Categories
Foros de la Virgen María María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

Crucifixión, Muerte y Descendimiento, visiones de Maria Valtorta

Cuatro hombres fornidos, que por su aspecto me parecen judíos, y judíos más merecedores de la cruz que los condenados, ciertamente de la misma calaña de los flageladores, y que estaban en un sendero, saltan al lugar del suplicio. Van vestidos con túnicas cortas y sin mangas.

Tienen en sus manos clavos, martillos y cuerdas. Y muestran burlonamente estas cosas a los tres condenados. La muchedumbre se excita envuelta en un delirio cruel.

El centurión ofrece a Jesús el ánfora, para que beba la mixtura anestésica del vino mirrado. Pero Jesús la rechaza. Los dos ladrones, por el contrario, beben mucha. Luego, junto a una piedra grande, casi en el borde de la cima, ponen esta ánfora de amplia boca de forma de tronco de cono invertido.

Se da a los condenados la orden de desnudarse. Los dos ladrones lo hacen sin pudor alguno. Es más, se divierten haciendo gestos obscenos hacia la muchedumbre, y especialmente hacia el grupo sacerdotal, todo blanco con sus túnicas de lino, grupo que, a la chita callando y haciendo uso de su condición, ha vuelto al rellano. A los sacerdotes se han unido dos o tres fariseos y otros prepotentes personajes a quienes el odio hace amigos entre sí. Y veo a personas ya conocidas, como el fariseo Jocanán e Ismael, el escriba Sadoq, Elí de Cafarnaúm…

Los verdugos ofrecen tres trapajos a los condenados para que se los aten a la ingle. Los ladrones los agarran mientras profieren blasfemias aún más horrendas. Jesús, que se está desvistiendo lentamente por el agudo dolor de las heridas, lo rehúsa. Quizás cree que conservará el calzón corto que pudo tener durante la flagelación. Pero cuando le dicen que también se lo quite, tiende la mano para mendigar el trapajo de los verdugos para cubrir su desnudez: verdaderamente es el Anonadado, hasta el punto de tener que pedir un trapajo a unos delincuentes.

Pero María se ha percatado y se ha quitado el largo y sutil lienzo blanco que le cubre la cabeza por debajo del manto oscuro; un velo en el que Ella ha derramado ya mucho llanto. Se lo quita sin dejar caer el manto. Se lo pasa a Juan para que se lo dé a Longinos para su hijo. El centurión toma el velo sin poner dificultades, y cuando ve que Jesús está para desnudarse del todo, vuelto no hacia la muchedumbre sino hacia la parte vacía de gente -mostrando así su espalda surcada de moraduras y ampollas, sangrante por heridas abiertas o a través de oscuras costras-, le ofrece el velo materno de lino. Jesús lo reconoce y se lo enrolla en varias veces en torno a la pelvis asegurándoselo bien para que no se caiga… Y en el lienzo –hasta ese momento mojado sólo de llanto- caen las primeras gotas de sangre, porque muchas de las heridas, mínimamente cubiertas de coágulo, al agacharse para quitarse las sandalias y dejar en el suelo la ropa, se han abierto y la sangre de nuevo mana.

Ahora Jesús se vuelve hacia la muchedumbre. Y se ve así que también el pecho, los brazos, las piernas, están llenos de golpes de los azotes. A la altura del hígado hay un enorme cardenal. Bajo el arco costal izquierdo hay siete nítidas estrías en relieve, terminada en siete pequeñas laceraciones sangrantes rodeadas de un círculo violáceo… un golpe fiero de flagelo en esa zona tan sensible del diafragma. Las rodillas, magulladas por las repetidas caídas que ya empezaron inmediatamente después de la captura y que terminaron en el Calvario, están negras por los hematomas, y abiertas por la rótula, especialmente la derecha, con una vasta laceración sangrante.

La muchedumbre lo escarnece como en coro (con citas de: Salmo 45, 3; Cantar de los cantares 5, 10-16; y alusiones a: Números 12; Deuteronomio 24, 9):
-¡Qué hermoso! ¡El más hermoso de los hijos de los hombres! Las hijas de Jerusalén te adoran…

Y empiezan a cantar, con tono de salmo:
-Cándido y rubicundo es mi dilecto, se distingue entre millares. Su cabeza es oro puro; sus cabellos, racimos de palmera, sedeños como pluma de cuervo. Sus ojos son como dos palomas chapoteando en arroyos de leche que no de agua, en la leche de sus órbitas. Sus mejillas son aromáticos cuadros de jardín; sus labios, purpúreos lirios que rezuman preciosa mirra. Sus manos torneadas como trabajo de orfebre, terminadas en róseos jacintos. Su tronco es marfil veteado de zafiros. Sus piernas, perfectas columnas de cándido mármol con bases de oro. Su majestuosidad es como la del Líbano; su solemnidad, mayor que 1a del alto cedro. Su lengua está empapada de dulzura. Toda una delicia es él -y se ríen, y también gritan:
-¡El leproso! ¡El leproso! ¿Será que has fornicado con un ídolo, si Dios te ha castigado de este modo? ¿Has murmurado contra los santos de Israel, como María de Moisés pues que has recibido este castigo? ¡Oh! ¡Oh! ¡El Perfecto! ¿Eres el Hijo de Dios? ¡Qué va! ¡Lo que eres es el aborto de Satanás! A1 menos él, Mammona, es poderoso y fuerte. Tú… eres un andrajo impotente y asqueroso.

Atan a las cruces a los ladrones y se los coloca en sus sitios, uno a la derecha, uno a la izquierda, respecto al sitio destinado para Jesús. Gritan, imprecan, maldicen; y, especialmente cuando meten las cruces en el agujero y los descoyuntan y las cuerdas magullan sus muñecas, sus maldiciones contra Dios, contra la Ley, contra los romanos, contra los judíos, son infernales.

Es ahora el turno de Jesús. Él se extiende mansamente sobre el madero. Los dos ladrones se rebelaban tanto, que, no siendo suficientes los cuatro verdugos, habían tenido que intervenir soldados para sujetarlos, para que no apartaran con patadas a los verdugos que los ataban por las muñecas. Pero para Jesús no hay necesidad de ayuda. Se extiende y pone la cabeza donde le dicen que la ponga. Abre los brazos como le dicen que los abra. Estira las piernas como ordenan que lo haga. Sólo se ha preocupado de colocarse bien su velo. Ahora su largo cuerpo, esbelto y blanco, resalta sobre el madero oscuro y el suelo amarillo.

Dos verdugos se sientan encima de su pecho para sujetarlo. Y pienso en qué opresión y dolor debió sentir bajo ese peso. Un tercer verdugo le toma el brazo derecho y lo sujeta: con una mano en la primera parte del antebrazo; con la otra, en el extremo de los dedos. El cuarto, que tiene ya en su mano el largo clavo de punta afilada y cuerpo cuadrangular que termina en una superficie redonda y plana de1 diámetro de diez céntimos de los tiempos pasados, mira si el agujero ya practicado en la madera coincide con la juntura del radio y el cúbito en la muñeca. Coincide. El verdugo pone la punta del clavo en la muñeca, alza el martillo y da el primer golpe.
Jesús, que tenía los ojos cerrados, al sentir el agudo dolor grita y se contrae, y abre al máximo los ojos, que nadan entre lágrimas. Debe sentir un dolor atroz… el clavo penetra rompiendo músculos, venas, nervios, penetra quebrantando huesos…

María responde, con un gemido que casi lo es de cordero degollado, al grito de su Criatura torturada; y se pliega, como quebrantada Ella, sujetándose la cabeza entre las manos. Jesús, para no torturarla, ya no grita. Pero siguen los golpes, metódicos, ásperos, de hierro contra hierro… y uno piensa que, debajo, es un miembro vivo el que los recibe.

La mano derecha ya está clavada. Se pasa a la izquierda. El agujero no coincide con el carpo. Entonces agarran una cuerda, atan la muñeca izquierda y tiran hasta dislocar la juntura, hasta arrancar tendones y músculos, además de lacerar la piel ya serrada por las cuerdas de la captura. También la otra mano debe
sufrir porque está estirada por reflejo y en torno a su clavo se va agrandando el agujero. Ahora a duras penas se llega al principio del metacarpo, junto a la muñeca. Se resignan y clavan donde pueden, o sea, entre el pulgar y los otros dedos, justo en el centro del metacarpo. Aquí el clavo entra más fácilmente, pero con mayor espasmo porque debe cortar nervios importantes (tanto que los dedos se quedan inertes, mientras los de la derecha experimentan contracciones y temblores que ponen de manifiesto su vitalidad). Pero Jesús ya no grita, sólo emite un ronco quejido tras sus labios fuertemente cerrados, y lágrimas de dolor caen al suelo después de haber caído en la madera.

Ahora les toca a los pies. A unos dos metros -un poco más-del extremo de la cruz hay un pequeño saliente cuneiforme, escasamente suficiente para un pie. Acercan a él los pies para ver si va bien la medida. Y, dado que está un poco bajo y los pies llegan mal, estiran por los tobillos al pobre Mártir. Así, la madera áspera de la cruz raspa las heridas y menea la corona, de forma que ésta se descoloca arrancando otra vez cabellos, y puede caerse; un verdugo, con mano violenta, vuelve a incrustársela en la cabeza…

Ahora los que estaban sentados en el pecho de Jesús se alzan para ponerse sobre las rodillas, dado que Jesús hace un movimiento involuntario de retirar las piernas al ver brillar al sol el larguísimo clavo, el doble de largo y de ancho de los que han sido usados para las manos. Y cargan su peso sobre las rodillas excoriadas, y hacen presión sobre las pobres tibias contusas, mientras los otros dos llevan a cabo la operación, mucho más difícil, de enclavar un pie sobre el otro, tratando de hacer coincidir las dos junturas de los tarsos.

A pesar de que miren bien y tengan bien sujetos los pies, por los tobillos y los dedos, contra el apoyo cuneiforme, el pie de abajo se corre por la vibración del clavo, y tienen que desclavarlo casi (desclavar invirtiendo la posición, o sea, poniendo debajo el pie derecho y encima el izquierdo), porque después de haber entrado en las partes blandas, el clavo, que ya había perforado el pie derecho y sobresalía, tiene que ser centrado un poco más. Y golpean, golpean, golpean… Sólo se oye el atroz ruido del martillo contra la cabeza del clavo, porque todo el Calvario es sólo ojos atentísimos y oídos aguzados, para percibir la acción y el ruido, y gozarse en ello…

Acompaña al sonido áspero del hierro un lamento quedo de paloma: el ronco gemido de María, quien cada vez se pliega más, a cada golpe, como si el martillo la hiriera a Ella, la Madre Mártir. Y es comprensible que parezca próxima a sucumbir por esa tortura: la crucifixión es terrible: como la flagelación en cuanto al dolor, pero más atroz de presenciar, porque se ve desaparecer el clavo dentro de las carnes vivas; sin embargo, es más breve que la flagelación, que agota por su duración.
Para mí, la agonía del Huerto, la flagelación y la crucifixión son los momentos más atroces. Me revelan toda la tortura de Cristo. La muerte me resulta consoladora, porque digo: « ¡Se acabó!». Pero éstas no son el final, son el comienzo de nuevos sufrimientos.

Ahora arrastran la cruz hasta el agujero. La cruz rebota sobre el suelo desnivelado y zarandea al pobre Crucificado. Izan la cruz, que dos veces se va de las manos de los que la levantan (una vez, de plano; la otra, golpeando el brazo derecho de la cruz) y ello procura un acerbo tormento a Jesús, porque la sacudida que recibe remueve las extremidades heridas.

Y cuando, luego, dejan caer la cruz en su agujero -oscilando además ésta en todas las direcciones antes de quedar asegurada con piedras y tierra, e imprimiendo continuos cambios de posición al pobre cuerpo, suspendido de tres clavos-, el sufrimiento debe ser atroz. Todo el peso del cuerpo se echa hacia delante y cae hacia abajo, y los agujeros se ensanchan, especialmente el de la mano izquierda; y se ensancha el agujero practicado en los pies. La sangre brota con más fuerza. La de los pies gotea por los dedos y cae al suelo, o desciende por el madero de la cruz; la de las manos recorre los antebrazos, porque las muñecas están más altas que las axilas, debido a la postura; surca también las costillas bajando desde las axilas hacia la cintura. La corona, cuando la cruz se cimbrea antes de ser fijada, se mueve, porque la cabeza se echa bruscamente hacia atrás, de manera que hinca en la nuca el grueso nudo de espinas en que termina la punzante corona, y luego vuelve a acoplarse en la frente y araña, araña sin piedad.

Por fin, la cruz ha quedado asegurada y no hay otros tormentos aparte del de estar colgado. Levantan también a los ladrones, los cuales, puestos ya verticalmente, gritan como si los estuvieran desollando vivos, por la tortura de las cuerdas, que van serrando las muñecas y hacen que las manos se pongan negras, con las venas hinchadas como cuerdas.

Jesús calla. La muchedumbre ya no calla; antes bien, reanuda su vocerío infernal.
Ahora la cima del Gólgota tiene su trofeo y su guardia de honor. En el extremo más alto, la cruz de Jesús; a sus dos lados, las otras dos. Media centuria de soldados con las armas al pie rodeando la cima. Dentro de este círculo de soldados, los diez desmontados del caballo jugándose a los dados los vestidos de los condenados.

En pie, erguido, entre la cruz de Jesús y la de la derecha, Longinos que parece montar guardia de honor al Rey Mártir. La otra media centuria, descansando, está a las órdenes del ayudante de Longinos, en el sendero de la izquierda y en el rellano más bajo, a la espera de ser utilizados si hubiera necesidad de hacerlo. Los soldados muestran una casi total indiferencia; sólo alguno, de vez en cuando, alza la cabeza hacia los crucificados.

Longinos, sin embargo, observa todo con curiosidad e interés, compara y mentalmente juzga: compara a los crucificados -especialmente a Cristo-con los espectadores. Su mirada penetrante no se pierde ni un detalle, y para ver mejor se hace visera con la mano porque el sol debe molestarle.

Es, efectivamente, un sol extraño; de un amarillo-rojo de llama Y luego esta llama parece apagarse de golpe por un nubarrón de pez que aparece tras las cadenas montañosas judías y que corre veloz por el cielo para desaparecer detrás de otros montes. Y cuando el sol vuelve a aparecer es tan intenso, que a duras penas lo soportan los ojos.

Mirando, ve a María, justo al pie del escalón del terreno, alzado hacia su Hijo el rostro atormentado. Llama a uno de los soldados que están jugando a los dados y le dice:
-Si la Madre quiere subir con el hijo que la acompaña, que venga. Escóltala y ayúdala.

Y María con Juan -tomado por hijo-sube por los escalones incididos en la roca tobosa -creo-y traspasa el cordón de los soldados para ir al pie de la cruz, aunque un poco separada, para ser vista por su Jesús y verlo a su vez.

La turba, enseguida, le propina los más oprobiosos insultos, uniéndola a su Hijo en las blasfemias. Pero Ella, con los labios temblorosos y blanquecidos, sólo busca consolarlo con una sonrisa acongojada en que se enjugan las lágrimas que ninguna fuerza de voluntad logra retener en los ojos.

La gente, empezando por los sacerdotes, escribas, fariseos, saduceos, herodianos y otros como ellos, se procura la diversión de hacer como un carrusel: subiendo por el camino empinado, orillando el escalón final y bajando por el otro sendero, o viceversa; y, al pasar al pie de la cima, por el rellano inferior, no dejan de ofrecer sus palabras blasfemas como don para el Moribundo. Toda la infamia, la crueldad, el odio, la vesania de que, con la lengua, son capaces los hombres quedan ampliamente testificadas por estas bocas infernales. Los que más se ensañan son los miembros del Templo, con la ayuda de los fariseos.
-¿Y entonces? Tú, Salvador del género humano, ¿por qué no te salvas? ¿Te ha abandonado tu rey Belcebú? ¿Ha renegado de ti? -gritan tres sacerdotes.

Y una manada de judíos:
-Tú, que hace no más de cinco días, con la ayuda del Demonio, hacías decir al Padre… ¡ja! ¡Ja! ¡Ja!… que te iba a glorificar, ¡cómo es que no le recuerdas que mantenga su promesa?
Y tres fariseos:
-¡Blasfemo! ¡Ha salvado a los otros, decía, con la ayuda de Dios! ¡Y no logra salvarse a sí mismo! ¿Quieres que la gente crea? ¡Pues haz el milagro! ¿Ya no puedes, eh? Ahora tienes las manos clavadas y estás desnudo.
Y saduceos y herodianos a los soldados:
-¡Cuidado con el hechizo, vosotros que os habéis quedado sus vestidos! ¡Lleva dentro el signo infernal!

Una muchedumbre, en coro:
-Baja de la cruz y creeremos en ti. Tú que destruyes el Templo… ¡Loco!… Mira, allí está el glorioso y santo Templo de Israel. ¡Es intocable, profanador! Y Tú estás muriendo.
Otros sacerdotes:
-¡Blasfemo! ¿Hijo de Dios, Tú? ¡Pues baja de ahí entonces! Fulmínanos, si eres Dios. Te escupimos, porque no te tenemos miedo.
Otros que pasan y menean la cabeza:
-Sólo sabe llorar. ¡Sálvate, si es verdad que eres el Elegido!
Los soldados:
-¡Eso, sálvate! ¡Y reduce a cenizas a la cochambre la cochambre! Que sois la cochambre del imperio, judíos canallas. ¡Hazlo! ¡Roma te introducirá en el Capitolio y te adorará como a un numen!

Los sacerdotes con sus cómplices:
-Eran más dulces los brazos de las mujeres que los de la cruz, ¿verdad? Pero, mira: están ya preparadas para recibirte estas -aquí dicen un término infame-tuyas. Tienes a todo Jerusalén para hacerte de madrina de boda. Y silban como carreteros. Otros, lanzando piedras: -¡Convierte éstas en pan, Tú, multiplicador de panes!
Otros, parodiando los hosannas del domingo de ramos, lanzan ramas y gritan:

-¡Maldito el que viene en nombre del Demonio! ¡Maldito su reino! ¡Gloria a Sión, que lo segrega de entre los vivos!

Un fariseo se coloca frente a la cruz y muestra el puño con el índice y el meñique alzados y dice:
-¿“Te entrego al Dios del Sinaí, dijiste”? Ahora el Dios del Sinaí te prepara para el fuego eterno. ¿Por qué no llamas a Jonás para que te devuelva aquel buen servicio?
Otro:
-No estropees la cruz con los golpes de tu cabeza. Tiene que servir para tus seguidores. Toda una legión de seguidores tuyos morirá en tu madero, te lo juro por Yeohveh. Y al primero que voy a crucificar va a ser a Lázaro. Veremos si esta vez lo resucitas.
-¡Sí! ¡Sí! ¡Vamos a casa de Lázaro! ¡Clavémoslo por el otro lado de la cruz! -y, como papagayos, remedan el modo lento de hablar de Jesús diciendo: « ¡Lázaro, amigo mío, sal afuera! Desatadlo y dejadlo andar.
-¡No! Decía a Marta y a María, sus hembras: «Yo soy la Resurrección y la Vida». ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡La Resurrección no sabe repeler 1a muerte, y la Vida muere!
-Ahí están María y Marta. Vamos a preguntarles dónde está Lázaro y vamos a buscarlo.
Y se acercan, hacia las mujeres. Preguntan arrogantemente:
-¿Dónde está Lázaro? ¿En el palacio?

Y María Magdalena, mientras las otras mujeres, aterrorizadas, se refugian detrás de los pastores, se adelanta, hallando en su dolor la antigua altivez de los tiempos de pecado, y dice:
-Id. Encontraréis ya en el palacio a los soldados de Roma y a quinientos hombres de mis tierras armados, y os castrarán como a viejos cabros destinados para comida de los esclavos de los molinos.
-¡Descarada! ¿Así hablas a los sacerdotes?
-¡Sacrílegos! ¡Infames! ¡Malditos! ¡Volveos! Detrás de vosotros tenéis, yo las veo, las lenguas de las llamas infernales.

Tan segura es la afirmación de María, que esos cobardes se vuelven, verdaderamente aterrorizados; y, si no tienen las llamas detrás sí tienen en los lomos las bien afiladas lanzas romanas. Porque Longinos ha dado una orden y la media centuria que estaba descansando ha entrado en acción y pincha en las nalgas a los primeros que encuentra. Éstos huyen gritando y la media centuria se queda cerrando los accesos de los dos senderos y haciendo de baluarte a la explanada. Los judíos imprecan, pero Roma es la más fuerte.

La Magdalena se cubre de nuevo con su velo -se lo había levantado para hablar a los insultadores-y vuelve a su sitio. Las otras vuelven donde ella.
Pero el ladrón de la izquierda sigue diciendo insultos desde su cruz. Parece como si en él se condensaran todas las blasfemias de los otros, y las va soltando todas, para terminar:
-¡Sálvate y sálvanos, si quieres que se te crea. ¿El Cristo Tú? ¡Un loco es lo que eres! El mundo es de los astutos y Dios no existe. Yo existo, esto es verdad, Y para mí todo es lícito. ¿Dios?… ¡Una patraña! ¡Creada para tenernos quietecitos! ¡Viva nuestro yo! ¡Sólo él es rey y dios!

El otro ladrón, que está a la derecha y tiene casi a sus pies a María y que mira a Ella casi más que a Cristo, y que desde hace algunos momentos llora susurrando: «La madre», dice:
-¡Calla! ¿No temes a Dios ni siquiera ahora que sufres esta pena? ¿Por qué insultas a uno bueno? Está sufriendo un suplicio aún mayor que el nuestro. Y no ha hecho nada malo.

Pero el mal ladrón continúa sus imprecaciones.
Jesús calla. Jadeante por el esfuerzo de la postura, por la fiebre, por el estado cardiaco y respiratorio, consecuencia de la flagelación sufrida en forma tan violenta, y también consecuencia de la angustia profunda que le había hecho sudar sangre, busca un alivio aligerando el peso que carga sobre los pies suspendiéndose de las manos y haciendo fuerza con los brazos. Quizás lo hace también para vencer un poco el calambre que ya atormenta los pies y que es manifiesto por el temblor muscular. Pero las fibras de los brazos -forzados en esa postura y seguramente helados en sus extremos, porque están situados más arriba y exangües (la sangre a duras penas llega a las muñecas, para rezumar por los agujeros de los clavos, dejando así sin circulación a los dedos)-tienen el mismo temblor. Especialmente los dedos de la izquierda están ya cadavéricos y sin movimiento, doblados hacia la palma. También los dedos de los pies expresan su tormento; sobre todo, los pulgares, quizás porque su nervio está menos lesionado: se alzan, bajan, se separan.

Y el tronco revela todo su sufrimiento con su movimiento, que es veloz pero no profundo, y fatiga sin dar descanso. Las costillas, de por sí muy amplias y altas, porque la estructura de este Cuerpo es perfecta, están ahora desmedidamente dilatadas por la postura que ha tomado el cuerpo y por el edema pulmonar que ciertamente se ha formado dentro. Y, no obstante, no son capaces de aligerar el esfuerzo respiratorio; tanto es así, que todo el abdomen ayuda con su movimiento al diafragma, que se va paralizando cada vez más.

Y la congestión y la asfixia aumentan a cada minuto que pasa, como así lo indican el colorido cianótico que orla los labios, de un rojo encendido por la fiebre, y las estrías de un rojo violáceo que pincelan e1 cuello a lo largo de las yugulares túrgidas, y se ensanchan hasta las mejillas, hacia las orejas y las sienes, mientras que la nariz aparece afilada y exangüe y los ojos se hunden en un círculo que, donde no hay sangre goteada de la corona, aparece lívido.

Debajo del arco costal izquierdo se ve la onda -irregular pero violenta-propagada desde la punta cardiaca, y de vez en cuando, por una convulsión interna, se produce un estremecimiento profundo del diafragma, que se manifiesta en una distensión total de la piel en la medida en que puede estirarse en ese pobre Cuerpo herido y moribundo.

La Faz tiene ya el aspecto que vemos en las fotografías de la Síndone, con la nariz desviada e hinchada por una parte; y también el hecho de tener el ojo derecho casi cerrado, por la hinchazón que hay en ese lado, aumenta el parecido. La boca, por el contrario, este abierta, y reducida ya a una costra su herida del labio superior.

La sed, producida por la pérdida de sangre, por la fiebre y el sol, debe ser intensa; tanto es así que Él, con una reacción espontánea bebe las gotas de su sudor y de su llanto, y también las de sangre que bajan desde la frente hasta el bigote, y se moja con estas gotas la lengua…

La corona de espinas le impide apoyarse al mástil de la cruz para ayudarse a estar suspendido de los brazos y aligerar así los pies. La zona lumbar y toda la espina dorsal se arquean hacia afuera, quedando Jesús separado del mástil de la cruz del íleon hacia arriba por la fuerza de inercia que hace pender hacia adelante un cuerpo suspendido, como estaba el suyo.

Los judíos, rechazados hasta fuera de la explanada, no dejan de insultar, y el ladrón impenitente hace eco.

El otro, que mira con piedad cada vez mayor a la Madre, y que llora, le reprende ásperamente cuando oye que en el insulto está incluida también Ella.
-¡Cállate! Recuerda que naciste de una mujer. Y piensa que las nuestras han llorado por causa de los hijos. Y han sido lágrimas de vergüenza… porque somos unos malhechores. Nuestras madres han muerto… Yo quisiera poder pedirle perdón… Pero ¿podré hacerlo? Era una santa… La maté con el dolor que le daba. Yo soy un pecador… ¿Quién me perdona? Madre, en nombre de tu Hijo moribundo, ruega por mí.

La Madre levanta un momento su cara acongojada y lo mira, mira a este desventurado que, a través del recuerdo de su madre y de la contemplación de la Madre, va hacia el arrepentimiento; y parece acariciarlo con su mirada de paloma.

Dimas llora más fuerte. Y esto desata aún más las burlas de la muchedumbre y del compañero. La gente grita:
-¡Sí señor! Tómate a ésta como madre. ¡Así tiene dos hijos delincuentes!
Y el otro incrementa:
-Te ama porque eres una copia menor de su amado.
Jesús dice ahora sus primeras palabras:
-¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!

Esta súplica le hace superar todo temor a Dimas. Se atreve a mirar a Cristo, y dice:
-Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino. Yo, es justo que aquí sufra. Pero dame misericordia y paz más allá de esta vida. Una vez te oí hablar, y, como un demente, rechacé tu palabra. Ahora, de esto me arrepiento. Y me arrepiento ante ti, Hijo del Altísimo, de mis pecados. Creo que vienes de Dios. Creo en tu poder. Creo en tu misericordia. Cristo, perdóname en nombre de tu Madre y de tu Padre santísimo.

Jesús se vuelve y lo mira con profunda piedad, y todavía expresa una sonrisa bellísima en esa pobre boca torturada. Dice:
-Yo te lo digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
El ladrón arrepentido se calma, y, no sabiendo ya las oraciones aprendidas de niño, repite como una jaculatoria: «Jesús Nazareno, rey de los judíos, piedad de mí; Jesús Nazareno, rey de los judíos, espero en ti; Jesús Nazareno, rey de los judíos, creo en tu Divinidad».

El otro continúa con sus blasfemias.
El cielo se pone cada vez más tenebroso. Ahora difícil es que las nubes se abran para dejar pasar el sol; antes al contrario, se superponen en una serie cada vez mayor de estratos plúmbeos, blancos, verduscos; se entrelazan o se desenredan, según los juegos de un viento frío que a intervalos recorre el cielo y luego baja a la tierra y luego calla de nuevo (y es casi más siniestro el aire cuando calla, bochornoso y muerto, que cuando silba, cortante y veloz).

La luz, antes de una desmesurada intensidad, se va haciendo verdosa. Y las caras adquieren caprichosos aspectos. Los soldados, con sus yelmos, vestidos con sus corazas antes brillantes y ahora como opacas bajo esta luz verdosa y este cielo de ceniza, muestran duros perfiles, como cincelados. Los judíos, en su mayor parte de pelo, barba y tez morenos, asemejan ahora ¬tan térreos se ponen sus rostros-a ahogados. Las mujeres parecen estatuas de nieve azulada por la exangüe palidez que la luz acentúa.

Jesús parece lividecer de una manera siniestra, como por un comienzo de descomposición, como si ya estuviera muerto. La cabeza empieza a reclinarse sobre el pecho. Las fuerzas rápidamente faltan. Tiembla, aunque le abrase la fiebre. Y, en medio de su débil estado, susurra el nombre que antes ha dicho solamente en el fondo de su corazón: « ¡Mamá!», « ¡Mamá!». Lo susurra quedamente, como en un suspiro, como si ya estuviera en un leve delirio que le impidiera retener lo que la voluntad quisiera contener. Y María, cada vez que lo oye, irrefrenablemente, tiende los brazos como para socorrerlo.

La gente cruel se ríe de estos dolores del moribundo y la acongojada. De nuevo suben los sacerdotes y escribas, hasta ponerse detrás de los pastores, los cuales, de todas formas, están en el rellano de abajo. Y dado que los soldados hacen ademán de rechazarlos, reaccionan diciendo:
-¿Están aquí estos galileos? Pues estamos también nosotros, que tenemos que constatar que se cumpla la justicia totalmente. Y, desde lejos, con esta luz extraña, no podemos ver.

En efecto, muchos empiezan a impresionarse de la luz que está envolviendo al mundo, y alguno tiene miedo. También los soldados señalan al cielo y a una especie de cono, tan oscuro, que parece hecho de pizarra, y que se eleva como un pino por detrás de la cima de un monte. Parece una tromba marina. Se alza, se alza, parece generar nubes cada vez más negras: de alguna forma, asemeja a un volcán lanzando humo y lava.

Es en esta luz crepuscular y amedrentadora en la que Jesús da Juan a María y María a Juan. Inclina la cabeza, dado que María se ha puesto más debajo de la cruz para verlo mejor, y dice:
-Mujer: ahí tienes a tu hijo. Hijo: ahí tienes a tu Madre.
El rostro de María aparece más desencajado aún, después de esta palabra que es el testamento de su Jesús, el cual, no tiene nada que dar a su Madre, sino un hombre; Él, que por amor al Hombre la priva del Hombre-Dios, nacido de Ella. Pero trata, la pobre Madre, de no llorar sino mudamente, porque no puede, no puede no llorar… Las gotas del llanto brotan, a pesar de todos los esfuerzos hechos por retenerlas, aun expresando con la boca su acongojada sonrisa fijada en los labios por Él, para consolarlo a Él…

Los sufrimientos son cada vez mayores y la luz es cada vez menor.
Es en esta luz de fondo marino en la que aparecen, detrás de los judíos, Nicodemo y José, y dicen:
-¡Apartaos!
-No se puede. ¿Qué queréis? -dicen los soldados.
-Pasar. Somos amigos del Cristo.
Se vuelven los jefes de los sacerdotes.
-¿Quién osa profesarse amigo del rebelde? -dicen indignados.
Y José, resueltamente:
-Yo, noble miembro del Gran Consejo: José de Arimatea, el Anciano; y conmigo está Nicodemo, jefe de los judíos.
-Quien se pone de la parte del rebelde es rebelde.
-Y quien se pone de la parte de los asesinos es un asesino, Eleazar de Anás. He vivido como hombre justo. Ahora soy viejo. Mi muerte no está lejana. No quiero hacerme injusto cuando ya el Cielo baja a mí y con él el Juez eterno.
-¡Y tú, Nicodemo! ¡Me maravillo!
-Yo también. Pero sólo de una cosa: de que Israel esté corrompido, que no sepa ya reconocer a Dios.
-Me causas horror.
-Apártate, entonces, y déjame pasar. Pido sólo eso.
-¿Para contaminarte más todavía?
-Si no me he contaminado estando a vuestro lado, ya nada me contamina. Soldado, ten la bolsa y la contraseña.
Y pasa al decurión más cercano una bolsa y una tablilla encerada.
El decurión observa estas cosas y dice a los soldados:
-Dejad pasar a los dos.

Y José y Nicodemo se acercan a los pastores. No sé ni siquiera si los ve Jesús, en esa bruma cada vez más densa, y velada su mirada con la agonía. Pero ellos sí lo ven, y lloran sin respeto humano, a pesar de que ahora arremetan contra ellos los improperios sacerdotales.

Los sufrimientos son cada vez más fuertes. En el cuerpo se dan las primeras encorvaduras propias de la tetania, y cada manifestación del clamor de la muchedumbre los exaspera. La muerte de las fibras y de los nervios se extiende desde las extremidades torturadas hasta el tronco, haciendo cada vez más dificultoso el movimiento respiratorio, débil la contracción diafragmática y desordenado el movimiento cardiaco. El rostro de Cristo pasa alternativamente de accesos de una rojez intensísima a palideces verdosas propias de un agonizante por desangramiento. La boca se mueve con mayor fatiga, porque los nervios, en exceso cansados, del cuello y de la misma cabeza, que han servido de palanca decenas de veces a todo el cuerpo haciendo fuerza contra el madero transversal de la cruz, propagan el calambre incluso a las mandíbulas. La garganta, hinchada por las carótidas obstruidas, debe doler y extender su edema a la lengua, que aparece engrosada y lenta en sus movimientos. La espalda, incluso en los momentos en que las contracciones tetánicas no la curvan formando en ella un arco completo desde la nuca hasta las caderas, apoyadas como puntos extremos en el mástil de la cruz, se va arqueando hacia delante porque los miembros van experimentando cada vez más el peso de las carnes muertas.

La gente ve poco y mal estas cosas, porque la luz ya tiene la tonalidad de la ceniza oscura, y sólo quien esté a los pies de la cruz puede ver bien.
Jesús ahora se relaja totalmente, pendiendo hacia delante y hacia abajo, como ya muerto; deja de jadear, la cabeza le cuelga inerte hacia delante; el cuerpo, de las caderas hacia arriba, está completamente separado, formando ángulo con la cruz.
María emite un grito:
-¡Está muerto!
Es un grito trágico que se propaga en el aire negro. Y Jesús se ve realmente como muerto. Otro grito femenino le responde, y en el grupo de las mujeres observo agitación. Luego un grupo de unas diez personas se marcha, sujetando algo. Pero no puedo ver quiénes se alejan así: es demasiado escasa la luz brumosa; da la impresión de estar envueltos por una nube de ceniza volcánica densísima.

-No es posible -gritan unos sacerdotes y algunos judíos.
-Es una simulación para que nos vayamos. Soldado: pínchale con la lanza. Es una buena medicina para devolverle la voz.

Y, dado que los soldados no lo hacen, una descarga de piedras y terrones vuela hacia la cruz, y chocan contra el Mártir para caer después en las corazas romanas.
La medicina, como irónicamente han dicho los judíos, obra el prodigio. Sin duda, alguna piedra ha dado en el blanco, quizás en la herida de una mano, o en la misma cabeza, porque apuntaban hacia arriba. Jesús emite un quejido penoso y vuelve en sí.
El tórax vuelve a respirar con fatiga y la cabeza a moverse de derecha a izquierda buscando un lugar donde apoyarse para sufrir menos, aunque en realidad encuentra sólo mayor dolor.

Con gran dificultad, apoyando una vez más en los pies torturados, encontrando fuerza en su voluntad, únicamente en ella, Jesús se pone rígido en la cruz. Se pone de nuevo derecho, como si fuera una persona sana con su fuerza completa. Alza la cara y mira con ojos bien abiertos al mundo que se extiende bajo sus pies, a la ciudad lejana, que apenas es visible como un blancor incierto en la bruma, y al cielo negro del que toda traza de azul y luz han desaparecido. Y a este cielo cerrado, compacto, bajo, semejante a una enorme lámina de pizarra oscura, Él le grita con fuerte voz, venciendo con la fuerza de la voluntad, con la necesidad del alma, el obstáculo de las mandíbulas rígidas, de la lengua engrosada, de la garganta edematosa
-¡Eloi, Eloi, lamma sebacteni! -(esto es lo que oigo). Debe sentirse morir, y en un absoluto abandono del Cielo, para confesar con una voz así el abandono paterno.

La gente se burla de Él y se ríe. Lo insultan:
-¡No sabe Dios qué hacer de ti! ¡A los demonios Dios los maldice!
Otros gritan:
-¡Vamos a ver si Elías, al que está llamando, viene a salvarlo.
Y otros:
-Dadle un poco de vinagre. Que haga unas pocas gárgaras. ¡Viene bien para la voz! Elías o Dios -porque está poco claro 1o que este demente quiere-están lejos… ¡Necesita voz para que lo oigan! -y se ríen como hienas o como demonios.
Pero ningún soldado da el vinagre y ninguno viene del Cielo para confortar. Es la agonía solitaria, total, cruel, incluso sobrenaturalmente cruel, de la Gran Víctima.
Vuelven las avalanchas de dolor desolado que ya le habían abrumado en Getsemaní. Vuelven las olas de los pecados de todo el mundo a arremeter contra el náufrago inocente, a sumergirle bajo su amargura. Vuelve, sobre todo, la sensación, más crucificante que la propia cruz, más desesperante que cualquier tortura, de que Dios ha abandonado y que la oración no sube a Él…

Y es el tormento final, el que acelera la muerte, porque exprime las últimas gotas de sangre a través de los poros, porque machaca las fibras aún vivas del corazón, porque finaliza aquello que la primera cognición de este abandono había iniciado: la muerte. Porque, ante todo, de esto murió mi Jesús, ¡oh Dios que sobre Él descargaste tu mano por nosotros! Después de tu abandono, por tu abandono, ¿en qué se transforma una criatura? En un demente o en un muerto. Jesús no podía volverse loco porque su inteligencia era divina y, espiritual como es la inteligencia, triunfaba sobre el trauma total de aquel sobre el que cae la mano de Dios. Quedó, pues, muerto: era el Muerto, el santísimo Muerto, el inocentísimo Muerto. Muerto Él, que era la Vida. Muerto por efecto de tu abandono y de nuestros pecados.

La oscuridad se hace más densa todavía. Jerusalén desaparece del todo. Las mismas faldas del Calvario parecen desaparecer. Sólo es visible la cima (es como si las tinieblas la hubieran mantenido en alto y así recogiera la única y última luz restante, y hubieran depositado ésta, como para una ofrenda, con su trofeo divino, encima de un estanque de ónix líquido, para que esa cima fuera vista por el amor y el odio).
Y desde esa luz que ya no es luz llega la voz quejumbrosa de Jesús:
-¡Tengo sed!

