen, para tener una Madre Purísima, él que es infinitamente puro y venía a limpiar las manchas de todos quiso que fuese humilde para tener una Madre tal, él que es manso y humilde de corazón, a fin de mostrarnos en sí mismo el necesario y saludable ejemplo de todas estas virtudes. Quiso que fuese Madre el mismo Señor que la había inspirado el voto de virginidad y la había enriquecido antes igualmente con el mérito de la humildad”.

“Oh Virgen admirable y dignísima de todo honor. ¡Oh mujer singularmente venerable, admirable entre todas las mujeres que trajo la restauración a sus padres y la vida a sus descendientes!”.

“Y fue enviado, dice, el ángel Gabriel a una Virgen, Virgen en el cuerpo, Virgen en el alma, Virgen en la profesión, Virgen como la que describe el Apóstol, santa en el alma y en el cuerpo, no hallada nuevamente o sin especial providencia sino escogida desde la Eternidad, conocida en la presencia del Altísimo y preparada para sí mismo, guardada por los Ángeles, designada por los antiguos Padres, prometida por los profetas”.

“¿Qué pronosticaba en otro tiempo aquella zarza de Moisés, echando llamas pero sin consumirse sino a María dando a luz sin sentir dolor? ¿Qué anunciaba aquella vara de Aarón que floreció estando seca, sino a la misma concibiendo pero sin obra de varón alguno? El mayor misterio de este gran milagro lo explica Isaías diciendo: Saldrá una vara de la raíz de Jesé y de su raíz subirá una flor extendiendo en la vara a la Virgen y en la flor a su hijo divino el Redentor”.

“Si ella te tiene de su mano no caerás, si te protege, nada tendrás que temer, no te fatigarás si es tu guía, llegarás felizmente al puerto, si ella te ampara, y así en ti mismo experimentarás con cuanta razón se dijo: El nombre de la Virgen era María”.

“En los peligros, en las angustias, en las dudas, acuérdate de María, invoca a María”.

“Suele llamarse bendito al hombre, bendito al pan, bendita la mujer, bendita la tierra y las demás cosas, pero singularmente es bendito el fruto de tu vientre, porque es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos”.

“¿En dónde habías leído, Virgen devota, que la sabiduría de la carne es muerte, y no queráis contentar vuestra sensualidad satisfaciendo a sus deseos? ¿En dónde habías leído de la vírgenes, que cantan un nuevo cántico que ningún otro puede cantar y que siguen al Cordero a donde quiera que vaya? ¿En dónde habías leído que son alabados los que hicieron continentes por el reino de Dios? ¿En dónde habías leído: aunque vivimos en la carne, nuestra conducta no es carnal? Y aquel que casa a su hija hace bien y aquél que no la casa hace mejor. ¿Dónde habías oído: Quisiera que todos vosotros permanecierais en el estado en que yo me hallo, y bueno es para el hombre si así permaneciere como yo le aconsejo?”.

“Quitad a María, estrella del mar, de ese mar vasto y proceloso, ¿qué quedará, sino oscuridad que todo lo ofusque, sombras de muerte y densísimas tinieblas?”.

“Con todo lo más íntimo, pues de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón y con todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad veneramos a María, porque esta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María. Esta es repito, su voluntad, pero para bien nuestro”.

“Resplandeciente día es sin duda, la que se elevó cual aurora naciente, hermosa como la luna, escogida como el sol”.

“Pero sea lo que fuere aquello que dispones ofrecer, acuérdate de encomendarlo a María, para que vuelva la gracia al Dador de la misma, por el mismo cauce por donde corrió. No le faltaba a Dios ciertamente, poder para infundirnos la gracia sin valerse de este Acueducto, si El hubiera querido, pero quiso proveerte de ella por este conducto. Acaso tus manos están aún llenas de sangre, o manchadas con dádivas sobornadoras, porque todavía no las tienes lavadas de toda mancha. Por eso aquello poco que deseas ofrecer procura depositarlo en aquellas manos de María, grandiosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor y no sea desechado”.

“Necesitando como necesitamos un mediador cerca de este Mediador, nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María”.

“Aquella fue instrumento de la seducción, esta de propiciación: aquella sugirió la prevaricación, esta introdujo la redención”.

