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00 Todas las Advocaciones 06 Junio ADVOCACIONES Y APARICIONES Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Movil Noticias 2019 - enero - junio

Corpus Christi, Cuerpo y la Sangre de Cristo, (semana + de Santísima Trinidad)

Ee el jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad, la semana anterior a la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

La Iglesia Católica celebra la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Nombre que adquirió luego de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.

Aunque se sigue llamando popularmente como la fiesta de Corpus Christi.  

Procesión de Corpus

A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el Obispo Albero de Lieja.
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Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas.
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Como por ejemplo la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa y la fiesta del Corpus Christi.

En muchos lugares la procesión de Corpus Christi se realiza el domingo que cae después del jueves.

O sea dos semanas después de la Fiesta de Pentecostés, 60 días después del Domingo de Resurrección.

 

HISTORIA

Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta Fiesta.

La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon.

Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad.

Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.

Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento.

Y siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor.

Este deseo se dice haber intensificado por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.

Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde Papa Urbano IV.

El obispo Roberto se impresionó favorablemente y, como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante.

Al mismo tiempo el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan escribiera el oficio para esa ocasión.

El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.

Mons. Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246.

Pero la fiesta se celebró por primera vez al año siguiente el jueves posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad.

Más tarde un obispo alemán conoció la costumbre y la extendió por toda la actual Alemania.

El Papa Urbano IV, por aquél entonces, tenía la corte en Orvieto, un poco al norte de Roma.
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Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde en 1263 o 1264 se produjo el Milagro de Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real.
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Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal.
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La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264.
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Hoy se conservan los corporales -donde se apoya el cáliz y la patena durante la Misa- en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.

El Santo Padre movido por el prodigio, y a petición de varios obispos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula «Transiturus» del 8 septiembre del mismo año.

Fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.

Es de notar que en esta Bula romana se indican ya los fines del culto eucarístico que más adelante serán señalados por Trento, por la Mediator Dei de Pío XII o por los documentos pontificios más recientes:

1) reparación, «para confundir la maldad e insensatez de los herejes»;
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2) alabanza, «para que clero y pueblo, alegrándose juntos, alcen cantos de alabanza»;
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3) servicio, «al servicio de Cristo»;
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4) adoración y contemplación, «adorar, venerar, dar culto, glorificar, amar y abrazar el Sacramento excelentísimo»;
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5) anticipación del cielo, «para que, pasado el curso de esta vida, se les conceda como premio» (DSp IV, 1961, 1644).

Luego, según algunos biógrafos, el Papa Urbano IV encargó un oficio -la liturgia de las horas- a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino.

Cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.

La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta.

Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y, en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta.

En 1317 se promulga una recopilación de leyes -por Juan XXII- y así se extiende la fiesta a toda la Iglesia.

Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración.

Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV, y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.

La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strasburg en 1316.

En Inglaterra fue introducida de Bélgica entre 1320 y 1325.

En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.

En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.

Finalmente, el Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad.

Y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos.

En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

corpus christi

 

CELEBRACIÓN DEL CORPUS Y EXPOSICIONES DEL SANTÍSIMO

La celebración del Corpus implica ya en el siglo XIII una procesión solemne, en la que se realiza una «exposición ambulante del Sacramento» (Olivar 195).

Y de ella van derivando otras procesiones con el Santísimo, por ejemplo, para bendecir los campos, para realizar determinadas rogativas, etc.

Por otra parte, «esta presencia palpable, visible, de Dios, esta inmediatez de su presencia, objeto singular de adoración, produjo un impacto muy notable en la mentalidad cristiana occidental e introdujo nuevas formas de piedad, exigiendo rituales nuevos y creando la literatura piadosa correspondiente.

En el siglo XIV se practicaba ya la exposición solemne y se bendecía con el Santísimo. Es el tiempo en que se crearon los altares y las capillas del santísimo Sacramento» (Id. 196).

Las exposiciones mayores se van implantando en el siglo XV, y siempre la patria de ellas «es la Europa central. Alemania, Escandinavia y los Países Bajos fueron los centros de difusión de las prácticas eucarísticas, en general» (Id. 197).

Al principio, colocado sobre el altar el Sacramento, es adorado en silencio.

Poco a poco va desarrollándose un ritual de estas adoraciones, con cantos propios, como el Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine, muy popular, en el que tan bellamente se une la devoción eucarística con la mariana.

La exposición del Santísimo recibe una acogida popular tan entusiasta que ya hacia 1500 muchas iglesias la practican todos los domingos, normalmente después del rezo de las vísperas.
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Tradición que hoy perdura, por ejemplo, en los monasterios benedictinos de la congregación de Solesmes.
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La costumbre, y también la mayoría de los rituales, prescriben arrodillarse en la presencia del Santísimo.

En los comienzos, el Santísimo se mantenía velado tanto en las procesiones como en las exposiciones eucarísticas.

Pero la costumbre y la disciplina de la Iglesia van disponiendo ya en el siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo «in cristallo» o «in pixide cristalina».

virgen eucaristia los teques

 

VIRGEN DE LA EUCARISTÍA (DÍA DE CORPUS CHRISTI)

En la Eucaristía recibimos al Señor de igual forma que María lo recibió en la encarnación, y a su vez la tiene como protagonista porque una parte de Jesús la aportó ella como madre.
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En este sentido es el perpetuo sagrario de la Eucaristía.

Del título Virgen de la Eucaristía da cuenta la piedad popular y el arte; aquí presentamos varias textos que relacionan a la Santísima Virgen con la Eucaristía.

Virgen de la eucaristia Botticelli

 

LA VIRGEN DE LA EUCARISTÍA EN EL ARTE

La Virgen con el Niño y un ángel conocida como Virgen de la Eucaristía (en italiano, Madonna dell’Eucarestia) es una obra del pintor renacentista italiano Sandro Botticelli.

La pintura está ejecutada al temple sobre madera. Mide 84 centímetros de alto y 64,5 cm. de ancho. Pertenece al periodo 1470-1472. Actualmente, se conserva en el Museo Isabella Stewart Gardner de Boston (Estados Unidos).

Pertenece probablemente a la serie de Vírgenes que Botticelli realizó entre el año 1465 y 1470, que muestran una profunda influencia de Filippo Lippi, siendo parecidas a la Virgen con el Niño y ángeles de Filippo que se conserva en la Galería de los Uffizi de Florencia que data de 1465.

Como en las demás composiciones de este tipo, se muestra a María de tres cuartos, con el Niño en brazos; en este caso, además, hay un ángel que presenta a la Madona el plato del ofertorio con espigas y racimos de uvas al Niño.

El ángel esboza una sonrisa que no es habitual en los personajes de Botticelli. Además, mira al Niño con gran ternura.

En el caso de esta Virgen de la Eucaristía, hay una ventana en el muro que permite ver el paisaje. Se trata de una vista fluvial, con un río que discurre entre colinas.

El cesto que el ángel presenta a la Virgen, conteniendo espigas y uvas, profetiza el acto sacramental, es una referencia simbólica al pan y al vino de la Eucaristía y, por lo tanto, a la encarnación humana de Dios.

En esta Madona, como en las demás de la larga serie que pintó Botticelli, puede verse un modelo de Virgen seria, meditabunda, abstraída en su propia belleza y actuando siempre con gran seriedad.

Las Madonnas de Botticelli reflejan una relación más intelectual que afectuosa entre Madre e Hijo, a diferencia de lo que ocurre con las Vírgenes pintadas por Rafael Sanzio, que suelen mirar a su hijo y colaborar en sus juegos con una cierta sonrisa.

Aquí la ternura y amabilidad provienen del ángel sonriente.

https://youtu.be/36AaiL5msxk


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Marta Robin, Gendarme Apostada a las Puertas del Infierno para Salvar Almas

Una ardiente defensora de la doctrina del infierno durante el Concilio Vaticano II.

Robin, a la edad de 26 años años, se encontró virtualmente paralizada hasta el punto de ser incapaz incluso de tragar.

Por 52 años no tomó ninguna comida o líquido, con excepción de unas pocas gotas de agua que mojaban sus labios, y la Eucaristía.

La hostia no podía ser normalmente tragada por ella sino más bien aspirada.

Marta Robin

El Papa Francisco autorizó en el 2014 a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto sobre las virtudes heroicas de está la mística francesa Marta Robin, quien nació en 1902 y subió al cielo en 1981.

 

QUIEN FUE MARTA ROBIN

Marta Robin nació el 13 de marzo de 1902, en Châteauneuf de Galaure (Francia).

Sus padres eran propietarios de una modesta plantación de maíz.

En 1903 la familia Robin hubo de pasar por la penosa experiencia de sufrir una epidemia de fiebre tifoidea.

A resultas de ello, la salud de Marta quedó debilitada.

Ello no le permitía acudir regularmente a la escuela, hasta que al fin ella dejó de ir para tomar parte en las labores de la casa y la granja.

Desde su infancia, ella consideró a María como su Madre, amándola y rezándole como tal.

En 1918, Marta Robin sintió los primeros síntomas de la enfermedad que nunca más la abandonaría: una encefalitis.

Se intentó todo para curarla.

Para hacer frente a los gastos médicos, Marta Robin cosía y bordaba para unas cuantas personas que le hacían encargos.

Tras diez años de lucha contra la enfermedad, por la Gracia de Dios, ella comprendió que su enfermedad y su sufrimiento serían el camino que la llevaría a la Unión con el Corazón de Jesús, el Redentor.

Con ayuda del padre Faure, Marta Robin fue adentrándose en una vida de silencio, entrega y oración.

Su unión con Jesús llegó a ser tan íntima que cada viernes ella participaba de los sufrimientos de la Pasión, manifestándose en su cuerpo los estigmas.

En 1929, la enfermedad entra en una segunda fase: tetraplejia y parálisis del canal alimenticio.
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Contrariamente a lo que la ciencia suponía, continuó viviendo sin comer ni beber, solo tomando la Comunión diaria; así se mantuvo durante 52 años.

La gente acudía a confiarle sus preocupaciones en familia, acompañados por sus hijos.

Marta Robin amaba a los niños y hablaba al padre Faure acerca de la necesidad de crear una escuela, la cual se abrió en 1934.

Este sería el comienzo de la importante labor que Dios deseaba poner en marcha.

Para comprender plenamente a fondo de la vida de Marta Robin se puede añadir que nunca dormía, sino que estaba alerta y con el pensamiento activo.

Cuarto de Marta Robin

 

ALIMENTADA SÓLO CON ‘EL PAN DEL CIELO’

Roger Chateauneau, periodista francés escéptico sobre el caso Robin, escribió en Paris-Match en el mes de febrero 1981:

«No se puede establecer un escenario similar a este tipo, cuya fuerza de convicción se casa con la pobreza absoluta de medios y la ley del silencio«. 

A Marta Robin la Eucaristía le era llevada una vez a la semana, los miércoles.
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Su deseo era grande: «Es para mí una cura, un consuelo, una bendición», decía.

Preguntada por Jean Guitton, el famoso filósofo francés que tuvo una relación intensa con la Robin, Marta dio estas razones en relación con su alimentación sólo con la Sagrada Hostia:

«No me nutro, sólo mojo mi boca y no puedo tragar.
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La hostia pasa no sé cómo.
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Entonces me da la impresión de que es imposible de describir.
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No es un alimento normal, es diferente.
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Una nueva vida me entra.
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Jesús en todo mi cuerpo, como si yo resucitara».

 

APARICIONES DE SANTA TERESITA DE LISIEUX

Marta experimentó tres apariciones de Santa Teresa del Niño Jesús cuando parecía que iba a morir. 

La carmelita de Lisieux le reveló que aún no moriría, que se recuperaría y que extendería su misión por todo el mundo.

Eso es lo que Marta le confió al Padre Finet, incluso agregando riendo:

«¡Oh, esa sinvergüenza, al final, ella me lo dejó todo!» 

Detrás del sufrimiento y el misticismo, ese sentido del humor era la mejor indicación de la salud mental de Marta.

También tuvo luchas dramáticas con el demonio.

Cama de Marta Robin

 

EL DIABLO ROMPE DOS DE SUS DIENTES

A fines del año 1928, dos sacerdotes capuchinos que predicaban una misión en su ciudad natal visitaban a todos los enfermos en su tiempo libre.

Cuando conocieron a Marta rápidamente quedaron impresionados por su devoción, resignación y aceptación de su parálisis.

Cuando regresaron ese día a la Rectoría de la Iglesia, le dijeron al Pastor «¡es un Santo lo que tienes allí!».

Alentada por estos santos sacerdotes se sintió llamada a ingresar en la Tercera Orden de San Francisco en 2 de noviembre de 1928.

Pero el Enemigo comenzó a hostigarla. 

Satanás estaba tan enojado después de su entrada en la Tercera Orden de San Francisco, que la misma noche después de la ceremonia Marta experimentó la primera manifestación del diablo. 

La señora Robin, que dormía en una cama al lado de su hija, dijo: «No sé lo que pasó, ¡pero ella dio un grito espantoso!»

«Satanás», informó un confidente de Marta, «le había propinado un golpe con el puño y se había roto dos dientes. Fue ella quien me lo contó». 

«¿Viste los dientes rotos?» «Sí, Sí». 

Este mismo episodio fue contado por el Padre Perrier.

Epitafio de Marta Robin

 

COMPARTIÓ LA PASIÓN DE JESUCRISTO

Ella dijo el 12 de julio de 1929,

«Oh Jesús, me has hecho tu pequeña víctima. Toda mi vida, oh mi Dios, es tuya… oh Cruz, Cruz de mi Salvador… oh divina escalera que une la tierra al cielo, tú eres el altar sobre el cual debo consumir mi sacrificio y consumir mi vida en inmolación y amor«. 

Hacia finales de septiembre de 1930, Jesús se apareció a Marta y le preguntó: «¿Deseas ser como Yo?»

Ella no sabía exactamente lo que Nuestro Señor quería decir con esto, pero recordando que se había ofrecido completamente a Él cinco años antes, inmediatamente hizo su «fiat» con todo el amor y devoción de su corazón.

En algún momento de los primeros días de octubre (posiblemente el 4, la fiesta de San Francisco, el santo estigmatizado), Jesús Crucificado apareció ante los ojos de Marta. 

Enseguida tomó sus brazos paralizados, rígidos desde el 2 de febrero de 1929, y los abrió de par en par. 

En ese momento, una lengua de fuego saltó de su costado, se separó en dos, y le golpeó los pies y las dos manos.

Una tercera lengua de fuego golpeó a Marta en el corazón. 

Ella sangraba de sus manos, sus pies y su corazón.

Más tarde Jesús imprimió su corona de espinas en la cabeza de Marta.

Las marcas se extendieron hasta sus ojos y sangraron.

Esta corona apareció en su frente «como venas púrpuras», pero varios meses después (a petición de Marta, como un acto de humildad) desaparecieron por completo.

Aún más tarde, Jesús intervino de nuevo, imponiendo a Marta la Cruz.

Marta se sintió aplastada, dislocada por la carga de la Cruz con su enorme peso. 

Sus padres vieron a su hija cubierta de sangre y se sintieron abrumados.

El viernes siguiente a su estigmatización, Marta comenzó a revivir la Pasión de Jesús. 

Marta sufría en su corazón al ver que sus padres estaban atormentados por no poder hacer nada por ella.

Sobre todo sufría en su alma porque el pecado del mundo es odioso y porque el amor no es amado. 

Y este sufrimiento espiritual era máximo cada viernes cuando Marta revivía la crucifixión durante años.

Más tarde, la agonía de Cristo comenzó para ella los jueves por la noche. 

«Él desea revivir en mí su pasión hasta su último aliento y su descenso al infierno, e incluso su resurrección.

Aunque yo permanezca en la cruz para continuar esta vida de crucifixión que es su voluntad para mí, que él quiere para para su gloria y para la redención de las almas en todo el mundo».

Poco a poco, durante el transcurso del día el jueves, Marta sentía cada vez más los dolores de la Pasión.

Ella estaba en combate contra las regiones infernales desatadas, contra el Diablo, quien golpeaba su cabeza contra los muebles cerca de su sofá.

Y Marta lloraba lágrimas de sangre. 

Como Cristo en Getsemaní, ella cargó con los pecados del mundo. Ella estaba abrumada y horrorizada.

A veces ella le decía al P. Finet, «¡No te acerques a mí! ¡Te haré sucio!»

Sintió que ella era Jesús en agonía en el Jardín de los Olivos. 

Se podía oír que decía: «Aparta de mi este cáliz».

Y luego, «¡Padre, que se haga tu voluntad!».

El tormento seguía el viernes.

Marta revivía todas las escenas de la pasión.

En la noche del viernes llorando decía «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

Ella daba un gran suspiro, su cabeza caía hacia la izquierda y luego hacia atrás.