En efecto, hace un viento que da sed incluso a los sanos. Un viento continuo, ahora, violento, cargado de polvo, un viento frío, aterrador. Pienso en el dolor que hubo de causar con su soplo violento en los pulmones, en el corazón, en la garganta de Jesús, en sus miembros helados, entumecidos, heridos. ¡Todo, realmente todo se puso a torturar al Mártir!

Un soldado se dirige hacia un recipiente en que los ayudantes del verdugo han puesto vinagre con hiel, para que con su amargura aumente la salivación en los atormentados. Toma la esponja empapada en ese líquido, la pincha en una caña fina ¬pero rígida-que estaba ya preparada ahí al lado, y ofrece la esponja al Moribundo.
Jesús se aproxima, ávido, hacia la esponja que llega: parece un pequeñuelo hambriento buscando el pezón materno.

María, que ve esto y piensa, ciertamente, también en esto, gime, apoyándose en Juan:
-¡Oh, y yo no puedo darle ni siquiera una gota de llanto!… ¡Oh, pecho mío, ¿por qué no das leche?! ¡Oh, Dios, ¿por qué, por qué nos abandonas así?! ¡Un milagro para mi Criatura! ¿Quién me sube para calmar su sed con mi sangre?… que leche no tengo…

Jesús, que ha chupado ávidamente la áspera y amarga bebida tuerce la cabeza henchido de amargura por la repugnancia. Ante todo, debe ser corrosiva sobre los labios heridos y rotos.

Se retrae, se afloja, se abandona. Todo el peso del cuerpo gravita sobre los pies
y hacia delante. Son las extremidades heridas las que sufren la pena atroz de irse hendiendo sometidas a la tensión de un cuerpo abandonado a su propio peso. Ya ningún movimiento alivia este dolor. Desde el íleon hacia arriba, todo el cuerpo está separado del madero, y así permanece.

La cabeza cuelga hacia delante, tan pesadamente que el cuello parece excavado en tres lugares: en la zona anterior baja de la garganta, completamente hundida; y a una parte y otra del esternocleidomastoideo. La respiración es cada vez más jadeante, aunque entrecortada: es ya más estertor sincopado que respiración. De tanto en tanto, un acceso de tos penosa lleva a los labios una espuma levemente rosada. Y las distancias entre una espiración y la otra se hacen cada vez más largas. El abdomen está ya inmóvil. Sólo el tórax presenta todavía movimientos de elevación, aunque fatigosos, efectuados con gran dificultad… La parálisis pulmonar se va acentuando cada vez más.

Y cada vez más débil, volviendo al quejido infantil del niño, se oye la invocación:
-¡Mamá!
Y la pobre susurra:
-Sí, tesoro, estoy aquí.
Y cuando, por habérsele velado la vista, dice:
-Mamá, ¿dónde estás? Ya no te veo. ¿También tú me abandonas?
Y esto no es ni siquiera una frase, sino un susurro apenas perceptible para quien más con el corazón que con el oído recoge todo suspiro del Moribundo. Ella responde: -¡No, no, Hijo! ¡Yo no te abandono! Oye mi voz, querido mío… Mamá está aquí, aquí está… y todo su tormento es el no poder ir donde Tú estás…
Es acongojante… Y Juan llora sin trabas. Jesús debe oír ese llanto, pero no dice nada. Pienso que la muerte inminente le hace hablar como en delirio y que ni siquiera es consciente de todo lo que dice y que, por desgracia, ni siquiera comprende el consuelo materno y el amor del Predilecto.

Longinos -que inadvertidamente ha dejado su postura de descanso con los brazos cruzados y una pierna montada sobre la otra, ora una, ora la otra, buscando un alivio para la larga espera en pie, y ahora, sin embargo, está rígido en postura de atento, con la mano izquierda sobre la espada y la derecha pegada, normativamente, al costado, como si estuviera en los escalones del trono imperial-no quiere emocionarse. Pero su cara se altera con el esfuerzo de vencer la emoción, y en los ojos aparece un brillo de llanto que sólo su férrea disciplina logra contener.

Los otros soldados, que estaban jugando a los dados, han dejado de hacerlo y se han puesto en pie; se han puesto también los yelmos, que habían servido para agitar los dados, y están en grupo junto a la pequeña escalera excavada en la toba, silenciosos, atentos. Los otros están de servicio y no pueden cambiar de postura. Parecen estatuas. Pero alguno de los más cercanos, y que oye las palabras de María, musita algo entre los labios y menea la cabeza.

Un intervalo de silencio. Luego nítidas en la oscuridad total las palabras:
-Todo está cumplido! -y luego el jadeo cada vez más estertoroso, con pausas de silencio entre un estertor y el otro, pausas cada vez mayores.
E1 tiempo pasa al son de este ritmo angustioso: la vida vuelve cuando el respiro áspero del Moribundo rompe el aire; la vida cesa cuando este sonido penoso deja de oírse. Se sufre oyéndolo, se sufre oyéndolo… Se dice:
-¡Basta ya con este sufrimiento! -y se dice:
-¡Oh, Dios mío, que no sea el último respiro!
Las Marías lloran, todas, con la cabeza apoyada contra el realce terroso. Y se oye bien su llanto, porque toda la gente ahora calla de nuevo para recoger los estertores del Moribundo.
Otro intervalo de silencio. Luego, pronunciada con infinita dulzura y oración ardiente, la súplica:
-¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!

Otro intervalo de silencio. Se hace leve también el estertor. Apenas es un susurro limitado a los labios y a la garganta.
Luego… adviene el último espasmo de Jesús. Una convulsión atroz, que parece quisiera arrancar del madero el cuerpo clavado con los tres clavos, sube tres veces de los pies a la cabeza recorriendo todos los pobres nervios torturados; levanta tres veces el abdomen de una forma anormal, para dejarlo luego, tras haberlo dilatado como por una convulsión de las vísceras; y baja de nuevo y se hunde como si hubiera sido vaciado; alza, hincha y contrae el tórax tan fuertemente, que la piel se introduce entre las costillas, que divergen y aparecen bajo la epidermis y abren otra vez las heridas de los azotes; una convulsión atroz que hace torcerse violentamente hacia atrás, una, dos, tres veces, la cabeza, que golpea contra la madera, duramente; una convulsión que contrae en un único espasmo todos los músculos de la cara y acentúa la desviación de la boca hacia la derecha, y hace abrir desmesuradamente y dilatarse los párpados, bajo los cuales se ven girar los globos oculares y aparecer la esclerótica. Todo el cuerpo se pone rígido. En la última de las tres contracciones, es un arco tenso, vibrante -verlo es tremendo-. Luego, un grito potente, inimaginable en ese cuerpo exhausto, estalla, rasga el aire; es el «gran grito» de que hablan los Evangelios y que es la primera parte de la palabra «Mamá»… Y ya nada más…

La cabeza cae sobre el pecho, el cuerpo hacia delante, el temblor cesa, cesa la respiración. Ha expirado.

La Tierra responde al grito del Sacrificado con un estampido terrorífico. Parece como si de mil bocinas de gigantes provenga ese único sonido, y acompañando a este tremendo acorde, óyense las notas aisladas, lacerantes, de los rayos que surcan el cielo en todos los sentidos y caen sobre la ciudad, en el Templo, sobre la muchedumbre… Creo que alguno habrá sido alcanzado por rayos, porque éstos inciden directamente sobre la muchedumbre; y son la única luz, discontinua, que permite ver. Y luego, inmediatamente, mientras aún continúan las descargas de los rayos, la tierra tiembla en medio de un torbellino de viento ciclónico. El terremoto y la onda ciclónica se funden para infligir un apocalíptico castigo a los blasfemos. Como un plato en las manos de un loco, la cima del Gólgota ondea y baila, sacudida por movimientos verticales y horizontales que tanto zarandean a las tres cruces, que parece que las van a tumbar.

Longinos, Juan, los soldados, se asen a donde pueden, como pueden, para no caer al suelo. Pero Juan, mientras con un brazo agarra la cruz, con el otro sujeta a María, la cual, por el dolor y el temblor de la tierra, se ha reclinado en su corazón. Los otros soldados, especialmente los del lateral escarpado, han tenido que refugiarse en el centro para no caer por el barranco. Los ladrones gritan de terror. El gentío grita aún más. Quisieran huir. Pero no pueden. Enloquecidos, caen unos encima de otros, se pisan, se hunden en las grietas del suelo, se hieren, ruedan ladera abajo.

Tres veces se repiten el terremoto y el huracán. Luego, la inmovilidad absoluta de un mundo muerto. Sólo relámpagos, pero sin trueno, surcan el cielo e iluminan la escena de los judíos que huyen en todas las direcciones, con las manos entre el pelo extendidas hacia delante o alzadas al cielo (ese cielo injuriado hasta este momento y del que ahora tienen miedo). La oscuridad se atenúa con un indicio de luz que, ayudado por el relampagueo silencioso y magnético, permite ver que muchos han quedado en el suelo: muertos o desvanecidos, no lo sé. Una casa arde al otro lado de las murallas y sus llamas se alzan derechas en el aire detenido, poniendo así una pincelada de rojo fuego en el verde ceniza de la atmósfera.

María separa la cabeza del pecho de Juan, la alza, mira a su Jesús. Lo llama, porque mal lo ve con la escasa luz y con sus pobres ojos llenos de llanto. Tres veces lo llama:
-¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!
Es la primera vez que lo llama por el nombre desde que está en el Cal
vario. Hasta que, a la luz de un relámpago que forma como una corona sobre la cima del Gólgota, lo ve, inmóvil, pendiendo todo Él hacia fuera, con la cabeza tan reclinada hacia delante y hacia la derecha, que con la mejilla toca el hombro y con el mentón las costillas. Entonces comprende. Entonces extiende los brazos, temblorosos en el ambiente oscuro, y grita:
-¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! Luego escucha… Tiene la boca abierta, con la que parece querer escuchar también; e igualmente tiene dilatados los ojos, para ver, para ver… No puede creer que su Jesús ya no esté…
Juan -también él ha mirado y escuchado, y ha comprendido que todo ha terminado-abraza a María y trata de alejarla de allí, mientras dice:
-Ya no sufre.
Pero antes de que el apóstol termine la frase, María, que ha comprendido, se desata de sus brazos, se vuelve, se pliega curvándose hasta el suelo, se lleva las manos a los ojos y grita:
-¡No tengo ya Hijo!

Luego se tambalea. Y se caería, si Juan no la recogiera, si no la recibiera por entero, en su corazón. Luego él se sienta en el suelo, para sujetarla mejor en su pecho, hasta que las Marías -que ya no tienen impedido el paso por el círculo superior de soldados, porque, ahora que los judíos han huido, los romanos se han agrupado en el rellano de abajo y comentan lo sucedido-sustituyen al apóstol junto a la Madre.

La Magdalena se sienta donde estaba Juan, y casi coloca a María encima de sus rodillas, mientras la sostiene entre sus brazos y su pecho, besándola en la cara exangüe vuelta hacia arriba, reclinada sobre el hombro compasivo. Marta y Susana, con la esponja y un paño empapado en el vinagre le mojan las sienes y los orificios nasales, mientras la cuñada María le besa las manos, llamándola con gran aflicción, y, en cuanto María vuelve a abrir los ojos y mira a su alrededor con una mirada como atónita por el dolor, le dice:
-Hija, hija amada, escucha… dime que me ves… soy tu María… ¡No me mires así!…
Y, puesto que el primer sollozo abre la garganta de María y caen las primeras lágrimas, ella, la buena María de Alfeo, dice:
-Sí, sí, llora… Aquí conmigo como ante una mamá, pobre, santa hija mía -y cuando oye que María le dice: « ¡Oh, María, María! ¿Has visto?», ella gime: «¡Sí!, sí,… pero… pero… hija… ¡oh, hija!…

No encuentra más palabras y se echa a llorar la anciana María: es un llanto desolado al que hacen de eco el de todas las otras (o sea, Marta y María, la madre de Juan y Susana).
Las otras pías mujeres ya no están. Creo que se han marchado, y con ellas los pastores, cuando se ha oído ese grito femenino…

Los soldados cuchichean unos con otros.
-¿Has visto los judíos? Ahora tenían miedo.
-Y se daban golpes de pecho.
-Los más aterrorizados eran los sacerdotes.
-¡Qué miedo! He sentido otros terremotos, pero como éste nunca Mira: la tierra está llena de fisuras.
-Y allí se ha desprendido todo un trozo del camino largo.
-Y debajo hay cuerpos.
-¡Déjalos! Menos serpientes.
-¡Otro incendio! En la campiña…
-¿Pero está muerto del todo?
-¿Pero es que no lo ves? ¿Lo dudas?

Aparecen de tras la roca José y Nicodemo. Está claro que se habían refugiado ahí, detrás del parapeto del monte, para salvarse de los rayos. Se acercan a Longinos. -Queremos el Cadáver.
-Solamente el Procónsul lo concede. Pero id inmediatamente, porque he oído que los judíos quieren ir al Pretorio para obtener el crurifragio. No quisiera que cometieran ultrajes.
-¿Cómo lo has sabido?
-Me lo ha referido el alférez. Id. Yo espero.

Los dos se dan a caminar, raudos, hacia abajo por el camino empinado, y desaparecen.
Es entonces cuando Longinos se acerca a Juan y le dice en voz baja unas palabras que no alcanzo a oír. Luego pide a un soldado una lanza. Mira a las mujeres, centradas enteramente en María, que lentamente va recuperando las fuerzas. Todas dan la espalda a la cruz.

Longinos se pone enfrente del Crucificado, estudia bien el golpe Y luego lo descarga. La larga lanza penetra profundamente de abajo arriba, de derecha a izquierda. Juan, atenazado entre el deseo de ver y el horror de ver, aparta un momento la cara.
-Ya está, amigo -dice Longinos, y termina:
-Mejor así. Como a un caballero. Y sin romper huesos… ¡Era verdaderamente un Justo! De la herida mana mucha agua y un hilito sutil de sangre que ya tiende a coagularse. Mana, he dicho. Sale solamente filtrándose, por el tajo neto que permanece inmóvil, mientras que si hubiera habido respiración éste se habría abierto y cerrado con el movimiento torácico-abdominal…

… Mientras en el Calvario todo permanece en este trágico aspecto, yo alcanzo a José y Nicodemo, que bajan por un atajo para acortar tiempo.
Están casi en la base cuando se encuentran con Gamaliel. Un Gamaliel despeinado, sin prenda que cubra su cabeza, sin manto, sucia de tierra su espléndida túnica desgarrada por las zarzas; un Gamaliel que corre, subiendo y jadeando, con las manos entre sus cabellos ralos y entrecanos de hombre anciano. Se hablan sin detenerse. -¡Gamaliel! ¿Tú?
-¿Tú, José? ¿Lo dejas?
-Yo no. Pero tú, ¿cómo por aquí?, y en ese estado…
-¡Cosas terribles! ¡Estaba en el Templo! ¡La señal! ¡El Templo sacudido en su estructura! ¡El velo de púrpura y jacinto cuelga desgarrado! ¡El Sancta Sanctorum descubierto! ¡Tenemos la maldición sobre nosotros!
Gamaliel ha dicho esto sin detenerse, continuando su paso veloz hacia la cima, enloquecido por esta prueba.

Los dos lo miran mientras se aleja… se miran… dicen juntos:
-“¡Estas piedras temblarán con mis últimas palabras!” ¡Se lo había prometido! …
Aceleran la carrera hacia la ciudad.

Por la campiña, entre el monte y las murallas, y más allá, vagan, en un ambiente todavía caliginoso, personas con aspecto desquiciado… Gritos, llantos, quejidos… Dicen:
-¡Su Sangre ha hecho llover fuego!
-¡Entre los rayos Yeohveh se ha aparecido para maldecir el Templo!
-¡Los sepulcros! ¡Los sepulcros!
José agarra a uno que está dando cabezazos contra la muralla, y lo llama por su nombre, y tira de él mientras entra en la ciudad:
-¡Simón! ¿Pero qué vas diciendo?
-¡Déjame! ¡Tú también eres un muerto! ¡Todos los muertos! ¡Todos fuera! Y me maldicen.
-Se ha vuelto loco -dice Nicodemo. Lo dejan y trotan hacia el Pretorio.

El terror se ha apoderado de la ciudad. Gente que vaga dándose golpes de pecho. Gente que al oír por detrás una voz o un paso da un salto hacia atrás o se vuelve asustada.

En uno de los muchos espacios abovedados oscuros, la aparición de Nicodemo, vestido de lana blanca -porque para poder ganar tiempo se ha quitado en el Gólgota el manto oscuro-, hace dar un grito de terror a un fariseo que huye. Luego éste se da cuenta de que es Nicodemo y se lanza a su cuello con un extraño gesto efusivo, gritando:
-¡No me maldigas! Mi madre se me ha aparecido y me ha dicho: «¡Maldito seas eternamente!» -y luego se derrumba gimiendo:
-¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!
-¡Pero están todos locos! -dicen los dos.

Llegan al Pretorio. Y sólo aquí, mientras esperan a que el Procónsul los reciba, José y Nicodemo logran conocer el porqué de tanto terror: muchos sepulcros se habían abierto con la sacudida telúrica y había quien juraba que había visto salir de ellos a los esqueletos, los cuales, en un instante, se habían recompuesto con apariencia humana, y andaban acusando del deicidio a los culpables, y maldiciéndolos.

Los dejo en el atrio del Pretorio, donde los dos amigos de Jesús entran sin tantas historias de estúpidas repulsas y estúpidos miedos a contaminaciones. Vuelvo al Calvario. Me llego a donde Gamaliel, que está subiendo, ya derrengado, los últimos metros. Camina dándose golpes de pecho, y al llegar al primero de
los dos rellanos, se arroja de bruces -largura blanca sobre el suelo amarillento-y gime:
-¡La señal! ¡La señal! ¡Dime que me perdonas! Un gemido, un gemido tan sólo, para decirme que me oyes y me perdonas.

Comprendo que cree que todavía está vivo. Y no cambia de opinión sino cuando un soldado, dándole con el asta de la lanza, dice
-Levántate. Calla. ¡Ya no sirve! Debías haberlo pensado antes. Está muerto. Y yo, que soy pagano, te lo digo: ¡Éste al que habéis crucificado era realmente el Hijo de Dios!
-¿Muerto? ¿Estás muerto? ¡Oh!…
Gamaliel alza el rostro aterrorizado, trata de alcanzar a ver la cima con esa luz crepuscular Poco ve, pero sí lo suficiente como para comprender que Jesús está muerto. Y ve también al grupo piadoso que consuela a María, y a Juan, en pie a la izquierda de la cruz, llorando, y a Longinos, en pie, a la derecha, solemne con su respetuosa postura.

Se arrodilla, extiende los brazos y llora:
-¡Eras Tú! ¡Eras Tú! No podemos ya ser perdonados. Hemos pedido que cayera sobre nosotros tu Sangre. Y esa Sangre clama al Cielo y el Cielo nos maldice… ¡Oh! ¡Pero Tú eras la Misericordia!… Yo te digo, yo, el anonadado rabí de Judá: «Venga tu Sangre sobre nosotros, por piedad». ¡Aspérjanos con ella! Porque sólo tu Sangre puede impetrar el perdón para nosotros… llora. Y luego, más bajo, confiesa su secreta tortura: -Tengo la señal que había pedido… Pero siglos y siglos de ceguera espiritual están ante mi vista interior, y contra mi voluntad de ahora se alza la voz de mi soberbio pensamiento de ayer… ¡Piedad de mí! ¡Luz del mundo, haz que descienda un rayo tuyo a las tinieblas que no te han comprendido! Soy el viejo judío fiel a lo que creía ser justicia y era error. Ahora soy una landa yerma, ya sin ninguno de los viejos árboles de la Fe antigua, sin semilla alguna o escapo alguno de la Fe nueva. Soy un árido desierto. Obra Tú el milagro de hacer surgir, en este pobre corazón de viejo israelita obstinado, una flor que lleve tu nombre. Entra Tú, Libertador, en este pobre pensamiento mío prisionero de las fórmulas. Isaías lo dice (Isaías 53, 12): «…pagó por los pecadores y cargó sobre sí los pecados de muchos». ¡Oh, también el mío, Jesús Nazareno…

Se levanta. Mira a la cruz, que aparece cada vez más nítida con luz que se va haciendo más clara, y luego se marcha encorvado, envejecido, abatido.
Y vuelve el silencio al Calvario, un silencio apenas roto por el llanto de María. Los dos ladrones, exhaustos por el miedo, ya no dicen nada.

Vuelven corriendo Nicodemo y José, diciendo que tienen el permiso de Pilatos. Pero Longinos, que no se fía demasiado, manda un soldado a caballo donde el Procónsul para saber cómo comportarse, incluso respecto a los dos ladrones. El soldado va y vuelve al galope con la orden de entregar el Cuerpo de Jesús y llevar a cabo el crurifragio en los otros, por deseo de los judíos.

Longinos llama a los cuatro verdugos, que están cobardemente acurrucados al amparo de la roca, todavía aterrorizados por lo que ha sucedido, y ordena que se ponga fin a la vida de los ladrones a golpes de clava. Y así se lleva a cabo: sin protestas, por parte de Dimas, al que el golpe de clava, asestado en el corazón después de haber batido en las rodillas, quiebra en su mitad, entre los labios, con un estertor, el nombre de Jesús; con maldiciones horrendas, por parte del otro ladrón: el estertor de ambos es lúgubre.

Los cuatro verdugos hacen ademán de querer desclavar de la cruz a Jesús. Pero José y Nicodemo no lo permiten.

También José se quita el manto, y dice a Juan que haga lo mismo que sujete las escaleras mientras suben con barras (para hacer palanca) y tenazas.
María se levanta, temblorosa, sujetada por las mujeres. Se acerca a la cruz.
Mientras tanto, los soldados, terminada su tarea, se marchan. Pero Longinos, antes de superar el rellano inferior, se vuelve desde la silla de su caballo negro para mirar a María y al Crucificado. Luego el ruido de los cascos suena contra las piedras y el de las armas contra las corazas, y se aleja.

La palma izquierda está ya desclavada. El brazo cae a lo largo del Cuerpo, que ahora pende semiseparado.

Le dicen a Juan que deje las escaleras a las mujeres y suba también. Y Juan, subido a la escalera en que antes estaba Nicodemo, se pasa el brazo de Jesús alrededor del cuello y lo sostiene desmayado sobre su hombro. Luego ciñe a Jesús por la cintura mientras sujeta la punta de los dedos de la mano izquierda -casi abierta-para no golpear la horrenda fisura. Una vez desclavados los pies, Juan a duras penas logra sujetar y sostener el Cuerpo de su Maestro entre 1a cruz y su cuerpo.
María se pone ya a los pies de la cruz, sentada de espaldas a ella, preparada para recibir a su Jesús en el regazo.

Pero desclavar el brazo derecho es la operación más difícil. A pesar de todo el esfuerzo de Juan, el Cuerpo todo pende hacia delante y la cabeza del clavo está hundida en la carne. Y, dado que no quisieran herirlo más, los dos compasivos deben esforzarse mucho. Por fin la tenaza aferra el clavo y éste es extraído lentamente.
Juan sigue sujetando a Jesús, por las axilas; la cabeza reclinada y vuelta sobre su hombro. Contemporáneamente, Nicodemo y José lo aferran: uno por los hombros, el otro por las rodillas. Así, cautamente, bajan por las escaleras.

Llegados abajo, su intención es colocarlo en la sábana que han extendido sobre sus mantos. Pero María quiere tenerlo; ya ha abierto su manto dejándolo pender de un lado, y está con las rodillas más bien abiertas para hacer cuna a su Jesús.
Mientras los discípulos dan la vuelta para darle el Hijo, la cabeza coronada cuelga hacia atrás y los brazos penden hacia el suelo, y rozarían con la tierra con las manos heridas si la piedad de las pías mujeres no las sujetara para impedirlo.

Ya está en el regazo de su Madre… Y parece un niño grande cansado durmiendo, recogido todo, en el regazo materno. María tiene a su Hijo con el brazo derecho pasado por debajo de sus hombros, y el izquierdo por encima del abdomen para sujetarlo también por las caderas.

La cabeza está reclinada en el hombro materno. Y Ella lo llama… lo llama con voz lacerada. Luego lo separa de su hombro y lo acaricia con la mano izquierda; recoge las manos de Jesús y las extiende y, antes de cruzarlas sobre el abdomen inmóvil, las besa; y llora sobre las heridas. Luego acaricia las mejillas, especialmente en el lugar del cardenal y la hinchazón. Besa los ojos hundidos; y la boca, que ha quedado levemente torcida hacia la derecha y entreabierta.

Querría poner en orden sus cabellos -como ya ha hecho con la barba apelmazada por grumos de sangre-, pero al intentarlo halla las espinas. Se pincha quitando esa corona, y quiere hacerlo sólo Ella, con la única mano que tiene libre, y rechaza la ayuda de todos diciendo:
-¡No, no! ¡Yo! ¡Yo!

Y lo va haciendo con tanta delicadeza, que parece tener entre los dedos la tierna cabeza de un recién nacido. Una vez que ha logrado retirar esta torturante corona, se inclina para medicar con sus besos todos los arañazos de las espinas.

Con la mano temblorosa, separa los cabellos desordenados y los ordena. Y llora y habla en tono muy bajo. Seca con los dedos las lágrimas que caen en las pobres carnes heladas y ensangrentadas. Y quiere limpiarlas con el llanto y su velo, que todavía está puesto en las caderas de Jesús. Se acerca uno de sus extremos y con él se pone a limpiar y secar los miembros santos. Una y otra vez acaricia la cara de Jesús y las manos y las contusas rodillas, y otra vez sube a secar el Cuerpo sobre el que caen lágrimas y más lágrimas.

Haciendo esto es cuando su mano encuentra el desgarro del costado. La pequeña mano, cubierta por el lienzo sutil entra casi entera en la amplia boca de la herida. Ella se inclina para ver en la semiluz que se ha formado. Y ve, ve el pecho abierto y el corazón de su Hijo. Entonces grita. Es como si una espada abriera su propio corazón. Grita y se desploma sobre su Hijo. Parece muerta Ella también.

La ayudan, la consuelan. Quieren separarle el Muerto divino y, dado que Ella grita:
-¿Dónde, dónde te pondré, que sea un lugar seguro y digno de ti?
José, inclinado todo con gesto reverente, abierta la mano y apoyada en su pecho, dice:
-¡Consuélate, Mujer! Mi sepulcro es nuevo y digno de un grande. Se lo doy a Él. Y éste, Nicodemo, amigo, ha llevado ya los aromas al sepulcro, porque, por su parte, quiere ofrecer eso. Pero, te lo ruego, pues el atardecer se acerca, déjanos hacer esto… Es la Parasceve. ¡Condesciende, oh Mujer santa!

También Juan y las mujeres hacen el mismo ruego. Entonces María se deja quitar de su regazo a su Criatura, y, mientras lo envuelven en la sábana, se pone de pie, jadeante. Ruega:
-¡Oh, id despacio, con cuidado!

Nicodemo y Juan por la parte de los hombros, José por los pies, llevan el Cadáver, envuelto en la sábana, pero también sujetado con los mantos, que hacen de angarillas, y toman el sendero hacia abajo.

María, sujetada por su cuñada y la Magdalena, seguida por Marta, María de Zebedeo y Susana -que han recogido los clavos, las tenazas, la corona, la esponja y la caña-baja hacia el sepulcro.

En el Calvario quedan las tres cruces, de las cuales la del centro está desnuda y las otras dos tienen aún su vivo trofeo moribundo.

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:


Categories
Foros de la Virgen María María de Jesús de Agreda MENSAJES Y VISIONES

La Pasión de Jesucristo, visiones de sor María de Jesús de Agreda

El siguiente es el extracto del libro la “Vida de la Virgen María”, de Sor María de Jesús de Agreda, en que cuenta las visiones que tuvo de la pasión de Jessucristo. Son los capítulos XXIV a XXX; comienza con un relato breve de la Transfiguración  

 

CAPITULO XXIV

La Transfiguración. – El ungüento de nardo. – Entrada en Jerusalén. – Cristo en el Cenáculo.

Corrían ya más de dos años y medio de la predicación y maravillas de nuestro Redentor y Maestro Jesús, Y se iba acercando el tiempo destinado por la eterna Sabiduría, para volverse al Padre. Y porque todas sus obras eran ordenadas a nuestra salud y enseñanza, determinó Su Majestad prevenir algunos de sus Apóstoles para el escándalo que con su muerte habían de padecer, y manifestárseles primero glorioso en el cuerpo pasible que habían de ver después azotado y crucificado, para que primero le viesen transfigurado con la gloria, que desfigurado con las penas. Para esto eligió un monte alto, que fue el Tabor, en medio de Galilea, y dos leguas de Nazareth hacia el Oriente; y subiendo a lo más alto de él con los tres apóstoles Pedro, Jacobo y Juan su hermano, se transfiguró en su presencia. Estando transfigurado vino una voz del cielo en nombre del Eterno Padre, que dijo: Este es mi Hijo muy amado, en quien Yo me agrado; a El habéis de oír. No dicen los evangelistas que se hallase María Santísima a la maravilla de la Transfiguración, ni tampoco lo niegan; porque esto no pertenecía a su intento, ni convenía manifestar en los Evangelios el oculto milagro con que se hizo. La inteligencia que se me ha dado para escribir esta historia es que la divina Señora, al mismo tiempo que algunos ángeles fueron a traer la alma de Moisés y a Ellas de donde estaban, fue llevada por manos de sus santos ángeles al monte Tabor, para que viese transfigurado a su Hijo santímo, como sin duda le vio.

Y no sólo vio transfigurada y gloriosa la humanidad de Cristo nuestro Señor, sino que el tiempo que duró este misterio vio con claridad María Santísima la Divinidad intuitivamente.

Continuaba nuestro Salvador sus maravillas en Judea, donde estos días, entre otras, sucedió la resurrección de Lázaro en Betania, adonde vino llamado de las dos hermanas Marta y María. Y porque estaba muy cerca de Jerusalén, se divulgó luego en ella el milagro, y los pontífices y fariseos, irritados con esta maravilla, hicieron el concilio donde decretaron la muerte del Salvador. Llegó otra vez a Betania, donde había resucitado Lázaro, y donde fue hospedado de las dos hermanas, Y le hicieron una cena muy abundante para Su Majestad y María Santísima su Madre y todos los que los acompañaban para la festividad de la Pascua; y entre los que cenaron uno fue Lázaro, a quien pocos días antes había resucitado.

Estando recostado el Salvador del mundo en este convite (conforme a la costumbre de los judíos), entró María Magdalena llena de divina luz; y con ardentísimo amor, que a Cristo su Maestro tenía, le ungió los pies, y derramó sobre ellos y su cabeza un vaso o pomo de alabastro lleno de licor fragantísimo y precioso, de confección de nardos y otras cosas aromáticas; y limpió los pies con sus cabellos, al modo que otra vez lo habla hecho en casa del fariseo en su conversión. De la fragancia de estos ungüentos se llenó toda la casa, porque fueron en cantidad y muy preciosos; y la liberal enamorada quebró el vaso para derramarlos sin escasez. El avariento apóstol Judas, que deseaba se le hubiese entregado para venderlos y coger el precio, comenzó a murmurar de esta unción misteriosa y a mover a algunos de los otros Apóstoles con pretexto de pobreza y caridad con los pobres, a quienes decía se les defraudaba la limosna, gastando sin provecho y con prodigalidad cosa de tanto valor, siendo así que todo esto era con disposición divina, y él hipócrita, avariento y desmesurado.

El Maestro disculpó a la Magdalena, a quien Judas reprendía de pródiga y poco advertida. Y el Señor le dijo a él y a los demás que no la molestasen; porque aquella acción no era ociosa y sin justa causa; y a los pobres no por esto se les perdía la limosna que quisiesen hacerles cada día; y con su persona no siempre se podía hacer aquel obsequio, que era para su sepultura, la que prevenía aquella generosa enamorada con espíritu del cielo, testificando en la misteriosa unción que ya el Señor iba a padecer por el linaje humano, y que su muerte y sepultura estaban muy vecinas. Pero nada de esto entendía el pérfido discípulo, antes se indignó furiosamente contra su Maestro, porque justificó la obra de la Magdalena. Viendo Lucifer la disposición de aquel depravado corazón, le arrojó en él nuevas flechas de codicia, indignación y mortal odio, contra el Autor de la vida. Y desde entonces propuso de maquinarle la muerte, y en llegando a Jerusalén dar cuenta a los fariseos y desacreditarle con ellos con audacia, como en efecto lo cumplió.

Porque ocultamente se fue a ellos, y les dijo que su Maestro enseñaba nuevas leyes contrarias a la de Moisés y de. los emperadores: que era amigo de convites, de gente perdida y profana; y a muchos de mala vida admitía, a hombres y mujeres, y los traía en su compañía. El sábado que sucedió la unción de la Magdalena en Betania, acabada la cena, como en el capítulo pasado dije, se retiró nuestro divino Maestro. Llegado. el día, que fue el que corresponde al domingo de Ramos, salió Su Majestad con sus discípulos para Jerusalén. Y habiendo caminado dos leguas, poco más o menos, en Regando a Betfagé, envió dos discípulos a la casa de un hombre poderoso que estaba cerca, y con su voluntad le trajeron dos jumentillos; el uno, que nadie había usado ni subido en él. Nuestro Salvador caminó para Jerusalén, y los discípulos aderezaron con sus vestidos y capas al jumentillo y también la jumentilla; porque de entrambos se sirvió el Señor en este triunfo. Sucedió en el camino que los discípulos, y con ellos todo el pueblo, pequeños y grandes, aclamaron al Redentor por verdadero Mesías, Hijo, de David, Salvador del mundo y Rey verdadero. Unos decían: «Paz sea en el cielo y gloria en las alturas, bendito sea el que viene como Rey en el nombre del Señor»; otros decían: «Hosanna Filio David: Sálvanos, Hijo de David, bendito sea el reino que ya ha venido de nuestro padre David.» Unos y otros cortaban palmas y ramos de los árboles en señal de triunfo y alegría, y con las vestiduras los arrojaban por el camino donde pasaba el nuevo triunfador de las batallas.

Prosiguió el Salvador del mundo su triunfo hasta entrar en Jerusalén, y los santos ángeles, que lo miraban y acompañaban, le cantaron nuevos himnos de loores y divinidad con admirable armonía. Entrando en la ciudad con júbilo de todos los moradores, se apeó del jumentillo y encaminó sus pasos al templo. Derribó las mesas de los que vendían y compraban en el templo, celando la, honra de la casa de su Padre; y echó fuera a los que la hacían casa de negociación y cueva de ladrones.

Estuvo Su Majestad en el templo enseñando y predicando hasta la tarde. Y en confirmación de la veneración y culto que se le había de dar a aquel, lugar santo y casa de oración, no consintió que le trajesen un vaso de agua para beber; y, sin recibir este ni otro refrigerio, volvió aquella tarde a Betania, de donde. había venido, y después los días siguientes hasta su pasión volvió a Jerusalén.

El miércoles siguiente a la entrada de Jerusalén (fue el día que Cristo nuestro Señor se quedó en Betania sin volver al templo) se juntaron de nuevo en casa del pontífice Caifás los escribas y fariseos, para maquinar dolosamente la muerte del Redentor del mundo; porque los habla irritado con mayor envidia el aplauso que en la entrada de Jerusalén habían hecho con Su Majestad todos los moradores de la ciudad. Esto cayó sobre el milagro de resucitar a Lázaro, y las otras maravillas que aquellos días había obrado Cristo nuestro Señor en el templo; y habiendo resuelto convenía quitarle la vida, paliando esta impía crueldad con pretexto del bien público, como lo dijo Caifás, profetizando lo contrario de lo que pretendía. El demonio, que los vio resueltos, puso en la imaginación de algunos no ejecutasen este acuerdo con la fiesta de la Pascua, porque no se alborotase el pueblo que veneraba a Cristo nuestro Señor como Mesías o gran profeta. Esto hizo Lucifer, para ver si con dilatar la muerte del Señor podría impedirla. Mas como Judas estaba ya entregado a su misma codicia y maldad, y destituido de la gracia que para revocarla era menester, acudió al concilio de los pontífices muy azorado e inquieto, y trató con ellos de la entrega de su Maestro, y se remató la venta con treinta dineros; y por no perder los pontífices la ocasión, atropellaron con el inconveniente de ser Pascua.

Despedido nuestro Salvador de su amante Madre, salió de Betania para la última jornada, a Jerusalén el jueves, que fue el día de la cena, poco antes de mediodía, acompañado de los Apóstoles que consigo tenía.

En seguimiento del Autor de la vida partió luego de Betania la Madre, acompañada de la Magdalena y de las otras mujeres santas. Y como el divino Maestro iba informando a sus Apóstoles y previniéndolos con la doctrina de su pasión, para que no desfalleciesen en ella por las ignominias que la viesen padecer, así también la Señora de las virtudes iba consolando y previniendo a su congregación santa de discípulas, para que no se turbasen cuando viesen morir a su Maestro y ser azotado afrentosamente. Y aunque en la condición femínea eran estas santas mujeres de naturaleza más enferma y frágil que los Apóstoles, con todo eso fueron más fuertes que algunos de ellos en conservar la doctrina y documentos de su gran Maestra y Señora. Quien más se adelantó en todo fue Santa María Magdalena, porque la llama de su amor la llevaba toda enardecida; y por su misma condición natural era magnánima, esforzada y varonil. Y entre todos los del apostolado tomó por su cuenta acompañar a la Madre de Jesús y asistirla, sin apartarse de ella en todo el tiempo de la pasión, y así lo hizo como amante fiel.