“¡Oh, Señora! Cuán familiar de Dios habéis llegado a ser. ¡Cuán allegada, mejor dicho, cuán íntima suya merecisteis ser hecha! ¡Cuánta gracia hallasteis a sus ojos. En vos está y vos en El: a El le vestís y sois vestida por El. Le vestís con la sustancia de vuestra carne y El os viste con la gloria de su majestad. Vestís al sol con una nube, y sois vestida vos misma de un sol. Porque; como dice Jeremías, un nuevo prodigio ha obrado el Señor sobre la Tierra y es que una mujer virgen encierre dentro de sí al hombre de Dios, que no es otro que Cristo, de quien se dice: He aquí un varón cuyo nombre es Oriente. Y otro prodigio semejante ha obrado Dios en el cielo, y es, que apareciese allí un mujer vestida de sol: Ella le coronó y mereció ser coronada por El.

Salid, hijas de Sión y ved al Rey Salomón con la diadema con que le coronó su Madre, contemplad a la dulce Reina del cielo adornada con la diadema con que la coronó su Hijo”.

“En todo el contexto de los cuatro Evangelios, no se oye hablar a María más que cuatro veces. La primera con el Ángel, pero cuando ya una y dos veces le había hablado él: la segunda Isabel cuando la voz de su salutación hizo saltar a Juan de gozo y tomando ocasión de las alabanzas que su prima le dirigía, se apresuró a magnificar al Señor: la tercera con su Hijo siendo éste ya de doce años, manifestándole como ella y su padre llenos de dolor le habían buscado: la cuarta en las bodas de Caná, primero con Jesús y después con los que servían a la mesa.

Y en esta ocasión fue cuando brilló de una manera más especial su ingénita mansedumbre y modestia virginal, puesto que tomando como propio el apuro en que iban a verse los esposos no le sufrió el corazón permanecer silenciosa, manifestando a su Hijo la falta de vino; y al ver que Jesús al parecer no atendía a su súplica, como mansa y humilde de corazón no le respondió palabra, sino que se limitó a recomendar a los ministros que hiciesen lo que El les dijese, esperando en que no saldría fallida su confianza”.

“¡Cuántas veces oyó María a su Hijo no solo hablando en parábolas a las turbas, sino descubriendo aparte a sus discípulos el misterio del reino de Dios! ¡Vióle haciendo prodigios, vióle pendiente de la Cruz, vióle expirando, vióle cuando resucitó, vióle, en fin, ascendiendo a los Cielos, y en todas estas circunstancias ¿cuántas veces se menciona haber sido oída la voz de esta pudorosísima Virgen, cuántas el arrullo de esta castísima y mansísima Tórtola?”.

“María siendo la mayor de todas y en todo, se humilló en todo y más que todos. Con razón, pues, fue constituida la primera de todos, la que siendo en realidad la más excelsa, escogía para sí el último lugar. Con razón fue hecha Señora de todos, la que se portaba como sierva de todos. Con razón, en fin, fue ensalzada sobre todos los coros de los coros de los Ángeles, la que con inefable mansedumbre se abatía a sí misma debajo de las viudas y penitentes, y aún debajo de aquella de quien había sido lanzados siete demonios. Ruegoos, fieles amadísimos, que os prendéis de esta virtud si amáis de veras a María: si anheláis agradarla, imitad su modestia y humildad. Nada hay que tan bien sienta al hombre, nada tan necesario al cristiano, nada que tanto realce al religioso como la verdadera humildad y mansedumbre”.

Las “Grandezas Incomparables de María” es el título inicial que San Bernardo le dio a este escrito basado en el evangelio de San Lucas, sobre la Anunciación del Señor. (Lc 1, 26). San Bernardo compuso este tratado en el año 1118, después de haber padecido una gastritis incurable que lo puso al borde de la muerte (obligado a guardar reposo hasta su restablecimiento aprovechó ese tiempo para escribir esta obra). Hay testimonios que afirman que fue curado por la Virgen María.

