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El Santo Sepulcro, donde está el sitio de la Crucifixión de Jesús

Ya en el año 44 dC la Iglesia Madre de Jerusalén tenía su sede en Sión.

Visitaba el Jardín del Gólgota.

Y allí celebraba el «Recuerdo» de los grandes eventos de la Crucifixión, Muerte y Resurrección del Señor.

El Santo Sepulcro
El Santo Sepulcro

El lugar hace referencia histórica a la sepultura de Jesús en una época comprendida entre el año 30 y 33.
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Entre los sitios religiosos de la Tierra Santa, el Santo Sepulcro es uno de los mejor datados históricamente.

Desde el 1347 los franciscanos han custodiado el lugar que desde la antigüedad se conoce como el Santo Sepulcro de Jesucristo, en la Basílica del Santo Sepulcro (Iglesia de la Resurrección) en Jerusalén.

Las investigaciones históricas, arqueológicas y teológicas coinciden perfectamente dando credibilidad a este lugar. Mira todo sobre la Basílica en su sitio web.

    

EL SANTO SEPULCRO Y LA BASÍLICA

Basílica del Santo Sepulcro

El Santo Sepulcro es un sitio religioso relacionado especialmente con el cristianismo, particularmente católicos y ortodoxos.

El lugar, llamado también Gólgota (en arameo, Golgotha, ‘calavera’) y donde -según los Evangelios- se produjo la crucifixión, enterramiento y resurrección de Cristo está ubicado dentro de la Ciudad Vieja de Jerusalén.

La cual a su vez se ubica en la línea de confluencia entre la Jerusalén oriental (Árabe) y occidental (Judía).

A la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, también se la conoce como la Basílica de la Resurrección o de la Anástasis (en griego, ‘Resurrección’).

Esta basílica, uno de los centros más sagrados del Cristianismo, ha sido un importante centro de peregrinación desde el siglo IV.

Hoy día alberga la sede del Patriarca Ortodoxo de Jerusalén.

En general el Santo Sepulcro designa tres partes principales:
• la piedra de la Unción o Deposición
• el Gólgota o Calvario, lugar exacto de la Crucifixión de Jesucristo,
• el Santo Sepulcro.

Secundariamente alberga diversas capillas e iglesias.

Entre ellas destaca la Basílica de Santa Elena, Coro de los Griegos y la Iglesia de los franciscanos, custodios de Tierra Santa.

   

HISTORIA DEL SANTO SEPULCRO

Vista interna de la Basílica del Santo Sepulcro

Según los evangelios, antes de la muerte de Jesús el sitio era una tumba ya habilitada como tal, pero no utilizada todavía, propiedad de un rico judío seguidor de Cristo llamado José de Arimatea.

Se trataría de un hueco horadado en la roca, que podía taparse con una gran piedra reservada al efecto para que rodara o se deslizara hasta la puerta del nicho.

Una de las versiones sobre el primer anuncio de la resurrección de Cristo, según los Evangelios es el momento en que las mujeres que iban a ungir su cadáver con especias aromáticas.

María Magdalena, María, madre de Santiago el Menor y Salomé, madre de Santiago y Juan, se encontraron con la piedra desplazada, y el nicho expuesto y vacío.

Teniendo como fuente los evangelios, pero confirmados por los trabajos arqueológicos, la tumba estaría situada en un jardín próximo a la roca —o montaña, o montículo, los evangelios dicen lugar.
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Donde se produjo la crucifixión, llamada originalmente Gólgota y luego Calvario (lat. calvaria, calavera), o en griego kranion (cráneo).
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Ese lugar estaba muy próximo a la muralla herodiana de la ciudad de Jerusalén.
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E incluso comunicado con ella por una calle, pero extramuros, ya que las normas judías prohibían los enterramientos intramuros, salvo para el caso de los reyes.

La destrucción de Jerusalén efectuada por los romanos para reprimir la primera gran rebelión del pueblo judío, trajo la ruina para el Templo de Jerusalén y para otros lugares tradicionales de la antigua ciudad puesta entonces bajo el comando de los paganos.

Si bien los primeros cristianos huyeron hacia Petra antes de la destrucción siguiendo una interpretación profética de Jesús (Lucas 21, 20-22), los mismos dejaron por escrito en los evangelios la descripción del lugar de la Crucifixión y de la sepultura: Mateo 27, 33; 57 – 61; Marcos 15, 22; 42 – 47; Lucas 23, 33; 50 – 55; Juan 19, 17; 38 – 42.

Ambos sitios, el Gólgota y la Tumba, están a pocos metros de distancia y entre ellos se encuentra la Piedra de la Deposición, lugar en donde dice la tradición el cuerpo de Jesús fue preparado después de ser bajado de la cruz para ser enterrado – Mateo 27, 59 y paralelos.

El lugar fue evidentemente una cantera por la enorme riqueza lítica y la red de cavernas que se pueden observar, un sitio ideal para la construcción de tumbas, una actividad muy normal en la época, especialmente entre personas de posición social.

El nombre, «Gólgota», la «Calavera», viene probablemente de la semejanza que las formas que las rocas tenían, como se puede comprobar hoy por hoy en los paisajes desérticos del Mar Muerto.

Los romanos cambiaron el nombre de Jerusalén por el de Aelia Capitolina con el fin de hacer de la ciudad un enclave exclusivamente greco-romano.

Prohibieron el ingreso de los pueblos semitas y construyeron lugares de culto pagano en donde estaba el Templo de Jerusalén y el Santo Sepulcro.

Dicho acontecimiento es una de las pruebas históricas y arqueológicas que evidencia la historicidad de ambos sitios.

En cuanto al Santo Sepulcro, en el año 326, el Emperador Constantino mandó erigir la Basílica del Santo Sepulcro en el lugar prescrito por la tradición.
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Y en el cual estaba erigido el culto pagano a la diosa romana Venus, y mandado construir por Adriano, hacia el 135.

La Emperatriz Elena había acudido a la ciudad tras escuchar el informe presentado por Macario, obispo de Jerusalén, sobre el lamentable estado en el que se encontraban los lugares descritos en los evangelios (santos lugares, para los cristianos), decidida a mejorar personalmente la situación.
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Tenía también el propósito de localizar la cruz de la ejecución de Jesús.
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Constantino había empezado a utilizar el signo de la cruz, y a considerarlo presagio de victoria.

Elena, tras fracasar en la búsqueda de la cruz, o como parte de ella, inició la del sepulcro.

La tradición cuenta que al derruir el templo pagano para aislar el Calvario e iniciar las nuevas edificaciones aparecieron también tres cruces, una de las cuales necesariamente habría de ser la Vera Cruz o auténtica cruz del martirio de Cristo.

Varias leyendas describen el prodigio que permitió identificar la Vera Cruz, casi siempre basadas en que una de las cruces producía curaciones milagrosas, y las otras dos no.

Los sucesos descritos a partir de 325-326, sobre el descubrimiento del sepulcro y la Vera Cruz por la Emperatriz Elena, se deben al obispo de Cesarea (Palestina) e historiador Eusebio, llamado también el Padre de la historia de la Iglesia.

También Eusebio de Cesarea (265-340), nacido en Palestina, describe en su «Vida de Constantino», los esfuerzos del emperador Adriano por hacer desaparecer el Santo Sepulcro, junto con todos los lugares sagrados de Jerusalén, poniendo sobre ellos templos paganos:

«En esta cueva sagrada, sucedió entonces que algunas personas impías y ateas, habían pensado retirarla por completo de la vista de los hombres.

Suponían dentro de su locura que así podrían ser capaces de obscurecer la verdad de manera efectiva.

Con ese fin trajeron una cantidad de desechos desde lejos y con mucho esfuerzo recubrieron totalmente el lugar; luego, habiendo llevado esto a una altura moderada, lo pavimentaron con piedras, escondiendo la cueva sagrada bajo el masivo montón.

Después, como si su intento se hubiera llevado exitosamente a cabo, prepararon sobre esta base, un verdadero y truculento sepulcro de almas, mediante la construcción de un tenebroso altar de ídolos sin vida para el espíritu impuro al cual llaman Venus y ofreciendo allí detestables oblaciones en esos profanos y malditos altares.

Porque ellos suponían que su objeto no podía ser de otra forma totalmente alcanzado, más que enterrando así la cueva sagrada bajo esas nocivas contaminaciones.» (III, XXVI – véase también el informe de Eusebio sobre el Santo Sepulcro)

Los esfuerzos del emperador Adriano solo sirvieron para señalar el lugar preciso de los santos lugares que pretendía eliminar.

Mas tarde el Templo Pagano fue removido, el Santo Sepulcro fue excavado y la Basílica de la Resurrección fue construida sobre el. Todo esto está abalado por la arqueología.

    

EL LUGAR DEL CALVARIO HOY EN DÍA

lugar del calvario de jesus hoy dia
Entrada al lugar del calvario de Jesús hoy dia

 

1. Los Evangelios llaman a este lugar Gólgota (en Arameo «Golgotha»; en Griego «Kránion» (calavera), a partir de lo cual llegamos a Calvario, de la raiz latina «calva», la piel que recubre el cráneo sin cabello.

Nuestro término común Monte no se usa.

Monte empezó a ser usado solamente en el siglo IV, cuando sacaron la roca que lo rodeaba, dejando la roca de la crucifixión aislada, pequeña y redonda colina de unos 6 m de altura.

Simplemente se lo menciona como un lugar llamado Gólgota para indicar el sitio en que se levantó la cruz y la vecina propiedad rural de José de Arimatea:

«Llegaron a un lugar llamado Gólgota (que significa la Calavera)» (Mt 27,33)

«Trajeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota (que significa el lugar de la Calavera)» (Mc 15,22)

«Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, allí lo crucificaron, junto con los criminales uno a su derecha y el otro a su izquierda» (Lc 23,33)

«Llevando su propia cruz, fue hasta el lugar de la Calavera (que en arameo se llama Gólgota)» (Jn 19,17)

   

2. Los Evangelios también afirman que en el sitio había un jardín:

«En el lugar en que Jesús fue crucificado, había un jardín» (Jn 19,41)

   

3. Este jardín del Gólgota se encontraba fuera de la ciudad pero suficientemente cerca como para permitir que los que por allí pasaban pudieran leer el cartel (titulus) preparado por Pilato y atado a la cruz:

«Muchos judíos leyeron este cartel, ya que el lugar en que Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y estaba en Arameo, Latín y Griego» (Jn 19,20).

   

4. Los Evangelios afirman también que cerca de la «Calavera» en donde Jesús fue crucificado había una tumba nueva empotrada en la roca:

«En el lugar donde Jesús fue crucificado había un jardín y en el jardín una tumba nueva, en la que nadie había sido depositado» (Jn 19,41)

«José tomó el cuerpo, lo envolvió en una limpia tela de lino y lo puso en su propia tumba nueva que él había cavado en la roca» (Mt 27,59)

«Entonces él lo bajó (de la cruz), lo envolvió en una tela de lino y lo puso en una tumba que había sido cavada en la roca, que aún nadie había sido depositado allí»(Lc 23,53)

  

LA «TUMBA NUEVA» EN LA CUAL JESÚS FUE DEPOSITADO

Selpucro de Jesus en la Basilica del Santo Sepulcro

  

5. La entrada a la tumba fue sellada con una piedra grande

«Arrastró una piedra grande hasta ponerla delante de la entrada a la tumba y se retiró» (Mt 27,60).

«Cuando terminó el Sabbat, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús.

Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro.

Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?

Al mirar vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande» (Mc 16, 1.4).

«El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado.

Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús» (Lc 24,2).

  

6. Los Evangelios también dan una descripción del interior de la tumba.

A partir de esa descripción algunos estudiosos deducen que la tumba podría haber sido del tipo arcosolio y no del tipo de tumbas kokhim (con forma de horno).

Esto se deduce del relato dado por Arculfo. Esto es lo que el Evangelio dice con respecto a este espacio:

«María se quedó de pie y llorando fuera de la tumba.

Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro de la tumba y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar en el cual el cuerpo de Jesús había estado, uno en la cabecera y el otro a los pies» (Jn 20,11-12)

«Entrando en el sepulcro, vieron un joven, sentado a su derecha, vestido con una vestidura blanca, y tuvieron miedo». (Mc 16,5).

   

7. La última información que deducimos de los Evangelios es que la tumba en la que el Señor fue depositado pertenecía a José de Arimatea

«José tomó el cuerpo, lo envolvió en una tela limpia de lino y lo puso en su propia tumba nueva» (Mt 57,59-60).

Aquí concluye la información acerca del lugar de la crucifixión y del entierro del Señor tal y como la encontramos en los Evangelios.

Mirando el monumento actual resulta difícil imaginar el aspecto de este lugar casi 2000 años antes.

Cristianos piadosos de todas las épocas han edificado encima de este lugar varios monumentos y construcciones que han ayudado a transformar por completo el área vacía fuera de las murallas de la ciudad de Jerusalén en el siglo primero.

Resulta incomprensible su transformación sin tener mentalmente en cuenta la transformación de la arquitectura de la totalidad de Jerusalén.

También debemos tener presente que a partir del siglo IV, este sitio se ha convertido en el punto central de la historia de Palestina.

Fue el lugar de muchas y largas guerras entre el poderío de Cristianos y Musulmanes.

  

LA PIEDRA DE LA UNCIÓN

Piedra de la Unción o Deposición en el Santo Sepulcro

La Piedra de la Unción o de la Deposición es el lugar donde el cuerpo de Jesucristo fue preparado y envuelto en una tela funeraria.

Esta piedra se relaciona con la historia que cuentan los evangelios que José de Arimatea y Nicodemo bajaron el cuerpo de Cristo de la cruz, luego de haberle pedido permiso a Pilato.

Allí lo ungieron con fragancias y luego lo depositaron en una tumba nueva.

Su forma actual es así desde los trabajos de restauración de 1810.

Parte de esta piedra fue transferida a Éfeso y a Constantinopla.

Y el emperador Manuel I Konmeno la colocó en el Monasterio de Pantocrátor.

El mármol sagrado es de tono rojizo, tiene forma trapezoidal y mide 5.75 mts de largo y está levantado 30 cm del suelo.

Se halla a la entrada del Santo Sepulcro.

Tal vez no sea la original porque posiblemente el original se haya perdido en el incendio de 1810, cuando un pequeño pilar cayó sobre el mármol.

Este mármol tiene en los costados la siguiente inscripción,

“El honorable José ha bajado su santo cuerpo de la cruz, y lo ha envuelto en un paño de lino limpio, ungido con mirra fragante y lo puso en una tumba nueva”.

Los ortodoxos los católicos y los armenios tienen derechos sobre este santuario.

Y allí hay candelabros y lámparas cuyos dueños están bien identificados según el estatus quo reinante en el Santo Sepulcro.

Durante siglos se ha mencionado historias milagrosas y curaciones de personas en la Piedra de la Deposición.

Y por tanto es un destino popular en la visita al Santo Sepulcro.

Los peregrinos hacen cola para besar la piedra y algunos la frotan con aceite o agua de rosas y luego la limpian con un paño.

También algunos colocan sus cruces u objetos religiosos para transferirles la unción de esa piedra.

Y los sacerdotes pasan varias veces quemando incienso alrededor de la piedra.

  

EL ALTAR DE LA CRUCIFIXIÓN EN EL CALVARIO

Altar de la Crucificcion en el Calvario

Para lograr comprender a fondo la topografía de este lugar nos hace falta la ayuda de los detallados estudios arqueológicos llevados a cabo por el difunto P. Virgilio Corbo, ofm.

Sus descubrimientos fueron publicados por la Editorial Franciscana de Jerusalén en una obra de tres volúmenes titulada «El Santo Sepulcro de Jerusalén» (Jerusalén, 1981-1982).

Fue la persona a quien se le confió el trabajo arqueológico en varias áreas de este Monumento y que se llevó a cabo a través de múltiples etapas debido a la complejidad del edificio.

Hoy en día no nos resulta posible hacernos una idea clara de la ubicación del Calvario y de la Tumba excavada en la roca; sin embargo podemos formarnos una idea de la topografía del lugar.

Fuentes:

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Cómo se Deterioró la Salud de Jesús desde el Jueves Santo hasta su Muerte

El cuadro clínico de la muerte de Jesús es estudiado según las fuentes históricas.

Hablan del proceso que va desde su aprensión a su fallecimiento, pasando por las etapas centrales de su flagelación y crucifixión.

clavando-a-cristo-en-la-cruz

Todas las referencias en relación a la crucifixión y muerte del Nazareno se basan en documentos escritos y no en el análisis del cuerpo físico o de sus restos.

En este sentido la credibilidad de cualquier discusión al respecto es determinada básicamente por la credibilidad de las fuentes.

Entre ellas están los escritos antiguos cristianos y no cristianos, los escritos de autores modernos, el Sudario de Turín y los avances de la Medicina.

La documentación científica existente acredita que Jesús padeció y sufrió el más cruel de los castigos.

Este análisis que presentamos también nos remite a la discusión de la causa clínica de la muerte y cómo fue crucificado Jesús, lo cual es un hecho debatible pero que está teñido de intereses político religiosos como veremos abajo.

jesus crucificado fondo

       

EL MÉTODO DE LA CRUCIFIXIÓN

La crucifixión, parece que hubiera comenzado con los Persas, lo que hoy es Irán, poniendo a la víctima suspendida en el aire sin tocar sus pies en la tierra.

Los comerciantes Fenicios adquirieron la práctica y probablemente la hayan llevado a los Griegos.

Los romanos parecen haberla obtenido de Alejandro Magno que la introdujo en Cartago.

Y ya en la época del nacimiento de Jesús se usaba la crucifixión.

Fueron los Romanos quienes perfeccionaron el método diseñándolo para maximizar el dolor y el sufrimiento.
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No se trataba sólo de matar a alguien sino de hacerlo de la manera más horrible.

Por otro lado la crucifixión era una forma vergonzosa de ejecución que estaba destinada a los esclavos, los extranjeros, los revolucionarios y los criminales.

Y se comenta que la única manera en que un ciudadano Romano fuera crucificado era la deserción del ejército.

Los romanos añadieron previamente la flagelación con azotes, con intención de poner a la víctima en un estado cercano a la muerte.

Ya sabemos por relatos que el látigo tenía bolas de hierro en cada tira de metal o cuero y huesos de ovejas afilados para cortar la piel en el caso de los griegos.

Después de la flagelación, la víctima podría llevar su propia barra transversal o sea el patíbulo, desde la zona de flagelación, que estaba dentro de la ciudad, a la zona de crucifixión, que estaba fuera de la ciudad.

Luego la víctima era atada o clavada al patíbulo y a la barra vertical y se le ponía un cartel dónde constaba el delito.

En la zona de crucifixión, a la víctima se le da a una copa de vino mezclado con mirra, como un analgésico suave pero de sabor terrible.

Cuando las víctimas eran clavadas en la barra transversal los clavos se les ponían en las muñecas y no en las palmas de las manos, porque no podrían apoyar su peso corporal.

La víctima podría vivir desde unas pocas horas hasta varios días dependiendo de la severidad de la flagelación.
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La muerte básicamente se produciría por asfixia, pérdida de sangre y agotamiento.

Y si nadie reclamaba el cuerpo quedaría en la cruz para ser comido por los depredadores.

jesus crucificado sin cruz fondo

    

LA SALUD INICIAL DE JESÚS Y EL COMIENZO DE SU DETERIORO

Partimos de que Jesús mantuvo numerosos viajes caminando a través de la Palestina del siglo I para impartir sus enseñanzas.

Esto excluye que padeciese alguna enfermedad física de importancia o una constitución débil.

Es por tanto razonable suponer que Jesús gozaba de un buen estado de salud.

En un periodo de 12 horas, desde 9 de la noche del jueves 6 de abril (Nisan 13) a las 9 de la mañana del viernes 7 de abril (Nisan 14), Jesús sufre un enorme deterioro físico que comienza en el huerto de Getsemaní (ver esquema).

Lo vivido por Jesús antes de ser arrestado se refiere en distintos escritos como una mezcla indecible de tristeza, de espanto, de tedio y de flaqueza.

Esto expresó una pena moral que llegó a tal grado de intensidad que se manifestó somáticamente mediante la liberación de sustancias químicas que provocaron una hematidrosis, es decir, sudor con sangre.

Este proceso extraordinariamente inusual en el ser humano, fisiológicamente es debido a una congestión vascular capilar y hemorragias en las glándulas sudoríparas, haciendo que la piel se vuelva frágil y débil.

El Dr. Mc Govern dice que Jesús tuvo hematidrosis en el huerto de Getsemaní, pero sostiene que ese cuadro no es común, desde el 2003 ha leído que se han reportado sólo 20 casos.

En esos casos se produce dolor de cabeza, ansiedad, dolor abdominal y aumento de temperatura corporal antes del flujo sanguíneo.

Ese flujo sanguíneo se derrama incluso en áreas donde no hay glándulas sudoríparas.

Y le provocó una pérdida valiosa de líquido, lo que con 4 grados de temperatura ambiente y su piel húmeda, le provocaba escalofríos.

No obstante la perdida real de sangre en el Maestro no terminó con él, pero hubo un gran daño psicológico.

Llevado ante el Sanedrín político ante Caifás, Jesús es condenado y golpeado fuertemente en el rostro.

En la Casa de Caifás lo golpearon repetidamente con las manos abiertas y con puñetazos.

Pero también ha visto que en la Sábana Santa de Turín hay evidencias qué Jesús fue golpeado con un palo.

Llevado a la fortaleza Antonia y al Palacio de Herodes Antipas, en última instancia Pilato entrega a Jesús para ser flagelado y crucificado.

Para celebrar todos estos juicios Jesús es obligado a caminar unos 4 kilómetros.

Jesus crucificado

    

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

La flagelación era un preliminar de tipo legal para toda ejecución romana.

El hombre era desnudado y atado a un poste siendo golpeado con azote corto denominado flagrum o flagellum.

La espalda, las nalgas y las piernas eran azotadas por uno o dos soldados.

Los azotes que se han descubierto en las catacumbas romanas están compuestos por una cadena de bronce ramificada en múltiples cadenas más cortas, terminadas con una bola de plomo.

Esta estructura del flagellum producía una reverberación con cada golpe, lo que aumentaba el efecto.

Jesús fue golpeado al menos 120 veces con el flagellum.

El doctor McGovern sostiene que la Sábana Santa subestima la tortura, porque sólo los golpes que provocaron flujo de sangre están evidenciados allí.

Pero Jesús que ya tenía poca sangre para sangrar, acumuló sangre en moretones y en los músculos, lo cual también era inútil para la circulación.

También un trauma en el pecho provocó que los pulmones se llenaran de sangre y el líquido sanguinolento se acumulará entre los pulmones y en la pared del tórax.

Esto le provocaba dolor que le impedía hacer respiraciones profundas.

Los azotes repetidos de los legionarios con las bolas de hierro, sobre una piel ya sensible por la hematidrosis, causaron en el cuerpo de Jesús profundas contusiones.
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Su espalda quedó tan desgarrada que la espina dorsal quedó expuesta, las laceraciones cortaron los músculos y la carne desgarrada sangró abundantemente provocando una importante pérdida de sangre y plasma.

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El enorme dolor y la pérdida de sangre habitualmente crean las condiciones para un shock circulatorio.

La cantidad de sangre perdida podía muy bien determinar cuánto tiempo sobreviviría la víctima en la cruz.

Después de la condena les arrancaron la ropa y le pusieron una capa y después se la sacaron y le pusieron su ropa, lo que dañó aún más su piel.

El abuso físico y mental provocado por los judíos y romanos, la coronación de espinas, la falta de alimento, de agua y de descanso, y la pérdida importante de sangre, debilitaron enormemente el estado general del Nazareno, provocando:

– Un aumento del ritmo de su corazón.
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– Una disminución de la presión sanguínea.
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– Que los riñones dejaran de producir orina para mantener el volumen restante.
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– Enorme sed, porque el cuerpo ansía fluidos para reponer el volumen de sangre perdido.

En estas condiciones es llevado Jesús a una de las ejecuciones más crueles, despiadadas y degradantes que haya inventado el hombre.

La crucifixión, suplicio de origen oriental, persas, asirios y caldeos, y perfeccionada por los romanos.

jesus crucificado

   

LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS

Jesús cargo durante más de 400 mts el madero de la cruz, que según lo que descubrió Santa Elena media un 1.80 mts de largo y pesaba 7 kilos, y no 30 o más kilos como algunos dicen.

Para el estado de debilidad de Jesús aún 7 kilos era demasiado.

El Dr. McGovern sostiene que la crucifixión no le produjo mayor derrame de sangre porque tenía poca sangre para derramar.

Los clavos usados por los romanos tenían entre 13 y 18 cms, con una sección cuadrada de 1 cm.

Estudios realizados con cadáveres han documentado que los clavos en las manos tienen que penetrar, para mantener al crucificado, bien entre el radio y la primera hilera del carpo, o bien entre ambas hileras de los huesos del carpo.

La Síndone ha corroborado estos datos.

clavo en las manos de jesus

El clavo atravesó triturando el nervio mediano, provocando un enorme calambre.

Es tan insoportable este dolor que hubo que inventar un término nuevo en la medicina para describirlo, conocido como dolor excruciante (dolor de la cruz).

Los pies también fueron clavados a la cruz.

El clavo traspaso el espacio entre el 2º y 3º metatarsiano destruyendo el nervio profundo peroneo y las ramas plantares.

Para fijar los pies, Jesús hubo de flexionar las rodillas a fin de poder realizar una ligera rotación lateral de las piernas. 

Una vez clavado fue colocado en posición vertical, provocó un estiramiento intenso de los brazos, tal vez mayor de 15 cms., lo que originó la luxación del hombro.

Jesus Crucificado en la Basilica del Santo Sepulcro en Tierra Santa

    

LA AGONÍA DE JESÚS EN LA CRUZ

En esta posición, la muerte es lenta y agonizante por asfixia o por pérdida de sangre.
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Jesús soporto esta situación unas 3 horas.

Durante este tiempo Jesús tenía enormes dificultades para expulsar el aire.

Para llevar a cabo este movimiento espiratorio debía de elevarse ligeramente en la cruz para descomprimir la caja torácica, apoyándose en los pies y flexionado los brazos, lo que supuso terribles dolores en todas las extremidades.

En la medida en que redujo el ritmo respiratorio, entró en acidosis respiratoria, es decir comenzó a retener dióxido de carbono en la sangre, proceso conocido como hipercapnia.

El CO2 se disolvió como ácido carbónico al no poder ser expulsado, lo que provocó mayor acidez en la sangre, calambres musculares y contracciones tetánicas.

Este mecanismo alteró el ritmo de su corazón, provocando un pulso irregular, que originó un paro cardiaco.

Sin embargo el Dr. Mcgovern sostiene que Jesús murió de un shock provocado por la pérdida de sangre.

No tenía suficiente sangre para mantener vivos el cerebro y el corazón.

Entonces su corazón probablemente comenzó a latir rápidamente, y luego 30 segundos antes de la muerte se ralentizó el ritmo cardíaco y Jesús probablemente notó que estaba al final de su vida.

Eso le permitió decir las últimas palabras en la cruz, lo que no hubiera sucedido si hubiera muerto por asfixia, porque no hubiera podido hablar.

El fatal desenlace ocurrió tras dar un enorme grito, a las 3 de la tarde del viernes 7 de abril (Nisan 14).

Para corroborar la muerte de Jesús, los soldados atravesaron su costado entre el 5º y 6º espacio intercostal, brotando agua y sangre al retirar la lanza.

Con toda probabilidad el agua era fluido pleural o pericárdico, y habría precedido a la efusión de sangre procedente de la aurícula derecha que fue perforada por la lanza.

La interpretación médica moderna del evento histórico indica que Jesús estaba muerto cuando fue bajado de la cruz, su madre María estaba allí.

Esto nos trae a la discusión adicional más detallada, ¿cómo fue crucificado Jesús?.

Esta segunda parte es una discusión entre investigadores que puede no ser interesante para algunos, por lo que se puede obviar. Lo que aporta son argumentos y contraargumentos sobre como habría sido crucificado Nuestro Señor.

   

¿CÓMO FUE CRUCIFICADO JESÚS, CON LOS BRAZOS EN FORMA DE Y O DE T?

Se ha publicado un estudio en la Revista New Scientist que afirma que, según la Sábana Santa de Turín, Jesús habría sido crucificado con los brazos arriba de su cabeza.
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Sin embargo esto lo desmiente una de las principales estudiosas mundiales del Síndone.

cristo_velazquez

Emanuela Marinelli, una de las principales estudiosas del mundo de la Sábana Santa, dice que el estudio publicado en la revista New Scientist: está absolutamente equivocado.
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Esa es la teoría de los Testigos de Jehová que quieren destruir la cruz.

El estudio internacional sobre la Sábana Santa que se publicó en la revista New Scientist, afirma que Jesús habría sido crucificado con los brazos arriba de la cabeza, en forma “Y” y no en forma de “T”, de acuerdo a la iconografía clásica, lo cual es una broma llena de errores científicos según Marinelli.