Uno pensaría que ella estaba muerta, pero estaba en éxtasis.

Luego, el sábado ella volvía en sí. A veces no lo hacía hasta el domingo, o en los últimos años de su vida, lo haría recién el lunes por la mañana o incluso el lunes por la tarde. 

Ecumenical Council in St. Peter's

 

EL CONCILIO VATICANO II

En «Retrato de Marthe Robin», escrito por el filósofo francés, surgen algunos intercambios que también afectan a la vida de la Iglesia.

Eran los años del Concilio Vaticano II, al que Guitton asistió como auditor secular, gracias a la especial amistad que le unía a Pablo VI. 

«Me ofrezco incansablemente a este Concilio» dijo la Robin, «me temo que en la tierra la fe está en declive». 

En particular agregó,

«después de este Concilio no veremos crecer la fe en el mundo y poner nuestra fe en Dios.

Yo no oigo hablar del sufrimiento y el pecado. Del dolor ya no se habla. Esto no excluye que no esté. 

Y el pecado, no podemos excluir que haya. ¿Y el purgatorio? Debemos ir más allá«. 

Por otra parte, las mismas páginas de Guitton sobre la mística francesa habían suscitado dudas en algunos teólogos que expresaron reparos sobre el libro, como que,

«No es coherente con el espíritu del Concilio Vaticano II», debido a que el Concilio, de acuerdo con estos teólogos citados por Guitton, debería «reducir el campo de lo maravilloso», sustituyendo «el miedo al infierno con el amor misericordioso.» 

pablo vi y juan xxiii

 

A lo que, escribe Guitton,

«yo respondo que el Concilio (al que asistí) nunca eliminó los textos del Evangelio donde habla del «fuego eterno».

Donde interviene satanás, donde se anuncia el Juicio Final, donde la idea de hacer un cambio redentor a los pecadores para redimirlos, es el fondo del drama». 

Sabiendo la amistad de Guitton con Pablo VI, la Robin le pidió asesorar al Papa

«para que sea fuerte. 

¡Oh, si nos pudiera decir, después del Concilio las verdades fundamentales, las que se necesitan! 

Si lo ves dile que estoy siempre con él. 

Dile que por encima de todo entiendo sus ansiedades, sus tentaciones«.

Su orientación con respecto al futuro era clara:

«No sé nada, excepto por una cosa: el futuro pertenece a Jesús«.

Marta Robin con su vida ha sido un gran misterio, sobre todo en una época como la nuestra, llena de escépticos e incrédulos, de orgullo intelectual.

 

UNA DEFINICIÓN

¿Quién era esta mística que vivía en la campiña francesa? ¿Por qué la Iglesia proclama sus virtudes heroicas?

La respuesta más bella la ha dado el propio Jean Guitton, y se inscribe en el «drama de la salvación».

JEAN GUITTON

Para Robin, había un infierno que ninguna técnica podría abolir.

«La existencia», escribió Guitton, «nos puede ofrecer una elección entre la vida y la muerte.
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El hombre ha pecado.
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Pero hay una ley de sustitución que permite al inocente redimir al pecador.
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El Cristo, el inocente absoluto, es el primero, el único.
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Marta estaba estacionada en las puertas del infierno, ninguno debía entrar;  imaginó que se trataba de su trabajo principal, su razón de ser, su profesión».


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Cómo es la Forma en que Dios Derrama el Amor sobre el Mundo

El amor de Dios, es infinito.

Nadie puede superar semejante amor.

Un amor inmenso de Dios, que ha dado a su Hijo, por la salvación de muchos.

hombre orando frente a jesus y la cruz atras

Y también ha dejado un don para nosotros, nos ha dado a Nuestra Madre, María, que es la que nos comunica el amor de la fuente inagotable de su Hijo.

Ese amor ha sido la guía con la que Dios actuó en la historia humana y su intervención desembocó en la Familia.

Veamos primero los símbolos y las devociones directas de ese amor y luego veámosle funcionando en la historia humana.

 

EL COSTADO DE CRISTO: SÍMBOLO DE AMOR

El arte ha representado muchas veces, obras sobre el amor.

¿Pero qué cosa es amor? Se dice tanto, pero poco se entiende.

En el diccionario hay muchos significados de este término.

Dice: sentimiento intenso del ser humano que partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.

El análisis de este significado ubica al hombre como alguien que busca algo.

¿Qué es ese algo que el hombre busca?

«Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». San Agustín

herida del costado de cristo

Esto dice el doctor de la Iglesia.

Ese sentimiento que buscan en las personas, no se satisface hasta encontrarlo en la forma adecuada.

Pero ha dicho “partiendo de su propia insuficiencia” esto dice que nuestro amor no es perfecto o al menos, no nos basta.

Por eso San Agustín afirma la expresión anterior.

El matrimonio, es la unión de dos personas que se aman en un amor “imperfecto” o al menos insuficiente.

Por eso piden a Dios que los bendiga, que los ayude.

Para que el sacramento ya no sea de dos, sino integre al Todopoderoso y con su protección los perfeccione en ese camino.

El ejemplo de ello está en Tobías 8, 5-10.

Entiende que no es por sus pasiones, sino para darle gloria a Dios.

Si el ser humano es imperfecto en su amor. ¡Cristo es la respuesta de amor perfecto!

Varios ejemplos en los Evangelios quieren destacar ese amor inmenso.

Como el costado de Cristo, es la declaración viva de su amor perfecto.

Por ello el Evangelio de San Juan enmarca de una manera muy interesante la abertura del costado.

Ven que está muerto le abren y sale sangre y agua. Se vacía, por completo.

En el capítulo 3, 16 ha de decir que:

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”

Dos frases salen de este versículo.

La primera reafirma el hecho de que se da todo con la abertura del costado; porque Dios lo envió para mostrar ese amor al mundo.

La segunda lleva a un tema sobre la fe.

Y a entender la conexión de venir al mundo porque Dios lo envía a morir por amor.

Pero son los Evangelios que resuelven esta problemática.

Recapitulando esto antes de proseguir.
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Jesús muere en la cruz, porque Dios lo entrego al mundo, pues tanto es su amor.

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Así de inmenso es ese sentimiento del Omnipotente que lo matan y lo vacían, literalmente, abriéndole el Corazón.

Por eso dice que no hay amor más grande, que el dar la vida.

¿En una obra de arte, como se representa dar la vida?

De muchas maneras, en este caso puede ser la cruz.

Pero pareciera que la simbología podría dar más.

Entonces el artista ha combinado.
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La cruz (símbolo de la entrega por el género humano).
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La corona de espinas (recordando quién es Él, pues es rey).
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Y la abertura del costado del que brota sangre y agua.

sagrado corazon de jesus de pie

 

AMOR PERFECTO: EL CORAZÓN DE JESÚS

En la Santa Misa, el crucifijo representa ese amor perfecto, mientras que el Corazón inflamado de amor pasa a ser la Eucaristía.

Antes de la consagración el crucifijo es la parte más importante, porque busca preparar al creyente al misterio que se va a dar.

El Corazón Sagrado de Jesús, resume el amor perfecto de Dios.

Pero en la Eucaristía se vive el misterio del amor perfecto.

Por eso el crucifijo como obra de arte, que conduce al encuentro con Cristo tiene ciertas características.

Jesús está muerto, sobre una cruz: clavado, llagado, coronado de espinas y con su costado abierto.

En la Misa Santa, que es el mismo sacrificio del Calvario, se debe observar este elemento.

Que aparece puesto encima del altar, como mismo Gólgota.

Este es lo más importante porque allí se va a producir el milagro de la transubstanciación.

mujer nigeriana ante cruz cristiana

 

LA CRUZ ES EL CENTRO, QUE LE SIGUE EN SACRALIDAD

Durante un tiempo en la Misa, antes de que sea convertido el pan en la Carne y el vino en Sangre del Señor y antes de colocar lo que contendrá a Nuestro Señor en el pan y vino.

Porque en ese momento la patena y cáliz pasan a ser el centro de atención y resguardarán al mismo Señor.

Donde en el Pan y Vino se posan.

Por ello el altar, llevando un mantel blanco, símbolo de pureza, las velas y el crucifijo: son el centro de atención en la segunda parte de la Misa.

Hay muchas maneras de representar en el arte a Cristo, pero no todas se adecuan a lo que se desea expresar.

La celebración de la Misa es el memorial de la Pasión del Señor.

No puede ser un Cristo en la cruz, agonizante, porque su pasión no ha sido consumada.

Es un crucifijo donde él ha expirado y donde ha brotado sangre y agua desde el costado.

angel y el santísimo

 

ABERTURA DEL COSTADO: EUCARISTÍA

El Corazón de Jesús, su costado, símbolo de su amor perfecto ha dado tres dones.

Pues su amor es infinito, por eso dice:

“y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” San Lucas 22, 15.

El Papa Pío XII, en su encíclica Haurietis Aqua, describe que el sacerdocio y la Eucaristía son dones del Corazón de Jesús.
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Es que el sacerdote no puede dejar de ser la unión entre la presencia de Jesús en medio del hombre y la Eucaristía.

Jesús, que es Dios, les dijo «hagan en memoria mía».

Ese es el mandato de que ellos presidan, sólo ellos pueden hacer presente en el pan y vino a Jesús.

Si el pan fuese una representación, ¿qué objeto tiene que lo haga una persona en especial?

Sólo el sacerdote, el obispo ha sido ungido con la imposición de manos desde la época de los apóstoles.

San Pablo ha de decir que si no se examinan, y comen el Pan Eucarístico, comen su propia condenación.

¿Qué pan hace eso? Hay panes que hacen daño, que condenan…

A esto se suma la expresión de Jesús que dice:

“Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.” San Lucas 22, 19

Nota la frase: ESTE ES MI… Si es claro que Jesús está en el Pan consagrado, y está todo.
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¡Qué amor más grande! Se hace humilde, sencillo, para que al comerlo se pueda unir de una manera tan profunda, para ser uno con quién lo come.
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Es Dios. Es Pan. Es amor dado al hombre.

virgen maría en procesion

 

LA INMACULADA VIRGEN MARÍA, NUESTRO DON

En la cruz, allí está Jesús, antes de morir, ya sin ropa, sin nada. Despojado de todo.

Y ahí está la Madre. Al pie de la cruz.

Ha estado presente al principio y al final.

El Evangelio de San Juan, es muy especial al dedicarle en su mensaje como la Madre, llamada Mujer.

Es la que “empuja” a Jesús a revelarse con el primer milagro: el de las bodas de Caná.

Está presente ahora en la muerte, como si quisiera decir: se los he dado y ahora lo recibo.

Para que después, constituida como Madre de la Iglesia, se lo de a los demás.

Cesáreo Gabaráin en una canción compuesta para la Virgen, explica de una manera interesante como la Madre se convierte en puente para Dios, para Él venir al mundo, y ser un puente para el hombre, para llevarlo a Él.

El amor de Jesús, que es inmenso y perfecto ha consistido en dar una Madre.
.
Porque si fue Madre de la cabeza también lo ha de ser de su cuerpo, de sus miembros.

En la cruz hemos descrito el símbolo del amor perfecto que se da por todo el mundo.

Pero así como Cristo se da todo en la cruz, y María se ha dado todo por Él; así Dios la hace madre de todos.

Para que en ese mismo amor Ella sea el transporte del Padre.

Las letanías a la Inmaculada la describen como:

“Fuente Inmaculada del Amor Divino”

Es que María es precisamente eso: fuente.
.
Ella es la que rocía alrededor lo que Ella ha recibido.

.
“Porque el poderoso ha hecho obras grandes en mí”
.

.
Esa alegría que recibe la desea llevar a los que han sido confiados a su cuidado.

Poco antes de sufrir Jesús, ha instituido el sacerdocio y la Eucaristía.

Pero todavía le faltaba algo: la Madre.

En el Calvario, entre los más grandes dolores, Jesús padeciendo, María sufriendo la muerte del único Hijo, se produce otro suceso: Ella se convierte en Madre del discípulo amado.

El discípulo amado, es la representación del apóstol San Juan, pero prefigura a cada uno de nosotros.

Que al seguir a Jesús, hemos de mantener la fidelidad hasta llegar a la cruz.

Así como San Juan ha de recibir a María en su casa y tomarla como la Madre, así el discípulo debe ser fiel a Cristo y en esa fidelidad obedecer el mandato: “He ahí a tu Madre”.

Pues Jesús es el amor, y su Madre la persona que más le ha amado.

Por eso María es nuestro don, porque Ella nos puede enseñar amar a Jesús más.

A seguirle. A acercarnos. Ella es el puente. La intermediaria.

Ella acerca a Dios, pero no es la mediadora entre Dios y el hombre.

Sino como dice San Luis María Griñón de Monfort: “María es el camino más seguro, más fácil y más corto para llegar a Jesús”

cristo en la cruz sevilla fondo

 

LA FUENTE DEL AMOR: JESUCRISTO

Para terminar de entender estos conceptos: imaginen.

Un jardín inmenso y en medio una fuente. La piscina donde es contenida el agua.

En medio de esta una base que con bellos adornos sube hasta un cáliz.

Allí con toda potencia es disparado un chorro de agua, que graciosamente cae hacia los lados.

La letanía Fuente Inmaculada, nos quiere llevar a eso.
.
María ha sido el conector, el don del Corazón de Jesús, pero lo que sale de esa fuente es agua.

Esa alegoría no puede ser otra que la Eucaristía que es el amor de Cristo y Cristo mismo vivo.

Si por la fe, María dio el sí, para ser la madre de Jesús, por su fidelidad ha sido Madre de la Iglesia.

El Sagrado Corazón de Jesús, abierto por la lanza en el Gólgota, y crucificado en la cruz, es el signo de amor infinito de Dios.
.
Por eso el Papa Pío XII ha titulado a la Encíclica HAURIETIS AQUAS, como diciendo sacareis agua del pozo o de la fuente.

Perfilar en la abertura del costado ese chorro de agua, es recordar el amor.

Es ver a Santa Margarita María Alacoque y a Santa Faustina que cada una en la propia visión, enmarcan las gracias que de ahí brotan.

El gran Papa Pío XII ha de insistir en que la cruz, la Eucaristía y María son los dones.
.
Es Jesús quién se da. Es Él que se entrega. Es la fuente, que da tales regalos.
.
Regalos propios del amor a los hombres.
.
Pero San Juan Eudes también recuerda que ese amor también es el amor que Él le tiene al Padre Eterno.

Por ello la verdadera devoción al costado de Cristo, a su Corazón consiste en amar a Dios.

Porque es Él quién amo primero. Pues porque nos conocía en su mente creadora, nos amó, y por ello nos creó.

El amor de los hombres debe ser a ese Corazón que no ha escatimado nada, siendo fiel al Padre, se entregó en la cruz, se vació por todos.
.
Se quedó en la Eucaristía, milagro de amor.
.
Y dejó a su Madre como guía fácil hacia Él: único camino, verdad y vida.

Fuentes:


Enrique Alfaro, de Guatemala, Profesor de Arte y Teología

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Los Impresionantes Frutos que se Consiguen en la Misa

La misa es el momento más grande en la vida del católico.

Y no lo podemos desaprovechar.

Es el evento que Dios dispuso para aplicarnos los méritos que Su hijo Jesucristo hizo por nosotros en la cruz.

Allí se hace presente el mismo Jesucristo en el altar y se nos ofrece en su carne y su sangre para que lo incorporemos.

No es algo simbólico, ni un recurso psicológico, sino una realidad mística.

En que el cielo se abre y participamos en la representación del sacrificio de Jesús en el calvario y de la aplicación de sus méritos a los fieles.

Sin embargo muchos hayan a la misa aburrida, porque siempre sucede lo mismo, con las leves variantes del cambio de lectura y la homilía del sacerdote.

Y entonces algunos párrocos caen en la tentación de agregarle atractivos externos, que terminan distrayendo el momento.

Debemos considerar que sentirse aburrido es poner en el centro nuestras emociones.

En lugar de considerar que la misa es un lugar para dar alabanza y adoración a Dios, que es nuestro creador, sostiene nuestra vida, y a quién podemos pedirle gracias especiales.

Sin embargo todos en algún momento nos hemos sentido aburridos en una misa, ya sea porque estamos en un momento de desolación y sequedad, o por los propios ataques del maligno.

La clave para superar esto es dejar de enfocarnos en cómo nos sentimos y prestar atención a la relación con Dios, porque hemos llegado hasta su casa y entonces tenemos que estar con Él.

No somos el centro de la misa, sino peregrinos que van a visitar a Dios en su casa para pedir y agradecer.

Pero las motivaciones para ir a misa pueden ser distintas para cada persona o incluso cambiar en nosotros mismos según la época por la que estemos pasando.