Proseguía su camino para Jerusalén nuestro Redentor, el jueves a la tarde, que precedió a su pasión y muerte. Preguntáronle dónde quería celebrar la Pascua del cordero que aquella noche cenaban los judíos. Respondióles el divino Maestro enviando a San Pedro y a San Juan que se adelantasen a Jerusalén, y preparasen la cena en casa de un hombre donde viesen entrar un criado con un cántaro de agua, pidiéndole al dueño de la casa que le previniese aposento para cenar con sus discípulos. Era este vecino de Jerusalén hombre rico, principal y devoto del Salvador, y con su piadosa devoción mereció que el Autor de la vida eligiera su casa para santificarla con los misterios que obró en ella, dejándola consagrada en templo santo. Fueron luego los dos Apóstoles, y con las señas que llevaban pidieron al dueño de la casa que admitiese en ella al Maestro de la vida y tuviese por su huésped, para celebrar la gran solemnidad de los Acimos, que así se llamaba aquella Pascua.

Fue ilustrado con especial gracia el corazón de aquel padre de familias, y liberalmente ofreció su casa con todo lo necesario para la cena legal, y luego señaló para ella una cuadra muy grande, colgada y adornada con mucha decencia. Prevenido todo esto, llegó Su Majestad a la posada con los demás discípulos; y en breve espacio fue también su Madre con su congregación de las mujeres que le seguían. Nuestro Salvador y Maestro Jesús, en retirándose su purísima Madre, entró en el aposento prevenido para la cena con todos los doce Apóstoles y otros discípulos, y con ellos celebró la cena del cordero, guardando todas las ceremonias de la ley, sin faltar a, cosa alguna de los ritos que él mismo había ordenado por medio de Moisés.

Acabada la cena legal y bien informados los Apóstoles, se levantó Cristo nuestro Señor para lavarles los pies. Levantóse nuestro divino Maestro de la oración que hizo, y con semblante hermosísimo, sereno y apacible, puesto en pie, mandó sentar con orden a sus discípulos. Luego se quitó un manto que traía sobre la túnica inconsútil, y ésta le llegaba a los pies, aunque no los cubría. Y en esta ocasión tenía sandalias, que algunas veces las dejaba para andar descalzo en la predicación, y otras las usaba, desde que su Madre Santísima se las calzó en Egipto, y fueron creciendo en hermosos pasos con la edad, como crecían los pies.

Despojado del manto, recibió una toalla o mantel largo, y con la una parte se ciño el cuerpo, dejando pendiente el otro extremo. Luego echó agua en una bacía para lavar los pies de los Apóstoles. Llegó a la Cabeza de los Apóstoles San Pedro para lavarle. y cuando el fervoroso Apóstol vio postrado a sus pies al mismo Señor, turbado y admirado dijo: ¿Tú, Señor, me lavas a mí los pies?

Respondió Cristo con incomparable mansedumbre: Tú ignoras ahora lo que yo hago, pero después lo entenderás. No entendió San Pedro esta doctrina, y embarazado con el indiscreto afecto de su humildad, replicó al Señor y le dijo: Jamás consentiré, Señor, que tú me laves los pies. Respondióle con más severidad el Autor de la vida: Si yo no te lavare, no tendrás parte conmigo. Con la amenaza de Cristo quedó San Pedro enseñado, que con rendimiento respondió luego: «Señor, no sólo doy los pies, sino las manos y la cabeza, para que todo me lavéis. Admitió el Señor este rendimiento de San Pedro, y le dijo: «Vosotros estáis limpios, aunque no todos (porque estaba entre ellos el inmundísimo Judas), y el que está limpio no tiene que lavarse más de los pies.

Pasó el divino Maestro a lavar a Judas, cuya traición y alevosía no pudieron extinguir la caridad de Cristo, para que dejase de hacer con él mayores demostraciones que con los otros Apóstoles. Y sin manifestarles Su Majestad estas señales, se las declaró a Judas en dos cosas. La una, en el semblante agradable y caricia exterior con que se le puso a sus pies, y se los lavó, besó y llegó al pecho. La otra, en las grandes inspiraciones con que tocó su interior, conforme a la dolencia y necesidad que tenía aquella depravada conciencia.

Resistió la maldad de Judas a la virtud y contacto de aquellas

manos divinas. Y aunque no hubiera recibido otros auxilios la pertinacia de Judas, sino los ordinarios que obraba en las almas la presencia y vista del autor de la vida, y los que naturalmente podía causar su persona, fuera la malicia de este infeliz discípulo sobre toda ponderación. Era la persona de Cristo nuestro bien en el cuerpo perfectísima y agraciada; el semblante grave y sereno, de una hermosura apacible y dulcísima; el cabello nazareno uniforme; el color entre dorado y castaño; los ojos rasgados y de suma gracia y majestad; la boca, la nariz y todas las partes del rostro proporcionadas en extremo, y en todo se mostraba tan agradable y amable, que a los que le miraban sin malicia de intención, los atraía a su veneración y amor. Sobre esto causaba con su vista gozo interior. Esta persona de Cristo tan amable y venerable tuvo Judas a sus pies, y con nuevas demostraciones de agrado y mayores impulsos que los ordinarios. Pero tal fue su perversidad, que nada le pudo inclinar ni ablandar su endurecido corazón.

La cena legal celebró Cristo recostado en tierra con los Apóstoles, sobre una mesa o tarima que se levantaba del suelo poco más de seis o siete dedos; porque ésta era la costumbre de los judíos. Acabado el lavatorio, mandó preparar otra mesa alta como ahora usamos para comer, dando fin con esta ceremonia a las cenas legales y cosas ínfimas y figurativas, y principio al nuevo convite en que fundaba la nueva ley de gracia. Y de aquí comenzó el consagrar en mesa o altar levantado que permanece en la Iglesia católica. Cubrieron la nueva mesa con una toalla muy rica, y sobre ella pusieron un plato o salvilla, y una copa grande de forma de cáliz, bastante para recibir el vino necesario, conforme a la voluntad de Cristo nuestro Salvador, que con su divino poder y sabiduría lo prevenía y disponía todo. El dueño de la casa le ofreció con superior moción estos vasos tan ricos y preciosos de piedra como esmeralda. Después usaron de ellos los sagrados Apóstoles para consagrar cuando pudieron. Sentóse a la mesa Cristo con los doce Apóstoles y algunos otros discípulos, y pidió le trajesen pan cenceño sin levadura, y púsolo sobre el plato, y vino puro, de que preparó el cáliz con lo que era menester.

Estando juntos todos, esperando con admiración lo que hacía el Autor de la vida, apareció en el cenáculo la persona del eterno Padre y la del Espíritu Santo, como en el Jordán y en el Tabor. De esta visión, aunque todos los apóstoles y discípulos sintieron algún efecto, sólo algunos la vieron; en especial el evangelista San Juan que siempre tuvo vista de águila penetrante y privilegiada en los divinos misterios. Trasladóse todo el cielo al cenáculo de Jerusalén; que tan magnífica fue la obra con que se fundó la Iglesia del Nuevo Testamento, se estableció la ley de gracia y se previno nuestra salud eterna.

 

CAPITULO XXV

El monte Olivete. – Sudor de sangre. – Traición de Judas. Su castigo en la tierra y en el infierno.

Nuestro Redentor salió de la casa del cenáculo en compañía de todos los hombres que le habían asistido en las cenas y celebración de sus misterios; y luego se despidieron muchos de ellos por diferentes calles, para acudir cada uno a sus ocupaciones. Su Majestad, siguiéndole solos los doce Apóstoles, encaminó sus pasos al monte Olivete, fuera y cerca de la ciudad de Jerusalén a la parte oriental. Y como la alevosía de Judas le tenía tan atento y solícito de entregar al divino Maestro, imaginó que iba a trasnochar en la oración, como lo tenía de costumbre. Parecióle aquella ocasión muy oportuna para ponerlo en manos de sus confederados los escribas y fariseos. Con esta infeliz resolución se fue deteniendo y dejando alargar el paso a su divino Maestro y a los demás Apóstoles, sin que ellos lo advirtiesen por entonces; y al punto que los perdió de vista, partió, a toda prisa a su precipicio y destrucción. Llevaba gran sobresalto, turbación y zozobra, testigos de la maldad que iba a cometer; y con este inquieto orgullo (como mal seguro de conciencia) llegó corriendo y azorado a casa de los pontífices.

Y como el Autor de la vida estaba en, Jerusalén, y también los pontífices consultaban, cuando llegó Judas, cómo les cumpliría lo prometido de entregársele en sus manos; en esta ocasión entró el traidor, y les dio cuenta cómo dejaba a su Maestro con los demás discípulos en el monte Olivete; que le parecía la mejor ocasión para prenderle aquella noche, como fuesen con cautela y prevenidos para que no se les fuese de entre las manos con las artes y mañas que sabía. Alegráronse mucho los sacrilegios pontífices, y quedaron previniendo gente armada para salir luego al prendimiento del Cordero.

Prosiguió nuestro Salvador su camino, pasando el torrente Cedrón, para el monte Olivete, y entró en el huerto de Getsemaní, y hablando con todos los Apóstoles que le seguían, les dijo: «Esperadme, y asentaos aquí, mientras yo me alejo un poco a la oración; y orad también vosotros para que no entréis en tentación». Dióles este aviso el divino Maestro para que estuviesen constantes en la fe contra las tentaciones, que en la cena los había prevenido que todos serían escandalizados aquella noche por lo que le verían padecer; y que Satanás los embestiría para ventilarlos y turbarlos con falsas sugestiones; porque el Pastor había de ser maltratado y herido, y las, ovejas serían derramadas.

Estando con los tres Apóstoles, levantó los ojos al eterno Padre.

Esta oración fue como una licencia y permiso con que se abrieron las puertas al mar de la pasión y amargura, para que con ímpetu entrasen hasta el alma de Cristo. Y así comenzó luego a congojarse y sentir grandes angustias, y con ellas dijo a los tres Apóstoles: Triste está mi alma hasta la muerte. Creció esta agonía en nuestro Salvador con la fuerza de la caridad, y con la resistencia que conocía de parte de los hombres, para lograr en todos su pasión y muerte; y entonces llegó a sudar sangre con tanta abundancia de gotas muy gruesas, que corría hasta llegar al suelo.

Al mismo tiempo que nuestro Salvador Jesús estaba en el monte Olivete orando a su eterno Padre, y solicitando la salud espiritual de todo el linaje humano, el pérfido discípulo Judas apresuraba su prisión y entrega a los pontífices y fariseos.

Con esta impía temeridad se movió también la envidia de los pontífices y escribas, y con la instancia de Judas, juntaron con presteza mucha gente, para que llevándole por caudillo, él y los soldados gentiles, un tribuno y otros muchos judíos fuesen a prender al Cordero que estaba esperando el suceso, y mirando los pensamientos y estudio de los sacrílegos pontífices, como lo había profetizado Jeremías. Salieron todos estos ministros de maldad de la ciudad hacia el monte Olivete, armados y prevenidos de sogas y de cadenas, con hachas encendidas y linternas, como el autor de la traición lo había prevenido, temiendo, como alevoso y pérfido, que su Maestro, a quien juzgaba por hechicero y mago, no hiciese algún milagro con que escapársele.

Se adelantó Judas para dar a sus ministros la seña con que los dejaba prevenidos; que su Maestro era aquel a quien él se llegase a saludarle, dándole el ósculo fingido de paz que acostumbraba; que le prendiesen luego, y no a otro por yerro. Llegó, pues, el traidor, y como insigne artífice de la hipocresía, disimulándose enemigo, le dio paz en el rostro y le dijo: Dios te salve, Maestro.

Dada la señal del ósculo por Judas, llegaron a carearse el Autor de la vida y sus discípulos con la tropa de los soldados que venían a prenderle; y se presentaron cara a cara, como dos escuadrones los más opuestos y encontrados que jamás hubo en el mundo. Habló con los soldados Su Majestad, y con increíble afecto al padecer y grande esfuerzo y autoridad, les dijo: ¿A quién buscáis? Respondieron ellos: A Jesús Nazareno. Replicó el Señor y dijo: Yo soy. En esta palabra de incomparable precio y felicidad para el linaje humano se declaró Cristo por nuestro Salvador.

El primero que se adelantó descomedidamente a echar mano del Autor de la vida para prenderle fue un criado de los pontífices, llamado Maleo. Y aunque todos los Apóstoles estaban turbados y afligidos del temor, con todo eso San Pedro se encendió más que los otros en el celo de la honra y defensa de su Maestro. Y sacando un terciado que tenía le tiró un golpe a Maleo, Y le cercenó una oreja derribándosela del todo. Y el golpe fue encaminado a mayor herida, si la providencia divina del Maestro de la paciencia y mansedumbre no le divirtiera.

Pero no permitió Su Majestad que en aquella ocasión interviniese muerte de otro alguno más que la suya; sus llagas, sangre y dolores, cuando a todos (si la admitieran) venía a dar la vida eterna y rescatar el linaje humano. Ni tampoco eran según su voluntad y doctrina que su persona fuese defendida con armas ofensivas, ni quedase este ejemplar en su Iglesia, como de principal intento para defenderla. Y para confirmar esta doctrina, como la había enseñado, tomó la oreja, cortada, y se la restituyó al siervo Maleo, dejándosela en su lugar con perfecta sanidad mejor que antes. Y primero se volvió a reprender a San Pedro, y le dijo: Vuelve tu espada a su lugar, porque los que la tomaren para matar con ella, perecerán. ¿No quieres que beba yo el cáliz que me dio mi Padre? ¿Piensas tú que no le puedo yo pedir muchas legiones de Ángeles en mi defensa, y me los daría luego? Con esta amorosa corrección quedó advertido e ilustrado San Pedro, como cabeza de la Iglesia, que sus armas para establecer y defenderla hablan de ser de potestad espiritual, y que la ley del Evangelio no enseñaba a pelear ni vencer con espadas materiales, sino con la humildad, paciencia, mansedumbre y caridad perfecta, venciendo al demonio, al mundo y a la carne; que mediante estas victorias triunfa la virtud divina de sus enemigos, y de la potencia y astucia de este mundo; y que el ofender y defenderse con armas no es para los perseguidores de Cristo nuestro Señor, sino para los príncipes de la tierra, por las posesiones terrenas; y el cuchillo de la Santa Iglesia ha de ser espiritual, que toque a las almas antes que a los cuerpos.

Al punto que prendieron y ataron a nuestro Salvador, sintió la purísima Madre en sus manos los dolores de las sogas y cadenas, como si con ellas fuera atada y constreñida; y lo mismo sucedió de los golpes y tormentos que iba recibiendo el Señor, porque se le concedió a su Madre este favor.

Estaba Judas desamparado de la divina gracia después de la entrega

que hizo con el ósculo y contacto de Cristo nuestro Salvador. Despertále Lucifer íntimo dolor de sus pecados; mas no por buen fin ni motivos de haber ofendido a la Verdad divina, sino por la deshonra que padecería con los hombres. Con estos y otros pensamientos que le arrojó el demonio quedó lleno de confusión, tinieblas y despechos muy rabiosos contra sí mismo. Y retirándose de todos, estuvo para arrojarse de muy alto en casa de los pontífices, y no lo pudo hacer. Salióse fuera, y como una f ¡era, indignado contra si mismo, se mordía los brazos y manos y se daba desatinados golpes en la, cabeza, tirándose del pelo, y hablando desatinadamente se echaba muchas maldiciones y execraciones.

Viéndole tan rendido Lucifer, le propuso que fuese a los sacerdotes,

y confesando su pecado, les volviese su dinero. Hízole Judas con presteza, y a voces les dijo aquellas palabras. Pero ellos, no menos endurecidos, le respondieron que lo hubiera mirado primero. Con esta repulsa que le dieron los príncipes de los sacerdotes, tan llena de impiísima crueldad, acabó Judas de desconfiar, persuadiéndose no sería posible excusar la muerte de su Maestro. Lo mismo juzgó el demonio, aunque hizo más diligencia por medio de Pilatos. Pero como Judas no le podía servir ya para su intento, le aumentóla tristeza y despechos, y le persuadió que para no esperar más duras penas se quitase la vida. Admitió Judas este formidable engaño, y saliéndose de la ciudad se colgó de un árbol seco, haciéndose homicida de sí mismo el que se había hecho deicida de su Criador. Sucedió esta infeliz muerte de Judas el mismo día del viernes, a las doce, que es al mediodía, antes que muriera nuestro Salvador.

Recibieron luego los demonios el alma de Judas y la llevaron al infierno; pero su cuerpo quedó colgado y reventadas sus entrañas con admiración y asombro de todos, viendo el castigo tan estupendo de la traición de aquel pérfido discípulo. Perseveró el cuerpo ahorcado tres días en el público, y en este tiempo intentaron los judíos quitarle del árbol y ocultamente enterrarle, porque de aquel, espectáculo redundaba grande confusión contra los sacerdotes y fariseos, que no podían contradecir aquel testimonio de su maldad. Mas no pudieron con industria alguna derribar ni quitar el cuerpo de Judas de donde se había colgado, hasta que, pasados tres días, por dispensación de la justicia divina, los mismos demonios le quitaron de la horca y le llevaron con su alma para que en lo profundo del infierno pagase, en cuerpo y alma, eternamente su pecado. Y porque es digno de admiración temerosa lo que he conocido del castigo y penas que se le dieron a Judas, lo diré, como se me ha mostrado y mandado. Entre las obscuras cavernas de los calabozos infernales estaba desocupada una muy grande, de mayores tormentos que las otras, porque los demonios no habían podido arrojar en aquel lago alguna alma, aunque la crueldad de estos enemigos lo había procurado desde Caín hasta aquel día. Esta imposibilidad admiraba al infierno, ignorante del secreto, hasta que llegó el alma de Judas, a quien fácilmente arrojaron y sumergieron en aquel calabozo, nunca antes ocupado de otro alguno de los condenados.

 

CAPITULO XXVI

Cristo preso. – Empieza a padecer. – Le acusan de blasfemo. Noche de angustia. – Intento satánico frustrado.

Digna cosa fuera hablar de la pasión, afrentas y tormentos de nuestro Salvador Jesús con palabras tan vivas y eficaces, que pudieran penetrar más que la espada de dos filos hasta dividir con íntimo dolor lo más oculto de nuestros corazones. No fueron comunes las penas que padeció; no se hallará dolor semejante como su dolor. No era su Persona como las demás de los hijos de los hombres; no padeció Su Majestad por si mismo ni por sus culpas, sino por nosotros y por las nuestras. Pues razón es que las palabras y términos con que tratamos de sus tormentos y dolores no sean comunes y ordinarios, sino con otros vivos y eficaces se la propongamos a nuestros sentidos. Mas ¡ ay de mí, que ni puedo dar fuerza a mis palabras ni hallo las que mi alma desea para manifestar este secreto!

Atado y preso el manso cordero Jesús, fue llevado desde el Huerto a casa de los pontífices, y primero a la de Anás. Iba prevenido aquel turbulento escuadrón de soldados y Ministros con las advertencias del traidor discípulo: que no se fiasen de su Maestro si no le llevaban muy amarrado y atado, porque era hechicero y se les podría salir de entre las manos. Atáronle con una cadena de grandes eslabones de hierro con tal artificio, que rodeándosela a la, cintura y al cuello sobraban los dos extremos, y en ellos había unas argollas o esposas, con que encadenaron también las manos del Señor. Y así argolladas y presas se las pusieron no al pecho, sino a las espaldas. Esta cadena llevaron de la casa de Anás, el Pontífice, donde servía de levantar la puerta de un calabozo, que era levadiza, y para el intento de aprisionar a nuestro divino Maestro la quitaron y la acomodaron con aquellas argollas y cerraduras, como candados, con llaves de golpe. Y con este modo de prisión, nunca oída, no quedaron satisfechos ni seguros, porque luego sobre la pesada cadena le ataron dos sogas harto largas: la una echaron sobre la garganta de Cristo, y cruzándola por el pecho le rodearon el cuerpo, atándole con fuertes nudos, y dejaron dos extremos largos de la soga para que dos de los ministros o soldados fuesen tirando de ellos y arrastrando al Señor; la segunda soga sirvió para atarle los brazos, rodeándola también por la cintura, y dejaron pendientes otros dos cabos largos a las espaldas, donde llevaba las manos, para que otros dos tirasen de ellos.

Con esta forma de ataduras se dejó aprisionar y rendir el Santo, como si fuera el más facineroso de los hombres y el más flaco de los nacidos, porque había puesto sobre sí las iniquidades de todos nosotros. Atáronle en el Huerto, atormentándole, no sólo con las manos, con las sogas y cadenas, sino con las lenguas, porque como serpientes venenosas arrojaron la sacrílega ponzoña que tenían, con blasfemias, contumelias y nunca oídos oprobios. Partieron todos del monte Olivete con gran tumulto y vocerío, llevando en medio al Salvador del mundo, tirando unos de las sogas de delante y otros de las que llevaba a las espaldas, asidas de las muñecas; y con esta violencia, nunca imaginada, unas veces le hacían caminar aprísa, atropellándole otras le volvían atrás y le detenían; otras le arrastraban a un lado y a otro, adonde la fuerza diabólica los movía. Muchas veces le derribaban en tierra, y como llevaba las manos atadas daba en ella con su venerable rostro, lastimándose y recibiendo en él heridas y mucho polvo. En estas caídas arremetían a el, dándole de puntillazos y coses, atropellándole y pisándole, pasando sobre su persona, hollándole la cara y la cabeza, y celebrando estas injurias con algazara y mofa le hartaban de oprobios, como lo lloró antes Jeremías.

Llevándolo atado y maltratado, llegaron a casa del pontífice Anás, ante quien le presentaron como malhechor y digno de muerte. Era costumbre de los judíos presentar así atados a los delincuentes que merecían castigo capital, y aquellas prisiones eran como testigos del delito que merecía la muerte; y así le llevaban, como intimándole la sentencia antes que se la diese el juez. Salió el sacrílego sacerdote Anás a una gran sala, donde se sentó en el estrado o tribunal que tenía, lleno de soberbia y arrogancia. Los ministros y soldados le presentaron a Jesús atado y preso, y le dijeron: «Ya, señor, traemos aquí este mal hombre, que con sus hechizos y maldades ha inquietado a toda Jerusalén y Judea, y esta vez no le ha valido su arte mágica para escaparse de nuestras manos y poder».

Luego que nuestro Salvador Jesús recibió en casa de Anás contumelias y bofetadas, le remitió este pontífice, atado y preso como estaba, al pontífice Caifás, que era su suegro, y aquel año hacía el oficio de príncipe y sumo sacerdote; y con él estaban congregados los escribas y señores del pueblo, para substanciar la causa del Cordero. Partió de casa de Anás toda aquella canalla de ministros infernales y de hombres inhumanos, y llevaron por las calles a nuestro Salvador a casa de Caifás, tratándole con su implacable crueldad ignominiosamente. Y entrando con escandaloso tumulto en casa del sumo sacerdote, él y todo el concilio recibieron al Criador del universo con grande risa y mofa de verle sujeto y rendido a su poder y jurisdicción, de quien les parecía ya no se podría defender.

El pontífice Caifás estaba en su cátedra o silla sacerdotal encendido en mortal envidia y furor contra el Maestro de la vida. Y los escribas y fariseos estaban como sangrientos lobos con la presa del manso Corderillo; y todos juntos se alegraban, como lo hace el envidioso cuando ve deshecho y confundido a quien se le adelanta. Y de común acuerdo buscaron testigos que, sobornados, dijesen algún falso testimonio contra Jesús. Lucifer movió la imaginación de Caifás para que con grande saña e imperio hiciese a Cristo aquella pregunta: Yo te conjuro por Dios vivo, que nos digas si tú eres Cristo.

Cristo, oyéndose conjurar por Dios vivo, le adoró y reverenció, aunque pronunciado por tan sacrílega lengua. Y en virtud de esta reverencia respondió, y dijo: Tú lo dijiste, y yo lo soy. Pero yo os aseguro’ que desde ahora veréis al Hijo del Hombre, que soy yo, asentado a la diestra del mismo Dios, y que vendrá en las nubes del cielo.

El pontífice Caifás, indignado con la respuesta del Señor, que debía ser su verdadero desengaño, se levantó otra vez, y rompiendo sus vestiduras en testimonio de que celaba la honra de Dios, dijo a voces: Blasfemado ha, ¿qué necesidad hay de más testigos? ¿No habéis oído la blasfemia que ha dicho? ¿Qué os parece esto?

Todo aquel concilio de maldad se irritó contra el Salvador Jesús, y respondiendo a Caifás, dijeron en altas voces: Digno es de muerte; muera, muera. Y a un mismo tiempo irritados del demonio arremetieron contra el mansísimo Maestro, y descargaron sobre él su furor; unos le dieron de bofetadas, otros le hirieron con puntillazos, otros le mesaron los cabellos, otros le escupieron en su venerable rostro, otros le daban golpes o pescozones en el cuello, que era un linaje de afrenta vil con que los judíos trataban a los hombres que reputaban por muy viles.

Jamás entre los hombres se intentaron ignominias tan afrentosas y desmedidas como las que en esta ocasión se hicieron contra el Redentor del mundo. Dicen San Lucas y San Marcos que le cubrieron el rostro, y así cubierto le herían con bofetadas y pescozones, y le decían: «Profetiza ahora, profetízanos; pues eres profeta, di quién es el que te hirió. La causa de cubrirle el rostro fue misteriosa; porque del júbilo con que nuestro Salvador padecía aquellos oprobios y blasfemias (como luego diré) le redundó en su venerable rostro una hermosura y resplandor extraordinario, que a todos aquellos operarios de maldad los llenó de admiración y confusión muy penosa; y para disimularla, atribuyeron aquel resplandor a hechicería y arte mágica, y tomaron por arbitrio cubrir al Señor la cara con paño inmundo.

Con los oprobios que recibió Cristo nuestro bien en presencia de Caifás, quedó la envidia del ambicioso pontífice y la ira de sus coligados y ministros muy cansada, aunque no saciada. Pero como ya era pasada la media noche, determinaron los del concilio que mientras dormían quedase nuestro Salvador a buen recaudo, y seguro de que no huyese, hasta la mañana. Para esto le mandaron encerrar, atado como estaba, en un sótano que servía de calabozo para los mayores ladrones y facinerosos de la república. Era esta cárcel tan obscura que casi no tenía luz, y tan inmunda y de mal olor, que pudiera infestar la casa, si no estuviera tan tapada y cubierta, porque había muchos años que no la habían limpiado ni purificado, así por estar muy profunda, como porque las veces que servía para encerrar tan malos hombres, no reparaban en meterlos en aquel horrible calabozo, como a gente indigna de toda piedad y bestias indómitas y fieras.

Ejecutóse lo que mandó el concilio de maldad: y los ministros llevaron y encarcelaron al Criador del cielo y de la tierra en aquel inmundo calabozo. Y cOmo siempre estaba aprisionado en la forma que vino del huerto, pudieron estos obradores de la iniquidad continuar a su salvo la indignación que siempre el príncipe de las tinieblas les administraba, porque llevaron a Su Majestad tirándole de las sogas, Y casi arrastrándole con inhumano furor y cargándole de golpes y blasfemias execrables. En un ángulo de lo profundo de este sótano salía del suelo un escollo o punta de un peñasco tan duro, que por eso no le habían podido romper. En, esta peña, que era romo un pedazo de columna, ataron y amarraron a Cristo nuestro bien con los extremos de las sogas, pero con un modo despiadado; porque dejándole en pie, le Pusieron de manera que estuviese amarrado y juntamente inclinado el cuerpo, sin que pudiera estar sentado, ni tampoco levantado, derecho el cuerpo para aliviarse; de manera que la postura vino a ser nuevo tormento y en extremo penoso. Con esta forma de prisión le dejaron, y le cerraron las puertas con llave, entregándola a uno de aquellos pésimos ministros que cuidase de ella.

Pero el dragón infernal en su antigua soberbia no sosegaba, y siempre deseaba saber quién era, Cristo; e irritando su inmutable paciencia, inventó otra nueva maldad. Puso en la imaginación del que tenía la llave del divino Preso y del mayor tesoro que posee el cielo y la tierra, que convidase a otros de sus amigos de semejantes costumbres que él, para que todos juntos bajasen al calabozo donde estaba el maestro a tener con él un rato de entretenimiento, obligándole a que hablase y profetizase o hiciese alguna cosa inaudita; porque tenían a Su Majestad por mágico y adivino. Con esta diabólica sugestión convidó a otros soldados y ministros, y determinaron ejecutarlo.

Entraron, pues, en el calabozo aquellos ministros del pecado, solemnizando con blasfemia la fiesta que se prometían con las ilusiones y escarnios que determinaban ejecutar contra el Señor. Y llegándose a él, comenzaron a escupirle asquerosamente y darle de bofetadas con increíble mofa. No respondió Su Majestad ni abrió su boca; no alzó sus soberanos ojos,,guardando siempre humilde serenidad en su semblante. Deseaban aquellos ministros sacrílegos obligarle a que hablase o hiciese alguna acción ridícula o extraordinaria para tener más ocasión de celebrarle por hechicero y burlarse de él; y como vieron aquella mansedumbre inmutable, se dejaron irritar más delos demonios que asistían con ellos. Desataron al divino Maestro de la peña donde estaba amarrado, y le pusieron en medio del calabozo, vendándole los sagrados ojos con un paño; y puesto en medio de todos, le herían con puñadas, pescozones y bofetadas, uno a uno, cada cual a porfía, con mayor escarnio y blasfemia, mandándole que adivinase y dijese quién era el que le daba.

Callaba el Cordero a esta lluvia de oprobios. Y Lucifer, que estaba sediento de que hiciese algún movimiento contra la paciencia, se atormentaba de verla tan inmutable en Cristo; y con infernal consejo puso, en la imaginación de aquellos sus esclavos que le desnudasen de todas sus vestiduras y le tratasen con palabras y acciones fraguadas en el pecho de tan execrable demonio. No resistieron los soldados a esta sugestión, y quisieron ejecutarla. Este abominable sacrilegio estorbó María con oraciones, lágrimas y suspiros. Con este imperio sucedió que nada pudieron ejecutar aquellos sayones de cuanto el demonio y su malicia en esto les administraban, porque muchas cosas se les olvidaban luego; otras que deseaban no tenían fuerzas para ejecutarlas, porque quedaban como helados y pasmados los brazos hasta que retractaban su inicua determinación. Y en mudándola, volvían a su natural estado; porque aquel milagro no era entonces para castigarlos, sino para sólo impedir las acciones más indecentes.

Mandó también la Reina a los demonios que enmudeciesen y no incitasen a los ministros en aquellas maldades indecentes que Lucifer intentaba y quería proseguir. Fue orden de la divina Sabiduría cometer a la virtud de María santísima la defensa de la honestidad y decencia de su Hijo purísimo en aquellas cosas que no convenía ser ofendida del consejo de Lucifer.

 

CAPITULO XXVII

Amanece el viernes. – Murmuraciones del pueblo. – Incertidumbre de Pilatos. – Herodes – Sueño de Prócula.

El viernes por la mañana, al amanecer, se juntaron los más ancianos del gobierno con los príncipes de los sacerdotes y escribas, que por la doctrina de la ley eran más respetados del pueblo, para que de común acuerdo se substanciara la causa de Cristo y fuera condenado a muerte, como todos deseaban, dándole algún color de justicia para cumplir con el pueblo. Este concilio se hizo en casa del pontífice Caifás. Y para examinarle de nuevo mandaron que le subiesen del calabozo a la sala del concilio. Bajaron luego a traerle atado y preso aquellos ministros de justicia; y llegando a soltarle de aquel peñasco, le dijeron con gran risa y escarnio: «Ea, Jesús Nazareno, y qué poco te han valido tus milagros para defenderte. No fueran buenas ahora para escaparte aquellas artes con que decías que en tres días edificarías el templo.» Desataron al Señor y subiéronle al concilio, sin que Su Majestad desplegase su boca. Pero de los tormentos, bofetadas y salivas de que, por tener atadas las manos, no se había podido limpiar, estaba tan desfigurado y flaco, que causó espanto, pero no compasión, a los del concilio.

 Preguntáronle de nuevo que les dijese si él era Cristo, que quiere decir el ungido. Esta segunda pregunta fue con intención maliciosa, como las demás, no para oír la verdad y admitirla, sino para calumniarla y ponérsela por acusación. Respondióles, y dijo: Si yo afirmo que soy el que me preguntáis, no daréis crédito a lo que dijere; y si os preguntare algo, tampoco me responderéis ni me soltaréis. Pero digo que el Hijo del Hombre, después de esto, se asentará a la diestra de la virtud de Dios. Replicaron los pontífices: ¿Luego tú eres Hijo de Dios? Respondió el Señor: Vosotros decís que yo soy. Viendo que se ratificaba el Señor en lo que antes había confesado, respondieron todos: ¿Qué necesidad tenernos de más testigos, pues él mismo nos lo confiesa por su boca? Y luego, de común acuerdo, decretaron que, como digno de muerte, fuese llevado y presentado a Poncio Pilatos, que gobernaba la provincia de Judea en nombre del Emperador romano, como señor de Palestina en lo temporal.

Llevaron los ministros a nuestro Salvador Jesús de casa de Caifás a la de Pilatos para presentársele atado, como digno de muerte, con las cadenas y sogas que le prendieron. Estaba la ciudad de Jerusalén llena de gente de toda Palestina, que habla concurrido a celebrar la gran Pascua del cordero y de los Ázimos; y con el rumor que ya corría en el pueblo y la noticia que todos tenían del Maestro de la vida, concurrió innumerable multitud a verle llevar preso por las calles, dividiéndose todo el vulgo en varias opiniones. Unos a grandes voces decían: «Muera, muera este mal hombre y embustero, que tiene engañado al mundo.» Otros respondían: «No parecían sus doctrinas tan malas ni sus obras, porque hacía muchas buenas a todos.» Otros, de los que hablan creído, se afligían y lloraban, y toda la ciudad estaba confusa y alterada. Era ya salido el sol cuando esto sucedía, y la dolorosa Madre, que todo lo miraba, determinó salir de su retiro para seguir a su Hijo santísimo a casa de Pilatos y acompañarle hasta la cruz. Salió la Reina del cielo por las calles de Jerusalén acompañada de San Juan y otras mujeres santas, aunque no todas le asistieron siempre, fuera de las tres Marías y algunas otras muy piadosas. Por donde pasaba oía varias razones y sentires de tan lastimoso caso, que unos a otros se decían, contando la novedad que había sucedido a Jesús Nazareno. Los más piadosos se lamentaban, y éstos eran los menos: otros decían cómo le querían crucificar; otros contaban dónde iban, y que le llevaban preso como a hombre facineroso; otros que iba, maltratado; otros preguntaban qué maldades había cometido, que tan cruel castigo le daban. Y, finalmente, muchos con admiración o con poca fe decían: «¿En esto han venido a parar sus milagros? Sin duda que todos eran embustes, pues no se ha sabido defender ni librar.» Y todas las calles y plazas estaban llenas de corrillos y murmuraciones.

Algunos de los que encontraban a María por las calles la conocían por Madre de Jesús Nazareno, y movidos de natural compasión la decían: «¡Oh triste Madre! ¿Qué desdicha te ha sucedido? ¡Qué lastimado y herido de dolor estará tu corazón! Otros con impiedad la decían: «¿ Por qué le consentías que intentase tantas novedades en el pueblo? Mejor fuera haberle recogido y detenido; pero será escarmiento para otras madres, que aprendan en tu desdicha cómo han de enseñar a sus hijos.” Entre esta variedad y confusión de gentes encaminaron los santos ángeles a la Emperatriz del cielo a la vuelta de una calle, donde encontró a su Hijo, y con incomparable ternura se miraron Hijo y Madre; habláronse con los interiores traspasados de inefable dolor. Quedó en el interior de nuestra Reina del cielo tan fija y estampada la imagen de su Hijo santísimo, así lastimado, afeado, encadenado y preso, que jamás en lo que vivió se le borraron de la imaginación aquellas especies, más que si las estuviera, mirando. Llegó Cristo nuestro bien a la casa de Pilatos, siguiéndole muchos del concilio de los judíos y gente innumerable de todo el pueblo. Y presentándole al juez, se quedaron los judíos fuera del pretorio o tribunal, fingiéndose muy religiosos, por no quedar irregulares e inmundos para celebrar la Pascua de los panes ceremoniales. Y como hipócritas estultísimos, no reparaban en el inmundo sacrilegio que les contaminaba las almas homicidas del Inocente. Pilatos, aunque gentil, condescendió con la ceremonia de los judíos, y viendo que reparaban en entrar en su pretorio, salió fuera. Y conforme al estilo de los romanos, les preguntó:

¿Qué acusación es la que tenéis contra este hombre? Respondieron los judíos: :Si no fuera malhechor, no le trajéramos así atado y preso como te le entregamos. Con todo eso, les replicó Pilatos: “Pues ¿qué delitos son los que ha cometido? – Está convencido, respondieron los judíos, que inquieta a la república, y se quiere hacer nuestro rey, y prohibe que se le paguen al César los tributos; se hace Hijo de Dios, y ha predicado nueva doctrina, comenzando de Galilea y prosiguiendo por toda Judea hasta Jerusalén. – Pues tomadle allá vosotros, dijo Pilatos, y juzgadle conforme a vuestras leyes; que yo no hallo causa justa para juzgarle.» Replicaron los judíos: «A nosotros no se nos permite condenar a alguno con pena de muerte, ni tampoco dársela.” A todas estas y otras demandas y respuestas estaba presente María Santísima con San Juan y las mujeres que la seguían. Y cubierta con su manto, lloraba sangre en vez de, lágrimas con la fuerza del dolor que dividía su virginal corazón.

Deseaba la indignación de los judíos hallar a Pilatos muy propicio, para que luego pronunciara la sentencia de, muerte contra el Salvador, Jesús; y como reconocieron que reparaba tanto en ello, comenzaron a levantar las voces con ferocidad, acusándole y repitiendo que se quería alzar con el reino de Judea, y para esto engañaba y conmovía los pueblos, Y se llamaba Cristo, que quiere decir ungido rey. Esta maliciosa acusación propusieron a Pilatos, porque se moviese más con el celo del reino temporal, que debía conservar debajo del Imperio romano. Y porque entre los judíos eran-los reyes ungidos, por eso añadieron que Jesús se llamaba Cristo, que es ungido como rey; y porque Pilatos, como gentil, cuyos reyes no se ungían, entendiese que llamarse Cristo era lo mismo que llamarse rey ungido de los judíos.

