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Cómo se Cumplieron las PROFECÍAS del Antiguo Testamento sobre Jesús

Una de las maneras que sabemos que la Biblia fue inspirada por el Espíritu Santo es la forma en que predice el futuro.

Esto es conocido como profecía. 

Hay muchas, muchas profecías de la Biblia que se refieren al Mesías o Ungido.

Que ha de venir y salvar a Israel y al mundo del diablo, y del pecado de Adán y Eva.

Y que se escribieron entre 450 y 1800 años antes del nacimiento de Jesús. 

rostro-de-cristo1

Enumeramos sólo algunas de las profecías obvias que fueron cumplidas por Jesús.
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El hecho de que todas estas profecías se cumplieron por Jesús es una prueba positiva de que Jesús era el Mesías.

Las cosas que se predijeron cientos de años antes de que ocurrieran se cumplieron y sólo Dios podía saber estos hechos futuros.  

Más de 300 profecías como éstas fueron hechas en el Antiguo Testamento.
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Y luego cumplidas a través de la vida, muerte y resurrección de Jesús.
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Las probabilidades de que una persona lograra cumplir 8 de las 300 profecías son 1 en un 100,000,000,000,000,000.
.
Y para que se cumplan 48 profecías la probabilidad es 1 en 10 elevada a la 157 potencia (1 seguido con 157 ceros).

O sea que es humanamente imposible.

Pero además, la profecía cumplida es una fuerte evidencia de que Dios es el autor de la Biblia.

Porque si nos fijamos en las probabilidades matemáticas de que las profecías se cumplan, rápidamente vemos un diseño, un propósito y una mano que guía la Biblia, que es el lugar donde están escritas. 

Un enfoque para utilizar con un incrédulo es darle a leer  el Salmo 22 los versos 12-18 para comprobar la profecía.

Esta es una descripción de la crucifixión 1000 años antes de que Jesús naciera.

Después de leer la sección pregúntale de quien se trataba.

Él va a decir de la crucifixión de Jesús, si es conoce la historia.

Y tú dile

“Tienes razón. Se trata de la crucifixión. Pero fue escrita 1000 años antes del nacimiento de Jesús.

Y además de eso, la crucifixión ni siquiera se había inventado todavía.

¿Cómo cree que algo así como esto podría suceder?”

crucifijo sobre una biblia

  

LA FUNCIÓN DE LAS PROFECÍAS EN LA BIBLIA

Las profecías de la Biblia son típicamente la predicción de eventos futuros basados en la facultad de un profeta que comunica lo que Dios le mandó decir.

Posiblemente la más convincente de las evidencias que demuestran que la Biblia es la palabra de Dios es su capacidad para predecir con precisión los acontecimientos futuros, a menudo en pequeños detalles.

Esta calidad de profecías cumplidas está ausente en libros sagrados de otras religiones, incluyendo Corán.

Esto en sí mismo debería ser una importante revelación para el escéptico honesto. 

Tales pasajes proféticos se encuentran distribuidos en toda la Biblia, pero los más citados son Ezequiel, Daniel, Isaías, Mateo y el Apocalipsis.

Entre los temas profetizados están el futuro de la nación de Israel, la venida del Mesías, el Reino Mesiánico y el destino último de la humanidad.

Pero también podrían contener una descripción de la política global, los desastres naturales, etc.

Algunas profecías de la Biblia son condicionales. Por ejemplo la destrucción de Nínive.

Pero otras no son condicionales, como la venida del mesías.

Algunos pasajes proféticos son presentados como declaraciones directas de Dios, mientras que otras están intermediadas por un profeta pero son voceros de las revelaciones de Dios.

Un primer tema profético por excelencia en el Antiguo Testamento es los profetas a menudo advierten los hijos de Israel de arrepentirse de sus pecados e idolatrías, con la amenaza de castigo o recompensa.

Muchas de estas profecías han sido cumplidas más tarde.

Un segundo tema profético es la venida de un Mesías.

Los cristianos creen que estas profecías se cumplieron en Jesucristo, mientras que los seguidores del judaísmo rabínico todavía esperan la llegada del Mesías judío.

La mayoría de los cristianos creen que muchas profecías mesiánicas se cumplirán con la segunda venida de Cristo, aunque algunos cristianos (Preterismo Total) creen que ya se han cumplido todas las profecías mesiánicas.

jesus de pie

  

ALGUNAS PROFECÍAS QUE CUMPLIÓ JESUCRISTO

El Antiguo Testamento tiene, según los expertos, más de 300 profecías sobre Jesús.

El Evangelio de Mateo, en el Nuevo Testamento, nos señala eventos asociados con el nacimiento de Jesús que cumplen numerosas profecías del Antiguo Testamento dadas siglos antes de los acontecimientos que describen.

Mateo 1:22 presenta una declaración común en su Evangelio.

Él escribió,

“todo esto sucedió para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor por medio del profeta”.

Desde que usa esta frase en al menos una docena de pasajes, Mateo sabía que era importante señalar a sus lectores que muchos de los acontecimientos que describió cumplieron profecías específicas.

Vamos a echar un vistazo a algunas de estas antiguas profecías.

Primero describimos la profecía. Luego el pasaje del Antiguo Testamento donde está dicha la profecía. Y después el pasaje del Nuevo testamento donde se menciona el cumplimiento de esa profecía.

El Mesías nacería de una mujer: Génesis 3:15 – Cumplida en Mateo 1:20, Gálatas 4: 4

El Mesías nacería en Belén: Miqueas 5: 2 – Cumplida en Mateo 2: 1, Lucas 2: 4-6

El Mesías nacería de una virgen: Isaías 7:14 – Cumplida en Mateo 1: 22-23, Lucas 1: 26-31

El Mesías vendría de la línea de Abraham: Génesis 12: 3, Génesis 22:18 – Cumplida en Mateo 1: 1, Romanos 9: 5

El Mesías sería un descendiente de Isaac: Génesis 17:19, Génesis 21:12 – Cumplida en Lucas 3:34

El Mesías sería un descendiente de Jacob: Números 24:17 – Cumplida en Mateo 1: 2

El Mesías vendría de la tribu de Judá: Génesis 49:10 – Cumplida en Lucas 3:33, Hebreos 7:14

El Mesías sería heredero del Trono del Rey David:2 Samuel 7: 12-13, Isaías 9: 7 – Cumplida en Lucas 1: 32-33, Romanos 1: 3

El trono del Mesías será eterno: Salmo 45: 6-7, Daniel 2:44 – Cumplida en Lucas 1:33, Hebreos 1: 8-12

El Mesías pasaría una temporada en Egipto: Oseas 11: 1 – Cumplida en Mateo 2: 14-15

Una matanza de los niños sucedería en lugar de nacimiento del Mesías: Jeremías 31:15 – Cumplida en Mateo 2: 16-18

Un mensajero prepararía el camino para el Mesías: Isaías 40: 3-5  – Cumplida en Lucas 3: 3-6

El Mesías sería rechazado por su propio pueblo: Salmo 69: 8, Isaías 53: 3 – Cumplida en Juan 1:11, Juan 7: 5

jesus crucificado

El Mesías sería un profeta: Deuteronomio 18:15 – Cumplida en Hechos 3: 20-22

El Mesías sería precedido por Elías: Malaquías 4: 5-6 – Cumplida en Mateo 11: 13-14

El Mesías sería declarado Hijo de Dios: Salmo 2: 7 – Cumplida en Mateo 3: 16-17

El Mesías sería llamado nazareno: Isaías 11: 1 – Cumplida en Mateo 2:23

El Mesías traería luz a Galilea: Isaías 9: 1-2 – Cumplida en Mateo 4: 13-16

El Mesías hablaría en parábolas: Salmo 78: 2-4, Isaías 6: 9-10 – Cumplida en Mateo 13: 10-15, 34-35

El Mesías sería enviado a sanar a los quebrantados de corazón: Isaías 61: 1-2 – Cumplida en Lucas 4: 18-19

El Mesías sería llamado Rey: Salmo 2: 6, Zacarías 9: 9 – Cumplida en Mateo 27:37, Marcos 11: 7-11

El Mesías sería traicionado: Salmo 41: 9, Zacarías 11: 12-13 – Cumplida en Lucas 22: 47-48, Mateo 26: 14-16

El dinero del precio del Mesías sería utilizado para comprar el campo del alfarero: Zacarías 11: 12-13 – Cumplida en Mateo 27: 9-10

El Mesías sería acusado falsamente: Salmo 35:11 – Cumplida en Marcos 14: 57-58

El Mesías haría en silencio ante sus acusadores: Isaías 53: 7 – Cumplida en Marcos 15: 4-5

El Mesías sería escupido y golpeado: Isaías 50: 6 – Cumplida en Mateo 26:67

jesus y magdalena

El Mesías sería odiado sin motivo: Salmo 35:19, Salmo 69: 4 – Cumplida en Juan 15: 24-25

El Mesías sería crucificado con criminales: Isaías 53:12 – Cumplida en Mateo 27:38, Marcos 15: 27-28

Al Mesías le sería dado a beber vinagre: Salmo 69:21 – Cumplida en Mateo 27:34, Juan 19: 28-30

Las manos y los pies del Mesías serían horadados: Salmo 22:16,Zacarías 12:10 – Cumplida en Juan 20: 25-27

El Mesías sería burlado y ridiculizado: Salmo 22: 7-8 – Cumplida en Lucas 23:35

Los soldados se sortearían las prendas del Mesías: Salmo 22:18 – Cumplida en Lucas 23:34, Mateo 27: 35-36

Los huesos del Mesías no se romperían: Éxodo 12:46, Salmo 34:20 – Cumplida en Juan 19: 33-36

El Mesías iba a rezar por sus enemigos: Salmo 109: 4 – Cumplida en Lucas 23:34

Los soldados perforarían el costado del Mesías: Zacarías 12:10 – Cumplida en Juan 19:34

El Mesías sería enterrado con los ricos: Isaías 53: 9 – Cumplida en Mateo 27: 57-60

El Mesías resucitaría de entre los muertos: Salmo 16:10, Salmo 49:15 – Cumplida en Mateo 28: 2-7, Hechos 2: 22-32

El Mesías ascendería al cielo: Salmo 24: 7-10 – Cumplida en Marcos 16:19, Lucas 24:51

El Mesías se sentaría a la diestra de Dios: Salmo 68:18, Salmo 110: 1 – Cumplida en Marcos 16:19, Mateo 22:44

estatua de cristo en el templo de sal

  

Y LO SORPRENDENTE ES EL DETALLE DE CÓMO SE CUMPLIÓ

Porque hace 2000 años surgió una historia descabellada si es mirada con ojos humanos.

Una Virgen fue fecundada por Dios, dio a luz al hijo de Dios y continuó siendo virgen.
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Y el hijo de Dios se hizo hombre con la misión de morir crucificado para expiar los pecados de los hombres.

¿Cómo se puede creer en la historia de una virgen fecundada por Dios, cuyo hijo se inmoló para perdonarnos?

Una historia absurda y poco convincente si alguien quisiera convencer a la humanidad para que adhiera a una religión.

Sin embargo está funcionando. Hoy más de 2 mil millones de cristianos creen este ‘cuento’ de alguna manera.

Sin embargo hay otra cantidad de personas a quienes les parece increíble.

Y en estas fechas en que los cristianos celebran el nacimiento de Jesús, se suele debatir si el Jesús histórico de tal relato descabellado existió o no.

La afirmación de los detractores de Jesús histórico parte de la base de que en realidad no sabemos mucho acerca de Jesús y de ahí llegan a que Jesús nunca existió.

También hay quienes dicen que aunque hubo un Jesús de Nazaret, era un rabino común de la época, y su imagen fue tomada después de su muerte para inventar un mesías divino.

  

LAS DUDAS SOBRE LA EXISTENCIA DEL JESÚS HISTÓRICO

«Hay buenas razones para dudar de la existencia histórica de Jesús – si no pensar que es improbable su existencia» escribió en una columna publicada en The Washington Post, Raphael Lataster, profesor de estudios religiosos en la Universidad de Sydney. 

Lataster es el autor de «No hubo Jesús, no hay dios« que es uno del creciente número de libros y artículos que cuestionan la existencia misma de Jesús.

«Jesús de Nazaret no fue más que una leyenda urbana (o del desierto), probablemente una aglomeración de varios crédulos rabinos que podrían haber existido» escribió Michael B. Paulkovich en un artículo en junio pasado en la revista Free Inquiry titulado, «La fábula de Cristo«.

icono del nacimiento

Hay muchos libros que expresan más o menos lo mismo:

Christ’s Ventriloquists” de Eric Zuesse (2012); “Proving History: Bayes’s Theorem and the Quest for the Historical Jesus” de Richard Carrier (2012); “Nailed: Ten Christian Myths That Show Jesus Never Existed at All” de David Fitzgerald (2010); “The Jesus Mysteries: Was the ‘Original Jesus’ a Pagan God?” de Timothy Freke and Peter Gandy (2001); “Deconstructing Jesus” de Robert Price (2000).

  

QUE SOSTIENEN ESTOS DETRACTORES

Su tesis general, incluye una serie de argumentos:

Los Evangelios fueron escritos décadas después de que Jesús supuestamente vivió.

Ellos no son fiables porque fueron escritos por los promotores del mito cristiano.

Los relatos de los Evangelios son sospechosamente incompletos, con pocos detalles de la vida de Jesús.

Muchos elementos de los Evangelios se contradicen entre sí.

No hay referencias contemporáneas a Jesús de fuentes no cristianas.

La muerte y resurrección de Jesús es similar otros mitos paganos de la época.

La gran mayoría de los estudiosos de la Biblia están en desacuerdo con estos argumentos, sea cual fuere lo que piensen de Jesús como una figura religiosa.
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E incluso muchos de ellos están tratando de desacreditar a los detractores.

relieve de marfil del nacimiento

  

LOS ARGUMENTOS CONTRA LOS DETRACTORES

Lawrence Mykytiuk de la Universidad de Purdue, ha escrito en Biblical Archaeology Review examinando fuentes extra-bíblicas de escritores contemporáneos fuera del Nuevo Testamento, que dan fe de la existencia de Jesús.

«Por lo que sabemos, ninguna persona antigua jamás argumentó seriamente que Jesús no existió» escribe Mykytiuk.

Y cita a escritores paganos y judíos de la época que afirmaban la existencia de Jesús.

Bart Ehrman de la Universidad de Carolina del Norte, un destacado estudioso del Nuevo Testamento – y un evangélico que se volvió agnóstico – escribió una refutación detallada en su libro de 2012 titulado «¿Existió Jesús?: El argumento histórico de Jesús de Nazaret«.

Los creyentes y los escépticos pueden discutir entre ellos sobre quién es exactamente Jesús y lo que quiso decir, dijo Ehrman en una entrevista.

Pero el argumento de que Jesús no existió «es una propuesta muy ridícula».

Ehrman dice que más allá de las referencias no cristianas a Jesús de la época, los estudiosos pueden trazar elementos en los Evangelios poco después del momento en que Jesús murió.

Ese hecho, y los detalles históricos de los Evangelios, han convencido «virtualmente todos los eruditos en el mundo occidental» de que Jesús existió.

Él señala que mientras que el apóstol Pablo nunca conoció a Jesús personalmente – un punto que los negadores de Jesús a menudo mencionan – en sus muchos escritos del Nuevo Testamento, Pablo menciona que él conoce al hermano de Jesús, Santiago. 

«¡Si Jesús no existió, uno pensaría que su hermano lo sabría!», dice Ehrman.

Pero el argumento más convincente de Ehrman, de que Jesús fue una persona real es que no hubiera tenido ningún sentido inventar un Mesías crucificado.
.
Porque eso es lo contrario de lo que todos esperaban en el momento.
.
En otras palabras, no era un buen argumento de ventas.

Además, si Jesús fue el producto de una conspiración, uno podría pensar que los conspiradores hubieran contado la historia de una modo preciso y no hubieran dejado un montón de detalles contradictorios.

Por otra parte, dice Ehrman, no hay analogía en el mundo pagano de la época, de un ser humano que murió y resucitó de entre los muertos y luego fue exaltado como un ser divino.

Así que ¿por qué argumentan que Jesús fue un engaño persistente?

Por un lado, dice Ehrman,

«hay un montón de gente que ama las teorías de conspiración, y este es un tema brillante».

Pero esto se incrementa con la aparición de los «nuevos ateos» que están visiblemente en la búsqueda de criticar y socavar la religión y de luchar contra los guerreros de la cultura religiosa.

Estos neo-ateos, parecen querer tomar un atajo en la lucha contra el cristianismo con el argumento de que Cristo no existió.

«Creo que las personas que toman este punto de vista están realmente disparándose en los pies», dijo Ehrman.

«Si lo que quieren hacer es contrarrestar el cristianismo, entonces realmente deben hacerlo sobre una base intelectual sólida en lugar de discutir algo que es francamente tonto».

pastores adorando a jesus

  

TAMBIÉN SOBRE LA VIRGEN MARÍA

Pero en esta época los neo ateos se centran más específicamente en el nacimiento virginal de Jesús.

Porque es difícil ‘vender’ que una joven adolescente soltera queda embarazada, pero el padre no es un hombre, sino Dios mismo.
.
Y la chica es virgen y (algunos creen) sigue siendo virgen incluso después de que ella da a luz a su bebé.

Esa historia del nacimiento por una Virgen es uno de los principios centrales de la fe de 2 mil millones de cristianos en el mundo.

La historia es afirmada por todas las ramas del cristianismo, desde la ortodoxia oriental al mormonismo, desde los católicos a los protestantes.

Sin embargo muchos teólogos y pastores dicen que el nacimiento virginal se subestima en la época navideña, por encontrar la idea difícil de tragar.

De modo que muchos creyentes prefieren centrarse en el pequeño bebé en el pesebre en lugar de la forma inusual en que llegó allí.

Pero para otros cristianos, el nacimiento virginal es un tema clave.

Puede haber ambigüedades sobre otros milagros bíblicos, tales como si Jesús realmente fue capaz de convertir el agua en vino, pero el nacimiento virginal debe ser aceptado como un evangelio.

  

SI NO SE CREE EN EL NACIMIENTO VIRGINAL GRAN PARTE DEL CRISTIANISMO SE DESMORONA

«Eliminar la milagrosa de Navidad es eliminar la historia central del cristianismo», dice Gary Burge, profesor de Nuevo Testamento en el Wheaton College.

«Sería desmantelar el centro del pensamiento cristiano y quitar la clave de la teología cristiana».

¿Por qué el nacimiento virginal es el eje central del cristianismo? ¿Fue un milagro o una metáfora?

Pietro-Cavallini-adoracion de los reyes magos

Para Burge, un evangélico autor de «Preguntas de Teología que todo el mundo pregunta«, el nacimiento virginal es esencial.

Su pensamiento es el siguiente:

Si Jesús no nació de una virgen, entonces él no era el hijo de Dios.
.
Si él no era el hijo de Dios, entonces no fue más que otro hombre crucificado.
.
Y no el sacrificio que habría de redimir los pecados del mundo.

«En Jesús, no tenemos un profeta que habla simplemente como ser humano acerca de Dios.

Tenemos al hijo de Dios, que nos presenta al Padre», dice.

«Es una diferencia absolutamente enorme. 

Al poner en peligro el nacimiento virginal el cristianismo se convierte simplemente en un gesto humano en lugar de una revelación divina».

  

UNA HISTORIA DIFÍCIL DE CREER

Pero el nacimiento de Jesús se encuentra en sólo dos de los cuatro EvangeliosEn Mateo, un ángel le dice a José:

«No temas recibir a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo«.

En Lucas, un ángel le dice a María:

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra

Por lo tanto, el niño a nacer será llamado santo – el Hijo de Dios».

La famosa respuesta de María«¿Cómo puede ser esto?» – se ha hecho eco en los escépticos y los creyentes desde entonces.

virgen con el nino

Algunos estudiosos ven en la ausencia del nacimiento virginal en los otros dos Evangelios, Juan y Marcos, como prueba de que la historia se originó después de la muerte de Jesús.

Como  una manera de hacer que Jesús fuera especial, para demostrar que era quien decía que era a un mundo escéptico.

Pero Ben Witherington, profesor de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Asbury, se pregunta:
.
¿Por qué iba alguien a querer crear una nueva religión sobre una historia tan descabellada?

«Mateo y Lucas se sienten obligados a contarnos la historia, ya que están totalmente convencidos de que es lo que pasó», dice.

«Nadie podría creerles a menos que hubiera evidencia clara y convincente de que sucediera. 

Si sólo hubieran querido bonitas metáforas no hubieran puesto los pelos de punta de nadie, esta no una la historia adecuada pare ello».

  

¿SÓLO UNA METÁFORA?

La historia se consolidó por el 381 dC, en el Credo de Nicea, una profesión de fe utilizada por todas las ramas del cristianismo excepto el mormonismo.

Aunque diferentes versiones varían en la redacción exacta, el credo dice de Jesús

«y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre»

Pero algunos cristianos contemporáneos lo ven como una metáfora, no un milagro.
.
Para John Shelby Spong, un obispo episcopal retirado y autor de «Nacido de Mujer«, la historia se vuelve más poderosa cuando es despojada de sus elementos sobrenaturales.