“LA GRACIA» PÁRRAFOS SELECTOS

En el nacimiento de Santa María, es el título previo que el santo le da a este escrito de doce páginas aproximadamente, en el cual San Bernardo nos exhorta a buscar la Gracia a través de este Acueducto que es María:

“No ignoráis a quien fueron dirigidas estas palabras: Dios te salve, llena de gracia. ¿Y acaso nos admiraremos de que haya podido hallarse o de que se haya podido formar tal y tan gran Acueducto, cuya cumbre, al modo de aquella escala que vio el patriarca Jacob, tocase en los cielos; más aún, atravesando los mismos cielos, pudiese llegar hasta aquel vivísimo venero de las divinas aguas que están sobre los cielos? Admirábase de ello Salomón, y como desconfiado de verlo realizado, decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte? Cierto, por eso faltaron durante tanto tiempo al género humano las corrientes de la gracia, porque todavía no se hallaba interpuesto este deseable Acueducto… ”

“Hijos míos, ella es la escala de los pecadores, ella el gran motivo de mi confianza, ella el fundamento inconmovible de mi esperanza. ¿Puede, acaso, el Hijo rechazar o ser rechazado? ¿Será capaz de no atender ni ser atendido? En absoluto. Has hallado gracia delante de Dios, dice el ángel. Felizmente. Ella siempre hallará gracia; y lo único que nosotros necesitamos es gracia.

Esta Virgen prudente no busca sabiduría como Salomón, ni riquezas, ni honor, ni grandezas, sino gracia. Y nuestra salvación depende exclusivamente de la gracia. Hermanos, ¿para qué codiciar otras cosas? Busquemos la gracia y busquémosla por María, porque ella encuentra siempre lo que busca y jamás decepciona.

Busquemos la gracia, pero la gracia de Dios; pues el favor de los hombres es falaz. Que otros se dediquen a acumular méritos: nuestro afán sea hallar gracia. ¿No estamos aquí por pura gracia? Por la misericordia del Señor no estamos aniquilados. ¿Qué somos nosotros? Somos apóstatas, homicidas, adúlteros, ladrones y la basura del mundo. Más entrad dentro de vosotros, hermanos, y ved como donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia. María no presenta títulos: busca solamente gracia. Tanto se fía de la gracia, sin presumir de sí misma, que se intimida ante el saludo del ángel”.

San Bernardo concluye este escrito con estas admirables palabras:

“Pero todo lo que pienses ofrecer no olvides encomendarlo a María, para que la gracia vuelva al dador de la gracia por el mismo cauce por donde fluyó. Dios sin duda alguna, pudo haber derramado esta gracia sin valerse de este acueducto; pero quiso ofrecerte este conducto. Acaso tienes las manos llenas aún de sangre o manchadas de dádivas y sobornos. Esa pequeñez que quieres ofrecer procura depositarla en esas manos tan divinas y tan dignas de todo aprecio, y no serás rechazado. Son dos azucenas hermosísimas; y el enamorado de las azucenas no se quejará de no haber hallado como entre azucenas todo lo que encuentre en las manos de María”.

Fuente: Reina Señora y Madre. Santiago Venegas Caceres

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Oraciones de los Santos a la Virgen María

Todos estamos llamados a ser santos. El modelo para alcanzarlo es imitar a Jesucristo con el fiel seguimiento de vivir en obsequio de Jesucristo.

Pero Jesucristo nos da también como modelo a la Virgen Maria, su Madre que es quien mejor supo asimilar su vida y su doctrina. Mucho mejor que San Pablo nos puede decir Ella: «Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo.» (1 Cori 1,1)

 

ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA

Como el océano recibe todas las aguas, así María recibe todas las gracias. Como todos los ríos se precipitan en el mar, así las gracias que tuvieron los ángeles, los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, los confesores y las vírgenes se reunieron en María.

ORACIÓN DE SAN ALFONSO MARIA LIGORIO

Virgen Santísima Inmaculada y Madre mía María, a Vos, que sois la Madre de mi Señor, la Reina del mundo, la abogada, la esperanza, el refugio de los pecadores, acudo en este día yo, que soy el más miserable de todos. Os venero, ¡oh gran Reina!, y os doy las gracias por todos los favores que hasta ahora me habéis hecho, especialmente por haberme librado del infierno, que tantas veces he merecido. Os amo, Señora amabilísima, y por el amor que os tengo prometo serviros siempre y hacer cuanto pueda para que también seáis amada de los demás. Pongo en vuestras manos toda mi esperanza, toda mi salvación; admitidme por siervo vuestro, y acogedme bajo vuestro manto, Vos, ¡oh Madre de misericordia! Y ya que sois tan poderosa ante Dios, libradme de todas las tentaciones o bien alcanzadme fuerzas para vencerlas hasta la muerte. Os pido un verdadero amor a Jesucristo. Espero de vos tener una buena muerte; Madre mía, por el amor que tenéis a Dios os ruego que siempre me ayudéis, pero más en el último instante de mi vida. No me dejéis hasta que me veáis salvo en el cielo para bendeciros y cantar vuestras misericordias por toda la eternidad. Así lo espero. Amén.