Veamos las principales razones que tendríamos para ir a misa; las que no están ordenadas según su importancia,

 

MOTIVACIONES PARA IR A MISA

 

CUMPLIR CON LA OBLIGACIÓN DE SANTIFICAR EL DÍA DEL SEÑOR

La iglesia dice que faltar a la misa dominical es un pecado.

Para algunas personas funciona, pero no podemos basar nuestra vida espiritual en el miedo, sino que la deberíamos basar el amor a Dios.

No se trata de estar obligados a hacer algo, sino de aprovechar la oportunidad que Dios nos brinda de abrir el cielo para nosotros.

 

DAR TESTIMONIO DE JESÚS

Profesar nuestra fe es testimoniar que Dios existe, que se hizo hombre, murió por nosotros para redimirnos de los pecados, resucitó de entre los muertos y vive en el cielo ocupándose de nosotros.

Y que creemos en su promesa de vida eterna, si nos mantenemos fieles a sus mandatos.

 

RECONOCER QUE SOMOS PECADORES Y NECESITAMOS MISERICORDIA

La misa nos invita a reconocer nuestros pecados, y es un momento ideal para hacer un repaso de nuestra vida, especialmente desde la última vez que concurrimos a la liturgia.

Pero también en la misa recibimos la misericordia de Dios, porque Dios se nos ofrece y el sacerdote hace un rito de intercesión por todo el pueblo.

 

ORAR Y PEDIR POR LAS COSAS QUE NOS INTERESAN

Podemos estar preocupados por cosas que nos suceden a nosotros mismos, a nuestros familiares y amigos, y a lo que sucede en la sociedad.

Y arrodillarnos y plantearle a Dios nuestras cosas es algo bien importante para la mayoría de la gente.

Esto lo podemos hacer antes de comenzar la misa o después, o incluso durante la propia misa.

Porque hay espacio en la oración de los fieles para pedir la asistencia divina.

 

DAR GRACIAS POR LAS BENDICIONES RECIBIDAS

Ya sea por las oraciones contestadas y por las gracias que Dios nos ha dado aún sin habérselas pedido.

La palabra eucaristía significa acción de gracias, de modo que la misa es el lugar ideal para expresar gratitud a Dios.

 

RECIBIR LA SAGRADA COMUNIÓN

Los católicos creemos que cuando tomamos la hostia consagrada comemos el cuerpo y bebemos la sangre de Jesús, que está realmente presente en la apariencia de pan y vino.

Esto nos da una estrecha unión con Dios y de alguna manera lo incorporamos en nosotros.

De modo que si estamos en un momento de sequedad, en que no sentimos el contacto íntimo con Jesús en nuestros sentimientos y nuestra mente, tomando la eucaristía Él está en nosotros, aunque no lo sintamos en ese momento.

 

ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS

Otro motivo para ir a misa es escuchar las lecturas de ese día.

Con el efecto de que siempre la escritura nos habla de algo que realmente nos moviliza.

Sentimos que nos está diciendo algo especialmente para nuestra situación particular.

Y eso puede ser una guía, un acompañamiento, un alivio, una fuente de oración y de meditación.

 

OÍR LA HOMILÍA DEL PREDICADOR

El predicador nos interpreta la palabra que escuchamos, muchas veces aterrizándola a situaciones concretas de la vida diaria.

Y esto es una guía adicional que funciona, o debería funcionar, como una catequesis.

Y además de exhortar, el predicador nos da impulso para salir al mundo.

 

COMPARTIR CON LA COMUNIDAD

La misa es un lugar de encuentro con la comunidad católica.

Y con la comunidad eclesial total porque participamos en la misma misa en todo el mundo, en la Tierra como en el Cielo.

Sucede que el Cielo baja hasta la parroquia y nos unimos todos en la adoración.

Esto implica comprender que no estamos solos porque nos auxilian desde el Cielo.

Y además podemos interactuar físicamente con los hermanos que están en el mismo camino, con quienes alabamos y cantamos gloria a Dios.

Para sacarles provecho a todas estas cosas debemos presentarnos a la misa con el criterio adecuado.

 

CRITERIO ADECUADO PARA IR A MISA

Aquí mencionamos una serie de puntos importantes para concurrir a misa con un criterio que nos de muchos frutos.

 

PREPARARSE PARA IR A MISA

La misa es un lugar de encuentro con Dios y con el pueblo de Dios y esto es lo central que debemos reflexionar cuando nos disponemos ir a la misa.

No se trata de hacernos presentes en un quiebre de nuestra vida agitada, sino de un cambio cualitativo en el día.

La misa está destinada a elevarnos hacia Dios y debemos pensar que es el oasis para dejar de lado nuestros pensamientos y emociones ingobernables.

Tenemos que pensar que cuando vamos a misa estamos teniendo un pie en la Tierra y otro en la eternidad.

Y ésta debe ser nuestra guía cuando estemos en nuestros períodos inevitables de sequedad y desolación.

Es el pensamiento que debemos traer cuándo nos sentimos aburridos en la misa.

O cuando no le podemos prestar adecuada atención, porque nos sentimos desesperados por los problemas que vivimos y por las luchas contra las tentaciones.

 

CULTIVAR LA QUIETUD

La actitud clave que debemos cultivar al entrar en el templo es la quietud de nuestro cuerpo y de nuestra alma.

No se trata de forzarse para no movernos o de dejar la mente en blanco.

Sino de una disposición a sentir nuestro espíritu que nos llama a la paz.

Si la quietud es forzada nos trae incomodidad, pero sí es una moción del espíritu nos trae alegría.

Allí nuestros pensamientos y nuestros sentimientos estarán alineados en un tranquilo reposo.

Sólo cuando estamos con paz podemos descansar en Dios y Él se puede comunicar con nosotros de una manera eficaz.

Esa quietud y paz nos permite entrar en los lugares ocultos dentro de nosotros y ver los misterios de Dios y atisbar sus planes

Y si no logramos aquietarnos, entonces debemos pedir a Dios que nos de paz, que calme nuestros corazones y nuestras mentes.

 

LLEGAR TEMPRANO A MISA

Para lograr esa quietud debemos llegar temprano a misa, para calmarnos, olvidar nuestras irritaciones y frustraciones, y reponernos de nuestro agotamiento, por lo menos un poco.

Cuando llegamos y nos sentamos en un banco el templo tenemos la oportunidad de ordenar nuestros pensamientos y emociones.

Pero nuestra inquietud, confusión y desorden no desaparecen por arte de magia, sino que tenemos que hacer un esfuerzo para encauzarlos, en silencio y con recogimiento.

Cuando llegamos temprano tenemos la oportunidad de pedirle a Dios para que elimine nuestras distracciones y nos podamos concentrar en lograr la quietud.

Esto se potencia si cuando entramos en el templo está expuesto el Santísimo Sacramento, como sucede en muchas Iglesias actualmente antes de misa.

La actitud más correcta es mirar el crucifijo o al Santísimo Sacramento y decirle «aquí estoy Señor», y luego esperar su respuesta en nuestra mente y nuestro corazón.

Sin embargo no es todo idílico, porque en las misas también hay una guerra espiritual, en la que debemos estar enfocados para no distraernos.

Cada vez que nos dispersemos debemos tomar conciencia que tenemos que hacer un esfuerzo para concentrarnos, porque es parte de la guerra.

Una buena medida es pedirle a la Santísima Virgen su intercesión para combatir nuestros pensamientos errantes, nuestras tentaciones y nuestras distracciones.

 

HACER UN INGRESO ADECUADO AL TEMPLO

La llegada temprano a misa para lograr la quietud necesaria para obtener buenos frutos, se condensa principalmente a partir de cuándo atravesamos la puerta del templo.

Tenemos que ser capaces de ver y utilizar los signos y símbolos sacramentales que hay en el templo, porque están llenos de Dios.

Al entrar en el templo nos hacemos la Señal de la Cruz y muchas veces mojamos nuestros dedos en el agua bendita que está en la puerta.

No debemos apresurarnos ni hacerlo por rutina, sino que el gesto debe ser hecho pensativamente.

Y recordarnos que estamos entrando en un lugar que nos comunica con la santidad del cielo.

Quizás lo más efectivo sea considerar que la Señal de la Cruz inicial es la puerta que nos permite ser transportados al cielo.

 

CÓMO REZAR LA APERTURA

En la parte inicial de la misa hay algo central que dice el sacerdote, «pongámonos en presencia del Señor».

Este es el momento de hacer el gran esfuerzo para trasladarnos al Cielo y ver, con los ojos del alma, como se descorre el velo y la liturgia del Cielo baja hasta la iglesia donde tú estás.

Y cuando el sacerdote dice oremos, en la oración de apertura, nuestro esfuerzo tiene que estar puesto en nuestras intenciones y nuestros ofrecimientos.

 

CÓMO ESCUCHAR LAS LECTURAS

Los textos que se leen en las lecturas de la misa son la palabra de Dios, que nos habla a nosotros, como le habló al pueblo escogido y Jesús le habló a sus coetáneos del primer siglo.

La escucha deberá ser principalmente con los oídos del corazón.

Tratando de comprender que tiene que decirte a ti la palabra en ese momento.

Y esto se traslada luego a la homilía.

Pero debes tener en cuenta que no necesariamente el predicador hable de las cosas de tu propia vida, que tú sentiste en la lectura.

En ese caso evalúa las dos cosas.

 

CÓMO VIVIR EL OFERTORIO Y LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

En las oraciones y gestos que hace el sacerdote desde que terminó la homilía hasta que comienza a repartirse la Eucaristía,  debes ver la liturgia del cielo bajada a la Tierra.

Debes interpretar el misterio pascual del sufrimiento, muerte, resurrección y ascensión de Nuestro Señor Jesucristo.

Es el cierre de la mancha que había dejado en los seres humanos el pecado original y la caída.

Y también deberías interpretar el significado que eso tiene para ti, que en primer lugar significa el perdón de los pecados.

 

CÓMO RECIBIR LA COMUNIÓN

Recibir la Eucaristía es el pináculo de la misa.

Es el momento más solemne de la misa, y tus gestos debieran manifestarlo así.

Recuerda que deben acercarse a ella quienes no están en pecado mortal.

Cuando la recibes, debe ser consciente que estás comiendo y bebiendo la carne de Jesús, que te da la posibilidad de transformarte.

Pero esa transformación no es por arte de magia sino que Dios quiere que sea con nuestro esfuerzo también.

Por lo tanto debemos reconocer que somos pecadores e indignos de recibir a Dios en nuestra casa.

Y hacernos el propósito de avanzar en santidad.

Es tan importante este momento que hace necesario un largo período de acción de gracias por haber sido favorecidos con el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

El que se puede extender más allá del momento en que el sacerdote hace el despido y el envío.

 

CÓMO RESPONDER AL DESPIDO Y AL ENVÍO

Cuando el sacerdote dice «la misa ha terminado podemos” y el diácono agrega «testimoniemos a Dios con nuestras vidas», es cuando damos gracias a Dios por este momento y es el momento de salir nuevamente al mundo.

Somos ordenados a volver al mundo para santificarlo.

Hemos cumplido una obligación de ir a misa, nos hemos comunicado con el Señor y obtenido paz.

Le hemos pedido por nuestras intenciones, hemos escuchado su palabra y lo que nos tiene que decir a nosotros en particular, hemos recibido la gracia de comer su cuerpo y ahora debemos testimoniar nuestra fe en el mundo.

Si en la próxima misa sientes que te falta algo si no concurres, es un primer indicador de que ha dado frutos en ti.

Fuentes:

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Las Pruebas de la Presencia Real de Jesucristo en la Hostia Consagrada

¿Está verdaderamente Jesucristo en el pan y el vino que consagra un sacerdote ordenado?

¿Está verdaderamente vivo con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad?

¿Hay alguna prueba que podamos tener, que no implique pasar por la fe?

Definitivamente sí.

En este artículo te damos pruebas.

Están relacionadas con las reacciones que logra sobre las cosas externas.

Las escrituras y la tradición nos revelan que en la eucaristía está la presencia real, pero para alguno no es suficiente.

Estas otras pruebas no suponen fe en las escrituras y la tradición.

Son hechos que se pueden comprobar externamente.

Comencemos por decir que Su presencia real nos la avisó el mismo Jesús y está en la Biblia; no es un invento.  

Otra línea de argumentos está relacionada con los milagros eucarísticos, y puedes leer un artículo que los resume aquí.

 

LEGITIMACIÓN DE LA EUCARISTÍA

Jesús dijo:

«En verdad te digo, a menos que comas la carne del Hijo del Hombre y bebas Su sangre, no tienes vida en ti.

El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Porque mi carne es comida real y mi sangre es verdadera bebida.

«El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en ellos» (Juan 6: 53-56).

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Y en la última cena Jesús tomó el pan, lo partió y se lo dio a los discípulos diciendo,

«Tomen y coman; este es mi cuerpo» (Mateo 26:26).

Y luego también dijo tomando la copa,

«Beban todos ustedes. Esta es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados» (Mateo 26: 27-28)

Y agregó,

«Hagan esto en memoria mía» (Lucas 22:19)

Jesús dijo este es mi cuerpo y esta es mi sangre, y no dijo que eran símbolos sino que eran realidades.

Y ésta promesa bíblica se realiza permanentemente en cada misa, rememorando el sacrificio de Jesús de hace 2000 años.

 

¿CÓMO ES POSIBLE ESTO?

La duda que queda en la mayoría de los no católicos e incluso entre algunos católicos, es como un hombre ordinario que oficia como sacerdote permite que la hostia y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

Sin embargo no hay que olvidar que Dios es todopoderoso y puede hacer cualquier cosa.

En los primeros capítulos del Génesis vemos como Dios creó todas las cosas de la nada.

Luego vemos cómo Moisés divide el Mar Rojo en dos, con el poder de Dios, para que cruzaran los judíos que huían de Egipto.

También podemos leer como el profeta Daniel es mantenido intacto cuando es arrojado a una cueva con leones.

Vemos qué Jesús resucita a su amigo Lázaro y convierte el agua en vino en las bodas de Caná.

Y así podemos nombrar uno tras otro los milagros que realiza Dios contados por la Biblia.

Pero quizás los dos milagros más impresionantes, además de la eucaristía, es la Encarnación del hijo de Dios en la Virgen María, que le permite convertirse en hombre.

Y luego su resurrección a los 3 días de cuándo había muerto crucificado.

De modo que la presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía no es un milagro aislado, sino que ésta dentro de las cosas que habitualmente hace Dios.

De la misma forma que Jesucristo cambió el agua para transformarla en vino en las bodas de Caná, lo mismo hace en cada misa con el pan y el vino que le ofrece el sacerdote.

El sacerdote le ofrece pan y vino reales, y luego de las palabras de consagración, Dios transforma la sustancia del pan y del vino en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Su hijo Jesucristo.

Y es así entonces que aparecen en sus manos el cuerpo y la sangre de Jesús, pero percibidos como el pan y el vino por nuestros sentidos.

O sea que los accidentes se conservan, porque nuestros sentidos aún los reconocen como tales, pero sustancia ha cambiado, y el milagro puede ser comprendido solamente con los ojos de la fe.

Y es esta apariencia sensorial de pan y vino lo que lleva a los protestantes a rechazar la doctrina de la presencia real.

Este es un caso en que nuestros sentidos de gusto tacto olfato y visión nos engañan, porque ahí está realmente otra sustancia.

Esto mismo sucede respecto a la divinidad de Jesús, sólo con la fe podemos comprender que Él es Dios, porque Él se mostró a nuestro equipo sensorial como un ser humano que comía, dormía, sufría, se alegraba, como cualquier ser humano.

Pero dentro de su naturaleza humana estaba la naturaleza divina.

Y algo similar sucede con el bautismo, porque no hay diferencia sensorial entre un niño antes de ser bautizado y luego de ello.

Pero sabemos, por la indicación revelada en la escritura y por la tradición, que la vida divina se infunde nuestra alma con el bautismo y así nos convertimos en hijos adoptivos de Dios y somos transformados.

Nuestros sentidos nos pueden informar más o menos correctamente lo que sucede en el mundo natural, pero no son confiables para informarnos sobre lo que sucede en el mundo sobrenatural.

Esto debe ser revelado por Dios, y el Antiguo Testamento fue el instrumento que nos fue preparando para recibir la plenitud de la verdad, y la presencia real de Dios en el Santísimo Sacramento.

Esto es difícil de comprender para muchas personas y seguramente, no lo entenderemos por completo nunca en la Tierra; es uno de los misterios de la fe.

Pero si tenemos fe comprenderemos lo que Dios nos ha revelado.

Incluyendo que Dios se hizo hombre bajando a la Tierra y se dejó crucificar para redimir a los seres humanos.

