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¿Qué pensaba Juan Pablo II sobre los ángeles?

¿Cómo se relacionan los ángeles con los demonios y satanás?
Una de las fuentes de la doctrina de la Iglesia es el magisterio papal y parte de la doctrina católica está relacionada con los ángeles, con la caída de algunos de ellos que se volvieron en demonios y con satanás. Entre diciembre de 1984 y diciembre de 1986, el papa Juan Pablo II realizó una catequesis sobre ángeles, demonios y satanás. Son seis catequesis que resultan importantes para exponer la doctrina oficial de la iglesia sobre ángeles, demonios y satanás.

 

angel caido

 

Las catequesis fueron: La existencia de los Ángeles; La caída de los Ángeles malos; La misión de los Ángeles; La naturaleza de los Ángeles; El pecado y la acción de satanás; La acción de satanás y la victoria de Cristo.

LA EXISTENCIA DE LOS ÁNGELES REVELADA POR DIOS (9.VII.86)

1. Nuestras catequesis sobre Dios, Creador del mundo, no podían concluirse sin dedicar una atención adecuada a un contenido concreto de la revelación divina: la creación de los seres puramente espirituales, que la Sagrada Escritura llama ‘ángeles’. Tal creación aparece claramente en los Símbolos de la Fe, especialmente en el Símbolo niceno-constantinopolitano: Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas (esto es, entes o seres) ‘visibles e invisibles’. Sabemos que el hombre goza, dentro de la creación, de una posición singular: gracias a su cuerpo pertenece al mundo visible, mientras que, por el alma espiritual, que vivifica el cuerpo, se halla casi en el confín entre la creación visible y la invisible. A esta última, según el Credo que la Iglesia profesa a la luz de la Revelación, pertenecen otros seres, puramente espirituales, por consiguiente no propios del mundo visible, aunque están presentes y actuantes en él. Ellos constituyen un mundo específico.

2. Hoy, igual que en tiempos pasados, se discute con mayor o menor sabiduría acerca de estos seres espirituales. Es preciso reconocer que, a veces, la confusión es grande, con el consiguiente riesgo de hacer pasar como fe de la Iglesia respecto a los ángeles cosas que no pertenecen a la fe o, viceversa, de dejar de lado algún aspecto importante de la verdad revelada.La existencia de los seres espirituales que la Sagrada Escritura, habitualmente, llama ‘ángeles’, era negada ya en tiempos de Cristo por los saduceos (Cfr. Hech 23, 8). La niegan también los materialistas y racionalistas de todos los tiempos. Y sin embargo, como agudamente observa un teólogo moderno, ‘si quisiéramos desembarazarnos de los ángeles, se debería revisar radicalmente la misma Sagrada Escritura y con ella toda la historia de la salvación’ (.). Toda la Tradición es unánime sobre esta cuestión. El Credo de la Iglesia, en el fondo, es un eco de cuanto Pablo escribe a los Colosenses: ‘Porque en El (Cristo) fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por El y para El’ (Col 1, 16). O sea, Cristo que, como Hijo-Verbo eterno y consubstancial al Padre, es ‘primogénito de toda criatura’ (Col 1, 15), está en el centro del universo como razón y quicio de toda la creación, como ya hemos visto en las catequesis precedentes y como todavía veremos cuando hablemos más directamente de El.

3. La referencia al primado de Cristo nos ayuda a comprender que la verdad acerca de la existencia y acción de los ángeles (buenos y malos) no constituyen el contenido central de la Palabra de Dios.En la Revelación, Dios habla en primer lugar ‘a los hombres. y pasa con ellos el tiempo para invitarlos y admitirlos a la comunión con El’, según leemos en la Cons. ‘Dei Verbum’ del Conc. Vaticano II (n.2). De este modo ‘las profunda verdad, tanto de Dios como de la salvación de los hombres’, es el contenido central de la Revelación que ‘resplandece ‘ más plenamente en la persona de Cristo (Cfr. Dei Verbum 2).La verdad sobre los ángeles es, en cierto sentido, ‘colateral’, y, no obstante, inseparable de la Revelación central que es la existencia, la majestad y la gloria del Creador que brillan en toda la creación (‘visible’ e ‘invisible’) y en la acción salvífica de Dios en la historia del hombre. Los ángeles no son, criaturas de primer plano en la realidad de la Revelación, y, sin embargo, pertenecen a ella plenamente, tanto que en algunos momentos les vemos cumplir misiones fundamentales en nombre del mismo Dios.

4. Todo esto que pertenece a la creación entra, según la Revelación, en el misterio de la Providencia Divina. Lo afirma de modo ejemplarmente conciso el Vaticano I, que hemos citado ya muchas veces: ‘Todo lo creado Dios lo conserva y lo dirige con su Providencia extendiéndose de un confín al otro con fuerza y gobernando con bondad todas las cosas. «Todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus ojos», hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas’. La Providencia abraza, por tanto, también el mundo de los espíritus puros, que aun más plenamente que los hombres son seres racionales y libres. En la Sagrada Escritura encontramos preciosas indicaciones que les conciernen.Hay la revelación de un drama misterioso, pero real, que afectó a estas criaturas angélicas, sin que nada escapase a la eterna Sabiduría, la cual con fuerza (fortiter) y al mismo tiempo con bondad (suaviter) todo lo lleva al cumplimiento en el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

5. Reconozcamos ante todo que la Providencia, como amorosa Sabiduría de Dios, se ha manifestado precisamente al crear seres puramente espirituales, por los cuales se expresa mejor la semejanza de Dios en ellos, que supera en mucho todo lo que ha sido creado en el mundo visible junto con el hombre, también él, imborrable imagen de Dios. Dios, que es Espíritu absolutamente perfecto, se refleja sobre todo en los seres espirituales que, por naturaleza, esto es, a causa de su espiritualidad, están mucho más cerca de El que las criaturas materiales y que constituyen casi el ‘ambiente’ más cercano al Creador.La Sagrada Escritura ofrece un testimonio bastante explícito de esta máxima cercanía a Dios de los ángeles, de los cuales habla, con lenguaje figurado, como del ‘trono’ de Dios, de sus ‘ejércitos’, de su ‘cielo’. Ella ha inspirado la poesía y el arte de los siglos cristianos que nos presentan a los ángeles como la ‘corte de Dios’.

LA CAÍDA DE LOS ÁNGELES MALOS (23.VII.86)

1. Proseguimos hoy nuestra catequesis sobre los ángeles, cuya existencia, querida por un acto del amor eterno de Dios, profesamos (.).En la perfección de su naturaleza espiritual, los ángeles están llamados desde el principio, en razón de su inteligencia, a conocer la verdad y a amar el bien que conocen en la verdad de modo mucho más pleno y perfecto que cuanto es posible al hombre. Este amor es el acto de una voluntad libre, por lo cual también para los ángeles la libertad significa posibilidad de hacer una elección en favor o en contra del Bien que ellos conocen, esto es, Dios mismo.Hay que repetir aquí lo que ya hemos recordado a su debido tiempo a propósito del hombre: creando a los seres libres, Dios quiere que en el mundo se realice aquel amor verdadero que sólo es posible sobre la base de la libertad. El quiso, pues, que la criatura, constituida a imagen y semejanza de su Creador, pudiera de la forma más plena posible, volverse semejante a El: Dios, que ‘es amor’. Creando a los espíritus puros, como seres libres, Dios, en su Providencia, no podía no prever también la posibilidad del pecado de los ángeles. Pero precisamente porque la Providencia es eterna sabiduría que ama, Dios supo sacar de la historia de este pecado, incomparablemente más radical, en cuanto pecado de un espíritu puro, el definitivo bien de todo el cosmos creado

2. De hecho, como dice claramente la Revelación, el mundo de los espíritus puros aparece dividido en buenos y malos. Pues bien, esta división no se obró por la creación de Dios, sino en base a la propia libertad de la naturaleza espiritual de cada uno de ellos. Se realizó mediante la elección que para los seres puramente espirituales posee un carácter incomparablemente más radical que la del hombre y es irreversible, dado el grado de intuición y de penetración del bien, del que está dotada su inteligencia.A este respecto se debe decir también que los espíritus puros han sido sometidos a una prueba de Carácter moral. Fue una opción decisiva, concerniente ante todo a Dios mismo, un Dios conocido de modo más esencial y directo que lo que es posible al hombre, un Dios que había hecho a estos seres espirituales el don, antes que al hombre, de participar en su naturaleza divina.

3. En el caso de los espíritus puros la elección decisiva concernía ante todo a Dios mismo, primero y sumo Bien, aceptado y rechazado de un modo más esencial y directo del que pueda acontecer en el radio de acción de la libre voluntad del hombre. Los espíritus puros tienen un conocimiento de Dios incomparablemente más perfecto que el hombre, porque con el poder de su inteligencia, no condicionada ni limitada por la mediación del conocimiento sensible, ven hasta el fondo la grandeza del Ser infinito, de la primera Verdad, del sumo Bien. A esta sublime capacidad de conocimiento de los espíritus puros Dios ofreció el misterio de su divinidad haciéndoles participes, mediante la gracia, de su infinita gloria.Precisamente en su condición de seres de naturaliza espiritual, había en su inteligencia la capacidad, el deseo de esta elevación sobrenatural a la que Dios les había llamado, para hacer de ellos, mucho antes que del hombre, ‘partícipes de la naturaleza divina’, partícipes de la vida íntima de Aquel que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, de Aquel que, en la comunión de las tres Divinas Personas, ‘es Amor’.Dios había admitido a todos los espíritus puros, antes y en mayor grado que al hombre, a la eterna comunión de Amor

.4. La opción realizada sobre la base de la verdad de Dios, conocida deforma superior dada la lucidez de sus inteligencias, ha dividido también el mundo de los espíritus puros en buenos y malos.Los buenos han elegido a Dios como Bien supremo y definitivo, conocido a la luz de la inteligencia iluminada por la Revelación. Haber escogido a Dios significa que se han vuelto a El con toda la fuerza interior de su libertad, fuerza que es amor. Dios se ha convertido en el objetivo total y definitivo de su existencia espiritual.Los otros, en cambio, han vuelto la espalda a Dios contra la verdad del conocimiento que señalaba en Él el Bien total y definitivo. Han hecho una elección contra la revelación del misterio de Dios, contra su gracia, que los hacía partícipes de la Trinidad y de la eterna amistad con Dios, en la comunión con El mediante el amor. Basándose en su libertad creada, han realizado una opción radical e irreversible, al igual que la de los ángeles buenos, pero diametralmente opuesta: en lugar de una aceptación de Dios, plena de amor, le han opuesto un rechazo inspirado por un falso sentido de autosuficiencia, de aversión y hasta de odio, que se ha convertido en rebelión.

5. Cómo comprender esta oposición y rebelión a Dios en seres dotados de una inteligencia tan viva y enriquecidos con tanta luz? ¿Cuál puede ser el motivo de esta radical e irreversible opción contra Dios, de un odio tan profundo que puede aparecer como fruto de la locura?.Los Padres de la Iglesia y los teólogos no dudan en hablar de ‘ceguera’, producida por la supervaloración de la perfección del propio ser, impulsada hasta el punto develar la supremacía de Dios que exigía, en cambio, un acto de dócil y obediente sumisión. Todo esto parece expresado de modo conciso en las palabras ‘»No te servir !2, 20), que manifiestan el radical e irreversible rechazo de tomar parte en la edificación del reino de Dios en el mundo creado. ‘Satanás’, el espíritu rebelde, quiere su propio reino, no el de Dios, y se yergue como el primer ‘adversario’ del Creador, como opositor de la providencia, como antagonista de la amorosa sabiduría de Dios.De la rebelión y del pecado de Satanás, como también del pecado del hombre, debemos concluir acogiendo la sabia experiencia de la Escritura, que afirma: ‘En el orgullo está la perdición’ (Tob 4, 14).

LA MISIÓN DE LOS ÁNGELES (30.VII.86)

1. Según la Sagrada Escritura, los ángeles, en cuanto criaturas puramente espirituales, se presentan a la reflexión de nuestra mente como una especial realización de la ‘imagen de Dios’, Espíritu perfectísimo, como Jesús recuerda a la mujer samaritana con las palabras; ‘Dios es espíritu’ (Jn 4, 24).Los ángeles son, desde este punto de vista, las criaturas más cercanas al modelo divino. El nombre que la Sagrada Escritura les atribuye indica que lo que más cuenta en la Revelación es la verdad sobre las tareas de los ángeles respecto a los hombres: ángel (angelus) quiere decir, en efecto, ‘mensajero’. El término hebreo ‘malak’ -mélk-, usado en el Antiguo Testamento, significa más propiamente ‘delegado’ o ‘embajador’.Los ángeles, criaturas espirituales, tienen función de mediación y de ministerio en las relaciones entre Dios y los hombres. Bajo este aspecto la Carta a los Hebreos dirá que a Cristo se le ha dado un ‘nombre’, y por tanto un ministerio de mediación, muy superior al de los ángeles (Cfr. Heb 1, 4).

2. El Antiguo Testamento subraya sobre todo la especial participación de los ángeles en la celebración de la gloria que el Creador recibe como tributo de alabanza por parte del mundo creado.Los Salmos de modo especial se hacen intérpretes de esa voz cuando proclaman, p.e.: ‘Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto. Alabadlo, todos sus ángeles.’ (Sal 148, 1-2).De modo semejante en el Salmo 102: ‘Bendecid a Yahvéh vosotros sus ángeles, que sois poderosos y cumplís sus órdenes, prontos a la voz de su palabra’ (Sal 102, 20). Este último versículo del Salmo 102 indica que los ángeles toman parte, a su manera, en el gobierno de Dios sobre la creación, como ‘poderosos ejecutores de sus órdenes’ según el plan establecido por la Divina Providencia.A los ángeles está confiado en particular un cuidado y solicitud especiales por los hombres, en favor de los cuales presentan a Dios sus peticiones y oraciones, como nos recuerda, p.e., el Libro de Tobías (Cfr. especialmente Tob 3, 17 y 12, 12), mientras el Salmo 90 proclama: ‘a sus ángeles ha dado órdenes. te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra'(Cfr. Sal 90, 1-12). Siguiendo el libro de Daniel, se puede afirmar que las funciones de los ángeles como embajadores del Dios vivo se extienden no sólo a cada uno de los hombres y a aquellos que tienen funciones especiales, sino también a enteras naciones (Dan 10, 13-21).

3. El Nuevo Testamento puso de relieve las tareas de los ángeles respecto a la misión de Cristo como Mesías y, ante todo, con relación al misterio de la encarnación del Hijo de Dios, como constatamos en la narración de la anunciación del nacimiento de Juan Bautista (Cfr. Lc 1, 11), de Cristo mismo (Cfr. Lc 1, 26), en las explicaciones y disposiciones dadas a María y José (Cfr. Lc 1, 30-37; Mt 1, 20-21), en las indicaciones dadas a los pastores la noche del nacimiento del Señor (Cfr. Lc 2, 9-15), en la protección del recién nacido ante el peligro de la persecución de Herodes (Cfr. Mt 2, 13).Más adelante los Evangelios hablan de la presencia de los ángeles durante el ayuno de Jesús en el desierto a lo largo de 40 días (Cfr. Mt 4, 11) y durante la oración en Getsemaní (Cfr. Lc 22, 43). Después de la resurrección de Cristo será también un ángel, que se aparece en forma de un joven, quien dirá a las mujeres que habían acudido al sepulcro y estaban sorprendidas por el hecho de encontrarlo vacío: ‘No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí. Pero id a decir a sus discípulos. ‘(Mc 16, 6-7). María Magdalena, que se ve privilegiada por una aparición personal de Jesús, ve también a dos ángeles (Jn 20, 12-17; cfr. también Lc 24, 4). Los ángeles ‘se presentan’ a los Apóstoles después de la desaparición de Cristo para decirles: ‘Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo?. Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo’ (Hech 1, 11).Son los ángeles de la vida, de la pasión y de la gloria de Cristo. Los ángeles de Aquel que, como escribe San Pedro, ‘está a la diestra de Dios, después de haber ido al cielo, una vez sometidos a El ángeles, potestades y poderes’ (1 Pe 3, 22).

4. Si pasamos a la nueva venida de Cristo, es decir, a la ‘parusía’, hallamos que todos los sinópticos hacen notar que ‘el Hijo del hombre. vendrá en la gloria de su Padre con los santos ángeles’ (así Mc 8, 38, Mt 16, 27 y 25, 31, en la descripción del juicio final; y Lc 9, 26; cfr. también San Pablo, 2 Tes 1, 7).Se puede, por tanto, decir que los ángeles, como espíritus puros, no sólo participan en el modo que les es propio de la santidad del mismo Dios, sino que en los momentos clave, rodean a Cristo y lo acompañan en el cumplimiento de su misión salvífica respecto a los hombres. De igual modo también toda la Tradición y el Magisterio ordinario de la Iglesia ha atribuido a lo largo de los siglos a los ángeles este carácter particular y esta función de ministerio mesiánico.