   

LA HIPÓTESIS DE CRUCIFIXIÓN EN FORMA DE Y

Matteo Borrini de Liverpool John Moores University en el Reino Unido quería saber si las «manchas de sangre» en el brazo izquierdo eran compatibles con el flujo de sangre de la muñeca de un crucificado.

Así que le pidió a Luigi Garlaschelli de la Universidad de Pavia, Italia, un experimento para asumir diferentes posturas de crucifixión, mientras que una cánula conectada a su muñeca hacía correr la sangre por el brazo.

Cristo crucificado-Rubens

Encontraron que las marcas en la sábana se correspondían con una crucifixión, pero sólo si los brazos se hubieran colocado por encima de la cabeza en una posición de «Y», en lugar de en la clásica representación de «T». 

«Esta habría sido una situación muy dolorosa y habría creado dificultades para respirar», dice Borrini.

Alguien crucificado de esta manera pudo haber muerto por asfixia.

Borrini presentó sus resultados en una reunión de la Academia Americana de Ciencias Forenses en Seattle.

Borrini dice que posiciones similares se utilizaron durante la tortura medieval, pero en esos casos las víctimas eran suspendidas de una viga mediante la unión de sus muñecas con una cuerda, en lugar de utilizar clavos.

Los resultados confirman los experimentos anteriores de Gilbert Lavoie, un médico con sede en Massachusetts, que sugirió una crucifixión en forma de Y.

«El flujo de sangre es absolutamente coherente con lo que se ve en la Sábana Santa», dice Lavoie.

«La huella de la Sábana Santa no se corresponde con muchas imágenes artísticas tradicionales de la crucifixión», dice Niels Svensson, un médico de Maribo, Dinamarca, que también ha estudiado la Sábana Santa.

Pero no todos los artistas muestran a Jesús en una postura en forma de T.
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Por ejemplo, el pintor flamenco Peter Paul Rubens pintó repetidamente a Jesús con sus brazos sobre su cabeza en la cruz, al igual que muchos otros.

   

LA CONTESTACIÓN DE EMANUELA MARINELLI

Del análisis de la Sábana Santa se ve claramente que la posición de los dos brazos no es la misma.
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El flujo de sangre desde el lado derecho viene desde la muñeca hasta el codo, no la de la izquierda.
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Así que los que dicen que los dos brazos se encontraban en la misma posición están mal.

La teoría de la posición de los brazos en “Y”es típica de los Testigos de Jehová y es absolutamente errónea.
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Ellos tratan de esta manera de destruir el símbolo de la cruz, diciendo que la posición de los brazos era diferente.
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Pero incluso si hubieran estado unidos por encima de su cabeza, sería una “I” no es una “Y”.

El brazo izquierdo y derecho no podrían haber estado totalmente tensos como en las representaciones sagradas, porque el reposapiés, que se ve a menudo, no se utilizó. 

La crucifixión romana aún no lo había introducido, este se ve por primera vez en los circos a finales del primer siglo.

Pero en el momento de Jesús, cuando las personas eran crucificadas en la calle como una advertencia para todos, los pies eran clavados en la cruz directamente.

verdadera posicion de la crucificcion de jesus

Por lo tanto está claro que el cuerpo no podía estar en una posición con los brazos exactamente horizontales.

El cuerpo se desequilibra porque su pie derecho está arriba del izquierdo y esto hace que el cuerpo se mueva hacia la derecha.

La interpretación correcta es la de Monseñor Giulio Ricci, con el brazo derecho goteando sangre hasta el codo.
.
El goteo de la parte izquierda es hacia abajo ya que el brazo estaba en una posición un poco diferente, con la sangre goteando hacia abajo de la mano por la fuerza de la gravedad.

¿Jesús murió por asfixia?

Aparte del hecho de que el Evangelio dice otra cosa, esto no es posible debido a que la Sábana Santa documenta salida de sangre y suero del costado y esto, según los cardiólogos, es un signo probablemente de una muerte causada por la ruptura del corazón.

Piedra Constanza
Piedra Constanza

   

OTRA VARIANTE: ¿JESÚS FUE ATADO O CLAVADO EN LA CRUZ?

Recientemente la profesora Meredith Warren, profesora de estudios bíblicos y religiosos de la Universidad de Sheffield en Yorkshire, escribió un artículo titulado ¿Fue Jesús realmente clavado en la cruz?

Ella no niega la crucifixión de Jesús sino el método que usaron con Jesús.

Sostiene que los romanos no siempre clavaban a las víctimas en la cruz, a veces los ataban con cuerdas.

Y dice que la única evidencia arqueológica de la práctica de clavar a las víctimas, es un hueso del tobillo de la tumba de Johanam, ejecutado en el siglo primero.

La caja descubierta en 1970 contiene un hueso del talón con un clavo.

La Warren dice que Mateo, Marcos, Lucas y Juan hablan en los evangelios de la crucifixión, pero sólo Juan indica que se utilizaron clavos.

Y otra indicación es también de Juan refiriéndose a Tomás que dice Si no veo las marcas de los clavos en sus manos y pongo mi dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

En cambio el evangelio de Pedro, que es no canónico y no forma parte de la Biblia, dice que las manos de Jesús tenían clavos en su crucifixión y que se le retiraron después de su muerte.

La conclusión de la Warren es que la persistencia de la idea de que Jesús fue clavado en la cruz, es más una tradición cristiana que algo que se puede encontrar claramente en los evangelios.

Y observa que las primeras representaciones de Jesús no parecen mostrar sus manos clavadas en la cruz.
.
Por ejemplo la imagen de la piedra preciosa de Constanza que data del siglo cuarto después de Cristo.

Sin embargo hay otros que le critican, diciendo que estas imágenes tampoco muestran la cuerda con la que estaba atado.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Manual Católico para Semana Santa [qué hacer en cada día de la semana]

La liturgia de la Semana Santa surgió de la devoción de los primeros cristianos que peregrinaban a Jerusalén.

Y visitaban los lugares de la Pasión de Jesús:

Getsemaní, el Pretorio, el Gólgota, el Santo Sepulcro, tc.

misa de pascua con velas fondo

El primer documento conocido es el de un peregrina española llamada Egeria, que contiene una descripción de la liturgia de Semana Santa que se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 dC. Ver aquí.

A partir de ahí la Iglesia ha ido sofisticando sus celebraciones pascuales.

Cosa que trataremos en este artículo junto con una serie de recomendaciones de actividad para realizar cada día y la forma de ganar indulgencias.

    

HISTORIA Y SIGNIFICADOS DE LA PASCUA

Es la Fiesta anual que conmemora la muerte y resurrección de Jesucristo, y la fiesta principal del año cristiano.

Se celebra un domingo en fechas distintas, entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

Y por lo tanto, extendiéndose desde el domingo de Septuagésima (el noveno domingo antes de la Pascua) y el primer domingo de Adviento que se ajustan en relación con la fecha de la Pascua.

La Semana Santa que comienza en Domingo de Ramos, incluye el Viernes Santo, el día de la crucifixión y termina con el Sábado Santo.

Y la Octava de “Pascua” se extiende desde el Domingo de “Pascua” hasta el domingo siguiente.

Durante la Octava de “Pascua” en los primeros tiempos cristianos, los recién bautizados llevaban ropas blancas, que era el color litúrgico de “Pascua”, que significaban luz, pureza y gozo.

El agua bendecida en la Vigilia Pascual se usa para los bautismos en toda la temporada de pascua.

pascua judia

    

LA FIESTA DE LA PASCUA VINCULA EL ANTIGUO Y EL NUEVO TESTAMENTO

Hay una continuidad histórica y religiosa entre la Pascua judía y la cristiana ya que Cristo murió el primer día de la fiesta judía de la Pascua.
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La que celebra la liberación por mano de Dios del pueblo judío de la esclavitud de Egipto.

Tiene además un profundo simbolismo ya que la muerte de Jesucristo cumple la Antigua Ley, sobre todo en lo referente al cordero pascual que los judíos comen la noche víspera del 14 de Nisan.

El rito fundamental de la Pascua Judía era la cena en familia o en fraternidad, a base de cordero (signo de la compasión de Dios), pan ázimo (miseria sufrida), hierbas amargas (esclavitud) y salsa roja (trabajos forzados en Egipto).

Se conmemoraba la liberación de la servidumbre de Egipto, la alegría por la libertad adquirida y la espera de la venida salvadora del Mesías.

    

LA PASCUA DE CRISTO

La pasión de Jesús se desarrolla en un contexto pascual, ya que en ese tiempo tuvo lugar la última cena de Jesús, su prendimiento, su interrogatorio y su condena.

Según los sinópticos, Jesús fue condenado en la noche de Pascua y crucificado al día siguiente.

La última cena de Jesús fue pascual (Mc 14,12-26).

Los sinópticos ponen de relieve que la última cena es la Pascua nueva. Juan acentúa que Jesús es el nuevo cordero.

Hoy se interpreta que la última cena de Jesús fue un banquete, con los gestos del ritual judío de la comida, es decir, «bendición» del pan y «acción de gracias» por el vino después de haber cenado.

Los cuatro relatos evangélicos coinciden en señalar lo que Jesús hizo.

Jesús se compara a sí mismo con el pan (cuerpo) y el vino (sangre). 

Los dos gestos judíos de Jesús en la última cena pascual manifiestan el relieve eucarístico de la Pascua cristiana.
.
Hay una bendición sobre el pan y la copa; se ofrece el pan partido y la copa de vino, y se acompaña esta entrega con palabras significativas y eficaces.

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Uno de estos gestos, el de la fracción del pan, dará nombre a la eucaristía, denominada por Pablo «Cena del Señor».

   

LÍNEA DE TIEMPO DE LOS SUCESOS DE LA PASIÓN DE CRISTO

Para sacar provecho de la Semana Santa los católicos deben tener claro lo que sucedió con Jesús cada día de esa semana.

Este es un resumen de lo que sucedió.

   

Domingo de Ramos

Jesús emprendió su viaje a Jerusalén con los apóstoles.

Al llegar a una aldea, Jesús instruye a dos de sus discípulos para que le busquen un burro joven.

Se sube en el burro y va lentamente camino a Jerusalén cumpliendo la profecía de Zacarías 9: 9, donde dice que “el rey viene montado en un burro con la salvación”.

La muchedumbre lo recibe al canto de “Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor” y lo saluda con ramas de olivo.

Jesús termina de noche a 3 kilómetros de Jerusalén, en Betania.

   

Lunes Santo

Por la mañana Jesús y sus discípulos van a Jerusalén y en el camino maldice una higuera que no había dado frutos, lo que simbólicamente significa el juicio de Dios sobre los líderes religiosos de Israel.

Llegando al templo vuelca las mesas de los cambistas diciendo “mi templo será una casa de oración”.

Y termina en la noche en Betania en la casa de Lázaro.

   

Martes Santo

Va con sus discípulos a Jerusalén y frente a la higuera les habla de la importancia de la fe.

Los líderes religiosos organizan una emboscada para restarlo pero Jesús se evade, y allí es donde les dice serpientes, hijos de víboras, ataúdes blanqueados.

Luego va el Monte Los Olivos dónde pronuncia el discurso del Monte los Olivos, que contiene la profecía de la destrucción de Jerusalén, los eventos de los últimos tiempos, su segunda venida y el juicio final.

Jesús pasa la noche en Betania.

   

Miércoles Santo

No se registran mayores movimientos de Jesús, por lo que se supone que quedaron descansando en Betania antes de la Pascua.

Mientras tanto Judas Iscariote negocia la entrega de Jesús con los líderes religiosos por 30 monedas.

   

Jueves Santo

Jesús manda a sus discípulos a preparar la fiesta de Pascua en el Cenáculo.

Luego lava los pies a los apóstoles antes de comenzar la cena.

En la cena Jesús dice que estaba ansioso por comer esta cena de Pascua antes de que comience su sufrimiento y anuncia que no volverá a comer hasta que se cumpla el reino de Dios.

Luego Jesús parte el pan y distribuye el vino diciendo que es su cuerpo y su sangre, instituyendo la Eucaristía.

Y dando instrucciones a los apóstoles que recuerden permanentemente este sacrificio.

Le revela a Pedro que lo traicionara antes que el gallo cante tres veces.

Luego Jesús y los apóstoles se dirigen hacia el Huerto de Getsemaní, Jesús ora al Padre y suda gotas de sangre

Allí comienza a ver todos los pecados del mundo y es consolado por un ángel.

Finalmente sugiere al Padre que aparte de Él este sufrimiento, pero que lo importante es que se haga el plan de Dios.

Sus discípulos no le acompañan en esta agonía porque se duermen.

Luego salen a última hora de la noche y se encuentran con unos guardias armados y Judas Iscariote lo identifica con un beso para que lo arresten.

Es llevado a la casa del sumo sacerdote Caifás y allí comienzan las primeras flagelaciones.

El gallo canta tres veces y Pedro dice que no conoce a Jesús.

   

Viernes Santo

El viernes por la mañana Judas Iscariote se ahorca debido al remordimiento.

Jesús es llevado ante Pilato que le propone a la muchedumbre liberar a Jesús o a Barrabás.

La muchedumbre prefiere a Barrabás y Jesús es condenado a muerte, mientras Pilato se lava las manos.

Allí vienen las flagelaciones y le ponen en la cabeza la cruz de espinas.

Luego es obligado a cargar la cruz hacia el Calvario, en cuyo trayecto encuentra a Simón de Cirene que le ayuda a cargarla, y a la Verónica que le limpia el rostro con un pañuelo.

Jesús es crucificado entre 2 ladrones, a uno de los cuales promete que hoy estará en el cielo.

Y entrega a Juan a su madre.

Al mediodía se apodera de la zona una densa oscuridad.

Luego Jesús pronuncia sus últimas palabras “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” y “Padre en tus manos encomiendo Mi espíritu”.

A las 3:00 de la tarde muere Jesús, se raja el telón del templo, y hay un temblor de tierra por el que se abren las tumbas y resucitan los muertos.

Tres horas después Nicodemo y José de Arimatea bajan el cuerpo de Jesús de la Cruz y lo ponen en una tumba nueva.

   

Sábado Santo

En este sábado los soldados romanos custodian la tumba.

Y luego que cae el sol Nicodemo y las mujeres preparan el cadáver de Jesús con especias según el rito judío.

   

Domingo de Resurrección

María Magdalena y las otras mujeres van a la tumba y descubren que no hay nadie en ella y dos ángeles le dicen qué Jesús no está ahí y que ha resucitado de entre los muertos.

Ese día de resurrección los evangelios dicen que hizo al menos 5 apariciones: a María Magdalena, a Pedro a dos discípulos en el camino de Emaús, a todos los discípulos reunidos.

Y hay consenso entre los estudiosos de que apareció también a Su madre.

encendiendo el cirio de la vigilia pascual

   

LA ESTRUCTURA DE LA PASCUA CRISTIANA

Es posible que desde los primeros orígenes cristianos hubiese una celebración específica pascual cada año.

Recordemos que el domingo, día del Señor, fue fiesta pascual semanal.

Pero no es fácil precisar cuándo se hizo el tránsito de la pascua semanal a la pascua anual.

Algunos aseguran que antes del año 50 se celebraba una vigilia pascual en las Iglesias de Roma, Corinto, Asia Menor y Jerusalén.

Incluso hay quienes piensan que la Segunda Carta de Pedro es una homilía pascual pronunciada en Roma y dirigida a los cristianos de entonces como una especie de primera encíclica.

Lo cierto es que desde finales del siglo I l la Pascua anual es la fiesta más importante de la Iglesia.

De hecho, hubo en ese siglo, con respecto a la Pascua, dos corrientes que originaron una tensa controversia.

La corriente oriental defendía que la Pascua debía celebrarse el Viernes Santo, al atardecer, con una eucaristía.

La corriente occidental pensaba que había de festejarse en las primeras horas del domingo siguiente a ese viernes.

A finales del mencionado siglo, por decisión del papa Víctor, se impuso la tradición romana, y empezó a celebrarse la Pascua el Domingo de Resurrección.

La razón de la importancia cristiana de la Pascua es obvia: la fe cristiana es fe en la muerte y resurrección del Señor, o Pascua de Cristo.
.

Por consiguiente, el misterio pascual es el centro del cristianismo, de la Iglesia, de la acción pastoral y de la vida espiritual cristiana.

procesion de domingo de ramos

   

QUE ELEMENTOS DEVOCIONALES TIENE LA SEMANA SANTA

Durante la Semana Santa, la Iglesia sigue las huellas de su Maestro.

Todos los acontecimientos que conducen al arresto, al proceso y a la ejecución de Jesús son recordados y celebrados.

La Semana Santa, denominada antiguamente «semana mayor» o «semana grande» se compone de dos partes:
.
– el final de la Cuaresma (del Domingo de Ramos al Miércoles Santo), y
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– el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado-Domingo).

   

EL DOMINGO DE RAMOS

La Semana Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual.
.
La vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes).

Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado.

Debido a las dos caras que tiene este día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (cara dolorosa).

Por esta razón, el Domingo de Ramos -pregón del misterio pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la eucaristía.

Los ramos nos muestran que Jesús va a sufrir, pero como vencedor; va a morir para resucitar.

En resumen, el domingo de Ramos es inauguración de la Pascua, o paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.

   

LA SEGUNDA PARTE DE LA SEMANA

La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual, que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús, desarrollados en tres días.

Según los tres sinópticos, Jesús sube a Jerusalén una sola vez, y entra en ella triunfalmente (Domingo de Ramos), despliega su última actividad durante cinco días y, finalmente, es arrestado (Jueves Santo) y crucificado (Viernes Santo).

Jesús no rehuye la muerte, pero tampoco la busca directamente. De hecho, es Judas quien lo delata.

La pasión comienza bíblicamente con el prendimiento de Jesús; litúrgicamente, con la entrada en Jerusalén.

Los cuatro relatos de la Pasión siguen una sucesión parecida de acontecimientos, con cinco secuencias: arresto, proceso judío, proceso romano, ejecución y sepultura.

Jesús fue condenado a muerte y crucificado por blasfemo religioso, alterador del orden público, falso profeta, quebrantador del sábado y purificador del Templo.

La muerte de Jesús es consecuencia de su obrar.

Pero, una vez aceptado que la cruz es consecuencia del proceder de Jesús, la resurrección debe entenderse como toma de posición de Dios en favor de Jesús y, por tanto, como iluminación de la cruz.

Jesús no queda en poder de la muerte, sino fuera de la misma.

La cruz de Jesús no se entiende si no es desde la totalidad de su vida; pero, a su vez, su muerte no tiene sentido si no es por la resurrección.

Ultima cena San Giorgio Maggiore

   

10 MANERAS DE CONTEMPLAR LA PASIÓN DE CRISTO

En esta Pascua que se inicia nos gustaría proponerte diez maneras de meditar la pasión, el sufrimiento y la muerte de Jesús.

   

1 – A través de los Evangelios

Medita en oración la historia de la Pasión en los cuatro Evangelios, cada Evangelio tiene dos capítulos sobre la pasión de Cristo, léalos aquí:

   

2 – Contempla la Cruz 

Pasa algún tiempo en la contemplación silenciosa ante un crucifijo. Contempla con amor la cabeza coronada de espinas.

Entonces contempla las cinco llagas sagradas de las que la sangre fluía por la salvación eterna.

Acércate y besa las heridas expresando tu sincero agradecimiento.

La Pasión de Cristo de Hans Memling

   

3 – Recorre el Vía Crucis 

Haz el Camino de la Cruz. Camina lentamente y en oración contemplando las catorce estaciones del Vía Crucis. 

Ve con la Virgen, Juan y la Magdalena acompañando a Jesús el hombre de dolores en su pasión.

En oración, pídele al Espíritu Santo cuál de las catorce estaciones toca más profundo tu corazón.

Puedes recorrerlo en cualquiera de estas versiones:

   

4 – Mira una Película sobre el tema 

Por ejemplo La Pasión de Cristo.

Sin embargo, no la veas simplemente como alguna versión de Hollywood ganadora de un Oscar en la temporada.

¡No! Más bien contempla la película.

Entra en el modo ignaciano de la contemplación.

Ponte presente allí y dispuesto a acompañar al Señor Jesús en el cuerpo, la mente y el corazón con la Virgen de los Dolores.

Contempla a Jesús cuando Él cuelga en la cruz.

Pero ve más profundo. Hazte amigo cariñoso de Jesús.

Habla con Jesús, comparte tus sentimientos con Jesús, tus penas, tus luchas, tus miedos, tus dudas, tus inseguridades, ansiedades, tus tentaciones e incluso sus pecados.

Dile a Jesús, cuando Él cuelga en la cruz, lo mucho que lo amas, lo mucho que deseas renunciar a tu pecado y cómo quieres estar con Él en el cielo para toda la eternidad.

Aquí hay dos películas que puedes ver:

La Pasión de Cristo

   

5 – Confiésate ante un sacerdote

¿Por qué no te arrodillas ante Jesús colgado en la cruz y con la contrición del corazón más profunda para expresar tu dolor por haber sido responsable de su pasión terrible y desgarradora?

Entonces, terminado este acto de contrición has la mejor confesión de toda tu vida.

El salvador sufriente te espera en este Sacramento de la Misericordia con los brazos y el corazón abierto al amor y te perdonará.

pasion de cristo oracion

   

6 – Medita en las siete últimas palabras que Jesús expresó en la cruz

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”

“Tengo sed”

“Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo ahí tienes a tu madre.”

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”.

“En verdad te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso.”

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”

“¡Está consumado!”

Puedes apoyarte en estos artículos:

   

7 – Ve a la Santa Misa la mayor cantidad de veces que puedas 

Con mucho, el mayor acto en la tierra es el Santo Sacrificio de la Misa celebrada en el altar.

De una manera invisible pero real en cada Misa se renuevan los frutos de la pasión y muerte de Jesús en el Calvario (ese primer Viernes Santo).

Asiste al Santo Sacrificio de la Misa; participa plenamente, activa y conscientemente.

Lo más importante, recibe la Eucaristía (por supuesto, si estas en el estado de gracia) con el mayor impulso de amor desde el fondo de tu corazón.

No hay mejor manera debajo de los cielos, en la tierra, para entrar en la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que el Santo Sacrificio de la Misa.

   

8 – Contempla la Preciosa Sangre 

Jesús derramó su preciosa sangre varias veces por la salvación de la raza humana, para que tu alma pudiera estar con Él para siempre en el cielo.

Pondera lentamente y en oración los diversos momentos que Él derramó Su preciosa sangre, comenzando con la circuncisión como niño pequeño.

A continuación, introdúcete en las distintas escenas en su vida, específicamente en su Pasión en la que Él derramó su preciosa sangre por amor a ti ya mí:

En el jardín donde enormes gotas de sangre se vertieron de sus poros.

La escena donde fue brutalmente azotado por el flagelo romano, lacerando su carne y dejando su cuerpo como una herida abierta.

Sufre esto para reparar los pecados contra la virtud de la pureza.

La Coronación de espinas, Su Sagrada Cabeza penetrada desde la raíz hasta su mismo cerebro con fuertes y penetrante espinas, afiladísimas.

El hombro abierto en el Calvario. San Bernardo y otros santos comentan el dolor insoportable que Él debe haber experimentado con la cruz y sus astillas perforando y penetrando su hombro.

El rasgado de las prendas. Al llegar el Calvario los soldados brutalmente arrancaron sus vestidos reabriendo de ese modo las heridas infligidas en la Flagelación del Señor, una vez más, en reparación por los pecados de impureza.

La Crucifixión. Los clavos machacados penetran sus manos y pies sagrados. Su Sangre Sagrada brota. A medida que se cuelga en la cruz su cuerpo Sagrado chorrea sangre goteando hasta el suelo.

Abre el corazón, incluso después de su muerte, Él todavía da de Su Preciosa Sangre.

Con la lanza, el soldado atraviesa su costado penetrando su Sagrado Corazón y Sangre y agua brotan.

entierro de cristo fernando botero

   

9 – Recorre los distintos pormenores de la semana que vivió Jesús

Hay un inconmensurable tesoro en las visiones de varios místicos, lee sus escritos a los que puedes acceder desde aquí:

   

VISIONES DE CATALINA EMMERICK

   

VISIONES DE MARÍA VALTORTA

   

10 – Mira a Nuestra Señora de los Dolores 

Al igual que en la película de Mel Gibson, “La Pasión de Cristo”, ¿por qué no tratar de vivir todos los diferentes momentos de la Pasión, el sufrimiento y muerte de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a través de los ojos y el corazón Doloroso e Inmaculado de María, la Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre nuestra?

Puedes apoyarte en estos artículos

Semana Santa Espana 2

   

QUÉ DEBE HACER UN CATÓLICO CADA DIA DE SEMANA SANTA

Además de las propuestas anteriores te proponemos actividades concretas para cada día de la semana. 

   

La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos como vimos.
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Recordamos la entrada triunfal de Jesucristo a la ciudad de Jerusalén montado en un burrito.

La gente le acompañaba con palmas y ramos, echándole porras por el camino.

Pero Jesús sabía que en pocos días esta misma gente le iba a llevar a la muerte.

El Domingo de Ramos hay que:
– participar en la procesión de ramos
– asistir a la Santa Misa y recibir la Santa Comunión
– leer el evangelio de Lucas 19, 29 – 44 o el que corresponda según el ciclo litúrgico

   

El Lunes Santo, Jesús entro a templo de Jerusalén y echó a todos los vendedores por que habían olvidado que la casa de Dios es un lugar sagrado de oración.

Hoy hay que:
– hablar a solas un buen rato con Cristo en el sagrario
– leer el evangelio de Lucas 19,45 – 20-7

El Martes Santo, Jesús estaba en la casa de un conocido cuando su amiga María le puso un perfume muy caro sobre la cabeza.

A María le regañaron, pero Jesús la defendió diciendo: “esto ha sido como una preparación para mi entierro”.

Hoy hay que:
– hablar a solas un buen rato con Cristo en el sagrario
– leer el evangelio de Mateo 26,6-13

Via Crucis del Colieo Romano Semana Santa 2010

   

El Miércoles Santo es el día que Judas se puso de acuerdo con los enemigos de Jesús para entregárselo por el precio de 30 monedas de plata.

¡Por unos miserables centavos Judas traicionó a su mejor amigo!

Hoy hay que:
– hacer mi examen de conciencia para mañana confesarme
– ofrecer un sacrificio por la conversión de los pecadores
– leer el evangelio de Juan 12, 1-8

   

El Jueves Santo es el día en que Jesús nos dejó el regalo más precioso de su amor: la Santa Eucaristía.

Prometió que estaría siempre entre nosotros y cambió el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre.

En la última cena con sus amigos, les hizo sus sacerdotes para que nunca nos faltara ese sacramento maravilloso.

Hoy hay que:
– confesarme y recibir la gracia del sacramento del perdón
– leer el evangelio de Mateo 26,14-16

El jueves santo en la noche o el viernes Santo en la mañana, se puede realizar la visita a las 7 iglesias.

Para agradecer a Jesucristo el don de la Eucaristía y acompañarle en la soledad y sufrimientos.

Se rezan 3 Padrenuestros en cada Iglesia.

Las meditaciones en cada Iglesia son:

En la primera se recuerda el recorrido de Jesús desde el Cenáculo hasta el huerto de Getsemaní donde suda sangre.

En la segunda, del huerto de Getsemaní hasta la casa de Anás donde fue interrogado y recibe una bofetada.

En la tercera, el camino a la casa de Caifás donde fue escupido y recibe injurias.

En la cuarta, comparece ante Pilatos y es acusado por los judíos.

En la quinta, compare ante el rey Herodes, donde lo injurian.

En la sexta, comparece ante Pilatos de nuevo, es coronado con espinas y condenado a muerte.

En la séptima, meditamos el vía crucis hasta el monte calvario llevando la cruz, su crucifixión, muerte y enterramiento, para luego resucitar.

cartel semana santa fondo

   

El Viernes Santo sucedieron muchas cosas tristes, entre ellas la muerte física del Señor.

A Jesús le agarraron sus enemigos mientras rezaba en el huerto, le llevaron a juicio con falsas acusaciones, le escupieron, le azotaron, le pusieron una corona de espinas, le cargaron con una cruz pesadísima y le calvaron en ella, dejándole morir como un criminal.

Sus amigos le dejaron solo en las manos de sus enemigos.

Hoy hay que:
– asistir a Misa de la Cena del Señor y comulgar
– acompañar a cristo durante la adoración nocturna
– leer el evangelio de Lucas 22,39 –23,49

   

El Sábado Santo es un día muy triste porque Jesús yace en su tumba y sus amigos creen que todo se acabó.

Pero también es un día de esperanza porque su madre, María, se acuerda de lo que dijo su hijo tantas veces en su vida: “Al tercer día resucitaré”.

Hoy hay que:
– rezar el rosario y consolar a María en su tristeza
– leer el evangelio de Lucas 23,50 – 56

   

El Domingo de Pascua es el día más feliz para el cristiano.

¡Jesús salió de su sepulcro! ¡Jesús cumplió su promesa!
.
¡Cristo mostró que el amor es más fuerte que la muerte!

Aunque esta vida se nos haga muy difícil y aunque mis propios pecados me pesen no puedo olvidarme de que Cristo me ha ganado el cielo.