Es curioso que esto lo acepten los protestantes pero no acepten la presencia real, cuando en ambos casos la información sensorial pura indicaría qué Jesús era un hombre normal y qué la hostia y el vino permanecen incambiadas aún luego de la consagración.

Pero también hay pruebas indirectas de que la hostia y el vino consagrados contienen la sustancia del cuerpo y la sangre de Jesús.

 

LIBERACIÓN EUCARÍSTICA

Una prueba la podemos tener con la reacción del demonio ante la hostia y el vino consagrados.

En una sesión de liberación un sacerdote experimentó que un demonio había poseído a una niña y se negaba a salir de ella.

Por más que hacía el sacerdote no podía desalojarlo.

Cuando se le ocurrió llevar a la niña, con el demonio adentro obviamente, a la capilla de la eucaristía.

El demonio frente a la custodia con el Santísimo Sacramento comenzó a gritar con espanto.

«¿Quién es este? ¿Quién es esta persona?»

El demonio reconoció que en la sustancia de la hostia consagrada había una persona.

Y se espantó porque vio en ella la gloria de Dios.

Al punto que gritando le exigía al sacerdote,

«Déjame ir. No quiero verlo. ¿Quién me trajo a su casa? No nos gustamos el uno al otro. ¡Llévame de este lugar!».

Nadie había orado ninguna oración de liberación cuando entraron a la capilla, sino que simplemente habían comenzado con alabanzas y acción de gracias al Santísimo Sacramento.

Entonces el demonio se sintió acorralado y decidió pelear, a empujar la hostia expuesta para abajo del altar.

El equipo de liberación trato de defender y proteger el Santísimo Sacramento, pero el sacerdote decidió que el Señor se defendiera por sí mismo y permitirle al demonio actuar contra el Santísimo Sacramento.

Entonces el demonio corrió rápidamente hacia el altar a destruir la hostia.

Pero a pocos centímetros de ésta se detuvo como si hubiera una pared invisible que no le dejaba continuar.

Así lo intentó varias veces pero nunca pudo llegar a la custodia.

Entonces el demonio comenzó a rodar y retorcerse, gritando y suplicando que lo sacaran fuera de la capilla de adoración.

Y tal fue su dolor y agonía que optó por dejar a la niña poseída e irse.

Esta es una demostración de que en la hostia consagrada hay una realidad invisible que sólo se puede ver con los ojos de la fe, y que los demonios lo ven.

 

CURACIÓN EUCARÍSTICA

Otra prueba del poder de la eucaristía son las curaciones realizadas en los eventos eucarísticos.

Pongamos el ejemplo del P. Emiliano Tardif, que fue uno de los mayores sanadores que ha habido, a través del poder de Dios.

El ejercía su ministerio a partir de la santa misa.

Luego de terminada la Eucaristía, él recibía palabras de conocimiento que le informaban quién estaba haciendo sanado y de qué enfermedad.

A partir de ahí el padre Emiliano comenzaba a orar por esa sanación.

Po ejemplo una frase que él decía en Nagua, República Dominicana, era

«Celebramos la Santa Misa y el Señor comenzó una vez más a sanar a los enfermos.

Él sanó ese domingo no solo a dos o tres personas enfermas sino a una gran multitud».

En este artículo puedes encontrar un relato de los milagros que Jesús Eucaristía realizaba mediante el padre Emiliano.

Cuenta un caso de una joven que estaba con opresión demoníaca y en un sueño fue atacada por unos hombres que casi la estrangulan.

Y como consecuencia no podía casi hablar, ni tragar, porque su garganta estaba hinchada y con mucho dolor.

Entonces el padre Emiliano la llevó a la capilla de adoración y le ministró la sagrada comunión.

Y luego de dos horas fue absolutamente sanada, al punto que dio su testimonio a la asamblea.

También el padre Emiliano se ha referido a un hombre que fue llevado en camilla a la misa y que tenía la espina dorsal rota.

El padre Emiliano y la asamblea oraron con él después de la eucaristía, y entonces el paralítico comenzó a sudar y temblar.

El padre Emiliano expresó

«El Señor está a punto de sanarte, levántate en el nombre de Jesús»

El sacerdote le dio la mano para levantarse y el hombre lo hizo lentamente.

Y el padre Emiliano dijo,

«En el nombre de Jesús, ve más allá, el Señor está presente para sanarte».

Así lo hizo y la curación mediante la Eucaristía funcionó.

También se puede mencionar el caso de un italiano que durante 5 años fue atormentado físicamente por el demonio.

Sentía que le clavaban agujas por todo el cuerpo y que era mordido.

Él había recorrido varios exorcistas de Roma y concurrido a varios grupos de oración de liberación, pero nada le había funcionado.

Hasta que comenzó la rutina de ir a misa diaria y a ayunar, además de confesar sus pecados.

Y así lentamente se liberó de estos tormentos demoníacos.

Pero no debemos considerar a la Eucaristía solamente como un expulsor de demonios.

 

EL DIÁLOGO QUE SE ESTABLECE EN LA COMUNIÓN

Hay un gran efecto de la eucaristía que es llevar verdadera alegría al Espíritu, a través de la comprensión infusa de la verdad.

El alma que no recibe frecuentemente la Eucaristía no siente a Dios dentro de sí de una manera eficaz.

Mientras que quién recibe la Eucaristía con frecuencia lo experimenta, lo reconoce, comprende las verdades, y termina disfrutándolo

Es mediante la Eucaristía que logramos una comunión íntima con el Señor, porque se nos manifiesta con mayor claridad y nos ilumina.

Esto nos permite discernir más claramente las cosas, contemplar la majestad de la creación y comprender lo que Él quiere de nosotros.

Esta comprensión la podemos ver en la Biblia cuándo Jesús encontró con sus discípulos en el camino a Emaús, luego de resucitado.

Comenzó a explicarle las escrituras, dándoles un conocimiento natural e intelectual.

Pero en determinado momento lo reconocieron, cuando el partió el pan, lo que les hizo comprender el porqué de la emoción misteriosa que tenían ante esa persona que les hablaba.

De modo que la explicación de Jesús sobre las escrituras no fue suficiente para revelarlo ante ellos; debieron ser alimentados con la Eucaristía para poder apreciarlo.

Esto nos debe hacer conscientes que el conocimiento y los efectos que nos introduce la Eucaristía no es un mecanismo natural inteligible por la razón humana.

Por lo tanto al consumir la Eucaristía hay que ponerse a disposición y disfrutar.

Dios conversa internamente con nuestra alma a través de la eucaristía y nos da una fuente de felicidad que sólo así podemos lograr.

Fuentes:

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.La Presencia Real de Cristo en la Eucaristía

El contenido de deste articulo se ha subsumido en este otro:

Mira Cómo se Transforma el Pan y el Vino en la Carne y la Sangre de Cristo – Cómo se justifica la presencia real de Cristo en las apariencias de pan y vino consagradas…

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María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

La venida del Espíritu Santo y primera celebración de la Eucaristía, visión de María Valtorta

Razones por las Jesús dio estas visiones a María Valtorta son: Conocer exactamente la complejidad y duración de mi larga pasión (que culmina en la Pasión cruenta, verificada en pocas horas), que me había consumido en un tormento cotidiano que duró lustros y que había ido aumentando cada vez más; y con mi pasión la de mi Madre, cuyo corazón fue traspasado, durante el mismo tiempo, por la espada del dolor; y, por este conocimiento, moveros a amarnos más.

…VER VIDEOS… 

Los apóstoles y Judas. Éstos son los dos ejemplos opuestos. Los primeros, imperfectísimos, rudos, no instruidos, violentos… pero con buena voluntad.

Judas, más instruido que la mayoría de los apóstoles, refinado por la vida en la capital y en el Templo… pero de mala voluntad.

Observad la evolución de los primeros en el Bien, observad su progreso; observad la evolución del segundo en el Mal y su descenso.

Y que observen esta evolución en la perfección en los once buenos, sobre todo, los que por un defecto visual de su mente acostumbran a desnaturalizar la realidad de los santos, haciendo del hombre que alcanza la santidad con dura, durísima lucha contra las fuerzas recias y oscuras un ser innatural sin solicitaciones ni emociones y, por tanto, sin méritos. Porque el mérito viene justamente de la victoria sobre las pasiones desordenadas y las tentaciones, alcanzada por amor a Dios y por conseguir el fin último: gozar de Dios eternamente.

Que lo observen los que pretenden que el milagro de la conversión deba venir sólo de Dios. Dios da los medios para que uno se convierta, pero no fuerza la voluntad del hombre, y, si ese hombre no quiere convertirse, inútilmente tiene lo que a otro le sirve para la conversión.

Y los que examinan consideren los múltiples efectos de mi Palabra, no sólo en el hombre humano, sino también en el hombre espiritual; no sólo en el hombre espiritual, sino también en el hombre humano: mi Palabra, acogida con buena voluntad, transforma al uno y al otro, conduciendo hacia la perfección externa e interna.

Los apóstoles, que por su ignorancia y por mi humildad trataban con excesiva llaneza al Hijo del Hombre (un buen maestro entre ellos, nada más, un maestro humilde y paciente con el que era lícito tomarse una serie de libertades, a veces excesivas, aunque sin irreverencia, porque lo suyo no era irreverencia, sino ignorancia, una ignorancia que debe ser excusada), los apóstoles, polémicos entre sí, egoístas, celosos en su amor y celosos de mi amor, impacientes con la gente, un poco orgullosos de ser «los Apóstoles», deseosos de las cosas asombrosas que les señalara ante los ojos de la gente como personas dotadas de un poder extraordinario, lentamente, pero continuamente, se van transformando en hombres nuevos, dominando primero sus pasiones por imitarme a mí y porque Yo estuviera contento, y luego -conociendo cada vez más mi verdadero Yo-cambiando los modos y el amor, hasta verme, amarme y tratarme como a Señor divino. ¿Son, acaso, al final de mi vida en la Tierra, todavía los compañeros superficiales y alegres de los primeros tiempos? ¿Son, sobre todo después de la Resurrección, los amigos que tratan al Hijo del Hombre como a un Amigo? No. Son los ministros del Rey, antes; los sacerdotes de Dios, después: completamente distintos, transformados completamente.

Consideren esto los que encuentren ruda, y juzguen no natural la forma de ser de los apóstoles, que era como se describe. Yo no era ni un doctor difícil ni un rey soberbio, no era un maestro que juzgase indignos de Él a los otros hombres. Supe ser indulgente. Quise formar a partir de materia no desbastada, llenar de todo tipo de perfecciones vasos vacíos, demostrar que Dios todo lo puede, y puede de una piedra sacar un hijo de Abraham, un hijo de Dios, y de donde nada hay sacar un maestro, para confundir a los maestros que se jactan de su ciencia, que muy frecuentemente ha perdido el perfume de la mía.

En fin: haceros conocer el misterio de Judas, ese misterio que es la caída de un espíritu al que Dios había favorecido en modo extraordinario. Un misterio que, en verdad, se repite demasiado frecuentemente, y que es la herida que duele en el Corazón de vuestro Jesús.

Daros a conocer cómo se cae transformándose de siervos e hijos de Dios en demonios y deicidas que matan a Dios en ellos matando la Gracia; daros a conocer esto para impediros que pongáis los pies en los senderos por los que uno cae al Abismo, y para enseñaros cómo comportarse para tratar de detener a los corderos imprudentes que avanzan hacia el abismo. Aplicar vuestro intelecto en el estudio de la horrenda -y, no obstante, común-figura de Judas, complejo en que se agitan serpentinos todos los vicios capitales que encontráis y debéis de combatir en las personas. Es la lección que preferentemente debéis aprender, porque será la que más os sirva en vuestro ministerio de maestros de espíritu y directores de almas. ¡Cuántos, en todos los estados de la vida, imitan a Judas entregándose a Satanás y encontrando la muerte eterna!

 

LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO. FIN DEL CICLO MESIÁNICO

No hay voces ni ruidos en la casa del Cenáculo. No hay tampoco discípulos (al menos, no oigo nada que me autorice a decir que en otros cuartos de la casa estén reunidas personas). Sólo se constatan la presencia y la voz de los Doce y de María Santísima (recogidos en la sala de la Cena).

La habitación parece más grande porque los muebles y enseres están colocados de forma distinta y dejan libre todo el centro de la habitación, como también dos de las paredes. A la tercera ha sido arrimada la mesa grande que fue usada para la Cena. Entre la mesa y la parecí, y también a los dos lados más estrechos de la mesa, están los triclinios usados en la Cena y el taburete usado por Jesús para el lavatorio de los pies. Pero estos triclinios no están colocados verticalmente respecto a la mesa, como para la Cena, sino paralelamente, de forma que los apóstoles pueden estar sentados sin ocuparlos todos, aun dejando libre uno, el único vertical respecto a la mesa, sólo para la Virgen bendita, que está en el centro, en el lugar que Jesús ocupaba en la Cena.

No hay en la mesa mantelería ni vajilla; está desnuda, y desnudos están los aparadores y las paredes. La lámpara sí, la lámpara luce en el centro, aunque sólo con la llama central encendida, porque la vuelta de llamitas que hacen de corola a esta pintoresca lámpara está apagada.

Las ventanas están cerradas y trancadas con la robusta barra de hierro que las cruza. Pero un rayo de sol se filtra ardido por un agujerito y desciende como una aguja larga y delgada hasta el suelo, donde pone un arito de sol.

La Virgen, sentada sola en su asiento, tiene a sus lados, en los triclinios, a Pedro y a Juan (a la derecha, a Pedro; a la izquierda, a Juan). Matías, el nuevo apóstol, está entre Santiago de Alfeo y Judas Tadeo. La Virgen tiene delante un arca ancha y baja de madera oscura, cerrada. María está vestida de azul oscuro. Cubre sus cabellos un velo blanco, cubierto a su vez por el extremo de su manto Todos los demás tienen la cabeza descubierta.

María lee atentamente en voz alta. Pero, por la poca luz que le llega, creo que más que leer repite de memoria las palabras escritas en el rollo que tiene abierto. Los demás la siguen en silencio, meditando. De vez en cuando responden, si es el caso de hacerlo.

El rostro de María aparece transfigurado por una sonrisa extática. ¡¿Qué estará viendo, que tiene la capacidad de encender sus ojos como dos estrellas claras, y de sonrojarle las mejillas de marfil, como si se reflejara en Ella una llama rosada?!: es, verdaderamente, la Rosa mística…

Los apóstoles se echan algo hacia adelante, y permanecen levemente al sesgo, para ver el rostro de María mientras tan dulcemente sonríe y lee (y parece su voz un canto de ángel). A Pedro le causa tanta emoción, que dos lagrimones le caen de los ojos y, por un sendero de arrugas excavadas a los lados de su nariz, descienden para perderse en la mata de su barba entrecana.

Pero Juan refleja la sonrisa virginal y se enciende como Ella de amor, mientras sigue con su mirada a lo que la Virgen lee, y, cuando le acerca un nuevo rollo, la mira y le sonríe.

La lectura ha terminado. Cesa la voz de María. Cesa el frufrú que produce el desenrollar o enrollar los pergaminos. María se recoge en una secreta oración, uniendo las manos sobre el pecho y apoyando la cabeza sobre el arca. Los apóstoles la imitan…

Un ruido fortísimo y armónico, con sonido de viento y arpa, con sonido de canto humano y de voz de un órgano perfecto, resuena de improviso en el silencio de la mañana. Se acerca, cada vez más armónico y fuerte, y llena con sus vibraciones la Tierra, las propaga a la casa y las imprime en ésta, en las paredes, en los muebles, en los objetos. La llama de la lámpara, hasta ahora inmóvil en la paz de la habitación cerrada, vibra como chocada por el viento, y las delgadas cadenas de la lámpara tintinean vibrando con la onda de sobrenatural sonido que las choca.

Los apóstoles alzan, asustados, la cabeza; y, como ese fragor hermosísimo, que contiene las más hermosas notas de los Cielos y la Tierra salidas de la mano de Dios, se acerca cada vez más, algunos se levantan, preparados para huir; otros se acurrucan en el suelo cubriéndose la cabeza con las manos y el manto, o dándose golpes de pecho pidiendo perdón al Señor; otros, demasiado asustados como para conservar ese comedimiento que siempre tienen respecto a la Purísima, se arriman a María.

El único que no se asusta es Juan, y es porque ve la paz luminosa de alegría que se acentúa en el rostro de María, la cual alza la cabeza y sonríe frente a algo que sólo Ella conoce y luego se arrodilla abriendo los brazos, y las dos alas azules de su manto así abierto se extienden sobre Pedro y Juan, que, como Ella, se han arrodillado.
Pero, todo lo que he tardado minutos en describir se ha verificado en menos de un minuto.