«María tenía que producir sin perder su virginidad y eso es un truco interesante», dijo el famoso liberal Spong.

«Creo que denigra nuestra humanidad

La biología es maravillosa – un hombre y una mujer se aman y crean un niño que representa a los dos, y creo que es un símbolo poderoso y maravilloso».

Sin embargo repensar a María de ese modo va demasiado lejos para Christian Smith, sociólogo de la religión de Notre Dame.

«Si Dios no es capaz de un milagro como el nacimiento virginal, entonces, ¿qué clase de Dios es este?», dice.

«Si se abandona la doctrina de que Jesús es plenamente Dios y plenamente humano, entonces se convierte en sólo un gran maestro. 

Pero entonces ¿cuál es el punto de la muerte en la cruz si no ata a Dios encarnado con Dios con nosotros?»

Gay Byron, ministro presbiteriano y profesor de Nuevo Testamento en la Universidad de Howard, dice que una de las razones de que algunos cristianos cuestionen el nacimiento virginal es que la Iglesia ha hecho un mal trabajo en explicarlo.

«Esta historia importa hoy tanto como importaba hace más de 2000 años

Así que los que creemos seguiremos compartiendo la historia y abriendo nuevas posibilidades para conectarla a la realidad en nuestro mundo de hoy».

  

TE DARÉ UNA SEÑAL: «UNA VIRGEN CONCEBIRÁ Y DARÁ A LUZ UN NIÑO»

Desde el principio había sido predicho por Dios.

María, la Mujer del Génesis: Virgen al concebir, virgen al dar a luz. Virgen después del parto.

Porque, ¿para qué querría Dios mantener la virginidad de la Madre de Su Hijo durante el parto, si no era para que esa virginidad fuera eterna?

La palabra es clara y transparente para aquellos que alaban a Dios y se vuelve oscura y misteriosa para los incrédulos.

Un pequeño Niño, un pesebre, una pequeña ciudad.

“Y tú, Belén Efrata, no eres la más pequeña entre las ciudades de Judea, porque de ti nacerá el que será gobernante de Israel”. (Miqueas 5:2).

La historia fue cumpliéndose poco a poco.

Y sobrevino el final, que fue un principio.

«Sobre mi espalda araron los aradores, abrieron grandes surcos» (Salmo 129).

“Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos». (Salmo 22).

Lo que para nosotros los creyentes alcanza y sobra, para los incrédulos no sirve.

“Por más que escuchen no entenderán, por más que miren, no verán.

Pues la mente de este pueblo está entorpecida, tienen tapados sus oídos y sus ojos están cerrados.

Para que no puedan ver ni oír, ni puedan entender, para que no se vuelvan a Mí y Yo no los salve”. (Isaías 6:9. Mateo 13: 14-15)

¡Qué diáfana Tu presencia, Señor, qué claro Tu mensaje, qué irresistible Tu ejemplo!

Haz, Señor, que nosotros, los que hemos tenido la bendición de recibir Tu mensaje y creer en él, perseveremos con Tu Gracia en la Fe para que las tentaciones del mundo no puedan confundir nuestros sentidos abiertos a Ti. Amén.

Fuentes:



María de los Ángeles Pizzorno de Uruguay, Escritora, Catequista, Ex Secretaria retirada

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La VIDA DE JESÚS en 20 Pasos [desde que fue concebido hasta que resucitó]

Los cristianos siempre han deseado tener un cuadro claro y cronológico de la vida de Jesús.

Es un deseo que humanamente se comprende bien.

Aquí desarrollamos su historia en una secuencia 20 pasos, comenzando con su nacimiento.

vitral de jesus supremo pastor fondo

Las páginas que siguen acerca de este tema tienen que ir marcadas con muchos signos de interrogación.
.
Pero ya la mera referencia a esas interrogantes acentúa el colorido del cuadro. 

La mayor virtud de este artículo es el ordenamiento de los sucesos en la vida de Jesús, porque las fechas que maneja son discutibles.

 

NACIMIENTO DE JESÚS, INFANCIA Y JUVENTUD

 

1. La fecha del nacimiento de Jesús

No podemos establecerla con seguridad. A pesar de lo cual hay ciertos puntos de apoyo:

a) Un terminus ante quem (fecha “antes de la cual” no se puede poner) es la fecha de la muerte de Herodes el Grande, ocurrida en la primavera del 750 ab urbe condita (el 750 de la fundación de Roma).

Ahora bien, ese año corresponde al año 4 antes de Cristo — pues no hay un año 1 a.C. ni un año 1 d.C. —, porque el año primero cristiano corresponde al 753 ab urbe condita.

Puesto que Herodes aún vivía cuando nació Jesús, éste debió nacer antes del año 4 de la era cristiana.

Evitaremos la contradicción que supone decir que Cristo nació “antes de Cristo” y hablaremos mejor del cómputo o de la era cristiana.

b) El censo del que habla Lc 2:13 correspondió probablemente en los territorios de Herodes a los años 107 a.C., luego de que sus relaciones con Roma se perturbasen el año 8 a.C.

Si el nacimiento de Jesús ocurrió durante el período del censo en cuestión, la fecha de dicho acontecimiento habría que colocarla entre los años 7 a 4 antes de la era cristiana.

c) Las investigaciones sobre la aparición de la estrella (“la estrella de Belén”), que los astrónomos sitúan en el año 7 a.C., confirman así mismo el año 7 antes de la era cristiana como el año del nacimiento de Jesús.

Pese a todos los problemas que ello comporta hay que establecer como año primero el de la conjunción de los astros.

Algunos opinan que el cómputo del tiempo el nacimiento de Cristo probablemente está retrasado en siete años.

Error que fácilmente pudo introducirse porque hasta el siglo VI de la era cristiana nadie había establecido una relación cronológica entre los datos de la vida de Jesús y los cómputos vigentes del tiempo.

Y el reparar algo así resulta extraordinariamente difícil.

En los años 523-525 el sabio monje Dionisio — que a sí mismo se llamaba “Dionysius Exiguus,” Dionisio el Exiguo — investigó la fecha alejandrina de la pascua.

El año 525 publicó Dionisio su Líber de paschate (Calendario pascual), en el cual ofrecía también un cómputo sobre el tiempo de la vida de Jesús.

Para ello utilizó los distintos datos de los Evangelios y los relacionó con los dos cómputos habituales por aquella época: el cómputo ab urbe condita (o de la fundación de Roma), que desde luego resultaba más bien de un valor meramente literario frente al otro cómputo, que era el año del acceso al trono del emperador Diocleciano.

El día del acceso al trono de Diocleciano lo fijaba Dionisio para el 29 de agosto del 284 d.C., y el año de la fundación de Roma tendría que haber sido el año 754 a.C.

En dicho cálculo había fallos que se debían sobre todo a la fórmula de Lucas, según la cual cuando Jesús compareció en público “tenía como unos treinta años” (Lc 3:23).

En el año 1606 Kepler señalaba (De Jesu Christi salvatoris nostri vero anno natalitio) que el año 7 a.C. era el año del nacimiento de Jesús, después de haber calculado el año de la conjunción de los astros.

Desde entonces son muchos los biblistas que han rechazado una y otra vez el establecer una conexión seria entre la aparición de la estrella y el nacimiento de Jesús.

Ello impondría cautela sobre las consecuencias que se han sacado del año de la aparición de la estrella.

nacimiento en la gruta de belen

 

2. La época del año en que nació Jesús

Es difícil de establecer; sólo cabe combinar algunos datos, sin llegar a resultados seguros.

El relato de los pastores — en el caso de que pueda tener alguna significación histórica — indica que al tiempo de nacer Jesús los rebaños pernoctaban al aire libre, cosa que ocurría de hecho desde marzo hasta finales de octubre.

Con ello tendríamos esas fechas para situar el nacimiento de Jesús: marzo  finales de octubre (del año 7 a.C.).

Mas, dado que en Belén durante el verano los campos no dan hierba alguna, que sólo brota tras las primeras lluvias otoñales, cabría suponer que los rebaños se concentraban en Belén principalmente antes del verano, por los meses de marzo-abril.

Y como hemos de suponer también que los trabajos del censo descansaban en pleno verano y durante la época de las lluvias invernales.

Por ese lado no habría nada que oponer a la fecha de marzo-abril para el nacimiento de Jesús, aunque tampoco esto suponga una confirmación de tal fecha.

¿Y por qué no se habla de la noche del 24-25 de diciembre?

Esa noche era una noche de fiesta pagana ya desde el año 275; en ella celebraban los romanos la primera noche del solsticio de invierno, en la que ya se advierte el acortamiento de las horas de oscuridad.

Era la noche del natalis Solis invicti (el natalicio del Sol invicto, es decir, del invicto dios del Sol).

Como los cristianos nuevos, cuyo número aumentaba de día en día después del año 311 (fecha en que el emperador Constantino permitió el cristianismo en el imperio romano), a pesar de su cristianismo se sintieran atraídos a celebrar la fiesta pagana del Sol, la Iglesia cristiana de Roma hizo de esa fiesta el día del nacimiento del “Sol de justicia” (es decir, la festividad natalicia de Jesucristo).

Ello ocurrió con toda seguridad entre los años 311 y 336 (para ese último año la fiesta ya está documentada).

La visita de los magos — en el caso de que también se la quiera incorporar a la cronología — habría que situarla de un modo más seguro a comienzos de diciembre (del año 7 antes de la era cristiana), porque en esas fechas apareció la conjunción astral en el cielo vespertino.

Pero los sabios vieron la estrella cuando viajaban de Jerusalén a Belén.

Y aunque Heredes solía pasar la mayor parte de los inviernos en Jericó, ello no tendría que suponer ningún impedimento para aceptar diciembre como fecha de la visita de los magos, ya que, con motivo de la fiesta de la Dedicación del templo, Herodes pudo haber pasado algunos días en Jerusalén.

Pese a lo cual también es posible que la aparición de la estrella a los sabios ocurriera en el equinoccio de septiembre-octubre, cuando la estrella era visible en la noche.

Resulta sin embargo dudoso que una caravana se ponga en marcha en pleno verano para un viaje de seis semanas a través del desierto. Por ello resulta más verosímil la fecha de diciembre.

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3. La huida a Egipto

Siguió a la visita de los magos; pudo, pues, muy bien haber ocurrido en el invierno de los años 76 antes de la era cristiana.

Como Herodes el Grande murió en la primavera del año 4, la estancia en Egipto de la sagrada familia se habría prolongado al menos durante dos años (desde el invierno de los años 76 hasta la primavera del año 4).

La matanza de los inocentes por mandato de Herodes habría que colocarla en la primavera del año 6, tal vez después de que Herodes había regresado a Jerusalén de su estancia invernal en Jericó: escasamente un año después de la ascensión helíaca de la estrella.

Para excluir cualquier incertidumbre Herodes ordenó la muerte de todos los niños varones desde dos años de edad, con lo que incluía en su orden como años completos los dos años que empezaban en la primavera del año 7 antes de nuestra era.

Tras la muerte de Herodes (el año 4) pudo José retrasar algún tanto el regreso en espera de que se tranquilizasen las cosas.

Y sólo entonces regresó a Israel con María y el niño Jesús.

Desde aproximadamente el otoño del año 4 antes de nuestra era vivió la sagrada familia en Nazaret.

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4. Jesús tenía doce años, cuando estalló la sublevación de Judas de Galilea en los antiguos territorios herodianos

Ello explica también, en el relato de Lucas, el hecho sobre todo de que los peregrinos viajasen “en grupo” o “en caravanas” (Lc 2:44), porque eran tiempos inseguros.

La atmósfera de rebelión influyó con toda seguridad en las discusiones de los letrados en el templo, por lo que no se puede excluir que las enseñanzas sobre el Mesías hubieran retenido a Jesús en el templo.

Resultarían por tanto aproximadamente estas fechas: Concepción de Jesús en junio-julio del año 8 antes de nuestra era (la marcha de María a las montañas también en junio-julio del año 8)

Nacimiento de Juan Bautista y regreso de María a Nazaret en septiembre-octubre de ese mismo año 8.

Viaje a Belén en febrero-marzo del año 7 (siempre antes de nuestra era).

Nacimiento de Jesús en marzo-abril del año 7 (la duración del viaje pudo ser de cuatro días).

Circuncisión de Jesús a los 8 días después del nacimiento.

Rescate de Jesús en el templo en abril-mayo del año 7.

Visita de los magos a comienzos de diciembre de ese mismo año (lo más pronto a finales de septiembre del año 7).

Huida a Egipto entre mediados de diciembre del año 7 y la primavera del año 6.

Matanza de los inocentes de Belén en la primavera del año 6.

Muerte de Herodes el Grande en marzo del año 4 antes de la era cristiana.

Regreso de la familia de José a Nazaret a finales de verano o en el otoño del año 4

Viaje a Jerusalén, cuando Jesús tenía doce años y se perdió, el año 6 de la era cristiana.

Sin embargo, por concluyentes que puedan parecer estos cálculos, sólo tienen un fundamento, si los acontecimientos de los que se parte son acontecimientos realmente históricos.

La marcha de María a la región montañosa para visitar a su prima Isabel, la madre de Juan (Bautista), sólo puede ser histórica si la tal Isabel era realmente su pariente o conocida, y no sólo un elemento de predicación que pretende señalar cómo Jesús es el salvador de los necesitados, y que Lucas referiría para mostrar que Jesús lo había sido ya desde antes de nacer.

Lo mismo con la visita de los magos posiblemente sea sólo una narración, sin ninguna pretensión histórica, que pretendía anunciar sobre todo a los judíos la vocación de todos los pueblos a la comunidad de Jesús, resulta problemático que la “estrella de Belén” tenga tanto valor para señalar la fecha del nacimiento de Jesús.

Naturalmente, hay que contar también con la posibilidad de que el autor de la narración de los magos (Mt 2:1-12) la haya inventado, pero relacionándola con la conjunción de los planetas que él conocía.

De ese modo la aparición de la estrella seguiría siendo una indicación cronológica, aunque para el autor se tratase de una imagen simbólica y de una referencia “al recién nacido rey de los judíos” (Mt 2:2), si bien su nacimiento no estaría tan estrechamente ligado a la aparición de la estrella como querríamos deducir del texto.

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EL MINISTERIO PÚBLICO

Según los Sinópticos habría durado aproximadamente año y medio; pero el Evangelio de Juan sugiere una actividad pública de Jesús más larga.

Esta contradicción ha hecho reflexionar mucho a los comentaristas. Tal vez sea insoluble.

Cabe, sin embargo, una propuesta razonable de solución, suponiendo por ejemplo que los Sinópticos sólo pretenden abarcar la última y decisiva fase de la vida de Jesús, mientras que Juan tendría ante los ojos todo el período que media entre el bautismo y la crucifixión.

Habría que suponer, además, que los Sinópticos pasan inmediatamente del bautismo y tentación de Jesús al último año decisivo.

O mejor, que han resumido todos los acontecimientos en un año, mientras que el Evangelio de Juan después del bautismo de Jesús y su ayuno de cuarenta días empieza con el tiempo en que Jesús todavía actuó a la sombra del Bautista, dando a entender claramente una actividad de Jesús más prolongada.

Como quiera que sea, la “cronología corta” de los Sinópticos no constituye una contradicción de la “cronología larga” del evangelista Juan, ya que se puede encajar bien en los períodos de tiempo señalados por el cuarto Evangelio.

La “cronología larga,” que puede establecerse según el Evangelio de Juan, se apoya sobre todo en los relatos de las visitas de Jesús a Jerusalén, con lo que resultan varias fiestas de Pascua celebradas por Jesús.

Los Sinópticos, en cambio, sólo refieren extensamente una visita de Jesús a la capital: la visita para la Pascua de la pasión.

Mas también los Sinópticos dan a entender — por ejemplo, Mt 23:37 — que Jesús acudió varias veces a Jerusalén: “Jerusalén, Jerusalén… ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos…!”

También de Lc 9:53; 13:15; 17:11 hay que concluir la existencia de varios viajes a Jerusalén, aunque no sea posible sacar conclusiones más precisas al respecto.

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5. El bautismo de Jesús

Debió de haber tenido lugar entre la aparición de Juan Bautista y su encarcelamiento.

Para la presentación en público del Bautista se señala el año quince del gobierno del emperador Tiberio (Lc 3:1); ese año correspondió al 28 d.C.

Los otros datos que Lc 3:12 concuerdan con ello: Poncio Pilato era procurador de Judea desde el año 26 d.C.; Herodes Antipas era tetrarca de Galilea (desde el 4 a.C. al 39 d.C.); Filipo, su hermano, era tetrarca de Iturea (del 4 a.C. al 34 d.C.) y eran sumos sacerdotes Anas y Caifas.

Así pues, ese año 28 d.C. viene refrendado por los paralelos cronológicos, aunque la fecha no pueda precisarse con la exactitud que desearíamos.

Para dar un dato preciso podríamos decir que Juan Bautista ejerció su ministerio público desde la primavera del año 28 d.C.

Como según la cronología que proporciona el Evangelio de Juan, la encarcelación de Juan Bautista hay que ponerla en el otoño del 29 ó del 30 d.C., entonces el bautismo de Jesús se situaría en la primavera de los años 28, 29 ó 30 d.C.

Estando a la cronología del mismo cuarto Evangelio, parece preferible la primavera del año 29 para el bautismo de Jesús, si el año de su muerte fue el 32 d.C., como preferimos pensar.

Adoptamos, pues, la primavera del año 29 d.C. como el tiempo del bautismo de Jesús (podría haber sido hacia febrero).

La permanencia de Jesús en el desierto hay que conectarla directamente con el bautismo, según el texto: “Luego el Espíritu lo impele al desierto” (literalmente según Mc 1:12).

Lo que no podemos es concluir de los “cuarenta días” de ayuno que la estancia de Jesús en el desierto se prolongó hasta el mes de abril, ya que los “cuarenta días” es un número esquemático que se refiere a la permanencia de Moisés en el Sinaí durante ese período de tiempo.

Jesús aparece así como el nuevo legislador en paralelismo con el viejo legislador Moisés. Con otras palabras, no se puede establecer una duración precisa de la permanencia de Jesús en la montaña de Judá.

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6. La primavera prepascual el 29 d. C.

Tras su estancia en el desierto Jesús regresó al Jordán, donde Juan el Bautista le traspasó dos de sus discípulos: Juan y Andrés.

Estos consiguieron — en el Jordán o de camino hacia Galilea — que se les uniesen Simón Pedro, Felipe y Natanael (Jn 1:35-51).

Con esos cinco discípulos llegó Jesús “al tercer día” a Cana, donde encontró a su madre, que estaba invitada a una boda, y también encontró allí a sus hermanos (Jn 2:12).

Con su madre, sus hermanos y sus discípulos pasó por Nazaret, camino de Cafarnaúm: en Nazaret debió de haberse reunido el consejo de familia, pues Jesús, sus hermanos y su madre bajan desde allí a Cafarnaúm (Jn 2:21).

Algunos días después marchó Jesús con sus (cinco) discípulos a Jerusalén con motivo de la fiesta de Pascua.

 

7. La Pascua del 29 d.C.

En esa fecha empezó Jesús su actividad de juez mesiánico con la purificación del templo (Jn 2:13-22).

Con ocasión de esa visita pascual celebró Jesús su encuentro con Nicodemo (Jn 3:1-21), si mantenemos la sucesión joánica de las perícopas, que evidentemente podría ser histórica

 

8. De comienzos del verano a noviembre del 29 d. C.

A principio del verano se dirigió Jesús de Jerusalén al Jordán, donde había recibido el bautismo de Juan, predicó e hizo que sus discípulos bautizasen a la gente.

Cuando supo que los fariseos lo vigilaban y llevaban a mal la afluencia de gente que provocaba, partió hacia Galilea pasando por Samaría.

Por las mismas fechas bautizaba también Juan aguas arriba del río (Jn 3:22-24).

En ese viaje por Samaría tuvo tal vez lugar el encuentro con la samaritana junto al pozo de Jacob (Jn 4:142).

En Cana le salió al paso un funcionario de la corte suplicándole que curase a su hijo (Jn 4:43-45). Ese viaje de regreso podría colocarse en noviembre del 29.

Cabe suponer que desde el Jordán Jesús se acercó a Jerusalén para la celebración de las fiestas de Pentecostés y Tabernáculos.

 

9. Entre finales del 29 y el otoño del 30 d. C.

Incluso ya en la primavera del 31 es difícil de establecer una secuencia cronológica.

Ethelbert Stauffer deja correr “diez meses tranquilos” entre Jn 4:54 y Jn 5:1.

Con seguridad hay que colocar en ese período el encarcelamiento de Juan Bautista y su ejecución.

Por ello no se puede decir que fueran “meses tranquilos” en el sentido de que Jesús se retirase.

Su actividad debió de suscitar una gran conmoción, hasta el punto de que Juan Bautista, encarcelado, tuvo noticias de todo ello por sus propios discípulos y le mandó a decir: “¿Eres tú el que ha de venir?” (Mt 11:3).

Eso debió de ocurrir lo más tarde en el otoño del 30, y ciertamente en Judea.

Cabría ordenar muy bien los acontecimientos entre el 29 y el otoño del 30 de este modo:

Primero una actividad más tranquila en Galilea, debido tal vez a la crítica de los discípulos de Juan Bautista.