Preguntóle Pilatos al Señor: «¿Qué respondes a estas acusaciones que te oponen” No respondió Su Majestad palabra en presencia de los acusadores; y se admiró Pilatos de ver tal silencio y paciencia. Pero deseando examinar más si era verdaderamente rey, se retiró el mismo juez con el Señor adentro del pretorio, desviándose de la vocería de los judíos. Y allí a solas le preguntó Pilatos: «Dime, ¿eres tú Rey de los judíos?» No pudo pensar Pilatos que Cristo era rey de hecho; pues conocía que no reinaba, y así lo preguntaba para saber si era rey del derecho y si le tenía al reino. Respondióle nuestro Salvador: Esto que me preguntas ¿ha salido de ti mismo, o te lo ha dicho alguno hablándote de mí? Replicó Pilatos: «¿Yo acaso soy judío para saberlo? Tu gente y tus pontífices te han entregado a mi tribunal: dime lo que has hecho y qué hay en esto.» Entonces respondió el Señor: Mi reino no es de este mundo; porque si lo fuera, cierto que mis vasallos me defendieran, para que, no fuera entregado a los judíos; mas ahora no tengo aquí mi reino. Creyó el juez en parte esta respuesta del Señor, y así le replicó:

«¿Luego tú rey eres, pues tienes reino?» No lo negó Cristo, y añadió, diciendo: Tú dices que yo soy rey; y para dar testimonio de la verdad nací yo en el mundo; y todos los que son nacidos de la verdad oyen mis palabras. Admiróse Pilatos de esta respuesta del Señor, y volvióle a preguntar: «¿Qué cosa es la verdad?” Y sin aguardar más respuesta salió otra vez del pretorio, y dijo a los judíos: «Yo no hallo culpa en este hombre para condenarle. Ya sabéis que tenéis costumbre de que por la fiesta de Pascua dais libertad a un preso; decidme si gustáis que sea Jesús o Barrabás que era un ladrón y homicida que a la sazón tenían en la cárcel por haber muerto a otro en una pendencia. Levantaron todos la voz, y dijeron: «A Barrabás pedimos que sueltes, y a Jesús que crucifiques.» En esta petición se ratificaron, hasta que se ejecutó como lo pedían.

Una de las acusaciones que los judíos y sus pontífices presentaron a Pilatos contra Jesús fue que había predicado, comenzando de la provincia de Galilea a conmover el pueblo. De aquí tomó ocasión Pilatos para preguntar si Cristo nuestro Señor era Galileo.

Hallábase en aquella ocasión Herodes en Jerusalén celebrando la Pascua de los judíos. Este era hijo de otro rey, Herodes, que antes había degollado a los inocentes. Pilatos estaba encontrado con Herodes, porque los dos gobernaban las dos principales provincias de Palestina, Judea y Galilea, y poco tiempo antes había sucedido que Pilatos, celando el dominio del Imperio romano, había degollado a unos galileos cuando hacían ciertos sacrificios mezclando la sangre de los reos con la de los sacrificios.

Cuando Herodes tuvo aviso que Pilatos le remitía a Jesús Nazareno, alegróse grandemente. Sabía era muy amigo de Juan, a quien él había mandado degollar, y estaba informado de la predicación que hacía; y con estulta y vana curiosidad deseaba que en su presencia obrase alguna cosa extraordinaria y nueva de qué admirarse y hablar con entretenimiento.

Indignóse Herodes con el silencio y mansedumbre de nuestro Salvador, que frustraban su vana curiosidad; y casi confuso el inicuo juez, lo disimuló, burlándose del Maestro; y despreciándolo con todo su ejército, le mandó remitir otra vez a Pilatos. Y habiéndose reído con mucho escarnio de la modestia del Señor, todos los criados de Herodes, para tratarle como a loco y menguado de juicio, le vistieron una ropa blanca con que señalaban a los que perdían el seso, para que todos huyesen de ellos. Pero en nuestro Salvador esta vestidura fue símbolo y testimonio de su inocencia y pureza.

A los oprobios y acusaciones que hicieron los sacerdotes contra el Autor de la vida en presencia de Herodes, y a las preguntas que él mismo le propuso, no estuvo presente corporalmente su afligida Madre, aunque todas las vio por otro modo de visión interior; porque estaba fuera del tribunal donde entraron al Señor. Mas cuando salió fuera de la sala donde le habían tenido, topó con ella, y se miraron con íntimo dolor y recíproca compasión, correspondiente al amor de tal Hijo y de tal Madre. Y fue nuevo instrumento para dividirle el corazón aquella vestidura blanca que le habían puesto, tratándole como a hombre insensato y sin juicio. En este camino de Herodes a Pilatos sucedió que con la multitud del pueblo, y con la priesa que aquellos ministros llevaban al Señor, atropellándole y derribándole algunas veces en el suelo y tirando con suma crueldad de las sogas, le hicieron reventar la sangre de sus, sagradas venas, y como no se podía levantar por llevar atadas las manos, ni el tropel de la gente se podía ni quería detener, daban sobre su Divina Majestad, y le hollaban y pisaban, y le herían con muchos golpes y puntillazos, causando gran risa a los soldados, en vez de la natural compasión de que por industria del demonio estaban totalmente desnudos como si no fueran hombres. A la vista de tan desmedida crueldad creció la compasión y sentimiento de la dolorosa y amorosa Madre.

Llegó nuestro Salvador Jesús segunda vez a casa de Pilatos, y de nuevo le comenzaron a pedir los judíos que le condenasen a muerte de cruz. Pilatos, que conocía la inocencia de Cristo y la mortal envidia de los judíos, sintió mucho que le restituyese Herodes la causa de que él deseaba eximirse. Estando Pilatos con estas altercaciones de los judíos, sucedió que sabiéndolo su mujer, que se llamaba Prócula, le envió un recado diciéndole: «¿Qué tienes tú que ver con ese hombre justo? Déjale; porque te hago saber que por su causa he tenido hoy algunas visiones.”

Con esta visión recibió Prócula grande espanto y temor; y cuando entendió lo que pasaba entre los judíos y su marido Pilatos, le envió el recado que dice San Mateo, para que no se metiese en condenar a muerte al que miraba y tenía por justo. Entonces insistió tercera vez con los judíos defendiendo a Cristo Nuestro Señor como inculpable, y testificando que no hallaba en él crimen alguno ni causa de muerte, que le castigarla y soltaría. Y de hecho le castigó, para ver si con esto quedarían satisfechos. Pero los judíos, dando voces, respondieron que le crucificase. Entonces Pilatos pidió que le trajesen agua, y mandó soltar a Barrabás como lo pedían. Lavóse las manos en presencia de todos, diciendo: «Yo no tengo parte en la muerte de este hombre justo al que vosotros condenáis.”

 

CAPITULO XXVIII

La flagelación. – Cristo sentenciado a muerte de cruz.

Conociendo Pilatos la porfiada indignación de los judíos contra Jesús Nazareno, y deseando no condenarle a muerte, porque le conocía inocente, le pareció que, mandándole azotar con rigor, aplacaría el furor de aquel ingratísimo pueblo y la envidia de los pontífices y escribas, para que dejasen de perseguirle y pedir su muerte.

Pilatos estaba entre la luz de la verdad que conocía y entre los motivos humanos y terrenos que le gobernaban, y siguiendo el error que ellos administran a los que gobiernan, mandó azotar con rigor al mismo que protestaba hallarle sin culpa. Para ejecutar este acto tan injusto, fueron señalados seis ministros de justicia o sayones robustos y de mayores fuerzas, que, como hombres viles, réprobos y sin piedad, admitieron muy gustosos el oficio de verdugos; porque el airado y envidioso siempre se deleita en ejecutar su furor, aunque sea con acciones inhonestas, crueles y feas. Luego estos ministros del demonio, con otros muchos, llevaron a nuestro Salvador Jesús al lugar de aquel suplicio, que era un patio o zaguán de; la casa donde solían dar tormento a otros delincuentes para que confesaran sus delitos. Este patio era de un edificio no muy alto y rodeado de columnas, que, unas estaban cubiertas con el edificio que sustentaban, y otras descubiertas y más bajas.

A una columna de éstas, que era de mármol, le ataron fuertemente; porque siempre le juzgaban por mágico, y temían no se les fuese de entre las manos.

Desnudaron a Cristo nuestro Redentor primero la vestidura blanca, no con menor ignominia que en casa del adúltero homicida Herodes se la habían vestido. Y para desatarle las sogas y cadenas que debajo tenía desde la prisión del huerto, le maltrataron impíamente, rompiéndole las llagas que las mismas prisiones por estar tan apretadas le habían abierto en los brazos y muñecas. Y dejándole sueltas las manos divinas, le mandaron con ignominioso imperio y blasfemia que el mismo Señor se despojase de la túnica inconsútil que iba vestido.

Esta era la misma en número que su Madre Santísima le había vestido en Egipto, cuando al dulcísimo Jesús niño le puso en pie. Sola esta túnica tenía entonces el Señor, porque en el huerto, cuando le prendieron, le quitaron un manto o capa que solía traer sobre la túnica. Obedeció el Hijo del Eterno Padre a los verdugos, y comenzó a desnudarse, para quedar en presencia de tanta gente con la afrenta de la desnudez de su sagrado y honestísimo cuerpo. Y los ministros de aquella crueldad, pareciéndoles que la modestia del Señor tardaba mucho a despojarse, le asieron de la túnica con violencia, para desnudarle muy aprisa, y como dicen, a rodapelo. Quedó Su Majestad totalmente desnudo, salvo unos paños de honestidad que traía debajo la túnica, que también eran los mismos que su Madre Santísima le vistió en Egipto con la tunicela; porque todo había crecido con el sagrado cuerpo, sin habérselos desnudado, ni esta ropa ni el calzado que la misma Señora le puso, salvo en la predicación, que muchas veces andaba el pie por tierra.

Algunos Doctores entiendo que han dicho o meditado que a nuestro Salvador Jesús en esta ocasión de los azotes, y para ser crucificado, le desnudaron del todo, permitiendo Su Majestad aquella confusión para mayor tormento de su persona. Pero habiendo inquirido la verdad, con nuevo orden de la obediencia, se me ha declarado que la paciencia del Divino Maestro estuvo aparejada para padecer todo lo que fuera decente y sin resistencia a ningún oprobio. Y que los verdugos intentaron este agravio de la total desnudez ,de su cuerpo santísimo, y llegaron a querer despojarle de aquellos paños de honestidad con que sólo había quedado. Pero no lo pudieron conseguir; porque en llegando a tocarlos, se les quedaban los brazos yertos y helados, como sucedió en casa de Caifás, cuando pretendieron desnudar al Señor del cielo. Y aunque todos los seis verdugos llegaron a probar sus fuerzas en esta injuria, les sucedió lo mismo; no obstante que después, para azotar al Señor con más crueldad, estos ministros del pecado le levantaron algo los paños de la honestidad; y a esto dio lugar Su Majestad, mas no a que le despojasen del todo y se los quitasen.

En esta forma quedó Su Majestad desnudo en presencia de mucha gente, y los seis verdugos le ataron cruelmente a una columna de aquel edificio para castigarle más a su salvo. Luego, por su orden, de dos en dos le azotaron con crueldad tan inaudita, que no pudo caer en condición humana, si el mismo Lucifer no se hubiera revestido en el impío corazón de aquellos sus ministros. Los dos primeros azotaron al Señor con unos ramales de cordeles muy retorcidos, endurecidos y gruesos, estrenando en este sacrilegio todo el furor de su indignación y las fuerzas de sus potencias corporales. Con estos primeros azotes levantaron en el cuerpo deificado de nuestro Salvador grandes cardenales y verdugos, de que le cuajaron todo, quedando entumecido y desfigurado, y por todas partes para reventar la preciosísima sangre por las heridas. Pero cansados estos sayones, entraron de nuevo a porfía los otros dos segundos; y con los segundos ramales de correas como riendas durísimas le azotaron sobre las primeras heridas, rompiendo todas las ronchas y cardenales que los primeros habían hecho, y derramando la sangre divina, que no sólo bañó todo el sagrado cuerpo de Jesús nuestro Salvador, sino que salpicó y cubrió las vestiduras de los ministros, sacrílegos que le atormentaban, y corrió hasta la tierra.

Con esto se retiraron los segundos verdugos, y comenzaron los terceros, sirviéndoles de nuevos instrumentos unos ramales de nervios de animales, casi duros como mimbres ya secos. Estos azotaron al Señor con mayor crueldad, no sólo porque ya no herían a su virginal cuerpo, sino a las mismas heridas que los primeros habían dejado; y también porque de nuevo fueron ocultamente irritados por los demonios, que de la paciencia de Cristo, estaban más enfurecidos. Y como en el sagrado cuerpo estaban ya rotas las venas, y todo él era una llaga continuada, no hallaron estos terceros verdugos parte sana en que abrirlas de nuevo. Y repitiendo los inhumanos golpes rompieron las inmaculadas y virgíneas carnes de Cristo, derribando al suelo muchos pedazos de ella, y descubriendo los huesos en muchas partes de las espaldas, donde se manifestaban patentes y rubricados con la sangre; y en algunas se descubrían más espacio del hueso que una palma de la mano. Y para borrar del todo aquella hermosura que excedía a todos los hijos de los hombres, le azotaron en su divino rostro, en los pies y en las manos, sin dejar lugar que no hiriesen, donde pudieron extender su furor y alcanzar la indignación que contra el inocentísimo Cordero habían concebido. Corrió su divina sangre por el suelo, resbalándose en muchas partes con abundancia. Y estos golpes que le dieron en pies, manos y en el rostro, fueron de incomparable dolor, por ser estas partes más nerviosas, sensibles y delicadas.

Quedó aquella venerable cara entumecida y llagada, hasta cegarle los ojos con la sangre y cardenales que en ella hicieron. Sobre todo esto le llenaron de salivas inmundísimas, que a un mismo tiempo le arrojaron, hartándole de oprobios. El número ajustado de los azotes que dieron al Salvador fueron cinco mil ciento quince, desde las plantas de los pies hasta la cabeza.

Ejecutada la sentencia de los azotes, los mismos verdugos con imperioso desacato desataron a nuestro Salvador de la columna, y renovando las blasfemias le mandaron se vistiese luego su túnica que le habían quitado. Vistióse nuestro Salvador, habiendo padecido sobre sus llagas el nuevo dolor que le causaba el frío, y Su Majestad había estado desnudo grande rato; con que la sangre de las heridas se le había helado, y comprimía las llagas, que estaban entumecidas y más dolorosas.

Llevaron luego a Jesús al pretorio, donde le desnudaron con la misma crueldad y desacato, y le vistieron una ropa de púrpura muy lacerada y manchada, como vestidura de rey fingido, para irrisión de todos.

Pusiéronle también en su sagrada cabeza un seto de espinas muy tejido, que le, sirviese de corona. Era este seto de juncos espinosos, con puntas muY aceradas y fuertes; y se le apretaban, de manera, que muchas le penetraron hasta el casco, algunas hasta los oídos, y otras hasta los ojos. Y por esto fue uno de los mayores tormentos el que padeció Su Majestad con la corona de espinas. En vez de cetro real le pusieron en la mano derecha una caña contenible. Y sobre todo esto le arrojaron sobre los hombros un manto de color morado, al modo de capas que se usan en la Iglesia; porque también este vestido pertenecía al adorno de la dignidad y persona de los reyes.

Con toda esta ignominia Armaron rey de burlas los pérfidos judíos al que por naturaleza y por todos títulos era verdadero Rey de los reyes y Señor de los señores. Juntáronse luego todos los de la milicia en presencia de los pontífices y fariseos, y cogiendo en medio a nuestro Salvador, con desmedida irrisión y mofa, le llenaron de blasfemia; porque unos le hincaban las rodillas, y con burla le decían: «Dios te salve, Rey de los judíos». Otros le daban de bofetadas; otros, con la misma caña que tenía en sus manos herían su divina cabeza, dejándola lastimada; otros le arrojaban inmundísimas salivas; y todos le injuriaban y despreciaban con diferentes contumelias, administradas del demonio por medio de su furor diabólico.

Decretó Pilatos la sentencia de muerte de cruz contra la misma vida, a satisfacción y gusto de los pontífices y fariseos. Y habiéndola intimado y notificado al inocentísimo reo, retiraron a Su Majestad a otro lugar en la casa del juez, donde le desnudaron la púrpura ignominiosa que le habían puesto como a rey de burlas y fingido. Todo fue con misterio de parte del Señor; aunque de parte de los judíos fue acuerdo de su malicia, para que fuese llevado al suplicio de la cruz con sus propias vestiduras, y por ellas le conociesen todos, porque de los azotes, salivas y corona estaba tan desfigurado su divino rostro, que sólo por el vestido pudo ser conocido del pueblo. Vistiéronle la túnica inconsútil, que los ángeles con orden de su Reina administraron, trayéndola ocultamente de un rincón, adonde los ministros la habían arrojado en otro aposento en que se la quitaron, cuando le pusieron las púrpura de irrisión y escándalo.

Era viernes, día de Parásceve, que en griego significa lo mismo que preparación o disposición, porque aquel día se prevenían y disponían los hebreos para el siguiente del sábado, que era su gran solemnidad, y en ella no hacían obras serviles, ni para prevenir la comida, y todo se hacía el viernes. A vista de todo este pueblo sacaron a nuestro Salvador con sus propias vestiduras, tan desfigurado y encubierto su divino rostro en las llagas, sangre y salivas, que nadie le reputara por el mismo que antes había visto y conocido.

Apareció, como dijo Isaías, como leproso y herido del Señor; porque la sangre seca y los cardenales le habían transfigurado en una llaga. De las inmundas salivas le habían limpiado algunas veces los santos ángeles, por mandárselo la afligida Madre; pero luego las volvían a repetir y renovar con tanto exceso, que en esta ocasión apareció todo cubierto de aquellas asquerosas inmundicias. A la vista de tan doloroso espectáculo se levantó en el pueblo una tan confusa gritería y alboroto, que nada se entendía ni oía más del bullicio y eco de las voces.

Mas entre todas resonaban las de los pontífices y fariseos, que con descompuesta alegría y escarnio hablaban con la gente para que se quietasen, y despejasen la calle por donde habían de sacar al divino sentenciado, y para que oyeran su capital sentencia.

TENOR DE LA SENTENCIA DE MUERTE QUE DIO PILATOS CONTRA JESUS NAZARENO

Yo Poncio Pilatos, presidente en la inferior Galilea, aquí en Jerusalén regente del Imperio romano, dentro del palacio de archipresidencía, juzgo, sentencio y pronuncio que condeno a muerte a Jesús, llamado de la plebe Nazareno, y de, patria Galileo, hombre sedicioso, contrario de la ley de nuestro, Senado y del grande emperador Tiberio César. Y por la dicha mi sentencia determino que su muerte sea en cruz, fijado con clavos a usanza de reos; porque aquí, juntando y congregando cada día muchos hombres pobres y ricos, no ha cesado de remover tumultos por toda Judea, haciéndose Hijo de Dios y Rey de Israel, con amenazarles la ruina de esta tan insigne ciudad de Jerusalén y su templo, y del sacro Imperio, negando el tributo al César, y por haber tenido atrevimiento de entrar con ramos y triunfo con gran parte de la plebe dentro de la misma ciudad de Jerusalén y en el sacro templo de Salomón.

Mando al primer centurión, llamado Quinto Cornelio, que le lleve por la dicha ciudad de, Jerusalén a la vergüenza, ligado así como esta, azotado por mi mandamiento. Y séanle puestas sus vestiduras para que sea conocido de todos, y la propia cruz en que ha de ser crucificado. Vaya en medio de los otros dos ladrones por todas las calles públicas, que asimismo están condenados a muerto por hurtos y homicidios que han cometido, para, que de esta manera sea ejemplo de todas las gentes y malhechores.

Quiero asimismo y mando por esta mi sentencia, que después de haber así traído por las calles públicas a este malhechor, le saquen de la ciudad por la puerta Pagora, la que ahora es, llamada Antoniana, y con voz de pregonero que diga todas estas culpas en esta mi sentencia expresadas, le, lleven al monte que se dice Calvario, donde se acostumbra a ejecutar y hacer la justicia de los malhechores facinerosos, y allí fijado y crucificado en la misma cruz que llevare (como arriba se dijo), quede su cuerpo colgado entre los dichos dos ladrones. Y sobre la cruz, que es en lo más alto de ella, le sea puesto el título de su nombre en las tres lenguas que ahora más se usan; conviene a saber: hebrea, griega y latina, y que en todas ellas y cada una diga: ESTE ES JESUS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS, para que todos lo entiendan y sea conocido de todos.

Asimismo mando, so pena de perdición de bienes y de la vida y de rebelión al Imperio romano, que ninguno, de cualquiera estado y condición que sea, se atreva temerariamente a impedir la dicha justicia por mí mandada hacer, pronunciada, administrada y ejecutada con todo rigor, según los decretos y leyes romanas y hebreas. Año de la creación del mundo cinco mil doscientos treinta y tres, día veinticinco de marzo.

Pontius Pilatus Judex et Gubernator Galileae inferioris pro Romano Imperio qui supra propria manu.

 

CAPITULO XXIX

El camino del Calvario. Encuentro de la Madre y el Hijo. El Cirineo. -Hiel por bebida. – Crucifixión. – La cruz enarbolada. –El buen ladrón. – Consummatum est.

Leída la sentencia de Pilatos contra nuestro Salvador, que dejo referida, con alta voz en presencia de todo el pueblo, los ministros cargaron sobre los delicados y llagados hombros de Jesús la pesada cruz en que había de ser crucificado. Y para que la llevase le desataron las manos con que la tuviese, pero no el cuerpo, para que pudiesen ellos llevarle asido tirando de las sogas con que estaba ceñido; y para mayor crueldad le dieron con ellas a la garganta dos vueltas. Era la cruz, de quince pies en largo, gruesa y de madera muy pesada. Comenzó el pregón de la sentencia, y toda aquella multitud confusa y turbulenta de pueblo, ministros y soldados, con gran estrépito y vocería se movió con una, desconcertada procesión, para encaminarse por las calles de Jerusalén desde el palacio de Pilatos para el monte Calvario. Los ministros de la justicia, como desnudos de toda humana compasión y piedad, llevaban a nuestro Salvador con increíble crueldad y desacato. Tiraban unos de las sogas adelante para que apresurase el paso; otros para atormentarle tiraban atrás para detenerle. Y con estas violencias Y el grave peso de la cruz le obligaban y compelían a dar muchos vaivenes y caídas en el suelo. Y con los golpes que recibía de las piedras se le abrieron llagas, en particular dos en las rodillas, renovándosele todas las veces que repetía las caídas. Y el peso de la cruz le abrió de nuevo otra llaga en el hombro que se la cargaron. Y con los vaivenes, unas veces topaba la cruz contra la sagrada cabeza, y otras la cabeza contra la cruz, y las espinas de la corona le penetraban de nuevo con el golpe que recibía, profundándose más en lo que no estaba herido de la carne.

Entre la multitud de la gente partió la dolorosa y lastimada Madre de casa de Pilatos en seguimiento de su Hijo, acompañada de San Juan, de la Magdalena y las otras Marías. Y como el tropel de la confusa multitud los embarazaba para llegarse más cerca, pidió la Reina al eterno Padre le concediese estar al pie de la cruz en compañía de su Hijo, de manera que pudiese verle corporalmente; y ordenó también a los santos ángeles que dispusiesen ellos cómo aquello se ejecutase. Obedeciéronlá los ángeles, y con toda presteza encaminaron a su Reina y Señora por el atajo de una calle, por donde salieron al encuentro de su Hijo, y se vieron cara a cara Hijo y Madre, reconociéndose entrambos, y renovándose recíprocamente el dolor de lo que cada uno padecía; pero no se hablaron vocalmente, ni la fiereza de los ministros diera lugar para hacerlo. Mas la Madre adoró a su Hijo, afligido con el peso de la cruz; y con la voz interior le pidió, que pues ella no podía descansarle de la carga de la cruz, ni tampoco permitía que los ángeles lo hicieranse dignase su Potencia de poner en el corazón de aquellos ministros le diesen alguno que le ayudase a llevarla. Esta petición admitió Cristo, y de ella resultó el conducir a Simón Cirineo para que llevase la cruz con el Señor. Porque los fariseos y ministros se movieron para esto, unos de alguna natural humanidad., otros de temor que no acabase Cristo nuestro Señor la vida antes de llegar a quitársela en la misma cruz, porque iba muy desfallecido. A todo humano encarecimiento y discurso excede el dolor que la Madre Virgen sintió en este viaje del monte Calvario.

Seguían asimismo al Señor (como dice el evangelista San Lucas) con la turba de la gente popular otras muchas mujeres que se lamentaban y lloraban amargamente. Llegó en esta ocasión Simón Cirineo (llamado así porque era natural de Cireneo, ciudad de Libia, y venía a Jerusalén), que era padre de dos discípulos del Señor, llamados Alejandro y Rufo. A este Simón obligaron los judíos a que llevase la cruz parte del camino, sin tocarla ellos; porque se afrentaban de llegara ella, como instrumento del castigo de un hombre a quien justiciaban por malhechor insigne. Esto pretendían que todo el pueblo entendiese con aquellas ceremonias y cautelas. Tomó la cruz el Cirineo, y fue siguiendo a Jesús, que iba entre los dos ladrones para que todos creyesen era malhechor y facineroso como ellos. Iba la Madre de Jesús muy cerca, como lo había deseado y pedido al eterno Padre.

Llegó nuestro salvador, verdadero y nuevo Isaac, Hijo del Eterno Padre, al monte del sacrificio. Era el monte Calvario lugar inmundo y despreciado, como destinado para el castigo de los facinerosos y condenados, de cuyos cuerpos recibía mal olor y mayor ignominia. Llegó tan fatigado nuestro Jesús, que paree a todo transformado en llagas y dolores, cruentado, herido y desfigurado. Llegó también la dolorosa Madre llena de amargura a lo alto del Calvario muy cerca de su Hijo corporalmente; mas en el espíritu y dolores estaba como fuera de sí, porque se transformaba toda en su amado y en lo que padecía. Estaban con ella San Juan y las tres Marías; porque para esta sola y santa compañía, había pedido y alcanzado este gran favor de hallarse tan vecinos y presentes al Salvador y su cruz. La Madre conoció que los impíos ministros de la pasión intentaban dar al Señor la bebida del vino mirrado con hiel, Para añadir este nuevo tormento a nuestro Salvador, tomaron ocasión los judíos de la costumbre que tenían de dar a los condenados a muerte una bebida de vino fuerte y aromático, con que se confortasen los espíritus vitales, para tolerar con más esfuerzo los tormentos del suplicio, derivando esta piedad de lo que Salomón dejó escrito en los Proverbios: ‘Tales sidra a los que están tristes, y el vino a los que padecen amargura del, corazón». Esta bebida, que en los demás justiciados podía ser algún socorro y alivio, pretendió la pérfida crueldad de los impíos judíos conmutar en mayor pena con nuestro Salvador, dándosela amarguísima y mezclada con hiel, y que no tuviese en él otros efectos más que el tormento de la amargura. Conoció la divina Madre esta inhumanidad, y con maternal compasión y lágrimas oró al Señor, pidiéndole no la bebiese. Y Su Majestad, condescendiendo con la petición de su Madre, gustóla poción amarga y no la bebió.

Era ya la hora de sexta, que corresponde a la de mediodía, y los ministros de justicia, para crucificar desnudo al Salvador, le despojaron de la túnica inconsútil y vestiduras. Y como la túnica era cerrada y larga, desnudáronsela, para sacarla por la cabeza, sin quitarle la corona de espinas; y con la violencia que hicieron arrancaron la corona con la misma túnica con desmedida crueldad; porque le rasgaron de nuevo las heridas de su sagrada cabeza, y en algunas se quedaron las puntas de las espinas, que con ser tan duras y aceradas se rompieron con la fuerza que los verdugos arrebataron la túnica, llevando tras de sí la corona: la cual volvieron a fijar en la cabeza con impía crueldad, abriendo llagas sobre llagas. Renovaron junto con esto las de todo su cuerpo santísimo; porque en ellas estaba ya pegada la túnica, y el despegarla fue, como dice David, añadir de nuevo sobre el dolor de sus heridas. Cuatro veces desnudaron y vistieron en su pasión a nuestro Señor. La primera, para azotarle en la columna; la segunda, para ponerle la púrpura afrentosa; la tercera, cuando se la quitaron y le volvieron a vestir de su túnica; la cuarta fue ésta del Calvario, para no volverle a vestir; y en ésta fue más atormentado, porque las heridas fueron más, y su humanidad santísima estaba debilitada, y en el monte Calvario más desabrigado y ofendido del viento; que también tuvo licencia este elemento para afligirle en su muerte la destemplanza de frío.

A todas estas penas se añadía el dolor de estar desnudo en presencia de su Madre, de las devotas mujeres que le acompañaban y de la multitud de gente que allí estaba. Sólo reservó su poder los paños interiores que su Madre Santísima le había puesto debajo la túnica en Egipto; porque ni cuando le azotaron se los pudieron quitar los verdugos, ni tampoco se los desnudaron para crucificarle, y así fue con ellos al sepulcro; y esto se me ha manifestado muchas veces. No obstante que para morir Cristo en suma pobreza, y sin llevar ni tener consigo cosa alguna de cuantas era Criador y verdadero Señor, por su voluntad muriera totalmente desnudo y sin aquellos paños, si no interviniera la voluntad y petición de su Madre, que fue la que así lo pidió, y lo concedió nuestro Señor; porque satisfacía con este género de obediencia de hijo a la suma pobreza en que deseaba morir. Estaba la santa cruz tendida en tierra, y los verdugos prevenían lo demás necesario para crucificarle, como a los otros dos que juntamente habían de morir. Para señalar los barrenos de los clavos en la cruz, mandaron los verdugos con imperiosa soberbia al Criador del universo (¡oh temeridad formidable!) que se tendiese en ella, y el Maestro de la humildad obedeció sin resistencia. Pero ellos con inhumano y cruel instinto señalaron los agujeros, no iguales al sagrado cuerpo, sino más largos, para lo que después hicieron.

Esta nueva impiedad conoció la Madre, y fue una de las mayores aflicciones que padeció su corazón en toda la pasión; porque penetró los intentos depravados de aquellos ministros del pecado, y previno el tormento que su Hijo había de padecer para clavarle en la cruz. Pero no lo pudo remediar; porque el mismo Señor quería padecer también aquel trabajo por los hombres. Y cuando se levantó Su Majestad para que barrenasen la cruz, acudió la gran Señora, y le tuvo de un brazo y le, besó la mano. Dieron lugar a esto los verdugos, porque juzgaron que a la vista de su Madre se afligiría más el Señor; y ningún dolor que le pudieran dar le perdonaron. Pero no entendieron el misterio; porque no tuvo Su Majestad en su pasión otra causa de mayor consuelo como ver a su Madre, y la hermosura, de su alma, y en ella el retrato de sí mismo ,y el entero logro del fruto de su pasión y muerte; Y este gozo en algún modo confortó a Cristo en aquella hora.

Formados en la santa cruz los tres barrenos, mandaron los verdugos a Cristo Señor nuestro segunda vez que se tendiese sobre ella para clavarle. Y como artífice de la paciencia, obedeció y se puso en la cruz, extendiendo los brazos sobre el infeliz madero a la voluntad de los ministros de su muerte. Estaba Su Majestad tan desfallecido, desfigurado Y exangüe, que si en la impiedad ferocísima de aquellos hombres tuvieran algún lugar la natural razón y humanidad, no era posible que la crueldad hallara objeto en qué obrar entre la mansedumbre, humildad, llagas y dolores del inocente. Luego cogió la mano de Jesús uno de los verdugos, y asentándola sobre el agujero de la cruz, otro verdugo la clavó en él, penetrando a martilladas la palma del Señor con un clavo esquinado y grueso, Rompiéronse con él las venas y los nervios, y se desconcertaron los huesos de aquella mano sagrada que fabricó los cielos y cuanto tiene ser. Para clavarle la otra mano no alcanzaba el brazo al agujero; porque los nervios se le habían encogido, y de malicia le habían alargado el barreno, como arriba se dijo; y para remediar esta falta tomaron la misma cadena con que el Señor había estado preso desde el huerto, y argollándole la muñeca con el un extremo donde tenía una argolla como esposas, tiraron con inaudita crueldad del otro extremo, y ajustaron la mano con el barreno, y la clavaron con otro clavo. Pasaron a los pies, y puesto el uno sobre el otro, amarrándolos con la misma cadena y tirando de ella con gran fuerza y crueldad, los clavaron juntos con el tercer clavo, algo más fuerte que los otros. Quedó aquel sagrado cuerpo, en quien estaba unida la divinidad, clavado y fijo en la cruz, y aquella fábrica de sus miembros deificados, y formados por el Espíritu Santo, tan disuelta y desencuadernada, que se le pudieron contar los huesos, porque todos quedaron dislocados y señalados, fuera de su lugar natural. Desencajáronle los del pecho, de los hombros y espaldas, y todos se movieron de su lugar, cediendo a la violenta crueldad de los verdugos. No cabe en lengua ni discurso nuestro la ponderación de los dolores de nuestro Salvador en este tormento.

Fijado el Señor en la cruz, para que los clavos no soltasen al divino cuerpo, arbitraron los, ministros de la justicia redoblarlos por la parte que traspasaban el sagrado madero, y para ejecutarlo comenzaron a levantar la cruz para volverla, cogiendo debajo contra la tierra al mismo Señor crucificado. Esta nueva crueldad alteró a todos los circunstantes, y se levantó grande gritería en aquella turba, movida de compasión. Luego arrimaron la cruz con el Crucificado divino al agujero donde se habla de enarbolar. Y llegándose unos con los hombros y otros con alabardas y lanzas, levantaron al Señor en la cruz, fijándola en el hoyo que para esto habían abierto en el suelo. Quedó nuestra verdadera salud en el aire, pendiente del sagrado madero a vista de innumerable pueblo de diversas gentes y naciones. No quiero omitir otra crueldad que he conocido usaron con Su Majestad cuando le levantaron, que con las lanzas e instrumentos de armas le hirieron, haciéndole debajo los brazos profundas heridas, porque le fijaron los hierros en la carne para ayudar a levantarle en la cruz. Renovóse al espectáculo el vocerío del pueblo con mayores gritos y confusión. Los judíos blasfemaban, los compasivos se lamentaban, los extranjeros se admiraban; unos a otros se convidaban al espectáculo, otros no le podían mirar con el dolor; unos ponderaban el escarmiento en cabeza ajena, otros le llamaban justo, y toda esta variedad de juicios y palabras eran flechas para el corazón de la Madre.

El sagrado cuerpo derramaba mucha sangre de las heridas de los clavos, que con el peso y golpe de la cruz se estremeció, y se rompieron de nuevo las llagas, quedando más patentes las fuentes, a que nos convidó por Isaías para que fuésemos a coger de ellas con alegría las aguas con que apagar la sed y lavar las manchas de nuestras culpas. Nadie tiene excusa, si no se diere prisa, llegando a beber en ellas, pues se venden sin conmutación de plata ni oro y se dan de balde sólo por la voluntad de recibirlas. Crucificaron luego a los dos ladrones y fijaron sus cruces, la una a la mano derecha y la otra a la siniestra de nuestro Redentor, dándole el lugar del medio, como a quien reputaban por principal malhechor. Y olvidándose los pontífices y fariseos de los dos facinerosos, convirtieron todo su furor contra el Santo. Y moviendo las cabezas con escarnio y mofa, arrojaron piedras y polvo contra la cruz del Señor y contra su real persona. Decían: «¡ Ah, tú que destruyes el templo de Dios y en tres días lo reedificas! Sálvate ahora a ti mismo; a otros hizo salvos y a sí mismo no se puede salvar». Otros decían: «Si éste es Hijo de Dios, descienda ahora de la cruz y le creeremos». Los dos ladrones también se burlaban de Su Majestad al principio, y decían: «Si eres Hijo de Dios, Sálvate a ti mismo y a nosotros». Estas blasfemias de los ladrones fueron para el Señor de tanto mayor sentimiento, cuanto a ellos estaba más próxima la muerte, y perdían aquellos dolores con que morían y podía satisfacer en parte por sus delitos, castigados por la justicia, como luego lo hizo uno de ellos, aprovechando la ocasión más oportuna que tuvo pecador alguno del inundo.

Los soldados que crucificaron a Jesús nuestro Salvador, como ministros a quien tocaban los despojos del ajusticiado, trataron de dividir los vestidos del inocente. Y la capa o manto superior, que por divina, dispensación la llevaron al Calvario, la hicieron partes (ésta era la que se desnudó en la cena para lavar los pies a los Apóstoles) y la dividieron entre sí mismos, que eran cuatro. Pero la túnica inconsútil no quisieron dividirla, y echaron suertes sobre ella y la llevó a quien le tocó, cumpliéndose a la letra la profecía de David. Los misterios de no romper esta túnica declaran los Santos y Doctores, y uno de ellos fue significar cómo este hecho de los judíos, aunque rompieron con tormentos y heridas la humanidad santísima de Cristo nuestro bien, con que estaba, cubierta la divinidad; pero a ésta no pudieron ofenderla con la pasión ni tocar en ella.

Y como el madero de la santa cruz era el trono de la majestad real de Cristo y la cátedra de donde quería enseñar la ciencia de la vida, estando ya Su Majestad levantado en ella y confirmando la doctrina con el ejemplo, dijo aquella palabra en que comprendió la suma de la caridad y perfección: Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen. Conoció algo de este Sacramento uno de los dos ladrones llamado Dimas, ,y obrando al mismo tiempo la intercesión y oración de María, fue ilustrado interiormente para conocer a su Maestro en esta primera palabra, que habló en la cruz. Y movido con verdadero olor y contrición de sus culpas, se convirtió a su compañero, y le dijo: ¿Ni tú tampoco temes a Dios, que con estos blasfemos perseveras en la misma condenación?, Nosotros pagamos nuestro merecido; pero éste, que padece, con nosotros, no ha cometido culpa alguna. Y hablando luego a nuestro Salvador, le dijo: Señor, acuérdate de mí Mando llegareis a tu reino. En este felicísimo ladrón y en el Centurión y en los demás que confesaron a Cristo en la cruz se comenzaron a estrenar los efectos de la redención. Pero el mejor afortunado fue Dimas, que mereció oír la segunda palabra que dijo el Señor: De verdad te digo que hoy serás conmigo en el Paraíso. ¡Oh bienaventurado ladrón, que tú solo alcanzaste para ti tal palabra, deseada de todos los justos y santos de la tierra! No la pudieron oír los antiguos patriarcas y profetas, juzgándose por muy dichosos en bajar al Limbo y esperar largos siglos el Paraíso, que tú ganaste en un punto en que mudaste felizmente el oficio. Acabas ahora de robar la hacienda ajena y terrena, y luego arrebatas el cielo de las manos de su dueño.