NATURALEZA DE LOS ÁNGELES (6.VIII.8)

1. En las últimas catequesis hemos visto cómo la Iglesia, iluminada por la luz que proviene de la Sagrada Escritura, ha profesado a lo largo de los siglos la verdad sobre la existencia de los ángeles como seres puramente espirituales, creados por Dios. Lo ha hecho desde el comienzo con el Símbolo niceno-constantinopolitano y lo ha confirmado en el Conc. Lateranense IV (1215), cuya formulación ha tomado el Conc. Vaticano I en el contexto de la doctrina sobre la creación: Dios ‘creó de la nada juntamente al principio del tiempo, ambas clases de criaturas: las espirituales y las corporales, es decir, el mundo angélico y el mundo terrestre; y después, la criatura humana que, compuesta de espíritu y cuerpo, los abraza, en cierto modo, a los dos’ (Cons. Dei Filius).O sea: Dios creó desde el principio ambas realidades: la espiritual y la corporal, el mundo terreno y el angélico. Todo lo que El creó juntamente(‘simuél’) en orden a la creación del hombre, constituido de espíritu y de materia y colocado según la narración bíblica en el cuadro de un mundo ya establecido según sus leyes y ya medido por el tiempo (‘deinde’).

2. Juntamente con la existencia, le fe de la Iglesia reconoce ciertos rasgos distintivos de la naturaleza de los ángeles. Su realidad puramente espiritual implica ante todo su no materialidad y su inmortalidad. los ángeles no tienen ‘cuerpo’ (si bien en determinadas circunstancias se manifiestan bajo formas visibles a causa de su misión en favor de los hombres), y por tanto no están sometidos a la ley de la corruptibilidad que une todo el mundo material. Jesús mismo, refiriéndose a la condición angélica, dirá que en la vida futura los resucitados ‘(no) pueden morir y son semejantes a los ángeles’ (Lc 20, 36).

3. En cuanto criaturas de naturaleza espiritual los ángeles están dotados de inteligencia y de libre voluntad, como el hombre pero en grado superior a él, si bien siempre finito, por el límite que es inherente a todas las criaturas. Los ángeles son también seres personales y, en cuanto tales, son también ellos, ‘imagen y semejanza’ de Dios.La sagrada Escritura se refiere a los ángeles utilizando también apelativos no sólo personales (como los nombre propios de Rafael, Gabriel, Miguel), sino también ‘colectivos’ (como las calificaciones de: Serafines, Querubines, Tronos, Potestades, Dominaciones, Principados), así como realiza una distinción entre Ángeles y Arcángeles. Aun teniendo en cuenta el lenguaje analógico y representativo del texto sacro, podemos deducir que estos seres-personas, casi agrupados en sociedad, se subdividen en órdenes y grados, correspondientes a la medida de su perfección y a las tareas que se les confía. Los autores antiguos y la misma liturgia hablan de los coros angélicos (nueve, según Dionisio el Aeropagita).La teología, especialmente la patrística y medieval, no ha rechazado estas representaciones tratando en cambio de darles una explicación doctrinal y mística, pero sin atribuirles un valor absoluto. Santo Tomás ha preferido profundizar las investigaciones sobre la condición ontológica, sobre la actividad cognoscitiva y volitiva y sobre la elevación espiritual de estas criaturas puramente espirituales, tanto por su dignidad en la escala de los seres, como porque en ellos podía profundizar mejor las capacidades y actividades propias del espíritu en grado puro, sacando de ello no poca luz para iluminar los problemas de fondo que desde siempre agitan y estimulan el pensamiento humano: el conocimiento, el amor, la libertad, la docilidad a Dios, la consecución de su reino.

4. El tema a que hemos aludido podrá parecer ‘lejano’ o ‘menos vital’ a la mentalidad del hombre moderno. Y sin embargo la Iglesia, proponiendo con franqueza toda la verdad sobre Dios creador incluso de los ángeles, cree prestar un gran servicio al hombre.El hombre tiene la convicción de que en Cristo, Hombre-Dios, en él (y no en los ángeles) es en quien se halla el centro de la Divina Revelación. Pues bien, el encuentro religioso con el mundo de los seres puramente espirituales se convierte en preciosa revelación de su ser no sólo como cuerpo, sino también espíritu, y de su pertenencia a un proyecto de salvación verdaderamente grande y eficaz dentro de una comunidad de seres personales que para el hombre y con el hombre sirven al designio providencial de Dios.

5. Notamos que la Sagrada Escritura y la Tradición llaman propiamente ángeles a aquellos espíritus puros que en la prueba fundamental de libertad han elegido a Dios, su gloria y su reino. Ellos están unidos a Dios mediante el amor consumado que brota de la visión beatificante, cara a cara, de la Santísima Trinidad. Lo dice Jesús mismo: ‘Sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos’ (Mt 18, 10). Ese ‘ver de continuo la faz del Padre’ es la manifestación más alta de la adoración de Dios.Se puede decir que constituye esa ‘liturgia celeste’, realizada en nombre de todo el universo, a la cual se asocia incesantemente la liturgia terrena de la Iglesia, especialmente en sus momentos culminantes. Baste recordar aquí el acto con el que la Iglesia, cada día y cada hora, en el mundo entero, antes de dar comienzo a la plegaria eucarística en el corazón de la Santa Misa, se apela ‘a los Ángeles y a los Arcángeles’ para cantar la gloria de Dios tres veces santo, uniéndose así a aquellos primeros adoradores de Dios, en su culto y en el amoroso conocimiento del misterio inefable de su santidad.

6. También según la Revelación, los ángeles, que participan en la vida de la Trinidad en la luz de la gloria, están también llamados a tener su parte en la historia de la salvación de los hombres, en los momentos establecidos por el designio de la Providencia Divina. ‘No son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que han de heredar la salud?’, pregunta el autor de la Carta a los Hebreos (1, 14). Y esto cree y enseña la Iglesia, basándose en la Sagrada Escritura por la cual sabemos que la tarea de los ángeles buenos es la protección de los hombres y la solicitud por su salvación.Hallamos estas expresiones en diversos pasajes de la Sagrada Escritura, como por ejemplo en el Salmo 90, citado ya repetidas veces: ‘Pues te encomendará a sus ángeles para que te guarde en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas para que tus pies no tropiecen en las piedras’ (90, 11-12). Jesús mismo, hablando de los niños y amonestando a no escandalizarlos, se apela a ‘sus ángeles’ (Mt 18, 10). Además, atribuye a los ángeles la función de testigos en el supremo juicio divino sobre la suerte del quien ha reconocido o renegado a Cristo: ‘A quien me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios. El que me negare delante de los hombres, será negado ante los ángeles de Dios’ (Lc 12, 8-9; cfr. Ap. 3,5). Estas palabras son significativas porque si los ángeles toman parte en el juicio de Dios, están interesados en la vida del hombre. Interés y participación que parecen recibir una acentuación en el discurso escatológico, en el que Jesús hace intervenir a los ángeles en la parusía, o sea, en la venida definitiva de Cristo al final de la historia (Cfr. Mt 24, 31; 25, 31. 41).

7. Entre los libros del Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles nos hacen conocer especialmente algunos episodios que testimonian la solicitud de los ángeles por el hombre y su salvación. Así, cuando el ángel de Dios libera a los Apóstoles de la prisión (Cfr. Hech 5, 18-20), y ante todo a Pedro, que estaba amenazado de muerte por la mano de Herodes (Cfr. Hech 12, 5-10). O cuando guía la actividad de Pedro respecto al centurión Cornelio, el primer pagano convertido (Cfr. Hech 10, 3-8; 11, 12©13), y análogamente la actividad del diácono Felipe en el camino de Jerusalén a Gaza (Hech 8, 26-29).De estos pocos hechos citados a título de ejemplo, se comprende cómo en la conciencia de la Iglesia se ha podido formar la persuasión sobre el ministerio confiado a los ángeles en favor de los hombres. Por ello, la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y recomendando el recurso a su protección con una oración frecuente, como en la invocación del ‘Ángel de Dios’. Esta oración parece atesorar las bellas palabras de San Basilio: ‘Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida’ (Cfr. San Basilio, Adv. Eunomium, III, 1; véase también Santo Tomás, S.Th. I, q.11, a.3).

8. Finalmente es oportuno notar que la Iglesia honra con culto litúrgico a tres figuras de ángeles, que en la Sagrada Escritura se les llama con un nombre.El primero es Miguel Arcángel (Cfr. Dan 10, 13.20; Ap 12, 7; Jdt. 9). Su nombre expresa sintéticamente la actitud esencial de los espíritus buenos: ‘Mica-El’ significa, en efecto: ‘¿quien como Dios?’. En este nombre se halla expresada, pues, la elección salvífica gracias a la cual los ángeles ‘ven la faz del Padre’ que está en los cielos.El segundo es Gabriel: figura vinculada sobre todo al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios (Cfr. Lc 1, 19. 26). Su nombre significa: ‘Mi poder es Dios’ o ‘Poder de Dios’, como para decir que en el culmen de la creación, la Encarnación es el signo supremo del Padre omnipotente.Finalmente el tercer arcángel se llama Rafael. «Rafa-El’ significa: ‘Dios cura’, El se ha hecho conocer por la historia de Tobías en el antiguo Testamento (Cfr. Tob 12, 50. 20, etc.), tan significativa en el hecho de confiar a los ángeles los pequeños hijos de Dios, siempre necesitados de Custodia, cuidado y protección.Reflexionando bien se ve que cada una de estas tres figuras: Mica-El, Gabri-El, Rafa-El reflejan de modo particular la verdad contenida en la pregunta planteada por el autor de la Carta a los Hebreos: ‘¿No son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la salvación?’ (1, 14).

EL PECADO Y LA ACCIÓN DE SATANÁS (13.VIII.86)

1. Continuando el tema de las precedentes catequesis dedicadas al artículo de fe referente a los ángeles, criaturas de Dios, vamos a explorar el misterio de la libertad que algunos de ellos utilizaron contra Dios y contra su plan de salvación respecto a los hombres.Como testimonia el Evangelista Lucas en el momento, en el que los discípulos se reunían de nuevo con el Maestro llenos de alegría por los frutos recogidos en sus primeras tareas misioneras, Jesús pronuncia una frase que hace pensar: ‘veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo’ (Lc 10, 18).Con estas palabras el Señor afirma que el anuncio del reino de Dios es siempre una victoria sobre el diablo, pero al mismo tiempo revela también que la edificación del reino está continuamente expuesta a las insidias del espíritu del mal. Interesarse por esto, como tratamos de hacer con nuestra catequesis de hoy, quiere decir prepararse al estado de lucha que es propio de la vida de la Iglesia en este tiempo final de la historia de la salvación (como afirma el libro del Apocalipsis. Cfr. 12, 7). Por otra parte, esto ayuda a aclarar la recta fe de la Iglesia frente a aquellos que la alteran exagerando la importancia del diablo o de quienes niegan o minimizan su poder maligno.Las precedentes catequesis sobre los ángeles nos han preparado para comprender la verdad, que la Iglesia ha transmitido, sobre Satanás, es decir, sobre el ángel caído, el espíritu maligno, llamado también diablo o demonio.

2. Esta ‘caída’, que presenta la forma de rechazo de Dios con el consiguiente estado de ‘condena’, consiste en la libre elección hecha por aquellos espíritus creados, los cuales radical y irrevocablemente han rechazado a Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastornarla economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación.Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a los progenitores: ‘Seréis como Dios’ o ‘como dioses’ (Cfr. Gen 3, 5). Así el espíritu maligno trata de transplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y su oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su existencia.

3. En el Antiguo Testamento, la narración de la caída del hombre, recogida en el libro del Génesis, contiene una referencia a la actitud de antagonismo que Satanás quiere comunicar al hombre para inducirlo a la transgresión (Cfr. Gen 3, 5). También en el libro de Job (Cfr. Job 1, 11; 2,5.7), vemos que satanás trata de provocar la rebelión en el hombre que sufre. En el libro de la Sabiduría (Cfr. Sab 2, 24), satanás es presentado como el artífice de la muerte que entra en la historia del hombre juntamente con el pecado.

4. La Iglesia, en el Conc. Lateranense IV (1215), enseña que el diablo (satanás) y los otros demonios ‘han sido creados buenos por Dios pero se han hecho malos por su propia voluntad’. Efectivamente, leemos en la Carta de San Judas: . a los ángeles que no guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio los reservó con vínculos eternos bajo las tinieblas para el juicio del gran día’ (Jds 6). Así también en la segunda Carta de San Pedro se habla de ‘ángeles que pecaron’ y que Dios ‘no perdonó. sino que, precipitados en el tártaro, los entregó a las cavernas tenebrosas, reservándolos para el juicio’ (2, 4).Está claro que si Dios ‘no perdonó’ el pecado de los ángeles, lo hace para que ellos permanezcan en su pecado, porque están eternamente ‘en las cadenas’ de esa opción que han hecho al comienzo, rechazando a Dios, contra la verdad del bien supremo y definitivo que es Dios mismo. En este sentido escribe San Juan que: ‘el diablo desde el principio peca’ (1 Jn 3, 3). Y ‘ él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él’ (Jn 8, 44).

5. Estos textos nos ayudan a comprender la naturaleza y la dimensión del pecado de satanás, consistente en el rechazo de la verdad sobre Dios, conocido a la luz de la inteligencia y de la revelación como Bien infinito, amor, y santidad subsistente.El pecado ha sido tanto más grande cuanto mayor era la perfección espiritual y la perspicacia cognoscitiva del entendimiento angélico, cuanto mayor era su libertad y su cercanía a Dios. Rechazando la verdad conocida sobre Dios con un acto de la libre voluntad, satanás se convierte en ‘mentiroso cósmico’ y ‘padre de la mentira’ (Jn 8, 44). Por esto vive la radical e irreversible negación de Dios y trata de imponer a la creación, a los otros seres creados a imagen de Dios, y en particular a los hombres, su trágica ‘mentira sobre el Bien’ que es Dios. En el libro del Génesis encontramos una descripción precisa de esa mentira y falsificación de la verdad sobre Dios, que satanás (bajo la forma de serpiente) intenta transmitir a los primeros representantes del género humano: Dios sería celoso de sus prerrogativas e impondría por ello limitaciones al hombre (Cfr. Gen 3, 5). Satanás invita al hombre a liberarse de la imposición de este juego, haciéndose ‘como Dios’.

6. En esta condición de mentira existencial satanás se convierte -según San Juan- también en homicida, es decir, destructor de la vida sobrenatural que Dios había injertado desde el comienzo en él y en las criaturas ‘hechas a imagen de Dios’: los otros espíritus puros y los hombres; satanás quiere destruir la vida según la verdad, la vida en la plenitud del bien, la vida sobrenatural de gracia y de amor. El autor del libro de la Sabiduría escribe:. por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen’ (Sab 2, 24). En el Evangelio Jesucristo amonesta: . temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena’ (Mt 10,28).

7. Como efecto del pecado de los progenitores, este ángel caído ha conquistado en cierta medida el dominio sobre el hombre.Esta es la doctrina constantemente confesada y anunciada por la Iglesia, y que el Concilio de Trento ha confirmado en el tratado sobre el pecado original (.): Dicha doctrina encuentra dramática expresión en la liturgia del bautismo, cuando se pide al catecúmeno que renuncie al demonio y a sus seducciones.Sobre este influjo en el hombre y en las disposiciones de su espíritu (y del cuerpo) encontramos varias indicaciones en la Sagrada Escritura, en las cuales satanás es llamado ‘el príncipe de este mundo’ (Cfr. Jn 12, 31; 14, 30;16, 11) e incluso ‘el Dios del siglo’ (2 Cor 4, 4). Encontramos muchos otros nombres que describen sus nefastas relaciones con el hombre: ‘Belcebú’ o ‘Belial’, ‘espíritu inmundo’, ‘tentador’, ‘maligno’ y finalmente ‘anticristo’ (1 Jn 4, 3). Se le compara a un ‘león’ (1 Pe 5, 8), a un ‘dragón’ (en el Apocalipsis) ya una ‘serpiente’ (Gen 3). Muy frecuentemente para nombrarlo se ha usado el nombre de ‘diablo’ del griego ‘diaballein’ -diaballein- (del cual ‘diabolos’),que quiere decir: causar la destrucción, dividir, calumniar, engañar. Y a decir verdad, todo esto sucede desde el comienzo por obra del espíritu maligno que es presentado en la Sagrada Escritura como una persona, aunque se afirma que no está solo: ‘somos muchos’, gritaban los diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc 5, 9); ‘el diablo y sus ángeles’, dice Jesús en la descripción del juicio final (Cfr. Mt 25, 41).

8. Según la Sagrada Escritura, y especialmente el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los demás espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en la parábola de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena semilla y sobre la mala semilla que el diablo siembra en medio del grano tratando de arrancar de los corazones el bien que ha sido ‘sembrado’ en ellos (Cfr. Mt 13, 38-39). Pensemos en las numerosas exhortaciones a la vigilancia (Cfr. Mt 26, 41; 1 Pe 5, 8), a la oración y al ayuno (Cfr. Mt 17, 21). Pensemos en esta fuerte invitación del Señor: ‘Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada por ningún medio sino es por la oración’ (Mc 9, 29).La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a prueba incluso a Jesús (Cfr. Lc 4, 3-13) en la tentativa extrema de C contrastar las exigencias de la economía de la salvación tal como Dios le ha preordenado.No se excluye que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de ‘posesiones diabólicas’ (Cfr. Mc 5,2-9). No resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a esta extrema manifestación de su superioridad.