ORACIÓN DE SAN BERNARDO

Salve Reina de misericordia, Señora del mundo, Reina del cielo, Virgen de las vírgenes, Sancta Sánctorum, luz de los ciegos, gloria de los justos, perdón de los pecadores, reparación de los desesperados, fortaleza de los lánguidos, salud del orbe, espejo de toda pureza. Haga tu piedad que el mundo conozca y experimente aquella gracia que tú hallaste ante el Señor, obteniendo con tus santos ruegos perdón para los pecadores, medicina para los enfermos, fortaleza para los pusilánimes, consuelo para los afligidos, auxilio para los que peligran.
Por ti tengamos acceso fácil a tu Hijo, oh bendita y llena de gracia, madre de la vida y de nuestra salud, para que por ti nos reciba el que por ti se nos dio. Excuse ante tus ojos tu pureza las culpas de nuestra naturaleza corrompida: obténganos tu humildad tan grata a Dios el perdón de nuestra vanidad. Encubra tu inagotable caridad la muchedumbre de nuestros pecados: y tu gloriosa fecundidad nos conceda abundancia de merecimientos.
Oh Señora nuestra, Mediadora nuestra, y Abogada nuestra: reconcílianos con tu Hijo, recomiéndanos a tu Hijo, preséntanos á tu Hijo.
Haz, oh Bienaventurada, por la gracia que hallaste ante el Señor, por las prerrogativas que mereciste y por la misericordia que engendraste, que Jesucristo tu Hijo y Señor nuestro, bendito por siempre y sobre todas las cosas, así como por tu medio se dignó hacerse participante de nuestra debilidad y miserias, así nos haga participantes también por tu intercesión de su gloria y felicidad.

ORACIÓN DE SAN ANSELMO

¡Oh bendita entre todas las mujeres, que vences en pureza a los ángeles, que superas a los santos en piedad! Mi espíritu moribundo aspira a una mirada de tu gran benignidad, pero se avergüenza al espectro de tan hermoso brillo. ¡Oh Señora mía!, yo quisiera suplicarte que, por una mirada de tu misericordia, curases las llagas y úlceras de mis pecados; pero estoy confuso ante ti a causa de su infección y suciedad. Tengo vergüenza, ¡oh Señora mía!, de mostrarme a ti en mis impurezas tan horribles, por temor de que tú a tu vez tengas horror de mí a causa de ellas, y sin embargo, yo no puedo, desgraciado de mí, ser visto sin ellas.

ORACIÓN DE SAN LUIS GONZAGA

Oh Señora mía, Santa María: hoy y todos los días y en la hora de mi muerte, me encomiendo a tu bendita fidelidad y singular custodia, y pongo en el seno de tu misericordia mi alma y mi cuerpo; te recomiendo toda mi esperanza y mi consuelo, todas mis angustias y miserias, mi vida y el fin de ella: para que por tu santísima intercesión, y por tus méritos, todas mis obras vayan dirigidas y dispuestas conforme a tu voluntad y a la de tu Hijo. Amén.

ORACIÓN DE SAN EFRÉN DE SIRIA

Mi santísima Señora, Madre de Dios, llena de gracia, tú eres la gloria de nuestra naturaleza, el canal de todos los bienes, la reina de todas las cosas después de la Trinidad…, la mediadora del mundo después del Mediador; tú eres el puente misterioso que une la tierra con el cielo, la llave que nos abre las puertas del paraíso, nuestra abogada, nuestra mediadora. Mira mi fe, mira mis piadosos anhelos y acuérdate de tu misericordia y de tu poder. Madre de Aquel que es el único misericordioso y bueno, acoge mi alma en mi miseria y, por tu mediación, hazla digna de estar un día a la diestra de tu único Hijo.

ORACIÓN DE SAN GERMÁN

¿Quién no se llenará la admiración ante ti? Tú eres firme protección, refugio seguro, intercesión vigilante, salvación perenne, auxilio eficaz, socorro inmutable, sólida muralla, tesoro de delicias, paraíso irreprensible, fortaleza inexpugnable, trinchera protegida, fuerte torre de defensa, puerto de refugio en la tempestad, sosiego para los que están agitados, garantía de perdón para los pecadores, confianza de los desesperados, acogida de los exiliados, retorno de los desterrados, reconciliación de los enemistados, ayuda para los que han sido condenados, bendición de quienes han sufrido una maldición, rocío para la aridez del alma, gota de agua para la hierba marchita, pues, según está escrito, por medio de ti nuestros huesos florecerán como un prado.