Y luego entra la Luz, el Fuego, el Espíritu Santo, con un último fragor melódico, en forma de globo lucentísimo, ardentísimo; entra en esta habitación cerrada, sin que puerta o ventana alguna se mueva; y permanece suspendido un momento sobre la cabeza de María, a unos tres palmos de su cabeza (que ahora está descubierta, porque María, al ver al Fuego Paráclito, ha alzado los brazos como para invocarlo y ha echado hacia atrás la cabeza emitiendo un grito de alegría, con una sonrisa de amor sin límites). Y, pasado ese momento en que todo el Fuego del Espíritu Santo, todo el Amor, está recogido sobre su Esposa, el Globo Santísimo se escinde en trece llamas cantarinas y lucentísimas -su luz no puede ser descrita con parangón terrenal alguno-, y desciende y besa la frente de cada uno de los apóstoles.

Pero la llama que desciende sobre María no es lengua de llama vertical sobre besadas frentes: es corona que abraza y nimba la cabeza virginal, coronando Reina a la Hija, a la Madre, a la Esposa de Dios, a la incorruptible Virgen, a la Llena de Hermosura, a la eterna Amada y a la eterna Niña; pues que nada puede mancillar, y en nada, a Aquella a quien el dolor había envejecido, pero que ha resucitado en la alegría de la Resurrección y tiene en común con su Hijo una acentuación de hermosura y de frescura de su cuerpo, de sus miradas, de su vitalidad… gozando ya de una anticipación de la belleza de su glorioso Cuerpo elevado al Cielo para ser la flor del Paraíso.

El Espíritu Santo rutila sus llamas en torno a la cabeza de la Amada. ¿Qué palabras le dirá? ¡Misterio! El bendito rostro aparece transfigurado de sobrenatural alegría y sonríe con la sonrisa de los serafines, mientras ruedan por las mejillas de la Bendita lágrimas beatíficas que, incidiendo en ellas la Luz del Espíritu Santo, parecen diamantes.

El Fuego permanece así un tiempo… Luego se disipa… De su venida queda, como recuerdo, una fragancia que ninguna flor terrenal puede emanar… es el perfume del Paraíso…

Los apóstoles vuelven en sí… María permanece en su éxtasis. Recoge sus brazos sobre el pecho, cierra los ojos, baja la cabeza… nada más… continúa su diálogo con Dios… insensible a todo… Y ninguno osa interrumpirla.

Juan, señalándola, dice:
-Es el altar, y sobre su gloria se ha posado la Gloria del Señor…
-Sí, no perturbemos su alegría. Vamos, más bien, a predicar al Señor para que se pongan de manifiesto sus obras y palabras en medio de los pueblos -dice Pedro con sobrenatural impulsividad.
-¡Vamos! ¡Vamos! El Espíritu de Dios arde en mí -dice Santiago de Alfeo.
-Y nos impulsa a actuar. A todos. Vamos a evangelizar a las gentes.
Salen como empujados por una onda de viento o como atraídos por una vigorosa fuerza.

Dice Jesús (a María Valtorta):
-Aquí termina esta Obra que mi amor por vosotros ha dictado, y que vosotros habéis recibido por el amor que una criatura ha tenido hacia mí y hacia vosotros.

Ha terminado hoy, conmemoración de Santa Zita de Luca, humilde sirvienta que sirvió a su Señor en la caridad en esta Iglesia de Luca, ciudad a la que Yo, desde lugares lejanos llevé a mi pequeño Juan para que me sirviera en la caridad y con el mismo amor de Santa Zita hacia todos los infelices. Zita daba pan a los menesterosos, recordando que en cada uno de ellos estoy Yo, y que vivirán gozosos a mi lado aquellos que hayan dado pan y bebida a los que tienen sed y hambre. María-Juan ha dado mis palabras a los que flaquean envueltos en la ignorancia, en la tibieza o en la duda sobre la Fe, recordando que la Sabiduría dijo (Sabiduría 3, 1-9; Daniel 12, 3-4) que brillarían como estrellas en la eternidad aquellos que con fatiga se esforzaran en dar a conocer a Dios, dando gloria a su Amor dándolo a conocer a muchos y haciendo que muchos lo amen.

Y ha terminado hoy, día en que la Iglesia eleva a los altares a María Teresa Goretti, (María Teresa Goretti, más conocida como María Goretti, mártir de la pureza (1890-1902), beatificada el 27 de Abril de 1947 y canonizada en 1950) pura azucena de los campos que vio su tallo quebrado cuando todavía era capullo su corola -¿por quién quebrado, sino por Satanás, envidioso ante ese candor más esplendoroso que su antiguo aspecto de ángel?-, quebrado por ser flor consagrada al Amador divino. Virgen y mártir, María, de este siglo de infamias en que se mancilla incluso el honor de la Mujer, escupiendo baba de reptiles negadora del poder de Dios de dar una morada inviolada a su Verbo, que, por obra del Espíritu Santo, se encarnaba para salvar a los que en Él creyeran. También María-Juan es mártir del Odio, que no quiere que mis maravillas sean celebradas con esta Obra, arma que tiene poder para arrebatarle muchas presas. Pero también María-Juan sabe, como sabía María Teresa, que el martirio -fueren cuales fueren su nombre y su aspecto-es llave para abrir sin dilación el Reino de los Cielos para aquellos que lo padecen como continuación de mi Pasión.

La Obra ha terminado. (Pero no han terminado las «visiones» ni los «dictados» fuera del ciclo mesiánico, declarado concluido con la venida del Espíritu Santo. Por ello se añadirán, completivos de la Obra, otros escritos pertinentes (de varios años, sobre todo del 1951). Como consecuencia, la Despedida de la Obra, escrita el 28 de Abril de 1947 y que en los cuadernos autógrafos sigue inmediatamente al presente «dictado», será recogida al término de la conclusión de la Obra) Y, con su fin, con la venida del Espíritu Santo, se concluye el ciclo mesiánico, que mi Sabiduría ha iluminado desde sus albores (la Concepción inmaculada de María) hasta su terminación (la venida del Espíritu Santo). Todo el ciclo mesiánico es obra del Espíritu de Amor, para quien sabe ver bien. Cabal, pues, el haberlo empezado con el misterio de la inmaculada Concepción de la Esposa del Amor, y el haberlo concluido con el sello de Fuego Paráclito puesto en la Iglesia de Cristo.

Las obras manifiestas de Dios, del Amor de Dios, terminan con Pentecostés. Desde entonces, continúa ese misterioso obrar de Dios en sus fieles, unidos en el Nombre de Jesús en la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica, Romana; y la Iglesia -o sea, la asamblea de los fieles -pastores, ovejas y corderos-puede continuar su camino sin errar, por la continua, espiritual operación del Amor en sus fieles. El Amor, Teólogo de los teólogos, Aquel que forma a los verdaderos teólogos, que viven abismados en Dios y tienen a Dios dentro de sí -la vida de Dios dentro de sí por la dirección del Espíritu de Dios que los guía-, los verdaderos «hijos de Dios» según el concepto de Pablo. (Romanos 8, 14-17)

Y al término de la Obra debo poner una vez más el lamento que he colocado al final de cada uno de los años evangélicos. Y en mi dolor de ver despreciado mi don os digo: «No recibiréis más, porque no habéis sabido acoger esto que os he dado». Y digo también las palabras que os hice llegar el pasado verano para llamaros de nuevo al camino recto: “No me veréis hasta que no llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor”.

 

PEDRO CELEBRA LA EUCARISTÍA EN UNA REUNIÓN DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS

Es una de las primeras reuniones de los cristianos, en los días inmediatamente posteriores a Pentecostés.

Los doce apóstoles son de nuevo doce, porque Matías, que ya ha sido elegido en lugar del traidor, está entre ellos. Y el hecho de que estén los doce demuestra que no se habían separado todavía para ir a evangelizar, según la orden del Maestro. Por tanto, Pentecostés debe haber tenido lugar poco antes, y todavía no deben haber empezado las persecuciones del Sanedrín contra los siervos de Jesucristo. En efecto, si así fuera, no tendrían esta celebración con tanta tranquilidad, y sin ninguna medida de precaución, en una casa conocida, demasiado conocida, por los del Templo, o sea, en la casa del Cenáculo, y precisamente en la habitación donde se verificó la última Cena, donde fue instituida la Eucaristía, donde empezó la verdadera y total traición, y la Redención.

Pero la vasta habitación ha sufrido un cambio, necesario para su nueva función como iglesia, e impuesto por el número de los fieles. La gran mesa ya no está en la pared de la escalera, sino en la frontal, y paralela a la pared. De forma que incluso los que no pueden entrar en el Cenáculo -primera iglesia del mundo cristiano-, ya repleto de personas, pueden ver lo que sucede dentro, apiñándose, apretujándose, en el pasillo de entrada (donde está, abierta completamente, la puertecita por la que se entra en la habitación).

En la sala hay hombres y mujeres de todas las edades. En un grupo de mujeres, junto a la mesa, aunque en uno de los ángulos, está María, la Madre, rodeada de Marta y María de Lázaro, Nique. Elisa, María de Alfeo, Salomé, Juana de Cusa… en fin, de muchas de las mujeres discípulas, hebreas y no hebreas, a las que Jesús había curado, había consolado, había evangelizado, había hecho ovejas de su rebaño. Entre los hombres, están Nicodemo, Lázaro, José de Arimatea, muchísimos discípulos, entre los cuales Esteban, Hermas, los pastores, Eliseo el hijo del arquisinagogo de Engadí, y muchísimos otros. Y está también Longinos, no vestido de militar, sino como si fuera un ciudadano cualquiera, con una larga y sencilla túnica cenizosa. Luego otros, que claramente han entrado en la grey de Cristo después de Pentecostés y las primeras evangelizaciones de los Doce.

Pedro habla también ahora. Evangeliza e instruye a los presentes. Habla una vez más de la última Cena. Una vez más. Y es que, por sus palabras, se comprende que ya ha hablado otras veces de ella.

Dice:
-Os hablo unavez más -y remarca mucho estas palabras -de la Cena en que, antes de ser inmolado por los hombres, Jesús Nazareno, como le llamaban, Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro, como ha de ser afirmado y creído con todo nuestro corazón y nuestra mente, porque en este creer está nuestra salvación, se inmoló por espontánea voluntad y por exceso de amor, dándose como Alimento y Bebida para los hombres, y diciéndonos a nosotros, siervos y continuadores suyos: «Haced esto en memoria mía». Y esto es lo que hacemos. Pero, oh hombres, de la misma manera que nosotros, sus testigos, creemos que en el Pan y en el Vino, ofrecidos y bendecidos, como Él hizo, en memoria suya y por obediencia a su divino mandato, están ese Cuerpo Santísimo y esa Sangre Santísima que lo son de un Dios, Hijo del Dios altísimo, y que fueron crucificado y derramada por amor y para vida de los hombres, también vosotros, todos vosotros, que habéis entrado a formar parte de la verdadera, nueva, inmortal Iglesia, anunciada por los profetas y fundada por el Cristo, debéis creerlo. Creed y bendecid al Señor, que a nosotros, sus -si no materialmente, sí moral y espiritualmente-crucifixores por nuestra debilidad en servirle, por nuestra cerrazón en comprenderlo, por nuestra cobardía en abandonarlo huyendo en la hora suprema, por nuestra cobardía en nuestro… no, en mi personal traición de hombre temeroso y cobarde hasta el punto de renegar de Él, y negarlo, y negarme como discípulo suyo, es más: como el primero de entre sus siervos (y gruesas lágrimas ruedan y surcan el rostro de Pedro), poco antes de la hora primera, allí, en el patio del Templo; creed, decía, y bendecid al Señor, que a nosotros nos deja este eterno signo de perdón; creed y bendecid al Señor, que a aquellos que no lo conocieron cuando era el Nazareno les permite conocerlo ahora que es el Verbo Encarnado vuelto al Padre. Venid y tomad. Él lo dijo: «El que come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la Vida eterna». En aquel momento no comprendimos (y Pedro llora de nuevo). No comprendimos porque éramos obtusos de intelecto. Pero ahora el Espíritu Santo ha encendido nuestra inteligencia, fortalecido nuestra fe, infundido la caridad, y comprendemos. Y en el Nombre del Dios altísimo, del Dios de Abraham, de Jacob, de Moisés, en el Nombre altísimo del Dios que habló a Isaías, a Jeremías, a Ezequiel, a Daniel y a los otros profetas, os juramos que esto es verdad y os conjuramos que creáis para poder tener la Vida eterna.

Pedro habla lleno de majestad. Ya nada queda en él del pescador no poco rudo de poco antes. Ha subido a un escabel para hablar y ser visto y oído mejor, porque, siendo bajo como es, si sus pies hubieran permanecido sobre el suelo de la habitación, los más lejanos no lo habrían podido ver, y él lo que quiere es alcanzar a todos con su vista. Habla equilibradamente, con voz apropiada y gestos de verdadero orador. Sus ojos, siempre expresivos, ahora hablan más que nunca: amor, fe, mando, contrición… todo sale a través de esta mirada suya, y anticipa y refuerza sus palabras.

Ya ha terminado de hablar. Baja del escabel y se coloca detrás de la mesa, en el espacio que hay entre la pared y la mesa, y espera. Santiago y Judas, o sea, los dos hijos de Alfeo y primos de Cristo, extienden ahora sobre la mesa un mantel blanquísimo. Para hacer esto levantan el arca ancha y baja que está puesta en el centro de la mesa. También extienden sobre la tapa del arca un paño de finísimo lino.

El apóstol Juan va ahora donde María y le pide algo. María se quita del cuello una especie de llavecita y se la da a Juan. Juan la toma, vuelve al arca, la abre y vuelve la parte que está delante, la cual queda apoyada en el mantel, y cubierta con un tercer paño de lino.

Dentro del arca hay una sección horizontal que la divide en dos secciones: en la de abajo hay una copa y un plato, de metal; en la de arriba, en el centro, la copa usada por Jesús en la última Cena y para la primera Eucaristía, los restos del pan partido por Él, colocados en un platito, de material precioso como la copa. A los lados de la copa y del platito que están en el plano superior, a un lado, están la corona de espinas, los clavos y la esponja; al otro lado, uno de los lienzos, enrollado, el velo con que Nique enjugó el Rostro de Jesús, y el que María dio a su Hijo para que se cubriera con él las caderas. En el fondo del arca hay otras cosas, pero, dado que quedan más bien ocultas y que ninguno habla de ellas ni las muestra, no se sabe lo que son. Sin embargo, respecto a las otras, respecto a las visibles, Juan y Judas de Alfeo las muestran a los presentes, que se arrodillan ante ellas. Pero ni se muestran ni se tocan la copa y el platito del pan. Tampoco se extiende toda la sábana; sólo se muestra enrollada, mientras sé dice lo que es. Quizás Juan y Judas no la desenrollan para no despertar en María el recuerdo doloroso de las atroces vejaciones sufridas por su Hijo.

Terminada esta parte de la ceremonia, los apóstoles, en coro, entonan unas oraciones. Yo diría que son salmos porque los cantan como acostumbraban a hacer los hebreos en sus sinagogas o en sus peregrinaciones a Jerusalén para las solemnidades prescritas por la Ley. La gente se une al coro de los apóstoles, que, de esa manera, cada vez se hace más solemne.

En fin, traen panes y los colocan en el platito de metal que había en la parte inferior del arca, y traen unas pequeñas ánforas, también de metal.

Pedro recibe de Juan, que está arrodillado al otro lado de la mesa (mientras que Pedro sigue entre la mesa y la pared, aunque vuelto hacia la gente), la bandeja con los panes; la alza y la ofrece; luego la bendice y la pone sobre el arca.

Judas de Alfeo, también arrodillado, al lado de Juan, da a su vez a Pedro la copa de la parte de abajo y las dos ánforas que antes estaban junto al platito de los panes. Pedro vierte el contenido de ellas en la copa; alza ésta y la ofrece, como había hecho con el pan. Bendice también la copa y la pone sobre el arca, al lado de los panes.

Oran de nuevo. Pedro fracciona los panes en muchos trozos mientras los presentes se postran más aún, y dice:
-Esto es mi Cuerpo. Haced esto en memoria mía.
Sale de detrás de la mesa llevando consigo la bandeja llena de los trozos de los panes, y lo primero, va donde María y le da un trozo. Luego pasa a la parte delantera de la mesa y distribuye el Pan consagrado a todos los que se acercan para recibirlo. Sobran pocos trozos, los cuales, en su bandeja, son colocados sobre el arca.