Hoy hay que:
– asistir a la Santa Misa
– hacer mi propósito de cambio de vida
– festejar con mi familia el gran día de la resurrección

pascua de resurrección

   

COMO SE GANAN INDULGENCIAS DURANTE LA SEMANA SANTA

Durante la Semana Santa podemos ganar indulgencia plenaria para nosotros, o para los difuntos, cumpliendo algunas de las siguientes obras establecidas por el Magisterio de la Iglesia, con las condiciones acostumbradas (ver abajo las condiciones).

Obras que gozan del don de la Indulgencia Plenaria en Semana Santa:

   

JUEVES SANTO

Si durante la solemne reserva del Santísimo Sacramento, que sigue a la Misa de la Cena del Señor, recitamos o cantamos el himno eucarístico del “Tantum Ergo” (“Adorad Postrados”).

Si visitamos por espacio de media hora el Santísimo Sacramento reservado en el Monumento para adorarlo.

   

VIERNES SANTO

Si el Viernes Santo asistimos piadosamente a la Adoración de la Cruz en la solemne celebración de la Pasión del Señor.

   

SÁBADO SANTO

Si rezamos juntos el rezo del Santo Rosario.

   

VIGILIA PASCUAL

Si asistimos a la celebración de la Vigilia Pascual (Sábado Santo por la noche) y en ella renovamos las promesas de nuestro Santo Bautismo.

cristianos pascua pakistan fondo

   

CONDICIONES

Para ganar la Indulgencia Plenaria, además de haber realizado la obra requerida, se requiere el cumplimiento de las siguientes condiciones:

Exclusión de todo afecto hacia cualquier pecado, incluso venial.

Confesión sacramental, Comunión eucarística y Oración por las intenciones del Sumo Pontífice.

Estas tres condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de la ejecución de la obra enriquecida con la Indulgencia Plenaria; pero conviene que la comunión y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice se realicen el mismo día en que se cumple la obra.

Es oportuno señalar que con una sola confesión sacramental pueden ganarse varias indulgencias. Conviene, no obstante, que se reciba frecuentemente la gracia del sacramento de la Penitencia, para ahondar en la conversión y en la pureza de corazón.

En cambio, con una sola comunión eucarística y una sola oración por las intenciones del Santo Padre sólo se gana una Indulgencia Plenaria.

La condición de orar por las intenciones del Sumo Pontífice se cumple si se reza a su intención un solo Padrenuestro y Avemaría; pero se concede a cada fiel cristiano la facultad de rezar cualquier otra fórmula, según su piedad y devoción.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Mira las Leyendas que Sostienen que Jesús No Murió en la Cruz

Sobre la muerte de Jesús y su tumba hay varias leyendas no oficiales. 

Según los musulmanes otro fue crucificado por Jesús en la Cruz.

Para otros, los restos mortales del Mesías aún seguirían en alguna parte de Israel.

Otros defienden que éstos fueron encontrados por los templarios en Jerusalén y habrían sido trasladados a Francia y enterrados allí.

Obviamente no compartimos esto por la fe y por la gran cantidad de pruebas sobre su muerte.

Pero siempre es bueno estar informado de las cosas contrarias que dicen.

via crucis

Hay quienes aseguran que viajó a la India donde se casó y tuvo varios hijos para ser finalmente enterrado en Cachemira.
.
Sin embargo, hay quienes lo envían hasta Japón, donde también se habría casado, tenido hijos y vivido hasta una edad madura, para ser enterrado en ese país.

Sin embargo, la más conocida de las tumbas de Jesús es el Santo Sepulcro, en Jerusalén.
.
Además es la que tiene más pruebas.
.
En concordancia con los evangelios, el cuerpo muerto de Él estuvo depositado durante tres días hasta que resucitó y fue elevado a los cielos.

  

LAS EVIDENCIAS

La mayoría de los historiadores aceptan que Jesús fue un personaje histórico y que su crucifixión y muerte fue un evento histórico real.

Las fuentes son historiadores judíos y romanos como Josefo y Tácito, así como por docenas de escritos cristianos, incluyendo los Evangelios.

El relato es básicamente el mismo pero las precisiones históricas difieren en detalles que no cambian las sustancias.

La mayoría ubica la pasión de Jesucristo comenzando en el Jardín de Getsemaní o incluso en la Última Cena.

Y abarcan estos eventos más la traición de Judas y el arresto de Jesús.

Luego el juicio ante Pilato, la sentencia y la flagelación.

Y finalmente la crucifixión y muerte de Jesús, luego de lo cual vendrá la resurrección.

cristo cucificado

La evidencia muestra que la crucifixión se produjo en un lugar llamado Gólgota, que significa calvario o calavera por la forma del monte.

Allí Jesús llega transportando la cruz, es desnudado y clavado en ella y sobre su cabeza se pone el títulus “Rey de los Judíos”, donde se expresa la razón de la crucifixión.

Su cruz estaba en medio de delincuentes crucificados en el mismo momento.

Después de unas horas los soldados verifican que Jesús murió, hiriéndolo en un costado con una lanza, constatando que ya no tiene vida.

Y luego el cuerpo es bajado de la cruz y enterrado en una tumba nueva, que se cierra con una piedra para evitar que se roben el cadáver.

El historiador Josefo escribió lo siguiente 60 años después de la muerte de Jesús,

«En este momento apareció Jesús, un hombre sabio, porque era un hacedor de hechos asombrosos, un maestro de personas que reciben la verdad con mucho gusto.

Ganó muchos seguidores entre muchos judíos y entre muchos de origen griego.

Cuando Pilato, debido a una acusación hecha por nuestros líderes, lo condenó a la cruz, los que lo habían amado previamente no dejaron de hacerlo.

Hasta este mismo día, la tribu de los cristianos (que lleva su nombre) no se ha extinguido.»

Y el historiador Tácito escribe 20 años después y dice,

«Christus, de quien se deriva su nombre [cristianos], fue ejecutado a manos del procurador Poncio Pilato en el reinado de Tiberio…»

De lo mismo da testimonio el historiador Plinio.

Sin embargo a pesar de estos testimonios de historiadores independientes y de autores cristianos que vivieron en la época, hay algunos que sostienen que Jesús no murió en la cruz.

En este artículo mencionaremos las principales versiones y veremos qué sus interpretaciones tienen un interés propagandístico muy marcado.

Veamos las principales leyendas sobre su paradero.

Pero sin perder de vista que la crucifixión, muerte y resurrección de Jesús es el centro de lo creen los cristianos y así también lo cree la mayoría de la comunidad de historiadores que estudiaron los hechos.

  

LOS MUSULMANES DICEN QUE JESÚS NO FUE CRUCIFICADO

El Islam enseña que Jesús no fue crucificado.

En cambio los musulmanes creen que fue elevado corporalmente al cielo por Dios. 

Los musulmanes rechazan la visión cristiana trinitaria de Dios, y por consiguiente, que Jesús no era Dios encarnado.

También rechazan la idea de que Jesús expió los pecados de la humanidad cuando sufrió en la cruz, al negar la crucifixión por completo.
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Pero, la evidencia de la historicidad de la crucifixión es abrumadora.

Esta hipótesis la trataremos más extensamente y la responderemos porque viene de un grupo religioso importante, en cambio las otras son especulaciones de algunos personajes.

  

LO QUE DICE EL CORÁN

Este argumento tiene sus raíces en el Corán:

“Eso me dijeron, ‘Nosotros matamos  a Cristo Jesús el hijo de María, el Mensajero de Allah’, 

– pero no le mataron ni le crucificaron, sino lo que se hizo fue aparecerse a ellos,

y los que discrepan sobre él están llenos de dudas, sin conocimiento (cierto), pero sólo siguen conjeturas, porque ciertamente no le mataron:

– ¡No, Dios lo resucitó para sí; y Allah es poderoso, sabio…” (4:157-158)

Las opiniones varían, pero en general nos encontraremos con una de estas tres conclusiones al hablar con los musulmanes acerca de la crucifixión:

Jesús sobrevivió a la crucifixión.
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Dios hizo puso otra persona parecida a Jesús.
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La crucifixión simplemente no ocurrió.

cristo de salvador dali

  

JESÚS SOBREVIVIÓ A LA CRUCIFIXIÓN

Según el punto de vista islámico, la muerte de Jesús en la cruz habría significado el triunfo de sus enemigos, pero como el verso del Corán dice, “porque ciertamente no lo mataron.”
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Si la Crucifixión fue así, entonces Jesús debe haber sobrevivido a la terrible experiencia.

Esto no es apoyado por la evidencia disponible.

Los cuatro evangelios describen los acontecimientos de tal manera que no puede haber ninguna duda de que Jesús murió como resultado de haber sido crucificado.

En Mateo 27, José de Arimatea pide el cuerpo de Jesús, a fin de brindar un entierro digno, a lo que Poncio Pilatos está de acuerdo.

Los romanos, que manejaron la transferencia habrían sabido con certeza que Jesús estaba muerto.

Incluso los fariseos sabían esto y pidieron que la tumba tuviera vigilancia para que los discípulos no pudieran robar el cuerpo y afirmar falsamente que él había resucitado (vv. 45-66).

Marcos y Lucas registran el caso de la misma manera.

Marcos, sin embargo, revela otro detalle: en su Evangelio, Pilato pide específicamente la confirmación de que Jesús estaba muerto antes de entregar el cuerpo a José de Arimatea (15:44-45).

El Evangelio de Juan también revela un detalle crítico.

Según él, los soldados romanos vinieron a romper las piernas de los crucificados.

Y cuando vieron que Jesús ya estaba muerto, le abrieron el costado con una lanza y, en consonancia con los otros evangelios, su cuerpo fue entregado a José para el entierro.

  

DIOS PUSO A OTRA PERSONA PARECIDA A JESÚS

Esta también se conoce como la Teoría del Sustituto en la Crucifixión.
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La mayoría de los musulmanes creen que Jesús fue levantado al cielo por Dios, y otra persona parecida a él fue crucificada en su lugar.
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Los eruditos musulmanes han debatido sobre la identidad del sustituto, con el sustituto más popular siendo Judas Iscariote.

Una fuente popular que algunos apologistas musulmanes señalan es el llamado “Evangelio de Bernabé.”

Este documento se afirma que ha sido escrito por el discípulo Bernabé a petición del propio Jesús.

En él, el autor afirma que Judas fue transformado por Dios a la semejanza de Jesús y luego crucificado.

El único problema para el apologista musulmán es que los académicos son prácticamente unánimes en su acuerdo de que el Evangelio de Bernabé es una falsificación medieval.

La lista de los anacronismos y errores históricos que contiene son amplios, y la evidencia de que existía antes de la época medieval es prácticamente inexistente.

  

LA CRUCIFIXIÓN SIMPLEMENTE NO SE PRODUJO

La tercera y más popular objeción a la Crucifixión entre los apologistas musulmanes es el argumento de que eso nunca sucedió.
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En su opinión, los relatos de los Evangelios del evento se han corrompido y están cargados de errores y falsedades.

Pero la evidencia de la muerte de Jesús en la cruz puede ser verificada por fuentes fuera del Nuevo Testamento. 

Los Padres de la Iglesia fueron unánimes en este punto. Ignacio de Antioquía, escribiendo a principios del siglo II, nos dice:

Él era verdaderamente de la simiente de David según la carne, y el Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios.

Él realmente nació de una virgen, fue bautizado por Juan, con el fin de que toda justicia se cumpliera por Él.

fue verdaderamente, en tiempos de Poncio Pilato y Herodes el tetrarca, clavado [en la cruz] para nosotros en su carne. 

De este fruto somos bendecidos por Su divina pasión, para que pudiera establecer un estándar para todas las edades, a través de su resurrección, a sus santos y fieles [los seguidores], ya sea entre los judíos o gentiles, en el único cuerpo de su Iglesia. (Carta a los de Esmirna, Capítulo 1).

Ignacio nos dice que Jesús fue ciertamente clavado en la cruz. El término “a través de su resurrección” implica que él murió.

Otro ejemplo de principios del siglo II nos viene de San Policarpo, quien escribió:

Porque todo aquel que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es anticristo, y el que no confiesa el testimonio de la cruz es del diablo.

Y todo aquel que pervierte las palabras de Dios a sus propias concupiscencias, y dice que no hay ni una resurrección ni juicio, es el primogénito de satanás…

Permítanos entonces perseverar continuamente en nuestra esperanza, que es Jesucristo, quien llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero (Carta a los Filipenses, capítulo 7, 8).

Hay muchas más frases como estas de los primeros escritores cristianos.

Si el apologista musulmán no está dispuesto a aceptar estas citas porque son de fuentes cristianas, puede considerar este relato del historiador judío Josefo:

Ahora, estaba en este tiempo Jesús, un hombre sabio.

Pues era un hacedor de maravillas, un maestro de los hombres que reciben la verdad con placer. 

Atrajo hacia sí a muchos de los judíos y muchos de los gentiles. 

Y cuando Pilato, por sugerencia de los hombres principales de entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que le amaron desde el principio no dejaron de hacerlo; y la carrera de los cristianos, así llamados por él, no se ha extinguido aún ahora (J. Klausner, Jesús de Nazaret , p. 55).

Tácito, historiador y senador romano, también confirma la historicidad de la crucifixión:

Christus, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena capital durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilatos … (Anales , 15.44, traducción del latín de la Iglesia AJ y WJ Brodribb).

Estos dos relatos de fuentes no cristianas no tienen nada que ganar mediante la propagación de una falsedad. 

El Corán, por el contrario, está en situación de ganar al negar la Crucifixión.

tumba de cristo en la india
Supuesta tumba de Jesús en Cachemira

  

LA CONEXIÓN CACHEMIRA DE JESÚS

Allí, budistas, musulmanes, hindúes y cristianos veneran la tumba de un santo profeta llamado Yus Asaf que traducido sería Jesús el Captador.
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Y muchos identifican esta tumba como la de Jesús de Nazaret.

Se dice que Jesús habría sobrevivido la crucifixión, salió de Jerusalén y se dirigió con su madre María y Tomás a la India.

Buscando a las diez tribus perdidas de Israel que se creían diseminadas por las comarcas de Afganistán y Cachemira.

Pero María no llegaría a ver el llamado “Paraíso sobre la Tierra”.
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No soportando ya más las penalidades del largo viaje María muere en el pequeño pueblo de Murree que se llamaba así aún hasta 1875, en memoria de la madre de Jesús, María.
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El lugar en que está enterrada María se conoce con el nombre de Pindi Point.
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Y la sepultura misma se conoce por el nombre de Mai Mari de Asthan, significando “lugar de descanso de la madre María”.

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De acuerdo con la costumbre judía la tumba está orientada de Este a Oeste.

Desde Murree, Jesús prosiguió su avance hacia Srinagar entrando en Cachemira a través de valle que hasta hoy sigue llamándose “Yusmarg”, para recordar que es el valle por el que Yusu o Jesús, entró en Cachemira.

Situado a unos 40 kilómetros al Sur de Srinagar, capital de Cachemira, el prado de Jesús está habitado por la raza judía de los Yadu.

Que viven ahí en devota condición secular de habitar el lugar elegido por Jesús para entrar en Cachemira.

En Cachemira Jesús tuvo hijos con una mujer llamada Marjan.

Se dice allí que Jesús, al sentir la aproximación de su muerte, envió a buscar a su discípulo Ba’bat (Tomás) y le expresó su último deseo referente a la continuación de su misión.

Indicó a Tomás que construyera una tumba sobre su cuerpo en el lugar exacto en que expirase.

Se estiró entonces con sus piernas dirigidas hacia el Oeste y su cabeza hacia el Este y murió.

La tumba que, según el relato anterior, fue en principio erigida por Tomás sobre el cuerpo de Jesús, en el sitio exacto donde éste expiró.

Está situada en el distrito Khanyar, en pleno centro de la ciudad de Srinagar, capital de Cachemira.

También según parece,  hay una leyenda de que Moisés está enterrado en Cachemira.

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LA CONEXIÓN FRANCESA

Se habla del Monte Cardou (sur de Francia).
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Richard Andrews y Paúl Schellenmerger, publicaron un libro La tumba de Dios (1996), en donde se señala que la tumba estaría en las laderas del monte Cardou, cerca del mítico pueblo de Rennes Le Chateau.

Comentan los autores señalados, que Jesús sobrevivió a la crucifixión y fue ocultado por José de Arimatea, siendo José quien le ayudó a huir de Judea para ir a Languedoc.

En esta hipótesis aparece la familia que fundó con María Magdalena, dando lugar a la estirpe de los Merovingios.

Se añade además otra hipótesis de que efectivamente murió en la cruz.

Sus restos habrían sido robado por sus discípulos para embalsamarle y darle una sepultura lejos de allí, en el sur de Francia.

tumba-de-jesus

  

JAPÓN, LA TUMBA EN EL PUEBLO SHINGO Y SU FIESTA DE JUNIO

Jesús no murió en la cruz sino en Japón donde tiene su tumba.
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Dicen que murió a los 106 años y su fiesta se celebra el 10 de  junio.

Los japoneses realmente creen en una leyenda que celebran cada año, en el mes de junio, “El Espíritu del Hijo de Dios”.

En la fiesta conocida como Festival de Shingo, que se celebra desde 1964.

En Japón, en la prefectura de Aomori, entre el lago Towada y Hachinohe, se encuentra un pueblo de apenas 3.000 almas, Shingo (literalmente “pueblo nuevo”).

Parte del cual era conocido antes como Herai, que sigue siendo el nombre de la montaña en la parte oriental de la aldea.

Shingo tiene un pequeño rincón marcado por dos cruces de madera en un pequeño monte.

Lugar donde extrañas tablas manuscritas afirman que está la verdadera tumba de Jesús.

Y esto resulta extraño, ya que en Japón tan sólo un 1 % profesa la fe cristiana.

El pueblo de Shingo está ubicado en una parcela montañosa de bosques de pinos, arrozales y árboles de manzana a seis horas de Tokio.

Conocido por su helado de ajo, y la emigración rápida de sus jóvenes a las ciudades cercanas.

  

LA VERDADERA HISTORIA DE JESÚS SEGÚN LOS JAPONESES

En la versión bíblica de la historia más grande jamás contada, Jesucristo fue crucificado en el Calvario y resucitó de entre los muertos tres días más tarde para salvar a la humanidad del pecado.

No es así, dice la leyenda local de Shingo, fue crucificado su hermano Isukuri.
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En realidad, Cristo se escapó de las garras de los romanos, huyó a través de tierra firme llevando las orejas cortadas de su hermano y un mechón de pelo de la Virgen María.
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Y se dedicó a la vida en el exilio en el aislamiento de nieve del norte de Japón.

El verdadero Jesucristo se casó con una mujer llamada Miyuko, fue padre de tres hijas y murió a la edad de 106 años.

Dos cruces de madera fuera de la aldea marcan las tumbas de los hermanos de Galilea.

Y un museo muestra que el hombre a quien llamamos Jesucristo, era conocido por estos lares como el agricultor de ajo y arroz Daitenku Taro Jurai.

  

LA TUMBA DEL «JESÚS DE JAPÓN»

La tumba de Jesús (conocida con el nombre de Kirisuto-no-haka) en el pueblo de Shingo se encuentra ubicada en las afueras, en medio de un verde bosque de inhóspito acceso.

Y el pueblo se ha vuelto famoso por la gran figura que resguarda, a lo que algunos, intentan sacarle algún provecho turístico.

La tumba de la derecha está dedicada a Jesucristo (Daitenku).
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Donde está enterrado su cadáver y el mechón de pelo de la Virgen María.
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Mientras que la tumba de la izquierda conmemora a su hermano, Jsus Chri (Isikuri), donde están enterradas sus orejas.
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Todo esto está escrito en un supuesto testamento de Jesucristo.

Frente a dichas cruces están las lápidas de los presuntos descendientes de Cristo, la familia Sawaguchi.

Baile en Shingo en la tumba de Jesus

  

JESÚS HABÍA ESTADO ANTES DE SU MINISTERIO PÚBLICO EN JAPÓN

En una tabla junto a la tumba se lee:

“Cuando Jesucristo tenía 21 años llegó a Japón para buscar el conocimiento de la divinidad durante 12 años.”

Después de más de una década de estudio en algún lugar cerca del monte Fuji, y en ese momento hablando con fluidez en japonés, regresó a Judea, con 33 años

Pero sus enseñanzas fueron rechazadas y lo arrestaron.

Su hermano tomó su lugar en la cruz y Daitenku comenzó el segundo viaje de 10,000 millas de regreso a su país de adopción.

Esta leyenda que se trasmitía oralmente, se refrendó en 1933, cuando documentos, que se dice escritos en japonés arcaico, fueron descubiertos en las manos de un sacerdote sintoísta en las afueras de Tokio.

En los que Jesús deja testimonio y detalla su vida en Japón hasta su muerte.

Sin embargo, muy pocos llegaron a interpretar este documento ya que fue incautado por las autoridades japonesas, quienes lo llevaron a Tokyo, poco antes de que iniciará la Segunda Guerra Mundial.

Desde entonces, no se ha vuelto a saber de él, algunas fuentes dicen que resulto destruido en los bombardeos de la guerra con EEUU.

En el museo (inaugurado en 1935) se muestra una copia en japonés actual,  supuestamente fiel del manuscrito.

El sitio de la tumba de Jesucristo, se ha convertido en un parque público, con jardines, aparcamiento, fuentes, e incluso el museo.

Y está atrayendo cada año a unos 10.000 visitantes.

Esto representa un ingreso considerable para esta región, lejana de ejes de comunicación principales.

  

LA VINCULACIÓN HEBREA DEL PUEBLO

El museo dice que el nombre de la aldea era antiguamente Herai que suena más en hebreo que japonés.
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Y señala similitudes extrañas entre la cultura local y las canciones y el idioma del Medio Oriente.
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Incluyendo un mantra cantado por generaciones en Shingo que, según se alega, no tiene ninguna semejanza con el japonés y el puede ser un antiguo enigma hebreo-egipcio.

El aldeano, Yoshiteru Ogasawara, dice:

“Siempre hubo costumbres extrañas aquí y la gente no sabía cómo explicar”

Durante generaciones, según él, los niños fueron bendecidos con un signo negro de la cruz en sus frentes “a pesar de que no es un lugar cristiano en absoluto”.

Otros aldeanos dicen que los recién nacidos eran cubiertos con ropas marcadas con la estrella de David.

De vez en cuando un bebé de ojos azules nacía y algunas personas dicen que estos niños son los descendientes de los colonos originales”.

“Luego nos enteramos de estos pergaminos antiguos que decían que Jesús había venido a Japón, y ponemos todo junto.”

En el año 2004, el Embajador de Israel visito el pueblo de Shingo y donó una placa con la inscripción en hebreo donde se hermana con la zona.

Gil Haskel, de la Embajada de Israel en Tokio dice que es posible que haya habido una migración de las tribus hebreas de Occidente a Oriente, y a Japón a través de Rusia, a pesar que la Embajada considera que es poco probable, y la placa es simplemente un símbolo de la amistad al lugar.

Los miembros de la familia Sawaguchi, supuestos descendientes de Jesús, son más altos que el promedio, su nariz es más larga que la media, más ligera la tez de la piel, y su escudo familiar es parecido al de la estrella de David.

Otro elemento a añadir es la indumentaria tradicional de la zona que parece al típico traje hebreo.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Desde Jesús cargando la cruz hasta sus palabras en la cruz , visiones de la beata Ana Catalina Emmerick

Jesus Crucificado en la Basilica del Santo Sepulcro en Tierra Santa

JESÚS CARGA CON SU CRUZ HASTA EL CALVARIO

Cuando Pilatos salía del Tribunal, una parte de los soldados lo siguió y formó ante el palacio; una pequeña escolta se quedó con los condenados. Veintiocho fariseos armados, entre los cuales estaban los seis enemigos de Jesús que habían estado presentes en su arresto en el huerto de los Olivos, vinieron a caballo para acompañarlo al suplicio. Los verdugos condujeron a Jesús al centro de la plaza, adonde fueron los esclavos a dejar la cruz a sus pies. Los dos brazos estaban provisionalmente atados a la pieza principal con cuerdas. Jesús se arrodilló, la abrazó y la besó tres veces, dirigiendo a su Padre acciones de gracias por la Redención del género humano. Como los sacerdotes paganos abrazaban un nuevo altar, así Nuestro Señor abrazaba su cruz. Los soldados, con gran esfuerzo, colocaron la pesada carga de la cruz sobre el hombro derecho de Jesús. Vi a ángeles invisibles ayudarlo, pues si no, no hubiera podido con ella; mientras Jesús oraba, pusieron sobre el cuello a los dos ladrones las piezas traveseras de sus cruces, atándoles las manos a ellas; las piezas grandes las llevaban esclavos. La trompeta de la caballería de Pilatos tocó, y uno de los fariseos, a caballo, se acercó a Jesús, arrodillado bajo su carga, y le dijo: «Ahora se han acabado las bellas palabras. ¡Arriba!» Lo levantaron con violencia, y sintió asentarse sobre sus hombros todo el peso que nosotros deberemos llevar después de él, según sus santas palabras. Entonces comenzó la marcha triunfal del Rey de Reyes; tan ignominiosa sobre la tierra y tan gloriosa en el cielo.

Mediante cuerdas atadas al pie de la cruz, dos soldados la sujetaban en el aire por detrás; otros cuatro sostenían las cuerdas atadas a la cintura de Jesús. Nuestro Señor, temblando bajo su peso, recordó a Isaac llevando a la montaña la leña destinada a su sacrificio. La trompeta de Pilatos dio la señal de la marcha; el gobernador en persona quería ponerse a la cabeza de un destacamento para impedir todo movimiento tumultuoso. Iba a caballo, cubierto con sus armaduras, y rodeado de sus oficiales y de la tropa de caballería. Detrás de ellos iba un cuerpo de trescientos hombres de infantería, todos ellos de las fronteras de Italia y Suiza; delante iba una trompeta que tocaba en todas las esquinas y proclamaba la sentencia. A pocos pasos, seguía un numeroso grupo de hombres y chiquillos, que llevaban cordeles, clavos, cuñas y cestas que contenían diferentes objetos; otros, más robustos acarreaban palos, escaleras y las piezas principales de las cruces de los dos ladrones. Todavía más atrás se veía a algunos fariseos a caballo y un joven que sujetaba contra el pecho la inscripción que Pilatos había mandado escribir para la cruz; éste llevaba también, en la punta de un palo, la corona de espinas de Jesús, que no habían querido dejarle sobre la cabeza mientras llevaba la cruz. Este joven no parecía tan malvado como el resto. Finalmente, iba Nuestro Señor, con los pies desnudos y ensangrentados, abrumado bajo el peso de la cruz, temblando, y lleno de llagas y heridas, sin haber comido, ni bebido, ni dormido desde la cena de la víspera, debilitado por la pérdida de sangre; devorado por la fiebre y la sed, y asaeteado por dolores infinitos; con la mano derecha sostenía la cruz sobre su hombro derecho; con la mano izquierda, exhausta, hacía de cuando en cuando el esfuerzo de levantarse su larga túnica, con la que tropezaban sus pies heridos. Cuatro soldados sostenían a distancia las puntas de los cordeles atados a la cintura de Jesús; los dos de delante tira­ban, los que le seguían le empujaban, de suerte que no podía asegurar un paso; sus manos estaban heridas por las cuerdas con que las había tenido atadas, su cara estaba ensangrentada e hinchada; su barba y sus cabellos manchados de sangre, el peso de la cruz y las cadenas apretaban contra su cuerpo el vestido de lana, que se pegaba a sus llagas y las abría. A su alrededor no había más que burlas y crueldades, pero su boca rezaba y sus ojos perdonaban. Detrás de Jesús iban los dos ladrones llevados también por cuerdas con los brazos atados a los travesaños de sus cruces separados del pie. No tenían más vestidos que un largo delantal; la parte superior del cuerpo la llevaban cubierta con una especie de escapulario sin mangas, abierto por los dos lados; y en la cabeza un gorro de paja. El buen ladrón estaba tranquilo, pero el otro, por el contrario, no cesaba de quejarse y protestar. La mitad de los fariseos a caballo cerraban la marcha; algunos corrían acá y allá para mantener el orden. A una distancia bastante grande venía la escolta de Pilatos. El gobernador romano vestía su uniforme de batalla en medio de sus oficiales. Precedido por un escuadrón de caballería y seguido de trescientos infantes, atravesó la plaza y entró en una calle bastante ancha; se movía por la ciudad para prevenir cualquier insurrección popular.

Jesús fue conducido por una calle estrecha y que daba un rodeo para no estorbar a la gente que iba al Templo ni a la tropa de Pilatos. La mayor parte de la población se había dispersado tras la condena de Jesús. Una gran parte de los judíos se fueron a sus casas o al Templo a fin de acabar los preparativos para sacrificar el cordero pascual; no obstante, la multitud era todavía numerosa y corrían en desorden para ver pasar la triste procesión; la escolta de los soldados romanos impedía que se acercasen en exceso, y los curiosos tenían que dar la vuelta por las calles que atravesaban y correr delante para verlos. Casi todos ellos llegaron al Calvario antes que Jesús. La calle por donde pasaba Jesús era muy estrecha y sucia; sufrió mucho pasando por allí, porque los esbirros lo atormentaban con las cuerdas; el pueblo lo injuriaba desde las ventanas, los esclavos le tiraban lodo e inmundicias, y hasta los niños cogían piedras y se las lanzaban o se las echaban bajo los pies.

