Un hombre, enfermo, hacía treinta y ocho años que estaba junto a la piscina Betzatá, esperando entrar en la piscina cuando las aguas se moviesen y ser curado.
«Jesús, lo vio echado y, sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres curarte? El enfermo le respondió: Señor, no tengo a nadie que, al agitarse el agua, me meta en la piscina». (Jn. 5, 6-7)
¡Cuantos enfermos, hoy día, podrían repetir a Jesús la misma queja! El enfermo, más que nadie, necesita que le ayuden a encontrar a Jesús, que es quien sana. El ministerio de sanación responde a esta llamada y a esta necesidad.
Este ministerio no es fácil ni es apto para todos; se necesitan ciertas «aptitudes», conforme a los carismas que Dios distribuye para que sirvamos a la comunidad. El Señor necesita de personas que, llenas de la misericordia y la compasión de Jesús, se entreguen a los más necesitados, siendo canales abiertos del amor de Dios. El Señor necesita de personas entregadas que se acerquen a los enfermos y oren por ellos, bien directamente, bien en el más estricto anonimato.
Hay que saber de antemano, que este ministerio conlleva mucha delicadeza y rectitud de criterio y al mismo tiempo saber que no siempre es bien entendido y comprendido por los demás. No es de extrañar; también Jesús tuvo mucha oposición cuando lo ejercía y los apóstoles Pedro y Juan fueron perseguidos, arrestados y encarcelados por haber curado a un cojo, en el nombre de Jesús.
«Es muy importante aclarar que una cosa es el ministerio de sanación y otra cosa es el carisma de sanación. El ministerio no es otra cosa que poner en práctica el carisma. Por el bautismo todos tenemos este don. El Señor Jesús dijo: Todo el que crea en mí, imponga las manos sobre los enfermos y se sanarán. (Mc. 16,18)
Sin embargo no todos tenemos el ministerio. San Pablo dice:
Dios ha dado cargos especiales a algunos en la Iglesia: en primer lugar, los apóstoles… después los que sanan enfermos… ¿tienen todos poder para sanar enfermos? (1 Cor. 18, 30).» (P. Darío Betancourt. Seminario de Sanación)
¿Quiénes pueden ejercer el ministerio de sanación?. Los sacerdotes y médicos tienen el carisma de sanación en plenitud y sin límites. Los laicos lo tienen limitado.
Los esposos lo tienen con fuerza especial, el uno para el otro, y al mismo tiempo para sus hijos y familia. Los laicos pueden ejercitarlo también para ciertos casos, siempre que sean discernidos por los pastores y confirmados por la comunidad. Pueden darse casos de laicos a quienes Dios llama al ejercicio de la sanación en plenitud y sin límites; éstos no son mucho.
Otro punto muy importante del ministerio de sanación lo tenemos en la Palabra de Dios, en la parábola del Samaritano. Un hombre está gravemente herido y abandonado. Un sacerdote lo vio, y pasó de largo. Un levita lo vio, y pasó de largo. Un samaritano lo vio, y se conmovió sin mirar la clase y condición del herido. Pero el samaritano no se queda en la mera compasión; él actúa en la medida de sus posibilidades y no escatima ni siquiera medios materiales. Pone todo su corazón y se puede afirmar que se da a sí mismo. La parábola es narrada por Jesús y es para nosotros. Toda persona en el ministerio de sanación debe tener la actitud del samaritano; actitud que solo se puede conseguir siendo sensible al sufrimiento ajeno y sintiendo en la propia carne la misericordia y compasión de Jesús hacia los hombres.
Para profundizar en las actitudes que se requieren en el ministerio de sanación creemos muy útil y necesario copiar un resumen de la enseñanza de Philippe Madre en el Seminario de Sanación de San Giovanni Rotondo (1995) y publicado en el nº 41 de la revista Nuevo Pentecostés.
LA SANTIDAD EN EL MINISTERIO DE SANACIÓN
La santidad de vida ayuda al anuncio de salvación y a la intercesión por los enfermos. Hay personas muy heridas que necesitan un encuentro profundo con el médico espiritual santo. Necesitan este encuentro las personas que han sufrido abortos. El acompañamiento a los que van a morir del SIDA exige carismas de sanación y santidad. Estos carismas de sanación con santidad se pueden dar a personas aisladas o a todo un grupo o equipo.
Marta Robin, mujer de Dios, que llevaba en su corazón a la Renovación y a los enfermos, me dijo que había que atreverse a pedir a Dios grandes cosas, porque pronto vendría la hora de Dios para hacer milagros.
El carisma de curación está en la Iglesia. Es un don gratuito, que no santifica al que lo ejerce. Cuando el don se repite va convirtiéndose en ministerio de curación.
La exigencia de la propia santificación es el lugar para vivir este ministerio de curación, – interna o externa -, que está vinculado a nuestra vida y a nuestro crecimiento espiritual y se debe vivir con la sabiduría y el discernimiento de Dios para que tenga más frutos.
Seis puntos de reflexión
1° Punto: Es necesario vivir santamente este ministerio con una vida contemplativa e interiorizada. No hay evangelización que dure si no se funda en un cimiento contemplativo. Hay que tomar tiempo para estar a solas con Dios y escuchar lo que nos dice y a dónde nos llevan las mociones de su Espíritu. Esto es muy importante para la calidad de los ministerios carismáticos, que sin la atención a las mociones del espíritu, decaen.
2° Punto: El que ejerce el ministerio de curación necesita una comunidad de hermanos y hermanas que oren con él.
El carisma no madura en ministerio sin el apoyo de los hermanos en la fe.
3º Punto: Se requiere también en el ministerio de curación el apoyo de la vida sacramental. La Eucaristía y la Reconciliación han de convertirse en celebraciones evangelizadoras de la vida de Jesús, que se nos da y nos santifica.
4° Punto: El que ejerce un ministerio de sanación necesita de un guía espiritual, que le asesore en los momentos de lucha espiritual.
Hay cinco tentaciones principales ligadas al ministerio de sanación:
a) Tentación de orgullo, porque nos atribuimos lo que Dios realiza a través de nuestra acción humana.
b) Tentación de desaliento. Es muy cansado este ministerio, tiene fracasos aparentes y se cae en la tentación de abandonar. Entonces también necesitamos un guía espiritual.
c) Tentación de ejercerdominio espiritual sobre el enfermo, tanto al actuar como médico o como sanador. Hay que respetar al enfermo sin someterlo a nosotros.
d) Tentación de voluntarismo espiritual. Queremos que Dios cure sin atender verdaderamente a lo que Dios quiere hacer en ese momento concreto.
e) Tentación de relación afectiva-emocional con el enfermo. Así, se paraliza la acción primordial de Espíritu Santo y se termina cayendo en una relación afectiva desordenada. La presencia de un guía espiritual ayuda a evitar estas tentaciones .
5° Punto: Vivir en el amor a Jesús y a su Palabra no sólo ayuda a nuestra santidad, sino que fomenta carismas relacionados con el ministerio de sanación.
6° y último Punto: El don de fuerza del Espíritu Santo nos lleva a mayor unión con Jesús; pero también nos fortalece para el combate espiritual en el ministerio de curación. Es importante pasar de la intercesión a la compasión, acogiendo al Espíritu en nosotros para que nos ponga en comunicación con el enfermo, nos haga crecer en el amor y trasmita alivio a los enfermos.
Vivamos, pues santamente el ministerio de sanación.
Se dice que San Francisco Javier enseñó a los niños en India a orar y sanar a los enfermos. Después de haber sido sanados, eran traídos ante él y éste les explicaba lo que había ocurrido. Se dice también que Vicente Ferrer, el dominico, resucitó más gente de la tumba que Jesús. Estas personas no fueron más perfectas de lo que somos nosotros y todos estamos habilitados por el mismo Espíritu Santo que reside dentro de cada uno de nosotros. Se supone que podemos hacer obras más grandes que Jesús, «…pero les digo: el que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago y aún hará cosas mayores» (Jn. 14:12).
“Yo soy la vid, ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada» (Jn. 15:5).
El padre Robert de Grandis, autor de este artículo, dice: las siguientes son unas guías que a veces denomino «mandamientos». Pueden ser de utilidad en tus esfuerzos por la sanación de las demás.
1. Cree que Dios, por lo general, quiere que todos los hombres estén sanos, saludables, íntegros en cuerpo, mente y espíritu.
«Cuando Jesús bajó del monte, lo siguió mucha gente. Un leproso vino a arrodillarse delante de él y le dijo: Señor, si quieres, tú puedes limpiarme. Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: ¡Lo quiero, queda limpio! (Mt. 8:1-3). En este pasaje bíblico tomado de la Biblia de Jerusalén hay admiración al final de la contestación dada por Jesús. Por un momento, imagínense el tono de la voz de Jesús diciendo: «Por supuesto, ¿ no se fijaron en lo que les estaba diciendo a las personas allí en el camino? No se fijaron en lo que hice ayer y ahora me preguntan: ¿Quiero sanarlos? Por supuesto que sí. ¡Sanaos!»
Esta historia, tomada del Evangelio, ilustra convincentemente el deseo de Jesús de sanar a todo aquel que viniera a El. Está escrita cuatro veces en los Evangelios: Jesús quería que todo aquel que viniera a El fuera sanado; Mateo 8:16, Mateo 12:15, Lucas 4:40, Lucas 6:19. Las mismas obras que Jesús realizó, las comisionó a sus apóstoles y discípulos. Nunca los envió únicamente a predicar, todo lo contrario. Siempre dijo: «Prediquen la Palabra y sanen al enfermo». En mi opinión, la predicación y la sanación son inseparables.
Jesús dio a sus apóstoles las siguientes instrucciones: No vayan a tierras extranjeras ni entren en ciudades de los samaritanos, sino que primero vayan en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Mientras vayan caminando, proclamen que el Reino de Dios se ha acercado. Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, echen demonios. Den gratuitamente, puesto que recibieron gratuitamente» (Mt 10:5-8). Nuestra misión, hoy día, es como fue la de los apóstoles en su época, convertirnos en seguidores de Jesús. Como católicos hemos aceptado abiertamente la invitación de ser testigos de Jesús, hacer sus obras ahora como El las hubiera hecho, a través del poder del sacramento de la confirmación. Por lo tanto, ahora que tú empiezas a orar por los enfermos y a leer el Nuevo Testamento prestando especial atención a la sanación, puedes preguntarte: ¿Dónde he estado todos estos años? Los Evangelios claramente expresan lo que Jesús dijo: «Prediquen el Evangelio y sanen a los enfermos».
En el libro Sanación de Francis MacNutt hay un capítulo sobre sanación que recomiendo leer a todos. «El mensaje fundamental de la cristiandad: Jesús salva». MacNutt dice que el mensaje del Evangelio es que Jesús salva y los domingos cuando el sacerdote o predicador está en el púlpito, debe predicar precisamente esto. Este simple mensaje puede ser enseñado, bien sea por la palabra hablada o dada, o por la comprensión que la gente derive a través de la sanación. Creo que Jesús concibió ambas cosas.
Cuando Kathryn Kuhlman vino a Mobile, Alabama en 1975, las entradas se agotaron. De hecho, hubo mucha gente que se quedó sin entrar. Por la misma época se presentó también en Mobile otro evangelista, un excelente orador y quien contaba con una enorme campaña publicitaria, pero que no contó con la cantidad de público que fue a escuchar a Kathryn Kuhlman. El único método que utilizó fue el de la predicación mientras que Kathryn usó la predicación y la sanación. Siempre que se han utilizado la predicación y la sanación, los ofrecimientos de Jesús, los auditorios donde se han llevado a cabo las presentaciones no han tenido la capacidad suficiente para albergar a toda la gente que ha querido acudir. Esto ha ocurrido en muchas ocasiones.
En mi propio ministerio tuve la misma experiencia recientemente cuando estaba en unos retiros espirituales en Brasil con sacerdotes, religiosas y laicos. La noticia de que se estaban llevando a cabo unos retiros espirituales de sanación se esparció por todos los vecindarios. Las puertas del lugar donde se desarrollaban los retiros fueron colmadas por personas provenientes de toda la región que querían asistir. ¿Por qué? Porque hay una atracción natural hacia la sanación. Esta atracción fue evidente también en la época de Jesús, cuando leemos que era seguido por multitudes. Todos necesitamos sanación, de una forma o de otra, porque seguimos siendo personas con necesidades.
Algunos teólogos afirman que el Señor no sana a la gente enferma de hoy porque esto era solamente para las personas del siglo primero. Sin embargo, en estas épocas modernas podemos ver claramente como la gente común y corriente tiene, en cierto sentido, un entendimiento más profundo del Señor, y visitan santuarios para hallar sanación, o siguen a predicadores, o acuden a la última aparición de Nuestra Santísima Madre para ser sanados. Personalmente, no tengo nada en contra de tomar un avión para ir a Lourdes, claro que el ochenta por ciento de los cristianos hoy en día no puede costearse este lujo, y la cristiandad no es sólo ese veinte por ciento que puede saltar a un avión e ir a santuarios o a lugares santos. La cristiandad está siempre a disposición de todos los hombres sin importar su raza, y el poder de sanación de Jesucristo está donde haya un cristiano, donde haya una apertura al poder sanador del Señor Jesucristo.
Mi método total de sanación se basa en la idea de que la sanación es «una respuesta a la oración», opinión que ha sido objetada por algunas personas. Otros la ubican en la comunidad. Esto está bien ya que queremos darle importancia a la comunidad. Si podemos creer en el amor que el Señor nos tiene, entonces, El va a actuar a través de nosotros, que somos sus instrumentos, para darnos la respuesta a nuestra oración. Yo creo que Jesús, por lo general, quiere que todos los hombres sean sanados, porque El prometió darnos signos. «Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre(…) pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán (Mc 16:17-18). Este relato bíblico refleja la actitud de Jesús sobre la sanación, fue resaltado, utilizado y vivido entre los primeros cristianos y cuyo poder nos fue dado a nosotros por el Evangelio según San Marcos.
En cada sanación existen cuatro factores: la persona que ora, la persona por la que se ora, la oración que se dice y la fe de la comunidad. Mencionaré aquí brevemente el cuarto factor. ¿Cuánta fe tenemos dentro de la comunidad católica para alcanzar la sanación? Hago siempre énfasis en la fe de la comunidad porque la experiencia me ha mostrado lo importante que es. Por ejemplo, estando en Birmingham, Alabama, una mujer que había pertenecido a la iglesia pentecostal antes de ser católica, me dijo un día algo con respecto a sus experiencias de sanación: «Padre, cada vez que nos enfermábamos, como miembros de la Iglesia pentecostal, acudían los ancianos y el ministro, nos ungían y nos sanaban en cada oportunidad. Nunca supe lo que era ir a donde el doctor. Hacíamos lo que la Biblia indica: El que esté enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia para que rueguen por él, ungiéndolo con aceite en el Nombre del Señor (Stgo. 5:14).
Esta mujer me hizo reflexionar sobre la fe de la comunidad que oró por ella. Concluí lo siguiente: Empezamos a orar por sanación y no nos sorprendamos si nuestras oraciones son contestadas. La comunidad entera, a diario, crece en afirmación y experiencia a medida que extiende la mano y ora por la sanación de los enfermos. La experiencia es supremamente importante ya que la mayoría de nosotros duda como Santo Tomás, y necesitamos ver la sanación para creer. Es triste decirlo, pero no espero que la mayoría de los católicos crean en la sanación sino hasta que la vean debido a la fuerte resistencia que tienen. Ellos la buscan en santuarios, lugares santos, y rezando novenas.
Una de las mejores experiencias de fe en mi vida ha sido la cruzada de Kathryn Kuhlman, en la que fui testigo de 100 sanaciones en Pittsburg. Mi experiencia personal hizo crecer mi fe. Algunas personas están haciendo un seguimiento a estas cruzadas de sanación argumentando que la gente no es en realidad sanada, sino solo aparentemente. A mi modo de ver lo que pasa es que cuando las personas salen de las sesiones de sanación, la fe y el amor retornan a sus comunidades negativas en donde no hay amor, paz o alegría, sino solo rabia, frustración y culpa. Estos últimos síntomas empiezan a aflorar de nuevo y los que habían sanado se enferman de nuevo porque el ambiente donde viven no cambia.
En la cátedra de «oración de sanación», llevada a cabo en Mobile, Alabama, la gente entraba a la cafetería donde se estaban dando las clases, y los que tenían un dolor físico dejaban de sentirlo. Podían sentarse por dos horas en la clase sin experimentar ningún tipo de dolor, sintiéndose maravillosamente, pero cuando abandonaban la cafetería, el dolor regresaba. ¿Por qué? La fe de la comunidad es muy importante en toda el área de sanación y ciertamente uno de los factores primordiales.
«Señor Jesús, sé que deseas que todos te amemos en forma completa y que estemos totalmente bien para que podamos orar y alabar. Permite que el Espíritu Santo se manifieste hoy y que nos enseñe la verdad de que Tú realmente nos quieres saludables en cuerpo, mente y espíritu. Aumenta hoy nuestra fe como comunidad para creer en tu amor sanador».
2. Recibe los sacramentos tan frecuentemente como te sea posible para lograr la sanación.
Nuestro Señor Jesús dio su vida por los hombres de todas las épocas. Para continuar con su trabajo de redención y de santificación a través de los tiempos, dio a la Iglesia los siete sacramentos con el fin de moldearnos, llenarnos, usarnos y fundirnos. Básicamente, gracias a los sacramentos, el hombre se sana.
El teólogo Donald Gelpi S.J., escribió lo siguiente en su libro La piedad pentecostal: «Pero los católicos no pueden redescubrir el propósito de estos sacramentos de manera significativa a menos que estén plenamente convencidos de que estos poseen un don efectivo de sanación. Esto, simplemente, significa que no podemos desechar o desdeñar más la sanación por la fe practicada por muchos de nuestros hermanos no católicos».
Por el contrario, debemos entender su verdadero significado y lugar en la vida de cada comunidad cristiana. Debemos también contemplar el ministerio sacramental de la sanación como una parte integrante de las vocaciones sacerdotales. Y debemos llegar a un entendimiento teológico sólido de la relación entre un ministerio sacramental y un ministerio carismático de la sanación.
Como católicos, el centro de nuestra vida espiritual es la misa, la Eucaristía. Durante la celebración de la misa encontramos oraciones maravillosas para curar la mente, el cuerpo y el espíritu. En la plegaria del Padre Nuestro encontramos una súplica: «Líbranos de todo mal». Ya que el hombre es un todo – cuerpo, mente y espíritu – no susceptible de separación, entiendo que ésta es una solicitud de protección contra el mal físico, psicológico y espiritual.
En la oración que el sacerdote dice a la congregación: «La paz del Señor esté siempre con vosotros», Cristo está presente en su gente. Esto significa repetidamente la paz total del hombre: cuerpo, mente y espíritu. Si alguien tiene un dolor intenso durante la Eucaristía, es difícil entender cómo puede estar en paz y permanecer dispuesto a recibir lo que Jesús le está ofreciendo. La paz es armonía de mente, cuerpo y espíritu que se traduce en tranquilidad. Ciertamente, las personas que se aproximaron a Jesús para ser curados sintieron esta paz dentro de ellas, y las experiencias de los que hoy se encuentran en el ministerio de la sanación tienden a estar de acuerdo con que la sanación le brinda al hombre una sensación de paz no conocida anteriormente. Por consiguiente, la misa es la oportunidad perfecta y natural de acercarse al Señor si se está sufriendo de falta de arreglo interior y se busca la paz del Señor.
La segunda oración antes de la comunión: «Señor Jesucristo, con fe en tu amor y en tu misericordia, como de tu cuerpo y bebo de tu sangre, no me condenes sino dame salud en mente y cuerpo», es una referencia directa a la sanación sin requisitos. Los sacerdotes harían bien en llamar la atención de los fieles. Ciertamente se ayudaría a muchas más personas si llegaran a la Eucaristía con la gran convicción de fe que el Señor Jesucristo las sanará. Si no decimos estas oraciones con un gran convencimiento, perdemos mucho del poder de sanación que nos brinda la misa.
Todos hemos repetido esta oración antes de la sagrada comunión: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». Pero ¿cuántos han reflexionado realmente sobre esta súplica? Esta es una magnífica oportunidad de mostrar al Señor nuestra necesidad de sanación y de esperar que, así como El se entregó por nosotros, nos dé un don menor, como es la sanación total del hombre.
El Reino de Dios está sobre nosotros y en la misa nos damos cuenta de su presencia en forma muy profunda. Este es el momento para los frutos del Reino, uno de ellos es la integridad, la cual debe ser hecha y recibida por el creyente.
Hemos recibido los sacramentos como ayuda para lograr la sanación, Dios tocando al hombre, el hombre tocando a Dios. «Extiende la mano y toca a Dios cuando El pasa», como dice la canción. Esto es lo que ocurre en los sacramentos: Jesús desciende y nos toca. Recíbelos con la confianza de recibir la sanación.
«Señor Jesús, tócanos y sánanos hoy. Renueva dentro de cada uno de nosotros nuestro compromiso de recibir tu amor sanador que nos es dado en los sacramentos».
3. Ora por el enfermo tantas veces como te sea posible.
Aparentemente, entre más oremos con el enfermo, más relajada y profunda se vuelve la oración. Si éste es el caso, es valioso orar por él tantas veces como sea posible. Así como existen barreras a la sanación, el enfermo tiene barreras también y entre más se ore por él, más receptivo se volverá y más barreras se removerán, permitiendo que el amor de Dios fluya libremente.
Generalmente, cuando las familias me traen a sus enfermos, les digo: «Oren por ellos tres veces al día: en la mañana, al mediodía y en la noche. Impongan las manos sobre ellos por lo menos tres veces al día. Oren tantas veces como les sea posible, especialmente por los enfermos que hay en casa ya que se consiguen muchas más cosas de las que se creen mediante la oración». Raras veces oramos demasiado por los enfermos. El peligro está en que oramos muy poco, no lo contrario. Es imperativo que nunca dejemos de orar, sin importar que tanto lo hayamos hecho con nuestros enfermos antes. Jesús es el modelo que debemos seguir ya que El dedicó mucho tiempo de su vida a la oración.
Nosotros mismos estamos recibiendo la sanación cuando oramos por los enfermos. Estamos creciendo en amor, fe y confianza. Este crecimiento, además de justificar nuestra preocupación por la sanación de los enfermos, debe justificar una frecuente oración. Por lo tanto, sea constante y ore por los enfermos tantas veces como le sea posible.
«Señor Jesús, fortalécenos y haznos alcanzar la fe. Pon tus manos sobre los enfermos sabiendo que tu deseo de sanación es más fuerte que el nuestro. Al seguir tu ejemplo, Jesús, ayúdanos a percibir las necesidades de tu pueblo y a ayudar con compasión. Gracias, Jesús».
4. Ten confianza en el amor de Jesús para la sanación del enfermo
Cuando la mayoría de los laicos se ve ante la posibilidad de orar por otras personas para pedir sanación, se sienten temerosas porque se creen carentes de la suficiente fe. La fe personal de la mayoría se vuelve un nudo, incluso la de aquellas personas que han estado orando durante muchos años por los enfermos. El Señor sólo nos pide que tengamos fe como un grano de mostaza. Es aconsejable poner toda nuestra atención en Jesús, haciendo énfasis en el Señor y no en nuestra propia fe. Al poner nuestra fe en el amor de Jesús durante la oración, podemos orar de la siguiente manera: «Señor, tú amas a esta persona. Yo estoy aquí para canalizar tu amor y creo y confío en tu amor». Luego, si es posible, visualice a Jesús allí de pie con sus manos sobre la persona por la que se está orando; pídale a ella que haga también esta visualización. La visualización es muy importante en el ministerio de la sanación porque ayuda a enfocarnos en Jesús y no en la fe suya o en la de la persona por la que se está orando.
El don carismático de la sanación, como yo lo entiendo, es una apertura, una «pasividad» hacia el Señor. No lo puede encender y apagar. Inclusive si usted se siente como un tubo oxidado, el amor del Señor puede fluir a través suyo. El agua cristalina corre por tubos oxidados. Por esto, cuando se les enseña a los niños a orar, ocurren milagros. Los niños no tienen los complejos de los adultos. Hace algunos años, un grupo de misioneros en el África tradujo el Evangelio de San Juan a la lengua nativa del lugar antes de que fueran expulsados por el gobierno. Al regreso de los misioneros años más tarde, estos se quedaron atónitos al ver que los enfermos de las diversas poblaciones estaban sanos. Atribuyeron esto al hecho de que la gente estaba leyendo el Evangelio de San Juan, a que creían de todo corazón en lo que leían y a que vivían la vida cristiana escrita en el Evangelio. Esto dice mucho de cómo obra la fe en los niños y en las personas simples: sencillamente creen. Niños de tres, cuatro, cinco años de edad han dicho: «Déjame orar por tí» Los niños oran y después corren a jugar. Poco después la mamá está sorprendida porque se sanó. En repetidas ocasiones he escuchado esta historia. Los chicos no han sido educados en teología. El Evangelio de Jesús siempre ha sido para todos los hombres sin distingo de raza, y es relativamente fácil de seguir. No es sólo para los intelectuales o los teólogos, es para todo aquel que esté abierto a El.
Hoy en día, muchos jóvenes se están adhiriendo a sectas religiosas orientales, situación que nos preocupa. Para sus seguidores, el atractivo de estas sectas religiosas parece radicar en que éstas profesan la garantía de un conocimiento profundo que conlleva a la felicidad. Puedes ir a la cima de una montaña y sentarte con un gurú y aprender los secretos de todos los tiempos, así dicen. Sin embargo, ¿no tiene sentido que tú tengas el Evangelio de Jesús que enseña a entregarse y a enlodarse los pies y ayudar al pobre, o te permite encerrarte en un armario y alcanzar la más alta contemplación? La cristiandad es, ciertamente, la religión más realista. Jesús tenía los pies en la tierra aunque pasó noches enteras orando en las montañas. Ya que profesamos la fe cristiana, sea en lo más alto de una montaña o en las calles de Calcuta o en las ciudades donde vivimos, cree en el amor de Jesús acompañándolo, confía en el amor del Señor para sanar. «No se turben; ustedes creen en Dios, crean también en mí» (Jn. 14:1).
«Señor Jesús, creemos en tu amor y creemos en tí, pero existen momentos en que estamos pensando sólo en nosotros. En estos momentos, cuando nuestra fe se tambalea, ayúdanos a centrar de nuevo nuestra atención en tí y en tu amor. Quédate con nosotros, Jesús, dondequiera que estemos, para traernos de regreso a tu luz sanadora».
5. Pon tus manos sobre la persona cuando sea razonablemente posible
Existe una comunicación especial cuando tocamos a alguien con amor. Si no lo crees, pregunta a una joven pareja de enamorados que van por la calle con las manos entrelazadas y diles que no es necesario que se tomen de las manos. Ellos te contestarán: «Usted no sabe lo que se siente». Existe, definitivamente, una comunicación por el tacto, porque es una manera no verbal de transmitir amor.
Aquellas personas, en el ministerio de la sanación, que han orado imponiendo sus manos, pueden dar fe de su poder. Muchos han sentido calor o alguna otra sensación como vibraciones cuando lo hacen. Es natural que cuando nos encontramos con alguien le estrechamos la mano. Ya que el tacto es un gesto natural de comunicación para transmitir nuestro amor y nuestra preocupación, grandes cosas parecen ocurrir cuando combinamos oración e imposición de manos.
El Nuevo Testamento cita muchos ejemplos de imposición de manos hecha por Jesús y por sus discípulos. Jesús sabía del valor de la imposición de manos.
«Entonces trajeron a Jesús algunos niños, para que les impusiera las manos y rezara por ellos» (Mt. 19:13).
«Jesús alargó la mano, lo tocó y le dijo: Lo quiero, quedas limpio» (Mt. 8:3).
«Había ido Jesús a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama, con fiebre. Jesús la tomó de la mano y le pasó la fiebre» (Mt. 8:15).
«Le rogaba: Mi hija está agonizando; ven, pon tus manos sobre ella para que sane y viva» (Mc 5:23).
«Tomando la mano de la niña, le dijo: Talita Kum, que quiere decir: Niña, a tí te lo digo: levántate. Y ella se levantó al instante y empezó a corretear» (Mc. 5:41-42).
«Al verla Jesús, la llamó. Luego le dijo: Mujer, quedas libre de tu mal. Y le impuso las manos. Y ese mismo momento ella se enderezó, alabando a Dios» (Lc. 13:12-13).
«Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo. Al instante fue como si le cayeran escamas de los ojos y pudo ver (Hechos 9:17).
Nosotros, como discípulos de Jesús, también somos enviados por El para comunicar su amor a través de la imposición de manos en la búsqueda de la sanación. «Y estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre (…) impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán» (Mc. 16:17).
«Jesús, cuando oramos por otros en tu Nombre te pedimos que uses nuestras manos como si fueran las tuyas para alcanzar y tocar a aquellos por quienes oramos. Permite que el Espíritu Santo actúe a través de nosotros hoy, especialmente cuando oramos por los miembros de nuestras familias o comunidad. Gracias Jesús por tu amor sanador que fluye a través de mí en este momento».
6. Pongamos nuestras vidas en las manos de Jesús
En la medida en que nos entreguemos más a Jesús, El vivirá más dentro de nosotros y más podrá actuar a través de nosotros. ¿No es acaso esto lo que es la vida cristiana, un total abandono en las manos del Señor? Nosotros cantamos, «A donde me lleves te seguiré», y esto es tan cierto como que tenemos que seguir a Jesús tan cerca y sinceramente como podamos.
Debemos recordar siempre que somos «sanadores divididos». No existe nadie que sea verdaderamente completo en todos los sentidos, es decir, en mente, cuerpo y espíritu. Algunos se excusan: Bien, no puedo orar por los demás porque yo mismo tengo demasiados problemas… Recuerde que somos sanadores divididos y cuanto más sirvamos de canal al Espíritu Santo, más sanación tendremos y más efectiva será nuestra intermediación.
El don del Espíritu Santo dentro de nosotros parece ser una apertura continua, de manera que cuando El quiera actuar a través de nosotros lo pueda hacer. De esto se trata. «Y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gál. 2:20). Se trata de estar en total unión con Cristo en su Espíritu Santo. Esta es la luz de Cristo que brilla a través de nosotros.
Una de las formas en que más podemos ponernos en las manos del Señor es por medio de la alabanza. Podemos entregarnos más a Dios si lo alabamos en este momento, sin importar nuestra situación. Si pierde el camino de regreso a casa una noche cualquiera, debe orar y alabar a Dios. Si al salir de una reunión de sanación se da cuenta que su grabadora portátil no está funcionando, alabe a Dios. La alabanza es una hermosa forma de espiritualidad porque se mezcla de manera perfecta con lo que hemos aprendido, que es el don de ser capaces de vivir en el momento presente.
Debemos recordar siempre que Jesús es el sanador y que «…sin mí no pueden hacer nada» (Jn. 15:5). Somos únicamente el canal que El escoge. Su Espíritu actuará con mayor libertad a través de una oración profunda a la vida, una alabanza y una constante dependencia de Él.
«Jesús, aumenta mi dependencia en ti a medida que mi entrega se hacer mayor por el poder de la oración y de la alabanza en mi vida diaria. Me entrego a ti en forma completa y te pido que tu Espíritu me llene de luz y permita que cada parte de mi mente sea iluminada. A ti Señor Jesús, el poder y la gloria por siempre jamás».
7. Perdona a todos los que te han ofendido o herido
La falta de perdón es una de las pocas cosas que son una verdadera barrera para lograr la sanación. Algunos dirían que la falta de fe es lo más, pero la experiencia que tengo en mi propio ministerio me ha demostrado que la falta de perdón es el obstáculo más común. Muchas, veces, personas de poca fe son sanadas por la inmensa fe de la comunidad, pero si la persona por la que se está orando alberga falta de perdón, no se sanará hasta que haya perdonado del todo. El poder sanador del Señor Jesucristo no puede penetrar debido a la falta de perdón. «Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre celestial los perdonará. En cambio si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes» (Mt. 6:14-15).
La gente nunca está segura de haber perdonado. Frecuentemente me preguntan: ¿cómo se sabe que uno perdonó del todo? Siempre respondo: Cuando ore por la persona que lo ofendió o hirió, puede estar absolutamente seguro de que fue perdonado porque al orar por ella, se está pidiendo al Señor que le brinde a esta persona bondad y cosas buenas. Amar es desear lo que más le convenga al otro y hacer lo que razonablemente se puede para brindarle felicidad y cosas buenas. Las definiciones de amor y oración en estas circunstancias son paralelas: en la oración se pide lo que más convenga y en el amor se desea lo mejor. Por lo tanto, cuando oramos por una persona, nuestra oración se convierte en manifestación de amor en acción. Lo repito una vez más, una vez que hayamos orado por alguien sinceramente, podemos estar seguros de que la hemos perdonado en un acto de voluntad. ¡El perdón es decisión, no sentimiento!.
Es la decisión de perdonar la que te libera y te redime, y esto es todo lo que el Señor te pide.
«Jesús, ayúdame a amar y a orar por aquellos que me han herido porque conozco tu amor y los perdono incondicionalmente así como tú me has perdonado. Dejo bajo tu luz sanadora cualquier resentimiento o falta de perdón que albergue hacia ellos. Elevo una oración en este momento por la persona que más me haya ofendido en la vida y te pido que colmes de bendiciones su vida. Te agradezco el haberme liberado del mal de la falta de perdón».
8. Ora por quienes te han herido
Cree en las palabras de Jesús, «Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen a la puerta y les abrirán» (Mt. 7:7). La sanación no es otra cosa que un ministerio de oración y fe, y el Señor lo dice claramente en las Escrituras.
Como dije con anterioridad, cuando oramos por una persona se puede estar razonablemente seguro de que estamos amando y haciendo lo mejor que podemos. Le pedimos al Señor que le brinde bienestar en su vida. Si después de haber orado por alguien todavía sentimos dolor, podemos pedirle al Señor que sane este sentimiento. Un método para eliminar los sentimientos negativos es visualizar a la persona en nuestra mente y verla como Dios la ve. Decimos: «Te perdono y te amo porque Jesús te ama». Podemos repetir esto cuantas veces sea necesario y tan despacio como sea posible para permitir que el amor de Nuestro Señor Jesús se haga presente y sature a esta persona. Eventualmente, se producirá un verdadero cambio en nuestros sentimientos y actitudes hacia la persona por quien estamos orando.
Durante mis clases de oración de sanación en la Diócesis de Mobile, Alabama, iniciada hace muchos años, la gente me pedía que continuara después del curso de seis semanas porque apenas empezaban a entender el Nuevo Testamento bajo una nueva perspectiva. Sus mentes habían sido iluminadas por medio del ministerio de la oración de sanación. Esto ocurrió en 1974 y el curso todavía existe. Había un promedio de 250 personas por curso; mitad católicos, mitad no católicos. A los tímidos católicos se les enseñó la oración de sanación y contaron después como no salían de su asombro al ver las sanaciones que estaban ocurriendo, en la medida que ampliaban su oración pidiendo por su familia y otras personas. La sanación ocurrirá durante la oración porque ésta es la voluntad del Señor Jesucristo. «La súplica del justo tiene mucho poder…» (Stgo. 5:16). «Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan» (Lc. 6:27-28)
«Jesús, a veces, mes es difícil orar por aquellos que me han herido o han abusado de mi ya que estoy concentrado en mi dolor y no en tí ni en el amor que prodigas tanto a mí, como a ellos. Ayúdame, Jesús, en la ardua lucha que libro en estos momentos y libera dentro de mí, por el poder de tu Espíritu Santo, la gracia de orar por ellos como tú lo harías. Gracias por tu luz y tu amor en este momento».
9. Cree en las palabras de Jesús sin poner atención a lo que parece estar sucediendo
«Jesús le contestó: En verdad les digo: si tienen realmente fe y no vacilan, no solamente harán lo que acabo de hacer con la higuera, sino que dirán a ese cerro: Quítate de ahí y échate al mar, y así sucederá. Todo lo que pidan con una oración llena de fe, lo conseguirán». (Mt. 21:21-22) Desde la montaña estamos haciendo que sucedan cosas. ¿significa esto, literalmente que debemos mover montañas, o podría significar mover las montañas de maldad, falta de amor, falta de fe, ansiedad, miedo, frustración, bronquitis, artritis, pies y espaldas doloridos? Estas son las montañas de mal que tenemos en nuestras vidas por las que podemos orar y decir: ¡Deseparezcan en el Nombre del Señor! ¡Láncense al mar!
Es cierto, el Señor ha prometido honrar las plegarias de los fieles. Cuando oremos, depositemos toda nuestra confianza en la Palabra del Señor. Inclusive si aún después de haber orado no vemos un cambio inmediato, debemos aferrarnos a las promesas de Cristo. Mientras más nos saturemos con las palabras de Jesús en las Escrituras, más fe tendremos dentro de nosotros y más capaces seremos de pedir sanación.
«Jesús, me aferro y confío en tí y en tus palabras como aparecen en las Escrituras. Que tu amor sanador fluya de mí hacia los demás así como creo en tu deseo de que todos disfrutemos de tu vida en abundancia. Te pido que me uses como instrumento de tu amor sanador, hoy».
10. Alaba y da gracias a Jesús por su amor tantas veces como te sea posible
Es imperativo que alabemos y demos gracias al Señor por todas las cosas: por la oración contestada y por la que no. Más alabemos y demos gracias al Señor, con mayor perfección pondremos en práctica el primer gran mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza…» (Lc. 10:27).
A medida que abrimos nuestros corazones y mentes en alabanza al Señor, nos estamos abriendo a su poder sanador. La mayoría de estas personas gasta su vida lamentándose de sus problemas, dolores y sufrimientos. Están tan absortas en sus dificultades que éstas se convierten en el centro de su oración cuando este lugar debe ser ocupado por el Señor. Cuando alabamos y damos gracias a Dios, hacemos de Jesús el centro de nuestra oración y nos apartamos de nuestro centro. A medida que apartamos la vista de nosotros y la volvemos hacia el Señor, El se manifiesta de manera extraordinaria. Cuando alabamos al Señor, le estamos dedicando nuestra atención y, olvidándonos de nosotros, nos volvemos más receptivos a lo que El tiene para darnos.
Cuando una persona recibe oraciones de sanación, la podemos invitar a una reunión y pedirle que de gracias y alabe al Señor por el trabajo que el Espíritu Santo está haciendo dentro de ella. De esta manera, la persona se apresta a recibir la sanación que probablemente ya se está llevando a cabo.
Recomiendo los libros escritos por Merlín Carothers, Campo de Alabanza, El poder de la Alabanza y Respuestas a la Alabanza, con el fin de llevar a cabo un excelente estudio sobre la alabanza en nuestras vidas. Estos libros son lectura obligatoria para todo cristiano, especialmente para quienes están en el ministerio de la sanación. Ha sido una herramienta invaluable en mi propio ministerio.
«Padre celestial, te damos gracias y te alabamos por el hermoso don que nos has dado en Jesús y por el maravilloso poder que existe cuando abrimos nuestros corazones en la oración. Señor, te pido que todos te alabemos y te demos gracias siempre y en todo lugar. Te pido que te alabemos y te demos gracias sin importar las circunstancias por las que estemos pasando, y que tu amor nos llene en abundancia. Que cuando estemos sufriendo alguna pena o apretando los dientes, podamos ser capaces de alabarte sabiendo que todas las cosas funcionan para aquellos que amas. Pido que tu amor sanador fluya en nosotros y que las áreas difíciles de nuestra existencia sean sanadas, especialmente la de la autoestima. Que podamos aprender a amarnos para poder amarte y amar a los demás.
Te damos gracias y te alabamos, Jesús, por el trabajo que estás realizando dentro de nosotros en este momento. Amén».
Fuente: Extraído del Libro «Manual del Laico para el Ministerio de Sanación» del autor Rev. Robert De Grandis S.S.J.
La levitación ha sido el tema de un notable trabajo de Olivier Leroy, profesor adjunto de la Universidad, que ha estudiado también la incombustibilidad. Se sabe que ella consiste en el levantamiento, el mantenimiento y el desplazamiento en el aire del cuerpo humano o de diversos objetos, sin apoyo visible y sin la acción manifiesta de alguna fuerza física.
La mayoría del contenido de este articulo se subsumido en este otro:
Advertimos en primer lugar una diferencia esencial entre los hechos religiosos y los no religiosos, tanto que se trate de levitación corporal como de levitación de objetos. Los primeros son independientes de toda condición de lugar, de iluminación, de ambiente y de sujeto: ocurren dentro o fuera de una iglesia, en un locutorio, en una celda o en una habitación; en plena luz o no, en la soledad, en presencia de dos o tres personas o ante una muchedumbre; el sujeto no se prepara en absoluto al fenómeno y es levantado independientemente de su voluntad, en éxtasis o no. La levitación puede llegar a notable altura y realizar un verdadero traslado a distancia y durar horas.
La levitación no religiosa requiere habitualmente locales favorables, una iluminación discreta o nula, un grupo de personas simpáticas formando cadena, un médium en estado de trance. El desplazamiento es rara vez importante y tiene sólo una duración muy breve.
Hemos comprobado que la levitación espontánea fisiológica o patológica no existe, al parecer.
El Dr. Carlos Richet, en los desplazamientos de objetos a poca distancia del médium, admite la posibilidad de la expansión fluida (ectoplasma) fuera del cuerpo de estos últimos. Aunque esta concepción provoque numerosas objeciones, los resultados obtenidos por los diversos experimentadores y sobre todo la frecuencia y, diríase, la vulgaridad de las levitaciones de objetos durante sesiones mediúmnicas o metapsíquicas, serían muy favorables a una posibilidad de acción motora a distancia por el cuerpo humano.
Pero cuando se trata de fenómenos más importantes, como las levitaciones corporales, vemos a los médiums invocar a placer las teorías espiritistas. Un amigo de Home, el Dr. Hawksley, escribió a este respecto: «Después de un serio examen de los hechos, he llegado a la conclusión que esas manifestaciones son provocadas posiblemente por un espíritu inteligente que domina o posee el cuerpo de mi amigo y que puede abandonarlo al producir diversos fenómenos lejos de él: tocar un instrumento de música, levantar o trasladar objetos, leer el pensamiento y responder en manera inteligente, a las cuestiones formuladas mediante signos… Por cierto, me inclino a creer que Home es un poseso, a pesar de que conozco su vida y sus costumbres y estoy por ello convencido de que es un hombre sincero, leal, generoso y bueno».
Henos aquí llevados, por lo tanto, por los mismos médiums y sus adláteres a la intervención probable de un preternatural, que según la teología no podría nunca ser el hecho de almas descarnadas, sino de demonios. Por esta razón hallamos las levitaciones diabólicas.
Las levitaciones en las religiones no cristianas demostrarían, con todas las reservas por una levitación natural restringida, la intervención a veces del Espíritu del Mal, que trata de trastornar los espíritus; a veces, la de lo preternatural angélico o de lo sobrenatural divino, en la medida con que Dios quiera animar el impulso sincero hacia Él; a veces finalmente una consecuencia de la unión mística, como lo expondremos en seguida.
Finalmente, las levitaciones en los Santos y personas piadosas, con excepción de ciertas pruebas diabólicas, procederían generalmente en forma directa o indirecta de Dios, para manifestar la virtud del sujeto. La opinión clásica (López, Ezquerra, Scaramelli, Benedicto XV) ve en la levitación del extático «una comunicación anticipada y milagrosa de la agilidad de los cuerpos gloriosos».