Ahora toma la copa y la ofrece -empezando esta vez también por María-a los presentes. Juan y Judas le siguen con las pequeñas ánforas y añaden los líquidos cuando el cáliz está vacío, mientras Pedro repite la elevación, el ofrecimiento y la bendición para consagrar el líquido.
Cuando todos los que pedían nutrirse de la Eucaristía han sido complacidos, los apóstoles consumen el Pan y Vino que han quedado. Luego cantan otro salmo o himno, y después de esto Pedro bendice a los presentes, quienes, después de su bendición, se marchan lentamente.

María, la Madre, que ha estado de rodillas durante toda la ceremonia de la consagración y de la distribución de las especies del Pan y del Vino, se alza y va hasta el arca. Hace una inclinación por encima de la mesa y toca con la frente la superficie del arca donde están puestos la copa y el plato usados por Jesús en la última Cena, y pone un beso en el borde de ambos; un beso que es también para las otras reliquias recogidas ahí.

Luego Juan cierra el arca y devuelve la llave a María, que vuelve a ponérsela en el cuello.

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Espíritu Santo y Pentecostés

 
 

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Beata Ana Catalina Emmerich Foros de la Virgen María MENSAJES Y VISIONES

Visión de la preparación de la Pascua a la Institución de la Eucaristía, visiones de la beata Ana Catalina Emmerick

El relato de la “Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” comienza con la Última Cena y concluye con la Resurrección. Narra la Pasión de Jesucristo a través de minuciosas descripciones concretas de personas, lugares y acontecimientos, por lo que resulta comprensible que este libro haya servido de inspiración para el director y actor Mel Gibson, a la hora de hacer su película «La Pasión de Cristo».

Cuenta el mismo Gibson que se encontraba rezando en su despacho tratando de ser iluminado sobre el guión de su película, cuando este libro de Ana Catalina se desprendió de la librería y cayó sobre su regazo, como una señal del cielo.

I. Preparación de la Pascua

Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la última gran comida del Señor y sus amigos, en casa de Simón el Leproso, en Betania, en donde María Magdalena derramó por última vez los perfumes sobre Jesús.

Los discípulos habían preguntado ya a Jesús dónde quería celebrar la Pascua. Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a Santiago y a Juan: les habló mucho de todo lo que debían preparar y ordenar en Jerusalén, y les dijo que cuando subieran al monte de Sión, encontrarían al hombre con el cántaro de agua. Ellos conocían ya a este hombre, pues en la última Pascua, en Betania, él había preparado la comida de Jesús: por eso San Mateo dice: cierto hombre. Debían seguirle hasta su casa y decirle: «El Maestro os manda decir que su tiempo se acerca, y que quiere celebrar la Pascua en vuestra casa». Después debían ser conducidos al Cenáculo, y ejecutar todas las disposiciones necesarias.

Yo vi los dos Apóstoles subir a Jerusalén; y encontraron al principio de una pequeña subida, cerca de una casa vieja con muchos patios, al hombre que el Señor les había designado: le siguieron y le dijeron lo que Jesús les había mandado. Se alegró mucho de esta noticia, y les respondió que la comida estaba ya dispuesta en su casa (probablemente por Nicodemo); que no sabía para quién, y que se alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era Elí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la muerte de Juan Bautista. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados, alquilaba una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no tenían hospedaje en la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo que pertenecía a Nicodemo y a José de Arimatea. Enseñó a los dos Apóstoles su posición y su distribución interior.

II. El Cenáculo

Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, se halla una antigua y sólida casa, entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio espacioso cercado de buenas paredes. Al lado izquierdo de la entrada se ven otras habitaciones contiguas a la pared; a la derecha, la habitación del mayordomo, y al lado, la que la Virgen y las santas mujeres ocuparon con más frecuencia después de la muerte de Jesús. El Cenáculo, antiguamente más espacioso, había servido entonces de habitación a los audaces capitanes de David: en el se ejercitaban en manejar las armas. Antes de la fundación del templo, el Arca de la Alianza había sido depositada allí bastante tiempo, y aún hay vestigios de su permanencia en un lugar subterráneo. Yo he visto también al profeta Malaquías escondido debajo de las mismas bóvedas; allí escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio de la Nueva Alianza.

Cuando una gran parte de Jerusalén fue destruida por los babilonios, esta casa fue respetada: he visto otras muchas cosas de ella; pero no tengo presente más que lo que he contado.

Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a ser propiedad de Nicodemo y de José de Arimatea: habían dispuesto el cuerpo principal muy cómodamente y lo alquilaban para servir de Cenáculo a los extranjeros, que la Pascua atraía a Jerusalén. Así el Señor lo había usado en la última Pascua.

El Cenáculo, propiamente, está casi en medio del patio; es cuadrilongo, rodeado de columnas poco elevadas. Al entrar, se halla primero un vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después de entrar en la sala interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes están adornadas, para la fiesta, hasta media altura, de hermosos tapices y de colgaduras.

La parte posterior de la sala está separada del resto por una cortina. Esta división en tres partes da al Cenáculo cierta similitud con el templo. En la última parte están dispuestos, a derecha e izquierda, los vestidos necesarios para la celebración de la fiesta. En el medio hay una especie de altar; en esta parte de la sala están haciendo grandes preparativos para la comida pascual. En el nicho de la pared hay tres armarios de diversos colores, que se vuelven como nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi toda clase de vasos para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento reposó allí.

En las salas laterales del Cenáculo hay camas en donde se puede pasar la noche. Debajo de todo el edificio hay bodegas hermosas. El Arca de la Alianza fue depositada en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el hogar. Yo he visto allí a Jesús curar y enseñar; los discípulos también pasaban con frecuencia las noches en las laterales.

III. Disposiciones para el tiempo pascual

Vi a Pedro y a Juan en Jerusalén entrar en una casa que pertenecía a Serafia (tal era el nombre de la que después fue llamada Verónica). Su marido, miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de la casa atareado con sus negocios; y aun cuando estaba en casa, ella lo veía poco. Era una mujer de la edad de María Santísima, y que estaba en relaciones con la Sagrada Familia desde mucho tiempo antes: pues cuando el niño se quedó en el templo después de la fiesta, ella le dio de comer. Los dos apóstoles tomaron allí, entre otras cosas, el cáliz de que se sirvió el Señor para la institución de la Sagrada Eucaristía.

IV. El Cáliz de la santa Cena

El cáliz que los apóstoles llevaron de la casa de Verónica, es un vaso maravilloso y misterioso. Había estado mucho tiempo en el templo entre otros objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había olvidado. Había sido vendido a un aficionado de antigüedades. Y comprado por Serafia había servido ya muchas veces a Jesús para la celebración de las fiestas, y desde ese día fue propiedad constante de la santa comunidad cristiana. El gran cáliz estaba puesto en una azafata, y alrededor había seis copas. Dentro de el había otro vaso pequeño, y encima un plato con una tapadera redonda. En su pie estaba embutida una cuchara, que se sacaba con facilidad.

El gran cáliz se ha quedado en la Iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y lo veo todavía conservado en esta villa: ¡aparecerá a la luz como ha aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban; una de ellas está en Antioquía; otra en Efeso: pertenecían a los Patriarcas, que bebían en ellas una bebida misteriosa cuando recibían y daban la bendición, como lo he visto muchas veces. El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país de Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo usó en el sacrificio, cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y se lo dejó a este Patriarca.

V. Jesús va a Jerusalén

Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, hizo una despedida tierna a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el Apóstol de la fe, y a Juan, el Apóstol del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo que María Magdalena, cuyo dolor era muy violento, que su amor era grande, pero que todavía era un poco según la carne, y que por ese motivo el dolor la ponía fuera de sí. Habló también del proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó por él.

Judas había ido otra vez de Betania a Jerusalén con pretexto de hacer un pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le enseñaron los soldados encargados de prender al Salvador. Calculó sus idas y venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del Señor poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos. Era activo y servicial; pero lleno de avaricia, de ambición y de envidia, y no combatía estas pasiones.

Había hecho milagros y curaba enfermos en la ausencia de Jesús. Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que iba a suceder, Ella le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con Él. Pero Él le recomendó que tuviera más resignación que las otras mujeres; le dijo también que resucitaría, y el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero estaba profundamente triste. El Señor le dio las gracias, como un hijo piadoso, por todo el amor que le tenía. Se despidió otra vez de todos, dando todavía diversas instrucciones.

Jesús y los nueve Apóstoles salieron a las doce de Betania para Jerusalén; anduvieron al pie del monte de los Olivos, en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no cesaba de instruirlos. Dijo a los Apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces les había dado su pan y su vino, pero que hoy quería darles su carne y su sangre, y que les dejaría todo lo que tenía. Decía esto el Señor con una expresión tan dulce en su cara, que su alma parecía salirse por todas partes, y que se deshacía en amor, esperando el momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron; creyeron que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar todo el amor y toda la resignación que encierran los últimos discursos que pronunció en Betania y aquí.

Cuando Pedro y Juan vinieron al Cenáculo con el cáliz, todos los vestidos de la ceremonia estaban ya en el vestíbulo. En seguida se fueron al valle de Josafat y llamaron al Señor y a los nueve Apóstoles. Los discípulos y los amigos que debían celebrar la Pascua en el Cenáculo vinieron después.

VI. Última Pascua

Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de San Juan Bautista.

Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero; vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre.

Los vasos y los instrumentos necesarios fueron preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado.

El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron un ramo de hisopo que mojó en la sangre. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura, y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo.

Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en otro tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo. Todas las puertas estaban cerradas mientras tanto.

El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás estaban extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos traídos del templo. Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una capa más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas anchas arremangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada: los discípulos en las salas laterales, el Señor con los Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la vuelta, Mateo y Felipe.

Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los Apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los Apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy de prisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de pie, apoyándose sólo un poco sobre el respaldo de su silla. Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyó la otra. Trajeron otra copa de vino; y Jesús decía: «Tomad este vino hasta que venga el reino de Dios». Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y habiéndose lavado otra vez las manos, se sentaron en las sillas.

Al principio estuvo muy afectuoso con sus Apóstoles; después se puso serio y melancólico, y les dijo: «Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros, cuya mano está conmigo en esta mesa». Había sólo un plato de lechuga; Jesús la repartía a los que estaban a su lado, y encargó a Judas, sentado en frente,
que la distribuyera por su lado. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que espantó a todos los Apóstoles, dijo: «Un hombre cuya mano está en la misma mesa o en el mismo plato que la mía», lo que significa: «Uno de los doce que comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan». No designó claramente a Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato era una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería darle un aviso, pues, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir lechuga. Jesús añadió: «El hijo del hombre se va, según esta escrito de Él; pero desgraciado el hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no haber nacido».

Los Apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: «Señor, ¿soy yo?», pues todos sabían que no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó sobre Juan por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor quién era, pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía miedo que le hubiera querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y, como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo: «Señor, ¿quién es?». Entonces tuvo aviso que quería designar a Judas. Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: «Este a quien le doy el pan que he mojado». Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando el Señor mojó el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a Judas, que preguntó también: «Señor, ¿soy yo?». Jesús lo miró con amor y le dio una respuesta en términos generales. Era para los judíos una prueba de amistad y de confianza. Jesús lo hizo con una afección cordial, para avisar a Judas, sin denunciarlo a los otros; pero éste estaba interiormente lleno de rabia. Yo vi, durante la comida, una figura horrenda, sentada a sus pies, y que subía algunas veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó con los ojos.

VII. El lavatorio de los pies

Se levantaron de la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según costumbre, para el oficio solemne, el mayordomo entró con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera agua al vestíbulo, y salió de la sala con sus criados. De pie en medio de los Apóstoles, les habló algún tiempo con solemnidad. No puedo decir con exactitud el contenido de su discurso. Me acuerdo que habló de su reino, de su vuelta hacia su Padre, de lo que les dejaría al separarse de ellos. Enseñó también sobre la penitencia, la confesión de las culpas, el arrepentimiento y la justificación. Yo comprendí que esta instrucción se refería al lavatorio de los pies; vi también que todos reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas.

Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo a los Apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo. Él se fue al vestíbulo, y se puso y ciñó una toalla alrededor del cuerpo. Mientras tanto, los Apóstoles se decían algunas palabras, y se preguntaban entre sí cuál sería el primero entre ellos; pues el Señor les había anunciado expresamente que iba a dejarlos y que su reino estaba próximo; y se fortificaban más en la opinión de que el Señor tenía un pensamiento secreto, y que quería hablar de un triunfo terrestre que estallaría en el último momento.

Estando Jesús en el vestíbulo, mandó a Juan que llevara un baño y a Santiago un cántaro lleno de agua; en seguida fueron detrás de él a la sala en donde el mayordomo había puesto otro baño vacío.

Entró Jesús de un modo muy humilde, reprochando a los Apóstoles con algunas palabras la disputa que se había suscitado entre ellos: les dijo, entre otras cosas, que Él mismo era su servidor; que debían sentarse para que les lavara los pies. Se sentaron en el mismo orden en que estaban en la mesa. Jesús iba del uno al otro, y les echaba sobre los pies agua del baño que llevaba Juan; con la extremidad de la toalla que lo ceñía, los limpiaba; estaba lleno de afección mientras hacía este acto de humildad.

Cuando llegó a Pedro, éste quiso detenerlo por humildad, y le dijo: «Señor, ¿Vos lavarme los pies?». El Señor le respondió: «Tú no sabes ahora lo que hago, pero lo sabrás mas tarde». Me pareció que le decía aparte: «Simón, has merecido saber de mi Padre quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy; tú solo lo has confesado expresamente, y por eso edificaré sorbe ti mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza acompañará a tus sucesores hasta el fin del mundo». Jesús lo mostró a los Apóstoles, diciendo: «Cuando yo me vaya, él ocupará mi lugar». Pedro le dijo: «Vos no me lavaréis jamás los pies». El Señor le respondió: «Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo». Entonces Pedro añadió: «Señor, lavadme no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús respondió: «El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más que los pies; está purificado en todo el resto; vosotros, pues, estáis purificados, pero no todos». Estas palabras se dirigían a Judas. Había hablado del lavatorio de los pies como de una purificación de las culpas diarias, porque los pies, estando sin cesar en contacto con la tierra, se ensucian constantemente si no se tiene una grande vigilancia. Este lavatorio de los pies fue espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio de su celo, no vio más que una humillación demasiado grande de su Maestro: no sabía que Jesús al día siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta la muerte ignominiosa de la cruz.

Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y más afectuoso: acercó la cara a sus pies; le dijo en voz baja, que debía entrar en sí mismo; que hacía un año que era traidor e infiel. Judas hacía como que no le oía, y hablaba con Juan. Pedro se irritó y le dijo: «Judas, el Maestro te habla». Entonces Judas dio a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: «Señor, ¡Dios me libre!». Los otros no habían advertido que Jesús hablaba con Judas, pues hablaba bastante bajo para que no le oyeran, y además, estaban ocupados en ponerse su calzado. En toda la pasión nada afligió más al Salvador que la traición de Judas. Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. Enseñó sobre la humildad: les dijo que el que serví a los otros era el mayor de todos; y que desde entones debían lavarse con humildad los pies los unos a los otros; en seguida se puso sus vestidos. Los Apóstoles desataron los suyos, que los habían levantado para comer el cordero pascual.

VIII. Institución de la Sagrada Eucaristía

Por orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que había lazado un poco: habiéndola puesto en medio de la sala, colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro lleno de vino. Pedro y Juan fueron a buscar al cáliz que habían traído de la casa de Serafia. Lo trajeron entre los dos como un Tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella una fuente ovalada con tres panes asimos blancos y delgados; los panes fueron puestos en un paño con el medio pan que Jesús había guardado de la Cena pascual: había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una de aceite espeso, la otra de aceite líquido y la tercera vacía.

Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y de beber en el mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de fraternidad y de amor que se usaba para dar la bienvenida o para despedirse. Jesús elevó hoy este uso a la dignidad del más santo Sacramento: hasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo.

El Señor estaba entre Pedro y Juan; las puertas estaban cerradas; todo se hacía con misterio y solemnidad. Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró, y habló muy solemnemente. Yo le vi explicando la Cena y toda la ceremonia: me pareció un sacerdote enseñando a los otros a decir misa.

Sacó del azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita; tomó un paño blanco que cubría el cáliz, y lo tendió sobre el azafate y la tablita. Luego sacó los panes asimos del paño que los cubría, y los puso sobre esta tapa; sacó también de dentro del cáliz un vaso más pequeño, y puso a derecha y a izquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan y los óleos, según yo creo: elevó con sus dos manos la patena, con los panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa, y la cubrió. Tomó después el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan echara el agua que había bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó con una cucharita : entonces bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio, y lo puso sobre la mesa.

Juan y Pedro le echaron agua sobre las manos. No me acuerdo si este fue el orden exacto de las ceremonias: lo que sé es que todo me recordó de un modo extraordinario el santo sacrificio de la Misa.