ORACIÓN DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, toda llena de misericordia, hija del Rey supremo, Señora de los Angeles, Madre de todos los creyentes: hoy y todos los días de mi vida, deposito en el seno de tu misericordia mi cuerpo y mi alma, todas mis acciones, pensamientos, intenciones, deseos, palabras, obras; en una palabra, mi vida entera y el fin de mi vida; para que por tu intercesión todo vaya enderezado a mi bien, según la voluntad de tu amado Hijo y Señor nuestro Jesucristo, y tú seas para mi, oh Santísima Señora mía, consuelo y ayuda contra las asechanzas y lazos del dragón y de todos mis enemigos.
Dígnate alcanzarme de tu amable Hijo y Señor nuestro Jesucristo, gracias para resistir con vigor a las tentaciones del mundo, demonio y carne, y mantener el firme propósito de nunca más pecar, y de perseverar constante en tu servicio y en el de tu Hijo. También
te ruego, oh Santísima Señora mía, que me alcances verdadera obediencia y verdadera humildad de corazón, para que me reconozca sinceramente por miserable y frágil pecador, impotente no sólo para practicar una obra buena, sino aun para rechazar los continuos ataques del enemigo, sin la gracia y auxilio de mi Creador y sin el socorro de tus santas preces. Consígueme también, oh dulcísima Señora mía, castidad perpetua de alma y cuerpo, para que con puro corazón y cuerpo casto, pueda servirte a ti y a tu Hijo en tu Religión. Concédeme pobreza voluntaria, unida a la paciencia y tranquilidad de espíritu para sobrellevar los trabajos de mi Religión y ocuparme en la salvación propia y de mis prójimos. Alcánzame, oh dulcísima Señora, caridad verdadera con la cual ame de todo corazón a tu Hijo Sacratísimo y Señor nuestro Jesucristo, y después de él a ti sobre todas las cosas, y al prójimo en Dios y para Dios: para que así me alegre con su bien y me contriste con su mal, a ninguno desprecie ni juzgue temerariamente, ni me anteponga a nadie en mi estima propia. Haz, oh Reina del cielo, que junte en mi corazón el temor y el amor de tu Hijo dulcísimo, que le dé continuas gracias por los grandes beneficios que me ha concedido no por mis méritos, sino movido por su propia voluntad, y que haga pura y sincera confesión y verdadera penitencia por mis pecados, hasta alcanzar perdón y misericordia.
Finalmente te ruego que en el último momento de mi vida, tú, única madre mía, puerta del cielo y abogada de los pecadores, no consientas que yo, indigno siervo tuyo, me desvíe de la santa fe católica, antes usando de tu gran piedad y misericordia me socorras y me defiendas de los malos espíritus, para que, lleno de esperanza en la bendita y gloriosa pasión de tu Hijo y en el valimiento de tu intercesión, consiga de él por tu medio el perdón de mis pecados, y al morir en tu amor y en el amor de tu Hijo, me encamines por el sendero de la salvación y salud eterna. Amén.

ORACIÓN DE SAN ATANASIO DE ALEJANDRÍA

Oh Virgen, tu gloria supera todas las cosas creadas. ¿Qué hay que se pueda semejar a tu nobleza, madre del Verbo Dios? ¿A quién te compararé, oh Virgen, de entre toda la creación? Excelsos son los ángeles de Dios y los arcángeles, pero ¡cuánto los superas tú, María! Los ángeles y los arcángeles sirven con temor a aquel que habita en tu seno, y no se atreven a hablarle; tú, sin embargo, hablas con él libremente. Decimos que los querubines son excelsos, pero tú eres mucho más excelsa que ellos: los querubines sostienen el trono de Dios; tú, sin embargo, sostienes a Dios mismo entre tus brazos. Los serafines están delante de Dios, pero tú estás más presente que ellos; los serafines cubren su cara con las alas no pudiendo contemplar la gloria perfecta; tú, en cambio, no sólo contemplas su cara, sino que la acaricias y llenas de leche su boca santa.