Sin embargo, hay muchos casos en que la levitación en los Santos ocurre con caracteres tan extraordinarios que no permiten absolutamente suponerla bajo la acción directa de Dios: San José de Cupertino debió ser excluido de los ejercicios de la comunidad, en razón de los escándalos que provocaba; los paseos de Sor María de Jesús Crucificado por los tilos son mediocremente edificantes; los objetos levantados en el aire y dejados caer con ruido, alimentan muy poco la piedad de los presentes. Por otra parte, levitaciones como las del Padre Francisco Suárez ocurren en la soledad de una celda y a veces sin que ellos tengan conciencia del hecho: no parece que se pueda atribuir a las mismas un fin de estímulo personal o de edificación pública. Además, ciertas levitaciones tienen caracteres de regularidad en sus repeticiones, y de imperfección, que las hacen poco comprobables por los presentes, que las aprecian como fenómenos de alguna manera automáticos y sometidos a condiciones de producción y desarrollo.
Estas consideraciones han llevado a diversos autores, como el Padre de Grandmaison, a considerar algunos casos de levitación en personas piadosas, no ya un milagro directo, sino la consecuencia directa de cierto estado de unión mística con Dios. Es además lo que dice haberle sido revelado Santa Catalina de Sena: «el alma perfecta vive en unión constante con Dios; aunque mortal todavía, ella goza de la dicha de los inmortales, y a pesar del peso de su cuerpo, recibe la alegría del espíritu. Así algunas veces, el cuerpo es levantado por esa unión perfecta del alma conmigo, como si el cuerpo hubiera perdido su peso para tornarse liviano. Sin embargo, nada ha perdido de su peso; pero como la unión del alma conmigo es más perfecta que la unión entre el cuerpo y el alma, la fuerza del espíritu fijo en mí, levanta de la tierra el peso del cuerpo».
Y el Padre Sempé escribe: «No pidamos, pues, a los ángeles para el cuerpo del extático, lo que el alma puede darle ella misma, como un excedente de lo que a ella misma le da Dios».
Pero en este caso puede preguntarse si el espíritu de los médiums, fijo fuera de sí mismos en el estado de trance, no podría en medida leve determinar un salto de las facultades posibles del cuerpo humano a un estado superior.
En resumen, la levitación podría proceder: a) tal vez, cuando no es importante, de aptitudes mal conocidas del cuerpo humano;
b) de intervenciones diabólicas, ya manifiestas, ya veladas, bajo apariencias espiritistas o metapsíquicas;
c) de una modificación de las cualidades corporales bajo la acción de un alma penetrada por la gracia de la unión mística, extática o no;
d) de una intervención angélica o divina, parecida a la que se demuestra en una levitación como la del ostensorio de Faverney.
Desde el punto de vista biológico, la primera y la tercera causa de la levitación parecen atraer especialmente la atención, la primera por los problemas fisiológicos que plantea, la tercera por ese rastro de influencia del alma sobre el cuerpo y de las cualidades posibles del cuerpo humano, que la misma nos da. Cierta relación podría existir entre ambos casos. De cualquier modo, en el segundo caso entrevemos la realización biológica de la frase de San Pablo: «Nuestra ciudad está en los cielos, de donde esperamos a nuestro Salvador y Señor Jesucristo, que reformará nuestros cuerpos miserables sobre el modelo de su cuerpo glorioso» (A los Filip., III, 20-21).
Cuando todos sabíamos que en el Sínodo se iba a dar un enfrentamiento entre una tendencia liberal y otra conservadora respecto a la comunión a los divorciados – lo que no es poca cosa a nivel profético – , surgió otro tema que creó la gran conmoción. Apareció un documento oficial – como resumen de la primera semana de discusiones -, con sugerencias lejos de la doctrina respecto a la homosexualidad, que provocó enormes reacciones y una marcha atrás en lo dicho; pero que demostró que estamos viendo la punta del iceberg de lo que sucede dentro de la Iglesia.
Creo que la mayoría de los católicos están dispuestos a dar credibilidad a las profecías bíblicas y de videntes de que la Iglesia va a pasar por momentos muy duros internamente, que va a haber fuertes confrontaciones internas y mucho más. Pero cuando ven desarrollar los hechos no siempre las reconocen.
Este texto lo dejamos para su discernimiento. No trata de sentar una posición a favor o en contra de la homosexualidad en este caso, sino de constatar algo que está sucediendo dentro de la Iglesia, que para la inmensa mayoría de católicos no era visible, pero ahora debiera serlo de acuerdo a las pruebas flagrantes de lo que sucedió, aunque hay muchos católicos que aún se negarán a entender y nosotros “pagaremos el pato” porque somos los que traemos la noticia de lo que está pasando.
Por favor hermanos, oremos por el Sínodo y por nuestros pastores.
LA PARTE DEL ICEBERG QUE ESTÁ DEBAJO DEL AGUA
«Más que un padre sinodal se preguntaba cómo era posible que en la Relatio fuera dedicado al tema (de la homosexualidad, ed) tanto espacio cuando en realidad en la reunión se había discutido muy poco». Esto se ha preguntado uno de los pequeños grupos de discusión de los padres sinodales.
En realidad se trata de una pregunta que se han hecho muchos, sobre todo porque los tres párrafos de la Relatio (52-54) dedicados a las personas con tendencias homosexuales están lejos de ser tradicionales en asuntos de la Iglesia.
No sólo eso, en la conferencia de prensa el arzobispo Bruno Forte, indicado por el cardenal Erdo como el verdadero responsable de escribir esos artículos, ha ido aún más lejos al llegar a «bendecir» uniones civiles entre personas del mismo sexo.
Usted puede pensar lo que quiera sobre la homosexualidad, que no tiene cabida dentro de la Iglesia porque es contraria a su doctrina o que la Iglesia debe aggiornarse y aceptar las nuevas tendencias para sintonizar mejor con la gente.
Pero lo cierto es que las reconstrucciones de lo que sucedió indican que esas expresiones favorables a la homosexualidad entraron de contrabando en la Relatio, sin que aparentemente haya habido un volumen significativo de juicios favorables a tal posición.
Y esto es un indicador de que hay grupos organizados que están maniobrando de forma encubierta para torcer las opiniones aparentemente mayoritarias e introducir un cambio, por lo menos inicial, en la pastoral.
Y en este punto, si usted está a favor del cambio respecto a la pastoral sobre la homosexualidad, podrá decir que para cambiar una visión muy conservadora de la Iglesia hay que apelar a cualquier expediente. Y podrá tener razón desde el punto de vista estratégico, pero eso no hace más que reafirmar que existen grupos organizados actuando en las sombras para llevar a cabo tales modificaciones y que no actúan con plena visibilidad.
¿QUIÉNES SON ESOS GRUPOS?
Es probable que varios factores hayan contribuido a este resultado, pero no se puede evitar tener que recordar el duro trabajo de un lobby gay dentro de la Iglesia, que este medio ha denunciado en repetidas ocasiones y de cuya existencia también ha hablado el Papa Francisco.
El lobby gay no dice que las personas con tendencias homosexuales entre el clero se ayudan entre si para hacer carrera dentro de la iglesia; esta realidad, sin embargo, surgió varias veces a través de investigaciones periodísticas. Y es tan real que ha llevado en el 2005 a la Santa Sede a emitir una instrucción específica (haga clic aquí) para evitar el acceso de las personas con esta tendencia en los seminarios y en las órdenes sagradas.
En cambio los argumentos a los que apela son la inclusión, la misericordia, y como en este caso que se puede leer en la Relatio, a que los homosexuales tienen dones especiales para aportar a la Iglesia.
El lobby gay intenta influir en la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad, como se ve en la Relatio del Sínodo, y demuestra que el intento también implica a clérigos que no son homosexuales.
No podemos ocultar el hecho de que en los últimos años han aumentado los teólogos – en los seminarios y universidades pontificias – que han enseñado una moral muy lejos de la ley natural, un magisterio paralelo real que hoy da sus frutos.
La ideología de género no es sólo algo que está presente en el «mundo», sino que está bien posicionada dentro de la Iglesia. Lo había advertido muy claramente incluso el Papa Benedicto XVI, el 21 de diciembre 2012 hablando a la Curia romana, cuando había declarado que esta ideología es uno de los mayores desafíos que enfrenta la Iglesia hoy.
Es muy difícil establecer una definición para la palabra «milagro». Los Milagros son considerados expresiones de lo sobrenatural. También podemos decir que un milagro es un fenómeno que ocurre distinto de las leyes naturales y obedecen a ¡la voluntad de Dios!
Toda la vida del Padre Pío estaba llena de milagros, pero tenemos que prestar atención a la naturaleza del milagro que siempre es divino. De esta manera, el Padre Pío siempre convidó a las personas a darle gracias a Dios, verdadero autor de todo milagro. …VER VIDEOS…
Un milagro que se ha atribuido como el primero del Padre Pío ocurrió en 1908. En ese momento él vivía en el convento de Montefusco. Un día en que él fuè al bosque a coleccionar los alazanes en una bolsa; Él quiso enviársela en Pietrelcina a su tía Daría. Ella siempre había sido muy afectuosa con él. La mujer recibió y comió los alazanes y guardó la bolsa de recuerdo. Tía Daría días después, estaba buscando algo en un cajón dónde su marido normalmente tenía polvo. Era de noche, y ella se alumbraba con una vela, cuando de repente; el cajón se incendió. Tía Daría fuè alcanzada por el fuego. En un instante, ella agarrò la bolsa que contuvo los alazanes del padre Pío y se la puso en la cara. Inmediatamente, su dolor desapareció y ninguna herida o marca de la quemadura permanecían en su cara.
Durante la segunda guerra mundial, en Italia, el pan se racionó. En el convento del Padre Pío había siempre muchos invitados más los pobres que siempre iban allí pidiendo comida. Un día los Frailes se encontraron con que apenas tenían dos libras aproximadamente de pan. Todos los hermanos oraron antes de sentarse a comer. El Padre Pío entró en la Iglesia, y rato después regresó con muchísimo pan en sus manos. El Superior le preguntó al Padre Pío: «¿Dónde usted ha encontrado pan?” El Padre Pío contestó: “me los dìò un peregrino en la puerta». Nadie habló, pero todos pensábamos que sólo el Padre Pío podía encontrar a ese peregrino.
Una vez en el convento del Padre Pío, un fraile se olvidó de organizar el personal para la Sagrada Comunión. Por esta razón habían solamente unas pocas personas disponibles. Pero después que terminó de confesar; el Padre Pío organizó a las personas para impartir la Sagrada Comunión; y permaneciendo en el servicio, fueron mucho más de las que anteriormente habían.
Una hija espiritual del Padre Pío estaba leyendo una carta del Padre Pío en el borde del camino. El viento se llevó la carta, hasta el declive de un prado. La carta ya estaba lejos, cuando de pronto se detuvo, debajo de una piedra. De esta manera la mujer pudo recuperar su carta. El día, en que después ella encontró al Padre Pío éste le dijo: «Usted tiene que prestar más atención al viento la próxima vez. Si yo no hubiera puesto mi pie en la carta, ésta se hubiera perdido.»
La señora Cleonice, hija espiritual del Padre Pío dijo: – «Durante la segunda guerra mundial mi sobrino estaba prisionero. Nosotros no habíamos recibido noticias durante un año; y creíamos que él estaba muerto. Sus padres pensaban lo mismo. Su madre fue un día a ver al Padre Pío y se arrodillaba delante del fraile que estaba en el confesionario. «Por favor Padre, dígame si mi hijo está vivo. Yo no me marcharé, hasta que UD no me conteste». El Padre Pío simpatizó con ella y teniendo piedad de sus lágrimas le dijo: «Levántese, y quédese tranquila”. “Días después yo no resistía el dolor que los padres estaban sufriendo, por lo que yo decidí pedirle un milagro, al Padre Pío. Yo dije fielmente: «voy a escribir una carta a mi sobrino Giovannino. Solamente escribiré su nombre en el sobre, porque nosotros no sabemos donde está. Usted y su Ángel Guardián llevarán le llevarán la carta. “El Padre Pío no contestó, yo escribí la carta, y la dejé en mi mesa de noche, para por la mañana siguiente entregarla al Padre Pío. Para mi gran sorpresa, asombro y miedo; la carta se desapareció. Inmediatamente le dì gracias al Padre Pío y él me dijo: «Dé sus gracias a Nuestra Señora». Casi quince días después nuestro sobrino contestó la carta. Entonces todos en nuestra familia estábamos contentos; y dando gracias a Dios y al Padre Pío.»
Durante la segunda guerra mundial, el hijo de la señora Luisa; Oficial de la Marina Real Británica, era motivo de angustia para su madre; pues ésta oraba todos los días por la conversión y la salvación de su hijo. Un día llegó un peregrino inglés a San Giovanni Rotondo, y trajo algunos periódicos ingleses. Luisa quiso leerlos. Ella leyó la noticia del hundimiento del barco en que su hijo viajaba Llorando va a ver al Padre Pío quien la consoló inmediatamente: ¿Quién le ha dicho que su hijo está muerto? De hecho, el Padre Pío; le pudo explicar exactamente el nombre y la dirección del hotel en dónde estaba su hijo, después de que él escapó del naufragio en el Atlántico. Él se acomodó en ese Hotel, mientras esperaba un nuevo cargo. Inmediatamente Luisa le envió una carta; y a los 15 días, su hijo le respondió.
Había una mujer tan noble y buena en San Giovanni Rotondo que el Padre Pío dijo que era imposible, de encontrar cualquier falta en su alma, para perdonar. En otros términos; ella vivió para ir al cielo. Al final de la Cuaresma, Paolina, estaba tremendamente enferma. Los doctores no daban esperanzas. Su marido y sus cinco niños fueron al convento a orar al Padre Pío y pedirle ayuda. Dos de los cinco niños tiraron del hábito del Padre Pío y lloraron. ¡Pío Padre se perturbó; e intentó consolarlos y prometió orar por ellos, nada más! Algunos días después, al principio de la Séptima hora, las cosas cambiaron. De hecho él pidió por Paulina, para que sanara y dijo a todos: «Ella se recuperará el Día de Pascua. Pero durante el viernes santo, Paolina perdió la conciencia, y el sábado entró en estado de coma; finalmente, después de algunas horas Paolina murió. Algunos de sus parientes tomaron su traje de novia para ponérselo según una vieja tradición. Otros parientes corrieron al convento para pedirle un milagro al Padre Pío. Él les contestó: «Ella resucitará” y fuè al altar para dar la Santa Misa. Cuando el Padre Pío empezó a cantar el Gloria y el sonido de las campanillas que anuncian la resurrección de Cristo, la voz del Padre Pío rompió en llanto y sus ojos estaban llenos de lágrimas. En el mismo momento Paolina resucitó y sin ninguna ayuda ella bajó de la cama, ella se arrodilló y oró tres veces el Credo. Luego se levantó y sonrió. «Ella resucitó». De hecho el Padre Pío no había dicho, «ella se recuperará» sino «ella resucitará». Cuando le preguntaron, que le pasó durante el tiempo que ella estaba muerta; contestó: «Yo subí, subí, subí; hasta que entré en una gran luz, y de pronto regresé.
Testimonio de una madre: “Mi primera hija, nació en 1953; el Padre Pío, le salvó la vida en forma repentina y milagrosa, hace 18 meses. En la mañana del 6 de enero de 1955 mi marido y yo estábamos en la iglesia para asistir a la Santa Misa y nuestra hija estaba en casa con su abuelo. Repentinamente aconteció un accidente, y nuestra hija se quemó con una olla de agua caliente. La quemadura era tan grande como grave; le abarcaba desde el estómago hasta la parte de atrás. El doctor recomendó hospitalizarla inmediatamente; porque podía morirse debido a su estado de suma gravedad… Por esta razón él no nos dio ninguna medicina. Desesperada al ver moribunda a mi hija, en lo que el doctor se fuè; invoqué fuertemente al Padre Pío, que interviniera urgentemente, mientras me preparaba para llevarla al hospital, ya casi era la hora del medio día; cuando de pronto la niña que estaba sola en su cuarto me llamó “Mamà, mamà, ya no tengo ninguna herida”. ¿Y quién ha desaparecido tus heridas, pregunté asustada y con gran curiosidad? Ella contestó. “mamà el Padre Pío vino, él sanó mis heridas poniendo sus manos llagadas sobre mi quemadura”. Para asombro de todos, realmente no había ninguna seña ni marca de que hubiera alguna quemada; el cuerpo de mi hija estaba completamente sano, y pensar que unos minutos antes el medico la desahució.
Los campesinos de San Giovanni Rotondo recuerdan con gran alegría el evento siguiente. Era en primavera, florecieron los árboles de almendras prometiendo una buena cosecha. Pero desgraciadamente millones de orugas voraces llegaron y devoraron las hojas y las flores. No dejaron ni siquiera la cáscara. Después de dos días y después de intentar detener esa invasión, los campesinos estaban muy preocupados, ya que para muchos de ellos las almendras eran el único recurso económico – decidieron contarle al Padre Pío el problema. El Padre Pío tenía una hermosa vista de los árboles a través de su ventana en el convento y decidió bendecirlos. Se puso las sagradas vestiduras y empezó a orar. Cuando terminó, tomó el agua bendita e hizo la señal de la Cruz en el aire, en dirección a los árboles. De inmediato desaparecieron las orugas, y al día siguiente de que las orugas habían desaparecido, los árboles de almendras, parecían nuevamente tener los retoños. Era un desastre; la cosecha estaba perdida. ¡Lo que pasó luego es realmente increíble! Teníamos de repente la cosecha más abundante; ¿Cómo es posible que tuviéramos una cosecha más abundante que las que normalmente teníamos? Antes nunca, en tiempos normales habíamos tenido una cosecha así. Los científicos nunca han podido dar una explicación a éste fenómeno.
En el jardín del convento habían varios tipos de árboles; los cipreses, algunos de fruta y algún pino. Sobre todo por las tardes de verano, el Padre Pío disfrutaba del clima, en la sombra, junto con sus amigos, y algún invitado, Una vez cuando el Padre Pío estaba hablando con algunas personas, repentinamente muchísimos pájaros comenzaron a cantar y a hacer ruido a la sombra de los árboles. Los pájaros habían compuesto una sinfonía allí; Mirlos, gorriones, y otras especies. El Padre Pío se molestó por la sinfonía, y mirando a los pájaros les dijo: “silencio » En ese mismo instante, los pájaros, los grillos y las cigarras se quedaron callados. ¡Las personas que estaban en el jardín, se encontraban profundamente sorprendidas! De hecho el Padre Pío había hablado a los pájaros, al igual que San Francisco.
Otro testimonio, de un señor que contó: “Mi madre vino de Foggia y era una de las primeras hijas espirituales del Padre Pío. Ella le había pedido al Padre Pío la conversión y protección de mi padre»; cuando en abril de 1945 lo iban a fusilar. Él se encontraba delante del pelotón de fusilamiento; cuando de pronto viô al padre Pío delante de él para protegerlo. El comandante del pelotón dìò la orden de disparar; pero ningún tiro se disparó de los rifles que lo apuntaban Los siete miembros del pelotón y su comandante, sorprendidos, verificaron sus rifles y no encontraron ningún problema. Así que el pelotón; apuntó de nuevo a mi padre, y el comandante pidió a sus soldados; disparar de nuevo, Y nuevamente ocurre lo mismo. Los rifles no funcionaron. Esta realidad misteriosa e inexplicable interrumpió la ejecución. Mi padre regresó a casa y se convirtió, recibió los santos sacramentos en San Giovanni Rotondo cuando fuè a agradecer al Padre Pío. De esta manera mi madre obtuvo los milagros que ella siempre había pedido al Padre Pío: ¡la conversión de su marido!
Testimonio del Padre Honorato: “Yo fui a San Giovanni Rotondo con un amigo en motocicleta. Llegué al convento algunos minutos antes del mediodía. Dando mis respetos al superior, me dirigí al confesionario a saludar al Padre Pío y besar su mano. Debe tenerse en cuenta que mi modelo de motocicleta se llamaba «avispa». Al verme el Padre Pío me dijo: “Muchacho, ¿la «avispa» lo pinchó? » Yo estaba bastante sorprendido: de hecho el Padre Pío no me había visto cuando llegué al convento, pero él sabía qué tipo de transporte yo usaba. La mañana siguiente de que nosotros dejamos a San Giovanni Rotondo con mi «avispa» y partimos a San Miguel, el pueblo cercano a San Giovanni Rotondo. El tanque de gasolina iba vacío, por lo que nosotros decidimos llenarlo en Monte San Angelo. Pero en cuanto nosotros alcanzáramos ese pueblo pequeño se nos presentó un problema: todas las bombas de gasolina estaban cerradas. De manera que decidimos regresar a San Giovanni Rotondo. Realmente nosotros esperamos encontrar a alguien en el camino que pudiera darnos un poco de gasolina. En primer lugar yo estaba angustiado por mis hermanos del convento, porque iba a llegar tarde a la hora del almuerzo; cosa que no es gentil… Pero sin la gasolina, a los pocos kilómetros, la moto empezó a hacer ruido y se detuvo. Verificamos el tanque, y estaba vacío. Con tristeza le dije a mi amigo, que teníamos sólo diez minutos para llegar al convento y almorzar con nuestros hermanos. No encontrábamos ninguna solución, y por esta razón, mi amigo, dìò un puntapié al pedal. ¡Increíble! ¡La motocicleta arrancó de nuevo! Emprendimos inmediatamente el viaje a San Giovanni Rotondo sin preguntarnos la razón de porque la motocicleta había arrancado sin gasolina. Cuando llegamos a mitad del convento la motocicleta paró de nuevo. Destapamos el tanque y vimos que todavía estaba seco. Asombramos miramos nuestros relojes: era diez minutos antes de la hora del almuerzo. Significaba que nosotros, habíamos cubierto quince kilómetros en un promedio de 180 kilómetros por hora. ¡Sin la gasolina! Yo entré al convento mientras los hermanos estaban bajando para el almuerzo, y cuando Fui a buscar al padre Pío, éste; se quedó mirándome y se reía.
En mayo de 1925. María tenía su bebé enfermo de nacimiento. María estaba muy angustiada por su bebé. De hecho, después de una visita médica, le dijeron que su niño tenía una enfermedad muy complicada. No había esperanzas para él: jamás se podría recuperar. María decidió ir en tren a San Giovanni Rotondo. Ella vivía en un pueblo pequeño al sur de Puglia, pero escuchando los milagros del Padre Pío, del fraile que tenía los estigmas de Jesús y que hacía milagros, a los enfermos y daba esperanza a los desgraciados; surgió en ella una gran fe e inmediatamente se fuè de viaje, pero durante el trayecto el bebé se murió. Ella había vigilado su cuerpecito toda la noche, y lo puso en la maleta y la cerró… Al día siguiente de ver morir a su hijo, estaba en el convento de San Giovanni Rotondo. ¡Ya no había ninguna esperanza! El niño estaba muerto. Pero Maria no había perdido su fe. Por la tarde estaba delante del Padre Pío. Se encontraba en la fila de la confesión y tenía en sus manos la maleta que contenía el cadáver de su hijo. Se había muerto veinticuatro horas antes. Se arrodilló delante del Padre Pío y lloró desesperadamente suplicándole ayuda. Él la miró profundamente. La madre abrió la maleta, y le mostró el cadáver de su hijo al Padre Pío. El pobre Padre se condolió hasta las entrañas por el dolor de ésta madre. Tomó el pequeño cuerpo y puso sus manos estigmatizadas en su cabeza, y entonces oró mirando al cielo. Después de un rato, la pobre criatura estaba viva de nuevo. Un gesto, un movimiento de los pies, los brazos… parecía dormido y simplemente se despertó después de un sueño largo. Hablando a la madre le dijo: «¿Mima, por qué usted está llorando? Su hijo está durmiendo » La madre y los gritos de la muchedumbre llenaron la iglesia. ¡Todos hablaban sobre el gran milagro!
Un ingeniero decidió quedarse hasta tarde en el convento, pero cuando decide irse comenzó a llover… Así que él le dijo al Padre Pío: «Yo no tengo ningún paraguas » «¿Podría quedarme aquí hasta por la mañana? Si no, me mojaré.» – «Yo lo siento mi estimado, no es posible. ¡Pero no se preocupe! ¡Yo lo acompañaré! “le contestó el Padre Pío. Pero el ingeniero pensó que habría sido mucho mejor no hacer esa penitencia, sin embargo, podría ser menos riguroso con la ayuda del Padre Pío. Se puso su sombrero, y empezó a caminar dos millas entre el convento y el pueblo. Pero en cuanto él salió viô con sorpresa que ya no estaba lloviendo. Simplemente había un pequeño rocío cuando llegó a su casa. «Mi Dios», la mujer exclamó, cuando abrió la puerta «Usted también debe estar mojado hasta los huesos” “en absoluto» el ingeniero contestó – «no está lloviendo». Los campesinos que estaban enmudecen: «¿Qué! ya no está lloviendo? ¡Está vertiendo! ¡Escuche! “ellos abrieron la puerta de nuevo y estaba lloviendo demasiado fuerte Y le contaron que había estado lloviendo durante una hora sin interrupción. «¿Cómo usted pudo venir sin mojarse? Ellos le preguntaron. El ingeniero contestó: «El Padre Pío me dijo, que me acompañaría»; entonces, los campesinos comprendieron que había sido un milagro más del Padre Pío. «Ahora todo está claro, y se encontraron en la cocina para cenar cuando la mujer dijo: «Con seguridad la compañía del Padre Pío es mucho mejor que un paraguas »
Un señor de Ascoli Piceno (una ciudad italiana) dijo: «Hacia el fin de los años 1950, yo fuì a San Giovanni Rotondo con mi esposa, a la confesión, y antes de que yo recibiera la absolución, después del consejo del Padre Pío y efectuada la penitencia. Por la tarde estaba todavía en el convento y el Padre Pío me viô de nuevo y me dijo: ¿Usted todavía está aquí? «Mi ratón no arrancó» le contesté: ¿Qué es exactamente el ratón? el Padre Pío preguntó «Es mi automóvil» contesté. “Vamos y démosle una mirada» me dijo. Él me invitó a dejar el monasterio, cosa que nosotros hicimos sin ningún problema. Nosotros viajamos toda la noche y por la mañana siguiente, lo llevé al mecánico. Quién me dijo, después del chequeo; que el sistema eléctrico del automóvil estaba descompuesto. Y él no me creyó cuando le dije que yo había viajado con el automóvil toda la noche. De hecho era imposible cubrir doscientas millas, entre San Giovanni Rotondo y Ascoli Piceno, con el carro en aquél estado, entonces yo comprendí que el Padre Pío me había ayudado, yo le agradecí en mi mente, y estoy seguro que me ha escuchado.
Testimonio de una buena mujer pero algo tímida. Nunca era necesario repetir la misma frase al Padre Pío. Bastaba con pedírselo mentalmente. El esposo de esta buena mujer se encontraba muy enfermo. Ella corre al convento en busca de ayuda. Pero no sabía como localizar al Padre Pío, pues para una confesión, había que esperar hasta 3 días. Así durante la Santa Misa ella estuvo todo el tiempo de pie y caminaba de un lado al otro de la Iglesia. Finalmente decidió decirle su problema, y pidió en ese instante la ayuda del Padre Pío a Nuestra Señora. Así, al final de la Santa Misa, cruzó nuevamente la iglesia para hablar con él… Finalmente ella logró alcanzar el corredor por donde el pasaría. En cuanto el padre Pío la miró, le dijo: «mujer que poca fe, ¿cuándo usted pedirá mi ayuda finalmente? ¿Usted piensa que yo soy sordo? Usted ya me lo ha dicho cinco veces, cuando usted estaba delante de mí, detrás de mí, a mi derecha y a mi izquierda. ¡Yo entendí! ¡Yo entendí! ¡Vaya a su casa! Todo està bien. Cuando llegò a su casa; su esposo estaba completamente sanado.
En la crónica del convento, en la fecha del 23 de octubre de 1953, se puede leer esta anotación.
«Esta mañana la Señorita Amelia Z., ciega nata, de 27 años, ha venido desde la provincia de Vicenza y ha recibido la vista. Después de su confesión ella le ha preguntado al Padre Pío por su vista. El Padre le ha contestado: «Ten fe y ruega mucho». En el mismo instante la joven chica vio al Padre Pío: el rostro, la mano que bendijo, los medios guantes que escondieron los estigmas. La vista ha ido rápidamente aumentando, hasta que la joven ya vio bien de cerca. Le dijeron al Padre Pío acerca del milagro y él dijo: «Demos gracias a Dios.»
Luego la joven los preguntó al padre Pío si tendría la vista completa y contestó: “poco a poco vendrá todo.»
La fisiología y la patología enseñan que el hombre no puede sobrevivir a una abstención total de alimentos prolongada por algunas semanas. Esta es la regla general para el acontecer totalmente humano, sin embargo, la Iglesia registra numerosos casos de ayunos absolutos durante años, perfectamente documentados, ya que las investigaciones que se aplican desde Benedicto XIV son muy estrictas. Sin embargo, el ayuno absoluto durante años, por sí solo, no es causa de santidad.
En lo estrictamente humano, se puede mencionar el caso del alcalde de Cork, que se dejó morir de hambre para protestar contra el dominio inglés en Irlanda: su agonía, durante la cual no tomó más que líquido, duró cerca de dos meses y medio. En 1831, el bandido Granié, condenado a muerte, rehusó todo alimento, excepto un poco de agua; murió al cabo de sesenta y tres días, en medio de convulsiones reducido a 26 kilogramos de peso (Dr. Moreau-Christophe, inspector de prisiones). En 1924 el Dr. P. Noury, en Concours medical, publicó la observación de una nonagenaria, que habiéndose fracturado el cuello del húmero, declaró que no quería quedar debilitada y que prefería morir. Rehusó toda otra alimentación que no fuera un poco de agua y algunos granos de uva: se extingió a los cuarenta y nueve días.
Frente a estos datos, la historia de los místicos nos presenta, entre otros, a la bienaventuradaAngela de Foligno (fallecida en el año 1309), que permaneció doce años sin tomar alimento alguno; a Santa Catalina de Sena (1347-1380), ocho años aproximadamente; a la bienaventurada Elisabet de Reute (fallecida en 1421), más de quince años; a Santa Lidvina de Schiedam (1380-1433) veintiocho años; al bienaventurado Nicolás de Flue (1417-1487), veinte años; a la bienaventurada Catalina de Racconigi (1468-1547), diez años; Dominga del Paraíso (1473-1553), veinte años; etc. De nuestros tiempos citaremos a Rosa María Andriani (1786-1845), veintiocho años; Domenica Labbari (1815-1848) y Luisa Lateau (1850-1883), catorce años.
Muchos otros nombres podrían citarse, sin contar los que nunca se han divulgado. En todo caso, la mayoría de estos hechos han sido controlados en forma muy severa. El Dr. Imbert-Gourbeyre recuerda la encuesta ordenada en el siglo VIII por el obispo, sobre el ayuno de Santa Walpurgis. El de Santa Lidvina, fue en 1420 objeto de una comprobación pública, formada por el bailío, el alcalde, los ujieres y los cónsules de la ciudad de Schiedam. También el del bienaventurado Nicolás de Flue fue controlado por las autoridades civiles y eclesiásticas. Se levantó un acta que reza: «Hacemos saber a todos y a cada uno, que Nicolás Flue, después de haber dejado a su padre, a su hermano, a su mujer y a sus hijos, para retirarse en una soledad llamada Raust, se mantuvo allí, por la gracia de Dios, sin comer ni beber durante dieciocho años, viviendo aún santamente en este instante en que escribimos este documento, y gozando de sus facultades: lo que atestiguamos por haberlo visto y sabido en verdad».
El papa Inocencio VII hizo controlar el ayuno de la bienaventurada Colomba de Rietti, que seguía desde veinte años; en 1659, la famosa pastora de Laus estuvo bajo el control del mismo obispo de Embrum. En 1868 la abstinencia de la hermana Esperanza de Jesús fue comprobada oficialmente por el obispo de Ottawa, asistido por dos médicos, uno católico, el Dr. Baubién, otro protestante, el Dr. Ellis. La hermana fue sometida, durante seis semanas, a la vigilancia más rigurosa, encerrada en una habitación y atendida constantemente por dos hermanas que no la dejaron un segundo. Al final de la experiencia en presencia del obispo, ella pesaba 124 libras, en cambio de las 113 iniciales…
Teresa Neumann, que desde la Navidad de 1926 no toma ningún alimento ni sólido ni líquido, fue sometida al control que su médico juzgó de un rigor absoluto: durante 15 días, cuatro hermanas franciscanas de Mallersdorf, especialmente adecuadas para la vigilancia, observaron constantemente, día y noche, a la ayunadora. Ella fue pesada regularmente; se midió el agua con que se enjuagaba la boca antes y después del uso; la sangre fluyente de las llagas fue recogida y enviada al examen de un laboratorio; las orinas y materias fecales fueron recogidas, medidas, pesadas y analizadas química y microscópicamente. Del miércoles al sábado hubo una pérdida de 3 a 4 kilogramos, recobrada los demás días, de modo que el peso a la mitad y al final de la experiencia se halló cerca de los 55 kilogramos, como al principio. Orina: 350 gr. en una semana. Heces: 20 a 30 gr. en cuatro o cinco semanas. En el examen microscópico no se halló rastro de alimentos. Las autoridades eclesiásticas solicitaron un nuevo control.
Haremos notar, finalmente, que la Iglesia ha creído que determinados ayunos estaban bien probados, para mencionarlos en la bula de canonización de Santa Catalina de Sena, en las beatificaciones de Santa Catalina de Ginebra, de San Pedro de Alcántara, de Santa Rosa de Lima y muchos otros. Los ha nombrado hasta en los oficios litúrgicos de varios santos, como en el caso del Venerable José de Leonissa.
En realidad no se puede comprender en ningún modo la posibilidad de realización natural de tales ayunos.
Los animales de letargo invernal, como la marmota, el oso, el erizo, el murciélago, etc. se hunden en la inmovilidad y caen en un estado de letargo con un amortiguamiento de la circulación y la respiración, y la temperatura considerablemente rebajada. El mantenimiento de esa existencia, reducida al mínimum, exige entretanto la combustión de las grasas y de elementos tisulares, que dan siempre una disminución de peso. Ayunadores como Cetti, pierden 6 kilogramos en 10 días de ayuno, Breithaps 3 kilogramos en seis días; Succi 12,200 en veintinueve días (Arthus, Physiologie). Merlatti resistió cincuenta días; Succi, cuya última experiencia se realizó en 1904, no excedió los treinta días, y lo mismo Gayer en 1910.
En 1922, los doctores Marsel Labbé y Stevenin presentaron a la Sociedad de Biología de París la observación de un hombre que fue sometido experimentalmente a un ayuno de cuarenta días, con bebidas (agua y limonada). El peso se redujo en 700 gramos por día, durante los primeros 10 días, luego solamente en 250 gramos por día. El metabolismo de 43 calorías por hora y por metro cuadrado de superficie corporal al principio, bajó progresivamente a 16 calorías al final del ayuno. Nosotros poseemos la experiencia de numerosos casos de anorexia mental. Hemos hallado metabolismos rebajados más allá del 50 ó 60 % en sujetos que perdieron más de 20 kilogramos de su peso. Ahora bien, a pesar de esa rebaja en la combustión, a pesar de la toma de una cantidad mínima de alimentos, el deceso sobrevino siempre en algunos meses en los casos rebeldes.
HACE FALTA ALGO MÁS PARA LA SANTIFICACIÓN
El organismo humano no puede mantener su vitalidad sin combustión y toda combustión implica una pérdida de ácido carbónico y desechos; de ello proviene el enflaquecimiento y, si no hay aporte de materiales de reemplazo, la muerte sobreviene después de cierto tiempo.
Observemos además que los Santos y las personas piadosas llevaron en su mayoría una vida normal y hasta muy activa. No sólo no padecieron el letargo de los animales invernantes, sino que Santa Catalina de Sena, Santa Nicolina, Santa Ágata de la Cruz, Santa Lidvina durmieron apenas algunos instantes por noche, a veces nada en absoluto. Su desgaste debió ser por lo tanto el máximo.
En tales condiciones, la hipótesis de un milagro se presenta fácilmente al espíritu. Y sin embargo la Iglesia no se satisface con estos resultados biológicos de apariencia netamente demostrativa.
Benedicto XIV exige que en esos casos se realice una severa encuesta. Hay que comprobar la duración de la abstinencia, la conservación de las fuerzas físicas y morales, la ausencia de hambre en plena salud. Hay que excluir cualquier causa mórbida o morbosa del ayuno. Sobre todo hay que estar seguros de la santidad del ayunador, informarse del grado heroico de sus virtudes, de sus dones sobrenaturales de éxtasis, de ciencia infusa y de profecía, si el caso lo requiere. Hay que reconocer la causa del ayuno: vanidad o razón humana, o bajo el impulso del Espíritu Santo y en plena sumisión a la obediencia. Por otra parte, el ayunador no debe haber sido ayudado en su ayuno más que por la administración de la Santa Eucaristía y haber cumplido todos los deberes de su estado. Y es sólo cuando hay una contestación satisfactoria a estas diferentes condiciones, que el ayuno puede ser admitido como milagroso.
Por eso se explica que la Iglesia no tenga forzosamente en cuenta el ayuno absoluto de larga duración para una beatificación o una canonización y que no eleve a los altares a todos los ayunadores piadosos. El ayuno, por sí solo, no demuestra la santidad; hay que tener en cuenta una posible intervención diabólica; hay que tener en cuenta posibilidades desconocidas de la naturaleza.
En ciertas circunstancias ¿no será posible que el hombre asimile como las plantas el ácido carbónico y el nitrógeno atmosférico? ¿Se puede recibir la energía vital de otra o de combustiones internas? ¡Un autor, en la revista Hippocrate (1934), propuso para Teresa Neumann la hipótesis de una asimilación de las irradiaciones solares! La Iglesia no nos prohibe estas suposiciones que, científicamente, nos parecen temerarias; y si negamos el milagro, nos conducimos correctamente. Pero entonces la posibilidad de la vida futura de nuestros cuerpos gloriosos, inmutables y sin necesidades, se torna naturalmente concebible…
Si la Iglesia reconoce en algunos de sus Santos el otorgamiento de parte de Dios de tal privilegio, ya en su existencia terrenal, como una recompensa para ellos, como ejemplo y estímulo para los demás fieles, ella no excluye la posibilidad de los fenómenos en otras condiciones y esto vale por la mayoría de los fenómenos. El reconocimiento de la participación de Dios, en lugar de disminuir la de la ciencia, le abre al contrario, horizontes más amplios. En todas partes donde se halle a Dios, el conocimiento humano se agranda, porque Él es el Señor de las ciencias: Deus scientiarum Dominus.
La historia, sobre todo la religiosa, narra un número bastante elevado de prodigios de sangre. Se trata de sangrado de cadáveres o partes de esqueleto o de objetos usados o pertenecientes de personajes santos. Uno de los sangrados más significativos es el de hostias, siendo el más común el sangrado llamado milagro eucarístico, que se produce ante dudas del sacerdote o para mostrar a los fieles la presencia de Jesucristo en la eucaristía.
CRUENTACIÓN EN PERSONAJES PIADOSOS
Cruentación (sangrado) al poco tiempo después de la muerte
Tal es el caso de San Andrés Avelino, fallecido en Napóles el 10 de noviembre de 1608. Sesenta horas después de su muerte, fluyó una notable cantidad de sangre de una leve incisión que se le practicara en la oreja. El Padre Faber en su Vie des Compagnons de saint Alphonse de Liguori, relata que incisiones hechas en el brazo y en la cabeza del cadáver del Padre Sarnelli, 48 horas después de su muerte, dieron sangre. «Uno de nuestros hermanos legos, al cortar los cabellos del difunto Padre Latessa, fallecido en 1755, por inadvertencia hirió la piel y de esa herida insignificante manó la sangre tan abundante que todos los vestidos del difunto se empaparon y nos vimos obligados a retirarlos y a distribuir los fragmentos, para satisfacer la devoción de los fieles».
Al Padre Pablo Caffaro, fallecido a la edad de 47 años en 1735, «se le abrió una vena antes de sepultarlo y en seguida corrieron de ella unas gotas de sangre». San Francisco Caracciolo, fundador de los Menores regulares, falleció en 1608 en Agnone (Italia). Se quiso embalsamarlo para llevarlo a Napóles. Más de sesenta horas después de la muerte, su cuerpo era flexible y a un golpe de bisturí del cirujano manó un raudal de sangre roja y perfumada.
Cruentación tardía
El cuerpo de San Bernardino de Sena sangró días después de su deceso. Lo mismo aconteció con el cuerpo del Padre Domingo Blasucci: «Se le retiró de su tumba 20 días después de su muerte, se le abrió una vena y la sangre fluyó como si hubiera estado viviendo».
El cadáver de Santa Catalina de Bolonia sangró tres meses después de su muerte. El padre José Landi, cuyo testimonio está corroborado por el del mismo San Alfonso de Ligorio, declara haber asistido a la exhumación del cuerpo del Padre César Sportelli, fallecido en Nocera de Pagani en 1750, y sepultado en una tumba húmeda desde tres años y siete meses. Abierto el ataúd, «aunque sus vestidos estaban deshechos y casi consumidos, su cuerpo estaba tan entero, flexible y hermoso, como el día de su muerte y exhalaba un olor suave. Nuestra sorpresa aumentó mucho más, cuando vimos que los intestinos no estaban corrompidos y que el estómago mantenía su elasticidad. Se hizo una sangría y, para gloria de su siervo, Dios permitió que la incisión manara gotas de sangre roja».
Cruentación a la orden
Aquí hallamos el fenómeno más notable y acerca del cual los testimonios son los más formales. Citemos el caso de San Gerardo Majella, para quien el 17 de octubre de 1755 fue labrada un acta notarial comprobando las hemorragias, habiendo ocurrido el deceso el día 15 del mismo mes, poco antes de la medianoche; el acta fue impresa en el legajo del proceso de beatificación ante la S. Congregación de Ritos. He aquí el relato del Padre Tannoja:
«Tres horas después de la muerte, se decidió practicar una sangría al santo cuerpo. «Durante toda vuestra vida habéis sido obediente, dijo el Padre Buonamano, por lo tanto yo os mando darnos esta prueba de vuestra virtud». Se abrió entonces una venda del brazo derecho e inmediatamente fluyó gota a gota de la incisión una cantidad superior a las dos libras de sangre, como si hubiera estado vivo. El cuerpo fue expuesto durante dos días… En seguida antes de la inhumación, el Padre Buonamano renovó la orden intimada al cadáver del santo joven, de sangrar todavía, y el cadáver dio una cantidad de sangre tan abundante como la primera vez. Además, todos los miembros se conservaban flexibles y una transpiración tan abundante cubría de perlas su frente, que se pudo impregnar algunos pañuelos».
Y el R. P. Thurston de quien se conoce el espíritu crítico, al reproducir ese relato, escribe: «Es absolutamente imposible suponer que el Padre Tannoja, de tendencias personales más bien rigoristas, haya afirmado a sabiendas hechos que supiera inexactos. Por otra parte, debió haber conocido todos los testigos de los hechos que relata.»
El bienaventurado Ángel de Acri, muerto en 1739, a la edad de 70 años, no tenía palidez cadavérica; sus miembros estaban suaves y él presentaba el sudor de la cara, mientras que la sangría fue negativa. Tres días después de su muerte, a la orden del Padre Superior, tendió el brazo y dio sangre. Este hecho fue presentado a la S. Congregación de Ritos, como prueba de santidad.