Jesús se mostraba cada vez más afectuoso; les dijo que les iba a dar todo lo que tenía, es decir, a Sí mismo; y fue como si se hubiera derretido todo en amor. Le volverse transparente; se parecía a una sombra luminosa. Rompió el pan en muchos pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un poco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. Oró y enseñó todavía: todas sus palabras salían de su boca como el fuego de la luz, y entraban en los Apóstoles, excepto en Judas. Tomó la patena con los pedazos de pan y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que será dado por vosotros. Extendió su mano derecha como para bendecir, y mientras lo hacía, un resplandor salía de Él: sus palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los Apóstoles como un cuerpo resplandeciente: yo los vi a todos penetrados de luz; Judas solo estaba tenebroso.

Jesús presentó primero el pan a Pedro, después a Juan; en seguida hizo señas a Judas que se acercara: éste fue el tercero a quien presentó el Sacramento, pero fue como si las palabras del Señor se apartasen de la boca del traidor, y volviesen a Él. Yo estaba tan agitada, que no puedo expresar lo que sentía. Jesús le dijo: «Haz pronto lo que quieres hacer». Después dio el Sacramento a los otros Apóstoles. Elevó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y pronunció las palabras de la consagración: mientras las decía, estaba transfigurado y transparente: parecía que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano, y lo puso sobre la mesa. Juan echó la sangre divina del cáliz en las copas, y Pedro las presentó a los Apóstoles, que bebieron dos a dos en la misma copa. Yo creo, sin estar bien segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No volvió a su sitio, sino que salió en seguida del Cenáculo. Los otros creyeron que Jesús le había encargado algo.

El Señor echó en un vasito un resto de sangre divina que quedó en el fondo del cáliz; después puso sus dedos en el cáliz, y Pedro y Juan le echaron otra vez agua y vino. Después les dio a beber de nuevo en el cáliz, y el resto lo echó en las copas y lo distribuyó a los otros Apóstoles. En seguida limpió el cáliz, metió dentro el vasito donde estaba el resto de la sangre divina, puso encima la patena con el resto del pan consagrado, le puso la tapadera, envolvió el cáliz, y lo colocó en medio de las seis copas. Después de la Resurrección, vi a los Apóstoles comulgar con el resto del Santísimo Sacramento. Había en todo lo que Jesús hizo durante la institución de la Sagrada Eucaristía, cierta regularidad y cierta solemnidad: sus movimientos a un lado y a otro estaban llenos de majestad. Vi a los Apóstoles anotar alguna cosa en unos pedacitos de pergamino que traían consigo.

IX. Instituciones secretas y consagraciones

Jesús hizo una instrucción particular. Les dijo que debían conservar el Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin del mundo; les enseñó las formas esenciales para hacer uso de él y comunicarlo, y de qué modo debían, por grados, enseñar y publicar este misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto de las especies consagradas, cuándo debían dar de ellas a la Virgen Santísima, cómo debían consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviado el Consolador. Les habló después del sacerdocio, de la unción, de la preparación del crisma, de los santos óleos. Había tres cajas: dos contenían una mezcla de aceite y de bálsamo. Enseñó cómo se debía hacer esa mezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué ocasiones. Me acuerdo que citó un caso en que la Sagrada Eucaristía no era aplicable: puede ser que fuera la Extremaunción; mis recuerdos no están fijos sobre ese punto. Habló de diversas unciones, sobre todo de las de los Reyes, y dijo que aun los Reyes inicuos que estaban ungidos, recibían de la unción una fuerza particular.

Después vi a Jesús ungir a Pedro y a Juan: les impuso las manos sorbe la cabeza y sobre los hombros. Ellos juntaron las manos poniendo el dedo pulgar en cruz, y se inclinaron profundamente delante de Él, hasta ponerse casi de rodillas. Les ungió el dedo pulgar y el índice de cada mano, y les hizo una cruz sobre la cabeza con el crisma. Les dijo también que aquello permanecería hasta el fin del mundo. Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé recibieron asimismo la consagración. Vi que puso en cruz sobre el pecho de Pedro una especie de estola que llevaba al cuello, y a los otros se la colocó sobre el hombro derecho.

Yo vi que Jesús les comunicaba por esta unción algo esencial y sobrenatural que no sé explicar. Les dijo que en recibiendo el Espíritu Santo consagrarían el pan y el vino y darían la unción a los Apóstoles. Me fue mostrado aquí que el día de Pentecostés, antes del gran bautismo, Pedro y Juan impusieron las anos a los otros Apóstoles, y ocho días después a muchos discípulos. Juan, después de la Resurrección, presentó por primera vez el Santísimo Sacramento a la Virgen Santísima. Esta circunstancia fue celebrada entre los Apóstoles. La Iglesia no celebra ya esta fiesta; pero la veo celebrar en la Iglesia triunfante. Los primeros días después de Pentecostés yo vi a Pedro y a Juan consagrar solos la Sagrada Eucaristía: más tarde, los otros hicieron lo mismo.

El Señor consagró también el fuego en una copa de hierro, y tuvieron cuidado de no dejarlo apagar jamás: fue conservado al lado del sitio donde estaba puesto el Santísimo Sacramento, en una parte del antiguo hornillo pascual, y de allí iban a sacarlo siempre para los usos espirituales. Todo lo que hizo entonces Jesús estuvo muy secreto y fue enseñado sólo en secreto. La Iglesia ha conservado lo esencial, extendiéndolo bajo la inspiración del Espíritu Santo para acomodarlo a sus necesidades.

Cuando estas santas ceremonias se acabaron, el cáliz que estaba al lado del crisma fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte mas retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina, y desde entonces fue el santuario. José de Arimatea y Nicodemus cuidaron el Santuario y el Cenáculo en la ausencia de los Apóstoles. Jesús hizo todavía una larga instrucción, y rezó algunas veces. Con frecuencia parecía conversar con su Padre celestial: estaba lleno de entusiasmo y de amor. Los Apóstoles, llenos de gozo y de celo, le hacían diversas preguntas, a las cuales respondía. La mayor parte de todo esto debe estar en la Sagrada Escritura.

El Señor dijo a Pedro y a Juan diferentes cosas que debían comunicar después a los otros Apóstoles, y estos a los discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad de cada uno para estos conocimientos. Yo he visto siempre así la Pascua y la institución de la Sagrada Eucaristía. Pero mi emoción antes era tan grande, que mis percepciones no podían ser bien distintas: ahora lo he visto con más claridad. Se ve el interior de los corazones; se ve el amor y la fidelidad del Salvador: se sabe todo lo que va a suceder. Como sería posible observar exactamente todo lo que no es más que exterior, se inflama uno de gratitud y de amor, no se puede comprender la ceguedad de los hombres, la ingratitud del mundo entero y sus pecados. La Pascua de Jesús fue pronta, y en todo conforme a las prescripciones legales. Los fariseos añadían algunas observaciones minuciosas.

Extracto realizado por corazones.org

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Milagros Eucarísticos TESTIMONIOS Y MILAGROS

El Milagro Eucarístico de Lanciano

En Lanciano (Italia) se veneran desde hace más de doce siglos las Reliquias de uno de los más grandes milagros eucarísticos.

El milagro de Lanciano es el más antiguo de los que conocemos en los que las sagradas Especies se hayan transformado en carne y sangre. 

Los análisis realizados en los años 1970-71 y 1973-74, han  traído a la actualidad este prodigio, de modo que una tradición de doce siglos se ve confirmada por la ciencia más moderna.

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HISTORIA DEL MILAGRO EUCARÍSTICO

Un Monje de la Orden de San Basilio, sabio en las cosas del mundo, pero no en las cosas de la fe, pasaba un tiempo de prueba contra la fe. Dudaba de la Presencia real de Nuestro Señor Jesús en la Eucaristía. Oraba constantemente para librarse de esas dudas por miedo de perder su vocación. Sufría día tras día la duda. 

¿Está Jesús realmente y, substancialmente presente en la Eucaristía?. 
Dudaba sobre el misterio de la transubstanciación.

Su sacerdocio se convirtió en una rutina y se destruía poco a poco. Especialmente la celebración de la Santa Misa se convirtió en una rutina mas, un trabajo mas.

La situación en el mundo no le ayudó a fortalecer su fe. Había muchas herejías surgiendo durante esta época. Sacerdotes y obispos eran víctimas de esas herejías, las cuales estaban infestando a la Iglesia por todas partes. Algunas de estas herejías negaban la Presencia real de nuestro Señor en la Eucaristía.

El sacerdote no podía levantarse de esta oscuridad que envolvía su corazón. Cada vez estaba mas convencido, por la lógica humana, de esas herejías.

 

EL MILAGRO

En torno al año 700, en el Monasterio de San Legonziano (que algunos identifican con San Longinos, el soldado que traspasó el Corazón de Cristo en la cruz), una mañana, mientras celebraba la Santa Misa, estaba siendo atacado fuertemente por la duda y después de haber pronunciado las solemnes palabras de la consagración, vio como la Santa Hostia se convirtió en un círculo de carne y el vino en sangre visible. Estaba ante un fenómeno sobrenatural visible, que lo hizo temblar y comenzó a llorar incontrolablemente de gozo y agradecimiento. 

Estuvo parado por un largo rato, de espaldas a los fieles, como era la misa en ese tiempo. Después se volvio despacio hacia ellas, diciéndoles: ¡Oh afortunados testigos a quién el Santísimo Dios, para destruir mi falta de fe, ha querido revelárseles El Mismo en este Bendito Sacramento y hacerse visible ante nuestros ojos. Vengan, hermanos y maravíllense ante nuestro Dios tan cerca de nosotros. Contemplen la Carne y la Sangre de Nuestro Amado Cristo!.

Las personas se apresuraron para ir al altar y, al presenciar el milagro, empezaron a clamar, pidiendo perdón y misericordia. Otras empezaron a darse golpes de pecho, confesando sus pecados, declarándose indignos de presenciar tal milagro.

Otros se arrodillaban en señal de respeto y gratitud por el regalo que el Señor les había concedido. Todos contaban la historia por toda la ciudad y por todos los pueblos circunvecinos.

La carne se mantuvo intacta, pero la sangre se dividió en el cáliz, en 5 partículas de diferentes tamaños y formas irregulares. Los monjes decidieron pesar las partículas y descubren fenómenos particulares sobre el peso de cada una de ellas.

Inmediatamente la Hostia y las cinco partículas fueron colocadas en un relicario de marfil.

 

INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

En 1574 se hicieron pruebas de la Carne y la Sangre y se descubrió un fenómeno inexplicable. Las cinco bolitas de Sangre coagulada son de diferentes tamaños y formas. Pero cualquier combinación pesa en total lo mismo. En otras palabras, 1 pesa lo mismo que 2, 2 pesan lo mismo que 3, y 3 pesan lo mismo que 5. Este resultado esta marcado en una tabla de mármol en la Iglesia.

A través de los años se han hecho muchas investigaciones. Nuestro Señor se ha permitido ser pinchado y cortado, examinado a través de microscopio y fotografiado.

A las distintas investigaciones eclesiásticas siguieron las científicas, llevadas a cabo desde 1574, en 1970-71 y en 1981.  En estas últimas, el eminente científico Profesor Odoardo Linoli docente en Anatomía  y Histología Patologica y en Química y Microscopía Clínica, con la colaboración del Profesor Ruggero Bertelli de la Universidad de Sena, utilizó los instrumentos científicos más modernos disponibles.

Los análisis, realizados con absoluto rigor científico y documentados por una serie de fotografías al microscopio, dieron los siguientes resultados:

  • La Carne es verdadera Carne.
  • La Sangre es verdadera Sangre.
  • La Carne y la Sangre pertenecen a la especie humana.
  • La Carne está constituida por el tejido muscular del corazón. 
  • En la Carne están presentes, en secciones, el miocardio, el endocardio, el nervio vago y, por el relevante espesor del miocario, el ventrículo cardiaco izquierdo.
  • La Carne es un CORAZON completo en su estructura esencial.
  • La Carne y la Sangre tienen el mismo grupo sanguíneo (AB).
  • En la Sangre se encontraron las proteínas normalmente fraccionadas, con la proporción en porcentaje, correspondiente al cuadro sero- proteico de la sangre fresca normal.
  • En la Sangre también se encontraron estos minerales : Cloruro, fósforo, magnesio, potasio, sodio y calcio.
  • La conservación de la Carne y de la Sangre, dejadas al estado natural por espacio de doce siglos  y expuestas a la acción de agentes atmosféricos y biológicos, es de por sí un fenómeno extraordinario.

 

FRUTOS DEL MILAGRO

El milagro que ocurrió en el año 700 fue solo el comienzo. Eso fue hace más de 1250 años. Si después del milagro, la carne y la sangre se hubieran desintegrado, como esperaban muchos, de todas maneras ya en sí mismo era un milagro espectacular.

Además de la renovación de la fe del sacerdote y de todos los testigos, Lanciano ha sido un lugar donde muchos han encontrado la fe en la Eucaristía, y otros han aumentado en esa fe.

De inmediato la noticia del Milagro Eucarístico y el testimonio de la transformación del sacerdote se extendió por toda la ciudad y el país. Todas las personas hablaban del milagro. Los peregrinos concurrían a Lanciano para venerar la Hostia convertida en carne y el vino en sangre. Aumentó la Fe y devoción al Corazón Eucarístico de Jesús, y se extendió por todo el país.

Desde el principio, la Iglesia local aceptó este milagro como un verdadero signo del cielo, y veneró el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor en la Eucaristía en varias procesiones. Especialmente el día de su fiesta, que es el ultimo domingo de octubre.

La fama del santuario se propagó rápidamente a través de la región y muy pronto toda Italia comenzó a hacer peregrinaciones a la Iglesia. Estas peregrinaciones no han sido solo locales, de todo el mundo llegan personas a venerar el Corazón de Jesús revelado en la Eucaristía.

 

MANUSCRITOS

A través de los años se han escrito muchos relatos para mostrar la autenticidad del Milagro Eucarístico y milagros espirituales como físicos que se han dado en este lugar. Por haber sido este un milagro tan importante, los antecedentes y la historia de los hechos fueron cuidadosamente registrados.

Hubo un manuscrito en Griego y Latín que confirma el milagro y que fue escrito y certificado en la misma época del milagro.

En una cronología de la Ciudad de Lanciano, un historiador escribió que a principios de 1500, dos monjes de San Basilio vinieron a la Iglesia, la cual estaba bajo la custodia de los Franciscanos y pidieron pasar la noche allí. También pidieron ver el pergamino que tenía la historia del Milagro Eucarístico de Lanciano. Los Franciscanos les dejaron estudiar el pergamino durante la noche. Pero a la mañana siguiente los monjes de San Basilio se fueron muy temprano antes de que los Franciscanos se despertaran y se llevaron el manuscrito.

Se cree que el motivo fue que los Monjes Basilianos estaban avergonzados de que uno de los suyos hubiera perdido la fe en la Eucaristía. El hecho es que nunca se recuperó dicho manuscrito.

 

LA IGLESIA DEL MILAGRO

La Iglesia donde se encuentra el Milagro Eucarístico de Lanciano esta en el centro de la ciudad. Lo que es el centro de la ciudad hoy en día era el suburbio de la ciudad en el Siglo Ocho, cuando ocurrió el Milagro Eucarístico. En este tiempo se llamaba la Iglesia de los Santos Longinos y Domiciano, y estaba bajo la custodia de los monjes de San Basilio del Rito Griego Ortodoxo. Esto fue antes del Gran Cisma de 1054.

Esta Iglesia del milagro permaneció bajo la custodia de los monjes de San Basilio hasta 1176, que fue cuando los Benedictinos llegaron. El edificio se había deteriorado mucho y los Benedictinos no estaban muy animados de cuidar de el. Los Frailes Menores Conventuales (Franciscanos), sin embargo querían custodiar el Relicario.

Uno de sus benefactores, el Obispo Landulfo fue nombrado Obispo de Chieti y les dio el Santuario. En 1252 los Benedictinos se fueron y los franciscanos se hicieron cargó de todo con Bula pontificia del 12/5/1252.

En 1258 los Franciscanos edificaron la iglesia actual en el lugar de la Iglesia original de San Legonciano.  Esta fue transformada en 1700 del estilo románico-gótico al barroco.

En 1515, el Papa Leo X hizo de Lanciano una Sede Episcopal bajo la responsabilidad directa de Roma. En 1562 el Papa Pío IV escribió un Bula Papal elevándola a la Sede Arzobispal.

En 1666 los Franciscanos se encontraron en medio de una batalla legal con los Raccomandati, un grupo «selecto» de la ciudad, que pensaban que eran mejores que todo el mundo. Trataron de quitarle la Iglesia a los Franciscanos, poniéndole una demanda a la Iglesia original de San Longinos, sobre la cual fue edificada la Iglesia Franciscana. Si hubiera ganado, hubieran tenido las dos Iglesias.