9. Debemos finalmente añadir que las impresionantes palabras del Apóstol Juan: ‘El mundo todo está bajo el maligno’ (1 Jn 5, 19), aluden también a la presencia de Satanás en la historia de la humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios. El influjo del espíritu maligno puede ‘ocultarse’ de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus ‘intereses’: La habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres a negar su existencia en nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de pensamiento que busca todas las escapatorias con tal de no admitir la obra del diablo.Sin embargo, no presupone la eliminación de la libre voluntad y de la responsabilidad del hombre y menos aún la frustración de la acción salvífica de Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las fuerzas oscuras del mal y las de la redención. Resultan elocuentes a este propósito las palabras que Jesús dirigió a Pedro al comienzo de la pasión: . Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe’ (Lc 22,31).Comprendemos así por que Jesús en la plegaria que nos ha enseñado, el ‘Padrenuestro’, que es la plegaria del reino de Dios, termina casi bruscamente, a diferencia de tantas otras oraciones de su tiempo, recordándonos nuestra condición de expuestos a las insidias del Maligno.El cristiano, dirigiéndose al Padre con el espíritu de Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el principio.

LA ACCIÓN DE SATANÁS Y LA VICTORIA DE CRISTO (20.VIII.86)

1. Nuestras catequesis sobre Dios, Creador de las cosas ‘visibles e invisibles’, nos ha llevado a iluminar y vigorizar nuestra fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno o Satanás, no ciertamente querido por Dios, sumo Amor y Santidad, cuya Providencia sapiente y fuerte sabe conducir nuestra existencia a la victoria sobre el príncipe de las tinieblas.Efectivamente, la fe de la Iglesia nos enseña que la potencia de Satanás no es infinita. El sólo es una criatura, potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una criatura, con los límites de la criatura, subordinada al querer y al dominio de Dios. Si Satanás obra en el mundo por su odio a Dios y su reino, ello es permitido por la Divina Providencia que con potencia y bondad (‘fortiter et suaviter’) dirige la historia del hombre y del mundo. Si la acción de Satanás ciertamente causa muchos daños -de naturaleza espiritual- e indirectamente de naturaleza también física a los individuos y a la sociedad, él no puede, sin embargo, anular la finalidad definitiva a la que tienden el hombre y toda la creación, el bien. El no puede obstaculizar la edificación del reino de Dios en el cual se tendrá, al final, la plena actuación de la justicia y del amor del Padre hacia las criaturas eternamente ‘predestinadas’ en el Hijo-Verbo, Jesucristo. Más aún, podemos decir con San Pablo que la obra del maligno concurre para el bien y sirve para edificar la gloria de los ‘elegidos’ (Cfr. 2 Tim 2, 10).

2. Así toda la historia de la humanidad se puede considerar en función de la salvación total, en la cual está inscrita la victoria de Cristo sobre ‘el príncipe de este mundo’ (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11). ‘Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás’ (Lc 4, 8), dice terminantemente Cristo a Satanás.En un momento dramático de su ministerio, a quienes lo acusaban de manera descarada de expulsar los demonios porque estaba aliado de Belcebú, jefe de los demonios, Jesús responde aquellas palabras severas y confortantes a la vez :’Todo reino en sí dividido será desolado y toda ciudad o casa en sí dividida no subsistirá. Si Satanás arroja a Satanás, está dividido contra sí: ¿cómo, pues, subsistirá su reino?. Mas si yo arrojo a los demonios con el poder del espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios’ (Mt 12, 25-26. 28). ‘Cuando un hombre fuerte bien armado guarda su palacio, seguros están sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos’ (Lc 11, 21-22). Las palabras pronunciadas por Cristo a propósito del tentador encuentran su cumplimiento histórico en la cruz y en la resurrección del Redentor. Como leemos en la Carta a los Hebreos, Cristo se ha hecho partícipe de la humanidad hasta la cruz ‘para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que estaban toda la vida sujetos a servidumbre’ (Heb 2, 14-15). Esta es la gran certeza de la fe cristiana: ‘El príncipe de este mundo ya está juzgado’ (Jn 16, 11); ‘Y para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo’ (1 Jn 3, 8), como nos atestigua San Juan. Así, pues, Cristo crucificado y resucitado se ha revelado como el ‘más fuerte’ que ha vencido ‘al hombre fuerte’, el diablo, y lo ha destronado.De la victoria de Cristo sobre el diablo participa la Iglesia: Cristo, en efecto, ha dado a sus discípulos el poder de arrojar los demonios (Cfr. Mt 10,1, y paral.; Mc 16, 17). La Iglesia ejercita tal poder victorioso mediante la fe en Cristo y la oración (Cfr. Mc 9, 29; Mt 17, 19 ss.), que en casos específicos puede asumir la forma de exorcismo.

3. En esta fase histórica de la victoria de Cristo se inscribe el anuncio y el inicio de la victoria final, la parusía, la segunda y definitiva venida de Cristo al final de la historia, venida hacia la cual está proyectada la vida del cristiano. También si es verdad que la historia terrena continúa desarrollándose bajo el influjo de ‘aquel espíritu que -como dice San Pablo- ahora actúa en los que son rebeldes’ (Ef 2, 2), los creyentes saben que están llamados a luchar para el definitivo triunfo del bien: ‘No es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires’ (Ef 6, 12).

4. La lucha, a medida que se avecina el final, se hace en cierto sentido siempre más violenta, como pone de relieve especialmente el Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento (Cfr. Ap 12, 7-9). Pero precisamente este libro acentúa la certeza que nos es dada por toda la Revelación divina: es decir, que la lucha se concluirá con la definitiva victoria del bien. En aquella victoria, precontenida en el misterio pascual de Cristo, se cumplirá definitivamente el primer anuncio del Génesis, que con un término significativo es llamado proto-Evangelio, con el que Dios amonesta a la serpiente: ‘Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer’ (Gen 3, 15). En aquella fase definitiva, completando el misterio de su paterna Providencia, ‘liberará del poder de las tinieblas’ a aquellos que eternamente ha ‘predestinado en Cristo’ y les ‘transferirá al reino de su Hijo predilecto’ (Cfr. Col 1, 13-14). Entonces el Hijo someterá al Padre también el universo, para que ‘sea Dios en todas las cosas’ (1 Cor 15, 28).

5. Con ésta se concluyen las catequesis sobre Dios Creador de las ‘cosas visibles e invisibles’, unidas en nuestro planteamiento con la verdad sobre la Divina Providencia. Aparece claro a los ojos del creyente que el misterio del comienzo del mundo y de la historia se une indisolublemente con el misterio del final, en el cual la finalidad de todo lo creado llega a su cumplimiento. El Credo, que une así orgánicamente tantas verdades, es verdaderamente la catedral armoniosa de la fe.De manera progresiva y orgánica hemos podido admirar estupefactos el gran misterio de la inteligencia y del amor de Dios, en su acción creadora, hacia el cosmos, hacia el hombre, hacia el mundo de los espíritus puros. De tal acción hemos considerado la matriz trinitaria, su sapiente finalidad relacionada con la vida del hombre, verdadera ‘imagen de Dios’, a su vez llamado a volver a encontrar plenamente su dignidad en la contemplación de la gloria de Dios. Hemos recibido luz sobre uno de los máximos problemas que inquietan al hombre e invaden su búsqueda de la verdad: el problema del sufrimiento y del mal. En la raíz no está una decisión errada o mala de Dios, sino su opción, y en cierto modo su riesgo, de crearnos libres para tenernos como amigos. De la libertad ha nacido también el mal. Pero Dios no se rinde, y con su sabiduría transcendente, predestinándonos a ser sus hijos en Cristo, todo lo dirige con fortaleza y suavidad, para que el bien no sea vencido por el mal.

Fuentes: Fortea, Signos de estos Tiempos

 

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Como surgió el apoyo de Juan Pablo II a la coalición internacional luego de los ataques del 11 S

Intervención papal en el combate del terrorismo.
El ex embajador de EE.UU. ante la Santa Sede, Jim Nicholson, recuerda la respuesta del Santo Padre sobre los terribles acontecimientos del atentado contra las Torres Gemelas. Y cuenta como las expresiones vertidas por el Papa, en su reunión personal, sirvieron de espaldarazo a la administración Bush para lanzar la “Coalición de los Dispuestos” para atacar al terrorismo en sus bases de Afganistán.

 

juan pablo ii

 

El Papa Juan Pablo II, estaba poseído por un gran sentido común sobre la dinámica de la globalización y las complejidades de los pueblos y culturas.

Mi primer encuentro personal con el Papa Juan Pablo II fue el 13 de septiembre de 2001. La ocasión fue la presentación formal de mis cartas credenciales como nuevo embajador de Estados Unidos ante la Santa Sede. Fue planeado para ser una ocasión de fiesta, pero fue un acontecimiento triste, ya que el mundo estaba sufriendo los terribles acontecimientos de tan sólo 48 horas antes.

Lo primero que el Papa me dijo fue lo mucho que lo sentía por mi país, que acababa de ser atacado, y lo triste que le hacía sentir. A continuación hicimos juntos una oración por las víctimas y sus familias.

Luego, el Papa dijo algo muy profundo y muy revelador de su aguda comprensión del terrorismo internacional. Él dijo: «Embajador Nicholson, este fue un ataque, no sólo sobre los Estados Unidos, sino sobre toda la humanidad.» Y, luego agregó: «Tenemos que parar a estas personas que matan en nombre de Dios.»

Las palabras del Papa acerca de los atacantes de los Estados Unidos el 9/11, y nuestra necesidad, de hecho nuestra obligación moral, «de hacer algo» fue muy valiosa para los EE.UU. para el montaje de una «Coalición de los Dispuestos», como el Presidente Bush llamó. Fue captado al instante y la comprensión del Papa ante la situación – la base de Afganistán para el lanzamiento de estos ataques terroristas – que le obligó a prestar su influencia moral como amigo y aliado de los Estados Unidos.

Él sabía exactamente lo que estaba diciendo y el efecto que tendría sobre los demás países que estaban tratando de decidir si querían o no unirse a nosotros como socios militares en Afganistán contra Al Qaeda y sus colaboradores. El Papa no hizo una pausa, dudó o se equivocó cuando se comunicaba a través de mí a nuestro presidente y a los líderes de países con ideas afines para empujar contra los terroristas sin Estado quienes trataban de alinearse bajo la protección de la soberanía de Afganistán.

El Papa Juan Pablo II se crió bajo los regímenes represivos de los nazis y los comunistas. Sabía muy bien los efectos sobre la libertad y la dignidad que su agenda ideológica y recursos militares podrían causar a personas inocentes.

El Papa había jugado un papel clave en lo que George Weigel llama la «revolución de la conciencia» en Polonia. Jugó un papel decisivo en la desaparición de la Unión Soviética y del comunismo europeo, y practicaba también de uso de la discreta fuerza moral para influir en los organismos internacionales.

Era, ante todo, un hombre de paz, el Papa Juan Pablo II también entendió la doctrina de la guerra justa de la Iglesia y la responsabilidad de los líderes para proteger a los inocentes ante las fuerzas del mal. Él respetó al presidente Bush y su «juicio prudente» para decidir lo que era legítimo para proteger el bien común.

En 2004, el presidente Bush, con gratitud y respeto por su solidaridad con los valores estadounidenses, concedió al Papa la Medalla de la Libertad, que es el premio más importante que los Estados Unidos otorga a un civil.

Fuentes: Catholic Agency, SdeT

 

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Alerta sobre el Papa Francisco, los terroristas islámicos lo tienen en la mira

Denuncia de los servicios de inteligencia italianos.
El califato del Estado Islámico, que decapitó al periodista James Foley y que combate en Siria e Irak lo acusan de ser «portador de falsas verdades».

 

atentado contra juan pablo ii

 

La seria alarma, ha sido lanzada por los servicios secretos italianos y la información ocupó ayer buena parte de la primera página del diario conservador romano Il Tempo.

En el artículo, el diario apunta que los servicios italianos se hacen eco de que

fuentes israelíes creen que la mira del Estado Islámico se encuentra en el papa Francisco, el máximo exponente de la religión cristiana, por ser ‘portador de la verdad falsa’”.

La noticia cita también que

fuentes de la inteligencia italiana” ponen el acento en que “Italia es un trampolín de lanzamiento para los muyahidines (combatientes de la guerra santa)” y que “las llegadas continuas de inmigrantes sirven de base para la entrada de los jihadistas en Occidente”.

El diario advierte además de que el autoproclamado califa del Estado Islámico, Abu Bakr Al Baghdadi,

quiere superar a Al Qaeda y las hazañas del ‘jefe del terror'(Osama Bin Laden)”.

Y asegura que el líder del Estado Islámico,

según fuentes israelíes, presume en su entorno más cercano de contar con la presencia de conversos occidentales, pero también de jóvenes de segunda generación, hijos de inmigrantes nacidos en países europeos, y que ahora han optado por abrazar el fundamentalismo islámico”.

El Papa Francisco ha hecho diversos llamamientos por la paz en Oriente Medio en distintas ocasiones y precisamente el domingo pidió oraciones para que termine “la violencia insensata” y para “un amanecer de paz y reconciliación entre los hombres”, en un mensaje que fue leído durante la celebración de una misa en honor a Foley, que tuvo lugar en la iglesia de Rochester, en New Hampshire, en Estados Unidos.

Por su parte, el director de la Oficina de Prensa del Vaticano, Padre Federico Lombardi, declaró que no hay razón para la preocupación.

“No hay nada serio en esto. No hay una preocupación particular en el Vaticano. Esta noticia no tiene fundamento”.

Sin embargo, el 20 de agosto la RAI informó que Italia ha reforzado su seguridad. Según la RAI, no hay indicios de amenazas o ataques en el país pero se ha publicado una alerta de alcance nacional.

Además, desde hace tiempo, antes de la elección de Jorge Bergoglio como Francisco en el Cónclave que lo consagró el 13 de marzo de 2013, está acentuando las medidas de prevención del terrorismo. La Gendarmería Pontificia ha reclutado numerosos especialistas en informática y en inteligencia y la colaboración con los servicios secretos de varios países es muy intensa.

Está el triste antecedente del terrorista turco Alí Mehmed Agca, un musulmán, que disparó dos balazos contra el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro. Agca nunca terminó de confesar la verdad, pero predominó la convicción de que el «contrato» para asesinar al pontífice fue dado en forma ultra secreta por el Kremlin soviético a los servicios secretos búlgaros que a su vez «contrataron» en el hotel Vitosha de Sofía al grupo turco de extrema derecha islámico de los «lobos grises», al que pertencía Alí Agca.

A Siria e Irak han ido a combatir como muyahidines (combatientes) al menos 50 jóvenes italianos. Esto está considerado un peligro mayúsculo porque, como ocurre en otros países europeos, cada tanto regresan y se incorporan a células más vastas a las que contribuyen a entrenar para el «jihad», la guerra santa.

«El grupo de fundamentalistas islámicos, guiados por Al-Baghdadi (autoproclamado Califa del Estado Islámico en una mezquita de Mosul, segunda ciudad de Irak y en su poder), intenta alzar el nivel del enfrentamiento golpeando en Europa y en Italia», sostiene «Il Tempo».

Durante la guerra de disolución de la Federación de Yugoslavia, sobre todo en Bosnia, centenares de jóvenes italianos fueron a pelear con los musulmanes contra el ejército serbio. El antiterrorismo actuó para desarticular varias célulares, por ejemplo en Nápoles y en Bolonia, donde se movían combatientes islamistas italianos que adherían al GIA, el Grupo Armado Argelino, que después se convirtió en el Grupo Salafista por la Predicación y el Combate.

En la lupa de los investigadores de la inteligencia italiana hay varios de aquellos personajes que están siendo controlados, porque en la cárcel continuaron predicando el credo jihadista. Entre ellos Jarraya Jalil, llamado «el coronel», que era considerado un imán improvisado.

Entre los principales que abrazaron la causa islamista estaba Bosnic Bilal, ex imán de Cremona, que actualmente milita entre los dirigentes del Estado Islámico.

Fuentes: Il Tempo, Clarín, Signos de estos Tiempos

 

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Catolicismo NOTICIAS Noticias 2014 - agosto - diciembre Papa Sacerdotes Signos de estos Tiempos SIGNOS DE ESTOS TIEMPOS Signos extraordinarios de la Iglesia Teología de la Liberación

Dos actitudes distintas de ancianos ex sacerdotes nicaragüenses de la teología de la liberación

Miguel D’ Escoto y Ernesto Cardenal.
Fueron dos sacerdotes símbolo de la Teología de la Liberación en Latinoamérica y del sandinismo en Nicaragua. Los dos fueron suspendidos a divinis por la Iglesia Católica, ningunos de ellos reniega de su pasado y siguen criticando a la Iglesia.

 

juan pablo ii y ernesto cardenal

 

Pero mientras Miguel D’ Escoto solicitó al Papa Francisco “volver a celebrar la Santa Eucaristía antes de morir”, y el Papa se lo concedió; Ernesto Cardenal descarta pedirlo porque dice “mi vocación no es esa: de administrar los sacramentos, mi sacerdocio es de otro tipo”.

EL PAPA FRANCISCO REVOCA “SUSPENSIÓN A DIVINIS” A MIGUEL D’ ESCOTO

El Papa Francisco revocó la “suspensión a divinis” del sacerdote Miguel D’Escoto Brockmann, de 81 años de edad, luego que éste le enviara una carta expresando su deseo de “volver a celebrar la Santa Eucaristía antes de morir”.

El sacerdote había sido suspendido en 1984 por participar en el gobierno sandinista de Nicaragua, fue ministro de relaciones exteriores hasta 1990, en el año 2007 volvió a trabajar para el gobierno y entre 2008 y 2009 fue Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Radio Vaticana recordó que el sacerdote aceptó en 1984 la pena impuesta por San Juan Pablo II, aunque permaneció como miembro de la Congregación de Maryknoll, “pero sin desarrollar alguna actividad pastoral. Desde hace años el sacerdote ha abandonado el empeño político”.