El Venerable Juan Bautista de Borgoña, de la Orden de los Frailes Menores, murió a los 26 años de edad en Napóles en 1726. Su cadáver sangró por orden de su Superior y continuó también sangrando después de la autopsia practicada por los cirujanos. Además se han conservado las declaraciones formales de esos cirujanos, que afirman en el proceso de beatificación que ese fenómeno y los demás observados en el cadáver, no podían explicarse, a su juicio, por la acción de causas naturales.
Estos hechos conciernen a Italia, donde parece que se le ha prestado una atención especial, pero, como dice el Padre Thurston, de quien los tomamos, idénticos casos se hallan en España y en los países del Norte.
Cruentación judicial
El Dr. Querleux, en su tesis, recuerda que «el cadáver de Enrique II sangró, se dice, a la vista de su hijo Ricardo (1189) y el de Luis de Orleans a la vista de Juan sin Miedo (1404): ambos reconocían a sus asesinos».
En realidad, es una tradición antigua y conservada mucho tiempo, que Dios puede permitir que un cuerpo sangre para denunciar a un asesino. Hallamos varios ejemplos, recogidos por el Dr. Garmann en una obra muy curiosa sobre los Milagros o Maravillas de los Muertos. «Es una vieja costumbre germánica —nos dice— la de convocar a los vecinos cuando se descubre a un individuo asesinado. Si niegan tener alguna responsabilidad en ese homicidio, se les conduce frente al cadáver. Se les propone una fórmula de juramento y se les obliga a tocar con el dedo o con la mano las heridas y el ombligo del cadáver, repitiendo tres veces: «Que Dios me dé un signo de que soy inocente de esta muerte», llamando al difunto por su nombre. Es también costumbre germánica conservar la mano o aun sólo el pulgar de la víctima y, si han corrido los años, cuando no queda más que la osamenta, poner a los sospechosos en presencia de esos restos: si éstos sangran, y parece que esto ocurrió, se someten los prevenidos a la tortura».
De todos modos, es difícil separar lo que hay de real y lo que hay de legendario en esas narraciones de cruentaciones judiciales. Garmann insiste sobre el hecho de que autores absolutamente dignos de fe han visto producirse la cruentación ante sus ojos. Tal el relato de Hipólito de Marsella, que, siendo gobernador de Albenga (prov. de Savona) debió investigar la muerte de un hombre asesinado de noche. Un anciano le aconsejó hacer desfilar ante el cadáver a los sospechosos. Cuando el culpable se presentó, las heridas del cadáver comenzaron a sangrar. El gobernador se quedó perplejo, pero coincidiendo otros indicios, el hombre fue sometido a la tortura y confesó.
En Ratisbona, en 1630, a la presencia del Emperador y de los Grandes del Imperio, un judío que había matado a un joven, hijo de un comerciante de Francfort, fue llevado cerca del cadáver; el reo comenzó a negar, pero confundido por la cruentación, confesó su delito.
Valleriola, médico muy estimado, muerto en 1584, atestigua también haber presenciado un hecho análogo.
La cruentación, en otros casos, se consideró como una prueba de inocencia del que fuera ejecutado injustamente. Libavius (muerto en 1588) que gozó gran fama y, según se dice, habló por primera vez de la transfusión de sangre, relata que un obispo que sospechaba de uno de sus familiares enriquecido, que hubiese robado, lo hizo crucificar. La sangre del desgraciado siguió fluyendo mientras estaba suspendido, lo que se consideró como un milagro que atestiguaba su inocencia.
Cruentación normal post mortem
Los autores que se han preocupado de los signos de la muerte, han estudiado el valor del síntoma «ausencia de hemorragia». «La sangre, nos dice Ferreres y Geniesse, que ha sido lanzada a las venas, se acumula en las venas cavas, en las cavidades del corazón derecho, los vasos pulmonares y el sistema capilar de esos mismos órganos (Ver Chierici, Icard). Estos fenómenos explican por qué, casi siempre, en los muertos y a veces en los casos de muerte aparente, la sección de las arterias o de las venas no deja aparecer sangre… La sangre que ha sido rechazada en gran parte hacia el centro, obedeciendo a leyes físicas descenderá hacia las regiones más bajas, se infiltrará a través de los tejidos y producirá las manchas o livideces cadavéricas. A veces se produce un fenómeno que es útil mencionar aquí: los gases que se desarrollan en el interior, empujando la sangre hacia la periferia, pueden hacer sangrar heridas abiertas, hacer salir sangre de la nariz, devolver a los ojos flojos y opacos una cierta apariencia de vida, etc..»
También los doctores Duvoir y Desoille, en su Practique médico-chirurgicale (1931), escribieron a propósito de los signos de la muerte: «Sobre todo, como se hace demasiado a menudo en la práctica, no se debe abrir una vena para demostrar que la circulación está detenida. Este procedimiento es malo, porque la llaga peligra sangrar, si no inmediatamente, por lo menos pocas horas más tarde, bajo los efectos de la putrefacción (circulación postuma)».
APRECIACIÓN DE LOS HECHOS
Para las cruentaciones que ocurren poco tiempo después de la muerte, fácilmente se presentan dos hipótesis:
La primera es definida por el R. Padre Thurston: «La conclusión firme es que en Napóles se espera que el cuerpo de toda persona santa fallecida, debe sangrar. Y se siente cierta pena al provocar la duda que esta convicción haya podido hacer inhumar determinadas personas especialmente santas, antes que su muerte hubiese sido comprobada por los signos habitúales de la descomposición». En otro lugar, a propósito del Padre Caffaro, dice: «Por lo que parece, se procedió lo mismo, en seguida, a la sepultura, procedimento que hoy podría dar lugar a una investigación judicial y, tal vez, a una condena por asesinato».
La segunda hipótesis es que se trata de cruentación debida simplemente a la circulación postuma, causada por la putrefacción.
Pero el examen de los hechos demuestra que si las dos hipótesis han podido a veces corresponder a la realidad, no pueden absolutamente explicarlo todo. Justamente cuando expresaba su temor por inhumaciones prematuras, antes de hallar los signos de la putrefacción, el R. Padre Thurston citó el caso del bienaventurado Buenaventura de Potenza, que falleció en Napóles en 1711. Por orden de su Superior levantó el brazo derecho para ser sangrado; hubo abundante efusión de sangre y la cara se cubrió de sudor, mientras que los miembros permanecían flexibles. «De cualquier manera, escribe el Padre Thurston, parece bien comprobado que el cuerpo estaba perfectamente conservado, cuando fue exhumado treinta años más tarde». Estoy absolutamente de acuerdo con el R. Padre Thurston para lamentar que no se hayan esperado los signos de la putrefacción, pero ¡se ve que a veces hubiera debido esperarse bastante tiempo! En todo caso, no tenemos motivos para suponer que la muerte es menos exacta, cuando los contemporáneos han comprobado, que treinta años después, el cuerpo se hallaba en el mismo estado. Además, en esos casos la circulación postuma nada tiene que ver, porque no podemos suponer que la putrefacción, una vez iniciada, podría detenerse para dejar finalmente un cuerpo intacto numerosos años más tarde.
Por lo tanto, si la búsqueda de la sangría de los cadáveres, poco después de la muerte, como signo de santidad puede ser considerada como prácticamente carente de valor, la conservación ulterior del cadáver daría a ese signo un valor real.
Por otra parte, la emisión tardía de sangre, sobre todo la cruentación «por orden» parece verdaderamente poderse interpretar como un fenómeno milagroso.
Y por lo que se refiere a la cruentación judicial, no nos parece imposible que Dios haya escuchado las oraciones de los que le pedían un signo de inocencia o de culpabilidad, para asegurar una justicia mejor. Dios no sabe qué hacer con nuestros pequeños juicios humanos, pero una fe ardiente y profunda puede obtenerlo todo de El.
SOBRE OBJETOS MATERIALES
Los prodigios de sangre no se encuentran solamente sobre el cuerpo humano, sino también sobre objetos materiales: osamenta, objetos diversos, hostias.
Osamenta
Un prodigio, que en su época tuvo una enorme repercusión y dejó vestigios materiales importantes, fue el del «brazo» de San Esteban, en Besanzón. Se sabe que en el año 415 se descubrieron en Jerusalén los restos de San Esteban. A propósito de este descubrimiento, dice el Padre Lagrange: «El hallazgo de las reliquias de San Esteban en una época de fe, pero también de duda y de crítica, de competiciones encarnizadas y de controversias interminables, aceptado por todos los partidos y todas las Iglesias, nos parece uno de los hechos más ciertos de la historia». En 444, San Celedonio, elegido obispo de Besanzón, fue depuesto por un Concilio reunido por San Hilario, obispo de Arles; San Celedonio apeló al Papa y fue a Roma. Otro Concilio lo restableció en todos sus derechos. Una carta del Papa San León lo comunicó a los obispos de la Secuania y de la provincia de Vienne, mientras que una constitución del emperador Valentiniano III, dirigida a Ecio, gobernador de las Galias, recordaba su deber de sumisión al Pontífice romano (8 de julio de 445).
A raíz de estos incidentes, y probablemente para indemnizarlo de tantas molestias, el emperador de Oriente, Teodosio el Joven, dio a San Celedonio una reliquia de San Esteban para su basílica destinada a ese mártir. Hacia 446 una deputación llevó los huesos de un brazo de San Esteban, que fueron recibidos solemnemente por el obispo de Besanzón, en presencia de la emperatriz de Occidente, Galla Plácida, acompañada por el obispo San Gaudioso.
«Se hallaban presentes otros diez obispos de las Galias, escribe el historiador Dunod; y habiendo ellos pedido a Celedonio algunas partículas de un hueso del brazo de San Esteban, aquél comenzó a despejar fragmentos con una pequeña pinza, y de allí manó la sangre en cantidad suficiente como para dar un pequeño frasco a cada obispo y conservar una parte también en Besanzón. San Gaudioso se llevó un frasquito que se encuentra en Napóles. Gregorio de Tours habla de otro que se conservaba en su época en Bourgues. Un tercer frasquito está en el tesoro de San Severino en Colonia. Cuando, en 1137, se abrió el sagrario del altar principal de la iglesia de San Esteban de Dijón, se halló otro frasquito con una partícula del brazo de San Esteban; fue probablemente por esas reliquias que la iglesia de San Esteban de Dijon fue dedicada al mártir por el obispo de Langres, que se halló presente a la recepción del brazo de San Esteban, en Besanzón. El cartulario de esa iglesia y sus Lecciones propias del Oficio de San Esteban, concuerdan con las muestras acerca del milagro y comprueban el del frasquito y de los huesos hallados en el sagrario del altar a comienzos del siglo XII».
Ciertos autores llegan a pensar que fue el esplendor del milagro lo que determinó a fijar la fecha del 3 de agosto, día de la recepción de las reliquias de Besanzón, aunque el cuerpo de San Esteban haya sido descubierto en el mes de diciembre.
De cualquier manera, esa narración fundada en los manuscritos y breviarios bizantinos, corresponde notablemente a las inquietudes que manifestara, hace algunos años, el R. Padre Thurston acerca de la autenticidad de la sangre de San Esteban conservada en Napóles.
«En la iglesia de San Gaudioso, — escribe — se conserva un frasquito que se pretende contenga sangre de San Esteban, protomártir. Es citado por Eugenio, en 1624; en 1664, Sabbatini, testigo sabio y bien informado, habla en estos términos: «Nuestra ciudad de Napóles, conserva el precioso tesoro de sangre de ese santo (San Esteban), que, durante el canto del himno Deus tuorum militum, se licúa a la vista de todos los presentes, prodigio del que fuimos testigos muchas veces, porque le hemos visto antes sólido y en seguida licuado».
«Ahora bien, Eugenio nos dice en Napoli Sacra, pág. 198, cómo se halló accidentalmente esa reliquia en 1561. Se sabía que debía tratarse de sangre, porque el contenido del frasquito era negro y duro, pero se supo que era sangre de San Esteban, porque uno de los canónigos de nombre Luciano, tomando el frasco en sus manos, tuvo de pronto la inspiración de invocar al santo Mártir con las palabras Video cáelos apertos, etc., después de lo cual la sangre se licuó y aumentó de volumen, que hubo necesidad de verterla en otros dos pequeños frascos».
Parece verosímil que la «inspiración» del canónigo Luciano no debe haber sido fortuita, resultando de una tradición que atribuía la sangre a San Esteban. Agreguemos que San Gaudioso dio su nombre a la catacumba de Napóles en que fue inhumado (Dict. d’archéologie chrétienne de Cabrol y Leclerq). Era obispo de Abitina en África y, echado por la persecución de los Vándalos, halló refugio en Napóles en el año 439 y murió el 28 de octubre de 453.
Advirtamos, acerca de la sangre de San Esteban, que la crítica, aun bien intencionada y competente, tiene oportunidad de tomar como modelo la prudencia de la Iglesia, que estima que las reliquias antiguas deben mantenerse veneradas allí donde han estado hasta el presente, a menos que en un caso particular haya razones ciertas para considerarlas falsas o supuestas (Cod. juris. can. 1284-1285).
Sin conocer los documentos de la Iglesia de Besanzón, de la de Dijon, de San Gregorio de Tours, etc. el R. Padre Thurston, declara:
«Para mí, y, yo estoy convencido de ello, para todos los que han estudiado seriamente la hagiografía, la única solución absolutamente inadmisible es la que nos obligaría a creer que la pretendida sangre milagrosa de San Juan Bautista, de San Esteban, de San Lorenzo, de Santa Úrsula y de otros, es parte de restos auténticos del líquido vital que corrió un tiempo en las venas de las personas históricas que llevaron esos nombres. Y si las reliquias no son auténticas, ¿cómo se podrá creer que cada año, y aun varias veces en el año, la Omnipotencia divina derogue las leyes físicas del universo, para satisfacer la curiosidad o la credulidad de un puñado de fieles y convertirse de este modo, en alguna medida, en garantía de una mentira?»
Por cierto, la «sangre de San Esteban» no es la que fluía en las venas del mártir, sino otra que provino milagrosamente de un hueso del santo; pero ¿es menos sangre de San Esteban de lo que fueron los peces y los panes, el alimento multiplicado por el Salvador, al partir pocos panes y pocos peces? Además parece perfectamente comprensible y digno de la solicitud divina, que Dios supla las lagunas de nuestros archivos, la ignorancia de nuestra erudición, con un prodigio que preste autenticidad a la sangre que Él ha creído útil crear milagrosamente. La prudencia es seguramente una norma, para todo lo que concierne al misterio divino; pero ella se impone por lo menos en la misma medida sino más, a la duda o a la negación que a la afirmación, porque todo es posible a Dios, ¡y nuestro espíritu es tan limitado en sus conceptos y en sus conocimientos!
Objetos diversos
Hallamos un ejemplo antiguo en una carta del Papa San Gregorio Magno a la Emperatriz Constantina, esposa de Mauricio, que había pedido una reliquia importante de San Pablo, que él no quiso regalar. «Todo lo que hacemos, escribe, es enviar en un cofrecillo de boj, una pieza de seda o de lino (brandeum) que ha sido colocada sobre el sagrado cuerpo del Santo. Y grande es la virtud de esta clase de reliquias; así, en la época del Papa León, de santa memoria, los Griegos dudaron acerca de estas reliquias y el Pontífice se hizo traer tijeras, cortó el brandeum y la sangre manó en el lugar de la incisión».
Hasta nuestros días se han producido muchos casos análogos.
Hostias
La historia religiosa ha registrado numerosos prodigios consistentes en el ensangrentamiento de hostias, que llegó hasta un verdadero y propio flujo de sangre. La ocasión ha sido a menudo en caso de su profanación: como las hostias de Billettes en 1290, de Aviñón en 1554, que, perforadas a puñaladas, dejaron fluir sangre; las de Gantes en 1354, robadas por ladrones y las de Napóles en 1581 profanadas por un comulgante, que dieron sangre en abundancia. En otros casos se trató de sacerdotes que dudaron acerca de la presencia real. El célebre milagro de Bolsena se realizó en una ocasión semejante.
Fue en 1263; un sacerdote alemán, honesto y piadoso, pero atormentado por las dudas acerca de la presencia real, fue a Roma. Llegado a Bolsena, en la diócesis de Orvieto, celebró la Misa en la iglesia de Santa Catalina, cuando en el momento de la elevación, la hostia apareció cubierta de sangre y esa sangre corrió sobre el corporal. El sacerdote quiso llevar hostia y corporal a la sacristía, pero algunas gotas cayeron al suelo, manchando cinco baldosas de mármol. La Santa Hostia y el Corporal se llevaron a Orvieto, donde se hallaba el Papa Urbano IV. Las cinco baldosas de mármol fueron sacadas del pavimento; cuatro quedaron en Bolsena y la quinta fue depositada en la iglesia de Perchiano, en la diócesis de Amalia. Varios prodigios hicieron ilustres esas reliquias. Por lo que se refiere al milagro de Bolsena, tuvo tanta repercusión que el Papa Urbano IV aprovechó la ocasión para establecer, definitivamente y a perpetuidad en la Iglesia universal, la fiesta del Corpus Domini, llamada en Francia Féte-Dieu.
Otras veces se trató de un sacerdote que temió que una consagración de hostias no fuese válida. Así, en 1833, en Rupt-aux-Nonnains (Mosa), el abate Cristóbal Simón estaba por administrar la primera Comunión a los niños de la parroquia. Tuvo dudas sobre la validez de la consagración de 70 pequeñas hostias que había colocado sobre el corporal. Mientras recogía las partículas caídas de las pequeñas hostias, «vio esas partículas hinchadas al llegar al borde de la patena, casi hasta el tamaño de un grano de cebada, tomar primero un color anaranjado, luego un rojo más vivo, para reventar en seguida y expander una sangre viva y bermeja. El estimó en dos cucharaditas la cantidad de sangre milagrosa que se reunió en el medio de la patena y en ciento cincuenta las manchas que dejaran las gotas penetradas en el corporal». El abate Julio Morel, que relata este hecho, dice que un acontecimiento parecido se produjo cuatro veces el 7 de febrero, el 29 de abril, el 8 de mayo y el 15 de mayo de 1859, en Vrigne-aux-Bois en las Ardenas.
Prodigios de esta naturaleza ocurrieron en Asti, el 25 de julio de 1533, en la iglesia de San Marcos y el Papa Pablo III reconoció la autenticidad del milagro, otorgando indulgencias, y el 10 de mayo de 1718 en la iglesia del establecimiento Migliavacca. Se conserva el cáliz manchado de sangre en este último milagro.
Vino consagrado
Agreguemos a las hostias que sangran, la transformación del agua y del vino de la Misa en líquido sanguíneo. El Padre Yepes, en su Chronique genérale de Vordre de Saint-Benóit (Valladolid 1613), relata haber venerado en la iglesia del monasterio de Cebrero en Galicia, dos ampollas conteniendo una, una Hostia, parecida a un trozo de carne desecada, y la otra una masa parecida a sangre recién coagulada. Estas reliquias son consecuencia de una duda emitida por el capellán del monasterio, extrañado de la piedad de un labrador que había desafiado la tormenta y el cansancio, para «ver un poco de pan y de vino». La hostia se transformó en carne y el cáliz se llenó de sangre. Largos años después, la reina Isabel de Portugal ordenó colocar la hostia y el cáliz en ampollas de cristal.
Los Annali de Camáldoli conservan la relación de la duda sobre la presencia real que asaltó al Padre Lázaro de Venecia, prior del Monasterio de Bagno (Italia), en 1412, después de la consagración. El vino consagrado tomó el aspecto de sangre viva y roja, hirvió y desbordó el cáliz sobre el corporal, que se conserva en la iglesia de Santa María de Bagno.
En 1429, en Alkmaar, en Holanda, un sacerdote dejó caer algunas gotas de vino consagrado sobre su casulla. Los sacerdotes que examinaron la casulla después de la Misa, hallaron que las gotas, de vino blanco, habían dejado en la tela tres manchas rojas, como de sangre. Se cortó esa parte de la casulla que se la echó en el fuego; pero la tradición afirma que el trozo de casulla quedó suspendido sobre las llamas. De todos modos, la reliquia fue conservada y monseñor Bottemanne, obispo de Haarlem, pudo declarar en 1897 su autenticidad y autorizar un culto público.
APRECIACIÓN DE LOS HECHOS
La realidad de los hechos parece indiscutible: han ocurrido generalmente en público, han sido objeto de investigaciones civiles y religiosas inmediatas, guiadas por el espíritu del Concilio de Colonia, que en 1452 recomendó la mayor prudencia en el examen de tales prodigios; a menudo los autores de la duda o de la profanación se denunciaron por sí mismos, mereciendo duras penitencias o crueles suplicios; finalmente, la sangre resultante del milagro quedó muchas veces como testimonio material y duradero del milagro.
Una explicación que estuvo singularmente en boga, a tal punto que nosotros también la hemos oído enunciar por el profesor de biología de una Facultad de Ciencias, en pleno curso de «P. C. N.», y que en 1934 hallamos afirmada como realidad en una revista de medicina, es la del bacillus prodigiosus. El Larousse du XX° siécle nos lo explica en estos términos: «Bacillus prodigiosus. — Pequeño bacilo corto, fácilmente colorable, aerobio. Se desarrolla bien en todos los medios de cultivo habitual, siempre que se halle al abrigo de la luz, y está caracterizado por la hermosa coloración roja de sus colonias, cuando se desarrollan en un medio suficientemente aireado y a una temperatura de cerca de 20 centígrados. Se nota sobre el pan, en la leche, en las patatas, y causa el fenómeno, un tiempo misterioso, de las hostias que sangran. No parece ser patógeno».
Veamos el origen de esta perfecta certidumbre desde el punto de vista de la interpretación natural de las hostias sangrantes. El Dr. Truessant escribe:
«Muchos de los fenómenos que han sorprendido la imaginación de pueblos ignorantes y crédulos, se deben solamente a la presencia de microbios colorados (microbios cromógenos). En 1819 un cultivador de Liguara, cerca de Padua, notó con terror manchas de sangre salpicadas sobre una sopa de maíz hecha la víspera y encerrada en su armario. Al día siguiente, manchas parecidas se vieron sobre el pan, la carne y todos los alimentos que se hallaban en el mismo armario. Se creyó naturalmente en un milagro, en una advertencia del cielo, hasta el momento en que se decidió someter la causa del prodigio a un naturalista de Padua, que reconoció fácilmente allí la presencia de un vegetal miscroscópico que Ehremberg halló en circunstancias análogas en Berlín en 1848 y que denominó Monas prodigiosas… Es para los modernos el Micrococcus prodigiosus. Se le ha visto no sólo sobre el pan, sino también sobre hostias, en la leche, en la cola, y en general sobre las sustancias alimenticias o harinosas, expuestas al calor húmedo. Según Rebenhorst, que lo estudió recientemente, este microbio sería muy polimorfo…» (Les microbes, les ferments, les moissures, Alean, París, 1886).
Es absolutamente posible que hostias hayan sido contaminadas por ese microbio y hayan presentado manchas debidas a su proliferación. Pero es suficiente comparar los casos principales de hostias sangrantes con los caracteres biológicos o bacteriológicos del bacillus prodigiosus, para ver que esta explicación es netamente inadmisible al respecto. En realidad, el bacilo se desarrolla bien, siempre que se halle al abrigo de la luz,esté aireado, a cerca de 20 centígrados de temperatura, y sobre substancias alimenticias o harinosas expuestas al calor húmedo.
Ahora bien, en Bolsena, Asti, Rupt-aux-Nonnains y en otros muchos casos, el prodigio se ha efectuado en plena Misa; la hostia se hallaba pues en plena luz; además parece poco probable que la temperatura de 20 centígrados haya sido frecuente en las iglesias, sobre todo en Rupt-aux-Nonnains (Mosa), donde la primera Comunión, día del acontecimiento, tuvo lugar ese año, por la muerte del párroco, el mes de enero, el domingo después de la Epifanía. Además parece difícil que se haya realizado la condición del calor húmedo: una hostia húmeda es considerada normalmente como alterada y no utilizable.
En todo caso, el prodigio es instantáneo, lo que no corresponde fácilmente a una proliferación microbiana: la hostia, normal antes, aparece o se torna cruenta. No se puede suponer que el microbio se haya desarrollado en el interior de la hostia y sea libertado por su rotura: una hostia está hecha de pasta homogénea, no en forma de hojaldre y no brinda fisuras en su conjunto; por otra parte el microbio es aerobio y se desarrolla en la superficie y no en el interior. Finalmente la producción de sangre es tal que en pocos minutos manan gotas múltiples, fenómenos del que no conocemos otro análogo en bacteriología.
No olvidemos que corre de los huesos de San Esteban tanta sangre como basta para ofrecer frasquitos a Bourges, a Napóles, a Colonia, a Dijon, etc. El «brandeum» de San León no es una substancia alimenticia. Ante los hechos, el papel del bacillus prodigiosus parece, pues, una hipótesis falaz y sin valor. Si hemos de buscar la economía del milagro, la producción o exaltación por parte de Dios de un fenómeno biológico normal, nos parece más sencillo, en lugar de recurrir a una proliferación extraordinaria del bacillus prodigiosus, creer que la sangre humana se forma a costas del pan y del vino y que la transformación en alguna forma, in vitro, fuera del organismo, no es tal vez un milagro supra naturam o contra naturam sino solamente (!) praeter naturam. En todo caso, parece que desde el punto de vista científico, la acción de Dios se manifiesta plenamente en la mayor parte de estos prodigios cruentos.
LA SANGRE FUERA DEL CUERPO HUMANO
La sangre, fuera del cuerpo humano, ha presentado a menudo fenómenos de licuación, retomando el aspecto de la sangre fresca, de ebullición, de aumento o reducción de volumen y de peso, que a veces han parecido hallarse en relación con objetos, orígenes o actos religiosos, y revestir un carácter sobrenatural. Hallamos, por ejemplo, desde el punto de vista judicial, la apelación al testimonio de Dios. El Dr. Germann refiere, según Libavius, la historia de un hotelero, que en 1505, en Tigur, había asesinado a un mercenario y había escondido el cadáver en un bosque. Hallado el cuerpo, el hotelero fue confundido por la cruentación de un puñal hallado sobre el cadáver y que se cubría de sangre en su presencia. A veces ocurrió eso con los vestidos de la víctima, manchados de sangre.
De cualquier modo, el caso más célebre y universalmente conocido es el de la sangre de San Jenaro, en Napóles, que todos los años, desde hace siglos, se licúa en público y en condiciones de contralor civil, religioso y científico absolutamente exacto. Pero su gloria lo hace considerar como único y se olvidan los prodigios análogos. Diremos, pues, unas palabras sobre éstos, antes de ocuparnos en su examen.
Sangre que permanece líquida
Encontramos muchos ejemplos de este fenómeno en los artículos del R. Padre Thurston.
La sangre del cardenal Leandro Colloredo, muerto en Roma en el año 1709, y proveniente de una sangría practicada la víspera, se halló coagulada dos días más tarde. Pero fragmentos de este coágulo, colocados en una ampolla, han vuelto al estado líquido, cuando se miró la ampolla al cabo de un mes. La sangre seguía siendo líquida en 1738, cuando el Padre Pucetti, que refiere el hecho, escribía la vida del Cardenal.
El Padre Silos, en su Histoire des cleros réguliers, escrita en 1666, atestigua haber comprobado personalmente el estado líquido de la sangre de un padre teatino, Francisco Olimpio, fallecido en Napóles en 1639, sangre conservada en una ampolla perteneciente al principe Francisco Caetani.
Del bienaventurado Bernardino Realini, muerto en Leece en el año 1616, varios testigos declararon en el proceso de beatificación que se habían conservado varias ampollas de su sangre. En algunas la sangre se coaguló y se endureció, en otras quedó líquida y perfumada más de un siglo, en otras el volumen aumentó al punto de llenar la ampolla, normalmente llena por la mitad solamente.
Una ampolla de sangre del Venerable Juan Bautista de Borgoña, fallecido en Napóles en 1726, estaba líquida todavía en 1864 y fue enviada a Roma por orden de Pío IX, para el proceso de beatificación.
Anotemos, finalmente, entre muchos otros casos, el del padre Antonio Montecúccoli, que fue General de los Capuchinos en 1633 y que falleció en retiro en 1648. El Dr. Pellegrini, ayudado por otro médico, le sangró antes de su muerte y dos días después; una ampolla permaneció líquida cuatro años, otra seis y otra, perteneciente al Dr. Pellegrini y que contenía sangre retirada por lo menos una semana antes de la muerte, estaba líquida todavía y sin rastros de corrupción dieciocho años más tarde.
Estos diferentes casos nos presentan, por lo tanto, ejemplos de fluidez, ya conservada, ya recobrada, después de un corto período de coagulación. Esa fluidez se conserva por un tiempo variable que va desde algunos años hasta más de 138. Finalmente, tenemos a veces el aumento de volumen.
Sangre con licuación múltiple
He aquí entretanto otro género de fenómenos. En primer lugar la sangre de nuestro colega San Pantaleón, cuidadosamente examinada en 1924, por el capitán inglés I. R. Grant, en Ravello, cerca de Amalfi (Italia). El relicario se halla en la capilla del Santísimo Sacramento de la cátedra.
«El relicario es un vaso de vidrio en forma de disco circular, cuyas caras son planas. Contiene en su parte inferior… un asiento de substancia oscura opaca, que según la tradición sería un poco de arena o de tierra, sobre la que se volcó la sangre, cuando la cabeza del mártir fue separada del cuerpo. Sigue inmediatamente una capa de substancia blanquecina y sobre ella una capa muy estrecha, parecida a una cinta de sangre, de color pardo oscuro; todo perfectamente opaco. Encima hay una capa de materia que parece desecada, finalmente un poco encima de esta última, una línea de minúsculas ampollas desecadas, que marca el nivel más alto alcanzado por la materia adiposa durante la licuación. Más alto todavía, y enteramente separadas del resto se ven en el interior del vidrio, algunas placas no transparentes, de color rojizo. Sobre la cara exterior del relicario hay un depósito notable de fino polvo, que comprueba que no se la ha tocado desde hace mucho tiempo. Se ve además una gran grieta que comienza un poco debajo del nivel de la sangre, toca la parte superior del relicario y se prolonga sobre el otro lado. Fué, se dice, el resultado de un accidente. En 1759, la sangre estaba líquida; un canónigo acercó la llama de un cirio al vidrio, que se resquebrajó. La sangre comenzó a filtrar a través de la grieta. El canónigo suplicó al Santo que detuviera el desastre. La sangre cesó en seguida de filtrar, pero quedan sobre la pared exterior, a lo largo de la grieta, algunas gotas de color pardo oscuro, como de cera; me pareció que la grieta era demasiado marcada para que retuviera un líquido cualquiera por sobre su nivel. El sábado 19 de julio de 1924, inmediatamente después de la Misa de las seis, el arcipreste me invitó a subir sobre la pequeña plataforma detrás del relicario y a examinar su contenido. Era la primera vez que yo lo veía después de la fiesta de la Traslación, en mayo, y no había cambio apreciable.
El viernes siguiente, 23 de julio, a la misma hora, subimos de nuevo juntos sobre la plataforma. En seguida, nada hubo que observar. Mientras todos nos pusimos un instante de rodillas, el arcipreste recitó una breve oración; cuando nos levantamos, vimos que la licuación había comenzado ya. Todos observamos distintamente que la parte izquierda de la estrecha banda de sangre había tomado color vivo, del tinte de un rubí. Examinando el relicario de frente, vi muy claramente que las gotitas pardas oscuras que estaban en la parte exterior de la grieta, se habían humedecido, volviéndose casi enteramente líquidas, aunque su color permaneciera el mismo… El 26 de julio la licuación no era todavía completa; el 27 de julio pude comprobar que el prodigio se había cumplido enteramente por la mañana. No podía tenerse la menor duda sobre el carácter líquido de las gotitas, anteriormente endurecidas, que adherían a la parte exterior del recipiente, y un examen más atento hecho el martes 29 de julio me demostró que las mismas eran de un rojo oscuro, si se proyectaban sobre la sangre colocada en el interior y un rojo más claro, si se destacaban sobre la sustancia lechosa citada más arriba…
Así he descrito mis propias observaciones acerca de este prodigio de Ravello. Otra porción de la sangre de San Pantaleón se conserva no sólo en Napóles, como lo indicó el Padre Thurston, sino también en el Convento de la Coronación de Madrid. A mi solicitud, Cronin, doctor en teología, observó los fenómenos concernientes a esa reliquia; él comprobó que el cambio ocurre la víspera de la fiesta .(26 de julio), mientras es objeto de la veneración de los presentes. Se conserva en la iglesia, en una ampolla móvil. La sangre consiste en una masa dura, seca, sólida, como una especie de barro cocido de un tono pardo muy oscuro, que toma el aspecto de la sangre fresca, líquida y de color vivo. Permanece en ese estado el día de la fiesta, luego se solidifica progresivamente, durante la noche siguiente. En Ravello, en cambio, se comprueba que la sangre permanece líquida durante más de seis semanas después de la fiesta; mientras que la conservada en Valle della Luciana y que también vi, queda líquida todo el año… Me atrevo a expresar mi convencimiento de que los hechos que he visto y descrito, no parecen susceptibles de ser explicados por causas naturales».
El Dr. Isenkrahe refiere en su libro, además del estudio de la sangre de San Jenaro, la visita hecha en 1911 a la iglesia de Santa María de la Merced y de San Alfonso.
«Se conserva allí una ampolla conteniendo sangre de San Alfonso de Ligorio (1787). El párroco muestra con placer la reliquia a los extranjeros: se trata de un pequeño relicario en cuyo centro hay un pequeño recipiente de vidrio en forma esférica, cerrado por un tapón de corcho, y de un pulgar y medio, aproximadamente, de diámetro. En el fondo del vaso hay una substancia en apariencia consistente, de color oscuro y adherente a la pared. El párroco se puso de rodillas, recitó una breve oración, dio vuelta el relicario y se vieron correr hilitos rojos de sangre. Tres días después, el profesor Isenkrahe volvió acompañado por un amigo. La licuación se produjo en idénticas condiciones. Interrogando al párroco, que en ese entonces era monseñor Arnaldo Nappi, supo que la licuación se realiza por completo si se espera un período suficiente; la solidificación se hace poco a poco; el prodigio se ve tanto a la luz del día como a la de un cirio; no depende ni de la temperatura, ni de la estación, etc. Nunca se ha visto la sangre licuarse antes de rezarse la oración. Por otra parte, después de seis años de experiencia, monseñor Nappi tampoco afirmaba que hubiera visto el fenómeno producirse antes del rezo».
Volvamos ahora al milagro de San Jenaro. La sangre de San Jenaro, martirizado en el año 305, se conserva
«en dos ampollas o pequeñas redomas de cristal, de dimensiones desiguales. La grande, de cuello estrecho, pero de flancos redondeados más grandes, parece una pera aplastada, con una capacidad de cerca de 60 centímetros cúbicos; contiene una sustancia hasta la mitad de su altura más o menos.
La pequeña tiene una forma delgada y alargada; la substancia se halla en ella sólo en el estado de manchas leves, rojizas, sobre las paredes internas. Ambas están libres un tiempo y se verificaba el estado de la substancia con un pequeño estilete de plata. Desde hace tres siglos, están encerradas en un relicario. El relicario está formado por un círculo de plata muy delgado, cerrado delante y atrás por placas de cristal. Las ampollas están selladas en su cumbre y en la base dentro del relicario, mediante una masilla que parece muy antigua. Relativamente pequeño, su altura no excede de 12 centímetros y medio; su espesor es de 3 centímetros apenas. Está terminado por una corona y un crucifijo de plata, y sostenido por un tubo cilindrico hueco, largo 20 centímetros. Se distinguen netamente las dos ampollas a través de las placas de vidrio y se puede seguir fácilmente las modificaciones del estado de la substancia contenida en su interior.
El milagro consiste en que la sangre que se encuentra en estado seco en las ampollas, se licúa todos los días viernes seguidos, durante el mes de mayo y el de septiembre, y el 16 de diciembre de cada año, generalmente unas 18 veces por año en total. La primera mención histórica de la licuación es de 1389; en una crónica siciliana se dice: El 17 de agosto de este año 1389 tuvo lugar una gran procesión en ocasión del Milagro que hizo Nuestro Señor Jesucristo sobre la sangre de San Jenaro. La sangre contenida en una ampolla se licuó, como si hubiera salido ese día del cuerpo del Bienaventurado».
«La licuación se realizó seguramente con anterioridad. En el siglo XVI un poema dice que «el milagro no ha faltado nunca desde mil años y más».
Desde 1659 se lleva un Diario del Tesoro o de los Milagros, por los sacerdotes del Tesoro y la Deputación laica, en el cual se certifican todas las licuaciones, actualmente (1935) en un número superior a 4700.
Todas las fiestas, la muchedumbre llena la Capilla del Tesoro y la Catedral. Hacia las 9 de la mañana, los Capellanes y la Delegación laica van en busca del relicario en el armario que lo guarda detrás del altar de la Capilla del Tesoro.
El tesorero, sosteniendo el relicario, se coloca delante del altar sobre la grada más alta, frente al público. Da vuelta al mismo de arriba hacia abajo y lo presenta a la muchedumbre. La sangre permanece coagulada en el fondo de la ampolla; un sacerdote anuncia a la muchedumbre: «É duro», la sangre es dura.
Entonces comienzan oraciones especiales para pedir a Dios el cumplimiento del milagro.
En un plazo que varía de un minuto hasta una hora o más, se ve reblandecerse la sangre y deslizarse lentamente a lo largo de la pared de la ampolla. En el momento en que alcanza el cuello de la misma, toda la sangre se licúa en general completamente y de un solo golpe. El sacerdote asistente agita un pañuelo blanco y estalla el canto del Te Deum.
El oficiante presenta el relicario a la muchedumbre, dándole vueltas para permitir a todos la comprobación de la fluidez de la sangre. Luego todo el mundo es admitido al beso del relicario, hasta las 11, para comprobar mejor la licuación. Entonces se lleva el relicario hasta el altar mayor de la catedral, donde queda expuesto hasta la noche. Entonces se le vuelve a llevar al Tesoro, donde a la mañana siguiente se le halla coagulado.
Pero el fenómeno no se limita a la licuación. La misma está acompañada por una variación de volumen. Las actas la mencionan sólo desde 1709, pero sin darle mayor importancia. Esta variación consiste en un aumento que se produce gradualmente de día a día en mayo y que hace que la sangre llegue a llenar completamente la ampolla, mientras antes no alcanzaba generalmente a la mitad. En septiembre se produce una reducción, realizada generalmente de una vez el 19 de este mes, después de la licuación. La ampolla que ha quedado llena de sangre coagulada, después de las fiestas de mayo, presenta a veces rápidamente en algunos minutos, a veces gradualmente en el curso del día, un descenso de nivel igual a una tercera parte o más de la ampolla. Esta disminución se completa a veces en los días siguientes.
Finalmente, esa variación de volumen corresponde a una variación de peso. En 1902, a raíz de un desafío del periódico «L’Asino» («El Burro«, semanario encarnizadamente antirreligioso), el abate Sperindeo, profesor de matemáticas y física en Napóles se proveyó de balanzas de precisión. Pesó el relicario en el mes de mayo, el último día de la fiestas, cuando la ampolla está llena: halló un peso de 1 kg. 014 gr. 900, verificado tres veces seguidas con doble pesada.
En el mes de setiembre siguiente, el último día de las fiestas, cuando la substancia presentaba una gran reducción de volumen (25 centímetros cúbicos, aproximadamente), el experimento renovado tres veces con doble pesada dio 0 kg. 987 gr. 910, es decir, una diferencia de 26 gr. 990. Dos años más tarde, el 19 de setiembre de 1904, no habiendo disminuido todavía la sangre, el Padre Silva repitió el experimento y halló el peso de 1 kg. 015 gr. Dos días después, el 21 de setiembre, la pesada se repitió y dio 1 kg. 004 gr. El 22 de setiembre el peso era de 1 kg. 008 gr. Finalmente, el último día, 1 kg. 011 gr. La temperatura era de cerca 25 centígrados».
En resumen, el milagro de San Jenaro consiste en una licuación y coagulación de sangre que se produce generalmente 18 veces por año, en mayo, septiembre, diciembre y, a veces, en otras fechas. En mayo hay aumento de volumen y de peso, en septiembre reducción. Esto se realiza en un lapso que varía de un minuto a varias horas, sin que haya relación alguna con la temperatura exterior o el número de los asistentes, de modo cierto después de seis siglos por lo menos y, tal vez, desde el año 315, época de la traslación del cuerpo de San Jenaro de Pozzuoli a Napóles.
APRECIACIÓN DE LOS HECHOS
Podríamos citar todavía los casos de piedras y telas embebidas con la sangre de un mártir, de espinas de la corona de Nuestro Señor, cuyas manchas se reavivan o también se tornan húmedas y resplandecientes. Pero el que puede lo más, puede también lo menos, y si podemos hacernos una opinión definida sobre los prodigios de sangre de San Jenaro, de San Alfonso de Ligorio, de San Pantaleón, de San Esteban, etc., las demás manifestaciones cruentas serán más fácilmente comprensibles.
La conservación de la fluidez de la sangre, fuera del organismo, está en contradicción con lo que sabemos acerca de la evolución habitual de la sangre en esas condiciones: coagulación en los vasos no parafinados o en ausencia de agregados de substancias anticoagulantes (fluoruro, citrato, oxalato, etc.), putrefacción, desecamiento. Entretanto, algunas sangres han sido recogidas sobre el cadáver; se sabe que esta sangre, habitualmente, muestra tanto menor tendencia a la coagulación cuanto más tarde haya sido recogida después de la muerte (Thoinot). Se puede también dudar de que los recipientes que recogieron la sangre hayan contenido alguna substancia dotada de propiedades anticoagulantes y antisépticas ignoradas por los prácticos de la época. Se puede también admitir la hipótesis de que, en la farmacopea en uso, algunos medicamentos hayan podido modificar las propiedades desde el punto de vista de la coagulación. El empleo frecuente de sanguijuelas, puede tal vez implicar una incoagulabilidad persistente de la sangre: se conocen hemorragias que pueden sobrevenir como consecuencia de su empleo, y el empleo anticoagulante intravascular o in vitro de extracto de cabezas de sanguijuelas (Doyon).
La simple persistencia de la fluidez de la sangre y su mantenimiento pueden pensarse, por lo tanto, como provenientes de elementos no mencionados por ignorancia o supuestos sin acción en ese sentido. Un estudio atento en cada caso y también experimentos diversos serían sin duda necesarios para apreciar cada fenómeno en su valor.
La documentación biológica es bastante pobre acerca de la suerte de la sangre fuera del organismo. En fin, es nuestra carencia científica la que hace difícil decir en qué medida esos casos de fluidez pueden ser naturales o proceder de una intervención sobrenatural, que comprueba así la santidad del difunto, como lo han admitido y lo admiten numerosos espíritus sanos.
Es, por lo tanto, el estudio de los fenómenos mejor marcados, los de la licuación intermitente, el que permitirá formarse una idea más exacta. Fuera de los fenómenos mismos, tres puntos principales han dado lugar a múltiples controversias:
a) Substancia y autenticidad de las reliquias — Muchos autores se han apoderado de esta cuestión y han vacilado en aceptar la posibilidad de lo sobrenatural, porque no tenían a mano el pergamino del estado civil de las reliquias. La frase del Padre Thurston, que hemos citado a propósito de la sangre de San Esteban, es típica a este respecto. No vacilamos en decir que esta dificultad nos parece prácticamente inexistente: se puede escribir un pergamino (¡se conocen tantos ejemplos!), un acta puede imitarse; si admitimos que —según las enseñanzas de Cristo— el milagro demuestra a Dios, hallamos que basta fácilmente para dar autenticidad a una reliquia. Vemos por otra parte, por ejemplo, que en el año 979, Egberto de Tréveris, queriendo comprobar la autenticidad del cuerpo de San Celso, hizo envolver en un paño la falange de un dedo y ordenó que se echara en un incensario lleno de carbones ardiendo; la reliquia permaneció todo el tiempo del canon de la Misa en el incensario y fue retirada intacta (Mabillon).