Marcha, así mismo tranquila, para la festividad pascual en Jerusalén, y quizá también para celebrar allí la fiesta de Pentecostés del año 30.

En ese tiempo ocurrieron ciertamente la curación de la suegra de Pedro, la curación de un tullido y de muchos otros enfermos.

Más tarde, a finales de verano del 30 d.C., llamamiento de los apóstoles y, tras la encarcelación del Bautista, una comparecencia sonada en Galilea.

Ahí habría que poner probablemente un sermón de la montaña como predicación programática, la curación de un leproso (Mt 8:14), la curación de un criado del centurión (Mt 8:5-13), la curación de un poseso (Mt 12:22-24; Lc 11:14), una predicación junto al mar (Mc 4:1-34), la tempestad calmada y los sucesos de Gerasa (Mc 4:3 55:21), el encuentro con la hija de Jairo (Mc 5:22-43), el fracaso en Nazaret (Mc 6:26), el envío de los apóstoles (Lc 9:1), la predicación en Judea — de camino hacia la fiesta de Tabernáculos, a fines de septiembre — y la pregunta del Bautista (Lc 7:18-28).

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10. En octubre del año 30 d.C.

Es decir, tras la pregunta que le mandó formular Juan, y probablemente también después de la muerte del precursor, encontramos a Jesús en “una fiesta” de los judíos en Jerusalén.

Si traducimos el texto griego de Jn 5:1 en su tenor literal tendremos: “Después de esto se celebraba una fiesta de los judíos”; esa fiesta no podía ser otra que la de Tabernáculos.

Y en ella pondría el cuarto Evangelio la curación de la piscina de Betesda (Jn 5:115).

Políticamente, el año 30 d.C. fue un año peligroso para el judaísmo.

Sejano, el hombre fuerte de Roma y el mayor enemigo de los judíos en la historia romana, retiró al gran consejo la autoridad para decretar la pena capital, dejando en sus manos únicamente la jurisdicción sobre asuntos religiosos.

 

11. En enero del 31 d.C.

Obtuvo Sejano el consulado en compañía de Tiberio.

En ese tiempo Pilato, que era amigo de Sejano, debió de recibir el título de “amigo del César” (amicus Caesaris, cf. Jn 19:12).

 

12. Primavera del 31 d.C.

Ya antes de la Pascua las esperanzas mesiánico – políticas de Galilea se habían concentrado de tal modo en la persona de Jesús que sólo podía recorrer el país rodeado de grandes muchedumbres (de hombres sobre todo).

El relato de la multiplicación de los panes (Jn 6:113) muestra a Jesús en medio de una de esas multitudes que lo buscaban como al Mesías.

Tuvo que escapar de ellos porque querían hacerlo rey (Jn 6:15).

Después tuvo lugar un enfrentamiento con los judíos en la sinagoga de Cafarnaúm en torno al tema de la palabra de Dios como donadora de vida, que el apóstol Juan (Jn 6:2271) ha transmitido como un discurso eucarístico.

Pascua del 31 d. C.: Jesús está en Jerusalén para celebrar la Pascua; es una fiesta que ni siquiera Juan menciona.

Mas, dado que Jesús observó fielmente esas fiestas de peregrinación y ni siquiera sus enemigos le reprocharon jamás el que no las hubiera practicado, hemos de suponer que también en aquella festividad pascual acudió a Jerusalén.

 

13. De Pascua a la fiesta de Tabernáculos del 31 d. C.

Permaneció Jesús en Galilea.

Para escapar a las pesquisas del gran consejo, por una parte, y al agobio de la multitud que le seguía incansable, por la otra, Jesús buscó un respiro retirándose a la región de Tiro y Sidón (Mc 7:2430).

Al regreso de allí habría que colocar la denominada “segunda multiplicación de los panes” (Mc 8:19), si es que tuvo efecto una tal segunda multiplicación.

Nueva peregrinación, por los mismos motivos, a la región de Cesárea de Filipo.

Confesión mesiánica de Pedro (Mc 8:2734). En ese viaje Jesús habló de su pasión (Mc 8:3032).

A finales del verano del 31 corresponde la ascensión al monte Tabor (Mc 9:19) con los sucesos subsiguientes al pie del monte (Mc 9:1328).

Todos los evangelistas hacen seguir otro anuncio de la pasión (Mc 9:2931), a propósito de lo cual estalló una discusión entre los discípulos (Mc 9:3236).

En septiembre del 31 partió Jesús hacia Jerusalén para la fiesta de Tabernáculos (Jn 710).

 

14. La fiesta de Tabernáculos

Tuvo una importancia decisiva en la vida de Jesús, y en cualquier caso ésta fue la última fiesta de Tabernáculos antes de su muerte — cualquiera sea la duración que supongamos para el ministerio público de Jesús.

De acuerdo con la cronología que aquí proponemos (como una posibilidad), es la fiesta del año 31. He aquí algunos datos relativos a la fiesta:

Duraba siete días, más otro final (el cierre o conclusión).

No sabemos cuándo llegó Jesús a la fiesta; pero en público sólo apareció cuando la fiesta ya iba por la mitad (Jn 7:14); el motivo debió de estar en la sublevación que se planeaba.

“En el último día de la fiesta, que era el más solemne” (Jn 7:37) hubo en el templo un enfrentamiento casi tumultuario entre partidarios y enemigos de Jesús y de su condición de profeta y Mesías (Jn 7:3752).

La noche del último día de fiesta, que tenía carácter sabático, la pasó Jesús en el monte de los Olivos.

El sábado del día octavo de la fiesta (el gran día, el día final) hubo un enfrentamiento con los escribas y fariseos: discurso sobre la luz del mundo (Jn 8:12ss) y otro discurso sobre los hijos de Abraham (Jn 8:31ss).

El enfrentamiento acabó con un intento de lapidación de Jesús, “pero Jesús se escondió y salió del templo” (Jn 8:59).

“De paso” — según cuenta Jn 9:1 — encontró al ciego de nacimiento, que Juan convierte en una historia de curación milagrosa. Y, como era día de sábado, nuevo enfrentamiento con los fariseos (Jn 9:141).

Entre los discursos de esta fiesta de Tabernáculos quizás haya que poner también el discurso del buen pastor, que Juan 10:1-21 hace seguir a esos acontecimientos. Jesús se retiró luego de Jerusalén a Galilea.

18 de octubre del 31 d. C.: el emperador Tiberio se deshace de su compañero de consulado Sejano.

 

15. En el invierno del año 31 d. C. Jesús viaja a la capital con motivo de la fiesta de la Dedicación del templo

El viaje lucano (Lc 9:5110:24) puede muy bien entenderse como el viaje con motivo de esta fiesta de la Dedicación del templo.

Durante ese viaje de noviembre-diciembre habría que colocar: la negativa de los samaritanos a dar hospedaje a Jesús (Lc 9:5256), la misión preliminar de los setenta discípulos a Judea, “a todas las ciudades y lugares adonde él tenía que ir” (Lc 10:1ss).

Al final del viaje ocurrió la visita a casa de María: “Una sola cosa es necesaria” (Lc 10:3842).

También con ocasión de aquella festividad intentó el pueblo arrancar a Jesús una palabra decisiva sobre sus planes.

A la declaración de Jesús sigue un nuevo intento de lapidación (Jn 10:2239). Acabada la fiesta de la Dedicación Jesús se retiró a Perea (Jn 10:40).

 

16. Jesús se mantuvo en la región al este del Jordán (Perea)

Tal vez en la zona de aquella Betania en la que Juan había bautizado al principio.

Allí le llegó el mensaje de que su amigo Lázaro había caído enfermo, en la otra Betania, la que estaba junto al monte de los Olivos.

Aún pasaron dos días, y cuando Jesús llegó al pueblo de su amigo, éste ya había muerto (Jn 11:144).

Inmediatamente después, uno de los días que siguieron a los sucesos de Betania, tuvo lugar la reunión del gran consejo en la que se decidió eliminar a Jesús.

Decisión que se relaciona explícitamente con el milagro de la resurrección de Lázaro (Jn 11:4553).

Pero Jesús escapó a la amenaza de detención y se refugió en la región cercana al desierto, en una ciudad llamada Efraím (Jn 11:54).

No se puede dar ninguna datación precisa para ese breve viaje en las cercanías de Jerusalén.

Ethelbert Stauffer se refiere al tratado de la Misnah denominado Sanhedrín (43a), que habla de un pregonero que recorrió el país cuarenta días antes de la ejecución de Jesús gritando: “Tiene que ser lapidado porque ha encantado y seducido a Israel y lo ha llevado a la apostasía. Quien quiera que sepa alguna justificación en su favor, que venga y la deponga.”

Ese dato podría indicar efectivamente que la reunión del gran consejo que acabó decretando la muerte de Jesús habría tenido lugar unos cuarenta días antes de la condena de Jesús.

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EL AÑO DE LA MUERTE DE JESÚS

Lo podríamos situar en el 32 d.C., con el argumento de que la fiesta de Pentecostés de los Hechos de los apóstoles (Act 1:122:41) encaja en ese año mejor que en ningún otro.

 

17. El viaje a la Pascua de la muerte lo emprendió Jesús desde su retiro

Juan habla de Efraím (Jn 11:54), mientras que por Lc 17:11 deduciríamos que venía más del norte.

El viaje lo inició Jesús aproximadamente dos semanas antes de la Pascua.

Antes de llegar a Jericó habría que colocar el encuentro con los diez leprosos (Lc 17:11-19).

Hacia el jueves (anterior al domingo de ramos) llegó Jesús a Jericó, donde habría que ubicar la curación del ciego

En Jericó llama Jesús al jefe de los publícanos, Zaqueo, para que baje de la higuera: “Conviene que hoy me hospede en tu casa” (Lc 19:110), y es de suponer que la noche del jueves al viernes la pasó Jesús en casa de Zaqueo.

El viernes debió de trasladarse de Jericó a Jerusalén, donde permanecería o en su refugio habitual del monte de los Olivos o en casa de Lázaro.

Como quiera que fuese, el sábado se encontraba en Betania, donde sin duda acudió por la mañana a la sinagoga.

La comida del sábado después del servicio religioso la hizo en casa de Simón el Leproso, donde lo ungió María (Jn 12:18).

“Al día siguiente” (Jn 12:12), es decir, el primer día de la semana, el que ahora llamamos “domingo,” y que fue el Domingo de Ramos, marchó Jesús a Betfagé, camino de Jerusalén.

Durante ese camino empezó el homenaje mesiánico que le tributaron (Lc 19:28-40).

Antes de que la procesión descendiera al valle, es decir, todavía sobre el monte de los Olivos, pronunció Jesús su lamentación sobre Jerusalén (Lc 19:41-44).

Tras la solemne recepción en Jerusalén marchó Jesús al templo y probablemente con esa primera visita después de su entrada en la capital hay que relacionar “la (segunda) purificación del templo.”

 

18. Después de la entrada en Jerusalén

Durante los días que siguieron — desde el domingo al miércoles — hay que situar estos hechos: la trampa que le tienden a Jesús con la cuestión del tributo (Mt 22:1521 y paralelos) y el enfrentamiento con los saduceos a propósito de la resurrección (Mt 22:2333 y par.); así mismo la trampa que le tienden al reclamar su opinión acerca de la mujer adúltera (Jn 8:111).

Mateo, siguiendo su esquema centralizador, agrega aquí una serie de discursos y parábolas de Jesús, pero que en parte debió de pronunciarlas antes de estas fechas: respuesta de Jesús a la pregunta acerca del mandamiento principal (Mt 22:34-40), réplica de Jesús sobre el Mesías (Mt 22:41-46), advertencia contra los fariseos (Mt 23:136), la parábola del banquete de las bodas reales (Mt 22:1-14), el discurso sobre el fin del templo y el final del tiempo (Mt 24:151), la parábola de las diez vírgenes (Mt 25:1-13), la parábola de los talentos (Mt 25:14-30), y el discurso sobre el juicio final (Mt 25:31-46).

 

19. Jueves y viernes de la semana de la pasión de Jesús

Presentan en general la problemática de que los acontecimientos se amontonan.

 

Según esta cronología tradicional, la tarde del jueves celebró Jesús la cena pascual con sus apóstoles.

Hacia el mediodía envió Jesús a Pedro y a Juan desde el monte de los Olivos a la ciudad para que preparasen allí la cena pascual.

En el caso de que Jesús celebrara el banquete de Pascua con un cordero, debió de tenerlo ya reservado.

Inmediatamente Pedro y Juan marcharon al templo para degollar allí el cordero.

En el caso de que Jesús celebrara el banquete pascual sin cordero, lo único que tenían que hacer los discípulos era preparar las cosas necesarias en la misma casa en que iban a cenar; también allí habrían degollado y preparado un cordero, pero no el cordero pascual.

Al caer la tarde entró Jesús con sus acompañantes en la ciudad.

La cena se prolongó hasta la medianoche. Es posible que Jesús se encaminase después con sus discípulos al templo, que ese día permanecía abierto desde la medianoche.

Desde el templo, o directamente desde la casa del banquete, cruzó el valle del Cedrón y se encaminó al monte de los Olivos.

Por lo que hace a la cronología, la marcha de Judas Iscariote crea una dificultad.

Si, como cabría suponer, abandonó la sala del festín ya antes de iniciar el banquete, todavía era lo bastante temprano como para que hubiera conducido al comando que detendría a Jesús hasta la misma sala del convite, cosa que Jesús habría querido impedir enviando por delante a Pedro y a Juan. De hecho Judas condujo al comando hasta el monte de los Olivos. Hemos de resignarnos a esa dificultad cronológica.

Al monte de los Olivos llegó Jesús con sus discípulos al filo de la medianoche o — si antes se había encaminado al templo — hacia la una de la madrugada.

Aproximadamente una hora después — entre la una y las dos — llegó el comando judeo-romano para prender a Jesús 2.

La sesión en casa del sumo sacerdote, con la primera condena de Jesús, debió de celebrarse entre las dos y las tres de la madrugada.

No era necesario que durase mucho, y podría haber terminado una hora después aproximadamente; eso coincidiría con el “canto del gallo” al que se alude en la negación de Pedro.

“Cuando se hizo de día” (Lc 22:66) se celebró en el templo la segunda sesión del gran consejo; pongamos que hacia las 7 de la mañana.

La discusión violenta con Pilato, la conducción del prisionero al palacio de Herodes, su devolución a Pilato, la flagelación, los intentos de Pilato para dejarle libre y la condena final debieron desarrollarse entre las 8 y las 12 de la mañana. “Era la parasceve de la Pascua, y la hora alrededor de la sexta” cuando Pilato pronunció la sentencia, según dice Jn 19:14.

La crucifixión puede situarse hacia las 13 horas.

Correspondería a esa hora el episodio de Simón de Cirene, que muy bien podría haber regresado del campo a dicha hora, antes del calor más fuerte del día, en la primera hora de la tarde.

Cuando los Sinópticos dicen que entre la hora sexta y la hora nona se extendieron las tinieblas sobre la tierra (Mc 15:33) — refiriéndose sin duda alguna al tiempo que Jesús padeció en la cruz —, tendríamos una nueva coincidencia, pues que en el cómputo popular del tiempo la expresión “hora sexta” comprendía también las horas siguientes a la misma.

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20. Desde la tarde del viernes hasta el domingo

Es un período de tiempo que plantea menos problemas para una cronología, que casi puede establecerse al minuto.

En las primeras horas de la tarde (hacia las 14 horas) del viernes los acusadores de Jesús abandonan el Gólgota para obtener de Pilato el mandato de retirar los cadáveres de los crucificados.

Están convencidos de que todo se desarrollará según el uso romano: quebrantamiento de los huesos, deposición de la cruz, incineración de los cadáveres. Todo ello bajo la supervisión y control de los soldados que habían llevado a término la ejecución.

Hacia las 15 horas, “al caer la tarde,” murió Jesús.

Inmediatamente José de Arimatea se presentó a Pilato para pedirle el cadáver de Jesús.

En el ínterin interviene el comando que baja los cadáveres del patíbulo, pero no rompen las piernas de Jesús, porque ya estaba muerto, ni se llevan su cadáver.

Al regreso de José de Arimatea algunos hombres bajan de la cruz el cuerpo de Jesús, lo lavan, lo embalsaman — en la medida en que lo permitían las prisas —, presenciándolo todo las mujeres a unos pasos de allí al tiempo que lo lloraban.

Cuando oscurecía, el cuerpo de Jesús estaba ya colocado en la sepultura de José de Arimatea, y se hizo girar una piedra sobre la entrada.

Al llegar la noche todos abandonaron el lugar de la sepultura.

Entretanto los acusadores de Jesús habían preparado su pascua, entre las 15 y las 18 horas.

Al comenzar la noche pascual — hacia las 18 horas — se fueron a sus casas a celebrarla o, en el caso de los fariseos, al centro de la asociación.

Avanzada ya la noche del banquete pascual tuvieron noticias del curso real de las cosas: que el cadáver de Jesús había sido entregado a José de Arimatea.

Durante la noche aún celebraron consejo sobre la nueva situación. En la mañana del sábado una delegación parlamenta con Pilato y le ruega que ponga guardias en la tumba.

Y esa misma mañana un cuerpo de guardia vigila la tumba y el cadáver.

La custodia del sepulcro por cuatro soldados romanos se mantiene desde la mañana del sábado hasta las primeras horas de la madrugada del domingo o primer día de la semana. Cuando las mujeres acudieron al sepulcro, los soldados habían huido.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Cómo Realizó la Virgen María la Conversión más Prodigiosa de la Historia

En 1521, la capital de la civilización Azteca cae en manos del ejército de Hernán Cortés.

Menos de 20 años más tarde, nueve millones de habitantes se convierten al cristianismo.

Durante siglos habían profesado una religión politeísta y practicado los sacrificios humanos más crueles.

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Cada año los Aztecas ofrecían en sacrificio al menos 20.000 hombres, mujeres y niños a sus dioses sedientos de sangre.
.
Y en algunos festivales especiales como la consagración de algún nuevo templo, los sacrificados al dios serpiente Quetzalcoatl llegaban a 80.000 en una sola ceremonia.

¿Qué ocurrió ese día para que se produjera luego una conversión sin precedente histórico alguno?

Se podrían contestar que 2 cosas centrales:

a) Las autoridades locales de la Iglesia aceptaron rápidamente la aparición
.
Ya que le tardó solo 5 días a Fray Zumárraga aceptar lo sobrenatural, tendiendo un puente firme entre el mundo Europeo y cristianizado, y el indígena politeista.

b) Y la Virgen les habló a los indígenas en un lenguaje entendible para ellos.
.
Con simbologías que les eran familiares, generándose un sincretismo que los atrajo a Cristo.

con su rica simbología se fue realizando a través del tiempo.

Como si el cielo hubiera ido acompañando la evangelización paso a paso.

Primero produciendo una imagen original en la tilma de Juan Diego, que tuvo otras intervenciones que fueron enriqueciendo el mensaje en segundos momentos.

Puedes leer esto para más información:

cuadro de virgen de guadalupe y aztecas fondo

 

LA INTERVENCIÓN DE NUESTRA SEÑORA CAMBIÓ LA HISTORIA

Las consecuencias de las apariciones de Guadalupe fueron verdaderamente sorprendentes.

Uno de los primeros Padres Franciscanos, Toribio de Benavente afirmaba ya en 1537, sólo seis años después de Guadalupe, que nueve millones de aztecas habían sido bautizados.

La magnitud de este logro se hace evidente cuando nos damos cuenta que la evangelización de otras posesiones españolas y portuguesas tomó siglos.

Es aún más sorprendente ya que había una amenaza real de un levantamiento de los aztecas contra sus conquistadores españoles justo antes de que Nuestra Señora que apareciera a Juan Diego.

Los exploradores españoles habían empezado a colonizar el área del Caribe después del descubrimiento de América en 1492.

Pero no fue hasta 1519 que el imperio azteca, en lo que ahora es México, fue conquistado por Cortés.

Su pequeña fuerza logró derrotar a las fuerzas aztecas mucho más grandes y poner fin al interminable flujo de sangre exigido por la religión que practicaba extremadamente el sacrificio humano.

Los conquistadores obtuvieron la victoria contra los aztecas en 1519, y se detuvo el sacrificio de víctimas de una religión diabólica.

Pero sólo fueron capaces de cambiar la cultura de la sociedad azteca en escasa medida.

Hubo conversiones a la Iglesia, como en el caso de Juan Diego, pero eran lentas, y como se ha indicado, existía el peligro de una rebelión de los aztecas poco antes que Nuestra Señora apareciera en 1531.

Fueron esas apariciones y sus consecuencias las que cambiaron firmemente la cultura en México.
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Cambio que no hubiera sido posible sin la intervención de la Virgen.

Dios no multiplica milagros innecesariamente y si México podría haberse convertido sin una intervención de este tipo, entonces habría dejado que los acontecimientos se desarrollaran de forma normal.

Guadalupe y las sucesivas apariciones marianas, como las de Rue du Bac, La Salette y Lourdes en Francia en el siglo XIX, y en particular Fátima en Portugal en el siglo XX, muestran que el papel de la Virgen, tanto en la Iglesia y como en la historia del mundo, es de suma importancia.