“El Padre D’Escoto ha escrito una carta al Papa, manifestando su deseo de ‘volver a celebrar la Santa Eucaristía’, ‘antes de morir’. Respondiendo afirmativamente a su petición, Francisco ha encargado al superior general del Instituto acompañar al hermano en el proceso de reintegración al ministerio sacerdotal”, indicó Radio Vaticana.

Miguel D’Escoto nació el 5 de febrero de 1933 en Los Ángeles (Estados Unidos). Fue ordenado sacerdote en 1961 y en 1977 se unió al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), movimiento comunista que derrocó a Anastasio Somoza en 1979 y tomó el control de Nicaragua.

En 1984, luego que este frente convocara y ganara las elecciones, el sacerdote –conocido exponente de la teología marxista de la liberación- asumió el cargo de ministro de relaciones exteriores de Daniel Ortega. Ese año el Papa Juan Pablo II lo suspendió a divinis.

Durante el periodo 1985-1990, en el que D’Escoto fue parte del gobierno, la Iglesia local sufrió las presiones del régimen comunista. Uno de estos casos se dio en 1988, cuando un informe de la Comisión Permanente de Derechos Humanos de Nicaragua reveló las intenciones del gobierno de convertir por la fuerza en “informantes” a personas vinculadas a miembros importantes de la Iglesia.

Asimismo, en noviembre de ese año, las autoridades sandinistas prohibieron a Mons. Bismark Carballo oficiar Misa en los locales donde estaban los damnificados del huracán “Joan”. Además se montó una campaña de desprestigio contra el Cardenal Miguel Obando, entonces miembro de la Comisión de Reconciliación Nacional.

Asimismo, el régimen de Ortega se dedicó reprimir a opositores políticos y cerrar medios de comunicación que le fueran críticos.

Años atrás, D’Escoto fundó la editorial Orbis Books, que lanzó el libro de Gustavo Gutiérrez “Teología de la Liberación. Perspectivas”.

Posteriormente, en 2007 fue llamado nuevamente por Daniel Ortega para ser asesor para asuntos limítrofes y de relaciones internacionales del nuevo régimen sandinista.

Una de sus últimas declaraciones públicas se dio al día siguiente de la renuncia de Benedicto XVI. El 12 de febrero de 2013, D’Escoto dijo a Telesur –cadena afín al régimen chavista de Venezuela-, que

“no es suficiente con que cambie un Papa. El Papa es un prisionero de la peor burocracia del mundo, que se corresponde con el imperialismo dentro de la Iglesia. La teología imperial de El Vaticano es su principal obstáculo”.

“Tendremos que rezar mucho y seguir el ejemplo de nuestros profetas laicos para que ocurra una real transformación en el seno del Vaticano. El verdadero cristiano defiende los valores de Jesús: la lucha por la igualdad, la solidaridad y la paz. En una Iglesia imperial, lo primero que un cristiano tiene que ser es antimperialista y anticapitalista”, afirmó entonces.

EL EX SACERDOTE ERNESTO CARDENAL NO ESTÁ INTERESADO EN SOLICITAR LA INDULGENCIA DEL PAPA FRANCISCO

El sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal descartó la idea de pedir indulgencia al Papa Francisco para que le sea levantada la suspensión a divinis que le fue impuesta por Juan Pablo II cuando era Ministro de Cultura de la Revolución Sandinista, como ha hecho Miguel D’Escoto.

Ernesto Cardenal, de 89 años de edad, declaró al periódico La Prensa que no considera necesario regresar a su antiguo oficio, ya que su vida religiosa posee un carácter «meramente contemplativo».

«Mi vocación no es esa: de administrar los sacramentos, mi sacerdocio es de otro tipo, por eso es que yo no necesito gestionar el levantamiento de la sanción», aseguró Ernesto Cardenal, explicando que su vida se encuentra dedicada a la oración aislada.

Su castigo, impuesto por el Papa Juan Pablo II en 1985, se extendió a otros cuatro sacerdotes de Nicaragua que ocupaban cargos ministeriales dentro de la Revolución Sandinista.

Recientemente, el indulto que otorgó el Papa Francisco al ex Canciller Miguel D’Escoto le permitió a éste oficiar misa y administrar los sacramentos; el perdón le fue entregado en respuesta a una solicitud que realizó el actual asesor en Asuntos Internacionales del gobierno de Daniel Ortega.

Por su parte, el cardenal Leopoldo José Brenes dijo el martes 5 de agosto que las penas en el Derecho Canónico son para reflexionar y cuando se supera la falla, la pena bien puede ser suspendida, porque no son permanentes.

«Todas las penas en el derecho canónico no son para mortificar a la gente, sino que son penas medicinales para cambiar de acuerdo a las observaciones», explicó el cardenal.

Fuentes: ACI Prensa, Religión Digital, Signos de estos Tiempos

 

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Bien y Mal Demonio NOTICIAS Noticias 2014 - enero - julio Religion e ideologías Signos de estos Tiempos SIGNOS DE ESTOS TIEMPOS Signos extraordinarios de la Iglesia

¡Advertencia!, el mal es real, no es una fantasía

El humo de satanás ha entrado por alguna fisura en la Iglesia
Francisco ha sido, de los últimos pontífices, el que ha hablado más de diablo, empezando por su primera homilía, y retoma el énfasis de Pablo VI, que luego de creer que el Concilio Vaticano II era un resurgir de la Iglesia, vio la aparición de las tinieblas sobre la Iglesia, y se dedicó a predicar sobre el maligno.

 

el maligno

 

Hoy francisco sigue los pasos de Pablo VI, pero con un sentido más pastoral, señalando las instancias de la vida donde se presenta el demonio y su tentación, por lo que viene bien retomar las preocupaciones de Pablo VI.

¿CÓMO SE HA PODIDO LLEGAR A ESTA SITUACIÓN?

Ésta es la pregunta que se hacía el Papa Pablo VI, algunos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, a la vista de los acontecimientos que sacudían a la Iglesia.

«Se creía que, después del Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia. Pero en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre».

Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación?

La respuesta de Pablo VI es clara y neta:

«Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio, Cristo nos habla de este enemigo de los hombres?».

Y el Papa precisa:

«Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio ecuménico, y para impedir a la Iglesia cantar su alegría por haber retomado plenamente conciencia de ella misma».

Para decirlo brevemente, Pablo VI tenía la sensación de que

«el humo de Satanás ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios».

Así se expresaba Pablo VI sobre la crisis de la Iglesia el 29 de junio de 1972, noveno aniversario de su coronación. Algunos periódicos se mostraron sorprendidos por la declaración del Papa sobre la presencia de Satanás en la Iglesia. Otros periódicos se escandalizaron. ¿No estaba Pablo VI exhumando creencias medievales que se creían olvidadas para siempre?

UNA DE LAS GRANDES NECESIDADES DE LA IGLESIA CONTEMPORÁNEA

Sin arredrarse ante estas críticas Pablo VI volvió sobre este tema candente cinco meses más tarde. Y lejos de contentarse con reafirmar la verdad sobre Satanás y su actividad, el Papa consagró una entera catequesis a la presencia activa de Satanás en la Iglesia (cfr Audiencia general, 15 de noviembre de 1972).

Desde el inicio, Pablo VI subrayó la dimensión universal del tema:

«¿Cuáles son hoy afirma las necesidades más importantes de la Iglesia?».

La respuesta del Papa es clara:

«Una de las necesidades más grandes de la Iglesia es la de defenderse de ese mal al que llamamos el demonio».

Y Pablo VI recuerda la enseñanza de la Iglesia sobre la presencia en el mundo

«de un ser viviente, espiritual, pervertido y pervertidor, realidad terrible, misteriosa y temible».

Después, refiriéndose a algunas publicaciones recientes (en una de las cuales un profesor de exégesis invitaba a los cristianos a «liquidar al diablo»), Pablo VI afirmaba que

«se separan de la enseñanza de la Biblia y de la Iglesia los que se niegan a reconocer la existencia del diablo, o los que lo consideran un principio autónomo que no tiene, como todas las criaturas, su origen en Dios; y también los que lo explican como una pseudorealidad, una invención del espíritu para personificar las causas desconocidas de nuestros males».

«Nosotros sabemos prosiguió Pablo VI- que este ser oscuro y perturbador existe verdaderamente y que está actuando de continuo con una astucia traidora. Es el enemigo oculto que siembra el error y la desgracia en la historia de la humanidad.»

«Es el seductor pérfido y taimado que sabe insinuarse en nosotros por los sentidos, la imaginación, la concupiscencia, la lógica utópica, las relaciones sociales desordenadas, para introducir en nuestros actos desviaciones muy nocivas y que, sin embargo, parecen corresponder a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras aspiraciones profundas».

Satanás sabe insinuarse… para introducir… Estas expresiones, ¿no recuerdan a las del león rugiente de San Pedro que ronda, buscando a quien devorar? El diablo no espera a ser invitado para presentarse, más bien impone su presencia con una habilidad infinita.

El Papa evocó también el papel de Satanás en la vida de Cristo. Jesús calificó al diablo de «príncipe de este mundo» tres veces a lo largo de su ministerio, tan grande es el poder de Satanás sobre los hombres.

Pablo VI se esforzó en señalar los indicios reveladores de la presencia activa del demonio en el mundo.

LAGUNAS EN LA TEOLOGÍA Y EN LA CATEQUESIS

En su exposición, el Santo Padre sacó una conclusión práctica que, más allá de los millares de fieles presentes en la vasta sala de las audiencias, se dirigía a los católicos de todo el mundo:

«A propósito del demonio y de su influencia sobre los individuos, sobre las comunidades, sobre sociedades enteras, habría que retomar un capítulo muy importante de la doctrina católica, al que hoy se presta poca atención».

El cardenal J. L. Suenens, antiguo arzobispo de BruxellesMalines, escribió al final de su libro Renouveau et Puissances des ténébres:

«Acabando estas páginas, confieso que yo mismo me siento interpelado, ya que me doy cuenta de que a lo largo de mi ministerio pastoral no he subrayado bastante la realidad de las Potencias del mal que actúan en nuestro mundo contemporáneo y la necesidad del combate espiritual que se impone entre nosotros» (p. 113).

En otras palabras, la Cabeza de la Iglesia piensa que la demonología es un capítulo «muy importante» de la teología católica y que hoy en día se descuida demasiado. Existe una laguna en la enseñanza de la teología, en la catequesis y en la predicación. Y esta laguna solicita ser colmada. Estamos ante «una de las necesidades más grandes» de la Iglesia en el momento presente.

¿Quién lo habría previsto? La catequesis de Pablo VI sobre la existencia a influencia del demonio produjo un resentimiento inesperado por parte de la prensa. Una vez más, se acusó a la Cabeza de la Iglesia de retornar a creencias ya superadas por la ciencia. ¡El diablo está muerto y enterrado!

Raramente los periódicos se habían levantado con una vehemencia tan ácida contra el Soberano Pontífice. ¿Cómo explicar la violencia de estas reacciones?

Que periódicos hostiles a la fe cristiana ironicen sobre una enseñanza del Papa no suscita ninguna extrañeza. Es coherente con sus posiciones. Pero que al mismo tiempo se dejen llevar de la cólera, esto es lo que sorprende…

¿Cómo no presentir bajo estas reacciones la cólera del Maligno? En efecto, Satanás necesita el anonimato para poder actuar de manera eficaz. ¿Cuál no será su irritación, por tanto, cuando ve al Papa denunciar urbi et orbi sus artimañas en la Iglesia? Es la cólera del enemigo que se siente desenmascarado y que exhala su despecho a través de estos secuaces inconscientes.

EL ENEMIGO DESENMASCARADO

Habría que retomar el capítulo de la demonología: esta consigna de Pablo VI tuvo una especie de precedente en la historia del papado contemporáneo.

Era un día de diciembre de 1884 o de enero de 1885, en el Vaticano, en la capilla privada de León XIIII. Después de haber celebrado la misa, el Papa, según su costumbre, asistió a una segunda misa. Hacia el final, se le vio levantar la cabeza de repente y mirar fijamente hacia el altar, encima del tabernáculo. El rostro del Papa palideció y sus rasgos se tensaron. Acabada la misa, León XIII se levantó y, todavía bajo los efectos de una intensa emoción, se dirigió hacia su estudio. Un prelado de los que le rodeaban le preguntó:

«Santo Padre, ¿Se siente fatigado? ¿Necesita algo?». «No, respondió León XIII, no necesito nada… «

El Papa se encerró en su estudio. Media hora más tarde, hizo llamar al secretario de la Congregación de Ritos. Le dio una hoja, y le pidió que la hiciera imprimir y la enviara a los obispos de todo el mundo.

¿Cuál era el contenido de esta hoja? Era una oración al arcángel San Miguel, compuesta por el mismo León XIII. Una oración que los sacerdotes recitarían después de cada misa rezada, al pie del altar, después del Salve Regina ya prescrito por Pío IX:

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la adversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes. Y tú, oh Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros malos espíritus que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.

León XIII confió más tarde a uno de sus secretarios, Mons. Rinaldo Angeh, que durante la misa había visto una nube de demonios que se lanzaban contra la Ciudad Eterna para atacarla. De ahí su decisión de movilizar a San Miguel Arcángel y a las milicias del cielo para defender a la Iglesia contra Satanás y sus ejércitos, y más especialmente para la solución de lo que se llamaba «la Cuestión romana».

La oración a San Miguel fue suprimida en la reciente reforma litúrgica. Algunos piensan que, siendo tan adecuada para conservar entre los fieles y los sacerdotes la fe en la presencia activa de los ángeles buenos y de los malvados, podría ser reintroducida, o bien en la Liturgia de las Horas, o bien en la oración de los fieles en la misa. Como afirmaba Juan Pablo II el 24 de mayo de 1987, en el santuario de San Miguel Arcángel en el Monte Gargano:

«el demonio sigue vivo y activo en el mundo».

Las hostilidades no han cesado, los ejércitos de Satanás no han sido desmovilizados. Por lo tanto la oración continúa siendo necesaria.

El 20 de abril de 1884, poco tiempo antes de esta visión del mundo diabólico, León XIII había publicado una encíclica sobre la francmasonería que se inicia con consideraciones de envergadura cósmica.

«Desde que, por la envidia del demonio, el género humano se separó miserablemente de Dios, a quien debía su llamada a la existencia y los dones sobrenaturales, los hombres se ha dividido en dos campos opuestos que no cesan de combatir: uno por la verdad y la virtud, el otro por aquello que es contrario a la virtud y a la verdad»,

Meditando las consideraciones de León XIII se comprende mejor la consigna dada por Pablo VI en su catequesis del 15 de noviembre de 1972:

«Habría que retomar un capítulo muy importante de la doctrina católica (la demonología), al que hoy se presta poca atención».

Juan Pablo II ha hecho suya la consigna de su predecesor. En su enseñanza ha ido incluso más allá de Pablo VI. Mientras que éste no dedicó más que una catequesis del miércoles al problema del demonio, Juan Pablo II ha tratado este tema a lo largo de seis audiencias generales sucesivas. Y hay que añadir a esta enseñanza una peregrinación al santuario de San Miguel Arcángel en el Monte Gargano, el 24 de mayo de 1987, y un discurso sobre el demonio pronunciado el 4 de septiembre de 1988, con motivo de su viaje a Turín.

LAS INSTITUCIONES, INSTRUMENTO DE SATANÁS

En otras ocasiones, Juan Pablo II ha puesto en guardia a los fieles contra las insidias del diablo, como por ejemplo en su encuentro con 30.000 jóvenes en las islas Madeira (mayo de 1991) donde citó un pasaje significativo de su mensaje de 1985 para El año internacional de la juventud:

«La táctica que Satanás ha aplicado, y que continúa aplicando, consiste en no revelarse, para que el mal que ha difundido desde los orígenes se desarrolle por la acción del hombre mismo, por los sistemas y las relaciones entre los hombres, entre las clases y entre las naciones, para que el mal se transforme cada vez más en un pecado ‘estructural’ y se pueda identificar cada vez menos como un pecado `personal'».

Satanás actúa, pero actúa sobre todo en la sombra, para pasar desapercibido. Satanás actúa a través de los hombres y también a través de las instituciones.

¿Es posible imaginar el papel de Satanás en la preparación, lejana y cercana de las leyes que autorizan el aborto y la eutanasia?

En un estudio actual sobre Satanás, Dom Alois Mager o.s.b., antiguo decano de la facultad de teología de Salzburgo, afirma que el mundo satánico se caracteriza por dos rasgos: la mentira y el asesinato.

«La mentira aniquila la vida espiritual; el asesinato, la vida corporal… Aniquilar siempre, ésta es la táctica de las fuerzas satánicas».

Ahora bien, Dios es Aquel que es y que da sin cesar la vida, el movimiento y la existencia (cfr Hch 17, 28).

La insistencia creciente de dos Papas contemporáneos sobre Satanás y sus maquinaciones ¿no es altamente significativa? ¿No nos invita a una profundización en nuestra postura sobre el papel de Satanás en la historia, la historia grande de los pueblos y de la Iglesia y la historia pequeña de cada hombre en particular?

UN TERRENO MINADO

Este es un terreno minado, rodeado de misterio. Primero por la materia tratada. Después por el escepticismo existente sobre el tema.