Además, la misma autentificación —a nuestro modo de ver— no debe ser tomada en el sentido histórico y arqueológico estrecho, sino en un sentido que puede llamarse teológico. Sabemos que las visiones de los mártires no les son acordadas a título documental histórico, sino a título documental religioso. Para las reliquias nos parece rezar la misma norma, posiblemente.
Por eso, que la sangre de San Esteban haya venido de sus huesos en lugar que de su cuerpo; que la «leche de Nuestra Señora», donada a la iglesia de Napóles por el cardenal Perrenot de Granvelle, y que se licúa la víspera de la Asunción, sea el simple exudado calcáreo de una gruta donde la Virgen dijera haber amamantado al Niño Jesús; que el brandeum que tocara los restos de San Pablo y que fue enviado por el Papa San Gregrorio Magno a la emperatriz pudo creerse más tarde parte del vestido del apóstol; que un facsímil de un clavo de la Pasión pudo ulteriormente haber sido creído auténtico y parecer autentificado por milagros, esto nos parece perfectamente admisible y nada perturbador en absoluto.
«Siguiendo el ejemplo y la enseñanza de Santo Tomás, el culto de las santas reliquias es un culto de dulía relativa: la veneración rendida a la osamenta, a las cenizas, a las telas, etc., no se detiene en esos objetos, sino que pasa a los Santos mismos como a su objetivo formal. Es lo mismo como cuando tenemos respeto por algo que toca de cerca a una persona, por la que tenemos afecto. Y esto no significa que la Iglesia fomenta la creencia que coloca en la misma reliquia una virtud mágica o una virtud curativa, cuando el milagro se produce al contacto con la reliquia» (Dom Baudot, en Dict. des Con. Religieuses).
El objeto material es por lo tanto la simple ocasión, el simple substrato del culto, y el milagro no es una demostración arqueológica, sino la sanción, el estímulo, la recompensa de la piedad de los fieles hacia Dios y hacia el servidor de Dios a quien evoca la reliquia.
Por lo que se refiere a la substancia misma, conocemos en bastantes casos su naturaleza sanguínea exacta, para no tener que inquietarnos por los que no han sido exactamente verificados a ese respecto. Advirtamos que, como a menudo se trata de un suelo arenoso embebido de sangre, la pureza de ésta puede estar lejos de ser absoluta. Pero eso importa muy poco porque no conocemos ninguna sustancia en el mundo capaz de presentar los fenómenos comprobados. El prodigio queda el mismo, con cualquier substancia que sea, y sabemos de modo cierto que en muchos casos es realmente sangre la que se conserva y produce el milagro. (Las ampollas conservadas en las tumbas pueden contener: a) aromas; b) las especies sacramentales de la Eucaristía; c) reliquias (a veces, por lo mismo, sangre de un mártir que no es la persona inhumada); d) sangre de la persona inhumada que puede no ser un mártir: el uso cierto de los siglos XVI, XVII, XVIII de recoger la sangre de las sangrías de personas piadosas, se remonta tal vez a los primeros siglos).
Advirtamos de paso que el origen de la costumbre de recoger la sangre de los mártires o no mártires, en pequeñas ampollas o en paños, no nos parece bien aclarado. ¿Se reanudarán tal vez a la idea oriental, sobre todo hebrea, del alma-sangre que da tanta importancia al flujo o a la falta de flujo de sangre entre los judíos? La costumbre puede, pues, haber sido practicada aun en el tiempo de Cristo, y haberse separado de su idea primitiva, para convertirse solamente en un hábito de respeto hacia la sangre de los mártires o de las personas veneradas. Por lo demás, se han hallado ampollas en dos cementerios judíos de los primeros siglos (Dom Cabrol).
De cualquier modo, en esta cuestión de la substancia y autenticidad, el prodigio es lo que cuenta y domina, y debe ser el centro esencial de todo estudio al respecto.
b) Explicaciones naturales — Ahora bien, todos los ensayos de interpretación natural de los fenómenos han podido ver la luz solamente a raíz de la ignorancia o del desconocimiento deliberado de los caracteres esenciales del prodigio: independencia absoluta de todas las condiciones físicas del medio, variación espontánea de pesos y volumenes. Hay más: el autor de una de estas interpretaciones, Sebastián de Luca, profesor de química de la Universidad de Napóles, que al recibir hacia 1860 a Berthelot parodió el milagro con un poco de blanco de ballena y tintura de ancusa (orcaneta), se convirtió ulteriormente, cuando en 1879 consintió en asistir él mismo al prodigio.
c) Explicación sobrenatural — Dado que ninguna explicación natural ha podido proponerse todavía con viso de verisimilitud, y dado sobre todo que los fenómenos están en contradicción con muchos datos físicos, químicos y biológicos, nos queda libre el campo para la hipótesis de una intervención sobrenatural, con la condición que algún dato positivo nos la pueda sugerir y luego sostener. Ahora bien, nosotros comprobamos que esos fenómenos biológicos tienen un factor constante, uno solo: el factor religioso. Esos hechos se producen con sangre procedente de personas santas, se realizan en ocasión de fiestas religiosas, se cumplen consecutivamente a oraciones. Finalmente el fenómeno de la sangre de San Jenaro parece haber ocurrido dos veces en relación con amenazas contra los clérigos o la ciudad de Napóles, demostrando de esta manera su obediencia a una voluntad inteligente.
A la inversa, ni en los Museos donde se conservan armas o vestidos manchados de sangre por algún drama histórico, ni en las colecciones de los Institutos médico-legales ricos en instrumentos de crimen, ni en los laboratorios donde se encuentran vasos llenos de sangre, se han señalado prodigios de esta naturaleza.
Lógicamente, por lo tanto, se desemboca en el milagro. Y es la conclusión que han adoptado casi unánimes fieles, sabios, sacerdotes, teólogos, obispos, cardenales y papas que han asistido de cerca al prodigio.
Parece difícil que se pueda proceder diversamente, tratando de penetrar lo mejor posible en el mecanismo biológico y en el sobrenatural, por un estudio atento. En todas estas cuestiones, la Iglesia pide a la ciencia que proyecte el máximo de luz.
Esta es una recopilación realizada por un Sacerdote Católico sin identificar de visiones y mensajes recibidos por místicos católicos sobre los tres días de oscuridad y el castigo a la humanidad.
Soy sacerdote católico y acabo de pasar unas semanas de gran angustia interior. Si hablo muchos se burlarán de mí, quizá mis propios hermanos en el sacerdocio, principalmente. Si callo mi conciencia me grita: ¡cobarde!, y me remuerde la Palabra de Dios: «Cuando yo digo al malvado: «Vas a morir», y tú no lo amonestas, si no hablas para advertir al malvado, que abandone su mala conducta, de su sangre te pediré cuentas a ti». (Ezequiel 3,18). Por eso hablaré, mejor quedar bien con Dios que temer a los hombres.
Los textos citados fueron editados con licencia eclesiástica, imprimátur, habiéndose dictaminado «no encontrar en ellos nada que desdiga de la FE y la Moral de la Santa Iglesia Católica.» Por una serie de circunstancias tuve acceso a documentos desconocidos en nuestro ambiente, profecías de las épocas más variadas, de países y lenguas muy distantes. Lo asombroso e inexplicable es la unanimidad e insistencia, con la que se han recibido AVISOS del Cielo, que dentro de poco tiempo tres cuartas partes de la humanidad perecerán en TRES DÍAS de densas tinieblas. Me parecía absurda la idea, incompatible con la bondad y misericordia Divina. Pero leyendo, releyendo, reflexionando y meditando, me convencí de que no es posible que tantas personas de peso a los ojos de Dios (estigmatizados auténticos, santos canonizados, místicos, y tantas apariciones marianas aprobadas por la Iglesia), se equivoquen tan unánimemente. Yo sí lo creo:
Dios castigará muy pronto al mundo de una manera tan terrible, como no ha habido desde el diluvio, ni habrá jamás. Y si es así, tengo el deber de AVISAR a mis hermanos, gritarles esta terrible realidad. Retengo con San Pablo que «el justo vive de fe», y como Santo Tomás necesito «tocar» antes de creer. Pero precisamente por haber estudiado la Biblia sé que Jesús prometió:
«El Espíritu os anunciará las cosas que vayan a suceder.» (Juan 16,13.) Y el profeta Amós: «¿Hay alguna desgracia, sin que la haya causado el Señor?», y contesta: «NO, porque el Señor no hace nada sin revelar sus designios a los profetas.» (Amós, 3, 6-7).
Tocando el tema de las profecías, muchos arrugarán el ceño, quizás ya cansados del uso y abuso que hacen algunos hermanos separados de las profecías bíblicas, constantemente gritando: «ya viene Cristo», «ya está el fin del mundo a la puerta!!!»…
No se trata del Fin del mundo, me limito a relatar las profecías como las he hallado escritas. Hemos seleccionado las fuentes más dignas de fe, prefiriendo textos que fueron publicados con «Imprimátur». ¿Creer o no creer? Dios raramente, nunca, revela la totalidad de sus planes.
Ya constató San Pablo: «Parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía.» (I Corintios 13,9) Pero también: «NO DESPRECIÉIS LAS PROFECÍAS, examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (I Tes. 5, 19).
Y San Pedro Canisio:
«Hay menor peligro en creer lo que con alguna probabilidad nos refieren personas de bien, cosa no reprobada por los doctores, antes que rechazarlo todo con espíritu temerario y de desprecio.» Como lastimosamente muchos, (y no pocos sacerdotes), hacen.
«No pueden Ustedes, queridos hijos, imaginar lo terrible que será el final de la historia de toda la humanidad»
TEXTOS ESCOGIDOS
ANA MARÍA TAIGI (1769-1837)
Mujer de luces extraordinarias, beatificada en 1920. Su cuerpo se conserva incorrupto. El Cardenal Salotti escribió su vida. Predijo la abdicación de Carlos IV de España, la caída de Napoleón, la liberación del Papa Pío VII, etc. Con un lujo de detalles que se comprobaron todos. Cuando agonizaba el Papa León XII, piden oraciones a Ana María Taigi y ella contestó:
«El Papa no morirá, pero que se prepare Monseñor Strambi (su consejero) que ha ofrecido la vida por él, pues el Señor ha aceptado su generoso ofrecimiento» Y, a la sorpresa de todos, efectivamente León XII sale del peligro y de repente Monseñor Strambi -actualmente beatificado-, cae desvanecido y muere. ¿Qué predijo Ana María Taigi para nuestros tiempos ? He aquí un resumen: «Dios enviará dos castigos: uno en forma de guerra, revoluciones y peligros, originados en la tierra; y otro enviado desde el Cielo. Vendrá sobre la tierra una oscuridad total que durará TRES DÍAS y tres noches. Nada será visible y el aire se volverá pestilente, nocivo, y dañará, pero solo a los enemigos de la Religión. Durante los tres días de tinieblas la luz artificial será imposible. Sólo las velas benditas arderán. (…) Los fieles deben permanecer en sus casas rezando el Santo Rosario, y pidiendo a Dios Misericordia. Los malos perecerán en toda la tierra durante esta oscuridad universal, con excepción de algunos pocos que se convertirán.» En otra visión vio:
«La tierra envuelta en llamas, hundiéndose numerosos edificios. La tierra y el cielo parecía que estaban agonizando. Millones de hombres morirán por el hierro, unos en guerras, otros en luchas civiles; millones perecerán en los tres días de tinieblas. (…) Después de purificar al mundo y a su iglesia, y de arrancar de cuajo toda la mala hierba, Nuestro Señor operará un renacimiento milagroso»…
(Apoc. 6, 12-17; 8, 12-13; 9,2; 11, 15-19.) b)
SAN GASPAR DE BÚFALO (1786-1836)
Fundador de los Misioneros de la Preciosísima Sangre: «Aquél que sobreviva a los tres días de tinieblas y de espanto, se verá a sí mismo como solo en la tierra, (…) No se ha visto nada semejante desde el diluvio.»
SOR MARÍA DE JESÚS CRUCIFICADO (1878)
Religiosa carmelita, recientemente beatificada: «Durante tres días de tinieblas, las personas entregadas a sus caminos depravados perecerán, de tal modo que sólo sobrevivirá una cuarta parte de la humanidad».
PADRE BERNARDO MARÍA CLAUSI (1849)
Religioso de la Orden de los Mínimos: «Este azote se hará sentir en todo el mundo y será tan terrible que cada uno de los que sobrevivieren se imaginará ser el único que ha quedado, y todos se arrepentirán. … Pero antes habrá hecho el mal tantos progresos, que parecerá que los demonios han salido del infierno. Pero cuando la mano del hombre no pueda más, y todo parezca perdido, Dios mismo pondrá su mano y arreglará las cosas en un abrir y cerrar de ojos»
SOR MARÍA ADALFUNE (1814)
Religiosa de San Agustín, se ofreció víctima para salvación de los pecadores. Jesús le reveló en la noche del 13 de Mayo 1849: «No puedo ya ahorrar al mundo el castigo tremendo que le está reservado. Entonces todos alzarán los brazos hacia Mí y gritarán: «¡misericordia!»
No temas, no abandonaré a la Iglesia en esos días. Vendré en su ayuda.» (El Señor le hizo ver las atrocidades que se cometerán en aquellos días, … un desprecio por todo lo sagrado.) «Los sacerdotes», continuó Jesús, «no deben mezclar tanta ciencia humana con la enseñanza de mi Doctrina, deben renunciar a las vanidades.»
LA SALETTE
Aparición aprobada por la Iglesia. La Stma. Virgen se apareció a dos niños el 19 de Septiembre de 1846, les comunicó un secreto. Fue publicado con Imprimatur del Obispo de Lecce. En 1922 fue dado a conocer en su totalidad por el Vaticano.
«Dios va a castigar al mundo de una manera jamás vista… Nadie podrá escapar. … Las Iglesias serán cerradas y profanadas; los sacerdotes y religiosas serán perseguidos… Los libros malos abundarán. (…) Muchos sacerdotes se alejarán de la fe verdadera, y hasta obispos. El demonio tendrá sus iglesias que le darán culto. Reinará el materialismo, el ateismo y toda clase de vicios. … Parecerá que Dios se haya olvidado de la humanidad. Todo parecerá perdido. … Entonces Jesucristo, en un acto de su justicia y su gran misericordia para los buenos, dará orden a sus ángeles que todos los enemigos sean exterminados. Caerá fuego del cielo. El sol se obscurecerá.» (…) Los perseguidores de la Iglesia, las personas dadas al pecado, perecerán y la tierra parecerá un desierto»…)
MARÍA JULIA JAHENNY (1850-1941)
Estigmatizada francesa: «Vendrán estos TRES DÍAS de grandes Tinieblas. Sólo las velas de cera benditas iluminarán durante estas tinieblas. Una vela durará los tres días. Durante estos tres días los demonios aparecerán en formas horribles y abominables y harán resonar el aire con espantosas blasfemias.» (…) «Una nube roja como la sangre, atravesará el firmamento. La tierra temblará desde sus cimientos. El mar lanzará sus espumantes olas sobre la tierra. Las tres cuartas partes de la raza humana perecerán. La crisis vendrá sobre todos repentinamente y el castigo será mundial». h)
ISABEL CANORI-MORA (1774-1825)
Terciaria franciscana estigmatizada, fallecida en olor de santidad. Su proceso de beatificación está en marcha. Vio tremendas batallas que sostendrá la Iglesia, y anunció los terribles castigos que amenazan a la humanidad, que va acercándose al punto culminante de su rebelión contra Dios, contra la religión y contra la Iglesia. En una visión vio…
«A los que, cada día con mayor orgullo y desfachatez, van pisoteando la santa religión y la divina ley. Se sirven de las palabras de la Sagrada Escritura y del Evangelio, corrompiendo su verdadero sentido para respaldar así sus perversas intenciones.»
En otra visión, escribe:
«Por todas partes se veían reinar la injusticia, el fraude, el libertinaje. Sacerdotes despreciando la santa ley de Dios, y cómo se cubría el cielo de nubes negras; se levantaba un tremendo huracán. En castigo de los soberbios, que con impía presunción intentaban demoler la Iglesia desde sus cimientos, permitía Dios a los poderes de las tinieblas abandonar los abismos del infierno.» «Una legión de demonios se precipitaba por toda la tierra… destruían casas y palacios, … y daban cruel muerte a una multitud de rebeldes». La sierva de Dios vio a todos aquellos monstruos, en las más espantosas figuras, surgir de los atrios infernales y arrasar todos los lugares donde se haya ofendido gravemente a Dios y se habían perpetrado sacrilegios. Ni rastro quedaba de ellos.»
ANNA CATHERINA EMMERICH (1774-1824).
Célebre estigmatizada alemana. Religiosa Agustina. Recibió las llagas de la Pasión del Señor, aceptando los grandes sufrimientos para el alivio de otros, y como víctima expiatoria a Dios, por las culpas y pecados de los demás. «Vi la Iglesia de San Pedro y una cantidad enorme de gente que trabajaba para derribarla, pero a la vez vi otros que la reparaban. Los demoledores se llevaban grandes pedazos; eran sobre todo sectarios y apóstatas en gran número. Vi con horror que entre ellos había también sacerdotes católicos…, vi al Papa en oración, rodeado de falsos amigos, que a menudo hacían lo contrario de lo que él ordenaba. (…)
Daba lástima. Cincuenta o sesenta años antes del año 2000 era desencadenado Satanás por algún tiempo. En violentos combates, con escuadrones de espíritus celestiales, San Miguel defenderá a la Iglesia contra los asaltos del mundo.» (…) «Sobre la Iglesia apareció una Mujer alta y resplandeciente, María, que extendía su manto radiante de oro. En la Iglesia se observaron actos de reconciliación, acompañados de muestras de humildad; las sectas reconocían a la Iglesia en su admirable victoria, y en las luces de la revelación que por sí mismas habían visto refulgir sobre ella. Sentí un resplandor y una vida superior en toda la naturaleza y en todos los hombres una santa alegría como cuando estaba próximo el nacimiento del Señor.”
Hermanos, realmente es terrible, pero si Dios lo ha querido revelar…, ¡es para que sea hecho público!
PROFECÍAS CONTEMPORÁNEAS CADA VEZ MÁS URGENTES
Sor ELENA AIELLO
Monja estigmatizada italiana, recibió un mensaje el 16 de Abril de 1954, Viernes Santo:
«Escucha bien lo que digo y comunícalo a todos: Mi Corazón está triste por los muchos sufrimientos que amenazan a este mundo. La justicia de nuestro Padre Celestial está ofendida gravemente. El mundo está inundado por una crecida de corrupción. Los gobiernos de los pueblos se han levantado como demonios en carne humana, y mientras hablan de paz, preparan la guerra con instrumentos devastadores, para aniquilar pueblos y naciones. Innumerables escándalos llevan las almas a la ruina, especialmente de la juventud. «El hogar, fuente de la fe y de santidad, está manchado y destruido. … (Los hombres) continúan viviendo pertinazmente en sus pecados. Cerca está el azote para limpiar la tierra del mal. La Justicia divina reclama la satisfacción de tantas ofensas y maldades que cubren la tierra y no se puede tolerar más. Los hombres obstinados en sus culpas no se vuelven a su Dios. La gente no se somete a la Iglesia, y desprecia a los sacerdotes por haber muchos malos entre ellos, que son causa de escándalos»… «El mundo será invadido por grandes desgracias, revoluciones sangrientas, huracanes terribles, inundaciones de ríos y mares.
Levanta la voz, hasta que los sacerdotes de Dios presten oído a mi mensaje, y avisen a los hombres que el tiempo está cerca, y si no se convierten a Dios con oraciones y sacrificios, el mundo se verá envuelto en una nueva guerra»… Nubes con rayos de fuego, y una tempestad de fuego pasarán sobre el mundo, y el azote será el más terrible que ha conocido la historia. Durará SETENTA HORAS. Los impíos serán aplastados y eliminados. Muchos se perderán, porque permanecen en sus pecados»… «Las horas de las Tinieblas están cerca… Yo me inclino sobre el mundo y detengo la Justicia de Dios, de otra manera estas cosas hubieran sucedido ya. Hacen falta oración y sacrificios, que vuelvan a los hombres a Dios y a mi Corazón Inmaculado. Propaga a gritos todo esto, en todo el mundo, como eco verdadero de mi voz. Hazlo saber porque ayudará a salvar muchas almas e impedirá mucha destrucción en la Iglesia y en el mundo.» (Texto con imprimátur del Obispo de Cádiz-Ceuta, España).
VENERABLE MADRE DEL BOUR
«Los ángeles exterminadores no esperan más que una señal para herir la tierra. La justicia castigará, pero la misericordia intervendrá y los buenos serán salvos, habrá una crisis terrible. El Señor me ha dado grandes quejas; se queja de ese furor en buscar los placeres, se queja de los bailes escandalosos, de la indecencia y del lujo… Si se prohíbe en el Evangelio hasta una sola mirada, hasta un mal deseo, ¿será de extrañar que castigue de un modo terrible la corrupción de costumbres, que es el resultado necesario, inevitable de todos esos abusos?
Los castigos del Señor van a caer sobre nosotros de varias maneras: azotes, desordenes, sangre derramada. Sin embargo, aquellos días serán abreviados en favor de los justos».
PADRE STEFANO GOBBI
Fundador del «Movimiento Mariano Sacerdotal», con miles de sacerdotes y cientos de obispos del mundo entero, a los cuales María prepara para re-evangelizar el mundo, después del terrible castigo. El Padre Gobbi recibió muchos mensajes:
1 de diciembre de 1973:
«Trastornos, angustias y tribulaciones aumentarán día a día, porque la humanidad, redimida por mi Hijo, se aleja más de Dios. …
El demonio de la lujuria lo ha contaminado todo. ¡Pobres hijos míos…!, cuán enfermos y llagados están. El espíritu de rebeldía contra Dios ha seducido a la humanidad; el ateismo ha entrado en muchas almas y ha apagado toda luz de fe y de amor.» «Este es el » dragón rojo» del que se ha hablado en la Biblia. ¡Leedla hijos, porque en estos tiempos se cumple.»
Cuántos hijos míos son ya víctimas de este error de Satanás. Incluso entre mis Sacerdotes, cuántos son los que no creen ya; sin embargo, permanecen aún en la Iglesia, verdaderos lobos vestidos de corderos, y pierden un ilimitado número de almas. Ya NADA puede detener la Mano de la Justicia de Dios, que pronto se desencadenará contra Satanás y sus secuaces… (…) ¡Si los hombres lo supieran, quizá se arrepentirían! Pero, ¿quién ha escuchado mis mensajes? (…) Casi ninguno. Pocas almas, desconocidas…
¡Estad en vela, estad preparados! Pronto mi Corazón Inmaculado triunfará.» (1 -12¬-1973).
31 de diciembre de 1982:
«La copa de la divina justicia está colmada, extra-colmada y desbordante. Mirad cómo se propaga el odio y el pecado. Hoy, la mayoría de los hombres no observan ya los diez Mandamientos del Señor… Cada año en el mundo, se mata a niños inocentes, por decenas de millones en el seno de la madre, y crece el número de los homicidios, violencias, rapiñas y secuestros. La inmoralidad se propaga como un diluvio de fango… (…) Sólo una potente fuerza de oración y de penitencia reparadora puede salvar al mundo»…
«¡Escuchad al menos ahora la voz de vuestra Madre Celestial! Rezad siempre vuestro Rosario. Vivid Conmigo en la confianza y en el temor, porque se preparan horas decisivas que marcarán el destino de toda la humanidad.»
ELENA PATRIARCA LEONARDI
Religiosa, alma víctima por los pecadores, fundadora de la «Casa del Reino de Dios y Reconciliación de las Almas» en Roma.
Recibe actualmente mensajes muy apremiantes sobre el próximo castigo:
«Hija Mía, estoy muy triste y mi Corazón está lleno de dolor. La violencia y las drogas han destruido a tanta juventud; Satanás ha tomado posesión de muchos corazones y les sugiere que Dios no existe. … Volved a la casa del Padre, saciándoos del Cuerpo y de la Sangre de mi Hijo… De mi Hijo todavía no tenéis piedad: Hostias y Crucifijos rezuman sangre. ¡Volved a Jesús! … ¡Arrepentíos!
«¿Cómo puedo salvaros si no me escucháis? … Caerán llamas del Cielo, y los impíos lo sufrirán; derrumbamientos y terremotos sobre la humanidad que no se arrepiente. La tierra se abrirá bajo sus pies y no habrá misericordia. … Satanás quiere triunfar. Traiciones al Papa: la masonería se lanza contra la Iglesia, el Papa será calumniado; le quieren matar; vivirá días de dolor. … Hija mía, no puedo ya detener la mano de la Justicia de Dios. ¡Cuántas advertencias he dado y ninguno las quiere creer!»… Habla, no temas, y no escondas lo que te digo.»
Naciones sin Dios serán el azote escogido por Dios mismo, para castigar a la humanidad sin respeto y sin escrúpulos. Después un gran castigo caerá sobre el género humano, FUEGO y HUMO caerán del cielo, las aguas de los océanos se volverán vapores, y la espuma se levantará arrollando a la humanidad, por todas partes a donde se mire habrá angustia, miseria y ruina; quedaréis en completa oscuridad. Mares que se alzarán provocando muerte y desolación»…
¿CUANDO SUCEDERÁ TODO ESTO?
Dios, tan pródigo en avisar con tiempo a los hombres para darles oportunidad de evitar los castigos, raramente da fechas. Sin embargo hay suficientes indicaciones, que emergen del conjunto total de los mensajes, para darnos una idea aproximativa.
SANTA BRÍGIDA (1303-1373)
«Cuarenta años antes del año 2000, el demonio será dejado suelto por un tiempo para tentar a los hombres. Cuando todo parecerá perdido, Dios mismo, de improviso, pondrá fin a toda maldad. La señal de estos eventos será: cuando los sacerdotes habrán dejado el hábito santo, y se vestirán como la gente común, las mujeres como los hombres y los hombres como las mujeres.»
SAN ANSELMO (SIGLO XIII)
«¡Ay de ti, villa de las siete colinas (Roma) cuando la letra K sea aclamada dentro de tus murallas! Entonces tu caída estará próxima, tus gobernantes serán destruidos. Has irritado al Altísimo con tus crímenes y blasfemias, perecerás en la derrota y la sangre.»
(Nota: K = KAROL, nombre del Papa Juan Pablo II)
SAN VICENTE FERRER (1350-1419)
«Advertid que vendrá un tiempo de relajación religiosa, y catástrofes como no lo ha habido ni habrá. En aquel tiempo las mujeres se vestirán como hombres y se comportarán a su gusto licenciosamente, y los hombres vestirán vilmente como las mujeres. Pero Dios lo purificará todo y regenerará todo, y la tristeza se convertirá en gozo.»
SAN JUAN BOSCO (1850-1886)
«Italia será sumida en la desolación. Francia castigada. Roma conocerá el exterminio, el Padre tendrá que huir. Habrá una lucha terrible entre la luz y las tinieblas. Cesará la oscuridad, lucirá un sol espléndido. La tierra está arrasada, muchísimos han desaparecido. El Papa vuelve. El pecado tendrá fin».
e) San Pío X, Papa hasta 1914, se puso un día, en el curso de una audiencia, muy pálido y como ausente. El mismo explicó después a su secretario: «que tuvo la visión de un Papa futuro huyendo del Vaticano, sobre el cadáver de sus Cardenales».
MAXIMILIANO KOLBE, PADRE FRANCISCANO RECIÉN CANONIZADO
«Un día la bandera de la Inmaculada Virgen María ondeará sobre el Kremlin (centro del poder comunista), pero antes, la bandera roja flotará sobre el Vaticano». Es decir: Rusia se convertirá, pero no sin que antes el comunismo (sus errores, y el ateismo) lleguen hasta el mismísimo Vaticano, la sede del Papa.
FÁTIMA
La Virgen se apareció en 1917, de Mayo a Octubre. El mundo estaba envuelto en la primera guerra mundial. Nadie hablaba todavía del peligro comunista que comenzaría con la «Revolución de Octubre». El 13 de Julio 1917 la Stma. Virgen dijo:
«Esta guerra (1914-18) está para concluirse; pero si los hombres no cesan de ofender al Señor comenzará otra, y peor. Para impedirla, vendré a pedir la Consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si se atienden mis deseos Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán destruidas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz.»
Pidió mucha penitencia, mucha reparación y oración, «que cambiasen de vida los hombres, y no ofendiesen con el pecado a Nuestro Señor, y rezasen el Rosario diariamente». La niña Jacinta de Fátima, en su lecho de muerte, repitió: «Si los hombres se arrepienten, el Señor les perdonará; pero si no cambian de vida, vendrá al mundo el CASTIGO MÁS TERRIBLE que se ha conocido.»
También Sor Lucía, la única sobreviviente de los 3 videntes de Fátima, actualmente monja carmelita, ha declarado: «Si el mundo no se convierte TODAS las naciones conocerán el azote del comunismo», y le declaró en 1957-1958, al Padre Agustín Fuentes:
«Creedme, Padre, el Señor castigará al mundo muy pronto. El castigo es inminente. La Señora me ha dicho que los otros medios (el Santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón), son despreciados por los hombres. Ella angustiada nos da la última ancla para escapar a los castigos, que es ELLA MISMA. (¿las apariciones?). Pero si no la escucháramos, y encima la ofendiéramos, no seríamos perdonados. Padre, es urgente que nos demos cuenta de la terrible realidad, no queremos asustar a las almas, pero»…
(Publicado en Roma con Imprimátur. 1961.)
¿CÓMO PUEDE UN DIOS DE AMOR CASTIGAR TAN DURAMENTE?
¡Precisamente por AMOR! Cuando Dios ve que se salvarán más almas castigando al mundo, y no dejándolo hundirse cada vez más en sus vicios y violencias: «A aquél que Yo amo, Yo le castigo…» (Apc. 3,19.) No sería la primera vez que tres cuartas partes de la humanidad perece. En la famosa peste de mediados del siglo XIV, la poblaci6n de Europa, de 100 millones, se redujo a 25.
¿PORQUÉ NOS ENVÍA DIOS ESTOS ANGUSTIOSOS AVISOS?
PARA SER FIEL A SUS PROMESAS. ¿No dice el Profeta: «¿Hay una desgracia, sin que la haya avisado el Señor? (Amós 3,6-7). No, porque cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará…, «porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oye, y les hará saber las cosas que van a suceder» (Juan 16,13).
PARA EXHORTAR A LA CONVERSIÓN. Con la amenaza de castigo y como lo hizo Jonás en Nínive. Los castigos son anunciados para dar tiempo a evitarlos. Son condicionados: » Si el mundo no se convierte…» (Fátima.)
PARA AVIVAR LA FE EN LA PROVIDENCIA DIVINA, al comprobarse que las predicciones se realizan. Sin preaviso, los buenos creerían que Dios les tiene abandonados.
PARA LEVANTAR LA ESPERANZA, CUANDO VENGA EL CASTIGO. A la par de un castigo inminente, se habla de una época posterior de felicidad. Son los castigos del parto de un mundo mejor. «FINALMENTE MI CORAZÓN INMACULADO TRIUNFARA.»
Si Dios avisó a Sodoma y Gomorra de su inminente destrucción…, ¡cuánto más lo hará y lo hace a su Esposa, a su cuerpo Místico, la Iglesia en sus santos, en SU Santísima Madre, a través de personas humildes que El elige.
¿NO DICE LA BIBLIA NADA SOBRE ESTOS CASTIGOS?
¡Claro que sí lo dice! Pero por el abuso que hacen de las profecías bíblicas algunos hermanos separados, hemos preferido citar textos de Santos. Sin embargo abundan textos bíblicos que hablan de una gran PURIFICACIÓN del mundo, un Juicio de las Naciones.
a) «El Señor devastará la tierra y la dejará asolada, trastornará la superficie de ella y dispersará sus habitantes… (…) por cuanto el Señor así lo ha decretado. La tierra es profanada por sus habitantes, pues han transgredido las leyes, violado los mandamientos, por eso la maldición devorará la tierra. y quedará solamente un pequeño número.» (Isaías 24, 1).
b) «Yahvé viene en medio del fuego para derramar su ira con furor mediante llamas de fuego. Porque Yahvé ejerce el juicio con fuego y con la espada a toda carne, y serán muchos los que perecerán por la mano de Yahvé. Mandaré a los sobrevivientes y vendrán todos a postrarse delante de Mí, dice el Señor.» (Isaías 66,15-23).
c) «Y sucederá en toda la tierra que dos terceras partes perecerán. Y la tercera parte quedará en ella. Ellos invocarán mi nombre» (Zacarías 13, 8-9.) Véanse también Sofonías I, 14¬ 17; 3¬9 etc. etc.
¿DEBEMOS CREER EN ESTOS PROFETAS?
El Padre Antonio Royo M., O.P., doctor en teología y profesor de una facultad pontificia, en su libro «Teología de la Perfección Cristiana», (B.A.C., Madrid), dice:
«Siempre han existido almas ilustres con el espíritu de profecía. Es un hecho reconocido por la Sagrada Escritura y por la autoridad de la Iglesia… Discutir esta posibilidad… sería desconocer uno de los caracteres de santidad de la verdadera Iglesia y el soberano poder de Dios. Nuestra fe se apoya en la Revelación divina. Nadie está OBLIGADO a creer en las revelaciones privadas, sin embargo, sería muy reprensible contradecirlas o ponerlas en ridículo, después de la aprobación de la Iglesia.»
Dicha aprobación de la Iglesia no intenta garantizar su autenticidad; declara simplemente que nada encierra contrario a la Sagrada Escritura y a la doctrina católica, y puede proponerse como probable a la piadosa creencia de los fieles.
El Papa Benedicto XIV nos dice que hay que dar Fe Humana a las revelaciones privadas aprobadas por la Iglesia, como son las de Santos canonizados, o los escritos publicados con imprimatur, con licencia eclesiástica, y que sería temerario despreciarlas.» Ya dijo San Pedro Canisio:
«Hay menor peligro en creer y recibir lo que con alguna probabilidad nos refieren personas de bien, (cosa que no está reprobada por los doctos), antes que rechazar todo con espíritu temerario y de desprecio».
¡REGRESA…! ¡REGRESA, OH HUMANIDAD!
PADRE STEFANO GOBBI, FUNDADOR DEL MOVIMIENTO MARIANO SACERDOTAL. (M.M.S.)
Nuestra Señora trasmitió un mensaje urgente para todos los sacerdotes del mundo, por medio del Padre Gobbi, cuando los Directores Nacionales de este Movimiento se hallaban reunidos en San Marino. La Santísima Virgen pide a los sacerdotes que traten de llegar a todos sus hijos. Se publicó en un «Boletín Especial», con dicho mensaje, para darlo a conocer a todos los pueblos del mundo: ¡REGRESA…! ¡REGRESA, HUMANIDAD! –
El 3 de Julio de 1987, Nuestra Señora habla a sus sacerdotes:
«Amados hijos… (. ..) ¿Por qué os he llamado para reuniros otra vez aquí arriba? Porque en este Año Mariano, consagrado a mí, he querido teneros junto a Mí, como una madre que reúne a sus hijos para recomendarles algo que lleva muy dentro del corazón. Para haceros mi última recomendación, la cual os debe acompañar en vuestro difícil viaje. (…) Mis Tiempos ya Llegaron.» (…)
En todos los países a los que regreséis, debéis proclamar y difundir este mensaje maternal, ansioso y urgente: ¡Retornad…! Retornad inmediatamente al Dios de vuestra salvación y de vuestra paz. El tiempo que se os ha concedido para vuestra conversión está casi terminando. Los días están contados. Regresad inmediatamente por camino del retomo al Señor si queréis ser salvados.» «Amados hijos, tengo necesidad de voces que difundan mi voz, de manos que me ayuden, de pies que vayan por todos los caminos del mundo. Necesito que este urgente mensaje mío llegue a todas las partes del mundo. Vosotros debéis ser mis mensajeros. Anunciad este angustioso llamamiento mío, para el retorno al Señor.» (…)
TIEMPOS DEL GRAN CASTIGO
«Estos son los Tiempos del gran Castigo. La copa de la divina justicia está llena, más que llena, está desbordándose. La iniquidad cubre toda la tierra. La Iglesia, por decir así, está oscurecida por la difusión de la apostasía y del pecado. … Las horas más dolorosas y sangrientas están en preparación para vosotros. Estos tiempos están más cerca de lo que pensáis.
Pronto tendrán lugar algunos de los grandes acontecimientos, referentes a lo que Yo predije en Fátima, y he dicho, bajo secreto, a los niños, a quienes aún sigo apareciéndome en Medjugorje. Por tanto, traed a todos mis hijos al refugio de mi Corazón Inmaculado. Llamadlos.» (…)
«Amados hijos, buscad en vuestros caminos a los que están alejados, a los pequeños, los pobres, los abandonados, los perseguidos, los pecadores, los adictos a las drogas, los que son víctimas del reinado de Satanás. Quiero salvar a todos mis hijos. (…) Quiero salvarlos a todos por medio de vosotros. En el tiempo del castigo, ellos deben ser protegidos y defendidos.»
TIEMPOS DE LA GRAN MISERICORDIA
«Estos son mis tiempos, porque son los tiempos de la gran misericordia. (…) La gran misericordia vendrá a vosotros como fuego abrasador de amor, y será traído por el Espíritu de Amor que se os da por el Padre y el Hijo, de modo que el Padre se vea pronto glorificado en una nueva creación al Señor Jesús, que vendrá a restaurar su reino, y a ser amado por sus hermanos.
El Espíritu Santo…, ¡sí!, bajará como un fuego, pero de un modo diferente del Primer Pentecostés. Será un fuego que quema y limpia, transforma y santifica, que renueva la tierra desde sus mismos fundamentos, que abre los corazones a una realidad de vida y lleva a las almas a la plenitud de santidad y de gracia. Vosotros conoceréis un amor que es más grande, y una santidad que es más perfecta que ninguna de las que habéis conocido hasta ahora.» (…)
LOS PORTADORES DE ESTE MENSAJE
«Estos son los tiempos de la gran misericordia. Estos son los tiempos del triunfo de mi Corazón Inmaculado. Por eso os he querido aquí arriba. Ahora debéis regresar para ser los portadores de este mensaje. Llevad a todas las partes del mundo esta urgente súplica mía. Reunid a todos en el cenáculo de mi Corazón, a fin de prepararlos para vivir la esperada vigilia de los nuevos tiempos que ya llegaron y están ahora a vuestras puertas. No os desaniméis por las dificultades que os saldrán al paso. Yo soy vuestro consuelo.»
«… Recibo también a todas las almas que me encomendéis, a vuestros seres queridos, a todas las personas que amáis, a todos vuestros hermanos más apartados. No olvidéis a ninguno. Venid todos juntos, yo soy la Madre de todos –de todos.
Vosotros sois los instrumentos para traer a todos mis hijos a mi corazón. Con vosotros, con todos vuestros seres queridos, con las almas confiadas a vuestro cuidado. Yo os bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
( Imprimatur: James J. Byrne, S.T.D. Arzobispo Emérito de Dubuque, Fiesta de la Asunción 15 de Agosto de 1987.)
CONCLUSIÓN – HABLA EL SACERDOTE CATÓLICO
Queridos lectores, siento un gran alivio al terminar esta gravosa misión, de abrirles los ojos antes de que sea demasiado tarde.
Si Dios avisó a Nínive, y a Sodoma y Gomorra de su inminente destrucción… ¡Cuánto más lo hará y lo hace a Su Esposa, Su Cuerpo Místico, por medio de personas humildes que Él elige! Es trágico que la gente sólo cree en las profecías, cuando es demasiado tarde.
Así sucedió con Fátima. Sólo al iniciarse la segunda guerra mundial, que nuestra Madre del Cielo quería evitarnos, fue tomado en serio el mensaje de Fátima, y aceptado por la Iglesia. Hasta entonces el obispo de Lisboa había prohibido a los sacerdotes predicar sobre los hechos de Fátima, o ir allí en peregrinación. ¡Qué lástima que el hombre no sabe comprender las lecciones del pasado!
La juventud ha sobrepasado todo límite. La insistencia desenfrenada en los goces de la tierra ha degradado su espíritu. El mal ejemplo de los padres prepara las familias al escándalo, y a la infidelidad, en vez de prepararlas a la virtud y a la oración. Divorcio, aborto. Madres que matan a sus propios hijos en su seno. ¡Cuántas vidas humanas tiradas a las alcantarillas, que gritan venganza al Cielo! Decía el Padre Pío «si una madre, que ha abortado, no llora amargamente su delito y se confiesa, ya está en el infierno!»
Y, ¿qué será de los médicos condescendientes, lucrándose exterminando vidas humanas indefensas? Pensad que en el estado de Nueva York, de cien mujeres que conciben un hijo, 60 abortan, y sólo 40 quieren llevar el hijo a término. ¡Y todavía hay gente que se extrañaría de que Dios castigara al mundo…!
Lo asombroso más bien, es que Dios no haya intervenido todavía, cuando en el presente, el mundo es diez veces peor que Nínive.
La Hermana Lucía de Fátima en su Comunicado al Padre Agustín Fuentes, en 1958, nos dijo: «Padre, es urgente que nos demos cuenta de la terrible realidad. No queremos atemorizar a las almas, pero es una llamada urgente a la realidad: el Castigo es inminente. Si no escuchamos a María misma, no seremos perdonados».
Aquí se presentan algunos milagros vivientes, que pueden ser, de alguna manera, constatables hoy día para un sincero investigador.
Algunos de estos milagros, bien estudiados, han servido para su beatificación o canonización. Y ya sabemos que la Iglesia se toma su tiempo y hace las cosas con la debida seriedad. Nadie podrá acusarla de demasiado crédula para admitir milagros.
Son unos pocos entre tantos cientos que se podrían relatar. Se han escogido, especialmente, porque todavía viven sus protagonistas y pueden ser llamados, en verdad, milagros vivientes.
SOR CATERINA CAPITANI
Cuenta ella misma lo que ocurrió el 25 de mayo de 1966. Debía ser el último día de mi vida. Había sido operada dos meses antes por hemorragias internas. Sufría de una extraña enfermedad llamada “Estómago rojo”. La operación no había servido de nada. El médico que me cuidaba, me dijo que no llegaría a la tarde de ese día. Yo invoqué al Papa Juan XXIII para que me obtuviese la gracia de morir pronto. Mis hermanas estaban en la capilla, rezando al Papa Juan XXIII por mí. Y, en un momento, sentí una mano que tocaba mi estómago. Me volví y vi al Papa Juan, junto a mi cama. Me dijo: Este milagro me lo habéis sacado del corazón. Ahora no temas, estás curada.
Me levanté de inmediato, llamé a mis hermanas y les dije que tenía hambre. Pensaban que estaba delirando, pero fui al comedor y devoré lo que me pusieron. Después me examinaron y todo lo malo había desaparecido.
Este milagro fue aceptado por la junta médica del Vaticano para la beatificación del Papa Juan XXIII, que es beato desde el 3 de setiembre del 2000.