Y señalan su increíble poder intercesor ante el trono de Dios.

María habló a los aztecas en su lenguaje, con sus símbolos, de una manera muy persuasiva.

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UN NOMBRE FAMILIAR A INDÍGENAS Y A ESPAÑOLES

Durante cuatro días la Virgen se había comunicado con Juan Diego hablándole en su propia lengua, el náhualtl.

Al identificarse, María usó la palabra «coatlallope»; un sustantivo compuesto formado por «coatl» o sea, serpiente, la preposición «a» y «llope», aplastar; es decir, se definió como «la que aplasta la serpiente».

Otros reconstruyen el nombre como «Tlecuauhtlapcupeuh» que significa: «La que precede de la región de la luz como el Águila de fuego».

De todas formas el vocablo náhualtl sonó a los oídos de los frailes españoles como el extremeño «Guadalupe».

Relacionando el prodigio del Tepeyac con la muy querida advocación que los conquistadores conocían y veneraban en la Basílica construida por Alfonso XI en 1340.

¡La Virgen se comunicó de manera que la entendiesen tanto los indios como los españoles!

Los criollos, los indígenas y las castas se unieron en la veneración de la Guadalupana, que representaba a la patria criolla. Esta veneración se convirtió en factor de unidad nacional.

La imagen sería invocada y expuesta como un remedio contra las sequías, las inundaciones y las epidemias y, más tarde, los insurgentes la adoptaron como estandarte político.

De este modo surgió un símbolo nacional, reconocido por la inmensa mayoría de habitantes de Nueva España.

Símbolo que liberó a los criollos de su origen español, los desligó de España y les permitió identificarse con la tierra donde vivían.

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COMO SE PRESENTA MARÍA

El rostro impreso en el ayate es el de una joven mestiza; una anticipación, pues en aquel momento todavía no habían mestizos de esa edad en México.

María asume así el dolor de miles de niños, los primeros de una nueva raza, rechazados entonces tanto por los indios como por los conquistadores.

Con la conquista de México se generó otra clase de opresión sobre los indígenas, de tal forma que la Madre de Dios no esperó más y se aparece en el año 1531.

Cuenta la historia que los hijos nacidos de la violencia serán una raza nueva, mestiza, que será rechazada tanto por los españoles como por los aztecas.

Ya que entre éstos últimos la violación de la mujer era sancionada gravemente de modo que tanto la mujer como su hijo eran expulsados de tu territorio.

Por eso la Virgen de Guadalupe toma el rostro mestizo para hacerle sentir al pobre que ella es portadora del verdadero Dios por quien se vive.

La Virgen de Guadalupe se presentó ante sus hijos como la Madre del Creador y conservador de todo el universo.

Que viene a su pueblo porque quiere acogerlos a todos, indios y españoles, con un mismo amor de Madre.

Con la prodigiosa impresión en el ayate comenzaba un nuevo mundo, la aurora del sexto sol que esperaban los mexicanos.

El nombre de “SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE” ella misma lo dio a Juan Bernardino, tío de Juan Diego, cuando se le apareció para sanarles de sus enfermedades.

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Fotografía en infrarrojo de la Imagen, en negativo y en positivo

 

LO QUE VIERON LOS INDÍGENAS

En la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, existe algo que nosotros hemos mirado muchas veces y no hemos visto, y que los indígenas sí vieron, admiraron y entendieron,

 

EL LUGAR Y LOS COLORES

La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, se realizó en la colina sagrada del Tepeyac, uno de los cuatro puestos principales para el sacrificio en la América Central precolombina y sede del Santuario de Tonantzin.

Significa para los indígenas, que la Virgen india es madre de los dioses.

Los colores del vestido de María: el rosa pálido de la túnica, es el de la sangre del sacrificio, el de Huitzilopochtli, dios que da y que preserva la vida, el color del oriente y el sol victorioso.

El color dominante verdeazul del manto, es el color real de los dioses indios.

 

LAS ESTRELLAS, LA FAJA Y EL TEMPLO

Las estrellas del manto son símbolos del comienzo de una nueva era.

La faja negra que ciñe el talle de la Virgen es el signo de la maternidad; María lleva en su seno a su hijo divino y se lo ofrece a los nuevos pueblos.

La falta de máscara (los dioses indígenas llevaban máscara) significa que la Señora no es una diosa, a pesar de ser superior al sol y a la luna, las grandes divinidades del lugar.

La petición de un templo tiene el profundo significado del comienzo de un nuevo sistema de vida.

El pueblo azteca adoraba al Sol, a la Luna y a las estrellas.
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La Virgen de Guadalupe oculta al sol (sus rayos aparecen por detrás), pisa la Luna, y las estrellas adornan su manto.
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Todos al servicio de María.

Su gravidez se constata por la forma aumentada del abdomen, donde se destaca una mayor prominencia vertical que transversal, corresponde a un embarazo casi en su última etapa.

El cinto que marca el embarazo de la Virgen y que se localiza arriba del vientre, cae en dos extremos trapezoidales que en el mundo náhuatl representaban el fin de un ciclo y el nacimiento de una nueva era.

En la imagen simboliza que con Jesucristo se inicia una nueva era tanto para el viejo como para el nuevo mundo.

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LAS ROSAS Y EL ROSTRO

El puñado de rosas, que florecieron milagrosamente en un sitio desierto y en invierno, se ofrece como signo de autenticidad al obispo e indica la felicidad divina, en plena comunión con el Dador de la vida.

El color del rostro –de tono grisáceo–, su actitud y forma de vestir no son europeos, sino profundamente en consonancia con los usos del lugar.

Su rostro indica el mestizaje, unión de dos razas, encuentro de dos mundos.

Su figura –a pesar de no ser la de una mujer europea– no es tampoco la de una «indígena».

Parece ser más bien la idealización de la «nueva» mujer que tiene que surgir en el Continente Americano.

Se trata de la «Amable y Santa Mestiza» que el pueblo siente tan cercana a sus raíces más profundas.

 

NAHUÍ OLLÍN: (FLOR DE CUATRO PÉTALOS)

Una flor de cuatro pétalos, Nahuí Ollín, se alcanza a visualizar en el vientre de la Imagen.

Ésta representa, para los aztecas, la Morada de Dios, Centro del Universo, Ombligo de la Historia, Plenitud del Tiempo y del Espacio, Origen de la Vida.

Esta misma flor se encuentra en el centro de la Piedra del Sol o Calendario Azteca.

El trébol de cuatro hojas como signo de plenitud simboliza a Dios. Al estar sobre el vientre de María quiere decir que Ella nos trae a Dios en su seno.

Ella misma se presentó como la Madre del Verdadero Dios. Del Dios Autor de cielo y tierra, y que está en todas partes.

La siempre Virgen María, Madre, no de los dioses falsos, en cuyo altar se derramaba sangre humana, sino del verdadero Dios.

 

SIGNO DE CERCANÍA

En el acontecimiento Guadalupano vemos un signo: que Dios, en María, hace sentir al pueblo su cercanía para hacerlo comunidad.

Se trata de un signo maternal, ya que, como Madre, no sólo está para mostrar el cariño de Dios, sino también para realizar una misión unificadora.

Desde los orígenes y en su advocación de Guadalupe, María constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y del Hijo, con quien Ella nos invita entrar en comunión.

Desde antes de las apariciones ya existía entre los aztecas una diosa llamada Tonantzin, que significa Venerable madre, a la que acudían los indígenas debido a que entre ellos la mujer era primero que el hombre.

Era tan importante el papel de la madre que dentro del concepto teogónico existe la siguiente filosofía In-tonan-in-tota, cuyo significado es madre y padre.

Esto implica que en el verdadero dios de los aztecas, llamado Ometeotl, existía una dualidad cuya traducción es “dos dios”, es decir madre y padre.

Entre los aztecas, la madre tenía prioridad sobre el padre.
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Fue por eso que la evangelización entre los indígenas se hizo más fácil a partir de la presencia de Santa Maria de Guadalupe en tierras mexicanas.

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MÁS PRINCIPIOS TEOGÓNICOS

Existen varios principios teogónicos (conocimiento de los dioses) entre los aztecas que los misioneros, por no comprenderlos, los desecharon y que la Virgen de Guadalupe los retoma.

a) Tloque nahuaque, que significa dueño del cerca y del junto.

Que es el lenguaje con el que se relacionan con el indio Juan Diego cuando le dice “Quiero que aquí en este lugar se me construya una casita”.

b) Ipalnemohuani, cuyo significado es aquel por quien se vive.

Nuevamente, Santa María de Guadalupe retoma este difrasismo cuando dice “¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿Qué más has de menester?”.

c) In Xóchitl in Cuícatl, que significa flor y canto.

La Virgen morena se va a hacer presente en el Tepeyácatl (cerro de la nariz donde se veneraba a la Tonantzin) y se manifiesta a través de las flores, porque éstas simbolizaban la verdad.

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MÁS INTERPRETACIONES DE LA IMAGEN

La imagen les hablaba a los indígenas a través de los signos, era un pictograma, un códice, como un libro que les hablaba por la imagen.
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Los aztecas se expresaban por signos que representaban ideas y objetos.
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Esta imagen era una evangelización.

CABELLO

Lleva el cabello suelto, lo que entre los aztecas es señal de virginidad. Es Virgen y Madre.

 

ROSTRO

Su rostro es moreno, ovalado y en actitud de profunda oración. Su semblante es dulce, fresco, amable, refleja amor y ternura, además de una gran fortaleza.

 

MANOS

Sus manos están juntas en señal de recogimiento, en profunda oración.

La derecha es más blanca y estilizada, la izquierda es morena y más llena, podrían simbolizar la unión de dos razas distintas.

 

EDAD

Representa a una joven que su edad aproximada es de 16 a 18 años.

 

ESTATURA

La estatura de la Virgen en el ayate es de 1.43 centímetros, compatible con los indígenas.

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LOS RAYOS

La Virgen está rodeada de rayos dorados que le forman un halo luminoso o aura.

El mensaje transmitido es: ella es la Madre de la luz, del Sol, del Niño Sol, del Dios verdadero.

Ella lo hace descender hacia el “centro de la luna” (México de nátuahl) para que allí nazca, alumbre y dé vida.

 

LA LUNA

La Virgen de Guadalupe esta de pie en medio de la luna, y no es casual que las palabras México en nátuahl son “Metz – xic – co” que significan “en el centro de la luna”.

También es símbolo de fecundidad, nacimiento, vida. Marca los ciclos de la fertilidad femenina y terrestre.

 

EL ÁNGEL

Un ángel está a los pies de la Guadalupana con ademán de quien acaba de volar.

Las alas son como de águila, asimétricas y muy coloridas, los tonos son parecidos a los del pájaro mexicano tzinitzcan que Juan Diego recordó, anunciándole la aparición de la Virgen de Guadalupe.

Sus manos sostienen el extremo izquierdo de la túnica de la Virgen y el derecho del manto.

El ángel, hombre alado, simboliza a Juan Diego, cuyo nombre era Cuautlatohuac, que significa «el que habla como el águila».

Llevaba la camisa que usaban los indios convertidos; pues antes, debajo de la tilma, sólo llevaban el taparrabos.

Juan Diego es el ángel mensajero que nos trae a la Virgen de Guadalupe: la sostiene con sus brazos.

 

EL BROCHE CON LA CRUZ

Indica que ella nos trae la joya de Cristo crucificado.

Era la misma cruz que ellos veían en los estandartes de los españoles.

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MILAGROS ALREDEDOR DE LA TILMA, DESDE SIEMPRE

El día 26 de Diciembre de 1531 (pocos días después del milagro) iba un grupo transportando la tilma al cerro del Tepeyac.

En la misma iban muchos indios festejando, como era la costumbre de los chichimecas, jugando con los arcos y las flechas y danzando.

A uno de ellos se le disparó accidentalmente una flecha, con tan mala suerte que atravesó la garganta de un indio que iba caminado acompañando el manto. El mismo murió en el acto en que la flecha le atravesó la yugular.

Luego de haberle extraído la flecha delante mismo del manto, el indio revivió y sólo le quedo la cicatriz hasta el día en que murió.

A raíz de este impresionante hecho 9.000.000 de indios se convirtieron al cristianismo.

Sin embargo se ha construido una leyenda negra alrededor de la conquista cristiana de América.

Que habla de la demolición de las culturas latinoamericanas, en especial Azteca e Inca, suplantadas por la europea.
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Y también pone énfasis en los crímenes y asesinatos durante la conquista.

No se puede negar que hubo excesos. Pero tampoco que el motor de esto es una crítica básicamente política.

En primer lugar los críticos no consideran que los imperios Azteca e Inca eran brutalmente agresivos con los otros pueblos conquistados.

Y como vimos los Aztecas tenían una costumbre ritual de sacrificios humanos, que no tenían los cristianos europeos, y que denota su escasa valoración de la vida humana.

Sin embargo la leyenda negra las retrata como civilizaciones pacíficas atacadas por los crueles cristianos europeos.

En segundo lugar hay que considerar que cuando chocan dos culturas se producen conflictos.

Y no se puede culpar a la Iglesia Católica por directivas que emanaban del poder político español y portugués de la época.

Y es más, los clérigos que acompañaban las expediciones a América se caracterizaron siempre por la defensa de los indígenas.

Esto contrasta con la conducta de los protestantes ingleses, qué consideraban a los Indígenas cómo predestinados a no salvarse, y por lo tanto menos valiosos que los predestinados para salvarse, como eran ellos.

Basta ver qué América Latina tiene hoy un fuerte componente indígena mientras en Estados Unidos y Canadá las naciones indígenas han desaparecido prácticamente a consecuencia de una política incesante de exterminio.


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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¿Te Has Preguntado Cómo Prepararte para la Navidad? [a través de Adviento]

El tiempo de Adviento posee un doble significado.

Es el tiempo de preparación para Navidad.

Solemnidad que conmemora el primer advenimiento o venida del Hijo de Dios entre los hombres.

Y es al mismo tiempo aquel, que, debido a esta misma conmemoración o recuerdo, hace que los espíritus dirijan su atención a esperar el segundo advenimiento de Cristo, como un tiempo de parusía piadosa y alegre…

Comienza el domingo más cercano al 30 de noviembre (día de San Andrés) que es el inicio del año litúrgico.

Terminando con las vísperas de Navidad.

Durante este tiempo se cuenta con cuatro domingos de Adviento. Del 17 de Diciembre al 24 la misma liturgia intensifica la preparación de los fieles para vivir los días de Navidad.

En este período mas que fijarnos en la serie de hechos históricos que sucedieron antes del nacimiento de Cristo, se debe meditar en el misterio de la Salvación que en ellos se contiene.

De alguna manera este tiempo nos hace repasar el camino de la salvación, preparándonos para seguirlo; el recuerdo de los hechos históricos que narran como Cristo que es Dios se hizo hombre para salvarnos reafirman nuestra fe.

La alegría de saber que ese Dios viene de nuevo a nosotros nos llena de Esperanza.

El deseo de prepararnos para recibirle bien por la penitencia, el sacrificio o el ejercicio de la generosidad y amabilidad con los que nos rodean reaviva nuestra caridad.

 

HISTORIA DEL ADVIENTO

La palabra Adviento proviene del latín «Adventus» que significa la venida.
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En un principio con este término se denominaba al tiempo de la preparación para la segunda venida de Cristo o parusía y no el nacimiento de Jesús como ahora lo conocemos.

Haciendo referencia a este tiempo la primitiva Iglesia meditaba sobre los pasajes evangélicos que hablan del fin del mundo, el juicio final y la invitación de San Juan Bautista al arrepentimiento y la penitencia para estar preparados.

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No se sabe desde cuando se comienza a celebrar. En los antiguos leccionarios de Capua y Wursemburgo hacen referencia al Adventu Domini.

En los leccionarios gregoriano y gelasiano se encuentran algunas plegarias con el título de Orationes de Adventu.

Más tarde comienzan a aparecer las domínicas ante Adventum Domini, en las cuales al término adventus se le asocia con la preparación a la Navidad.

A pesar de que esta temporada es muy peculiar en las Iglesias de Occidente, su impulso original probablemente vino de las Iglesias Orientales.
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Donde era común, después del Concilio ecuménico de Efeso en 431, dedicar sermones en los domingos previos a la Navidad al tema de la Anunciación.
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En Ravena Italia – un canal de influencia oriental a la iglesia de Occidente – San Pedro Crisóstomo (muerto en 450) daba estos homilías o sermones.

La primera referencia que se tiene a esta temporada es cuando el obispo Perpetuo de Tours (461-490) estableció un ayuno antes de Navidad que comenzaba el 11 de Noviembre (Día de San Martín).

El Concilio de Tours (567) hace mención a la temporada de Adviento.

Esta costumbre, a la cuál se le conocía como la Cuaresma de San Martín, se extendió por varias iglesias de Francia por el Concilio de Macon en 581.

El período de seis semanas fue adoptado por la Iglesia de Milán y las iglesias de España.

En Roma, no hay indicios del adviento antes de la mitad del siglo VI AD, cuando fue reducida – probablemente por el Papa Gregorio Magno ( 590-604) – a cuatro semanas antes de Navidad.

La larga celebración gala dejó su presencia en libros de uso litúrgico como el Misal de Sarum (Salzburgo), que era muy usado en Inglaterra, con su domingo antes de Adviento.

La llegada de Cristo en su nacimiento fue cubierta por un segundo tema, que también proviene de las iglesias galas, su Segunda venida al final de los tiempos.

Este entretejido de temas de los dos advientos de Cristo da a la temporada una tensión particular entre penitencia y alegría en la espera de Cristo que está por «venir».

 

QUÉ HACE LA IGLESIA DURANTE EL ADVIENTO

Este tiempo de Adviento tiene dos significados:
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• Preparación para la Navidad.
• Espera y preparación para la segunda venida de Jesús al final de los tiempos.

La Iglesia, durante las 4 semanas anteriores a Navidad y especialmente los domingos, dedica todas las lecturas, y la Misa a hablar y meditar acerca del nacimiento de Jesús en la tierra el día de Navidad.

Y también a meditar acerca de su próxima llegada triunfal al final de los tiempos, y la disposición que debemos tener para recibirlo en ese día que no sabemos cuándo será.

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La Iglesia utiliza el color morado en los ornamentos de los Sacerdotes y en las celebraciones, para recordarnos la actitud de cambio, preparación y sacrificio que debemos tener.

La Iglesia tiene un calendario «litúrgico», que empieza el Primer Domingo de Adviento y termina el día de la Fiesta de Cristo Rey, a finales de noviembre.

A pesar de que es una temporada solemne, no se lleva con el rigor con el que se lleva la Cuaresma, tal como antes se llevaba.

La Iglesia Católica prohíbe la solemnidad del matrimonio durante el Adviento.

En muchos países está marcado por una variedad de observancias.

La piedad popular en Adviento principalmente se dedica a representaciones musicales y teatrales basadas en las historias y profecías bíblicas de la natividad de Cristo.

En los Países Bajos en Adviento se toca una trompeta recordando el uso ritual de este instrumento cuando en el Templo de Jerusalén se tocaban las dos trompetas de plata anunciando una ofrenda a Dios.

En muchos hogares e Iglesias las devociones sencillas se asocian con la corona de Adviento, en la que cuatro velas se insertan y se prenden, una a una, cada semana, como símbolo de la llegada de la luz al mundo.

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7 MANERAS PARA PREPARARSE PARA EL CUMPLEAÑOS DE JESÚS

 

1 – Recibe a Jesús en los Sacramentos

Adviento es un tiempo ideal para asistir a la Santa Misa con mayor frecuencia, si es posible todos los días.

En la misa, tenemos la maravillosa oportunidad de recibir a Nuestro Salvador en la Santa Eucaristía. 

El mismo Jesús que se encarnó para redimirnos está realmente presente bajo las especies del pan y del vino. Y Él desea alimentarnos, en el viaje a través de Adviento. 

La temporada penitencial de Adviento es también un momento ideal para buscar una conversión más profunda al recibir la misericordia de Dios en el Sacramento de la Reconciliación. 

 

2 – Sigue las Lecturas de la Misa antes de ir a Misa

Dios desea dirigir nuestros pasos a través de Su Palabra inspirada en las Escrituras.

Al reflexionar sobre la Palabra de Dios todos los días durante el Adviento, se puede preparar nuestros corazones para recibir al Salvador en Navidad.

Hemos oído historias inspiradoras de figuras del Antiguo Testamento como Isaías, Jeremías, y David con su anhelo por el Mesías prometido. 

Nos recuerdan la espera del pueblo elegido a través de los siglos por su liberación.

También, las lecturas del Evangelio hablan de la segunda venida del Señor, la predicación de Juan el Bautista sobre el arrepentimiento, y los primeros acontecimientos que conducen hasta el nacimiento de Jesús. 

Para algunas personas la mejor manera es tomar 15 a 20 minutos a primera hora de la mañana. Para otros, funciona mejor en el final del día cuando tienen tiempo para descansar y reflexionar.

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3 – Da Luz a las velas en tu corona de Adviento

El mantenimiento de una familia Corona de Adviento es una de las costumbres más queridas de la temporada. 

La corona se compone típicamente de árboles de hoja perenne, en un círculo con cuatro velas.

Tres de las velas son de color púrpura y una es de color rosa.