Pocos cristianos parecen creer verdaderamente en la existencia personal de los demonios. Muchos parecen incluso rechazar esta verdad, no porque sea incierta, sino porque se nos dice «hoy en día la gente no la admitiría». ¡Como si el hombre de la era atómica pudiera censurar los datos de la Revelación! ¡Como si ésta se asemejara al menú de un restaurante donde cada cliente elige o rechaza los platos a su gusto!

Otros, también irreverentes con la Revelación, compartirían con gusto la posición de este viejo señor que, al final de una agitada mesa redonda sobre la existencia del diablo, sugería que la cuestión fuese decidida… por un referéndum:

«La mayoría decidirá si los demonios existen o no».

¡Como si la verdad dependiese del número de opiniones y no de su consistencia! ¿Lo que afirman cien charlatanes deberá tener más peso que la opinión meditada de un sabio o de un santo?

Algunos años antes de la intervención de Pablo VI, el cardenal GabrielMarie Garrone denunciaba la conspiración del silencio sobre la existencia de los demonios:

«Hoy en día apenas si se osa hablar. Reina sobre este tema una especie de conspiración del silencio. Y cuando este silencio se rompe es por personas que se hacen los entendidos o que plantean, con una temeridad sorprendente, la cuestión de la existencia del demonio. Ahora bien, la Iglesia posee sobre este punto una certeza que no se puede rechazar sin temeridad y que reposa sobre una enseñanza constante que tiene su fuente en el Evangelio y más allá. La existencia, la naturaleza, la acción del demonio constituyen un dominio profundamente misterioso en el que la única actitud sabia consistirá en aceptar las afirmaciones de la fe, sin pretender saber más de lo que la Revelación ha considerado bueno decirnos».

Y el cardenal concluye:

«Negar la existencia y la acción del ‘Maligno’ equivale a ofrecerle un inicio de poder sobre nosotros. Es mejor, en esto como en el resto, pensar humildemente como la Iglesia, que colocarse, por una pretenciosa superioridad, fuera de la influencia benefactora de su verdad y de su ayuda».

ES UNA OBRA BUENA ARMARLES

Una decena de años más tarde, una vigorosa profesión de fe del obispo de Estrasburgo, Mons. Léon Arthur Elchinger, se hará eco de las consideraciones del cardenal GabrielMarie Garrone. Pondrá, como se suele decir, los puntos sobre las «íes», desafiando de esta manera a cierta intelligentia.

«Creer en Lucifer, en el Maligno, en Satanás, en la acción entre nosotros del Espíritu del mal, del Demonio, del Príncipe de los demonios, significa pasar ante los ojos de muchos por ingenuo, simple, supersticioso. Pues bien, yo creo».

«Creo en su existencia, en su influencia, en su inteligencia sutil, en su capacidad suprema de disimulo, en su habilidad para introducirse por todas partes, en su capacidad consumada de llegar a hacer creer que no existe. Sí, creo en su presencia entre nosotros, en su éxito, incluso dentro de grupos que se reúnen para luchar contra la autodestrucción de la sociedad y de la Iglesia. Él consigue que se ocupen en actividades completamente secundarias a incluso infantiles, en lamentaciones inútiles, en discusiones estériles, y durante este tiempo puede continuar su juego sin miedo a ser molestado».

Y el prelado expone sus razones de orden sobrenatural primero y después de orden natural.

«Sí, creo en Lucifer y esto no es una prueba de estrechez de espíritu o de pesimismo. Creo porque los libros inspirados del Antiguo y del Nuevo Testamento nos hablan del combate que entabla contra aquellos a los que Dios ha prometido la herencia de su Reino. Creo porque, con un poco de imparcialidad y una mirada que no se cierre a la luz de lo Alto, se adivina, se constata cómo este combate continúa bajo nuestros ojos. Ciertamente, no se trata de materializar a Lucifer, de quedarnos en las representaciones de una piedad popular. Lucifer, el Príncipe del mal, actúa en el espíritu y en el corazón del hombre».

«Finalmente, creo en Lucifer porque creo en Jesucristo que nos pone en guardia contra él y nos pide combatirlo con todas nuestras fuerzas si no queremos ser engañados sobre el sentido de la vida y del amor».

Fuentes: ‘El diablo hoy’, de Georges Hubert, Fortea, Signos de estos Tiempos

 

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Juan Pablo II sobre la Preciosa Sangre de Jesús

«Hemos llegado al último Domingo de junio, mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, mientras que en julio la Iglesia expresa con particular intensidad la devoción a la Preciosísima Sangre de Cristo. Con estas celebraciones espirituales, la tradición invita a fijar la mirada de la fe en el misterio del Amor de Dios, que se ha revelado en la Encarnación del Hijo. A los hombres y a las mujeres de hoy, que, sumergidos en un mundo secularizado, corren el riesgo de perder el centro de gravedad de su propia existencia, Cristo les ofrece su Corazón humano y divino, fuente de reconciliación y principio de vida nueva en el Espíritu Santo…»

Las figuras del Antiguo Testamento referidas a la sangre y a su valor salvífico se han realizado de modo perfecto en Cristo, sobre todo en su Pascua de Muerte y Resurrección. Por esto el misterio de la Sangre de Cristo ocupa un puesto central en la fe y en la salvación. Con el misterio de la Preciosísima Sangre de Cristo se relacionan o remiten al mismo:

-El acontecimiento de la Encarnación del Verbo (cfr. Jn 1,14) y el rito de incorporación del recién nacido Jesús al pueblo de la Antigua Alianza, mediante su Circuncisión (cfr. Lc 2,21);

-La figura bíblica del Cordero, con una multitud de aspectos e implicaciones: «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29.36); en la que confluye la imagen del «Siervo sufriente» de Isaías 53, que carga sobre Sí los sufrimientos y el pecado de la humanidad (cfr. Is 53,4-5); «Cordero pascual» (cfr. Ex 12,1; Jn 12,36), símbolo de la redención de Israel (cfr. Hech 8,31-35; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-20);

-El «Cáliz de la Pasión», del que habla Jesús, aludiendo a su inminente muerte redentora, cuando pregunta a los hijos de Zebedeo: «¿Podéis beber el cáliz que Yo voy a beber?» (Mt 20,22; cfr. Mc 10,38) y el Cáliz de la Agonía del huerto de los olivos (cfr. Lc 22,42-43), acompañado del sudor de Sangre (cfr. Lc 22,44);

-El Cáliz Eucarístico, que en el signo del vino contiene la Sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada por la remisión de los pecados, y es memorial de la Pascua del Señor (cfr. 1 Cor 11,25) y bebida de salvación, conforme a las palabras del Maestro: «el que come Mi Carne y bebe Mi Sangre tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día» (Jn 6,54);

-El acontecimiento de la muerte, porque mediante la Sangre derramada en la Cruz, Cristo puso paz entre el Cielo y la tierra (cfr. Col 1,20);

-El golpe de la lanza que atravesó el Cuerpo de Cristo, de cuyo Costado abierto brotaron Sangre y Agua (cfr. Jn 19,34), testimonio de la Redención realizada, signo de la vida sacramental de la Iglesia –Agua y Sangre, Bautismo y Eucaristía-, símbolo de la Iglesia nacida de Cristo dormido en la Cruz.

Con el misterio de la Preciosísima Sangre de Cristo se relacionan, de modo particular, los títulos de Redentor, porque Cristo con su Sangre inocente y preciosa nos ha rescatado de la antigua esclavitud (cfr. 1 Pe 1,19) y nos «limpia de todo pecado» (1 Jn 1,7); de sumo Sacerdote de los «bienes futuros», porque Cristo «no con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia Sangre entró una vez para siempre en el santuario, obteniéndonos la redención eterna» (Heb 9,11-12); de Testigo fiel (cfr. Ap 1,5) que hace justicia a la sangre de los mártires (cfr. Ap 6,10), que «fueron inmolados por la Palabra de Dios y por el testimonio que dieron de la misma» (Ap 6,9); de Rey, el cual, Dios, «reina desde el madero», adornado con la púrpura de su propia Sangre; de Esposo y Cordero de Dios, en cuya Sangre han lavado sus vestiduras los miembros de la comunidad eclesial –la Esposa–(cfr. Ap 7,14; Ef 5,25-27).

La extraordinaria importancia de la Sangre de Cristo ha hecho que su memoria tenga un lugar central y esencial en la celebración del misterio del culto: ante todo en el centro mismo de la Asamblea Eucarística, en la que la Iglesia eleva a Dios Padre, en acción de gracias, el «cáliz de la bendición» (1 Cor 10,16) y lo ofrece a los fieles como Sacramento de verdadera y real «comunión con la Sangre de Cristo» (1 Cor 10,16), y también en el curso del Año Litúrgico.

La Iglesia conmemora el misterio de la Preciosísima Sangre de Cristo, no sólo en la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Señor, sino también en otras muchas celebraciones, de manera que la memoria cultual de la Sangre que nos ha rescatado (cfr. 1 Pe 1,18) está presente durante todo el Año. En el Triduo Pascual, el valor y la eficacia redentora de la Sangre de Cristo son objeto de memoria y adoración constante. En el Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz, y en el día de Pascua. La fiesta de la Preciosísima Sangre de Cristo se celebra el 1 de Julio.

La veneración de la Sangre de Cristo ha pasado del culto litúrgico a la piedad popular, en la que tiene un amplio espacio y numerosas expresiones. Entre éstas hay que recordar:

-La Corona de la Preciosísima Sangre de Cristo, en la que con lecturas bíblicas y oraciones son objeto de meditación piadosa «Siete efusiones de Sangre» de Cristo, explícita o implícitamente recordadas en los Evangelios: la Sangre derramada en la Circuncisión, en el Huerto de los Olivos, en la Flagelación, en la Coronación de espinas, en la subida al Monte Calvario, en la Crucifixión, en el golpe de la lanza;

-Las Letanías de la Sangre de Cristo: el formulario actual, aprobado por el Papa Juan XXIII el 24 de Febrero de 1960, se despliega desde un argumento en el que la línea histórico-salvífica es claramente visible y las referencias a pasajes bíblicos son numerosas;

-La Hora de adoración a la Preciosísima Sangre de Cristo, que adquiere una gran variedad de formas, pero con un único objetivo: la alabanza y la adoración de la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía, el agradecimiento por los dones de la Redención, la intercesión para alcanzar misericordia y perdón, la ofrenda de la Sangre Preciosa por el bien de la Iglesia;

-El Vía Sanguinis: un ejercicio de piedad reciente que, por motivos antropológicos y culturales, ha tenido su origen en África, donde hoy está particularmente extendido entre las comunidades cristianas. En el Vía Sanguinis los fieles, avanzando de un lugar a otro como en el Vía Crucis, reviven los diversos momentos en los que el Señor Jesús derramó su Sangre por nuestra salvación.

(Juan Pablo II . Ángelus. Domingo 28 de junio de 1998)

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El Papa Juan Pablo II y Medjugorje

Se esperaba que la visita del Papa Juan Pablo II a Bosnia-Herzegovina, el 12 – 13 de abril de 1997, terminaría con la venida de éste a Medjugorje, puesto que había expresado tal deseo en numerosas ocasiones.

Lamentablemente, eso no sucedió. Sin embargo, el Papa no olvidó Medjugorje.
Fuente: Information Centre «Mir» Medjugorje ( www.medjugorje.hr)

El Papa estuvo en Sarajevo y no fue a Medjugorje a pesar de su evidente benevolencia hacia los eventos en la parroquia de Medjugorje. Recordemos que también el Presidente croata Franjo Tudjman, inmediatamente antes de la llegada del Papa a Sarajevo, había declarado ante un grupo de políticos y sacerdotes que, Su Santidad Juan Pablo II, con motivo de su último encuentro, le había dicho que con ocasión de su próxima visita a Sarajevo le habría gustado visitar también Medjugorje. A este testimonio estuvo presente también el obispo local Ratko Peric, el cual no dijo una sola palabra.

Se desconoce y presumiblemente se continuará no sabiendo lo que el Papa habló a los altos prelados reunidos en Sarajevo. Se sabe, eso sí, que preguntó quién era el provincial franciscano de la provincia de Herzegovina, región donde se halla la parroquia de Medjugorje. Se sabe también que mencionó con una sonrisa el nombre de Medjugorje a su llegada a Sarajevo, con motivo de la cena en el Seminario Conciliar Católico y de su partida de Sarajevo. Sin embargo, no se ha levantado mucho polvo con respecto a todo esto.

Los ánimos se exaltaron sólo después de la audiencia habitual general del Papa, del miércoles inmediatamente después de la visita a Sarajevo. Como revelan los despachos de agencia, el Papa, en aquella ocasión, declaró entre otras cosas lo siguiente: «Durante la guerra los peregrinajes de los creyentes a los santuarios marianos no se vieron detenidos, ni en Bosnia-Herzegovina, ni en otras partes del mundo, en modo particular en Loreto, para pedir a la Madre de los Pueblos y a la Reina de la Paz que interviniera en esta región martirizada». Estas palabras del Papa fueron interpretadas por muchos como un directo reconocimiento de los eventos de Medjugorje.

Es difícil decir como actuará la Iglesia a breve y a largo plazo con respecto a los acontecimientos de Medjugorje. Con la disolución de la Conferencia Episcopal de Yugoslavia ya no existe más una comisión que, junto con ella, se ocupe de seguir los eventos en la parroquia de Medjugorje. La Iglesia tendrá que hacer algo al respecto. Entretanto, Medjugorje continuará su propio curso y se realizará la afirmación de la Sagrada Escritura según la cual el árbol se conoce por sus frutos.

 

EL PAPA, MEDJUGORJE Y EL PROVINCIAL DE HERZEGOVINA

En el aeropuerto de Sarajevo, el 12 de abril, fue acogido, en primera instancia, por tres obispos y dos provinciales de Bosnia-Herzegovina. Cuando el provincial de Bosnia-srebrna, Fr. Petar Andelovic, en su cargo de principal de los provinciales, se acercó al Papa para saludarlo, el Papa le preguntó: «Medjugorje?». El, entonces, indicó en dirección del dr. Fr. Tomislav Pervan, provincial de Herzegovina, quien dijo: «Yo soy de Mostar y Medjugorje». El Papa hizo un ademán con la cabeza y repitió dos veces: «Medjugorje, Medjugorje». Lo vieron todos los televidentes que estaban siguiendo la transmisión de la llegada del Papa.

Mientras rezaba con los reunidos en la catedral de Sarajevo, el Papa, en dos ocasiones, oró a la Reina de la Paz para Bosnia-Herzegovina. Muchos de los presentes lo interpretaron como un dirigirse a la Reina de la Paz de Medjugorje.

Después de la cena en el Seminario Conciliar Católico de Sarajevo, Fr. Tomislav aprovechó la ocasión para entregar personalmente al Papa, la última monografía fotográfica sobre Medjugorje que le enviaron los franciscanos que trabajan en la parroquia de Medjugorje. En esta ocasión, intercambió con él, durante poco tiempo, algunas palabras sobre Medjugorje. El Papa permaneció en silencio, pero se vio, por la expresión de su rostro, que había acogido ambas cosas con interés y satisfacción.

Con motivo de la partida del Papa del aeropuerto de Sarajevo, Fr. Tomislav Pervan, al despedirse del Papa, le dijo: «Santo Padre, lo esperamos en Medjugorje». El Papa, con una sonrisa, como se pudo apreciar en la pantalla de televisión, respondió: «Medjugorje, Medjugorje».

 

EL PRESIDENTE CROATA, MEDJUGORJE Y EL PAPA

Según el acuerdo de Dayton, la República de Croacia y la Federación de Bosnia-Herzegovina, algún día, tendrían que afiliarse en una relación confederada. Uno de los medios más importantes para conseguir ese objetivo es la cooperación económica. Por tanto, el presidente croata dr. Franjo Tudjman, el 15 de marzo de 1997, participó en Mostar en la inauguración de una fábrica de aluminio local.

Después de esta celebración en Mostar, por un deseo suyo explicito, el presidente croata vino a visitar el Santuario de la Reina de la Paz en Medjugorje. Lo acogieron en el rol de anfitriones el provincial de la provincia franciscana de Herzegovina el dr. Fr. Tomislav Pervan y el párroco de la parroquia de Medjugorje Fr. Ivan Landeka. Conmovido por el encuentro con el santuario y por el júbilo de la multitud reunida de más de 30.000 personas de todas las regiones de Bosnia-Herzegovina que vinieron a saludarlo, el señor presidente conversó durante un cierto tiempo con los sacerdotes ahí reunidos. Estaban presentes no sólo los sacerdotes que trabajan en Medjugorje sino también los sacerdotes de las parroquias adyacentes. Al mismo tiempo estaban presentes, tal como en Mostar, el obispo local dr. Ratko Peric y 15 altos funcionarios de la República de Croacia y de la Federación de Bosnia-Herzegovina.

Entre otras cosas, el dr. Franjo Tudjman expresó lo siguiente: «Reitero nuevamente que con ocasión de mi ultima conversación con el papa Juan Pablo II, él me dijo que le gustaría venir a Medjugorje en el marco de su visita a Bosnia-Herzegovina.»

Las últimas noticias sin embargo nos anuncian que el papa no podrá visitar Medjugorje el 13 de abril. Pero es bueno saber que él desea hacerlo.