PETER CHUNGU SHITIMA
Él mismo cuenta el milagro. Tengo treinta años y nací el 10 de julio de 1972 en Kasaba, Zambia. Desde pequeño quería consagrarme al servicio del Señor. En 1994 viajé a Sudáfrica en busca de trabajo. En el Oratorio de san Felipe Neri encontré trabajo como cocinero y jardinero, y ayudé en la catequesis de niños. Un día, en la biblioteca, encontré un libro sobre Luis Scrosoppi, un famoso sacerdote italiano. Yo pensé: “Cuando sea sacerdote, me voy a llamar Luis como él”. Pero en abril de 1996 me sentí muy mal, temblaba de frío y se me nublaba la vista. Después comencé a tener dolores en los oídos. No podía comer casi nada, no podía tenerme de pie y adelgacé 20 kilos. En el hospital me detectaron que tenía SIDA en estado terminal.
Los Padres y alumnos del oratorio comenzaron a rezar al beato Luis Scrosoppi por mi curación y decidieron enviarme a mi patria para que pudiera morir al lado de mi familia. Cuando llegué a Zambia, mi hermano se asombró de verme en aquel estado. Durante varios días, permanecí casi en silencio. Mis familiares también rezaban por mí al beato.
Yo esperaba la muerte en cualquier momento, pero no moría. En el mes de octubre, mientras dormía con una medalla de Don Luis, agarrada a mi mano, soñé que el Padre David estaba a mi lado y que juntos estábamos asistiendo a la canonización de Don Luis. Cuando me desperté en la mañana del 9 de octubre, me sentía muy bien. Le dije a mi hermana que quería comer, lavarme, vestirme e ir a la iglesia, y le conté mi sueño. Ella se quedó sorprendida. Pero me levanté y podía tenerme en pie y comencé a caminar sin caerme. Entonces, comprendí que estaba curado. Me vestí y fui a la iglesia a agradecerle al siervo de Dios. Regresé al oratorio el 22 de enero de 1997. Los doctores, que me habían atendido en Sudáfrica, me hicieron nuevos exámenes y determinaron que la curación del sida había sido inexplicable. La comisión de médicos del Vaticano aprobó el hecho, realizado por intercesión del beato Luis Scrosoppi, como incomprensible para la ciencia. El 10 de junio del 2001, en la plaza de san Pedro, estuvo presente Peter Chungu para la canonización del beato Luis Scrosoppi.
MANUEL CIFUENTES
Yo tenía 10 años aquella mañana del 4 de enero de 1982 y estaba cogiendo leña con mi padre, mi tío y mi primo. En cierto momento, al agacharme, una rama me golpeó el ojo. Sentí un dolor muy intenso. Mi padre cogió un pañuelo y me tocó, pero me dolía mucho más. Entonces, me llevaron al médico. Dijo que tenía una herida muy grave en el ojo y que debían llevarme urgentemente a un especialista. Así que tomaron el coche y me llevaron rápidamente a Albacete (España).
Fuimos a visitar al oculista Dr. Juan Ramón Pérez, que aconsejó una intervención quirúrgica, me vendó el ojo y me dio unas pomadas. Mi padre había encontrado dos días antes, en la escuela donde enseñaba, una medalla del beato Ricardo Pampuri y me dijo que era un hombre santo, que hacía milagros. Por eso, al ponerme la pomada, me convenció de que tuviera esa reliquia del santo para pedirle la curación. Aquella noche recé más que nunca en mi vida. Hacia medianoche, mi padre vino a ver cómo estaba, pero el ojo me dolía mucho. A las cinco de la mañana, volvió a verme y todo seguía igual. A las siete me despertó, porque quería ponerme la pomada y le digo: “Papá, ya no tengo dolor y veo todo muy bien”. Fue una emoción enorme para toda la familia. Una hora más tarde, fuimos de nuevo a ver al médico. Quedó asombrado, pues no encontró lesión alguna. Y fuimos a ver al oculista a Albacete, que reafirmó la curación, y dijo: “Para mí hay dos cosas sorprendentes: la ausencia de cicatrices y la rapidez con la que han desaparecido las señales de la herida”. En realidad, no sólo fue una curación rápida, sino una restauración del ojo dañado, algo incomprensible para la ciencia médica.
Cuando a los 17 años he venido a Roma para la canonización de Ricardo Pampuri, he comprendido la importancia del milagro que había recibido. Ha sido una experiencia inolvidable. Recuerdo que había miles y miles de personas, todas unidas en la misma fe para glorificar al Señor, como yo lo hago cada día.
JUSTA B.
En el pueblecito Sama de Langreo, Asturias (España), vivía en 1958 una joven de 28 años, llamada Justa B., que, al acercarse el nacimiento de su hijo, cayó enferma debido a complicaciones internas y fue internada a causa de hemorragias. Se le practicó la cesárea el 18 de diciembre. Todo parecía ir bien, a pesar de la persistente fiebre. Sin embargo, el 24 de diciembre empezó a empeorar. Su vientre se hinchaba cada vez más, tenía vómitos continuos. El 30 de diciembre la situación era extremadamente grave y los médicos decidieron operarla de nuevo. El cirujano, en su declaración del 29 de setiembre de 1959, dijo ante el tribunal en el proceso apostólico:
Las circunvoluciones intestinales carecían de vitalidad. Había muchas adherencias aglutinadas y sus funciones anatómicas destruidas. Había peritonitis con obstrucción intestinal, fístula yeyunocólica, infinidad de adherencias de las circunvoluciones y un absceso de Douglas. Los médicos empezaron a limpiar la cavidad abdominal, pero el resultado era decepcionante, pues cuanto más se retiraba materia degenerada, más difícil se hacía la operación de suturar. Entretanto, apareció también el problema de la eliminación de la fístula. Al retirarla, aproximadamente 12 cm del colon se descompusieron. En ese momento, el anestesista propone interrumpir inmediatamente la operación por el debilitamiento del corazón. No querían que la enferma muriera en la sala de operaciones. El cirujano tomó la rápida decisión de construir un ano artificial lateral (una comunicación de la parte sana del intestino con el exterior, mediante un tubo de plástico). Y se llamó al capellán para que le administrara la unción de los enfermos. Pero Dios hizo el milagro. Sor Trinidad, que cuidaba a la señora Justa, le recomendó el 24 de diciembre que invocara al siervo de Dios Francisco Coll (1812-1875), dominico catalán, fundador de las dominicas de la Anunciada. La misma Sor Trinidad le colocó una reliquia del siervo de Dios en su camisón y una gran imagen a los pies de la cama. Esta misma religiosa comenzó, con la madre de la enferma y con sus hermanos, una novena al siervo de Dios. El 1 de enero, la fiebre comenzó a disminuir; el 2 y 3 cesaron los vómitos y pudo comer algo; y el 3 y 4 de enero todo pareció estar bien.
El 14 de abril de 1959 le quitaron el ano artificial y, al revisarla internamente, pudieron comprobar que el colon estaba completamente normal. Algo totalmente inexplicable para los médicos.
El Consejo médico de la santa Congregación para los procesos de los santos declaró que la curación fue no sólo funcional, sino también anatómica. Una pared destruida en varios centímetros no podía reconstruirse de forma tan perfecta que hiciera declarar al cirujano, que reexploró la zona, que ésta aparecía como si nada hubiese ocurrido. Por tanto, la absoluta inexplicabilidad de la curación no radica tanto en el hecho de que la señora Justa se salvara, sino en el hecho de que ocurriera una reconstrucción perfecta, absolutamente impensable, de acuerdo con los actuales conocimientos.
Esta curación fue reconocida como milagro y el siervo de Dios Francisco Coll fue beatificado por el Papa Pablo VI el 29 de abril de 1969.
MARÍA VICTORIA GUZMÁN
Tenía dos años y medio el 5 de febrero de 1953, cuando empezó a sentirse mal, con fiebre de 40. Cuando el 3 de marzo la llevaron sus familiares a Madrid para que la viera un especialista, sus condiciones eran muy graves. Su diagnóstico era septicemia por causas desconocidas. El 8 de marzo estaba ya agonizante, cuando de pronto abrió los ojos y empezó a moverse normalmente y a sentirse perfectamente bien. Todos los que la conocían empezaron a hablar de una resurrección, debida a la intercesión del siervo de Dios José María Rubio y Peralta (1864-1929), a quien su madre había invocado, colocándole a la niña una reliquia del mismo. El 10 de marzo le hicieron revisiones de control y no le encontraron ni rastro de su enfermedad anterior. Los médicos dijeron que la curación había sido completa, duradera e inexplicable científicamente. Los médicos de la Comisión de la Congregación para las causas de los santos, el 27 de junio de 1984, reconocieron que había sido una curación instantánea, completa y permanente sin explicación natural posible. Por este milagro fue declarado beato el antedicho siervo de Dios, por el Papa Juan Pablo II, el 6 de octubre de 1985.
GIUSEPPE MONTEFUSCO
Nacido en 1958, en Somma Vesuviana, Italia, en 1978 comienza a sentirse mal y acude al médico de la familia, Luigi Di Palma, que manda hacer algunos análisis. El resultado es que tiene leucemia mieloblástica aguda. Uno de esos días, su madre vio en sueños a un hombre, que le dice: ¿Vas donde todo el mundo y no vienes a mí? Ella comenta: Yo no sabía quién era esa persona que parecía tan buena. A la mañana siguiente, voy con mi prima a la iglesia y una señorita, que vendía recuerdos, me muestra una imagen del hombre del sueño. Era Giuseppe Moscati, médico, muerto en olor de santidad. Comienzo a llorar y le pido a él que sane a mi hijo. A mi hijo le llevo la imagen y le pido que la lleve con él. También le di a tomar, con un poco de agua, un poco de tierra con sus restos, que venía en una reliquia, y él la tomó con fe.
El mismo Giuseppe Montefusco dice: En mi habitación del hospital estábamos cuatro, uno de los cuales blasfemaba continuamente, y me dijo: “Quita ese cuadro, que me fastidia”. Lo pongo debajo de la manta y comienzo a rezar. A las tres de la noche, me despierto. Los otros dormían y, entonces, veo que se abre la puerta y entra un médico con camisa blanca y me dice: “Tú estás bien, estás curado. Tienes que declarar el milagro”. Me saluda y se va.
Lo cuento todo a mi madre y a otros médicos y me dicen que estoy mal, pues ningún médico hace visitas a las tres de la mañana, que en el hospital ningún médico va con camisa blanca hasta el suelo y que no hay ya ningún carrito de madera para llevar las medicinas como el que yo vi. Pero yo estaba seguro que había sido el beato Moscati, que había sido médico. Al día siguiente, la leucemia había desaparecido.
En virtud de esta curación, reconocida por el equipo médico Vaticano, el 25 de octubre de 1987, Giuseppe Montefusco, con sus padres y amigos, estuvo presente en la plaza de san Pedro, cuando el Papa Juan Pablo II canonizaba al médico santo, Giuseppe Moscati.
AMY WALL
Amy nació el 9 de setiembre de 1992 en USA, pero nació sorda. Según el dictamen del otorrino, tenía hipoacusia neurosensorial medio grave bilateral. La madre de Amy informa que el día en que le dieron el diagnóstico, estaba viendo televisión y transmitieron un programa sobre la beata Katharine Drexel, fundadora de las hermanas del Santísimo Sacramento. En la televisión entrevistaron a Robert Gutherman, que contaba su curación milagrosa.
Él había estado totalmente sordo de un oído y se había curado por su intercesión. Entonces, la madre de Amy comenzó a rezarle para que curara a su hija. Dice: Conseguí una reliquia de la beata y todos los días le pedía la curación de mi hija, pasándole la reliquia por sus oídos. Mi esposo, que era protestante, nos miraba y no decía nada. Una semana después, en marzo de 1994, cuando voy a recoger a Amy a la escuela para sordos, la maestra me dice que la pequeña Amy no era la misma de antes y que parecía mucho más viva y animada… El Dr. Lee Miller le hizo muchos exámenes audiométricos y confirmó que el oído estaba casi perfecto y que, en su opinión, ningún niño, nacido con sordera bilateral de esa manera, había recuperado el oído. Amy, a las pocas semanas, ya empezaba a hablar. Fue emocionante, cuando por primera vez me dijo: Mamá. Y puedo decir que los milagros, por intercesión de Katharine Drexel, han sido dos: la curación de Amy y la conversión a la fe católica de mi marido. Ahora tenemos una familia unida en la misma fe.
El 1 de octubre del 2000, el Papa Juan Pablo II elevó a los altares a Katharine Drexel, declarándola santa. En primera fila, en la plaza de san Pedro, estaba Amy Wall, de ocho años.
ZOILA ELENA
La niña Zoila Elena vivía en Riobamba (Ecuador) y tenía tres años de edad, cuando el 10 de marzo de 1965 tuvo una intoxicación aguda por haber ingerido unas pastillas de fluoroacetato de sodio. Como consecuencia, quedó al borde de la muerte. El tratamiento que se le hizo, tomando leche y otras cosas, fue totalmente ineficaz. Por eso, del hospital la regresaron a su domicilio, donde empezaron sus familiares a preparar las cosas para el funeral. Pero también comenzaron a pedir intensamente su curación por intercesión de la sierva de Dios ecuatoriana Mercedes de Jesús Molina (1828-1883), fundadora del Instituto religioso de santa Mariana de Jesús. Después de una hora de estar orando, otros dicen que a las cuatro horas, sin que se le administrara ningún nuevo medicamento, la pequeña comenzó a moverse y a tomar conciencia y sentirse bien. La llevaron de nuevo al hospital para hacerle nuevos estudios, y vieron que no tenía ni rastro de ninguna intoxicación anterior. Por este milagro, reconocido por la Comisión médica del Vaticano, Mercedes de Jesús Molina fue declarada beata por el Papa Juan Pablo II, en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil, el 1 de febrero de 1985.
ROLANDO
En Hull, suburbio de Ottawa, Canadá, vivía una familia católica con varios hijos. El último de ellos, Rolando, tenía un año de edad aquella tarde del 28 de junio de 1947, en que su madre lo dejó en su cochecito en el patio. Pero el cochecito estaba en pendiente y, cuando su madre lo dejó solo, se precipitó hacia un vacío de tres metros de profundidad. Al caer, el niño perdió la conciencia. Lo llevaron rápidamente al hospital, donde comprobaron que tenía una fractura de cráneo y conmoción cerebral traumática. El niño tenía convulsiones y fiebre alta. El 30 de junio se dieron cuenta de que el niño estaba ciego. El diagnóstico era ceguera traumática.
En aquella situación, la madre y la familia se encomendaron al siervo de Dios Carlos José Eugenio de Mazenod, que fue obispo de Marsella y fundador de los misioneros Oblatos de María Inmaculada. El Padre José Francoeur, miembro de esta Congregación, les dio una reliquia del Venerable y se la pusieron a los ojos, y lo mismo hicieron con una estampa del mismo. Comenzaron una novena al siervo de Dios para pedirle la curación y, al día siguiente, el niño veía con normalidad. Era el 18 de agosto de 1947.
En 1949 se le hicieron nuevos estudios médicos y se confirmó la estabilidad de la curación. Igualmente, en 1971, con nuevos exámenes confirmaron que todo estaba normal. Según el dictamen de la Comisión médica del Vaticano, la curación de la ceguera fue perfecta, duradera y sin explicación natural. El milagro fue aceptado y aprobado para la beatificación del siervo de Dios Carlos José Eugenio de Mazenod, proclamado beato por el Papa Pablo VI en 1975.
BRUNO
Nació el 2 de mayo de 1943 en Fossano, Italia, hijo único de Aldo y Amelia. A los cuatro meses de su nacimiento, le comenzaron graves problemas de salud con vómitos, dolores intestinales, diarreas, etc. Los medicamentos empleados dieron poco resultado positivo. Con subidas y bajadas siguió con sus problemas graves de salud hasta 1947, en que su estado se agravó. El 12 de diciembre de ese año se le declaró una apendicitis aguda con fiebre altísima. Antes de que lo operaran, la hermana Gisella le puso sobre su vientre una reliquia de la Madre Enriqueta Dominici (1829-1894), de la Congregación de las Hermanas de santa Ana y de la Providencia de Turín. La misma Sor Gisella colocó una imagen de la sierva de Dios en su cama y pidió que todos le rezaran para obtener el milagro. Y dice la hermana Gisella: Al cuarto de hora de la invocación a la santa y de la aplicación del algodón, el niño cesó de lamentarse y se durmió tranquilamente. Al despertarse, estaba totalmente curado. Sonreía con la mirada viva y se mostraba alegre y contento como un niño con buena salud. Me dijo que quería beber y le di un poco de café azucarado, que tenía cerca de él. Lo bebió ávidamente y me dijo que tenía hambre y quería comer. Le respondí que era necesario esperar al médico. Le tomé el pulso y lo encontré normal. Tomé la temperatura y ésta marcaba 36,5. Bruno se durmió nuevamente hasta el momento en que vino el médico.
El mismo Bruno nos cuenta su caso, cuando tenía seis años de edad: Tenía cuatro años, cuando fui a la colonia de Viu y siempre me dolía la tripa. El médico me dijo que tenían que llevarme a Turín para operarme de urgencia… La Superiora dijo a los niños, que estaban en la cama, que se sentaran y que rezaran a la Madre Enriqueta para que me curase… Cogió algodón bendecido, me lo pasó por la tripa donde me dolía y me hicieron que besara una estampa de la Madre Enriqueta, que colgó de la cama; luego me dormí. Y, cuando desperté por la mañana, estaba curado. Y ahora rezo a la Madre Enriqueta para que crezca sano. Continúo estando bien y como de todo, también castañas y judías, y no me ha vuelto nunca más la fiebre y el vómito.
Por este milagro, reconocido por la Comisión médica del Vaticano, se consiguió la beatificación de la Madre Enriqueta, que fue proclamada beata por el Papa Pablo VI en 1978.
MAUREEN DIGAN
Hasta los quince años disfrutaba de una salud normal. De pronto, le vino una enfermedad progresiva y terminal, llamada Lymphedima. Esta enfermedad no tiene tratamiento, pues no responde a ningún medicamento. En los 10 años siguientes, Maureen tuvo 50 operaciones y, a veces, se quedó durante un año en el hospital para restablecerse. La situación llegó hasta el punto de necesitar que le amputaran una pierna. En estas circunstancias, una tarde, su esposo Bob fue a ver la película titulada La misericordia divina. Imposible escapar de ella. Y se convenció de que debían ir a la tumba de Sor Faustina Kowalska, la mensajera del Señor de la misericordia, para pedir la salud por su intercesión.
Llegaron a Polonia el 23 de marzo de 1981. Maureen se confesó después de muchos años, y le pidió ayuda a Sor Faustina. Dice que, en su corazón, oyó que Sor Faustina le decía: Si me pides ayuda, yo te la daré. De pronto, pensó que sus nervios se rompían; se sintió bien y vio que su pierna tenía su tamaño normal. Estaba curada. Al regresar a USA, donde vivían, fue examinada por cinco doctores independientes que la declararon completamente curada. Los médicos de la comisión del Vaticano también la examinaron y su curación fue considerada como inexplicable.
Por este milagro, Sor Faustina Kowalska fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 18 de abril de 1993.
MANUEL VILAR SILIO
Tenía dieciocho meses de edad, cuando el 19 de julio de 1998, su familia se trasladó a una casita de campo de la localidad argentina de Nagoya. Su madre, Alicia Silio, se quedó dentro de la casa cocinando, habiendo dejado el cuidado de su hijo a otros familiares. Al terminar de cocinar, fue a ver dónde estaba el niño y nadie supo decirle dónde estaba. Empezaron a buscarlo hasta que lo encontraron, flotando boca abajo en la piscina. El agua estaba fría y cenagosa. Cuando descubrieron al niño, no había ondas en la superficie, por lo que se deduce que llevaba varios minutos completamente inmóvil.
Eran las 15:45 cuando lo sacaron con el cuerpo rígido y amoratado, el vientre hinchado y los ojos vidriosos, signos típicos del ahogado. Lo llevaron al hospital de san Blas, donde el doctor Edgardo La Barba confirmó que Manuelito no tenía latidos cardíacos ni respiración. Fue en ese momento, en que parecía todo perdido para siempre, cuando su madre, muy devota de la beata Madre Maravillas (1891-1974), carmelita descalza española, fundadora de muchos conventos, empezó a invocarla por la salvación de su hijo.
A los pocos minutos, el niño comenzó a expulsar el fango que tenía alojado en los pulmones y en el estómago; y 35 minutos más tarde recobró la frecuencia respiratoria. El niño había pasado más de una hora de parada cardiorespiratoria, por lo que se suponía que, si vivía, quedaría con graves secuelas neurológicas. Por ello, lo llevaron de inmediato al hospital infantil san Roque de Paraná a 102 kilómetros de distancia, al que llegaron a las 17:22. Allí el niño fue atendido por la doctora Vanegas, quien tampoco dio muchas esperanzas a la familia.
Al día siguiente, a las 6:40 de la mañana, al no haberse detectado complicaciones, le retiraron al niño el respirador artificial. Aproximadamente, a las 8:00 el pequeño se despertó y empezó a llamar a su madre. El 22 de julio fue dado de alta sin ninguna secuela. Los médicos estaban realmente asombrados del milagro, pues un paciente con más de 20 minutos con falta de oxígeno, normalmente tiene una muerte cerebral fulminante. El caso fue fundido por la televisión argentina.
Los médicos de la comisión vaticana estudiaron el caso y lo aprobaron por unanimidad. Y por este milagro, la beata Madre Maravillas fue canonizada por el Papa Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003.
CIRANA RIVERA DE MONTIEL
Se casó el 24 de abril de 1976 con Sergio Montiel Alvarado. Ambos eran mexicanos de veintitrés años de edad. Ella le había explicado antes de casarse que todos los miembros de su familia tenían una enfermedad congénita y las mujeres, desde hacía varias generaciones, no podían tener hijos, pues eran estériles. Durante siete años se sometió a algunas pruebas con la esperanza de tener hijos, sin resultados positivos. Tenía el Síndrome Stein-Leventhal. El doctor Daniel Montes, que le hizo un estudio radiográfico, le dijo que tenía obstrucción tubárica bilateral y retroversión del cuerpo uterino; lo que significaba que no había ninguna posibilidad de tener hijos. Y, aunque hubiera concebido, dada la malformación uterina, no hubiera podido llevar adelante el embarazo y le habría venido muy pronto un aborto.
Pero los dos esposos comenzaron a invocar al siervo de Dios Rafael Guízar Valencia (1878-1938), que había sido obispo de Veracruz (México), donde se le tenía mucha devoción. Los dos esposos pidieron la oración de otras familias del Movimiento familiar cristiano, al cual pertenecían. Y en mayo de 1983, ella quedó encinta. El 19 de febrero de 1984, Cirana dio a luz, mediante un parto normal, a un niño a quien llamaron Sergio, como su padre. El niño era, evidentemente su hijo, y no fruto de fecundación artificial, pues también tenía la misma enfermedad genética BPES.
Después de este hijo, no ha podido tener más y todos los exámenes realizados manifiestan lo inexplicable humanamente de haberlo tenido. Incluso, se le han seguido manifestando las irregularidades anteriores en los ciclos menstruales con amenorreas de hasta seis meses de duración.
Por este milagro, el Papa Juan Pablo II beatificó al obispo Rafael Guízar Valencia el 29 de enero de 1995.
NATALIA ANDREA GARCÍA MORA
Tenía ocho años de edad y vivía en el barrio Blanquizal de una de las zonas más violentas de Medellín, en Colombia. Era la séptima de los ocho hijos de Julia Ester García Mora, de 33 años, que había quedado viuda cuatro años antes, y que trabajaba como doméstica en varias familias.
Hacia las 5 de la tarde del 1 de setiembre de 1993, la niña Natalia Andrea estaba jugando en su casa con sus amigas Mónica, Erika y Eva, cuando, de improviso, cayó al suelo a causa de un disparo, realizado por una pistola con silenciador a una distancia de unos 5 ó 6 metros. Le salía sangre por la boca y respiraba con mucha dificultad. Las vecinas la llevaron hasta la carretera para tomar un coche, que la llevara al hospital.
En ese momento, pasaba en su coche la señora Gloria Amparo Álvarez Arboleda, que la llevó de emergencia al hospital san Cristóbal. La doctora que la atendió, viendo la gravedad del caso, la hizo llevar en ambulancia al hospital pediátrico san Vicente de Paúl. Los exámenes y radiografías descubrieron que la bala había impactado en la columna vertebral. Tenía fractura a la altura de la vértebra D7-D8; había sido dañada la médula espinal, además del pulmón y la columna. El doctor le dijo a la madre que, si quedaba con vida, no podría caminar nunca más.
Al día siguiente, 2 de setiembre, las compañeras de colegio comenzaron a rezar por su curación en unión con sus profesoras, las religiosas escolapias fundadas por Paula de San José de Calasanz (1799-1889). El 10 de setiembre fue operada de la columna y el doctor Carlos María Piedrahita confirmó la pérdida de un 10% de médula ósea. El 20 de setiembre le dieron de alta y tuvo que salir en silla de ruedas con monoplegia del miembro inferior derecho y con parálisis ligera de la pierna izquierda.
La familia de la niña y las religiosas del colegio con las alumnas, rezaban todos los días por su curación a Sor Paula. A fines de setiembre, un día, la niña se había sentado sola al borde de su cama y se había levantado, pues se sentía bien. Desde ese día, está perfectamente sin ninguna rehabilitación previa y lleva una vida completamente normal; corre, juega y sube escaleras como cualquier niño de su edad.
Los médicos del Vaticano certificaron que su caso era un trauma vertebro-medular con lesión parcial de la médula espinal a nivel D7-D10 con grave paraplegia y problemas en los esfínteres. Su recuperación fue muy rápida, completa y duradera, de modo inexplicable y sin rehabilitación. Por este milagro fue canonizada por el Papa Juan Pablo II Sor Paula de San José de Calasanz, el 25 de noviembre de 2001.
GIANNA MARÍA ARCOLINO COMPARINI
Elisabete Comparini, brasileña, tenía tres hijos y quedó nuevamente encinta en 1999, pero la gestación se presentaba difícil. Después de hacerle algunas ecografías, los doctores vieron que la situación se presentaba complicada y sin muchas esperanzas, pues perdía mucha sangre. El 11 de febrero del 2000, a las 16 semanas de gestación, tuvo pérdida completa del líquido amniótico. Los doctores le recomendaron un aborto para evitar riesgos de infección para ella y, por supuesto, para el niño, en caso de que siguiera la gestación. A pesar de algunas tentativas para aumentar el líquido, no hubo ningún resultado positivo. Según los médicos, la posibilidad de supervivencia del niño en esas circunstancias era cero.
La doctora que la atendía, le urgía a abortar al niño, pero ella con su esposo decidieron continuar el embarazo. En esos momentos, apareció en el hospital el obispo diocesano de Franca (Brasil) y los alentó en su decisión, pues él mismo había bendecido su matrimonio. A los pocos minutos, se presentó el padre Ovidio de su parroquia para darle la unción de los enfermos.
El obispo les dio a leer la vida de la beata Gianna Beretta Molla, la doctora italiana, muerta en 1962, después de haber dado a luz a su cuarta hija y no haber querido ser operada para perderla. Es considerada la santa de la maternidad, pues el milagro para su beatificación había sido la curación de una mujer con gravísimos problemas después de haber tenido una operación cesárea. Por todas partes pidieron oraciones y, a pesar de que, humanamente, parecía imposible, la gestación se iba desarrollando bien, hasta que a las 32 semanas, después de haber estado 16 semanas sin líquido amniótico, el 31 de mayo del 2000, fue operada, trayendo al mundo una niña sana con 1.800 gramos. La niña, llamada Gianna María, en honor de la beata Gianna María, ha crecido sana para alegría de todos.
Por este milagro fue canonizada la beata Gianna Beretta Molla el 16 de mayo del 2004.
JUAN JOSÉ BARRAGÁN SILVA
Era un joven mexicano drogadicto de 20 años. Su padre lo había abandonado, cuando era niño, para irse a Estados Unidos y formar otra familia. Vivía con su madre, que debía trabajar para sostenerlo, porque él no hacía nada. Vivía solamente dedicado a la droga y al alcohol, sin esperanzas y sin ganas de vivir.
El 3 de mayo de 1990 regresó a casa a las 6:00 p.m. borracho y alterado. De pronto, agarró un cuchillo y empezó a cortarse en la cabeza. Su madre, Esperanza Silva, trató de quitárselo sin conseguirlo, mientras él gritaba: No quiero vivir. Los vecinos trataron de ingresar a la casa, pero la puerta estaba cerrada. Entonces, el joven corrió hacia el balcón y se tiró del segundo piso de su casa a la calle, cayendo sobre el cemento, de cabeza. Su madre, mientras bajaba corriendo por las escaleras para ver a su hijo en la calle, pensó en Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe, y le pidió ayuda, lo mismo que a la Virgen María. Cuando la mamá llegó donde su hijo, él estaba sangrando de la cabeza y le dijo: Mamá, perdóname. Después, se quedaron unos minutos abrazados hasta que llegó la ambulancia, que lo llevó al sanatorio Durango, a donde llegó las 6:30 p.m.
Los médicos dieron el caso por perdido, pensando que, en el mejor de los casos, quedaría paralítico de por vida, pues la caída de 8-10 metros sobre cemento, de cabeza, es sumamente grave. En el sanatorio, le hicieron todas las pruebas oportunas, pero no encontraron fracturas en la columna ni en el cráneo. No quedó paralítico ni con fractura de las vértebras cervicales, como era de suponer. Y la hemorragia del cráneo no tuvo posteriormente ninguna consecuencia negativa. A los seis días, lo sacaron de terapia intensiva y lo pasaron a sala normal. El séptimo día le quitaron el tubo de alimentación y, a los diez días, fue dado de alta. Pocas semanas más tarde, él y su madre fueron a visitar el santuario de la Virgen de Guadalupe y a agradecer a la Virgen y a Juan Diego por el milagro. Desde ese momento, dejó la droga y se puso a estudiar para aprender un oficio.
La comisión médica del Vaticano consideró que una caída de 10 metros sobre cemento es como un impacto de 2.000 kilos. Por ello, la curación se consideró inexplicable para la ciencia. Por este milagro, Juan Pablo II canonizó al beato Juan Diego el 31 de julio del 2002.
VALERIA ATZORI
La señora María Giovanna Caschili dio a luz el 21 de enero de 1986 a una niña a las 23 semanas de gestación, con un peso de 550 gramos y 30 centímetros de longitud, en la clínica de la universidad de Cagli, en Italia. Los exámenes médicos señalaron que el estado de la niña, bautizada como Valeria, era gravísimo por ser demasiado prematura. Parecía como un conejito sin piel, la piel era roja-gelatinosa y transparente. No tenía respiración autónoma y le tuvieron que administrar oxígeno de inmediato. Según el doctor Franco Chappe las posibilidades de sobrevivir eran mínimas y, en ese caso, con muchas probabilidades de tener daños cerebrales muy importantes. Según su experiencia de 30 años, todos los nacidos antes de las 24 semanas morían inexorablemente después de pocos minutos o de algunas horas.
De hecho, a las pocas horas, se había deshidratado y pesaba 410 gramos. Al día siguiente, a las 10 a.m. empezaron a suministrarle algunos medicamentos como Mucosolvan y Spectrum e intentaron alimentarla con un tubo por vía oral. Pero, debido a ciertos problemas, tuvieron que alimentarla por la vena umbilical con muchas dificultades durante la primera semana y, después, con sonda nasogástrica hasta el tercer mes, en que pudo empezar a tomar el biberón.
A los cuatro meses, el 25 de mayo, ya pudo ser dada de alta con un peso de 2.100 gramos, con buenas condiciones generales de salud sin ningún daño en ninguna parte de su cuerpo.
Le siguieron haciendo exámenes de control a los 12, 18 y 24 meses y todo era perfectamente normal. En 1989 la doctora Melania Puddu y Giuliana Palmas le hicieron exámenes especiales y todos salieron perfectamente normales para su edad. Lo mismo ocurrió, cuando tenía 10 años en 1996.
Para los médicos era inexplicable cómo había podido sobrevivir en aquellas condiciones. La explicación está en que sus padres Giovanna Caschili y Pietro Atzori, habían acudido a la intercesión del siervo de Dios fray Nicola de Gesturi (1882-1958), fraile capuchino muy conocido en la ciudad y muerto en olor de santidad. Los papás se acercaron hasta su tumba para implorar el milagro. Y Dios se lo concedió por su intercesión.
Había nacido muy prematura, con insuficiencia respiratoria y con múltiples paradas respiratorias, doce de las cuales prolongadas, acompañadas de paros cardíacos. Había tenido grave osteoporosis con fractura espontánea del pulso izquierdo y grave infección estreptocócica. Sin embargo, su curación fue completa, duradera y sin consecuencias negativas, lo cual es inexplicable científicamente, según la comisión médica vaticana.
Por este milagro el Papa Juan Pablo II beatificó a Nicola de Gesturi el 3 de octubre de 1999.
MATHEW KURUTHUKULANGARA PELLISSERY
Nació el 9 de julio de 1956 en Irinjalakuda, estado de Kerala, en la India, con una malformación en ambos pies llamada talipes equino-varus. Sus padres, por ser muy pobres, no pudieron llevarlo a operar a otra ciudad. Por este motivo, Mathew se arrastraba apoyándose en las rodillas y en los codos. A los cuatro años pudo ponerse de pie, pero debía agarrarse a algo para no caerse. Solamente a los cinco años pudo empezar a caminar solo, con un andar vacilante, bamboleándose hacia los lados. Por lo cual era objeto de bromas y risas en la escuela.
Los padres habían visitado a una religiosa, tía de la mamá de Mathew, cuando él tenía dos años, y ella les había dado un librito La estigmatizada de Kerala, sobre Sor Mariam Thresia (1876- 926), fundadora de su Congregación, y les sugirió que le rezaran para pedirle la curación del niño. Desde ese día, todos rezaron en familia a Sor Mariam para que lo curara. El padre se comprometió, en caso de que se curara, mandar celebrar por ella una misa solemne y que toda la familia iría en peregrinación ante la tumba de la sierva de Dios.
El 19 de mayo de 1970, toda la familia comenzó cuarenta días de abstinencia de carne, ayunando los viernes y rezando cada día a la religiosa santa. El día 21 de junio, dice Mathew: Hacia las dos de la mañana vi dos religiosas que estaban junto a mi cama. Una hermana tenía velo negro y la otra velo blanco. La de velo negro se asemejaba a Sor Mariam Thresia, tal como la conocía por fotografía. Me dio masajes en la pierna derecha y me dijo: “Levántate, hijo mío, tu pierna esta curada”. Después, desaparecieron y he visto que mi pierna derecha estaba enderezada y sana. Llamó urgentemente a toda la familia y todos agradecieron a Sor Mariam, pero continuaron con la abstinencia y el ayuno, porque la pierna izquierda seguía torcida.
Al año siguiente, el 27 de junio de 1971, comenzaron de nuevo a rezar novenas y a hacer ayuno y abstinencia por su total curación. Y el 5 de agosto ocurrió el milagro. Dice la madre: He visto a las dos hermanas, una con velo negro y otra con velo blanco. La de velo blanco parecía ser mi tía Cordula, muerta unos pocos años antes. La hermana de velo negro le dijo: “la pierna de tu hijo está curada. Vete a ver”. La madre se levantó inmediatamente y fue a ver a su hijo, constatando que había curado verdaderamente también de su pierna izquierda.
Toda la familia fue en peregrinación a la tumba de Sor Mariam y publicaron en una revista católica el milagro. Después de 20 años del milagro, varios médicos examinaron a Mathew y comprobaron la normalidad de sus piernas sin ninguna desviación de su columna vertebral.
Este hecho, realizado sin ninguna clase de operación, fue aceptado por la comisión médica del Vaticano como inexplicable científicamente y la hermana Mariam Thresia fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 9 de abril del 2000.
ÁNGELA GOVERNALE BOUDREAUX
Ángela estaba casada con cuatro hijos y vivía en Louisiana (USA). Tenía 36 años, cuando a comienzos del verano de 1966, comenzó a sentirse muy débil y a notar un abultamiento en el vientre. En julio tenía dificultades para respirar y tenía el vientre como si estuviera embarazada de 5 meses. El 24 de julio tuvo que internarse en el hospital bautista de New Orleáns, en Estados Unidos. Después de los respectivos exámenes, determinaron que tenía un tumor maligno en el hígado.
El 8 de agosto de ese año, el cirujano James Freeman la operó y encontró que el cáncer estaba diseminado a ambos lados del hígado y no ofrecía esperanzas de sobrevivencia.
Pero, desde los primeros días de estar internada en el hospital, Ángela había comenzado a invocar al padre Francisco Xavier Seelos (1819-1867), religioso redentorista alemán, que emigró a USA para atender a los emigrantes alemanes. Ángela tenía una medalla de este siervo de Dios y algunas reliquias. Sorprendentemente, a principios de noviembre, comenzó a manifestar señales claras de que el hígado estaba trabajando normalmente. Ella dice que todo comenzó el 27 de noviembre, cuando sintió un renovado bienestar. Por precaución, a partir del 15 de diciembre, se le administró Leukeran (Chlorambucil). Pero, al poco tiempo, el médico mandó dejar esta medicina, al ver que todo estaba bien.
Cinco años después de esta recuperación milagrosa, volvió al quirófano para una operación de cálculos biliares. Era el 8 de octubre de 1971. El cirujano, doctor David Weilbaecher, aprovechó para hacer una exploración del abdomen y hacer biopsias del hígado, viendo que todo era normal. En 1998, cuando ella tenía ya 69 años, seguía con el hígado normal. Por ello, los médicos del Vaticano consideraron que su curación había sido extremadamente rápida, completa y duradera por 33 años, algo científicamente inexplicable. El Papa Juan Pablo II beatificó a Francisco Xavier Seelos el 9 de abril del 2000 por este milagro.
CARLA DE NONI
Era una religiosa italiana de las misioneras de la Pasión. El 20 de abril de 1945 tomó el tren a las 1:40 de la tarde para ir de Villanova a Mondovi (Italia). El tren estaba muy cerca de llegar a su destino, cuando apareció un avión inglés, que empezó a ametrallar el convoy. Sor Carla recibió varios proyectiles en la mandíbula, una bala a la altura de los senos y otra en el brazo derecho. Su situación era desesperada y los bomberos la llevaron de inmediato al hospital más cercano, mientras el párroco del lugar le administraba la unción de los enfermos.
El doctor Giovanni Bosio, que la recibió, dice que estaba en estado de shock gravísimo por hemorragia aguda y no podía ni hablar. El labio inferior le caía hacia la derecha y el mentón le caía sobre el pecho. La situación no mejoraba y tenía fiebre altísima. Por eso, fue de nuevo regresada a su casa en Villanova para que, en caso de morir, como era previsible, fuera enterrada en el cementerio de la Comunidad.
Sin embargo, todas las religiosas de su Comunidad, desde el primer momento, empezaron a orar para pedir su curación por intercesión de Don Rinaldi (1856-1931), un santo sacerdote salesiano, que había sido Rector mayor de su Congregación Salesiana.
Al regresar a Villanova, le colocaron un pañuelo del siervo de Dios y sintió un ligero alivio. Durante todo el mes de mayo y junio, continuaron las oraciones. A finales de junio, una tarde, Sor Carla se durmió y, al despertarse, se dio cuenta de que algo excepcional había sucedido, pues sentía un bienestar general. Se levantó por sí misma por primera vez desde el 20 de abril y vio que estaba perfectamente curada. Sólo tenía una cicatriz en el mentón, pero podía comer y hablar perfectamente bien.
Los exámenes que se realizaron el 15 de julio de 1945 y el 15 de septiembre de 1946, mostraron la presencia del hueso del mentón que había sido llevado por los proyectiles. Dios le había creado de la nada un pedazo de hueso en el mentón para poder unir la cara y dejarla perfecta, aunque con una gran cicatriz como prueba del milagro. En 1984, de nuevo, le hicieron exámenes y todo seguía en perfecto estado.
Por este milagro, el Papa Juan Pablo II beatificó a Don Felipe Rinaldi el 29 de abril de 1990.
ROGER LUIS COTRINA ALVARADO
El 26 de agosto de 1988, el submarino Pacocha, de la Armada peruana, fue colisionado por el pesquero japonés Kyowa Maru a pocos kilómetros del puerto del Callao. El choque abrió una brecha en la popa. Los motores y generadores de energía quedaron dañados y no tenían luz en el interior. En los primeros minutos, tratando de apagar un incendio, murieron tres marinos, entre ellos el capitán del barco. Entonces, el teniente Roger Luis Cotrina de 32 años, tomó el mando y, mientras el submarino se estaba hundiendo, trató de cerrar una compuerta interna por donde entraba agua del exterior. En ese momento, en la oscuridad y con poco aire, invocó la ayuda de Sor Maria Petkovic de Jesús crucificado (1892-1966), fundadora de las Hijas de la misericordia, cuya vida había leído cuando estaba enfermo en el hospital naval del Callao el año anterior.
Humanamente, era imposible cerrar aquella compuerta, ya que la presión del agua exterior creaba un peso de cuatro a seis toneladas. De hecho, la primera vez que lo intentó vio que era imposible, pero después de invocar a la Madre María, la pudo cerrar. De esa manera, pudieron estar a salvo dentro de la nave, esperando el rescate. Como éste no llegaba, al día siguiente, se decidieron a salir desde el fondo del mar, a unos 42 metros de profundidad, uno por uno, cada 20 segundos, y aunque la descompresión brusca tiene fatales consecuencias, todos ellos sobrevivieron, menos dos por efecto de embolia cerebral. La Marina condecoró al teniente Cotrina por su hazaña.
Esto fue considerado como un milagro, ya que a unos 20 metros de la superficie, en que se encontraba el submarino en el momento en que se pudo cerrar la escotilla, el peso creado por la presión del agua era equivalente a unas cuatro a seis toneladas, que ningún hombre puede levantar. Este hecho fue aceptado por la comisión vaticana como inexplicable para la ciencia y el Papa Juan Pablo II beatificó a Sor María de Jesús crucificado el 6 de junio del 2003.
LA MULTIPLICACIÓN DEL ARROZ
En el pueblo español de Olivenza (Badajoz) había una Institución, fundada por el Padre Luis Z.B., llamada Pía Unión de las doncellas de María Inmaculada. A las chicas pobres les daban todos los días de comer gratuitamente. Cada domingo daban de comer, además de 42 muchachas, a 17 muchachos y varias familias pobres. El domingo 25 de enero de 1949, cuando Leandra, la cocinera, debía preparar el alimento para los pobres en la Parroquia, se dio cuenta de que no tenía más que un puñado de arroz, exactamente tres tazas (unos 750 gramos). Los echó a la olla, diciendo a la imagen del beato Juan Macías: Hoy tus pobres se quedan sin comer. Hay que anotar que, en ese pueblo, muy cercano al pueblo donde nació el beato, todos lo conocían mucho y lo invocaban frecuentemente.
Dice la cocinera: Al cuarto de hora, más o menos, volví a la cocina para vigilar el arroz y observé con asombro que la cantidad aumentaba y el nivel subía hasta el borde de la olla. Al ver el aumento prodigioso del arroz, no dudé en llamar a la madre del párroco que me dijo: Será necesario utilizar otra olla, porque rebosa… Comenzamos a coger arroz y a verterlo en una segunda olla, un poco más pequeña, algo así como ocho litros, puesto que continuaba subiendo el nivel de la olla que estaba en el fuego. Tuvimos que buscar una tercera olla, que nos prestó la señora Isabel. Esta olla era, más o menos, como la primera. Yo comencé a preparar la comida hacia la una del mediodía y retiramos la olla del fuego a las cinco de la tarde por orden del párroco, que estuvo presente, desde cuando pudo observar cómo el arroz aumentaba y lo pasábamos de una olla a otra.