Justificado el buen ladrón, volvió Jesús la vista a su Madre, que con San Juan estaba al pie de la cruz, y hablando con entrambos, dijo primero a su Madre: Mujer, ves ahí a tu hijo; y al Apóstol dijo también: Ves ahí a tu madre. Llamóla Su Majestad mujer y no madre, porque este nombre era de regalo y dulzura y que sensiblemente le podía recrear el pronunciarle, y en su pasión no quiso admitir esta consolación exterior, conforme por haber renunciado en ella todo consuelo y alivio. Y en aquella palabra mujer, tácitamente y en su aceptación, dijo: «Mujer bendita entre todas las mujeres, la más prudente entre los hijos de Adán, mujer fuerte y constante, nunca vencida de la culpa, fidelísima en amarme, indefectible en servirme y a quien las muchas aguas de mi pasión no pudieron extinguir ni contrastar. Yo me voy a mi Padre, y no puedo desde hoy acompañarte; mi discípulo amado te asistirá y servirá como a madre y será tu hijo.» Todo esto entendió la Reina.

Llegábase ya la hora de nona del día, aunque por la obscuridad y turbación más parecía confusa noche, y nuestro Salvador Jesús habló la cuarta palabra desde la cruz en voz grande y clamorosa, que los circunstantes pudieron oír, y dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Estas palabras, aunque las dijo el Señor en su lengua hebrea, no todos las entendieron. Y porque la primera dicción dice Eli, Eli, pensaron algunos que llamaba a Elías, y otros, burlando de su clamor, decían: «Veamos si vendrá Elías a librarlo ahora de nuestras manos.”

Añadió, luego el Señor la quinta palabra, y dijo: Sed tengo. Pero los pérfidos judíos y verdugos, en testimonio de su dureza, ofrecieron al Señor con irrisión una esponja de vinagre y hiel sobre una caña y se la llegaron a la boca para que bebiese, cumpliendo la profecía de David, que dijo: En mi sed me dieron a, beber vinagre. Gustólo Jesús, y tomó algún trago en misterio de lo que toleraba la condenación de los réprobos; pero a petición de su Madre lo rehusó juego. Después, con el mismo misterio, pronunció el Salvador la sexta palabra: Consummatum est.

Acabada y puesta la obra de la Redención humana en su última perfección, dijo Cristo nuestro Salvador la última palabra: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Exclamó y pronunció el Señor estas palabras en voz alta y sonora, que la oyeron los presentes, y para decirlas levantó los ojos al cielo, como quien hablaba con su Eterno Padre, y en el último acento entregó su espíritu, volviendo a inclinar la cabeza.

 

CAPITULO XXX

Herida del costado. – La siente la Madre por el Hijo. – José y Nicodemus. – Desenclavo. – El sepulcro.

El evangelista San Juan dice que cerca de la cruz estaba María Santísima, Madre de Jesús, acompañada de María Cleofás y María Magdalena. Y aunque esto lo refiere de antes que expirase nuestro Salvador, se ha de entender que perseveró en pie, arrimada a la cruz, adorando en ella a su difunto Jesús, y a la divinidad siempre unida al sagrado cuerpo. Estaba asimismo cuidadosa cómo daría sepultura a su Hijo Santísimo, quién se le bajaría de la cruz, adonde siempre tenía levantados sus divinos ojos.

Vió luego el tropel de gente armada que venía encaminándose al monte Calvario; y creciendo el temor de algún nuevo oprobio contra el Redentor difunto, habló con San Juan y las Marías, y dijo: ¡Ay de mí, que se divide mi corazón en el pecho! ¿Por ventura no están satisfechos del haber muerto a mi hijo? ¿Si pretenden ahora alguna nueva ofensa? Era víspera de la gran fiesta del sábado de los judíos, y para celebrarla sin cuidado habían pedido a Pilatos licencia para quebrantar las piernas a los tres ajusticiados, con que acabasen de morir, los bajasen aquella tarde de las cruces y no quedasen en ellas el día siguiente. Con este intento llegó al Calvario aquella compañía de soldados que vio María. Y en llegando, como hallaron vivos a los ladrones, les quebrantaron las piernas, con que acabaron la vida. Pero llegando a Cristo, como le hallaron difunto, no le quebrantaron las piernas, cumpliéndose la misteriosa profecía del, Éxodo, en que mandaba Dios no quebrantasen los huesos del cordero figurativo, que comían la Pascua. Pero un soldado que se llamaba Longinos, arrimándose a la cruz de Cristo, le hirió con una lanza penetrándole su costado; y luego salió de la herida sangre y agua, como lo afirma San Juan que lo vio y dio testimonio de la verdad esta herida de la lanzada, que no pudo sentir el cuerpo sagrado y ya difunto de Cristo, sintió su Madre, recibiendo en su pecho el dolor, como si recibiera la herida.

Corría ya la tarde de aquel día de Parásceve, y la Madre aún no tenía certeza de lo que deseaba, que era la sepultura para su difunto Hijo; porque Su Majestad daba lugar a que la tribulación de su Madre se aliviase por los medios que su providencia tenía dispuestos, moviendo el corazón de José Arimatea y Nicodemus, para que solicitasen la sepultura y entierro de su Maestro. Eran entrambos discípulos del Señor y justos, aunque no del número de los setenta y dos; porque eran ocultos por el temor de los judíos, que aborrecían como a sospechosos y enemigos a todos cuantos seguían la doctrina de Cristo y le reconocían por Maestro.

Era José justo en los ojos del Altísimo y en la estimación del pueblo noble, y decurión con oficio de gobierno, y del Consejo, como lo da a entender el Evangelio, que dice no consintió José en el Consejo ni obras de los homicidas de Cristo, a quien reconocía por verdadero Mesías. Y aunque hasta su muerte era José discípulo encubierto, pero en ella se manifestó. Y rompiendo el temor que antes tenía a la envidia de los judíos, y no reparando en el poder de los romanos, entró con osadía a Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús, difunto en la cruz, para bajarle de ella y darle honrosa sepultura, afirmando que era inocente y verdadero Hijo de Dios.

Pilatos no se atrevió a negar a José lo que pedía, antes le dio licencia para que dispusiese del cuerpo de Jesús. Con este permiso salió José de casa del juez, y llamó a Nicodemus, que también era justo y sabio en las letras divinas y humanas, y en las Sagradas Escrituras. Estos dos varones con valeroso esfuerzo se resolvieron a dar sepultura a Jesús crucificado. Y José previno la sábana y sudario en que envolverle, y Nicodemus compró hasta cien libras de los aromas con que los judíos acostumbraban a ungir los difuntos de mayor nobleza. Con esta prevención, y de otros instrumentos, caminaron al Calvario, acompañados de sus criados y de algunas personas pías.

Llegaron a la presencia de María, que con dolor incomparable asistía al pie de la cruz, acompañada de San Juan y las Marías. Y en vez de saludarla, con la vista del divino y lamentable espectáculo se renovó en todos el dolor con tanta fuerza y amargura, que por algún espacio estuvieron José y Nicodemus postrados a los pies de la Reina, y todos al de la cruz, sin contener las lágrimas y suspiros, sin hablar palabra. Lloraban todos con clamores y lamentos de amargura, hasta que la Reina los levantó de la tierra, y los animó y confortó; y entonces la saludaron con humilde compasión. La Madre les agradeció su piedad, y el obsequio que hacían a su Maestro, en darle sepultura a su cuerpo difunto, en cuyo nombre les ofreció el premio de aquella obra. Luego se quitaron las capas o mantos que tenían, y por sus manos José y Nicodemus arrimaron las escalas a la cruz, y subieron a desenclavar el Sagrado Cuerpo, estando la gloriosa Madre muy cerca, y San Juan con la Magdalena asistiéndole.

Con esto comenzaron a disponer el descendimiento. Quitaron lo primero la corona de la sagrada cabeza, descubriendo las heridas y roturas que dejaba en ella muy profundas. Bajáronla con gran veneración y lágrimas, y la pusieron en manos de la Madre. Recibióla estando arrodillada, y la adoró, llegándola a su virginal rostro, y regándola con abundantes lágrimas, recibiendo con el contacto alguna parte de las heridas de las espinas.

Luego, a imitación de la Madre, las adoraron San Juan y la Magdalena con las Marías y otras piadosas mujeres y fieles que allí estaban; y lo mismo hicieron con los clavos. Para recibir la Señora el cuerpo difunto de su Hijo Santísimo, puesta de rodillas extendió los brazos con la sábana desplegada. San Juan asistió a la cabeza y la Magdalena a los pies, para ayudar a José y Nicodemus, y todos juntos con grande veneración y lágrimas le pusieron en los brazos de la Madre.

Este paso fue para Ella de igual compasión y regalo; porque el verle llagado y desfigurada aquella hermosura, mayor que la de todos los hijos de los hombres, renovó los dolores del corazón de la Madre, Y al tenerle en sus brazos y en su pecho le era de incomparable dolor, y juntamente de gozo, por lo que descansaba su ardentísimo amor con la posesión de su tesoro. Adoróle con supremo culto y reverencia, vertiendo lágrimas de sangre. Y todos, comenzando San Juan, fueron adorando el sagrado cuerpo por su orden. La prudentísima Madre le tenía en sus brazos asentada en el suelo para que todos le diesen adoración.

Gobernábase en todas estas acciones nuestra gran Reina con tan divina sabiduría y prudencia que a los hombres y a los ángeles era de admiración, porque sus palabras eran de gran ponderación, dulcísimas por la caricia y compasión de su difunta hermosura, tiernas por la lástima, misteriosas por lo que significaban y comprehendían. Ponderaba su dolor sobre todo lo que puede causarle a los mortales. Movía los corazones a compasión y lágrimas, ilustraba a todos para conocer el sacramento tan divino que trataba. Y sobre todo esto, sin exceder ni faltar en lo que debía, guardaba en el semblante una humilde majestad entre la serenidad de su rostro y dolorosa tristeza que padecía. Con esta variedad tan uniforme hablaba con su amabilísimo Hijo, con el Eterno Padre, con los ángeles, con los circunstantes y con todo el linaje humano por cuya redención se había entregado a la, pasión y muerte.

Pasado algún espacio que la dolorosa Madre tuvo en su seno al difunto Jesús, la suplicaron San Juan y José diese lugar para el entierro de su Hijo. Permitiólo; y sobre la misma sábana fue ungido el sagrado cuerpo con las especies y ungüentos aromáticos que trajo Nicodemus, gastando en este obsequio todas las cien libras que se habían comprado. Y así ungido, fue colocado el cuerpo en el féretro, para llevarle al sepulcro. Levantaron el sagrado cuerpo San Juan, José, Nicodemus y el Centurión que asistió a la muerte, Seguía la Madre acompañada de la Magdalena, de las Marías y las otras piadosas mujeres. Juntóse a más de estas personas gran número de fieles, que, movidos de la divina luz, vinieron al Calvario después de la lanzada.

Todos así ordenados caminaron con silencio y lágrimas a un huerto que estaba cerca, donde José tenía labrado un sepulcro nuevo, en el cual nadie se había depositado ni enterrado. En este felicísimo sepulcro pusieron el sagrado cuerpo de Jesús. Y antes de cubrirle con la lápida le adoró de nuevo la prudente y religiosa Madre, y luego unos y otros la imitaron y todos adoraron al crucificado y sepultado Señor y cerraron el sepulcro con la lápida que, como dice el Evangelio, era muy grande.

Cerrado el sepulcro de Cristo, con el mismo silencio y orden que vinieron todos del Calvario se volvieron a él. Era ya tarde y caído el sol, y la Señora desde el Calvario se fue a recoger a la casa del cenáculo, adonde la acompañaron los que estuvieron al entierro; y dejándola en el cenáculo con San Juan, las Marías y otras compañeras, se despidieron de Ella los demás, y con grandes lágrimas y sollozos le pidieron les diese su bendición. Y la humildísima y prudentísima Señora les agradeció el obsequio que a su Hijo santísimo habían hecho y el beneficio que ella había recibido, y los despidió llenos de otros interiores y ocultos favores y de bendiciones de dulzura de su amable natural y piadosa humildad.

Los judíos, confusos y turbados de lo que iba sucediendo, fueron a Pilatos el sábado por la mañana, Y le pidieron, mandase guardar el sepulcro; porque Cristo a quien llamaron seductor había dicho y declarado que después de tres días resucitaría, y sería posible que sus discípulos robasen el cuerpo y dijesen .había resucitado. Pilatos contemporizó con esta maliciosa cautela, y les concedió las guardas que pedían, y las pusieron en el sepulcro. Pero los pérfidos pontífices sólo pretendían obscurecer el suceso que temían; como se conoció después cuando sobornaron a los guardas para que dijesen que no había resucitado Cristo Nuestro Señor, sino que le habían robado sus discípulos. Y como no hay consejo contra Dios, por este medio se divulgó más y se confirmó la resurrección.

Fuente: Vida de la Virgen María de Sor María de Jesús de Agreda

 
 


Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:
Categories
Beata Ana Catalina Emmerich Foros de la Virgen María MENSAJES Y VISIONES

Visión de la preparación de la Pascua a la Institución de la Eucaristía, visiones de la beata Ana Catalina Emmerick

El relato de la “Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” comienza con la Última Cena y concluye con la Resurrección. Narra la Pasión de Jesucristo a través de minuciosas descripciones concretas de personas, lugares y acontecimientos, por lo que resulta comprensible que este libro haya servido de inspiración para el director y actor Mel Gibson, a la hora de hacer su película «La Pasión de Cristo».

Cuenta el mismo Gibson que se encontraba rezando en su despacho tratando de ser iluminado sobre el guión de su película, cuando este libro de Ana Catalina se desprendió de la librería y cayó sobre su regazo, como una señal del cielo.

I. Preparación de la Pascua

Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la última gran comida del Señor y sus amigos, en casa de Simón el Leproso, en Betania, en donde María Magdalena derramó por última vez los perfumes sobre Jesús.

Los discípulos habían preguntado ya a Jesús dónde quería celebrar la Pascua. Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a Santiago y a Juan: les habló mucho de todo lo que debían preparar y ordenar en Jerusalén, y les dijo que cuando subieran al monte de Sión, encontrarían al hombre con el cántaro de agua. Ellos conocían ya a este hombre, pues en la última Pascua, en Betania, él había preparado la comida de Jesús: por eso San Mateo dice: cierto hombre. Debían seguirle hasta su casa y decirle: «El Maestro os manda decir que su tiempo se acerca, y que quiere celebrar la Pascua en vuestra casa». Después debían ser conducidos al Cenáculo, y ejecutar todas las disposiciones necesarias.

Yo vi los dos Apóstoles subir a Jerusalén; y encontraron al principio de una pequeña subida, cerca de una casa vieja con muchos patios, al hombre que el Señor les había designado: le siguieron y le dijeron lo que Jesús les había mandado. Se alegró mucho de esta noticia, y les respondió que la comida estaba ya dispuesta en su casa (probablemente por Nicodemo); que no sabía para quién, y que se alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era Elí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la muerte de Juan Bautista. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados, alquilaba una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no tenían hospedaje en la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo que pertenecía a Nicodemo y a José de Arimatea. Enseñó a los dos Apóstoles su posición y su distribución interior.

II. El Cenáculo

Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, se halla una antigua y sólida casa, entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio espacioso cercado de buenas paredes. Al lado izquierdo de la entrada se ven otras habitaciones contiguas a la pared; a la derecha, la habitación del mayordomo, y al lado, la que la Virgen y las santas mujeres ocuparon con más frecuencia después de la muerte de Jesús. El Cenáculo, antiguamente más espacioso, había servido entonces de habitación a los audaces capitanes de David: en el se ejercitaban en manejar las armas. Antes de la fundación del templo, el Arca de la Alianza había sido depositada allí bastante tiempo, y aún hay vestigios de su permanencia en un lugar subterráneo. Yo he visto también al profeta Malaquías escondido debajo de las mismas bóvedas; allí escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio de la Nueva Alianza.

Cuando una gran parte de Jerusalén fue destruida por los babilonios, esta casa fue respetada: he visto otras muchas cosas de ella; pero no tengo presente más que lo que he contado.

Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a ser propiedad de Nicodemo y de José de Arimatea: habían dispuesto el cuerpo principal muy cómodamente y lo alquilaban para servir de Cenáculo a los extranjeros, que la Pascua atraía a Jerusalén. Así el Señor lo había usado en la última Pascua.

El Cenáculo, propiamente, está casi en medio del patio; es cuadrilongo, rodeado de columnas poco elevadas. Al entrar, se halla primero un vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después de entrar en la sala interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes están adornadas, para la fiesta, hasta media altura, de hermosos tapices y de colgaduras.

La parte posterior de la sala está separada del resto por una cortina. Esta división en tres partes da al Cenáculo cierta similitud con el templo. En la última parte están dispuestos, a derecha e izquierda, los vestidos necesarios para la celebración de la fiesta. En el medio hay una especie de altar; en esta parte de la sala están haciendo grandes preparativos para la comida pascual. En el nicho de la pared hay tres armarios de diversos colores, que se vuelven como nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi toda clase de vasos para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento reposó allí.

En las salas laterales del Cenáculo hay camas en donde se puede pasar la noche. Debajo de todo el edificio hay bodegas hermosas. El Arca de la Alianza fue depositada en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el hogar. Yo he visto allí a Jesús curar y enseñar; los discípulos también pasaban con frecuencia las noches en las laterales.

III. Disposiciones para el tiempo pascual

Vi a Pedro y a Juan en Jerusalén entrar en una casa que pertenecía a Serafia (tal era el nombre de la que después fue llamada Verónica). Su marido, miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de la casa atareado con sus negocios; y aun cuando estaba en casa, ella lo veía poco. Era una mujer de la edad de María Santísima, y que estaba en relaciones con la Sagrada Familia desde mucho tiempo antes: pues cuando el niño se quedó en el templo después de la fiesta, ella le dio de comer. Los dos apóstoles tomaron allí, entre otras cosas, el cáliz de que se sirvió el Señor para la institución de la Sagrada Eucaristía.

IV. El Cáliz de la santa Cena

El cáliz que los apóstoles llevaron de la casa de Verónica, es un vaso maravilloso y misterioso. Había estado mucho tiempo en el templo entre otros objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había olvidado. Había sido vendido a un aficionado de antigüedades. Y comprado por Serafia había servido ya muchas veces a Jesús para la celebración de las fiestas, y desde ese día fue propiedad constante de la santa comunidad cristiana. El gran cáliz estaba puesto en una azafata, y alrededor había seis copas. Dentro de el había otro vaso pequeño, y encima un plato con una tapadera redonda. En su pie estaba embutida una cuchara, que se sacaba con facilidad.

El gran cáliz se ha quedado en la Iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y lo veo todavía conservado en esta villa: ¡aparecerá a la luz como ha aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban; una de ellas está en Antioquía; otra en Efeso: pertenecían a los Patriarcas, que bebían en ellas una bebida misteriosa cuando recibían y daban la bendición, como lo he visto muchas veces. El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país de Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo usó en el sacrificio, cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y se lo dejó a este Patriarca.

V. Jesús va a Jerusalén

Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, hizo una despedida tierna a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el Apóstol de la fe, y a Juan, el Apóstol del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo que María Magdalena, cuyo dolor era muy violento, que su amor era grande, pero que todavía era un poco según la carne, y que por ese motivo el dolor la ponía fuera de sí. Habló también del proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó por él.

Judas había ido otra vez de Betania a Jerusalén con pretexto de hacer un pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le enseñaron los soldados encargados de prender al Salvador. Calculó sus idas y venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del Señor poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos. Era activo y servicial; pero lleno de avaricia, de ambición y de envidia, y no combatía estas pasiones.

Había hecho milagros y curaba enfermos en la ausencia de Jesús. Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que iba a suceder, Ella le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con Él. Pero Él le recomendó que tuviera más resignación que las otras mujeres; le dijo también que resucitaría, y el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero estaba profundamente triste. El Señor le dio las gracias, como un hijo piadoso, por todo el amor que le tenía. Se despidió otra vez de todos, dando todavía diversas instrucciones.

Jesús y los nueve Apóstoles salieron a las doce de Betania para Jerusalén; anduvieron al pie del monte de los Olivos, en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no cesaba de instruirlos. Dijo a los Apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces les había dado su pan y su vino, pero que hoy quería darles su carne y su sangre, y que les dejaría todo lo que tenía. Decía esto el Señor con una expresión tan dulce en su cara, que su alma parecía salirse por todas partes, y que se deshacía en amor, esperando el momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron; creyeron que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar todo el amor y toda la resignación que encierran los últimos discursos que pronunció en Betania y aquí.

Cuando Pedro y Juan vinieron al Cenáculo con el cáliz, todos los vestidos de la ceremonia estaban ya en el vestíbulo. En seguida se fueron al valle de Josafat y llamaron al Señor y a los nueve Apóstoles. Los discípulos y los amigos que debían celebrar la Pascua en el Cenáculo vinieron después.

VI. Última Pascua

Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de San Juan Bautista.

Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero; vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre.

Los vasos y los instrumentos necesarios fueron preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado.

El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron un ramo de hisopo que mojó en la sangre. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura, y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo.

Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en otro tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo. Todas las puertas estaban cerradas mientras tanto.

El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás estaban extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos traídos del templo. Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una capa más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas anchas arremangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada: los discípulos en las salas laterales, el Señor con los Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la vuelta, Mateo y Felipe.

Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los Apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los Apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy de prisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de pie, apoyándose sólo un poco sobre el respaldo de su silla. Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyó la otra. Trajeron otra copa de vino; y Jesús decía: «Tomad este vino hasta que venga el reino de Dios». Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y habiéndose lavado otra vez las manos, se sentaron en las sillas.

Al principio estuvo muy afectuoso con sus Apóstoles; después se puso serio y melancólico, y les dijo: «Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros, cuya mano está conmigo en esta mesa». Había sólo un plato de lechuga; Jesús la repartía a los que estaban a su lado, y encargó a Judas, sentado en frente,
que la distribuyera por su lado. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que espantó a todos los Apóstoles, dijo: «Un hombre cuya mano está en la misma mesa o en el mismo plato que la mía», lo que significa: «Uno de los doce que comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan». No designó claramente a Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato era una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería darle un aviso, pues, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir lechuga. Jesús añadió: «El hijo del hombre se va, según esta escrito de Él; pero desgraciado el hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no haber nacido».

Los Apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: «Señor, ¿soy yo?», pues todos sabían que no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó sobre Juan por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor quién era, pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía miedo que le hubiera querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y, como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo: «Señor, ¿quién es?». Entonces tuvo aviso que quería designar a Judas. Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: «Este a quien le doy el pan que he mojado». Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando el Señor mojó el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a Judas, que preguntó también: «Señor, ¿soy yo?». Jesús lo miró con amor y le dio una respuesta en términos generales. Era para los judíos una prueba de amistad y de confianza. Jesús lo hizo con una afección cordial, para avisar a Judas, sin denunciarlo a los otros; pero éste estaba interiormente lleno de rabia. Yo vi, durante la comida, una figura horrenda, sentada a sus pies, y que subía algunas veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó con los ojos.

VII. El lavatorio de los pies

Se levantaron de la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según costumbre, para el oficio solemne, el mayordomo entró con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera agua al vestíbulo, y salió de la sala con sus criados. De pie en medio de los Apóstoles, les habló algún tiempo con solemnidad. No puedo decir con exactitud el contenido de su discurso. Me acuerdo que habló de su reino, de su vuelta hacia su Padre, de lo que les dejaría al separarse de ellos. Enseñó también sobre la penitencia, la confesión de las culpas, el arrepentimiento y la justificación. Yo comprendí que esta instrucción se refería al lavatorio de los pies; vi también que todos reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas.

Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo a los Apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo. Él se fue al vestíbulo, y se puso y ciñó una toalla alrededor del cuerpo. Mientras tanto, los Apóstoles se decían algunas palabras, y se preguntaban entre sí cuál sería el primero entre ellos; pues el Señor les había anunciado expresamente que iba a dejarlos y que su reino estaba próximo; y se fortificaban más en la opinión de que el Señor tenía un pensamiento secreto, y que quería hablar de un triunfo terrestre que estallaría en el último momento.

Estando Jesús en el vestíbulo, mandó a Juan que llevara un baño y a Santiago un cántaro lleno de agua; en seguida fueron detrás de él a la sala en donde el mayordomo había puesto otro baño vacío.

Entró Jesús de un modo muy humilde, reprochando a los Apóstoles con algunas palabras la disputa que se había suscitado entre ellos: les dijo, entre otras cosas, que Él mismo era su servidor; que debían sentarse para que les lavara los pies. Se sentaron en el mismo orden en que estaban en la mesa. Jesús iba del uno al otro, y les echaba sobre los pies agua del baño que llevaba Juan; con la extremidad de la toalla que lo ceñía, los limpiaba; estaba lleno de afección mientras hacía este acto de humildad.

Cuando llegó a Pedro, éste quiso detenerlo por humildad, y le dijo: «Señor, ¿Vos lavarme los pies?». El Señor le respondió: «Tú no sabes ahora lo que hago, pero lo sabrás mas tarde». Me pareció que le decía aparte: «Simón, has merecido saber de mi Padre quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy; tú solo lo has confesado expresamente, y por eso edificaré sorbe ti mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza acompañará a tus sucesores hasta el fin del mundo». Jesús lo mostró a los Apóstoles, diciendo: «Cuando yo me vaya, él ocupará mi lugar». Pedro le dijo: «Vos no me lavaréis jamás los pies». El Señor le respondió: «Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo». Entonces Pedro añadió: «Señor, lavadme no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús respondió: «El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más que los pies; está purificado en todo el resto; vosotros, pues, estáis purificados, pero no todos». Estas palabras se dirigían a Judas. Había hablado del lavatorio de los pies como de una purificación de las culpas diarias, porque los pies, estando sin cesar en contacto con la tierra, se ensucian constantemente si no se tiene una grande vigilancia. Este lavatorio de los pies fue espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio de su celo, no vio más que una humillación demasiado grande de su Maestro: no sabía que Jesús al día siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta la muerte ignominiosa de la cruz.

Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y más afectuoso: acercó la cara a sus pies; le dijo en voz baja, que debía entrar en sí mismo; que hacía un año que era traidor e infiel. Judas hacía como que no le oía, y hablaba con Juan. Pedro se irritó y le dijo: «Judas, el Maestro te habla». Entonces Judas dio a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: «Señor, ¡Dios me libre!». Los otros no habían advertido que Jesús hablaba con Judas, pues hablaba bastante bajo para que no le oyeran, y además, estaban ocupados en ponerse su calzado. En toda la pasión nada afligió más al Salvador que la traición de Judas. Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. Enseñó sobre la humildad: les dijo que el que serví a los otros era el mayor de todos; y que desde entones debían lavarse con humildad los pies los unos a los otros; en seguida se puso sus vestidos. Los Apóstoles desataron los suyos, que los habían levantado para comer el cordero pascual.

VIII. Institución de la Sagrada Eucaristía

Por orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que había lazado un poco: habiéndola puesto en medio de la sala, colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro lleno de vino. Pedro y Juan fueron a buscar al cáliz que habían traído de la casa de Serafia. Lo trajeron entre los dos como un Tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella una fuente ovalada con tres panes asimos blancos y delgados; los panes fueron puestos en un paño con el medio pan que Jesús había guardado de la Cena pascual: había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una de aceite espeso, la otra de aceite líquido y la tercera vacía.

Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y de beber en el mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de fraternidad y de amor que se usaba para dar la bienvenida o para despedirse. Jesús elevó hoy este uso a la dignidad del más santo Sacramento: hasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo.

El Señor estaba entre Pedro y Juan; las puertas estaban cerradas; todo se hacía con misterio y solemnidad. Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró, y habló muy solemnemente. Yo le vi explicando la Cena y toda la ceremonia: me pareció un sacerdote enseñando a los otros a decir misa.

Sacó del azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita; tomó un paño blanco que cubría el cáliz, y lo tendió sobre el azafate y la tablita. Luego sacó los panes asimos del paño que los cubría, y los puso sobre esta tapa; sacó también de dentro del cáliz un vaso más pequeño, y puso a derecha y a izquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan y los óleos, según yo creo: elevó con sus dos manos la patena, con los panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa, y la cubrió. Tomó después el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan echara el agua que había bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó con una cucharita : entonces bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio, y lo puso sobre la mesa.

Juan y Pedro le echaron agua sobre las manos. No me acuerdo si este fue el orden exacto de las ceremonias: lo que sé es que todo me recordó de un modo extraordinario el santo sacrificio de la Misa.

Jesús se mostraba cada vez más afectuoso; les dijo que les iba a dar todo lo que tenía, es decir, a Sí mismo; y fue como si se hubiera derretido todo en amor. Le volverse transparente; se parecía a una sombra luminosa. Rompió el pan en muchos pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un poco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. Oró y enseñó todavía: todas sus palabras salían de su boca como el fuego de la luz, y entraban en los Apóstoles, excepto en Judas. Tomó la patena con los pedazos de pan y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que será dado por vosotros. Extendió su mano derecha como para bendecir, y mientras lo hacía, un resplandor salía de Él: sus palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los Apóstoles como un cuerpo resplandeciente: yo los vi a todos penetrados de luz; Judas solo estaba tenebroso.

Jesús presentó primero el pan a Pedro, después a Juan; en seguida hizo señas a Judas que se acercara: éste fue el tercero a quien presentó el Sacramento, pero fue como si las palabras del Señor se apartasen de la boca del traidor, y volviesen a Él. Yo estaba tan agitada, que no puedo expresar lo que sentía. Jesús le dijo: «Haz pronto lo que quieres hacer». Después dio el Sacramento a los otros Apóstoles. Elevó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y pronunció las palabras de la consagración: mientras las decía, estaba transfigurado y transparente: parecía que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano, y lo puso sobre la mesa. Juan echó la sangre divina del cáliz en las copas, y Pedro las presentó a los Apóstoles, que bebieron dos a dos en la misma copa. Yo creo, sin estar bien segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No volvió a su sitio, sino que salió en seguida del Cenáculo. Los otros creyeron que Jesús le había encargado algo.

El Señor echó en un vasito un resto de sangre divina que quedó en el fondo del cáliz; después puso sus dedos en el cáliz, y Pedro y Juan le echaron otra vez agua y vino. Después les dio a beber de nuevo en el cáliz, y el resto lo echó en las copas y lo distribuyó a los otros Apóstoles. En seguida limpió el cáliz, metió dentro el vasito donde estaba el resto de la sangre divina, puso encima la patena con el resto del pan consagrado, le puso la tapadera, envolvió el cáliz, y lo colocó en medio de las seis copas. Después de la Resurrección, vi a los Apóstoles comulgar con el resto del Santísimo Sacramento. Había en todo lo que Jesús hizo durante la institución de la Sagrada Eucaristía, cierta regularidad y cierta solemnidad: sus movimientos a un lado y a otro estaban llenos de majestad. Vi a los Apóstoles anotar alguna cosa en unos pedacitos de pergamino que traían consigo.

IX. Instituciones secretas y consagraciones

Jesús hizo una instrucción particular. Les dijo que debían conservar el Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin del mundo; les enseñó las formas esenciales para hacer uso de él y comunicarlo, y de qué modo debían, por grados, enseñar y publicar este misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto de las especies consagradas, cuándo debían dar de ellas a la Virgen Santísima, cómo debían consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviado el Consolador. Les habló después del sacerdocio, de la unción, de la preparación del crisma, de los santos óleos. Había tres cajas: dos contenían una mezcla de aceite y de bálsamo. Enseñó cómo se debía hacer esa mezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué ocasiones. Me acuerdo que citó un caso en que la Sagrada Eucaristía no era aplicable: puede ser que fuera la Extremaunción; mis recuerdos no están fijos sobre ese punto. Habló de diversas unciones, sobre todo de las de los Reyes, y dijo que aun los Reyes inicuos que estaban ungidos, recibían de la unción una fuerza particular.

Después vi a Jesús ungir a Pedro y a Juan: les impuso las manos sorbe la cabeza y sobre los hombros. Ellos juntaron las manos poniendo el dedo pulgar en cruz, y se inclinaron profundamente delante de Él, hasta ponerse casi de rodillas. Les ungió el dedo pulgar y el índice de cada mano, y les hizo una cruz sobre la cabeza con el crisma. Les dijo también que aquello permanecería hasta el fin del mundo. Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé recibieron asimismo la consagración. Vi que puso en cruz sobre el pecho de Pedro una especie de estola que llevaba al cuello, y a los otros se la colocó sobre el hombro derecho.

Yo vi que Jesús les comunicaba por esta unción algo esencial y sobrenatural que no sé explicar. Les dijo que en recibiendo el Espíritu Santo consagrarían el pan y el vino y darían la unción a los Apóstoles. Me fue mostrado aquí que el día de Pentecostés, antes del gran bautismo, Pedro y Juan impusieron las anos a los otros Apóstoles, y ocho días después a muchos discípulos. Juan, después de la Resurrección, presentó por primera vez el Santísimo Sacramento a la Virgen Santísima. Esta circunstancia fue celebrada entre los Apóstoles. La Iglesia no celebra ya esta fiesta; pero la veo celebrar en la Iglesia triunfante. Los primeros días después de Pentecostés yo vi a Pedro y a Juan consagrar solos la Sagrada Eucaristía: más tarde, los otros hicieron lo mismo.

El Señor consagró también el fuego en una copa de hierro, y tuvieron cuidado de no dejarlo apagar jamás: fue conservado al lado del sitio donde estaba puesto el Santísimo Sacramento, en una parte del antiguo hornillo pascual, y de allí iban a sacarlo siempre para los usos espirituales. Todo lo que hizo entonces Jesús estuvo muy secreto y fue enseñado sólo en secreto. La Iglesia ha conservado lo esencial, extendiéndolo bajo la inspiración del Espíritu Santo para acomodarlo a sus necesidades.

Cuando estas santas ceremonias se acabaron, el cáliz que estaba al lado del crisma fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte mas retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina, y desde entonces fue el santuario. José de Arimatea y Nicodemus cuidaron el Santuario y el Cenáculo en la ausencia de los Apóstoles. Jesús hizo todavía una larga instrucción, y rezó algunas veces. Con frecuencia parecía conversar con su Padre celestial: estaba lleno de entusiasmo y de amor. Los Apóstoles, llenos de gozo y de celo, le hacían diversas preguntas, a las cuales respondía. La mayor parte de todo esto debe estar en la Sagrada Escritura.

El Señor dijo a Pedro y a Juan diferentes cosas que debían comunicar después a los otros Apóstoles, y estos a los discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad de cada uno para estos conocimientos. Yo he visto siempre así la Pascua y la institución de la Sagrada Eucaristía. Pero mi emoción antes era tan grande, que mis percepciones no podían ser bien distintas: ahora lo he visto con más claridad. Se ve el interior de los corazones; se ve el amor y la fidelidad del Salvador: se sabe todo lo que va a suceder. Como sería posible observar exactamente todo lo que no es más que exterior, se inflama uno de gratitud y de amor, no se puede comprender la ceguedad de los hombres, la ingratitud del mundo entero y sus pecados. La Pascua de Jesús fue pronta, y en todo conforme a las prescripciones legales. Los fariseos añadían algunas observaciones minuciosas.

Extracto realizado por corazones.org

IR AL INICIO

 

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:


Categories
América Foros de la Virgen María Peregrinaciones y Santuarios Perú

Los Grandes Eventos de Semana Santa en Perú

En Perú podemos destacar dos fuentes populares de grandes eventos de Semana Santa. Por un lado la Semana Santa Andina, en que se destacan las procesiones y eventos de Ayacucho, Cuzco, Tarma y Huaraz.

Y por otro lado las procesiones de Lima, dominada por el despliegue de las hermandades o cofradías.

  

SEMANA SANTA ANDINA

En los Andes, se pueden apreciar multitudinarias procesiones por Semana Santa, llenas de colorido y fervor, donde se mezclan elementos del cristianismo con paganismo. Cada región se convierte en el centro de atención de peruanos y de extranjeros.

Las celebraciones que sobresalen en el Perú, sin desmerecer a otras, se realizan en el milenario Cusco, el pacífico pueblo de Ayacucho, la turística beldad de Huaraz y en Tarma, la Perla del Ande, en la zona central del Perú.

 

EN AYACUCHO

En la capital, Huamanga, las celebraciones se inician con el llamado «Viernes Doloroso», anterior al Domingo de Ramos, congregando miles de feligreses alrededor del Señor de la Agonía y de la Virgen Dolorosa, en un encuentro que personifica el sufrimiento de Cristo y el de su madre.

Minutos después del mediodía en el Domingo de Ramos se realiza la tradicional entrada de la «Chamiza» o retama -especie de planta seca- a la Plaza Principal, que consiste en el paso de una tropelía de acémilas y asnos -adornados con ramas de esta planta- jalada por los pobladores que, abriéndose paso entre la multitud, hacen estallar cohetes y bombardas. Al llegar a la Plaza Principal de la ciudad, la «chamiza» es depositada en un discreto emplazamiento al costado de la Catedral, donde permanecerá intacta hasta la madrugada del Domingo de Pascua antes de ser incinerada.

En el Viernes Santo acontece la Procesión más significativa de la Semana Santa. El Nazareno, ataviado con un traje de terciopelo morado bordado en oro y piedras que asemejan ser preciosas, se encuentra con la Virgen Dolorosa, con una túnica negra de encaje, llamando la atención los siete puñales que lleva en su pecho.

Ambos marchan juntos hacia el templo de Santa Clara, de donde salieron al principio de la jornada, acompañados por María Magadalena y San Juan, en andas.

Un mar de gente acompaña las andas del Cristo Resucitado en la Plaza principal de Ayacucho.