 

DECLARACIONES DEL PAPA JUAN PABLO II SOBRE MEDJUGORJE

Estas declaraciones no están verificadas por la rúbrica y el sello del Papa, pero nos han sido dadas por personas en quienes podemos confiar. Por ello las hemos colocado bajo el título de «Documentación».

1. En una conversación privada con la vidente Mirjana Soldo, el Papa dijo: «Si no fuera el Papa, estaría ya en Medjugorje confesando.» (1987).

2. Mons. Maurillo Kreiger, obispo emérito de Florianópolis (Brasil), visitó Medjugorje en cuatro ocasiones. Su primera visita fué en 1986. Escribió lo siguiente: «En 1988, estaba con ocho otros obispos y trenta y tres sacerdotes en unos ejercicios espirituales en el Vaticano. El Santo Padre supo que muchos de nosotros íbamos a Medjugorje posteriormente. Después de una Misa privada con el Papa, antes de dejar Roma, nos dijo, sin haberle pedido nada: «Rezad por mí en Medjugorje». En otra ocasión, le dije al Pa
pa: «Voy a Medjugorje por cuarta vez». Se concentró en sus pensamientos y dijo: «Medjugorje, Medjugorje es el corazón espiritual del mundo». En ese mismo día, estuve hablando con otros obispos brasileños y el Papa a la hora de comer y le pedí: «Su Santidad, puedo decir a los videntes que les da su bendición «. Respondió: «Sí, sí, naturalmente», y me abrazó.

3. A un grupo de doctores, que trabajan para la defensa y protección de la vida de los niños en gestación, el Papa dijo el primer día de 1989: «Sí, hoy el mundo ha perdido el sentido de lo sobrenatural. En Medjugorje, muchos buscan y re-encuentran este sentido al rezar, ayunar y confesarse.»

4. El semanario católico coreano («Diario católico») publicó el 11 de noviembre de 1990, el siguiente artículo, escrito por el presidente de la comisión episcopal Mons. Angelo Kim: «Casi al término del último Sínodo episcopal en Roma, los obispos coreanos fueron invitados a un convite con el Papa. Mons. Kim se dirigió en esa ocasión al Papa con las siguientes palabras: «Gracias a Ud., Polonia fue liberada del comunismo.» El Papa ante eso replicó: «No he sido yo. Es obra de la Virgen María, tal como Ella lo reveló en Fátima y Medjugorje.» Posteriormente el arzobispo de Kwanyju dijo: «En Corea, en la ciudad de Nadja, existe una Virgen que llora.» El Papa agregó: «… Hay obispos, como en Yugoslavia, que están en contra … pero hay que considerar a tanta gente que garantiza eso, las numerosas conversiones … todo está en la línea del Evangelio; todos estos factores deben ser seriamente analizados.»

El semanario mencionado emite al respecto la siguiente consideración: «Esto no es una decisión de la Iglesia. Es una indicación, en nombre del Padre de todos nosotros. No exagerando en eso, eso no se debe desdeñar …»
(Extraído de la revista «L’ homme nouveau», 3 de febrero de 1991)
(«Nuestro hogar», XXI, 3, Tomislavgrad, año 1991, pág. 11)

5. El Arzobispo Kwangiu dijo al Papa: «En Corea, en el pueblo de Nadju, la Virgen llora …» El Papa contestó: «Hay obispos, como en Yugoslavia, por ejemplo, que están en contra de ello …, pero es importante fijarse en la gran cantidad de gente que está respondiendo a su invitación, la cantidad de conversiones … todo esto está subrayado en el Evangelio, y estos hechos han de ser investigados seriamente.» (L’Homme Nouveau, 3 de febrero de 1991).

6. El Papa dijo a Fray Jozo Zovko, el 20 de julio de 1992: «Ocúpese de Medjugorje, encárguese de Medjugorje, no se canse de ello. Persevere, sea fuerte, estoy con usted. Véle, siga Medjugorje.»

7. El Arzobispo de Paraguay, Mons. Felipe Santiago Bentez, en noviembre de 1994 le pregunto al Santo Padre, el Papa, si hacía bien dando su aprobación a los fieles reunidos en el espiritu de Medjugorje, especialmente con los sacerdotes de Medjugorje. El Santo Padre le respondió: «Apruebe cuanto se relacione con Medjugorje».

8. En la parte oficiosa del encuentro del Papa Juan Pablo II con la delegación croata de la Iglesia y del Estado, que tuvo lugar en Roma el 7 de abril de 1995, el Santo Padre, entre otras cosas dijo que había alguna posibilidad de repetir su visita a Croacia. Junto con esto, mencionó la posibilidad de ir hasta Split, y de allí hasta el Santuario de «Marija Bistrica» y a Medjugorje. («Slobodna Dalmacija», 8 de abril de 1995, pág. 3.)

 

LA VIRGEN ACERCA DE JUAN PABLO II

1. De acuerdo con el testimonio de los videntes, el 13 de mayo de 1982, en la ocasión del intento de asesinato del Papa, la Virgen dijo: «Sus enemigos han intentado matarle, pero le he protegido».

2. A través de los videntes, el 26 de junio de 1982, la Virgen envía su mensaje al Papa: «Dejadle ser considerado como el padre de todos los pueblos, y no sólo de los cristianos, dejadle anunciar, sin cansancio y con coraje, el mensaje de paz y amor entre los hombres».

3. A través de Jelena Vasilj que tuvo una locución interna el 16 de septiembre de 1982, dijo la Virgen del Papa: «Dios le ha dado permiso para derrotar a Satanás».

Ella solicita de todos, y especialmente del Papa, «que difundan el mensaje que he recibido de mi Hijo. Deseo confiar al Papa la palabra con la que he venido aquí a Medjugorje: Paz; ha de difundirla a todas las partes del mundo….debería unir los cristianos a través de su palabra y de su oración. Dejadle difundir, especialmente entre los jóvenes, los mensajes que ha recibido del Padre en la oración. Entonces, Dios le inspira.»

Tomando en consideración las dificultades de la parroquia respecto del obispo y de la comisión de investigación de los acontecimientos en la parroquia de Medjugorje, la Virgen dijo: «La autoridad de la Iglesia se debe seguir … sin embargo, antes de que pronuncie su decisión, es necesario progresar espiritualmente. No dará su juicio precipitadamente. Pasa como con un nacimiento, que se continúa con el bautismo y la confirmación. La Iglesia confirmará aquello que ha nacido de Dios. Debemos ir progresando en la vida espiritual impulsados por estos mensajes.»

4. Con ocasión de la visita papal a Croacia, la Virgen dijo:
Mensaje, 25 de agosto de 1994 – –
“¡Queridos hijos! Hoy estoy unida a ustedes en la oración de un modo especial, orando por el don de la presencia de mi hijo amado en su país. Oren, hijitos por la salud de mi hijo más querido, que sufre y a quien yo he escogido para estos tiempos. Yo oro e intercedo ante mi Hijo Jesús, para que se realice el sueño que tuvieron sus padres. Oren, hijitos, de manera especial porque Satanás es fuerte y desea destruir la esperanza en sus corazones. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
(Nuestra Señora se refiere al Santo Padre Juan Pablo II cuando dice “mi hijo más amado, que sufre y a quien yo he escogido para estos tiempos…” En ese tiempo el Santo Padre tenía planeado visitar Sarajevo el 8 de septiembre y Zagreb el 10 y el 11 de septiembre.
)

 
 

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María en el Protoevangelio

Catequesis de Juan Pablo II (24-I-96)

1. «Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venida de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y se interpretan a la luz de la plena revelación ulterior, iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, Madre del Redentor» (Lumen gentium, 55)…

Con estas afirmaciones, el concilio Vaticano II nos recuerda cómo se fue delineando la figura de María desde los comienzos de la historia de la salvación. Ya se vislumbra en los textos del Antiguo Testamento, pero sólo se entiende plenamente cuando esos textos se leen en la Iglesia y se comprenden a la luz del Nuevo Testamento.

En efecto, el Espíritu Santo, al inspirar a los diversos autores humanos, orientó la Revelación veterotestamentaria hacia Cristo, que se encarnaría en el seno de la Virgen María.

2. Entre las palabras bíblicas que preanunciaron a la Madre del Redentor, el Concilio cita, ante todo, aquellas con las que Dios, después de la caída de Adán y Eva, revela su plan de salvación.

El Señor dice a la serpiente, figura del espíritu del mal: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gn 3,15).

Esas expresiones, denominadas por la tradición cristiana, desde el siglo XVI, Protoevangelio, es decir, primera buena nueva, dejan entrever la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes de la humanidad.

En efecto, frente al pecado, según la narración del autor sagrado, la primera reacción del Señor no consistió en castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva de salvación y comprometerlos activamente en la obra redentora, mostrando su gran generosidad también hacia quienes lo habían ofendido.

Las palabras del Protoevangelio revelan, además, el singular destino de la mujer que, a pesar de haber precedido al hombre al ceder ante la tentación de la serpiente, luego se convierte, en virtud del plan divino, en la primera aliada de Dios.

Eva fue la aliada de la serpiente para arrastrar al hombre al pecado. Dios anuncia que, invirtiendo esta situación, él hará de la mujer la enemiga de la serpiente.

3. Los exegetas concuerdan en reconocer que el texto del Génesis, según el original hebreo, no atribuye directamente a la mujer la acción contra la serpiente, sino a su linaje. De todos modos, el texto da gran relieve al papel que ella desempeñará en la lucha contra el tentador: su linaje será el vencedor de la serpiente.

¿Quién es esta mujer? El texto bíblico no refiere su nombre personal, pero deja vislumbrar una mujer nueva, querida por Dios para reparar la caída de Eva: ella está llamada a restaurar el papel y la dignidad de la mujer, y a contribuir al cambio del destino de la humanidad, colaborando mediante su misión materna a la victoria divina sobre Satanás.

4. A la luz del Nuevo Testamento y de la tradición de la Iglesia sabemos que la mujer nueva anunciada por el Protoevangelio es María, y reconocemos en «su linaje» (Gn 3,15), su hijo, Jesús, triunfador en el misterio de la Pascua sobre el poder de Satanás.

Observemos, asimismo, que la enemistad puesta por Dios entre la serpiente y la mujer se realiza en María de dos maneras.

Ella, aliada perfecta de Dios y enemiga del diablo, fue librada completamente del dominio de Satanás en su concepción inmaculada, cuando fue modelada en la gracia por el Espíritu Santo y preservada de toda mancha de pecado.

Además, María, asociada a la obra salvífica de su Hijo, estuvo plenamente comprometida en la lucha contra el espíritu del mal.

Así, los títulos de Inmaculada Concepción y Cooperadora del Redentor, que la fe de la Iglesia ha atribuido a María para proclamar su belleza espiritual y su íntima participación en la obra admirable de la Redención, manifiestan la oposición irreductible entre la serpiente y la nueva Eva.

5. Los exegetas y teólogos consideran que la luz de la nueva Eva, María, desde las páginas del Génesis se proyecta sobre toda la economía de la salvación, y ven ya en ese texto el vínculo que existe entre María y la Iglesia.

Notemos aquí con alegría que el término mujer, usado en forma genérica por el texto del Génesis, impulsa a asociar con la Virgen de Nazaret y su tarea en la obra de la salvación especialmente a las mujeres, llamadas, según el designio divino, a comprometerse en la lucha contra el espíritu del mal.

Las mujeres que, como Eva, podrían ceder ante la seducción de Satanás, por la solidaridad con María reciben una fuerza superior para combatir al enemigo, convirtiéndose en las primeras aliadas de Dios en el camino de la salvación.

Esta alianza misteriosa de Dios con la mujer se manifiesta en múltiples formas también en nuestros días: en la asiduidad de las mujeres a la oración personal y al culto litúrgico, en el servicio de la catequesis y en el testimonio de la caridad, en las numerosas vocaciones femeninas a la vida consagrada, en la educación religiosa en familia…

Todos estos signos constituyen una realización muy concreta del oráculo del Protoevangelio, que, sugiriendo una extensión universal de la palabra mujer, dentro y más allá de los confines visibles de la Iglesia, muestra que la vocación única de María es inseparable de la vocación de la humanidad y, en particular, de la de toda mujer, que se ilumina con la misión de María, proclamada primera aliada de Dios contra Satanás y el mal.

 
 

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La Visitación de María en Juan Pablo II

EL ESPÍRITU SANTO EN LA VISITACIÓN

Audiencia General de Juan Pablo II (13-VI-90)

Queridos hermanos y hermanas:

1. La verdad acerca del Espíritu Santo aparece claramente en los textos evangélicos que describen algunos momentos de la vida y de la misión de Cristo. Ya nos hemos detenido a reflexionar sobre la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. Hay otras páginas en el “evangelio de la infancia” en las que conviene fijar nuestra atención, porque en ellas se pone de relieve de modo especial la acción del Espíritu Santo.

Una de estas es seguramente la página en que el evangelista Lucas narra la visita de María a Isabel. Leemos que “en aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (Lc 1, 39). Por lo general se cree que se trata de la localidad de Ain-Karim, a 6 kilómetros al oeste de Jerusalén. María acude allí para estar al lado de su pariente Isabel, mayor que ella. Acude después de la Anunciación, de la que la visitación resulta casi un complemento. En efecto, el ángel había dicho a María: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril porque ninguna cosa es imposible para Dios” (Lc 1, 36-37).

María se puso en camino “con prontitud” para dirigirse a la casa de Isabel, ciertamente por una necesidad del corazón, para prestarle un servicio afectuoso, como de hermana, en aquellos meses de avanzado embarazo. En su espíritu sensible y gentil florece el sentimiento de la solidaridad femenina, característico de esa circunstancia. Pero sobre ese fondo psicológico se inserta probablemente la experiencia de una especial comunión establecida entre ella e Isabel con el anuncio del ángel: el hijo que esperaba Isabel será precursor de Jesús y el que lo bautizará en el Jordán.

2. Gracias a esa comunión de espíritu se explica por qué el evangelista Lucas se apresura a poner de relieve la acción del Espíritu Santo en el encuentro de las dos futuras madres: María “entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo” (Lc 1, 40-41). Esta acción del Espíritu Santo, experimentada por Isabel de modo particularmente profundo en el momento del encuentro con María, está en relación con el misterioso destino del hijo que lleva en su seno. Ya el padre del niño, Zacarías, al recibir el anuncio del nacimiento de su hijo durante su servicio sacerdotal en el templo, escuchó que el ángel le decía: “Estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (Lc 1, 15). En el momento de la visitación, cuando María cruza el umbral de la casa de Isabel (y juntamente con ella lo cruza también Aquel que ya es el “fruto de su seno”), Isabel experimenta de modo sensible aquella presencia del Espíritu Santo. Ella misma lo atestigua en el saludo que dirige a la joven madre que llega a visitarla.

3. En efecto, según el evangelio de Lucas, Isabel “exclamando con gran voz, dijo: ‘Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!’” (Lc 1, 42-45).

En pocas líneas el evangelista nos da a conocer el estremecimiento de Isabel, el salto de gozo del niño en su seno, la intuición, al menos confusa, de la identidad mesiánica del niño que María lleva en su seno, y el reconocimiento de la fe de María en la revelación que le hizo el Señor. Lucas usa desde esta página el título divino de “Señor” no sólo para hablar de Dios que revela y promete (“Las palabras del Señor”), sino también del hijo de María, Jesús, a quien el Nuevo Testamento atribuye ese título sobre todo una vez resucitado (cf. Hch 2, 36; Flp 2, 11). Aquí él debe aún nacer. Pero Isabel, igual que María, percibe su grandeza mesiánica.

4. Eso significa que Isabel, “llena de Espíritu Santo”, es introducida en las profundidades del misterio de la venida del Mesías. El Espíritu Santo obra en ella esta particular iluminación, que encuentra expresión en el saludo dirigido a María. Isabel habla como si hubiese sido partícipe y testigo de la Anunciación en Nazaret. Define con sus palabras la esencia misma del misterio que en aquel momento se realizó en María. Al decir “¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”, llama “mi Señor” al niño que María (desde hacía poco) lleva en su seno. Y además proclama a María misma “bendita entre las mujeres”, y añade: “Feliz la que ha creído”, como queriendo aludir a la actitud y al comportamiento de la esclava del Señor, que responde al ángel con su “fiat”: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).

5. El texto de Lucas manifiesta su convicción de que tanto en María como en Isabel actúa el Espíritu Santo, que las ilumina e inspira. Así como el Espíritu hizo percibir a María el misterio de la maternidad mesiánica realizada en la virginidad, de la misma manera da a Isabel la capacidad de descubrir a Aquel que María lleva en su seno y lo que María está llamada a ser en la economía de la salvación: la “Madre del Señor”. Y le da el transporte interior que la impulsa a proclamar ese descubrimiento “con gran voz” (Lc 1, 42), con aquel entusiasmo y aquella alegría que son también fruto del Espíritu Santo. La madre del futuro predicador y bautizador del Jordán atribuye ese gozo al niño que desde hace seis meses lleva en su seno: “saltó de gozo el niño en mi seno”. Pero tanto el hijo como la madre se encuentran unidos en una especie de simbiosis espiritual, por la que el júbilo del niño casi contagia a la que lo concibió, e Isabel lanza aquel grito con el que expresa el gozo que la une a su hijo en lo más íntimo, como atestigua Lucas.