 

PRIMERA CAÍDA DE JESÚS BAJO EL PESO DE LA CRUZ

La calle, poco antes de su fin, torcía a la izquierda; se ensanchaba un poco, e iniciaba una cuesta. Había por allí un acueducto subterráneo, que venía del monte de Sión. Antes de la subida había un hoyo que, cuando llovía, con frecuencia se llenaba de agua y lodo, por cuya razón habían puesto una piedra grande sobre él para facilitar el paso. Cuando Jesús llegó a este sitio, ya no podía andar. Pero, como los verdugos tiraban de él y lo empujaban sin misericordia, se cayó a lo largo contra esta piedra, y la cruz cayó a su lado. Los verdugos se detuvieron, llenándolo de imprecaciones y pegándole. En vano Jesús tendía la mano para que lo ayudasen. «¡Ah! — exclamó—, pronto se acabará todo», y rogó por sus verdugos. Mas los fariseos gritaron: «Levantadlo, si no se nos morirá en las manos.» A ambos lados del camino había mujeres llorando y niños asustados. Sostenido por un socorro sobrenatural, Jesús levantó la cabeza; y aquellos hombres atroces, en lugar de aliviar sus tormentos, le pusieron entonces la corona de espinas. Una vez lo hubieron puesto en pie, le cargaron de nuevo la cruz sobre los hombros y, a causa de la corona, con dolores infinitos, tuvo que ladear la cabeza para poder acomodar sobre su hombro el peso de la cruz y así continuó su camino, cada vez más duro.

 

SEGUNDA CAÍDA DE JESÚS

Jesús se encuentra con su Sagrada Madre

La Bendita Madre de Jesús se había ido de la plaza, después de pronunciada la inicua sentencia, acompañada de Juan y de algunas mujeres. Recorrieron muchos sitios santificados por los padecimientos de Jesús, pero cuando el sonido de la trompeta, el tumulto de la gente y la escolta de Pilatos anunciaban la subida al Calvario, no pudo resistir el deseo de ver a su Divino Hijo, y pidió a Juan que la condujese a uno de los sitios por donde Jesús debía pasar; se fueron a un palacio, cuya puerta daba a la calle en la que Jesús cayó por primera vez bajo la cruz; era, si no me equivoco, la residencia del Sumo Pontífice Caifás, cuyo Tribunal está en la llanura de Sión. Juan obtuvo de un criado compasivo el permiso para ponerse en la puerta con María. Con ellos estaban, además, un sobrino de José de Arimatea, Susana, Juana Cusa y Salomé de Jerusalén. La Madre de Dios estaba pálida, y con los ojos enrojecidos de tanto llorar, e iba cubierta con una capa gris azulada. Se oía ya el ruido acercándose, el sonido de la trompeta y la voz del heraldo publicando la sentencia en las esquinas. El criado abrió la puerta; el ruido era cada vez más fuerte y espantoso. María se puso de rodillas y oró. Tras su ferviente plegaria, se volvió hacia Juan y le dijo: «¿Me quedo? ¿Debo irme? ¿Cómo podré soportarlo?» Juan le contestó: «Si no te quedas a verlo pasar, luego lamentarás no haberlo hecho.» Se quedaron cerca de la puerta, con los ojos fijos en la procesión, que aún estaba distante pero iba avanzando poco a poco. La gente no se ponía delante de la comitiva sino a los lados y atrás. Cuando los que llevaban los instrumentos del suplicio se acercaron con aire insolente y triunfante, la Madre de Jesús se puso a temblar y a gemir, juntando las manos, y uno de esos hombres preguntó: «¿Quién es esta mujer que se lamenta?», y otro respondió: «Es la Madre del Galileo.» Cuando los miserables oyeron tales palabras llenaron de injurias a esta dolorosa Madre, la señalaban con el dedo, y uno de ellos cogió en sus manos los clavos con que debían clavar a Jesús en la cruz, y se los mostró a la Santísima Virgen, burlándose. Pero ella estaba mirando a Jesús, que se acercaba, y tuvo que sostenerse en el pilar de la puerta para no caer, pálida como un cadáver con los labios casi azules. Pasaron los fariseos a caballo, después el chico que llevaba la inscripción; detrás de éste su Santísimo Hijo Jesús, temblando, doblado, bajo la pesada carga de la cruz, inclinada su cabeza coronada de espinas. Echó una mirada de compasión sobre su Madre, tropezó y cayó por segunda vez sobre sus rodillas y manos. María, en medio de la inmensidad de su agonía, no vio ni a soldados ni a verdugos; no vio más que a su querido Hijo. Se precipitó desde la puerta de la casa entre los soldados que maltrataban a Jesús, cayó de rodillas a su lado y se abrazó a él. Yo sólo oí estas palabras: «¡Hijo mío!» y «¡Madre mía!», pero no sé si fueron realmente pronunciadas, o si las oí sólo en mi mente.

Siguió una momentánea confusión: Juan y las santas mujeres querían levantar a María. Los verdugos la injuriaban. Uno de ellos le dijo: «Mujer, ¿qué vienes a hacer aquí?, si lo hubieras educado mejor, no estaría ahora en nuestras manos.» Algunos soldados sin embargo tuvieron compasión. Y, aunque se vieron obligados a apartar a la Santísima Virgen, ninguno le puso las manos encima. Juan y las santas mujeres la rodearon, y ella cayó como muerta sobre sus rodillas, sobre la piedra angular de la puerta, donde quedó la huella de sus manos. Esta piedra, que era muy dura, fue transportada a la primera Iglesia católica, cerca de la piscina de Betesda, en el obispado de Santiago el Menor. Los dos discípulos que estaban con la Madre de Jesús se la llevaron al interior de la casa y cerraron la puerta. Mientras tanto, los esbirros levantaron a Jesús y le colocaron de otro modo la cruz sobre los hombros. Los brazos de la cruz se habían desatado. Uno de ellos había resbalado y era con el que Jesús había tropezado. Jesús lo llevaba ahora de tal modo que, por detrás, todo el peso de la pieza se arrastraba por el suelo. Yo vi acá y allá, en medio de la multitud que seguía a la comitiva profiriendo maldiciones e injurias, a algunas mujeres cubiertas con velos y derramando lágrimas.

 

TERCERA CAÍDA DE JESÚS

Simón el Cireneo

Tras recorrer un tramo más de calle, la comitiva llegó a la cuesta de una muralla vieja interior de la ciudad. Delante de ella había una plaza abierta de la que partían tres calles. En esta plaza, Jesús, al pasar sobre una piedra gruesa, tropezó y cayó: la cruz se deslizó de su hombro y quedó a su lado, y ya no se pudo levantar. Algunas personas bien vestidas que cruzaban por allí para ir al Templo exclamaban, compasivas: «¡Mira este pobre hombre, está agonizando!»; pero sus enemigos no tenían piedad de él. Esto causó un nuevo retraso: no podían poner a Jesús en pie y los fariseos dijeron a los soldados: «No llegará vivo al lugar de la ejecución; buscad un hombre que le ayude a llevar la cruz.» A poca distancia vieron a un pagano llamado Simón el Cireneo acompañado de sus tres hijos, que llevaba debajo del brazo un haz de ramas menudas, pues era jardinero y venía de trabajar en los jardines situados cerca de la muralla oriental de la ciudad. Estaba atrapado entre la multitud, y los soldados, habiendo reconocido por sus vestidos que era un pagano, y un trabajador de clase inferior, lo cogieron y le ordenaron que ayudara al Galileo a llevar su cruz; primero se negó, pero luego tuvo que ceder a la fuerza. Sus hijos lloraban y gritaban y algunas mujeres que lo conocían se hicieron cargo de ellos. Simón estaba muy disgustado y se sentía vejado al tener que caminar junto a un hombre que se hallaba en tan deplorable estado como Jesús: sucio, herido y con la ropa llena de lodo. Pero Jesús lloraba y lo miraba con tal ternura que Simón se sintió conmovido. Lo ayudó a levantarse y al instante los esbirros ataron sobre sus hombros uno de los brazos de la cruz. Él iba detrás de Jesús, a quien había aliviado de su carga. Se pusieron otra vez en marcha. Simón era un hombre robusto, de cuarenta años; sus hijos llevaban vestidos color rojo. Los dos mayores, de nombre Rufo y Alejandro, se unieron más adelante a los discípulos de Jesús. El tercero era mucho más pequeño, pero unos pocos años más tarde lo vi viviendo con san Esteban. Simón no había acarreado durante mucho rato la cruz, cuando se sintió profundamente tocado por la gracia.

 

EL LIENZO DE LA VERÓNICA

La comitiva entró en una calle larga que torcía un poco a la izquierda y que estaba cortada por otras calles que la cruzaban. Muchas personas bien vestidas se dirigían al Templo; algunas no querían ver a Jesús por el temor farisaico de contaminarse; otras, por el contrario, mostraban piedad por sus sufrimientos. La procesión había avanzado unos doscientos pasos desde que Simón ayudaba a Jesús a llevar la cruz, cuando una mujer de elevada estatura y de majestuoso aspecto que llevaba de la mano a una niña, salió de una hermosa casa situada a la izquierda y se puso a caminar delante de la comitiva. Era Serafia, mujer de Sirach, miembro del Consejo del Templo, a quien desde ese día se conoce como Verónica (de vera e icon, verdadero retrato). Serafia había preparado en su casa un excelente vino aromatizado, con la piadosa intención de dárselo a beber al Señor para refrescarlo en su doloroso camino al Calvario. Cuando la vi por primera vez iba envuelta en un largo velo y llevaba de la mano a una niña de nueve años que había adoptado; del otro brazo, llevaba colgando un lienzo, bajo el que la niña escondió una jarrita de vino al ver acercarse la comitiva. Los que iban delante quisieron apartarla, mas la mujer se abrió paso a través de la multitud de soldados y esbirros, y llegó hasta Jesús, se arrodilló a su lado y le ofreció el lienzo, diciéndole: «Permite que limpie la cara de mi Señor.» Jesús cogió el paño con su mano izquierda, enjugó con él su cara ensangrentada y se lo devolvió, dándole las gracias. Serafia, después de haberlo besado, lo metió debajo de su capa y se levantó. La niña tendió tímidamente la jarrita de vino hacia Jesús, pero los soldados no permitieron que bebiera. Lo inesperado del valiente gesto de Verónica había sorprendido a los guardias, y provocado una momentánea e involuntaria detención, que Verónica aprovechó para ofrecer el lienzo a su Divino Señor. Los fariseos y los alguaciles, irritados por esta parada y, sobre todo, por este testimonio público de veneración que se había rendido a Jesús, pegaron y maltrataron a Nuestro Señor, mientras Verónica entraba corriendo en su casa.

En cuanto estuvo dentro, extendió el lienzo sobre la mesa que tenía delante y cayó de rodillas casi sin conocimiento. La niña se arrodilló a su lado, llorando. Una amiga que fue a visitarla la halló así, junto al lienzo extendido, y vio que la cara ensangrentada de Jesús estaba estampada en él en todos sus detalles. Se quedó atónita, hizo volver en sí a Verónica y le mostró el lienzo, delante del cual ella se arrodilló, llorando y diciendo: «Ahora puedo morir feliz, pues el Señor me ha dado un recuerdo de sí mismo.» Este paño era de tela fina, tres veces más largo que ancho, y se llevaba habitualmente alrededor del cuello: era costumbre llevar un lienzo semejante al socorrer a los afligidos y a los enfermos, y limpiarles la cara con él en señal de dolor o de compasión. Verónica guardó siempre el lienzo en la cabecera de su cama. Después de su muerte fue para la Santísima Virgen, y luego para la Iglesia, por medio de los apóstoles.

 

CUARTA Y QUINTA CAÍDAS DE JESÚS

Las llorosas hijas de Jerusalén

La comitiva estaba todavía a cierta distancia de la puerta situada en la dirección sudoeste. Para llegar a ella, hay que pasar bajo una bóveda, por encima de un puente y por debajo de otra bóveda. A la izquierda de la puerta, la muralla de la ciudad se dirige hacia el sur y rodea el monte de Sión. Al acercarse a la puerta los brutales esbirros empujaron a Jesús dentro de un lodazal. Simón el Cireneo, en su intento de evitar el lodazal, ladeó la cruz, causando la cuarta caída de Jesús, esta vez en el lodo. Entonces, en medio de sus lamentos, dijo con voz inteligible: «¡Ah, Jerusalén, cuánto te he amado!, he querido reunir a tus hijos como la gallina cobija a sus polluelos debajo de sus alas, y tú me echas tan cruelmente fuera de tus puertas.» Al oír estas palabras, los fariseos lo insultaron de nuevo, le pegaron y lo arrastraron para sacarlo del lodo. Simón el Cireneo se indignó tanto al ver esta crueldad, que exclamó: «Si no cesáis vuestras infamias, dejo la cruz, aunque me matéis a mí también.» Al traspasar la puerta se ve un camino estrecho y pedregoso, que se dirige al monte Calvario. El camino principal, del cual se aparta aquél, se divide en tres a cierta distancia; el uno tuerce a la izquierda y conduce a Belén por el valle de Sión; el otro se dirige al occidente y llega hasta Emaús y Jope; el tercero rodea el Calvario y finaliza en la puerta del Ángulo, que conduce a Betsur. Desde esta puerta, por donde salió Jesús, se puede ver la de Belén. Habían puesto, en el lugar donde comienza el camino al Calvario, una tabla anunciando la muerte de Jesús y de los dos ladrones. Cerca de ese punto había una multitud de mujeres que lloraban y gemían. Eran vírgenes y pobres mujeres de Jerusalén con sus niños en brazos, que habían ido delante de la comitiva; otras habían venido para la Pascua, de Belén, de Hebrón y de los lugares vecinos. Jesús desfalleció pero no cayó al suelo porque Simón dejó la cruz en tierra, se acercó a Él y lo sostuvo. Ésta es la quinta caída de Jesús bajo el peso de la cruz. Cuando las mujeres vieron su cara tan desfigurada y tan llena de heridas comenzaron a lamentarse y a llorar y, según la costumbre de los judíos, le acercaban sus ropas para que se limpiara el rostro con ellas. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis sobre mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, pues vendrá un tiempo en que se dirá: «Felices las estériles y las entrañas que no han engendrado y los pechos que no han dado de mamar.» Entonces empezarán a decir a los montes: «Caed sobre nosotros»; y a las alturas: «Cubridnos, pues; si así se trata la madera verde, ¿qué será con la seca?».» Después les dirigió unas palabras de consuelo que he olvi­dado. Y allí se pararon durante un momento. Los que llevaban los instrumentos del suplicio, se adelantaron hacia el monte Calvario acompañados por cien soldados romanos de la escolta de Pilatos. Éste les seguía de lejos, pero al llegar a la puerta se volvió a la ciudad.

 

SEXTA Y SÉPTIMA CAÍDAS DE JESÚS

Jesús en el Gólgota

Se pusieron en marcha; Jesús, encorvado bajo su carga y bajo los golpes de los verdugos, subió con mucho esfuerzo el duro camino que se dirigía al norte, entre las murallas de la ciudad y el monte Calvario, en el lugar en donde el sendero tuerce hacia el sur, se cayó por sexta vez, y esta caída fue muy dolorosa. Lo empujaron y le pegaron más brutalmente que nunca y llegó luego a la roca del Calvario, donde cayó por séptima vez. Simón el Cireneo, también muy cansado, estaba lleno de indignación y de piedad. Pese a su fatiga, hubiera querido seguir ayudando a Jesús, pero los esbirros lo echaron. Poco tiempo después se unió a los discípulos de Jesús. Echaron también toda la gente ociosa que había ido. Los fariseos, a caballo, habían seguido caminos cómodos, situados al lado occidental del Calvario; desde esa altura se podía ver por encima de los muros de la ciudad. El llano que había en la elevación, que era el sitio del suplicio, tenía forma circular y estaba rodeado de un terraplén cortado por cinco caminos. Éste es al parecer un número usual en muchos sitios del país; hay cinco caminos hasta los baños, hasta donde se bautiza, hasta la piscina de Betesda; muchos pueblos tienen también cinco puertas. Hay en esto, como en todo lo de la Tierra Santa, una profunda significación profética, a causa de las cinco llagas del Salvador, que abren las cinco puertas del Cielo.

Los fariseos a caballo se pararon delante de la llanura, en el lado occidental de la montaña, donde la pendiente es suave. La vertiente por donde se conduce a los condenados es, en cambio, áspera y ardua. Los cien soldados romanos se hallaban dispersos acá y allá. Algunos estaban con los dos ladrones, que no habían sido conducidos al llano para dejar el lugar libre, pero a quienes habían dejado recostar en el suelo un poco más abajo, dejándoles los brazos atados a los maderos transversales de sus cruces. Los soldados los vigilaban mientras mucha gente, la mayor parte de clase baja, extranjeros, esclavos, paganos, muchas mujeres y todas las personas que no temían contaminarse, rodeaban el llano o permanecían sobre las elevaciones próximas.

Eran las doce menos cuarto cuando Nuestro Señor, llevando su cruz, tuvo la última caída y llegó al preciso lugar donde iba a ser crucificado. Los bárbaros tiraron de Jesús para levantarlo, desataron los diferentes trozos de la cruz y los colocaron en el suelo. ¡Qué doloroso espectáculo representaba el Salvador allí, de pie en el sitio de su suplicio, tan triste, tan pálido, tan destrozado, tan ensangrentado! Los esbirros lo tiraron al suelo para medirlo, y se burlaban de Él diciéndole: «Rey de los judíos, deja que construyamos tu trono.» Pero Él mismo se colocó sobre la cruz donde le tomaron la medida para los soportes de pies y manos; después lo condujeron unos setenta pasos al norte, a una especie de hoyo abierto en la roca que parecía un silo. Lo empujaron dentro tan brutalmente, que se hubiera roto las piernas contra la piedra si los ángeles no lo hubieran socorrido. Le oí gemir de dolor de un modo que partía el corazón. Cerraron la entrada y dejaron centinelas fuera, mientras los esbirros continuaban sus preparativos para la crucifixión. En medio del llano circular se hallaba el punto más elevado del Calvario; era un montículo redondeado, de dos pies de altura al que se subía por unos escalones. Los esbirros cavaron en él tres agujeros para clavar las tres cruces y pusieron a derecha e izquierda las de los dos ladrones, excepto las piezas transversales, a las cuales ellos tenían las manos atadas, y que fueron fijadas después sobre la pieza principal. Situaron la cruz de Jesús en el sitio donde debían colocarla, de modo que luego pudieran levantarla sin dificultad y dejarla caer dentro del agujero. Clavaron los dos brazos y el pedazo de madera para sostener los pies, horadaron la madera para meter los clavos y colgar la inscripción, hicieron incisiones para la cabeza y la espalda de Nuestro Señor, a fin de que todo su cuerpo fuese sostenido por la cruz y no colgado, y que todo el peso no pendiera de las manos, ya que entonces podrían abrirse, y llegar la muerte más rápido de lo deseado. Clavaron estacas en la tierra y fijaron en ellas un madero que debía servir de apoyo a las cuerdas para levantar la cruz, e hicieron, en fin, otros preparativos similares.

 

MARÍA Y LAS SANTAS MUJERES VAN AL CALVARIO

Después de su doloroso encuentro con Jesús portando la cruz, la afligida Madre fue recogida sin conocimiento por Juan y las santas mujeres. Acompañada por ellos, fue a casa de Lázaro, cerca de la puerta del Ángulo, donde estaban reunidas Marta, Magdalena y muchas otras santas mujeres. Unas diecisiete abandonaron la casa para acompañar a Jesús en el camino de la Pasión, es decir, para seguir cada paso que El hubiera dado en su penoso avance. Las vi, cubiertas con sus velos, en la plaza, sin hacer caso de los insultos del pueblo, besar el suelo en donde Jesús había cargado con la cruz y seguir el camino que Él había seguido. María buscaba las huellas de sus pasos e, interiormente iluminada, mostraba a sus compañeras los lugares consagrados por algún particular padecimiento. De este modo la devoción más sentida de la Iglesia fue grabada por la primera vez en el corazón maternal de María con la espada que predijo el viejo Simeón; pasó de su boca sagrada a sus compañeras y de éstas hasta nosotros. Así la tradición de la Iglesia se perpetúa del corazón de la Madre al corazón de los hijos.

Cuando estas santas mujeres llegaron a la altura de la casa de Verónica, entraron en ella porque Pilatos y sus oficiales cruzaban en ese momento la calle y no querían tropezarse con ellos. Al ver allí las santas mujeres la cara de Jesús estampada en el lienzo lloraron y dieron gracias a Dios por ese don que había hecho a su fiel sierva. Cogieron la jarrita de vino aromatizado que no habían dejado beber a Jesús y se dirigieron todas juntas hacia el monte de Gólgota. Su número se iba incrementando con muchas personas de buena voluntad, entre ellas cierto número de hombres. Subieron al Calvario por la vertiente occidental, por donde la subida es más cómoda. La Madre de Jesús, su sobrina María, hija de Cleofás, Salomé y Juan se acercaron hasta el llano circular. Marta, María de Helí, la hermana mayor de la Virgen, Verónica, Juana Cusa, Susana y María, la madre de Marcos, se detuvieron a cierta distancia con Magdalena, que estaba transida de dolor. Más abajo de la montaña había un tercer grupo de santas mujeres, y unas pocas que llevaban mensajes de un grupo al otro. Los fariseos a caballo iban y venían por los alrededores de la llanura, y en los cinco accesos había soldados romanos. ¡Qué espectáculo para María el ver en este sitio del suplicio los clavos, los martillos, las cuerdas, la terrible cruz, los verdugos medio desnudos y casi borrachos llevando a cabo sus horrendos preparativos con mil imprecaciones! La ausencia de Jesús aumentaba su martirio; sabía que estaba todavía vivo, deseaba verlo y temblaba al pensar en los tormentos a que le vería expuesto.

Desde las diez de la mañana, la hora en que la sentencia fue pronunciada, fue cayendo granizo a intervalos, después el cielo se serenó; pero, de las doce en adelante, una niebla rojiza oscureció el sol.

 

JESÚS CRUCIFICADO Y REFRESCADO CON VINAGRE

Cuatro esbirros fueron a buscar a Jesús al silo donde lo habían encerrado, lo trataron con su habitual brutalidad, llenándolo de ultrajes en los últimos pasos que le quedaban por dar; luego lo arrastraron sobre el montículo. Cuando las santas mujeres lo vieron, dieron dinero a un hombre para que comprara de los verdugos el permiso de dar de beber a Jesús el vino aromatizado de Verónica. Pero los miserables se lo negaron, y se bebieron en cambio ellos el vino. Los esbirros llevaban consigo dos vasijas, una con vinagre y hiel, la otra con una bebida que parecía vino mezclado con mirra y absenta; presentaron esta última bebida al Señor, pero Jesús, tras mojar sus labios con ella, no bebió. Había dieciocho esbirros sobre la elevación. Los seis que habían azotado a Jesús, los cuatro que lo habían conducido, dos que habían sostenido las cuerdas atadas a la cruz y seis que debían crucificarlo. Eran extranjeros mercenarios pagados por judíos y romanos. Eran hombres de poca estatura pero robustos, y sus caras feroces, junto a sus cabellos crespos, los asemejaban más a animales que a personas.

Esta escena era tanto más espantosa para mí en cuanto que veía por todas partes horribles espíritus malignos bajo formas diversas; como serpientes, sapos, etc. Veía con frecuencia sobre Jesús figuras de ángeles llorando, también veía ángeles compasivos que consolaban a la Santísima Virgen y a los amigos de Jesús.

 

JESÚS CLAVADO EN LA CRUZ

Los esbirros despojaron a Nuestro Señor de su capa, del cinturón con el cual lo habían arrastrado y de su propio cinto. Le quitaron después la sobrevesta de lana blanca y, como no podían sacarle la túnica sin costuras que su Madre le había hecho, a causa de la corona de espinas, le arrancaron sin miramientos esta corona de la cabeza, abriendo de nuevo todas sus heridas. No le quedaba más que su escapulario corto de lana sobre los hombros y un lienzo alrededor de los riñones. El escapulario se había pegado a sus heridas abiertas y sufrió dolores indecibles cuando se lo quitaron. El Hijo del Hombre temblaba, estaba cubierto de llagas, sus hombros y sus espaldas estaban desgarrados hasta los huesos. Le hicieron sentarse sobre una piedra y le colocaron otra vez la corona sobre la cabeza.

En ese momento le arrancaron también el lienzo que llevaba ceñido a la cintura, con lo que dejaron al Salvador desnudo ante todos ellos, gente pervertida. Le ofrecieron de beber en un vaso vinagre con hiel, pero Él, sin decir nada, volvió la cabeza y no lo tomó. Pero cuando le cogieron otra vez agarrándole de los brazos, destapando así la desnudez que Él intentaba cubrir, se oyó el murmullo y la protesta de los amigos de Jesús. La Madre rezaba fervorosamente y quería quitarse el velo para dárselo a Él, pero en este momento un hombre llegó corriendo, se abrió paso entre los esbirros y ofreció a Jesús un lienzo, que éste aceptó agradecido y con el que se cubrió. Este hombre, llamado por las oraciones de la Santísima Virgen, sólo dijo: «¿Ni siquiera vais a dejar que se cubra?», y desapareció tan precipitadamente como había aparecido. Era Jonadab, un sobrino de san José. No era un seguidor de Jesús, pero era un hombre honesto. Ya se sintió muy irritado cuando vio que Jesús había sido desnudado para la flagelación y, mientras subían hacia el Calvario, él estaba en el Templo, pero las oraciones de la Santísima Virgen le dieron una revelación interior, y fue hacia allí a prestar este servicio a Jesús.

A continuación, tumbaron a Jesús sobre la cruz y extendiendo su brazo derecho sobre el madero derecho de la cruz, lo ataron fuertemente; uno de ellos puso la rodilla sobre el pecho sagrado, otro le abrió la mano, un tercero apoyó sobre la carne un clavo grueso y largo y lo clavó con un martillo de hierro. Un gemido suave y claro salió del pecho de Jesús, su sangre salpicó los brazos de sus verdugos. Los clavos eran muy largos, la cabeza chata y del ancho de una moneda; tenían tres caras, eran del grueso de un dedo pulgar; la punta sobresalía por detrás de la cruz. Después de haber clavado la mano derecha de Nuestro Señor, los verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto. Entonces ataron una cuerda al brazo izquierdo de Jesús y tiraron de él con toda la fuerza hasta lograr que la mano coincidiera con el agujero. Esta brutal dislocación de sus brazos lo atormentó horriblemente, su pecho se levantó y sus piernas se contrajeron. Los esbirros se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo y hundieron otro clavo en la mano izquierda: los gemidos se oían en medio de los martillazos, pero no despertaron en los verdugos ninguna piedad. Los brazos de Jesús, extendidos, llegaban a cubrir completamente los brazos de la cruz. La Santísima Virgen sentía en sí misma cada insulto y cada nuevo tormento infligido a su Hijo. Estaba pálida como un cadáver y los gemidos no cesaban de salir de su pecho. Los fariseos se burlaron de ella y la increparon. Magdalena estaba fuera de sí. Se despedazaba la cara: sus ojos y sus carrillos estaban sangrientos. Los discípulos llevaron al grupo de mujeres un poco más lejos.

Los esbirros habían clavado en la cruz un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús a fin de que todo el peso del cuerpo no pendiera de las manos, y para evitar que los huesos de los pies se rompieran al sostenerlo. Habían hecho ya un agujero para el clavo de los pies y vaciado un poco la madera para encajar los talones. Todo el cuerpo de Jesús se había contraído hacia la parte superior de la cruz por la violenta tensión que soportaban los brazos y sus rodillas se habían doblado. Los verdugos le extendieron las piernas de nuevo y se las ataron con cuerdas a la cruz, pero los pies no llegaban al pedazo de madera que habían colocado para sostenerlos. Entonces, llenos de furia, los unos querían hacer nuevos agujeros para los clavos de las manos, y así bajar el cuerpo, pues era difícil mover el pedazo de madera más arriba, mientras otros lanzaban imprecaciones contra Jesús. «No quiere estirarse, pero nosotros vamos a ayudarle.» Entonces ataron una cuerda a su pie derecho y tiraron de él tan violentamente que lograron hacerlo llegar hasta el pedazo de madera. La dislocación fue tan espantosa que se oyó crujir el pecho de Jesús, y Él exclamó: «Dios mío, Dios mío.» Habían atado su pecho y sus brazos al madero para que el peso del cuerpo no arrancara las manos de los clavos. El padecimiento era insoportable. Ataron después el pie izquierdo sobre el derecho y lo taladraron aparte porque no coincidía con el otro y no podían clavarlos juntos. Cogieron un clavo más largo que los de las manos y lo clavaron con el martillo atravesando los pies y el pedazo de madera hasta el mástil de la cruz. Esta operación fue más dolorosa que todo lo demás, a causa de la dislocación antinatural de todo el cuerpo. Conté hasta treinta y seis martillazos. Durante toda la crucifixión, Nuestro Señor no dejaba de rezar; entre gemidos, repetía pasajes de los salmos que lo confortaban, y de los profetas, cuyas predicciones estaba cumpliendo; no había cesado de orar así en todo el camino del Calvario y lo hizo hasta su muerte. Yo oí y repetí con él todos estos pasajes, hasta que la inmensidad de mi pena me impidió seguir. Cuando hubieron acabado de clavar a Jesús en la cruz, el comandante de los soldados romanos ordenó que la tabla con las palabras de Pilatos fuera clavada a su vez arriba de todo de la cruz.