El 25 de junio, de 1672, el Papa Clemente X declaró el altar del Milagro Eucarístico como un altar privilegiado en el Octavo día de los difuntos y en todos los Lunes del año.

 El Señor intervino por medio del Cardenal Giannetti de la Sagrada Congregación de Obispos y Religiosos, y los Franciscanos ganaron el caso. Inmediatamente aplicaron para obtener el escrito oficial, y 18 años mas tarde en 1684, se le concedió.

 Durante el tiempo de Napoleón en 1809 los Franciscanos fueron arrojados de la ciudad. Pero volvieron con un triunfo solemne el 21 de junio, de 1953.

 

DIFERENTES LUGARES DE VENERACIÓN DENTRO DE LA IGLESIA

 A través de los años el Milagro Eucarístico fue colocado en diferentes lugares en la Iglesia de San Francisco.

En 1566 la amenaza de los Turcos se hizo dominante a través de la Costa Adriática. Por medidas de seguridad el Milagro Eucarístico fue sacado de su capilla y fue guardado en el otro lado de la Iglesia.

El 1 de agosto de ese año un fraile, Giovanni Antonio de Mastro Renzo, perdió la fe, no en la Eucaristía, sino en la habilidad o deseo de Dios para salvarlo a él y a su pequeño grupo de Franciscanos, de la embestida de los Turcos. El fraile viendo la necesidad de salvar el Milagro Eucarístico de los Turcos, cogió el relicario que contenía la Carne y la Sangre del Señor y con sus frailes desapareció de la ciudad. Caminaron toda la noche.

Antes del amanecer, el Fraile Giovanni sintió que ya había suficiente distancia entre ellos y el enemigo y le ordenó a sus frailes que descansaran. Al salir el sol se dieron cuenta de que estaban de nuevo a la entrada de la ciudad. Creyeron que el Señor había intervenido porque quería que el Milagro Eucarístico de Lanciano fuera un signo de seguridad para las personas de la ciudad, un signo de que Dios no los había abandonado. Los frailes quedaron llenos del Espíritu Santo y ofrecieron permanecer en la Iglesia y proteger el Milagro Eucarístico con sus vidas.

Según esto ocurría, el Señor los protegía del mal, igual que a la ciudad de Lanciano y al Milagro Eucarístico.

La Carne y la Sangre de Nuestro Señor permanecieron guardadas hasta 1636, a pesar de que la amenaza de invasión de los Turcos había desaparecido. En este tiempo el Milagro Eucarístico fue transferido al lado derecho del altar, encerrado en un tabernáculo de hierro. Había cuatro llaves para la bóveda, cada una guardada por diferentes personas de la ciudad. Esta fue llamada la Capilla Valsecca, en honor de su benefactor.

En 1713 el relicario de marfil fue reemplazado por el que hoy exhibe las dos reliquias. Es de plata y cristal. La hostia esta expuesta como regularmente se hace en una custodia y las partículas de sangre en un cáliz de cristal, que muchos creen es el cáliz original donde se dio el milagro.

En 1887, el Arzobispo de Lanciano, Monseñor Petarca, obtuvo del Papa Leo XIII, una indulgencia plenaria perpetua para los que veneraran el Milagro Eucarístico durante 8 días después del día de fiesta.

La Carne y Sangre Milagrosa estuvieron guardadas en esa capilla hasta 1902. Los fieles solo podían venerar el Milagro Eucarístico en ocasiones especiales, el Lunes después de Pascua y la última semana de Octubre, la semana de la fiesta. La Indulgencia Plenaria estaba disponible para las personas durante la fiesta.

En 1902 se determinó que la Capilla Valsecca era inadecuada para el Milagro Eucarístico. El Obispo Petrarca, con el apoyo de los Lancianenses, le construyó un hermoso altar monumental donde está actualmente.  Se puede subir a contemplar de cerca el milagro, por una escalera detrás del altar mayor. El tabernáculo está abierto por detrás para que se pueda ver el relicario que contiene la preciosa Sangre y Carne de Nuestro Señor.

Lanciano fue escogido como el lugar para el Primer Congreso Eucarístico de la región de Abruzzi  del 23 al 25 de septiembre, de 1921.


 
 

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La comunión en la mano es una costumbre protestante que las Conferencias Episcopales fueron adoptando

La norma de la Iglesia Católica sigue siendo comulgar en la boca, no obstante, luego del Concilio Vaticano II, y fuera de éste, se permitió comulgar en la mano a algunas arquidiócesis, lo que se fue generalizando a pedido de las Conferencias Episcopales. Sin embargo es llamativa la pregnancia de esta excepción, ya que Santos, Doctores y los últimos dos papas (Juan Pablo II y Benedicto XVI) llaman a comulgar en la boca.

Una de las tantas costumbres protestantes que ha tomado la Iglesia Católica y que forma parte de los signos de nuestros tiempos.

El Generalis Missalis Romani dice que en principio, la Comunión se recibe en la boca, pero, donde sea concedido (por la Conferencia Episcopal), el fiel puede, a elección, comulgar recibiendo la hostia en la mano. En cambio, cuando la Comunión se recibe «por intinción» (esto es, bajo ambas especies, mojando la hostia en el Cáliz), obviamente, sólo puede recibirse en la boca.

EVOLUCIÓN DE CÓMO SE RECIBE LA EUCARISTIA

Monseñor Schneider, que es experto en Patrística e Iglesia primitiva, explica las diferencias entre la forma de comulgar en la Iglesia primitiva y la actual práctica de la comunión en la mano.

Según afirmó, esta costumbre es «completamente nueva» tras el Concilio Vaticano II y no hunde sus raíces en los tiempos de los primeros cristianos, como se ha sostenido con frecuencia.

En la Iglesia primitiva había que purificar las manos antes y después del rito, y la mano estaba cubierta con un corporal, de donde se tomaba la forma directamente con la lengua: «Era más una comunión en la boca que en la mano», afirmó Schneider. De hecho, tras sumir la Sagrada Hostia el fiel debía recoger de la mano con la lengua cualquier mínima partícula consagrada. Un diácono supervisaba esta operación.

Jamás se tocaba con los dedos: «El gesto de la comunión en la mano tal como lo conocemos hoy era completamente desconocido» entre los primeros cristianos.

Aun así, se abandonó aquel rito por la administración directa del sacerdote en la boca, un cambio que tuvo lugar «instintiva y pacíficamente» en toda la Iglesia a partir del siglo V, en Oriente, y en Occidente un poco después. El Papa San Gregorio Magno en el siglo VII ya lo hacía así, y los sínodos franceses y españoles de los siglos VIII y IX sancionaban a quien tocase la Sagrada Forma.

Según monseñor Schneider, la práctica que hoy conocemos de la comunión en la mano nació en el siglo XVII entre los calvinistas, que no creían en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía. «Ni Lutero», que sí creía en ella aunque no en la transustanciación, «no lo habría hecho», dijo el obispo kazajo: «De hecho, hasta hace relativamente poco los luteranos comulgaban de rodillas y en la boca, y todavía hoy algunos lo hacen así en los países escandinavos».

LA VIRGEN MARÍA LLAMA A COMULGAR EN LA BOCA EN SUS APARICIONES

En «Mística Ciudad de Dios», Sor María de Jesús de Agreda relata su visión sobre cómo fue la primera Misa de los Apóstoles, al octavo día de la Venida del Espíritu Santo, en el mismo plato y cáliz en que había consagrado el Señor. La primera Misa la celebró San Pedro y asistió a ella María Santísima. Pues bien, en esas revelaciones aprobadas por la Iglesia, se dice que la Santísima Virgen comulgó de mano de San Pedro. Observen que dice de mano, no en la mano. Veamos cómo lo relata:

«Con profunda humildad y adoración se prepararon para comulgar. Y luego dijeron las mismas oraciones y salmos que Cristo Señor nuestro había dicho antes de consagrar, imitando en todo aquella acción, como la habían visto hacer a su divino Maestro. Tomó San Pedro en sus manos el pan ázimo que estaba preparado, y levantando primero los ojos al cielo con admirable reverencia, pronunció sobre el pan las palabras de la consagración del cuerpo santísimo de Cristo, como las dijo antes el mismo Señor Jesús».

«Luego san Pedro consagró el cáliz y con el sagrado cuerpo y sangre hizo las mismas ceremonias que nuestro salvador, levantándolos para que todos lo adorasen. Tras de esto se comulgó el apóstol a sí mismo y luego los once apóstoles, como María Santísima se lo había prevenido. Y luego por mano de San Pedro comulgó la divina Madre«.

En muchos otros mensajes a videntes María pide comulgar en la boca, y nunca menciona comulgar en la mano.

LAS DECLARACIONES DE LOS CONCILIOS

De Rouen: El Concilio de Rouén (año 650) prescribe: «A ningún laico, hombre o mujer, sea dada la eucaristía en la mano, sino en la boca.

De Bizancio: El Quinto Concilio de Constantinopla (año 691) prohibió a los fieles darse la Comunión a sí mismos (que es lo que sucede cuando la Sagrada Partícula es colocada en la mano del comulgante) y decretó una excomunión de una semana de duración para aquellos que lo hicieran en la presencia de un obispo, un sacerdote o un diácono.

De Trento: El Concilio de Trento (Dogmático) en fecha 11 de Octubre de1551, (ses. XIII, c.8) dispuso: «Siempre ha sido costumbre de la Iglesia de Dios, en la Comunión Sacramental, que los laicos tomen la comunión de manos de los sacerdotes, y que los sacerdotes celebrantes comulguen por sí mismos; costumbre que por razón y justícia DEBE MANTENERSE por provenir de la Tradición Apostólica». (El texto se refiere a la comunión en la boca, pues hacía ya muchos siglos que había sido prohibida en la mano.)

Vaticano II: No se pronunció sobre la comunión en la mano (autocomunión).

DECLARACIONES SANTOS, PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA Y DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA

Tertuliano: (160-220) «…cuidamos escrupulosamente que algo del cáliz o del pan pueda caer a tierra» (De corona, 3 PL 2, 99);

San Hipólito (170-235) «… cada uno esté atento… que ningún fragmento caiga y se pierda, porque es el Cuerpo de Cristo que debe ser comido por los fieles y no despreciado» (Trad. Ap. 32.).

Orígenes: (185-254) «Con qué precaución y veneración, cuando recibís el Cuerpo del Señor lo conserváis, de manera que no caiga nada o se pierda algo del don consagrado. Os consideraríais justamente culpables si cayese algo en tierra por negligencia vuestra» (In Exod. Hom., hom. XIII, 3, Migne, PG 12, 391).

El mismo Pablo VI comenta así este último texto: «»Consta que los fieles creían y con razón, que pecaban, según recuerda Orígenes, si, habiendo recibido el cuerpo del Señor, y conservándolo con todo cuidado y veneración, algún fragmento caía por negligencia» (Mysterium Fidei, 32).

San Cirilo: (315-387) «… recíbela cuidando que nada de ella se pierda, porque dime: si alguno te diese unas limaduras de oro ¿no las guardarías con toda diligencia procurando no perder nada de ellas? ¿No procurarás, pues, con mucha más diligencia que no se te caiga ninguna migaja de lo que es más precioso que el oro y las piedras preciosas?»).

San Efrén: (306-373) «Comed este pan y no piséis sus migas… una partícula de sus migas puede santificar a miles de miles y es suficiente para dar vida a todos los que la comen» (Serm. in hebd. s., 4, 4).

San Basilio: (330-379) afirma claramente que sólo está permitido recibir la Comunión en la mano en tiempos de persecución o, como era el caso de los monjes en el desierto, cuando no hubiera un diácono o un sacerdote que pudiera distribuirla. «No hace falta demostrar que no constituye una falta grave para una persona comulgar con su propia mano en épocas de persecución cuando no hay sacerdote o diácono» (Carta 93). Lo que implica que recibirla en la mano en otras circunstancias, fuera de persecución, será una grave falta.

S. Agustín: (354-430) “Sería locura insolente, el discutir qué se ha de hacer cuando toda la Iglesia Universal tiene ya una práctica establecida.” (carta 54,6; a Jenaro.)

San León Llamado el Magno, Sumo Pontífice entre 440-461, en sus comentarios al sexto capítulo de San Juan, habla de la Comunión en la boca como del uso corriente: «Se recibe en la boca lo que se cree por la Fe». El Papa no habla como si estuviera introduciendo una novedad, sino como si fuera un hecho ya bien establecido.

S. Gregorio: También llamado Magno, Papa entre 590 y 604, en sus Diálogos (Roman 3, c 3) relata cómo el Papa San Agapito obró un milagro durante la Misa, después de haber colocado la Hostia en la lengua de una persona. También Juan el Diácono nos habla acerca de esta manera de distribuir la Santa Comunión por ese Pontífice.

S. F. de Asís: (1182-1226) “Sólo ellos, (los sacerdotes), deben administrarlo, y no otros.” ( Carta 2ª, a todos los fieles, 35).

Sto Tomás: (1225-1274) «Porque debido a la reverencia hacia este sacramento, nada Lo toca, sino lo que es consagrado; de aquí que el corporal y el cáliz son consagrados, y así mismo las manos del sacerdote, para tocar este sacramento.» (Suma Teológica: Pt. III, Q.82, Art. 3).

Es decir, se falta a la reverencia debida a este Sacramento, cuando lo tocan manos que no están consagradas; doctrina que fue luego confirmada por S.S. Juan Pablo II en Domenica Cenæ, como veremos luego.

San Pío X «Cuando se recibe la Comunión es necesario estar arrodillado, tener la cabeza ligeramente humillada, los ojos modestamente vueltos hacia la Sagrada Hostia, la boca suficientemente abierta y la lengua un poco fuera de la boca reposando sobre el labio inferior». (Catecismo de San Pío X). Y Contestando a quienes le pedían autorización para comulgar de pie alegando que: los israelitas comieron de pie el cordero pascual les dijo: «El Cordero Pascual era tipo (símbolo, figura o promesa) de la Eucaristía. Pues bien, los símbolos y promesas se reciben de pie, MAS LA REALIDAD SE RECIBE DE RODILLAS y con amor».

Cuando estaba este santo pontífice en su lecho de muerte, en Agosto de 1914, y se le administró la Sagrada Comunión como Viático, no la recibió, y no le estaba permitido, en la mano: la recibió en la lengua de acuerdo a la ley y a la práctica de la Iglesia Católica.

Pio XII: “Hay que reprobar severamente la temeraria osadía de quienes introducen intencionadamente nuevas costumbres litúrgicas, o hacen renacer ritos ya desusados, y que no están de acuerdo con las leyes y rúbricas vigentes.”

( Mediator Dei, 17.)

Pablo VI: El texto original de la ya mencionada consulta a los Obispos sobre la comunión en la mano, decía: “En nombre y por encargo del Santo Padre, me es grato comunicar…” Al leerlo, el Papa dijo al encargado de redactar la carta:

-¿Grato? ¡No me es grato para nada!

Y corrigió el texto de la siguiente forma:

“En nombre y por encargo del Santo Padre, es mi deber comunicar…”

En esa misma carta el Papa corrigió otra frase añadiendo de su puño y letra lo que está en negritas:

“Por mandato explícito del Santo Padre que no puede dejar de considerar la eventual innovación con evidente aprensión

M. Teresa: “…el peor mal de nuestro tiempo es la Comunión en la mano.” (The Wanderer, 23 de marzo de 1982)

OPINIÓN DE SS JUAN PABLO II

Periodista: – Santo Padre, ¿Cuál es su opinión sobre la comunión en la mano?

A lo que el Papa responde: – Hay una carta apostólica sobre un permiso especial válido para esto. Pero yo le digo a Ud. que no estoy a favor de esta práctica, ni tampoco la recomiendo. El permiso fue otorgado debido a la insistencia de algunos obispos diocesanos.

Entrevistado por la revista Stimme des glaubens durante su visita a Fulda (Alemania) en Noviembre de 1980.

En su Carta “Domenica Cenæ”, de 24 de febrero de 1980, el Papa dice: “El tocar las Sagradas Especies y su distribución con las propias manos, es un privilegio de los ordenados”.

Y para que nadie interpretase de otra forma estas palabras, tres meses después, ante las cámaras de la televisión francesa, negaba la Comunión en la mano a la esposa del primer ministro Giscard d’Estaing.

En la Instrucción “Inestimabile Donum” de la Congregación para el Culto Divino, sancionada el día 17 de abril del mismo año de 1980, el Papa reitera: “No se admite que los fieles tomen por sí mismos (autocomunión) el pan consagrado y el cáliz sagrado, y mucho menos que se lo hagan pasar de uno a otro”.

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