6. Siempre según la narración de Lucas, del alma de María brota un canto de júbilo, el Magnificat, en el que también ella expresa su alegría: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1, 47). Educada como estaba en el culto de la palabra de Dios, conocida mediante la lectura y la meditación de la Sagrada Escritura, María en aquel momento sintió que subían de lo más hondo de su alma los versos del cántico de Ana, madre de Samuel (cf. 1 S 2, 1-10) y de otros pasajes del Antiguo Testamento, para dar expresión a los sentimientos de la “hija de Sión”, que en ella encontraba la más alta realización. Y eso lo comprendió muy bien el evangelista Lucas gracias a las confidencias que directa o indirectamente recibió de María. Entre estas confidencias debió de estar la de la alegría que unió a las dos madres en aquel encuentro, como fruto del amor que vibraba en sus corazones. Se trataba del Espíritu-Amor trinitario, que se revelaba en los umbrales de la “plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4), inaugurada en el misterio de la encarnación del Verbo. Ya en aquel feliz momento se realizaba lo que Pablo diría después: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz” (Ga 5, 22).

 

 

EN EL MAGNÍFICAT MARÍA CELEBRA LA OBRA ADMIRABLE DE DIOS

Catequesis de Juan Pablo II (6-XI-96)

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego tapeinosis está tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.

2. Las palabras «desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48), toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.

3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,49-50).

¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.

4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53).

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.

5. Por último, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.

 

 

LA VISITACIÓN Y EL MAGNÍFICAT

Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-56)

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su casa.

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje «con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión «a la región montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios»!» (Is 52,7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,40).

San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno»» (Lc 1,41-42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión «mi Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

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Catequesis Juan Pablo II sobre la Ascensión

Presentamos tres catequesis de 1989 de Juan Pablo II sobre la Ascensión de Jesús a los Cielos: La Ascensión: misterio anunciado,  El hecho de la Ascensión y La Ascensión manifiesta que Jesús es el Señor.

 

 

LA ASCENSIÓN: MISTERIO ANUNCIADO
5 de abril de 1989

1. Los símbolos de fe más antiguos ponen después del artículo sobre la resurrección de Cristo, el de su ascensión. A este respecto los textos evangélicos refieren que Jesús resucitado, después de haberse entretenido con sus discípulos durante cuarenta días con varias apariciones y en lugares diversos, se sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para subir al cielo, completando así el «retorno al Padre» iniciado ya con la resurrección de entre los muertos.

En esta catequesis vemos cómo Jesús anunció su ascensión (o regreso al Padre) hablando de ella con la Magdalena y con los discípulos en los días pascuales y en los anteriores la Pascua.

2. Jesús, cuando encontró a la Magdalena después de la resurrección, le dice: «No me toques, que todavía no he subido al Padre; pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17).

Ese mismo anuncio lo dirigió Jesús varias veces a sus discípulos en el período pascual. Lo hizo especialmente durante la última Cena, «sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía» (Jn 13, 1-3). Jesús tenía, sin duda, en la mente su muerte ya cercana y, sin embargo, miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padre mediante la ascensión al cielo: «Me voy a aquel que me ha enviado» ( Jn 16, 5): « Me voy al Padre, y ya no me veréis» (Jn 16, 10). Los discípulos no comprendieron bien, entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto que hablaba de forma misteriosa: «Me voy y volveré a vosotros», e incluso añadía: «Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo» (Jn 14, 28). Tras la resurrección aquellas palabras se hicieron para los discípulos más comprensibles y transparentes, como anuncio de su ascensión al cielo.

3. Si queremos examinar brevemente el contenido de los anuncios transmitidos, podemos ante todo advertir que la ascensión al cielo constituye la etapa final de la peregrinación terrena de Cristo. Hijo de Dios, consubstancial al Padre, que se hizo hombre por nuestra salvación. Pero esta última etapa permanece estrechamente conectada con la primera, es decir, con su «descenso del cielo», ocurrido en la encarnación Cristo «salido del Padre» (Jn 16, 28) y venido al mundo mediante la encarnación, ahora, tras la conclusión de su misión, «deja el mundo y va al Padre» (Cfr. Jn 16, 28). Es un modo único de «subida» como lo fue el del «descenso» Solamente el que salió del Padre como Cristo lo hizo puede retornar al Padre en el modo de Cristo. Lo pone en evidencia Jesús mismo en el coloquio con Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo» (Jn 3, 13). Sólo Él posee la energía divina y el derecho de «subir al cielo», nadie más. La humanidad abandonada a sí misma, a sus fuerzas naturales, no tiene acceso a esa «casa del Padre» (Jn 14, 2), a la participación en la vida y en la felicidad de Dios. Sólo Cristo puede abrir al hombre este acceso: Él, el Hijo que «bajó el cielo», que «salió del Padre» precisamente para esto.

Tenemos aquí un primer resultado de nuestro análisis: la ascensión se integra en el misterio de la Encarnación, y es su momento conclusivo.

4. La Ascensión al cielo está, por tanto, estrechamente unida a la «economía de la salvación», que se expresa en el misterio de la encarnación y, sobre todo, en la muerte redentora de Cristo en la cruz Precisamente en el coloquio ya citado con Nicodemo, Jesús mismo, refiriéndose a un hecho simbólico y figurativo narrado por el Libro de los Números (21, 4-9), afirma: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (es decir, crucificado) el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna» (Jn 3, 14-1 5).

Y hacia el final de su ministerio, cerca ya la Pascua, Jesús repitió claramente que era Él el que abriría a la humanidad el acceso a la «casa del Padre» por medio de su cruz: «cuando sea levantado en la tierra, atraeré a todos hacia mi» (Jn 12, 32). La «elevación» en la cruz es el signo particular y el anuncio definitivo de otra «elevación» que tendrá lugar a través de la ascensión al cielo. El Evangelio de Juan vio esta «exaltación» del Redentor ya en el Gólgota. La cruz es el inicio de la ascensión al cielo.

5. Encontramos la misma verdad en la Carta a los Hebreos, donde se lee que Jesucristo, el único Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza, no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro» (Heb 9, 24). Y entró «con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna: «penetró en el santuario una vez para siempre» (Heb 9, 12). Entró, como Hijo «el cual, siendo resplandor de su gloria (del Padre) e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (Heb 1, 3)

Este texto de la Carta a los Hebreos y el del coloquio con Nicodemo (Jn 3, 13) coinciden en el contenido sustancial, o sea en la afirmación del valor redentor de la ascensión al cielo en el culmen de la economía de la salvación, en conexión con el principio fundamental ya puesto por Jesús «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Jn 3, 13).

6. Otras palabras de Jesús, pronunciadas en el Cenáculo, se refieren a su muerte, pero en perspectiva de la ascensión: «Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y adonde yo voy (ahora) vosotros no podéis venir» (Jn 13, 33). Sin embargo, dice en seguida: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho, porque voy a prepararos un lugar» (Jn 14, 2).

Es un discurso dirigido a los Apóstoles, pero que se extiende más allá de su grupo. Jesucristo va al Padre (a la casa del Padre) para «introducir» a los hombres que «sin Él no podrían entrar». Sólo Él puede abrir su acceso a todos: Él que «bajó del cielo» (Jn 3, 13), que «salió del Padre» (Jn 16, 28) y ahora vuelve al Padre «con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna» (Heb 9, 12). Él mismo afirma: «Yo soy el Camino; nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6).

7. Por esta razón Jesús también añade, la misma tarde de la vigilia de la pasión: «Os conviene que yo me vaya.» Sí, es conveniente, es necesario, es indispensable desde el punto de vista de la eterna economía salvífica. Jesús lo explica hasta el final a los Apóstoles: «Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7). Sí. Cristo debe poner término a su presencia terrena, a la presencia visible del Hijo de Dios hecho hombre, para que pueda permanecer de modo invisible, en virtud del Espíritu de la verdad, del Consolador (Paráclito). Y por ello prometió repetidamente: «Me voy y volveré a vosotros» (Jn 3. 28).

Nos encontramos aquí ante un doble misterio: El de la disposición eterna o predestinación divina, que fija los modos, los tiempos, los ritmos de la historia de la salvación con un designio admirable, pero para nosotros insondable; y el de la presencia de Cristo en el mundo humano mediante el Espíritu Santo, santificador y vivificador: el modo cómo la humanidad del Hijo obra mediante el Espíritu Santo en las almas y en la Iglesia -verdad claramente enseñada por Jesús- permanece envuelto en la niebla luminosa del misterio trinitario y cristológico, y requiere nuestro acto de fe humilde y sabio.

8. La presencia invisible de Cristo se actúa en la Iglesia, también de modo sacramental. En el centro de la Iglesia se así encuentra la Eucaristía. Cuando Jesús anunció su institución por vez primera, muchos «se escandalizaron» (Cfr. Jn 6, 61), ya que hablaba de «comer su Cuerpo y beber su Sangre». Pero fue entonces cuando Jesús reafirmó: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada» (Jn 6, 61-63) .

Ya Jesús habla aquí de su ascensión al cielo cuando su Cuerpo terreno se entregue a la muerte en la cruz, se manifestará el Espíritu «que da la vida». Cristo subirá al Padre, para que venga el Espíritu. Y, el día de Pascua, el Espíritu glorificará el Cuerpo de Cristo en la resurrección. El día de Pentecostés, el Espíritu sobre la Iglesia para que, renovado en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, podamos participar en la nueva vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este modo prepararnos para entrar en las «moradas eternas», donde nuestro Redentor nos ha precedido para prepararnos un lugar en la «Casa del Padre» (Jn 14, 2).

 

EL HECHO DE LA ASCENCIÓN

12 de abril de 1989

1. Ya los «anuncios» de la ascensión, que hemos examinado en la catequesis anterior, iluminan enormemente la verdad expresada por los más antiguos símbolos de la fe con las concisas palabras «subió al cielo». Ya hemos señalado que se trata de un «misterio», que es objeto de fe. Forma parte del misterio mismo de la Encarnación y es el cumplimiento último de la misión mesiánica del Hijo de Dios, que ha venido a la tierra para llevar a cabo nuestra redención.

Sin embargo, se trata también de un «hecho» que podemos conocer a través de los elementos biográficos e históricos de Jesús, que nos refieren los Evangelios.

2. Acudamos a los textos de Lucas. Primeramente al que concluye su Evangelio: «Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo» (Lc 24, 50-51): lo cual significa que los Apóstoles tuvieron la sensación de «movimiento» de toda la figura de Jesús, y de un acción de «separación» de la tierra. El hecho de que Jesús bendiga en aquel momento a los Apóstoles, indica el sentido salvífico de su partida, en la que, como en toda su misión redentora, está contenida para el mundo toda clase de bienes espirituales.

Deteniéndonos en este texto de Lucas, prescindiendo de los demás, se deduciría que Jesús subió al cielo el mismo día de la resurrección, como conclusión de su aparición a los Apóstoles (Cfr. Lc 24, 36-39). Pero si se lee bien toda la página, se advierte que el Evangelista quiere sintetizar los acontecimientos finales de la vida de Cristo, del que le urgía descubrir la misión salvífica, concluida con su glorificación. Otros detalles de esos hechos conclusivos los referirá en otro libro que es como el complemento de su Evangelio, el Libro de los Hechos de los Apóstoles que reanuda la narración contenida en el Evangelio, para proseguir la historia de los orígenes de la Iglesia.

3. En efecto, leemos al comienzo de los Hechos un texto de Lucas que presenta las apariciones y la ascensión de manera más detallada: «A estos mismos (es decir, a los Apóstoles), después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al reino de Dios» (Hech 1, 3). Por tanto, el texto nos ofrece una indicación sobre la fecha de la ascensión: cuarenta días después de la Resurrección. Un poco más tarde veremos que también nos da información sobre el lugar.

Respecto al problema del tiempo, no se ve por qué razón podría negarse que Jesús se haya aparecido a los suyos en repetidas ocasiones durante cuarenta días, como afirman los Hechos. El simbolismo bíblico del número cuarenta, que sirve para indicar una duración plenamente suficiente para alcanzar el fin deseado, es aceptado por Jesús, que ya se había retirado durante cuarenta días al desierto antes de comenzar su ministerio, y ahora durante cuarenta días aparece sobre la tierra antes de subir definitivamente al cielo. Sin duda, el tiempo de Jesús resucitado pertenece a un orden de medida distinto del nuestro. El Resucitado está ya en el Ahora eterno, que no conoce sucesiones ni variaciones. Pero, en cuanto que actúa todavía en el mundo, instruye a los Apóstoles, pone en marcha la Iglesia, el Ahora trascendente se introduce en el tiempo del mundo humano, adaptándose una vez más por amor. Así, el misterio de la relación eternidad-tiempo se condensa en la permanencia de Cristo resucitado en la tierra. Sin embargo, el misterio no anula su presencia en el tiempo y en el espacio; antes bien ennoblece y eleva al nivel de los valores eternos lo que El hace, dice, toca, instituye, dispone: en una palabra, la Iglesia. Por esto de nuevo decimos: Creo, pero sin evadir la realidad de la que Lucas nos ha hablado.

Ciertamente, cuando Cristo subió al cielo, esta coexistencia e intersección entre el Ahora eterno y el tiempo terreno se disuelve, y queda el tiempo de la Iglesia peregrina en la historia. La presencia de Cristo es ahora invisible y «supratemporal» como la acción del Espíritu Santo, que actúa en los corazones.

4. Según los Hechos de los Apóstoles, Jesús «fue llevado al cielo» (Hech 1, 2) en el monte de los Olivos (Hech 1, 12): efectivamente, desde allí los Apóstoles volvieron a Jerusalén después de la ascensión. Pero antes que esto sucediese, Jesús les dio las últimas instrucciones: por ejemplo, «les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la promesa del Padre» (Hech 1, 4). Esta promesa del Padre consistía en la venida del Espíritu Santo: «Seréis bautizados en el Espíritu Santo» (Hech 1, 5); «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hech 1, 8). Y fue entonces cuando «dicho esto, fue levantado en presencia ellos, y una nube le ocultó a sus ojos» (Hech 1 9).

El monte de los Olivos, que ya había sido el lugar de la agonía de Jesús en Getsemaní, es, por tanto, el último punto de contacto entre el Resucitado y el pequeño grupo de sus discípulos en el momento de la ascensión. Esto sucede después que Jesús ha repetido el anuncio del envío del Espíritu, por cuya acción aquel pequeño grupo se transformará en la Iglesia y será guiado por los caminos de la historia. La Ascensión es por tanto, el acontecimiento conclusivo de la vida y de la misión terrena de Cristo: Pentecostés será el primer día de la vida y de la historia «de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 11). Este es el sentido fundamental del hecho de la ascensión más allá de las circunstancias particulares en las que ha acontecido y el cuadro de los simbolismos bíblicos en los que puede ser considerado.

5. Según Lucas, Jesús «fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos» (Hech 1, 9). En este texto hay que considerar dos momentos esenciales: «fue levantado (la elevación-exaltación) y «una nube le ocultó» (entrada en el claroscuro del misterio).

«Fue levantado»: con esta expresión, que responde a la experiencia sensible y espiritual de los Apóstoles, se alude a un movimiento ascensional, a un paso de la tierra al cielo, sobre todo como signo de otro «paso»: Cristo pasa al estado de glorificación en Dios. El primer significado de la ascensión es precisamente éste: revelar que el Resucitado ha entrado en la intimidad celestial de Dios. Lo prueba «la nube» signo bíblico de «presencia divina». Cristo desaparece de los ojos de sus discípulos, entrando en la esfera trascendente de Dios invisible.

6. También esta última consideración confirma el significado del misterio que es la ascensión de Jesucristo al cielo. El Hijo que «salió del Padre y vino al mundo, ahora deja el mundo y va al Padre» (Cfr. Jn 16, 28). En ese «retorno» al Padre halla su concreción la elevación «a la derecha del Padre», verdad mesiánica ya anunciada en el Antiguo Testamento. Por tanto, cuando el Evangelista Marcos nos dice que «el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19), sus palabras reevocan el «oráculo del Señor» enunciado en el Salmo: «Oráculo de Yahvéh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies» (109-110, 1). «Sentarse a la derecha de Dios» significa coparticipar en su poder real y en su dignidad divina.

Lo había predicho Jesús: «Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo», leemos en el Evangelio de Marcos (Mc 14, 62). Lucas a su vez, escribe (Lc 22, 69): «El Hijo de Dios estará sentado a la diestra del poder de Dios». Del mismo modo el primer mártir Jerusalén, el diácono Esteban, verá a Cristo en el momento su muerte: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios» (Hech 7, 56). El concepto, pues, se había enraizado y difundido en las primeras comunidades cristianas, como expresión de la realeza que Jesús había conseguido con la ascensión al cielo.

7. También el Apóstol Pablo, escribiendo a los Romanos, expresa la misma verdad sobre Jesucristo, «el que murió; más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios y que intercede por nosotros» (Rom 8, 34). En la Carta a los Colosenses escribe: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1; cfr. Ef l, 20). En la Carta a los Hebreos leemos (Heb 1 3; 8, 1): «Tenemos un Sumo Sacerdote tal que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos». Y de nuevo(Heb 10, 12 y Heb 12, 2): « soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios».

A su vez, Pedro proclama que Cristo «habiendo ido al cielo está a la diestra de Dios y le están sometidos los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades» (1 Ped 3, 22).

8. El mismo Apóstol Pedro, tomando la palabra en el primer discurso después de Pentecostés, dirá de Cristo que «exaltado por la diestra Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís» (Hech 2 33; cfr. también Hech 5, 31). Aquí se inserta en la verdad de la ascensión y de la realeza de Cristo un elemento nuevo, referido al Espíritu Santo.