Una púrpura se ilumina durante la primera semana de Adviento, y luego otro púrpura durante la segunda semana. La vela de color rosa se ilumina durante la tercera semana. La púrpura final se enciende durante la cuarta semana; allí las cuatro velas arden.

El simbolismo de la corona es una magnífica oportunidad para que los padres enseñen a sus hijos acerca del significado del adviento. 

Las velas púrpura significan la tristeza que sentimos por nuestros pecados, mientras una rosa la inminente nacimiento de Jesús.

Los árboles de hoja perenne simbolizan la naturaleza inmutable y fiel de Dios, mientras que el círculo indica que Dios es eterno, sin principio ni fin.

La luz de las velas nos recuerda que Jesús es la Luz del mundo, y pronto vamos a celebrar su nacimiento.

 

4 – Imita la preparación de María

Fue con gran alegría que María esperaba la redención del pueblo de Dios a Israel. 

Antes de que María concibiera a Jesús en su seno, lo concibió en su corazón. 

Así que nos damos cuenta de que la preparación para el nacimiento de Jesús tiene que ver con el alma interior.

La preparación exterior siguió a la interior. 

María dio a Jesús su alma / corazón primero, y luego su cuerpo.

Ella hizo un cálido hogar lleno de amor por Él en su corazón y su cuerpo.

Luego preparó, lo mejor que pudo, el pesebre para él.

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5 – Hacer un árbol de Jesé

El árbol de Jesé es muy popular en algunas culturas y sobre todo en las familias con niños.

Y la costumbre del adviento del árbol de Jesé consiste en trazar el árbol de la familia de Jesús mismo. 

El profeta Isaías nos dice del Mesías prometido, «Saldrá un vástago del tronco de Jesé…» (Is 1: 1).

Jesé se pone de relieve porque él era el padre del rey David, y Jesús es frecuentemente llamado el «Hijo de David» en el Nuevo Testamento.

Su árbol de Jesé puede ser tan simple o complicado como te guste.

La idea es hacer adornos que simbolicen los antepasados de Jesús y luego colgarlos en un árbol.

A través de una concordancia o diccionario de la Biblia, también puedes buscar un verso de la escritura o dos para cada ancestro.

Se pueden colgar todos los adornos a la vez, o hacer suficientes adornos para colgar uno cada día de Adviento.

Una maravillosa manera de involucrar a los niños es dejar que cuelguen los ornamentos y que anoten el verso de la escritura para cada uno.

El árbol puede ser hecho de muchas cosas. Es posible utilizar una rama de un árbol real. O el árbol se podría hacer en un trozo de fieltro o de arpillera.

 

6 – Poner paja en el Árbol de Navidad

Existe una costumbre que miembros de la familia coloquen un pedazo de paja en el pesebre cada vez que realizan una buena acción o una obra de misericordia. 

Esta tradición da a los miembros de la familia a oportunidad de compartir la alegría de la temporada con los necesitados.

Cualquiera que sea la obra de misericordia y dondequiera que se lleve a cabo, sabemos que la paja que simboliza nuestra caridad proporcionará un pesebre caliente para el Niño Jesús en la mañana de Navidad.

Entonces, habremos seguido la acción amorosa de Cristo para los necesitados, compartiendo el calor del pesebre con los demás. 

 

7 – Decora tu alma con las virtudes del amor y la humildad; ora y contempla

Los dos ornamentos más importantes con que uno podría recibir a Jesús con, serían las virtudes de la humildad y el amor. 

El alma de María se llenó de humildad y amor.

Y ella eligió vivir el Adviento para prepararse para el nacimiento de Jesús, en oración.

Debemos reducir la velocidad y tomar tiempo para estar en silencio con Jesús en el Santísimo Sacramento y tratar de profundizar en la oración contemplativa.

 

ESPERAR TU LLEGADA…

Se nos va la vida haciéndolo, Señor.

De mes en mes, de año en año, vivimos en espera.

La fe nos guía, la esperanza nos sostiene, el amor nos alimenta.

Cada día, Señor, es un día que nos acerca a Ti.

Muchas veces la vorágine del mundo parece separarnos de Ti y de Tu Amor.

Pero es vana ilusión lo que podemos obtener a cambio y siempre terminamos volviendo, lastimados y vacíos, a Tu altar.

Pero no escarmentamos, Señor, y volvemos a dejarte de lado por inútiles ilusiones que, tarde o temprano, volverán a dejarnos vacíos.

Es que somos débiles y la espera se hace larga, Señor.

Y llegará la Navidad con su loca algarabía de fiestas mundanas y por un minuto la humanidad detendrá su locura para ofrecer un saludo, un regalo, un beso, un brindis, al que está al lado y un mensaje al que está lejos.

Pero no siempre ese saludo, brindis o beso serán en Tu Nombre, Señor.

Qué pena.

Nuestro transcurrir la historia nos brinda un instante único para la reflexión y la meditación y lo perdemos corriendo tras luces artificiales que opacan en nuestra alma el brillo de la única y verdadera Luz: la Luz del mundo que eres Tú, Señor…

Y una vez apagadas todas esas luces efímeras, volvemos a la espera.

Que se hace permanente para nuestra alma, porque esa espera es un ansia que sólo será calmada con Tu presencia.

Como dijo San Agustín:

«Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

No permitas, Señor que nos canse la espera.

Tú, que todo lo puedes, alimenta nuestro corazón con Tu Amor, para que el aceite no se apague en nuestras lámparas hasta que Tú llegues. Amén.

 

I Domingo Adviento

II Domingo Adviento

III Domingo Adviento

IV Domingo Adviento y Navidad

Fuentes:



María de los Ángeles Pizzorno de Uruguay, Escritora, Catequista, Ex Secretaria retirada
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¿Cuándo Festejan la Navidad otras Denominaciones Cristianas?

Los hombres han fijado diferentes fechas para el nacimiento del Mesías Jesucristo. En la actualidad el nacimiento de Jesus se festeja en cuatro fechas distintas: el 25 de Diciembre, el 6, 7 y 19 de enero.

Los primeros en festejar (el 25 de diciembre) son la iglesia Católica Apostólica Romana, la colectividad Ortodoxa Griega y las iglesias evangélicas también se suman a este festejo.

velas y cruz

La iglesia Ortodoxa Armenia celebra 6 de enero porque mantiene una tradición que viene de los siglos I y II donde la Navidad y Reyes eran una sola. La iglesia Ortodoxa Rusa lo festeja el 7 de enero, y los fieles del Patriarcado Armenio de Jerusalén, festejan la Navidad el 19 de enero.

 En Belén se celebran tres Navidades, en tres fechas distintas, y corresponden a tres Ritos: el Latino, el Ortodoxo y el Armenio.

Esto se debe a que cada Rito sigue un calendario diferente. Los Ortodoxos se guían por el calendario juliano; los latinos siguen el calendario gregoriano y los armenios siguen su propio calendario.

 

CALENDARIOS JULIANO, GREGORIANO Y ARMENIO

El Juliano fue impuesto por Julio César en el año 708 de la fundación de Roma (45 a. de J.C.). Dividía el año en doce meses, como ahora, teniendo febrero un día adicional cada cuatro años. Esto daba al año once minutos de más e hizo necesaria la reforma gregoriana. Pero, es el calendario por el que se rigen todavía los católicos búlgaros y rutenos y los patriarcados ortodoxos de Antioquia, Alejandría, Jerusalén y Servia, así como las iglesias nestoriana, gregoriana, armenia, jacobita y otras. (Rumania, Grecia y Constantinopla han adoptado el Calendario Gregoriano para las fiestas fijas). En consecuencia, andan atrasados trece días y por ésta causa discrepan la celebración de la Navidad, la Pascua y otras fiestas.

El Calendario Gregoriano es el Calendario juliano corregido por orden del Papa Gregorio XII. En 1582 fueron suprimidos diez días ya partir de 1700 tiene que excluirse el bisiesto al comienzo de cada siglo, excepto cada cuatrocientos años. Los protestantes se opusie¬ron a esta innovación romana, y no se adoptó en Inglaterra sino hasta 1752. Su uso fue impuesto desde luego a toda la iglesia occidente y ahora lo usa también la mayor parte de los católicos orientales; las demás igle¬sias orientales no unidas a Roma lo están adoptando gradualmente.

El calendario eclesiástico del Rito Armenio está construido en forma enteramente diferente de la de cualquiera otra iglesia. No tiene sino ocho fiestas, en fechas fijas: la Natividad, la Epifanía, la Circuncisión, la Purificación, la Anunciación, la Natividad de la Virgen, la Inmaculada Concepción, todas las cuales celebran los católicos en las mismas fechas que en occidente.

Todas las demás fiestas caen en un día de la semana que sigue a un domingo que depende de la fecha de Pascua. Durante la Cuaresma y en otros días de ayuno, la fiesta de un santo sólo puede celebrarse en sábado, y desde Pascua hasta Pentecostés en ningún día; celebrándose sólo algunas fiestas en domingo.

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Consecuencia, hay solamente 125 días de santos en el año y muchos se conmemoran en grupos, vgr. Los Ermitaños Egipcios, los Padres de Nicea, los Mártires de Persia.

Los disidentes son los únicos en todo el mundo que guardan la Navidad y la Epifanía como una sola fiesta, el 6 de enero.

 

LAS DISTINTAS CELEBRACIONES DE LA NAVIDAD EN BELÉN

Así, vemos que los Latinos celebran la Navididad la noche del 24 al 25 de diciembre.

La Iglesia Ortodoxa celebra su Navidad el 6 de enero. Ese día al llegar a Belén desde Jerusalén, un poco antes del mediodía, el Patriarca y su séquito, quien es recibido por su clero, dirigiéndose luego de las palabras de bienvenida a la Gruta donde inciensa el Altar de la Estrella y el Pesebre, seguido por los obispos y representantes consulares que suelen asistir a esta ceremonia.

Sale de la gruta por la puerta norte rumbo al Katolikón (la iglesia principal), pasando por la iglesia de los armenios. Se leen los cuatro Evangelios. Después de la primera lectura, el patriarca baja nuevamente a la gruta para incensar los Altares de la Estrella y del Pesebre, subiendo otra vez al Katolikón por el mismo camino, y después de la lectura de cada Evangelio, un obispo hace lo mismo. Hay varias celebraciones durante este día hasta que el Patriarca regresa a Jerusalén. Estas ceremonias son muy vistosas por el rico vestuario y la cantidad de incienso que se usa.

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En la tarde del 18 de enero los armenios empiezan sus preparativos para celebrar su Navidad. Colocan varias alfombras en el piso de su iglesia y una silla en el centro como trono patriarcal.

Cerca de las diez de la mañana del día 19, el clero armenio y el coro bajan de su convento para recibir a su Patriarca, quien es conducido desde la plaza al convento. A la una de la tarde baja a la basílica para celebrar.

 

LA REFORMA PROTESTANTE

Durante la Reforma protestante, la celebración del nacimiento de Cristo fue prohibida por algunas iglesias protestantes, llamándola «Trampas de los papistas» y hasta «Garras de la bestia», debido a su relación con el catolicismo y el paganismo antiguo. Después de la victoria parlamentaria contra el Rey Carlos I durante la Guerra civil inglesa en 1647, los gobernantes puritanos ingleses prohibieron la celebración de la Navidad. El pueblo se rebeló realizando varios motines hasta tomar ciudades importantes como Canterbury, donde decoraban las puertas con eslóganes que hablaban de la santidad de la fiesta. La Restauración de 1660 puso fin a la prohibición, pero muchos de los miembros del clero reformista, no conformes, rechazaban las Celebraciones Navideñas, utilizando argumentos puritanos.

En la América colonial, los Puritanos de Nueva Inglaterra rechazaron la Navidad, y su celebración fue declarada ilegal en Boston de 1659 a 1681.

noche de paz

Al mismo tiempo, los cristianos residentes de Virginia y Nueva York siguieron las celebraciones libremente. La Navidad cayó en desagrado de los Estados Unidos después de la Revolución Americana, cuando se estimó que era una costumbre inglesa.

En la década de 1820, las tensiones sectarias en Inglaterra se habían aliviado y algunos escritores británicos comenzaron a preocuparse, pues la Navidad estaba en vías de desaparición. Dado que imaginaban la Navidad como un tiempo de celebración sincero, hicieron esfuerzos para revivir la fiesta. El libro de Charles Dickens Un cuento de Navidad, publicado en 1843, desempeñó un importante papel en la reinvención de la fiesta de Navidad, haciendo hincapié en la familia, la buena voluntad, la compasión y la celebración familiar.

La Navidad fue declarada día feriado federal de los Estados Unidos en 1870, en ley firmada por el Presidente Ulysses S. Grant, pero aún es una fiesta muy discutida por los distintos líderes puritanos de la nación.

 

LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ

En la actualidad, «Los Testigos de Jehová» no celebran la Navidad por considerarla una festividad pagana, además rechazan que sea el 25 de diciembre la verdadera fecha del nacimiento de Cristo Jesús porque en ‘el calendario judío, el mes que cae entre noviembre y diciembre es el mes llamado kislev’, que «es frío y lluvioso.

Luego viene tebet, entre diciembre y enero, que es el mes con las temperaturas más bajas del año e incluso algunas nevadas en las zonas altas». Haciendo referencia al Evangelio de Lucas 2:8-12 dicen que cuando nació Jesús, había pastores en los campos pasando la noche al aire libre con sus rebaños, algo que no sería posible si fuese invierno.
navidad ortodoxa

 

FIESTAS NO CRISTIANAS DEL 25 DE DICIEMBRE

La verdadera fecha de nacimiento de Jesús no se encuentra registrada en la Biblia. Por ésta razón, no todas las denominaciones cristianas coinciden en la misma fecha.

Los orígenes de ésta celebración, el 25 de diciembre, se ubican en las costumbres de los pueblos de la antigüedad que celebraban durante el solsticio del invierno (desde el 21 de diciembre), alguna fiesta relacionada al dios o los dioses del sol, como Apolo y Helios (en Grecia y Roma), Mitra (en Persia), Huitzilopochtli (en Tenochtitlan), entre otros. Algunas culturas creían que el dios del sol nació el 21 de diciembre, el día más corto del año, y que los días se hacían más largos a medida que el dios se hacía más viejo. En otras culturas se creía que el dios del sol murió ese día, sólo para volver a otro ciclo.

Los romanos celebraban el 25 de diciembre la fiesta del «Natalis Solis Invicti» o «Nacimiento del Sol invicto», asociada al nacimiento de Apolo. El 25 de diciembre fue considerado como día del solsticio de invierno, y que los romanos llamaron bruma; cuando Julio César introdujo su calendario en el año 45 a. C., el 25 de diciembre debió ubicarse entre el 21 y 22 de diciembre de nuestro Calendario Gregoriano. De esta fiesta, los primeros cristianos tomaron la idea del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesucristo. Otro festival romano llamado Saturnalia, en honor a Saturno, duraba cerca de siete días e incluía el solsticio de invierno. Por esta celebración los romanos posponían todos los negocios y guerras, había intercambio de regalos, y liberaban temporalmente a sus esclavos. Tales tradiciones se asemejan a las actuales tradiciones de Navidad y se utilizaron para establecer un acoplamiento entre los dos días de fiesta.

Celebración del Capac Raymi, era liderada por el Emperador Inca. Alusión hecha por Guamán Poma.Los germanos y escandinavos celebraban el 26 de diciembre el nacimiento de Frey, dios nórdico del sol naciente, la lluvia y la fertilidad. En esas fiestas adornaban un árbol perenne, que representaba al Yggdrasil o árbol del Universo, costumbre que se transformó en el árbol de Navidad, cuando llegó el Cristianismo al Norte de Europa.

Los mexicas celebraban durante el invierno, el advenimiento de Huitzilopochtli, dios del sol y de la guerra, en el mes Panquetzaliztli, que equivaldría aproximadamente al período del 7 al 26 de diciembre de nuestro calendario. «Por esa razón y aprovechando la coincidencia de fechas, los primeros evangelizadores, los religiosos agustinos, promovieron la sustitución de personajes y así desaparecieron al dios prehispánico y mantuvieron la celebración, dándole características cristianas.»

Los incas celebraban el renacimiento de Inti o el dios Sol, la fiesta era llamada Cápac Raymi o Fiesta del sol poderoso que por su extensión también abarcaba y daba nombre al mes, por ende este era el primer mes del calendario inca. Esta fiesta era la contraparte del Inti Raymi de junio, pues el 23 de diciembre es el solsticio de verano austral y el Inti Raymi sucede en el solsticio de invierno austral. En el solsticio de verano austral el Sol alcanza su mayor poder (es viejo) y muere, pero vuelve a nacer para alcanzar su madurez en junio, luego declina hasta diciembre, y así se completa el ciclo de vida del Sol. Esta fiesta tenía una connotación de nacimiento, pues se realizaba una ceremonia de iniciación en la vida adulta de los varones jóvenes del imperio, dicha iniciación era conocida como Warachikuy.

Los aztecas también celebraban el nacimiento de uno de sus dioses en invierno: Huitzilopochtli.

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Los difuntos fueron sagrados desde el inicio del cristianismo

Desde la incipiente Iglesia, el cristianismo desarrolló un respeto santo a los difuntos enrabándolo con la inmortalidad del alma y la resurrección, manifestado en la liturgia, el acondicionamiento y entierro de los cuerpos, el arreglo de los sepulcros, como se demuestra ya en las catacumbas.

El culto de los santos se inició ante las tumbas de los mártires, del que dan cuenta las iglesias de los primeros siglos, que se convirtieron en verdaderos cementerios de santos.

Aún hoy sobreviven algunas costumbres como la dedicación de misas a fieles difuntos en su fecha y la conmemoración de Todos los Santos el 1 de noviembre y de los Fieles Difuntos al día siguiente.

 

EL RESPETO HACIA LOS MUERTOS

La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.

El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es “templo del Espíritu Santo” y “miembro de Cristo” (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.

Este respeto se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres.

Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro.

En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado “después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos”; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas.

Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.

 

LAS CATACUMBAS

En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones, los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe.

Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.

Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución.

Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.

Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.

Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada.

En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios?

Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos.

Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires.

Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo.

Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas.

 

FUNERALES Y SEPULTURA

Pero esto en nada afectó al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos.

De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos.

Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo.

Esta práctica, ya casi común hacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.

San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: “Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna” (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4).

Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate.

Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires.

 

LOS DIFUNTOS EN LA LITURGIA

Por otra parte, ya desde el s. III es cosa común a todas las liturgias la memoria de los difuntos.

Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria —mementode los difuntos.

Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias.

La Iglesia hoy en día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la “Conmemoración de todos los Fieles Difuntos”, el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la “Festividad de todos los Santos”, el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos.

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La Cristiandad, Franciscanos y Dominicos

No es fácil para el hombre actual imaginar siquiera cómo la Edad Media tuvo su alma en los miles y miles de monasterios que había en ella. Pido por eso a mis lectores que hagan un esfuerzo para entender cómo aquella inmensa red de monasterios fue durante siglos el alma de Europa, formando no sólo la trama religiosa, sino también cultural de la Cristiandad. Ellos dieron forma, incluso física, no sólo a Europa, sino también al norte del África y al Asia cristiana. La Orden de San Benito fue la más importante, pero también quiero citar algunas otras de la Iglesia de occidente.

Los Canónigos regulares, en el siglo XI, añaden un acento sacerdotal a la espiritualidad monástica, afirman dentro del clero la vita communis, impulsan la antigua y venerable vita aposto­lica, e irradian también a los laicos su ideal de vida evangélica. Pueden reconocerse sus precedentes en la Regla de Crodegango de Metz (755) o la Regula cano­nicorum de Aix-la-Chapelle (816). Los sacerdotes que vivían de este modo canónico establecieron un nuevo estado de perfección, diverso del ordo monasticus. «El que vive como buen laico hace bien, mejor el que es ca­nónigo, y aún mejor el que es monje» (De vita vere apostolica III,23).

La Cartuja fue fundada en 1084 por San Bruno de Colonia (1035-1101), reafirmando el ideal de la oración continua, el solus cum Solo, para lograr la aurea soli­tudo bienaventurada con la ayuda de una total renuncia al mundo. También San Pedro Damián (1007-1072), poco antes, fue gran impulsor del eremitismo.

«Alegráos, hermanos míos –escribe San Bruno–, por vuestro feliz destino y por la liberalidad de la gracia divina para con vosotros. Alegráos, porque habéis escapado de los múltiples peligros y naufra­gios de este mundo tan agitado. Alegráos, porque ha­béis llegado a este puerto escondido, lugar de seguri­dad y de calma», al que muchos no llegan, «porque a ninguno de ellos le había sido concedida esta gracia de lo alto» (Carta de S.Bruno a sus hijos 1-3).

El Císter nace en 1098 del tronco bene­dictino, cuando el impulso de los miles de monasterios de Cluny, que habían realizado una obra grandiosa en la cristianización de Europa, sobre todo en los siglos X y XI, va perdiendo fuerza por la riqueza y el poder acumulados, y también por la complicación de las celebraciones litúrgicas. El Císter se desarrolla sobre todo durante la vida deSan Bernardo (1090-1153), en la que los monasterios pasan de ser cuatro a cerca de seiscientos.