La Santa Virgen se había acercado a la escena sangrienta y cuando clavaron los pies de Jesús y ella oyó el estirar y crujir de sus huesos y sus gemidos, se desmayó y cayó en los brazos de sus compañeras. La gente se alborotó a su alrededor y los fariseos se burlaron de ella y de las santas mujeres que la atendían; unos cuantos discípulos la llevaron al sitio apartado donde estaba antes. Mientras duró la crucifixión estuvieron oyendo gritos de dolor y compasión entre las mujeres y voces que decían: «¿Por qué no se abre la tierra y devora su iniquidad?, ¿por qué no cae fuego del cielo y fulmina a los malhechores?»

El sol indicaba que eran las doce y cuarto cuando Jesús fue crucificado, y en el mismo momento en que elevaban la cruz, en el Templo resonaban las trompetas que celebraban la inmolación del cordero pascual.

 

EL ALZAMIENTO DE LA CRUZ

Durante la crucifixión, algunos de los esbirros seguían todavía excavando el agujero en el cual iría encajada la cruz, porque la piedra allí era muy dura. En cuanto Nuestro Señor estuvo clavado a los maderos, los esbirros ataron cuerdas a la parte superior de la cruz pasándolas por una anilla fijada en la parte posterior de la cruz, y con ellas unos alzaron la cruz, mientras otros la sostenían y otros empujaban el pie hasta el hoyo, en donde se hundió con todo su peso y un estremecimiento espantoso. Jesús dio un grito de dolor a causa de la sacudida, sus heridas se abrieron, su sangre corrió abundantemente y sus huesos dislocados chocaban unos con otros. Los verdugos, para asegurar el mástil lo fijaron, clavando alrededor cinco cuñas.

Fue un espectáculo horrible y a la vez conmovedor ver alzarse la cruz en medio de los gritos insultantes de los verdugos, de los fariseos, del pueblo que miraba desde lejos todo el proceso, el instrumento del suplicio vacilando un instante sobre su base y hundiéndose luego, temblando, en la tierra. El aire resonó al mismo tiempo con las exclamaciones piadosas y los llantos de las personas más santas del mundo. María, Juan y las santas mujeres; también todos aquellos que tenían el corazón puro, saludaron con un lamento de dolor al Verbo encarnado exaltado sobre la cruz. Manos vacilantes se elevaron intentando socorrerlo. Cuando la cruz se hundió en el hoyo de la roca con gran estrépito, hubo un momento de silencio solemne; todo el mundo parecía penetrado de una sensación nueva y desconocida hasta entonces. El infierno mismo se estremeció de terror al sentir el golpe de la cruz hundiéndose en la tierra y redobló sus esfuerzos contra ella. Las almas encerradas en el limbo lo oyeron con una alegría llena de esperanzas, para ellas era el sonido triunfante que los aproximaba a las puertas de la redención. La sagrada cruz se elevaba por vez primera en la tierra, como un nuevo árbol de la vida, y de las heridas de Jesús corrían sobre la tierra cinco ríos sagrados para fertilizarla y hacer de ella el nuevo paraíso del nuevo Adán.

Cuando la cruz quedó fijada en su enclave, los pies de Jesús quedaban lo bastante cerca del suelo como para que sus amigos pudieran abrazarlos y besarlos. La cara de Nuestro Señor estaba vuelta hacia el noroeste.

 

LA CRUCIFIXIÓN DE LOS LADRONES

Mientras crucificaban a Jesús, los dos ladrones estaban tendidos de espaldas a poca distancia de los guardias que los vigilaban. Eran acusados de haber asesinado a una mujer judía que, con sus hijos iba de Jerusalén a Jopa. Los habían cogido en un palacio en el que Pilatos residía algunas veces, cuando iba de maniobras con sus tropas. Habían pasado mucho tiempo en prisión antes de su condena. El ladrón de la izquierda era más mayor. Era un gran criminal, el maestro y corruptor del otro. Se los solía llamar algo así como Dimas y Gesmas, pero yo he olvidado sus verdaderos nombres; llamaré, pues, al bueno Dimas y al malo Gesmas. Los dos formaban parte de la banda de ladrones establecidos en la frontera de Egipto, y en uno de sus refugios vacíos se había hospedado una noche la Sagrada Familia en su huida a Egipto con el niño Jesús. Dimas era aquel niño leproso que su madre, por consejo de María, lavó en el agua donde se había bañado el niño Jesús y que se curó al instante. Las atenciones de su madre para con la Sagrada Familia fueron recompensados con esta curación, símbolo de la sangre que Nuestro Señor iba a derramar por él en la cruz. Dimas no conocía a Jesús, mas como su corazón no era muy malo, se conmovió al ver su extremada paciencia.

En cuanto clavaron la cruz de Jesús en tierra, los esbirros fueron a decirles que era su turno, y los desataron de las piezas transversales, pues el sol empezaba a oscurecerse y en toda la Naturaleza había un movimiento como cuando se acerca una tormenta. Arrimaron escaleras a las dos cruces ya plantadas y fijaron en ellas las piezas transversales. Después de haberles dado a beber vinagre con mirra, les pasaron cuerdas debajo de los brazos y los levantaron con ellas en el aire, apoyando los pies en escalones. Les ataron los brazos a los de la cruz con cuerdas hechas de fibra de árbol, los ataron por las muñecas, los codos, las rodillas y los pies, y apretaron tan fuerte que se les dislocaron las coyunturas y abrió la carne, y de allí brotó sangre. Dieron gritos terribles y el buen ladrón dijo cuando le subían: «Si nos hubieseis clavado como al pobre Galileo os habríais ahorrado la molestia de tener que levantarnos así.»

 

LOS VERDUGOS SE REPARTEN LAS VESTIDURAS DE JESÚS

Mientras tanto, los verdugos habían hecho varios montones con trozos de los vestidos de Jesús, e iban a repartírselos. Partieron su capa y su túnica blanca, también el lienzo que llevaba alrededor del cuello, la cintura y el escapulario. No pudiendo saber a quién le tocaría la túnica de lana sin costuras que servía para nada, trajeron una mesita con números, sacaron unos dados con dibujos y la sortearon. Pero un criado de Nicodemo y de José de Arimatea vino a decirles que había gente dispuesta a comprar los vestidos de Jesús; entonces los juntaron todos y los vendieron, y así se conservaron estos preciosos despojos.

 

JESÚS CRUCIFICADO. LOS DOS LADRONES

El golpe terrible de la cruz al hundirse en la tierra, sacudió violentamente todo el cuerpo de Jesús, desde la cabeza, coronada de espinas hasta los pies. Eso lo hizo sangrar en abundancia por todas sus heridas. Los verdugos apoyaron escaleras en la cruz y ajustaron las cuerdas con que habían atado al Salvador, para que no se desgarrasen los pies y manos sujetos con clavos a causa de su peso. La sangre brotaba con fuerza de sus heridas, y era tal el padecimiento indecible de Jesús, que inclinó la cabeza sobre su pecho y se quedó como muerto unos minutos. Entonces hubo un rato de silencio; los verdugos estaban ocupados en repartirse los vestidos de Jesús. El sonido de las trompetas del Templo se perdía en el aire y todos los presentes estaban sumidos en el desaliento, en la rabia o en el dolor. Yo miraba a Jesús con compasión y espanto; lo veía inmóvil, casi sin vida; yo misma creí morir. Me hallaba en la más profunda oscuridad donde no veía más que a mi Esposo clavado en la cruz. Su cabeza, con la terrible corona y con la sangre que llenaba sus ojos, su boca entreabierta, y empapaba sus cabellos y su barba, estaba inclinada sobre el pecho; tenía la carne completamente desgarrada, sus hombros, sus codos, sus muñecas estirados hasta ser dislocados, la sangre de sus manos corría por sus brazos, su pecho levantado formaba por debajo una cavidad profunda. Sus piernas, como sus brazos, sus miembros, sus músculos, su piel toda, habían sido estirados a tal extremo que se podían contar sus huesos; la sangre goteaba de sus pies sobre la tierra, todo su cuerpo estaba cubierto de heridas y llagas, de manchas negras, azules y amarillas; sus heridas se habían abierto a causa de la tensión, y el preciado líquido de su sangre se estaba volviendo cada vez más claro de color y de la consistencia del agua; su cuerpo sagrado estaba cada vez más blanco. A pesar de las horribles heridas que lo cubrían, el cuerpo de Jesús se veía indescriptiblemente noble y venerable. El Hijo de Dios seguía transmitiendo su bondad, el inmenso amor que lo había llevado a sacrificarse por toda la humanidad.

El color de la piel de Jesús, como el de María, era delicado, con una ligera tonalidad rosada. Por las muchas caminatas y los viajes en los últimos tres años su cara se había ido volviendo morena. Jesús era de tórax amplio pero no era velludo, como Juan el Bautista, que lo tenía cubierto de un pelo rojizo. Sus hombros eran anchos, sus brazos robustos, sus muslos nervudos, sus rodillas fuertes y endurecidas como las del hombre que ha viajado mucho, los muslos largos y las pantorrillas musculosas, sus pies eran de bella forma y sólidamente construidos, sus manos eran hermosas, de dedos largos y finos y, sin ser delicadas, no eran como las de un hombre que las emplea en trabajos penosos. Su cuello no era corto, pero sí robusto, su cabeza, hermosamente proporcionada, de frente alta y ancha, y un rostro de óvalo puro; el cabello era color de cobre oscuro, no era muy espeso, y quedaba abierto naturalmente en lo alto de la frente para luego caer sobre sus hombros; llevaba una barba corta y acabada en punta. Ahora sus cabellos estaban arrancados y llenos de sangre, su cuerpo era todo él una llaga y todos sus miembros estaban quebrantados.

Entre las cruces de los ladrones y la de Jesús había espacio suficiente como para que pudiese pasar un hombre a caballo; las de Dimas y Gesmas estaban clavadas un poco más abajo y ligeramente vueltas hacia la de Jesús. Los ladrones sobre sus cruces presentaban un horrible espectáculo, sobre todo el de la izquierda, que tenía siempre en la boca injurias e imprecaciones. Las cuerdas con que estaban atados les hacían sufrir mucho. Sus caras estaban lívidas, los ojos se les salían de las órbitas.

 

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Selpucro de Jesus en la Basilica del Santo Sepulcro

PRIMERA PALABRA DE JESÚS EN LA CRUZ

Tras haber crucificado a los dos ladrones y repartirse los vestidos de Jesús, los verdugos, lanzando nuevas maldiciones contra Nuestro Señor, recogieron sus herramientas y se retiraron. Los fariseos pasaron a caballo delante de Jesús llenándolo de injurias y se fueron también. Los cien soldados romanos fueron relevados por otros cincuenta. Éstos eran conducidos por Abenadar, árabe de nacimiento, bautizado después con el nombre de Ctesifón; el segundo jefe, que se llamaba Casio y recibió después el nombre de Longino, llevaba con frecuencia los mensajes de Pilatos. Acudieron también doce fariseos, doce saduceos, doce escribas y algunos ancianos, entre ellos, los que habían pedido inútilmente a Pilatos que cambiase la inscripción de la tabla de la cruz, y cuya rabia se había incrementado con la negativa del gobernador. Dieron la vuelta al llano a caballo e hicieron apartar a la Santísima Virgen, que Juan acompañó junto a las otras mujeres. Cuando pasaron delante de Jesús, menearon desdeñosamente la cabeza, diciendo: «Tú, que ibas a destruir el Templo y levantarlo de nuevo en tres días, tú que has salvado a otros, según dicen, ¿no puedes salvarte a ti mismo? ¡Si eres el Hijo de Dios, el Cristo, baja de la cruz!» Los soldados se unieron a las burlas: «Sí, si es el rey de Israel, que baje de la cruz y también nosotros creeremos en Él.»

Jesús parecía a punto de expirar, perdía el conocimiento. Viéndolo así, Gesmas, el ladrón de la izquierda, dijo: «El demonio que lo poseía le ha abandonado.» Un soldado puso en la punta de un palo una esponja empapada en vinagre y la acercó a los labios de Jesús, que pareció beber el líquido. El soldado le decía: «Si eres el rey de los judíos, sálvate, baja de la cruz.» Todo esto pasaba mientras la primera tropa era relevada por la de Abenadar. En ese momento, Jesús levantó un poco la cabeza y dijo: «Padre mío, perdónales, pues no saben lo que hacen.» Gesmas le gritó: «Tú, si eres el Cristo, sálvate y sálvanos.» Dimas, el buen ladrón, se sintió conmovido al oír que Jesús rogaba por sus enemigos. Cuando María oyó la voz de su Hijo, nada pudo contenerla: se precipitó hacia la cruz con Juan, Salomé y María de Cleofás. El centurión no las rechazó. Dimas, el buen ladrón, obtuvo en este momento, por la oración de Jesús, una iluminación interior. Reconoció que Jesús y su Madre le habían curado en su niñez y dijo en voz clara y fuerte: «¿Cómo podéis injuriarlo cuando está rogando por vosotros? No ha dicho una palabra, ha sufrido pacientemente todas vuestras vejaciones; es un profeta, es nuestro rey, es verdaderamente el Hijo de Dios.» Al oír esta reprensión de boca de un miserable asesino, se elevó un gran tumulto en medio de los presentes, que cogieron piedras para tirárselas, pero el centurión Abenadar no lo permitió. Mientras tanto, la Santísima Virgen se sintió fortificada por la oración de Jesús, y Dimas dijo a su compañero, que continuaba injuriando a Jesús: «¿No tienes temor de Dios, tú que estás condenado al mismo suplicio? Nosotros lo merecemos justamente, recibimos el castigo por nuestros crímenes, pero este hombre no ha hecho ningún mal. Piensa en tu última hora y conviértete.» Estaba iluminado y tocado de la gracia divina; confesó sus culpas a Jesús, diciendo: «Señor, si me condenas será con justicia, pero ten misericordia de mí.» Jesús le dijo: «Tus pecados te son perdonados», y Dimas, con perfecta convicción, dio las gracias a Jesús por el inmenso don que le había concedido. Todo lo que acabo de contar sucedió entre las doce y las doce y media, pocos minutos después de que la cruz fuera alzada, y pronto iba a haber un gran cambio en el alma de los espectadores, mientras el buen ladrón estaba hablando, a causa de los signos que empezaron a verse en la Naturaleza.

 

EL SOL SE OSCURECE

Segunda y tercera palabras de Jesús en la cruz

Desde que Pilatos pronunció la sentencia, el cielo, hasta aquel momento despejado, había ido cubriéndose de nubes, pero a la sexta hora, según el modo de contar de los judíos, que corresponde a las doce y media, el sol se apagó de repente. Yo vi cómo sucedió, pero no encuentro palabras para expresarlo. Primero fui transportada como fuera de la tierra; desde allí vi las divisiones del cielo y el camino de las estrellas, que se cruzaban de un modo maravilloso, y en seguida me hallé en Jerusalén. La luna apareció llena y pálida sobre el monte de los Olivos, y fue avanzando rápidamente hacia el sol. De repente, de la derecha del sol vi aparecer un cuerpo oscuro similar a una montaña y que, colocándose ante él, lo cubrió por completo. El centro de este cuerpo era de un naranja oscuro y estaba rodeado de un círculo de fuego semejante a un anillo de hierro candente. El cielo se volvió negro y las estrellas aparecieron en él despidiendo una luz ensangrentada. El terror general se apoderó de los hombres y de los animales; los que injuriaban a Jesús callaron. Muchas personas se daban golpes en el pecho, diciendo: «Que su sangre caiga sobre sus asesinos.» Muchos, cerca y lejos, se arrodillaron pidiendo perdón y Jesús, en medio de sus dolores, los miró compasivo. Cuando las tinieblas aumentaron, todos los más queridos amigos del Salvador, excepto María, se alejaron aterrorizados de la cruz. Dimas levantó la cabeza hacia Jesús y, con una humilde esperanza, le dijo: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.» Jesús le respondió: «En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso.»

La Madre de Jesús, Magdalena, María de Cleofás y Juan permanecían junto a la cruz de Nuestro Señor, sin apartar la vista de Él. María le pedía interiormente que la dejara morir con Él. El Salvador la miró con una ternura inefable y, volviendo los ojos hacia Juan, dijo a María: «Mujer, éste es tu hijo.» Después dijo a Juan: «Ésta es tu madre.» Juan, al pie de la cruz del Redentor moribundo, abrazó, transido de dolor, a la Madre de Jesús, que ahora era la suya. La Santísima Virgen se sintió tan ahogada de dolor al oír estas últimas disposiciones de su Hijo, que cayó sin conocimiento en brazos de las santas mujeres, que la llevaron a alguna distancia de la cruz.

Yo no sé si oí realmente estas palabras dichas por Jesús a Juan y a su Madre o sólo en mi interior, pero supe que, al darle Nuestro Señor a Juan a la Santísima Virgen como Madre, estaba entregándonosla también a todos los que creemos en Él.

Eran poco más o menos la una y media y fui transportada a la ciudad de Jerusalén para ver lo que pasaba. La hallé llena de agitación y de inquietud; las calles estaban oscurecidas por una niebla espesa y los hom­bres andaban a tientas. Muchos estaban tendidos por el suelo, con la cabeza descubierta, gimiendo y dándose golpes en el pecho; otros se subían a los tejados, miraban al cielo y se lamentaban, hasta los animales aullaban y se escondían. Las aves volaban bajo y caían al suelo muertas. Vi que Pilatos fue a visitar a Herodes; estaban ambos muy agitados y miraban a su alrededor desde la misma terraza donde, por la mañana, Pilatos había visto a Jesús entregado a los ultrajes del pueblo. «Esto no es natural —decía Pilatos—, es la cólera de los dioses por la crueldad con que se ha tratado a Jesús.» Después los vi ir al palacio atravesando la plaza. Caminaban de prisa y estaban rodeados de soldados. Pilatos no volvió los ojos del lado de Gábbata, donde había condenado a Jesús. En la plaza no había nadie, algunas personas entraban corriendo en sus casas. Se veía formarse grupos. Pilatos mandó llamar a su palacio a los judíos más ancianos y les preguntó qué significaban aquellas tinieblas. Les dijo, muy asustado, que eran un presagio espantoso, que su Dios estaba irritado contra ellos porque habían perseguido a muerte al Galileo, que era en verdad su profeta y su rey; que él se había lavado las manos, que él era inocente de esta muerte, etc. Pero los ancianos persistieron en su dureza de corazón y atribuyeron todo lo que pasaba a causas que no tenían nada de sobrenatural, y ni siquiera así se convirtieron. Sin embargo, mucha gente y entre ellos todos los soldados que en el prendimiento de Jesús en el huerto de los Olivos habían caído fulminados por el ataque, se convirtieron. La multitud se iba agrupando delante de la casa de Pilatos y en el mismo sitio en que por la mañana habían gritado: «¡Mátalo! ¡Crucifícalo!», ahora gritaban: «¡Muera el juez inicuo! ¡Que la sangre del inocente caiga sobre sus verdugos!» Pilatos estaba muy asustado, mandó reforzar la guardia e intentó hacer recaer toda la culpa sobre los judíos. El terror y la angustia llegaban a su colmo en el Templo; estaban a punto de sacrificar el cordero pascual cuando las tinieblas se abatieron de repente sobre ellos. La agitación y el espanto les hacía dar alaridos. Los sacerdotes se esforzaron por mantener el orden y la tranquilidad, encendieron todas las lámparas, pero el desorden aumentaba cada vez más. Yo vi a Anás, aterrorizado, correr de un rincón a otro para esconderse; la oscuridad iba en aumento.

Sobre el Gólgota las tinieblas produjeron una terrible consternación. Cuando el sol empezó a ocultarse, los gritos, las imprecaciones, la actividad de los hombres ocupados en levantar las cruces, los lamentos de los dos ladrones, los insultos de los fariseos, las idas y venidas de los soldados la marcha tumultuosa de los verdugos borrachos habían ido disminuyendo. Pero conforme las tinieblas se hacían más densas los presentes estaban más sobrecogidos y se alejaban más de la cruz. Fue entonces cuando Jesús dijo sus palabras a su Madre y a Juan, y María fue llevada desmayada a cierta distancia. Tras eso, hubo un instante de silencio solemne. Algunos miraban al cielo, la conciencia de otros se despertaba y volvían los ojos hacia la cruz llenos de arrepentimiento, y se daban golpes de pecho. Los que tenían estos sentimientos se juntaron. Los fariseos, aunque tan aterrorizados como los demás, intentaban explicarlo todo con razones naturales, pero cada vez iban hablando más bajo y acabaron por callarse. El disco del sol era de un naranja oscuro, como las montañas miradas a la claridad de la luna, estaba rodeado de un círculo de fuego y las estrellas brillaban con una luz ensangrentada. Los pájaros caían al suelo, muertos de terror, las bestias temblaban y los caballos de los fariseos se apretaban estrechamente unos con otros, agachando la cabeza. Las tinieblas lo penetraron todo.

 

JESÚS SE QUEDA SOLO. SU CUARTA PALABRA EN LA CRUZ.

El silencio reinaba en torno a la cruz. Todo el mundo se había alejado. El Salvador había quedado sumido en un profundo abandono.

Volviéndose a su Padre celestial le pedía con amor por sus enemigos. Ofrecía el cáliz de su sacrificio por su redención. Yo vi a mi esposo sufrir como un hombre afligido lleno de angustia, abandonado de toda consolación divina y humana, y, obligado, sin ayuda ni esperanza, a atravesar solo la tormenta de la tribulación. Sus sufrimientos eran inexpresables, y por ellos nos fue concedida la fuerza de resistir a los mayores terrores del abandono, cuando todos los afectos que nos unen a este mundo y esta vida terrestre se rompen y al mismo tiempo el sentimiento de la ira nos obnubila; nosotros no podríamos salir victoriosos de esta prueba, de no ser uniendo por medio de la gracia divina. Desde el sacrificio de Jesús ya no hay para los cristianos ni soledad, ni abandono, ni desesperación ante la cercanía de la muerte, pues Jesús, que es la luz, el camino y la verdad, ha ido por delante de nosotros por ese tenebroso camino, llenándolo de bendiciones y ha plantado en él su cruz para desvanecer nuestros espantos. Jesús, abandonado, pobre y desnudo, se ofreció a sí mismo por nosotros, convirtió su abandono en un rico tesoro, ofreció su vida, sus fatigas, su amor, sus padecimientos y el doloroso sentimiento de nuestra ingratitud. Rezó delante de Dios por todos los pecadores. No olvidó a nadie, a todos acompañó en su abandono, rogó también por los heréticos.

Hacia las tres, Jesús lanzó un grito: «Elí, Elí, lamina sabachtani?», que significa: «¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!» El grito de Nuestro Señor interrumpió el profundo silencio que reinaba alrededor de la cruz; los fariseos se volvieron hacia Él y uno dijo: «Llama a Elías.» Otro: «Veremos si Elías vendrá a socorrerlo.» Cuando María oyó la voz de su Divino Hijo nada pudo detenerla. Se acercó otra vez al pie de la cruz con Juan, María de Cleofás, Magdalena y Salomé. Mientras el pueblo temblaba y gemía, un grupo de treinta notables de Judea y de los contornos de Jopa, pasaban por allí en dirección a la fiesta y, cuando vieron a Jesús en la cruz y los signos amenazadores de la Naturaleza, exclamaron llenos de horror: «¡Maldita sea esta ciudad! Si el Templo de Dios no estuviera en ella, merecería ser quemada por haber atraído sobre sí tanta iniquidad.» Estas palabras causaron una gran impresión en la gente. Hubo una explosión de murmullos y de gemidos y todos los que tenían los mismos sentimientos se reunían. Los allí presentes se dividieron en dos partidos. Los unos lloraban, los otros pronunciaban injurias e imprecaciones; sin embargo, los fariseos hablaban en tono menos arrogante, y temiendo una insurrección popular, se pusieron de acuerdo con el centurión Abenadar. Dieron órdenes para cerrar la puerta más cercana de la ciudad e impedir que nadie entrara o saliera. Al mismo tiempo, enviaron un mensaje a Pilatos y a Herodes para pedir al primero quinientos hombres, y al segundo sus guardias para impedir una revuelta. Mientras tanto, el centurión Abenadar mantenía el orden y también impedía los insultos contra Jesús para no irritar más al pueblo.

Poco después de las tres el cielo empezó a abrirse, la luna fue alejándose del sol, éste apareció despojado de sus rayos y envuelto en jirones de niebla roja; poco a poco comenzó a brillar de nuevo y las estrellas desaparecieron. Sin embargo, el cielo seguía cubierto. Los enemigos de Jesús fueron recobrando su arrogancia a medida que la luz volvía. Cuando dijeron: «Llama a Elías», Abenadar los mandó callar.

 

LA MUERTE DE JESÚS. QUINTA, SEXTA Y SÉPTIMA PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ

A la pálida luz del sol, el cuerpo de Jesús se veía más lívido y pálido que antes, por la pérdida de sangre. Agonizaba, tenía la lengua seca: «Tengo sed», dijo. Y como sus amigos lo rodeaban mirándolo apenados e impotentes, añadió: «¿No podríais haberme dado una gota de agua?»; y ellos comprendieron que les estaba diciendo que, mientras durasen las tinieblas, nadie se lo hubiera impedido. Juan, lleno de remordimientos, dijo: «¡Oh, Señor, te hemos olvidado!» Jesús añadió otras palabras cuyo sentido era éste: «Mis parientes y amigos debían olvidarme y no darme de beber, para que se cumpliera lo que está escrito.» Pero ese olvido lo afligía mucho. Sus amigos entonces dieron dinero a los soldados para obtener permiso para darle un poco de agua; ellos no se lo dieron, pero uno de ellos mojó una esponja en vinagre y hiel, y colocándola en la punta de una lanza, la puso delante de la boca del Señor. Entre otras palabras que Jesús dijo entonces, recuerdo éstas: «Cuando mi voz no se oiga más, las bocas de los muertos hablarán.» Algunos gritaron: «Blasfema todavía.» Abenadar los mandó callar.

La hora de Nuestro Señor había llegado: la agonía había comenzado, y un sudor frío cubrió sus miembros. Juan estaba al pie de la cruz y limpiaba los pies de Jesús con un paño. Magdalena, rota de dolor, se apoyaba contra la cruz por la parte de atrás. La Virgen Santísima estaba de pie, entre Jesús y el buen ladrón, y, sostenida por Salomé y María de Cleofás, levantaba los ojos hacia su Hijo agonizante. Entonces Jesús dijo: «Todo se ha cumplido.» Después alzó la cabeza y gritó con voz potente: «Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu.» Fue un grito a la vez suave y fuerte, que se oyó en el cielo y la tierra. Después de eso, Nuestro Señor inclinó la cabeza y entregó su espíritu. Yo vi su alma, como una forma luminosa, penetrando en la tierra al pie de la cruz. Juan y las santas mujeres cayeron a tierra cubriéndose la cara.

El centurión Abenadar, de origen árabe, que bautizado más tarde se llamaba Ctesifón, estaba a caballo, cerca de donde estaba clavada la cruz.

Miraba conmovido y fijamente la cara desfigurada de Jesús, coronada de espinas. El caballo, abatido y triste mantenía la cabeza gacha, y Abenadar, cuya alma estaba trastornada, no recogió las riendas caídas. Cuando el Señor exhaló su último suspiro, la tierra tembló y se partió el suelo de roca entre la cruz del Salvador y la cruz del mal ladrón. La lúgubre Naturaleza dio testimonio de una manera tremenda e inequívoca de que Jesucristo era el Hijo de Dios. Todo se había cumplido. La tierra tembló cuando el alma de Jesús abandonó su cuerpo; ella le reconoció como su Salvador, mientras el corazón de sus amigos era traspasado por una espada de dolor. La gracia iluminó a Abenadar, su corazón duro se resquebrajó como el peñasco del Calvario; arrojó la lanza, se dio un fuerte golpe en el pecho y, con la voz de un hombre nuevo, gritó: «Bendito sea el Dios Todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; este hombre era inocente; era verdaderamente el Hijo de Dios.» Muchos soldados se convirtieron también al oír estas palabras de su jefe.