Reflexionemos sobre ello un momento. En el Símbolo de los Apóstoles, la ascensión al cielo se asocia la elevación del Mesías al reino del Padre: «Subió al cielo, está sentado a la derecha del Padre». Esto significa la inauguración del reino del Mesías, en el que encuentra cumplimiento la visión profética del Libro de Daniel sobre el hijo del hombre: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino nunca será destruido jamás» (Dn 7, 13-14).

El discurso de Pentecostés, que tuvo Pedro, nos hace saber que a los ojos de los Apóstoles, en el contexto del Nuevo Testamento, esa elevación de Cristo a la derecha del Padre está ligada, sobre todo, con la venida del Espíritu Santo. Las palabras de Pedro testimonian la convicción de los Apóstoles de que sólo con la ascensión Jesús «ha recibido el Espíritu Santo del Padre» para derramarlo como lo había prometido.

9. El discurso de Pedro testimonia también que, con la venida del Espíritu Santo, en la conciencia de los Apóstoles maduró definitivamente la visión de ese reino que Cristo había anunciado desde el principio y del que había hablado también tras la resurrección (Cfr. Hech 1, 3). Hasta entonces los oyentes le habían interrogado sobre la restauración del reino de Israel (Cfr. Hech 1, 6), tan enraizada en su interpretación temporal de la misión mesiánica. Sólo después de haber reconocido «la potencia» del Espíritu de verdad, «se convirtieron en testigos» de Cristo y de ese reino mesiánico, que se actuó de modo definitivo cuando Cristo glorificado «se sentó a la derecha del Padre». En la economía salvífica de Dios hay, por tanto, una estrecha relación entre la elevación de Cristo y la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Desde ese momento los Apóstoles se convierten en testigos del reino que no tendrá fin. En esta perspectiva adquieren también pleno significado las palabras que oyeron después de la ascensión de Cristo: «Este Jesús que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo» (Hech 1,11). Anuncio de una plenitud final y definitiva que se tendrá cuando en la potencia del Espíritu de Cristo, todo el designio divino alcance su cumplimiento en la historia.

 

LA ASCENCIÓN MANIFIESTA QUE JESÚS ES EL SEÑOR
19 de abril de 1989

1. El anuncio de Pedro en el primer discurso pentecostal en Jerusalén es elocuente y solemne: «A este Jesús Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramando» (Hech 2, 32-33). «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hech 2 36). Estas palabras (dirigidas a la multitud compuesta por los habitantes de aquella ciudad y por los peregrinos que habían llegado de diversas partes para la fiesta) proclaman la elevación de Cristo (crucificado y resucitado) «a la derecha de Dios». La «elevación», o sea, la ascensión al cielo, significa la participación de Cristo hombre en el poder y autoridad de Dios mismo. Tal participación en el poder y autoridad de Dios Uno y Trino se manifiesta en el «envío» del Consolador, Espíritu de la verdad, el cual «recibiendo» (Cfr. Jn 16, 14) de la redención llevada a cabo por Cristo, realiza la conversión de los corazones humanos. Tanto es así, que ya aquel día, en Jerusalén, «al oír esto sintieron el corazón compungido» (Hech 2, 37). Y es sabido que en pocos días se produjeron miles de conversiones.

2. Con el conjunto de los sucesos pascuales, a los que se refiere el Apóstol Pedro en el discurso de Pentecostés, Jesús se reveló definitivamente como Mesías enviado por el Padre y como Señor.

La conciencia de que Él era «el Señor», había entrado ya de alguna manera en el ámbito de los Apóstoles durante la actividad prepascual de Cristo. El mismo alude a este hecho en la última Cena: «Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy» (Jn 13,17). Esto explica porque los Evangelistas hablan de Cristo «Señor» como de un dato admitido comúnmente en las comunidades cristianas. En particular, Lucas pone ya ese término en boca del ángel que anuncia el nacimiento de Jesús a los pastores: «Os ha nacido un salvador que es el Cristo Señor» (Lc 2, 11 ) . En muchos otros lugares usa el mismo apelativo (Cfr. Lc 1, 13; 10, 1; 10, 41; 11, 39; 12, 42; 13, 15; 17, 6; 22, 61). Pero es cierto que el conjunto de los sucesos pascuales ha consolidado definitivamente esta conciencia. A la luz de estos sucesos es necesario leer la palabra «Señor» referida también a la vida y actividad anterior del Mesías. Sin embargo, es necesario profundizar sobre todo el contenido y el significado que la palabra tiene en el contexto de la elevación y de la glorificación de Cristo resucitado, en su ascensión al cielo.

3. Una de las afirmaciones más repetidas en las Cartas paulinas es que Cristo es el Señor. Es conocido el pasaje de la Primera Carta a los Corintios donde Pablo proclama: «Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosa y por el cual somos nosotros» (1 Cor 8,6; cfr. 16, 22; Rom 10, 9; Col 2, 6). Y el de la Carta a los Filipenses, donde Pablo presenta como Señor a Cristo, que humillado hasta la muerte, ha sido también exaltado «para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10)11). Pero Pablo subraya que «nadie puede decir: «Jesús es Señor»» sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3). Por tanto «bajo la acción del Espíritu Santo» también el Apóstol Tomás dice a Cristo, que se le apareció después de la resurrección: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). Y lo mismo se debe decir del diácono Esteban, que durante la lapidación ora: «Señor Jesús, recibe mi espíritu no les tengas en cuenta este pecado» (Hech 7, 59)60).

Finalmente, el Apocalipsis concluye el ciclo de la historia sagrada y de la revelación con la invocación de la Esposa y del Espíritu: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22, 20).

Es el misterio de la acción del Espíritu Santo «vivificante» que introduce continuamente en los corazones la luz para reconocer a Cristo, la gracia para interiorizar en nosotros su vida, la fuerza para proclamar que Él (y sólo Él) es «el Señor».

4. Jesucristo es el Señor, porque posee la plenitud del poder «en los cielos y sobre la tierra». Es el poder real «por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación Bajo sus pies sometió todas las cosas» (Ef 1, 2122). Al mismo tiempo es la autoridad sacerdotal de la que habla ampliamente la Carta los Hebreos, haciendo referencia al Salmo 109/110, 4: «Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec» (Heb 5, 6). Este eterno sacerdocio de Cristo comporta el poder de santificación de modo que Cristo «se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (Heb 5, 9). «De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Heb 7, 25). Asimismo, en la Carta a los Romanos leemos que Cristo «está a la diestra de Dios e intercede por nosotros» (Rom 8, 34). Y finalmente, San Juan nos asegura: «Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo» (1 Jn 2, 1).

5. Como Señor, Cristo es la Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo. Es la idea central de San Pablo en el gran cuadro cósmico-histórico-sotereológico, con que describe el contenido del designio eterno de Dios en los primeros capítulos de las Carta a los Efesios y a los Colosenses: «Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo» (Ef 1, 22). «Pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la Plenitud» (Col 1, 19): en Él en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9).

Los Hechos nos dicen que Cristo «se ha adquirido» la Iglesia «con su sangre» (Hech 20, 28; cfr. 1 Cor 6, 20). También Jesús cuando al irse al Padre decía a los discípulos: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28 20), en realidad anunciaba el misterio de este Cuerpo que de él saca constantemente las energías vivificantes de la redención. Y la redención continúa actuando como efecto de la glorificación de Cristo.

Es verdad que Cristo siempre ha sido el «Señor», desde el primer momento de la encarnación, como Hijo de Dios consubstancial al Padre, hecho hombre por nosotros. Pero sin duda ha llegado a ser Señor en plenitud por el hecho de «haberse humillado» «se despojó de sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte en cruz» (Cfr. Flp 2, 8). Exaltado, elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así toda su misión, permanece en el Cuerpo de su Iglesia sobre la tierra por medio de la redención operada en cada uno y en toda la sociedad por obra del Espíritu Santo. La redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia, como leemos en la Carta a los Efesios: «El mismo «dio» a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo. . . a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4, 11-13).

6. En la expansión de la realeza que se le concedió sobre toda la economía de la salvación, Cristo es el Señor de todo el cosmos. Nos lo dice otro gran cuadro de la Carta a los Efesios: «Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Ef 4, 10). En la Primera Carta a los Corintios San Pablo añade que todo se le ha sometido «porque todo (Dios) lo puso bajo sus pies» (con referencia l Sal 8, 5). «Cuando diga que ¡todo está sometido!, es evidente que se excluye a Aquél que ha sometido a El todas las cosas» (1 Cor 15, 27). Y el Apóstol desarrolla ulteriormente este pensamiento, escribiendo: «Cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá que el que ha sometido a El todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (1 Cor 15, 28). «Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad» (1 Cor 15, 24).

7. La Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II ha vuelto a tomar este tema fascinante, escribiendo que «El Señor es el fin de la historia humana, ¡el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización!, el centro del género humano, la alegría de todos los corazones, la plenitud de sus aspiraciones» (n. 45). Podemos resumir diciendo que Cristo es el Señor de la historia. En Él la historia del hombre, y puede decirse de toda la creación, encuentra su cumplimiento trascendente. Es lo que en tradición se llamaba recapitulación «»recapitulatio», en griego: «auacefalawsiz» Es una concepción que encuentra su fundamento en la Carta a los Efesios en donde se describe el eterno designio de Dios «para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1,10).

8. Debemos añadir, por último, que Cristo es el Señor de la Vida eterna. A Él pertenece el juicio último, del que habla el Evangelio de Mateo: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo!» (Mt 25, 31. 34).

El derecho pleno de juzgar definitivamente las obras de los hombres y conciencias humanas, pertenece a Cristo en cuanto Redentor del mundo. El, en efecto, «adquirió» este derecho mediante la cruz. Por eso el Padre «todo juicio lo ha entregado al Hijo» (Jn 5, 22). Sin embargo el Hijo no ha venido sobretodo para juzgar, sino para salvar. Para otorgar la vida divina que está en El. «Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre» (Jn 5, 26)27).

Un poder, por tanto, que coincide con la misericordia que fluye en su corazón desde el seno del Padre, del que procede el Hijo y se hace hombre «propter nos homines et propter nostram salutem». Cristo crucificado y resucitado, Cristo que «subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre». Cristo que es, por tanto, el Señor de la vida eterna, se eleva sobre el mundo y sobre la historia como un signo de amor infinito rodeado de gloria, pero deseoso de recibir de cada hombre una respuesta de amor para darles la vida eterna.

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Diez hechos que probablemente no conozca sobre Juan Pablo II

Detalles sobre el nuevo santo.

 

San Juan Pablo II fue un hombre increíble, deportista, sacerdote, obispo, papa, y ahora Santo.

 

Juan Pablo II en la fuente de Banneux

 

Pero aquí hay 10 cosas de él de las que posiblemente nunca haya oído hablar:

San Juan Pablo II hablaba latín con fluidez. Un arte raro en estos días. Ah, y además de su polaco materno, también podría conversar en: eslovaco, ucraniano, ruso, italiano, francés, español, portugués, alemán, e inglés.

San Juan Pablo II recibió su llamado al sacerdocio cuando una vez accidentalmente «capturó» a su padre orando a solas durante la noche de rodillas.

San Juan Pablo II era un experto en San Juan de la Cruz y la tradición mística carmelita. El título de una de una de sus tesis doctorales (tenía dos doctorados) fue «La Doctrina de la Fe en San Juan de la Cruz.»

San Juan Pablo II fue el primer Papa en visitar la Casa Blanca en los Estados Unidos.

San Juan Pablo II visitó 129 naciones durante su pontificado – más que cualquier otro Papa nunca (incluyendo San Pedro).

San Juan Pablo II tiene el honor de ser el ser humano que ha reunido el mayor número de personas en un solo lugar. En el 1995 el Día Mundial de la Juventud en las Filipinas, se estima que 5 millones de personas asistieron a la Santa Misa que Su Santidad celebró. Esta fue la mayor reunión humana desde la creación de la humanidad.

San Juan Pablo II fue baleado el 13 de mayo de 1981; 13 de mayo es el aniversario de la primera aparición de Nuestra Señora Fátima.

San Juan Pablo II fue elegido Papa el 16 de octubre – la fiesta de Santa Margarita María de Alacoque – la famosa santa que promovió la devoción al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. Esto es apropiado ya que la devoción a la Divina Misericordia es una flor más de la devoción al Sagrado Corazón.

San Juan Pablo II recibió los alimentos pre-procesados ??a través de un tubo nasal durante la última semana de su vida.

¿Cómo murió? El Vaticano dijo que había muerto de «colapso cardiocirculatorio y shock séptico.»

¡San Juan Pablo II, ruega por nosotros!

Fuentes: Dr. Tylor Marshall, Signos de estos Tiempos

 

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Los abusos sexuales del clero son el punto por el que atacan la canonización de Juan Pablo II

Las críticas de que la Iglesia lo designe santo.

 

No se puede negar que Juan Pablo II inspiró la lucha para liberar a Europa del Este de la dominación Soviética, que su virtud personal y paternidad espiritual atrajeron a muchos católicos a la Iglesia, que dio a los discapacitados y las personas vulnerables un renovado respeto por su propia e inviolable dignidad, y alentó a miles de jóvenes a abrazar la vocación sacerdotal o religiosa. Pero un punto por el cual le atacan es respecto a su actuación en la crisis de los abusos sexuales del clero. 

 

Papa_Juan_Pablo_II

 

Algunos, dentro y fuera de Iglesia, llegan a reputar de encubrimiento lo que hizo Juan Pablo II en esa ocasión, y en especial recuerdan el caso de Marcial Maciel. Pero hay que recordar el escenario para poder juzgar: la crisis llegó de improviso y las organizaciones no suelen responder inmediatamente, en especial la Iglesia, cuyo tiempo se mide en años y no en días; las informaciones internas tardaron en llegar a Roma, porque las diócesis se habían inundado de una lógica de protección de los sacerdotes – clericalismo -, que en muchos casos llegaba hasta los nuncios apostólicos; cuando la crisis se presentó en toda su magnitud Juan Pablo II ya estaba viejo y enfermo y las decisiones más políticas debieron venir de su entorno. 

George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II ha abordado sobre esta cuestión en una variedad de foros. Más recientemente, él ofreció su juicio durante una entrevista del 24 de abril con National Review.

En primer lugar, Weigel confirmó que Juan Pablo fue engañado por el “maestro del engaño” y abusador en serie, el padre Maciel, fundador de la Legión de Cristo. Pero Weigel defendió los esfuerzos del Papa para hacer frente a la crisis en una manera integral, una vez que comprendió la enormidad del problema.

Juan Pablo II fue un gran reformador del sacerdocio. El sacerdocio católico en 1978 estaba en su peor forma desde la Reforma: miles de hombres habían abandonado el ministerio, y ahora sabemos que otros – una pequeña minoría – , se comportaban horriblemente al traicionar la confianza de los jóvenes. La crisis del sacerdocio fue manejada por Juan Pablo II en forma exhaustiva, por su enseñanza, por su ejemplo, por su reforma de los seminarios, y su reforma del episcopado mundial. Lo primero que hay que decir en justicia acerca de Juan Pablo II y el sacerdocio es que él es uno de los grandes reformadores papales del sacerdocio.

En segundo lugar, está claro que la Santa Sede y el Papa no estaban viviendo la crisis de los abusos en “tiempo real”, por ejemplo con la Iglesia en los Estados Unidos en 2002, un retardo en la información dio lugar a una falsa impresión de falta de atención o negativa a enfrentar los hechos.

En tercer lugar, cuando Juan Pablo II estuvo plenamente informado de lo que había sido revelado en los primeros cuatro meses de 2002, actuó con decisión, convocando a los cardenales estadounidenses al Vaticano e iniciando un proceso que llevó a una reforma importante y continua de los seminarios de Estados Unidos.

En cuarto lugar, la forma rigurosa en que la Iglesia católica se ha ocupado de lo que es una plaga de la sociedad – el abuso sexual de los jóvenes – debe ser tomada como un modelo para otras instituciones. La plaga es real, pero la obsesión de mirar con un solo ojo, al impacto de la plaga en la Iglesia Católica, hace que sea más difícil hacer frente a la crisis mucho más generalizada de abuso sexual: en las familias (donde se lleva a cabo la mayoría de los abusos a los jóvenes) o en las escuelas públicas.

Weigel también señaló que Dios, la acción divina – no la Iglesia o el Papa – “hace santos.”

La Iglesia (a través del Papa y sus colaboradores) reconocen a los santos que Dios ha hecho. En el primer milenio de la historia cristiana, la Iglesia “reconoce” los santos a través de la aclamación popular. Desde mediados del siglo XVII en adelante, la Iglesia utiliza un proceso legal más complejo (y francamente contradictorio) para probar si las reputaciones populares para la virtud heroica se justificaban – la definición de “santidad” que la Iglesia usa en la evaluación de estas cosas. Ese proceso fue reformado por Juan Pablo II en 1983, por lo que el proceso actual se parece más a un seminario de doctorado en historia que a un juicio.

¿Será la respuesta de Weigel satisfactoria a todos los católicos cuya fe ha sido dañada por la crisis de abusos sexuales del clero, o – peor – cuya inocencia propia fue destrozada por un pastor de confianza? Lo cierto es que simplemente repitiendo que Juan Pablo II no fue cómplice de los abusos no es una forma correcta de abordaje, sino explicar el escenario y las cosas que hizo.

Fuentes: National Catholic Register, Signos de estos Tiempos 

 

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