Las Órdenes mendicantes, derivadas del viejo tronco mo­nástico, nacen a comienzos del siglo XIII y se caracterizan por su devoción a la pobreza y a la vita apostolica. Recordaré principalmente a los franciscanos, aunque también a los dominicos, fijándome especialmente en cómo los nuevos frailes no realizan la renuncia al mundo, clave para la perfección evangélica, en la clausura del marco monástico, sino más bien mediante la pobreza y el recogimiento. Viven como los monjes, pero dentro del mundo.

Todas las obras antiguas que citaré pueden hallarse en –San Francisco de Asís. Escritos, biografías, documentos (BAC 399, Madrid 1978; –I. Omaecheva­rría, Escritos de Santa Clara y documentos contem­poráneos (ib. 314,1970) y –Santo Domingo de Guzmán visto por sus contempo­ráneos (ib. 22,1966).

San Francisco de Asís (1182-1226) establece una Regla (1209) para vivirla dentro del mundo, no fuera de él, como los monjes. Él con sus nuevos hermanos «quiere vivir según la forma del santo Evangelio y guar­dar en todo la perfección evangélica» (Leyenda de los tres compañeros 48;cf1 Celano 84). La Regla franciscana está, por tanto, compuesta simplemente por normas tomadas del santo Evan­gelio o de los Apóstoles. Santo Domingo de Guzmán (1170-1221) comunica a sus discípulos, los dominicos, un espíritu semejante en la Orden de predicadores (1216), centrada en la oración-estudio y la predicación: «contemplata aliis tradere». Señalo las líneas principales de la espiritualidad de los mendicantes, especialmente de los franciscanos.

Amor a las criaturas. Nunca la renuncia al mundo en el cristianismo ha venido impulsada por un dualismo ontoló­gico, que ve las criaturas como de suyo malas. Podemos comprobar esto en los nuevos movimien­tos mendicantes, que realizan la renuncia al mundo en formas tan extremas, y que aman tan profundamente a las criaturas, como se refleja, por ejemplo, en el Himno al hermano Sol. San Francisco, su autor, se considera hermano de «la hermana madre tierra». Nadie, en efecto, ama al mundo con un amor tan grande como quien renuncia total­mente a él por el amor a Dios. En San Juan de la Cruz volveremos a destacar esta verdad.

Francisco «en cualquier objeto admiraba al Autor, en las criaturas reconocía al Creador, se go­zaba en todas las obras de las manos del Señor. Y cuanto hay de bueno le gritaba: “Aquel que nos ha hecho es mucho mejor”… [Cita implícita de San Agustín, Confesiones I,4; II,6,12; III,6,10]. Abrazaba todas las cosas con indecible devoción afectuosa, les ha­blaba del Señor y les exhortaba a alabarlo. Dejaba sin apagar las luces, lámparas y velas, no queriendo ex­tinguir con su mano la claridad que le era símbolo de la luz eterna. Cami­naba con reverencia sobre las pie­dras, en atención a Aquél que a sí mismo se llamó Roca… Pero ¿cómo de­cirlo todo? Aquel que es la Fuente de toda bondad, el que será todo en todas las cosas [1Cor 15,28], se co­municaba a nuestro Santo también en todas las cosas» (2 Celano 165).

Dejar el mundo y seguir a CristoLa conversión de San Francisco es el paso de un amor desordenado al mundo a un enamoramiento de Dios, en el que se centra totalmente su corazón. «Si quieres ser perfecto, déjalo todo y si­gue a Cristo». Francisco, joven rico, alegre y con muchos amigos, inicia el camino de la perfección cuando el Señor le muestra la vanidad de to­das esas cosas, y le hace ver que el camino de la perfección se inicia precisamente al ven­derlo todo, para después seguirle.

Y así sucedió que «en tanto que crecía en él muy viva la llama de los deseos celestia­les, por el frecuente ejercicio de la oración, y que reputaba en nada –llevado de su amor a la patria del cielo– las cosas todas de la tierra, creía haber encontrado el tesoro escondido, y, cual prudente mercader, se decidía a vender todas las cosas para hacerse con la preciosa margarita [Mt 13,44-46]. Pero todavía ignoraba cómo hacerlo; lo único que vislumbraba era que el negocio espiritual exige desde el principio el despre­cio del mundo, y que la mili­cia de Cristo debe iniciarse por la victoria de sí mismo» (Leyenda mayor 1,4).

Francisco, viviendo todavía en el mundo y trabajando en el comercio familiar, «buscaba despreciar la gloria mundana y as­cender gradualmente a la perfección evangélica» (1,6). Y muy pronto Dios dispone su vida de tal modo que le es dado dejar totalmente el mundo para seguir totalmente al Señor. «Desembarazado ya el despreciador del mundo de la atracción de los deseos terrenos, abandona la ciu­dad», y sale al bosque, cantando al Señor (Leyenda menor 1,8). «Despreciando lo mundano, marcha hacia bienes mejores» (1 Celano 8).

Muchos compañeros le da Dios en seguida. Francisco, con la palabra y el ejemplo, anima a renunciarlo todo para seguir del todo a Cristo. Y muchos se hacen hermanos suyos, queriendo compartir este ca­mino. Bernardo es el primero que deci­de «renunciar por completo al mundo», y consulta a Francisco cómo hacerlo. Abren tres veces el Evangelio, y leen: –1º, si quieres ser per­fecto, vende todo… –2º, no toméis nada para el camino… –3º, el que quiera venirse con­migo, que cargue con su cruz y me siga… «Tal es –dijo el Santo– nuestra vida y regla, y la de todos aquellos que quieran unirse a nuestra compañía. Por tanto, si quieres ser per­fecto, vete y cumple lo que has oído» (Leyenda mayor 3,3).

El mismo camino toma el sacerdote Silvestre, que «abandonó el mundo», y siguió a Cristo (2 Celano3,5). Y muy pronto «muchísimos hombres buenos e idóneos, clé­rigos y laicos, huyendo del mundo y rompiendo vi­rilmente con el diablo, por gracia y voluntad del Al­tísimo, le siguieron devotamente en su vida e ideales» (1 Celano 56). El éxito de esta pastoral vocacional fue realmente fulgurante. En el último Capítulo de las esteras (1221) eran ya unos 5.000 frailes.

Extraños al mundo, pobres y peregrinos. Francisco es visto ya por sus contemporáneos como un «hombre celestial» (1Cor 15,48): «A los que lo contemplaban, les parecía ver en él a un hombre de otro mundo, ya que, con la mente y el rostro siempre vueltos al cielo, se esforzaba porelevarlos a todos ha­cia arriba [Col 1,1-3]» (Leyenda mayor 4,5). El mayor gozo de Francisco es la oración, que por unas ho­ras le saca de este mundo oscuro y engañoso, y lo introduce en el mundo celestial, lumi­noso y verdadero. Así, «ausente del Señor en el cuerpo [2Cor 5,6], se esforzaba por estar presente en el espíritu en el cielo; y al que se había hecho ya conciudadano de los án­geles, le separaba [del Señor y del cielo] sólo el muro de la carne» (2 Celano 94)…

La pobreza evangélica es el paso primero de los frailes mendicantes en el camino de la perfección, de la perfección propia y de la ajena. En efecto,los que por amor de Cristo «nada tienen» enseñan a vivir cristianamente a «los que tienen» por vocación divina familia, trabajo, casa, posesiones. Los frailes viven una pobreza absoluta y un celibato perfecto para que los que tienen bienes de este mundo y también cónyuge y familia, posean todo lo que Dios les ha dado «como si no los tuvieran» (1Cor 7,29-31). Por eso estos frailes son para todos los laicos verdade­ros espejos evangélicos. Como hombres celestiales, en efecto, salvan el mundo exi­liándose de él por la pobreza, el recogimiento y la mortificación. Y los fieles que viven en el mundo ven a estos frailes tan metidos ya en el cielo, que no tratan con ellos si no es de las co­sas que conducen a la vida eterna.

Y siempre será la pobreza primer tramo del camino de la perfección. Aquellos frailes mendicantes, «tan animosamente despreciaban lo terreno, que apenas consentían en aceptar lo necesario para la vida, y, habituados a ne­garse toda comodidad, no se asustaban ante las más ásperas privaciones» (1 Celano 41). Eran, pues, re­almente exiliados del mundo, al tiempo que eran los hermanos más próximos a todos los hombres, espe­cialmente a los más necesitados. Quería Francisco que la pobreza evangélica pusiera su huella en todo, expresando continuamente que los her­manos «no eran de este mundo». Y por eso «detestaba profundamente que hubiese muchos y exquisitos ense­res. Nada quería, en las me­sas y en las vasijas, que recordase el mundo, para que todas las cosas que se usaban hablaran de peregrina­ción, de destierro» (2 Celano 60).

Los nuevos frailes viven una perfecta renuncia al mundo por medio de un granrecogimiento de los sentidos y de la mente. Y logran así dentro del mundo una libertad del mundo tan perfecta como la de los monjes, que en el claustro viven separados del mundo. La vida de franciscanos y dominicos, al menos en buena parte, transcurre en compañía de los hombres seculares. Pues bien, como si estuvieran vi­viendo en el más ale­jado monasterio, ellos están llamados a vivir un perfecto recogimiento en el hablar, en el oír, en el mirar. Así es como los frailes consuman la renuncia bautismal al mundo, y prolongan de un modo nuevo la renuncia monástica.

–Hablar poco. No quería Francisco que los hermanos que vivían con él «buscasen, por an­sia de novedades, el trato con los segla­res, no fuera que, abandonando la contem­plación de las cosas del cielo, vinieran, por influencia de charlatanes, a aficionarse a las cosas de aquí abajo. A nadie permitía decir palabras ociosas, ni contar las que había oído» (2 Celano 19).

Y ésa era, igualmente, la norma de Santo Domingo: los frailes predicadores, «como varones que desean su salvación y la de los demás, pórtense honesta y religiosamente como hombre evangélicos, siguiendo las huellas de su Salvador, hablando consigo y con los prójimos, con Dios o de Dios, y evitarán la familiaridad de toda compañía sospechosa» (Libro de las costumbres, dist. 2ª, 31).

–Ver poco. San Francisco enseñó a sus hermanos a librarse en absoluto de «la concupiscencia de los ojos» (1Jn 2,16), por la que el alma se dispersa y se pierde. Un día iba a pasar el emperador Otón, con su espectacular y elegante comi­tiva, por el camino en que estaba la choza de Francisco y sus compañeros; pero éste «ni salió a verlo ni permitió que saliera sino aquél que valientemente le había de anunciar lo efímero de aquella gloria». Aborrecía Francisco tanto la vana curio­sidad como la adulación a los grandes: «Él estaba investido de la autoridad apostólica, y por eso se resistía en absoluto a adular a reyes y príncipes» (1 Ce­lano 43)

–No mirar mujeres. Queriendo evitar toda tentación de mirar a una mujer con mal de­seo (cf. Mt 5,28), San Francisco, con gran humildad, y prefiriendo no tener a tener como si no se tuviera, era sumamente recogido en la mirada, especialmente hacia las mujeres, hasta el punto que pudo decir a un compa­ñero: «te confieso la ver­dad, si las mirase, no las conocería por la cara, si no es a dos» (2 Celano 112), quizá su madre y Santa Clara. Y este mismo cui­dado humilde recomendaba a los suyos que guardaran: «os doy ejemplo para que voso­tros hagáis también como yo hago» (205).

También Santo Domingo, en ese mismo tiempo, incluye en el elenco de culpas gra­ves la costumbre de «fijar la mirada donde hay mujeres» (Libro de las costumbres, dist. 1ª, 21; cf. la misma norma en las Constit. de las monjas 11, sobre mirar a los hombres). Esta gran modestia de los ojos es enseñada en la Biblia (Eclo 9,5), por los antiguos maestros cristianos y también por los modernos hasta nuestros días (p. ej., S. Ignacio, Regla 2ª de modestia, 1555; S. Pablo de la Cruz, +1775, en ctas. a dirigidos seglares; S. Antonio Mª Claret, +1870, Autobiografía n. 394-395; A. Tanquerey +1932, Compendio 776; A. Royo-Marín, Tlga. de la perfección 238).

Esta gran modestia de los religiosos en el hablar y el mirar es, sin duda, un gran ejemplo para los laicos, que en otros modos conformes a su vocación, han de guar­dar también en el mundo un prudente recogimiento de su mente y de sus senti­dos.

Negar para amarPara muchos cristianos modernos esta espiritualidad resulta incomprensible; les parece escandalosamente negativa y próxima al maniqueísmo. Pero es que ellos están tan alejados de la Cruz y de toda forma de ab-negación de sí mismos, que no entienden nada del Evangelio. Por eso se escandalizan del ejemplo de los santos. Y por eso los desfiguran muchas veces cuando escriben sus vidas, como sucede en ocasiones con las biografías de San Francisco de Asís, en las que su retrato apenas tiene nada que ver con su fisonomía real. Todas esas negaciones, obradas por tan gran recogimiento y pobreza, están motivadas por la más grande caridad, y nada hay tan positivo como el amor sobrenatural.

–por amor a Dios. La renuncia medieval al mundo está he­cha, como siempre, de santo temor a su fas­cinante peligrosidad, pero es mucho más toda­vía un enamoramiento de Dios y de su Cristo. No es otra actitud que la de San Pablo: «por amor de Cristo… todo lo sacri­fiqué, y lo tengo por estiércol, con tal de gozar de Cristo» (Flp 3,7-8). Recogimiento y pobreza de criaturas son bienaventuranzas, para más agradar a Dios y más gozar de Él: «los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8)

Nadie suele discutir la positividad de Francisco de Asís, que tan atractivo es para cristianos y paganos; pero casi nadie recuerda el rigor extremo de su mortificación en ayunos y penitencias, y la condición extrema de su recogimiento. «Si sobrevenían visitas de segla­res u otros quehaceres, corría de nuevo al recogi­miento, interrumpiéndolos sin esperar a que terminasen. El mundo ya no tenía go­ces para él, sustentado con las dulzuras del cielo; y los placeres de Dios lo habían hecho demasiado delicado para gozar con los gro­seros placeres de los hombres» (2 Celano 94). Por eso ten­día siempre a recogerse en lugares solitarios, y el final de su vida fue en la soledad.

Por amor a «Jesucristo, y éste crucificado» (1Cor 2,2). Ya vimos en este mismo blog (147) el enamoramiento de Francisco por el Crucificado. Para él «los placeres del mundo le eran cruz, porque llevaba arraigada en el corazón la cruz de Cristo. Y por eso le bri­llaban las llagas al exterior –en la carne–, porque la cruz había echado muy hondas raíces dentro, en el alma» (2 Celano211).

–por amor a los hombres, para procurar su salvación. La renuncia al mundo de los mendicantes medievales está he­cha, como siempre, de santo temor a su fas­cinante peligrosidad. Pero es para ellos, que aman al mundo más y mejor que to­dos, penitencia expiatoria, con-cru­cifixión con Cristo para la redención del mundo. Ejemplo imprescindible de los que no tienen en favor de los que tienen, para ayudarles a tener santamente, como si no tuvieran. Y con este espíritu, vestidos de saco, descalzos, con una cuerda por cinturón, viviendo de lismosnas, «ostentaban vileza, para dar así a entender que estaban completamente “crucificados para el mundo”» (1 Celano 39), al modo de San Pablo (Gál 6,14).

Muerte dichosa. Estos frailes que han pasado toda su vida tan muertos al mundo, tan escondidos con Cristo en Dios (Col 3,3), no habrán de sufrir mucho a la hora de la muerte, cuando el Padre les llame a dejar la vida del mundo presente. Así San Francisco, que «tuvo por deshonra vivir para el mundo, amó a los suyos en ex­tremo, y recibió a la muerte cantando… Ya nada tenía de común con el mundo… “He concluído mi tarea; Cristo os enseñe la vuestra”» (2 Celano 214; cf. Gerardo de Fra­chet, Vidas de los frailes predicadores, V parte, 2: De la dichosa muerte de los frai­les).

Comentarios. No me alargo en ellos, pues son más bien tarea de los lectores. –Qué cerca están del Evangelio los monjes y religiosos medievales, y qué lejos de ellos estamos ahora. –La imagen de San Francisco creada modernamente por cristianos y paganos apenas tiene nada que ver con lo que él fue realmente. –Cuanto más han renunciado al mundo los monjes y los frailes más fuerza han tenido para evangelizar la vida de los laicos y para promover la transformación cristiana del mundo. –Y es que cuanto más se toma la Cruz de Cristo (fuga mundi en mirar, oír, hablar, no tener) más se participa en su Resurrección. –Todo esto, aunque en modos concretos muy diversos, se aplica igualmente a laicos, sacerdotes y religiosos.

Fuentes: P. José María Iraburu, (181) De Cristo o del mundo -XXIII. La Cristiandad. 4. Franciscanos y dominicos


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La Oración en la Iglesia Católica

El en tiempo de la Iglesia se desarrolló la actual oración católica, de la que da cuenta el Catecismo de la Iglesia Católica.

2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, «reunidos en un mismo lugar» (Hch 2, 1), que lo esperaban «perseverando en la oración con un mismo espíritu» (Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la formará en la vida de oración.

2624 En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes «acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2, 42). Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía.

2625 Estas oraciones son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en las Escrituras, pero las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir de su cumplimient o en Cristo (cf Lc 24, 27. 44). El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales. Las formas de la oración, tal como las revelan las Escrituras apostólicas canónicas, siguen siendo normativas para la oración cristiana.

I La bendición y la adoración

2626 La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de toda bendición.

2627 Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien sube llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende del Padre (es él quien nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).

2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humill ar el espíritu ante el «Rey de la gloria» (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios «siempre mayor» (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.

II La oración de petición

2629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso «luchar en la oración» (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia El.

2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el Antiguo. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que S. Pablo llama el gemido: el de la creación «que sufre dolores de parto» (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera «del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza» (Rm 8, 23-24), y, por último, los «gemidos inefables» del propio Espíritu Santo que «viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene» (Rm 8, 26).

2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: «ten compasión de mí que soy pecador»: Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces «cuanto pidamos lo recibimos de El» (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.

2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.

2633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).

III La oración de intercesión

2634 La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. El es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz de «salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Hb 7, 25). El propio Espíritu Santo «intercede por nosotros… y su intercesión a favor de los santos es según Dios» (Rm 8, 26-27).

2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca «no su propio interés sino el de los demás» (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).

2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: «por todos los hombres, por todos los constituídos en autoridad» (1 Tm 2, 1), por los perseguidores (cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf Rm 10, 1).

IV La oración de acción de gracias

2637 La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.

2638 Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ella. «En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros» (1 Ts 5, 18). «Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias» (Col 4, 2).

V La oración de alabanza

2639 La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: «un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros» (1 Co 8, 6).

2640 San Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio la admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo, y las subraya también respecto a las acciones del Espíritu Santo que son los hechos de los apóstoles : la comunidad de Jerusalén (cf Hch 2, 47), el tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9), la muchedumbre que glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de Pisidia que «se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor» (Hch 13, 48).

2641 «Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor» (Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores inspirados del Nuevo Testamento, las primeras comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del Espíritu, componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha (cf Flp 2, 6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De esta «maravilla» de toda la Economía de la salvación brota la doxología, la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25).

2642 La revelación «de lo que ha de suceder pronto», el Apocalip sis, está sostenida por los cánticos de la liturgia celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la intercesión de los «testigos» (mártires: Ap 6, 10). Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al «Padre de las luces de quien desciende todo don excelente» (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza.

2643 La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la «ofrenda pura» de todo el Cuerpo de Cristo «a la gloria de su Nombre» (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, «el sacrificio de alabanza».

 

LA TRADICIÓN DE LA ORACIÓN

2650. La oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario querer orar. No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la oración: es necesario también aprender a orar. Pues bien, por una transmisión viva (la santa Tradición), el Espíritu Santo, en la «Iglesia creyente y orante» (DV 8), enseña a orar a los hijos de Dios.

2651 La tradición de la oración cristiana es una de las formas de crecimiento de la Tradición de la fe, en particular mediante la contemplación y la reflexión de los creyentes que conservan en su corazón los acontecimientos y las palabras de la Economía de la salvación, y por la penetración profunda en las realidades espirituales de las que adquieren experiencia (cf DV 8).

 

LAS FUENTES DE LA ORACIÓN

2652 El Espíritu Santo es el «agua viva» que, en el corazón orante, «brota para vida eterna» (Jn 4, 14). El es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo.

La Palabra de Dios

2653 La Iglesia «recomienda insistentemente todos sus fieles… la lectura asidua de la Escritura para que adquieran ‘la ciencia suprema de Jesucristo’ (Flp 3,8)… Recuerden que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues ‘a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras’ (San Ambrosio, off. 1, 88)» (DV 25).

2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: «Buscad leyendo, y encontraréis meditando ; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación» (cf El Cartujano, scala: PL 184, 476C).

La Liturgia de la Iglesia

2655 La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de su celebración. Incluso cuando la oración se vive «en lo secreto» (Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf IGLH 9).

Las virtudes teologales

2656 Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.

2657 El Espíritu Santo nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno de Cristo, nos educa para orar en la esperanza. Inversamente, la oración de la Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos muy particularmente, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar nuestra esperanza en Dios: «En el Señor puse toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor» (Sal 40, 2). «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15, 13).