Abenadar, convertido en un nuevo hombre desde ese momento, y habiendo rendido homenaje al Hijo de Dios, no quería seguir más al servicio de sus enemigos. Dio su caballo y su lanza a Casio, el segundo oficial, llamado después Longino, que tomó el mando, dijo algunas palabras a los soldados y bajó del Calvario. Se fue por el valle de Gihón, hacia las grutas del valle de Hinón y anunció a los discípulos allí escondidos, la muerte del Señor. A continuación, se fue a la ciudad con intención de ver a Pilatos. También otras personas se convirtieron en el Calvario, entre ellos algunos fariseos que habían llegado hacia el final. Mucha gente regresaba a casa dándose golpes de pecho y llorando. Otros rasgaban sus vestiduras y se echaban polvo sobre los cabellos. Todos estaban llenos de miedo y espanto. Juan se levantó y, con algunas de las santas mujeres, se llevaron a la Santísima Madre a cierta distancia de la cruz.

Cuando Jesús, el Dios de la vida y de la muerte, encomendó su alma humana a Dios, su Padre, y la muerte tomó posesión de Él su cuerpo sagrado se estremeció y se puso de un blanco lívido, y sus innumerables heridas, que habían sangrado profusamente, parecían manchas oscuras; sus mejillas se hundieron, su nariz se afiló, y sus ojos, anegados en sangre, se abrieron a medias. Levantó un instante la pesada cabeza coronada de espinas, por última vez, y la dejó caer de nuevo con dolores de agonía; mientras sus agrietados y lívidos labios entreabiertos mostraban su ensangrentada e hinchada lengua. Sus manos, que hasta el momento de la muerte habían estado contraídas por los clavos, se abrieron y volvieron a su postura natural, al igual que los brazos; todo Él se aflojó y todo el peso de su cuerpo cayó sobre los pies, sus rodillas se doblaron y, lo mismo que sus pies, giraron un poco hacia un lado.

¿Con qué palabras podría expresar la profundísima pena de María al ver a su Hijo muerto? Su vista se oscureció, el color lívido de la muerte la cubría, sus pies temblaban, sus oídos no oían; ella cayó al suelo, mientras Magdalena, Juan y los otros se desplomaban también y, con la cara tapada, se abandonaban a su indecible dolor. Cuando fueron a ayudar a la más dulce y triste de todas las madres, ella vio aquel cuerpo, concebido sin mancha por el Espíritu Santo, carne de su carne, hueso de sus huesos, corazón de su corazón; la obra sagrada de sus entrañas, formado por obra divina, ese cuerpo que colgaba de una cruz, entre dos ladrones. Crucificado, deshonrado, maltratado, condenado por todos aquellos a quienes había venido a la tierra a redimir. Bien se la podía llamar en aquellos momentos la reina de los mártires.

Eran poco más de las tres cuando Jesús expiró. La luz del sol era todavía débil y estaba velada por una bruma rojiza, el aire se hizo sofocante y bochornoso mientras duró el temblor de la tierra, mas después refrescó sensiblemente. Cuando se produjo el temblor de tierra, los fariseos estaban muy alarmados pero después se recobraron; algunos se acercaron a la grieta que se había abierto en el peñasco del Calvario, tiraron piedras y querían medir su profundidad con cuerdas, pero, al no haber podido llegar al fondo, se quedaron pensativos. Advirtieron con inquietud los gemidos del pueblo, sus signos de arrepentimiento, y se alejaron. Muchos de los presentes se habían verdaderamente convertido y muchos de ellos regresaron a Jerusalén, llenos de temor. Los soldados romanos montaron guardia en las puertas de la ciudad y otros lugares principales para prevenir una posible insurrección. Casio se quedó en el Calvario con cincuenta soldados. Los amigos de Jesús rodeaban la cruz, contemplaban a Nuestro Señor y lloraban. Algunas de las santas mujeres se marcharon a sus casas y todo quedó silencioso y sumido en la pena. Desde lejos, en el valle y sobre las alturas opuestas, se veían acá y allá algunos discípulos que miraban la cruz con una curiosidad inquieta, y desaparecían si se les acercaba alguien.

 

EL TEMBLOR DE TIERRA. APARICIÓN DE LOS MUERTOS EN JERUSALÉN

Cuando murió Jesús, yo vi su alma semejante a una forma luminosa penetrar en la tierra al pie de la cruz, con ella una multitud brillante de ángeles, entre los cuales estaba Gabriel. Estos ángeles echaban al gran abismo a una multitud de malos espíritus. Y oí que Jesús ordenó a muchas almas del limbo que volvieron a entrar en sus cuerpos mortales para atemorizar a los impenitentes y dieran testimonio de Su divinidad.

El temblor de tierra que quebró la roca del Calvario, causó estragos, sobre todo en Jerusalén y en Palestina. Apenas habían recobrado el ánimo en la ciudad y en el Templo al volver la luz del sol, cuando el temblor que agitó la tierra y el estrépito de los edificios al hundirse, causaron temores mucho mayores. Este terror se convirtió en pánico cuando la gente que huía llorando encontraban en el camino súbitas apariciones de muertos resucitados que los reconvenían y amenazaban en el lenguaje más severo.

En el Templo, el Sumo Sacerdote y los demás sacerdotes habían continuado el sacrificio del cordero pascual, interrumpido por el espanto que les causaron las tinieblas, y creían haber triunfado con la vuelta de la luz. Mas, de pronto, la tierra tembló bajo sus pies, los edificios vecinos se derrumbaban y el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo. Al principio mi terror extremo los dejó unidos, pero luego se vieron sacudidos por los más incontrolables llantos y lamentaciones. Sin embargo, las ceremonias estaban tan reguladas, en el interior del Templo era todo tan pautado, las filas de sacerdotes, el sonido de los cánticos y de las trompetas, los movimientos de los fieles, que de momento no se consiguió controlar el desorden y turbación. Los sacrificios continuaron tranquilamente en algunas partes, mientras los sacerdotes los tranquilizaban. Pero la aparición de los muertos que se presentaban en el Templo lo echó todo abajo, y la gente huyó despavorida tan de prisa como pudo. En la ceremonia no quedó nadie, y el Templo fue abandonado como si hubiera sido manchado. Sin embargo, esto sucedió progresivamente, y mientras que una parte de los que estaban presentes corrían escaleras abajo del Templo, otros iban siendo contenidos por los sacerdotes o no eran todavía presa del pánico que los enloquecía. Se puede tener una idea de lo que pasaba, representándose un hormiguero, en el cual han echado una piedra. Mientras la confusión reina en un punto, el trabajo continúa en otro, y aun el sitio agitado vuelve a recobrar el orden durante algunos momentos. El Sumo Sacerdote Caifás y los suyos conservaron su presencia de ánimo. Gracias al diabólico endurecimiento de su corazón y la tranquilidad aparente que tenían, impidieron que la confusión fuese general, y lograron que el pueblo no tomara esos terribles acontecimientos como un testimonio de la inocencia de Jesús. La guarnición romana de la torre Antonia hizo también grandes esfuerzos para mantener el orden, de suerte que la fiesta se interrumpió sin que estallase un tumulto popular. Todo se convirtió en agitación e inquietud que cada uno llevó a su casa y que la habilidad de los fariseos había conseguido, con éxito, calmar en parte.

He aquí los hechos de los que me acuerdo. Las dos grandes columnas situadas a la entrada del Sanctasanctórum del Templo y entre las cuales estaba colgada una magnifícente cortina, se apartaron la una de la otra y el techo que sostenían se hundió rasgando la cortina con fuerte sonido de arriba abajo, y el Sanctasanctórum quedó así expuesto a los ojos de todos. Cerca de la celda donde solía rezar el viejo Simeón, cayó una gruesa piedra que hundió la bóveda. En el Sanctasanctórum se vio aparecer al Sumo Sacerdote Zacarías, muerto entre el Templo y el altar; pronunció palabras amenazadoras y habló de la muerte del otro Zacarías, padre de Juan el Bautista y de otros profetas. Los dos hijos del piadoso Sumo Sacerdote Simón el justo, se aparecieron cerca del gran púlpito y hablaron también de la muerte de los profetas y del sacrificio que ahora se había cumplido. Jeremías se apareció cerca del altar y proclamó con una voz tronante el fin del antiguo sacrificio y el principio del nuevo. Estas apariciones que habían tenido lugar en un sitio al que sólo los sacerdotes tenían acceso, fueron negadas o calladas y se prohibió severamente hablar de ellas. Se oyó un gran ruido, las puertas del Sanctasanctórum se abrieron y una voz gritó: «Vayámonos de aquí.» Entonces vi ángeles alejándose de allí. Nicodemo, José de Arimatea y otros muchos abandonaron también el Templo. Muertos resucitados se veían todavía andando por la ciudad. A una orden de los ángeles entraron finalmente en sus sepulcros. La cátedra del atrio se derrumbó. De treinta y dos fariseos que hacía poco habían vuelto del Calvario, muchos se habían convertido al pie de la cruz. Y en el Templo, comprendiendo perfectamente lo que estaba pasando, hicieron duros reproches a Anás y Caifás, y dejaron la congregación. Anás había sido uno de los más acérrimos enemigos de Jesús, y había incitado al proceso contra Él, pero ahora, viendo todos esos acontecimientos sobrenaturales, estaba casi loco de espanto, y no sabía dónde esconderse. Caifás quiso confortarlo, pero fue en vano. La aparición de los muertos lo había consternado. Caifás, aunque lleno de terror, estaba tan poseído del demonio del orgullo y de la obstinación, que no dejaba ver nada de lo que sentía y oponía una frente de hierro a los signos amenazadores de la ira divina. Dijo que los causantes de todo habían sido los partidarios del Galileo, que se habían presentado en el Templo manchados, y que todo eran sortilegios.

La misma confusión que en el Templo reinaba en muchos sitios de Jerusalén. Los muertos caminaban por las calles, las casas se derrumbaban, así como también los escalones del Tribunal de Caifás, donde Jesús había sido ultrajado, y una parte del hogar, del atrio, donde Pedro había negado a Jesús. Cerca del palacio de Pilatos, se partió la piedra del sitio donde Jesús había sido mostrado al pueblo y parte de las murallas de la ciudad se derribaron. El supersticioso Pilatos estaba paralizado y mudo de terror, su palacio se tambaleaba sobre sus cimientos, y la tierra no cesaba de moverse bajo sus pies. El corría enloquecido de una habitación a otra. Creyó ver en los muertos que se le aparecían a los dioses del Galileo, y se refugió en el rincón más oculto de la casa para pedir socorro a sus ídolos. También Herodes estaba aterrorizado pero él se había encerrado y no quería ver a nadie. Un centenar de muertos de todas las épocas aparecieron en Jerusalén y en sus alrededores. Los muertos cuyas almas fueron enviadas por Jesús desde el limbo, se levantaron, destaparon sus rostros y anduvieron errantes por las calles sin tocar el suelo con los pies. Dieron testimonio de Jesús con palabras severas contra los que habían tomado parte en su muerte. En los lugares donde la sentencia de Jesús se había proclamado antes de ponerse en marcha la procesión para el Calvario, se detuvieron un momento y gritaron: «¡Gloria a Jesús por los siglos de los siglos y condenación eterna para sus verdugos!» Delante del palacio de Pilatos exclamaron: «¡Juez inicuo!» Todo el mundo temblaba y huía; el terror era inmenso en toda la ciudad y cada cual se escondía donde podía. A las cuatro en punto los muertos volvieron a sus tumbas. Los sacrificios en el Templo habían sido así interrumpidos, la confusión reinaba por todas partes y pocas personas comieron esa noche el cordero pascual.

 

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Foros de la Virgen María María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

Crucifixión, Muerte y Descendimiento, visiones de Maria Valtorta

Cuatro hombres fornidos, que por su aspecto me parecen judíos, y judíos más merecedores de la cruz que los condenados, ciertamente de la misma calaña de los flageladores, y que estaban en un sendero, saltan al lugar del suplicio. Van vestidos con túnicas cortas y sin mangas.

Tienen en sus manos clavos, martillos y cuerdas. Y muestran burlonamente estas cosas a los tres condenados. La muchedumbre se excita envuelta en un delirio cruel.

El centurión ofrece a Jesús el ánfora, para que beba la mixtura anestésica del vino mirrado. Pero Jesús la rechaza. Los dos ladrones, por el contrario, beben mucha. Luego, junto a una piedra grande, casi en el borde de la cima, ponen esta ánfora de amplia boca de forma de tronco de cono invertido.

Se da a los condenados la orden de desnudarse. Los dos ladrones lo hacen sin pudor alguno. Es más, se divierten haciendo gestos obscenos hacia la muchedumbre, y especialmente hacia el grupo sacerdotal, todo blanco con sus túnicas de lino, grupo que, a la chita callando y haciendo uso de su condición, ha vuelto al rellano. A los sacerdotes se han unido dos o tres fariseos y otros prepotentes personajes a quienes el odio hace amigos entre sí. Y veo a personas ya conocidas, como el fariseo Jocanán e Ismael, el escriba Sadoq, Elí de Cafarnaúm…

Los verdugos ofrecen tres trapajos a los condenados para que se los aten a la ingle. Los ladrones los agarran mientras profieren blasfemias aún más horrendas. Jesús, que se está desvistiendo lentamente por el agudo dolor de las heridas, lo rehúsa. Quizás cree que conservará el calzón corto que pudo tener durante la flagelación. Pero cuando le dicen que también se lo quite, tiende la mano para mendigar el trapajo de los verdugos para cubrir su desnudez: verdaderamente es el Anonadado, hasta el punto de tener que pedir un trapajo a unos delincuentes.

Pero María se ha percatado y se ha quitado el largo y sutil lienzo blanco que le cubre la cabeza por debajo del manto oscuro; un velo en el que Ella ha derramado ya mucho llanto. Se lo quita sin dejar caer el manto. Se lo pasa a Juan para que se lo dé a Longinos para su hijo. El centurión toma el velo sin poner dificultades, y cuando ve que Jesús está para desnudarse del todo, vuelto no hacia la muchedumbre sino hacia la parte vacía de gente -mostrando así su espalda surcada de moraduras y ampollas, sangrante por heridas abiertas o a través de oscuras costras-, le ofrece el velo materno de lino. Jesús lo reconoce y se lo enrolla en varias veces en torno a la pelvis asegurándoselo bien para que no se caiga… Y en el lienzo –hasta ese momento mojado sólo de llanto- caen las primeras gotas de sangre, porque muchas de las heridas, mínimamente cubiertas de coágulo, al agacharse para quitarse las sandalias y dejar en el suelo la ropa, se han abierto y la sangre de nuevo mana.

Ahora Jesús se vuelve hacia la muchedumbre. Y se ve así que también el pecho, los brazos, las piernas, están llenos de golpes de los azotes. A la altura del hígado hay un enorme cardenal. Bajo el arco costal izquierdo hay siete nítidas estrías en relieve, terminada en siete pequeñas laceraciones sangrantes rodeadas de un círculo violáceo… un golpe fiero de flagelo en esa zona tan sensible del diafragma. Las rodillas, magulladas por las repetidas caídas que ya empezaron inmediatamente después de la captura y que terminaron en el Calvario, están negras por los hematomas, y abiertas por la rótula, especialmente la derecha, con una vasta laceración sangrante.

La muchedumbre lo escarnece como en coro (con citas de: Salmo 45, 3; Cantar de los cantares 5, 10-16; y alusiones a: Números 12; Deuteronomio 24, 9):
-¡Qué hermoso! ¡El más hermoso de los hijos de los hombres! Las hijas de Jerusalén te adoran…

Y empiezan a cantar, con tono de salmo:
-Cándido y rubicundo es mi dilecto, se distingue entre millares. Su cabeza es oro puro; sus cabellos, racimos de palmera, sedeños como pluma de cuervo. Sus ojos son como dos palomas chapoteando en arroyos de leche que no de agua, en la leche de sus órbitas. Sus mejillas son aromáticos cuadros de jardín; sus labios, purpúreos lirios que rezuman preciosa mirra. Sus manos torneadas como trabajo de orfebre, terminadas en róseos jacintos. Su tronco es marfil veteado de zafiros. Sus piernas, perfectas columnas de cándido mármol con bases de oro. Su majestuosidad es como la del Líbano; su solemnidad, mayor que 1a del alto cedro. Su lengua está empapada de dulzura. Toda una delicia es él -y se ríen, y también gritan:
-¡El leproso! ¡El leproso! ¿Será que has fornicado con un ídolo, si Dios te ha castigado de este modo? ¿Has murmurado contra los santos de Israel, como María de Moisés pues que has recibido este castigo? ¡Oh! ¡Oh! ¡El Perfecto! ¿Eres el Hijo de Dios? ¡Qué va! ¡Lo que eres es el aborto de Satanás! A1 menos él, Mammona, es poderoso y fuerte. Tú… eres un andrajo impotente y asqueroso.

Atan a las cruces a los ladrones y se los coloca en sus sitios, uno a la derecha, uno a la izquierda, respecto al sitio destinado para Jesús. Gritan, imprecan, maldicen; y, especialmente cuando meten las cruces en el agujero y los descoyuntan y las cuerdas magullan sus muñecas, sus maldiciones contra Dios, contra la Ley, contra los romanos, contra los judíos, son infernales.

Es ahora el turno de Jesús. Él se extiende mansamente sobre el madero. Los dos ladrones se rebelaban tanto, que, no siendo suficientes los cuatro verdugos, habían tenido que intervenir soldados para sujetarlos, para que no apartaran con patadas a los verdugos que los ataban por las muñecas. Pero para Jesús no hay necesidad de ayuda. Se extiende y pone la cabeza donde le dicen que la ponga. Abre los brazos como le dicen que los abra. Estira las piernas como ordenan que lo haga. Sólo se ha preocupado de colocarse bien su velo. Ahora su largo cuerpo, esbelto y blanco, resalta sobre el madero oscuro y el suelo amarillo.

Dos verdugos se sientan encima de su pecho para sujetarlo. Y pienso en qué opresión y dolor debió sentir bajo ese peso. Un tercer verdugo le toma el brazo derecho y lo sujeta: con una mano en la primera parte del antebrazo; con la otra, en el extremo de los dedos. El cuarto, que tiene ya en su mano el largo clavo de punta afilada y cuerpo cuadrangular que termina en una superficie redonda y plana de1 diámetro de diez céntimos de los tiempos pasados, mira si el agujero ya practicado en la madera coincide con la juntura del radio y el cúbito en la muñeca. Coincide. El verdugo pone la punta del clavo en la muñeca, alza el martillo y da el primer golpe.
Jesús, que tenía los ojos cerrados, al sentir el agudo dolor grita y se contrae, y abre al máximo los ojos, que nadan entre lágrimas. Debe sentir un dolor atroz… el clavo penetra rompiendo músculos, venas, nervios, penetra quebrantando huesos…

María responde, con un gemido que casi lo es de cordero degollado, al grito de su Criatura torturada; y se pliega, como quebrantada Ella, sujetándose la cabeza entre las manos. Jesús, para no torturarla, ya no grita. Pero siguen los golpes, metódicos, ásperos, de hierro contra hierro… y uno piensa que, debajo, es un miembro vivo el que los recibe.

La mano derecha ya está clavada. Se pasa a la izquierda. El agujero no coincide con el carpo. Entonces agarran una cuerda, atan la muñeca izquierda y tiran hasta dislocar la juntura, hasta arrancar tendones y músculos, además de lacerar la piel ya serrada por las cuerdas de la captura. También la otra mano debe
sufrir porque está estirada por reflejo y en torno a su clavo se va agrandando el agujero. Ahora a duras penas se llega al principio del metacarpo, junto a la muñeca. Se resignan y clavan donde pueden, o sea, entre el pulgar y los otros dedos, justo en el centro del metacarpo. Aquí el clavo entra más fácilmente, pero con mayor espasmo porque debe cortar nervios importantes (tanto que los dedos se quedan inertes, mientras los de la derecha experimentan contracciones y temblores que ponen de manifiesto su vitalidad). Pero Jesús ya no grita, sólo emite un ronco quejido tras sus labios fuertemente cerrados, y lágrimas de dolor caen al suelo después de haber caído en la madera.

Ahora les toca a los pies. A unos dos metros -un poco más-del extremo de la cruz hay un pequeño saliente cuneiforme, escasamente suficiente para un pie. Acercan a él los pies para ver si va bien la medida. Y, dado que está un poco bajo y los pies llegan mal, estiran por los tobillos al pobre Mártir. Así, la madera áspera de la cruz raspa las heridas y menea la corona, de forma que ésta se descoloca arrancando otra vez cabellos, y puede caerse; un verdugo, con mano violenta, vuelve a incrustársela en la cabeza…

Ahora los que estaban sentados en el pecho de Jesús se alzan para ponerse sobre las rodillas, dado que Jesús hace un movimiento involuntario de retirar las piernas al ver brillar al sol el larguísimo clavo, el doble de largo y de ancho de los que han sido usados para las manos. Y cargan su peso sobre las rodillas excoriadas, y hacen presión sobre las pobres tibias contusas, mientras los otros dos llevan a cabo la operación, mucho más difícil, de enclavar un pie sobre el otro, tratando de hacer coincidir las dos junturas de los tarsos.

A pesar de que miren bien y tengan bien sujetos los pies, por los tobillos y los dedos, contra el apoyo cuneiforme, el pie de abajo se corre por la vibración del clavo, y tienen que desclavarlo casi (desclavar invirtiendo la posición, o sea, poniendo debajo el pie derecho y encima el izquierdo), porque después de haber entrado en las partes blandas, el clavo, que ya había perforado el pie derecho y sobresalía, tiene que ser centrado un poco más. Y golpean, golpean, golpean… Sólo se oye el atroz ruido del martillo contra la cabeza del clavo, porque todo el Calvario es sólo ojos atentísimos y oídos aguzados, para percibir la acción y el ruido, y gozarse en ello…

Acompaña al sonido áspero del hierro un lamento quedo de paloma: el ronco gemido de María, quien cada vez se pliega más, a cada golpe, como si el martillo la hiriera a Ella, la Madre Mártir. Y es comprensible que parezca próxima a sucumbir por esa tortura: la crucifixión es terrible: como la flagelación en cuanto al dolor, pero más atroz de presenciar, porque se ve desaparecer el clavo dentro de las carnes vivas; sin embargo, es más breve que la flagelación, que agota por su duración.
Para mí, la agonía del Huerto, la flagelación y la crucifixión son los momentos más atroces. Me revelan toda la tortura de Cristo. La muerte me resulta consoladora, porque digo: « ¡Se acabó!». Pero éstas no son el final, son el comienzo de nuevos sufrimientos.

Ahora arrastran la cruz hasta el agujero. La cruz rebota sobre el suelo desnivelado y zarandea al pobre Crucificado. Izan la cruz, que dos veces se va de las manos de los que la levantan (una vez, de plano; la otra, golpeando el brazo derecho de la cruz) y ello procura un acerbo tormento a Jesús, porque la sacudida que recibe remueve las extremidades heridas.

Y cuando, luego, dejan caer la cruz en su agujero -oscilando además ésta en todas las direcciones antes de quedar asegurada con piedras y tierra, e imprimiendo continuos cambios de posición al pobre cuerpo, suspendido de tres clavos-, el sufrimiento debe ser atroz. Todo el peso del cuerpo se echa hacia delante y cae hacia abajo, y los agujeros se ensanchan, especialmente el de la mano izquierda; y se ensancha el agujero practicado en los pies. La sangre brota con más fuerza. La de los pies gotea por los dedos y cae al suelo, o desciende por el madero de la cruz; la de las manos recorre los antebrazos, porque las muñecas están más altas que las axilas, debido a la postura; surca también las costillas bajando desde las axilas hacia la cintura. La corona, cuando la cruz se cimbrea antes de ser fijada, se mueve, porque la cabeza se echa bruscamente hacia atrás, de manera que hinca en la nuca el grueso nudo de espinas en que termina la punzante corona, y luego vuelve a acoplarse en la frente y araña, araña sin piedad.

Por fin, la cruz ha quedado asegurada y no hay otros tormentos aparte del de estar colgado. Levantan también a los ladrones, los cuales, puestos ya verticalmente, gritan como si los estuvieran desollando vivos, por la tortura de las cuerdas, que van serrando las muñecas y hacen que las manos se pongan negras, con las venas hinchadas como cuerdas.

Jesús calla. La muchedumbre ya no calla; antes bien, reanuda su vocerío infernal.
Ahora la cima del Gólgota tiene su trofeo y su guardia de honor. En el extremo más alto, la cruz de Jesús; a sus dos lados, las otras dos. Media centuria de soldados con las armas al pie rodeando la cima. Dentro de este círculo de soldados, los diez desmontados del caballo jugándose a los dados los vestidos de los condenados.

En pie, erguido, entre la cruz de Jesús y la de la derecha, Longinos que parece montar guardia de honor al Rey Mártir. La otra media centuria, descansando, está a las órdenes del ayudante de Longinos, en el sendero de la izquierda y en el rellano más bajo, a la espera de ser utilizados si hubiera necesidad de hacerlo. Los soldados muestran una casi total indiferencia; sólo alguno, de vez en cuando, alza la cabeza hacia los crucificados.

Longinos, sin embargo, observa todo con curiosidad e interés, compara y mentalmente juzga: compara a los crucificados -especialmente a Cristo-con los espectadores. Su mirada penetrante no se pierde ni un detalle, y para ver mejor se hace visera con la mano porque el sol debe molestarle.

Es, efectivamente, un sol extraño; de un amarillo-rojo de llama Y luego esta llama parece apagarse de golpe por un nubarrón de pez que aparece tras las cadenas montañosas judías y que corre veloz por el cielo para desaparecer detrás de otros montes. Y cuando el sol vuelve a aparecer es tan intenso, que a duras penas lo soportan los ojos.

Mirando, ve a María, justo al pie del escalón del terreno, alzado hacia su Hijo el rostro atormentado. Llama a uno de los soldados que están jugando a los dados y le dice:
-Si la Madre quiere subir con el hijo que la acompaña, que venga. Escóltala y ayúdala.

Y María con Juan -tomado por hijo-sube por los escalones incididos en la roca tobosa -creo-y traspasa el cordón de los soldados para ir al pie de la cruz, aunque un poco separada, para ser vista por su Jesús y verlo a su vez.

La turba, enseguida, le propina los más oprobiosos insultos, uniéndola a su Hijo en las blasfemias. Pero Ella, con los labios temblorosos y blanquecidos, sólo busca consolarlo con una sonrisa acongojada en que se enjugan las lágrimas que ninguna fuerza de voluntad logra retener en los ojos.

La gente, empezando por los sacerdotes, escribas, fariseos, saduceos, herodianos y otros como ellos, se procura la diversión de hacer como un carrusel: subiendo por el camino empinado, orillando el escalón final y bajando por el otro sendero, o viceversa; y, al pasar al pie de la cima, por el rellano inferior, no dejan de ofrecer sus palabras blasfemas como don para el Moribundo. Toda la infamia, la crueldad, el odio, la vesania de que, con la lengua, son capaces los hombres quedan ampliamente testificadas por estas bocas infernales. Los que más se ensañan son los miembros del Templo, con la ayuda de los fariseos.
-¿Y entonces? Tú, Salvador del género humano, ¿por qué no te salvas? ¿Te ha abandonado tu rey Belcebú? ¿Ha renegado de ti? -gritan tres sacerdotes.

Y una manada de judíos:
-Tú, que hace no más de cinco días, con la ayuda del Demonio, hacías decir al Padre… ¡ja! ¡Ja! ¡Ja!… que te iba a glorificar, ¡cómo es que no le recuerdas que mantenga su promesa?
Y tres fariseos:
-¡Blasfemo! ¡Ha salvado a los otros, decía, con la ayuda de Dios! ¡Y no logra salvarse a sí mismo! ¿Quieres que la gente crea? ¡Pues haz el milagro! ¿Ya no puedes, eh? Ahora tienes las manos clavadas y estás desnudo.
Y saduceos y herodianos a los soldados:
-¡Cuidado con el hechizo, vosotros que os habéis quedado sus vestidos! ¡Lleva dentro el signo infernal!

Una muchedumbre, en coro:
-Baja de la cruz y creeremos en ti. Tú que destruyes el Templo… ¡Loco!… Mira, allí está el glorioso y santo Templo de Israel. ¡Es intocable, profanador! Y Tú estás muriendo.
Otros sacerdotes:
-¡Blasfemo! ¿Hijo de Dios, Tú? ¡Pues baja de ahí entonces! Fulmínanos, si eres Dios. Te escupimos, porque no te tenemos miedo.
Otros que pasan y menean la cabeza:
-Sólo sabe llorar. ¡Sálvate, si es verdad que eres el Elegido!
Los soldados:
-¡Eso, sálvate! ¡Y reduce a cenizas a la cochambre la cochambre! Que sois la cochambre del imperio, judíos canallas. ¡Hazlo! ¡Roma te introducirá en el Capitolio y te adorará como a un numen!

Los sacerdotes con sus cómplices:
-Eran más dulces los brazos de las mujeres que los de la cruz, ¿verdad? Pero, mira: están ya preparadas para recibirte estas -aquí dicen un término infame-tuyas. Tienes a todo Jerusalén para hacerte de madrina de boda. Y silban como carreteros. Otros, lanzando piedras: -¡Convierte éstas en pan, Tú, multiplicador de panes!
Otros, parodiando los hosannas del domingo de ramos, lanzan ramas y gritan:

-¡Maldito el que viene en nombre del Demonio! ¡Maldito su reino! ¡Gloria a Sión, que lo segrega de entre los vivos!