El milagro los dejó asombrados a todos los del pueblo que acudían a ver el prodigio. Normalmente, el arroz, después de una cocción de 20 minutos, se deshace y se transforma en papilla. Pero, en este caso, después de cuatro horas, seguía saliendo arroz entero. A los once años del prodigio, testificaron veintidós testigos, todos de edad madura y todos testigos oculares del milagro. Todo ocurrió desde la una hasta las cinco de la tarde, y aquel día se dio de comer a 150 personas. Después de once años, algunas señoras conservaban algunos granos de arroz y fueron enviados al laboratorio de la ciudad de Badajoz para su comprobación científica.
Este hecho milagroso fue debidamente presentado a la Congregación para los procesos de los santos y fue reconocido oficialmente como milagro, que sirvió para la canonización del beato Juan Macías, proclamado santo por el Papa Pablo VI el año 1975.
Fuente: Milagros Vivientes. Nihil Obstat. P. Agustín Lira Chiok Vicario Provincial del Perú Agustino Recoleto. Imprimatur Mons. José Carmelo Martínez Obispo de Cajamarca (Perú) Autor: Ángel Peña O.A.R. Lima – Peru 2006
El Papa Juan Pablo II señaló en una catequesis del 9 de julio de 1997 que el primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados “Transitus Mariae”, cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II y III. Según la palabra del pontífice este texto se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de la fe del pueblo de Dios. Entendiendo la trascendencia para el estudio del texto, con fines estudio, publicamos este material para nuestros buscadores de la verdad.
CAPITULO I – MOTIVO Y ORIGEN DE ESTE LIBRO
1. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Dios único quien mi confianza pongo.
2. He aquí la historia de la Virgen sin mancilla, María, Madre de la Luz, cuando pasó de este mundo al reino de los cielos, preparado para ella para los fieles, y he aquí el relato de los milagros que ella realizó en aquel tiempo, y cómo Nuestro Señor Jesucristo se le apareció con sus ángeles, todos los profetas y con los apóstoles.
3. Juan, apóstol, evangelista de Zebedeo y autor de esta historia, dice su capítulo I: Salud al Señor, que, por un efecto de su voluntad, envió al mundo a su Hijo bien amado para redimir a los hombres, y que ha preparado una luz brillante en el seno de una Virgen; que, revistiéndose de carne, ha hecho de ella el objeto de su amor y de sus delicias; que ha abierto a los que ha creado cuanto se relaciona con su utilidad y con su salvación; que los ha esclarecido con la gracia del Espíritu Santo, inspirándoles la sabiduría y el conocimiento espiritual del Dios único, cuya misericordia no puede calcularse, ni su gloria medirse, ni su naturaleza adivinarse, ni su eternidad comprenderse; que en el esplendor de su trono, sobrepuja a todos los que ha creado; que abraza todo lo que hay de más elevado, y todo lo que hay demás inferior, y cuyo poder realiza todo la que quiere; que conoce todas las cosas antes que sucedan; que ha instituido con inteligencia soberana toda su obra; que concede gratuitamente sus beneficios a los que lo piden con fe; que, cuando hace algo, no experimenta la menor fatiga, ni necesita meditarlo; que, en fin, no cambia, ni aumenta, ni disminuye. Nosotros los invocamos para que nos abra las puertas de su piedad inmensa, para que reciba nuestras plegarias, para que el olor del incienso de nuestra reunión sea agradable ante el sol resplandeciente de su majestad. Conceda él a los hijos de su Iglesia, para apoyo en sus combates, el de sus ángeles celestes, que hacen vibrar sus trompetas, y que se mantienen delante de él, en el orden y en la división en que están colocados, cantando sus alabanzas y aclamando con voz armoniosa: Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos y los profetas, los santos y los mártires dijeron: Bendito sea el Señor, que ha enviado a su Hijo, y que lo ha hecho salir del esplendor de su luz.
4. Y el Hijo apareció en la Virgen María, y, habiéndose encarnado en un cuerpo, nació de ella en Bethlehem, y tomó, como un velo, la forma de un esclavo, y sufrió la tribulación, a fin de consolar, y de dar lecciones de paciencia, a los desgraciados que están afligidos.
5. y no temió ser viajero sobre la tierra, a fin de rescatar a los que lo buscan con confianza y con sentimientos afectuosos, ya fin de advertir a aquellos de sus servidores que son negligentes, para que renuncien a sus pecados.
6. Y mostró la debilidad de su humanidad, para expulsar al demonio fuera del género humano, y para librar a los hombres, y fue muerto y sepultado, para que lo que él había ordenado respecto a los cuerpos se cumpliese en su propia carne, y mostró su pujanza contra el demonio, cumpliendo las antiguas profecías.
7. y resucitó al tercer día, mostrando la resurrección a los que la ignoraban, y cuarenta días después subió al cielo, para manifestar su grandeza a sus criaturas, y está sentado en el seno del Padre eterno, desde el comienzo, sobre el trono de su majestad, revestido de un cuerpo, y los ojos que deseen verlo serán llenos del esplendor de su aspecto.
8. Celebremos su presencia cuando su madre fue transportada, el día que él había preparado a sus elegidos y bien amados, y que no debe nunca dejar de existir. Reconozcamos su potencia, para aproximarnos a sus ángeles celestes ya sus elegidos terrestres. Patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, fieles, fieles vivos y muertos. Saludemos a la que ha sido puesta por encima de todas las mujeres, la Virgen sin tacha. Adoremos a aquel que ha tomado de ella su cuerpo, para que ni su divinidad ni su humanidad sufriese cambio en otra naturaleza o sustancia, sino para que fuese, según dijo el profeta Isaías, como una palmera saliendo de una tierra árida.
9. Y ese profeta dijo también: He aquí que una Virgen concebirá, y parirá un hijo, el cual tendrá por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros. y María, elegida, ha sido santificada desde el seno de su madre, parió casta y santamente, y como una esposa que sale del cuarto nupcial. Y ella ha recogido al cordero que se había extraviado del buen pastor ha arrancado de las garras del león feroz que quería devorarlo.
10, Y ella, por la luz de su fe, ha conducido al género humano al Evangelio su Creador, sacándolo de las tinieblas de la torpeza y de la negligencia, y ha procurado a su nación un ancho acceso hacia la misericordia divina, procurándole el fruto de una dulce tranquilidad, la destrucción de las espinas, la huida de los espíritus malignos, la aniquilación del poder de la muerte, la derrota de los demonios rebeldes, la exención de la aflicción en la reunión de los justos, en el nombre de aquel que ha nacido de ella, y el nombre del cual se han de ofrecer sacrificios puros y del que todo desgraciado debe invocar el apoyo. Escuchad, oh amigos elegidos y santos hermanos, cómo fue cumplida esa historia llena de milagros admirables.
11. Había dos sacerdotes y un diácono en la santa montaña del Sinaí, cuya cumbre Dios (cuya memoria sea santificada) se apareció a Moisés, habló acerca de los hijos de Israel y realizó grandes milagros.
12. Y el nombre de uno de los sacerdotes era David, el del otro Juan, y el del diácono Felipe. Y asistían al altar, y había trescientos veinte altares la montaña santa.
13 Y escribieron a Ciriaco, obispo de Jerusalén, rogándole que les transmitiera la historia de María, y de cómo había salido de este mundo, y pidieron que les hiciera conocer la gloria y los milagros que se habían cumplido entonces.
14. Y el santo obispo, tan pronto hubo recibido la carta, hizo llamar los obispos de la Iglesia, y los interrogó, y les dijo: Id a buscar los libros.
15 Y no encontraron más que un libro de Jacobo, hermano del Señor, obispo de Jerusalén, que fue el primero a quien los judíos dieron muerte. En el año 345 de Alejandro, el día del nacimiento de Nuestro Señor, que es el día del Sol, el 15 del mes de biblico de agosto, la Virgen María salió de este mundo, en presencia de Nuestro Señor Jesucristo y mía, y todos los ángeles y todas las criaturas se dirigieron a su habitación en Bethlehem y en Gethsemaní, antes que muriese.
16. Y sabed que los capítulos en que está consignada la historia de la inmaculada Virgen María y de todos los milagros que realizó están en poder de Juan, hijo de Zebedeo, el evangelista, que Jesús Nuestro Señor amó, Y del cual los apóstoles han atestiguado que lo que él contaba era verdad.
17. Y ellos contestaron a las cartas llegadas del monte Sinaí, y aseguraron que no habían encontrado ninguna historia, pero que sabían, por el obispo Jacobo, que esta historia estaba en Éfeso, en poder del apóstol Juan y les rogaron mandar hacer una copia de este libro, para poder tenerlo en Jerusalén y refutar a los judíos, y así todos podrían hacerlo leer, y ellos estarían muy largo tiempo presentes en sus plegarias.
18. y así que llegó la carta al monte Sinaí, escribieron al obispo de Roma y al de Alejandría y les enviaron mensajeros, y habiendo buscado allí la historia sin hallarla, enviaron dos hombres a Éfeso.
19. y cuando hubieron llegado, no cesaron en toda la noche de ofrecer incienso a la madre de Nuestro Señor Jesucristo, diciendo: ¡Oh Jesucristo, Nuestro Señor! Tú has elegido al apóstol Juan y has tenido por él más amor que por sus compañeros, y lo has ocultado a los ojos de los hombres cuando dijiste: Tú me guardarás la fe. Si quieres mostrárnoslo, para que hable con nosotros y nos enseñe la historia de tu madre, con los milagros y maravillas que se han cumplido por ella y en tu nombre, cuando tú la transportaste al paraíso eterno, cúmplase tu voluntad.
20. Y esto ocurrió el vigésimo quinto día del mes de nisan, el día del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el año 345 de Alejandro. y la inmaculada Virgen María se apareció a Juan, y le dijo: ¡Oh hijo mío, da tu libro con la historia de mi salida de este mundo a los hombres venidos a ti desde el monte Sinaí, a fin de que esto sea un motivo de gloria para Dios!
21. Y había en Éfeso, en la iglesia de Juan, donde existía costumbre de ir a lavarse ya curarse de enfermedades, una fuente que devolvía la salud a cuantos acudían en nombre del apóstol. y éste se presentó a los emisarios, y les dijo: Salud, hermanos bienaventurados. No os aflijáis, porque Nuestro Señor Jesucristo, cuando estaba sobre el leño de la cruz, me dijo estas palabras con respecto a la Virgen María: He aquí tu madre, llévala contigo. Y a ella le dijo: Vete con él. Dios recompensará vuestro trabajo y vuestra fatiga, y yo os doy completa la historia que está en mi poder.
22. Y desapareció de ante ellos. Y ellos entraron en la iglesia, cuyas puertas se hallaban abiertas, y cuando hubieron llegado cerca de la fuente hallaron sobre el altar un libro y lo recogieron con grande alegría, y lo dieron a un hombre para leerlo a la gente, y el testimonio de los Padres, de los profetas y de los otros discípulos estaba escrito en hebreo, en griego y en latín.
CAPITULO II – VIAJE DE MARÍA A BETHLEHEM
1. En el nombre de Dios Nuestro Señor, y de Jesucristo, Nuestro Dios y Nuestro Salvador, nacido del Padre antes de los siglos y encarnado en María, la Virgen sin mácula, a fin de ser semejante a los hombres y de librar al mundo de la potencia del diablo rebelde.
2. Él es quien, por la luz de su divinidad adorable, ha librado al género humano de las tinieblas de la desobediencia, lo que nadie pudo hacer, si no es el Dios del cielo y de la tierra y de cuanto contienen.
3. Desciendan su bondad y su clemencia sobre sus criaturas, para que quienes creen en él gocen del paraíso eterno.
4. Celebremos igualmente la gloria de su venerable y perfecta madre, que permaneció oculta a los hombres mientras vivió, y que fue transportada a Aquel que nadie ha visto ni oído, y que el espíritu del hombre no puede comprender.
5. Esperemos la intercesión de María para alcanzar el día radiante y la gloria perdurable.
6. Ya vosotros, queridos hermanos, que habéis pasado de las tinieblas de la desobediencia a la luz de la sumisión, os decimos que el tercer día de fiesta, al mediodía, María, la Virgen sin mancha, salió de su morada y fue al sepulcro de Cristo, en el Gólgota, como tenía costumbre de hacer.
7. Y los judíos pusieron una gran piedra ala puerta del sepulcro, diciendo: No toleraremos más que nadie venga a orar al sepulcro, en el Gólgota.
8. Y rechazaban a cuantos ascendían, y les tiraban piedras, y tomaron la cruz del Cristo, y las de los ladrones, y la lanza con que Nuestro Señor fue herido, y sus vestiduras, y los clavos, y la corona de espinas que había sido puesta en su cabeza, y el sudario con que se lo enterró, y los ocultaron en un lugar que mantuvieron secreto, e impedían que nadie pasase por allí, para que no viniese algún príncipe. y se informara.
9. Y los guardias veían a la Virgen María llegar cada día al sepulcro y sobre el Gólgota, y llorar, y decir, con las manos en alto y el rostro en tierra: jOh Señor y Dios mío, sácame de este mundo perverso, pues temo que los judíos, mis enemigos, me den muerte!
10. Porque siempre que vengo a orar a este lugar sacro, me injurian y me amenazan, y por ti me han dado el agua de la tribulación, más yo los he vencido.
11. Y he superado sus astucias y los he rechazado, gracias a mi fe en ti, y tu potencia ha cegado sus ojos, y los ha confundido, para que no pudieran hacerme mal, y así no me privas de tu socorro.
12. Y los guardias, llegando a la ciudad, dijeron a los sacerdotes: Nadie acude a orar en el Gólgota más que María, que va mañana y tarde.
13. Y los sacerdotes contestaron: Cuando vaya a orar, arrojadle piedras, porque merece ser lapidada, ya que su ignominia afecta a los hijos de Israel.
14. y los guardias dijeron: Nosotros no le haremos nada, pero os la entregaremos, para que hagáis con ella lo que queráis.
15. Y cuando llegó el viernes, fue allí según su costumbre, y mientras oraba, alzó los ojos y vio abiertas las puertas del cielo.
16. Y he aquí que Gabriel, el príncipe de los ángeles, descendió a ella, y se inclinó, y dijo: Yo te saludo, Llena eres de gracia. Tus ruegos han llegado a Nuestro Señor Jesucristo, que ha nacido de ti.
17. Y ha atendido tus súplicas y me envía para anunciarte que serás arrebatada de este mundo para gozar la vida eterna por los siglos de los siglos. Amén.
18. Y al oír estas palabras, la Virgen María se puso alegre y volvió a su morada.
19. Y habiendo los guardias salido, contaron a los sacerdotes que había ido a orar.
20. Y hubo un gran escándalo en Jerusalén. y los sacerdotes fueron al prefecto y le dijeron que debía prohibirle que fuese a orar.
21. Y, mientras deliberaban sobre ello, llegó al emperador Tiberio una carta de Abgaro, rey de Edesa.
22. Y la carta decía así: Hay entre nosotros un hombre que dice ser uno de los setenta y dos discípulos de Jesucristo, y que ha curado numerosos enfermos y realizado prodigios.
23. Y ha construido una iglesia, y ha hecho grandes milagros, y muchos creen en su doctrina. y por ellos sé los grandes milagros que ha hecho entre nosotros.
24. Y su amor ha ocupado mi corazón, y he tenido un gran dolor en no poder verle en mis Estados, por causa de los judíos, que lo han llevado a la cruz, sin justificación ninguna, pues que él hizo tantas cosas buenas y milagrosas.
25. Y he llegado con todos mis hombres a Jerusalén para hacerla perecer, y para que tú obtengas así una venganza completa.
26. Mas cuando la campaña estaba preparada, he sentido un temor, y es que tú, Tiberio, mi soberano, te irritases contra mí, y hubiese guerra entre nosotros.
27. Y por eso te escribo, para pedirte, como conviene entre soberanos, que hagas castigar a los judíos por lo que han hecho.
28. Porque si tú te hubieses informado antes de la crucifixión, todo habría sido distinto, y por eso te pido que seas tú quien castigue a los culpables, quitándome el deber que me he impuesto. y en esta confianza te doy las gracias.
29. Y cuando el emperador Tiberio leyó la carta de Abgaro, se llenó de horror y de cólera, y pensó destruir a todos los judíos. y escribió a este efecto a su aliado.
30. Y, no bien llegó la noticia a los vecinos de Jerusalén, tuvieron gran espanto y visitaron al prefecto y le dieron una gruesa suma de plata, y le pidieron que Jerusalén no fuese destruida para siempre, por causa de María y de su hijo.
31. Y le dijeron: Nosotros lo hemos hecho morir justamente, porque él se decía el Hijo de Dios.
32. Y arrojándose a los pies del prefecto, le rogaron que procurase salvados, y salvar a su ciudad, y que escribiese al emperador, exponiendo su causa, a fin de obtener un juicio más suave.
33. Y le pidieron que fuese a María, y que no la dejase visitar el Gólgota, para cortar el origen del mal.
34. Y el prefecto les dijo: Id vosotros, y habladle con dulzura y del modo más adecuado.
35. y los sacerdotes fueron a María y le dijeron: Acuérdate, María, de lo que has pecado ante Dios, y de lo que hemos sufrido por ti y por tu hijo.
Te suplicamos que no vuelvas aquí, para que la sospecha no caiga sobre otros y cese el mal.
36. Y cuando quieras orar, hazlo con las gentes, y según la ley de Moisés, y todos tus pecados te serán perdonados.
37. E invocaremos para ti la piedad de Dios, y reuniremos el sábado en tu torno a tus compañeras, y te pondremos sobre la cabeza el libro de la ley, para que Dios te sea misericordioso. No te abandonaremos y, si te pones enferma, te atenderemos.
38. Y, si no nos escuchas, vete de Jerusalén a Bethlehem, porque no toleraremos que vengas a orar en el Gólgota al sepulcro, para que otras personas no caigan en sospecha y se alce un gran tumulto entre los hombres.
39. Y María, la Virgen inmaculada, les contestó diciendo: No es así cómo debéis hablar. Porque no os escucharé ni cederé a vuestro deseo.
40. Y como la noche llegaba, los judíos, muy irritados, se alejaron de ella.
41. Ya la mañana siguiente le repitieron otra vez lo mismo. y ella les prometió marchar a Bethlehem, a fin de que el escándalo se apaciguase.
42. Y su casa estaba cerca de Sión y de la casa de José. Y pasados que fueron cuarenta días, la Virgen María reunió a las mujeres de la vecindad y les dijo: Yo os saludo, hermanas. Voy a Bethlehem, a residir en mi casa, porque los judíos me han prohibido ir a orar al Gólgota y al sepulcro, temiendo que por mi culpa haya escándalo.
43. Y, si alguna de vosotras quiere venir conmigo, venga, que yo tengo confianza en el Señor, que está en el cielo, de que se acordará de nosotras y nos concederá lo que le pidamos.
44. Y ella meditaba en las palabras que le había dirigido Gabriel: Saldrás de este mundo, para ir a la vida eterna, y hallaba consuelo en esta meditación.
45. Y tres vírgenes cautas que la servían, y que custodiaban lo que era suyo, se acercaron a ella y le dijeron: Nosotras iremos contigo y no te abandonaremos, porque queremos vivir y morir a tu servicio, ya que por ti hemos dejado a nuestra familia, y que por tu intercesión esperamos lograr la gracia, la salvación y la misericordia del Señor que ha nacido de ti.
46. Y María las acogió y las bendijo. y las amaba mucho. y quedaron a su servicio. y le rogaron que les dijese cómo había podido concebir sin tener comercio con varón, y parir sin perder su virginidad.
47. María, por el gran amor que tenía a sus vírgenes, les explicó el misterio, y gozaba de gran estima ante ellas. Y ellas dormían junto a su lecho, y veían de día y de noche sus grandes milagros.
48. Y el primero de que fueron testigos fue un olor muy suave que se exhalaba del lugar en que estaba, y que llenaba todo su ambiente.
49. y cada vez que venían a ella hombres enfermos y ella los bendecía, y se prosternaban, se levantaban curados, en cuanto rogaba por ellos, y ellos le dirigían grandes alabanzas.
50. Y he aquí que por la noche el ángel Gabriel vino a ella y le dijo: Ten valor, oh bienaventurada María, y no temas. Ve a Bethlehem, y mora en esa ciudad hasta que veas al Señor.
51. Y, al llegar el día, ella reunió a sus tres vírgenes y les dijo: Salid, hijas mías y tomando el incensario y el incienso se pusieron en camino. Y las tres vírgenes se llamaban… y era el día de la fiesta quinta cuando María fue a Bethlehem con las tres vírgenes.
CAPITULO III – MILAGROS QUE PRECEDIERON AL TRÁNSITO DE LA VIRGEN MARÍA
Icono egipcio de la dormición
1. Y el viernes la Virgen María se sintió enferma. y tomando el incienso y el incensario, oró y dijo: ¡Oh Jesucristo, mi Dios y Señor eterno! Tú, que estás en los cielos, y que has hecho a tu servidora digna de que tomases de ella la carne humana, para estar en este mundo, por un efecto de tu voluntad, a fin de que los ojos pudiesen verte, y las inteligencias comprenderte, y para que los hombres creyesen que tu divinidad había descendido a la carne y fuesen limpios de sus pecados, escucha los ruegos de tu madre y envíame a Juan, el menor, tu bien amado, que anuncia tus preceptos al mundo.
2. Haz que yo me regocije viéndolo, y envía también a todos tus discípulos, ya tus profetas, ya tus elegidos, para que yo me alegre de su vista antes de dejar este mundo. Porque yo sé que tú puedes todas esas cosas, y que me concederás lo que deseo.
3. Y cuando hubo dejado de hablar, he aquí que una nube espléndida me remontó a mí, Juan, fuera de Éfeso. Y he aquí que el Espíritu Santo me dijo: ¡Oh Juan! La Madre de tu Señor quiere verte antes de dejar este mundo. Vete a Bethlehem, a su lado, y yo avisaré a tus compañeros, vivos y muertos, para que vayan también.
4. Y me sentí llevado por la nube luminosa, y me pareció que andaba por la tierra y, de pronto, me hallé ala puerta de la Virgen María.
5. Y abriendo la puerta, entré. Y ella, acostada en su lecho, oraba.
6. Y cuando hubo acabado la oración, avancé hacia ella, y, después de besarle el pecho y las rodillas, le dije: Yo te saludo, ¡oh Madre de Dios, bendita entre todas las mujeres! No te aflijas por salir de este mundo efímero, porque pasarás llena de gloria y de alabanza ala vida eterna.
7. Y ella se regocijó de verme, y yo me senté y le dije lo que me había pasado y me acerqué a las vírgenes y las bendije y ella me dijo: Toma el incienso y ora por mí.
8. Y lo hice e inclinándome, exclamé: ¡Oh Señor y Dios mío Jesucristo, muestra los milagros de tu madre, y hazla salir de este mundo con gran gloria, según has prometido, y muestra con tus elogios tu magnificencia, para que tus fieles se congratulen y te alaben y se llenen de pavor tus enemigos, que te han negado ser hijo de Dios, y para que las cosas terrestres y celestes rindan homenaje a tu madre! ¡Oh tú, a quien es debida gloria y alabanza por los siglos de los siglos! Amén.
9. Y cuando acabe my plegaria, me dijo la Virgen María: ¡Oh San Juan, tu maestro ha prometido que, cuando yo deje la tierra, Él se mostrará a mí con sus ángeles y sus elegidos, y saldré de este mundo con tan gloriosa escolta!
10. Y yo dije: Él vendrá y cumplirá su promesa. Y ella dijo: ¡Oh Juan! Los judíos han asegurado que quemarán mi cuerpo cuando yo muera y yo le dije: No temas, que los judíos no tienen poder sobre ti, viva o muerta, porque el Señor es contigo.
11. Y ella dijo: ¿Y dónde me enterrarás? y yo dije: Donde y como Jesucristo lo ordene.
12. Y sus lágrimas corrieron, y las enjugué con mi vestidura, y yo lloraba, y las tres vírgenes lloraban también muy afligidas.
13. Y le dije: ¿Por qué temes salir de este mundo, tú, que has engendrado al Cristo? ¿Qué harán, pues, los que están en tu torno y que ignoran cuál será su suerte al dejar este mundo? Porque recibirás de tu hijo corona brillante y la pondrás en las cabezas de los hombres justos, y un castigo eterno caerá sobre los que lo hayan merecido.
14. No te entregues, pues, a la tristeza y al dolor, ¡oh bienaventurada María! Porque el Espíritu Santo me ha dicho en Éfeso que los demás compañeros míos se reunirán a tu lado para solicitar tu bendición, como ha dicho David: Todos los pueblos vendrán y te adorarán. y las tribus de todas las naciones se humillarán ante ti.
15. Y María me dijo: Enciende el incienso, y ora. y encendí el incienso, y dije: Señor y Dios mío Jesucristo, oye mi plegaria y escucha la voz de tu madre, y cumple las promesas que le has hecho. Hágase tu voluntad, y el deseo de tu Padre celestial. Y lóente los ángeles y las criaturas.
16. Y terminados mis ruegos, una gran voz dijo: Amén. y yo me llené de terror. y cuando el Espíritu Santo me preguntó: ¿Has oído esa voz, Juan? , yo repuse: Sí, la he oído bien.
17. Y el Espíritu Santo dijo: Esa voz llamará a los discípulos, tus compañeros, que vendrán a saludar a la bienaventurada María. Yo les he avisado a cada uno en su casa, ya cada uno le he preparado una nube luminosa que los traerá aquí. y he dicho en Roma, a Simeón Cephas, que iba a ofrecer el santo sacrificio: Cuando hayas hecho la ofrenda, vete a Bethlehem, porque la madre de tu maestro está allí y va a salir de este mundo.
18. Y he avisado a Pablo, que estaba lejos de Roma, y que disputaba con los judíos, que se burlaban y le decían: Lo que tú dices no será escuchado, porque tú predicas en nombre de Cristo y eres natural de Tarso, y no te conocemos y he llamado a Pablo, y se ha levantado, y ha salido.
19. Y he llamado a Tomás, que estaba en la India, junto al lecho de la hija del rey, y la había bautizado y fue a la iglesia, y oró y partió. Y he llamado a Mateo y a Jacobo.
20. Y me he dirigido a los difuntos, a Felipe, a Andrés, hermano de Simeón Cephas, a Lucas, a Simeón el Cananeo, a Marcos y a Bartolomé, y les he dicho: Dejad vuestras tumbas, mas no creáis que el día del Juicio ha llegado. No estamos aún en el fin de los tiempos. Mas id a Bethlehem, a saludar a María, la madre del Señor, que va a dejar este mundo.
21. Y ellos dijeron: ¿Cómo iremos y quién nos llevará? y he aquí que espléndidos carros, transportados por nubes, descendieron entre ellos, y los vientos soplaban con fuerza. Y esas nubes los llevaron a Bethlehem, y ellos se acercaron a María y la saludaron. y ella se regocijó. y Juan encendió el incienso en su honor y los saludaba.
22. Y sobre sus coronas estaba la magnífica aureola del Cristo. Y cuando María los vio, se levantó en su lecho y los bendijo, y alabó a Dios, diciendo: Confía en mi Señor, en que vendrá del cielo para que yo lo vea, como os veo, y como habéis venido vosotros. Decidme cómo ha sido.
23. Y cada uno contó el aviso del Espíritu Santo, y dijeron: ¡Oh bienaventurada Virgen! No te lamentes, que el que ha nacido de ti te sacará de este mundo con gran gloria, y te llevará a la mansión celestial, cuya señora serás tú.
24. Y oyendo esto la Virgen María alzó la mano y saludó al Señor, diciendo: Yo te adoro, Señor y Dios mío, y creo en tu grandeza y en tu poder, porque no me has abandonado a este pueblo necio y no les has dejado hacer lo que decían cuando anunciaban que entregarían mi cuerpo a la ignominia. Si no que has oído las súplicas de tu servidora y le has mostrado tus prodigios, ¡oh tú, que todo lo puedes! Alabados sean tu nombre y tu poder omnipotente por los siglos de los siglos. Amén.
25. Y, cuando ella finó su plegaria, los discípulos repitieron: Amén. Y ella dijo a los discípulos: Encended el incienso y orad, y haced la señal de la cruz.
26. Y cuando hicieron lo que ella decía, sonó un ruido como el de un gran trueno, o como de infinitos carros que chocasen, y se expandió un perfume de indescriptible suavidad.
27. Y he aquí que ángeles e innumerables potencias descendieron sobre la casa, y los discípulos los rodearon diciendo: Santo, santo, santo es el Señor Sabaoth.
28. Y los vecinos de Bethlehem, viendo tales cosas, quedaron llenos de espanto, y grandes maravillas se les manifestaron. Los ejércitos del cielo subían y bajaban y la voz del Hijo del hombre sonaba entre ellos.
29. Y muchos vecinos de Bethlehem fueron a Jerusalén, y contaron al prefecto ya los sacerdotes los prodigios ocurridos en el sitio en que estaba la Virgen María.
CAPITULO IV – DISCUSIÓN ENTRE LOS PARTIDARIOS Y LOS ADVERSARIOS DEL CRISTO
1. Y cuando los habitantes de Jerusalén oyeron tales cosas, hubo muchos que fueron a ver los milagros de la bienaventurada María.
2. Y los cielos se abrieron, y salieron legiones de ángeles, y tempestades, y truenos.
3. Y una nube vino del cielo y regó la tierra de rocío, y el Sol y la Luna y las estrellas cayeron del cielo y alabaron a la Virgen María.
4. Y algunos vecinos de Bethlehem miraron a la casa en que estaba la Virgen. y los discípulos la rodeaban, respetuosamente, con las manos levantadas al cielo.
5. Y el ángel Gabriel le refrescaba la cabeza, y Miguel los pies. Y Pedro y Juan enjugaban con sus túnicas las lágrimas de la Virgen. y todos decían: Salve tú, bienaventurada, y bienaventurado sea el que ha nacido de ti.
6. Y todos cantaban sus alabanzas y su gloria. y no se la podía distinguir, por la deslumbrante claridad que emanaba de ella.
7. Y si algún enfermo llegaba ala puerta y posaba su mano sobre el muro, diciendo: ¡Oh bienaventurada María, ten piedad de mí y ora por mí!, se encontraba al momento curado, aunque la Virgen no lo hubiese visto, sino que, cuando oía su voz, extendía su mano y los bendecía, y ellos quedaban salvos de sus enfermedades.
8. Y todos los ciegos, sordos y mudos que allí había fueron sanados. Y otros que recogieron polvo de los muros de la casa y los mezclaron al agua que bebían quedaron también curados.
9. Y la bienaventurada María obró tantos prodigios, que nadie los podría contar, sino es el Señor, que hizo de ella el templo de su grandeza.
10. Y fue lo más maravilloso que los habitantes de Bethlehem la loaban, a su pesar y venían a ella mujeres de todas partes: de Roma, de Alejandría, de Egipto, así como hijas de reyes y príncipes, que la adoraban, y que creían en el Cristo nacido de ella. Y, al partir, le pedían su bendición, y algunos recuerdos para testimonio a sus padres.
11. Y llegó una mujer que estaba poseída de dos demonios que la atormentaban, el uno por el día y el otro por la noche, y venía acompañada de la hija del rey de Alejandría, que estaba cubierta de úlceras. Y se prosternaron ante María pidiendo su intercesión, y María tuvo piedad de ellas, y fueron curadas.
12. Y vino una egipcia enferma del vientre, y se curó cuando María rogó por ella, y loó a Dios. Y vino otra mujer poseída del demonio, y pidió a la Virgen que la librase de él y María extendió la mano sobre ella, diciendo: En el nombre del Cristo, mi Señor, vete de esta alma y no la atormentes más.
13. Y los demonios salieron y dijeron: ¿Qué hay de común entre tú y nosotros, María? Tememos aproximarnos dondequiera que reina tu hijo, y no podemos estar ante sus compañeros. Nos ha arrojado, por su potencia, al fondo del abismo, y ahora tú, con tu plegaria, nos echas de esta alma y de muchas otras.
14. Y la bienaventurada María los reprendió, y ellos huyeron y se refugiaron en el fondo del mar. y un hijo de Sophim, rey de Egipto, cuya cabeza había sido desgarrada por un león, fue a ella y cuando, extendiendo la mano, ella rogó por él, su cabeza quedó curada, y todos alabaron a Dios.
15. Y oyendo estos hechos, muchos hombres fueron a Bethlehem, y llamaron a la puerta de la casa, y como los discípulos no abrían, comenzaron a gritar, diciendo: Ten piedad de nosotros, bienaventurada María, y óyenos, y cúranos. Y María oyó sus voces, y dijo: ¡Oh mi Señor y mi Dios Jesucristo! Tú, que eres mi Señor, y que has querido ser mi hijo, oye la voz de los que creen en ti y dígnate socorrerlos.
16. Y una gran virtud emanó de la casa, y todos fueron libertados de sus dolencias. Y eran alrededor de dos mil ochenta. Y ese día hubo grandes alabanzas a Dios en toda la comarca de Bethlehem.
17. Y los magistrados de Bethlehem y de Jerusalén preguntaron a los curados cómo lo habían sido por la Virgen. Y cuando hicieron el relato, hubo gran extrañeza entre sacerdotes de la Sinagoga, y vieron con asombro el honor que se hacía al Cristo y la alegría de los creyentes.
18. Y sus ojos se oscurecieron, y temblaron, y dijeron: Mucho nos turba lo que nos relatan.
19. Y saliendo muchos judíos de Jerusalén para Bethlehem, les dijeron los sacerdotes: Id y expulsad a los discípulos de Cristo, y echad a María de la población.
20. Y cuando los judíos estaban a mil pasos de Jerusalén, al caer el sol, se produjo un gran milagro, y fue que sus pies se detuvieron, y no pudieron ir a Bethlehem, y volvieron.
21. y los sacerdotes, cada vez más turbados, fueron a ver al gobernador, exclamando: Grandes son estas cosas, y los judíos perecerán por lo que ha hecho María. y le pidieron que la expulsara de Jerusalén. Y el prefecto les dijo: No lo haré.
22. Y ellos redoblaron en sus clamores, y lo amenazaron con denunciarlo a César Tiberio. y muchos judíos, reuniéndose, fueron a la casa en que moraba la bienaventurada María, y la puerta estaba abierta, y quisieron entrar, pero no podían acercarse, porque las puertas del cielo estaban también abiertas, y un gran resplandor llenaba la entrada de la mansión de María.
23. Y en vista de sus clamores y de sus amenazas, un jefe partió con ellos, llevando treinta mil jinetes y muchos soldados de a pie. Y el Espíritu Santo dijo a los discípulos de Cristo: He aquí que un guerrero llega de Jerusalén con un numeroso ejército. Tomad a María y llevadla con vosotros, y no temáis nada, que yo os conduciré sobre una nube, y nadie podrá incomodaros, porque el poder del Señor está con vosotros.
24. Y los discípulos salieron, llevando a María sobre su lecho, y el Espíritu Santo los transportó sobre sus enemigos sin que los vieran. Y cuando los discípulos llegaron a Jerusalén, fueron a casa de María, y allí se ocuparon de orar y de alabar a Dios.
25. Y cuando los jinetes llegaron a Bethlehem, dijeron: Cerremos las puertas de la casa. Y no hallando a nadie, se llenaron de cólera, buscaron a los vecinos de Bethlehem, y les dijeron: Vosotros habéis ido al prefecto y a los sacerdotes de Jerusalén y les habéis dicho que los discípulos de Cristo rodeaban a María y la loaban, y que muchos ángeles subían y bajaban del cielo, y que sus cánticos llegaban hasta vosotros. ¿Dónde están ahora? Venid con nosotros, y defendeos como podáis, porque nosotros no encontramos nada.
26. Y volvieron al prefecto diciendo que nada habían visto. y los sacerdotes dijeron: Los discípulos de Cristo han hecho un escamoteo ante vuestros ojos para que no vieseis nada. y el prefecto les dijo: Si los veis en alguna parte, apoderaos de ellos y cerrad las puertas.
27. Y cinco días más tarde los habitantes de Jerusalén vieron a los ángeles descender con la Virgen María a la casa que poseía en la montaña de Sión, y los vecinos acudieron y comenzaron a orar, diciendo: ¡Oh Santa María, madre del Cristo, ruega por nosotros, para que se nos conceda la salvación! Y hubo muchos milagros y muchas curaciones.
28. Y los habitantes de Jerusalén sintieron gran espanto. y fueron a aquellos vecinos, diciendo: ¿Por qué ese tumulto, y ese ruido, yesos gritos que lanzabais ayer?
29. Y los vecinos contaron que María había venido acompañada de ángeles que la alababan, y que todo enfermo que se le acercaba era curado. Y los judíos fueron al prefecto y le dijeron: Repitámosle que hay gran perturbación en Jerusalén por culpa de María. Y contaron la que les habían dicho.
30. Y dijo el prefecto: ¿Qué puedo hacer por vosotros? y ellos dijeron: Tomemos leña y fuego, y quememos la casa en que está. y él les dijo: Haced la que os parezca. y los sacerdotes y una gran multitud se reunieron y fueron a donde estaba la bienaventurada María para prender fuego, y el prefecto y sus compañeros miraban desde lejos la que hacían.
31. Y cuando hubieron llegado a la puerta, un gran fuego salió de la casa, y había ángeles cerca, y cuantos se acercaban eran abrasados, y muchos judíos perecieron entonces. y todos se llenaron de terror, y también el prefecto.
32. Y alzando las manos al cielo, y dando una gran voz, exclamó: Verdaderamente, oh María, aquel que ha nacido de ti es el Hijo de Dios. Nosotros deseamos verlo, y yo la adoraré siempre.
33. Y una gran discordia se produjo entre los judíos, y muchos creyendo en el nombre de Jesucristo. Y el prefecto reunió a los moradores de Jerusalén y les dijo: ¡Oh pueblo perverso! Vosotros habéis crucificado al Cristo, que había descendido del cielo para rescatarnos. Habéis desoído la verdad, habéis obrado mal, y conoceréis los fuegos del infierno. Yo creo en Cristo, y temo que la cólera del emperador Tiberio caiga sobre vosotros por vuestra maldad. Y he aquí lo que os digo: Nadie se acerque a la casa de la bienaventurada María, ni la calumnie.
34. Y uno de los principales doctores se levantó, y se llamaba Caleb, y era uno de los que creían en Jesucristo, y en la bienaventurada María, y dijo al prefecto: Pregúntales en nombre de Dios quién condujo a los hijos de Israel fuera de Egipto, y, por los libros de la Santa Ley, oblígalos a declarar si ese hijo de María ha venido como un profeta, como el Hijo de Dios o como los demás hombres.
35. Y el prefecto se situó en un lugar elevado y dispuso que quienes creyesen en María y en el Hijo de Dios se separasen a un lado. Y muchos judíos se separaron, y la reunión se dividió en dos partes.
36. Y el prefecto dijo: ¿Sois vosotros los que creéis en el Cristo? Y ellos dijeron: Nosotros creemos que es el Hijo de Dios único, que juzgará a todas las criaturas, y que es el Cristo anunciado en los libros, que salvará a los pueblos, y que nos rescatará.
37. Y gritaron los otros: ¿Qué decís? Nosotros sabemos que no es el Cristo, porque las tradiciones y las cosas escritas no se han cumplido en él. Y los jefes replicaron: Vosotros no conocéis el verdadero sentido de los libros, ni lo que significan, y os son desconocidas las tradiciones. Ignoráis que nuestro padre Adán, a punto de expirar, prescribió a su hijo Seth que ordenase a sus descendientes que sacasen su cuerpo de la caverna de los tesoros y que lo llevasen a la tierra santa, porque sabía que la redención de su raza se efectuaría por la misericordia del Cristo. Y dijo: El oro, la mirra y el incienso que hay en la Caverna de los Tesoros son los presentes que serán llevados a Bethlehem por la mano de los magos, hijos de reyes, porque Dios ha prometido que el Cristo vendrá a este mundo y manifestará su divinidad por milagros, y saldrá de Sión para mostrarse a los hombres. y el profeta dijo: Los pies del Señor se fijarán sobre el monte de los Olivos, de Jerusalén, y os consta que ha sido así.
38. Y Caleb dijo otras cosas que sería largo contar. Y los judíos replicaron: ¿Piensas que el Cristo está más cerca del Eterno que nuestro padre Abraham, que vio los cielos abiertos y que habló con Dios? y contestaron los fieles: Nosotros sabemos con certeza que el nacido de María ha creado a Adán antes que Abraham fuese formado en el seno de su madre, porque es anterior a todas las criaturas, y es aquel con quien Abraham habló, y de quien dijo Daniel que, pasadas sesenta semanas, vendría el Mesías esperado por todas las naciones.
39. Y los judíos contestaron: Ese Cristo en quien vosotros creéis ¿fue más grande que Isaac, que constituyó ante Dios una ofrenda pura, de que se regocijaron los cielos y la tierra? Y los fieles dijeron: Dios no permitió que Isaac fuese ofrecido en sacrificio, y aunque hubiese sido inmolado hubiese sido una ofrenda única. Pero el Cristo es un sacrificio ofrecido por todas las criaturas, al subir a la cruz, para reconciliar a Dios con todos los hombres. Y los que creen en él quedan libres de todos sus pecados, como los hijos de Israel quedaron curados de la mordedura de las serpientes cuando miraron la serpiente artificial que Moisés elevó por orden divina.
40. Y dijeron los judíos: ¿Pensáis que Cristo es superior a Jacob, que vio las puertas del cielo abiertas ya los ángeles subiendo y bajando por la escala de la salvación? Y los fieles contestaron: Jacob y los ángeles, y la escala que vio, son la imagen del Cristo. Son, sin duda, admirables milagros, pero más prodigios han hecho los que creen en su nombre. y vosotros los podéis ver, pero vuestros ojos están ciegos y vuestros corazones endurecidos.
41. Y dijeron los judíos: ¿Pensáis que Cristo es superior a Elías, que subió al cielo y vio cuanto hay en él y en la tierra? Y los fieles dijeron: Elías, llevado por un ángel, subió al cielo, donde están el Sol y la Luna. Pero Cristo, mostrándose sobre el monte Thabor, con Elías y con Moisés, que estaba muerto y podrido, mostró todo su poder, puesto que podía llamar a los vivos ya los muertos, y ellos tenían que obedecer sus mandatos.
42. Y dijeron los judíos: ¿Pensáis que ese Cristo es más que Moisés, que libró de Egipto a los hijos de Israel y les abrió un paso en el mar Rojo, en el que fueron tragados el faraón y su ejército? Y los fieles dijeron: ¡Oh gentes ignorantes e insensatas! La Divinidad, tomando el cuerpo de Cristo, ha hecho esos milagros, que estaban escritos desde los primeros tiempos. El Cristo ha expulsado los demonios, forzados a la obediencia, y cuando Simón Pedro andaba por el mar como por la tierra, fue acometido de un mal pensamiento, y estaba a punto de ser sumergido en el momento en que el Cristo extendió hacia él la mano y lo libró de su temor. Él manda a todas las criaturas, y todas le están sometidas.