2658 «La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). La oración, formada en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos permite responder amando como El nos ha amado. El amor es la fuente de la oración: quien saca el agua de ella, alcanza la cumbre de la oración:

Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente… Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro (S. Juan María Bautista Vianney, oración).

«Hoy»

2659 Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la de la Providencia (cf. Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: «¡Ojalá oyerais hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón» (Sal 95, 7-8).

2660 Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los «pequeños», a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante amasar con la oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser esa levadura con la que el Señor compara el Reino (cf Lc 13, 20-21).

 

EL CAMINO DE LA ORACIÓN

2663 En la tradición viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles, según el contexto histórico, social y cultural, el lenguaje de su oración: palabras, melodías, gestos, iconografía. Corresponde al magisterio (cf. DV 10) discernir la fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe apostólica y compete a los pastores y catequistas explicar el sentido de ello, con relación siempre a Jesucristo.

La oración al Padre

2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos «en el Nombre» de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre.

La oración a Jesús

2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres…

2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: «Jesús», «YHVH salva» (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir «Jesús» es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).

2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación: «Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de nosotros, pecadores!» Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador.

2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en «palabrerías» (Mt 6, 7), sino que «conserva la Palabra y fructifica con perseverancia» (cf Lc 8, 15). Es posible «en todo tiempo» porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.

2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió.

«Ven, Espíritu Santo»

2670 «Nadie puede decir: ‘¡Jesús es Señor!’ sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.

Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 28).

2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: «Ven, Espíritu Santo», y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).

Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).

2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.

En comunión con la Santa Madre de Dios

2673 En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga en la Iglesia con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).

2674 Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, «que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias» (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de él: María «muestra el Camino» [«Hodoghitria»], ella es su «signo», según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.

2675 A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno «engrandece» al Señor por las «maravillas» que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.

2676 Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María:

«Dios te salve, María [Alégrate, María]». La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)

«Llena de gracia, el Señor es contigo»: Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia. «Alégrate… Hija de Jerusalén… el Señor está en medio de ti» (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es «la morada de Dios entre los hombres» (Ap 21, 3). «Llena de gracia», se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.

«Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús». Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. «Llena del Espíritu Santo» (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): «Bienaventurada la que ha creído… » (Lc 1, 45): María es «bendita entre todas las mujeres» porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las «naciones de la tierra» (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.

2677 «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros… « Con Isabel, nos maravillamos y decimos: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para nosotros como oró para sí misma: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: «Hágase tu voluntad».

«Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la «Madre de la Misericordia», a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos «ahora», en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, «la hora de nuestra muerte». Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.

2678 La piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma litánica del Acathistós y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokia, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la misma.

2679 María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le está unida en la esperanza (cf LG 68-69).

 

MAESTROS Y LUGARES DE ORACIÓN

Una pléyade de testigos

2683 Los testigos que nos han precedido en el Reino (cf Hb 12, 1), especialmente los que la Iglesia reconoce como «santos», participan en la tradición viva de la oración, por el modelo de su vida, por la transmisión de sus escritos y por su oración actual. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar «en la alegría» de su Señor, han sido «constituidos sobre lo mucho» (cf Mt 25, 21). Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

2684 En la comunión de los santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de la historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del amor de Dios hacia los hombres, por ejemplo el «espíritu» de Elías a Eliseo (cf 2 R 2, 9) y a Juan Bautista (cf Lc 1, 17), ha podido transmitirse para que unos discípulos tengan parte en ese espíritu (cf PC 2). En la confluencia de corrientes litúrgicas y teológicas se encuentra también una espiritualidad que muestra cómo el espíritu de oración incultura la fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan la pura y única Luz del Espíritu Santo.

«El Espíritu es verdaderamente el lugar de los santos, y el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado su templo» (San Basilio, Spir. 26, 62).

Servidores de la oración

2685 La familia cristiana es el primer lugar de la educación en la oración. Fundada en el sacramento del matrimonio, es la «Iglesia doméstica» donde los hijos de Dios aprenden a orar «en Iglesia» y a perseverar en la oración. Particularmente para los niños pequeños, la oración diaria familiar es el primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada pacientemente por el Espíritu Santo.

2686 Los ministros ordenados son también responsables de la formación en la oración de sus hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido ordenados para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la oración: la Palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las situaciones concretas (cf PO 4-6).

2687 Muchos religiosos han consagrado y consagran toda su vida a la oración. Desde el desierto de Egipto, eremitas, monjes y monjas han dedicado su tiempo a la alabanza de Dio s y a la intercesión por su pueblo. La vida consagrada no se mantiene ni se propaga sin la oración; es una de las fuentes vivas de la contemplación y de la vida espiritual en la Iglesia.

2688 La catequesis de niños, jóvenes y adultos, está orientada a que la Palabra de Dios se medite en la oración personal, se actualice en la oración litúrgica, y se interiorice en todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva. La catequesis es también el momento en que se puede purificar y educar la piedad popular (cf. CT 54). La memorización de las oraciones fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante hacer gustar su sentido (cf CT 55).

2689 Grupos de oración, es decir, «escuelas de oración», son hoy uno de los signos y uno de los acicates de la renovación de la oración en la Iglesia, a condición de beber en las auténticas fuentes de la oración cristiana. La salvaguarda de la comunión es señal de la verdadera oración en la Iglesia.

2690 El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración (dirección espiritual). Aquellos y aquellas que han sido dotados de tales dones son verdaderos servidores de la Tradición viva de la oración:

Por eso, el alma que quiere avanzar en la perfección, según el consejo de San Juan de la Cruz, debe «considerar bien entre qué manos se pone porque tal sea el maestro, tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo». Y añade: «No sólo el director debe ser sabio y prudente sino también experimentado… Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las comprenderá» (Llama estrofa 3).

Lugares favorables para la oración

2691 La iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración:

— para la oración personal, el lugar favorable puede ser un «rincón de oración», con las Sagradas Escrituras e imágenes, para estar » en lo secreto» ante nuestro Padre (cf Mt 6, 6). En una familia cristiana este tipo de pequeño oratorio favorece la oración en común.

— en las regiones en que existen monasterios, una vocación de estas comunidades es favorecer la participación de los fieles en la Oración de las Horas y permitir la soledad necesaria para una oració n personal más intensa (cf PC 7).

— las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo. Son tradicionalmente tiempos fuertes de renovación de la oración. Los santuarios son, para los peregrinos en busca de fuentes vivas, lugares excepcionales para vivir «en Iglesia» las formas de la oración cristiana.

 

LA VIDA DE ORACIÓN

2697 La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 1, 4). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.

2698 La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos.

2699 El Señor conduce a cada persona por los caminos de la vida y de la manera que él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.

 

LAS EXPRESIONES DE LA ORACIÓN

I La oración vocal

2700 Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. «Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas» (San Juan Crisóstomo, ecl. 2).

2701 La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el «Padre Nuestro». Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios nos lo presentan elevando la voz para expresar su oración personal, desde la bendición exultante del Padre (cf Mt 11, 25-26), hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc 14, 36).

2702 Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos. Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el poder posible.

2703 Esta necesidad responde también a una exigencia divina. Dios busca adoradores en espíritu y en verdad, y, por consiguiente, la oración que sube viva desde las profundidades del alma. También reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a la oración interior, esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto al que Dios tiene derecho.

2704 La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquél «a quien hablamos» (Santa Teresa de Jesús, cam. 26). Entonces la oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa.

II La meditación

2705 La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el por qué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente, se hace con la ayuda de un libro, que a los cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales, obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la historia, la página del «hoy» de Dios.

2706 Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí, se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: «Señor, ¿qué quieres que haga?».

2707 Los métodos de meditación son tan diversos como los maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.

2708 La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar «los misterios de Cristo», como en la «lectio divina» o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El.

III La oración de contemplación

2709 ¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: «no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (vida 8).

La contemplación busca al «amado de mi alma» (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de él y vivir en él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor.

2710 La elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende de una voluntad decidida reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe.

2711 La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: «recoger» el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquél que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar.

2712 La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía (cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10). Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amante del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado.

2713 Así, la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, «a su semejanza».

2714 La contemplación es también el tiempo fuerte por excelencia de la oración. En ella, el Padre nos concede «que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor» (Ef 3, 16-17).

2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. «Yo le miro y él me mira», decía, en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a El es renuncia a «mí». Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el «conocimiento interno del Señor» para más amarle y seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).

2716 La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el «sí» del Hijo hecho siervo y en el «fiat» de su humilde esclava.

2717 La contemplación es silencio, este «símbolo del mundo venidero» (San Isaac de Nínive, tract. myst. 66) o «amor silencioso» (San Juan de la Cruz). Las palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre «exterior», el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús.

2718 La contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea manifestado por medio de la caridad en acto.

2719 La contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro. Son tres tiempos fuertes de la Hora de Jesús que su Espíritu (y no la «carne que es débil») hace vivir en la contemplación. Es necesario consentir en «velar una hora con él» (cf Mt 26, 40).

 

EL COMBATE DE LA ORACIÓN

2725 La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con El nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El «combate espiritual» de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.

I Las objeciones a la oración

2726 En el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.

2727 También tenemos que hacer frente a mentalidades de «este mundo» que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es «amor de la Belleza absoluta» (philocalia), y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).

2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos «muchos bienes» (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad, herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración… La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.

 

II Necesidad de la humilde vigilancia

Frente a las dificultades de la oración

2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquel al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).

2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al último día y al «hoy». El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: «Dice de ti mi corazón: busca su rostro» (Sal 27, 8).

2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. «El grano de trigo, si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).

Frente a las tentaciones en la oración

2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes.

2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. «El espíritu está pronto pero la carne es débil» (Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.

III La confianza filial

2734 La confianza filial se prueba en la tribulación (cf. Rm 5, 3-5), particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás. Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es escuchada o «eficaz».

Queja por la oración no escuchada

2735 He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?

2736 ¿Estamos convencidos de que «nosotros no sabemos pedir como conviene» (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los «bienes convenientes»? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8) pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).

2737 «No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones» (St 4, 2-3; cf. todo el contexto St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, «adúltero» (St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque él quiere nuestro bien, nuestra vida. «¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que El ha hecho habitar en nosotros» (St 4,5)? Nuestro Dios está «celoso» de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:

No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es él quien quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer con él en oración (Evagrio, or. 34). El quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos (San Agustín, ep. 130, 8, 17).

La oración es eficaz

2738 La revelación de la oración en la economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres.

2739 En San Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición.

2740 La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. El es su modelo. El ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?.

2741 Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.

IV Perseverar en el amor

2742 «Orad constantemente» (1 Ts 5, 17), «dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5, 20), «siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos» (Ef 6, 18).»No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar» (Evagrio, cap. pract. 49). Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe, luminosas y vivificantes:

2743 Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está «con nosotros, todos los días» (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:

Es posible, incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina (San Juan Crisóstomo, ecl.2).

2744 Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser «vida nuestra», si nuestro corazón está lejos de él?

Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Anna 4, 5).

Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (San Alfonso María de Ligorio, mez.).

2745 Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. «Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15, 16-17).

Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua (Orígenes, or. 12).

V La oración de la hora de Jesús

2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida «una vez por todas», permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la «hora de Jesús» sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.

2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración «sacerdotal» de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su «paso» [pascua] hacia el Padre donde él es «consagrado» enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).

2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está «recapitulado» en El (cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la unidad.

2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la «hora de Jesús» llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha.

2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que él nos enseña: «Padre Nuestro». La oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).

2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el «conocimiento» indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la vida de oración.

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La Oración Judeo Cristiana de la Biblia

La oración es el centro de la tradición judeo-cristiana. Veamos lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la tradición de la oración a partir de la Biblia.

2558 «Este es el Misterio de la fe». La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles (Primera Parte del Catecismo) y lo celebra en la Liturgia sacramental (Segunda Parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (Tercera Parte). Por tanto, este Misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración.

 

¿QUÉ ES LA ORACIÓN?

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, ms autob. C 25r).

La oración como don de Dios

2559 «La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes»(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde «lo más profundo» (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. «Nosotros no sabemos pedir como conviene»(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).

2560 «Si conocieras el don de Dios»(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (cf San Agustín, quaest. 64, 4).

2561 «Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva» (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: «A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas» (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).

La oración como Alianza

2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana.

2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo «me adentro»). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.

2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.

La oración como Comunión

2565 En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La gracia del Reino es «la unión de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero» (San Gregorio Nac., or. 16, 9). Así, la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con El. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21).

 

LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN

La llamada universal a la oración

2566 El hombre busca a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser desde la nada a la existencia. «Coronado de gloria y esplendor» (Sal 8, 6), el hombre es, después de los ángeles, capaz de reconocer «¡qué glorioso es el Nombre del Señor por toda la tierra!» (Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el deseo de Aquél que le llama a la existencia. Todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf Hch. 17, 27).

2567 Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a s u Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, el caminar del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación.

 

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

2568 La revelación de la oración en el Antiguo Testamento se inscribe entre la caída y la elevación del hombre, entre la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos: «¿Dónde estás?… ¿Por qué lo has hecho?» (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al entrar en el mundo: «He aquí que vengo… a hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con la historia de los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos de la historia.

La creación, fuente de la oración

2569 La oración se vive primeramente a partir de las realidades de la creación. Los nueve primeros capítulos del Génesis describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de los primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4), como invocación del nombre divino por Enós (cf Gn 4, 26), como «marcha con Dios» (Gn 5, 24). La ofrenda de Noé es «agradable» a Dios que le bendice y, a través de él, bendice a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es justo e íntegro; él también «marcha con Dios» (Gn 6, 9). Una muchedumbre de hombres pertenecientes a todas las religiones siempre han vivido esta característica de la oración.

En su alianza indefectible con todos los seres vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios llama siempre a los hombres a orar. Pero, en el Antiguo Testamento, la oración se revela sobre todo a partir de nuestro padre Abraham.

La Promesa y la oración de la fe

2570 Cuando Dios le llama, Abraham parte «como se lo había dicho el Señor» (Gn 12, 4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en la fidelidad a Dios.

2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).

2572 Como última purificación de su fe, se le pide al «que había recibido las promesas» (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: «Dios proveerá el cordero para el holocausto» (Gn 22, 8), «pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos» (Hb 11, 19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).

2573 Dios renueva su promesa a Jacob, cabeza de las doce tribus de Israel (cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con «alguien» misterioso que rehúsa revelar su nombre pero que le bendice antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).

Moisés y la oración del mediador

2574 Cuando comienza a realizarse la promesa (Pascua, Exodo, entrega de la Ley y conclusión de la Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de intercesión que tiene su cumplimiento en «el único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo-Jesús» (1 Tm 2, 5).

2575 También aquí, Dios interviene, el primero. Llama a Moisés desde la zarza ardiendo (cf Ex 3, 1-10). Este acontecimiento quedará como una de las figuras principales de la oración en la tradición espiritual judía y cristiana. En efecto, si «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» llama a su servidor Moisés es que él es el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. El se revela para salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres: llama a Moisés para enviarlo, para asociarlo a su compasión, a su obra de salvación. Hay como una imploración divina en esta misión, y Moisés, después de debatirse, acomodará su voluntad a la de Dios salvador. Pero en este diálogo en el que Dios se confía, Moisés aprende también a orar: se humilla, objeta, y sobre todo pide y, en respuesta a su petición, el Señor le confía su Nombre inefable que se revelará en sus grandes gestas.

2576 Pues bien, «Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Ex 33, 11). La oración de Moisés es típica de la oración contemplativa gracias a la cual el servidor de Dios es fiel a su misión. Moisés «habla» con Dios frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la montaña para escucharle e implorarle, bajando hacia el pueblo para transmitirle las palabras de su Dios y guiarlo. «El es de toda confianza en mi casa; boca a boca hablo con él, abiertamente» (Nm 12, 7-8), porque «Moisés era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la haz de la tierra» (Nm 12, 3).

2577 De esta intimidad con el Dios fiel, tardo a la cólera y rico en amor (cf Ex 34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de Myriam (cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo cuando «se mantiene en la brecha» ante Dios (Sal 106, 23) para salvar al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión es también un combate misterioso) inspirarán la audacia de los grandes orantes tanto del pueblo judío como de la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.

David y la oración del rey

2578 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo – pastores y profetas – son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo «estar ante el Señor» (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo escuchar Su Palabra: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (cf 1 S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la intercesión: «Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto» (1 S 12, 23).

2579 David es, por excelencia, el rey «según el corazón de Dios», el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre, aquél cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-29), confianza amante y alegre en aquél que es el único Rey y Señor. En los Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David, revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.

2580 El Templo de Jerusalén, la casa de oración que David quería construir, será la obra de su hijo, Salomón. La oración de la Dedicación del Templo (cf 1 R 8, 10-61) se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey eleva entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por entero a El.

Elías, los profetas y la conversión del corazón

2581 Para el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el incienso, los panes de «la proposición», todos estos signos de la Santidad y de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y caminos de la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la fe, la conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y después del Destierro.

2582 Elías es el padre de los profetas, «de la raza de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz» (Sal 24, 6). Su nombre, «El Señor es mi Dios», anuncia el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el Monte Carmelo (cf 1 R 18, 39). Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: «La oración ferviente del justo tiene mucho poder» (St 5, 16b-18).

2583 Después de haber aprendido la misericordia en su retirada al torrente de Kérit, aprende junto a la viuda de Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda (cf 1 R 17, 7-24).

En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del pueblo de Dios, el fuego del Señor es la respuesta a su súplica de que se consume el holocausto «a la hora de la ofrenda de la tarde»: «¡Respóndeme, Señor, respóndeme!» son las palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias orientales en la epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).

Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se recoge como Moisés «en la hendidura de la roca» hasta que «pasa» la presencia misteriosa de Dios (cf 1 R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente en el monte de la Transfiguración se dará a conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de la Gloria de Dios está en la rostro de Cristo crucificado y resucitado (cf 2 Co 4, 6).

2584 En el «cara a cara» con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7, 2. 5; Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).

Los Salmos, oración de la Asamblea

2585 Desde David hasta la venida del Mesías, las Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el sentido profundo de la oración para sí mismo y para los demás (cf Esd 9, 6-15; Ne 1, 4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos fueron reunidos poco a poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos (o «alabanzas»), son la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento.

2586 Los Salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas en Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración es indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que oran y a todos los hombres; asciende desde la Tierra santa y desde las comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los Salmos, usados por Cristo en su oración y que en él encuentran su cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia (cf IGLH 100-109).

2587 El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. En los demás libros del Antiguo Testamento «las palabras proclaman las obras» (de Dios por los hombres) «y explican su misterio» (DV 2). En el salterio, las palabras del salmista expresan, cantándolas para Dios, sus obras de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de enseñarnos a orar.

2588 Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se encarnan a la vez en la liturgia del templo y en el corazón del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una oración de desamparo o de acción de gracias, de súplica individual o comunitaria, de canto real o de peregrinación o de meditación sapiencial, los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la historia de su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el salmista. Un salmo puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que se puede rezar verdaderamente por los hombres de toda condición y de todo tiempo.

2589 Hay unos rasgos constantes en los Salmos: la simplicidad y la espontaneidad de la oración, el deseo de Dios mismo a través de su creación, y con todo lo que hay de bueno en ella, la situación incómoda del creyente que, en su amor preferente por el Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos y de tentaciones; y que, en la espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la certeza del amor de Dios, y la entrega a la voluntad divina. La oración de los salmos está siempre orientada a la alabanza; por lo cual, corresponde bien al conjunto de los salmos el título de «Las Alabanzas». Reunidos los Salmos en función del culto de la Asamblea, son invitación a la oración y respuesta a la misma: «Hallelu-Ya!» (Aleluya), «¡Alabad al Señor!»

¿Qué hay mejor que un Salmo? Por eso, David dice muy bien: «¡Alabad al Señor, porque es bueno salmodiar: a nuestro Dios alabanza dulce y bella!». Y es verdad. Porque el salmo es bendición pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea, aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz de la Iglesia, melodiosa profesión de fe (San Ambrosio, Sal. 1, 9).

 

EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

2598 El drama de la oración se nos revela plenamente en el Verbo que se ha hecho carne y que habita entre nosotros. Intentar comprender su oración, a través de lo que sus testigos nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos al Santo Señor Jesús como a la Zarza ardiendo: primero contemplando a él mismo en oración y después escuchando cómo nos enseña a orar, para conocer finalmente cómo acoge nuestra plegaria.

Jesús ora

2599 El Hijo de Dios hecho hombre también aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. El aprende de su madre las fórmulas de oración; de ella, que conservaba toas las «maravillas » del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: «Yo debía estar en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con y para los hombres.

2600 El Evangelio según San Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de él en su Bautismo (cf Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar cumplimiento con su Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22, 41-44); ora también ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12), antes de que Pedro lo confiese como «el Cristo de Dios» (Lc 9, 18-20) y para que la fe del príncipe de los Apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre.

2601 «Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: `Maestro, enséñanos a orar'» (Lc 11, 1). Es, sobre todo, al contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar. Entonces, puede aprender del Maestro de la oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre.