ORACIÓN DE SAN ILDEFONSO DE TOLEDO

Señora mía, dueña y poderosa sobre mí, madre de mi Señor, sierva de tu Hijo, engendradora del que creó el mundo, a ti te ruego, te oro y te pido que tenga el espíritu de tu Señor, que tenga el espíritu de tu Hijo, que tenga el espíritu de mi Redentor, para que yo conozca lo verdadero y digno de ti, para que yo hable lo que es verdadero y digno de ti y para que ame todo lo que sea verdadero y digno de ti. Tú eres la elegida por Dios, recibida por Dios en el cielo, llamada por Dios, próxima a Dios e íntimamente unida a Dios. Tú, visitada por el ángel, saludada por el ángel, bendita y glorificada por el ángel, atónita en tu pensamiento, estupefacta por la salutación y admirada por la anunciación de las promesas.
He aquí que tú eres dichosa entre las mujeres, íntegra entre las recién paridas, señora entre las doncellas, reina entre las hermanas. He aquí que desde ese momento te dicen feliz todas las gentes, te conocieron feliz las celestes virtudes, te adivinaron feliz los profetas todos y celebran tu felicidad todas las naciones. Dichosa tú para mi fe, dichosa tú para mi alma, dichosa tú para mi amor, dichosa tú para mis predicciones y predicaciones. Te predicaré cuanto debes ser predicada, te amaré cuanto debes ser amada, te alabaré cuanto debes ser alabada, te serviré cuanto hay que servir a tu gloria. Tú, al recibir sólo a Dios, eres posterior al Hijo de Dios; tú, al engendrar a un tiempo a Dios y al hombre, eres antes que el hombre hijo, al cual, al recibirle solamente al venir, recibiste a Dios por huésped, y al concebirle tuviste por morador, al mismo tiempo, al hombre y a Dios. En el pasado eres limpia para Dios, en el presente tuviste en ti al hombre y a Dios, en el futuro serías madre del hombre y de Dios; alegre por tu concepción y tu virginidad, contenta por tu descendencia y por tu pureza y fiel a tu Hijo y a tu esposo. Conservas la fidelidad a tu Hijo, de modo que ni El mismo tenga quien le engendre; y de tal modo conservas fidelidad a tu esposo, que él mismo te conozca como madre sin concurso de varón. Tanto eres digna de gloria en tu Hijo cuanto desconoces todo concurso de varón, habiendo sabido lo que debías conocer, docta en lo que debías creer, cierta en lo que debías esperar y confirmada en lo que tendrías sin pérdida alguna.

ORACIÓN DE SAN VENANCIO FORTUNATO

Tu nombre es digno de honor, oh María, bendecida en todo tiempo y obra de arte que rinde alabanza a su experto artífice. Oh amable doncella que has recibido el egregio mensaje angélico, tú posees unos dones de belleza que sobrepasan los de cualquier otra persona. Eres la más hermosa de las rosas y tu candor es muy superior al de los lirios. Tú eres la nueva flor de la tierra que el cielo cultiva desde lo alto. Cristal, ámbar, oro, púrpura, esmeralda, cándida perla, allí adonde llega el resplandor de tu hermosura quedan envilecidos los más preciosos metales. La nieve es vencida por tu blancura inmaculada, el sol sobrepujado por la hermosura de tu cabellera; sus rayos, oh Virgen, palidecen frente a tu belleza; el brillo del rubí se apaga y el resplandor del lucero del alba queda oscurecido ante ti que en todo momento aventajas a los astros del firmamento.

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La Canción de Cuna de María, de San Efrén

San Efrén de Siria doctor de la Iglesia. Escribió sobre todo poesía, especialmente himnos, para ser cantados en la liturgia, varios a María, homilías en verso y comentarios a la Escritura, así como obras en prosa de una gran belleza.

Se ha dicho que tal vez sea el mejor poeta teólogo de la historia de la Iglesia, junto a Dante.

Vivió en Nisibe y en Edesa Su lengua nativa era un dialecto del arameo, el siríaco. La tradición sitúa su nacimiento hacia el 307, y su muerte en el 373. La Iglesia celebra su fiesta el 9 de junio.
He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo (…).

Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas; soy tu Madre, pero te honraré. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

He aquí que todo Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

Que me sostenga el cielo con su abrazo, porque yo he sido más honrada que él. El cielo, en efecto, no ha sido tu madre; pero lo hiciste tu trono.

¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.

Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos (…).

Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

Escúcheme ahora y venga a mí la antigua Eva, nuestra antigua madre; levante su cabeza, la cabeza que fue humillada por la vergüenza del huerto.

Descubra su rostro y se alegre contigo, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida; por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga.

Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.

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