Un fariseo se coloca frente a la cruz y muestra el puño con el índice y el meñique alzados y dice:
-¿“Te entrego al Dios del Sinaí, dijiste”? Ahora el Dios del Sinaí te prepara para el fuego eterno. ¿Por qué no llamas a Jonás para que te devuelva aquel buen servicio?
Otro:
-No estropees la cruz con los golpes de tu cabeza. Tiene que servir para tus seguidores. Toda una legión de seguidores tuyos morirá en tu madero, te lo juro por Yeohveh. Y al primero que voy a crucificar va a ser a Lázaro. Veremos si esta vez lo resucitas.
-¡Sí! ¡Sí! ¡Vamos a casa de Lázaro! ¡Clavémoslo por el otro lado de la cruz! -y, como papagayos, remedan el modo lento de hablar de Jesús diciendo: « ¡Lázaro, amigo mío, sal afuera! Desatadlo y dejadlo andar.
-¡No! Decía a Marta y a María, sus hembras: «Yo soy la Resurrección y la Vida». ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡La Resurrección no sabe repeler 1a muerte, y la Vida muere!
-Ahí están María y Marta. Vamos a preguntarles dónde está Lázaro y vamos a buscarlo.
Y se acercan, hacia las mujeres. Preguntan arrogantemente:
-¿Dónde está Lázaro? ¿En el palacio?

Y María Magdalena, mientras las otras mujeres, aterrorizadas, se refugian detrás de los pastores, se adelanta, hallando en su dolor la antigua altivez de los tiempos de pecado, y dice:
-Id. Encontraréis ya en el palacio a los soldados de Roma y a quinientos hombres de mis tierras armados, y os castrarán como a viejos cabros destinados para comida de los esclavos de los molinos.
-¡Descarada! ¿Así hablas a los sacerdotes?
-¡Sacrílegos! ¡Infames! ¡Malditos! ¡Volveos! Detrás de vosotros tenéis, yo las veo, las lenguas de las llamas infernales.

Tan segura es la afirmación de María, que esos cobardes se vuelven, verdaderamente aterrorizados; y, si no tienen las llamas detrás sí tienen en los lomos las bien afiladas lanzas romanas. Porque Longinos ha dado una orden y la media centuria que estaba descansando ha entrado en acción y pincha en las nalgas a los primeros que encuentra. Éstos huyen gritando y la media centuria se queda cerrando los accesos de los dos senderos y haciendo de baluarte a la explanada. Los judíos imprecan, pero Roma es la más fuerte.

La Magdalena se cubre de nuevo con su velo -se lo había levantado para hablar a los insultadores-y vuelve a su sitio. Las otras vuelven donde ella.
Pero el ladrón de la izquierda sigue diciendo insultos desde su cruz. Parece como si en él se condensaran todas las blasfemias de los otros, y las va soltando todas, para terminar:
-¡Sálvate y sálvanos, si quieres que se te crea. ¿El Cristo Tú? ¡Un loco es lo que eres! El mundo es de los astutos y Dios no existe. Yo existo, esto es verdad, Y para mí todo es lícito. ¿Dios?… ¡Una patraña! ¡Creada para tenernos quietecitos! ¡Viva nuestro yo! ¡Sólo él es rey y dios!

El otro ladrón, que está a la derecha y tiene casi a sus pies a María y que mira a Ella casi más que a Cristo, y que desde hace algunos momentos llora susurrando: «La madre», dice:
-¡Calla! ¿No temes a Dios ni siquiera ahora que sufres esta pena? ¿Por qué insultas a uno bueno? Está sufriendo un suplicio aún mayor que el nuestro. Y no ha hecho nada malo.

Pero el mal ladrón continúa sus imprecaciones.
Jesús calla. Jadeante por el esfuerzo de la postura, por la fiebre, por el estado cardiaco y respiratorio, consecuencia de la flagelación sufrida en forma tan violenta, y también consecuencia de la angustia profunda que le había hecho sudar sangre, busca un alivio aligerando el peso que carga sobre los pies suspendiéndose de las manos y haciendo fuerza con los brazos. Quizás lo hace también para vencer un poco el calambre que ya atormenta los pies y que es manifiesto por el temblor muscular. Pero las fibras de los brazos -forzados en esa postura y seguramente helados en sus extremos, porque están situados más arriba y exangües (la sangre a duras penas llega a las muñecas, para rezumar por los agujeros de los clavos, dejando así sin circulación a los dedos)-tienen el mismo temblor. Especialmente los dedos de la izquierda están ya cadavéricos y sin movimiento, doblados hacia la palma. También los dedos de los pies expresan su tormento; sobre todo, los pulgares, quizás porque su nervio está menos lesionado: se alzan, bajan, se separan.

Y el tronco revela todo su sufrimiento con su movimiento, que es veloz pero no profundo, y fatiga sin dar descanso. Las costillas, de por sí muy amplias y altas, porque la estructura de este Cuerpo es perfecta, están ahora desmedidamente dilatadas por la postura que ha tomado el cuerpo y por el edema pulmonar que ciertamente se ha formado dentro. Y, no obstante, no son capaces de aligerar el esfuerzo respiratorio; tanto es así, que todo el abdomen ayuda con su movimiento al diafragma, que se va paralizando cada vez más.

Y la congestión y la asfixia aumentan a cada minuto que pasa, como así lo indican el colorido cianótico que orla los labios, de un rojo encendido por la fiebre, y las estrías de un rojo violáceo que pincelan e1 cuello a lo largo de las yugulares túrgidas, y se ensanchan hasta las mejillas, hacia las orejas y las sienes, mientras que la nariz aparece afilada y exangüe y los ojos se hunden en un círculo que, donde no hay sangre goteada de la corona, aparece lívido.

Debajo del arco costal izquierdo se ve la onda -irregular pero violenta-propagada desde la punta cardiaca, y de vez en cuando, por una convulsión interna, se produce un estremecimiento profundo del diafragma, que se manifiesta en una distensión total de la piel en la medida en que puede estirarse en ese pobre Cuerpo herido y moribundo.

La Faz tiene ya el aspecto que vemos en las fotografías de la Síndone, con la nariz desviada e hinchada por una parte; y también el hecho de tener el ojo derecho casi cerrado, por la hinchazón que hay en ese lado, aumenta el parecido. La boca, por el contrario, este abierta, y reducida ya a una costra su herida del labio superior.

La sed, producida por la pérdida de sangre, por la fiebre y el sol, debe ser intensa; tanto es así que Él, con una reacción espontánea bebe las gotas de su sudor y de su llanto, y también las de sangre que bajan desde la frente hasta el bigote, y se moja con estas gotas la lengua…

La corona de espinas le impide apoyarse al mástil de la cruz para ayudarse a estar suspendido de los brazos y aligerar así los pies. La zona lumbar y toda la espina dorsal se arquean hacia afuera, quedando Jesús separado del mástil de la cruz del íleon hacia arriba por la fuerza de inercia que hace pender hacia adelante un cuerpo suspendido, como estaba el suyo.

Los judíos, rechazados hasta fuera de la explanada, no dejan de insultar, y el ladrón impenitente hace eco.

El otro, que mira con piedad cada vez mayor a la Madre, y que llora, le reprende ásperamente cuando oye que en el insulto está incluida también Ella.
-¡Cállate! Recuerda que naciste de una mujer. Y piensa que las nuestras han llorado por causa de los hijos. Y han sido lágrimas de vergüenza… porque somos unos malhechores. Nuestras madres han muerto… Yo quisiera poder pedirle perdón… Pero ¿podré hacerlo? Era una santa… La maté con el dolor que le daba. Yo soy un pecador… ¿Quién me perdona? Madre, en nombre de tu Hijo moribundo, ruega por mí.

La Madre levanta un momento su cara acongojada y lo mira, mira a este desventurado que, a través del recuerdo de su madre y de la contemplación de la Madre, va hacia el arrepentimiento; y parece acariciarlo con su mirada de paloma.

Dimas llora más fuerte. Y esto desata aún más las burlas de la muchedumbre y del compañero. La gente grita:
-¡Sí señor! Tómate a ésta como madre. ¡Así tiene dos hijos delincuentes!
Y el otro incrementa:
-Te ama porque eres una copia menor de su amado.
Jesús dice ahora sus primeras palabras:
-¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!

Esta súplica le hace superar todo temor a Dimas. Se atreve a mirar a Cristo, y dice:
-Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino. Yo, es justo que aquí sufra. Pero dame misericordia y paz más allá de esta vida. Una vez te oí hablar, y, como un demente, rechacé tu palabra. Ahora, de esto me arrepiento. Y me arrepiento ante ti, Hijo del Altísimo, de mis pecados. Creo que vienes de Dios. Creo en tu poder. Creo en tu misericordia. Cristo, perdóname en nombre de tu Madre y de tu Padre santísimo.

Jesús se vuelve y lo mira con profunda piedad, y todavía expresa una sonrisa bellísima en esa pobre boca torturada. Dice:
-Yo te lo digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
El ladrón arrepentido se calma, y, no sabiendo ya las oraciones aprendidas de niño, repite como una jaculatoria: «Jesús Nazareno, rey de los judíos, piedad de mí; Jesús Nazareno, rey de los judíos, espero en ti; Jesús Nazareno, rey de los judíos, creo en tu Divinidad».

El otro continúa con sus blasfemias.
El cielo se pone cada vez más tenebroso. Ahora difícil es que las nubes se abran para dejar pasar el sol; antes al contrario, se superponen en una serie cada vez mayor de estratos plúmbeos, blancos, verduscos; se entrelazan o se desenredan, según los juegos de un viento frío que a intervalos recorre el cielo y luego baja a la tierra y luego calla de nuevo (y es casi más siniestro el aire cuando calla, bochornoso y muerto, que cuando silba, cortante y veloz).

La luz, antes de una desmesurada intensidad, se va haciendo verdosa. Y las caras adquieren caprichosos aspectos. Los soldados, con sus yelmos, vestidos con sus corazas antes brillantes y ahora como opacas bajo esta luz verdosa y este cielo de ceniza, muestran duros perfiles, como cincelados. Los judíos, en su mayor parte de pelo, barba y tez morenos, asemejan ahora ¬tan térreos se ponen sus rostros-a ahogados. Las mujeres parecen estatuas de nieve azulada por la exangüe palidez que la luz acentúa.

Jesús parece lividecer de una manera siniestra, como por un comienzo de descomposición, como si ya estuviera muerto. La cabeza empieza a reclinarse sobre el pecho. Las fuerzas rápidamente faltan. Tiembla, aunque le abrase la fiebre. Y, en medio de su débil estado, susurra el nombre que antes ha dicho solamente en el fondo de su corazón: « ¡Mamá!», « ¡Mamá!». Lo susurra quedamente, como en un suspiro, como si ya estuviera en un leve delirio que le impidiera retener lo que la voluntad quisiera contener. Y María, cada vez que lo oye, irrefrenablemente, tiende los brazos como para socorrerlo.

La gente cruel se ríe de estos dolores del moribundo y la acongojada. De nuevo suben los sacerdotes y escribas, hasta ponerse detrás de los pastores, los cuales, de todas formas, están en el rellano de abajo. Y dado que los soldados hacen ademán de rechazarlos, reaccionan diciendo:
-¿Están aquí estos galileos? Pues estamos también nosotros, que tenemos que constatar que se cumpla la justicia totalmente. Y, desde lejos, con esta luz extraña, no podemos ver.

En efecto, muchos empiezan a impresionarse de la luz que está envolviendo al mundo, y alguno tiene miedo. También los soldados señalan al cielo y a una especie de cono, tan oscuro, que parece hecho de pizarra, y que se eleva como un pino por detrás de la cima de un monte. Parece una tromba marina. Se alza, se alza, parece generar nubes cada vez más negras: de alguna forma, asemeja a un volcán lanzando humo y lava.

Es en esta luz crepuscular y amedrentadora en la que Jesús da Juan a María y María a Juan. Inclina la cabeza, dado que María se ha puesto más debajo de la cruz para verlo mejor, y dice:
-Mujer: ahí tienes a tu hijo. Hijo: ahí tienes a tu Madre.
El rostro de María aparece más desencajado aún, después de esta palabra que es el testamento de su Jesús, el cual, no tiene nada que dar a su Madre, sino un hombre; Él, que por amor al Hombre la priva del Hombre-Dios, nacido de Ella. Pero trata, la pobre Madre, de no llorar sino mudamente, porque no puede, no puede no llorar… Las gotas del llanto brotan, a pesar de todos los esfuerzos hechos por retenerlas, aun expresando con la boca su acongojada sonrisa fijada en los labios por Él, para consolarlo a Él…

Los sufrimientos son cada vez mayores y la luz es cada vez menor.
Es en esta luz de fondo marino en la que aparecen, detrás de los judíos, Nicodemo y José, y dicen:
-¡Apartaos!
-No se puede. ¿Qué queréis? -dicen los soldados.
-Pasar. Somos amigos del Cristo.
Se vuelven los jefes de los sacerdotes.
-¿Quién osa profesarse amigo del rebelde? -dicen indignados.
Y José, resueltamente:
-Yo, noble miembro del Gran Consejo: José de Arimatea, el Anciano; y conmigo está Nicodemo, jefe de los judíos.
-Quien se pone de la parte del rebelde es rebelde.
-Y quien se pone de la parte de los asesinos es un asesino, Eleazar de Anás. He vivido como hombre justo. Ahora soy viejo. Mi muerte no está lejana. No quiero hacerme injusto cuando ya el Cielo baja a mí y con él el Juez eterno.
-¡Y tú, Nicodemo! ¡Me maravillo!
-Yo también. Pero sólo de una cosa: de que Israel esté corrompido, que no sepa ya reconocer a Dios.
-Me causas horror.
-Apártate, entonces, y déjame pasar. Pido sólo eso.
-¿Para contaminarte más todavía?
-Si no me he contaminado estando a vuestro lado, ya nada me contamina. Soldado, ten la bolsa y la contraseña.
Y pasa al decurión más cercano una bolsa y una tablilla encerada.
El decurión observa estas cosas y dice a los soldados:
-Dejad pasar a los dos.

Y José y Nicodemo se acercan a los pastores. No sé ni siquiera si los ve Jesús, en esa bruma cada vez más densa, y velada su mirada con la agonía. Pero ellos sí lo ven, y lloran sin respeto humano, a pesar de que ahora arremetan contra ellos los improperios sacerdotales.

Los sufrimientos son cada vez más fuertes. En el cuerpo se dan las primeras encorvaduras propias de la tetania, y cada manifestación del clamor de la muchedumbre los exaspera. La muerte de las fibras y de los nervios se extiende desde las extremidades torturadas hasta el tronco, haciendo cada vez más dificultoso el movimiento respiratorio, débil la contracción diafragmática y desordenado el movimiento cardiaco. El rostro de Cristo pasa alternativamente de accesos de una rojez intensísima a palideces verdosas propias de un agonizante por desangramiento. La boca se mueve con mayor fatiga, porque los nervios, en exceso cansados, del cuello y de la misma cabeza, que han servido de palanca decenas de veces a todo el cuerpo haciendo fuerza contra el madero transversal de la cruz, propagan el calambre incluso a las mandíbulas. La garganta, hinchada por las carótidas obstruidas, debe doler y extender su edema a la lengua, que aparece engrosada y lenta en sus movimientos. La espalda, incluso en los momentos en que las contracciones tetánicas no la curvan formando en ella un arco completo desde la nuca hasta las caderas, apoyadas como puntos extremos en el mástil de la cruz, se va arqueando hacia delante porque los miembros van experimentando cada vez más el peso de las carnes muertas.

La gente ve poco y mal estas cosas, porque la luz ya tiene la tonalidad de la ceniza oscura, y sólo quien esté a los pies de la cruz puede ver bien.
Jesús ahora se relaja totalmente, pendiendo hacia delante y hacia abajo, como ya muerto; deja de jadear, la cabeza le cuelga inerte hacia delante; el cuerpo, de las caderas hacia arriba, está completamente separado, formando ángulo con la cruz.
María emite un grito:
-¡Está muerto!
Es un grito trágico que se propaga en el aire negro. Y Jesús se ve realmente como muerto. Otro grito femenino le responde, y en el grupo de las mujeres observo agitación. Luego un grupo de unas diez personas se marcha, sujetando algo. Pero no puedo ver quiénes se alejan así: es demasiado escasa la luz brumosa; da la impresión de estar envueltos por una nube de ceniza volcánica densísima.

-No es posible -gritan unos sacerdotes y algunos judíos.
-Es una simulación para que nos vayamos. Soldado: pínchale con la lanza. Es una buena medicina para devolverle la voz.

Y, dado que los soldados no lo hacen, una descarga de piedras y terrones vuela hacia la cruz, y chocan contra el Mártir para caer después en las corazas romanas.
La medicina, como irónicamente han dicho los judíos, obra el prodigio. Sin duda, alguna piedra ha dado en el blanco, quizás en la herida de una mano, o en la misma cabeza, porque apuntaban hacia arriba. Jesús emite un quejido penoso y vuelve en sí.
El tórax vuelve a respirar con fatiga y la cabeza a moverse de derecha a izquierda buscando un lugar donde apoyarse para sufrir menos, aunque en realidad encuentra sólo mayor dolor.

Con gran dificultad, apoyando una vez más en los pies torturados, encontrando fuerza en su voluntad, únicamente en ella, Jesús se pone rígido en la cruz. Se pone de nuevo derecho, como si fuera una persona sana con su fuerza completa. Alza la cara y mira con ojos bien abiertos al mundo que se extiende bajo sus pies, a la ciudad lejana, que apenas es visible como un blancor incierto en la bruma, y al cielo negro del que toda traza de azul y luz han desaparecido. Y a este cielo cerrado, compacto, bajo, semejante a una enorme lámina de pizarra oscura, Él le grita con fuerte voz, venciendo con la fuerza de la voluntad, con la necesidad del alma, el obstáculo de las mandíbulas rígidas, de la lengua engrosada, de la garganta edematosa
-¡Eloi, Eloi, lamma sebacteni! -(esto es lo que oigo). Debe sentirse morir, y en un absoluto abandono del Cielo, para confesar con una voz así el abandono paterno.

La gente se burla de Él y se ríe. Lo insultan:
-¡No sabe Dios qué hacer de ti! ¡A los demonios Dios los maldice!
Otros gritan:
-¡Vamos a ver si Elías, al que está llamando, viene a salvarlo.
Y otros:
-Dadle un poco de vinagre. Que haga unas pocas gárgaras. ¡Viene bien para la voz! Elías o Dios -porque está poco claro 1o que este demente quiere-están lejos… ¡Necesita voz para que lo oigan! -y se ríen como hienas o como demonios.
Pero ningún soldado da el vinagre y ninguno viene del Cielo para confortar. Es la agonía solitaria, total, cruel, incluso sobrenaturalmente cruel, de la Gran Víctima.
Vuelven las avalanchas de dolor desolado que ya le habían abrumado en Getsemaní. Vuelven las olas de los pecados de todo el mundo a arremeter contra el náufrago inocente, a sumergirle bajo su amargura. Vuelve, sobre todo, la sensación, más crucificante que la propia cruz, más desesperante que cualquier tortura, de que Dios ha abandonado y que la oración no sube a Él…

Y es el tormento final, el que acelera la muerte, porque exprime las últimas gotas de sangre a través de los poros, porque machaca las fibras aún vivas del corazón, porque finaliza aquello que la primera cognición de este abandono había iniciado: la muerte. Porque, ante todo, de esto murió mi Jesús, ¡oh Dios que sobre Él descargaste tu mano por nosotros! Después de tu abandono, por tu abandono, ¿en qué se transforma una criatura? En un demente o en un muerto. Jesús no podía volverse loco porque su inteligencia era divina y, espiritual como es la inteligencia, triunfaba sobre el trauma total de aquel sobre el que cae la mano de Dios. Quedó, pues, muerto: era el Muerto, el santísimo Muerto, el inocentísimo Muerto. Muerto Él, que era la Vida. Muerto por efecto de tu abandono y de nuestros pecados.

La oscuridad se hace más densa todavía. Jerusalén desaparece del todo. Las mismas faldas del Calvario parecen desaparecer. Sólo es visible la cima (es como si las tinieblas la hubieran mantenido en alto y así recogiera la única y última luz restante, y hubieran depositado ésta, como para una ofrenda, con su trofeo divino, encima de un estanque de ónix líquido, para que esa cima fuera vista por el amor y el odio).
Y desde esa luz que ya no es luz llega la voz quejumbrosa de Jesús:
-¡Tengo sed!

En efecto, hace un viento que da sed incluso a los sanos. Un viento continuo, ahora, violento, cargado de polvo, un viento frío, aterrador. Pienso en el dolor que hubo de causar con su soplo violento en los pulmones, en el corazón, en la garganta de Jesús, en sus miembros helados, entumecidos, heridos. ¡Todo, realmente todo se puso a torturar al Mártir!

Un soldado se dirige hacia un recipiente en que los ayudantes del verdugo han puesto vinagre con hiel, para que con su amargura aumente la salivación en los atormentados. Toma la esponja empapada en ese líquido, la pincha en una caña fina ¬pero rígida-que estaba ya preparada ahí al lado, y ofrece la esponja al Moribundo.
Jesús se aproxima, ávido, hacia la esponja que llega: parece un pequeñuelo hambriento buscando el pezón materno.

María, que ve esto y piensa, ciertamente, también en esto, gime, apoyándose en Juan:
-¡Oh, y yo no puedo darle ni siquiera una gota de llanto!… ¡Oh, pecho mío, ¿por qué no das leche?! ¡Oh, Dios, ¿por qué, por qué nos abandonas así?! ¡Un milagro para mi Criatura! ¿Quién me sube para calmar su sed con mi sangre?… que leche no tengo…

Jesús, que ha chupado ávidamente la áspera y amarga bebida tuerce la cabeza henchido de amargura por la repugnancia. Ante todo, debe ser corrosiva sobre los labios heridos y rotos.

Se retrae, se afloja, se abandona. Todo el peso del cuerpo gravita sobre los pies
y hacia delante. Son las extremidades heridas las que sufren la pena atroz de irse hendiendo sometidas a la tensión de un cuerpo abandonado a su propio peso. Ya ningún movimiento alivia este dolor. Desde el íleon hacia arriba, todo el cuerpo está separado del madero, y así permanece.

La cabeza cuelga hacia delante, tan pesadamente que el cuello parece excavado en tres lugares: en la zona anterior baja de la garganta, completamente hundida; y a una parte y otra del esternocleidomastoideo. La respiración es cada vez más jadeante, aunque entrecortada: es ya más estertor sincopado que respiración. De tanto en tanto, un acceso de tos penosa lleva a los labios una espuma levemente rosada. Y las distancias entre una espiración y la otra se hacen cada vez más largas. El abdomen está ya inmóvil. Sólo el tórax presenta todavía movimientos de elevación, aunque fatigosos, efectuados con gran dificultad… La parálisis pulmonar se va acentuando cada vez más.

Y cada vez más débil, volviendo al quejido infantil del niño, se oye la invocación:
-¡Mamá!
Y la pobre susurra:
-Sí, tesoro, estoy aquí.
Y cuando, por habérsele velado la vista, dice:
-Mamá, ¿dónde estás? Ya no te veo. ¿También tú me abandonas?
Y esto no es ni siquiera una frase, sino un susurro apenas perceptible para quien más con el corazón que con el oído recoge todo suspiro del Moribundo. Ella responde: -¡No, no, Hijo! ¡Yo no te abandono! Oye mi voz, querido mío… Mamá está aquí, aquí está… y todo su tormento es el no poder ir donde Tú estás…
Es acongojante… Y Juan llora sin trabas. Jesús debe oír ese llanto, pero no dice nada. Pienso que la muerte inminente le hace hablar como en delirio y que ni siquiera es consciente de todo lo que dice y que, por desgracia, ni siquiera comprende el consuelo materno y el amor del Predilecto.

Longinos -que inadvertidamente ha dejado su postura de descanso con los brazos cruzados y una pierna montada sobre la otra, ora una, ora la otra, buscando un alivio para la larga espera en pie, y ahora, sin embargo, está rígido en postura de atento, con la mano izquierda sobre la espada y la derecha pegada, normativamente, al costado, como si estuviera en los escalones del trono imperial-no quiere emocionarse. Pero su cara se altera con el esfuerzo de vencer la emoción, y en los ojos aparece un brillo de llanto que sólo su férrea disciplina logra contener.

Los otros soldados, que estaban jugando a los dados, han dejado de hacerlo y se han puesto en pie; se han puesto también los yelmos, que habían servido para agitar los dados, y están en grupo junto a la pequeña escalera excavada en la toba, silenciosos, atentos. Los otros están de servicio y no pueden cambiar de postura. Parecen estatuas. Pero alguno de los más cercanos, y que oye las palabras de María, musita algo entre los labios y menea la cabeza.

Un intervalo de silencio. Luego nítidas en la oscuridad total las palabras:
-Todo está cumplido! -y luego el jadeo cada vez más estertoroso, con pausas de silencio entre un estertor y el otro, pausas cada vez mayores.
E1 tiempo pasa al son de este ritmo angustioso: la vida vuelve cuando el respiro áspero del Moribundo rompe el aire; la vida cesa cuando este sonido penoso deja de oírse. Se sufre oyéndolo, se sufre oyéndolo… Se dice:
-¡Basta ya con este sufrimiento! -y se dice:
-¡Oh, Dios mío, que no sea el último respiro!
Las Marías lloran, todas, con la cabeza apoyada contra el realce terroso. Y se oye bien su llanto, porque toda la gente ahora calla de nuevo para recoger los estertores del Moribundo.
Otro intervalo de silencio. Luego, pronunciada con infinita dulzura y oración ardiente, la súplica:
-¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!

Otro intervalo de silencio. Se hace leve también el estertor. Apenas es un susurro limitado a los labios y a la garganta.
Luego… adviene el último espasmo de Jesús. Una convulsión atroz, que parece quisiera arrancar del madero el cuerpo clavado con los tres clavos, sube tres veces de los pies a la cabeza recorriendo todos los pobres nervios torturados; levanta tres veces el abdomen de una forma anormal, para dejarlo luego, tras haberlo dilatado como por una convulsión de las vísceras; y baja de nuevo y se hunde como si hubiera sido vaciado; alza, hincha y contrae el tórax tan fuertemente, que la piel se introduce entre las costillas, que divergen y aparecen bajo la epidermis y abren otra vez las heridas de los azotes; una convulsión atroz que hace torcerse violentamente hacia atrás, una, dos, tres veces, la cabeza, que golpea contra la madera, duramente; una convulsión que contrae en un único espasmo todos los músculos de la cara y acentúa la desviación de la boca hacia la derecha, y hace abrir desmesuradamente y dilatarse los párpados, bajo los cuales se ven girar los globos oculares y aparecer la esclerótica. Todo el cuerpo se pone rígido. En la última de las tres contracciones, es un arco tenso, vibrante -verlo es tremendo-. Luego, un grito potente, inimaginable en ese cuerpo exhausto, estalla, rasga el aire; es el «gran grito» de que hablan los Evangelios y que es la primera parte de la palabra «Mamá»… Y ya nada más…

La cabeza cae sobre el pecho, el cuerpo hacia delante, el temblor cesa, cesa la respiración. Ha expirado.

La Tierra responde al grito del Sacrificado con un estampido terrorífico. Parece como si de mil bocinas de gigantes provenga ese único sonido, y acompañando a este tremendo acorde, óyense las notas aisladas, lacerantes, de los rayos que surcan el cielo en todos los sentidos y caen sobre la ciudad, en el Templo, sobre la muchedumbre… Creo que alguno habrá sido alcanzado por rayos, porque éstos inciden directamente sobre la muchedumbre; y son la única luz, discontinua, que permite ver. Y luego, inmediatamente, mientras aún continúan las descargas de los rayos, la tierra tiembla en medio de un torbellino de viento ciclónico. El terremoto y la onda ciclónica se funden para infligir un apocalíptico castigo a los blasfemos. Como un plato en las manos de un loco, la cima del Gólgota ondea y baila, sacudida por movimientos verticales y horizontales que tanto zarandean a las tres cruces, que parece que las van a tumbar.

Longinos, Juan, los soldados, se asen a donde pueden, como pueden, para no caer al suelo. Pero Juan, mientras con un brazo agarra la cruz, con el otro sujeta a María, la cual, por el dolor y el temblor de la tierra, se ha reclinado en su corazón. Los otros soldados, especialmente los del lateral escarpado, han tenido que refugiarse en el centro para no caer por el barranco. Los ladrones gritan de terror. El gentío grita aún más. Quisieran huir. Pero no pueden. Enloquecidos, caen unos encima de otros, se pisan, se hunden en las grietas del suelo, se hieren, ruedan ladera abajo.