En el Sábado de Gloria, el ritual pagano se hace presente en el cerro Acuchimay, donde se organiza una feria popular en que se venden todo tipo de artesanías, bebidas típicas como chicha, quesos frescos, «pimientos detonantes» y sopas, servidas en mates.

La Semana Santa llega a su fin el Domingo de Pascua o de Resurrección, justo cuando el alba colorea con un rutilante celeste la ciudad. Este mismo día la población pasa de la pena y congoja por la muerte de Cristo al canto alegre de himnos de gloria por el Cristo resucitado.

Miles de fieles acompañan las andas de Cristo ante la bella arquitectura de la Catedral de Huamanga.

Bellos diseños hechos con flores y tierras de colores por artesanos ayacuchanos que esperan ansiosos el paso del Señor. El Señor hace su aparición en un anda monumental en forma de pirámide, mientras el humo de la quemante «chamiza» tiene como telón de fondo el doblar de las campanas, los cánticos y los fuegos artificiales, que señalan el epílogo de esta inolvidable semana ayacuchana que se repetirá con igual o más fervor el próximo año.

 

CUSCO: EL SEÑOR DE LOS TEMBLORES

Señor de los Temblores de Cuzco

La Capital Arqueológica de América y antigua cabeza principal del otrora poderoso Imperio del Tahuantinsuyo celebra la Semana Santa rindiendo culto a la imagen del Señor de los Temblores o Taitacha Temblores, en quechua.

Según algunas fuentes, la historia de este Cristo de rasgos descarnados y de sobrecogedora apariencia se remonta a cuando el emperador Carlos V envió la efigie a Cusco, hecha especialmente para los indios, copiando las bruscas facciones de éstos. Los españoles buscaban consolidar así la Conquista hecha por la espada e imponer su adoración.

Pero fue el 31 de mayo de 1650 cuando se encendió aún más la llamarada de fe del pueblo cusqueño por el Señor de los Temblores. Esa tarde, un terremoto azotó la ciudad echando abajo muchas casas y templos. Fue entonces en que ocurrió un milagro para muchos: indios, señores, esclavos y mestizos se mezclaron todos para adorar y pedir amparo al Cristo de los Temblores.

Su rostro labrado -cual fina roca oscura- muestra un gesto grave y triste, recogiendo en cada paso el clamor de los fieles hacia su «General de la Esperanza». Se cree que su cuerpo adquirió ese tono ennegrecido cuando salió por primera vez a las calles, al contacto del humo que se expandía de los cirios y velas de la gente.

Desde esa época, las andas de este Cristo mestizo salen en procesión cada Lunes Santo, seguidas por una multitud de feligreses que lo acompañan con humilde fervor. En las ventanas de las casas, por donde pasa la efigie, se colocan refinadas piezas de tapicerías aterciopeladas con franjas de oro, telas y alfombras brillantes, que las familias reservan especialmente para esta ocasión. Mientras tanto, los Camaretos o pequeños morteros, petardos y cohetes agitan el ambiente con su estruendo hacen casi inaudibles los cánticos y oraciones de la multitud.

En el Viernes Santo, al igual que en Ayacucho, acontece el encuentro de las andas del Cristo en el Santo Sepulcro y de la Virgen Dolorosa.
Ese día, a diferencia a lo que sucede en otros lugares, no es de abstinencia en el Cusco. La costumbre es degustar doce platos típicos distintos que incluyen desde variadas sopas y potajes ya sea a base de pescado seco, trigo y olluco, hasta los deliciosos postres como los dulces de manzana, maíz o choclo.

La Semana Santa llega a su fin el Domingo de Resurrección. Luego de la procesión y de la celebración de la misa, por las principales calles se percibe el aroma exquisito de los manjares que deleitan propios y extraños, como el sabroso caldo de gallina, las empanadas, el dulce de maíz blanco, los tamales y las tortas. Así, en forma pagana, se cierra en la milenaria ciudad imperial del Cusco la Semana Santa andina.

 

TARMA: LA BELLA PERLA DE LOS ANDES

La muerte de Cristo en el Viernes Santo venerado por fieles que recorren junto a él la ciudad de los 33 templos. La hermosa ciudad de Tarma, bautizada como la Bella Perla de los Andes, está ubicada en el nororiental departamento de Junín, y es escenario de una de las celebraciones más vistosas y pintorescas de la religiosidad andina, comparable sólo con la majestuosidad de la fiesta de Sevilla.

Esta festividad se inicia con la salida de la procesión de la Virgen de Dolores, que lleva pintado en su rostro una natural dulzura que muy pocos artistas han podido plasmar en escultura o pintura alguna.

Durante la celebración de la Semana Santa, se realizan desfiles y procesiones como en otros lugares de la serranía peruana, destacando especialmente la del Santo Sepulcro. Resalta la maravillosa ornamentación que adorna las calles del recorrido, donde se aprecian arcos y alfombras hechos de plantas y flores naturales del lugar, como el arrayán, el geranio, el alhelí y otras, recogidas para la ocasión.
No importa la edad, todos colaboran en la confección de las alfombras para el Señor.

A lo largo de la semana, se llevan a cabo concursos de elaboración de alfombras y arcos florales con la participación de las comunidades aledañas a Tarma. En las noches, los artesanos se solazan con el tradicional «calientito», licor de caña mezclado con té y limón «para mantener la inspiración y creatividad» hasta el Domingo de Resurrección.

 

HUARAZ: CUMBRES NEVADAS DE DEVOCION

Cristo de la Cruz de Huaraz

Al pie del Huascarán -uno de los más altos nevados del mundo- en la ciudad de Huaraz, la Semana Santa se impregna con la tradición y costumbres de su pueblo al conmemorar la muerte y resurrección de Jesucristo.

En Huaraz, conocida como la Suiza peruana, la gente se prepara con un año de antelación para representar el drama del Gólgota y la posterior resurrección de Cristo con gran realismo.

La festividad se inicia el Domingo de Ramos con el tradicional desfile de las palmas en que la efigie de Jesús sobre un burrito recorre triunfalmente por las principales calles de la ciudad, recibiendo el aplauso y homenaje de la población.

Cada día de la Semana Santa se celebra con absoluta entrega. En el Lunes Santo, el Señor de la Oración del Huerto -peculiar figura de Cristo de rodillas con singular belleza, que simboliza un diálogo con el Dios Padre- sale del convento de San Antonio.

El Martes Santo, el Cristo de las Columnas -imagen que evoca al Nazareno con Poncio Pilatos- recorre las calles, escoltado por guardias pretorianos como en la Roma Antigua.

El Miércoles Santo, la venerada imagen del Cristo Pobre sale cubierta con un manto color púrpura y una corona de espinas, y es alumbrada por cientos de cirios y velas en manos de los fieles.

En el Jueves Santo, estas celebraciones alcanzan su máximo esplendor con la consagración de la Santísima Eucaristía. Ese día, los pobladores, impulsados por su fe, visitan a los enfermos en hospitales, clínicas y domicilios, tal como indica su tradición.

También, se realiza el velatorio nocturno o «Huaraqui» -voz quechua que significa amanecer- del Nazareno en la iglesia de La Soledad, que se prolonga hasta la madrugada del Viernes Santo.

El Viernes Santo se lleva a cabo la procesión del Cristo de la Cruz, imagen que es precedida por las andas de la Virgen Dolorosa. Al igual que en otros lares de la Sierra peruana, van acompañados de las andas de San Juan y María Magdalena, empujados por los devotos que no se arredran a pesar de la lluvia.

Al caer la noche, en medio de la penumbra, algunos hombres con túnicas blancas realizan la ceremonia de la desclavación y colocan la imagen de Cristo en el Santo Sepulcro, urna de vidrio que luego llevan en procesión.

El Sábado de Gloria, los niños de todos los barrios fabrican muñecos que representan a Judas y, luego de recorrer mercados y casas, lo queman ante el alborozo de la gente.

Finalmente en el Domingo de Resurrección, el Cristo resucitado es llevado en procesión a la Plaza de Armas donde se encuentra con la Virgen Dolorosa.  

El Cristo se muestra ante la Virgen, mientras el vuelo de los pájaros y la quema de coloridos fuegos artificiales proclaman a los cuatro vientos que el Señor ha resucitado. 

 

SEMANA SANTA EN LIMA

 

VIERNES DE DOLORES

Viernes de Dolores en Lima

Es el convento de San Miguel de la orden de Redención de Cautivos de la Merced, quien organiza, junto con las cofradías y hermandades ahí radicadas, esta solemne y primera procesión con la que se abren los cultos públicos de la Semana Santa. Consta esta primera procesión de tres pasos: Jesús Nazareno, Santo Cristo del Auxilio y Nuestra Señora de la Piedad.

La primera imagen nos nuestra a Jesús con la cruz a cuestas camino al Calvario. Su anda es moderna de estilo neobarroco, tallada en madera con aplicaciones de relieves pasionarios y candelabros de madera dorada. El pesado arco de madera que desde hace pocos años alberga al Nazareno desmerece la esbeltez de la imagen.

El siguiente paso es el correspondiente al Santo Cristo del Auxilio, portentosa imagen de la gubia del divino Montañés, una de las imágenes crísticas más eminentes que conserva la ciudad de Lima, fechada hacia 1603, nos muestra un Cristo muerto de belleza apolínea, con un muy bien logrado trabajo de la anatomía. Fue imagen de mucha devoción en los tiempos virreinales, con capilla propia en la nave de la epístola de la iglesia mercedaria.

El tercer paso es el correspondiente a Nuestra Señora de la Piedad, una de las dolorosas más antiguas de Lima, con cofradía de titularidad Esclavitud de la Madre de Dios de la Piedad y Santo Entierro de Cristo, desde el año de 1559, y con capilla propia desde 1614 en la nave del Evangelio de la mencionada iglesia. Posee un anda de palio soportado por catorce varas de bronce, cuyo cielo o gloria es actualmente de malla con bordados sobrepuestos, delante de la imagen se dispone una sencilla candelería de varias filas de cirios.

 

DOMINGO DE RAMOS

Domingo de Ramos en Lima

Muy temprano por la mañana desde las 6:45 a.m. algunos conventos de monjas realizan una pequeña procesión del Señor del Triunfo, la cual recorre el interior de la clausura conventual para luego salir por la portería, recorrer el estrecho espacio del atrio de la iglesia e ingresar al templo para la misa matinal. Son procesiones muy breves, con una duración de 10 o 15 minutos (lo que toma en recorrer el atrio del templo), en las que la imagen que procesiona es la usual en las representaciones de la entrada en Jerusalén de acuerdo al relato evangélico, es decir, el Señor Jesús montado en un burro o pollino. Estas imágenes suelen ser de tamaño menor que el natural y el jumento es de talla. Podemos observar esta procesión en los monasterios de El Carmen, Santa Rosa de las Monjas y Nazarenas.

En el corazón de Barrios Altos, exactamente a la iglesia de Trinitarias, sale la procesión del Señor Cautivo de Trinitarias. De esta hermosa iglesia barroca salen cuatro andas: el Señor en la Oración del Huerto, el Señor Cautivo de Trinitarias, Cristo de la Caña y la Virgen del Mayor Dolor.
Esta procesión es organizada por la Hermandad del Señor Cautivo de Trinitarias y por la comunidad de monjas trinitarias, que desde principios del siglo XX ha desarrollado la devoción a esta imagen pasionaria.

Sale en primer lugar el anda del Señor en la Oración del Huerto, la imagen es una hermosa muestra de la estatuaria colonial y representa a Jesús en la escena de Su oración y agonía en el Huerto de los Olivos; se lo representa de rodillas, con la mirada hacia lo alto y las manos en actitud de súplica hacia el Padre. Usualmente se lo viste con túnica verde y el escapulario trinitario azulgrana en el pecho, lleva resplandor con potencias de plata y va sobre una peana antigua rojo lacre con perfiles dorados. Generalmente los jarrones esquineros van adornados con ramas de olivos en asociación a esta escena, aunque este paso ganaría mucho si se lo decora en la parte posterior con olivos en tronco, a manera de un “bosque de olivos”.

Sigue el anda del Señor Cautivo de Trinitarias, imagen de tamaño casi natural que representa al Señor Jesús presentado al pueblo, es decir que responde a la iconografía de los Ecce Homo, conocidos como “cautivos” por la piedad popular peruana. Se lo representa de pie y de manera frontal en una actitud muy hierática, maniatado y coronado de espinas, suele ir vestido con túnicas bordadas de tela roja o púrpura con el escapulario trinitario (cruz griega de vertical rojo y travesaño azul en campo blanco) sobre el pecho. Un resplandor con potencias ricamente labrado en plata y una gran peluca de cabellos naturales completan el aseo de la imagen. El anda propiamente dicha es del tipo usual para los Cristos de Lima, un arco con resplandores soportados por columnas salomónicas, jardinera en los flancos y cuatro ángeles tenantes en las esquinas, todo enchapado en plata labrada de estilo neobarroco. Esta anda tiene la peculiaridad de que el arco no es de medio punto sino de herradura de perfil carpanel.

La última anda es la de Nuestra Señora del Mayor Dolor, imagen de vestir de muy hermosa expresión. Dirige la mirada hacia arriba y a la izquierda, como mirando un crucifijo, por lo que es de suponer que originalmente perteneció a un calvario, la mano derecha sostiene un paño de lágrimas mientras que la izquierda se eleva en actitud de plegaria. La imagen va vestida con saya y manto, entre las la que destaca la saya color Burdeos con un bordado antiguo de cesto de flores; siendo el manto usualmente azul también bordado complemente. Complementan el vestuario de esta imagen un corazón con siete puñales labrado en plata y una corona imperial con resplandor en metal feble. La imagen es portada en un anda barroca de madera tallada y dorada, donde destaca la peana que podría ser talla antigua.

 

LUNES SANTO

Esta procesión de Lunes Santo suele pasar en su recorrido hacia la plaza de armas por el local de Congreso de la República donde llega hacia las 5:00 p.m. para recibir el homenaje de esta institución, prosigue su recorrido por el jirón Junín hasta la plaza de armas donde el Señor Jesús en los misterios de la oración del huerto y su cautividad, y la Virgen del Mayor Dolor reciben el homenaje de Palacio de Gobierno, Municipalidad de Lima y Arzobispado de Lima, terminados los cuales retorna hacia su templo.

 

JUEVES SANTO

Jueves Santo en Lima

Como es un día dedicado exclusivamente a la Eucaristía, hoy no salen procesiones, por eso es costumbre que después asistir a los oficios del Jueves Santo, los fieles visiten los monumentos de siete iglesias, en recuerdo de los siete lugares que Jesús pasó durante su pasión: el huerto de Getsemaní, la casa de Anás, la casa de Caifás, el Pretorio con Pilato, la ida donde Herodes, la vuelta a Pilato y el Gólgota. Asimismo esta peregrinación piadosa por los monumentos se hace en recuerdo a las palabras de Jesús durante su agonía y oración en el huerto de Getsemaní: “Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”. (Mateo 26,38)

Entre los monumentos levantados hoy día en las iglesias del centro de Lima se pueden destacar los siguientes:

Iglesia de San Pedro: En la capilla de la Penitenciaría de dicho templo se construye este monumento para el cual los padres de la Compañía de Jesús utilizan lo mejor de sus ornamentos litúrgicos; jarrones de porcelana, candelabros de cristal, blandones de metal cincelado, etc. ornamentan este monumento.

Iglesia de San Agustín: En la nave lateral se levanta este monumento que es uno de los más suntuosos de Lima, donde destaca el cuidado de los floreros, los ricos candelabros antiguos y sus grandes ángeles luciferarios.

Iglesia de Santa Rosa de las Monjas: Su monumento armado con gusto y dedicación destaca por el uso como peana de la antigua anda barroca de Santa Rosa, así como por el tabernáculo que representa al Agnus Dei sobre el libro de los siete sellos o cordero apocalíptico de cuyo lomo brota un corazón con resplandores.

Iglesia de Santa Catalina: Un monumento sencillo colocado en un anda de palio blanco y dorado, que alberga un tabernáculo en forma de pelícano eucarístico de metal labrado, en cuyo pecho se guarda la Hostia. En la iconografía cristiana, el pelícano representa a Cristo-Eucaristía, que da de comer su propia carne y sangre a sus hijos.

Iglesia de Santo Domingo: El retablo de la Virgen de Rosario alberga a este sencillo monumento que destaca por exhibir un antiguo tabernáculo de plata labrada y algunas piezas de platería antigua, restos del pasado esplendor del templo dominico.

Catedral de Lima: La iglesia Mayor arma un sencillo monumento en la nave de la Epístola con forma de tienda donde se alberga un Sagrario sencillo custodiado por ángeles antiguos tallados en madera. La importancia y jerarquía de la Iglesia catedral merece la elevación de un monumento con mayor ornato.

Iglesia de La Merced: La comunidad mercedaria construye el monumento eucarístico en el mismo retablo mayor, en cuyo tabernáculo se alberga el sagrario que contiene a Jesús Sacramentado; en los últimos años destaca el cuidado de los grandes arreglos florales y los grandes ángeles adoradores y luciferarios.

 

VIERNES SANTO   

Viernes Santo en Lima

Hoy día la iglesia se reúne para conmemorar la Pasión y Muerte del Salvador con el Oficio del Viernes Santo, que en Perú incluye el popular Sermón de las Siete Palabras o de las Tres Horas, invento limeño del Venerable padre Francisco del Castillo S.J.

Los templos silencian sus campanas, los altares desmantelados y desprovistos de flores, antiguamente las imágenes de los santos eran cubiertas con telas negras o moradas en señal de duelo, los sagrarios lucen vacíos y abiertos. Todo esto contribuye a dar un ambiente de pérdida, de despojo y de orfandad; la iglesia congregada al pie de la cruz especta el drama que nos dio la Redención.

Hoy por la tarde Lima ve pasar por sus cales tres procesiones organizadas por tres de las instituciones religiosas de mayor importancia: la Archicofradía de la Veracruz, la Cofradía de la Soledad y la Hermandad del Señor de los Milagros de Nazarenas.

La Hermandad del Señor de los Milagros de Nazarenas saca hoy en procesión a su patrono rumbo a la Catedral, donde presidirá el Oficio de Viernes Santo, luego del cual retorna al monasterio de Nazarenas. Esta procesión no es tradicional dentro de la Semana Santa de Lima, es una innovación de tiempos muy recientes por deseo del actual cardenal.

La antiquísima Archicofradía de la Veracruz, decana de las cofradías y hermandades de Lima, fundada en 1540 por Don Francisco Pizarro y González con los primeros vecinos de la Lima hispánica, es la titular del Viernes Santo y hace su solemne recorrido procesional desde su propia sede, la Basílica de la Veracruz (vecina a la iglesia de Santo Domingo) y recorre la Plaza Mayor portando la preciosa reliquia de la Santa Cruz donde murió Cristo, conocida como Lignum Crucis, en un relicario bajo palio, acompañado por todos los archicofrades vestidos con túnicas de color negro con cruz quíntuple del Santo Sepulcro en el pecho.

Además forman parte de este tradicional cortejo tres pasos, la primera de las cuales, precedida por el estandarte de la Archicofradía y la cruz alta, es el de la Santa Cruz de Guía. Aquí se muestra una antigua cruz verde de tipo arbóreo -de la primera mitad del Siglo XVII- con un paño de tela blanca que representa el descendimiento del cuerpo de Cristo yaciente; el anda presenta algunos tallados de filiación barroca y cuatro hachones esquineros con cirios rojos que combinan con exornos florales de muy buen gusto..

La siguiente anda (paso) es la correspondiente al Señor del Santo Sepulcro. Se trata de una hermosa urna de madera tallada en el Siglo XIX en Cataluña y sobredorada con cuatro ángeles turíferos en las esquinas, base con relieves de las catorce estaciones del Vía Crucis, coronación de nubes con querubines y lados y tapa de cristal que dejan ver en su interior la inigualable imagen del Señor Cristo yaciente, obra que está inspirada en la estética de los grandes maestros de la escuela sevillana del siglo XVII. Una sobria decoración con claveles rojos completa el arreglo de esta anda.

La última anda es la de la Virgen de los Dolores de la Santa Veracruz, imagen traída de España a mediados del Siglo XVI, artísticamente decorada con candelería torneada y dorada compuesta por noventidos candelabros delante de la Madre de Dios y ocho jarrones con lilas, azucenas y jazmines; y, detrás ella una monumental cruz con paño y escaleras apoyadas en el travesaño en clara alusión al descendimiento de Cristo de la cruz.

La imagen sigue el tipo de las dolorosas de vestir que se encuentran dentro de arte colonial y va vestida con saya y manto negros ricamente bordados con hilos dorados y sobre la cabeza una diadema de oro labrado, coronada con cruz y enriquecida con veinticuatro esmeraldas.

Hay que hacer notar el detalle histórico de que esta Muy Antigua Archicofradía de la Veracruz fue durante varias décadas la única que procesionó durante la Semana Santa como titular de los días Jueves y Viernes Santo, manteniendo viva una tradición cuatricentenaria hasta que a fines de los años ochenta y bajo el gobierno arzobispal del recordado Cardenal Augusto Vargas Alzamora y los esfuerzos del obispo auxiliar de Lima, Mons. Alberto Brazzini Díaz Ufano, se revivió la costumbre de sacar procesiones pasionarias durante los días de la Semana Santa.

Otra curiosidad sobre esta Archicofradía de la Veracruz es que en tiempos coloniales su procesión trasladaba, además del Lignum Crucis, una imagen del crucificado llamado Cristo de la Veracruz que hoy se venera en el Altar Mayor de su Templo.

La siguiente corporación que procesiona este día es la Cofradía de la Soledad, muy antigua institución fundada en Lima a fines del siglo XVI en el convento de San Francisco, y que desde sus orígenes tuvo por titulares a Jesús en su Santo Sepulcro y a María Santísima de la Soledad, procesionando a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII los Viernes Santos por la tarde, llevando en andas al Señor del Santo Entierro y a la Virgen de la Soledad por las calles de la Lima virreinal. Al igual que otras hermandades y cofradías que actualmente procesionan durante la Semana Santa, la Cofradía de la Soledad volvió a sacar a su Virgen titular el año 1989 después unos 180 años de suspensión de esta procesión, gracias al apoyo de mons. Alberto Brazzini Díaz-Ufano quien incluso financió la compra de la nueva anda de la Virgen de la Soledad. Inicialmente se le asignó para su recorrido procesional el Sábado Santo en alusión a la soledad en que quedó María después de la muerte de Jesús, y hasta el año 2005 procesionó ese día acompañada de San Juan Apóstol, recuperando el día Viernes Santo a partir del año 2006. Los cofrades de La Soledad organizan un cortejo procesional bastante ordenado, muy diferente a lo común para las procesiones locales, e inspirado en la procesión virreinal que se aprecia en los cuadros coloniales de este tema dentro de la iglesia de La Soledad.

Estos cofrades visten un hábito compuesto de una túnica blanca y escapulario negro con el escudo de la Cofradía en el pecho y el cordón franciscano en la cintura por su identificación histórica con la orden franciscana, ya que esta cofradía de la Soledad de Lima es una de las cofradías de fundación franciscana en la ciudad. El color blanco de la túnica hace referencia a la pureza de la Virgen María y el negro de escapulario al color que se asocia tradicionalmente a la Virgen en el misterio de sus dolores.

Este cortejo procesional sale de la iglesia de La Soledad y se inicia con la cruz de guía flanqueada por portadores de cirios, luego el estandarte de la cofradía, sigue el anda de la Santa Cruz, continúa el anda de Señor del Santo Entierro y finalmente el anda de palio de la Virgen de la Soledad.

La primer anda corresponde al paso de la Santa Cruz, teniendo ésta la denominación propia de Santísima Cruz del Señor de Torrechayoc, devoción cuzqueña que tiene sede en la iglesia de la Soledad y que en estos días se asocia a la Cofradía para sacar en procesión a su santo madero. Va sobre anda tallada en madera natural y con un paño de tela blanca como único ornamento, flores rojas bordean esta anda que es flanqueada por filas de devotas y devotos del patrón de Urubamba.

La siguiente anda es la del Señor del Santo Entierro. Esta imagen representa a Cristo muerto y colocado en el sepulcro y es una de las imágenes pasionarias más importante de Lima, obra atribuida a Pedro de Noguera y fechada en 1609 presidió los cultos del Viernes Santo y procesionaba por las calles de Lima desde inicios del siglo XVII hasta la época de la Independencia en que se suspendió esta procesión. La talla muestra la pericia de Noguera en el tratamiento de la anatomía y el manejo del desnudo, siendo imagen articulada en los brazos y cabeza pues puede ser crucificado y luego descendido en una ceremonia que durante los siglos coloniales se realizaba en el atrio de la iglesia de San Francisco.

La siguiente y última anda es la de la Virgen de la Soledad, devota imagen que poseyó en tiempos virreinales muchísima popularidad y devoción; se representa a la Virgen María con la iconografía usual para la Virgen de la Soledad: las manos entrelazadas sobre el pecho y la cabeza inclinada hacia delante con la mirada perdida en la distancia, como desconsolada por la muerte de su hijo. Va vestida con túnica blanca y gran capa de terciopelo negro todo suntuosamente bordado con hilos dorados; un puñal y una corona imperial con resplandores, ambos ricamente labrados y dorados, completan el aderezo de esta imagen, que fuera dañada por el incendio del año 2005 y que a consecuencia de la restauración de la que fuera objeto perdió gran parte de su aspecto original.

Via Crucis Basilica de San Francisco. En horas de la tarde y después de los oficios del Viernes Santo, la comunidad de padres franciscanos organiza un Via Crucis alrededor de la plazuela de San Francisco, el cual es presidido por un antiguo crucifijo que es llevado en andas durante dicho ejercicio. La imagen que presidió este Via Crucis el año 2008 representa a Cristo ya muerto en la cruz, cuya cabeza cae hacia adelante mientras que el paño de pudor posee un dramático vuelo, lo que involucra esta talla dentro de la estética barroca de fines del siglo XVII. En años pasados se usaba al Crucificado de la portería del convento. La imagen va portada en una antigua anda neoclásica generalmente adornada con flores rojas, que ha sido lamentablemente repintada con esmaltes burdos.

Años atrás cuando la Cofradía de La Soledad procesionaba el Sábado Santo, la imagen de la Virgen de la Soledad acompañaba en su anda este Vía Crucis del convento franciscano, para luego regresar a su capilla para la velación de Señor del Santo Entierro.

 

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Domingo de Resurrección

Hoy nuevamente Cofradía de la Soledad realiza un recorrido procesional rumbo a la Catedral de Lima portando una imagen de su Virgen titular, ya de gloria y vestida de blanco riguroso, con el objetivo de hacer un encuentro con el Cristo Resucitado que se alberga en la Iglesia Mayor y de presidir la misa de Domingo de Pascua.

Terminada esta ceremonia la Virgen de la Soledad de gloria retorna a su capilla anexa al convento de San Francisco, tras un breve recorrido procesional por la plaza de armas de Lima. En esta ocasión la imagen es portada en una pequeña y sencilla anda decorada con flores blancas y amarillas, vistiendo túnica y capa blanca con bordados dorados y un resplandor de plata labrada auroleando su cabeza.

Un dato histórico sobre esta procesión del Domingo de Resurrección nos recuerda que desde principios de los años noventa hasta hace pocos años, era la comunidad de monjas del convento del Carmen de Barrios Altos y la Hermandad de la Santísima Virgen del Carmen de Lima los encargados de realizar esta procesión, que salía muy de mañana desde el templo barrioaltino hasta la Catedral, portando dos andas: una con el Señor Resucitado del convento del Carmen y la segunda con la Virgen de la Alegría, que era una Virgen del Carmen que en este día cambiaba su tradicional hábito marrón por una túnica y capa de color rosado; ambas portadas en andas decoradas con láminas de plata labrada. Dejó de venir esta procesión desde Barrios Altos por motivos de fuerza mayor.

Fuentes:

http://www.semanasantadelima.org/

 

Entra tu email para recibir nuestra Newsletter, es un servicio gratis:
Categories
España Foros de la Virgen María Peregrinaciones y Santuarios

Semana Santa, la Gran Fiesta de Sevilla

La Semana Santa es, junto con la Feria de Abril, la fiesta por excelencia de Sevilla. Para alguien que no sea de la ciudad es difícil entender esa mezcla de arte, espiritualidad y pasión que invade a la Semana Santa sevillana. Pero, sin duda, es una experiencia única para cualquier persona que tenga la suerte de vivirla. Todo aquel que asista por vez primera a la Semana Santa en Sevilla quedará desconcertado ante los contrastes que presenta: hay cofradías, como la Macarena, en las que la gente aclama a sus  vírgenes e incluso aplauden, mientras que otras, como el Silencio, son contempladas con total solemnidad y recogimiento. 

Su origen se remonta al Siglo XVI, cuando la Iglesia, en su afán de incrementar la fe, encargó a imagineros y escultores la creación de figuras lo más reales posibles, que representaran la pasión de Jesucristo e hicieran comprender al pueblo el dolor y la resignación que sintieron Jesús y  la Virgen en los momentos de la pasión.

En el Sínodo de 1604, el cardenal Fernando Niño de Guevara estableció algunas normas que forman el germen de la actual Semana Santa de Sevilla: las cofradías quedaban obligadas a realizar la estación de penitencia a la catedral y las de Triana debían realizarlo a la Iglesia de Santa Ana, debían vestirse túnicas sencillas de lienzo basto y se prohibía a la mujeres disciplinarse.

Durante el siglo XVIII la Semana Santa atravesó una profunda crisis, a causa del decaimiento económico y demográfico de la ciudad de Sevilla, de tal manera que en la primera mitad del siglo XIX, todo indicaba que las cofradías estaban a las puertas de su desaparición definitiva. Hacia 1850 solamente había cofradías en la calle el jueves santo y la madrugada y la tarde del viernes santo. Durante finales del siglo XIX, en el periodo de la restauración borbónica, las cofradías resurgen en número y esplendor y se empieza a considerar un atractivo turístico para la ciudad y su economía.

A este nuevo auge no es ajena la instalación en Sevilla de la «corte chica» de Luisa Fernanda, hermana de la reina Isabel II, y su esposo, Antonio de Montpensier, en el antiguo colegio de marineros de San Telmo. Ellos impulsaron de nuevo la Semana Santa (su huella es muy visible, p.ej., en una cofradía como Montserrat o La Lanzada), creándose en esos años la tradición del Santo Entierro Magno, que desde entonces se realiza cada cierto número de años, sin una periodicidad fija.

En el siglo XX, durante el gobierno de la Segunda República se experimentó una fase de enfrentamiento social y político que perjudicó la celebración de la Semana Santa. El año 1932 las Juntas de gobierno de las hermandades tomaron la decisión de no salir en procesión. El entonces alcalde José González Fernández de Labandera, sabedor de la trascendencia de esta medida, trató en sus declaraciones de estimular la normalidad de las procesiones y garantizar su celebración. La hermandad de la Estrella fue la única que, contraviniendo el acuerdo del conjunto de las hermandades, hizo procesión el jueves santo, produciéndose varios altercados de carácter violento durante su recorrido, el incidente más grave fue protagonizado por un militante anarquista que disparó contra el paso de la Virgen.

Debido al aumento de cofradías, que ya pasaban de las 57, se decidió en un momento determinado que las nuevas no realizarían carrera oficial, saliendo el Viernes de Dolores en recuerdo a los Dolores de la Virgen María y el Sábado de Pasión, sin embargo en 2007, se autorizó la salida de la Hermandad del Carmen Doloroso el Miércoles Santo, en 2008 se autorizó también el Lunes Santo la Hermandad de San Pablo y el sábado santo la Hermandad del Sol, del barrio del Plantinar, en la tarde del Sábado Santo del 2010.

 

LAS COFRADÍAS DE SEVILLA

Hay constancia de hermandades de laicos en Sevilla, organizadas con distintos fines religiosos, desde los primeros tiempos de la Reconquista. Sin embargo estas primeras instituciones no realizaban procesiones penitenciales, ni centraban sus meditaciones y cultos en la Cruz y otros momentos de la Pasión. Eran hermandades de luz, para distinguirlas de las que vendrán luego, las de sangre.

Se fundaron con distintos objetivos: enterramientos, casas de beneficencia y hospitales que sostenían. Sus primeras estaciones de penitencia las realizaban sin pasos ni imágenes, sólo una cruz parroquial con manguilla y el sacerdote llevando un crucifijo, visitando lugares fuera del casco urbano, razón por la cual, las hermandades se constituyeron en iglesias y conventos fuera de las murallas. Posteriormente y habiendo ya muchas hermandades y con el fin de distinguir a unas de otras, tomaron además del crucifijo, un estandarte en el que aparecería pintado un misterio de la Pasión.

Así continuaron por mucho tiempo hasta que el Arzobispo Fernando Niño de Guevara, a principios del siglo XVII, dictó con la idea de llevar un orden y compostura de todas las corporaciones, que hicieran estación en la Catedral y las hermandades del barrio de Triana en la parroquia Mayor de Santa Ana, debido a las dificultades que ofrecían a su paso por el puente de Barcas y cruzar el río Guadalquivir y a donde dicho Arzobispo enviaba entonces a un delegado suyo.

Parece ser que fue entonces cuando debido al deseo y la sana rivalidad entre las hermandades, comenzaron a encargar imágenes a artistas como Montañez o Pedro Roldán, los cuales pasarían a madera las imágenes que se representaban en los lienzos de los estandartes.

Comenzaron entonces a llevar el paso o parihuela con la imagen que sustituiría el crucifijo que portaba el sacerdote y como acompañamiento, los hermanos de sangre, que iban disciplinándose y los hermanos de luz, cuya misión era llevar hachas encendidas.

Por órdenes superiores, se suprimieron los disciplinantes y quedaron los hermanos de luz, origen de los actuales nazarenos.

Las hermandades se fueron fundando a través de los años hasta nuestros días. Dentro de ellas, se dividen en hermandades del centro de la ciudad y de barrios, fundadas a las afueras de la antigua muralla, y estas a su vez, en hermandades de negro o silencio y de capa, según tengan en sus reglas. Normalmente las cofradías de silencio están en el centro de la ciudad y las de capa en los barrios.

Las cofradías de capa llevan los pasos más engalanados y con acompañamiento de música. Las de silencio son mucho más austeras y llevan música de capilla o incluso ninguna.

Durante esta semana gran cantidad de cofradías de todos los barrios recorren las calles de la ciudad con miles de nazarenos acompañado a sus imágenes. Los protagonistas son los pasos. Se llama así a las imágenes, cuadros o tallas (esculturas) de La Virgen, de Jesucristo o de algún otro protagonista de La Pasión, colocados en una especie de altar móvil adornado con flores y velas.

Normalmente estos pasos son verdaderas obras de arte y datan de siglos anteriores. La cofradía más antigua es la de El Silencio (año 1340 aproximadamente). El Gran Poder data de 1431 y la Vera Cruz de 1448.

Cada cofradía suele tener dos pasos, normalmente el primero representa a Jesucristo en la Cruz o en otra escena de su Pasión. El segundo paso representa a la Virgen, como madre que sufre por su hijo.

A excepción de las procesiones de silencio, lo normal es que vayan acompañadas por una banda de música. Algunas hermandades llevan hasta tres pasos, como El Amor, la Cena, San Benito o la Trinidad. Otros sólo tienen un paso, como Santa Marta, la Quinta Angustia, la Soledad de San Buenaventura o la Soledad de San Lorenzo. Muchos de los hermanos de cada cofradía hacen la estación de penitencia, es decir, salen de nazarenos vestidos con túnica larga y antifaz en forma de capirote y llevando un cirio.

Otros salen de penitente portando una o varias cruces de madera. Algunos salen de costalero llevando, junto a otros hermanos, la carga del paso sobre los hombros. Un paso de Virgen pesa unos 1500 kg. y los de Cristo unos 2000 kg. A veces un solo costalero puede llegar a soportar un peso de hasta 100 kg. Antiguamente los costaleros no eran hermanos, sino que eran cargadores del muelle o albañiles contratados para llevar los pasos.

Sevilla tiene unas 57 cofradías, con más de 100 pasos, que salen entre el Domingo de Ramos y el Domingo de Resurrección, incluyendo la madrugada entre el Jueves y Viernes Santo. Desde el primer día se pueden visitar cada mañana los templos de las hermandades que salen ese día en procesión. Es la mejor forma de captar el ambiente y la emoción que se vive durante las horas previas a la salida de una cofradía.

Todas las cofradías han de realizar lo que se denomina «carrera oficial», que es el trayecto que va desde la Plaza de la Campana hasta la Catedral, pasando por la calle Sierpes, Plaza de San Francisco y la Avenida de la Constitución. El paso de las procesiones por la carrera oficial sólo se puede contemplar desde las sillas, que se alquilan con abonos para toda la semana o por días individuales, o desde los palcos, que es el lugar donde se reúne una parte importante de la sociedad sevillana. 

 

VOCABULARIO BÁSICO DE LA SEMANA SANTA

LA «MADRUGÁ»

Sevilla alcanza su día de mayor esplendor con la llegada de la «madrugá» del Jueves al Viernes Santo, llegando a congregarse hasta un millón de personas por las calles del centro de Sevilla. El Silencio, Gran Poder, Macarena, Trianera, el Calvario y los Gitanos, hermandades con gran devoción y popularidad, realizan esta noche su estación de penitencia. A veces, al paso de una cofradía se tiene la suerte de poder asistir a algo tan bello y sobrecogedor como el canto improvisado de una saeta que, en el más profundo y sentido flamenco, llora la pasión y muerte de Cristo. Suele realizarse desde cualquier rincón por donde esté pasando la cofradía, aunque cuando más se cantan es a la hora de llegar a su iglesia, desde los balcones más próximos.

 

LA BULLA

Se conoce con este término a la aglomeración de gente que se acumula en todos los rincones de la ciudad cuando está próxima la llegada de la cofradía, es tal el apelotonamiento de personas que es casi imposible atravesar el «tapón» que se forma cuando todos están esperando a que transcurra la comitiva desfilando, a veces se asemeja al movimiento de las olas cuando se ponen en marcha todos al mismo tiempo, es imposible apearse de su estela y hay que dejarse llevar por el grupo. La bulla se forma y se deshace sola, por lo que no hay que agobiarse. El secreto está, simplemente, en no ir nunca en contra y dejarse arrastrar. También se conoce cuando en la delantera de los pasos de Cristos y Vírgenes, concretamente en la zona de los ciriales, se forma una presionada aglomeración de gente caminando hacia atrás para bien mirar a la imagen, rezarle o hacer fotografias.