2602 Jesús se aparta con frecuencia a la soledad en la montaña, con preferencia por la noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha «asumido la carne», comparte en su oración humana todo lo que viven «sus hermanos» (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su oración «en lo secreto».

2603 Los evangelistas han conservado dos oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de el las comienza precisamente con la acción de gracias. En la primera (cf Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y los ha revelado a los «pequeños» (los pobres de las Bienaventuranzas). Su conmovedor «¡Sí, Padre!» expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el «Fiat» de Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al «misterio de la voluntad» del Padre (Ef 1, 9).

2604 La segunda oración es narrada por San Juan (cf Jn 11, 41-42) en el pasaje de la resurrección de Lázaro. La acción de gracias precede al acontecimiento: «Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado», lo que implica que el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a continuación: «Yo sabía bien que tú siempre me escuchas», lo que implica que Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que la petición sea otorgada, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don otorgado, es el «tesoro», y en El está el corazón de su Hijo; el don se otorga como «por añadidura» (cf Mt 6, 21. 33).

La oración «sacerdotal» de Jesús (cf. Jn 17) ocupa un lugar único en la Economía de la salvación. (Su explicación se hace al final de esta primera sección) Esta oración, en efecto, muestra el carácter permanente de la plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y al mismo tiempo contiene lo que Jesús nos enseña en la oración del Padrenuestro (la cual se explica en la sección segunda).

2605 Cuando llega la hora de realizar el plan amoroso del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria filial, no solo antes de entregarse libremente («Abbá …no mi voluntad, sino la tuya»: Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34); «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 24,43); «Mujer, ahí tienes a tu Hijo» – «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27); «Tengo sed» (Jn 19, 28); «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34; cf Sal 22, 2); «Todo está cumplido» (Jn 19, 30); «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23, 46), hasta ese «fuerte grito» cuando expira entregando el espíritu (cf Mc 15, 37; Jn 19, 30b).

2606 Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía de la creación y de la salvación. El salterio nos da la clave para su comprensión en Cristo. Es en el «hoy» de la Resurrección cuando dice el Padre: «Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra» (Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33).

La carta a los Hebreos expresa en términos dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la victoria de la salvación: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (Hb 5, 7-9).

Jesús enseña a orar

2607 Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su oración a su Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo. Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.

2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en la conversión del corazón: la reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al Padre «en lo secreto» (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión está toda ella polarizada hacia el Padre, es filial.

2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede pedirnos que «busquemos» y que «llamemos» porque él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).

2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, «todo es posible para quien cree» (Mc 9, 23), con una fe «que no duda» (Mt 21, 22). Tanto como Jesús se entristece por la «falta de fe» de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la «poca fe» de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira ante la «gran fe» del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea (cf Mt 15, 28).

2611 La oración de fe no consiste solamente en decir «Señor, Señor», sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).

2612 En Jesús «el Reino de Dios está próximo», llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a aquél que «es y que viene», en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lc 22, 40. 46).

2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:

La primera, «el amigo importuno» (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: «Llamad y se os abrirá». Al que ora así, el Padre del cielo «le dará todo lo que necesite», y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.

La segunda, «la viuda importuna» (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?»

La tercera parábola, «el fariseo y el publicano» (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. «Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador». La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: «¡Kyrie eleison!».

2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es «pedir en su Nombre» (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14, 13-14).

2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es «otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad» (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en El: «Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto» (Jn 16, 24).

Jesús escucha la oración

2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9, 27) o «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: «¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!» Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: «Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!».

San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: «Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis» («Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros», Sal 85, 1; cf IGLH 7).

La oración de la Virgen María

2617 La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la concepción de Cristo (cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch 1, 14). En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho «llena de gracia» responde con la ofrenda de todo su ser: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro.

2618 El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera «madre de los que viven».

2619 Por eso, el cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el «Magnificat» latino, el «Megalynei» bizantino) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los «pobres» cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres «en favor de Abraham y su descendencia, para siempre».

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La Oración del Señor: el Padre Nuestro

El Padre Nuestro es la oración que enseñó Jesús y que los católicos de todo el mundo repiten. Esto nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el Padre Nuestro.

2759 «Estando él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ‘Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.'» (Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una versión más desarrollada (con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13). la tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

2760 Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: «Tuyo es el poder y la gloria por siempre». Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1) añaden en el comienzo: «el reino»‘: y ésta la fórmula actual para la oración ecuménica. La tradición bizantina añade después un gloria al «Padre, Hijo y Espíritu Santo». El misal romano desarrolla la última petición (Embolismo: «líbranos del mal») en la perspectiva explícita de «aguardando la feliz esperanza» (Tt 2, 13) y «la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo»; después se hace la aclamación de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las Constituciones apostólicas.

 

«RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO»

2761 «La oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano, or. 1). «Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: ‘Pedid y se os dará’ (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental» (Tertuliano, or. 10).

I Corazón de las Sagradas Escrituras

2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San Agustín concluye:

Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical (ep. 130, 12, 22).

2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta «Buena Nueva». Su primer anuncio está resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor:

La oración dominical es la más perfecta de las oraciones… En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).

2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.

II «La oración del Señor»

2765 La expresión tradicional «Oración dominical» [es decir, «oración del Señor»] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es «del Señor». Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.

2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros «espíritu y vida» (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre «ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ‘¡Abbá, Padre!'» (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también «el que escruta los corazones», el Padre, quien «conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios» (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.

III Oración de la Iglesia

2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor «tres veces al día» (Didaché 8, 3), en lugar de las «Dieciocho bendiciones» de la piedad judía.

2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada esencialmente en la oración litúrgica.

El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él no dice «Padre mío» que estás en el cielo, sino «Padre nuestro», a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).

En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la iniciación cristiana:

2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega [«traditio»] de la Oración del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, «los que son engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo» (1 P 1, 23) aprenden a invocar a su Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los «neófitos» el que ora y obtiene misericordia (cf 1 P 2, 1-10).

2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula por una parte todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.

2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los «últimos tiempos», tiempos de salvaci ón que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado.

2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual «aún no se ha manifestado lo que seremos» (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están orientados hacia la venida del Señor, «¡hasta que venga!» (1 Co. 11, 26).

 

«PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO»

I Acercarse a Él con toda confianza

2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: «Atrevernos con toda confianza», «Haznos dignos de». Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: «No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies» (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que «después de llevar a cabo la purificación de los pecados» (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: «Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio» (Hb 2, 13):

La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: ‘Abbá, Padre’ (Rm 8, 15) … ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto? (San Pedro Crisólogo, serm. 71).

2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: «parrhesia», simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).

II «¡Padre!»

2779 Antes de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes falsas de «este mundo». La humildad nos hace reconocer que «nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar», es decir «a los pequeños» (Mt 11, 25-27). La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado. Transferir a él, o contra él, nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o demoler. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal como el Hijo nos lo ha revelado:

La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre (Tertuliano, or. 3).

2780 Podemos invocar a Dios como «Padre» porque él nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).

2781 Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El y con su Hijo, Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como «Padre», Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en él y por haber sido habitados por su presencia.

2782 Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida al adoptarnos como hijos suyos en su Hijo único: por el Bautismo nos incorpora al Cuerpo de su Cristo, y, por la Unción de su Espíritu que se derrama desde la Cabeza a los miembros, hace de nosotros «cristos»:

Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en adelante, como participantes de Cristo, sois llamados «cristos» con justa causa. (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).

El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero: «¡Padre!», porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom. orat. 9).

2783 Así pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros mismos al mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):

Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo… Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre nuestro… Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).

2784 Este don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión continua y una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales:

El deseo y la voluntad de asemejarnos a él. Creados a su imagen, la semejanza se nos ha dado por gracia y tenemos que responder a ella.

Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios ‘Padre nuestro’, de que debemos comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano, Dom. orat. 11).

No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la señal de la bondad del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).

Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).

2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf Mt 18, 3); porque es a «los pequeños» a los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):

Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre, muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan Casiano, coll. 9, 18).

Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración, … y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir …¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).

III Padre «nuestro»

2786 Padre «Nuestro» se refiere a Dios. Este adjetivo, por nuestra parte, no expresa una posesión, sino una relación totalmente nueva con Dios.

2787 Cuando decimos Padre «nuestro», reconocemos ante todo que todas sus promesas de amor anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser «su Pueblo» y El es desde ahora en adelante «nuestro Dios». Esta relación nueva es una pertenencia mutua dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que responder «a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo (Jn 1, 17).

2788 Como la Oración del Señor es la de su Pueblo en los «últimos tiempos», ese «nuestro» expresa también la certeza de nuestra esperanza en la última promesa de Dios: en la nueva Jerusalén dirá al vencedor: «Yo seré su Dios y él será mi hijo» (Ap 21, 7).

2789 Al decir Padre «nuestro», es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien nos dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su «fuente y origen», sino confesamos que eternamente el Hijo es engendrado por El y que de El procede el Espíritu Santo. No confundimos de ninguna manera las personas, ya que confesamos que nuestra comunión es con el Padre y su Hijo, Jesucristo, en su único Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo.

2790 Gramaticalmente, «nuestro» califica una realidad común a varios. No hay más que un solo Dios y es reconocido Padre por aquellos que, por la fe en su Hijo único, han renacido de El por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn 3, 5). La Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el Hijo único hecho «el primogénito de una multitud de hermanos» (Rm 8, 29) se encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo Espíritu (cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre «nuestro», la oración de cada bautizado se hace en esta comunión: «La multitud de creyentes no tenía más que un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32).

2791 Por eso, a pesar de las divisiones entre los cristianos, la oración al Padre «nuestro» continúa siendo un bien común y un llamamiento apremiante para todos los bautizados. En comunión con Cristo por la fe y el Bautismo, los cristianos deben participar en la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos (cf UR 8; 22).

2792 Por último, si recitamos en verdad el «Padre Nuestro», salimos del individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo «nuestro» al comienzo de la Oración del Señor, así como el «nosotros» de las cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad (cf Mt 5, 23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre nosotros.

2793 Los bautizados no pueden rezar al Padre «nuestro» sin llevar con ellos ante El todos aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El amor de Dios no tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla (cf. NA 5). Orar a «nuestro» Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para que «estén reunidos en la unidad» (Jn 11, 52). Esta solicitud divina por todos los hombres y por toda la creación ha animado a todos los grandes orantes.

IV «Que estás en el cielo»

2794 Esta expresión bíblica no significa un lugar [«el espacio»] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está «fuera», sino «más allá de todo» lo que acerca de la santidad divina puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito:

Con razón, estas palabras ‘Padre nuestro que estás en el Cielo’ hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquél a quien invoca (San Agustín, serm. Dom. 2, 5. 17).

El «cielo» bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11).

2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra «patria». De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo «ha bajado del cielo», solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).

2796 Cuando la Iglesia ora diciendo «Padre nuestro que estás en el cielo», profesa que somos el Pueblo de Dios «sentado en el cielo, en Cristo Jesús» (Ef 2, 6), «ocultos con Cristo en Dios» (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, «gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial» (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14):

Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).

 

LAS SIETE PETICIONES

2803. Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia El, ofrecen nuestra miseria a su Gracia. «Abismo que llama al abismo» (Sal 42, 8).

2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para El: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no «nos» nombramos, sino que lo que nos mueve es «el deseo ardiente», «el ansia» del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50): «Santificado sea … venga … hágase …»: estas tres súplicas ya han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co 15, 28).

2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo: «danos … perdónanos … no nos dejes … líbranos». La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.

2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, llenos de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un «nosotros» que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.

I Santificado sea tu nombre

2807 El término «santificar» debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en «el benévolo designio que él se propuso de antemano» para que nosotros seamos «santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (cf Ef 1, 9. 4).

2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.

2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta de él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre «a su imagen y semejanza» (Gn 1, 26), Dios «lo corona de gloria» (Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda «privado de la Gloria de Dios» (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre «a la imagen de su Creador» (Col 3, 10).

2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios: «se cubrió de Gloria» (Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí, este pueblo es «suyo» y debe ser una «nación santa» (o consagrada, es la misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre de Dios habita en él.

2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo»), y aunque el Señor «tuvo respeto a su Nombre» y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel y «profanó su Nombre entre las naciones» (cf Ez 20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.

2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que él ss, por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: «Padre santo … por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad» (Jn 17, 19). Jesús nos «manifiesta» el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque «santifica» él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).

2813 En el agua del bautismo, hemos sido «lavados, santificados, justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre «nos llama a la santidad» (1 Ts 4, 7) y como nos viene de él que «estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación» (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.

¿Quién podría santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras ‘Sed santos porque yo soy santo’ (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante… Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en nosotros (San Cipriano, Dom orat. 12).

2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones:

Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad… Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol: ‘el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo, serm. 71).

Cuando decimos «santificado sea tu Nombre», pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre ‘en nosotros’, porque pedimos que lo sea en todos los hombres (Tertuliano, or. 3).

2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es oración nuestra si se hace «en el Nombre» de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: «Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado» (Jn 17, 11).

II Venga a nosotros tu reino

2816 En el Nuevo Testamento, la palabra «basileia» se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:

Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano, Dom. orat. 13).

2817 Esta petición es el «Marana Tha», el grito del Espíritu y de la Esposa: «Ven, Señor Jesús»:

Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: ‘¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?’ (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).

2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor «a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo» (MR, plegaria eucarística IV).

2819 «El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre «la carne» y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):

Solo un corazón puro puede decir con seguridad: ‘¡Venga a nosotros tu Reino!’. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: ‘Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal’ (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: ‘¡Venga tu Reino!’ (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).

2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).

2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).

III Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo

2822 La voluntad de nuestro Padre es «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 3-4). El «usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan» (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que «nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado» (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).

2823 El nos ha dado a «conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano … : hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza … a él por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad» (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.

2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: » He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad» (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: «Yo hago siempre lo que le agrada a él» (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: «No se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús «se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios» (Ga 1, 4). «Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo» (Hb 10, 10).

2825 Jesús, «aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia» (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):

Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes, or. 26).

Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice ‘Que tu voluntad se haga’ en mí o en vosotros ‘sino en toda la tierra’: para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).

2826 Por la oración, podemos «discernir cuál es la voluntad de Dios» (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener «constancia para cumplirla» (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino «haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21).

2827 «Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha» (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido «agradables» al Señor por no haber querido más que su Voluntad:

Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: ‘Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’ por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).

IV Danos hoy nuestro pan de cada día

2828 «Danos»: es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. «Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes «a su tiempo su alimento» (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.

2829 Además, «danos» es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero este «nosotros» lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.

2830 «Nuestro pan». El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:

A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).

2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).

2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.

2833 Se trata de «nuestro» pan, «uno» para «muchos»: La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).

2834 «Ora et labora» (cf. San Benito, reg. 20; 48). «Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros». Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.

2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: «No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para «anunciar el Evangelio a los pobres». Hay hambre sobre la tierra, «mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios» (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).

2836 «Hoy» es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este «hoy» no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:

Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? ‘Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy’ (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr. 5, 26).

2837 «De cada día». La palabra griega, «epiousios», no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de «hoy» (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza «sin reserva». Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: «lo más esencial»], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, «remedio de inmortalidad» (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este «día» es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre «cada día».

La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos… Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).

El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo «mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial» (San Pedro Crisólogo, serm. 71)

V Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, -«perdona nuestras ofensas»- podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es «para la remisión de los pecados». Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: «como».

Perdona nuestras ofensas…

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una «confesión» en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, «tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados» (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero «todo es posible para Dios».

… como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2842 Este «como» no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos ‘como’ es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, ‘como’ vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que ‘como’ yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida «del fondo del corazón», en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es «nuestra Vida» (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente ‘como’ nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano». Allí es, en efecto, en el fondo «del corazón» donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de «pecados» según Lc 11, 4, o de «deudas» según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor» (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):

Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).

VI No nos dejes caer en la tentación

2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos «deje caer» en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa «no permitas entrar en» (cf Mt 26, 41), «no nos dejes sucumbir a la tentación». «Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie» (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate «entre la carne y el Espíritu». Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.

2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una «virtud probada» (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre «ser tentado» y «consentir» en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es «bueno, seductor a la vista, deseable» (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.

Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres … En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).

2848 «No entrar en la tentación» implica una decisión del corazón: «Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón … Nadie puede servir a dos señores» (Mt 6, 21-24). «Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este «dejarnos conducir» por el Espíritu Santo. «No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito» (1 Co 10, 13).

2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es «guarda del corazón», y Jesús pide al Padre que «nos guarde en su Nombre» (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. «Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela» (Ap 16, 15).

VII Y Líbranos del mal

2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el «nosotros», en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en «comunión con los santos» (cf RP 16).

2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El «diablo» [«dia-bolos»] es aquél que «se atraviesa» en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.

2852 «Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44), «Satanás, el seductor del mundo entero» (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será «liberada del pecado y de la muerte» (MR, Plegaria Eucarística IV). «Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno» (1 Jn 5, 18-19):

El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al Demonio. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).

2853 La victoria sobre el «príncipe de este mundo» (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está «echado abajo» (Jn 12, 31; Ap 12, 11). «El se lanza en persecución de la Mujer» (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, «llena de gracia» del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). «Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos» (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.

2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que «tiene las llaves de la Muerte y del Hades» (Ap 1,18), «el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que ha de venir» (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):

Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).

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. Como se hace una buena oración

En verdad, en verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá. Tal es la bella promesa que nos ha hecho Jesucristo. Dice que nos concederá todo cuanto le pidamos, pero debemos entender que con la condición de que recemos con las debidas disposiciones. Ya lo dijo el apóstol Santiago: Si pedís y no alcanzáis lo que pedís. es porque pedís malamente.

El contenido de este artículo se ha subsumido en este otro.

 

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¿Dónde y cómo fue la Asunción de la Virgen María?

Como por Tradición Apostólica sabemos que la Asunción tuvo lugar en el sepulcro de María, podemos concluir que la Asunción tuvo lugar en el mismo sitio donde Jesús fue apresado antes de su Pasión y Muerte; es decir, en el Huerto de Getsemaní, donde oró así al Padre la noche antes de morir: “Padre, si es posible que pase de Mí esta prueba, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”

Tomemos la opinión del Teólogo Antonio Royo Marín, o.p., la cual aparece en su libro La Virgen María, Teología y Espiritualidad Marianas, editado por B.A.C. en 1968.

En el momento mismo en que el alma santísima de María se separó del cuerpo -que en esto consiste la muerte- entró inmediatamente en el Cielo y quedó, por decirlo así, el alma incandescente de gloria, en grado incomparable, como correspondía a la Madre de Dios y a la elevación de su gracia. Su cuerpo santísimo, mientras tanto, fue llevado al sepulcro por los discípulos del Señor.

Una antigua tradición, fundada en el argumento de la Madre también debe parecerse en esto a su Hijo, nos señala que el cuerpo de María estuvo en el sepulcro el mismo tiempo que el de Cristo. Es decir, que poco tiempo después de haber sido sepultado, el cuerpo santísimo de la Santísima Vírgen resucitó también como el de Jesús.

La resurrección se realizó sencillamente volviendo el alma al cuerpo, del que se había separado por la muerte. Pero como el alma de María, al entrar de nuevo a su cuerpo virginal, no venía en el mismo estado en que salió de él, sino incandescente de gloria, comunicó al cuerpo su propia glorificación, poniéndolo también al nivel de una gloria incomparable.

Teológicamente hablando, la Asunción de María consiste en la resurrección gloriosa de su cuerpo. Y, en virtud de esa resurrección, comenzó a estar en cuerpo y alma en el Cielo. Por cierto Royo Marín contradice una diferenciación que se ha hecho con frecuencia entre la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y la Asunción de su Madre al Cielo, como si la Ascensión fue hecha por el Señor por su propio poder y la Asunción de María requiriera de la ayuda de los Angeles, para Ella poder ascender.

Nos dice que el traslado material a un determinado lugar -si es que el Cielo es un lugar, además de un estado- lo hizo María por sí misma, sin necesidad de ser llevada por los Angeles. Esto sucedió en virtud de una de las cualidades de los cuerpos gloriosos, que es la agilidad.

Para entender lo que es esta cualidad nos apoyaremos en el mismo autor, quien nos describe en su libroTeología de la Salvación, al referirse a las cualidades de los cuerpos gloriosos de los resucitados, en qué consiste la agilidad:
“En virtud de esta maravillosa cualidad, los cuerpos de los bienaventurados podrán trasladarse, cuando quieran, a sitios remotísimos, atravesando distancias fabulosas con la velocidad del pensamiento. Sin embargo, este movimiento, aunque rapidísimo, no será instantáneo … pero será tan vertiginoso que será del todo imperceptible”.

La diferencia, entonces, entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María radica en que Cristo hubiera podido ascender al Cielo por su propio poder, aun antes de su muerte y gloriosa resurrección, mientras que su Madre no hubiera podido hacerlo antes de que hubiera tenido lugar su propia resurrección.

Sin duda alguna, nos dice Royo Marín, irían con Ella todos los Angeles del Cielo, aclamándola como su Reina y Señora, como bien lo han descrito poetas y pintado pintores, pero sin necesidad de ser llevada o ascendida por Angeles, pues ella sola se bastaba con la agilidad de su cuerpo santísimo, ya glorificado por su gloriosa resurrección.

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