43. Y el prefecto mandó prender cuarenta de los judíos y azotarlos, y los demás quedaron aterrados.
44. Y llegada la noche, el prefecto condujo a uno de sus hijos, que tenía dolor interno, a la casa de la Virgen María, y llamando a la puerta dijo a una de las doncellas que la servían: Entra y di a la bienaventurada María que soy el gobernador de la ciudad.
45. y la doncella hizo lo que le decía, y la Virgen María ordenó que le abrieran y lo introdujesen.
46. y él entró llorando, y dijo: Salúdote, madre de Dios, y creo en el que ha nacido de ti, y que es el Cristo Redentor. Extiende tus manos, madre de luz, y bendíceme, y ruega por mi hijo, para que se le quite el dolor que sufre, y ruega por mis padres, que están en Roma, y concédeme volver pronto a verlos.
47. Y la bienaventurada Virgen, puesta en pie, oró con los discípulos, y luego, volviéndose al prefecto, bendijo a su hijo y mandó que se sentara.
48. Pero él, inclinándose ante ella, se arrojó a los pies de los discípulos, y dijo: Yo os saludo, elegidos de Dios, que lo habéis sido entre todos los hombres, para que prediquéis al mundo entero. y los discípulos lo bendijeron, y su hijo quedó curado, y se fue lleno de alegría.
49. y montó a caballo y marchó a Roma, y, después de saludar a sus padres, les contó cuanto había visto hacer ala bienaventurada María y lo que le había oído decir. Y allí estaban los discípulos de Pedro y Pablo, y le pidieron por escrito lo que habían oído, y los milagros que se habían obrado en Roma y en otras ciudades por intercesión de la bienaventurada María.
CAPITULO V – MUERTE DE LA VIRGEN MARÍA
1. Y el viernes por la mañana el Espíritu Santo dijo a los discípulos: Id, tomad a María, la Virgen sin mancha, y llevadla a Jerusalén, y entrad por el camino que conduce al valle de Gethsemaní. Hay allí tres cavernas que comunican una con otra y un lugar de arena, al lado de Oriente. Poned allí a la bienaventurada María, y orad junto a ella hasta que yo os hable.
2. Y los discípulos hicieron lo que se les había ordenado. y llevaron a María. y viéndolo los judíos, se reunieron, y dijeron a uno de ellos, llamado Japhia, que era un hombre tímido: Vete con ellos, y cuando estén junto al valle, empuja la litera para que caiga al fondo. Nosotros te seguiremos con leña y con fuego, y la quemaremos en el valle, y esos fabricantes de prodigios no podrán vanagloriarse de que están encima de los habitantes de Jerusalén.
3. Y Japhia los obedeció, y fue con los discípulos, y en llegando junto al valle, extendió la mano para agarrar la litera. Pero un ángel lo hirió con una hoja de hierro, y le cortó los puños, que quedaron pegados a la litera.
4. Y Japhia empezó a implorar ya llorar, con el rostro contra tierra, y a decir: Tened piedad de mí, ¡oh discípulos del Cristo Redentor!
5. Y ellos tuvieron compasión y dijeron: Implora a la Virgen María, a quien has querido precipitar en el valle.
6. Y él se puso a gritar, ya decir: ¡Oh soberana madre de salud, ten piedad de mí! Y ella dijo a Pedro: Devuélvele sus manos.
7. Y Pedro las tomó y las ajustó a su sitio, diciendo: En el nombre de Jesús el Nazareno, ya súplicas de su madre, queden estas manos en su lugar sin dolor y fueron restablecidas sin dolor en el sitio que les correspondía.
8. Y le dio una vara seca, diciendo: Vete, y anuncia a todos los judíos, con esta vara, el poder de Dios, y enséñales cuánta es su debilidad y su ignorancia si la comparan con el poder y la sabiduría de Dios, y diles lo que Dios ha hecho por ti, para que los que te oigan sepan que nuestra doctrina no es humana, sino que viene del cielo, y ellos renunciarán a sus malo pensamientos y al error que los hará perecer. Y no podrán cumplir lo que han maquinado contra la bienaventurada María y contra los discípulos del Cristo.
9. Y Japhia creyó y oró, y volvió hacia los judíos, y golpeó la puerta de la ciudad con la vara. Y he aquí que la vara floreció. Y Japhia alabó a Dios y dijo: Esta vara es superior a la de Aarón.
10. y dijeron los judíos: ¿Qué haces, insensato de ti? ¿Por qué has estado ausente tanto tiempo, y qué te han hecho los discípulos del crucificado?
11. Y había allí un ciego, y Japhia fue a él, y aproximándole la vara a los ojos le dijo: Ábranse tus ojos, en nombre de Dios puesto en la cruz. Y el ciego recobró la vista.
12. y los presentes loaron a Dios. y cada vez que acercaba su vara a un enfermo, éste era curado. y los judíos quedaron muy sorprendidos, y muchos creyeron, y decían: En verdad, que ésta es virtud del cielo, y que estas cosas prueban el poder de Dios.
13. y los sacerdotes estaban llenos de confusión, y su cólera era extremada.
14. y los discípulos bajaron al valle y encontraron una caverna en la que depositaron a la bienaventurada María, según el mandato del Espíritu Santo, y no dejaban de alabar al Señor.
15. Yal otro día por la tarde, he aquí que el Espíritu Santo dijo a los discípulos: El día del sol, el sexto, el ángel Gabriel descendió a la Virgen y la saludó, y le predijo que el Redentor del mundo nacería de ella, y fue el mismo día cuando ella parió en Bethlehem, yel mismo día cuando las gentes de Jerusalén recibieron con palmas al Cristo, diciendo: Bendito sea el que viene en nombre del Señor. Y el día del sol resucitó de entre los muertos, y un día del sol vendrá para destruir la tierra, y cuanto contiene y para juzgar al mundo. y también el día del sol debe venir con las criaturas terrestres y celestes, cantando sus alabanzas para sacar del mundo el alma de su inmaculada madre.
16. y los discípulos experimentaron un gran consuelo. Y en esto he aquí que Eva, la madre de toda carne, y Ana, la madre de la bienaventurada María, e Isabel, la madre de Juan el Bautista, llegaron a ella, y le dijeron quiénes eran, y la abrazaron.
17. y Ana, su madre, dijo: Bendito, oh hija mía, sea Dios, que te ha elegido para que fueses el lugar de su gloria. Y desde que comenzaste a formarte en mi seno yo sabía ya que habías de ser bendita y elegida, y que el Dios del cielo y de la tierra descendería a tu vientre, como está escrito en los libros.
18. y todas alababan a Dios, y la Virgen las secundó con alegría. Y Pedro les dijo: Alejaos de ella, porque veo llegar a los patriarcas.
19. y he aquí que Adán, Seth, Sem, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y David, y los demás patriarcas, y profetas y santos, llegaron sobre una nube y se acercaron a la bienaventurada María, y la saludaron expresándole sus loanzas y llamándola bienaventurada. y ella les devolvió su saludo, y los profetas se dieron a conocer, y ella tuvo gran júbilo.
10. Y dijeron los judíos: ¿Qué haces, insensato de ti? ¿Por qué has estado ausente tanto tiempo, y qué te han hecho los discípulos del crucificado?
11. y había allí un ciego, y Japhia fue a él, y aproximándole la vara a los ojos le dijo: Ábranse tus ojos, en nombre de Dios puesto en la cruz. Y el ciego recobró la vista.
12. y los presentes loaron a Dios. Y cada vez que acercaba su vara a un enfermo, éste era curado. y los judíos quedaron muy sorprendidos, y muchos creyeron, y decían: En verdad, que ésta es virtud del cielo, y que estas cosas prueban el poder de Dios.
13. y los sacerdotes estaban llenos de confusión, y su cólera era extremada.
14. y los discípulos bajaron al valle y encontraron una caverna en la que depositaron a la bienaventurada María, según el mandato del Espíritu Santo, y no dejaban de alabar al Señor.
15. Yal otro día por la tarde, he aquí que el Espíritu Santo dijo a los discípulos: El día del sol, el sexto, el ángel Gabriel descendió a la Virgen y la saludó, y le predijo que el Redentor del mundo nacería de ella, y fue el mismo día cuando ella parió en Bethlehem, y el mismo día cuando las gentes de Jerusalén recibieron con palmas al Cristo, diciendo: Bendito sea el que viene en nombre del Señor. Y el día del sol resucitó de entre los muertos, y un día del sol vendrá para destruir la tierra, y cuanto contiene y para juzgar al mundo. y también el día del sol debe venir con las criaturas terrestres y celestes, cantando sus alabanzas para sacar del mundo el alma de su inmaculada madre.
16. y los discípulos experimentaron un gran consuelo. Y en esto he aquí que Eva, la madre de toda carne, y Ana, la madre de la bienaventurada María, e Isabel, la madre de Juan el Bautista, llegaron a ella, y le dijeron quiénes eran, y la abrazaron.
17. y Ana, su madre, dijo: Bendito, oh hija mía, sea Dios, que te ha elegido para que fueses el lugar de su gloria. y desde que comenzaste a formarte en mi seno yo sabía ya que habías de ser bendita y elegida, y que el Dios del cielo y de la tierra descendería a tu vientre, como está escrito en los libros.
18. y todas alababan a Dios, y la Virgen las secundó con alegría. Y Pedro les dijo: Alejaos de ella, porque veo llegar a los patriarcas.
19. y he aquí que Adán, Seth, Sem, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y David, y los demás patriarcas, y profetas y santos, llegaron sobre una nube y se acercaron a la bienaventurada María, y la saludaron expresándole sus loanzas y llamándola bienaventurada. y ella les devolvió su saludo, y los profetas se dieron a conocer, y ella tuvo gran júbilo.
20. y vinieron Enoch, y Elías, y Moisés, y manteniéndose entre el cielo y la tierra en carros de fuego, esperaban la llegada de Jesucristo. Y he aquí que doce carros, conducidos por ángeles innúmeros, hirieron los ojos con gran gloria y esplendor, y Cristo Nuestro Señor apareció en forma humana, llevado en un carro en cuyo torno iban los serafines y las virtudes.
21. y se aproximó a la Virgen María, y todas las criaturas se inclinaban ante él. y dijo el Señor: jOh María, celebrada en todo-el universo! y ella dijo: Aquí estoy, Señor. y él le dijo: Levántate y mira lo que mi Padre me ha dado.
22. y ella se levantó, y vio una gloria y una luz que los ojos no podían soportar, y que no cabe sea descrita. y prosternándose, dijo: ¡OH mi Señor y mi Dios, pon tu mano sobre mí!
23. y él posó su mano sobre ella, y la bendijo, y María tomó su mano, y la abrazó, y la puso sobre sus ojos, y lloró, y dijo: Yo me inclino ante esta mano que ha creado el cielo y la tierra y todo cuanto en ella hay, y te doy gracias y te alabo, porque me has juzgado digna en esta hora igualmente cara para mí y para los que están ante ti.
24. Y dijo: ¡Oh Señor! Tómame contigo. Y él respondió: Tú estarás en el Paraíso corporalmente hasta el día de la resurrección, y los ángeles te servirán. Pero tu espíritu puro lucirá en la mansión del Padre de la plenitud.
25. y los discípulos, acercándose a María, dijeron: ¡Oh madre de la luz, ruega por el mundo del que vas a salir!
26. y la bienaventurada María exclamó, llorando: ¡Oh mi Señor, y mi Dios, y mi maestro Jesucristo, tú que, por la voluntad de tu Padre y por la ayuda del Espíritu Santo, y por efecto de una divinidad y de una voluntad únicas, has creado la tierra y el cielo, y cuanto contienen; yo te ruego que escuches la plegaria que te hago por tus servidores y por los hijos del bautismo, por los justos y por los pecadores, para que les concedas tu gracia. Recibe a los que comulguen en ti, a los que ofrezcan presentes en mi nombre ya los que te interroguen en sus plegarias, en sus deseos y en sus sufrimientos. Haz que sean librados de sus dolores, y que hallen lo que han esperado en su fe, y aparta de ellos los males que se les quiera causar. Cura sus enfermedades, aumenta sus riquezas y multiplica sus hijos. Ayúdalos en cuanto emprendan, y otórgales la dicha de tomar parte en tu reino. Aleja de ellos a su enemigo, Satán, lleno de malicia. Aumenta su fuerza e inclúyelos en el rebaño del pastor dulce, bueno, clemente y misericordioso. Cumple, en esta y en la otra vida, lo que espere el que te suplique Invocando mi nombre, y protéjalos tu asistencia, según has prometido tú, que eres constante en tus promesas, infinito en la misericordia y cuyo nombre merece ser glorificado hasta el fin de los siglos. Amén.
27. Y el Señor lo dijo: Yo te concedo lo que pides, y conforme a lo que pides. No los privaré de mi gracia, ni de mi misericordia. Y todos, jubilosos, contestaron: Amén.
28. Entonces Jesús dijo a Pedro ya los discípulos: He aquí que la hora llega. y todos, incluso los ángeles, loaron y glorificaron a Dios en alta voz, y, derramando muchas lágrimas, arrojaron incienso con gran respeto y piedad.
29. Y el rostro de la bienaventurada María resplandeció con una claridad maravillosa, y extendiendo las manos los bendijo a todos. Y el Señor tendió su santa mano y tomó su alma pura, que fue llevada a los tesoros del Padre.
30. y se produjo una luz y un aroma suave que en el mundo no se conocen. Y he aquí que una voz vino del cielo, diciendo: Yo te saludo, dichosa María. Bendita y honrada eres entre todas las mujeres. y Juan, el discípulo, extendió su mano, y Pedro cerró sus ojos, y Pablo extendió sus pies, y Nuestro Señor subió a su reino eterno escoltado por los ángeles y en medio
de alabanzas.
31. y pusieron una piedra a la puerta de la caverna en que estaba el cuerpo de la Virgen, y permanecieron en oración. y el Espíritu Santo esparció una gran luz que los envolvió, y no podían verse entre sí ni nadie podía verlos tampoco.
32. y la Virgen sin mancha fue llevada en triunfo al Paraíso sobre carros de fuego. Y una nube elevó a los asistentes y cada cual fue devuelto al lugar de que había venido, y no quedaron más que los discípulos, que estuvieron tres días en oración, y que oían siempre el cántico de los cánticos.
33. Y, estando así reunidos, he aquí que Tomás, uno de los discípulos, llegó sobre una nube. Yel cuerpo de la bienaventurada María iba a hombros de los ángeles, y él gritó que se detuvieran, para obtener la bendición de la Virgen.
34. y cuando estuvo con sus compañeros, que seguían orando, Pedro le dijo: Tomás, hermano, ¿qué te ha impedido asistir al tránsito de María y ver los milagros obrados y obtener su bendición?
35. Y Tomás respondió: Me lo ha impedido el servicio de Dios, porque, en el momento en que el Espíritu Santo me avisó, yo predicaba, y estaba bautizando a Golodio, hijo de la hermana del rey. ¿Dónde se halla ahora el cuerpo de María?
36. Y ellos dijeron: En esta caverna. Y él dijo: Lo quiero ver y recibir su bendición antes de admitir la verdad de lo que me decís.
37. Y los discípulos replicaron: Tú desconfías siempre de lo que te decimos. Lo mismo te sucedió cuando la resurrección del Señor, que no creíste hasta que lo viste, y te mostró las huellas de los clavos y de la lanza, y entonces gritaste: ¡Oh Señor y Dios mío!
38. Y Tomás contestó: Ya sabéis quién es Tomás, y no descansaré hasta que vea el sepulcro en que reposa el cuerpo de María, y si no, no creeré nada.
39. Y Pedro se levantó colérico, a toda prisa, y los discípulos lo ayudaron a quitar la piedra, y no hallaron nada, y tuvieron gran extrañeza, y dijeron: Hemos estado ausentes, y los judíos habrán llegado, y habrán hecho lo que hayan querido.
40. Y Tomás les dijo: No os aflijáis, hermanos, porque al venir yo de la India en una nube vi el santo cuerpo, acompañado de multitud de ángeles, con gran gloria, y pedí que me bendijese, y me dio este ceñidor.
41. Y cuando los discípulos lo vieron, alabaron a Dios con fervor, y cerraron la caverna con una piedra, y subieron al monte Olivete, y allí se pararon, y dijeron: ¡Oh Jesucristo, Dios y Señor nuestro! Tú nos has sacado de los dolores de este mundo, y nos has mostrado tu grandeza y nos has hecho bendecir por la Virgen María antes de llevarla de este mundo efímero, y nos has prometido que nos darás el poder de obrar sobre el áspid y el basilisco y el maligno demonio, y nos has dicho que en el día del Juicio estaremos en doce sitiales para juzgar a las doce tribus de Israel. Dígnate ahora bendecirnos.
42. Y se prosternaron ante el Señor, y los bendijo, y empezaron a cantar las alabanzas de la Virgen María.
43. Y he aquí que sonó entre ellos una voz que decía: Vuelva a su lugar cada uno de vosotros. Y carros de fuego llegaron sobre nubes, y cada uno fue devuelto a su residencia, y los muertos a sus sepulcros.
CAPITULO VI – ENTRADA DE MARÍA EN EL PARAÍSO
1. Y cuando María hubo sido llevada al Paraíso, vino Nuestro Señor Jesucristo con multitud de espíritus celestes. Y los fundamentos del Paraíso están en la tierra, y llegan hasta el cielo, y de ellos arrancan cuatro ríos. Y cuando el diluvio cubrió la tierra, el Señor no permitió al agua llegar al Paraíso.
2. Y dijo ala bienaventurada María: Contempla la gloria a que has sido transportada.
3. Y ella se alzó y vio una gran gloria, inasequible a la vista del hombre, y he aquí que Enoch, Elías, Moisés y los demás profetas y patriarcas y elegidos adoraron al Señor ya la Virgen, y se fueron.
4. y dijo el Señor a María: He aquí los bienes que he prometido y preparado a los santos.
5. Y, levantando los ojos, vio María magníficas y esplendentes moradas, y admirables coronas de mártires, y árboles perfumados y soberbios, y un aroma que no es posible describir.
6. y el Señor tomó frutos de aquellos árboles y los dio a la Virgen, y f le dijo: Sube a lo alto del cielo y verás. y ella subió y vio el primero y el segundo cielos, y en el tercero vio la mansión celeste y otras grandes maravillas, y loó a Dios, que había creado en los cielos tantas cosas admirables, que el hombre no puede pintar ni comprender.
7. Y el Señor ordenó al Sol que se detuviera en las puertas del cielo, con una de sus fases vuelta al Paraíso, y el Señor, en un carro de fuego, estaba encima de él.
8. y María vio los tesoros de la luz, donde están la nieve, y el granizo, y el rocío, y el trueno, y la lluvia y todo lo semejante. Y vio las legiones de los ángeles, con las alas abiertas, diciendo: Santo, Santo, Santo. y vio las doce casas de la luz, y en la puerta de cada una un guardián.
9. y vio la puerta grande de los Jerusalenes celestes, y escritos sobre ella los nombres de los justos Abraham, Isaac, Jacob, David y todos los profetas, desde Adán.
10. Y, al entrar la bienaventurada María por la primera puerta, los ángeles se inclinaron y la alabaron, y al entrar por la otra puerta, los querubines le ofrecieron sus plegarias y, al entrar por la tercera, la glorificaron los serafines.
11. y cuando pasó la cuarta puerta, miríadas de ángeles la alabaron, y cuando cruzó la quinta, la loaron el trueno y la tempestad, y cuando traspuso la sexta, los ángeles exclamaron: Santo, Santo, Santo es el Señor Sabaoth. Salud y gloria a ti. El Señor sea contigo, alabada entre todas las mujeres, y alabado sea el que ha nacido de ti.
12. y cuando pasó la séptima puerta, la luz la loó, y cuando cruzó la octava, la alabaron la lluvia y el rocío, y en la novena, Gabriel y Miguel y los demás ángeles la adoraron, y en la décima, el Sol, y la Luna, y las estrellas, y los restantes astros la adoraron.
13. Y en la oncena, la loaron las almas de los discípulos, los profetas y los justos.
14. y en la duodécima vio a su Hijo, rodeado de gran esplendor y sentado en su trono, y ella se inclinó ante la majestad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
15. Y, volviendo los ojos a la Jerusalén celeste, quedó llena de estupor, sin poder comprender lo que veía, y el Señor le tomó la mano y le mostró los bienes y los tesoros de la Santa Iglesia, y otras cosas que no puede el ojo verlas, ni oírlas el oído, ni la lengua contarlas, ni el espíritu humano comprenderlas. y esas cosas serán otorgadas a los fieles, y gozarán de ellas por todos los siglos.
16. y la bienaventurada María fue hacia el Libertador de las criaturas, y él le dijo: Ésta es la morada de Enoch, donde él es alabado constantemente. Amén.
CAPITULO VII – MARÍA RUEGA AL CRISTO POR LOS PECADORES
1. y la bienaventurada María alzó los ojos, y vio muchos hombres que se movían, e innumerables tabernáculos. y había gran olor de incienso, y muchos cánticos, y todos los reunidos loaban a Dios.
2. y dijo María: Oh, Señor, ¿qué hombres son ésos?
3. y él contestó: Son los tabernáculos de los justos, y esas luces significan el honor de que gozan junto a mí. Y en el último día, resucitarán para gozar de estos bienes, y disfrutarán de una alegría aún más grande, y existirán por los siglos de los siglos.
4. y he aquí que la bienaventurada María vio otra región, muyoscura, de la que salía mucho humo, y un fétido olor, como de azufre, y un gran fuego. y en él muchos hombres que gritaban y que lloraban.
5. y dijo María: Señor, ¿qué hombres son esos que sufren en el fuego y en las tinieblas?
6. y él dijo: Es la región de la gehenna, en que están los pecadores, y ahí permanecerán hasta el último día, en que sus almas volverán a sus cuerpos, y sentirán una angustia y un dolor extremados, porque no habrán hecho penitencia de sus faltas, y estarán atormentados por un remordimiento continuo, como por un gusano roedor que no muere ni duerme. Y esto es porque, rebeldes a mis mandatos, han rechazado mi gracia y negado mi divinidad.
7. y cuando María vio las alabanzas de los justos, tuvo gran alegría, y cuando vio lo que esperaba a los pecadores, sintió gran tristeza, y rogó al Señor que tuviese piedad de los pecadores y los tratase con más dulzura, porque la naturaleza humana es débil. Y él se lo prometió.
8. Y tomándola de la mano, la llevó al Paraíso espléndido y santo, acompañada de todos los justos.
9. y he aquí que llegaron antes a Pedro, Pablo y Juan, pidiéndoles que anunciasen todo lo concerniente a María, y que se había aparecido a muchas personas dignas de crédito.
10. y he aquí uno de sus milagros: Había en el mar noventa y dos buques, y estaban a merced del viento y de las olas. Y los marineros invocaron a María, y ella se les apareció, y fueron salvados.
11. y unos viajeros sorprendidos por ladrones invocaron a María, y ella se les apareció e hirió a los malhechores como el rayo, y quedaron ciegos, y los viajeros salvados adoraron al Señor.
12. Y, habiendo caído en un pozo el hijo de una viuda, ésta invocó a María, y dijo: ¡Oh Santa María, asísteme y salva a mi hijo! y la Virgen apareció y sacó del pozo a su hijo, y éste no se ahogó.
13. y un hombre enfermo gravemente hacía seis años había dado mucho dinero a los médicos, sin conseguir curar. y quemó incienso, y dijo: ¡Oh Santa María, Madre del Redentor, vuelve los ojos a mi cuita y sálvame! Y ella le apareció, y lo tocó, y él curó de su enfermedad, y fue al templo, y dio gracias a Dios ya la Virgen.
14. y un gran barco lleno de hombres naufragó en el mar, y ellos gritaron: ¡Protégenos, oh Virgen bendita! y se les apareció, y los condujo a tierra sanos y salvos.
15. y un dragón, que salió de una caverna, atacó a dos mujeres que iban de viaje, y al ir a devorarlas invocaron a María, diciendo: Sálvanos. Y se apareció la Virgen María, e hirió con su mano al dragón, y le abrió la cabeza hasta las orejas, y las mujeres alabaron a Dios.
16. y un mercader reunió mil dineros para comprar mercancías, y perdió su bolsa, y no lo notó hasta transcurrido gran trecho, y se puso a golpearse el rostro ya llorar. y luego imploró a la Virgen, diciendo: ¡Oh bienaventurada Virgen, asísteme! y ella se le presentó y dijo: Sígueme y no te aflijas. Y la siguió hasta el lugar en que perdió su bolsa, y la encontró, y siguió su camino alabando a Dios ya Nuestra Señora.
17. y cuando los discípulos supieron los milagros obrados en Roma y en otros sitios, glorificaron a Dios, y tuvieron gran júbilo y escribieron las cosas que había hecho María en su vida y después de su muerte. Y era el año 345 de la era de Alejandro.
18. y hubo muchos milagros en otras ciudades que, si se escribiesen, llenarían infinidad de libros.
19. y los discípulos dijeron: Celebremos su fiesta tres veces cada año, porque sabemos que los ángeles la ensalzan con júbilo, y que por ella el mundo será salvado.
20. y marcaron para celebrar su conmemoración el segundo día siguiente a la Natividad del Señor, para que las malas hierbas pereciesen, y para que las mieses prosperasen, y para que los reyes fuesen protegidos por María, y para que no hubiese guerra entre ellos.
21. y fijaron el día decimoquinto del mes para que los insectos no saliesen a destruir las siembras, lo que trae el hambre, y hace que los hombres vayan entonces a los lugares santos a pedir que Dios los libre de tal plaga.
22. y señalaron el tercer día de su fiesta en el15 del mes, que es cuando ella salió del mundo, e hizo milagros, y cuando los árboles y los frutos maduran.
23. y dispusieron que, al llevar una ofrenda al Señor, se presentaría en la iglesia, y que los sacerdotes debían orar sobre ella, y decir: Hemos establecido los ritos según los cuales deben los que están bautizados ofrecer sus sacrificios, para que no tengan nada de común con los que no creen en ti ni en tu madre, que a los que creen ya les has ofrecido tus bienes. Concédenos la alegría y los bienes que has prometido a tus elegidos. Danos esos bienes que no puede ver el ojo, ni oír la oreja, ni comprender el espíritu. Y atiende a nuestras plegarias por el rebaño que ves en torno nuestro. Recíbelos en tu custodia, y ayúdalos, sin consentir que ninguno perezca, en nombre de Santa María y de todos los santos. Amén.
24. y mientras los discípulos estaban en oración en los lugares sagrados, he aquí que el Señor Jesucristo se les apareció, diciendo: Regocijaos, que cuanto pedís se os dará, y vuestros deseos se cumplirán en vuestro Padre celeste.
25. y la bienaventurada María me ha mostrado a mí, Juan, que predico el Señor, aunque indigno, todas las cosas que Cristo le ha mostrado, y me ha dicho: Escribe estos hechos, hijo, y añádelos a los libros que escribiste antes de yo salir de este mundo perecedero. Y te pedirán que los muestres, y quienes los lean serán henchidos de gozo, y alabarán el nombre de Dios,
y, aunque indigno, el mío.
26. y te hago saber que en el fin de los tiempos los hombres estarán llenos de desgracias, y de guerras, y de hambres, y de terror, por culpa de los muchos pecados que habrán cometido y de su poca caridad.
27. y muchas calamidades barrerán la tierra. Y sólo será preservado el hombre que se humille, y el que desee los bienes divinos, y el que trabaje con denuedo en hacer el bien, y el que ejerza la caridad y la misericordia, y el que tema la cólera de su Creador.
28. y muchos milagros se verán en el cielo y en la tierra. Y vendrá el Hijo eterno, nacido del Padre antes de los siglos, y llegará a Betlehem, y no hallará entre los hombres fe ni justicia.
29. y la bienaventurada María me llamó: Hijo mío, y yo le dije: Oh madre mía, la salud sea contigo, y tu bendición se expanda a doquiera vuelvas tus ojos. Yo espero en tus plegarias y en tu intercesión. Libra al mundo de sus dolores y haz que los hombres entren en el sendero de la fe y de la verdad. No falte el amor del Señor a Adán ni a su raza, creada por la mano de Dios, y el enemigo del hombre sea apartado por la misericordia del Señor.
30. y la bienaventurada María contestó: Amén. y los años que la Virgen, madre de Dios, vivió sobre la tierra, fueron cincuenta y nueve, y desde su natalicio hasta que entró en el templo habían pasado tres años. Y estuvo once y tres meses en el templo, y llevó nueve meses en su seno al Señor Jesús, y pasó treinta años con él, cuando vivía sobre la tierra, y desde su ascensión al cielo pasaron once años, y así se completan los cincuenta y nueve. Confiemos en sus ruegos cerca de su Hijo querido para salvar nuestras almas por los siglos de los siglos. Amén. El humilde José, hijo de Khalil Nunnak, ha trascripto esta historia. Dios incluya en su misericordia cuantos la escribieron, la leyeron o la oyeron. Amén.
-SU VIDA EN ÉFESO. -SU REGRESO A JERUSALEM. -OPINIONES Y RELATOS DE SU VIAJE A ÉFESO SEGÚN LOS HISTORIADORES. -SU MUERTE RELATADA POR LOS VARONES APOSTÓLICOS Y ESCRITORES DE NUESTROS TIEMPOS.
No resulta de una manera evidente y clara la residencia de la Virgen Santísima durante los veintitrés años que sobrevivió a la Ascensión gloriosa de su amantísimo Hijo, nuestro muy amado Señor Jesucristo. La tradición es la que nos señala esta residencia de María en Éfeso, y a ello nada hay que objetar que pueda contradecir esta opinión histórico-tradicional. Que regresó a Jerusalem, en donde murió, es un hecho comprobado, claro y evidente, reconocido, acatado y venerado, testimoniado además de los relatos sagrados por los hechos materiales del sepulcro de la Virgen, la casa en que habitó y demás accidentales que determinan el hecho en su concepto histórico y en el de la creencia religiosa fundada en las virtudes y excelencias de la Purísima Señora.
Por tanto, aceptamos la traslación de María Santísima con San Juan a Éfeso, su estancia en aquella ciudad y su vida tranquila y retirada, sin que acontecimiento alguno de aquélla trascendiera al mundo de la historia o de la tradición, y su regreso a Jerusalem cuando la edad ya avanzada de María la aproximaba, humanamente hablando, al sepulcro, avecinándose con la muerte. Como ni el Evangelio nos habla ya de María, y sólo por relación de eminentes Padres de la Iglesia y escritores católicos se relacionan los hechos y la muerte de la Pura Virgen María, a ellos, como égida segura, como faro de sagrada y mística luz, nos acogemos y a sus opiniones nos inclinamos como hijas de una fe acendrada y de un conocimiento e interpretación de los hechos superior a nuestras fuerzas y muy en armonía en nuestro sentir con aquéllos, por su fundamento y su piedad.
El P. Rivadeneyra se expresa en este punto de una manera clara, como convincente lo es su sabio razonamiento:
«También estuvo un poco de tiempo la Santísima Virgen en la ciudad de Éfeso, en la provincia de Asia, juntamente con San Juan Evangelista, como se saca del Concilio Efesino en una epístola escrita al clero de Constantinopla, derramando en todas partes su resplandores, y dando salud espiritual y vida a todos aquellos con quienes trataba.
»Habiendo pues pasado con este temor de vida muchos años, y guardándola Dios para consuelo y bien de toda la Iglesia; siendo ya de anciana edad, viendo extendida por el mundo la fe y el nombre de su Hijo, encendida de amor y derretida de deseos de verle, le suplicó afectuosamente que la librase de las miserias de esta vida y la llevase a gozar de su bienaventurada presencia. Oyó los piadosos ruegos el Hijo de la Madre, a quien siempre oye, y envióle un ángel con la alegre nueva de su muerte, la cual Ella recibió con gran júbilo de su espíritu y descubrió a su querido hijo Juan Evangelista».
Tal es la manera como el docto Padre Rivadeneyra expresa y señala su parecer respecto de los últimos años de la existencia terrenal de nuestra Santa Madre la Virgen María. Como de paso, cual hemos visto, había de el poco de tiempo que María vivió en Éfeso con San Juan Evangelista.
Sor María de Ágreda se expresa acerca de este punto con la elocuencia y hermoso estilo que le son propios, y con la claridad de inteligencia y alto sentido filosófico que se manifiesta en su hermosa obra acerca de María Santísima:
«Llegó María a la edad de sesenta y siete años sin haber interrumpido la carrera ni detenido el vuelo, ni mitigado el incendio de su amor y merecimientos, desde el primer instante de su Inmaculada Concepción; pero habiendo crecido todo esto en todos los momentos de su vida, los inefables dones, beneficios y favores del Señor, la tenían toda deificada y espiritualizada; los afectos, los ardores y deseos de su corazón no la dejaban descansar fuera del centro de su amor; las prisiones de la carne le eran violentas, y la misma tierra, indignada por los pecados de los mortales de tener en sí al tesoro de los cielos, no podía ya conservarle más sin restituirle a su verdadero dueño».
Como se ve, la virtuosa escritora nada nos dice ni apunta acerca del traslado de María desde Jerusalem a Éfeso, y ni aun nos dice que por ningún motivo saliera de la ciudad deicida, y sí que en ella residía y en ella murió como más adelante lo expresa y narra con un colorido y encanto del glorioso tránsito de María, que resulta un tan hermoso como sentido idilio en vez de una elegía. En cambio, Casabó, admite el viaje a Éfeso, que relata con riqueza de detalles, y aun algún tanto de carácter dramático.
«Interin San Juan prevenía la jornada y la embarcación para Éfeso, continuaba la Virgen como siempre en pedir con gran fervor por la defensa y aumento de la Santa Iglesia. Pasados cuatro días, que era el quinto de enero del año cuarenta, avisóla San Juan que era hora de partir, porque había embarcación y estaba dispuesto todo para el viaje. Sin réplica ni dilación se puso de rodillas la gran Maestra de la obediencia, y pidió licencia al Señor para salir del Cenáculo y de Jerusalem. En seguida se fue a despedir del dueño de la casa y de sus moradores, que estaban inconsolables por la pérdida que iban a experimentar, y así, todos querían seguirla y acompañarla. Agradecida la gran Señora, templó su dolor con la promesa de su vuelta. Previa licencia que pidió a San Juan, visitó los Lugares Santos, y en compañía del Apóstol hizo aquellas sagradas estaciones con mucha devoción, lágrimas y reverencia. Pidió después la bendición a San Juan, puesta de rodillas, para caminar como lo hacía antes con su Hijo. Muchos de los fieles de Jerusalem le ofrecieron dinero, joyas y carruajes hasta el mar y lo necesario para el viaje, pero con su prudencia, satisfizo a todos sin admitir cosa alguna. Para las jornadas hasta el mar sirvióla un jumentillo en que hizo el camino como reina de los pobres.
»Llegados al puerto, embarcáronse en un buque con otros pasajeros. Vivían en Éfeso algunos fieles, aunque pocos, procedentes de Jerusalem y Palestina, y al saber la llegada de la Virgen, acudieron a visitarla y a ofrecerla sus posadas y haciendas; pero Ella eligió para su morada la casa de unas mujeres recogidas, retiradas y no ricas, que vivían solas sin compañía de varones. En esta posada vivió mientras estuvo en Éfeso.
»En Éfeso recibió la Virgen la visita de Santiago, quien embarcado en las costas de Cataluña se dirigió a Italia, y de allí pasa cuenta a María de su predicación en España, y postrado en tierra demostróle su agradecimiento por haberle visitado personalmente en Zaragoza.
»Quedó en Éfeso la Virgen, después de despedido Santiago, atenta a todo lo que sucedía a éste y a los demás Apóstoles, sin perderlos de su vista interior, y sin cesar en las peticiones y oraciones por ellos y por todos los fieles de la Iglesia.
»Así que San Juan estuvo en Éfeso con la Virgen Santísima, comenzó a predicar en la ciudad, bautizando a los que convertía…»
Relata después, que en virtud de una carta de San Pedro pidiendo su vuelta a Jerusalem, determinó a María Santísima a tornar a la ciudad natal, y añade:
«Salió San Juan a buscar embarcación para Palestina y prevenir lo necesario para disponer con brevedad la partida. Ínterin llamó la Virgen a las mujeres que tenía en Éfeso por conocidas discípulas, para despedirse de ellas y dejarlas informadas de lo que debían hacer para conservar la fe. Eran éstas en número de setenta y tres, vírgenes muchas de ellas, especialmente nueve, que por disposición divina se libraron de la muerte cuando la ruina del templo de Diana…
»Dos años y medio permaneció la Virgen en Éfeso. Llegado el día de partir, pidió la bendición a San Juan antes de embarcarse. El viaje fue muy tempestuoso, pero la que es Estrella del Mar cuidó de llevar la nave a puerto, desembarcando a los quince días de navegación…»
Tal es la manera, como hemos dicho, sumamente poética y llena de detalles minuciosos, nos cuenta el citado historiador de Vida de María, este episodio de la vida de la Señora en su viaje y estancia en Éfeso. Narración hermosa, llena de encantos y poesía, pero que no vemos relatada con tal riqueza de color y accidentes como la cuenta y reseña el ilustre y notable historiador Sr. Casabó.
Con poético estilo que le es propio, con frase verdaderamente meridional, llena de fuego y encanto, dominando el estro artístico en toda su obra, muchas veces no del todo ajustado a la índole de tan serio asunto y siguiendo más en algunos puntos el tono de poeta que de historiador, el tantas veces citado Orsini en su conocida obra de la Vida de María, dice:
«La Santa Virgen permaneció en Jerusalem hasta tanto que la terrible persecución que estalló contra los cristianos en el año cuarenta y cuatro de Jesucristo, la obligó a salir de allí con los Apóstoles. Su hijo adoptivo la condujo entonces a Éfeso, a donde Magdalena quiso seguirla. Esos nobles corazones se habían enlazado al pie de la Cruz con cadenas de diamante que sólo la muerte pudo romper y que se han vuelto a anudar en el cielo».
Ninguna noticia nos ha quedado de la permanencia de María en Éfeso, y esta falta se explica fácilmente por las circunstancias de aquella época. Después de la resurrección del Salvador, los Apóstoles, únicamente ocupados en la propagación de la fe, pusieron en la clase de cosas secundarias todo lo que no entraba de un modo directo y notorio en un interés que absorbía lo demás…
«Que la Madre de Jesús haya seguido la suerte de los Apóstoles, es fácil concebirlo. Habiendo pasado los últimos años de su vida lejos de Jerusalem en un país extranjero, en que su permanencia no se señaló con ningún hecho notable, no ofrece otra cosa que una superficie plana que no ha dejado vestigio durable en la memoria fugitiva de los hombres; sin embargo, el estado floreciente de la Iglesia en Éfeso, y los elogios que San Pablo tributa a su piedad, indican bastantemente los cuidados saludables de la Virgen…
»Durante su permanencia en Éfeso fue cuando María perdió la fiel compañera, que a imitación de Ruth había abandonado su país y su pueblo para seguirla más allá de los mares; Magdalena murió, y María la lloró como Jesús había llorado a Lázaro.
»Llegando a Jerusalem, retiróse la Virgen a la montaña de Sión, a una corta distancia del palacio arruinado de los príncipes de su linaje, y en la casa que había sido santificada por el descenso del Espíritu Santo. San Juan la dejó para ir a participar a Santiago, primer obispo de Jerusalem, y a los fieles que componían su iglesia, ya numerosa, que la Madre de Jesús volvía entre ellos para morir».
Como se ve y vamos relacionando estos autores entre sí, Orsini es más parco en detalles que Casabó, aun cuando ambos se dejan dominar demasiado, en nuestra opinión, por elemento poético; pero éstos, con María de Ágreda, aceptan y relatan el viaje y estancia de María en Éfeso.
No obstante lo antes escrito, repetimos que la opinión en este punto de otros no menos respetables y críticos historiadores, es la de no aceptar tan sólo como tradición la estancia de la Virgen María en Éfeso, y nosotros, sin negar la autenticidad de la tradición, ni afirmarla, pues que sólo en la fe, en la creencia se funda y en nada, empero, contradice ni dificulta el concepto general evangélico acerca de María, las hemos consignado para conocimiento y para ilustración de los últimos años de la vida de la Señora, transcurridos en medio de una tan hermosa como plácida obscuridad, hija de su modestia y del modelo de virtudes, como lo era la pura Madre de Dios.
Réstanos ahora ocuparnos llenos de fe y amor en Nuestra Santa Madre, de su muerte, de su glorioso tránsito de este mundo, del que tanto deseaba salir María para gozar de la presencia de su muy amado Hijo, y relatar este último y grandioso hecho de la vida terrenal del Espejo de las Virtudes, de la Reina de los cielos, nuestra amante abogada, como Consuelo de los Afligidos y Madre de los Desamparados.
Para ello consignaremos de la misma manera el relato que de su gloriosa muerte hacen los citados historiadores, para referirla luego con nuestra pobre pluma este relato, esta narración, que en el fuego del amor a su santo Nombre, pretendemos hacer, como oración entusiasta y llena de esperanza en sus misericordias, y que elevamos a su trono para que sea acepta como acto de amor y veneración a nuestra Madre amparadora en las desgracias, y Consuelo inmenso en nuestras desgracias.
El acto grandioso del tránsito de María, es un hecho en el que la pluma, impulsada por el amor y la veneración de los que lo han descrito, ha hecho por la misma grandiosidad, tierna y amorosa del acto, que sea pintada, narrada, con un colorido de luz, un ambiente de plácida coloración que suena con la misma dulzura que la música de un arpa, como el canto de los Ángeles bendiciendo a su Reina y Señora: hecho es que no hay escritor, que al relatarlo, no se vea en su descripción movido su pecho, elevado su espíritu por ese lazo de amor y de cariño que nos une con María, la santa Madre del Cordero, la protectora y amparadora de los desterrados hijos del pecado en este mundo, que Ella llena con su mirada y su amor.
La noticia de su muerte comunicada a San Juan, dice el P. Rivadeneyra relatándola:
«Él lo dijo a los fieles que estaban en Jerusalem, y luego se derramó por los otros cristianos que estaban en toda aquella comarca, y vinieron muchos a Jerusalem y se juntaron en el monte de Sión, en la casa donde Cristo cenó con sus discípulos e instituyó aquella mesa real de su Sagrado Cuerpo para sustento de toda su Iglesia, y el Espíritu Santo había venido en lenguas de fuego. Trajeron los fieles muchas velas, ungüentos y especies aromáticas, como tenían de costumbre, y muchos himnos compuestos para cantar en su glorioso tránsito; y para mayor gozo de la Virgen y consuelo de los Apóstoles, de varias partes y provincias del mundo, en que andaban predicando, todos los que vivían entonces fueron traídos milagrosamente a su presencia; halláronse también otros varones apostólicos, Hieroteo, Timoteo y Dionisio Areopagita y otros muchos, que con grande instancia habían pedido al Señor que les hiciese dignos de ver aquel dichoso espectáculo. Cuando la Virgen purísima vio aquella santa y bienaventurada compañía, se gozó con un gozo inefable e hizo gracia a su bendito Hijo por aquel incomparable beneficio que le había hecho, y con rostro grave y sereno les dijo: que los espíritus celestiales habían mucho deseado su partida de esta tierra y que Ella también lo había suplicado a Dios, y Él se lo había otorgado, y que así presto se cumpliría. Recostóse en una humilde cama, y mirando a todos, que ya tenían candelas encendidas en las manos, con un aspecto más divino que humano, les mandó que se acercasen para darles su bendición…
»En diciendo esto se reclinó en la cama y se compuso decentemente y levantando las manos en alto, llena de increíble gozo por ver a su Hijo que la llamaba y convidaba a la eterna felicidad, le dijo: ‘Cúmplase en Mí tu palabra’, y con esto y como quien se echa a dormir, sin dolor alguno ni pesadumbre, dio su alma a aquel Señor, a quien Ella había dado su carne, la noche del día antes del quince de agosto, cincuenta y siete años después que parió a Cristo y a los veintitrés de su pasión, siendo de edad de setenta y dos años menos veinticuatro días, según la más probable y verdadera opinión, porque algunos no le dan sino cincuenta y nueve, otros sesenta y dos a sesenta y tres y otros menos. Pero supuesta la verdad tan testificada de tantos y tan graves autores, que los sagrados Apóstoles se hallaron a la muerte de la Virgen Santísima, y que San Dionisio Areopagita, como él dice, estuvo presente a ella, necesariamente habemos de dar más larga edad; pues él no se convirtió a Cristo hasta que San Pablo vino a Atenas, que fue el año del Señor de cincuenta y dos, y a los sesenta y siete de la Virgen».