 

EL COFRADE

Es el término con el que se califica al gran aficionado de la Semana Santa, amante del mundo de las cofradías y conocedor de cada uno de los detalles más minúsculos de todo lo que concierne a cada ceremonia, desde el tallador de la imagen del Cristo o la Virgen hasta cada liturgia, sin necesidad de hacer uso de programa semanasantero. También existe para denominarlo el término «capillita», que según que lo use tiene un cierto matiz despectivo.

 

LA CHICOTÁ

Es el trayecto que recorre un paso desde que se levanta (levantá), hasta que detiene la marcha (arriá).

 

LA MANTILLA

La mantilla es el traje que visten las mujeres el Jueves Santo, víspera de la muerte del Señor y así honrar su figura, para visitar las iglesias y acudir a los Santos Oficios. Es un traje de luto por la muerte de Cristo. La tarde del Viernes Santo también se pueden ver algunas damas con este atuendo.

Las ropas que forman la mantilla no solamente consiste en la mantilla en sí, que siempre es de encaje de blonda o chantillí, sino que lleva peineta de carey (concha) u otro material de imitación que se cubre con dicha mantilla. A esto se añaden los complementos que la sujetan, peinecillos, horquillas, broches etc. y la mantienen derecha. El vestido complementario es de color negro (siempre de un largo por debajo de la rodilla), al igual que las medias, los zapatos y los guantes.

Las joyas y complementos que se lucen junto con la mantilla suelen ser de plata vieja y están formados por pendientes, gargantilla y rosario. El acompañante masculino suele llevar traje oscuro, corbata y zapatos negros.

 

LOS NAZARENOS

Los nazarenos son los hermanos que acompañan a los pasos durante el transcurso de la «Estación de Penitencia». Cada Hermandad tiene establecido en sus reglas fundacionales las características de su vestuario, en cuanto a túnicas, zapatos, insignias y complementos; y cada hermano nazareno debe vestir de acuerdo a estas normas con la posible negación por parte del diputado de tramo a salir con la procesión si se lleva algo inadecuado. El nazareno puede llevar cirio, vara, insignia, farol o una cruz sobre el hombro.

 

LOS COSTALEROS

Costalero es el nombre que recibe, en la Semana Santa cada una de las personas encargadas de llevar sobre sí o cargar una de las imágenes o pasos que forman parte de los cortejos procesionales durante la Semana Santa.

Los costaleros cargan el peso sobre su cuello, sobre la séptima vertebra en concreto, protegen esta zona con una tela llamada costal, que puede ser desde arpillera hasta de cruz de punto, las zonas adaptadas para que los costaleros carguen el peso son las trabajaderas (varios palos que cruzan transversalmente el paso y que están colocados a diferente altura para que en cada una de ellas se coloquen los costaleros de misma altura, yendo de más altura, a menos altura, puede haber debajo del paso varias trabajaderas, en función del tamaño del paso).

 

LOS PASOS

El centro de toda la Semana Santa, formados por un conjunto o grupo de imágenes representando la Pasión, que portan los costaleros en cada cofradía. Lo normal es que las cofradías tengan dos pasos, uno de Cristo (un nazareno, un crucificado o un «misterio», representando en este caso un episodio de la Pasión protagonizado por Cristo) y un palio con una Virgen, aunque hay casos en los que la Virgen va acompañada por la imagen de San Juan Evangelista como La Amargura, el Gran Poder, El Silencio, pero hay un sólo caso en el que la Virgen va acompañada por San Juan y Santa María Magdalena, la hermandad del Sol. Hay algún caso de cofradía con tres pasos y también alguna con uno solo como Santa Marta, La Mortaja.

 

EL CAPATAZ

El capataz es la persona responsable de conducir un paso en Procesión, jefe de la cuadrilla de costaleros a los que manda y ordena con su voz, su vista, su tacto y arte. Se le puede ver siempre en la parte delantera del paso, al cuidado del llamador con el que hace ejecutar sus órdenes. Hay capataces famosos que han creado escuela, y un estilo a la hora de llevar los pasos. Familias como los Ariza o los Santiago, los Villanueva, Bejarano (famoso por darle los andares que llevan el Gran Poder o La Lanzada), Salvador Dorado «el penitente», «Rafael Franco»…

 

EL LLAMADOR

Elemento ubicado en la parte frontal del paso, es un aldabón de metal, de oro o plata, hecho de forma artística con motivos religiosos relacionados con la hermandad o bien puede ser de algún monumento relacionado con la hermandad. Es el instrumento que sirve para mandar el capataz ejecutar las órdenes que previamente ha dado a los costaleros en el momento de la «levantá» y la «arriá» del paso. El llamador también es conocido como «martillo», sobre todo en el mundo de los capataces y costaleros.

 

PEDIR LA VENIA

Pedir la venia es el protocolo que realiza cada una de las cofradías de penitencia para poder efectuar la entrada en la carrera oficial y poder continuar con la Estación de Penitencia iniciada desde su parroquia. Consiste en solicitar el permiso de paso al representante del Consejo de Cofradías, que controlará el cumplimiento de los horarios y registrará cualquier incidencia en Carrera. Esta venia se solicita en Campana, y lo realiza el Diputado Mayor, acompañado del Diputado de Cruz. Una vez concedido podrá continuar con la estación.

 

LA SAETA

La saeta es un canto religioso, generalmente improvisado y sin acompañamiento, realizado durante las procesiones de Semana Santa y que tiene su origen en el folclore andaluz. Se trata de una melodía de ejecución libre, llena de lirismo y de influencia árabe. Exigen conocer el estilo del cante jondo propio de la tradición musical del flamenco.

Suele realizarse desde cualquier rincón por donde esté pasando la cofradía, en el momento más imprevisto, pero cuando más se cantan es en el tramo final al llegar a las cercanías de su templo, desde los balcones, los ventanales cercanos a la misma o a pie de suelo.

 

EL SANTO ENTIERRO GRANDE

El cortejo del Santo Entierro Grande está formado por una representación de distintas hermandades que forman cronológicamente la Pasión de Cristo en la tarde del Sábado Santo, además de los pasos que forman la hermandad propia del «Santo Entierro», abriendo el cortejo por norma el paso alegórico del triunfo de la vida sobre la muerte o popularmente llamado «La Canina», después comienzan a discurrir por la carrera oficial en absoluto silencio los pasos uno detrás de otro por orden en Los Evangelios, hasta que el paso del Cristo yacente o «La urna» llega a La Campana seguido por el paso del Duelo a María. La hermandad de Los Servitas que va detrás de la del Santo Entierro hace su estación de penitencia como todos lo año sin ninguna alteración En los últimos tiempos se ha podido contemplar esta procesión en nueve ocasiones, la última de ellas salió en 2004 con un total de catorce pasos, generalmente celebrado por algún motivo especial. El primero del que se tiene constancia es del siglo XIX.

 

LOS ESTANDARTES

Son insignias formadas por una gran tela, generalmente de terciopelo y de un color representativo de la Hermandad, que se amarra de una forma ovalada y decorativa a una barra de plata repujada y rematado siempre por una cruz o crucifijo pequeño. La tela tiene bordado el escudo de la hermandad y está bordado alrededor.

 

TRADICIONES 

La Semana Santa sevillana tiene diversas tradiciones que suelen respetarse anualmente por sus seguidores.

Una de estas tradiciones consiste en estrenar durante el Domingo de Ramos una prenda de vestir.

En la mañana de Domingo de Ramos también es costumbre la visita de los templos, donde se exponen los pasos ya preparados para procesionar durante la semana.

En estas fechas también suelen cambiarse en algunos hogares sevillanos los hábitos alimenticios, comiendo espinacas con garbanzos, bacalao con tomate, torrijas, etc. que son propios de estas fechas.

También es tradicional y gracias a la naturaleza primaveral de la época, que los naranjos regalen sus flores acompañadas de su peculiar aroma, el azahar, envolviendo la ciudad con una fragancia exquisita.

 

LA FAMOSA ESCUELA DE IMAGINERÍA DE SEVILLA

Este informe sobre la Semana santa de Sevilla quedaría incompleto si no se hablara de la escuela sevillana de imaginería, proveedora de las imágenes.

La historia de la imaginería sevillana comienza a tomar forma tras la Conquista de Sevilla por Fernando III, allá por el año 1248. Por entonces, muchas imágenes creadas en el esplendor del gótico y otras aún con reminiscencias del románico, son traídas a Sevilla, aunque la mayoría de estas procedían de la gubia y el cincel de autores franceses. De esta época están datas por ejemplo la Virgen de los Reyes, La Virgen de las Batallas y la Virgen de la Sede, todas ellas en la Catedral Hispalense, además de otras de similares características que se fueron extendiendo por Sevilla y su provincia durante los siglos XIII y XIV.

Ya situados en el siglo XV, aún con vigencias del gótico, se comienza a extender el arte surgido desde Borgoña, imponiéndose poco a poco el manierismo y la influencia del quattrocento italiano. Obras de relevancia se acometen en la Catedral de la mano de Lorenzo Mercadante, en esta ocasión con el marmol y la terracota como elementos principales, continuando su trabajo Pedro Millán, discípulo del primero que dejo constancia de su buen hacer con los trabajos realizados ya en el siglo XVI, caso del grupo del llanto sobre Cristo Muerto, La Virgen del Pilar o el Varón de Dolores. Aún con el gótico como estandarte dentro de la escultura catedralicia, muchos autores participaron en la creación del Retablo Mayor. Entre 1551 y 1561, Roque de Balduque ejecuta las escenas de “Jesús entre los Doctores”, “La Conversión de Saulo”, “el juicio final”, “La Conversión de San Pablo” y “La Huida a Egipto”, esta última finalizada por Juan Bautista Vázquez el Viejo, al fallecer el maestro Balduque en 1561.

La influencia de Sevilla con el comercio con Las Indias, convierte a la ciudad en punto de mira para multitud de artistas, sobre todo italianos, destacando la labor realizada por Pietro Torrigiano, en el monasterio de San Jerónimo. De nuevo Juan Bautista Vázques tiene que terminar el Retablo Mayor de Santa María de las Cuevas, al fallecer su realizador, Isidro de Villoldo. De la escuela de “El Viejo” surgen nombre de gran importancia dentro de la imaginería, caso de Jerónimo Hernández, Juan Bautista “El Joven”, Juan de Oviedo o Andrés de Ocampo entre otros.

El Manierismo, ya en la etapa final del siglo XVI, da paso al barroco, donde Sevilla destaca en todos los aspectos y donde el nombre de Martínez Montañés, crean una escuela que aún hoy en día perdura en el estilo y de cuyo taller surgieron nombres como Juan de Mesa o Alonso Cano, sin olvidarnos de la gubia del flamenco José de Arce.

El apogeo del barroco llega en el siglo XVII con el taller de Pedro Roldán, donde su hija, María Luisa Roldán, conocida por “La Roldana”, destaca sobremanera, sin olvidarnos de Francisco Antonio Gijón a finales del siglo XVII, junto a nombres de la talla de Benito Hita del Castillo o José Montes de Oca. Ya en el XVIII, Pedro Duque y Cornejo, nieto de Pedro Roldán.

El siglo XIX y ya con la imaginería por bandera, surgen los nombres de Cristóbal Ramos, Juan y Gabriel Astorga o Blas Molner, y en la etapa final de esta centuria Antonio Susillo o Juan Luis Vassallo, entre otros que también tuvieron importancia en los comienzos del siglo XX.

El XIX y el XX fueron centurias muy destructivas para el arte de la imaginería, donde la Revolución Francesa, la Desamortización de Mendizábal o la quema de iglesias de los primeros años 30, hicieron que se perdieran gran cantidad de obras, siendo Castillo Lastrucci el nombre destacado a la hora de realizar las nuevas imágenes que habían desaparecido. Con gran influencia en los finales del siglo XX y con reconocido prestigio en el XXI, destacar la labor de Luis Álvarez Duarte, Antonio J. Dubé de Luque y la última generación, en la cual destacan José Antonio Navarro Arteaga, Manuel Ramos Corona y muchos otros que, procedentes de los talleres de los anteriormente mencionados, continúan hoy en día engrandeciendo el nombre arte de la imaginería. 

 

Entra tu email para recibir nuestra Newsletter, es un servicio gratis:
Categories
España Foros de la Virgen María Peregrinaciones y Santuarios

Algarabía y Tradición de 500 años en la Semana Santa de Málaga

La Semana Santa de Málaga viene celebrándose sin interrupción desde hace más de quinientos años. Es, desde el punto de vista religioso y cultural, uno de los acontecimientos más importantes que se celebra cada año en Málaga. Fue declarada de Interés Turístico Internacional en enero de 1965. De ella hay que destacar su colorismo y la majestuosidad del gusto barroco de muchas de sus cofradías.

Trono de la Virgen de la Esperanza, el mas pesado, 5 toneladas

Algo que llama mucho la atención al visitante que asiste por primera vez a Málaga para ver su Semana santa es que la ciudad no se llena de silencio y recogimiento durante esta Semana de Pasión, sino que por el contrario, son muy frecuentes las explosiones de alegría e incluso los aplausos al paso de las cofradías o las saetas espontáneas.

Durante la Semana Santa, Málaga hace honor a su apodo de “Cantaora” y  convierte la música en un elemento fundamental, creando un ambiente que invita a la vez al recogimiento y a la alegría.

Es muy interesante ver cómo el Lunes Santo los gitanos de toda Málaga viven su devoción acompañando a su Cristo y a su Virgen mientras bailan y cantan rumbas y bulerías. Es una viva muestra de ese mundo de contrastes en el que se halla inmersa la Semana Santa malagueña.

Otro de los rasgos característicos de la Semana Santa de Málaga es la fusión que hay en las procesiones entre la tradición militar y la cristiana. Algunas de las cofradías más populares son aquellas en las que los legionarios desfilan junto a las imágenes, como en la cofradía del Cristo de la Buena Muerte.

Las andas sobre las que son portadas las sagradas imágenes son denominadas en Málaga tronos, a diferencia de en las demás semanas santas de la geografía andaluza e incluso española. Los tronos poseen notables diferencias con los pasos de las demás ciudades: mientras que los últimos son llevados por costaleros sobre la espalda, los primeros son cargados por hombres de trono, que meten su hombro debajo de los varales (piezas de metal de varios metros de longitud que sobresalen del cajillo (estructura) del trono); además, los tronos suelen ser, en su gran mayoría de un tamaño mayor a los pasos.

Como en las demás ciudades, en Málaga cada cortejo procesional suele estar formado por dos tronos (Cristo y Virgen) y cada uno de ellos es acompañado por penitentes (nazarenos, que pueden llevan velas o enseres, como libros de reglas, faroles…) y promesas (personas que han prometido hacer penitencia a cambio de algún favor y van acompañando al trono detrás de la banda). Algo característico de la ciudad costasoleña es el desfile de cuerpos militares en las procesiones, como la Legión o la Marina españolas.

Además de la estación de penitencia, las hermandades y cofradías llevan a cargo otras actividades, dentro de los tres pilares sobre los que se basan: Formación, Culto y Caridad. Son múltiples las obras asistenciales que las hermandades y cofradías realizan en Málaga, como financiar comedores sociales, donar alimentos o atender a personas mayores y/o enfermas. Se realizan cultos internos a lo largo del año (novenas, quinarios, triduos…) en las cuales se suelen presentar a las imágenes a los bebés o niños pequeños y se entregan medallas con el sello heráldico de la corporación.

Existe una Agrupación de Cofradías, fundada en 1921, pionera en España, cuyos miembros son elegidos cada cuatro años por los Hermanos Mayores de las distintas hermandades y cofradías. El primer presidente fue el Hermano Mayor de la Archicofradía de la Sangre, la más antigua de la ciudad. Esta institución -independiente de cualquier gobierno-, se encarga de la organización de la Semana Santa y de agilizar trámites y acuerdos con las instituciones oficiales y de todo lo relativo a al recorrido oficial.

La Semana Santa malagueña comparte con las demás celebraciones andaluzas un gran fervor popular y formas artísticas como la saeta.

 

SU HISTORIA

Con la entrada de los Reyes Católicos a Málaga y la liberación de esta, se incorpora Málaga a la Corona de Castilla en 1487. Los Reyes fundan bajo su patronazgo, iglesias y conventos que dotan de imágenes que muy pronto los malagueños se congregan en su entorno por muy distintos motivos, unos por enterramientos y otros gremiales.

La falta de seguros o cooperativas en aquella época fue la razón por la que se fundaron hermandades y cofradías alrededor de las imágenes, Jesús, María y otros santos. Las hermandades, eran llamadas de penitencia, solían salir en Semana Santa en 2 grupos de hermanos, los flagelantes o llamadas también de sangre y los de luz. Los flagelantes fueron prohibidos a finales del siglo XVII. Las de luz son las que han llegado hasta nuestros días y viene su nombre de los cirios y luces que portaban sus hermanos. En aquel tiempo las imágenes salían de los templos en unas reducidas andas portadas por 8 o 10 hombres.

La conversión de los habitantes de la ciudad al catolicismo así como la llegada de nuevos pobladores procedentes de Castilla hace que, tras siglos de influencia musulmana, los malagueños adopten una nueva expresión religiosa. Pero serán la Reforma Protestante, el Concilio de Trento (en el siglo XVI) y la posterior Contrarreforma católica los hechos que marcarán el destino de las cofradías, tanto en Málaga como en el resto de España. Para combatir la herejía que para ellos suponía la doctrina protestante, la Iglesia fomentó el culto a las Sagradas Imágenes. 

Estas hermandades tuvieron a lo largo de los siglos altos y bajos. Entre las fechas más relevantes están la guerra de la independencia y la desamortización de Mendizábal en las que se perdieron enseres y datos de la época. Las cofradías de aquella época eran bastante anarquistas e intermitentes en sus desfiles procesionales. En el año 1927 se reúnen 12 hermandades para agruparse, tener un carácter civil de peso en la sociedad malagueña y unas normas para todas las corporaciones dotando a las cofradías de beneficios económicos y un recorrido oficial. Dato importante es que La Agrupación de Cofradías de Málaga, es la primera que se crea con este fin en España.

En el año 1931 estalla la república dejando en suspenso por este tiempo las actividades cofrades. Fue la época de la quema de conventos y en ella se destruyeron gran cantidad de enseres religiosos y patrimonio artístico. En el año 1935, ya gobernando la república, algunas cofradías reúnen algo del patrimonio y salen a la calle, denominándolas como «las valientes» al atreverse a salir a la calle con lo poco que habían podido reunir. En el año 1936 estalla la guerra civil durante la cual se vuelven a perder imágenes y patrimonio religioso.

Tras la liberación de Málaga por las tropas franquistas en 1937 y el fin de la guerra en 1939 se implanta el Nacional Catolicismo y aprovechando las cofradías el apoyo del régimen, estas resurgen con fuerza, incorporando en sus desfiles a estamentos militares, nombrando protector a imágenes de algunas hermandades a distintos cuerpos militares, reanudando así una antigua tradición en la historia de la Semana Santa de Málaga.

Dos hechos muy importantes dan lugar a que aumenten el tamaño de los tronos malagueños. Por un lado para dar magnificencia a las imágenes, en un claro mensaje del triunfo del catolicismo frente al ateísmo republicano. Pero también es consecuencia de esto, las malas relaciones que existían entre las cofradías y el clero, debido a las molestias que ocasionaban las cofradías en los ritos religiosos durante la Semana Santa, lo cual hizo que se comenzaran a montar los tronos en tinglaos. Los tinglaos son unas estructuras montadas en la calle y cubiertas con lonas en donde se cobijaban y armaban los tronos. Debido a que ya no se dependía de unas dimensiones para salir por las puertas de las iglesias, se comenzaron a construir enormes tronos, dando una suntuosidad a los desfiles procesionales que han supuesto la gran diferencia entre la Semana Santa de Málaga y otras ciudades.

La buena salud que han venido gozando las corporaciones en el transcurso de los años, han hecho que desde entonces y hasta nuestros días se creen nuevas cofradías y un nuevo elemento que es la «casa hermandad». Se trata de edificaciones estables que sirven para albergar a los tronos sustituyendo a los tinglaos y dando además un espacio para guardar y mantener los enseres procesionales, así como para la celebración de reuniones de cofrades. Algunas de estas casas hermandades poseen incluso un museo que puede ser visitado en cualquier época del año.

 

LAS COFRADÍAS

De las 41 cofradías que hacen su estación de penitencia por las calles de Málaga, destacan por su antigüedad la Hermandad del Cristo de La Veracruz y la Archicofradía del Cristo de la Sangre, que se remontan a los siglos XV y XVI respectivamente. El Domingo de Ramos destacan las cofradías de la Pollinita, a cargo de niños, o la espectacular Cofradía del Cristo de la Esperanza en su Gran Amor.

Todas las cofradías siguen un tramo común, un «recorrido oficial» que empieza en la Alameda Principal y sigue por la Rotonda del Marqués de Larios y una parte de la calle Granada.

Son muchos los malagueños que acompañan a las imágenes vistiendo el hábito de nazareno, portando cirios, cruces o detrás de los tronos a modo de promesa. Otros realizan la estación de penitencia llevando sobre uno de sus hombros las andas procesionales como hombre de trono. El trono es lo que en la mayoría de las ciudades españolas se llama «paso». Suelen ser de gran tamaño y pueden llegar a pesar más de cinco toneladas. Los tronos son portados por los hombres de trono, que meten el hombro bajo los varales, siendo necesarios en algunos tronos más de 250 hombres bajo los varales.

Algunas cofradías llevan el acompañamiento musical de bandas de música, bandas de cornetas y tambores, agrupaciones musicales o capillas musicales, aunque también hay hermandades, que suelen ser las del Viernes Santo, que no llevan  acompañamiento musical.

El  Rey Carlos III concedió a la cofradía de Nuestro Padre Jesús El Rico el privilegio de liberar a un preso de la cárcel de Málaga. Este acto protocolario se celebra en la Plaza de la Aduana, donde Jesús el Nazareno imparte la bendición con el movimiento de su brazo mecánico. El preso liberado realiza la procesión con la cofradía como símbolo de gratitud. También el miércoles Santo es tradicional la suelta de palomas cuando pasa el majestuoso trono de la Virgen de la Paloma.

Maria Santisima de la Amargura

 

LEYENDAS MALAGUEÑAS DE SEMANA SANTA

 

EL MILAGRO DEL NAZARENO DE VIÑEROS

En el siglo XVII, esta datada «La Leyenda del Arcabucero».

En los comienzos de dicha centuria recibieron las tropas del Tercio de Málaga la orden de partir a la guerra.

Un arcabucero (soldado en los ejercitos de Flandes) temeroso de perecer en combate, con grandes problemas de conciencia, fue a confesar sus pecados a un fraile Mercedario. 

Entre ellos había uno de tal gravedad que no pudo obtener la absolución instándole el religioso a acudir a Roma para que el papa lo absolviera, único que podía hacerlo.

El soldado español, ante la imposibilidad de ir a Roma a ver a Su Santidad, se postró ante la imagen de Jesús Nazareno de Viñeros y llorando, arrepentido, le imploró el perdón por aquel pecado que le turbaba el alma. Al alzar los ojos vio como el Señor, separando el brazo derecho de la Cruz, le daba la bendición absolutoria, manteniendo el brazo en esa actitud de bendecir. 

Los sollozos y explicaciones atrajeron a los Padres Merecedarios que, atónitos admiraron el singular prodigio.

El brazo nunca volvió a su posición original, corriendo como pólvora la noticia por la ciudad, los feligreses acudieron en masa para ver tan magno acontecimiento. 

Fue a raíz de este milagro cuando los Tercios que habitualmente habían en la guarnición de Málaga, comenzaron a acompañar a la hermandad de Viñeros, primero en la fiesta del uno de enero y posteriormente, en la Sagrada procesión de penitencia del Jueves Santo.

Este acompañamiento continuó hasta la invasión napoleónica en que se suspendío dicha costumbre.

Hasta el año 1.951 no vuelve hacer aparición en el cortejo procesional la figura del arcabucero rememorando el hecho milagroso, aunque en 1.959 se suprime su presencia por orden eclesiastica.

En el año 2.003, a propuesta del Cabildo de Hermanos y con la autorización eclesiástica, se recupera la referida tradición hasta nuestros días.

 

LA LEYENDA DEL CRISTO DEL RAYO

Hacia 1870, sobre la ciudad de Málaga se cernía una gran tormenta, que hizo cundir el pánico entre sus moradores.

Al fin, entre relámpagos y truenos, pocas veces conocidos por los habitantes, descargó con tal violencia, que una chispa eléctrica cayó en la iglesia de Santiago. 

Entró en el camarín de la venerada imagen de Ntro. Padre Jesús de Llagas y Columna, que estaba en la capilla del baptisterio, la primera a mano derecha del templo, y después de dejar señales evidentes de su fuerza expansiva en las paredes, salió sin tocar al Santo Cristo. 

A partir de entonces se le atribuyeron una gran cantidad de milagros, y fue muy venerada por los malagueños.

Aunque tiempo después acabó siendo destruida en los lamentables sucesos de 1931.

En 2008 un grupo de malagueños quiso recuperar la devoción a la desaparecida imagen, y encargaron al escultor Juan Manuel García Palomo, que realizara una nueva imagen, a la que se le da culto desde entonces, y es sacada en procesión por el barrio de Miraflores de los Ángeles, el Jueves Santo.

 

LEYENDA DEL CRISTO DE LA SANGRE

Estando unos pescadores en la mar, efectuando su diaria tarea de pesca, saltó una borrasca que llevó a la jábega (embarcación típica malagueña) mar adentro desde donde no podía divisarse ni tan siquiera el contorno de las playas, ni monte alguno de los que circundan la ciudad.

El patrón, a pesar de ser hombre experto en estos trabajos, no podía dominar la embarcación a la cual cubrían las olas de forma tenebrosa, mientras en el cielo aparecían negros nubarrones que hacían temblar de miedo a los jabegotes (marineros de la jábega).

Los momentos eran dramáticos y viendo aquellos hombres que el naufragio se acercaba irremediablemente imploraron la misericordia de Dios y el perdón divino, resignándose a morir como buenos cristianos.

Muchas horas de pánico llevaban aquellos pescadores y ya las fuerzas les iban faltando cuando vieron abrirse entre las nubes un rayo de sol.

Esta claridad, bella y extraña a la vez, daba justo en un punto de las aguas revueltas y sobre éstas, la imagen de un Cristo crucificado flotaba entre las olas. 

El patrón, haciendo un gran esfuerzo, dirigió la embarcación hacia ese punto, y mientras la pequeña nave se iba acercando disminuía la borrasca por completo y el mar se quedaba completamente sereno.

La tripulación, dando gracias al cielo por el favor recibido, recogió la imagen, pero cual no sería la sorpresa de estos hombres cuando contemplaron cómo de la herida del costado de Jesús brotaba la sangre lentamente. 

Cuando la embarcación llegó al fin a la playa, se encontraban en ella los familiares de los pescadores que, asustados por la fuerte tormenta, se había acercado hasta allí con la angustía y el temor de que la embarcación hubiera zozobrado.

Al principio no comprendían lo que ocurría y pensaban que era un hombre herido lo que traían entre ellos (esa era la impresión que daba la imagen), pero al comprobar como brotaba la sangre del Divino costado, todos cayeron de rodillas ante el milagroso hecho que estaban presenciando.

En medio de un gran silencio, fue trasladada por todos a una ermita cercana que existía entre el cerro de San Cristóbal y el monte Gibralfaro, en donde estaba establecida por aquel entonces la Orden de la Merced.

 

LEYENDA DEL BANDOLERO ZAMARRILLA Y MARIA SATÍSIMA DE LA AMARGURA

Cristóbal Ruiz, era un bandolero nacido en Igualeja al que conocían con el apodo de Zamarilla.

Capitaneaba una cuadrilla de salteadores y se le atribuían delitos de sangre, robos y secuestros. Sus andanzas a mediados del siglo XIX se circunscribían a la Serranía de Ronda, aunque también se extendieron a otras provincias limítrofres, a la Costa malagueña y a la propia capital.

Precisamente, durante su huida de la justicia en Málaga y tras una escaramuza, Zamarilla encontró una capilla y en ella a una Dolorosa trinitaria, escondiéndose bajo su manto. 

Los guardias entraron en el oratorio, rebuscaron por todas partes y al rato salieron decepcionados sin comprender dónde se pudo meter el bandido.

Zamarrilla permaneció largo tiempo escondido hasta comprobar que sus perseguidores se había marchado sin descubrirlo.

Como hombre agradecido, a pesar de su tosquedad, quiso agradecer a la Virgen su ayuda y, como no llevaba nada de valor, cortó una rosa blanca y se la clavó con su puñal en el pecho de la imagen. 

La flor quedó prendida en María, pero es entonces cuando Zamarrilla contempló entre el asombro y el miedo, como la rosa se iba tiñendo lentamente de sangre. 

Sobrecogido por lo que vio, tocó a la Señora pensando que se había tornado humana, descubriendo que no era así, pero la flor, la rosa que instantes antes tenía el blancor de la nieve, continuaba sangrando hasta quedar convertida en una rosa roja y luminosa.

Zamarrilla arrepentido de su azarosa vida, ingresó para el resto de sus días en un convento muy cercano al lugar donde la Virgen de la Amargura recibía culto, y siempre en en el aniversario de su contrición, el antiguo bandolero, con el permiso del prior, bajaba por el antiguo camino de Antequera hasta el oratorio de la Señora para depositar a sus pies una rosa roja de las que él mismo cultivaba en su pequeño huerto.

Una tarde, ya casi anocheciendo, Zamarrilla iba caminando por la vereda del camino a cumplir su promesa cuando fue atacado por unos salteadores que, al no hallar en el fraile dinero ni objeto alguno de valor, le apuñalaron hasta darle muerte.

Alarmada al día siguiente la comunidad por la tardanza del fraile, salieron en su busca, hallando el cuerpo de Zamarrilla todo ensangrentado en medio del camino. Entre sus manos permanecía la rosa de su ofrenda que había cambiado su color rojo por un blanco resplandeciente.  

 

EL VOCABULARIO DE LA SEMANA SANTA DE MÁLAGA

La semana santa malagueña, al igual que otras, tiene sus elementos propios.

semana santa en malaga

 

AGRUPACIÓN DE COFRADÍAS

La Agrupación de Cofradías de Málaga, fundada en 1921, es el organismo aglutinador y coordinador de las cofradías de pasión o penitencia de la Semana Santa malacitana. Nació con la finalidad de fomentar la piedad y caridad cristiana, encauzar dentro del mayor fervor y suntuosidad las procesiones de la Semana Mayor malagueña y que las cofradías y hermandades pasionistas a ella acogidas se estimasen mutuamente y auxiliasen en las necesidades y manifestaciones de culto. Del mismo modo, se intentaba prestigiar la labor que desarrollaban las cofradías al tiempo que se trataba de conseguir de las instancias municipales y del comercio en general el apoyo y la ayuda económica necesaria para realzar la Semana Santa.

 

RECORRIDO OFICIAL

Durante los días de Semana Santa, las cofradías malagueñas salen de su templo, tinglao callejero o de su casa de hermandad, para dirigirse al recorrido oficial que comienza en la Alameda Principal y sigue por la Rotonda del Marqués de Larios, calle Marqués de Larios y calle Granada. Una vez abandonado este recorrido obligado, las hermandades siguen el suyo propio para retornar a sus puntos de partida.

Las hermandades no agrupadas en el seno de la Agrupación de Cofradías no transitan por el recorrido oficial, sino que escogen su propio recorrido fuera de él y generalmente no lo realizan entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo.

El recorrido medio de un cortejo procesional es de ocho horas, según itinerarios, habiendo algunas de muy corto recorrido, como es el caso de la Pollinica, y otras de un largo recorrido como la Nueva Esperanza.

 

NAZARENO

Los nazarenos son los hermanos que acompañan a los tronos durante el transcurso de la estación de penitencia (portando velas, cruces, estandartes, el libro de reglas u otro enser). Suelen ir ataviados con túnica, capirote, guantes y capa aunque cada hermandad tiene establecido en sus reglas fundacionales las características de su vestuario, en cuanto a color, insignias y complementos; y cada hermano que desee vestir de nazareno debe recoger la túnica o realizársela él mismo, pagando una cantidad establecida (alrededor de unos 20€).

 

TRONO

Mientras en la mayor parte de la geografía española son llamados pasos, en Málaga se denomina trono a las andas donde va colocada la Sagrada Imagen en Semana Santa. La mayoría de las cofradías poseen 2 tronos, uno de Cristo que suele ser representado por un Nazareno, un Crucificado o un Misterio (representa una escena de la pasión). Tras cada Cristo acompaña en un segundo trono una imagen de una Virgen, suele ir bajo palio y engalanada con corona, manto, candelería, flores… Existen varias hermandades que sólo poseen un trono como: Lagrimas y Favores, Salutación, Salesianos, Santa Cruz, Piedad y Servitas. Hay 2 casos en que la Virgen va acompañada también por San Juan Evangelista: la Virgen de la Merced (Humildad) y la Virgen del Mayor Dolor (Fusionadas).

Suelen ser de gran tamaño (3 metros de ancho y 5 metros de largo) si bien varían de una cofradía a otra. Los tronos de cristos suelen ser más pequeños en volumen -excepto los de grupo escultórico- mientras que los de las vírgenes malagueñas suelen ser bastante grandes y llegan a pesar varias toneladas.

 

HOMBRES DE TRONO

Los tronos son llevados por hombres de trono, que meten el hombro bajo los varales (cuatro, seis u ocho varales dependiendo del trono en cuestión), llegando algunos tronos a necesitar la cifra de más de 250 hombres bajo los varales.

 

 MAYORDOMOS DE TRONO 

Los hombres de trono levantan o bajan el trono según las órdenes acústicas que les indica la campana del trono. Esta campana es tocada por los mayordomos de trono. Dos toques seguidos (de atención) y uno más pausado indican la subida o bajada del trono. Dos toques seguidos y dos pausados señalan la subida a pulso.

 

CAPATAZ

Los capataces son quienes colocan a los hombres de trono según su medida (del suelo al hombro). También dar órdenes junto a los mayordomos en el avance del trono. Suele haber cuatro capataces por trono (uno en cada esquina) si bien esta cifra varía según la cofradía.

 

MANTILLA

La mantilla es el traje que visten algunas mujeres que acompañan a los tronos, normalmente delante. Es un traje de luto por la muerte de Cristo.

Las ropas que forman la mantilla no solamente consiste en la mantilla en sí, que siempre es de encaje de blonda o chantillí, sino que lleva peineta de carey (concha) u otro material de imitación que se cubre con dicha mantilla. A esto se añaden los complementos que la sujetan, peinecillos, horquillas, broches etc. y la mantienen derecha. El vestido complementario es de color negro (siempre de un largo por debajo de la rodilla), al igual que las medias, los zapatos y los guantes.

 

TRIBUNA DE LOS POBRES

Si bien es desconocido el origen de esta denominación popular, no es difícil imaginar el porqué de tan rotunda calificación. Mientras en la plaza de la Constitución se encuentra la tribuna oficial de la Agrupación de Cofradías, donde conseguir un abono es prácticamente imposible, al final de la calle Carretería de Málaga, en confluencia con el Pasillo de Santa Isabel, existe una escalinata (16 escalones que llevan al Puente de la Aurora) que en Semana Santa se convierte en tribuna natural para presenciar las procesiones de Málaga. El público es tan fiel o más a la tribuna como los son los de la oficial y algunas cofradías son esperadas allí con gran entusiasmo y fervor popular.

 

CATEDRAL

Es el mayor templo malagueño. Es conocido popularmente como «La Manquita», porque una de sus torres está sin terminar. Las cofradías entran en su interior para hacer una estación de penitencia.

Las cofradías que entran en la Catedal son el Dulce Nombre, la Salutación, la Salud, la Humildad, la Cucifixión, los Dolores del Puente, la Pasión, las Penas, los Salesianos, la Santa Cruz, los Viñeros, los Dolores de San Juan, el Descendimiento y el Monte Calvario. Las corporaciones restantes no hacen estación en la Catedral debido a que el tamaño de sus tronos sobrepasan el ancho de la verja de la puerta.

 

CASAS DE HERMANDAD

Sede propia de las cofradías y hermandades. Es el lugar desde el que salen los tronos en la inmensa mayoría de corporaciones ya que la dimensiones de estos no les permiten realizar las salidadas procesionales desde los diferentes templos. Además es donde guardan durante todo el año el patrimonio.

 

TRASLADOS

La Semana Santa malacitana comienza alrededor de un mes antes del Domingo de Ramos con los primeros traslados, que son pequeñas procesiones, en las cuales va, generalmente un sólo trono de reducidas dimensiones (a veces dos o más) en el que van los dos (o más) titulares de la hermandad, y casi siempre una banda de música o similar. Tienen como objetivo llevar las imágenes de su templo a la Casa Hermandad, desde donde realizarán la verdadera salida procesional.

Se llegan a imprimir itinerarios con todos los traslados que se realizarán y las salidas procesionales de las corporaciones no agrupadas.

 

SAETA

La saeta es un canto religioso, generalmente improvisado y sin acompañamiento, realizado en las procesiones de Semana Santa y que tiene su origen en el folclore andaluz. Se trata de una melodía de ejecución libre, llena de lirismo y de influencia árabe. Exigen conocer el estilo del cante jondo propio de la tradición musical del flamenco.

Suele realizarse desde cualquier rincón por donde esté pasando la cofradía, en el momento más imprevisto, pero cuando más se cantan es en el tramo final al llegar a las cercanías de su casa hermandad o templo, desde los balcones, los ventanales cercanos a la misma o a pie de suelo.

 

ACOMPAÑAMIENTO MUSICAL

En Málaga, como en el resto de Andalucía, muchos de los tronos suelen ir acompañados de bandas de música. Los tronos de Cristo normalmente son acompañados por bandas de Cornetas y Tambores o agrupaciones musicales y los de Virgenes acompañados por bandas de música. Muchas cofradías también llevan bandas abriendo el cortejo procesional justo detrás de la Cruz de Guía.