Tres veces se repiten el terremoto y el huracán. Luego, la inmovilidad absoluta de un mundo muerto. Sólo relámpagos, pero sin trueno, surcan el cielo e iluminan la escena de los judíos que huyen en todas las direcciones, con las manos entre el pelo extendidas hacia delante o alzadas al cielo (ese cielo injuriado hasta este momento y del que ahora tienen miedo). La oscuridad se atenúa con un indicio de luz que, ayudado por el relampagueo silencioso y magnético, permite ver que muchos han quedado en el suelo: muertos o desvanecidos, no lo sé. Una casa arde al otro lado de las murallas y sus llamas se alzan derechas en el aire detenido, poniendo así una pincelada de rojo fuego en el verde ceniza de la atmósfera.

María separa la cabeza del pecho de Juan, la alza, mira a su Jesús. Lo llama, porque mal lo ve con la escasa luz y con sus pobres ojos llenos de llanto. Tres veces lo llama:
-¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!
Es la primera vez que lo llama por el nombre desde que está en el Cal
vario. Hasta que, a la luz de un relámpago que forma como una corona sobre la cima del Gólgota, lo ve, inmóvil, pendiendo todo Él hacia fuera, con la cabeza tan reclinada hacia delante y hacia la derecha, que con la mejilla toca el hombro y con el mentón las costillas. Entonces comprende. Entonces extiende los brazos, temblorosos en el ambiente oscuro, y grita:
-¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! Luego escucha… Tiene la boca abierta, con la que parece querer escuchar también; e igualmente tiene dilatados los ojos, para ver, para ver… No puede creer que su Jesús ya no esté…
Juan -también él ha mirado y escuchado, y ha comprendido que todo ha terminado-abraza a María y trata de alejarla de allí, mientras dice:
-Ya no sufre.
Pero antes de que el apóstol termine la frase, María, que ha comprendido, se desata de sus brazos, se vuelve, se pliega curvándose hasta el suelo, se lleva las manos a los ojos y grita:
-¡No tengo ya Hijo!

Luego se tambalea. Y se caería, si Juan no la recogiera, si no la recibiera por entero, en su corazón. Luego él se sienta en el suelo, para sujetarla mejor en su pecho, hasta que las Marías -que ya no tienen impedido el paso por el círculo superior de soldados, porque, ahora que los judíos han huido, los romanos se han agrupado en el rellano de abajo y comentan lo sucedido-sustituyen al apóstol junto a la Madre.

La Magdalena se sienta donde estaba Juan, y casi coloca a María encima de sus rodillas, mientras la sostiene entre sus brazos y su pecho, besándola en la cara exangüe vuelta hacia arriba, reclinada sobre el hombro compasivo. Marta y Susana, con la esponja y un paño empapado en el vinagre le mojan las sienes y los orificios nasales, mientras la cuñada María le besa las manos, llamándola con gran aflicción, y, en cuanto María vuelve a abrir los ojos y mira a su alrededor con una mirada como atónita por el dolor, le dice:
-Hija, hija amada, escucha… dime que me ves… soy tu María… ¡No me mires así!…
Y, puesto que el primer sollozo abre la garganta de María y caen las primeras lágrimas, ella, la buena María de Alfeo, dice:
-Sí, sí, llora… Aquí conmigo como ante una mamá, pobre, santa hija mía -y cuando oye que María le dice: « ¡Oh, María, María! ¿Has visto?», ella gime: «¡Sí!, sí,… pero… pero… hija… ¡oh, hija!…

No encuentra más palabras y se echa a llorar la anciana María: es un llanto desolado al que hacen de eco el de todas las otras (o sea, Marta y María, la madre de Juan y Susana).
Las otras pías mujeres ya no están. Creo que se han marchado, y con ellas los pastores, cuando se ha oído ese grito femenino…

Los soldados cuchichean unos con otros.
-¿Has visto los judíos? Ahora tenían miedo.
-Y se daban golpes de pecho.
-Los más aterrorizados eran los sacerdotes.
-¡Qué miedo! He sentido otros terremotos, pero como éste nunca Mira: la tierra está llena de fisuras.
-Y allí se ha desprendido todo un trozo del camino largo.
-Y debajo hay cuerpos.
-¡Déjalos! Menos serpientes.
-¡Otro incendio! En la campiña…
-¿Pero está muerto del todo?
-¿Pero es que no lo ves? ¿Lo dudas?

Aparecen de tras la roca José y Nicodemo. Está claro que se habían refugiado ahí, detrás del parapeto del monte, para salvarse de los rayos. Se acercan a Longinos. -Queremos el Cadáver.
-Solamente el Procónsul lo concede. Pero id inmediatamente, porque he oído que los judíos quieren ir al Pretorio para obtener el crurifragio. No quisiera que cometieran ultrajes.
-¿Cómo lo has sabido?
-Me lo ha referido el alférez. Id. Yo espero.

Los dos se dan a caminar, raudos, hacia abajo por el camino empinado, y desaparecen.
Es entonces cuando Longinos se acerca a Juan y le dice en voz baja unas palabras que no alcanzo a oír. Luego pide a un soldado una lanza. Mira a las mujeres, centradas enteramente en María, que lentamente va recuperando las fuerzas. Todas dan la espalda a la cruz.

Longinos se pone enfrente del Crucificado, estudia bien el golpe Y luego lo descarga. La larga lanza penetra profundamente de abajo arriba, de derecha a izquierda. Juan, atenazado entre el deseo de ver y el horror de ver, aparta un momento la cara.
-Ya está, amigo -dice Longinos, y termina:
-Mejor así. Como a un caballero. Y sin romper huesos… ¡Era verdaderamente un Justo! De la herida mana mucha agua y un hilito sutil de sangre que ya tiende a coagularse. Mana, he dicho. Sale solamente filtrándose, por el tajo neto que permanece inmóvil, mientras que si hubiera habido respiración éste se habría abierto y cerrado con el movimiento torácico-abdominal…

… Mientras en el Calvario todo permanece en este trágico aspecto, yo alcanzo a José y Nicodemo, que bajan por un atajo para acortar tiempo.
Están casi en la base cuando se encuentran con Gamaliel. Un Gamaliel despeinado, sin prenda que cubra su cabeza, sin manto, sucia de tierra su espléndida túnica desgarrada por las zarzas; un Gamaliel que corre, subiendo y jadeando, con las manos entre sus cabellos ralos y entrecanos de hombre anciano. Se hablan sin detenerse. -¡Gamaliel! ¿Tú?
-¿Tú, José? ¿Lo dejas?
-Yo no. Pero tú, ¿cómo por aquí?, y en ese estado…
-¡Cosas terribles! ¡Estaba en el Templo! ¡La señal! ¡El Templo sacudido en su estructura! ¡El velo de púrpura y jacinto cuelga desgarrado! ¡El Sancta Sanctorum descubierto! ¡Tenemos la maldición sobre nosotros!
Gamaliel ha dicho esto sin detenerse, continuando su paso veloz hacia la cima, enloquecido por esta prueba.

Los dos lo miran mientras se aleja… se miran… dicen juntos:
-“¡Estas piedras temblarán con mis últimas palabras!” ¡Se lo había prometido! …
Aceleran la carrera hacia la ciudad.

Por la campiña, entre el monte y las murallas, y más allá, vagan, en un ambiente todavía caliginoso, personas con aspecto desquiciado… Gritos, llantos, quejidos… Dicen:
-¡Su Sangre ha hecho llover fuego!
-¡Entre los rayos Yeohveh se ha aparecido para maldecir el Templo!
-¡Los sepulcros! ¡Los sepulcros!
José agarra a uno que está dando cabezazos contra la muralla, y lo llama por su nombre, y tira de él mientras entra en la ciudad:
-¡Simón! ¿Pero qué vas diciendo?
-¡Déjame! ¡Tú también eres un muerto! ¡Todos los muertos! ¡Todos fuera! Y me maldicen.
-Se ha vuelto loco -dice Nicodemo. Lo dejan y trotan hacia el Pretorio.

El terror se ha apoderado de la ciudad. Gente que vaga dándose golpes de pecho. Gente que al oír por detrás una voz o un paso da un salto hacia atrás o se vuelve asustada.

En uno de los muchos espacios abovedados oscuros, la aparición de Nicodemo, vestido de lana blanca -porque para poder ganar tiempo se ha quitado en el Gólgota el manto oscuro-, hace dar un grito de terror a un fariseo que huye. Luego éste se da cuenta de que es Nicodemo y se lanza a su cuello con un extraño gesto efusivo, gritando:
-¡No me maldigas! Mi madre se me ha aparecido y me ha dicho: «¡Maldito seas eternamente!» -y luego se derrumba gimiendo:
-¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!
-¡Pero están todos locos! -dicen los dos.

Llegan al Pretorio. Y sólo aquí, mientras esperan a que el Procónsul los reciba, José y Nicodemo logran conocer el porqué de tanto terror: muchos sepulcros se habían abierto con la sacudida telúrica y había quien juraba que había visto salir de ellos a los esqueletos, los cuales, en un instante, se habían recompuesto con apariencia humana, y andaban acusando del deicidio a los culpables, y maldiciéndolos.

Los dejo en el atrio del Pretorio, donde los dos amigos de Jesús entran sin tantas historias de estúpidas repulsas y estúpidos miedos a contaminaciones. Vuelvo al Calvario. Me llego a donde Gamaliel, que está subiendo, ya derrengado, los últimos metros. Camina dándose golpes de pecho, y al llegar al primero de
los dos rellanos, se arroja de bruces -largura blanca sobre el suelo amarillento-y gime:
-¡La señal! ¡La señal! ¡Dime que me perdonas! Un gemido, un gemido tan sólo, para decirme que me oyes y me perdonas.

Comprendo que cree que todavía está vivo. Y no cambia de opinión sino cuando un soldado, dándole con el asta de la lanza, dice
-Levántate. Calla. ¡Ya no sirve! Debías haberlo pensado antes. Está muerto. Y yo, que soy pagano, te lo digo: ¡Éste al que habéis crucificado era realmente el Hijo de Dios!
-¿Muerto? ¿Estás muerto? ¡Oh!…
Gamaliel alza el rostro aterrorizado, trata de alcanzar a ver la cima con esa luz crepuscular Poco ve, pero sí lo suficiente como para comprender que Jesús está muerto. Y ve también al grupo piadoso que consuela a María, y a Juan, en pie a la izquierda de la cruz, llorando, y a Longinos, en pie, a la derecha, solemne con su respetuosa postura.

Se arrodilla, extiende los brazos y llora:
-¡Eras Tú! ¡Eras Tú! No podemos ya ser perdonados. Hemos pedido que cayera sobre nosotros tu Sangre. Y esa Sangre clama al Cielo y el Cielo nos maldice… ¡Oh! ¡Pero Tú eras la Misericordia!… Yo te digo, yo, el anonadado rabí de Judá: «Venga tu Sangre sobre nosotros, por piedad». ¡Aspérjanos con ella! Porque sólo tu Sangre puede impetrar el perdón para nosotros… llora. Y luego, más bajo, confiesa su secreta tortura: -Tengo la señal que había pedido… Pero siglos y siglos de ceguera espiritual están ante mi vista interior, y contra mi voluntad de ahora se alza la voz de mi soberbio pensamiento de ayer… ¡Piedad de mí! ¡Luz del mundo, haz que descienda un rayo tuyo a las tinieblas que no te han comprendido! Soy el viejo judío fiel a lo que creía ser justicia y era error. Ahora soy una landa yerma, ya sin ninguno de los viejos árboles de la Fe antigua, sin semilla alguna o escapo alguno de la Fe nueva. Soy un árido desierto. Obra Tú el milagro de hacer surgir, en este pobre corazón de viejo israelita obstinado, una flor que lleve tu nombre. Entra Tú, Libertador, en este pobre pensamiento mío prisionero de las fórmulas. Isaías lo dice (Isaías 53, 12): «…pagó por los pecadores y cargó sobre sí los pecados de muchos». ¡Oh, también el mío, Jesús Nazareno…

Se levanta. Mira a la cruz, que aparece cada vez más nítida con luz que se va haciendo más clara, y luego se marcha encorvado, envejecido, abatido.
Y vuelve el silencio al Calvario, un silencio apenas roto por el llanto de María. Los dos ladrones, exhaustos por el miedo, ya no dicen nada.

Vuelven corriendo Nicodemo y José, diciendo que tienen el permiso de Pilatos. Pero Longinos, que no se fía demasiado, manda un soldado a caballo donde el Procónsul para saber cómo comportarse, incluso respecto a los dos ladrones. El soldado va y vuelve al galope con la orden de entregar el Cuerpo de Jesús y llevar a cabo el crurifragio en los otros, por deseo de los judíos.

Longinos llama a los cuatro verdugos, que están cobardemente acurrucados al amparo de la roca, todavía aterrorizados por lo que ha sucedido, y ordena que se ponga fin a la vida de los ladrones a golpes de clava. Y así se lleva a cabo: sin protestas, por parte de Dimas, al que el golpe de clava, asestado en el corazón después de haber batido en las rodillas, quiebra en su mitad, entre los labios, con un estertor, el nombre de Jesús; con maldiciones horrendas, por parte del otro ladrón: el estertor de ambos es lúgubre.

Los cuatro verdugos hacen ademán de querer desclavar de la cruz a Jesús. Pero José y Nicodemo no lo permiten.

También José se quita el manto, y dice a Juan que haga lo mismo que sujete las escaleras mientras suben con barras (para hacer palanca) y tenazas.
María se levanta, temblorosa, sujetada por las mujeres. Se acerca a la cruz.
Mientras tanto, los soldados, terminada su tarea, se marchan. Pero Longinos, antes de superar el rellano inferior, se vuelve desde la silla de su caballo negro para mirar a María y al Crucificado. Luego el ruido de los cascos suena contra las piedras y el de las armas contra las corazas, y se aleja.

La palma izquierda está ya desclavada. El brazo cae a lo largo del Cuerpo, que ahora pende semiseparado.

Le dicen a Juan que deje las escaleras a las mujeres y suba también. Y Juan, subido a la escalera en que antes estaba Nicodemo, se pasa el brazo de Jesús alrededor del cuello y lo sostiene desmayado sobre su hombro. Luego ciñe a Jesús por la cintura mientras sujeta la punta de los dedos de la mano izquierda -casi abierta-para no golpear la horrenda fisura. Una vez desclavados los pies, Juan a duras penas logra sujetar y sostener el Cuerpo de su Maestro entre 1a cruz y su cuerpo.
María se pone ya a los pies de la cruz, sentada de espaldas a ella, preparada para recibir a su Jesús en el regazo.

Pero desclavar el brazo derecho es la operación más difícil. A pesar de todo el esfuerzo de Juan, el Cuerpo todo pende hacia delante y la cabeza del clavo está hundida en la carne. Y, dado que no quisieran herirlo más, los dos compasivos deben esforzarse mucho. Por fin la tenaza aferra el clavo y éste es extraído lentamente.
Juan sigue sujetando a Jesús, por las axilas; la cabeza reclinada y vuelta sobre su hombro. Contemporáneamente, Nicodemo y José lo aferran: uno por los hombros, el otro por las rodillas. Así, cautamente, bajan por las escaleras.

Llegados abajo, su intención es colocarlo en la sábana que han extendido sobre sus mantos. Pero María quiere tenerlo; ya ha abierto su manto dejándolo pender de un lado, y está con las rodillas más bien abiertas para hacer cuna a su Jesús.
Mientras los discípulos dan la vuelta para darle el Hijo, la cabeza coronada cuelga hacia atrás y los brazos penden hacia el suelo, y rozarían con la tierra con las manos heridas si la piedad de las pías mujeres no las sujetara para impedirlo.

Ya está en el regazo de su Madre… Y parece un niño grande cansado durmiendo, recogido todo, en el regazo materno. María tiene a su Hijo con el brazo derecho pasado por debajo de sus hombros, y el izquierdo por encima del abdomen para sujetarlo también por las caderas.

La cabeza está reclinada en el hombro materno. Y Ella lo llama… lo llama con voz lacerada. Luego lo separa de su hombro y lo acaricia con la mano izquierda; recoge las manos de Jesús y las extiende y, antes de cruzarlas sobre el abdomen inmóvil, las besa; y llora sobre las heridas. Luego acaricia las mejillas, especialmente en el lugar del cardenal y la hinchazón. Besa los ojos hundidos; y la boca, que ha quedado levemente torcida hacia la derecha y entreabierta.

Querría poner en orden sus cabellos -como ya ha hecho con la barba apelmazada por grumos de sangre-, pero al intentarlo halla las espinas. Se pincha quitando esa corona, y quiere hacerlo sólo Ella, con la única mano que tiene libre, y rechaza la ayuda de todos diciendo:
-¡No, no! ¡Yo! ¡Yo!

Y lo va haciendo con tanta delicadeza, que parece tener entre los dedos la tierna cabeza de un recién nacido. Una vez que ha logrado retirar esta torturante corona, se inclina para medicar con sus besos todos los arañazos de las espinas.

Con la mano temblorosa, separa los cabellos desordenados y los ordena. Y llora y habla en tono muy bajo. Seca con los dedos las lágrimas que caen en las pobres carnes heladas y ensangrentadas. Y quiere limpiarlas con el llanto y su velo, que todavía está puesto en las caderas de Jesús. Se acerca uno de sus extremos y con él se pone a limpiar y secar los miembros santos. Una y otra vez acaricia la cara de Jesús y las manos y las contusas rodillas, y otra vez sube a secar el Cuerpo sobre el que caen lágrimas y más lágrimas.

Haciendo esto es cuando su mano encuentra el desgarro del costado. La pequeña mano, cubierta por el lienzo sutil entra casi entera en la amplia boca de la herida. Ella se inclina para ver en la semiluz que se ha formado. Y ve, ve el pecho abierto y el corazón de su Hijo. Entonces grita. Es como si una espada abriera su propio corazón. Grita y se desploma sobre su Hijo. Parece muerta Ella también.

La ayudan, la consuelan. Quieren separarle el Muerto divino y, dado que Ella grita:
-¿Dónde, dónde te pondré, que sea un lugar seguro y digno de ti?
José, inclinado todo con gesto reverente, abierta la mano y apoyada en su pecho, dice:
-¡Consuélate, Mujer! Mi sepulcro es nuevo y digno de un grande. Se lo doy a Él. Y éste, Nicodemo, amigo, ha llevado ya los aromas al sepulcro, porque, por su parte, quiere ofrecer eso. Pero, te lo ruego, pues el atardecer se acerca, déjanos hacer esto… Es la Parasceve. ¡Condesciende, oh Mujer santa!

También Juan y las mujeres hacen el mismo ruego. Entonces María se deja quitar de su regazo a su Criatura, y, mientras lo envuelven en la sábana, se pone de pie, jadeante. Ruega:
-¡Oh, id despacio, con cuidado!

Nicodemo y Juan por la parte de los hombros, José por los pies, llevan el Cadáver, envuelto en la sábana, pero también sujetado con los mantos, que hacen de angarillas, y toman el sendero hacia abajo.

María, sujetada por su cuñada y la Magdalena, seguida por Marta, María de Zebedeo y Susana -que han recogido los clavos, las tenazas, la corona, la esponja y la caña-baja hacia el sepulcro.

En el Calvario quedan las tres cruces, de las cuales la del centro está desnuda y las otras dos tienen aún su vivo trofeo moribundo.

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El lugar de la Crucifixión de Jesús en Tierra Santa

Entrada a la Basílica del Santo Sepulcro

Se encuentra en la la Iglesia del santo Sepulcro de Jerusalen.
Los últimos capítulos de los Cuatro Evangelios tienen limitada información acerca del lugar de la crucifixión, entierro y Resurrección del Señor. Pero éstas son las primeras fuentes a las que debemos en primer lugar echarles un vistazo para obtener una idea clara acerca del lugar.
 

Haga una visita a la Basílica del Santo Sepulcro en 360o haciendo click aquí  

  

EL LUGAR DEL CALVARIO HOY EN DÍA

Pared del Monte Golgota con la roca que asemeja una calavera

1. Los Evangelios llaman a este lugar Gólgota (en Arameo «Golgotha»; en Griego «Kránion» (calavera), a partir de lo cual llegamos a Calvario, de la raiz latina «calva», la piel que recubre el cráneo sin cabello. Nuestro término común Monte no se usa. Monte empezó a ser usado solamente en el siglo IV, cuando sacaron la roca que lo rodeaba, dejando la roca de la crucifixión aislada, pequeña y redonda colina de unos 6 m de altura. Simplemente se lo menciona como un lugar llamado Gólgota para indicar el sitio en que se levantó la cruz y la vecina propiedad rural de José de Arimatea: 

«Llegaron a un lugar llamado Gólgota (que significa la Calavera)» (Mt 27,33) 

«Trajeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota (que significa el lugar de la Calavera)» (Mc 15,22) 

«Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, allí lo crucificaron, junto con los criminales uno a su derecha y el otro a su izquierda» (Lc 23,33) 

«Llevando su propia cruz, fue hasta el lugar de la Calavera (que en arameo se llama Gólgota)» (Jn 19,17) 

2. Los Evangelios también afirman que en el sitio había un jardín

«En el lugar en que Jesús fue crucificado, había un jardín» (Jn 19,41) 

3. Este jardín del Gólgota se encontraba fuera de la ciudad pero suficientemente cerca como para permitir que los que por allí pasaban pudieran leer el cartel (titulus) preparado por Pilato y atado a la cruz: 

«Muchos judíos leyeron este cartel, ya que el lugar en que Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y estaba en Arameo, Latín y Griego» (Jn 19,20). 

4. Los Evangelios afirman también que cerca de la «Calavera» en donde Jesús fue crucificado había una tumba nueva empotrada en la roca

«En el lugar donde Jesús fue crucificado había un jardín y en el jardín una tumba nueva, en la que nadie había sido depositado» (Jn 19,41) 

«José tomó el cuerpo, lo envolvió en una limpia tela de lino y lo puso en su propia tumba nueva que él había cavado en la roca» (Mt 27,59) 

«Entonces él lo bajó (de la cruz), lo envolvió en una tela de lino y lo puso en una tumba que había sido cavada en la roca, que aún nadie había sido depositado allí»(Lc 23,53) 

  

LA «TUMBA NUEVA» EN LA CUAL JESÚS FUE DEPOSITADO

Selpucro de Jesús en la Basílica del Santo Sepulcro

5. La entrada a la tumba fue sellada con una piedra grande 

«Arrastró una piedra grande hasta ponerla delante de la entrada a la tumba y se retiró» (Mt 27,60). 

«Cuando terminó el Sabbat, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? Al mirar vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande» (Mc 16, 1.4). 

«El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús» (Lc 24,2). 

6. Los Evangelios también dan una descripción del interior de la tumba. A partir de esa descripción algunos estudiosos deducen que la tumba podría haber sido del tipo arcosolio y no del tipo de tumbas kokhim (con forma de horno). Esto se deduce del relato dado por Arculfo. Esto es lo que el Evangelio dice con respecto a este espacio: 

«María se quedó de pie y llorando fuera de la tumba. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro de la tumba y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar en el cual el cuerpo de Jesús había estado, uno en la cabecera y el otro a los pies» (Jn 20,11-12) 

«Entrando en el sepulcro, vieron un joven, sentado a su derecha, vestido con una vestidura blanca, y tuvieron miedo». (Mc 16,5). 

7. La última información que deducimos de los Evangelios es que la tumba en la que el Señor fue depositado pertenecía a José de Arimatea 

«José tomó el cuerpo, lo envolvió en una tela limpia de lino y lo puso en su propia tumba nueva» (Mt 57,59-60). 

Aquí concluye la información acerca del lugar de la crucifixión y del entierro del Señor tal y como la encontramos en los Evangelios. Mirando el monumento actual resulta difícil imaginar el aspecto de este lugar casi 2000 años antes. Cristianos piadosos de todas las épocas han edificado encima de este lugar varios monumentos y construcciones que han ayudado a transformar por completo el área vacía fuera de las murallas de la ciudad de Jerusalén en el siglo primero. 

Resulta incomprensible su transformación sin tener mentalmente en cuenta la transformación de la arquitectura de la totalidad de Jerusalén. También debemos tener presente que a partir del siglo IV, este sitio se ha convertido en el punto central de la historia de Palestina. Fue el lugar de muchas y largas guerras entre el poderío de Cristianos y Musulmanes. 

  

EL ALTAR DE LA CRUCIFIXIÓN EN EL CALVARIO

Altar de la Crucificción en el Calvario

Para lograr comprender a fondo la topografía de este lugar nos hace falta la ayuda de los detallados estudios arqueológicos llevados a cabo por el difunto P. Virgilio Corbo, ofm. Sus descubrimientos fueron publicados por la Editorial Franciscana de Jerusalén en una obra de tres volúmenes titulada «El Santo Sepulcro de Jerusalén» (Jerusalén, 1981-1982). Fue la persona a quien se le confió el trabajo arqueológico en varias áreas de este Monumento y que se llevó a cabo a través de múltiples etapas debido a la complejidad del edificio. 

Hoy en día no nos resulta posible contemplar la ubicación del Calvario y de la Tumba excavada en la roca; podemos, sin embargo, formarnos una visión casi exacta de la topografía del lugar. 

 

LO QUE HAY DEBAJO

Orígenes (siglo III) reporta, como de origen judía, la tradición relativa al sepulcro de Adán en el mismo lugar de la crucifixión de Jesús (Gólgota o Lugar del Cráneo): «de modo que, como todos mueren en Adán, todos puedan resucitar en Cristo». Un pequeño ábside al pie del Calvario (Capilla de adán) perpetúa este antiquísimo recuerdo de naturaleza simbólica. 

Eusebio de Cesárea, antes de los trabajos (327-335) emprendidos por orden del emperador Constantino, admite: «El lugar del Cráneo, donde Cristo fue crucificado, todavía hoy se muestra en Aelia, al norte del monte Sión», y esto no obstante que un culto idolátrico (de la diosa Venus/Afrodita) se había apropiado del lugar desde hacía mucho tiempo. Una cruz de mucho valor, que se perdiera en posteriores saqueos, no tardó en tomar lugar en la cima del montículo rocoso, considerado por los cristianos el ombligo o centro espiritual del mundo (Cirilo de Jerusalén, siglo IV).

El Emperador Adriano sofocó la revuelta en el 135 y decidió demoler toda la ciudad de Jerusalén con el objeto de borrar todos los lugares que podrían incitar a otra revuelta a los judios. El emperador prohibió la presencia judía en la nueva ciudad. Una comunidad gentil-cristiana siguió viviendo en Jerusalén y aseguraron la continuidad en la identificación de los lugares sagrados (el primer obispo de esta comunidad fue Marcos). 

De esta manera Adriano preparó una ciudad completamente nueva, estructurada de acuerdo a planes helenísticos y con el nuevo nombre de «Aelia Capitolina» («Aelia» en honor suyo y «Capitolina» porque contendría un Capitol para los dioses romanos). En este nuevo plan arquitectónico el Jardín del Gólgota resultó ser el centro de la nueva ciudad. Algunos autores insisten en decir que el área de este Jardín se convirtió en el Capitol de la nueva ciudad con altares para los tres más importantes dioses romanos – Júpiter en el centro flanqueado por Juno y Minerva. Otros, citando evidencias que aparecen en los escritos de Eusebio de Cesarea, insisten en que el templo fue dedicado a Afrodita. Ambas escuelas de pensamiento concuerdan en que un templo pagano se erigió en ese lugar. 

Fuentes literarias cristianas narran como el Jardín del Gólgota fue rellenado para estar a la altura del área para la construcción del nuevo templo romano. Esto es como Eusebio de Cesarea (265-340), nacido en Palestina, describe estos acontecimientos en su «Vida de Constantino» 

La desnuda roca del Calvario desenterrada bajo la Basílica

El mismo Eusebio de Cesárea refiere detalladamente las circunstancias que llevaron al descubrimiento de la tumba de Cristo, oculta bajo un poderoso terraplén del tiempo del emperador Adriano (135 d. C.): cuenta de hecho, cómo el emperador Constantino (un poco después del 325) había ordenado derribar el templo pagano y excavar en profundidad «y entonces, contra toda esperanza, apareció… el venerable y santísimo testimonio de la resurrección salvífica». Desde entonces, la tumba encontrada permaneció siempre venerada y, hasta la destrucción ordenada por el califa Hakem (1009) se la podía observar completamente excavada en la roca, siendo revestida de mármol sólo en el exterior (Arculfo, siglo VII).

De la basílica constantiniana tripartita (Martyrion, Tripórtico y Anástasis) permanece hoy solamente la rotonda de la Anástasis, aunque muchas veces restaurada, como un grandioso mausoleo sobre la tumba vacía de Cristo. El resto de la construcción (el ingreso por el sur, el Catholicon en centro, el deambulatorio y la capilla subterránea de Santa Helena) es obra cruzada (1141). El terremoto del 1927 lesionó gravemente el monumento; los trabajos de restauración, iniciados en 1960, dieron ocasión a ahondar más nuestro conocimiento sobre la historia y la topografía del lugar del período de Cristo.

Los franciscanos ofician en la basílica desde el siglo XIV junto con otros diversos ritos cristianos, con derechos dispuestos, según su placer, por los sultanes, primero el del Cairo y después (desde 1517) por el de Constantinopla, hasta el reconocimiento del «Statu quo» (1757 y 1852) orden férreo que todavía hoy regula la convivencia de las diversas comunidades. 

Fuente: Basílica del Santo Sepulcro 



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