De esta manera tan reverente, solemne y tierna al mismo tiempo nos relata el sabio padre Rivadeneyra el glorioso tránsito de la santa y purísima Señora. La venerable Sor María de Ágreda, puede decirse que concuerda con la relación del sabio jesuita.
«Acercábase ya el día determinado por la Divina Voluntad en que la verdadera y viva Arca del Testamento, había de ser colocada en el Templo de la celestial Jerusalem con mayor gloria y júbilo que su figura fue colocada por Salomón en el santuario debajo de las alas de los querubines. Y tres días antes del tránsito felicísimo de la Gran Señora se hallaron congregados los Apóstoles y discípulos en Jerusalem y casa del Cenáculo.
»Fueron todos con San Pedro al oratorio de la Reina y halláronla de rodillas sobre una tarimilla que tenía para reclinarse cuando descansaba un poco.
»Al entonar los Ángeles música, se reclinó María en su tarima o lecho, quedándole la túnica como unida al sagrado Cuerpo, puestas las manos juntas y toda enardecida en la llama de su divino amor. Y cuando los Ángeles llegaron a cantar aquellos versos del capítulo segundo de los Cantares: Surge, propera, amica mea, etc., que quiere decir: Levántate y date prisa, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven, que ya pasó el invierno, etc.; en estas palabras pronunció Ella las que su Hijo en la Cruz: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Cerró los virginales ojos y espiró.
»Sucedió este glorioso tránsito el viernes a las tres de la tarde, a la misma hora que el de su Hijo, el día 13 de agosto, en que murió, hasta el 8 de septiembre, que nació y cumpliera los setenta años. Después de la muerte de Cristo, sobrevivió la Madre en el mundo veintiún años, cuatro meses y diez y nueve días y de su virgíneo parto era el año cincuenta y cinco».
Casabó sigue literalmente a Sor Ágreda, no añadiendo a nuevo y copiando lo que acerca del glorioso tránsito de María dice aquella sagrada escritora y Orsini, nos relata esta conmovedora escena con la viveza de la descripción y la mágica de su estilo en los siguientes párrafos:
«Era el día y había llegado la hora. Los santos de Jerusalem vieron otra vez a la hija de David siempre pobre, siempre humilde, siempre hermosa, porque se hubiera dicho que esta santa y admirable criatura se libraba de la acción destructora del tiempo, y que predestinada desde su nacimiento a una completa y gloriosa inmortalidad, nada en Ella debía perecer. Grave, pues, pero no enferma, María recibió a los Apóstoles y discípulos recostada en un pequeño lecho de pobre apariencia, acomodado a su traje de mujer de pueblo que nunca había dejado. Brillaba en su aspecto, lleno de nobleza y de modestia, alguna cosa tan majestuosa y patética, que toda la asamblea se deshizo en lágrimas. Sólo María permaneció en calma en este vasto y elevado salón, en que se habían agolpado una multitud de antiguos discípulos y de nuevos cristianos igualmente deseosos de contemplarla.
»Era ya de noche y unas lámparas con varios mecheros suspendidas del techo con cadenillas de bronce arrojaban aquí y allí manojos de rayos de color rojizo sobre la reunión silenciosa, que parecía recibir con ellos un nuevo grado de solemnidad. Los Apóstoles, vivamente conmovidos, estaban de pie en torno del lecho fúnebre. San Pedro, que tanto había amado al Hijo de Dios durante su vida, contemplaba a la Virgen con un sentimiento de dolor, y su mirada eficaz parecía decir al obispo de Jerusalem: ¡Cuánto se asemeja a Jesucristo! En efecto, la semejanza era admirable; y la actitud inclinada de María, que recordaba la del Salvador durante la cena, acababa de completarla. Santiago, que había recibido de los mismos judíos el renombre de justo, y que sabía dominar sus emociones, devoraba las lágrimas que se amasaban lentamente al borde de sus párpados. El Príncipe de los Apóstoles, hombre de franqueza y de primer movimiento, hallábase profundamente conmovido y no lo cubría: San Juan tenía envuelto el rostro con un lienzo de su manto griego, pero sus sollozos lo descubrían. No había en toda la asamblea un corazón que no estuviese partido de dolor, ni ojo del que no manasen lágrimas. Después de haberse recogido un momento, María fijó sus miradas sobre esos fieles servidores que estaban todos unidos en el amor de Jesucristo, y que debían probarlo de allí a algún tiempo en medio de los tormentos; empezó a hablarles, y su voz llena de melodía, tomó una expresión tan tierna, tan hondamente afectuosa, y a la vez tan consoladora, que todos los dolores se calmaron por algún tiempo. Ella les dijo que la afección filial que le demostraban le hacía solamente echar de menos la vida, que había deseado con ardor ese día, que iba a reunirse a su Hijo por toda la eternidad, y que bendecía a Dios de haber abreviado el tiempo de su triste peregrinación. Después de haberles prometido que les sería siempre favorable, que no olvidaría jamás en medio de los goces celestiales, que Ella había sido Hija de los hombres, les mostró la tierra vista desde las alturas del cielo; y se elevó gradualmente a consideraciones tan elevadas y a reflexiones tan sublimes, que cada uno olvidaba en medio de su asombro que el cisne cantaba para morir. Pero aproximábase la hora fatal: María extendió sus manos protectoras sobre los hijos que iban a quedar huérfanos, y alzando sus bellos ojos hacia los astros que brillaban en el firmamento, con una majestad serena, vio el cielo abierto y al Hijo del Hombre que bajaba sobre una nube luminosa para recibirla en los confines de la eternidad. A esa vista un color sonrosado se apareció por su semblante, sus ojos pintaron todo lo que el amor maternal, el júbilo, llevado hasta el arrobamiento y la adoración infinita pueden exprimir, y su alma, dejando sin esfuerzo su cubierta mortal, cayó dulcemente en el seno de Dios».
Tal es la manera dulce, poética y sentida con que pintan y narran la muerte de María los ya citados escritores, y a estos relatos hemos de consignar, como fuente de sagrada tradición que admite la Iglesia en sus rezos, la narración que del glorioso tránsito de María Santísima nos ha hecho San Juan Damasceno en su sermón de Dormitione Deiparae:
«Por una antigua tradición, dice, ha llegado hasta nosotros la noticia de que al tiempo de su glorioso tránsito todos los santos Apóstoles que andaban por el mundo trabajando para la salvación de las almas, se reunieron al punto, llevados milagrosamente a Jerusalem. Estando pues, allí, gozaron de una visión angélica, oyeron un celestial concierto, y de este modo entregada en manos de Dios su ánima santa, henchida de soberana gloria. Su cuerpo, que había recibido a Dios de una manera inefable, fue enterrado en un nicho allí en Gethsemaní, mezclándose en el entierro los himnos de los Apóstoles con las armonías de celestes coros. Durante tres días se oyeron allí cantos angélicos que cesaron al cabo del tercero día. Llegando entonces el Apóstol Santo Tomás, único que faltaba, y deseando adorar aquel Cuerpo que había tenido a Dios encarnado, abrieron el túmulo, mas ya no encontraron allí el sagrado Cuerpo, sino solamente aquellos objetos con que había sido sepultada, los cuales despedían suavísima, fragancia: en vista de esto volvieron a cerrar el modesto túmulo. Asombrados en presencia de este misterioso milagro, no pudieron menos de pensar en Aquel a quien plugo encarnarse en las entrañas de la Virgen María para hacerse hombre y nacer como tal, siendo Dios, el Verbo y Señor de la gloria, y que preservó incólume su virginidad a pesar del parto: quiso también honrar su Cuerpo inmaculado en seguida de su muerte, conservándolo sin corrupción alguna y concediéndole el que fuese trasladado al cielo antes de la general resurrección del género humano.
»Cuando esto aconteció estaban con los Apóstoles el muy santo varón Timoteo, primer obispo de Éfeso y San Dionisio Areopagita, según atestigua él mismo, en lo que escribió acerca del bienaventurado Hierateo, que también se hallaba allí, diciendo: -Entre los mismos santos prelados, inspirados por Dios, se convino en celebrar con himnos como cada cual pudiese, la infinita bondad del poder divino, acerca del sagrado Cuerpo de la Virgen, cuando nos reunimos con muchos de nuestros santos hermanos, como ya te acordarás, para ver aquel Cuerpo de donde la vida tuvo principio, y que engendró al mismo Dios; estando también allí Santiago, pariente del Señor, y Pedro, autoridad suprema y la más antigua entre los teólogos».
Esta es la tradición de la Iglesia sobre el tránsito y Asunción de la Virgen Santísima a los cielos desde los primeros tiempos del Cristianismo, según refiere un padre tan discreto y tan eminente como el Damasceno, y la ha aceptado la Iglesia consignándola en su rezo, diga lo que quiera la crítica contra ello.
San Juan Damasceno vivía en el siglo VIII, y aun cuando hay mucha distancia desde este siglo al primero en que murió la Santísima Virgen, y de aquí al 754 o 757 en que murió aquel santo padre, su autoridad es muy grande para afianzar una tradición que duraba y sosteníase en su tiempo; no obstante es un poco débil: para afianzar la exactitud histórica, dice Lafuente.
No faltan críticos que apoyándose, no sabemos en qué fundamentos, no se avienen a que la Santísima Virgen muriese en Jerusalem sino en Éfeso, y el hecho o razón en que se apoyan es de que habiendo de ser aquélla arrasada y abrasada por los romanos, diez años después, no quería María morir en la ciudad en que fue muerto su Hijo.
Y como en estos asuntos de crítica y de crítica histórico-religiosa lo mejor es no negar ni aceptar de ligero juicios y opiniones, copiaremos lo que acerca de este punto dice un piadoso y eruditísimo Padre de la Compañía de Jesús, el P. Centucci en la «Vida de Santa Pulquería».
«Para mejor inteligencia de este punto, dice, conviene aquí lo que Nicéforo refiere en otro lugar, y es, que deseando la Santa (Pulquería), obtener el cuerpo de la Madre de Dios(2) para enriquecer con él su iglesia, y pidiendo con instancia esta gracia a Juvenal, Patriarca de Jerusalem, el cual después del Concilio se había quedado en la corte, con motivo de una sedición, le respondió el patriarca que el sepulcro de la Virgen estaba efectivamente en Jerusalem, pero que según una tradición, no menos antigua que verdadera, habiendo abierto los Apóstoles el sepulcro de la Virgen, tres días después de su muerte, para mostrar el Cuerpo a Santo Tomás que no había asistido como ellos a la muerte y sepultura de la misma, no hallaron en él otra cosa más que las fajas y los lienzos sepulcrales, quedando todos persuadidos de que el sagrado Cuerpo de la Virgen había sido llevado al cielo juntamente con el ánima por el especial favor de su divino Hijo. Oyendo esto, añade Nicéforo, ya que no podía obtener otra cosa, pidió que le diesen a lo menos el sepulcro con los lienzos que en él habían quedado, en lo cual le complació Juvenal, enviándole después de su regreso a Jerusalem todo cuanto deseaba,
»Esta relación (dice el sabio padre jesuita Centucci), tiene tantas dificultades en todos sus pormenores que, exceptuando la Asunción de la Santísima Virgen, muchos escritores modernos no ven en ella más que una voz popular, transformada en punto histórico sin pruebas suficientes, o una invención, sea de Juvenal, sea de cualquier otro de devoción poco discreta e infundada. No es este lugar de examinarla críticamente; pero limitándonos únicamente a lo que pertenece a nuestra Santa, si la Asunción de la Santísima Virgen era, según dice Juvenal, una tradición antiquísima y por consiguiente notoria, ¿cómo podía ignorarla Pulquería, mujer no menos docta que piadosa, hasta el punto de pedir con instancia el Sagrado Cuerpo? ¿Y cómo podía obtener el sepulcro, cuando de los escritores vecinos a aquellos tiempos se colige la incertidumbre que entonces había y aún dura al presente, del lugar donde vivía la Virgen y de la ciudad donde murió, si fue en Jerusalem o en Éfeso? Pero cualquiera que fuese este sepulcro, que entre los judíos solía abrirse en la pena viva, ya fuese caja fúnebre, si es que tal cosa existía en el pueblo hebreo, o féretro para transportar los cadáveres, que por lo mismo no suele encerrarse en la tumba, como aquí debiera suponerse, cualquiera, repito, que fuese este pretendido sepulcro, es lo cierto que la santa no pudo colocarle en su templo, porque Juvenal volvió a Jerusalem en julio, o poco antes de que Pulquería pasara a mejor vida, o más probablemente en agosto, cuando ya había muerto, como lo confiesa el mismo Nicéforo, poco concorde consigo mismo, cuando sin hacer mención de la Santa dice que fueron llevadas a Constantinopla aquellas reliquias en tiempo de Marciano, que sobrevivió a su esposa.
»Si en tal incertidumbre pudiesen dar alguna luz las conjeturas, yo creería (dice el P. Centucci) que hay en ello alguna equivocación originada de lo que sucedió, según dicen, en tiempo de León. Pretenden algunos que, habiéndose hallado en poder de una piadosa mujer de Palestina ciertos vestidos que había usado la Virgen, fueron colocados por aquel Emperador en la iglesia de Blancherna, con la misma caja en que antes se conservaban. No hay cosa más fácil que, por haber venido de Jerusalem, creyese el vulgo que fuese aquélla la caja sepulcral y los vestidos los mismos que quedaron en el sepulcro después de la Asunción de la Santísima Virgen, y tomando los historiadores sucesivos como un hecho positivo lo que no era más que una voz popular, se llegase a formar una relación, no menos extravagante por el anacronismo, que por las circunstancias con las cuales quisieron adornarla y hacerla más admirable».
De este modo es como se expresa el P. Centucci respecto de estas tradiciones.
Por su parte los escritores, agustinianos principalmente, que se ocupan de la fiesta de la Correa que ceñía la Virgen María, suponen que entre los lienzos y demás objetos de su mortaja que en el sepulcro quedaron, estaba la correa con que la Virgen María ceñía su túnica a la cintura, y otros añaden que esto fue lo que regaló Juvenal a Santa Pulquería. Pero hay que tener presente que el mismo Nicéforo no había de correa, ni aun siquiera de ceñidor, ni cíngulo, sino de fajas para amortajar (sepulcrales fascius) o sean las largas tiras de lienzo con que los judíos, como los egipcios, envolvían y ceñían los cadáveres, y así nos lo describe el Evangelio cuando nos habla de la resurrección de Lázaro.
Nosotros nada decimos acerca de este punto, pero tenemos, y en ella nos apoyamos, una autoridad muy respetable, cual es la del español Fray Antonio del Castillo, o sea el autor del libro «El Devoto Peregrino», tan conocido por los amantes de la historia y las personas piadosas, cuando nos habla del sepulcro de la Virgen como existente en Jerusalem La hermosura y sencillez del estilo de este viajero y buen fraile español, que allá estuvo y celebró más de doscientas misas en la iglesia del sepulcro de María, son la prueba más fehaciente, en nuestro entender, acerca de aquella, respetada y admitida por la Iglesia, piadosa tradición.
Dice el P. Antonio del Castillo: «Entramos en el huerto de Gethsemaní, y luego fuimos al sepulcro de la Virgen Santísima. Es una iglesia grande y hermosa, de maravillosa fábrica y arquitectura; la mayor parte de esta iglesia está debajo de tierra, de modo que tanta máquina como tiene, no se viene a descubrir por arriba mas que fábrica cuadrada por de fuera, y toda ella no parece sino una casa muy pequeña.
»Bájase a esta iglesia por cincuenta escalones muy anchos espaciosos; son todos de jaspe blanco. A poco más de la escalera, como se va bajando a la mano izquierda, está el sepulcro de San José, esposo de la Virgen, en una capilla muy pequeña, y en la misma capilla está también el sepulcro de Simeón el justo, el que tuvo al Niño Jesús en sus brazos, cuando le presentó la Virgen en el templo. A la mano derecha en frente de esta capilla hay otra en la cual están los sepulcros de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen.
»En bajando a la iglesia, en medio de ella está el sepulcro de la Virgen Santísima. Está todo hecho de una piedra y cubierto de mármol fino muy blanco. Aquí decimos misa los sacerdotes latinos solamente. (Esto fue en su tiempo, pues hoy se han apoderado los cismáticos, consiguiendo con sus rapiñas despojar a los latinos.)
»En saliendo de este santísimo sepulcro, como treinta pasos, se entra en la cueva en donde Cristo oró y sudó sangre la noche de su Pasión».
Como se ve por lo expresado por Castillo, es muy difícil aceptar las tradiciones griegas acerca de la muerte de la Santísima Virgen en Éfeso, y al efecto examinaremos lo que los principales viajeros católicos dicen y opinan acerca de la veracidad y fundamento de la muerte de María en Jerusalem como la acepta, y reza la Iglesia católica, cuya decisión y autoridad es concluyente y sin disputa.
Pues que la Iglesia de Jerusalem conserva la tradición citada y la memoria del sitio y sepulcro de María, que la Iglesia acepta, admite y reza en su oficio el relato de San Juan Damasceno; lo más seguro es aceptar lo que la Iglesia acepta, cree y estima, confirmándose con ello y con lo que la piedad ha ido trasmitiendo desde Jerusalem hace diez y nueve siglos, tradición, creencia y fe, que como hemos dicho consignan y creen, estiman y aprecian, cuantos escritores católicos han tratado de este punto, y cuyos escritos y palabras copiaremos para afirmación mayor de esta sagrada tradición.
Casabó se expresa en estos términos al tratar del entierro de Santa Virgen, aceptando su muerte en Jerusalem.
«Los Apóstoles, a quienes principalmente tocaba este cuidado, trataron luego de que se le diese sepultura, señalándole en el valle de Josafat un sepulcro nuevo que allí estaba prevenido misteriosamente por la providencia de su Hijo.
»Levantaron los Apóstoles el Sagrado Cuerpo, llevándole ellos sobre sus hombros, y con ordenada procesión partieron del Cenáculo para salir de la ciudad al valle de Josafat…»
Orsini dice:
«Terminados los preparativos del duelo, colocóse a la Madre de Dios en un lecho portátil lleno de substancias aromáticas; cubriósela con un velo suntuoso, y los Apóstoles reclamaron el honor de llevarla sobre sus hombros hasta el huerto de Gethsemaní…
»Llegado al lugar de la sepultura paróse el lúgubre acompañamiento.
»Un Apóstol que volvía de un país lejano, y que no se había hallado presente a la muerte de la Virgen, llegó en este intermedio a Gethsemaní; era Tomás, aquel que había puesto su mano en las llagas de su Maestro resucitado. Corría para echar una última mirada sobre los fríos despojos de la mujer privilegiada que había llevado en sus castas entrañas al Dueño Soberano de la naturaleza. Vencidos por sus instancias y sus lágrimas, quitaron los Apóstoles el trozo de piedra que cerraba la entrada del sepulcro, pero no encontraron más que las flores apenas marchitas, sobre las cuales había descansado el cuerpo de María, y su blanco sudario de precioso lino de Egipto, que exhalaba un olor celestial…»
Barcia, en su libro Palestina, dice en su visita a la iglesia del sepulcro de María lo siguiente, sin determinar una opinión concreta:
«La autenticidad del sepulcro de la Virgen es discutible. La opinión que afirma haber muerto María en Jerusalem y haber sido enterrada allí, data de los primeros siglos, pues que en el IV se aisló el sepulcro de la roca, dejándolo en la forma que hoy tiene; pero en la misma época se afirmaba por otros haber muerto en Éfeso y existir allí su verdadero sepulcro. Así lo declaró el tercer Concilio general que se celebró en esta ciudad, el año 341».
Ibo Alfaro, en su obra Jerusalem, dice respecto del sepulcro de la Virgen Santísima:
«Esta Basílica, cuya fachada la adornan multitud de columnas y archivoltas ojivales, encierra en su seno los sepulcros de San Joaquín y Santa Ana, el de San José y sobre todo en el lugar preferente el en que descansó tres días el Cuerpo de María. Una ancha escalera de cuarenta y ocho peldaños (el P. Livinio en su guía tantas veces citada, dice cuarenta y cuatro), conduce al fondo de la capilla, que forma una cruz latina y que es espaciosa, pues mide próximamente unos treinta metros de largo por ocho de ancho. En el séptimo escalón se encuentra a la derecha una abertura en el muro y se sospecha sea esto el sepulcro de Melisenda, esposa de Fulco, rey de Jerusalem en tiempo de las Cruzadas. Quince peldaños más abajo, o sea veintidós, a contar desde la puerta de entrada, se abren dos grutas a derecha e izquierda de la escalera, frente la una de la otra; estas dos grutas, que los frailes nombran capillas, contienen la de la izquierda los sepulcros de San Joaquín y Santa Ana y el de la derecha el de San José. Cuando ya se ha llegado al fondo de aquel templo, donde arden multitud de lámparas, y donde se respira una plácida calma que templa el corazón cansado de las agitaciones del mundo, se encuentra a la derecha una pequeña capilla cuadrangular, cuyas paredes de roca viva ocultan flotantes tapices de seda; en aquella misteriosa capilla se alza adherida al muro una banqueta de piedra revestida de planchas de mármol, un altar hueco del que penden veintiséis lámparas se levanta sobre aquel banco de piedra y junto a aquel banco de piedra se arrodilla el viajero, que impelido por el fervor religioso llega de lejanos países, porque aquel banco de piedra es el sepulcro de María. Allí reposó tres días la Madre de Cristo, la mujer más santa y más pura de la tierra, la flor de Jericó, la estrella de los mares, el refugio de los pecadores, el consuelo de los afligidos. Yo he visto la casa en que nació, allí junto al templo de Jehová, yo he visto el lugar en que su alma fue ahogada por la más honda pena, allá… en la cima del Calvario, yo he visto el lugar en que después de muerta permaneció su cadáver algún tiempo, allá pasado el torrente Cedrón, en el valle de Josefat, al comenzar el monte Olivete…; y hoy en que aún enfermo, consigno en estas páginas mis recuerdos e impresiones de aquellos Santos Lugares, experimenta mi alma una tierna y suavísima afección.
»En el fondo de la basílica, no lejos del sepulcro de María, se ve un altar perteneciente a los armenios no unidos; cerca de éste otro perteneciente a los griegos no católicos, y cerca de los dos un pequeño ábside donde oran los musulmanes, que también los musulmanes de Oriente veneran a Cristo, a quien llaman el espíritu de Dios; y a la Virgen, a quien proclaman la más grande y mejor de las mujeres…»
Don José María Fernández y D. José Freire y Banero, hacen acerca del sepulcro de la Virgen, parecida descripción a la anterior, y respecto al lugar del tránsito de María y a la consiguiente autenticidad de estos santuarios, dicen lo siguiente:
«Respecto a la muerte de la Santísima Virgen, no está enteramente evidenciado que haya sucedido en Jerusalem, aunque es la opinión más probable, casi segura. No faltan, sin embargo, quienes creen que el tránsito dichosísimo acaeció en la ciudad de Éfeso. Fúndanse en el pasaje de la carta dirigida por los PP. del Concilio Efesino al clero y pueblo de Constantinopla (431): ‘Nestorio fue condenado en Éfeso, donde Juan el Teólogo y la Santa Virgen María, Madre de Dios…’ No acaba la oración, que algunos completan diciendo: ‘descansan o murieron’; pero la generalidad de los críticos opinan que el pasaje completo debía decir así: ‘Nestorio fue condenado en Éfeso, donde el teólogo Juan y la Santa Virgen María, Madre de Dios, vivían, o tienen iglesia, o son honrados con culto particular’.
»Otra razón alegan los que sostienen que la Virgen Santísima murió en Éfeso, es a saber: que aquella iglesia le estaba dedicada, según consta en las actas de dicho Concilio. La fuerza de este argumento estriba en que, a decir de los que le emplean, no se erigía iglesia alguna a un santo, sino cuando se poseían reliquias, o en el sitio en que había sufrido el martirio. Pero además de que no era esta práctica invariable, pues consta que las reliquias de los santos solían distribuirse entre diferentes pueblos que las solicitaban por su especial devoción, y que se erigían altares e iglesias a un mismo santo en varias ciudades a la vez, sábese positivamente que apenas Constantino dio la paz a la Iglesia, fueron consagrados muchos templos con la advocación de la Madre de Dios.
»Por otra parte, nadie ha pretendido jamás que la iglesia de Éfeso, ni ninguna otra, poseyese las reliquias de la Santísima Virgen María, lo cual valdría tanto como negar su asunción gloriosa a los cielos.
»Hay un argumento negativo de mucho peso, en nuestra opinión, contra los que afirman que Nuestra Señora murió en Éfeso. Al enumerar Polícrates en su carta al Papa Víctor los privilegios de la iglesia Efesina, no hace mención de este suceso, que de haber acaecido allí, habría contado como el primero y más glorioso.
»Muchas más razones militan en favor de Jerusalem Prescindiendo de la tradición inmemorial, sabemos que desde los primeros días del Cristianismo se levantaron templos en honor de la Virgen Santísima, en este lugar y el de su sepulcro. Juvenal, obispo de Jerusalem, que asistió al citado Concilio de Éfeso, en carta dirigida a la emperatriz Santa Pulquería y al emperador Marciano, les dice, contestando a los piadosos esposos, que le pedían reliquias de la Virgen, que en el Gethsemaní se enseñaba el sepulcro vacío bienaventurada Señora. San Arcadio, San Wilibaldo y otros peregrinos del siglo VII y VIII, visitaron en el monte Sión el lugar en que murió la Virgen, y en el valle de Josafat su sepulcro benditísimo.
»La tradición griega está en un todo conforme con la latina; son muy notables y explícitas las palabras de Andrés, arzobispo de Creta, que vivía en los citados siglos VII y VIII.
»Dice aquel prelado en su sermón sobre el tránsito de la Virgen Santísima, ‘que la bienaventurada Señora había vivido en el monten Sión, en el mismo sitio en que se enseñaba su casa, convertida en iglesia, en la cual se veían los vestigios de sus rodillas en el lugar donde hacía oración; que allí también murió, rodeada de los Apóstoles, de los setenta discípulos y de gran número de santos, quienes transportaron al valle de Gethsemaní su cuerpo, que no conoció corrupción; que resucitó y subió al cielo, y finalmente, que el sepulcro de María es honrado por el concurso de fieles, que con este objeto van a Jerusalem de todos los pueblos de la tierra’; y San Juan Damasceno, que nació en el siglo VII y murió a mediados del siglo VIII, en el convento de San Sabas, cerca de Jerusalem, dice en otro sermón sobre el mismo asunto, ‘que la Madre de Cristo murió en el monte Sión, y fue sepultada en el valle de Gethsemaní por los Apóstoles; que también se hallaban presentes a su muerte gloriosa los Ángeles, los patriarcas y profetas; que su cuerpo resucitó glorioso y fue transportado al cielo; que los mismos Ángeles reverencian el sepulcro vacío; que los fieles acuden allí de todas partes en gran número, le visitan con devoción y riegan con sus lágrimas, y finalmente, que Dios obra en él muchos milagros’. San Germán, arzobispo de Constantinopla, contemporáneo de San Juan Damasceno dice que la Virgen Santísima sufrió la ley común de la muerte, que su cuerpo no experimentó corrupción, sino que fue llevado al cielo por ministerio de Ángeles…
»Las iglesias de Oriente están conformes con la latina y la griega, en colocar en Jerusalem la muerte y sepultura de la Santísima Virgen María. Y al decir iglesias, no intentamos excluir a las herejes. Los nestorianos, que aunque niegan la divina maternidad de la Virgen Santísima, profesan a la Señora gran veneración; tanto, que algunos autores aseguran que ofrecen en su honor un pan, que dan en forma de comunión, pretendiendo que es el cuerpo de la Santa Virgen; creen que la Madre de Cristo fue transportada desde Jerusalem al Paraíso en cuerpo y alma. Abeyesu, escritor sirio, consigna la común creencia de los nestorianos a este propósito: ‘Después de la muerte del Salvador, dice, San Juan Evangelista se hizo cargo de la Santísima Virgen, sirviéndola como a Madre suya. Muerta a la edad de sesenta y un años, su cuerpo fue transportado por ministerio de Ángeles al Paraíso terrenal. Todos los Apóstoles se habían reunido en Jerusalem, antes del tránsito glorioso de la Señora’.
»Consignemos, por último, el testimonio de un escritor árabe, Abu-Batrik, según el cual, Teodosio el Grande edificó en Gethsemaní, en el sepulcro de la Virgen, una iglesia que Cosroes destruyó en la toma de Jerusalem».
Y por último, como confirmación de cuanto llevamos dicho de los anteriores católicos viajeros y peregrinos, veamos lo que acerca del lugar de la muerte de María Santísima y de su sepulcro dice don Narciso Pérez Royo, en su interesante Viaje a Egipto y Palestina, en el tomo 32, página 39. Después de describir la iglesia de la Asunción, dice:
«He dicho que la autenticidad del sepulcro de la Virgen descansa sólo en la tradición. Es ésta tan antigua y constante; reviste tan marcado carácter de verosimilitud; hállase sancionada por el sentimiento unánime de tan opuestas razas y creencias, que avasalla la mente, disipa la duda y conmueve el corazón. En el retiro silencioso y plácido de este Santuario venerable, cuya indecisa luz parece agigantar las sombras de sus ámbitos, respira el alma indefinible paz, y henchida de místico entusiasmo, cree, medita, ora, elévase enajenada al estrellado trono de la Madre purísima del Verbo, mientras besan los labios y las lágrimas riegan la consagrada tumba, probable último punto de la tierra que santificó su presencia maternal».
Como vemos, tales son las opiniones de los citados escritores, admitiendo todos la antiquísima tradición consagrada, aceptada y exaltada por la Iglesia, no faltando para ser dogma de fe más que la declaración de quien puede hacerlo por su indiscutible autoridad en la materia.
María terminó su existencia terrenal cuando la voluntad de Dios su Hijo plugo a sus inescrutables juicios. Dejó la existencia terrenal y al Empíreo fue ascendida por la Trinidad Santísima, dejándonos a los hijos de Eva en este destierro, bajo su dulce amparo, siendo nuestra esperanza, nuestro consuelo y puerto en nuestras desgracias, que nos acoge siempre benévola cuando la fe y las lágrimas de nuestro corazón herido brotan de nuestros ojos, siendo el consuelo de los afligidos, la eterna salud de los enfermos que a Ella imploran, Reina y Señora de nuestros corazones y auxilio del alma cristiana en los naufragios de la vida y esperanza nuestra a la que encaminamos nuestras oraciones y ponemos por intercesora de su divino Hijo.
Pero si ascendió a los cielos, dejó para nuestro consuelo el perfume de su pura existencia, que seguirá reinando y embriagando de dulce amor y ardiente caridad a nuestras almas, en las que reina y reinará como eterna verdad, confesada por el amor de su Hijo, que la puso por Madre e intercesora entre los hijos de Adán, lavados de la culpa por su santísima sangre. Y María seguirá reinando en nuestras almas, y con el dulce nombre de Madre la invocaremos como Madre de nuestras almas, y como Madre la han invocado e invocan nuestras madres en sus momentos de dolor, de pena, de angustia y llanto, así como en lo terreno en nuestra niñez la invocamos y también en la juventud, cuando hieren nuestros corazones los primeros dolores y desengaños de la vida.
Ascendió a los cielos después de su glorioso tránsito, y allí, gozando de la presencia de su Santísimo Hijo, goza del premio de su pureza inmaculada, la que fue arca santa que encerró el cuerpo de Dios al descender a la tierra, siendo hermoso tabernáculo que gozó del privilegio incomparable de dar la existencia humana al Hijo de Dios.
¡María, nuestro amparo y Madre! acoge nuestro trabajo, llevado a cabo lleno de fe y esperanza en tu santa misericordia y que en tu honor y gloria te ofrecemos como ofrenda pobre, mezquina y. pequeña de nuestro amor, y que a tus pies deponemos. Acoge nuestra ofrenda, hija del corazón, y ruega por nosotros a tu Santísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador del pecado.
Fuente: Vida de la Virgen María – Joaquin Casañ – Capítulo XXIX
Queremos dar con este post un homenaje póstumo al mariólogo argentino Giorgio Sernani, que falleció el 17 de junio de 2014. Publicó una serie de libros y artículos y su última gran obra fue el Himno a la Virgen de Luján
Giorgio es un ferviente católico mariano, y a aunque a él no le gusta que lo llamen mariólogo, su obra escrita da fe de ello.
Este es su testimonio de la gracia que obtuvo de Nuestro Señor Jesucristo para ser portador de la advocación Consuelo de los Afligidos.
Soy argentino, y tuve la gracia de vivir más de dos años en la muy fraterna ciudad de Montevideo. A mi regreso, en la tarea de instalar mi pequeño departamento, necesitaba sillas. Todo era caro, y, como decía mi querida madre yo soy “pobre pero pretencioso”. Quería unas sillas que armonizaran con las cosas que tengo y que quiero, pocas, que conservé de María Grande, la casa quinta donde vivíamos con mi familia, que era de la Virgen y que era grande. La compré grande en razón de que tengo muchos hijos.
Al tener que dejarla, no quise vender tantas cosas como había allí, porque sé bien la actitud de los compradores en esos casos. Opté por canjearlas. Y así conocí a varios anticuarios. Uno de ellos ganó mi aprecio por su honestidad y amabilidad. A él recurrí entonces, sin dinero (pero con pretensiones) para conseguir mis sillas. Por teléfono me invitó a ver un par que tal vez me servirían; me acerqué a su local; las sillas me gustaron, pero ese tema queda de lado ahora, ante mi encuentro con un Cristo que me atrevo a llamar milagroso, y que ahora es “mi” muy querido Señor del Consuelo.
EL SEÑOR ESTABA EN MI CAMINO, Y YO “TROPECÉ” CON ÉL. AHORA ES EL DUEÑO DE MI CASA
Salía yo del local por un caminito abierto entre toda clase de muebles y objetos religiosos, despidiéndome de mi amigo Miguel, -que así se llama el anticuario- cuando veo una vitrina apoyada en el piso que me llamó la atención. Ante mi pregunta, Miguel la levantó para mostrármela, yo le di una mirada muy rápida.
Se trata de una vitrina de madera con una puerta de vidrio, sus medidas: 45x76x10. Dentro, un Crucifijo rodeado por tres Ángeles recortados en nácar (o nacarina) en actitud de asistir al Señor. Las puntas de la cruz, apenas más chica que la vitrina, tiene terminaciones también son recortadas en nácar. La Cruz y los Ángeles están fijados sobre el fondo, cubierto por un paño de color rojo intenso. La imagen del Señor Crucificado era de metal y pequeña en relación a la Cruz y los Ángeles. Me di cuenta que esa desproporción era lo que me disgustaba, además de ser un Cristo de fabricación en serie,” bañada en plata, me decía Miguel.
Al volver a casa, recordándola en el trayecto del viaje, me comenzó a gustar, sobre todo por sus Ángeles, con esa actitud tan lograda de asistir al Señor, con un particular movimiento y un brillo muy especial. Pensé que la imagen del Señor se podría cambiar por una mejor y de mayor tamaño, proporcionada a la Cruz.
Creo fue al día siguiente que llamé a Miguel, para ofrecerle algo en cambio. Aceptó de inmediato y el jueves, el Señor, acompañado de sus Ángeles llegó a mi casa.
Los Ángeles me habían convencido de que el Señor quería venir a mí, y me ayudaron a cumplir su voluntad, aunque yo no lo advirtiera en esos momentos. Sólo lo comprendo ahora, mientras escribo este relato. Ellos me ayudaron a cambiar la Imagen del Señor, por una hermosa talla de madera firmada “Masa”, proveniente también del negocio de Miguel (que se llama Trinidad, y él, Miguel Ángel, como el Príncipe de los Ángeles). Al colocarla, con la ayuda de Susana Carballo, querida amiga de nuestra familia, le di un color acorde con la Cruz con “betún de Judea” que ella me trajo (Otro nombre significativo ¿casualidad?)
UNA INTERMEDIARIA PROVIDENCIAL
Apenas el Señor estuvo en casa se me ocurrió pedir a Justina, como hice en otros casos, que le pregunte al Señor de dónde venía, pero esta vez agregué otra pregunta: ¿Cómo quiere el Señor que lo llamemos? Justina es una señora amiga, con dones especiales del Cielo, reconocida por su párroco y otros sacerdotes en este sentido y por sus frutos de verdadera cristiana, fiel a la Iglesia.
Ella tuvo enseguida la primera respuesta: La visión de un monasterio en las montañas, donde vio la torre de una capilla, la casa de los monjes, y hasta las tumbas de otros. Pero no tuvo respuesta sobre el nombre. Pero me habló de una misión: “venía para ser honrado”. Y anunció “que vendrían otras personas a honrarlo, y que yo tenía que invitar personas a conocerlo”.
LA BENDICIÓN DEL CRUCIFIJO POR UN OBISPO, EN LA MISA DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO (EL DÍA QUE SERÍA TAMBIÉN SU DÍA)
El 7 de octubre mi madre cumplía 97 años, teníamos todo programado para una Misa en nuestra Parroquia, a confirmar, según la salud de mi madre, convaleciente de una afección. Creo que fue también el 5 cuando llamé a Monseñor C.M. para invitarlo al pequeño festejo. Mientras marcaba su número, se me ocurrió pedirle que celebre la Misa en casa. Monseñor aceptó y así se hizo. El departamento estaba arreglado como se pudo. La única mesa disponible para convertirla en altar estaba contra una pared con unas cuántas cajas de mudanza debajo. La cubrí con un poncho de alpaca y sobre él un mantel blanco. Por ese motivo pude colocar la vitrina apoyada en la pared, si la mesa se hubiese puesto cara al pueblo, es evidente que no hubiese podido. Pedí a Monseñor que antes de la Misa la bendiga y bendiga la casa. Así tuvimos la Misa en honor de Nuestra Señora del Rosario y en acción de gracias por los 97 años de mi madre.
SU NOMBRE, UNA TIERNA ADVOCACIÓN
El 18 de octubre, fiesta de San Lucas, por la noche, Justina me contó con entusiasmo, que el Señor finalmente había respondido a mi pregunta, diciéndole que quería ser honrado con el nombre “Señor Jesucristo, Consuelo de los afligidos” Al contármelo sintió que el Señor le daba un mensaje, que transcribo aparte.
Al día siguiente de ese mensaje recibí yo mismo la primera gracia: la solución de un problema económico que me tenía muy preocupado, del que doy un especial testimonio de agradecimiento. El Señor comenzó por los problemas materiales, posteriormente me concedió muchas gracias de todo tipo, especialmente espirituales. Luego tuve dos mensajes más, también por medio de Justina. Al leerlos se verá que son de suma importancia, por eso los puse por escrito para enviarlos a los hermanos en la consagración mariana.
LA BENDICIÓN DE LA TALLA QUE SE PUSO EN REEMPLAZO DE LA PRIMERA IMAGEN
Unos días después de este primer mensaje, contemplándolo en oración, me hizo comprender que tenía que ver a Monseñor R. P. y contarle, porque era necesario apoyarse en un sacerdote. Después de varios días conseguí hablar con él. Fue el día de todos los Santos, y él me citó para el día siguiente, de los difuntos. Lo fui a ver. Escuchó el mensaje con mucho fervor, le pedí que venga a bendecir el Cristo (me refiero a la talla de madera, que compré después de su Bendición el 7 de octubre) aceptó y ése mismo día le llevé el Señor a la hora de su Misa, las 5 de la tarde, de la que participé yo sólo. Monseñor se preocupó mucho en colocar la vitrina en un sitial. Durante la Misa me conmovía mirarlo, tenía como un esplendor especial.
Antes, en el camino, le pedí que dé alguna prueba o señal a Monseñor. Y lo hizo: al bendecirlo comprobó que en la oración del Bendicionario que eligió, se pedía al “Padre Celestial que esa imagen de su Hijo sea Consuelo de los afligidos” Monseñor se sorprendió e hizo una pausa en la lectura, para señalarme el pequeño libro y asegurarme que él no había agregado esa frase al texto.
Después de un mes y un día, hubo un segundo mensaje y al día siguiente el tercero. En diciembre dos más y una moción sobre su día.
SU DÍA
En la Nochebuena de ese año el Señor nos hizo saber que la fecha en que quería ser honrado: El 7 de octubre (día en que fue bendecido y presidiera la Santa Misa del Obispo), en recuerdo de cuando en la batalla de Lepanto Don Juan de Austria hizo enarbolar el Cristo Crucificado -que le enviara el Papa San Pío V- junto con muchas imágenes de la Virgen, para orar antes de la batalla, que fuera luego el mayor triunfo cristiano de la historia, en razón del rezo fervoroso del Rosario que hizo toda la Cristiandad a pedido de santo Pontífice. El Señor nos muestra que en una situación aún peor como la que vivimos, debemos hacer lo mismo: Rezar muchísimo el Rosario y levantar a Jesús Crucificado como señal segura de triunfo.
CORONACIÓN DE LAS DOS IMÁGENES
El 7 de octubre de 2007 (98º cumpleaños de mi madre) el mismo Obispo celebró la Misa ante Él y la Imagen del Nuestra Señora del Rosario de Andacollo (de Chile) también en nuestra casa, y coronó privadamente esas dos Sagradas Imágenes.
COINCIDENCIAS PROVIDENCIALES
El 5 de octubre de 2008 falleció mi madre. Y si bien tuvo su Misa de cuerpo presente, la Misa a la que invitamos a todas las relaciones fue celebrada el 7, día en que hubiera cumplido 99 años. El 7, fiesta de Nuestra Señora del Rosario, el 5, Primer Domingo, cuando se celebra en muchos lugares esa fiesta.
El 5 de octubre de 2006 el Señor había llegado a nuestra casa. El 7 había sido bendecido y se celebró la primera Misa ante Él.
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Al concluir este relato ruego disculpas si menciono hechos familiares y personales, pero me pareció que debía contarlos para que se comprenda mejor el relato. El Señor vino a mi casa como Consuelo de los Afligidos, dos años antes de llevarse a mi madre, sabiendo lo que yo hubiera sufrido sin su divino consuelo.
Agradezco a los Foros de la Virgen María la ayuda que me da al publicar estas maravillas de gracia. El no hacerlo como el Señor me lo pedía me traía cargo de conciencia y dolor en el alma. Por otra parte espero que los que hayan leído correspondan a los pedidos del Señor, y así nos unamos en el amor a Él y al Corazón Inmaculado de su Madre Corredentora.
Finalmente declaro que creo firmemente en la veracidad de los hechos que he escrito, y manifiesto que en todo me someto a la Santa Madre Iglesia, en la que quiero vivir y morir.