Un estilo que nació en Málaga es el de Cornetas y Tambores, ya que en 1911 se crea la primera banda de este estilo, la Banda de cornetas y tambores de Real Cuerpo de Bomberos. Posteriormente este estilo se difundió a toda la geografía española hasta llegar a ser lo que es hoy día.

 

LAS IMAGENES

Durante los siglos XVII, XVIII y en menor medida en el XIX, existe en Málaga, lo que podríamos denominar como una «escuela imaginera» (como la sevillana o la granadina), pero más reducida que éstas, posiblemente a partir de que Pedro de Mena se afincase en la ciudad, llegándose a poder considerar heredera de la escuela granadina.

Los rasgos característicos de las dolorosas de la escuela malagueña son: el rostro ovalado, ligeramente puntiagudo en la barbilla, ligeramente inclinado hacia la izquierda, ojos y boca entreabiertos y manos entrelazadas.También es característica la mirada al cielo, presente en algunas imágenes. 

Algunos escultores célebres pertenecientes a esta escuela son, Pedro de Zayas (s. XVII), Fernando Ortiz (s.XVIII), quizá Salvador Gutiérrez de León (s. XVIII y XIX) y Antonio Gutiérrez de León y Martínez (s. XIX) y algunos otros autores sin identidad conocida.

Cabe señalar que a muchas de las dolorosas malagueñas que han perdurado hasta nuestros días, se les ha sustituido las manos entrelazadas por unas abiertas, por estar más de moda y ser más «estético».

 

SUCESOS DE 1931 Y 1936 

En mayo de 1931, durante el primer mas de vida de la Segunda República Española y como reacción a las declaraciones del cardenal Segura y a la fundación en Madrid del Círculo Monárquico, tuvieron lugar actos vandálicos contra los templos y conventos de un gran número de ciudades, siendo especialmente virulentos en Málaga. Por dos noches, bandas de desalmados (al margen de sus ideas políticas) asaltaron la mayoría de edificios religiosos de la ciudad, incendiándolos junto a las obras de arte que albergaban, entre ellas las imágenes propiedad de las corporaciones nazarenas.

Algunas imágenes fueron salvadas, al ser escondidas o rescatadas durante los asaltos tanto por católicos republicanos como opuestos al nuevo régimen. De otras sólo se pudo rescatar parte, siendo reconstruidas posteriormente; otras muchas se perdieron para siempre. Dos de las iglesias que salieron peor paradas fueron: la iglesia de Santo Domingo y la iglesia de la Merced (ésta última no se reconstruyó y sirvió de cine hasta su definitivo derribo en la década de 1960).

Tras estos horrendos sucesos jugaron un gran papel en la reconstrucción del patrimonio perdido, los escultores Francisco Palma Burgos, Pedro Pérez Hidalgo, José Gabriel Martín Simón, José Navas Parejo y Antonio Castillo Lastrucci y el valenciano Pío Mollar Franch, que tallaron nuevas imágenes para las agrupaciones.

Cuando las corporaciones empezaron a recomponer su patrimonio, en 1936, recibieron otra réplica durante la Guerra Civil Española.

 

Entra tu email para recibir nuestra Newsletter, es un servicio gratis:
Categories
Catolicismo Doctrina Eventos Liturgia y Devociones NOTICIAS Noticias 2014 - enero - julio Noticias bis SIGNOS DE ESTOS TIEMPOS Signos de estos Tiempos

Como manejarse con el Ayuno y la Abstinencia en Cuaresma

Guía práctica del acto penitencial.

 

Todos los viernes deben abstenerse de comer carne. Ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Lo deben guardar personas entre 14 y 59 años, sanos y mientras no les afecte laboral y socialmente. Se especifica abajo que es el ayuno y que es lo permitido.

 

 

En Cuaresma y Semana Santa hay un énfasis especial en el Ayuno y la Abstinencia – como forma penitencial – entre los católicos, lo que genera una serie de dudas sobre cómo realizarla y sus bases espirituales.

Presentamos un material práctico para orientarse y enlaces a artículos de interés que explican la base espiritual, la sobrenatural, lo que ha hallado la ciencia sobre el ayuno y adicionalmente, ilustramos sobre los problemas que causa el comer mucho y la obesidad.

BASE DOCTRINAL Y BÍBLICA

Es una doctrina tradicional de la espiritualidad Cristiana que un componente del arrepentimiento, de alejarse del pecado y volverse a Dios, incluye alguna forma de penitencia, sin la cual al Cristiano le es difícil permanecer en el camino angosto y ser salvado

Ver: Jer 18:11, 25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt 3:2; Mt 4:17; He 2:38

Cristo mismo dijo que sus discípulos ayunarían una vez que El partiera (Lc 5:35).

Algunos le dijeron: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y rezan sus oraciones, y lo mismo hacen los discípulos de los fariseos, mientras que los tuyos comen y beben.» Jesús les respondió: «Ustedes no pueden obligar a los compañeros del novio a que ayunen mientras el novio está con ellos. Llegará el momento en que les será quitado el novio, y entonces ayunarán (Lc 5:33-35)

La ley general de la penitencia, por ello, es parte de la ley de Dios para el hombre.

FORMAS DE PENITENCIA

La Iglesia por su parte ha especificado ciertas formas de penitencia, para asegurarse de que los Católicos hagan algo, como lo requiere la ley divina, y a la vez hacerle más fácil al Católico cumplir la obligación. El Código de Derecho Canónico de 1983 especifíca las obligaciones de los Católicos de Rito Latino (Los Católicos de Rito Oriental tienen sus propias prácticas penitenciales como se especifica en el Código Canónico de las Iglesias Orientales).

Canon 1250 En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma.

Canon 1251 Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo.

Canon 1252 La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia.

Canon 1253 La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad.

La Iglesia tiene por lo tanto, dos formas oficiales de prácticas penitenciales (tres si se incluye el ayuno Eucarístico de una hora antes de la Comunión).

ABSTINENCIA

La ley de abstinencia exige a un Católico de 14 años de edad y hasta su muerte, a abstenerse de comer carne los Viernes en honor a la Pasión de Jesús el Viernes Santo.

La carne es considerada carne y órganos de mamíferos y aves de corral. También se encuentran prohibidas las sopas y cremas de ellos. Peces de mar y de agua dulce, anfibios, reptiles y mariscos son permitidos, así como productos derivados de animales como margarina y gelatina sin sabor a carne.

DEPENDE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

Los Viernes fuera de Cuaresma, la Conferencia de Obispos de USA obtuvo permiso de la Santa Sede para que los Católicos en los Estados Unidos pudieran sustituir esta penitencia por un acto de caridad o algún otro de su propia escogencia. Ellos deben llevar a cabo alguna práctica de caridad o penitencia en estos Viernes.

Para la mayoría de las personas la práctica más sencilla para cumplir con constancia, sería la tradicional de abstenerse de comer carne todos los Viernes del año. En Cuaresma la abstinencia de comer carne los Viernes es obligatoria en Estados Unidos así como en otro lugar.

AYUNO

La ley de ayuno requiere que el Católico desde los 18 hasta los 59 años reduzca la cantidad de comida usual.

La Iglesia define esto como una comida más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la comida principal en cantidad.

Este ayuno es obligatorio el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo. El ayuno se rompe si se come entre comidas o se toma algún líquido que es considerado comida (batidos, pero no leche). Bebidas alcoholicas no rompen el ayuno; pero parecieran contrarias al espíritu de hacer penitencia.

LOS EXCLUIDOS DEL AYUNO Y LA ABSTINENCIA

Aparte de los ya excluidos por su edad, aquellos que tienen problemas mentales, los enfermos, los frágiles, mujeres en estado o que alimentan a los bebés de acuerdo a la alimentación que necesitan para criar, obreros de acuerdo a su necesidad, invitados a comidas que no pueden excusarse sin ofender gravemente causando enemistad u otras situaciones morales o imposibilidad física de mantener el ayuno.

Aparte de estos requisitos mínimos penitenciales, los Católicos son motivados a imponerse algunas penitencias personales a sí mismos en ciertas oportunidades. Pueden ser modeladas basadas en la penitencia y el ayuno.

Una persona puede por ejemplo, aumentar el número de días de la abstención. Algunas personas dejan completamente de comer carne por motivos religiosos (en oposición de aquellos que lo hacen por razones de salud u otros). Algunas ordenes religiosas nunca comen carne. Igualmente, uno pudiera hacer más ayuno que el requerido.

La Iglesia primitiva practicaba el ayuno los Miércoles y Sábados.

Este ayuno podía ser igual a la ley de la Iglesia (una comida más otras dos pequeñas) o aún más estricto, como pan y agua.

 Este ayuno libremente escogido puede consistir en abstenerse de algo que a uno le gusta- dulces, refrescos, cigarillo, ese cocktail antes de la cena etc. Esto se le deja a cada individuo.

EL SENTIDO DE LA VOLUNTAD DE DIOS

Una consideración final. Antes que nada estamos obligados a cumplir con nuestras obligaciones en la vida.

Cualquier abstención que nos impida seriamente llevar adelante nuestro trabajo como estudiantes, empleados o parientes serían contrarias a la voluntad de Dios.

ARTÍCULOS DE INTERÉS SOBRE EL TEMA

Ayuno y Abstinencia En La Cuaresma

Origen de la Cuaresma y el ayuno

Con que virtudes combatimos los vicios caminando hacia la Pascua

Sobrenaturalidad

El fenómeno sobrenatural del Ayuno Absoluto (Inedia) y la santificación

Cómo deshacerse de los malos espíritus, demonios y fantasmas

La Ciencia

La ciencia reconoce que el ayuno tiene buenos beneficios para la salud

El ayuno intermitente, como recomienda la Virgen María, es clave para la longevidad

La Virgen María Pide Ayuno

La vidente Marija de Medjugorje explica el ayuno que está pidiendo la Virgen María

El Ayuno En La Oración

Oración, Ayuno y Misericordia son Inseparables 

Adicional: Los Problemas De Exceso De Comida

El exceso de comida causa más muertos en el mundo que la escasez de alimentos

Proponen combatir la obesidad estigmatizando a los gordos

Dos generaciones más adelante se produce obesidad por contaminación de plásticos y pesticidas

Fuentes: EWTN, Signos de estos Tiempos

Haga click para ver las otras noticias

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:
Categories
DEVOCIONES Y ORACIONES

Via Lucis

El Via Lucis, «camino de la luz» es una devoción reciente que puede complementar la del Via Crucis. En ella se recorren catorce estaciones con Cristo triunfante desde la Resurrección a Pentecostés, siguiendo los relatos evangélicos. Incluímos también la venida del Espíritu Santo porque, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «El día de Pentecostés, al término de las siete semanas pascuales, la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina» (n.731).

La devoción del Via Lucis se recomienda en el Tiempo Pascual y todos los domingos del año que están muy estrechamente vinculados a Cristo resucitado.

CÓMO REZAR EL VIA LUCIS

Para rezar el Via Lucis, en que compartimos con Jesús la alegría de su Resurrección, proponemos un esquema similar al que utilizamos para rezar el Via Crucis:

»  Enunciado de la estación;

»  Presentación o monición que encuadra la escena;

»  Texto evangélico correspondiente, con la cita de los lugares paralelos (en las dos últimas estaciones hemos tomado el texto de los Hechos de los Apóstoles);

»  Oración que pretende tener un tono de súplica

Si se desea, después del enunciado de cada una de las estaciones, se puede decir:

V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
R/ Como anunciaron las Escrituras. Aleluya.
V/ Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R/ Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN PREPARATORIA

Señor Jesús, con tu Resurrección triunfaste sobre la muerte y vives para siempre comunicándonos la vida, la alegría, la esperanza firme.

Tú que fortaleciste la fe de los apóstoles,
de las mujeres y de tus discípulos enseñándolos a amar con obras, fortalece también nuestro espíritu vacilante,para que nos entreguemos de lleno a Ti.

Queremos compartir contigo y con tu Madre Santísima la alegría de tu Resurrección gloriosa.

Tú que nos has abierto el camino hacia el Padre, haz que, iluminados por el Espíritu Santo, gocemos un día de la gloria eterna.

PRIMERA ESTACIÓN.
¡CRISTO VIVE!: ¡HA RESUCITADO!

En la ciudad santa, Jerusalén, la noche va dejando paso al Primer Día de la semana. Es un amanecer glorioso, de alegría desbordante, porque Cristo ha vencido definitivamente a la muerte. ¡Cristo vive! ¡Aleluya!

Del Evangelio según San Mateo 28, 1-7. (cf. Mc 16, 1-8; Lc, 24, 1-9; Jn 20, 1-2).

Comentario

En los sepulcros suele poner «aquí yace», en cambio en el de Jesús el epitafio no estaba escrito sino que lo dijeron los ángeles: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado» (Lc 24, 5-6).

Cuando todo parece que está acabado, cuando la muerte parece haber dicho la última palabra, hay que proclamar llenos de gozo que Cristo vive, porque ha resucitado. Esa es la gran noticia, la gran verdad que da consistencia a nuestra fe, que llena de una alegría desbordante nuestra vida, y que se entrega a todos: «hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Noticia» (1 Pe 4, 6), porque Jesús abrió las puertas del cielo a los justos que murieron antes que Él.

Cristo, que ha querido redimirnos dejándose clavar en un madero, entregándose plenamente por amor, ha vencido a la muerte. Su muerte redentora nos ha liberado del pecado, y ahora su resurrección gloriosa nos ha abierto el camino hacia el Padre.

Oración

Señor Jesús, hemos querido seguirte en los momentos difíciles de tu Pasión y Muerte, sin avergonzarnos de tu cruz redentora. Ahora queremos vivir contigo la verdadera alegría, la alegría que brota de un corazón enamorado y entregado, la alegría de la resurrección. Pero enséñanos a no huir de la cruz, porque antes del triunfo suele estar la tribulación. Y sólo tomando tu cruz podremos llenarnos de ese gozo que nunca acaba.

SEGUNDA ESTACIÓN.
EL ENCUENTRO CON MARÍA MAGDALENA.

María Magdalena, va al frente de las mujeres que se dirigen al sepulcro para terminar de embalsamar el cuerpo de Jesús. Llora su ausencia porque ama, pero Jesús no se deja ganar en generosidad y sale a su encuentro.

Del Evangelio según San Juan 20, 10-18 (cf. Mc 16, 9-11; Mt 28, 9-10).

Comentario

La Magdalena ama a Jesús, con un amor limpio y grande. Su amor está hecho de fortaleza y eficacia, como el de tantas mujeres que saben hacer de él entrega. María ha buscado al Maestro y la respuesta no se ha hecho esperar: el Señor reconoce su cariño sin fisuras, y pronuncia su nombre. Cristo nos llama por nuestros nombres, personalmente, porque nos ama a cada uno. Y a veces se oculta bajo la apariencia del hortelano, o de tantos hombres o mujeres que pasan, sin que nos demos cuenta, a nuestro lado.

María Magdalena, una mujer, se va a convertir en la primera mensajera de la Resurrección: recibe el dulce encargo de anunciar a los apóstoles que Cristo ha resucitado.

Oración

Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, la tradición cristiana nos dice que la primera visita de tu Hijo resucitado fue a ti, no para fortalecer tu fe, que en ningún momento había decaído, sino para compartir contigo la alegría del triunfo. Nosotros te queremos pedir que, como María Magdalena, seamos testigos y mensajeros de la Resurrección de Jesucristo, viviendo contigo el gozo de no separarnos nunca del Señor.

TERCERA ESTACIÓN.
JESÚS SE APARECE A LAS MUJERES

Las mujeres se ven desbordadas por los hechos: el sepulcro está vacío y un ángel les anuncia que Cristo vive. Y les hace un encargo: anunciadlo a los apóstoles. Pero la mayor alegría es ver a Jesús, que sale a su encuentro.

Del Evangelio según San Mateo 28, 8-10.

Comentario

Las mujeres son las primeras en reaccionar ante la muerte de Jesús. Y obran con diligencia: su cariño es tan auténtico que no repara en respetos humanos, en el qué dirán. Cuando embalsamaron el cuerpo de Jesús lo tuvieron que hacer tan rápidamente que no pudieron terminar ese piadoso servicio al Maestro. Por eso, como han aprendido a querer, a hacer las cosas hasta el final, van a acabar su trabajo. Son valientes y generosas, porque aman con obras. Han echado fuera el sueño y la pereza y, antes de despuntar el día, ya se encaminan hacia el sepulcro. Hay dificultades objetivas: los soldados, la pesada piedra que cubre la estancia donde está colocado el Señor. Pero ellas no se asustan porque saben poner todo en manos de Dios.

Oración

Señor Jesús, danos la valentía de aquellas mujeres, su fortaleza interior para hacer frente a cualquier obstáculo. Que, a pesar de las dificultades, interiores o exteriores, sepamos confiar y no nos dejemos vencer por la tristeza o el desaliento, que nuestro único móvil sea el amor, el ponernos a tu servicio porque, como aquellas mujeres, y las buenas mujeres de todos los tiempos, queremos estar, desde el silencio, al servicio de los demás.

CUARTA ESTACIÓN.
LOS SOLDADOS CUSTODIAN EL SEPULCRO DE CRISTO

Para ratificar la resurrección de Cristo, Dios permitió que hubiera unos testigos especiales: los soldados puestos por los príncipes de los sacerdotes, precisamente para evitar que hubiera un engaño.

Del Evangelio según San Mateo 28, 11-15.

Comentario

Los enemigos de Cristo quisieron cerciorarse de que su cuerpo no pudiera ser robado por sus discípulos y, para ello, aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y montando la guardia. Y son precisamente ellos quienes contaron lo ocurrido. Qué acertado es el comentario de un Padre de la Iglesia cuando dice a los soldados: «Si dormíais ¿por qué sabéis que lo han robado?, y si los habéis visto, ¿por qué no se lo habéis impedido?». Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.

En lugar de creer, los sumos sacerdotes y los ancianos quieren ocultar el acontecimiento de la Resurrección y, con dinero, compran a los soldados, porque la verdad no les interesa cuando es contraria a lo que ellos piensan.

Oración

Señor Jesús, danos la limpieza de corazón y la claridad de mente para reconocer la verdad. Que nunca negociemos con la ella para ocultar nuestras flaquezas, nuestra falta de entrega, que nunca sirvamos a la mentira, para sacar adelante nuestros intereses. Que te reconozcamos, Señor, como la Verdad de nuestra vida.

QUINTA ESTACIÓN.
PEDRO Y JUAN CONTEMPLAN EL SEPULCRO VACÍO

Los apóstoles han recibido con desconfianza la noticia que les han dado las mujeres. Están confusos, pero el amor puede más. Por eso Pedro y Juan se acercan al sepulcro con la rapidez de su esperanza.

Del Evangelio según San Juan 20, 3-10 (cf. Lc 24, 12).

Comentario

Pedro y Juan son los primeros apóstoles en ir al sepulcro. Han llegado corriendo, con el alma esperanzada y el corazón latiendo fuerte. Y comprueban que todo es como les han dicho las mujeres. Hasta los más pequeños detalles de cómo estaba el sudario quedan grabados en su interior, y reflejados en la Escritura. Cristo ha vencido a la muerte, y no es una vana ilusión: es un hecho de la historia, que va a cambiar la historia. Después de este hecho, el Señor saldría al encuentro de Pedro, como expresión de la delicadeza de su amor; y así, el que llegaría a ser Cabeza de los Apóstoles, y tendría que confirmarlos en la fe, recibió una visita personal de Jesús. Así nos lo cuenta Pablo y Lucas: «[Cristo] se apareció a Cefas y luego a los Doce» (1 Cor 15, 5; cf. Lc 24, 34).

Oración

Señor Jesús, también nosotros como Pedro y Juan, necesitamos encaminarnos hacia Ti, sin dejarlo para después. Por eso te pedimos ese impulso interior para responder con prontitud a lo que puedas querer de nosotros. Que sepamos escuchar a los que nos hablan en tu nombre para que corramos con esperanza a buscarte.

SEXTA ESTACIÓN.
JESÚS EN EL CENÁCULO MUESTRA SUS LLAGAS A LOS APÓSTOLES

Los discípulos están en el Cenáculo, el lugar donde fue la Última Cena. Temerosos y desesperanzados, comentan los sucesos ocurridos. Es entonces cuando Jesús se presenta en medio de ellos, y el miedo da paso a la paz.

Del Evangelio según San Lucas 24, 36-43 (cf. Mc 16, 14-18; Jn, 20, 19-23).

Comentario

Cristo resucitado es el mismo Jesús que nació en Belén y trabajó durante años en Nazaret, el mismo que recorrió los caminos de Palestina predicando y haciendo milagros, el mismo que lavó los pies a sus discípulos y se entregó a sus enemigos para morir en la Cruz. Jesucristo, el Señor que es verdadero Dios y hombre verdadero. Pero los apóstoles apenas pueden creerlo: están asustados, temerosos de correr su misma suerte. Es entonces cuando se presenta en medio de ellos, y les muestra sus llagas como trofeo, la señal de su victoria sobre la muerte y el pecado. Con ellas nos ha rescatado. Han sido el precio de nuestra redención. No es un fantasma. Es verdaderamente el mismo Jesús que los eligió como amigos, y ahora come con ellos. El Señor, que se ha encarnado por nosotros, nos quiere mostrar, aún más explícitamente, que la materia no es algo malo, sino que ha sido transformada porque Jesús la ha asumido.

Oración

Señor Jesús, danos la fe y la confianza para descubrirte en todo momento, incluso cuando no te esperamos. Que seas para nosotros no una figura lejana que existió en la historia, sino que, vivo y presente entre nosotros, ilumines nuestro camino en esta vida y, después, transformes nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el tuyo.

SÉPTIMA ESTACIÓN.
EN EL CAMINO DE EMAÚS

Esa misma tarde dos discípulos vuelven desilusionados a sus casas. Pero un caminante les devuelve esperanza. Sus corazones vibran de gozo con su compañía, sin embargo sólo se les abren los ojos al verlo partir el pan.

Del Evangelio según San Lucas 24, 13-32

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús (…). Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo (…) Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, Él les hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron diciendo: «Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos.

Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»

(cf. Mc 16, 12-13)

Comentario

Los de Emaús se iban tristes y desesperanzados: como tantos hombres y mujeres que ven con perplejidad cómo las cosas no salen según habían previsto. No acaban de confiar en el Señor. Sin embargo Cristo «se viste de caminante» para iluminar sus pasos decepcionados, para recuperar su esperanza. Y mientras les explica las Escrituras, su corazón, sin terminar de entender, se llena de luz, «arde» de fe, alegría y amor. Hasta que, puestos a la mesa, Jesús parte el pan y se les abren la mente y el corazón. Y descubren que era el Señor. Nosotros comprendemos con ellos que Jesús nos va acompañando en nuestro camino diario para encaminarnos a la Eucaristía: para escuchar su Palabra y compartir el Pan.

Oración

Señor Jesús, ¡cuántas veces estamos de vuelta de todo y de todos! ¡tantas veces estamos desengañados y tristes! Ayúdanos a descubrirte en el camino de la vida, en la lectura de tu Palabra y en la celebración de la Eucaristía, donde te ofreces a nosotros como alimento cotidiano. Que siempre nos lleve a Ti, Señor, un deseo ardiente de encontrarte también en los hermanos.

OCTAVA ESTACIÓN.
JESÚS DA A LOS APÓSTOLES EL PODER DE PERDONAR LOS PECADOS.

Jesús se presenta ante sus discípulos. Y el temor de un primer momento da paso a la alegría. Va a ser entonces cuando el Señor les dará el poder de perdonar los pecados, de ofrecer a los hombres la misericordia de Dios.

Del Evangelio según San Juan 20, 19-23 (cf. Mc 16, 14; Lc 24, 36-45).

Comentario

Los apóstoles no han terminado de entender lo que ha ocurrido en estos días, pero eso no importa ahora, porque Cristo está otra vez junto a ellos. Vuelven a vivir la intimidad del amor, la cercanía del Maestro. Las puertas están cerradas por el miedo, y Él les va a ayudar a abrir de par en par su corazón para acoger a todo hombre. Durante la Última Cena les dio el poder de renovar su entrega por amor: el poder de celebrar el sacrificio de la Eucaristía. En estos momentos, les hace partícipes de la misericordia de Dios: el poder de perdonar los pecados. Los apóstoles, y con ellos todos los sacerdotes, han acogido este regalo precioso que Dios otorga al hombre: la capacidad de volver a la amistad con Dios después de haberlo abandonado por el pecado, la reconciliación.

Oración

Señor Jesús, que sepamos descubrir en los sacerdotes otros Cristos, porque has hecho de ellos los dispensadores de los misterios de Dios. Y, cuando nos alejemos de Ti por el pecado, ayúdanos a sentir la alegría profunda de tu misericordia en el sacramento de la Penitencia. Porque la Penitencia limpia el alma, devolviéndonos tu amistad, nos reconcilia con la Iglesia y nos ofrece la paz y serenidad de conciencia para reemprender con fuerza el combate cristiano.

NOVENA ESTACIÓN.
JESÚS FORTALECE LA FE DE TOMÁS

Tomás no estaba con los demás apóstoles en el primer encuentro con Jesús resucitado. Ellos le han contado su experiencia gozosa, pero no se ha dejado convencer. Por eso el Señor, ahora se dirige a él para confirmar su fe.

Del Evangelio según San Juan 20, 26-29

Comentario

Tomás no se deja convencer por las palabras, por el testimonio de los demás apóstoles, y busca los hechos: ver y tocar. Jesús, que conoce tan íntimamente nuestro corazón, busca recuperar esa confianza que parece perdida. La fe es una gracia de Dios que nos lleva reconocerlo como Señor, que mueve nuestro corazón hacia Él, que nos abre los ojos del espíritu. La fe supera nuestras capacidades pero no es irracional, ni algo que se imponga contra nuestra libertad: es más bien una luz que ilumina nuestra existencia y nos ayuda y fortalece para reconocer la verdad y aprender a amarla. ¡Qué importante es estar pegados a Cristo, aunque no lo sintamos cerca, aunque no lo toquemos, aunque no lo veamos!

Oración

Señor Jesús, auméntanos la fe, la esperanza y el amor. Danos una fe fuerte y firme, llena de confianza. Te pedimos la humildad de creer sin ver, de esperar contra toda esperanza y de amar sin medida, con un corazón grande. Como dijiste al apóstol Tomás, queremos, aún sin ver, rendir nuestro juicio y abrazarnos con firmeza a tu palabra y al magisterio de la Iglesia que has instituido, para que tu Pueblo permanezca en la verdad que libera.

DÉCIMA ESTACIÓN.
JESÚS RESUCITADO EN EL LAGO DE GALILEA

Los apóstoles han vuelto a su trabajo: a la pesca. Durante toda la noche se han esforzado, sin conseguir nada. Desde la orilla Jesús les invita a empezar de nuevo. Y la obediencia les otorga una muchedumbre de peces.

Del Evangelio según San Juan 21, 1-6a

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la rea a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor».

Comentario

En los momentos de incertidumbre, los apóstoles se unen en el trabajo con Pedro. La barca de Pedro, el pescador de Galilea, es imagen de la Iglesia, cuyos miembros, a lo largo de la historia están llamados a poner por obra el mandato del Señor: «seréis pescadores de hombres». Pero no vale únicamente el esfuerzo humano, hay que contar con el Señor, fiándonos de su palabra, y echar las redes. En las circunstancias difíciles, cuando parece que humanamente se ha puesto todo por nuestra parte, es el momento de la confianza en Dios, de la fidelidad a la Iglesia, a su doctrina. El apostolado, la extensión del Reino, es fruto de la gracia de Dios y del esfuerzo y docilidad del hombre. Pero hay que saber descubrir a Jesús en la orilla, con esa mirada que afina el amor. Y Él nos premiará con frutos abundantes.

Oración

Señor Jesús, haz que nos sintamos orgullosos de estar subidos en la barca de Pedro, en la Iglesia. Que aprendamos a amarla y respetarla como madre. Enséñanos, Señor, a apoyarnos no sólo en nosotros mismos y en nuestra actividad, sino sobre todo en Ti. Que nunca te perdamos de vista, y sigamos siempre tus indicaciones, aunque nos parezcan difíciles o absurdas, porque sólo así recogeremos frutos abundantes que serán tuyos, no nuestros.

UNDÉCIMA ESTACIÓN.
JESÚS CONFIRMA A PEDRO EN EL AMOR

Jesús ha cogido aparte a Pedro porque quiere preguntarle por su amor. Quiere ponerlo al frente de la naciente Iglesia. Pedro, pescador de Galilea, va a convertirse en el Pastor de los que siguen al Señor.

Del Evangelio según San Juan 21, 15-19.

Comentario

Pedro, el impulsivo, el fogoso, queda a solas con el Señor. Y se siente avergonzado porque le ha fallado cuando más lo necesitaba. Pero Jesús no le reprocha su cobardía: el amor es más grande que todas nuestras miserias. Le lleva por el camino de renovar el amor, de recomenzar, porque nunca hay nada perdido. Las tres preguntas de Jesús son la mejor prueba de que Él sí es fiel a sus promesas, de que nunca abandona a los suyos: siempre está abierta, de par en par, la puerta de la esperanza para quien sabe amar. La respuesta de Cristo, Buen Pastor, es ponerle a él y a sus Sucesores al frente de la naciente Iglesia, para pastorear al Pueblo de Dios con la solicitud de un padre, de un maestro, de un hermano, de un servidor. Así, Pedro, el primer Papa, y luego sus sucesores son «el Siervo de los siervos de Dios».

Oración

Señor Jesús, que sepamos reaccionar antes nuestros pecados, que son traiciones a tu amistad, y volvamos a Ti respondiendo al amor con amor. Ayúdanos a estar muy unidos al sucesor de Pedro, al Santo Padre el Papa, con el apoyo eficaz que da la obediencia, porque es garantía de la unidad de la Iglesia y de la fidelidad al Evangelio.

DUODÉCIMA ESTACIÓN.
LA DESPEDIDA: JESÚS ENCARGA SU MISIÓN A LOS APÓSTOLES

Antes de dejar a sus discípulos el Señor les hace el encargo apostólico: la tarea de extender el Reino de Dios por todo el mundo, de hacer llegar a todos los rincones la Buena Noticia.

Del Evangelio según San Mateo 28, 16-20. cf. Lc 24, 44-48.

Comentario

Los últimos días de Jesús en la tierra junto a sus discípulos debieron quedar muy grabados en sus mentes y en sus corazones. La intimidad de la amistad se ha ido concretando con la cercanía del resucitado, que les ha ayudado a saborear estos últimos instantes con Él. Pero el Señor pone en su horizonte toda la tarea que tienen por delante: «Id al mundo entero…». Ese es su testamento: hay que ponerse en camino para llevar a todos el mensaje que han visto y oído. Están por delante las tres grandes tareas de todo apóstol, de todo cristiano: predicar, hablar de Dios para que la gente crea; bautizar, hacer que las personas lleguen a ser hijos de Dios, que celebren los sacramentos; y vivir según el Evangelio, para parecerse cada día más a Jesús, el Maestro, el Señor.

Oración

Señor Jesús, que llenaste de esperanza a los apóstoles con el dulce mandato de predicar la Buena Nueva, dilata nuestro corazón para que crezca en nosotros el deseo de llevar al mundo, a cada hombre, a todo hombre, la alegría de tu Resurrección, para que así el mundo crea, y creyendo sea transformado a tu imagen.

DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN.
JESÚS ASCIENDE AL CIELO

Cumplida su misión entre los hombres, Jesús asciende al cielo. Ha salido del Padre, ahora vuelve al Padre y está sentado a su derecha. Cristo glorioso está en el cielo, y desde allí habrá de venir como Juez de vivos y muertos.

De los Hechos de los Apóstoles 1, 9-11 (cf. Mc 16, 19-20; Lc 24, 50-53).

Comentario

Todos se han reunido para la despedida del Maestro. Sienten el dolor de la separación, pero el Señor les ha llenado de esperanza. Una esperanza firme: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Por eso los ángeles les sacan de esos primeros instantes de desconcierto, de «mirar al cielo». Es el momento de ponerse a trabajar, de emplearse a fondo para llevar el mensaje de alegría, la Buena Noticia, hasta los confines del mundo, porque contamos con la compañía de Jesús, que no nos abandona. Y no podemos perder un instante, porque el tiempo no es nuestro, sino de Dios, para quemarlo en su servicio.

Jesucristo ha querido ir por delante de nosotros, para que vivamos con la ardiente esperanza de acompañarlo un día en su Reino. Y está sentado a la derecha del Padre, hasta que vuelva al final de los tiempos.

Oración

Señor Jesús, tu ascensión al cielo nos anuncia la gloria futura que has destinado para los que te aman. Haz, Señor, que la esperanza del cielo nos ayude a trabajar sin descanso aquí en la tierra. Que no permanezcamos nunca de brazos cruzados, sino que hagamos de nuestra vida una siembra continua de paz y de alegría.

DÉCIMOCUARTA ESTACIÓN.
LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO EN PENTECOSTÉS

La promesa firme que Jesús ha hecho a sus discípulos es la de enviarles un Consolador. Cincuenta días después de la Resurrección, el Espíritu Santo se derrama sobre la Iglesia naciente para fortalecerla, confirmarla, santificarla.

De los Hechos de los Apóstoles 2, 1-4

Comentario

Jesús, el Hijo de Dios, está ya en el cielo, pero ha prometido a sus amigos que no quedarán solos. Y fiel a la promesa, el Padre, por la oración de Jesús, envía al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Muy pegados a la Virgen, Madre de la Iglesia, reciben el Espíri tu Santo. Él es el que llena de luz la mente y de fuego el corazón de los discípulos para darles la fuerza y el impulso para predicar el Reino de Dios. Queda inaugurado el «tiempo de la Iglesia». A partir de este momento la Iglesia, que somos todos los bautizados, está en peregrinación por este mundo. El Espíritu Santo la guía a lo largo de la historia de la humanidad, pero también a lo largo de la propia historia personal de cada uno, hasta que un día participemos del gozo junto a Dios en el cielo.

Oración

Dios Espíritu Santo, Dulce Huésped del alma, Consolador y Santificador nuestro, inflama nuestro corazón, llena de luz nuestra mente para que te tratemos cada vez más y te conozcamos mejor. Derrama sobre nosotros el fuego de tu amor para que, transformados por tu fuerza, te pongamos en la entraña de nuestro ser y de nuestro obrar, y todo lo hagamos bajo tu impulso.

ORACIÓN FINAL

Señor y Dios nuestro,
fuente de alegría y de esperanza,
hemos vivido con tu Hijo los acontecimientos de su Resurrección y Ascensión hasta la venida del Espíritu Santo;
haz que la contemplación de estos misterios nos llene de tu gracia y nos capacite
para dar testimonio de Jesucristo
en medio del mundo.

Te pedimos por tu Santa Iglesia:
que sea fiel reflejo
de las huellas de Cristo en la historia y que, llena del Espíritu Santo,
manifieste al mundo los tesoros de tu amor,
santifique a tus fieles con los sacramentos y haga partícipes a todos los hombres
de la resurrección eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Fuente: Manuel Martín, Alfonso Sánchez-Rey, J. Javier Romera en archimadrid.com



Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis:



Categories
A la Resurrección de Jesús DEVOCIONES Y ORACIONES

Oraciones de Domingo de Resurrección

ORACIÓN I

¡Oh Alto y Glorioso Dios!
Mi vida es como una vidriera
iluminada por tu GRACIA multicolor.

Tú me has RESUCITADO
con Cristo, el Señor,
¡Aleluya!
Mi vida está con Él
escondida en Tí,
¡Aleluya!
Has sellado tu Alianza
de Amor y Vida conmigo,
¡Aleluya!
Nada podrá separarme jamás
de tu Amor,
¡Aleluya!
Hazme testigo fiel
de la Resurrección del Señor Jesús,
¡Aleluya!

Padre, renueva en mí tu Alianza
con el fruto de tu ALEGRÍA.

Texto: Hermanas clarisas de Huesca

 

ORACIÓN II

Te bendecimos, Señor, a ti que eres nuestra luz,
y te pedimos que este domingo que ahora empezamos
transcurra todo él consagrado a tu alabanza.

Tú que por la resurrección de tu Hijo quisiste iluminar el mundo,
haz que tu Iglesia difunda entre todos los hombres la alegría
pascual.

Tú que por el Espíritu de la verdad adoctrinaste a los discípulos de
tu Hijo,
envía este mismo Espíritu a tu Iglesia para que permanezca
siempre fiel a ti.

Tú que eres luz para todos los hombres, acuérdate de los que viven
aún en las tinieblas
y abre los ojos de su mente para que te reconozcan a ti, único
Dios verdadero.
Amen.

 

ORACIÓN III

Amaneció tu día, Señor,
y la esperanza
despunta otra vez
en cada corazón
como ansia apasionada
de vivir.

Tocan al vuelo las campanas,
todo es ya alegría,
un canto nuevo
se escucha en la armonía
de la Creación entera.

Si Tú vives, Señor,
si ya has vencido la muerte
que destruye nuestro ser;
ya podemos Señor,
vivir contigo
en un reino que no se acabará
ya tenemos el germen de la vida,
ya es nuestra hasta el fin
la eternidad.

 

ORACIÓN IV

Hoy es el sagrado día de pascua en que Jesús venciendo a la muerte
volvió a la vida para que nosotros tuviéramos VIDA en abundancia.

Como corresponde a una familia cristiana, imploremos la bendición divina.
sobre nuestra familia y nuestra casa
(digamos después de cada invocación)
«Bendícenos Señor porque somos tus hijos»

– Porque con la resurrección de Jesús venciste la muerte para siempre…
– Porque sellaste una alianza de amor con todo tu pueblo…
– Porque nos liberaste de la esclavitud del pecado…
– Porque nos diste la gracia de ser una familia cristiana…
– Porque prometiste a quienes te son fieles bendecir a los hijos de sus hijos…
– Porque nos das la oportunidad de renovar nuestras vidas en esta pascua…
– Porque nos permites ganar nuestro pan y nos colmas de tus bienes…
– Porque nos reanimas con tu ayuda en medio de las dificultades…
– Porque un día nos reunirás con los seres queridos en la mesa celestial…
¡JESUS resucitó! Amén.

 

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis: